1 Reseña del libro Turrent Díaz, Eduardo, Historia del Banco de

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Reseña del libro
Turrent Díaz, Eduardo, Historia del Banco de México, 1940 – 1946, BANXICO
Por Dra Célica Cánovas Marmo
Profesora – Investigadora
[email protected]
Tal como el título lo indica, la presente obra no es un tratado técnico de economía
y o finanzas, sino la historia del Banco de México en el periodo cronológico
coincidente con la presidencia de Ávila Camacho. Un momento muy complejo
vivido por nuestro país, dado que se transitaba por la etapa final de la Segunda
Guerra Mundial.
La idea rectora del trabajo de investigación (expresada explícitamente en el
capítulo seis) es que el Banco de México, al no ser un organismo autónomo,
respondía a las políticas desarrollistas que caracterizaron al periodo cronológico
comprendido entre los años ya mencionados: 1940 – 1946.
El autor comienza con las reformas legales que se expidieron a mediados del año
1941. Los temas que se legislaron fueron sobre el quehacer bancario y el orden
monetario, los que provocaron intensas polémicas, dado el carácter controversial
de las reformas. Ejemplo de ellas fueron las posturas sostenidas por Gómez Morín
y Palacio Macedo. El primero (Gómez Morín) contra la ley bancaria -que derogaba
su similar del año 1932-, y el segundo (Palacio Macedo) contra Ley Orgánica del
Banco de México que abolía el Estatuto precedente de 1936.
Entre otros asuntos Gómez Morín acusaba a los reformadores de los estatutos
bancarios, el desconocimiento que tenían respecto a la estructura económicajurídica, así como de las superficiales apreciaciones de la sociedad de la época y
de sus necesidades peculiares, según cita Turrent a Gómez –recuperando un
escrito de éste, dirigido a Adolfo Desentis, fechado el 24 de enero de 1941-;
agregando en otro pasaje que la nueva reglamentación sólo cabría en un contexto
de desequilibrio y falta de solvencia bancaria, lo que distaba mucho de la realidad
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de este periodo; reflexión que se encuentra en la página 45. En tanto Palacio
Macedo sostenía que la ley del año 41 no tenía en cuenta todo el andamiaje antiinflacionario que tan bien se había armado en 1936, lo cual para Palacio traería
aparejada una inflación desenfrenada; dato que aparece en la página 50.
A través de estas críticas, especialmente ante el largo ensayo-alegato de Palacio,
-de más de setenta páginas, como puntualiza Eduardo Turrent, cuya recuperación
de la memoria histórica parece querer poner en claro que nuestros ideólogos son
recurrentes ya que, al recuperar las polémicas que tuvieron lugar entre 1937 y
1938, evidencia cómo, cinco o seis años antes, también se sostuvieron posturas
antagónicas; ya que hubieron quienes contrastaron la política mexicana con la
concepción ortodoxa de la ciencia económica -aquella que puntualiza: “los
principios no se deben a adaptar a las realidades concretas, sino las realidades
concretas a los principios.” Más de un teórico señaló que la legislación mexicana,
se caracterizaba por su espíritu ecléctico, empírico y flexible, resumido en el
pensamiento:”...del sano pragmatismo que ha guiado a la política mexicana de los
últimos años”, según lo expresado por Carrillo Flores –1974- citado por Turrent en
las páginas 48 y 49.
La crónica histórica continúa abordando las dificultades que enfrentó la política
cambiaria misma que conllevó la práctica de una fuerte expansión monetaria. Las
constataciones documentales de la época llevan a Turrent a explorar
detalladamente las políticas de contención que se implementaron en el periodo del
40 al 46, así como las políticas crediticias que, en más de una ocasión, se
pudieron comprobar como contradictorias.
Acorde a las propuestas desarrollistas de la época, como ya lo mencionamos, las
políticas crediticias implementadas se rigieron por dos tesis:
•
Una, que el Banco Central podía, y debía, manipular los flujos financieros la
banca y, en general, el sistema financiero.
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•
Otra, que el Banco Central podía reemplazar con crédito primario al escaso
ahorro que había y, que en consecuencia, la banca no podía captar.
Tanto Eduardo Suárez, que fungía de Secretario de Hacienda, como Eduardo
Villaseñor, director general del Banco de México, -autoridades máximas de este
período en el aspecto financiero-, no percibieron los efectos negativos de la
inflación. Por lo contrario ambos coincidieron, según Turrent, en pensar que el
desarrollo del país dependía de la mayor cantidad posible de moneda circulante,
ya fuera por emisión o préstamo; aunque este último se entienda que es peor
porque el ahorro proviene de ingresos económicos mayores, mientras que el
crédito se origina en la impresión monetaria y se aplica a sectores de interés del
prestamista, especialmente.
El rigor de la investigación histórica remite a nuestro autor a ideas de otros
teóricos de la época cuyos planes dieron resultados en países como Argentina,
por ejemplo; reconociendo que ellos influyeron en la orientación monetaria de
México, y enfatiza que ellos discreparon en matices mas todos coincidieron en la
necesidad de que la banca central colaborase con el desarrollo en que estaba
comprometida la política económica general.
