Para el techo traen sombras y los muebles a la espalda, traen el agua en botellas y a los críos en la falda. Fragmento: La Ciudad, Inti Illimani PRESENTACIÓN La publicación que hoy hacemos llegar a sus manos, pretende ser una memoria de los principales aspectos que emergieron en la Población 6 de Mayo con ocasión del desarrollo del Programa Quiero Mi Barrio el cual permitió recuperar espacios para la vida en común y recrear, desde la propia comunidad, su sentido de arraigo y dignidad. Ya desde los inicios del programa aparecía una comunidad con un gran potencial que surge de su historia y su perseverancia. Ambos elementos se hicieron presentes en las innumerables actividades realizadas: en los talleres de memoria, en las escuelas de liderazgo, en las celebraciones, en cada edición de la revista, en las asambleas y reuniones. En cada iniciativa afloraba aquel espíritu fundacional que impulsó a cientos de familias a fraguar su propio lugar en el mundo. Los años han pasado, con logros, dificultades, a veces grandes proyectos y también períodos de letargo y estancamiento. Al igual que tantas otras poblaciones tan emblemáticas como esta, en las casas y familias de la 6 de Mayo se guardan grandes tesoros que deben ver la luz. La realización del Programa Quiero Mi Barrio, permitió justamente eso, que emergieran con fuerza nuevos proyectos, nuevos liderazgos y nuevas redes para seguir fraguando el presente y futuro anhelado. En este recorrido, la mirada de las mujeres, de los jóvenes, de los adultos mayores y de los distintos dirigentes que en algún momento de estos cuarenta y dos años de historia asumieron alguna responsabilidad, se fueron expresando y entrelazando hasta formar una visión común donde pasado y presente volvieron a cobrar sentido para las antiguas y nuevas generaciones. En efecto, la recuperación del barrio, con su componente social y de obras físicas, revitalizó en más de un sentido los anhelos de una mejor calidad de vida. La toma de decisiones, la permanente motivación a participar del proceso, la resolución de los problemas y obstáculos que se fueron presentando, fueron construyendo una práctica social que recoge lo mejor de esta comunidad: la convicción de salir adelante. A diferencia de un informe de gestión, en esta memoria se privilegió destacar aquellos elementos constitutivos del carácter de esta comunidad, su historia, sus formas de organización, la solidaridad como base de las acciones colectivas, el rol de las mujeres, las expectativas de los jóvenes. Es por tanto, un trazado que se ha rescatado a partir de las historias y recuerdos de los propios vecinos, que permite adentrarse en los valores de ayer y de hoy que sustentan la vida de una comunidad dispuesta a llevar adelante sus desafíos. Los invitamos a recorrer estas páginas. CAPÍTULO I HISTORIA DE LA “6 DE MAYO” L a tarde ya ha empezado a rodar hace un par de horas. El sol de abril todavía calienta las calles, plazas y pasajes de la población 6 de Mayo, en la comuna de La Pintana. Por una de ellas Carlos Mejías se desplaza en bicicleta. “Don Carlos”, como lo llaman, es uno de aquellos que llegaron hace más de cuarenta años al actual emplazamiento del barrio. Él fue parte de aquellas familias sin casa que ocuparon la madrugada del 6 de mayo de 1967, los terrenos del fundo San Rafael ubicado a la altura de los paraderos 35 y 36 de Avenida Santa Rosa, entre las calles Lo Martínez y Avenida Gabriela, en la antigua comuna de La Granja. No todos saben del sigilo con que decenas de mujeres, hombres, niños y ancianos, emprendieron el traslado hacia los terrenos elegidos en aquella enorme explanada de campo y pastizales. A las dos de la madrugada del 6 de mayo de 1967 se inició el día más importante y osado de sus vidas. En pleno otoño, 150 familias allegadas de la Población San Rafael -o 22 de Julio como se le conocía en aquellos años- cargaron sus enseres y todo aquel material que fuera útil para levantar las carpas y ranchas que los alojarían durante los próximos nueve meses. No sabían que en ese invierno, la nieve -para algunos juguetona- daría paso a gélidas noches de fiebre y aflicción, así como tampoco podían adivinar que la proeza que acababan de emprender marcaría a fuego las vidas de las futuras generaciones. Llegaron decididos a fraguar su destino; con tiza, parafina, ladrillos, cartón, plástico, fonolitas, animales y ollas comunes. En aquella azarosa madrugada estas familias le quebraron la mano al destino. Por eso, aquel día quedó impreso en la memoria de tantos y se convirtió en el nombre natural de aquel proyecto colectivo. Pasado y presente entrelazados Don Carlos observa la tarde. Sus ojos están vidriosos por el paso de los años, pero sus recuerdos son claros y trasparentes. Hombre de pocas, pero justas palabras; los detalles de la toma surgen sin demoras y hacen que esos mismos ojos brillen con una sonrisa fácil y amable. Cuenta que luego de tizar los sitios definitivos, las calles y los espacios comunes, llegaba el momento de la asignación para cada familia: “Nos ubicamos por las letras de los apellidos, así en una cuadra estaban los Gutiérrez, los González, los Gómez…”. Varios vecinos aun permanecen en sus sitios donde comparten la letra inicial de sus apellidos. Otros tantos llegaron en años posteriores y aunque no vivieron la experiencia fundacional, se integraron con avidez a una comunidad que allí, en el extremo nor-poniente de La Pintana, construyó sus sueños y tejió una historia a la que todos siguen aportando. No es casual que don Carlos recorra las calles del barrio en su bicicleta llevando, arreglando y recogiendo artefactos que en apariencia son meros desechos. Tampoco es fortuito que a unos pocos metros de allí, varios vecinos estén reunidos en la histórica sede social pensando en la nueva celebración del aniversario de la toma, evaluando y midiendo la forma de trasladar una piedra histórica e intercambiando ideas en torno a cómo lograr que la gestión del barrio se sustente en el aporte y trabajo de toda la comunidad. Dichos gestos se explican por la historia compartida, por la convicción de que actuando juntos se puede llegar muy lejos. También por la necesidad de revitalizar a una comunidad que mantiene aquella original fuerza de superación. Con el aporte del programa Quiero Mi Barrio, “vamos a poder contar con los recursos para plasmar los sueños de quienes en 1967 se tomaron los primeros terrenos”, dicen muchos. Por eso, el actual proceso desarrollado es, en muchas formas, aquella misma historia que continúa viva en el presente. Retazos de aquello se respira en la vida cotidiana de la Población 6 de Mayo. A dos manzanas de la sede social, los puestos de la feria se levantan en retirada, mientras varios vecinos que incrementan sus ingresos como coleros guardan su mercadería, entre las cuales figuran fotografías que hablan de la historia común. Tres cuadras más hacia el oriente, un par de jóvenes pintan un mural en recuerdo de un amigo y en un negocio familiar madre e hijos compran algo para el almuerzo, mientras la vecina de toda la vida los atiende. Los recuerdos brotan ágiles y sabrosos, como el sabor de los platos del restaurante Las Gemelas o la visita del Presidente Salvador Allende quien andaba con una chupalla grande y se detuvo en la cervecería de la señora Julia, “donde atendía la Paty”, justo en la esquina con Bernardino Parada, cuando la calle no se llamaba así. Incluso, algunos todavía recuerdan el número de sus carpas en la toma de terreno; don Carlos tenía el número 101. 1967, cruzar la noche Ninguna conversación puede transmitir con total fidelidad el significado de los detalles y recuerdos de la toma de terreno. Pero sí dejan en evidencia la fuerza que motivó a aquellas familias a cruzar, aquella noche, la avenida Santa Rosa antes del despunte del alba. Sabían que ese año traería un invierno severo, que faltaría el alimento, la electricidad y el agua. Sabían, también, que de su cohesión y sagacidad dependería la victoria. Pero también tenían claro que se encontraban en un punto sin retorno, que la necesidad hacía tiempo había superado los temores y que aquella fuerza indómita era su mejor recurso para superar las adversidades. Cuando revisan su pasado y reconstruyen la memoria, la organización y el trabajo colectivo surgen como los cimientos, de ayer y hoy, que les permitirá a las nuevas generaciones encarar los desafíos que depara el siglo XXI, cuarenta y dos años después de aquella madrugada de otoño. por campesinos, albañiles, jornaleros y sus familias llegaron a Santiago y pronto sobrepasaron la capacidad de los cité del casco antiguo de la ciudad. La disponibilidad de sitios en la periferia, el contexto social y la falta de políticas de estado capaces de enfrentar el explosivo crecimiento demográfico de esos años, motivaron el desarrollo de nuevas estrategias para conseguir un lugar donde vivir: las tomas de terreno. Un dato que ilustra la necesidad de impulsar la planificación de la ciudad y de las demandas por mejores condiciones de vivienda, lo representa la creación del ministerio del ramo en 1965. De este modo, hacia 1963, cuando Eduardo Frei Montalva aún no llegaba al sillón presidencial de La Moneda, en la Población Santa Adriana -actual comuna de Lo Espejo- surgieron varios comités de allegados; de aquel esfuerzo surgió la población San Rafael. Sin embargo, a los pocos meses los nuevos dueños de casa recibieron bajo sus techos a familiares y amigos que buscaban lo mismo. Así, entre parientes y nuevas parejas, más de un centenar de allegados reproducían las condiciones de insalubridad, inseguridad y marginación. Tal situación motivó a los nuevos pobladores a organizarse, creando un comité que se asoció con los “Sin Casa” de las poblaciones San Gregorio y San Ramón, en la comuna de La Granja. Hace cuatro décadas, la zona sur de Santiago era el pulmón agrícola de la ciudad. Grandes extensiones de tierras y fundos privados abastecían de hortalizas a una capital que crecía a un ritmo acelerado debido al incremento de las migraciones hacia los centros urbanos. En efecto, la primera mitad del siglo XX fue testigo de la muerte del salitre y el subdesarrollo del campo. Como consecuencia, grandes grupos de desplazados formados Otras acciones similares los animaron: “La