La Gaceta del Fondo de Cultura Económica

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ISSN: 0185-3716
SUMARIO
del Fondo de Cultura Económica
Una conversación
entre Picasso y Brassaï, Henry Miller
mediante
•Javier Sicilia:
Concepción Cabrera
de Armida
•Carlos Pellicer López:
Pellicer,
López Velarde y Zaid
•Poesía
de Giórgos Seféris
y Juan Carvajal
•Hermann Broch
por Martin Lüdke
•Ramón Xirau
y la poesía
por José María
Espinasa
•J. G. Cobo Borda:
García Márquez
y Álvaro Mutis:
la política y el olvido
Correspondencia
entre Alfonso Reyes y Enrique González Martínez
SUMARIO
SUMARIO
SUMARIO
MAYO, 2002
del Fondo de Cultura Económica
DIRECTOR
Gonzalo Celorio
EDITOR
Francisco Hinojosa
CONSEJO
DE REDACCIÓN
Ricardo Ancira, Adolfo Castañón,
Joaquín Díez-Canedo,
María del Carmen Farías,
Mario Enrique Figueroa,
Daniel Goldin, Josu Landa,
Marina Núñez Bespalova,
Philippe Ollé-Laprune,
Jorge Ruiz Dueñas
ARGENTINA: Alejandro Katz
COLOMBIA: Juan Camilo Sierra
ESPAÑA: María Luisa Capella,
Héctor Subirats
PERÚ: Germán Carnero
GIÓRGOS SEFÉRIS: Salamina de Chipre • 3
BRASSAÏ: Picasso en la Costa Azul • 4
CARLOS PELLICER LÓPEZ: Por la Antología mínima • 11
JUAN CARVAJAL: Por una toga deshabitada • 13
JAVIER SICILIA: Concepción Cabrera
de Armida • 14
MARTIN LÜDKE: Hermann Broch: el ángel acosado
y su doble oficio • 17
JOSÉ MARÍA ESPINASA: Ramón Xirau y la poesía • 21
LEONARDO MARTÍNEZ CARRIZALES: Los archivos de Reyes
y González Martínez • 23
ALFONSO REYES Y ENRIQUE GONZÁLEZ MARTÍNEZ:
Dos cartas • 25
JUAN GUSTAVO COBO BORDA: García Márquez y
Álvaro Mutis: la política y el olvido • 26
REDACCIÓN
Marco Antonio Pulido
DISEÑO, TIPOGRAFÍA
Y PRODUCCIÓN
elδorado
Snark Editores, S. A. de C. V.
IMPRESIÓN
Impresora y Encuadernadora
Progreso, S. A. de C. V.
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación
mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedre-
‹ ‹ ILUSTRACIONES TOMADAS DEL LIBRO DE PABLO PICASSO
SUITE VOLLARD, TURNER, MADRID, 1991 › ›
gal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable:
Francisco Hinojosa. Certificado de Licitud de Título número 8635 y de
Licitud de Contenido número 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995.
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado
en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001112210102100, de fecha 22 de noviembre de 2001. Registro Postal,
Publicación Periódica: PP09-0206. Distribuida por el propio Fondo de
Cultura Económica.
Correo electrónico: [email protected]
MAYO, 2002
SUMARIO
LA GACETA
2
SUMARIO
SUMARIO
Salamina de Chipre
3 Giórgos Seféris
3Versión de Francisco Segovia y Selma Ancira
...y aquella Salamina cuya metrópoli
es ahora causa de estos llantos.
Esquilo, Los persas
A veces el sol de mediodía; a veces puñados de
lluvia ligera
y la playa cubierta de una pedacería de antiguos
trastes.
Las columnas insignificantes; sólo la iglesia en
ruinas de San Epifanio
que revela —oscura, hundida— el poder del
dorado Imperio.
Cuerpos jóvenes pasaron por aquí, enamorados;
vibrantes pechos, rosadas conchas, pies
corriendo sobre el agua sin temor
y abrazos abiertos para el apareamiento del
deseo.
El Señor sobre las aguas,
por encima de este paso.
Entonces escuché pisadas en los guijarros.
No vi rostros; se habían ido cuando me volví.
Pero la voz, pesada como el paso de los bueyes,
permaneció allí, en las venas del cielo, en el
embate del mar
entre las piedras, una y otra vez:
“La tierra no tiene asideros
para que puedan llevarla en hombros,
ni pueden, por sedientos que estén,
endulzar el mar con la mitad de una pizca de agua.
Y esos cuerpos,
hechos de un barro que no conocen,
tienen almas.
Ellos reúnen herramientas para cambiarlas;
mas no lo harán con éxito: simplemente las
desharán,
si es verdad que las almas pueden ser deshechas.
no le toma mucho tiempo
llenarse de locura:
hay una isla...”
Amigos de la otra guerra,
en esta playa desierta cubierta de nubarrones
pienso en ustedes mientras pasa el día:
aquellos que cayeron en la lucha y aquellos que
cayeron años después de la batalla,
aquellos que vieron la aurora entre la bruma de
la muerte
o, en la salvaje soledad bajo las estrellas,
sintieron posarse sobre ellos los enormes
ojos oscuros
de la catástrofe total;
y también aquellos que rezaron
cuando un reflejo de acero aserró los barcos:
“Señor, ayúdanos a recordar
la causa de esta violencia:
avaricia, dolo, egoísmo,
la desecación del amor;
Señor, ayúdanos a arrancar esto de raíz...”
—Ahora, sobre estos guijarros, es mejor olvidar;
hablar no hace ningún bien;
¿quién puede cambiar el ánimo de los
poderosos?
¿Quién puede hacerse escuchar?
Cada uno sueña para sí, sin escuchar la pesadilla
de los otros.
—Cierto. Pero el mensajero corre y, por largo que
sea su camino, llevará
a los que trataron de encadenar el Helesponto
las terribles noticias de Salamina.
Voz del Señor sobre las aguas.
Hay una isla.
Salamina-Chipre, noviembre de 1953
No tarda el trigo en pudrirse,
no le toma mucho tiempo
a la levadura del amargor alzarse,
no le toma mucho tiempo
al mal levantar la cabeza
y a la inteligencia enferma que se vacía
• De Seféris el FCE publicó los tres tomos de El estilo
griego en su colección Lengua y Estudios Literarios.
LA GACETA
3
SUMARIO
SUMARIO
Picasso en la Costa Azul
3 Brassaï
Capítulo del libro
Conversaciones con Picasso, del
fotógrafo de origen rumano Brassaï,
amigo íntimo del pintor español
durante etapas decisivas de su
producción artística.
Conversaciones con Picasso se
publicó recientemente en la
colección Noema del FCE y Turner.
Cannes,
martes 17 de mayo de 1960
enamos con Henry Miller
en el Hôtel Montfleury. En
la mesa de al lado, Buñuel,
su hijo y unos amigos.
BRASSAÏ: Ayer hablé por teléfono
con Picasso. Su voz era tan juvenil que
me pregunté: “¿Será él?” Y tan amistosa: “¡Qué sorpresa oírlo, Brassaï! Venga pasado mañana si tiene libre el día.
Podemos pasar juntos toda la tarde. Estaremos solos. Lo espero en la Californie
a las dos y media”.
C
HENRY MILLER: Entonces lo verá usted mañana...
B.: Henry, usted me escribió y me repitió en París que si había aceptado ser
miembro del jurado del Festival de Cannes era con la esperanza de conocer a Picasso.
H. M.: Sí, le he escrito y le he pedido
que me lo presente. Cannes para mí estará siempre asociada al nombre de Picasso. Pero mañana tengo un día muy
recargado. El festival se acaba, y cada
vez estamos más atosigados. Tendré
tres sesiones en vez de dos, y la segunda empieza a las tres.
B.: En taxi estará en cinco minutos en
el Palacio del Festival. Así lo podría conocer.
H. M.: Conocer a Picasso... Desde luego es uno de mis mayores deseos... Pero
no me gusta forzar las cosas. Indudablemente podría ir con usted... Pero la
sola idea de dejarlo a una hora determinada envenenaría cada minuto de nuestra charla. ¿De qué serviría un encuentro
tan precipitado? Hace falta más tiempo y
serenidad para establecer un contacto.
LA GACETA
4
B.: Yo le presento ahora. Y usted puede volver a su casa otro día. Está usted en
Cannes, cerca de la Californie, a pocos
pasos de Picasso. Pronto estará usted en
Big Sur, en Grecia, en Japón o en Dios
sabe dónde. Y Picasso tal vez en Vauvenargues. Es perder una ocasión.
H. M.: Probablemente tiene usted razón. Hum, hum, ha-ha-ha. Pero no me
tiente. Hay que dejar actuar al destino.
Quizá la ocasión vuelva a presentarse
otro día. Yo soy fatalista. Es muy posible
que Larry me lleve a Vauvenargues,
cuando esté en Nîmes.1 Y si no puedo
conocerlo en este mundo —tengo 68
años y él 80—, estoy seguro de encontrarlo más tarde, dentro de 10 millones
de años, no sé dónde, porque ciertas
fuerzas, semejantes energías permanecen siempre activas.
GILBERTE: ¿Lo piensa de verdad? ¿Cree
usted en la inmortalidad?
H. M.: Sí, en cierto modo. ¡La inmortalidad! Hum, hum, ha-ha-ha. ¿Sabe usted, querida Gilberte? Yo soy casi un
adepto de Krishnamurti, aunque nunca
haya tenido ocasión de verlo. El sabio
hindú, ya sabe, que vive en Ojai, en California. ¿La inmortalidad? Como dijo
Nietzsche al borde de la locura: el eterno retorno. ¿Por qué no? Yo también soy
filósofo de vez en cuando. De todas maneras, dígale a Picasso cuánto lo quiero
y lo admiro, cuánto me hubiera gustado
conocerlo.
