Opinión Elogio del turista vocacional Toni Mollà El cine de Woody Allen se aprecia más en Europa que en su país, donde tiene de Robert de Niro o el Taxi Driver, de Martin Scorsese. Mañana, La tentación un público fiel, pero minoritario. Según algunos, su mirada sobre Nueva York vive arriba, de Billy Wilder, La semilla del diablo, con Mia Farrow o Cowboy es tópica, de tarjeta postal. Es la imagen, precisamente, que a mí, como turista de medianoche, con John Voight y Dustin Hoffman. Y la ciudad de Hojas de de ida y vuelta, me deslumbra: el Nueva York instalado y amable, sumergido hierba, de Walt Whitman, contradictorio y humano como pocos. Y Henry en pensamientos postmateriales. La mía es la mirada del flâneur despreocupado Roth, Saul Bellow, Bernard Malamud y DeLillo. Y los padrinos de Mario Puzo y epidérmico que Charles Baudelaire y Walter Benjamin ensalzaron en su mo- y Francis Ford Coppola. Y, aún, La ciudad automática de Julio Camba, que el mento. La observación discreta, el gozo de la superficialidad, sin voluntad de humorista consideraba “la ciudad más romántica del mundo moderno”, contra cruzar los límites que enmarcan la privacidad de los edificios y de las personas. todo canon conocido. Y, por supuesto, Esto es Nueva York de E. B. White, luEsta es la actitud que me atrae en cualquier ciudad que visite, ajeno a las pre- minoso retrato made in The New Yorker. “Nueva York es el universo. Todo está tensiones del “viajero” que no se reconoce como “turista”. Sin pretensión crítica y todo ocurre al mismo tiempo”, concluye Don DeLillo, uno de los últimos alguna. Solamente estética y situacional, fugaz e irrepetible. Tengo la impresión cronistas de la ciudad. Como París, aquí, en mi estudio cerca del Mediterráneo, que, si alguna vez llegara a conocer a fondo un destino turístico, no volvería a es Honoré de Balzac, Émile Zola, Víctor Hugo o Paul Léautaud. Y las gloriosas aquel lugar nunca más. Me divierte la figura del “antropólogo inocente” descri- colecciones fotográficas de Man Ray que ha convertido en literatura Herbert R. ta, con notable humor británico, por Nigel Barley. Pero, yo, turista vocacional, Lottman. O las aventuras del tierno Maigret, comisario instalado en el pequeño quiero ser un visitante más o menos indiferente ante la “realidad”. placer del humo de pipa, persona de café, como buen francés, de comida casera, Tras las fachadas, hay lo mismo en Nueva York, en París o en Valencia. La es- sombrero y gabardina. Y cada cual, como es natural, de aquí y de allá, escoge trategia brechtiana del distanciamiento y lo que más le place: de la visita “real”, o la “mirada panorámica” del mismo Wal- El secreto del turista es su insustituible de la memoria literaria, musical o audioter Benjamin son sistemas de seguridad visual. El instante brevísimo en que dos contra toda pretensión de trascendencia, ‘individualidad’, una forma particular miradas se entrecruzan en el centro de siempre indeseable. La comunidad desla Piazza de la Signoria es suficiente, por conocida me atrae porque me es ajena, de ver –de visitar– el mundo ejemplo, para oscurecer siglos de sublime literaria, al fin y al cabo. Quiero sentirme creación artística contenida en los Uffizi extraño en Nueva York, en París o en Estocolmo. Soy un “forastero” y esta es la de Florencia. Un simple café irlandés –¡doble, que son los inventores!– en la condición que más felicidad me provoca. No quiero ser “como los de allí” sino terraza del Buena Vista de San Francisco, mientras gozas de la contundente que reclamo el anonimato fantástico. Me interesa, en consecuencia, el flash, la vista de Alcatraz y el Golden Gate Bridge, te invita a volver a California. Como fotografía, que permite la orgía de la imaginación. Desde Heráclito sabemos volvería a Amsterdam por una modesta cerveza en de Jaaren, el mejor de los que “todo fluye”, que todo se transforma. Por ello, “no podemos bajar dos veces white coffees de la capital holandesa. En La Habana, me sentaría en la terraza al mismo río”. “Ni yo ni el río somos los mismos”, añadía Heráclito. Nuestra del Hotel Nacional y, con un habano cortado como me enseñó un camarero “idea” de Nueva York es, necesariamente, puntual, fruto de la conjunción aza- del Floridita, dejaría pasar el tiempo observando el Malecón, disfrutando del rosa y, a veces, antitética, de factores y de circunstancias. Consecuencia al mis- paisaje humano que pasea y saboreando la atmósfera de tentación, controlable, mo tiempo de la “creatividad” de nuestra percepción en cada una de nuestras que sugiere el humo del tabaco tierno cuando quema. visitas: una mirada que huye de la “objetividad” de los sacerdotes de la “verdad”. Esta es la grandeza de la mirada del turista, del lector o del cinéfilo, que son Al fin y al cabo, el secreto del turista es su insustituible “individualidad”, una lo mismo: flâneurs a la búsqueda de la propuesta que congela el reencuentro forma particular de ver –de visitar– el mundo. Una individualidad esculpida a con la ciudad, a veces plácido y evocador, otras inquietante, estremecedor. golpe de fragmentos interiores superpuestos hasta la complejidad más personal, Alguien encontrará diferencias abismales entre el turismo y el consumo vicario síntomas de una red de preocupaciones entrecruzadas, de nudos de significa- de literatura y cine sobre la ciudad. No es mi caso, por supuesto. Las fronteras dos nacidos de la experiencia directa, de la lectura o del cine. Como nuestros entre la evidencia y la imaginación son cada día más difusas y permeables. Y sueños, inconclusos y enigmáticos, por definición. Desafiantes o melancólicos, quizás en su punto de encuentro se halla el acierto más sugerente del viajero. inquisidores o seductores, según el día y el instante. Perdón: del turista. Al fin y al cabo, la belleza, como la felicidad, es un instante “New York is not America, it is a special concept of life and perpetual experi- irrepetible que ya ha sucedido. “La felicidad, cuando se busca, no se halla. No ment”, escribió Michael Streck como pórtico a un excepcional libro de fotogra- es un objeto expuesto en la vitrina que puedes codiciar. Debes ponerlo tú. Es fías sobre la ciudad de Woody Allen. El resultado de esta actitud de intrascen- un acto de voluntad”, escribió Émile Chartier, alias Alain. Una belleza y una dencia es una aventura sin certezas, pero riquísima. A la búsqueda insistente felicidad llenas de sombras y de contraluces que nuestra mirada debe iluminar de distintas perspectivas que convierten la ciudad en un poliedro babélico. Son hasta donde seamos capaces. Cualquier película de Woody Allen es buena los ways of seeing de John Berger: los modos de mirar “la obra de arte” que es para alimentar nuestra mirada sobre Nueva York. El Autumn in New York, la ciudad. El beneficio emocional de la contemplación depende de nosotros. interpretado por Ella Fitzgerald y Louis Armstrong o el Spring in Manhattan Por eso, mientras planeamos nuestra próxima visita “real”, Nueva York es tam- de Mark Whitfield nos recuerdan que cualquier estación es buena para volver, bién, hoy, La hoguera de las vanidades, de Tom Wolfe, Una historia del Bronx, para soñar, que es lo mismo. ■ 6 Nº 6 / 2006. LARS