6deMayo01 - 5105 kb - Ministerio de Vivienda y Urbanismo

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Para el techo traen sombras
y los muebles a la espalda,
traen el agua en botellas
y a los críos en la falda.
Fragmento: La Ciudad, Inti Illimani
PRESENTACIÓN
La publicación que hoy hacemos llegar a sus manos, pretende ser una memoria de los principales aspectos que emergieron en la Población 6 de Mayo con ocasión del desarrollo del Programa
Quiero Mi Barrio el cual permitió recuperar espacios para la vida en común y recrear, desde la
propia comunidad, su sentido de arraigo y dignidad.
Ya desde los inicios del programa aparecía una comunidad con un gran potencial que surge
de su historia y su perseverancia. Ambos elementos se hicieron presentes en las innumerables
actividades realizadas: en los talleres de memoria, en las escuelas de liderazgo, en las celebraciones, en cada edición de la revista, en las asambleas y reuniones.
En cada iniciativa afloraba aquel espíritu fundacional que impulsó a cientos de familias a fraguar
su propio lugar en el mundo. Los años han pasado, con logros, dificultades, a veces grandes
proyectos y también períodos de letargo y estancamiento. Al igual que tantas otras poblaciones
tan emblemáticas como esta, en las casas y familias de la 6 de Mayo se guardan grandes tesoros que deben ver la luz. La realización del Programa Quiero Mi Barrio, permitió justamente eso,
que emergieran con fuerza nuevos proyectos, nuevos liderazgos y nuevas redes para seguir
fraguando el presente y futuro anhelado.
En este recorrido, la mirada de las mujeres, de los jóvenes, de los adultos mayores y de los
distintos dirigentes que en algún momento de estos cuarenta y dos años de historia asumieron
alguna responsabilidad, se fueron expresando y entrelazando hasta formar una visión común
donde pasado y presente volvieron a cobrar sentido para las antiguas y nuevas generaciones.
En efecto, la recuperación del barrio, con su componente social y de obras físicas, revitalizó en
más de un sentido los anhelos de una mejor calidad de vida. La toma de decisiones, la permanente motivación a participar del proceso, la resolución de los problemas y obstáculos que
se fueron presentando, fueron construyendo una práctica social que recoge lo mejor de esta
comunidad: la convicción de salir adelante.
A diferencia de un informe de gestión, en esta memoria se privilegió destacar aquellos elementos constitutivos del carácter de esta comunidad, su historia, sus formas de organización, la
solidaridad como base de las acciones colectivas, el rol de las mujeres, las expectativas de los
jóvenes. Es por tanto, un trazado que se ha rescatado a partir de las historias y recuerdos de
los propios vecinos, que permite adentrarse en los valores de ayer y de hoy que sustentan la
vida de una comunidad dispuesta a llevar adelante sus desafíos. Los invitamos a recorrer estas
páginas.
CAPÍTULO I
HISTORIA DE LA “6 DE MAYO”
L
a tarde ya ha empezado a rodar hace un par de horas. El sol de abril todavía
calienta las calles, plazas y pasajes de la población 6 de Mayo, en la comuna de
La Pintana. Por una de ellas Carlos Mejías se desplaza en bicicleta. “Don Carlos”,
como lo llaman, es uno de aquellos que llegaron hace más de cuarenta años al actual
emplazamiento del barrio. Él fue parte de aquellas familias sin casa que ocuparon la
madrugada del 6 de mayo de 1967, los terrenos del fundo San Rafael ubicado a la
altura de los paraderos 35 y 36 de Avenida Santa Rosa, entre las calles Lo Martínez y
Avenida Gabriela, en la antigua comuna de La Granja.
No todos saben del sigilo con que decenas de mujeres, hombres, niños y ancianos,
emprendieron el traslado hacia los terrenos elegidos en aquella enorme explanada de
campo y pastizales. A las dos de la madrugada del 6 de mayo de 1967 se inició el día
más importante y osado de sus vidas. En pleno otoño, 150 familias allegadas de la
Población San Rafael -o 22 de Julio como
se le conocía en aquellos años- cargaron
sus enseres y todo aquel material que
fuera útil para levantar las carpas y
ranchas que los alojarían durante los
próximos nueve meses.
No sabían que en ese invierno, la nieve
-para algunos juguetona- daría paso
a gélidas noches de fiebre y aflicción,
así como tampoco podían adivinar que
la proeza que acababan de emprender
marcaría a fuego las vidas de las futuras generaciones. Llegaron
decididos a fraguar su destino; con tiza, parafina, ladrillos, cartón,
plástico, fonolitas, animales y ollas comunes. En aquella azarosa
madrugada estas familias le quebraron la mano al destino. Por
eso, aquel día quedó impreso en la memoria de tantos y se
convirtió en el nombre natural de aquel proyecto colectivo.
Pasado y presente entrelazados
Don Carlos observa la tarde. Sus ojos están vidriosos por el
paso de los años, pero sus recuerdos son claros y trasparentes.
Hombre de pocas, pero justas palabras; los detalles de la toma
surgen sin demoras y hacen que esos mismos ojos brillen con una
sonrisa fácil y amable.
Cuenta que luego de tizar los sitios definitivos, las calles y los
espacios comunes, llegaba el momento de la asignación para cada
familia: “Nos ubicamos por las letras de los apellidos, así en una
cuadra estaban los Gutiérrez, los González, los Gómez…”. Varios
vecinos aun permanecen en sus sitios donde comparten la letra
inicial de sus apellidos. Otros tantos llegaron en años posteriores
y aunque no vivieron la experiencia fundacional, se integraron
con avidez a una comunidad que allí, en el extremo nor-poniente
de La Pintana, construyó sus sueños y tejió una historia a la que
todos siguen aportando.
No es casual que don Carlos recorra las calles del barrio en su
bicicleta llevando, arreglando y recogiendo artefactos que en
apariencia son meros desechos. Tampoco es fortuito que a unos
pocos metros de allí, varios vecinos estén reunidos en la histórica
sede social pensando en la nueva celebración del aniversario
de la toma, evaluando y midiendo la forma de trasladar una
piedra histórica e intercambiando ideas en torno a cómo lograr
que la gestión del barrio se sustente en el aporte y trabajo de
toda la comunidad. Dichos
gestos se explican por la
historia compartida, por la
convicción de que actuando
juntos se puede llegar
muy lejos. También por la
necesidad de revitalizar
a una comunidad que
mantiene aquella original
fuerza de superación.
Con el aporte del programa
Quiero Mi Barrio, “vamos
a poder contar con los
recursos para plasmar los
sueños de quienes en 1967
se tomaron los primeros
terrenos”, dicen muchos. Por eso, el actual proceso desarrollado
es, en muchas formas, aquella misma historia que continúa viva
en el presente.
Retazos de aquello se respira en la vida cotidiana de la Población
6 de Mayo. A dos manzanas de la sede social, los puestos de
la feria se levantan en retirada, mientras varios vecinos que
incrementan sus ingresos como coleros guardan su mercadería,
entre las cuales figuran fotografías que hablan de la historia
común. Tres cuadras más hacia el oriente, un par de jóvenes
pintan un mural en recuerdo de un amigo y en un negocio familiar
madre e hijos compran algo para el almuerzo, mientras la vecina
de toda la vida los atiende.
Los recuerdos brotan ágiles y sabrosos, como el sabor de los
platos del restaurante Las Gemelas o la visita del Presidente
Salvador Allende quien andaba con una chupalla grande y se
detuvo en la cervecería de la señora Julia, “donde atendía la Paty”,
justo en la esquina con Bernardino Parada, cuando la calle no se
llamaba así. Incluso, algunos todavía recuerdan el número de sus
carpas en la toma de terreno; don Carlos tenía el número 101.
1967, cruzar la noche
Ninguna conversación puede transmitir
con total fidelidad el significado de
los detalles y recuerdos de la toma de
terreno. Pero sí dejan en evidencia la
fuerza que motivó a aquellas familias
a cruzar, aquella noche, la avenida
Santa Rosa antes del despunte del
alba. Sabían que ese año traería un
invierno severo, que faltaría el alimento,
la electricidad y el agua. Sabían, también, que de su cohesión y
sagacidad dependería la victoria. Pero también tenían claro que
se encontraban en un punto sin retorno, que la necesidad hacía
tiempo había superado los temores y que aquella fuerza indómita
era su mejor recurso para superar las adversidades.
Cuando revisan su pasado y reconstruyen la memoria, la
organización y el trabajo colectivo surgen como los cimientos,
de ayer y hoy, que les permitirá a las nuevas generaciones
encarar los desafíos que depara el siglo XXI, cuarenta y dos años
después de aquella madrugada de otoño.
por campesinos, albañiles, jornaleros y sus familias llegaron a
Santiago y pronto sobrepasaron la capacidad de los cité del casco
antiguo de la ciudad.
La disponibilidad de sitios en la periferia, el contexto social y la
falta de políticas de estado capaces de enfrentar el explosivo
crecimiento demográfico de esos años, motivaron el desarrollo
de nuevas estrategias para conseguir un lugar donde vivir: las
tomas de terreno. Un dato que ilustra la necesidad de impulsar
la planificación de la ciudad y de las demandas por mejores
condiciones de vivienda, lo representa la creación del ministerio
del ramo en 1965.
De este modo, hacia 1963, cuando Eduardo Frei Montalva aún no
llegaba al sillón presidencial de La Moneda, en la Población Santa
Adriana -actual comuna de Lo Espejo- surgieron varios comités de
allegados; de aquel esfuerzo surgió la población San Rafael. Sin
embargo, a los pocos meses los nuevos dueños de casa recibieron
bajo sus techos a familiares y amigos que buscaban lo mismo.
Así, entre parientes y nuevas parejas, más de un centenar de
allegados reproducían las condiciones de insalubridad, inseguridad
y marginación. Tal situación motivó a los nuevos pobladores a
organizarse, creando un comité que se asoció con los “Sin Casa”
de las poblaciones San Gregorio y San Ramón, en la comuna de
La Granja.
Hace cuatro décadas, la zona sur de Santiago era el pulmón
agrícola de la ciudad. Grandes extensiones de tierras y fundos
privados abastecían de hortalizas a una capital que crecía a un
ritmo acelerado debido al incremento de las migraciones hacia
los centros urbanos. En efecto, la primera mitad del siglo XX fue
testigo de la muerte del salitre y el subdesarrollo del campo.