***
Cannes, miércoles 18 de mayo de 1960
A las dos y media estoy en las colinas
de Cannes, ante la Californie. La villa de
Picasso es tan banal y señorial como todas las que la rodean, de la época de los
grandes duques, la época gloriosa de la
Costa Azul. Pero los jardines. Sin duda
por falta de jardineros, pinos, cipreses,
eucaliptos, mimosas, nísperos, adelfas,
madreselvas, han crecido a su antojo, as SUMARIO
SUMARIO
fixiándose en una vegetación exuberante. Sólo emergen los altos penachos de
las palmeras que aspiran el aire del mar
y escrutan el azul horizonte del Mediterráneo. ¿Qué azar hizo que le cupiera en
suerte a esta villa el honor de ofrecer albergue a Picasso y sus tesoros, de inspirar incluso su creación de los últimos
años, de inscribir su nombre a continuación de Bateau-Lavoir, Boisgeloup, Vallauris, el palacio Grimaldi? El horror de
Picasso hacia todo lo que es de “buen
gusto”, su ternura por lo chusco, lo estrambótico, lo barroco —la villa se hunde bajo las escayolas y los floripondios—, su indiferencia hacia los sitios
en que vive, su tendencia a confiar en
la providencia, es lo único que puede
explicar su elección. Así fue como dejó
a Kahnweiler el trabajo de mudar su
estudio de Montmartre a Montparnasse cuando su viaje de novios con Eva,
ma jolie, y encargó más tarde a Rosenberg que le buscara un apartamento
mientras que, lejos de París, él y Olga vivían su historia de amor en España.
Me dispongo a llamar; pero, ante mi
sorpresa, la verja de la villa no está cerrada. La mujer del guarda nos anuncia.
No hay nadie en la explanada. En el garaje, entre varios coches, domina un
gran Lincoln blanco. A la derecha de la
escalinata, un viejo conocido: el Ciervo
del parque de Boisgeloup; a la izquierda, una extraña flor metálica con pétalos
recortados, los de un artefacto estallado
que sembró la muerte.
Aparece Picasso, muy pequeño en
comparación con la escalinata cubierta
por alta marquesina. Me besa en las dos
mejillas. No ha cambiado. Embutido en
un suéter de lana, el rostro curtido por
el mistral y el sol, parece fuerte como
una roca y sus ojos conservan todo su
fuego. Nos hace entrar en su “estudio”:
tres grandes habitaciones en fila, bañadas por la luz que entra a través de las
cristaleras que dan al parque.
En el fondo, nada ha cambiado desde el día que lo conocí en la calle La Boétie, excepto el mayor espacio y las cosas
acumuladas a su alrededor. Soy feliz
por volver a estar con él. Desgraciadamente, no veré a Jacqueline Roque, la joven compañera que conoció en Vallauris y que comparte su vida desde hace
seis años. Acaban de operarla. Pero Picasso está tranquilo. Se encuentra mejor
y la van a traer a la Californie.
PICASSO: Pienso mucho en usted. Ha
hecho hace poco una exposición de dibujos y esculturas, ¿verdad? He oído hablar de ella. Estoy al tanto de todo.
¿Cuánto tiempo hace que no nos vemos?
B.: Desde 1947, me parece. Trece años.
P.: ¿Es posible? ¿Trece años? ¿Por
qué no viene ya a verme?
Muchas veces he estado tentado de
visitarlo. Y esta tentación nunca fue tan
fuerte como durante el Festival de Cannes de 1956, en el que, al mismo tiempo
que El misterio Picasso, se exhibía mi película Mientras haya animales.
B.: Vengo mucho a la Costa Azul.
Tengo una casa en Eze-village. Con el
pensamiento, he estado muchas veces
con usted. Pero telefonearlo, molestarlo...
•Marcapasos•
Nos enteramos por el diario Crónica de que bajo “las duelas de
una casona en Nordholm, Noruega, apareció el archivo de Knut
Hamsun”, el autor de Hambre
y La bendición de la tierra, y
premio Nobel de literatura en
1920. El archivo, premeditadamente bien escondido para ser
hallado, consta de los diarios
del escritor, manuscritos de sus
obras y su correspondencia:
todo catalogado para que, cincuenta años después de su
muerte, fuera encontrado por
su actual biógrafo, el escritor
Sletten Kolloen.
u
Valeria Bergalli, de la Editorial
minúscula ([email protected]), nos envía su catálogo
desde Barcelona. La serie Paisajes narrados “presenta obras
que ofrecen una perspectiva
original sobre un lugar, ya sea
una ciudad o una región concreta o un paraje imaginario”.
Unas muestras de su fondo:
Las ciudades blancas de Joseph Roth, Cerdeña como una
infancia de Vittorini, Ferragus
de Balzac y Roma de Gógol, del
cual publicaremos un fragmento en un número de La Gaceta
dedicado a las ciudades.
u
La otra colección de esta
misma Editorial minúscula
LA GACETA
5
SUMARIO
SUMARIO
P.: Ha hecho usted mal. Ya no quiero
ver caras nuevas. ¿Para qué? Pero siempre estoy para mis amigos. Y sus visitas
me son aún más gratas desde que vivo
en reclusión, como un prisionero. No le
deseo a nadie, ni a mis peores enemigos,
mi celebridad. Me hace sufrir físicamente. Me protejo como puedo. Me atrinchero detrás de las puertas cerradas a
cal y canto, durante el día y la noche.
B.: Sin embargo, la verja estaba
abierta.
P.: La ha encontrado usted abierta
porque lo esperaba y había dado orden
de abrirle a las dos y media.
B.: Entonces, si no he comprendido
mal, estamos en una fortaleza. Para los
amigos bajan el puente levadizo.
P.: Una cosa así...
B.: ¿Y en Vauvenargues? ¿No está
usted más protegido?
P.: Es peor. Los curiosos afluyen. Te
acechan con prismáticos. Espían todos
tus gestos. Quizá en estos momentos la
gente nos observa desde las islas de Lérins con telescopios. Si verdaderamente
quisiera estar a salvo de las miradas indiscretas, tendría que correr las cortinas
de todas las ventanas. Pero entonces me
privaría de la vista del parque y del paisaje, que me es necesaria. Es terrible.2 Y
esto no es todo. Aquí me amenaza otro
peligro: muy pronto, en el jardín de al
lado, van a levantar un inmenso edificio
de no sé cuántos pisos. No sólo me tapará la vista de las islas de Lérins, sino que
todos los vecinos podrán espiarnos desde sus balcones. Esto me obligará pro-
bablemente a huir de aquí. Pero ¿qué
hace usted en la Costa Azul?
B.: Paso en Cannes tres semanas con
Henry Miller. Es miembro del jurado
del Festival. Durante el día está muy
ocupado, pero pasamos las tardes juntos. Tiene miedo de la celebridad; teme
perder su tranquilidad si sus obras se publicaran en los Estados Unidos.
P.: Lo comprendo. ¿Para qué sirve tener más dinero cuando ya se tiene bastante? No se puede comer o cenar cuatro
veces porque sea uno más rico. Aunque
sea rico o pobre, no fumaré otros pitillos
que los Gauloises. Los únicos que me
gustan. Por cierto, ¿puede darme un
Gauloise? Precisamente no me quedan
más en casa.
B.: Quería presentarle a Henry Miller.
Le gustaría mucho conocerlo. Pero hoy
no le venía bien. Tenía una sesión a las
tres. No quería verlo precipitadamente.
P.: Tengo una gran admiración por
Henry Miller. ¿Podrá tal vez volver con
él cuando se acabe el Festival?
Mientras hablamos, Picasso observa
a Gilberte, primaveral en su vestido verde estampado.
P.: ¿De qué región es usted?
G. [riéndose]: Soy un poco catalana.
P. [le brillan los ojos con fervor]: ¿Catalana? He visto en seguida que sus ojos
no eran de aquí, sino de “allá”. Nunca
dejamos de pertenecer a nuestro país.
Pero ¿de dónde exactamente?
G.: No creo que conozca el pueblecito de los Pirineos orientales de donde es
oriundo mi padre.
LA GACETA
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P.: Usted dígamelo. Conozco muy
bien el país.
G.: Es una aldea muy pequeña. El
nombre es ridículo: Caudiès-de-Fenouillèdes.
P.: Conozco bien Fenouillèdes. Está en el Rosellón, muy alto, cerca de
la frontera española. ¿Habla usted catalán?
G.: Algunas palabras... Boutifares...
Picasso ríe y le hace una pregunta en
catalán, que ella no entiende.
P.: Ya veo. Usted no es una buena catalana.
B.: Pero adora el país. Le chiflan las
sardanas.
Picasso alza los brazos, silba una sardana. Es un joven y despierto catalán
que baila, que desliza rítmicamente sus
pies, calzados con curiosos mocasines
de ante, sobre el suelo de madera. Está
radiante y como si se hubiera ido a no se
sabe qué lugar... de Cataluña. ¿Está en
Gozol, por encima del valle de Andorra,
libre, feliz, bebiendo, cazando con los
campesinos, danzando con las muchachas, divirtiéndose con los contrabandistas, cabalgando a lomo de mula como antaño? ¿O en Céret, en los Pirineos
orientales, donde, con sus amigos Braque y Manolo, pasó tantos veranos en su
juventud? Bailaba la sardana. Estaba
allí. “Nunca dejamos de pertenecer a
nuestro país.”
B.: Al llegar un domingo por la tarde
a Barcelona tuve una gran impresión.
Aquella música ácida, agridulce. Aquella gran plaza repleta de muchachas, de
gente joven. Los bolsos, las chaquetas,
amontonados en el suelo, y alrededor de
cada montón un círculo de bailarines y
bailarinas ondulando. Fue tan imprevisto. Y la seriedad de las caras, tensas,
casi patéticas. Ni un estallido de risa, ni
una sonrisa. Todos solemnes. Creía estar presenciando una ceremonia religiosa.