gente de la Santa Elena se había tomado el parque José Miguel Carrera, en la Gran Avenida y anteriormente la José María Caro, porque -explicanen aquellos años había mucho menos posibilidades de postular a una casa que ahora, ya que las exigencias eran mayores y las posibilidades de ahorro para los pobres eran casi nulas”. Ejemplos de tomas hay muchos, nombres que son parte de la memoria del país y que se han recogido en textos, canciones y hasta en el cine. En ese escenario se levantaron las actuales treinta y tres manzanas de la Población 6 de Mayo, fiel testimonio del emprendimiento de aquellas familias. Así lo entienden hoy en día los más jóvenes de la población, quienes a través de los relatos de sus familias han reconstruido parte de su historia: “Es muy positivo que la gente que vive aquí haya participado de una toma porque se ve que le doblegó la mano al gobierno, que no estaba ni ahí con darles soluciones para tener una casa, en veinte años o más”. En ese grupo se encontraban Carlos Mejías, Eduardo Rojas, María Elena Balboltín, Luis Ayala, Cora Correa, Raúl Acevedo y María Fierro, líderes que encabezaron la formación de la Población 6 de Mayo, llamada así por aquella madrugada histórica. Sus nombres siguen en la memoria de los actuales habitantes de la población y permanecen como sólidos referentes. Siendo allegados sufrieron por años dilaciones, papeleos y tramitaciones sin poder concretar una vivienda digna para sus familias. Cansados de la falta de atención a sus demandas y de ser manipulados en función de los vaivenes electorales, decidieron que la solución era una toma de terreno. 10 Un frío invierno La organización y preparación de la toma no estuvo exenta de sorpresas, pues si bien en el comité participaban originalmente alrededor de cuarenta familias, al momento de concretarse llegaron más de 150, al final del día eran cerca de 800, y en los días siguientes la cifra superó los mil. Muchos les guardaban lugares a sus familiares que, en general provenían de la Población Santa Adriana, de la comuna de Conchalí, del paradero 9 de Santa Rosa y de la población Lo Hermida. Incluso los vecinos recuerdan que una de las condiciones que se les impuso para negociar una solución habitacional fue que no siguieran creciendo en número. Muchos eran obreros o temporeros y algunos trabajaban en la estación La Platina del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA). 11 La prensa de entonces recogió la noticia profusamente y desde diferentes visiones. Por ejemplo, para El Mercurio de Santiago se trató de una “Ocupación ilegal de terrenos en La Granja”; La Segunda se hizo eco de la misma interpretación y tituló con “Toma ilegal de terrenos en Santa Rosa”; por su parte La Tercera informó el domingo siete de mayo de 1967 que “1.500 familias se tomaron terreno” y que los “pobladores fueron desalojados por la fuerza pública”. En tanto, El Siglo escribió que los “Sin casa de La Granja lograron ayer su sitio”, añadiendo “Victoriosa jornada de 400 familias de allegados”. Algo que el popular diario El Clarín también registró publicando que “Allegados de la veintidós de Julio conquistaron ayer terrenos”; incluyendo más detalles y contando que “las madres encendían el carbón en improvisados braseros, mientras los niños desmalezaban el espacio donde se colocarían los futuros techos”. Una descripción acertada para los duros y sacrificados primeros momentos de la toma. 12 La vida en la toma no fue fácil y para salir adelante los dirigentes tuvieron que aprovechar las capacidades que tenían los propios pobladores, algo que ha sido una constante: la organización y la autogestión puestas al servicio de las necesidades comunes. Es así como estas primeras familias organizaron la seguridad -con grupos que incluían mujeres-, se reforzaron los cercos con pilastras de piedras, se les solicitó a los hombres certificado de antecedentes, se realizó un censo de familias, se entregaron identificaciones y se hicieron ollas comunes. También se crearon comités temáticos, responsables de la salud, la educación, el aseo, la comunicación y todas las necesidades que la nueva vida les estaba demandando. “Fueron días y años muy pobres, muy críticos, sin agua, sin luz, en las ranchitas o carpas. No había necesidad de salir porque desde adentro se veía todo para afuera, pero había una felicidad tan grande”. “Estábamos igual que los chanchitos, cada uno tenía su pedacito de tierra, pero por las acequias corría el agua. Era muy espantoso”. Día tras día, durante nueve meses, se enfrentaba la vida, se salía a trabajar y se tomaban las responsabilidades que les imponía su particular situación. Así también encararon la estigmatización y los primeros intentos por desalojarlos del lugar pero, como dicen orgullosos, “la historia ya estaba escrita”. Mientras permanecieron en esos terrenos, las familias se distribuyeron por sectores dejando pasillos entre las carpas para facilitar el desplazamiento. Desde un comienzo la comunicación fue a través de megáfonos, costumbre que se trasladó a la población en años posteriores y que, según confidencian hoy, se sigue utilizando para ciertas actividades. Durante 13 las noches la oscuridad era completa, por ello “los hombres -al volver de sus trabajos- llegaban gritando para poder ubicar su carpa o ruca, llamando a sus parejas, mientras los vecinos les iban indicando cuánto les faltaba para llegar”. Fueron meses de gran respeto y camaradería, “y aunque no éramos parientes de sangre, nos aprendimos a valorar, lo que se transmitió a los primeros años de la población y todavía lo siento por algunas personas con las que ya he compartido más de cuarenta años de mi vida”. La vida cotidiana estuvo marcada por el esfuerzo y el sacrificio. Los vecinos relatan que después de cumplir su jornada laboral debían llegar a hacer turnos en la guardia de la toma, dormir un rato para luego partir de madrugada, caminando, a buscar transporte para irse al trabajo. Nueves meses y un poco más permanecieron en esos terrenos, tiempo suficiente para ser tocados por la adversidad y la muerte, ya que tras la nevazón del 1º de junio de 1967, hubo cerca de cincuenta decesos producto de la bronconeumonía que afectó directamente a niños y ancianos. En esos días la atención estuvo principalmente a cargo de los propios pobladores y de los operativos realizados por personal del Ejército. El frío invernal, el agua acumulada que corría entre los colchones y la precariedad de las improvisadas viviendas atentaban seriamente contra la salud de los pobladores. “Ninguna de las estructuras levantadas era de materiales nuevos y se pasaban los cartones, los plásticos, las latas y las fonolas”, recuerdan. En los terrenos se reservó un espacio para instalar una carpa destinada 14 a la realización de reuniones, asambleas o para que las familias recibieran visitas. Aunque, explican que no eran muchas, ya que era mal visto vivir o participar de una toma, y “muchos en sus trabajos ocultaron esta situación”. Los terrenos definitivos y la “Operación tiza” Tras 270 días, y luego de fuertes negociaciones, las posibilidades de avanzar en la concreción de una solución habitacional definitiva fueron creciendo. De este modo se inició la recaudación de dineros para la compra de los terrenos donde se establecerían definitivamente. Si bien la propuesta original era la adquisición de terrenos del fundo La Bandera, finalmente las tierras asignadas para la instalación de la Población 6 de Mayo correspondieron a un sector de la propiedad de Raúl del Canto. El lugar era un duraznal, además de criadero de chanchos. Una de las primeras actividades en el nuevo predio fue la “operación tiza” para trazar los sitios. Luego vino el traslado que ocurrió durante enero de 1968. El traslado tomó casi un mes. Poco a poco las cientos de familias fueron transportadas en camiones recolectores de basura. Aquellos terrenos eran considerablemente más grandes que los definidos actualmente para las viviendas sociales. Dicho aspecto, es fuertemente valorado por los vecinos y lo consideran un gran logro pues tales dimensiones “le dan otra característica a las casas de la población”. Así, es posible encontrar terrenos de seis metros de frente por veintisiete de fondo, otras con nueve metros de frente como ocurre en las casas esquinas, e incluso algunas otras que quedaron con doce metros de frente. A esto se agrega el contar con “calles más anchas, plazas y espacios recreativos 15 en varios puntos de la población, algo que otras no tienen”. Si bien la amplitud del terreno posteriormente se convirtió en una ventaja, en aquellos días no era sencillo visualizar los beneficios ya que primaban las dificultades. Por una parte, los sitios estaban desnivelados y aún conservaban rastrojos de siembra, lo que evidenciaba su origen como tierras de cultivo. Lo Martínez era un callejón de piedras y el abastecimiento de agua potable se realizaba por medio de camiones aljibes. También se construyeron pozos negros y durante mucho tiempo la basura fue enterrada ya que “en esos años la recolección de basura no pasaba por las poblaciones, así que los desperdicios se quemaban o se tapaban”. La falta de transporte público en el sector obligaba a los pobladores a caminar cuatro kilómetros diarios para ir y volver de los trabajos. Hacia San Bernardo, existía el recorrido Ovalle Negrete que salía desde San Rafael. Posteriormente consiguieron que se instalara un paradero en Lo Martínez, frente a la población. Con el paso del tiempo se sumó la línea San Cristóbal La Granja y la número 27 o Intercomunal Sur. En cuanto a las edificaciones, los primeros meses sólo se levantaron precarias estructuras utilizando para ello cartones, plásticos, maderas, fonolas y carpas, muy semejante a las condiciones de la toma. Para su sorpresa, con el tiempo se expropiaron franjas en las calles Lo Martínez y San Francisco, con el objeto de construir casas sólidas que también sirvieron para aislar y tapar la vista hacia la “población callampa”. A los pobladores de la 6 de Mayo, nada les fue regalado. Los terrenos tuvieron un costo de 30 a 41 cuotas CORVI -nombre que deriva de la Corporación de la Vivienda, sistema que operaba en esos años-. Los dineros eran descontados de las liquidaciones de sueldo en el caso de los trabajadores