Como consecuencia, grandes grupos de desplazados formados
Otras acciones similares los animaron: “La gente de la Santa
Elena se había tomado el parque José Miguel Carrera, en la Gran
Avenida y anteriormente la José María Caro, porque -explicanen aquellos años había mucho menos posibilidades de postular
a una casa que ahora, ya que las exigencias eran mayores y las
posibilidades de ahorro para los pobres eran casi nulas”.
Ejemplos de tomas hay muchos, nombres que son parte de la
memoria del país y que se han recogido en textos, canciones
y hasta en el cine. En ese escenario se levantaron las actuales
treinta y tres manzanas de la Población 6 de Mayo, fiel testimonio
del emprendimiento de aquellas familias. Así lo entienden hoy
en día los más jóvenes de la población, quienes a través de los
relatos de sus familias han reconstruido parte de su historia: “Es
muy positivo que la gente que vive aquí haya participado de una
toma porque se ve que le doblegó la mano al gobierno, que no
estaba ni ahí con darles soluciones para tener una casa, en veinte
años o más”.
En ese grupo se encontraban Carlos Mejías, Eduardo Rojas, María
Elena Balboltín, Luis Ayala, Cora Correa, Raúl Acevedo y María
Fierro, líderes que encabezaron la formación de la Población 6 de
Mayo, llamada así por aquella madrugada histórica. Sus nombres
siguen en la memoria de los actuales habitantes de la población y
permanecen como sólidos referentes.
Siendo allegados sufrieron por años dilaciones, papeleos y
tramitaciones sin poder concretar una vivienda digna para sus
familias. Cansados de la falta de atención a sus demandas y de
ser manipulados en función de los vaivenes electorales, decidieron
que la solución era una toma de terreno.
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Un frío invierno
La organización y preparación de la toma no estuvo exenta de
sorpresas, pues si bien en el comité participaban originalmente
alrededor de cuarenta familias, al momento de concretarse
llegaron más de 150, al final del día eran cerca de 800, y en los
días siguientes la cifra superó los mil. Muchos les guardaban
lugares a sus familiares que, en general provenían de la Población
Santa Adriana, de la comuna de Conchalí, del paradero 9 de Santa
Rosa y de la población Lo Hermida. Incluso los vecinos recuerdan
que una de las condiciones que se les impuso para negociar una
solución habitacional fue que no siguieran creciendo en número.
Muchos eran obreros o temporeros y algunos trabajaban en
la estación La Platina del Instituto Nacional de Investigación
Agropecuaria (INIA).
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La prensa de entonces recogió la noticia profusamente y desde
diferentes visiones. Por ejemplo, para El Mercurio de Santiago
se trató de una “Ocupación ilegal de terrenos en La Granja”;
La Segunda se hizo eco de la misma interpretación y tituló con
“Toma ilegal de terrenos en Santa Rosa”; por su parte La Tercera
informó el domingo siete de mayo de 1967 que “1.500 familias se
tomaron terreno” y que los “pobladores fueron desalojados por
la fuerza pública”. En tanto, El Siglo escribió que los “Sin casa de
La Granja lograron ayer su sitio”, añadiendo “Victoriosa jornada
de 400 familias de allegados”. Algo que el popular diario El Clarín
también registró publicando que “Allegados de la veintidós de
Julio conquistaron ayer terrenos”; incluyendo más detalles y
contando que “las madres encendían el carbón en improvisados
braseros, mientras los niños desmalezaban el espacio donde se
colocarían los futuros techos”. Una descripción acertada para los
duros y sacrificados primeros momentos de la toma.
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La vida en la toma no fue fácil y para salir adelante los dirigentes
tuvieron que aprovechar las capacidades que tenían los propios
pobladores, algo que ha sido una constante: la organización y
la autogestión puestas al servicio de las necesidades comunes.
Es así como estas primeras familias organizaron la seguridad
-con grupos que incluían mujeres-, se reforzaron los cercos con
pilastras de piedras, se les solicitó a los hombres certificado de
antecedentes, se realizó un censo de familias, se entregaron
identificaciones y se hicieron ollas comunes.
También se crearon comités temáticos, responsables de la salud,
la educación, el aseo, la comunicación y todas las necesidades
que la nueva vida les estaba demandando. “Fueron días y años
muy pobres, muy críticos, sin agua, sin luz, en las ranchitas o
carpas. No había necesidad de salir porque desde
adentro se veía todo para afuera, pero había una
felicidad tan grande”. “Estábamos igual que los
chanchitos, cada uno tenía su pedacito de tierra,
pero por las acequias corría el agua. Era muy
espantoso”. Día tras día, durante nueve meses,
se enfrentaba la vida, se salía a trabajar y se
tomaban las responsabilidades que les imponía
su particular situación. Así también encararon
la estigmatización y los primeros intentos
por desalojarlos del lugar pero, como dicen
orgullosos, “la historia ya estaba escrita”.
Mientras permanecieron en esos terrenos,
las familias se distribuyeron por sectores
dejando pasillos entre las carpas para facilitar
el desplazamiento. Desde un comienzo la
comunicación fue a través de megáfonos,
costumbre que se trasladó a la población en años
posteriores y que, según confidencian hoy, se
sigue utilizando para ciertas actividades. Durante
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las noches la oscuridad era completa, por ello “los hombres -al
volver de sus trabajos- llegaban gritando para poder ubicar su
carpa o ruca, llamando a sus parejas, mientras los vecinos les
iban indicando cuánto les faltaba para llegar”. Fueron meses
de gran respeto y camaradería, “y aunque no éramos parientes
de sangre, nos aprendimos a valorar, lo que se transmitió a los
primeros años de la población y todavía lo siento por algunas
personas con las que ya he compartido más de cuarenta años de
mi vida”.
La vida cotidiana estuvo marcada por el esfuerzo y el sacrificio.
Los vecinos relatan que después de cumplir su jornada laboral
debían llegar a hacer turnos en la guardia de la toma, dormir
un rato para luego partir de madrugada, caminando, a buscar
transporte para irse al trabajo.
Nueves meses y un poco más permanecieron en esos terrenos,
tiempo suficiente para ser tocados por la adversidad y la muerte,
ya que tras la nevazón del 1º de junio de 1967, hubo cerca de
cincuenta decesos producto de la bronconeumonía que afectó
directamente a niños y ancianos. En esos días la atención
estuvo principalmente a cargo de los propios pobladores y de los
operativos realizados por personal del Ejército. El frío invernal,
el agua acumulada que corría entre
los colchones y la precariedad
de las improvisadas viviendas
atentaban seriamente contra la
salud de los pobladores. “Ninguna
de las estructuras levantadas era de
materiales nuevos y se pasaban los
cartones, los plásticos, las latas y las
fonolas”, recuerdan.
En los terrenos se reservó un espacio
para instalar una carpa destinada
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a la realización de reuniones, asambleas o para que las familias
recibieran visitas. Aunque, explican que no eran muchas, ya que
era mal visto vivir o participar de una toma, y “muchos en sus
trabajos ocultaron esta situación”.
Los terrenos definitivos y la “Operación tiza”
Tras 270 días, y luego de fuertes negociaciones, las posibilidades
de avanzar en la concreción de una solución habitacional definitiva
fueron creciendo. De este modo se inició la recaudación de
dineros para la compra de los terrenos donde se establecerían
definitivamente.
Si bien la propuesta original era la adquisición de terrenos del
fundo La Bandera, finalmente las tierras asignadas para la
instalación de la Población 6 de Mayo correspondieron a un sector
de la propiedad de Raúl del Canto. El lugar era un duraznal,
además de criadero de chanchos. Una de las primeras actividades
en el nuevo predio fue la “operación tiza” para trazar los sitios.
Luego vino el traslado que ocurrió durante enero de 1968.
El traslado tomó casi un mes. Poco a poco las cientos de familias
fueron transportadas en camiones recolectores de basura.
Aquellos terrenos eran considerablemente más grandes que los
definidos actualmente para las viviendas sociales. Dicho aspecto,
es fuertemente valorado por los vecinos y lo consideran un gran
logro pues tales dimensiones “le dan otra característica a las casas
de la población”.
Así, es posible encontrar terrenos de seis metros de frente
por veintisiete de fondo, otras con nueve metros de frente
como ocurre en las casas esquinas, e incluso algunas otras
que quedaron con doce metros de frente. A esto se agrega el
contar con “calles más anchas, plazas y espacios recreativos
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en varios puntos de la población, algo que otras no tienen”. Si
bien la amplitud del terreno posteriormente se convirtió en una
ventaja, en aquellos días no era sencillo visualizar los beneficios
ya que primaban las dificultades. Por una parte, los sitios estaban
desnivelados y aún conservaban rastrojos de siembra, lo que
evidenciaba su origen como tierras de cultivo. Lo Martínez era
un callejón de piedras y el abastecimiento de agua potable se
realizaba por medio de camiones aljibes. También se construyeron
pozos negros y durante mucho tiempo la basura fue enterrada
ya que “en esos años la recolección de basura no pasaba por las
poblaciones, así que los desperdicios se quemaban o se tapaban”.
La falta de transporte público en el sector obligaba a los
pobladores a caminar cuatro kilómetros diarios para ir y volver
de los trabajos. Hacia San Bernardo, existía el recorrido Ovalle
Negrete que salía desde San Rafael. Posteriormente consiguieron
que se instalara un paradero en Lo Martínez, frente a la población.
Con el paso del tiempo se sumó la línea San Cristóbal La Granja y
la número 27 o Intercomunal Sur.
En cuanto a las edificaciones, los primeros meses sólo se
levantaron precarias estructuras utilizando para ello cartones,
plásticos, maderas, fonolas y carpas, muy semejante a las
condiciones de la toma. Para su
sorpresa, con el tiempo se expropiaron
franjas en las calles Lo Martínez y San
Francisco, con el objeto de construir
casas sólidas que también sirvieron
para aislar y tapar la vista hacia la
“población callampa”.
A los pobladores de la 6 de Mayo, nada
les fue regalado. Los terrenos tuvieron
un costo de 30 a 41 cuotas CORVI
-nombre que deriva de la Corporación
de la Vivienda, sistema que operaba
en esos años-. Los dineros eran
descontados de las liquidaciones de sueldo en el caso de los
trabajadores asalariados; la mayoría pudo cancelar su sitio al
momento del traslado.
