▶Entrevista Javier Auyero sociólogo e investigador entender la violencia ricardo carpena 40 El tratamiento de la marginalidad debería ser integrador U n flagelo imparable. Un problema que cuesta solucionar. Uno de los males contemporáneos que ni los 30 años de democracia lograron superar. La inseguridad puede tener muchísimas definiciones, pero nunca, hasta ahora, tuvo una real solución. ¿Será porque se la aborda con las recetas de siempre? ¿O porque pocos se tomaron el trabajo de entender la trama de violencia que explica tantos casos de inseguridad? Javier Auyero, un sociólogo argentino radicado en Estados Unidos, donde es profesor en la Universidad de Texas, aporta una mirada distinta sobre este transitado tema en La violencia en los márgenes, su último libro, escrito junto con la maestra María Fernanda Berti. Allí, como parte de una investigación de campo que duró tres años, ambos entrevistaron a habitantes de Ingeniero Budge, un barrio humilde ubicado el sur del conurbano bonaerense, y demuestran cómo los distintos tipos de violencia se encadenan, formando un cuadro que obliga a repensar la forma de estudiar y de solucionar la inseguridad. ¿Qué son estas cadenas de violencia de las que habla el libro? Lo que quisimos hacer en el libro fue concentrarnos en los distintos usos y formas de la violencia. Mucha aparece como en otros lados, como una interacción violenta, como un daño interpersonal físico. Pero empezamos a ver que algunas de esas interacciones que tenían a la violencia como mediadora estaban conectadas. Entonces, la idea de cadena es una imagen casi literal de cómo una forma conduce a la otra y que esas formas de violencia, en realidad, a veces, migran de un ámbito público hacia uno privado, de una interacción entre un transa y un consumidor, entre una mamá y un hijo, entre dos personas a una interacción entre grupos. No toda la violencia adquiere esta forma encadenada, pero quisimos hacer eje allí porque nos pareció lo más sorprendente y, además, novedoso para cómo se trata la violencia entre quienes estudian esos temas. No solamente en cuanto a cómo se la estudia sino, también, cómo se la previene. Lo que se hace, por lo que dice el libro, de manera desintegrada. Para abordar este tema, en primer lugar hay que reconocerlo. Esa es la apuesta del libro, que se empiece hablar de este tema. Es algo medio oculto, medio invisible. Cuando se habla de violencia, se habla de otras cosas. O cuando se vincula violencia con márgenes o con pobreza, siempre se piensa que de ahí salen los perpetradores. Y muy rara vez se habla de que ahí están las víctimas. No estoy queriendo decir que los pobres o marginados sean sólo víctimas sino que, en términos de violencia, ellos son quienes ponen más víctimas, quienes más las sufren. Entonces, hay que reconocer que ese es un problema. Después hay causas más bien estructurales que están fomentando y están haciendo crecer esa violencia. En el libro somos muy cuidadosos de no hacer un argumento fuerte causal porque carecemos de datos fehacientes para po- La Asignación Universal por Hijo cubre una semana. Para ver sus efectos, debería ser cuatro o cinco veces mayor der hacerlo. Entonces, para operar habría que hacerlo sobre el mercado de trabajo, la informalidad, el tráfico de drogas, la forma punitiva del Estado, la fuerza extorsiva de la Policía. Pero, al mismo tiempo, efectivamente algunas formas de violencia están encadenadas… Por ejemplo, en algunas de las violencias que generan la adicción y algunas de las que ocurren en el interior del hogar, que efectivamente están vinculadas, el tratamiento tiene que ser un vinculado, integrado e integrador. ¿Y qué quiero decir con esto? Algo muy sencillo: que sea una sola institución la que aborde eso. Nosotros hablamos de que las ciencias sociales están como balcanizadas, y lo mismo sucede en las políticas públicas. Si efectivamente la violencia está integrada, también lo tiene que estar su tratamiento. No me parece nada demasiado revolucionario: una mamá tiene que ir al mismo lugar para hablar con especialistas en adicciones y también en conflictos familiares. Mirar para otro lado Y si esto no sucede, ¿por qué es? ¿Por una falta de visión, de diagnóstico? Por un lado, puede haber una falta de diagnóstico pero, por el otro lado, eso requeriría un diseño de políticas… Otra vez, lo nuestro no es un estudio del Estado, pero no me parece que esto sea reconocido como un problema ni que haya una atención sistemática a la violencia que se genera en estos lugares. Tampoco me parece que el Estado, ni municipal, ni provincial, ni federal, quiera o pueda operar de manera integrada sobre esas cuestiones. Cuando hice el estudio sobre Villa Inflamable [asentamiento de Dock Sud cuyos habitantes están afectados por la contaminación] siempre me preguntaban, y me preguntaba: “¿Por qué el Estado no hace nada?”