asalariados; la mayoría pudo cancelar su sitio al momento del traslado. Construyendo comunidad La década del ‘70 y la llegada de la Unidad Popular al gobierno, con el Presidente Salvador Allende a la cabeza, significaron importantes avances para la población. Se regularizaron los suministros de electricidad y agua potable y se construyó la histórica sede vecinal. Hasta ese momento, para la iluminación de los hogares se utilizaban velas, o bien algunos vecinos “se colgaban” del tendido eléctrico más cercano. Así mismo, para contar con agua potable debían trasladarla en baldes o bidones desde tomas de agua alejadas de las viviendas. Pronto la comunidad estuvo en condiciones de estructurar veredas, arreglar pasajes y mejorar algunas de las calles. Este trabajo a pulso aún se refleja en el presente a través de los diferentes tipos de soleras y pavimentos que destacan en 16 17 algunos puntos del barrio, pues responden a distintos procesos, materiales disponibles, formas y momentos de la población. Cada vecino, explican, “ha buscando la mejor forma, de acuerdo a sus posibilidades, para construir sus casas. Al inicio fue con lo que se pudo trasladar y nada más, luego empiezan a aparecer casas de adobe, de madera y luego con ladrillos y cemento”. Estos avances fueron posibles “gracias a muy buenos dirigentes, al importante respaldo político que tenían, a la capacidad de negociación y a que nuestras demandas tenían recepción”, cuentan. El aislamiento fue un factor que motivó la constante lucha que dieron los pobladores por acceder a transporte público, salud y educación. Muchos partos debieron ser atendidos en las viviendas con la asistencia de familiares y vecinos. Hoy cuentan con un consultorio comunal a pocas cuadras de los límites de la población y con el hospital Padre Hurtado, ubicado en avenida Santa 18 Rosa. Algo similar ocurrió con la educación. La actual Escuela Capitán Ávalos representa la perseverancia de los pobladores por brindar mejores oportunidades a sus hijos. Por ella han pasado numerosas generaciones, e incluso antes de que se levantaran sus salas y patios, la escuela era un proyecto que se fue amasando en comunidad. A inicios de los 70, niñas y niños comenzaron a asistir a clases ya fuera al aire libre, en la sede vecinal o en una estructura de madera que posteriormente se levantó en la actual plaza Víctor Hugo Valenzuela. El proyecto educativo de la Población 6 de Mayo se inició con fuerza, perseverancia y visión de futuro. Recuerdan que cada niño traía su silla o bien se improvisaban banquetas: “Lo único que había era un pizarrón y nada más”, evocan los vecinos más antiguos. Edith Díaz, directora de la Escuela Capitán Ávalos, comenzó su labor en 1969. “Cuando llegué sólo trabajábamos con primeros básicos y dábamos las clases en la sala de profesores y en la actual sala dental”. En esos años muchos asistían como oyentes aunque no estuvieran matriculados. Los recuerdos del colegio también están ligados al rincón del kinder o a las cercanías de la dirección, que pronto fue el lugar favorito para los primeros amores. Haciendo memoria, rápidamente surgen los nombres de las señoritas Carmen, Inés Zamorano, María García y Laila, así como del profesor García. 19 Hoy corren por esta emblemática plaza cientos de muchachas y muchachos. Juegan tenis de mesa o se pasean en grupo buscando instalarse bajo los árboles de la remodelada explanada. Son espacios que forman parte de los sueños de hace cuarenta y dos años y de la memoria individual y colectiva que la población mantiene viva. Sobreponerse a la adversidad Es la misma plaza que aloja cada fin de semana una diversidad de actividades culturales y que, muy pronto, recibirá a una remozada sede social. La plaza Víctor Hugo Valenzuela, nombre puesto en homenaje al primer dirigente vecinal elegido post dictadura, es el símbolo de una comunidad comprometida con su gente. Así ocurrió en la toma, en la etapa fundacional de la población y en los años posteriores. No obstante, entre 1973 y 1978 el temor se instaló en la comunidad producto de la represión que el régimen militar ejerció en contra de los sectores populares y muchos de sus dirigentes. Algunos se fueron, de otros se desconoce el paradero; también se presumen algunas muertes. Tras el golpe militar y pese a los esfuerzos por mantener el trabajo colectivo, la participación se fue debilitando, al tiempo que se designaban autoritariamente nuevos dirigentes vecinales; eso es “algo que todavía nos pesa”, señalan. Fueron años de desconfianzas, de dudas, de toques de queda, de desaparición de personas, de asaltos a la bajada de las micros. De esos años pareciera que lo único destacable fue la llegada del primer teléfono a la sede y que sirvió para revitalizar las dinámicas al interior de la población y como un pequeño símbolo de progreso. 20 Pero la subsistencia siempre fue un factor de aglutinamiento, y frente al nuevo escenario político la comunidad fue creando nuevas formas de organización, principalmente en torno a talleres ligados a la iglesia, a la recolección de alimentos o a la formación de ollas comunes cuando la falta de empleo se hacía sentir con fuerza. Elsa Leuthner Muñoz En los años 80 la situación económica fue muy compleja. “Sufrimos mucha hambre en ese tiempo, tengo aquí en mi memoria el no tener nada, el desear comer algo y no tenerlo porque no había”. Muchas mujeres salieron a buscar trabajo como empleadas domésticas o sumándose a los planes de empleo como el PEM y el POJH. Décadas después la cesantía o la precariedad de los empleos siguen siendo un problema latente. De hecho la mitad de las familias señalan tener ingresos insuficientes, de allí la valoración que hacen de los logros conquistados como comunidad. De esos años también evocan las primeras protestas cuando muchos acudían al centro de Santiago a manifestarse, o la capacitación que recibieron con ocasión del plebiscito de 1988, o los puerta a puerta de esos años y el ser vocales de mesa. Esta nueva efervescencia les permitió reconstruir sus redes. En esta nueva dinámica, las iniciativas impulsadas por las mujeres fueron perfilando los primeros años de los 90. A partir de entonces comenzó a surgir la necesidad de rescatar el carácter de la población a través de espacios de reencuentro y de la búsqueda de alternativas para concretar los sueños originales. 21 Prevalece la creencia de que se están encaminando hacia esos objetivos, pero que aún falta más trabajo y cercanía, menos individualismos y potenciar nuevas formas de organización. El programa Quiero Mi Barrio ha servido como puntal para estas nuevas aspiraciones, cumpliendo un rol de bisagra entre las capacidades y los recursos para hacerlo. es parte de una historia común tanto en lo territorial, como en lo personal. Los vecinos han vivido algo que es propio de muchos chilenos, pero que tiene sus particularidades. Una prueba de ello es que en junio de 2008, y a través de un plebiscito vecinal, la comunidad dio un gran paso al recuperar el nombre original de la población. Durante la dictadura se quiso borrar de la memoria local la fecha correspondiente a aquella madrugada de otoño, de modo que la 6 de Mayo pasó a llamarse 21 de Mayo. El gesto del olvido también se evidenció en las calles; por ejemplo, Elías Lafferte hoy se llama Bernardino Parada, así como abundan los nombres de soldados de la batalla de La Concepción perdiéndose denominaciones como Che Guevara o Martín Luther King. Sin embargo, la propia comunidad se ha encargado de recuperar la historia y de trazar nuevas iniciativas. Los talleres de memoria realizados en el marco del programa Quiero Mi Barrio permitieron recontar los duros allanamientos militares, así como los eventos de la “cancha del hoyo” lugar donde separaban a los “delincuentes” de los “detenidos políticos” y que ahora pertenece a población Pablo de Rokha. También sirvieron para que de la sencillez de los niños emergiera un emotivo “nos gusta vivir aquí”, o para escuchar a aquellas dos jóvenes que al regresar de sus trabajos se sienten en un hogar común: “Aquí están nuestras familias y las amistades de toda una vida”. Chile a escala de barrio La Población 6 de Mayo parece ser una pequeña réplica del país. En sus calles, en los rostros de sus niñas y niños, en el quehacer de sus mujeres, en la dedicación al trabajo, en el fútbol dominguero, en la oscuridad y sigilo de los años de dictadura, en las esperanzas que se instalaron al inicio de los 90 y en la vitalidad actual. Tampoco quedan de lado las dificultades que trajeron consigo las distintas crisis económicas y los dramas de violencia, drogadicción y pobreza que cruzan a la sociedad chilena. En todo eso y más, el barrio, la ex toma o como se le quiera llamar, 22 Por eso la historia de la Población 6 de Mayo se construye desde el relato, desde evocar una pichanga dominguera, hasta el aroma de los paseos a Peñaflor o a la playa de Cartagena. Las navidades engalanadas de guirnaldas, las tardes de cine, los trabajos voluntarios que llevaron a cientos de estudiantes universitarios a apoyar los primeros años de la población, o la construcción de las plazas donde el municipio aportaba materiales y la comunidad ponía el trabajo, así como el desarrollo de los pavimentos participativos, son todas memorias múltiples que constituyen la identidad de esta comunidad. El perímetro de las calles San Francisco, Lo Martínez, José Edwards Bello, Bernardino Parada y Río Lluta cuenta la historia en que un día, hace cuarenta y dos años, cientos de familias se atrevieron a cruzar la avenida Santa Rosa reclamando un lugar para echar raíces. Esta 23 historia no se circunscribe únicamente a la infraestructura, a la construcción de casetas, a los programas de vivienda progresiva, o a las entregas de títulos de dominio, habla esencialmente de redes sociales, de dinámicas de organización, de generaciones diferentes pero entrelazadas, de oficios, anécdotas y sentimientos de pertenencia. Tras poco más de dos años de ejecución del programa Quiero Mi Barrio, los vecinos dicen “estamos logrando sacar a la gente de sus casas”. Ese perímetro, esa definición de metros cuadrados que está poblada de personas, está lleno de pequeños relatos que se arman en la solidaridad, en la permanente y diversa asociatividad, en el rol clave que han jugado las mujeres de la comuna y en cómo se plasma el ejercicio ciudadano en el mejoramiento del propio barrio. Para los más jóvenes, la toma constituye una epopeya que los alienta: “Si ellos fueron capaces de luchar por un terreno para levantar sus casas, nosotros podremos hacerlo por una mejor educación, por una buena salud, por un mejor medio ambiente y también por más vivienda, ya que también las vamos a necesitar”. 