P.: ¡Es que la sardana es una cosa
muy seria! ¡Y difícil! Hay que contar los
pasos. En cada grupo hay un conductor
que lo hace por todos.
Aquel baile es una comunión de almas. Suprime toda diferencia de clase. Ricos y pobres, jóvenes y viejos, lo bailan
juntos uniendo sus manos: el cartero con
el director del banco y las criadas con los
señores.
Le enseño mi libro de grafitos que
acaba de publicarse en Alemania. Para
SUMARIO
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hojearlo, nos sentamos en torno de una
mesita redonda.
Trato de transcribir aquí fielmente
nuestra conversación; pero sin lo que lo
rodea respira mal, como el pez fuera del
agua. Los estudios de Picasso, dondequiera que estén, sean los que sean, provocan siempre una conmoción. Sólo la
frecuencia de mis visitas podía inmunizarme contra la violencia del choque.
Pero yo no había visto a Picasso desde
hacía 13 años. La mayoría de las obras y
los objetos que me rodeaban aquí me
eran desconocidos. Nada me protegía.
Muchas veces me han asaltado: en el
puerto de Tánger la masa de maleteros
árabes, aullando, gesticulando, tirando
de los faldones de mi chaqueta, arrancándome uno el abrigo, otro las maletas; en Estambul, en un descampado de
Péra, una tribu de gitanos que me encerró en un círculo infranqueable; en Bahía, en el Brasil, por un ejército de negritos en el paroxismo de la excitación a la
vista de la cámara, bailando una zarabanda alrededor de su prisionero. Pero
nunca me han asaltado tan brutalmente
como en esta villa de la Californie. El arte y la naturaleza, la creación y el mito,
la caballería y la tauromaquia, la imaginería popular, el Olimpo, la noche de
Walpurgis, te solicitan. Todos rompen
a hablar a la vez, rivalizan, tiran de ti a
derecha e izquierda, te aturden, te despellejan, te enervan...
Mientras charlo con él, Les Demoiselles d’Avignon, desde el fondo de estas
inmensas habitaciones, me guiñan los
ojos. ¿Qué buscan aquí? ¿No vivían en
el Museo de Arte Moderno de Nueva
York? ¿Y qué significan sus extraños colores? ¿Y esas cabezas de toro en bronce? ¿Son recientes? No las he visto nunca en reproducciones. ¿Y qué es ese gran
sol de una belleza insólita, pálido como
un sol de invierno, luciendo sobre la pared? ¿De dónde viene? ¿De México?
¿Será obra de Picasso? ¿Y esas tazas de
plata? En este momento, se me cae mi
boquilla y Picasso, adelantándose, la
atrapa y me la da. A los 80 años, sus
músculos están tan flexibles, sus reflejos
son tan rápidos como antes. Me asombra el extravagante tejido de su pantalón a rayas horizontales... ¿Seda salvaje?
¿Lana cruda tejida a mano? ¿De dónde
procede? Observo su rostro, hago inventario de los pliegues de su perfil,
que, partiendo del rabillo del ojo, se des-
pliegan en abanico y se dirigen unos hacia la frente, otros hacia la oreja, otros
hacia la mejilla. Los 12 surcos que esculpen su perfil cuando se ríe. ¿Y qué es lo
que anda rondando a nuestro alrededor? ¿Esas manchas color castaño, negro y blanco? Vaya, un basset. ¿Y aquél
que viene detrás es un dálmata? ¿Otro
más, un bóxer? Espero a que de todos
los rincones y esquinas del estudio surjan otros perros por docenas, por centenares: sus dos molosos de Montrouge,
su primer fox-terrier parisiense, todos
los Frika, los Elft, los Kazbek... Todos los
que tuvo o hubiera querido tener en su
vida. Lo escucho; pero, al mismo tiempo, todos estos objetos hechos por él,
reunidos por él o llegados hasta él por
misteriosos caminos, acaparan la mirada y me persiguen: la Mujer encinta, todavía en yeso, con el vientre hinchado y
los senos salientes; La lechuza; en cerámica, La grulla... Trato de descifrar los
desechos de objetos que han formado
este pájaro. La cola, sin duda una pala;
el largo cuello, ¿un trozo de cable? El
penacho de plumas, ¿una espita vieja de
gas?... Pero ¿y su pata, tan delicada? ¿Y
estas garrafas, estas botellas, estos frutos en bronce, hermanos y hermanas del
Vaso de absenta y, como él, repintados al
óleo? ¿Son recientes? ¿Y estos tres enormes focos proyectados sobre el caballete? Los he visto ya en algún sitio. ¡Naturalmente! Aparecían en la serie de este
estudio pintada por él. A la prueba de
los sentidos se añade la emoción de volver a ver, después de tantos años, a Picasso, de oír su voz, más pesada, más
grave, de aguantar su mirada y toda la
masa de recuerdos, bruscamente puesta en ebullición. Trece años que recuperar, 11000 preguntas que hacer. Mis
pensamientos se agitan como las abejas
de una colmena en efervescencia o un
hormiguero perturbado.
¿Cómo expresar, en su loco bullicio,
esta masa de sensaciones, de imágenes,
de palabras; las emociones que provoca,
los recuerdos, que fluyen todos al mismo tiempo? Habituado a la visión global e instantánea de las cosas, el orden
forzosamente arbitrario de su descripción me desconcierta. Es como si un director de orquesta tuviera que hacer sonar los instrumentos de una sinfonía no
juntos, sino uno tras otro, en un orden
fortuito, disperso. Sólo un escrito concebido como si fuera una partitura sinfóLA GACETA
7
se llama Alexanderplatz e incluye ensayos o novelas
“acerca de la realidad alemana y de las áreas geográficas
sobre las que esta cultura ha
ejercido su influjo”. Su primer
título es un intercambio epistolar entre Einstein y Freud
llamado ¿Por qué la guerra?
Otros autores de la colección son Klaus Mann, Irmgard
Keun, Victor Klemperer y Erika
Mann. Quizás debido a que lo
minúsculo del nombre se refleja también en el volumen de
sus libros, será difícil que podamos leer aquí una nueva
versión de la obra de Alfred
Döblin que da título a la serie,
Berlín, Alexanderplatz.
u
El 27 de diciembre de 2001 falleció el conocido poeta escocés Ian Hamilton (1938), asiduo colaborador del London
Review of Books, de donde
tomamos una frase suya que
bien se puede aplicar al medio
mexicano: “Muy pocas amistades podrían sobrevivir al decirles: Me caes bien, pero no
me gusta tu poesía. Mucho
mejor sería decirles: no me
caes bien pero me gusta tu
poesía”.
u
World Literature Today’s celebra 75 años de excelencia editorial con la lista de los mejores 40 libros publicados desde
1927 hasta 2001. Tal lista incluye siete títulos en español, a
saber:
• Romancero gitano. Federico
García Lorca, España, 1928.
SUMARIO
SUMARIO
nica, escalonada en tantos niveles como
impresiones y emociones simultáneas
haya que traducir, podría expresar con
alguna precisión instantes parecidos,
demasiado cargados, demasiado ricos.
Indudablemente, no sería más que una
licencia fuera de las “reglas del juego”
del lenguaje; pero ¿cómo situar, si no, en
su contorno, las palabras que cambiamos y que transcribo aquí, de modo que
tengan algún acento de verdad?
Estamos sentados, pues, en torno de
una mesita redonda y Picasso hojea mi
libro Graffiti. Le digo que he recogido
sus observaciones respecto de los grafitos. “¿En qué banco hizo usted el grafismo del que me habló?”, le pregunto.
P.: E l BNCI. Pregúnteselo a Sabartés.
Él lo sabe todo. ¿Que cómo está? Muy
bien. Siempre fiel en su puesto. Todas
las mañanas en la calle de los GrandsAugustins, como antes. A veces viene a
verme aquí, a Cannes o a Vauvenargues,
porque yo ya no voy nunca a París.
Picasso llega al capítulo “El lenguaje
de las paredes”. Las grandes pinceladas
que borran las inscripciones de la pared
lo sorprenden.
P.: Ha hecho usted bien al fotografiar
esto. Indica bien la naturaleza y los límites del arte abstracto. Estas pinceladas
son muy bellas. Pero es una belleza natural. Los trazos de pincel que no tengan
ningún significado no harán jamás un
cuadro. Yo también doy pinceladas, y a
veces incluso se diría que es abstracto.
Pero siempre significa algo: un toro, una
plaza de toros, el mar, la montaña, la
gente. Para llegar a la abstracción es necesario siempre empezar por una realidad concreta.
Llega al capítulo “Nacimiento del
rostro”, donde he agrupado los rostros
hechos con dos o tres agujeros.3
P.: Yo también he hecho rostros parecidos muchas veces. Los que los graban
van, de entrada, a los signos. El arte es el
lenguaje de los signos. Cuando yo digo
“hombre” evoco al hombre; esta palabra
se ha convertido en el signo del hombre.
No lo representa como podría hacerlo la
fotografía. Dos agujeros son el signo de
la cara, suficiente para evocarla sin representarla. Pero ¿no es extraño que se
pueda hacer con medios tan sencillos?
Dos agujeros son muy abstractos si se
piensa en la complejidad del hombre.
Lo más abstracto es quizá el colmo de la
realidad.
En el capítulo “Máscaras y rostros”,
exclama: “¡Éste es un Rouault!”, “¡Aquél
es un Klee!” En el capítulo “Animales”
se detiene largo rato en un pájaro que yo
he tomado por un pichón.
P.: ¿Un pichón? ¿No será más bien
una golondrina? Lo digo porque las alas
se entrecruzan como unas tijeras. Pero
probablemente no es ni un pichón ni
una golondrina, sino el Pájaro, la idea en
sí del Pájaro.