Construyendo comunidad
La década del ‘70 y la llegada de la Unidad Popular al gobierno,
con el Presidente Salvador Allende a la cabeza, significaron
importantes avances para la población. Se regularizaron los
suministros de electricidad y agua potable y se construyó la
histórica sede vecinal. Hasta ese momento, para la iluminación
de los hogares se utilizaban velas, o bien algunos vecinos “se
colgaban” del tendido eléctrico más cercano. Así mismo, para
contar con agua potable debían trasladarla en baldes o bidones
desde tomas de agua alejadas de las viviendas.
Pronto la comunidad estuvo en condiciones de estructurar
veredas, arreglar pasajes y mejorar algunas de las calles.
Este trabajo a pulso aún se refleja en el presente a través de
los diferentes tipos de soleras y pavimentos que destacan en
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algunos puntos del barrio, pues responden a distintos procesos,
materiales disponibles, formas y momentos de la población. Cada
vecino, explican, “ha buscando la mejor forma, de acuerdo a sus
posibilidades, para construir sus casas. Al inicio fue con lo que se
pudo trasladar y nada más, luego empiezan a aparecer casas de
adobe, de madera y luego con ladrillos y cemento”. Estos avances
fueron posibles “gracias a muy buenos dirigentes, al importante
respaldo político que tenían, a la capacidad de negociación y a
que nuestras demandas tenían recepción”, cuentan.
El aislamiento fue un factor que motivó la constante lucha que
dieron los pobladores por acceder a transporte público, salud y
educación. Muchos partos debieron ser atendidos en las viviendas
con la asistencia de familiares y vecinos. Hoy cuentan con un
consultorio comunal a pocas cuadras de los límites de la población
y con el hospital Padre Hurtado, ubicado en avenida Santa
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Rosa. Algo similar ocurrió con la educación. La actual Escuela
Capitán Ávalos representa la perseverancia de los pobladores por
brindar mejores oportunidades a sus hijos. Por ella han pasado
numerosas generaciones, e incluso antes de que se levantaran sus
salas y patios, la escuela era un proyecto que se fue amasando en
comunidad.
A inicios de los 70, niñas y niños comenzaron a asistir a clases
ya fuera al aire libre, en la sede vecinal o en una estructura de
madera que posteriormente se levantó en la actual plaza Víctor
Hugo Valenzuela. El proyecto educativo de la Población 6 de Mayo
se inició con fuerza, perseverancia y visión de futuro. Recuerdan
que cada niño traía su silla o bien se improvisaban banquetas: “Lo
único que había era un pizarrón y nada más”, evocan los vecinos
más antiguos.
Edith Díaz, directora de la Escuela Capitán Ávalos, comenzó su
labor en 1969. “Cuando llegué
sólo trabajábamos con primeros
básicos y dábamos las clases
en la sala de profesores y en
la actual sala dental”. En esos
años muchos asistían como
oyentes aunque no estuvieran
matriculados. Los recuerdos del
colegio también están ligados
al rincón del kinder o a las
cercanías de la dirección, que
pronto fue el lugar favorito para
los primeros amores. Haciendo
memoria, rápidamente surgen
los nombres de las señoritas
Carmen, Inés Zamorano, María
García y Laila, así como del
profesor García.
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Hoy corren por esta emblemática plaza cientos de muchachas
y muchachos. Juegan tenis de mesa o se pasean en grupo
buscando instalarse bajo los árboles de la remodelada explanada.
Son espacios que forman parte de los sueños de hace cuarenta y
dos años y de la memoria individual y colectiva que la población
mantiene viva.
Sobreponerse a la adversidad
Es la misma plaza que aloja cada fin de semana una diversidad de
actividades culturales y que, muy pronto, recibirá a una remozada
sede social. La plaza Víctor Hugo Valenzuela, nombre puesto en
homenaje al primer dirigente vecinal elegido post dictadura, es
el símbolo de una comunidad comprometida con su gente. Así
ocurrió en la toma, en la etapa fundacional de la población y en
los años posteriores. No obstante, entre 1973 y 1978 el temor se
instaló en la comunidad producto de la represión que el régimen
militar ejerció en contra de los sectores populares y muchos
de sus dirigentes. Algunos se fueron, de otros se desconoce el
paradero; también se presumen algunas muertes.
Tras el golpe militar y pese a los esfuerzos por mantener el
trabajo colectivo, la participación se fue debilitando, al tiempo
que se designaban autoritariamente nuevos dirigentes vecinales;
eso es “algo que todavía nos pesa”, señalan. Fueron años de
desconfianzas, de dudas, de toques de
queda, de desaparición de personas,
de asaltos a la bajada de las micros.
De esos años pareciera que lo único
destacable fue la llegada del primer
teléfono a la sede y que sirvió para
revitalizar las dinámicas al interior de la
población y como un pequeño símbolo
de progreso.
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Pero la subsistencia siempre fue un factor de aglutinamiento,
y frente al nuevo escenario político la comunidad fue creando
nuevas formas de organización, principalmente en torno a talleres
ligados a la iglesia, a la recolección de alimentos o a la formación
de ollas comunes cuando la falta de empleo se hacía sentir con
fuerza.
Elsa Leuthner Muñoz
En los años 80 la situación económica fue muy compleja.
“Sufrimos mucha hambre en ese tiempo, tengo aquí en mi
memoria el no tener nada, el desear comer algo y no tenerlo
porque no había”. Muchas mujeres
salieron a buscar trabajo como
empleadas domésticas o sumándose
a los planes de empleo como el
PEM y el POJH. Décadas después
la cesantía o la precariedad de
los empleos siguen siendo un
problema latente. De hecho la
mitad de las familias señalan tener
ingresos insuficientes, de allí la
valoración que hacen de los logros
conquistados como comunidad.
De esos años también evocan las
primeras protestas cuando muchos acudían al centro de Santiago
a manifestarse, o la capacitación que recibieron con ocasión
del plebiscito de 1988, o los puerta a puerta de esos años y
el ser vocales de mesa. Esta nueva efervescencia les permitió
reconstruir sus redes. En esta nueva dinámica, las iniciativas
impulsadas por las mujeres fueron perfilando los primeros años de
los 90.
A partir de entonces comenzó a surgir la necesidad de rescatar el
carácter de la población a través de espacios de reencuentro y de
la búsqueda de alternativas para concretar los sueños originales.
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Prevalece la creencia de que se están encaminando hacia esos
objetivos, pero que aún falta más trabajo y cercanía, menos
individualismos y potenciar nuevas formas de organización. El
programa Quiero Mi Barrio ha servido como puntal para estas
nuevas aspiraciones, cumpliendo un rol de bisagra entre las
capacidades y los recursos para hacerlo.
es parte de una historia común tanto en lo territorial, como en lo
personal. Los vecinos han vivido algo que es propio de muchos
chilenos, pero que tiene sus particularidades.
Una prueba de ello es que en junio de 2008, y a través de un
plebiscito vecinal, la comunidad dio un gran paso al recuperar el
nombre original de la población. Durante la dictadura se quiso
borrar de la memoria local la fecha correspondiente a aquella
madrugada de otoño, de modo que la 6 de Mayo pasó a llamarse
21 de Mayo. El gesto del olvido también se evidenció en las
calles; por ejemplo, Elías Lafferte hoy se llama Bernardino Parada,
así como abundan los nombres de soldados de la batalla de La
Concepción perdiéndose denominaciones como Che Guevara
o Martín Luther King. Sin embargo, la propia comunidad se ha
encargado de recuperar la historia y de trazar nuevas iniciativas.
Los talleres de memoria realizados en el marco del programa
Quiero Mi Barrio permitieron recontar los duros allanamientos
militares, así como los eventos de la “cancha del hoyo” lugar
donde separaban a los “delincuentes” de los “detenidos políticos”
y que ahora pertenece a población Pablo de Rokha. También
sirvieron para que de la sencillez de los niños emergiera un
emotivo “nos gusta vivir aquí”, o para escuchar a aquellas
dos jóvenes que al regresar de sus trabajos
se sienten en un hogar común: “Aquí están
nuestras familias y las amistades de toda una
vida”.
Chile a escala de barrio
La Población 6 de Mayo parece ser una pequeña réplica del país.
En sus calles, en los rostros de sus niñas y niños, en el quehacer
de sus mujeres, en la dedicación al
trabajo, en el fútbol dominguero, en
la oscuridad y sigilo de los años de
dictadura, en las esperanzas que se
instalaron al inicio de los 90 y en la
vitalidad actual. Tampoco quedan
de lado las dificultades que trajeron
consigo las distintas crisis económicas
y los dramas de violencia, drogadicción
y pobreza que cruzan a la sociedad
chilena. En todo eso y más, el barrio,
la ex toma o como se le quiera llamar,
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Por eso la historia de la Población 6 de Mayo se construye desde
el relato, desde evocar una pichanga dominguera, hasta el aroma
de los paseos a Peñaflor o a la playa de Cartagena.
Las navidades engalanadas de guirnaldas, las
tardes de cine, los trabajos voluntarios que
llevaron a cientos de estudiantes universitarios
a apoyar los primeros años de la población, o la
construcción de las plazas donde el municipio
aportaba materiales y la comunidad ponía el
trabajo, así como el desarrollo de los pavimentos
participativos, son todas memorias múltiples que
constituyen la identidad de esta comunidad.
El perímetro de las calles San Francisco, Lo
Martínez, José Edwards Bello, Bernardino Parada
y Río Lluta cuenta la historia en que un día,
hace cuarenta y dos años, cientos de familias
se atrevieron a cruzar la avenida Santa Rosa
reclamando un lugar para echar raíces. Esta
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historia no se circunscribe únicamente a la infraestructura, a la
construcción de casetas, a los programas de vivienda progresiva,
o a las entregas de títulos de dominio, habla esencialmente de
redes sociales, de dinámicas de organización, de generaciones
diferentes pero entrelazadas, de oficios, anécdotas y sentimientos
de pertenencia. Tras poco más de dos años de ejecución del
programa Quiero Mi Barrio, los vecinos dicen “estamos logrando
sacar a la gente de sus casas”.