24 25 CAPÍTULO II 0RGANIZACIÓN C allados. Sin poder decir nada; sin voz ni voto. Así los dejó el arbitrario cambio de nombre que les impusieron las autoridades municipales en pleno régimen militar. Incluso, cuenta Flor, “se dejó de celebrar hasta el aniversario de la población porque, como éramos 6 de mayo, celebrábamos en esa fecha y después como nos llamaron 21 de mayo ya nadie celebraba pues tenía más que ver con el combate naval de Iquique que con algo propio… además fue impuesto desde la municipalidad”. Lo mismo ocurrió con el cambio de nombre de varias calles: “son nombres que no insinúan nada, son neutros o son nombres de militares, por eso los eligieron”. Ambos acontecimientos reflejan el estado de desarticulación en que se sumieron muchas de las poblaciones originadas en tomas de terreno tras el golpe de estado. La represión política, el temor, las acciones impuestas desde los propios municipios o la persistente desventaja socioeconómica, fueron factores que cambiaron radicalmente las formas de participación. Son años en que primaron la desconfianza, donde las diferencias se agudizaron y donde la función social de los dirigentes comenzó a desprestigiarse, pues muchos fueron impuestos como una forma de desincentivar los liderazgos naturales de la comunidad. Con la perspectiva del tiempo, los jóvenes de hoy son aún más críticos. Después del golpe, no recuerdan haber visto cambios positivos, aunque reconocen que eso ha variado en los últimos años con la recuperación de la democracia. En tono irónico señalan que de las formas iniciales de organización ha perdurado “sólo el árbol de esa esquina”. Para ellos, las juntas de vecinos todavía cargan con el estigma antidemocrático o con aprovechamiento que hicieron algunos dirigentes en aquellos años oscuros. Solidaridad que prevalece Durante la toma, difícilmente alguien habría imaginado que la fuerza e iniciativa que los llevó a instalarse en los terrenos del fundo San Rafael, se convertiría en temor y apatía durante los años del régimen militar. Sobretodo, relatan, porque los dirigentes de entonces contaban con una legitimidad moral a toda prueba, debido también a que la toma de decisiones se definía en reuniones o asambleas donde primaban los intereses colectivos. La subsistencia era un asunto de todos. fue perdiendo. Una vez en sus terrenos definitivos, “los comités dejaron de respetarse y de cumplir sus funciones con el mismo respeto que antes”, opinan. Desde una perspectiva sociológica, este cambio podría explicarse por la urgente necesidad de cohesión que primó durante la toma de terreno. La subsistencia, el día a día, la seguridad, así como el éxito de los objetivos propuestos dependían casi exclusivamente de la disciplina y tensión que pudieran imprimirle a las tareas y modalidades de organización colectiva durante aquel duro invierno Ejemplos sobran: “Se nombraban comités para cuidar a los niños, para hacer las letrinas, para cuidar el aseo de todo el interior; era una organización excelente”. Ningún detalle quedó al azar, se definieron los accesos a la toma, se instaló una carpa central con alto parlante para dar avisos y mutuamente se apoyaban cuando los trabajadores temporales debían viajar fuera de Santiago por turnos extensos o largas temporadas. Aquellos primeros meses no sólo quedaron marcados por la buena capacidad organizativa, sino por el objetivo común de obtener una vivienda y por la convicción de que juntos avanzarían más que en forma individual. Recuerdan también que la participación era pareja: “Los cabros más jóvenes salíamos a recoger la basura ya que la municipalidad sólo mandaba el camión, entonces aquí todos éramos pionetas, hombres y mujeres, cabros chicos. Después que terminábamos nos íbamos a la sede de la junta de vecinos y nos daban una taza de café con leche y un sándwich“, recuerda José. Con la llegada al terreno actual, y tras sortear aquellos duros nueve meses de la toma de terreno, la dinámica organizativa utilizada hasta ese momento se vio agotada. Algunos opinan que los dirigentes de esta etapa “no tenían la misma calidad de los iniciales”, pues con el tiempo la impronta fundacional se 28 29 de 1967. Si para enfrentar el frío de la nieve, los dirigentes instruían a preparar fogatas en cada carpa, nadie lo ponía en duda. Con la instalación en los terrenos definitivos, la edificación de la casa propia y el natural anhelo de volver a una vida normal se superpusieron a los grandes proyectos colectivos. Pero a pesar de estos sutiles cambios, la comunidad aún tenía mucho por hacer. Así, se continuaron impulsando colectivamente una serie de iniciativas y obras que iban en directo beneficio de la comunidad, entre ellas las plazas, la escuela, la sede vecinal, entre tantas otras. Hay coincidencia de que durante la etapa de la toma y de la instalación definitiva, los dirigentes tenían características y liderazgos similares y fueron capaces de ganarse la adhesión y lealtad del conjunto de la comunidad. Aquello facilitó el establecimiento de reglas y normas de convivencia. Sin embargo, a la hora del recambio, eran difíciles de reemplazar ya que su influencia era tan grande que escasamente pudieron emerger otros liderazgos que continuaran esa labor. La disciplina y la orientación a la tarea, vital para los primeros meses, no dieron paso a la delegación de funciones, algo que finalmente tendría un peso negativo en los años siguientes. “Si no estaban ellos dirigiendo las acciones, las cosas no se hacían”, cuentan con autocrítica. Pero de esos primeros años también surgieron nuevas formas de participación. En 1969 se creó un centro de madres, las familias recolectaban fondos para las celebraciones de fiestas patrias donde se compartían empanadas, chicha y dulces para los niños. También se realizaron memorables paseos comunitarios, como los organizados por el pasaje Chuquicamata, así como la recolección de juguetes para la navidad de los niños, colectas o ventas de comida para apoyar a familias en casos de fallecimientos o enfermedad. 30 31 Se trataba de acciones solidarias, a veces espontáneas, que fueron impregnando de sentido colectivo a la población una vez instalada. “Pienso que esos años no van a volver nunca, porque había una unión muy grande, ya que no había un primero yo, segundo yo, tercero yo… ahí éramos todos uno, éramos todos para uno…”. Eran años en que todo se compartía, recuerda Victoria, bautizada así por el logro conquistado por la población: “Mi papá nos traía locos y otros mariscos, y mi mamá empezaba a repartirle a los vecinos, porque al final todos terminábamos comiendo lo mismo, y ocurría igual cuando hacía pan amasado, o sopaipillas”. Auxiliarse mutuamente también era un rasgo que prevalecía. “Cuando mi papá se quebró una pierna y estuvo enyesado como un mes, los compañeros de ese tiempo se organizaban y siempre llevaban cosas para la casa, estaban pendientes de mi mamá, y cuando había que llevar a mi viejo al hospital Barros Luco, y como no había micros por aquí cerca, ellos lo sacaban en carretilla hasta Lo Martínez”, relata emocionada una pobladora. Lo mismo le ocurre a Alejandra, al recordar su historia familiar “siempre tengo el recuerdo de un plato puesto en la mesa aparte de los nuestros, y siempre había un invitado, que era un vecino de al frente o una persona que estaba sola…”. Consecuencias del golpe militar Entre 1972 y el golpe de estado, primó el desabastecimiento y comenzaron a producirse fricciones y diferencias políticas según cuán cerca o lejos se sentían los pobladores del gobierno de la Unidad Popular. Al igual que en otros sectores de la sociedad chilena de esos años, se empezaron a agitar los ánimos levantando recelos y mutuas acusaciones. Para algunos las JAP lograron mantener cierto nivel de abastecimiento, pero para otros “hubo mucho oportunismo”. 32 33 Para el 11 de septiembre de 1973, los dirigentes informaban a través de los parlantes de la junta de vecinos lo que iba ocurriendo en La Moneda, así como de la muerte del Presidente Allende. A las horas llegó un grupo de Carabineros para terminar las transmisiones y llevarse detenido a don Carlos Mejías, quien se encontraba en ese momento en la sede vecinal. El argumento fue que no contaban con permiso para esas emisiones ya que eran “propaganda política”. Después del golpe las familias comenzaron a vivir sus problemáticas en solitario, ya que se instaló un temor generalizado a raíz de los primeros allanamientos. “La gente que llegaba poquito después de la hora del toque de queda prácticamente la molían a palos, aquí los militares y carabineros nos daban duro”, recuerdan. Al “Cojo Lucho”, que era un quiosquero que vendía diarios y golosinas le dispararon en la esquina de su casa, varios no volvieron tras los allanamientos, la señora de don Calos Mejías fue detenida y, luego de su regreso, recuerda don Carlos, los vecinos los observaban con temor: “Creían que los iban a llevar presos si me saludaban”. De esos años también se evoca el funcionamiento “medio a escondidas” de la junta de vecinos y su posterior desaparición. “Aquí la junta de vecinos, en el fondo, desapareció. O sea, lo físico estaba, pero quien acudiera a atender a alguien no había, ni siquiera el mini consultorio”. Aunque estaba prohibido reunirse, la situación dio paso a nuevas y creativas estrategias de participación social. “A los talleres de mujeres nos traían información y nosotras éramos las portavoces para otra gente, e incluso cuando llegaban alimentos salíamos a repartirlos, pese a que Lo 34 Martínez estaba acordonado”. Los hombres, en cambio, usaban los partidos de fútbol y los clubes deportivos: “Aprovechábamos de hacer reuniones con fines deportivos para traspasarnos información, de la poca que había”. De ese período destaca la figura del “cura René” quien llegó a la toma vecina de San Rafael, potenció la