Llegamos al capítulo “Amor”. Dos
corazones superpuestos en sentido inverso, como en una especie de abrazo,
llaman su atención.
LA GACETA
8
P.: ¡Esto es prodigioso! He visto en
las paredes millares de corazones, pero
nunca de esta forma.
En el capítulo “Imágenes primitivas”,
le interesa especialmente una cabeza
“azteca” y exclama:
—¡Esto es tan rico como la fachada
de una catedral! Su libro liga el arte con
las artes primitivas. Enseña también —y
es importante— que el arte abstracto no
está lejos de los brochazos o de las estructuras de las paredes. Se diga lo que
se diga, siempre se está imitando algo,
aun sin saberlo. Y cuando se abandonan
los modelos desnudos que cobran por
hora, hacemos posar a otras cosas. ¿No
le parece? Quizá le alegre saber que yo
también hago ahora grafitos. Pero, en vez
de hacerlos en la pared, los grabo en cemento. Es un invento de un artista noruego. Mis grafitos se amplían y graban
mediante punzones eléctricos. Están
destinados a una casa de Barcelona, y
cada uno tendrá una altura de dos o tres
pisos. Le voy a enseñar las maquetas.
Y Picasso, filtrándose por el extraordinario batiburrillo de su estudio, se dirige, a través de los acantilados de papel, no sin dificultades pero sin dudarlo,
hacia un montón para coger la bolsita de
las fotografías que busca. El edificio con
los grafitos gigantes se perfila sobre las
cuatro torres insólitas de la Sagrada Familia.4
B.: Va a hacer usted la competencia a
Gaudí. Cuando fotografié su arquitectura en Barcelona, Prats me llevó a casa de
la hermana de usted y los Vilato, en el
Paseo de Gracia, y también a casa de los
Junyer. Me quedé sorprendido al ver
qué cantidad de obras tiene usted en
Barcelona. Con las que posee allí el museo se podría hacer un Museo Picasso.
P.: Está en proyecto. El ayuntamiento quiere comprar un antiguo palacio
para ello. Ya veremos.
Le pregunto la procedencia del gran
sol de la pared.
P.: Precisamente de Barcelona. Es
una rodaja de un tronco de palmera.
Se llevan estos soles el domingo de Ramos en las procesiones. Es maravilloso,
¿verdad? Yo también hice, en otro tiempo, cuadros con hojas de palmera.
G.: ¿Conoce usted las cosas que se
venden en Niza delante de las iglesias
por Pascua? Cortan las hojas de palmera, las pliegan y las repliegan. ¡A veces
son bellísimas!
SUMARIO
SUMARIO
P.: Estas cosas son típicas del Mediterráneo. Fíjense en la delicadeza de los
tonos. Al secarse se va haciendo más
claro, más luminoso. Es realmente el sol,
la alegría, ¿verdad?
Me aclara también el secreto de Les
Demoiselles d’Avignon, que dominan el
estudio.
P.: Venga y mírelas de cerca. Es una
tapicería. A un buen hombre de Tolón
se le metió en la cabeza hacer esto partiendo de una horrible tarjeta postal. A
muchas de mis visitas les parece horrible y hablan de sacrilegio. No encuentran mis colores, pero esto es precisamente lo que me seduce. Los colores del
cuadro ya eran completamente diferentes en la reproducción y el pintor aficionado inventó, a su vez, otros. Es casi
otro cuadro que recuerda mucho a Les
Demoiselles d’Avignon.
Damos una vuelta. Me señala un extraordinario armario de caoba con muchos cajones planos.
P.: Pertenecía a Matisse y, como me
gustaba mucho, después de su muerte
su familia me lo regaló. Lo había encargado para él. Lo quería muy alto, con 40
cajones para guardar sus dibujos. ¿Verdad que está muy bien de proporciones? Cuando lo miro, pienso en Matisse;
es su viva imagen.
B.: ¿Y este magnífico tótem de Nuevas Hébridas?
P.: También regalo de Matisse.
Cerca aparece, brillando con todos
los reflejos de su pasamanería de oro, el
traje de un torero.
P.: Es una triste historia. El traje de luces que está usted viendo pertenecía al
matador Chicuelo II. Él me lo envió. Murió de una forma trágica. ¡Si al menos lo
hubiera matado un toro! No, murió en
un estúpido accidente de aviación. Hoy
en día los matadores se desplazan continuamente, siempre tienen prisa. Y mueren muchos más en accidentes de automóvil o de avión que por los cuernos de
los toros. Cuando me llegó el traje, él ya
había muerto. Era como un último mensaje de amistad.
Le pregunto si acude todavía tan asiduamente a las corridas de toros...
P.: Sí, es mi pasión. Pero a veces no
puedo ir. Entonces mis pensamientos
están en la plaza, oigo el pasodoble, veo
a la gente, la entrada de la cuadrilla, el
primer toro embistiendo a los caballos.
Un día sentí tanto no haber podido ir a
una corrida que me puse a evocar todas
sus fases. Aquello me metió de lleno en
la tauromaquia. Desde hace meses hago
todas las tardes muchos dibujos a tinta
china.
Hablamos de su gran exposición
en la Tate Gallery organizada por Roland Penrose. Le pregunto si va a ir a
Londres.
P.: ¿Para qué perder el tiempo volviendo a ver mi pintura? Tengo buena
memoria y me acuerdo de todos mis
cuadros. He prestado muchos de ellos a
los organizadores, y con ello ya he tenido bastante trabajo. Sólo se expondrá
pintura y pocas obras recientes. Pero se
podrá ver el gran telón de Parade. Las
exposiciones ya no me dicen gran cosa.
Mis cuadros antiguos ya no me interesan. Tengo mucha más curiosidad por
los que todavía no he hecho.
A la vista de todas estas nuevas esculturas, entre las que figuran también
bronces que existían ya antes en cerámica —Picasso me explica que ha hecho
fundir algunas terracotas que se prestaban a ello por su forma— y su obra
maestra la Cabra, hecha con una cesta de
mimbre, ramas de palmera, latas de conserva, jarras de terracota, no puedo menos que decirle:
—Nunca se podrán editar obras verdaderamente completas de su producción. Nada más aparece una, ya la hace
usted incompleta. Pensábamos llegar a
reunir en cuatro años todas sus esculturas. Y después he visto surgir otras que
no estaban en el libro. Hace poco he visto en el Hôtel des Ventes una curiosa
madera esculpida por usted parecida a
un fetiche negro. Nunca la he visto reproducida en ninguna parte. Sólo conocía tres esculturas de su época cubista:
las dos Mujeres desnudas y el Hombre de la
cabeza cuadrada. No sabía que existiera
también ese niño.
P.: Yo también lo había olvidado.
¿Sabe usted lo que era? Se lo voy a decir. La nieta de mi asistenta quería una
muñeca. Yo vivía entonces en Montmartre y estaba bastante tronado en aquella
época. Entonces, a falta de muñeca, le
tallé esa estatuilla “cubista”. No recuerdo
si le gustó a la chiquilla. Ignoro también
por qué manos ha podido pasar la estatuilla en madera después hasta esa venta en el Hôtel Drovot.
B.: Kahnweiler quisiera editar una
nueva obra de sus esculturas “puesta al
LA GACETA
9
• Residencia en la Tierra, Pablo Neruda, Chile, 1933-1947.
• Ficciones, Jorge Luis Borges, Argentina, 1944.
• El laberinto de la soledad, Octavio Paz, México, 1950.
• Los pasos perdidos, Alejo
Carpentier, Cuba, 1953.
• La plaza del diamante, Mercé Rodoreda, España, 1962.
• Cien años de soledad, Gabriel García Márquez, Colombia, 1967.
u
Recibimos de la Pontificia Universidad Católica del Perú la
nueva publicación de su serie
El manantial oculto. Se trata
de Personæ, de Ezra Pound,
en traducción del poeta limeño
Ricardo Silva Santiesteban,
encargado también de dirigir
esta excelente colección de
poesía. Recordamos otras traducciones del mismo libro de
Pound hechas por Guillermo
Rousset Banda, con un posfacio de Juan José Arreola (Editorial Domés), y por Jesús Munárriz y Jenaro Talens para la
española Hiperión.
u
Hace meses llegó a la redacción de La Gaceta un número
doble de la revista peruana
more ferarum (5-6), dirigida
por José Ignacio Padilla y
Carlos Estela. Esta mención
viene a cuento porque dicho
número es un homenaje a uno
de los poetas mayores de
nuestra lengua hoy en día:
Jorge Eduardo Eielson, autor
del FCE (Primera muerte de
María, Tierra Firme, 1988),
coetáneo y amigo de una bri-
SUMARIO
SUMARIO
to, ¿qué ha sido de ella? Era tan revoltosa, tan alegre, Marina...
B.: Dejó el baile y ha ingresado en un
convento.
Tengo que interrumpir la lectura.
Henry Miller nos espera a las siete en el
Palacio del Festival. Nos levantamos, Picasso pone la mano sobre el paquete de
manuscritos y me dice:
—Esto es también verdad, tan auténtico como sus grafitos. Hay que editarlo.
Al irnos, pienso en los tres o cuatro
guaches de tauromaquia que no verán
nunca la luz, que ningún coleccionista,
ningún museo poseerán jamás, porque,
en vez de dibujar toda la tarde de este
miércoles 18 de mayo de 1960, Picasso la
dedicó a sus amigos.
Traducción de Tirso Echaendía
NOTAS
día”. La publicaría un editor de Stuttgart. Me ha pedido que fotografíe sus
estatuas hechas a partir de 1947.
P.: Cuando usted quiera. También
romperlas. Estoy de broma, pero la verdad es que los fotógrafos son terribles y
el más terrible: Man Ray. ¡La de estatuas que me ha roto! Incluso las irrompibles.