Ello motiva el recuento de programas por parte del autor, llevados a cabo por el
Banco de México, tales como el plan para promover el establecimiento de nuevos
bancos comerciales y de nuevas instituciones de apoyo financiero para la
agricultura o el plan que incentivó para el desarrollo de un mercado de bonos en el
país. Lo que queda claro, según nuestro historiador, es que se registraron
múltiples programas y acciones encaminadas al fortalecimiento del sector
manufacturero nacional, cuya evidencia documental demuestra que tanto
Villaseñor como Gonzalo Robles fueron verdaderos cruzados del desarrollismo
mexicano.
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Turrent se preocupa por demostrar que ni Villaseñor ni Robles estaban mal
encaminados en sus posturas. Para lo cual, nuevamente, fundamenta la política
promovida por ambos, dialogando con teóricos como Manoilesco (pp.298-300) –
1931, ministro de Economía y Comercio de Rumania-, de quien recupera un
alegato sobre la necesidad de la industrialización de los países pobres con base a
una teoría científica de protección estatal. También se remite a Paul RosenteinRodan (p. 300) quien, al referirse a los países europeos del este y del sur, sostuvo
que para sacar del atraso a los países menos desarrollados había que fortalecer el
sector industrial para dar trabajo a la mano de obra del sector agrario, ya
pauperizado ya, y elevar el nivel medio de vida –teoría del “big-push” o del gran
empujón-. Para el secretario de Hacienda de México,-1935-1946- Eduardo Suárez,
este empujón había sido dado en México por Plutarco Elías Calles, a mediados de
la década del 20.
Programas, proyectos y problemas caracterizaron esta etapa del país en el
contexto de la Segunda Guerra Mundial, donde el desempeño del Banco de
México hace que el autor planté preguntas sobre ¿qué hubiese pasado si, ...
Mas lo que nos queda claro como lectores es que en esa época ningún país del
mundo escapaba a la práctica monopólica del Estado, llámese new deel en
Estados Unidos de Norteamérica, nazismo en Alemania, comunismo en Rusia... y
México no era la excepción.
Lo cierto es que de las acciones de los gobiernos y de sus instituciones, nacieron
ideas, generadoras –a su vez- de otras acciones, muchas veces personales.
Para terminar, retomaré a dos personajes citados por Turrent:
•
Uno ya mencionado, el Ing. Gonzalo Robles, quien fungiera como director
del Banco de México hasta 1935 que fue designado para encabezar la
Comisión de Investigaciones Industriales. La misión de la misma, según
consta en la página 342, fue:
1. Evaluar y cuantificar los recursos naturales del país.
2. Investigar por sectores, ramas y productos, así como proyectos específicos.
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3. Desarrollar recursos humanos
4. Publicaciones
A
Robles
“...sus
contemporáneos
lo
recuerdan
como
un
estudiosos
saludablemente inclinado a la consulta y a la asesoría” (Ver p.347)
•
El otro personaje es Enrico Sampietro, alias del falsificador francés Héctor
Donadiue, protegido del jesuita José Aurelio Jiménez; quien, como cabecilla
de “La causa de la fe” (misma que imagino como reducto de la acción
cristera de 1926-1929), consideraba que todo era lícito para perjudicar al
Estado, aunque de falsificaciones se tratara. Como Turrent lo explica,
quedó demostrado ya en la época, que estas acciones perjudicaron más al
la gente modesta que al propio Estado. (Pp. 368-377)
Ahora bien, tanto el autor del libro como el auditorio, tal vez se estén preguntando
por qué he querido detenerme es estos personajes. La explicación es que los
usaré como pretexto para dos cosas:
•
Primero, expresarle al historiador mis respetos por su capacidad para
entregarnos una historia viva y humana de una institución que no por ser
muy importante, deja de ser obra de hombres de una sociedad llena de
contradicciones, de buenas –y no tan buenas- voluntades, que parece tener
una misión de transitar derroteros inciertos. De manera meticulosa Turrent
se preocupa por entregarnos una historia honesta y constatada desde
diferentes perspectivas.
•
En segundo término porque el autor es capaz de remontar circunstancias
específicas del historiador para incentivar relaciones en sus lectores, como
las que leímos en el Prólogo (que por cierto no encontré el autor del mismo,
quien compara este periodo histórico del 40 al 46 con las circunstancias
vividas durante el periodo de Carlos Salinas de Gortari).
En nuestro quehacer de lectora, las relaciones fueron múltiples y se dieron en
varios momentos de la lectura del texto, pero de manera anecdótica les cuento las
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que hice a través de los ya mencionados personajes; será para demostrar al
posible lector que la imaginación nos depara buenos momentos, ¡hasta un libro de
Historia... bien hecho! Y... mujer múltiple, al fin, ello me llevó al mundo de la
literatura y de mi propia infancia. En particular Robles me llamó la atención ya que
me pregunté si Carlos Fuentes habría tomado su nombre “prestado” para
transformarlo en un de los personajes más controversiales de su novela La región
más transparente, editada en 1958; personaje ficticio que por cierto no se puede
caracterizar como “estudioso ni inclinado a la consulta”, como vimos que define
nuestro autor al verdadero Gonzalo Robles. En cuanto a Sampietro, porque mi
papá -español de nacimiento y uruguayo de corazón- cuando alguien quería lograr
algo por senderos no muy derechos acostumbraba a decir “Falso como
Sampietro”; yo nunca supe cómo entender su dicho, hasta ahora que leí esta obra
y encontré este personaje.
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