Ese perímetro, esa definición de metros cuadrados que está
poblada de personas, está lleno de pequeños relatos que se
arman en la solidaridad, en la permanente y diversa asociatividad,
en el rol clave que han jugado las mujeres de la comuna y en
cómo se plasma el ejercicio ciudadano en el mejoramiento del
propio barrio. Para los más jóvenes, la toma constituye una
epopeya que los alienta: “Si ellos fueron capaces de luchar por un
terreno para levantar sus casas, nosotros podremos hacerlo por
una mejor educación, por una buena salud, por un mejor medio
ambiente y también por más vivienda, ya que también las vamos
a necesitar”.
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CAPÍTULO II
0RGANIZACIÓN
C
allados. Sin poder decir nada; sin voz ni voto. Así los dejó el arbitrario cambio de
nombre que les impusieron las autoridades municipales en pleno régimen militar.
Incluso, cuenta Flor, “se dejó de celebrar hasta el aniversario de la población
porque, como éramos 6 de mayo, celebrábamos en esa fecha y después como nos
llamaron 21 de mayo ya nadie celebraba pues tenía más que ver con el combate naval
de Iquique que con algo propio… además fue impuesto desde la municipalidad”. Lo
mismo ocurrió con el cambio de nombre de varias calles: “son nombres que no insinúan
nada, son neutros o son nombres de militares, por eso los eligieron”.
Ambos acontecimientos reflejan el estado de desarticulación en que se sumieron
muchas de las poblaciones originadas en tomas de terreno tras el golpe de estado. La
represión política, el temor, las acciones impuestas desde los propios municipios o la
persistente desventaja socioeconómica, fueron factores que cambiaron radicalmente
las formas de participación. Son años en que primaron la desconfianza, donde las
diferencias se agudizaron y donde la función social de los dirigentes comenzó a
desprestigiarse, pues muchos fueron impuestos como una forma de desincentivar los
liderazgos naturales de la comunidad.
Con la perspectiva del tiempo, los jóvenes de hoy son aún más críticos. Después del
golpe, no recuerdan haber visto cambios positivos, aunque reconocen que eso ha
variado en los últimos años con la recuperación de la democracia. En tono irónico
señalan que de las formas iniciales de organización ha perdurado “sólo el árbol
de esa esquina”. Para ellos, las juntas de vecinos todavía cargan con el estigma
antidemocrático o con aprovechamiento que hicieron algunos dirigentes en aquellos
años oscuros.
Solidaridad que prevalece
Durante la toma, difícilmente alguien habría imaginado que la
fuerza e iniciativa que los llevó a instalarse en los terrenos del
fundo San Rafael, se convertiría en temor y apatía durante los
años del régimen militar. Sobretodo, relatan, porque los dirigentes
de entonces contaban con una legitimidad moral a toda prueba,
debido también a que la toma de decisiones se definía en
reuniones o asambleas donde primaban los intereses colectivos.
La subsistencia era un asunto de todos.
fue perdiendo. Una vez en sus terrenos definitivos, “los comités
dejaron de respetarse y de cumplir sus funciones con el mismo
respeto que antes”, opinan.
Desde una perspectiva sociológica, este cambio podría explicarse
por la urgente necesidad de cohesión que primó durante la toma
de terreno. La subsistencia, el día a día, la seguridad, así como el
éxito de los objetivos propuestos dependían casi exclusivamente
de la disciplina y tensión que pudieran imprimirle a las tareas y
modalidades de organización colectiva durante aquel duro invierno
Ejemplos sobran: “Se nombraban comités para cuidar a los niños,
para hacer las letrinas, para cuidar el aseo de todo el interior;
era una organización excelente”. Ningún detalle quedó al azar, se
definieron los accesos a la toma, se instaló una carpa central con
alto parlante para dar avisos y mutuamente se apoyaban cuando
los trabajadores temporales debían viajar fuera de Santiago por
turnos extensos o largas temporadas.
Aquellos primeros meses no sólo quedaron marcados por la buena
capacidad organizativa, sino por el objetivo común de obtener una
vivienda y por la convicción de que juntos avanzarían más que
en forma individual. Recuerdan también que la participación era
pareja: “Los cabros más jóvenes salíamos a recoger la basura ya
que la municipalidad sólo mandaba el camión, entonces aquí todos
éramos pionetas, hombres y mujeres, cabros chicos. Después que
terminábamos nos íbamos a la sede de la junta de vecinos y nos
daban una taza de café con leche y un sándwich“, recuerda José.
Con la llegada al terreno actual, y tras sortear aquellos duros
nueve meses de la toma de terreno, la dinámica organizativa
utilizada hasta ese momento se vio agotada. Algunos opinan
que los dirigentes de esta etapa “no tenían la misma calidad
de los iniciales”, pues con el tiempo la impronta fundacional se
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de 1967. Si para enfrentar el frío de la nieve, los dirigentes
instruían a preparar fogatas en cada carpa, nadie lo ponía en
duda.
Con la instalación en los terrenos definitivos, la edificación de la
casa propia y el natural anhelo de volver a una vida normal se
superpusieron a los grandes proyectos colectivos. Pero a pesar
de estos sutiles cambios, la comunidad aún tenía mucho por
hacer. Así, se continuaron impulsando colectivamente una serie de
iniciativas y obras que iban en directo beneficio de la comunidad,
entre ellas las plazas, la escuela, la sede vecinal, entre tantas
otras.
Hay coincidencia de que durante la etapa de la toma y de la
instalación definitiva, los dirigentes tenían características y
liderazgos similares y fueron capaces de ganarse la adhesión
y lealtad del conjunto de la comunidad. Aquello facilitó el
establecimiento de reglas y normas de convivencia. Sin embargo,
a la hora del recambio, eran difíciles de reemplazar ya que su
influencia era tan grande que escasamente pudieron emerger
otros liderazgos que continuaran esa labor.
La disciplina y la orientación a la tarea, vital para los primeros
meses, no dieron paso a la delegación de funciones, algo que
finalmente tendría un peso negativo en los años siguientes. “Si
no estaban ellos dirigiendo las acciones, las cosas no se hacían”,
cuentan con autocrítica.
Pero de esos primeros años también surgieron nuevas formas de
participación. En 1969 se creó un centro de madres, las familias
recolectaban fondos para las celebraciones de fiestas patrias
donde se compartían empanadas, chicha y dulces para los niños.
También se realizaron memorables paseos comunitarios, como los
organizados por el pasaje Chuquicamata, así como la recolección
de juguetes para la navidad de los niños, colectas o ventas
de comida para apoyar a familias en casos de fallecimientos o
enfermedad.
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Se trataba de acciones solidarias, a veces espontáneas, que fueron
impregnando de sentido colectivo a la población una vez instalada.
“Pienso que esos años no van a volver nunca, porque había una
unión muy grande, ya que no había un primero yo, segundo yo,
tercero yo… ahí éramos todos uno, éramos todos para uno…”.
Eran años en que todo se compartía, recuerda Victoria, bautizada
así por el logro conquistado por la población: “Mi papá nos traía
locos y otros mariscos, y mi mamá empezaba a repartirle a los
vecinos, porque al final todos terminábamos comiendo lo mismo, y
ocurría igual cuando hacía pan amasado, o sopaipillas”.
Auxiliarse mutuamente también era un rasgo que prevalecía.
“Cuando mi papá se quebró una pierna y estuvo enyesado como
un mes, los compañeros de ese tiempo se organizaban y siempre
llevaban cosas para la casa, estaban pendientes de mi mamá,
y cuando había que llevar a mi viejo al hospital Barros Luco, y
como no había micros por aquí cerca, ellos lo sacaban en carretilla
hasta Lo Martínez”, relata emocionada una pobladora. Lo mismo le
ocurre a Alejandra, al recordar su historia familiar “siempre tengo
el recuerdo de un plato puesto en la mesa aparte de los nuestros,
y siempre había un invitado, que era un vecino de al frente o una
persona que estaba sola…”.
Consecuencias del golpe militar
Entre 1972 y el golpe de estado, primó el desabastecimiento y
comenzaron a producirse fricciones y diferencias políticas según
cuán cerca o lejos se sentían los pobladores del gobierno de la
Unidad Popular. Al igual que en otros sectores de la sociedad
chilena de esos años, se empezaron a agitar los ánimos
levantando recelos y mutuas acusaciones. Para algunos las JAP
lograron mantener cierto nivel de abastecimiento, pero para otros
“hubo mucho oportunismo”.
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Para el 11 de septiembre de 1973, los dirigentes informaban
a través de los parlantes de la junta de vecinos lo que iba
ocurriendo en La Moneda, así como de la muerte del Presidente
Allende. A las horas llegó un grupo de Carabineros para terminar
las transmisiones y llevarse detenido a don Carlos Mejías, quien
se encontraba en ese momento en la sede vecinal. El argumento
fue que no contaban con permiso para esas emisiones ya que eran
“propaganda política”.
Después del golpe las familias comenzaron a vivir sus
problemáticas en solitario, ya que se instaló un temor generalizado
a raíz de los primeros allanamientos. “La gente que llegaba
poquito después de la hora del toque de queda prácticamente la
molían a palos, aquí los militares y carabineros nos daban duro”,
recuerdan. Al “Cojo Lucho”, que era un quiosquero que vendía
diarios y golosinas le dispararon en la esquina de su casa, varios
no volvieron tras los allanamientos, la señora de don Calos Mejías
fue detenida y, luego de su regreso, recuerda don Carlos, los
vecinos los observaban con temor: “Creían que los iban a llevar
presos si me saludaban”.
De esos años también se evoca el funcionamiento “medio a
escondidas” de la junta de vecinos y su posterior desaparición.
“Aquí la junta de vecinos, en el fondo, desapareció. O sea, lo
físico estaba, pero quien acudiera
a atender a alguien no había,
ni siquiera el mini consultorio”.
Aunque estaba prohibido reunirse,
la situación dio paso a nuevas y
creativas estrategias de participación
social. “A los talleres de mujeres nos
traían información y nosotras éramos
las portavoces para otra gente, e
incluso cuando llegaban alimentos
salíamos a repartirlos, pese a que Lo
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Martínez estaba acordonado”. Los hombres, en cambio, usaban
los partidos de fútbol y los clubes deportivos: “Aprovechábamos
de hacer reuniones con fines deportivos para traspasarnos
información, de la poca que había”.
De ese período destaca la figura del “cura René” quien llegó a la
toma vecina de San Rafael, potenció la actitud humanitaria y luchó
por la mantención del policlínico. Se le acusó de ser comunista
y de tener armas en su casa. Nunca más volvió, pero les dejó el
legado de estar siempre disponibles para ayudar. “Pese a que,
cuando llegó, lo cogotearon y lo dejaron en pelota pero siempre
decía -los últimos van a ser los primeros-”, recuerdan con sonrisas.