Llegamos ahora a una serie de bandejas de plata.
P.: Estas cosas me las hace François
Hugo. El hermano de Jean Hugo, un artesano maravilloso. Le he hecho algunos
dibujos. Todos estos objetos son de plata. Impresiona, ¿verdad? Y, sin embargo, no salen mucho más caros que en
bronce. Me va a hacer también algunas
joyas en oro.
Reaparecen los tres perros. El que
había tomado por un basset es un teckel.
Se llama Loump. Yan, el bóxer, está ciego. Picasso nos dice que su ceguera no le
impide guiarse y venir cuando lo llaman.
El tercero, blanco y negro, es un magnífico dálmata. “Aparece en muchos de
mis cuadros”, dice Picasso.
Encima de un baúl, sobre una bandeja de plata, yace un pastel a medio empezar, lleno de cuevas, como un abrupto acantilado roído por el mar.
P.: Es un pan italiano con pasas dentro. Se llama panettone. Comimos un trozo
hace... dos años más o menos. Después lo
olvidé. Un festín para mis ratones, ¿verdad? Empezaron a roerlo, escarbaron
dentro un laberinto. Así que se los cedí.
Ahora, completamente seco, está duro
como el hierro. Pero lo guardo. Petrificado es tan bello como las rocas del
Baux. ¿No le parece?
Empieza a caer la tarde sobre la Californie. Estamos desde hace horas con
Picasso, incansable, hablando, preguntando, enseñándonos todo, guiándonos
por los recovecos de su laberinto. He traído un paquete de manuscritos. Hace
unos meses, ordenando mis cosas, me
encontré una caja con el rótulo Conversaciones con Picasso. Las leí y quería enseñárselas a Picasso. No se sorprende al
ver que son nuestras conversaciones.
En su momento, leyó y le gustaron mi
Histoire de Marie y las conversaciones recogidas en un bistro-tabac durante la
ocupación.
P.: ¿De verdad ha recogido todo esto? ¡Es apasionante! Vamos a sentarnos
y léame algunas páginas.
Le leo varias “visitas” tomadas al
azar en el montón. Le leo 20 páginas, 30
páginas. Me pide que continúe. Atento,
pensativo, divertido, escucha la lectura,
interrumpiéndome a veces para indicarme un detalle o completar una historia.
Por ejemplo, cuando le leo mi visita con
la bailarina Marina de Berg, me detiene:
P.: Al fin no pude decirle cómo se sujetan las mallas. ¡Con una moneda! Olga
empleaba una moneda taladrada. La enrollaba en el tejido y las mallas se sostenían. Cada oficio tiene sus secretos que
no se pueden inventar. Lo que yo quería
enseñarle a la bailarina era eso. Por cierLA GACETA
10
1. Larry, apellido de Lawrence Durrell,
que vive cerca de Nîmes.
2. Ayer, en un periódico de la tarde,
he leído unas declaraciones de Brigitte
Bardot, quedando sorprendido al ver
cómo las quejas de la celebridad tienen
el mismo acento: “Es peor que nunca.
De verdadera locura. Tengo un coche
descapotable y no puedo quitarle la capota. Una terraza, un jardín sobre el que
todo el mundo cae con sus prismáticos,
sus teleobjetivos. Tengo que encerrarme
en casa todas las tardes, tengo que elegir
una isla desierta para ir de vacaciones…
Pero el desierto no me divierte nada.
Hay momentos en los que tengo ganas
de irme corriendo a un especialista de
cirugía estética para que me cambie la
cara”.
3. Entre los rostros hechos con dos o
tres agujeros sobresalen la Bañista de pie,
de 1929, y muchas de sus mujeres autómatas de 1930. Picasso volvió a adoptar
esta forma de representación más tarde
en un gran número de sus esculturas.
4. Los grafismos de Picasso fueron
instalados en el Colegio de Arquitectos
de Barcelona, frente a la Catedral. Como
por su situación es imposible pensar en
una fotografía en la que aparezcan simultáneamente los grafismos de Picasso
de Barcelona y las torres de la Sagrada
Familia, debe pensarse en un error del
autor del libro, o bien, como es más probable, en un fotomontaje completamente convencional. [T.]
SUMARIO
SUMARIO
Por la Antología mínima
3 Carlos Pellicer López
Las páginas que ofrecemos a
continuación son un ejercicio de
crítica comparada entre Pellicer,
López Velarde y Grabriel Zaid,
a propósito de la reciente edición
de la Antología mínima del primero
(FCE, Letras Mexicanas, 2002).
abriel Zaid comulga en la
alegría con Carlos Pellicer.
Para ellos, como decía la
monja Juliana de Norwich,
en el siglo XVI: “La mejor oración es descansar en la bondad de Dios, sabiendo
que esa bondad alcanza hasta lo más
hondo de nuestra indigencia”.
Aquella milagrosa confianza de hace
600 años desciende desde tan “esbeltas latitudes” para retoñar en estos poetas católicos y mexicanos, que parecen haber
escuchado al Señor —como Juliana—
asegurar que “todo irá bien y absolutamente todo saldrá bien”.
La divisa de estos poetas es confiar
en la palabra del Señor y por ello reco-
G
nocen, con un suspiro: “¡A cuánto amor
el corazón obliga!”
Naturalmente que una antología
hecha por Zaid ha de ser breve. Él es
un poeta de pequeñas grandes joyas.
Su poesía es producto de relojería, pero
no de esos aparatos fríos que repiten
mecánicamente un mismo paso, sino
del reloj de sol que gracias a estos poetas nos da la hora exacta de la alegría, de
la libertad y de la confianza en la vida. Y
el buen relojero sonríe ante el desastre
de su compañero:
ESTUDIOS
I
Relojes descompuestos,
voluntarios caminos
sobre la música del tiempo.
Hora y veinte.
Gracias a vuestro
paso
lento,
llego a las citas mucho después
y así me doy todo a las máquinas
gigantescas y translúcidas del
silencio.
llante generación de poetas
como Blanca Varela, Javier
Sologuren, Salazar Bondy y el
recientemente fallecido E. A.
Westphalen. El trabajo de los
editores de more ferarum es
una labor exhaustiva de recopilación de textos dispersos
en revistas, suplementos culturales, libros, catálogos, etc.,
debidos tanto a la pluma de
Eielson como a quienes se
han ocupado de analizar y comentar su obra (Rodolfo Hinostroza, Mirko Lauer, William
Rowe, Javier Sologuren, entre
muchos otros). A este trabajo
viene a sumarse el esfuerzo
de more ferarum por ampliar
el radio de sus posibles lectores mediante el empleo noble
de la web. En efecto, gracias
al patrocinio de Telefónica del
Perú existe ahora una versión
digital de este homenaje a
Eielson, que se puede consultar en la dirección electrónica
del Centro Cultural Perú Virtual: www.perucultural.org.pe/
u
Agradecemos el envío de la
revista La tempestad, que nos
hace llegar su director José
Antonio Chaurand desde Monterrey. El número 22, correspondiente al primer bimestre
de este cuarto año de existencia, dedica buena parte de su
espacio a Joseph Conrad y
Francis Ford Coppola bajo el
sugerente encabezado de Las
tinieblas del Apocalipsis. Felicitamos a esta publicación
que número con número gana
en calidad y consistencia, y
que tiene muy presente lo que
muchos olvidan: el lector.
LA GACETA
11
SUMARIO
SUMARIO
II
Diez kilómetros sobre la vía
de un tren retrasado.
El paisaje crece
dividido de telegramas.
sentidos, hoy rudos y entonces perfectos”. Gabriel, siguiendo este pensamiento, nos regala este poema:
ALABANDO SU MANERA DE HACERLO
¡Qué bien se hace contigo, vida mía!
Las noticias van a tener tiempo
de cambiar de camisa.
La juventud se prolonga diez
minutos,
el ojo caza tres sonrisas.
Kilo de panoramas
pagado con el tiempo
que se gana
perdiendo.
Muchas mujeres lo hacen bien
pero ninguna como tú.
La Sulamita, en la gloria,
se asoma a verte hacerlo.
Y yo le digo que no,
que nos deje, que ya lo escribiré.
Pero si lo escribiese
te volverías legendaria.
Nadie te dijo, amor, que yo existía.
El amor es silvestre,
uno lo encuentra en todas partes;
en los días sin cielo,
en las tierras sin flores,
lo mismo en la mañana que en la
tarde.
Como ustedes ven no hay asomo de
culpa ni amargura. Pellicer y Zaid están
del lado humilde y sencillo de la luz. Al
igual que su hermano mayor, de apenas
33 años, cualquiera de ellos puede declarar:
Yo sólo soy un hombre débil, un
espontáneo
que nunca tomó en serio los sesos de
su cráneo.
III
Las horas se adelgazan;
de una salen diez.
Es el Trópico,
prodigioso y funesto.
Nadie sabe qué hora es.
Hay un poema de Gabriel que me
gusta especialmente. Me lo imagino como un comentario pelliceriano al monumental poema “Muerte sin fin” del paisano Gorostiza. Si Pellicer se queja por
estar condenado a ser “el Ayudante de
Campo del sol”, aquí Zaid nos trae el sol
a la mesa y nos pinta una naturaleza
muerta milagrosa, como los pintores españoles del siglo XVII:
SOL EN LA MESA
Dios está aquí.
Perdido en el abismo
de un vaso de agua
demasiado visto.
Dios está aquí.
La brisa, el sol, la mesa,
no son Dios. Mis ojos
no son Dios.
Dios está aquí.
Se movió la ventana,
y el Espíritu Santo
bailó en un vaso de agua.