actitud humanitaria y luchó por la mantención del policlínico. Se le acusó de ser comunista y de tener armas en su casa. Nunca más volvió, pero les dejó el legado de estar siempre disponibles para ayudar. “Pese a que, cuando llegó, lo cogotearon y lo dejaron en pelota pero siempre decía -los últimos van a ser los primeros-”, recuerdan con sonrisas. De la Granja a La Pintana Entre 1974 y 1976 las juntas de vecinos fueron designadas por la municipalidad lo que repercutió en una importante baja en los niveles de participación. “Desde el golpe hasta el 76, las actividades a nivel poblacional se perdieron y cuando quisimos organizarnos y participar, llegaban apenas seis personas o menos”. Incluso explican que algunos dirigentes impuestos no pertenecían ni a la población, ni a la comuna: “Hubo uno que era de Puente Alto, y que no tenía idea de cómo funcionaban las cosas”. A ello se suma, explica Gloria, que “en esos años los dirigentes eran pagados y hacían un turno en la mañana y otro en la tarde y nada más”. Fueron años sin veredas, sin pavimentación, sin plazas, sin ningún adelanto y con un alcalde que vivía en Las Condes. “Éramos poblaciones mal miradas, junto a la 22 de julio, por ser habitadas por personas en su mayoría de izquierda y que tenían tras suyo la historia de una toma de terrenos”, explican. Coinciden esos años con un hecho distintivo. La transición de pertenecer a la comuna de La Granja, que llegaba hasta el paradero 16 de avenida Santa Rosa, a formar parte de la comuna 35 de La Pintana, como producto de una extensión de esta última. Dicho cambio se produjo en 1982, cuando el alcalde era Tulio Guevara. Si bien los relatos se confunden y se pierde la nitidez de las fechas exactas, prima la percepción de un vacío organizacional. Algunos hablan de años buenos, cuando en los 80 se comienza a perder el temor. Otros hablan de las divisiones políticas que se cristalizaron nuevamente en los años 1985 y 1986. “Ahí no se encontraba a nadie. Uno necesitaba algo y nunca logramos nada, no había un dirigente”. Como ya se mencionó, en contraposición con la inoperancia de las juntas de vecinos, se formaron nuevas agrupaciones, entre ellas centros culturales, centros de madres y clubes deportivos que prevalecieron hasta finales de los años ochenta, cuando el plebiscito permite establecer nuevas estructuras de organización con el objetivo de capacitar a la gente para ser vocales de mesa o apoderados del Sí o del No. Para ello toda actividad donde se juntara un grupo de personas servía, y es así como al momento de ir a buscar a los niños al colegio, “en secreto, y de a poquito le dábamos vuelta la tortilla a la gente”, o en los “puerta a puerta” entregando información o cuando se organizaban por pasajes para hacer las veredas. 36 Retorna la democracia Con el término de la dictadura se produce la democratización de las juntas de vecinos, proceso que se potencia por el renovado entusiasmo que primó en los primeros años de la década de los noventa, cuando emergieron nuevos dirigentes que buscaban motivar la participación de la población. En los noventa, con el apoyo del Municipio, del Fondo de Solidaridad e Inversión Social, Fosis, y con pequeñas organizaciones de vecinos se mejoraron plazas y espacios comunes. Cada grupo trabajó para ubicar los árboles, definir los senderos, plantar el pasto y hacer de estos lugares espacios para el esparcimiento y la recreación. Igual situación se vivió para la pavimentación de las calles y para las actividades de celebración. De a poco, desde cada pasaje, se fueron retomando las acciones colectivas. “En la calle Teniente José Pérez Canto, donde vivo se sigue con la tradición de los regalos para los niños y hacerles una buena comida, gracias a la cooperación de los vecinos”, explica un joven. En el pasaje Exótica, siguen reuniéndose para cada navidad y año nuevo, ocasión en que juegan al amigo secreto, se adornan las calles con guirnaldas y se prepara una once para los más pequeños. Con el programa Quiero Mi Barrio, del Ministerio de Vivienda y Urbanismo, muchos tienen la esperanza de que estas pequeñas comunidades al interior de la población, volverán a unirse por proyectos mayores. Los más jóvenes, aquellos que nacieron en la población después de la toma, no creen en la generalización que hacen los mayores respecto de que todo está mal, ya que en los últimos años se han retomado las prácticas solidarias y la organización a nivel de cuadras. Ellos mismos han preparado fiestas y completadas para recaudar fondos en ayuda de vecinos enfermos o personas que necesitan costear tratamientos caros de salud. 37 Con todo, la opinión compartida es que faltan muchas cosas por hacer, integrar a más vecinos en la organización de actividades, hacer crecer los clubes deportivos y ofrecer nuevas opciones de entretención para que los niños “no anden puro pelusiando”. Hoy se están dando tiempo para volver a soñar, para aprender a reconocer y respetar las nuevas formas de organización que se dan las generaciones más jóvenes, para valorar las iniciativas de un pasaje, tanto como aquellas impulsadas por entidades más formales. “Para progresar -remata don Carlos- hay que confiar en todos y sumar, por eso es bueno que se integren los más jóvenes”. 38 39 CAPÍTULO III LAS MUJERES DE LA 6 DE MAYO D esde los orígenes de la Población 6 de Mayo, las mujeres jugaron un rol clave. Ellas fueron protagonistas de la organización de los comités de los Sin Casa, antes de la toma de terrenos. De hecho muchos de los sitios definitivos quedaron a nombre de las mujeres, una suerte de reconocimiento generalizado debido al papel que tuvieron en la conquista de la vivienda propia. “Nosotras estábamos a cargo de la toma porque los maridos trabajaban”. Por su parte, cuando las asistentes sociales se encontraban con maridos abusivos, inclinaban la balanza hacia las mujeres dejándolas a ellas como dueñas de la propiedad. “Cuando hablé con la visitadora le pedí por favor que dejara el sitio a nombre de mi señora, porque ella fue la que se tomó el sitio, le dije que ella era la verdadera dueña. Pero la señorita no quiso y me dijo que hacían eso con los maridos que tenían cara de malos y que yo no tenía esa cara. Así que le tuve que decir a mi señora que no fue culpa mía”. En una época en que los roles masculino y femenino eran más rígidos que hoy -ellas a cargo de la familia y ellos de la generación de ingresos para la subsistencia- las mujeres pusieron en la causa de la vivienda mucho más que sus destrezas domésticas. En efecto, las pautas tradicionales que definen a las mujeres como seres vulnerables, victimizados por la rudeza de la vida, emocionalmente inestables o carentes del vigor que se requiere para emprender grandes proyectos, quedaron obsoletas cuando cruzaron avenida Santa Rosa aquel 6 de mayo de 1967. No sólo tomaron un camino que a todas luces parecía arriesgado e incierto, además se dedicaron con insistencia a avanzar en cada uno de los trámites, procesos, tareas y acciones que debían tomarse como población. La estrategia de estas mujeres fue clara: dirigir sus pasos directo a la meta. Para muchas, participar primero en la organización de la toma y luego en el diseño de la comunidad que deseaban construir, las ubicó en una posición probablemente desconocida hasta entonces. Ellas estaban en una situación de poder y desde allí generaron las redes y las iniciativas necesarias para concretar sus objetivos. Si bien, primaba en ellas el deseo de ofrecer mejores oportunidades a sus familias, en el proceso ellas se constituyeron en sujetos sociales y políticos de gran significación y aunque no eran mayoría en las instancias formales de la dirigencia, muchas llegaron a ocupar puestos de responsabilidad pública que hasta hoy son reconocidos y valorados. En este caso, el espacio cerrado del hogar dio paso a un espacio mayor en la esfera pública. La comunidad, a través del trabajo colectivo, desdibujó las rígidas barreras que mantenían a las mujeres relegadas a la cocina y a la crianza de los hijos. Para cuando la crisis económica de los años ochenta mermaba la subsistencia familiar, las mujeres de la Población 6 de Mayo se incorporaron a la fuerza laboral, aunque la mayoría en oficios que significaban una extensión del trabajo doméstico. Con todo, fueron muchas las que ganaron en autonomía económica y en autovalía. “Mi mamá se levantaba temprano, iba a trabajar y nosotros nos quedábamos con mi hermana cuidando al más chico, o sea siempre mi mamá tuvo que trabajar porque mi papá de repente pasaba sin trabajo”. En la actualidad es difícil pensar que un solo ingreso sea suficiente para la subsistencia familiar “ya que los sueldos no alcanzan”, dice Gloria. En su mayoría se trata de trabajos que corresponden a empresas de aseo o como empleadas de casa particular, pero “también tenemos profesionales que son las mujeres más jóvenes y que tuvieron la posibilidad de continuar sus estudios”. 42 Salir a la calle Luego del golpe militar, cuando no podían hacerse reuniones públicas y la dinámica participativa de la población se escondió tras las puertas, las mujeres de la 6 de mayo nunca dejaron de imaginar formas que permitieran mantener vivo el trabajo colectivo. Los centros de madres fueron una fórmula, la participación en las protestas de los años ochenta fue otra. “Las mujeres siempre hemos sido más cautelosas que los hombres y más inteligentes”, dice Fresia. “Íbamos al centro a protestar, como en tres micros llenas, nos mojaba el guanaco, y después nos devolvíamos todas juntas en las micros… éramos unidas y seguíamos luchando, y ayudándonos como mujeres, para superarnos y salir de la dictadura”. En tales momentos poco importaban los colores políticos o las diferencias que existían entre las vecinas, ya que lo único relevante “era liberarse de la junta militar”. También recuerdan sus detenciones: “A mí -dice Alejandrame detuvieron como cinco veces, me pegaron, porque era falso eso de que a las mujeres no las tocaban, y además protegíamos a personas en la casa, gente que andaba arrancando. Fueron años duros, pero muy buenos, de lo contrario no hubiésemos tenido tanta conciencia”. Recuerda también que para las protestas al interior de la población, juntaban neumáticos para cortar las calles grandes y salían a hacer rayados, incluso en 1985 cuando las patrullas militares recorrían con frecuencia el sector. 