De la Granja a La Pintana
Entre 1974 y 1976 las juntas de vecinos fueron designadas por
la municipalidad lo que repercutió en una importante baja en
los niveles de participación. “Desde el golpe hasta el 76, las
actividades a nivel poblacional se perdieron y cuando quisimos
organizarnos y participar, llegaban apenas seis personas o menos”.
Incluso explican que algunos dirigentes impuestos no pertenecían
ni a la población, ni a la comuna: “Hubo uno que era de Puente
Alto, y que no tenía idea de cómo funcionaban las cosas”. A ello
se suma, explica Gloria, que “en esos años los dirigentes eran
pagados y hacían un turno en la mañana y otro en la tarde y nada
más”. Fueron años sin veredas, sin pavimentación, sin plazas,
sin ningún adelanto y con un alcalde que vivía en Las Condes.
“Éramos poblaciones mal miradas, junto a la 22 de julio, por ser
habitadas por personas en su mayoría de izquierda y que tenían
tras suyo la historia de una toma de terrenos”, explican.
Coinciden esos años con un hecho distintivo. La transición de
pertenecer a la comuna de La Granja, que llegaba hasta el
paradero 16 de avenida Santa Rosa, a formar parte de la comuna
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de La Pintana, como producto de una
extensión de esta última. Dicho cambio
se produjo en 1982, cuando el alcalde
era Tulio Guevara.
Si bien los relatos se confunden y se
pierde la nitidez de las fechas exactas,
prima la percepción de un vacío
organizacional. Algunos hablan de años
buenos, cuando en los 80 se comienza
a perder el temor. Otros hablan de las
divisiones políticas que se cristalizaron
nuevamente en los años 1985 y 1986.
“Ahí no se encontraba a nadie. Uno
necesitaba algo y nunca logramos
nada, no había un dirigente”. Como ya
se mencionó, en contraposición con la
inoperancia de las juntas de vecinos,
se formaron nuevas agrupaciones,
entre ellas centros culturales, centros
de madres y clubes deportivos que
prevalecieron hasta finales de los
años ochenta, cuando el plebiscito
permite establecer nuevas estructuras
de organización con el objetivo de capacitar a la gente para ser
vocales de mesa o apoderados del Sí o del No.
Para ello toda actividad donde se juntara un grupo de personas
servía, y es así como al momento de ir a buscar a los niños al
colegio, “en secreto, y de a poquito le dábamos vuelta la tortilla
a la gente”, o en los “puerta a puerta” entregando información o
cuando se organizaban por pasajes para hacer las veredas.
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Retorna la democracia
Con el término de la dictadura se produce la democratización de
las juntas de vecinos, proceso que se potencia por el renovado
entusiasmo que primó en los primeros años de la década de los
noventa, cuando emergieron nuevos dirigentes que buscaban
motivar la participación de la población.
En los noventa, con el apoyo del Municipio, del Fondo
de Solidaridad e Inversión Social, Fosis, y con pequeñas
organizaciones de vecinos se mejoraron plazas y espacios
comunes. Cada grupo trabajó para ubicar los árboles, definir los
senderos, plantar el pasto y hacer de estos lugares espacios para
el esparcimiento y la recreación. Igual situación se vivió para la
pavimentación de las calles y para las actividades de celebración.
De a poco, desde cada pasaje, se fueron retomando las acciones
colectivas. “En la calle Teniente José Pérez Canto, donde vivo se
sigue con la tradición de los regalos para los niños y hacerles una
buena comida, gracias a la cooperación de los vecinos”, explica un
joven. En el pasaje Exótica, siguen reuniéndose para cada navidad
y año nuevo, ocasión en que juegan al amigo secreto, se adornan
las calles con guirnaldas y se prepara una once para los más
pequeños.
Con el programa Quiero Mi Barrio, del Ministerio de Vivienda y
Urbanismo, muchos tienen la esperanza de que estas pequeñas
comunidades al interior de la población, volverán a unirse por
proyectos mayores. Los más jóvenes, aquellos que nacieron en
la población después de la toma, no creen en la generalización
que hacen los mayores respecto de que todo está mal, ya que
en los últimos años se han retomado las prácticas solidarias y
la organización a nivel de cuadras. Ellos mismos han preparado
fiestas y completadas para recaudar fondos en ayuda de vecinos
enfermos o personas que necesitan costear tratamientos caros de
salud.
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Con todo, la opinión compartida es que faltan muchas cosas por
hacer, integrar a más vecinos en la organización de actividades,
hacer crecer los clubes deportivos y ofrecer nuevas opciones
de entretención para que los niños “no anden puro pelusiando”.
Hoy se están dando tiempo para volver a soñar, para aprender a
reconocer y respetar las nuevas formas de organización que se
dan las generaciones más jóvenes, para valorar las iniciativas de
un pasaje, tanto como aquellas impulsadas por entidades más
formales. “Para progresar -remata don Carlos- hay que confiar en
todos y sumar, por eso es bueno que se integren los más jóvenes”.
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CAPÍTULO III
LAS MUJERES DE LA 6 DE MAYO
D
esde los orígenes de la Población 6 de Mayo, las mujeres jugaron un rol clave.
Ellas fueron protagonistas de la organización de los comités de los Sin Casa, antes
de la toma de terrenos. De hecho muchos de los sitios definitivos quedaron a
nombre de las mujeres, una suerte de reconocimiento generalizado debido al papel que
tuvieron en la conquista de la vivienda propia. “Nosotras estábamos a cargo de la toma
porque los maridos trabajaban”.
Por su parte, cuando las asistentes sociales se encontraban con maridos abusivos,
inclinaban la balanza hacia las mujeres dejándolas a ellas como dueñas de la propiedad.
“Cuando hablé con la visitadora le pedí por favor que dejara el sitio a nombre de mi
señora, porque ella fue la que se tomó el sitio, le dije que ella era la verdadera dueña.
Pero la señorita no quiso y me dijo que hacían eso con los maridos que tenían cara
de malos y que yo no tenía esa cara. Así que le tuve que decir a mi señora que no fue
culpa mía”.
En una época en que los roles masculino y femenino eran más rígidos que hoy -ellas
a cargo de la familia y ellos de la generación de ingresos para la subsistencia- las
mujeres pusieron en la causa de la vivienda mucho más que sus destrezas domésticas.
En efecto, las pautas tradicionales que definen a las mujeres como seres vulnerables,
victimizados por la rudeza de la vida, emocionalmente inestables o carentes del
vigor que se requiere para emprender grandes proyectos, quedaron obsoletas cuando
cruzaron avenida Santa Rosa aquel 6 de mayo de 1967.
No sólo tomaron un camino que a todas luces parecía arriesgado e incierto, además
se dedicaron con insistencia a avanzar en cada uno de los trámites, procesos, tareas
y acciones que debían tomarse como población. La estrategia de
estas mujeres fue clara: dirigir sus pasos directo a la meta.
Para muchas, participar primero en la organización de la toma y
luego en el diseño de la comunidad que deseaban construir, las
ubicó en una posición probablemente desconocida hasta entonces.
Ellas estaban en una situación de poder y desde allí generaron las
redes y las iniciativas necesarias para concretar sus objetivos. Si
bien, primaba en ellas el deseo de ofrecer mejores oportunidades
a sus familias, en el proceso ellas se constituyeron en sujetos
sociales y políticos de gran significación y aunque no eran mayoría
en las instancias formales de la dirigencia, muchas llegaron a
ocupar puestos de responsabilidad pública que hasta hoy son
reconocidos y valorados.
En este caso, el espacio cerrado del hogar dio paso a un espacio
mayor en la esfera pública. La comunidad, a través del trabajo
colectivo, desdibujó las rígidas barreras que mantenían a las
mujeres relegadas a la cocina y a la crianza de los hijos.
Para cuando la crisis económica de los años ochenta mermaba
la subsistencia familiar, las mujeres de la Población 6 de Mayo
se incorporaron a la fuerza laboral, aunque la mayoría en oficios
que significaban una extensión del trabajo doméstico. Con todo,
fueron muchas las que ganaron en autonomía económica y en
autovalía. “Mi mamá se levantaba temprano, iba a trabajar y
nosotros nos quedábamos con mi hermana cuidando al más chico,
o sea siempre mi mamá tuvo que trabajar porque mi papá de
repente pasaba sin trabajo”.
En la actualidad es difícil pensar que un solo ingreso sea suficiente
para la subsistencia familiar “ya que los sueldos no alcanzan”,
dice Gloria. En su mayoría se trata de trabajos que corresponden
a empresas de aseo o como empleadas de casa particular, pero
“también tenemos profesionales que son las mujeres más jóvenes
y que tuvieron la posibilidad de continuar sus estudios”.
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Salir a la calle
Luego del golpe militar, cuando no podían hacerse reuniones
públicas y la dinámica participativa de la población se escondió
tras las puertas, las mujeres de la 6 de mayo nunca dejaron
de imaginar formas que permitieran mantener vivo el trabajo
colectivo. Los centros de madres fueron una fórmula, la
participación en las protestas de los años ochenta fue otra. “Las
mujeres siempre hemos sido más cautelosas que los hombres
y más inteligentes”, dice Fresia. “Íbamos al centro a protestar,
como en tres micros llenas, nos mojaba el guanaco, y después
nos devolvíamos todas juntas en las micros… éramos unidas
y seguíamos luchando, y ayudándonos como mujeres, para
superarnos y salir de la dictadura”.
En tales momentos poco importaban
los colores políticos o las diferencias
que existían entre las vecinas, ya que
lo único relevante “era liberarse de la
junta militar”. También recuerdan sus
detenciones: “A mí -dice Alejandrame detuvieron como cinco veces,
me pegaron, porque era falso eso de
que a las mujeres no las tocaban, y
además protegíamos a personas en la
casa, gente que andaba arrancando.
Fueron años duros, pero muy buenos,
de lo contrario no hubiésemos tenido
tanta conciencia”. Recuerda también
que para las protestas al interior de la
población, juntaban neumáticos para
cortar las calles grandes y salían a
hacer rayados, incluso en 1985 cuando
las patrullas militares recorrían con
frecuencia el sector.