Es notable cómo comparten estos
dos poetas una sensualidad feliz, un gozo de los sentidos fresco, diáfano y luminoso. Como decía Pellicer en una carta de 1928 a su hermano Juan: “Si un día
he de llegar a Dios, será a través de mis
Y no creo en la poesía autobiográfica
ni me conviene hacerte propaganda.
Pellicer y Zaid tienen un sexto sentido del humor. Todavía a los 72 años, Pellicer recae y reincide:
En este asunto del amor, que a veces,
uno quisiera
que no acabara nunca de empezar,
parece que alguien dice:
“¿Dios es eternamente joven?”
Es tanta la alegría, que uno
ignora
catástrofes y duelos.
Usted dice que sí a toda
la enorme y tan humana tontería.
Sólo hay un pensamiento,
sólo una idea sola
que es multitud, y uno quisiera
leerlo todo con los ojos cerrados
y no tener noticias de uno mismo,
ni recuerdos de nada ni de nadie;
un ágape de luces
a través de las horas inmortales.
A medida que vivo ignoro más las
cosas,
no sé ni por qué encantan las
hembras y las rosas.
Es notable la rima de este último dístico de López Velarde, idéntica a la de
Pellicer en los “Recuerdos de Iza”:
Aquí no suceden cosas
de mayor trascendencia que las
rosas.
Gracias a esta Antología mínima redescubrimos la alegría cristiana de la
poesía que nos ofrecen López Velarde,
Pellicer y Zaid.
Febrero de 2002
Yo había puesto
encima de mi pecho,
un pequeño letrero que decía:
“Cerrado por demolición”.
Y aquí me tiene usted pintando las
paredes,
abriendo las ventanas,
adornando la mesa con la flor
amarilla
con que paga el otoño sus encantos.
LA GACETA
12
SUMARIO
SUMARIO
Por una toga deshabitada
(Profanación in memoriam Giórgos Seféris)
3 Juan Carvajal
Jamás estuve en Grecia. Sólo mi sombra estuvo allí...
Nietzsche
“Los glosadores no te dejan dormir en Harvard.”
Púdico glosador, entre el tráfago de las hojas,
tú, que dispensas el sentido primigenio de las obras
en espíritus desatentos y en las almas
de quienes encuentran imposible su lectura.
Ciega voz, lectura que en la noche de la memoria
va tentaleando infolios, palimpsestos, no me atrevería a
decir...
textos;
y el amargo jadeo del escoliasta exasperado.
Erguido el pecho, el rayo entre sus ojos, y esa prestancia,
asombros y conceptos por doquier,
en sus palabras, en sus gestos, en sus silencios;
y sus hondos lamentos,
estaba allí, junto a un pizarrón.
¿Y en Grecia?
En Grecia nada, los presocráticos...
Así lo dispusieron los dioses.
Y Lou Andreas Salomé se unía a Freud como a un ser de
carne y hueso,
y nosotros, durante todo el siglo,
asesinamos a nuestros padres en nombre de Nietzsche.
“Los glosadores no te dejan dormir en Harvard.”
¿Y qué es Harvard? ¿Quién conoce ese infierno?
He pasado mi vida oyendo intérpretes ignorantes,
doctrinas hueras, hueras locuras de los hombres
que no son dioses,
mi destino oscilante
entre la última estocada de un Lukács
y el hallazgo de otro Gilles Deleuze
me ha traído hasta aquí, a esta Universitas.
Un gran torpor había caído sobre las mentes.
Tantos filósofos arrojados a las fauces de Kant, a las
fauces de la lógica
y tantas alumnas desperdiciadas como trigo en los
molinos sin muela.
Los campus henchíanse en sus Islas rodeados de hierba
reseca
por un endeble concepto, por un anticonceptito,
por un rumor de academia, por un plumón de cisne,
por una toga deshabitada, por un alumno de Tubinga.
¿Y mi condiscípulo?
La luna
se levantó del mar como en Venecia,
ha eclipsado a quienes no quisieron y a quienes no
supieron
entender que Todo se metamorfosea.
Glosador, glosador, glosador,
¿qué cosa es Dios? Y Dios, ¿acaso murió?
Y, en medio de ambas cosas, ¿resucitó?
“Los ruiseñores no te dejan dormir en Harvard.”
¿Dónde está la verdad?
Yo también filósofo fui cuando la guerra;
mi destino fue el de un germano que no dio en el blanco.
Glosador, aedo
en un aula como ésta,
los alumnos de la UNAM te escucharon y alzaron su
lamento.
Entre ellos —¡quién lo hubiera sospechado!— estaba
Nietzsche,
a quien buscamos durante largos años en los
consultorios;
estaba allí, a la orilla de un pupitre.
Yo lo escuché, y él nos habló:
“No es verdad, no es verdad”, gritó.
“Yo no escribí La voluntad de poder
y no pisé jamás los templos-burdeles de Grecia.”
Medroso profesor, educado en Harvard por los wasp
donde me fue prescrito que educase a mi país.
Yo solo aquí eché amarras en este mito,
si es verdad que se trata de un mito,
si es verdad que los que piensan no caen ya
en el viejo cebo de los dialécticos;
si es verdad
que, después de tanto estudio, otro Heidegger
o un Lacan, un Jaspers, o una Arendt
o algún desconocido, anónimo, espectador
de los cadáveres que se hacinaban adentro y afuera de
La Facultad,
no estuviese llamado a escribir otro tratado
que intente decirles
que tanto trabajo y tanta vida
fueron tirados a la Nada
por una toga deshabitada, por un Nietzsche.
LA GACETA
13
SUMARIO
SUMARIO
Concepción Cabrera de Armida
3 Javier Sicilia
Fragmento del capítulo “Los
años de prueba...”, del libro
Concepción Cabrera de Armida.
La amante de Cristo,
recientemente publicado
por el FCE en la colección Vida y
Pensamiento de México.
onseñor Montes de Oca
ha hecho bien su trabajo.
Ha logrado armonizar
de tal forma las relaciones de la Iglesia con el Estado que, en
noviembre de 1885, crea el Colegio-Seminario de San Luis Potosí y, en mayo
del siguiente año, instala a las Religiosas del Sagrado Corazón atrás del convento de El Carmen.
No sólo el obispo, sino toda la clerecía y el laicado católico están de plácemes. La apertura del Colegio-Seminario
—cuya dirección Montes de Oca ha
puesto en manos de los jesuitas, que recientemente, gracias al idilio de don Porfirio y los prelados, han regresado a México— garantiza que San Luis Potosí tendrá no sólo muchachos y sacerdotes bien
preparados, sino también ciudadanos
católicos, y la instalación de las Religio-
M
sas del Sagrado Corazón que, al menos
las hijas de las clases acomodadas, tendrán una sólida educación religiosa.
A Concha, que lleva por dentro un
fuego y un fervor que la devoran y siente
su vida matrimonial como un obstáculo
para entregarse plenamente a Dios, la
presencia de las Religiosas del Sagrado
Corazón le cae como un balde de agua
helada, como un cuchillo que le lacera el
alma. Por vez primera se da cuenta de
que su vida pudo haber sido distinta.
Pero es tarde, al menos es lo que piensa.
Nunca podrá ser como ellas:
[...] y sentí luego en mi alma una santa envidia, al grado de que, apenas
concurría yo a aquella capilla, cuando las lágrimas acudían a mis ojos.
Sólo Jesús veía el dolor de mi corazón al sentir la impotencia de haberme consagrado a Él en alguna religión, no precisamente ahí, porque no
me inclinaba la enseñanza y trato
con el mundo [...]
Siente que hay en aquellas muchachas, que han consagrado su pureza a
Dios, una legitimidad (la legitimidad de
las esposas) que a ella le está prohibida
LA GACETA
14
por casada. Sin embargo, sus deseos de
ser toda de Jesús, de amar cada vez más,
no la desalientan. Si ya nunca podrá ser
religiosa, puede, al menos, amar con la
misma y tal vez con mayor pasión que
ellas a Dios. ¿O acaso no es la amante,
por su estado de indefensión frente a la
legitimidad de la esposa, la que se esfuerza más por agradar al amado? Concha se lanza, y en esa búsqueda no escatima esfuerzos.
¿Cómo lo hace?
Ya hemos visto la manera en que se
las ha ido arreglando para mantener en
orden su casa y darse sus escapadas a la
iglesia, al sagrario y a la oración. Incluso, hemos visto la forma en que las contrariedades de su vida cotidiana las utiliza como ejercicios de orden espiritual.
Sin embargo, aquello no le basta. Concha, delante de la presencia de las Religiosas del Sagrado Corazón, quiere de
alguna forma parecerse cada vez más a
una religiosa. Así es que se alista en la
Orden Tercera de San Francisco, donde
encuentra, para su condición de laica casada, una realidad que se parece un poco al estado religioso.
La Orden Tercera de San Francisco, una de las
más inquietantes que hayan nacido en el seno de la Iglesia como preludio de la importancia que tendría el laicado en siglos posteriores, fue fundada por Francisco de Asís
cuando el ejemplo de su vida y de su prédica,
que ya había arrastrado con él a varios compañeros, provocó una severa conmoción en
los pueblos de la Umbría: seducidos por el
Poverello, que los visitaba, hombres, mujeres
y niños salieron a la calle, abandonaron sus
quehaceres, sus bienes y sus hogares y le suplicaron que desde ese mismo instante los aceptara en su ejército de Dios.
Francisco no sólo se asombró, sino también se aterró. Aquello era hermoso y conmovedor, pero también espantoso: si todo el
mundo hiciera como ellos, pronto se acabaría
la vida civil. Además, tenía ya suficientes
problemas con la orden, que sin él pretenderlo había crecido desmesuradamente, para
SUMARIO
SUMARIO
ahora acrecentarla con cientos de hombres,
mujeres y niños cuyo destino no sabría conducir: ¿qué haría con todos ellos? ¿Adónde
los llevaría y cómo los alimentaría? Fue entonces que se le ocurrió instituir la Orden
Tercera (la segunda la había fundado con
Clara), con los mismos votos de pobreza,
castidad y obediencia, pero mitigados, adecuados a las condiciones de la vida civil y
matrimonial.