. Era un tema, comparativamente, bastante más sencillo: había 5000 familias, en muchas de las cuales, según está documentado por un estudio epidemiológico, los menores sufren contaminación por plomo. La solución, te la puede decir cualquiera que estudie estos temas, es remover a las familias de allí. Es una especie de erradicación forzosa. No es una población de cientos de miles de personas, sino relativamente pequeña. Los casos de chicos contaminados están identificados. No sería difícil la solución. Sin embargo, a más de diez años de identificado el problema, la enorme mayoría de la gente sigue viviendo allí. ¿Por qué? Porque, frente a los marginados y los pobres, el Estado mira para otro lado. Y por algo son marginados y pobres: entre otras cosas, porque el Estado los trata como 41 ▶Entrevista pacientes más que como ciudadanos. Esta es una dinámica más bien política. Si fuese una cuestión meramente técnica, Villa Inflamable no estaría allí. Usted habló de un ocultamiento de este tipo de violencia. ¿Es adrede? ¿Hay una mirada determinada sobre la violencia que afecta más a otras clases sociales que a los más pobres? Ahí operan dinámicas de la propia violencia, del campo político, periodístico, que quieren que alguien necesariamente planifique esto. Se termina hablando más de ciertas violencias. Desde hace semanas en Buenos Aires se habla de un caso paradigmático de una chica en particular, Ángeles Rawson. No es un tema menor, pero la semana anterior a ese crimen fue asesinado un vecino de Budge y sólo apareció en una nota en un periódico local. Y durante el último año, registrados en medios locales, hubo en ese lugar casi una docena y media de asesinatos, sobre los cuales la televisión no habla. Son dinámicas que se interceptan, parten del campo periodístico, parten del campo político, y que hacen que ciertas violencias adquieran más visibilidad porque venden más… Pero esto, otra vez, no es exclusivamente en el caso de Argentina. Si uno ve los números de Estados Unidos, el crimen violento decreció a un ritmo del 10% en los últimos cinco años, mientras que las noticias sobre crímenes en la televisión aumentaron en 300%. Porcentajes más, porcentajes menos, la disparidad es tal que hace que, en realidad, no tenga que ver la dinámica del crimen sino por cómo se consumen éstas noticias. Y de hecho, hay sectores en cualquier sociedad que manejan el discurso que las representa a ellas y hay otros que no lo manejan, porque estos sectores más marginados no sólo son pobres materialmente sino también simbólicamente, o sea que no manejan la representación que se hace de ellos. La pueden manejar cuando, por ejemplo, se organizan colectivamente. En sindicatos o en organizaciones piqueteras, por ejemplo. Pero, en general, parte de su debilidad es también una debilidad simbólica. Usted tiene una mirada más tolerante hacia el papel de los punteros como enlaces entre el Estado y los sectores más 42 Los comedores sociales, una realidad para muchos pobres pobres. ¿En este caso funcionan los punteros o también están ausentes en este encadenamiento de la violencia cotidiana? Quiero ser cuidadoso con esto porque es una buena pregunta y yo mismo me la hice en más de una oportunidad por haber estudiado la presencia de estos sectores en el mundo popular. Tuvimos un abordaje muy inductivo, casi fenomenológico del tema, que era cómo aparecía la violencia en los relatos, en las entrevistas, y ver si aparecía, por ejemplo, un puntero mediando en un conflicto o como perpetrador de mayor cantidad de violencia. Un puntero podría haber aparecido siendo árbitro de un conflicto y la violencia decrecería. Entonces, un vecino que no tiene cómo resolver un problema con otro, recurre al puntero. Eso podría ser un ejemplo, pero no tuvimos casos. O un puntero podría aparecer, como dicen en el barrio, como “el poronga pesado del barrio”, el que monopoliza algo de la violencia y él es el que la ejecuta. Tampoco aparece. Entonces hay punteros, hay formas más mediadas de relacionarse con el Estado, pero, en nuestros datos, aparecen como caminos paralelos que no se juntan, no tienen incidencia. Lo mismo te podría decir sobre la Asignación Universal por Hijo. Me habría gustado, entre comillas, porque hubiera sido un dato muy revelador, que, por ejemplo, la frecuencia de violencia interpersonal, o de robos, se diera en los días en que algunas familias cobran la Asignación Universal por Hijo. Entonces, podría aparecer un argumento muy fuerte: “Tiene una incidencia, se pelean por ese dinero que aparece”. No sería “la AUH causa la violencia”, pero habría una relación. O que, como tienen Cuando se vincula violencia con pobreza, siempre se piensa que de ahí salen los perpetradores. Y muy rara vez de que ahí están las víctimas la AUH, estos jóvenes no salen a robar. Tampoco aparece ese dato. En realidad, aparece más fuerte el dato de dinero entrando por la presencia de la Feria de la Salada y creando una oportunidad para el crimen. Pero la AUH y la violencia, en nuestra investigación, no están relacionados. Lo digo así, crudamente, porque es hasta una invitación para indagarlo. Chicos Nadie puede discutir el