43 Autonomía También buscaron formas para mejorar sus condiciones de vida al interior de sus propios hogares porque a pesar de su valor, “las mujeres seguían siendo muy sometidas, el marido mandaba y se hacia lo que él decía”, explica Gloria. Por eso “empezamos a crear conciencia entre las mujeres, a exigir que se respetaran sus derechos también en la casa y luego también nos metíamos en política”. Son años, recuerdan, de gran movilización social y decidieron no quedarse al margen. “Íbamos a los actos del ocho de marzo, el día internacional de la mujer y pese a que estaba prohibido, igual íbamos”. También organizaron talleres de desarrollo personal para las mujeres de la población. “Nosotras les decíamos: mira, tú primero tienes que empezar a valorarte a ti misma, a quererte más”. Contaron con el apoyo de organizaciones no gubernamentales y de grupos de mujeres que les facilitaban información, les daban charlas, las apoyaban con terapias psicológicas y con información sobre salud sexual, así como con capacitación para la generación de ingresos propios a través de la confección de artesanías y arpilleras que se transformaban en aportes económicos para las casas. Tal desarrollo, las fue ubicando en una posición de mayor igualdad con los maridos. Con ansiedad, las mujeres esperaban el día del taller. Dicha experiencia se replicó en la mayoría de las manzanas de la población, así como en distintas zonas de Santiago. Fue, sin duda, una estrategia de resistencia en muchos sentidos y una gran oportunidad para desarrollar sus múltiples potenciales y su autoestima. “Era una instancia muy importante, para comunicarse y para poder compartir con otras mujeres”, recuerdan. 44 A su vez, la sexualidad se fue convirtiendo en un tema cada vez menos tabú. Hablar abiertamente no sólo permitió compartir experiencias en un diálogo entre amigas de distintas generaciones. Se convirtió también en un tema político, donde se reivindicaba la libertad, el placer, la responsabilidad compartida de la reproducción y la autonomía del cuerpo. No fue fácil, al principio el pudor impuso barreras que fueron sorteándose en un clima de confianza, de modo que lentamente fueron hablando de anticonceptivos o de cómo prevenir enfermedades de transmisión sexual, entre tantos otros temas. Gloria, explica que algunas experiencias la sorprendieron, como una pobladora que comentó sobre la vergüenza que sentía con su desnudez o la confesión de muchas mujeres que contaban que nunca habían “sentido nada” y recién a partir de los talleres comenzaron a mirar su propia sexualidad de un modo más consciente. Victoria Puede que haya sido una casualidad, puede que incluso haya nacido un varón primero, pero todos concuerdan en que Ana Victoria nació la misma madrugada de la nevazón. Su segundo nombre fue propuesto por el dirigente Ricardo Rojas, el “compañero Rojas”, como le decían. Ana cuenta que “justo en 45 esas fechas entregaron algunos de los terrenos, entonces él le propuso a mi mamá ese nombre y ella aceptó”. La versión de otros vecinos dice que “justo el día que ella nació, nos avisaron que ya nos veníamos al fundo”. Y otros señalan que por la nieve la madre no se fue al hospital y el parto terminó siendo en la toma. La vecina Luzmira Pereira llegó a cortar el cordón umbilical de la recién nacida “porque lo demás se lo hizo ella sola”. Ana dice que agradece que su historia tenga ese origen y también se siente orgullosa de llamarse Victoria. Solidaridad extra Pero las mujeres de la población no sólo recuerdan el nacimiento de Ana Victoria, el dolor de las desapariciones, las múltiples estrategias de supervivencia, su participación en las jornadas de protesta nacional o aquellos resguardados espacios de complicidad entre mujeres. Alejandra señala que la solidaridad fue también un rasgo que permaneció inalterable: chocolatadas, títeres, obras de teatro, tizadas, celebraciones. Por eso no sólo ellas se sienten orgullosas de lo que les tocó vivir, sino que respetan mucho lo hecho por sus madres cuando decidieron tomarse aquellos terrenos. “A veces le digo a mi vieja que a pesar de toda la consciencia que tengo, no sé si viviría en una toma o en un campamento, no creo que aguantaría lo que ellas enfrentaron”, reflexiona Alejandra. - ¿Vivir en un campamento?, le pregunta Alicia. - Claro, lo encuentro muy duro. - Con fonolas, plásticos y cartón, y en medio del barro, agrega Gloria. - Eso es lo valorable, porque hay mucha gente que conozco y que dicen que lucharían, pero no se si serían capaces de aguantar lo que ellas vivieron esos primeros años, con cabros chicos, defendiendo su toma y apoyándose entre ellas, ya que los hombres sólo estaban en las noches y los fines de semana. Reconocen también que cada mujer de la población es una historia diferente. Tanto las de ahora, como las de antes. Y si bien las condiciones han mejorado, saben que seguirán luchando. “Ahora hay más mujeres que trabajan y que salen de la casa, que tienen más libertad… pero siempre van a haber mujeres que se quedan esperando que llegue el marido”. Cuando hablan de las separaciones, señalan que “esas mujeres no les permitieron más a sus maridos que las maltrataran, no quisieron seguir siendo pasadas a llevar”. “La mujer ahora está viviendo un gran cambio, quiere trabajar no sólo por necesidad, quiere estudiar, quiere sentirse realizada en lo personal, quiere tener su pareja e incluso está postergando su maternidad, ya hay menos niñas chicas embarazadas”, reflexionan. 46 47 CAPÍTULO IV CONVIVENCIA Y RECREACIÓN E l festejo y la recreación son parte de la identidad de la Población 6 de Mayo. Desde su origen, son variadas las iniciativas que se han desarrollado en estos años para motivar la recreación, un rasgo que los ha ayudado a matizar las adversidades con alegría y ánimo de encuentro. Ese espíritu fue intencionalmente buscado cuando comenzó en la población el trabajo del programa Quiero Mi Barrio. Junto con rememorar las prácticas pasadas, se hizo un esfuerzo por recuperar y reinstalar iniciativas que, incluso hoy, son disfrutadas con igual ilusión por las distintas generaciones que dan vida a esta comunidad. Alegrías de antaño Primero fue posada o quinta de recreo, luego prostíbulo y ahora una iglesia. La llamaban El Pupullano o El Cucuyano y fue un lugar de encuentro para la naciente comunidad de aquellos años. Quedaba en General Silva, cerca de la avenida Imperial donde “íbamos todas las tardes a bailar”. Cuando dejó de existir como posada, las reuniones se trasladaron al restaurante Las Gemelas, cuyo dueño, Fernando Cares, llegó con la toma. Primero se instaló en una barraca en la manzana 20 y aunque, recuerda, por años imperó ley seca en la población, en 1970 abrió una de las primeras botillerías que luego se convirtió en el primer bar - restaurant de la 6 de Mayo. El nombre se lo deben a las hijas del propietario que nacieron ese mismo año. Además de la buena comida, el lugar era un punto de encuentro para escuchar radio y ver televisión. Actualmente la señal es por cable y un wurlitzer anima los bailes. Cuando el calor del verano se imponía con fuerza, la piscina era el panorama favorito. Era un simple tranque pero representaba un gran premio para quienes cumplían con sus obligaciones: “Había que pegarse el tremendo pique, uno iba de picnic al tranque. Allí se bañaban chicos y grandes, como la señora Cora Correa que se iba a bañar con nosotros. Si terminábamos lo que nos correspondía, podíamos ir a bañarnos o a jugar”. Los paseos de fin de año son evocados recurrentemente pues implicaban un gran esfuerzo organizativo por pasajes y cuadras. Se trataba de una gran actividad comunitaria en la que participaban numerosas familias en los distintos preparativos. Llegado el día, se subían a la micro con destino a Peñaflor o Cartagena. “Partíamos tipo dos de la mañana y uno estaba todo el día, comía huevos duros con arena, pollos con arena, y aunque estuviera nublado nos bañábamos igual, y después regresábamos todos juntos para Santiago”. Los domingos la entretención se trasladaba a la cancha del club de fútbol Pedro Araya, cuyo nombre fue puesto en honor al destacado jugador de la década del sesenta. “Allí nos poníamos todos a mirar fútbol. Íbamos en familia y lo bueno era que no había peleas… era tan lindo, era una cosa hermosa ser partícipe de eso”. Club de Futbol Estrella Roja. Los centros culturales también han sido iniciativas de larga data en la población. Así lo recuerda José, cuando menciona al centro Ernesto Jarillo Araya que logró convocar a más de cien socios en Viaje a la playa. Pero no había que esperar fin de año para salir de paseo. “Como vivíamos entre puros potreros, íbamos por ahí a caminar, a sacar moras, a jugar a saltar los canales para el otros lado de San Francisco, a subir los cerros cercanos o a tendernos bajo los árboles frutales”. Estas aventuras incluían sacar sapolio del cerro o encontrar greda. 50 51 una casa de tres por seis metros. En ese espacio se realizaron obras de teatro de conocidos dramaturgos, como Isidora Aguirre, y funciones de circo, entre tantas otras actividades artísticas impulsadas desde 1969 hasta 1975, cuando las organizaciones vecinales entraron en receso y las reuniones estaban limitadas por el toque de queda o la represión. Equipo de futbol de niños. Entre los personajes entrañables de esta historia destacan aquel vecino que sigue viviendo en Teniente Cruz Martínez y que por esos años arrendaba su piscina: “Íbamos todas las tardes a bañarnos ahí”. También recuerdan al “finado Castro” a quien le faltaba una mano, un pie y un ojo, pero era el alma de la fiesta: “Las animaba, bailaba, pintaba los letreros y se disfrazaba para entretenernos a todos”, o el “Caszely” que arrendaba bicicletas y patines por diez pesos la manzana. 