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Autonomía
También buscaron formas para mejorar sus condiciones de vida
al interior de sus propios hogares porque a pesar de su valor,
“las mujeres seguían siendo muy sometidas, el marido mandaba
y se hacia lo que él decía”, explica Gloria. Por eso “empezamos
a crear conciencia entre las mujeres, a exigir que se respetaran
sus derechos también en la casa y luego también nos metíamos
en política”. Son años, recuerdan, de gran movilización social y
decidieron no quedarse al margen. “Íbamos a los actos del ocho
de marzo, el día internacional de la mujer y pese a que estaba
prohibido, igual íbamos”.
También organizaron talleres de desarrollo personal para las
mujeres de la población. “Nosotras les decíamos: mira, tú primero
tienes que empezar a valorarte a ti misma, a quererte
más”. Contaron con el apoyo de organizaciones no
gubernamentales y de grupos de mujeres que les
facilitaban información, les daban charlas, las apoyaban
con terapias psicológicas y con información sobre salud
sexual, así como con capacitación para la generación
de ingresos propios a través de la confección de
artesanías y arpilleras que se transformaban en aportes
económicos para las casas. Tal desarrollo, las fue
ubicando en una posición de mayor igualdad con los
maridos.
Con ansiedad, las mujeres esperaban el día del taller.
Dicha experiencia se replicó en la mayoría de las
manzanas de la población, así como en distintas zonas
de Santiago. Fue, sin duda, una estrategia de resistencia
en muchos sentidos y una gran oportunidad para
desarrollar sus múltiples potenciales y su autoestima.
“Era una instancia muy importante, para comunicarse y
para poder compartir con otras mujeres”, recuerdan.
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A su vez, la sexualidad se fue convirtiendo en un tema
cada vez menos tabú. Hablar abiertamente no sólo permitió
compartir experiencias en un diálogo entre amigas de distintas
generaciones. Se convirtió también en un tema político, donde se
reivindicaba la libertad, el placer, la responsabilidad compartida
de la reproducción y la autonomía del cuerpo. No fue fácil, al
principio el pudor impuso barreras que fueron sorteándose en un
clima de confianza, de modo que lentamente fueron hablando de
anticonceptivos o de cómo prevenir enfermedades de transmisión
sexual, entre tantos otros temas.
Gloria, explica que algunas experiencias la sorprendieron, como
una pobladora que comentó sobre la vergüenza que sentía con
su desnudez o la confesión de muchas mujeres que contaban
que nunca habían “sentido
nada” y recién a partir de los
talleres comenzaron a mirar
su propia sexualidad de un
modo más consciente.
Victoria
Puede que haya sido una
casualidad, puede que
incluso haya nacido un
varón primero, pero todos
concuerdan en que Ana
Victoria nació la misma
madrugada de la nevazón.
Su segundo nombre fue
propuesto por el dirigente
Ricardo Rojas, el “compañero
Rojas”, como le decían.
Ana cuenta que “justo en
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esas fechas entregaron algunos de los terrenos, entonces él le
propuso a mi mamá ese nombre y ella aceptó”. La versión de
otros vecinos dice que “justo el día que ella nació, nos avisaron
que ya nos veníamos al fundo”. Y otros señalan que por la nieve la
madre no se fue al hospital y el parto terminó siendo en la toma.
La vecina Luzmira Pereira llegó a cortar el cordón umbilical de la
recién nacida “porque lo demás se lo hizo ella sola”. Ana dice que
agradece que su historia tenga ese origen y también se siente
orgullosa de llamarse Victoria.
Solidaridad extra
Pero las mujeres de la población no sólo recuerdan el nacimiento
de Ana Victoria, el dolor de las desapariciones, las múltiples
estrategias de supervivencia, su participación en las jornadas de
protesta nacional o aquellos resguardados espacios de complicidad
entre mujeres. Alejandra señala que la solidaridad fue también un
rasgo que permaneció inalterable: chocolatadas, títeres, obras de
teatro, tizadas, celebraciones.
Por eso no sólo ellas se sienten orgullosas de lo que les tocó
vivir, sino que respetan mucho lo hecho por sus madres cuando
decidieron tomarse aquellos terrenos. “A veces le digo a mi vieja
que a pesar de toda la consciencia que tengo, no sé si viviría en
una toma o en un campamento, no creo que aguantaría lo que
ellas enfrentaron”, reflexiona Alejandra.
- ¿Vivir en un campamento?, le pregunta Alicia.
- Claro, lo encuentro muy duro.
- Con fonolas, plásticos y cartón, y en medio del barro, agrega
Gloria.
- Eso es lo valorable, porque hay mucha gente que conozco
y que dicen que lucharían, pero no se si serían capaces de
aguantar lo que ellas vivieron esos primeros años, con cabros
chicos, defendiendo su toma y apoyándose entre ellas, ya que los
hombres sólo estaban en las noches y los fines de semana.
Reconocen también que cada mujer de la población es una
historia diferente. Tanto las de ahora, como las de antes. Y si
bien las condiciones han mejorado, saben que seguirán luchando.
“Ahora hay más mujeres que trabajan y que salen de la casa, que
tienen más libertad… pero siempre van a haber mujeres que se
quedan esperando que llegue el marido”. Cuando hablan de las
separaciones, señalan que “esas mujeres no les permitieron más
a sus maridos que las maltrataran, no quisieron seguir siendo
pasadas a llevar”. “La mujer ahora está viviendo un gran cambio,
quiere trabajar no sólo por necesidad, quiere estudiar, quiere
sentirse realizada en lo personal, quiere tener su pareja e incluso
está postergando su maternidad, ya hay menos niñas chicas
embarazadas”, reflexionan.
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CAPÍTULO IV
CONVIVENCIA Y RECREACIÓN
E
l festejo y la recreación son parte de la identidad de la Población 6 de Mayo.
Desde su origen, son variadas las iniciativas que se han desarrollado en estos
años para motivar la recreación, un rasgo que los ha ayudado a matizar las
adversidades con alegría y ánimo de encuentro. Ese espíritu fue intencionalmente
buscado cuando comenzó en la población el trabajo del programa Quiero Mi Barrio.
Junto con rememorar las prácticas pasadas, se hizo un esfuerzo por recuperar y
reinstalar iniciativas que, incluso hoy, son disfrutadas con igual ilusión por las distintas
generaciones que dan vida a esta comunidad.
Alegrías de antaño
Primero fue posada o quinta de recreo, luego prostíbulo y ahora una iglesia. La
llamaban El Pupullano o El Cucuyano y fue un lugar de encuentro para la naciente
comunidad de aquellos años. Quedaba en General Silva, cerca de la avenida Imperial
donde “íbamos todas las tardes a bailar”.
Cuando dejó de existir como posada, las reuniones se trasladaron al restaurante
Las Gemelas, cuyo dueño, Fernando Cares, llegó con la toma. Primero se instaló en
una barraca en la manzana 20 y aunque, recuerda, por años imperó ley seca en la
población, en 1970 abrió una de las primeras botillerías que luego se convirtió en
el primer bar - restaurant de la 6 de Mayo. El nombre se lo deben a las hijas del
propietario que nacieron ese mismo año. Además de la buena comida, el lugar era un
punto de encuentro para escuchar radio y ver televisión. Actualmente la señal es por
cable y un wurlitzer anima los bailes.
Cuando el calor del verano se imponía
con fuerza, la piscina era el panorama
favorito. Era un simple tranque pero
representaba un gran premio para
quienes cumplían con sus obligaciones:
“Había que pegarse el tremendo pique,
uno iba de picnic al tranque. Allí se
bañaban chicos y grandes, como la
señora Cora Correa que se iba a bañar
con nosotros. Si terminábamos lo
que nos correspondía, podíamos ir a
bañarnos o a jugar”.
Los paseos de fin de año son evocados
recurrentemente pues implicaban un
gran esfuerzo organizativo por pasajes
y cuadras. Se trataba de una gran
actividad comunitaria en la que participaban numerosas familias
en los distintos preparativos. Llegado el día, se subían a la micro
con destino a Peñaflor o Cartagena. “Partíamos tipo dos de la
mañana y uno estaba todo el día, comía huevos duros con arena,
pollos con arena, y aunque estuviera nublado nos bañábamos
igual, y después regresábamos todos juntos para Santiago”.
Los domingos la entretención se trasladaba a la cancha del club
de fútbol Pedro Araya, cuyo nombre fue puesto en honor al
destacado jugador de la década del sesenta. “Allí nos poníamos
todos a mirar fútbol. Íbamos en familia y lo bueno era que no
había peleas… era tan lindo, era una cosa hermosa ser partícipe
de eso”.
Club de Futbol
Estrella Roja.
Los centros culturales también han sido iniciativas de larga data
en la población. Así lo recuerda José, cuando menciona al centro
Ernesto Jarillo Araya que logró convocar a más de cien socios en
Viaje a la playa.
Pero no había que esperar fin de año para salir de paseo. “Como
vivíamos entre puros potreros, íbamos por ahí a caminar, a sacar
moras, a jugar a saltar los canales para el otros lado de San
Francisco, a subir los cerros cercanos o a tendernos bajo los
árboles frutales”. Estas aventuras incluían sacar sapolio del cerro o
encontrar greda.
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una casa de tres por seis metros. En ese espacio se realizaron
obras de teatro de conocidos dramaturgos, como Isidora Aguirre,
y funciones de circo, entre tantas otras actividades artísticas
impulsadas desde 1969 hasta 1975, cuando las organizaciones
vecinales entraron en receso y las reuniones estaban limitadas por
el toque de queda o la represión.
Equipo de futbol
de niños.
Entre los personajes entrañables de esta historia destacan aquel
vecino que sigue viviendo en Teniente Cruz Martínez y que por
esos años arrendaba su piscina: “Íbamos todas las tardes a
bañarnos ahí”. También recuerdan al “finado Castro” a quien le
faltaba una mano, un pie y un ojo, pero era el alma de la fiesta:
“Las animaba, bailaba, pintaba los letreros y se disfrazaba para
entretenernos a todos”, o el “Caszely” que arrendaba bicicletas y
patines por diez pesos la manzana.
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Presente
Posando ante la
cámara.
Con el retorno de la democracia, cuando poco a poco comienzan
a recuperarse la osadía, la confianza y las ganas de participar,
la recreación y la cultura retomó su lugar en la población. Son
diversas las iniciativas que han recuperado viejas prácticas de
recreación comunitaria mezclándolas con las nuevas motivaciones,
géneros artísticos y talentos presentes en el barrio.