valor que tiene la Asignación Universal por Hijo, pero es cierto también que nadie se anima a estudiar seriamente de qué manera mejora a la gente o si es insuficiente. Es algo tan positivo que nadie lo analiza. Empieza a haber algunos estudios en las Ciencias Sociales aquí en la Argentina que ya dan algunos efectos. No fue el objeto de nuestro estudio, pero hay algo de parroquialismo en la discusión sobre Asignación Universal por Hijo porque lo primero que se hace, en la discusión pública, es desconocer que, en tanto transferencia condicional de ingresos, la AUH es una variante de eso y existe en casi todos los países de América latina. Es interesante cómo un programa originado en el Banco Mundial se transforma en una bandera de gobiernos progresistas. En realidad, es utilizado por gobiernos más bien conservadores en su inicio. En algunos con más éxito y más estudiados a partir de mecanismos de control, como la ”Bolsa de familia”. Algo de la discusión parte de un presupuesto equivocado, que es el valor de la Asignación Universal por Hijo, que es central desde el punto de vista de quienes la reciben, porque les cubre una semana. Aunque, sin desmerecerla, para ver los efectos que se dice que tiene, tanto los que afirman que desalienta la cultura del trabajo como quienes la defienden porque “empodera” a estas familias, están hablando de una AUH que debería ser cuatro o cinco veces mayor para empezar a discutir esos efectos. De las tantas cosas que surgen del libro, lo que es muy impactante son todos los testimonios de los chicos. ¿Qué efectos produce esta familiaridad con la violencia? Es una pregunta que nos develó y nos sigue preocupando por las propias limitaciones de la investigación. No es un trabajo longitudinal, digamos, en el sentido de que no sé si será posible volver a estos chicos dentro de diez años. Toda la literatura que ha hecho este tipo de estudios más basadas en un abordaje cuantitativo del tema, te hablan de efectos en la autoestima, altos niveles de ansiedad, convivencia con el miedo, etc., etc., lo que los demógrafos llaman el “largo brazo de la infancia”: las condiciones en las que uno crece en la infancia, en más de un sentido determinan no sólo como uno va a vivir la vida adulta sino hasta a qué edad va a morir. Esto lo reflexionamos mucho con Fernanda: no quisimos construir un argumento del cual carecemos de evidencias, y mucho menos hacer formular una Vivir con alta exposición a la violencia es un campo minado: la enorme mayoría no sale, se queda viviendo allí hipótesis porque es problemático, es muy arriesgado y es políticamente peligroso, en el sentido de que puede terminar reproduciendo miradas sobre los más desposeídos muy tremendas. Sin embargo, es difícil salir intacto de allí. Para usar una imagen problemática, si efectivamente vivir en estos territorios relegados con alta exposición a la violencia es un campo minado, por supuesto que hay gente que va a salir ilesa, pero hay otra que no. Hay un sinnúmero de factores que va a determinar quién sale un poco más indemne que otro. El solo decir “salir de allí” es también problemático: la enorme mayoría no sale, se queda viviendo y va a vivir su adultez allí. Usted cree que debería generarse algo parecido al movimiento de derechos humanos para superar estos niveles de violencia. ¿En qué está pensando? Hace un año estaba leyendo un libro de ficción que se llama Room, que cuenta la historia de una mujer que fue secuestrada, vive en un cuarto y quien la raptó la ha violado y, como producto de esa violación, nace un chico. Las primeras cincuenta páginas son de un nivel de opresión tan grande que no podía seguir leyendo. Tuve que adelantarme varias páginas para ver si la autora contaba que podían salir de eso. Cuando descubrí que podían escaparse de esa situación, pensé: “Ahora sí sigo leyendo”. Así empecé a pensar en la luz al final del túnel, en el silverlinning (el lado bueno de las cosas). Tiene que haberlo para que el lector pueda seguir leyendo, para darle una esperanza. En el caso de la violencia en Tucci, yo empecé a pensar en un movimiento modelado alrededor de la idea de derechos humanos también muy inductivamente: estaba en una reunión de vecinos a la que asistieron las Madres contra el Paco, que contaron cómo buscaban a sus hijos. Porque sus hijos habían caído en cierta adicción al paco y desaparecían. Una madre contó cómo lo reconoció en un pasillo por la risa. Es una imagen poderosa: madres con miedo buscando a sus hijos que desaparecen. Por eso empecé a pensar que quizá, en un contexto de una violencia más difusa, que no saben por dónde viene, en un contexto de lo que ellos llaman “miedo paralizador”, estas madres pensaban que si había alguna solución no iba a venir exclusivamente del Estado. Puede servir algo modelado alrededor de cómo fue el movimiento de derechos humanos. Quizá una organización más reticular, en un momento de alta inseguridad, podría llevar algo de tranquilidad a estas zonas. Esa es la luz al final del túnel. 43