52 Presente Posando ante la cámara. Con el retorno de la democracia, cuando poco a poco comienzan a recuperarse la osadía, la confianza y las ganas de participar, la recreación y la cultura retomó su lugar en la población. Son diversas las iniciativas que han recuperado viejas prácticas de recreación comunitaria mezclándolas con las nuevas motivaciones, géneros artísticos y talentos presentes en el barrio. Luego del arduo partido. Los más jóvenes hablan de las tardes de cine de los sábados cuando se proyectaban películas en la junta de vecinos, y sin duda, la creación del centro cultural Calle CC, que ya lleva más de diez años de trayectoria, y es una de las organizaciones juveniles más importantes de la población. La plaza central, es uno de sus lugares favoritos para sorprender a los vecinos con ritmos y alegría; pero también realizan murales, uno de los cuales está en la sede vecinal, además de desarrollar otras expresiones artísticas como la escultura que representa a un batuquero y que a los niños les encanta. 53 Algo similar realiza el comité cultural Rayén Mapu, que surgió ligado al programa Creando Chile en Mi Barrio, del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Desde su formación en 2007, ha trabajado estrechamente con el Consejo Vecinal de Desarrollo (CVD) en la animación cultural y artística de la población. Rayén Mapu está integrado por distintas organizaciones como La Calle CC, el conjunto Las Rosas y el Clavel, el centro de madres La Exótica, los clubes La Amistad y Renacer a la Vida. “Más adelante se nos sumaron miembros de la comunidad mapuche Kiñe Pu Liwen y vecinos, que sin pertenecer a ninguna organización, se interesaron en el trabajo cultural”. Una de sus actividades más llamativas es la banda de percusión, con más de veinticinco integrantes y cuyo fuerte son las batucadas. “Nuestra motivación -cuenta Sergio Gómez- es hacer música y entregar alegría”. Recientemente están ampliando su quehacer a través de la formación de redes intercomunales que integran a otros centros culturales de las comunas de la zona sur de la Región Metropolitana, como Padre Hurtado, El Bosque y San Bernardo. De esta forma buscan ofrecer una variada gama de actividades a sus propios barrios, en una suerte de gran enlace cultural. 54 Gran parte de la reactivación del quehacer cultural de la 6 de Mayo surge con la creación del Consejo Vecinal de Desarrollo, en el marco del Programa Quiero Mi Barrio. A partir de las comisiones de trabajo y del entusiasmo de los vecinos, muchas de las iniciativas existentes pudieron coordinarse para reforzar su labor y ofrecer a la comunidad una variada gama de actividades para todas las edades, vocaciones y gustos. De este modo, se han realizado numerosos talleres, entre ellos, de fotografía, arpilleras, aeróbica, circo, danza árabe, tango, salsa, muralismo, serigrafía, literatura, telar y cocina mapuche o teatro. “Me inscribí en el taller porque quería aprender algo nuevo, hacer amistades y compartir experiencias”, cuenta Josefina. Por su parte, Gini explica que su participación en el taller de aeróbica responde a querer salir de su rutina de dueña de casa, pero que ha terminado conociendo más a sus propios vecinos. deportivo Edilio Mena reúne a 120 personas entre niños y adultos. Como parte de la liga de San Rafael, organiza amistosos junto al club deportivo Juventud La Granja, que convoca a otros 150 vecinos. La tradición del fútbol de barrio se remonta a los primeros días de la población, y al igual que ayer, congrega a las familias y amigos del barrio. Por eso para el aniversario de la población se organizó el campeonato Aniversario 2008 Barrio 6 de Mayo, en el cual participaron veinticuatro equipos -en las categorías La Compañía Circo Ambulante, que inició su labor en la comuna de Puente Alto, impartió talleres a más de veinte niños en la Plaza Víctor Hugo Valenzuela. “Enseñamos técnicas como el malabarismo, el trapecio y los clown o payasos, pero lo más importante es usar el circo para promover el desarrollo personal, la superación individual y el apoyo grupal. Queremos generar autonomía desde la práctica, que sean capaces de montar una estructura gigante, que requiere de mucha organización y de conocerse como grupo” cuenta Miguel Molines profesor del taller. Por su parte, los adultos mayores tienen su propia agrupación en el club Renacer a la Vida, que se coordina con otras organizaciones similares para realizar paseos y actividades impulsadas desde el gobierno. El deporte también tiene un espacio en la vida de la población. El club 56 57 hombres adultos, juveniles, niños y mujeres- congregando a trescientos participantes. Claro que el mayor entusiasmo se centró en las mujeres pues “son partidos más familiares, donde las chiquillas vienen con su barra, con sus hijos y maridos. Cuando ellas jugaron las canchas se llenaron, mínimo cien personas”. Pero la población no sólo retomó expresiones deportivas, sino tradiciones que se remontan a su fundación. Por ejemplo, embanderar las calles y casas, adornar los pasajes para el aniversario, fiestas patrias, navidad, año nuevo o cualquier celebración de la comunidad. Así, esa misma bandera que flameó en los primeros días de la toma, o aquella que instalaron cuando se trasladaron a los terrenos definitivos, no sólo se ha vuelto un símbolo en su memoria, sino que se ha reinstalado alegremente en las calles de la 6 de Mayo. 58 59 60 61 CAPÍTULO V HACIENDO BARRIO L a extensa trayectoria de organización, aún con períodos de letargo y escasa participación, pero con el constante deseo de seguir plasmando los sueños que motivaron a los pobladores de la 6 de mayo a dar el salto de sus vidas hace cuarenta y dos años, ha sido un factor clave para la instalación en la comunidad del Programa Quiero Mi Barrio, del Ministerio de Vivienda y Urbanismo. En efecto, uno de los resultados más valorados ha sido la revitalización del carácter fundador de esta población. Así también lo ha sido la integración de diversos actores de la comunidad, jóvenes, adultos mayores, mujeres, niños, trabajadores, jefas de hogar, entre otros. Esta rearticulación les ha permitido “recuperar lo que era antes”, frase habitual que alude al entusiasmo y a la fuerza que debieron poner para el éxito de una aventura osada pero que marcó el destino de tantas generaciones. No es casual que se haya escogido a la plaza Víctor Hugo Valenzuela como la obra de confianza para dar el vamos al programa. Allí radica buena parte de la historia de esta comunidad y refleja, también, los desafíos futuros. Otro hito en este proceso fue la recuperación del nombre original de la población, el cual había sido reemplazado por 21 de Mayo en tiempos del régimen militar. Las celebraciones realizadas para festejar tal rescate ilustran el grado en que los sentimientos de pertenencia, identidad y cohesión están vinculados a la epopeya originaria. El gesto de borrar aquella parte de la historia devino en una serie de consecuencias que, junto a otros factores políticos, sociales y comunales, fueron disgregando uno de los rasgos más significativos del barrio, su gran capacidad organizativa. Sin embargo, la solidaridad junto a la necesidad de mantenerse unidos para convertir las conquistas del pasado en avances del presente, mantuvieron latente el espíritu colectivo de la Población 6 de Mayo y sobre esa base el programa Quiero Mi Barrio ha realizado su tarea. Un ejemplo de ello son las fiestas de aniversario, las renovadas actividades culturales, los campeonatos entre las distintas manzanas y la recomposición de las relaciones entre vecinos. “Hemos vuelto a tratarnos de compañeros”, dicen algunos, mientras otros destacan la trama social que los envuelve: “Aquí hay gente con la que tenemos historias comunes, y es bueno volver a encontrarse y tratarse con cariño, como si uno fuera de la familia”. Además, con el paso del tiempo se acuñó suficiente confianza para re-encantar y atraer a nuevos rostros. “Antes era la junta de vecinos y un grupito más, ahora tenemos más gente y junto a eso, se han logrado acuerdos con los vecinos y se ha recuperado la credibilidad”. Lo mismo ocurre con las obras, donde los vecinos destacan la remodelación de la mencionada Plaza Víctor Hugo Valenzuela, la primera plaza de cinco que considera recuperar el programa. Obra de confianza que no sólo ha permitido mejorar su estado, considerando los años en que no tuvo mejoras, sino que ha fortalecido un espacio para compartir y para sentirse orgullosos: “Ha traído unidad, ha permitido que la juventud tenga un espacio digno para organizarse y hacer sus actividades y se ha vuelto un gusto estar en la plaza”. Por su parte, los talleres implementados no sólo fueron atractivas y novedosas formas de reunir a la comunidad, también, como en el caso de las arpilleras, permitieron generar recursos y retomar una actividad que se hizo emblemática en tiempos de dictadura, cuando a través de dicha artesanía se contaba el tejido de los acontecimientos. 64 65 Para los jóvenes, los talleres de circo, de aeróbica, de danza y fotografía, así como las batucadas, fueron esenciales para motivar su integración. Se sintieron considerados, partícipes y protagonistas. Para Claudia, tomar el taller de fotografía fue mucho más que el aprendizaje de una técnica “porque siempre estuve relacionada con el tema, ya que mi padre, Oscar León -uno de los miembros de la toma-, solía tomar fotografías a los vecinos y familiares en matrimonios, graduaciones o bautizos”. Una evaluación igual de significativa le asignan los más de veinte niños y jóvenes que integraron el taller de circo y que han hecho suyo el espacio de la plaza y las colchonetas, clavas, telas, pelotas y diábolos que han alegrado el lugar. Tarea a pulso de todas y todos La Población 6 de Mayo es uno de los doscientos barrios del país que iniciaron un proceso histórico de recuperación en el marco del Programa Quiero Mi Barrio, del Ministerio de Vivienda y Urbanismo, uno de los sellos de la Política Habitacional impulsada por la Presidenta Michelle Bachelet durante su gobierno. El objetivo del Programa Quiero Mi Barrio es contribuir al mejoramiento de la calidad de vida de las vecinas y vecinos de barrios con problemas de deterioro urbano y vulnerabilidad social. Para ello se lleva a cabo un proceso participativo orientado a la recuperación de los espacios públicos y de los entornos urbanos de las familias involucradas. Desde Arica a Punta Arenas, al igual que en La Pintana, ochenta comunas 66 del país han visto cómo los barrios convocados a participar en este programa hoy se encuentran más integrados, mejor equipados, más seguros, con mejores redes de apoyo, solidaridad, participación y