Concha entró, pues, en esa Tercera
Orden “como para estar más cerca de Jesús perteneciéndole de algún modo más
íntimo. Hice la profesión con todo el fervor del que fui capaz”.
Sin embargo, con el crecimiento de
su vida espiritual, también el de su vida
marital se complica: Panchito ha crecido
y ella espera a su segundo hijo. Tiene
entonces que hacer esfuerzos verdaderamente heroicos para compaginar esos
dos mundos: ordenar su casa, educar al
niño, cuidar su embarazo, atender y satisfacer a Pancho que no cesa de invitarla
a bailes, teatros y compromisos sociales,
que a ella le caen en el puritito hígado, y
junto con eso asistir a la iglesia, visitar a
las Religiosas del Sagrado Corazón y
cumplir sus compromisos franciscanos,
que siente incompatibles no sólo con la
vida social que le pide su marido, sino
también con sus “deberes” conyugales.
¿Lo logra?
En el mundo exterior sí, en el interior no: aquel fuego que lleva por dentro, que no la deja en paz y que crece
brutalmente en su vida no la colma. A
pesar de haber ingresado en la Orden
Tercera, se siente (será una imagen que
a lo largo de su vida llegará constantemente a su pluma) como “un volcán sin
respiradero”. Tiene, delante de las incomprensiones del canónigo Peña, ardientes deseos de “un director que me
comprendiera, que me empujara, que
me aclarara tantas dudas, que me uniera
con mi Dios”. Está inundada de amor y
de desesperación por no alcanzarlo. En
el fondo, la vida religiosa tampoco era
su vocación ni su destino.
Si tuvo razón aquel científico que dijo que
“somos una enfermedad de la luz”, Concha, entonces, está enferma de luz, de
fuego. Está sumergida en una atmósfera
que, si bien había ido percibiendo a lo
largo de su vida, es ahora vivida por
ella de manera inédita: no sólo es una
revelación, sino un profundo y mayor
desgarramiento: un fuego, una luz, que
la consumen.
Su experiencia, creo que vale la comparación por los paralelismos que las
unen, es más difícil que la que estaba
atravesando Santa Teresa a su edad,
cuando, en el momento en que ingresa
en el convento, enferma de lo que los
modernos llamamos histrionismo.
Al igual que la santa de Ávila, vivía
su camino de vocación religiosa como
si quisiera “huir de realidades tentadoras” que, al mismo tiempo que la atraían,
ponían su alma en peligro; Concha está
desgarrada entre sus aspiraciones religiosas y las exigencias del mundo tratando de armonizarlas.
Ambas viven una tensión que las balancea por una parte hacia ideales muy
altos, hacia ese Dios en donde encontrarán la satisfacción, la paz y los bienes
permanentes; y por otra, en el caso de
Teresa, hacia poderosas llamadas instintivas de vigor pasional; en el de Concha,
hacia las de un mundo que reclama su
pasión y que ella quiere dirigir hacia
otro lado. Ambas, sin embargo, sujetan
y controlan esas pasiones gracias a un
poderoso esfuerzo de voluntad.
Es un defecto histriónico, un desajuste
entre las aspiraciones superiores del yo y
la esfera emocional inferior, cuya consecuencia hace que el núcleo personal funcione inseguro, inestable y soporte continuos sobresaltos que provienen de las
energías inferiores dispuestas a abrir brecha aun a costa de descomponer el todo.
Lo que esto quiere decir es que nuestra muchacha, como la de Ávila, a lo largo de los años ha estado sosteniendo su
llamada de Dios, su ideal, sin apoyo de
elementos emocionales. Aunque Concha continúa con el canónigo Peña, ha
ingresado en la Orden Tercera y consulta a las monjas del Sagrado Corazón,
ninguno le da el apoyo que necesita:
“Varias veces intenté desahogar mi pecho con alguna de las Madres, pero casi
nunca me comprendieron las que vi.
¿Cómo se ama a Dios? —les preguntaba—, porque ésta era mi ansia, mi anhelo: el saber amarlo con delirio”.
De haberse prolongado tan duro
conflicto psíquico, Concha, al igual que
Teresa de Ávila, se habría arrastrado toda su vida por un desierto interior.
Sin embargo, si Teresa de Ávila encontró el fermento del proceso renovaLA GACETA
15
dor en las páginas del Tercer abecedario
del padre Osuna que don Pedro, su tío,
le regaló cuando, enferma ya de su histrionismo, pasa una temporada en su
casa de Hortigosa, Concha lo encuentra
en esa intuición metafísica que, con tropiezos, en medio de la oscuridad de la
vida diaria, la ha ido guiando hacia
Dios, y en esas mociones del Espíritu
Santo que, a través de las visiones, han
hecho que su amor crezca y lo dirija hacia el crucificado. Teresa se abre a una
oración que llamó de “recogimiento”,
Concha a una de amor desbordado. Ha
descubierto que en su oración no sólo
puede estar con Cristo, sino también hablarse abiertamente con Él. Ha encontrado un nuevo modo de tratarse con
Dios y comienza su aprendizaje de mirar
más amorosamente a ese Otro que está
dentro de sí y que la interpela, que la llama y la aguarda.
El proceso se desencadena lentamente. Pocos meses después del nacimiento
de su segundo hijo, Carlos (28 de marzo de 1887), casi dos años después de sus
primeras visiones, Concha comienza a
dar rienda suelta a su pasión, a sacar el
fuego que la devora escribiendo cartas a
Jesús.
Aunque existe una, fechada en 1885,
Concha parece no haber vuelto a escribir hasta este periodo en el que su correspondencia con Jesús se hace abundante.
En las cartas que se conservan
(Concha quemó la mayoría después de
sus segundos Ejercicios espirituales, en
1891), la vemos a veces suplicante, llena del amoroso agradecimiento que
tenía el culto a las llagas y al corazón
de Jesús:
Jesús, amor de mi corazón: hoy había ya consentido en tener la inmensa dicha de recibirte en mi pecho.
¡Ay, mi Jesús!, mañana sí concédeme sentirte con toda tu majestad en
mi pobre y mísero corazón. ¡Ay, mi
vida, te quiero estrechar con las fuerzas de mi alma y de mi cuerpo, sentir tu corazón sobre mi corazón, oír
sus suspiros, contar sus latidos, embriagarme, por fin, en ese mar de
delicias inextinguible! ¿Verdad que
me lo vas a conceder? Sí, mi bien,
por lo que más ames. Quiero recostarme en tu costado y besarte tu mano agujereada [...]
SUMARIO
SUMARIO
A veces, llena de felicidad:
Jesús, mira. Todos los días te digo lo
mismo y, sin embargo, no puedo dejar de decírtelo. Te amo tanto, de una
manera tan profunda que ahora sí no
creo, Señor, que me resfríe jamás.
A veces, desesperada:
Dios mío, quiero llorar, quiero gritar.
Siento mi alma presa de una agitación terrible y al mismo tiempo una
paz profunda la quiere dominar. Sé
que Tú me sostienes, ¡ay, Jesús, ten
piedad de mí! ¡Qué pequeño es el corazón para contener un bien tan
grande!
A veces, despechada:
Ah, mi Jesús, ¿por qué no me arrancas el alma de una vez y te la llevas
contigo? ¡Ay!, nada más la alborotas
y la dejas aquí penando. No sé lo que
querrás de mí; pero a todo estoy dispuesta. Mira, yo no aguanto esto que
siento tan extraordinario. Es un conjunto de dolor con gozo y no sé qué
lo supera [...] La verdad es que no me
doy cuenta de lo que me pasa y sólo
sé que me duele el corazón.
A fuerza de esta forma de oración,
Concha va creciendo espiritualmente y
el 15 de octubre, siguiendo su vínculo
con la Orden Tercera de San Francisco,
decide hacer promesas de pobreza, castidad y obediencia. Ha iniciado su mecanismo de respuesta a ese asedio de
Dios.
No sabemos a qué hora fue. Supongo, por la manera en que se vivía en las
ciudades pequeñas, que sucedió en la misa de la mañana, a las seis o a las siete. Concha sale de su casa y se dirige a
la iglesia de San Juan de Dios. Ha elegido el momento indicado para pronunciar sus promesas: en la comunión:
Nadie las presenció. Sólo Dios, mis
santos patronos y yo lo sabíamos. Al
recibirlo en la comunión, me pareció
que ahí estaba la Santísima Virgen,
San Francisco y Santa Teresa presentando a Jesús mis promesas.
Ahí, conmovida, se las hice con
todo mi corazón, experimentando
desde entonces una felicidad maravillosa para vencerme [...]
Regresa dichosa e inmediatamente
se pone a escribir una carta a uno de sus
santos patronos.
Lo que me intriga no es que lo haga.
Ella, que tiene conciencia de su pequeñez, sabe que necesita una intercesión
para abrirse más a Dios. Sino que la haya dirigido, no a la Virgen ni a San Francisco, sino a Santa Teresa.
Se me dirá que ése era el día consagrado a ella. Lo sé, pero Concha escogió
ese día con toda deliberación, cuidadosamente. Entonces fue el azar. Pero ¿qué
es el azar, sino la secreta voluntad de
Dios? Lo que yo creo es que fue el producto de una intuición clarividente. En
los procesos del espíritu, como en los de
la creación poética, se abren espacios en
donde el tiempo deja su linealidad para
convertirse en simultáneo: ayer es hoy y
mañana también. Todo converge y Concha, sin saber por qué, elige a aquella a
la que más se parecerá: amante desesperada de Dios, encantadora, con rasgos
histriónicos, política intuitiva y fundadora. ¿Quién otro de todos los santos
que Concha conocía era el más indicado
para comprender lo que sucede en su alma y llevarle el mensaje a Dios?