Luego del arduo
partido.
Los más jóvenes hablan de las tardes de cine de los sábados
cuando se proyectaban películas en la junta de vecinos, y sin
duda, la creación del centro cultural Calle CC, que ya lleva más de
diez años de trayectoria, y es una de las organizaciones juveniles
más importantes de la población. La plaza central, es uno de
sus lugares favoritos para sorprender a los vecinos con ritmos y
alegría; pero también realizan murales, uno de los cuales está en
la sede vecinal, además de desarrollar otras expresiones artísticas
como la escultura que representa a un batuquero y que a los
niños les encanta.
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Algo similar realiza el comité cultural
Rayén Mapu, que surgió ligado al
programa Creando Chile en Mi Barrio,
del Consejo Nacional de la Cultura y
las Artes. Desde su formación en 2007,
ha trabajado estrechamente con el
Consejo Vecinal de Desarrollo (CVD) en
la animación cultural y artística de la
población. Rayén Mapu está integrado
por distintas organizaciones como La
Calle CC, el conjunto Las Rosas y el
Clavel, el centro de madres La Exótica,
los clubes La Amistad y Renacer a la Vida. “Más adelante se nos
sumaron miembros de la comunidad mapuche Kiñe Pu Liwen y
vecinos, que sin pertenecer a ninguna organización, se interesaron
en el trabajo cultural”.
Una de sus actividades más llamativas es la banda de percusión,
con más de veinticinco integrantes y cuyo fuerte son las
batucadas. “Nuestra motivación -cuenta Sergio Gómez- es hacer
música y entregar alegría”. Recientemente están ampliando su
quehacer a través de la formación de redes intercomunales que
integran a otros centros culturales de las comunas de la zona sur
de la Región Metropolitana, como Padre Hurtado, El Bosque y San
Bernardo. De esta forma buscan ofrecer una variada gama de
actividades a sus propios barrios, en una suerte de gran enlace
cultural.
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Gran parte de la reactivación del quehacer cultural de la 6 de
Mayo surge con la creación del Consejo Vecinal de Desarrollo, en
el marco del Programa Quiero Mi Barrio. A partir de las comisiones
de trabajo y del entusiasmo de los vecinos, muchas de las
iniciativas existentes pudieron coordinarse para reforzar su labor
y ofrecer a la comunidad una variada gama de actividades para
todas las edades, vocaciones y gustos.
De este modo, se han realizado numerosos talleres, entre ellos,
de fotografía, arpilleras, aeróbica, circo, danza árabe, tango,
salsa, muralismo, serigrafía, literatura, telar y cocina mapuche o
teatro. “Me inscribí en el taller porque quería aprender algo nuevo,
hacer amistades y compartir experiencias”, cuenta Josefina. Por
su parte, Gini explica que su participación en el taller de aeróbica
responde a querer salir de su rutina de dueña de casa, pero que
ha terminado conociendo más a sus propios vecinos.
deportivo Edilio Mena reúne a 120 personas entre niños y adultos.
Como parte de la liga de San Rafael, organiza amistosos junto
al club deportivo Juventud La Granja, que convoca a otros 150
vecinos. La tradición del fútbol de barrio se remonta a los primeros
días de la población, y al igual que ayer, congrega a las familias
y amigos del barrio. Por eso para el aniversario de la población
se organizó el campeonato Aniversario 2008 Barrio 6 de Mayo,
en el cual participaron veinticuatro equipos -en las categorías
La Compañía Circo Ambulante, que
inició su labor en la comuna de Puente
Alto, impartió talleres a más de
veinte niños en la Plaza Víctor Hugo
Valenzuela. “Enseñamos técnicas como
el malabarismo, el trapecio y los clown
o payasos, pero lo más importante
es usar el circo para promover el
desarrollo personal, la superación
individual y el apoyo grupal. Queremos
generar autonomía desde la práctica,
que sean capaces de montar una
estructura gigante, que requiere de
mucha organización y de conocerse
como grupo” cuenta Miguel Molines
profesor del taller.
Por su parte, los adultos mayores
tienen su propia agrupación en el club
Renacer a la Vida, que se coordina
con otras organizaciones similares
para realizar paseos y actividades
impulsadas desde el gobierno.
El deporte también tiene un espacio
en la vida de la población. El club
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hombres adultos, juveniles, niños y
mujeres- congregando a trescientos
participantes. Claro que el mayor
entusiasmo se centró en las mujeres
pues “son partidos más familiares,
donde las chiquillas vienen con su
barra, con sus hijos y maridos. Cuando
ellas jugaron las canchas se llenaron,
mínimo cien personas”.
Pero la población no sólo retomó
expresiones deportivas, sino tradiciones
que se remontan a su fundación. Por
ejemplo, embanderar las calles y casas,
adornar los pasajes para el aniversario,
fiestas patrias, navidad, año nuevo o
cualquier celebración de la comunidad.
Así, esa misma bandera que flameó en
los primeros días de la toma, o aquella
que instalaron cuando se trasladaron a
los terrenos definitivos, no sólo se ha
vuelto un símbolo en su memoria, sino
que se ha reinstalado alegremente en
las calles de la 6 de Mayo.
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CAPÍTULO V
HACIENDO BARRIO
L
a extensa trayectoria de organización, aún con períodos de letargo y escasa
participación, pero con el constante deseo de seguir plasmando los sueños que
motivaron a los pobladores de la 6 de mayo a dar el salto de sus vidas hace
cuarenta y dos años, ha sido un factor clave para la instalación en la comunidad del
Programa Quiero Mi Barrio, del Ministerio de Vivienda y Urbanismo.
En efecto, uno de los resultados más valorados ha sido la revitalización del carácter
fundador de esta población. Así también lo ha sido la integración de diversos actores de
la comunidad, jóvenes, adultos mayores, mujeres, niños, trabajadores, jefas de hogar,
entre otros. Esta rearticulación les ha permitido “recuperar lo que era antes”, frase
habitual que alude al entusiasmo y a la fuerza que debieron poner para el éxito de una
aventura osada pero que marcó el destino de tantas generaciones.
No es casual que se haya escogido a la plaza Víctor Hugo Valenzuela como la obra de
confianza para dar el vamos al programa. Allí radica buena parte de la historia de esta
comunidad y refleja, también, los desafíos futuros. Otro hito en este proceso fue la
recuperación del nombre original de la población, el cual había sido reemplazado por 21
de Mayo en tiempos del régimen militar. Las celebraciones realizadas para festejar tal
rescate ilustran el grado en que los sentimientos de pertenencia, identidad y cohesión
están vinculados a la epopeya originaria. El gesto de borrar aquella parte de la historia
devino en una serie de consecuencias que, junto a otros factores políticos, sociales y
comunales, fueron disgregando uno de los rasgos más significativos del barrio, su gran
capacidad organizativa.
Sin embargo, la solidaridad junto a la necesidad de mantenerse
unidos para convertir las conquistas del pasado en avances
del presente, mantuvieron latente el espíritu colectivo de la
Población 6 de Mayo y sobre esa base el programa Quiero Mi
Barrio ha realizado su tarea. Un ejemplo de ello son las fiestas de
aniversario, las renovadas actividades culturales, los campeonatos
entre las distintas manzanas y la recomposición de las relaciones
entre vecinos.
“Hemos vuelto a tratarnos de compañeros”, dicen algunos,
mientras otros destacan la trama social que los envuelve: “Aquí
hay gente con la que tenemos historias comunes, y es bueno
volver a encontrarse y tratarse con cariño, como si uno fuera de
la familia”. Además, con el paso del tiempo se acuñó suficiente
confianza para re-encantar y atraer a nuevos rostros. “Antes era
la junta de vecinos y un grupito más, ahora tenemos más gente
y junto a eso, se han logrado acuerdos con los vecinos y se ha
recuperado la credibilidad”.
Lo mismo ocurre con las obras, donde los vecinos destacan la
remodelación de la mencionada Plaza Víctor Hugo Valenzuela,
la primera plaza de cinco que considera recuperar el programa.
Obra de confianza que no sólo ha permitido mejorar su estado,
considerando los años en que no tuvo mejoras, sino que ha
fortalecido un espacio para compartir y para sentirse orgullosos:
“Ha traído unidad, ha permitido que la juventud tenga un espacio
digno para organizarse y hacer sus actividades y se ha vuelto un
gusto estar en la plaza”.
Por su parte, los talleres implementados no sólo fueron atractivas
y novedosas formas de reunir a la comunidad, también, como en
el caso de las arpilleras, permitieron generar recursos y retomar
una actividad que se hizo emblemática en tiempos de dictadura,
cuando a través de dicha artesanía se contaba el tejido de los
acontecimientos.
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Para los jóvenes, los talleres de circo, de aeróbica, de danza
y fotografía, así como las batucadas, fueron esenciales para
motivar su integración. Se sintieron considerados, partícipes
y protagonistas. Para Claudia, tomar el taller de fotografía fue
mucho más que el aprendizaje de una técnica “porque siempre
estuve relacionada con el tema, ya que mi padre, Oscar León
-uno de los miembros de la toma-, solía tomar fotografías a los
vecinos y familiares en matrimonios, graduaciones o bautizos”.
Una evaluación igual de significativa le asignan los más de veinte
niños y jóvenes que integraron el taller de circo y que han hecho
suyo el espacio de la plaza y las colchonetas, clavas, telas, pelotas
y diábolos que han alegrado el lugar.
Tarea a pulso de todas y todos
La Población 6 de Mayo es uno de los doscientos barrios del país
que iniciaron un proceso histórico de recuperación en el marco
del Programa Quiero Mi Barrio, del Ministerio de Vivienda y
Urbanismo, uno de los sellos de la Política Habitacional impulsada
por la Presidenta Michelle Bachelet durante su gobierno.
El objetivo del Programa Quiero Mi
Barrio es contribuir al mejoramiento
de la calidad de vida de las vecinas
y vecinos de barrios con problemas
de deterioro urbano y vulnerabilidad
social. Para ello se lleva a cabo un
proceso participativo orientado a la
recuperación de los espacios públicos y
de los entornos urbanos de las familias
involucradas.
Desde Arica a Punta Arenas, al igual
que en La Pintana, ochenta comunas
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del país han visto cómo los barrios convocados a participar
en este programa hoy se encuentran más integrados, mejor
equipados, más seguros, con mejores redes de apoyo, solidaridad,
participación y sentido de pertenencia.