sentido de pertenencia. Cuando se inició el Programa Quiero Mi Barrio, en 2006, eran setenta y seis los barrios pioneros. En la actualidad estos llegan a doscientos, entre los cuales se encuentra la Población 6 de Mayo que inició su propio camino de recuperación a principios de 2007. Es así como, hace poco más de dos años, en este sector emblemático de la comuna de La Pintana, la comunidad fue 67 convocada por el municipio a involucrarse en una tarea tan titánica como apasionante. Mejorar la calidad de vida de sus cientos de familias a través de la participación social y la recuperación de espacios públicos que hace décadas trazaron los arrojados fundadores de la Población 6 de Mayo. Pero como ya se ha mencionado, esta recuperación no quedó reducida a las obras físicas que se proyectaron. En el transcurso de los meses, se agitaron nuevamente las ganas de esta comunidad de mujeres, hombres, jóvenes, adultos mayores y niños que comparten una historia y un horizonte marcado por la lucha, la perseverancia y los anhelos de mayor integración social y familiar. Para ello trabajaron en conjunto el Consejo Vecinal de Desarrollo, la Municipalidad de La Pintana, el Ministerio de Vivienda y Urbanismo y la organización no gubernamental Programa de Acción con Mujeres (Prosam). Con esta articulación fue posible definir las prioridades que debían afrontarse en el barrio: mejoras en iluminación, pavimentos, plazas, canchas y senderos, así como la construcción de una sala cuna, una nueva sede social y dos centros de Internet disponibles para toda la comunidad. El cronograma de trabajo se trazó para veinticuatro meses y contempló una serie de iniciativas sociales que constituyen el mejor soporte para el éxito y la sustentabilidad del trabajo El sentido de pertenencia, de dignidad y de proyección son sentimientos que se plasman en la vida cotidiana de los habitantes del barrio. De esta forma, cuando la comunidad decae, el entorno también lo hace deteriorándose no sólo plazas y puntos de encuentro, sino las relaciones humanas que conforman la principal trama de la vida vecinal. Por el contrario, cuando se identifican de común acuerdo las prioridades y las soluciones más factibles a los problemas detectados, la vida de barrio se activa para beneficio de todas y todos, se fortalecen los lazos, florecen nuevas voces y las nuevas generaciones se integran al proyecto común. Esto sucedió en estos años en la Población 6 de Mayo, pues sus habitantes se volcaron a recuperar los espacios y propiciar una mayor integración a través del fortalecimiento de sus relaciones sociales. 68 69 impulsado. El Consejo Vecinal de Desarrollo nació en medio de este proceso y ha sido fundamental para representar a los vecinos en las decisiones de la población. Lo construido El Consejo Vecinal de Desarrollo, CVD, dio gran importancia al fortalecimiento de las organizaciones del barrio impulsando talleres de liderazgo, escuelas, fondos concursables y jornadas de derechos ciudadanos. Gracias a esta labor, se pudo construir colectivamente la imagen del barrio que se quiere para el presente. En ello colaboraron numerosas organizaciones de la población, siendo el CVD un gran motor para motivar la participación de los vecinos, especialmente en las comisiones de trabajo. Así mismo el CVD se integró a la Mesa Técnica Barrial, instancia de toma de decisiones respecto de los planes de mejoramiento de infraestructura del Programa Quiero Mi Barrio en la población, y donde el protagonismo lo tenían los propios vecinos. Así mismo fue especialmente relevante recoger y sistematizar los recuerdos, relatos, hechos, anécdotas e interpretaciones que tienen distintas generaciones de vecinas y vecinos respecto de la historia común. En este sentido, los talleres de memoria fueron 70 71 72 73 un gran eje y puntapié inicial para proyectar en el presente y en el futuro de la Población 6 de Mayo, los deseos y desafíos comunes. Las mujeres y los jóvenes, así como los hoy adultos mayores que ayer forjaron el comienzo de esta historia particular, pudieron construir una visión conjunta revitalizante y esperanzadora. conmemoración del aniversario del barrio. Desde entonces se cuenta con mayor iluminación postes y ampolletas que permiten no sólo ofrecer mayor iluminación al sector, sino brindar confort y seguridad a la comunidad. Niños y jóvenes se sintieron orgullosos y partícipes de la historia común; a partir de un plebiscito barrial las vecinas y vecinos aprobaron por mayoría restituirle al barrio su nombre original; se realizaron ceremonias donde se entregaron de una generación a otra el lienzo y la bandera fundacional de “La 6 de Mayo”; se realizaron exposiciones alusivas y un video que muestra piezas fotográficas, recortes de prensa, memorias y experiencias de vida. De este modo, la plaza ubicada en Teniente Julio Pérez Canto y San Martín, que se llamará Plaza de la Cultura, contará con un centro de Internet y el equipamiento para la proyección de películas, realización de asambleas o eventos culturales. Especial énfasis se puso en las celebraciones del barrio con el propósito de generar momentos de encuentro y convivencia entre los vecinos. Así, el aniversario, las fiestas patrias y la navidad fueron eventos aglutinadores con importantes repercusiones. Además, las actividades deportivas para una vida saludable fueron un éxito de público y entusiasmo. Las obras de infraestructura, definidas de común acuerdo con las vecinas y vecinos durante los primeros meses de funcionamiento del programa, se plasmaron en el contrato de barrio considerando el mejoramiento de áreas verdes y deportivas, equipamiento comunitario, pavimentación e iluminación. Para esto contó con la activa colaboración de la Municipalidad de La Pintana. La iluminación del barrio era sin duda una prioridad. El recambio de luminarias se inauguró el 10 de mayo de 2008, durante la 74 El barrio cuenta con numerosas plazas y multicanchas, espacios neurálgicos para la convivencia barrial. Para su recuperación se consideró un enfoque temático que facilitara la integración de los diferentes sectores, y asimismo responder a las necesidades de los distintos grupos etáreos presentes en el barrio. Por su parte, en la Plaza de los Deportes, ubicada en Teniente Luis Cruz Martínez y Teniente Julio Pérez Canto, se construirá la cancha más grande del barrio, que contará con techumbre, dos baños, una bodega, seis bebedores de agua y dos galerías con capacidad para trescientos espectadores. En su exterior, se ubicará un circuito de máquinas para reforzar las prácticas deportivas. La vegetación tendrá su lugar en la Plaza de la Naturaleza ubicada en Capitán Ignacio Carrera Pinto con Teniente Luís Cruz Martínez. Contará con especies chilenas y una pérgola central que permita alojar exposiciones y actividades barriales. Las niñas y niños son muy importantes para el futuro de la Población 6 de Mayo, por ello en la Plaza de la Infancia todo está pensado para su bienestar y seguridad, con áreas verdes mejoradas y novedosos juegos infantiles. 75 También contará con una sala cuna y jardín infantil. A su vez, padres y abuelos tendrán aquí cómodos espacios de descanso y esparcimiento familiar. Por su parte, la Plaza Sur, ubicada en Teniente Montt Salamanca con Bernardino Parada, constituye una de las espacios más activos del barrio por lo tanto se mantendrá su diseño original incorporando áreas verdes, paseos, una pista de patinaje, un área para la práctica del skate, además de la refacción de los juegos infantiles existentes. Por último, la Plaza Paseo permitirá la circulación de los estudiantes y vecinos que transitan por Teniente Julio Pérez Canto. Para la Población 6 de Mayo, el Programa Quiero Mi Barrio consideró la construcción de una nueva y moderna sede social, que fue fruto de un diseño conjunto entre los vecinos y el equipo encargado de la ejecución de las obras. La nueva sede reemplazará a la existente, pues las nuevas necesidades demandaban un espacio más adecuado para la convivencia entre los vecinos, por lo que su inauguración sin duda será una de los eventos más emocionantes y significativos del proceso. Dar continuidad Para la comunidad, este extenso programa debe tener continuidad una vez que finalicen las obras comprometidas. Dicha continuidad, en opinión de los vecinos, sólo será posible si permanece y se continúa fortaleciendo la participación de la comunidad y sus organizaciones en el desarrollo del barrio. “Las luchas no son personales, ni por la familia de uno o para que el día de mañana digan que mi abuelito o mi abuelita, o mi mamá o mi papá hizo algo. No, son porque aquí hay cosas que tienen que continuar porque si nos estancamos nos morimos”. En esa línea, sienten que las comisiones del Consejo Vecinal de Desarrollo han aportado de manera muy significativa, de hecho son varias las semejanzas que encuentran entre estas formas de organización y los antiguos comités que operaron durante la toma y en los primeros años de la población. El denominador común es, sin duda, el trabajo colectivo que junto con nuevas modalidades de difusión logran impregnar a la población de un espíritu renovado. Esta nueva sede social contará con oficinas, salones divisibles, un centro de Internet, una sala de ensayos, una cocina comunitaria, bodegas y baños. Además, tendrá patios y terrazas, abiertos y techados, para permitir la reunión de diversos grupos y organizaciones del barrio. 76 77 El propósito está trazado, como en el pasado cuando tizaban los sitios y en ese gesto marcaban mucho más que tierra y pastizales. “Vamos a lograr una mayor integración con los jóvenes, los niños y los adultos mayores, vamos a tener monitores, una mayor preocupación de la municipalidad, ahí todo puede cambiar, podemos lograr un nivel de vida más humano porque en estos últimos años ha sido muy pesado, muy triste y muy malo en muchos aspectos”. Luis Ayala, secretario del Consejo Vecinal de Desarrollo y miembro de la junta de vecinos, refuerza esta idea: “Resultan entendibles los problemas de la gente -calidad de la educación, el hacinamiento, la pobreza o mala atención de salud- pero eso no puede impedir salir a la vereda y mirar qué está pasando alrededor. Los necesitamos y los invitamos a que se sumen, las puertas están abiertas”. 78 79 CRÉDITOS