Cuando se inició el Programa Quiero Mi Barrio, en 2006, eran
setenta y seis los barrios pioneros. En la actualidad estos llegan a
doscientos, entre los cuales se encuentra la Población 6 de Mayo
que inició su propio camino de recuperación a principios de 2007.
Es así como, hace poco más de dos años, en este sector
emblemático de la comuna de La Pintana, la comunidad fue
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convocada por el municipio a
involucrarse en una tarea tan titánica
como apasionante. Mejorar la calidad
de vida de sus cientos de familias a
través de la participación social y la
recuperación de espacios públicos que
hace décadas trazaron los arrojados
fundadores de la Población 6 de Mayo.
Pero como ya se ha mencionado, esta
recuperación no quedó reducida a las
obras físicas que se proyectaron. En el
transcurso de los meses, se agitaron
nuevamente las ganas de esta comunidad de mujeres, hombres,
jóvenes, adultos mayores y niños que comparten una historia y un
horizonte marcado por la lucha, la perseverancia y los anhelos de
mayor integración social y familiar.
Para ello trabajaron en conjunto el Consejo Vecinal de Desarrollo,
la Municipalidad de La Pintana, el Ministerio de Vivienda y
Urbanismo y la organización no gubernamental Programa de
Acción con Mujeres (Prosam). Con esta articulación fue posible
definir las prioridades que debían afrontarse en el barrio: mejoras
en iluminación, pavimentos, plazas, canchas y senderos, así
como la construcción de una sala cuna, una nueva sede social
y dos centros de Internet disponibles para toda la comunidad.
El cronograma de trabajo se trazó para veinticuatro meses y
contempló una serie de iniciativas sociales que constituyen
el mejor soporte para el éxito y la sustentabilidad del trabajo
El sentido de pertenencia, de dignidad y de proyección son
sentimientos que se plasman en la vida cotidiana de los habitantes
del barrio. De esta forma, cuando la comunidad decae, el entorno
también lo hace deteriorándose no sólo plazas y puntos de
encuentro, sino las relaciones humanas que conforman la principal
trama de la vida vecinal.
Por el contrario, cuando se identifican de común acuerdo las
prioridades y las soluciones más factibles a los problemas
detectados, la vida de barrio se activa para beneficio de todas y
todos, se fortalecen los lazos, florecen nuevas voces y las nuevas
generaciones se integran al proyecto común.
Esto sucedió en estos años en la Población 6 de Mayo, pues sus
habitantes se volcaron a recuperar los espacios y propiciar una
mayor integración a través del fortalecimiento de sus relaciones
sociales.
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impulsado. El Consejo Vecinal de Desarrollo nació en medio de
este proceso y ha sido fundamental para representar a los vecinos
en las decisiones de la población.
Lo construido
El Consejo Vecinal de Desarrollo, CVD, dio gran importancia
al fortalecimiento de las organizaciones del barrio impulsando
talleres de liderazgo, escuelas, fondos concursables y jornadas de
derechos ciudadanos.
Gracias a esta labor, se pudo construir
colectivamente la imagen del barrio
que se quiere para el presente. En ello
colaboraron numerosas organizaciones
de la población, siendo el CVD un gran
motor para motivar la participación
de los vecinos, especialmente en las
comisiones de trabajo. Así mismo
el CVD se integró a la Mesa Técnica
Barrial, instancia de toma de decisiones
respecto de los planes de mejoramiento
de infraestructura del Programa Quiero
Mi Barrio en la población, y donde el
protagonismo lo tenían los propios
vecinos.
Así mismo fue especialmente
relevante recoger y sistematizar los
recuerdos, relatos, hechos, anécdotas
e interpretaciones que tienen distintas
generaciones de vecinas y vecinos
respecto de la historia común. En este
sentido, los talleres de memoria fueron
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un gran eje y puntapié inicial para
proyectar en el presente y en el
futuro de la Población 6 de Mayo,
los deseos y desafíos comunes. Las
mujeres y los jóvenes, así como los
hoy adultos mayores que ayer forjaron
el comienzo de esta historia particular,
pudieron construir una visión conjunta
revitalizante y esperanzadora.
conmemoración del aniversario del barrio. Desde entonces se
cuenta con mayor iluminación postes y ampolletas que permiten
no sólo ofrecer mayor iluminación al sector, sino brindar confort y
seguridad a la comunidad.
Niños y jóvenes se sintieron orgullosos
y partícipes de la historia común;
a partir de un plebiscito barrial las
vecinas y vecinos aprobaron por mayoría restituirle al barrio su
nombre original; se realizaron ceremonias donde se entregaron
de una generación a otra el lienzo y la bandera fundacional de
“La 6 de Mayo”; se realizaron exposiciones alusivas y un video
que muestra piezas fotográficas, recortes de prensa, memorias y
experiencias de vida.
De este modo, la plaza ubicada en Teniente Julio Pérez Canto
y San Martín, que se llamará Plaza de la Cultura, contará con
un centro de Internet y el equipamiento para la proyección de
películas, realización de asambleas o eventos culturales.
Especial énfasis se puso en las celebraciones del barrio con el
propósito de generar momentos de encuentro y convivencia entre
los vecinos. Así, el aniversario, las fiestas patrias y la navidad
fueron eventos aglutinadores con importantes repercusiones.
Además, las actividades deportivas para una vida saludable fueron
un éxito de público y entusiasmo.
Las obras de infraestructura, definidas de común acuerdo con las
vecinas y vecinos durante los primeros meses de funcionamiento
del programa, se plasmaron en el contrato de barrio considerando
el mejoramiento de áreas verdes y deportivas, equipamiento
comunitario, pavimentación e iluminación. Para esto contó con la
activa colaboración de la Municipalidad de La Pintana.
La iluminación del barrio era sin duda una prioridad. El recambio
de luminarias se inauguró el 10 de mayo de 2008, durante la
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El barrio cuenta con numerosas plazas y multicanchas, espacios
neurálgicos para la convivencia barrial. Para su recuperación se
consideró un enfoque temático que facilitara la integración de los
diferentes sectores, y asimismo responder a las necesidades de los
distintos grupos etáreos presentes en el barrio.
Por su parte, en la Plaza de los Deportes, ubicada en Teniente Luis
Cruz Martínez y Teniente Julio Pérez Canto, se construirá la cancha
más grande del barrio, que contará con techumbre, dos baños,
una bodega, seis bebedores de agua y dos galerías con capacidad
para trescientos espectadores. En su exterior, se ubicará un
circuito de máquinas para reforzar las prácticas deportivas.
La vegetación tendrá su lugar en la Plaza de la Naturaleza ubicada
en Capitán Ignacio Carrera Pinto con
Teniente Luís Cruz Martínez. Contará
con especies chilenas y una pérgola
central que permita alojar exposiciones
y actividades barriales.
Las niñas y niños son muy importantes
para el futuro de la Población 6 de
Mayo, por ello en la Plaza de la Infancia
todo está pensado para su bienestar y
seguridad, con áreas verdes mejoradas
y novedosos juegos infantiles.
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También contará con una sala cuna y jardín infantil. A su vez,
padres y abuelos tendrán aquí cómodos espacios de descanso y
esparcimiento familiar.
Por su parte, la Plaza Sur, ubicada
en Teniente Montt Salamanca con
Bernardino Parada, constituye una de
las espacios más activos del barrio
por lo tanto se mantendrá su diseño
original incorporando áreas verdes,
paseos, una pista de patinaje, un área
para la práctica del skate, además de
la refacción de los juegos infantiles
existentes. Por último, la Plaza
Paseo permitirá la circulación de los
estudiantes y vecinos que transitan por
Teniente Julio Pérez Canto.
Para la Población 6 de Mayo, el Programa Quiero Mi Barrio
consideró la construcción de una nueva y moderna sede
social, que fue fruto de un diseño conjunto entre los vecinos
y el equipo encargado de la ejecución de las obras. La nueva
sede reemplazará a la existente, pues las nuevas necesidades
demandaban un espacio más adecuado para la convivencia entre
los vecinos, por lo que su inauguración sin duda será una de los
eventos más emocionantes y significativos del proceso.
Dar continuidad
Para la comunidad, este extenso programa debe tener continuidad
una vez que finalicen las obras comprometidas. Dicha continuidad,
en opinión de los vecinos, sólo será posible si permanece y se
continúa fortaleciendo la participación de la comunidad y sus
organizaciones en el desarrollo del barrio. “Las luchas no son
personales, ni por la familia de uno o para que el día de mañana
digan que mi abuelito o mi abuelita, o mi mamá o mi papá hizo
algo. No, son porque aquí hay cosas que tienen que continuar
porque si nos estancamos nos morimos”.
En esa línea, sienten que las comisiones del Consejo Vecinal de
Desarrollo han aportado de manera muy significativa, de hecho
son varias las semejanzas que encuentran entre estas formas de
organización y los antiguos comités que operaron durante la toma
y en los primeros años de la población. El denominador común es,
sin duda, el trabajo colectivo que junto con nuevas modalidades
de difusión logran impregnar a la población de un espíritu
renovado.
Esta nueva sede social contará con oficinas, salones divisibles, un
centro de Internet, una sala de ensayos, una cocina comunitaria,
bodegas y baños. Además, tendrá patios y terrazas, abiertos
y techados, para permitir la reunión de diversos grupos y
organizaciones del barrio.
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El propósito está trazado, como en
el pasado cuando tizaban los sitios
y en ese gesto marcaban mucho
más que tierra y pastizales.
“Vamos a lograr una mayor
integración con los jóvenes,
los niños y los adultos
mayores, vamos a tener
monitores, una mayor
preocupación de
la municipalidad,
ahí todo puede
cambiar,
podemos lograr
un nivel de vida
más humano porque en
estos últimos años ha sido
muy pesado, muy triste y muy
malo en muchos aspectos”. Luis
Ayala, secretario del Consejo Vecinal
de Desarrollo y miembro de la junta
de vecinos, refuerza esta idea: “Resultan
entendibles los problemas de la gente -calidad
de la educación, el hacinamiento, la pobreza o mala
atención de salud- pero eso no puede impedir salir a la
vereda y mirar qué está pasando alrededor. Los necesitamos
y los invitamos a que se sumen, las puertas están abiertas”.
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CRÉDITOS
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