Así que se pone a escribirle también:
¡Oh, gran Teresa!, hoy es tu día y
mi corazón henchido de gozo se te
ha consagrado con inmensa alegría.
Yo te amo mucho por lo que amaste al Señor y por el bien que hace a mi
alma tu lectura. Al consagrarme a ti
quiero ser tu hija; quiero ser tu amiga,
y como tal mis confidencias serán
para ti [...] Quiero ser de Jesús como
tú. La última, sí, la última de sus hijas, pero de Él para siempre [...] Los
afectos de mi familia son grandes,
muy grandes, pero no bastante para
llenar las aspiraciones de mi alma.
Quiero que la consuma el amor a Jesús, aunque muera en la fuerza del
amor [...]
Gracias a estos desbordamientos, las
piezas de su vida interior comienzan a
ajustarse. Va a ser un camino largo y trabajoso en donde Concha cambiará de
estado anímico, amará y sufrirá intensamente y se sentirá abatida, pero nunca
abandonará el camino. El proceso se ha
LA GACETA
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puesto en marcha y nadie lo detendrá.
Bendita pasión la que la devora. Pasarán
muchas cosas, pero desde ese momento
Concha está acompañada. Su amado va
con ella y no la abandonará. Ha descubierto lo que Santa Teresa, gracias al padre Osuna, descubrió en los momentos
más críticos de su proceso interior: que
la oración es “tratar de amistad, estando
muchas veces tratando a solas con quien
sabemos nos ama”.
Concha será más audaz. Dirá, porque así lo dicen sus cartas, que es tratar
de amor. Desde entonces no cesará de
contarle a Jesús todo lo que le sucede y
de decirle todo lo que lo ama:
Por las tardes, al oscurecer, me iba a
la iglesia de San Juan de Dios, y ahí
cerquita del Sagrario desahogaba mi
pecho cerca de Jesús [...] Le escribía a
mi Jesús cartas muy tiernas que le
iba a leer al Sagrario. Unos pliegos
que les puse “Cinco minutos a los pies
del Tabernáculo” también iba a meditarlos cerca de Él.
En esos cinco minutos a los pies de
Jesús, no sólo es Concha la que habla. A
veces escribe lo que cree que Jesús piensa. Su pasión, su agradecimiento por el
amor que se expresa en las llagas y el corazón de Jesús, cede sitio al sentido reparador y culpabilizante de su época:
“¡Ay, hijita —escribe en una carta como
si fuera Cristo el que se dirige a ella— ya
me cansan tantos pecados! Es preciso
contrarrestar esos crímenes. ¿Cómo?
Desagraviando mi Corazón con tus sacrificios y tu amor; ofreciéndote como
víctima. ¿Qué no lo harás por tu Jesús?
¿No lo espero de ti?” —para después ceder nuevamente al aspecto amoroso y
agradecido que tiene el ancestral culto
al corazón de Jesús—. “No olvides que
necesito almas, almas, muchas almas
amantes para calmar mi sed... Necesito
muchas virtudes, sacrificios y sobre todo mucho amor. Ya sabes que de eso vivo Yo”, y, después, moverse en una ambigüedad: entre el agradecimiento y la
deuda, que insinúa ya su profunda intuición mística: hay que amar como
Cristo: “¡Ánimo! Yo te ayudaré y la recompensa que te guardo sólo Yo la sé.
Acuérdate que Yo te quiero mucho;
que he muerto por ti; estoy en este tabernáculo y nada te detenga para inmolarte por mí”.
SUMARIO
SUMARIO
Hermann Broch: el ángel acosado
y su doble oficio
3 Martin Lüdke
l es, sin duda, el más clásico
entre los clásicos de la modernidad: Hermann Broch, muy
citado y apenas leído. De todas
las grandes figuras en la historia literaria
de este siglo, como Kafka, Proust, Joyce o
Musil, incluido Thomas Mann, él ha quedado hasta nuestros días como el menos
conocido. Durante toda su vida llegó
siempre a escena con un pequeño pero
decisivo retraso. El destino, podría decirse, pero en parte él mismo tuvo la culpa. Pues nada perjudica más a un autor
que, como juicio analítico —ya sea entre
la crítica o entre el público lector—, tener la reputación de ser inteligente.
Apenas esto se divulga, sus libros son
tildados de “difíciles” y relegados a un
rincón impunemente. Hace mucho que
la lectura ha degenerado en una distracción para el tiempo libre, y alguien como Broch, que se toma la literatura en
serio, es propiamente culpable. No obstante tuvo también mala suerte.
Cuando en 1945 la editorial Pantheon
de Kurt Wolff sacaba a la luz en Nueva
York una edición simultánea en alemán
e inglés de su llamada obra capital, esa
epopeya un tanto áspera y extensa titulada La muerte de Virgilio, entonces la
guerra recién había llegado a su fin y
la mitad de Europa se hallaba en ruinas
y parecía que a Broch, tras largos años
de incansable labor en medio de las
condiciones más difíciles y hasta denigrantes, iba a cumplírsele un modesto y
legítimo deseo: poder vivir sin preocupaciones financieras del fruto de su trabajo, de los ingresos de sus libros.
El éxito se programó por anticipado.
El ocho de julio de 1945 aparecía en primera plana del New York Times Book
Review, en grandes titulares, una entusiasta crítica, “A Poet’s Last Hours On
Earth”. Una presentación de esa índole
garantizaba —y garantiza aún en nuestros días— el éxito de un libro en los Estados Unidos. No solamente porque el
New York Times sea muy leído, sino más
É
bien porque arrastra tras de sí a los otros
diarios desde Seattle hasta Nueva Orleans.
Pero, como siempre, aquí Broch fue
víctima una vez más de la mala suerte.
El comentario de Marguerite Young llegó al periódico; el New York Times, en
cambio, no llegó a la calle. El periódico
no fue distribuido a causa de una huelga, y sólo un puñado de personas pudo
leer el artículo. ¿El destino?
Algo similar en esencia le sucedió
con su trilogía Los sonámbulos. Cuando
el tercer y último tomo, Huguenau o el
realismo, estuvo finalmente concluido,
tras una larga y penosa faena de reelaboración, tocaba ya a las puertas el Tercer Reich. Broch decía: “No soy un pesimista, pero me estoy acostumbrando a
la idea de que Los sonámbulos no podrán
alcanzar el éxito literario”. Finalmente,
así sucedió. Y así ha permanecido hasta
hoy. Su editor, y más que nada, su amigo Daniel Brody expresaba con rudeza:
“Todas esas brillantes críticas aún no
han hecho caer en la red ni a un solo
comprador”.
Aun en la actualidad, cuando varios
de sus contemporáneos, hoy mucho
LA GACETA
17
más afamados, lo colocan a la altura de
los más célebres, Broch continúa siendo
una suerte de misterio. Todavía en marzo de 1950 su hijo le escribía desde Viena, su ciudad natal: “Tú aquí sigues
siendo una celebridad desconocida a la
manera del bienamado Dios: se sabe
que algo reina ahí en lo alto, tras las nubes, pero con exactitud, nada se sabe”.
Actualmente el asunto cobra un cariz
bien diferente: el prejuicio de que es difícil y también algo aburrido ha llegado
a filtrarse hasta en la enseñanza general.
La cuestión es que Broch siempre estuvo rozando la fama muy de cerca sin
poder llegar nunca a ella, y quizás le hubiese sido otorgado el premio Nobel de
no haber muerto tan prematuramente,
con sólo 64 años, el día 30 de mayo de
1951 durante el exilio en los Estados
Unidos. A causa, oficialmente, de un paro cardiaco, pero como resultado, para
ser exactos, de un permanente exceso de
trabajo que duró en definitiva toda su
vida. Broch se propuso siempre muchas
cosas, mucho trabajo que se echó a cuestas, y también mucho que se dejó endosar; y por si fuera poco, hizo siempre su
entrada —¿tal vez por eso?— con ese
SUMARIO
SUMARIO
pequeño pero decisivo retraso. Alguien
galardonado posteriormente con el Nobel, Elias Canetti, quien lo conociera en
Viena a principios de los años treinta
(y quien tal vez le deba bastante) habla
de él en su autobiografía. Habla de su
nobleza, de su vasta cultura y de su encanto personal, de su inagotable altruismo y la otra cara de éste, su increíble
desamparo. Escribe Canetti: “Cada encuentro era para él un riesgo, pues luego
ya no podía sustraerse a él. Para zafarse,
precisaba de gente que esperara por él
en alguna otra parte”. Por eso siempre
andaba con prisa, continuamente acosado. “Se aseguraba el camino que lo llevaría de uno a otro; se preparaba para
recorrerlo con prisa [...] El apuro en que
siempre se le veía cuando uno lo tropezaba casualmente en la calle era su única salvaguardia. Sus primeras palabras
eran: ‘Tengo prisa’, y aunque lo decía en
lugar del saludo, siempre lo hacía en un
modo amable. Movía los brazos, sus recortadas alas, como queriendo elevarse
en un vuelo, los sacudía un par de veces
para luego dejarlos caer desalentado [...]
En algunas ocasiones lo seguía con la
vista hasta que se perdía en alguna calle: su esclavina se levantaba al viento
cual dos alas. Todo esto parecía ser algo muy rápido sin que en realidad lo
fuese.”
Es probable que la economía de esta
forma de desplazamiento sea difícilmente reconocible a primera vista. Canetti, con fino olfato, percibe lo afectado
de esta conducta, si bien por motivos
comprensibles declara inocente la necesidad existente en su trasfondo.
Es decir, que lo que obligaba a Broch
a ese andar siempre de prisa era algo
más que una simple disposición psíquica. Tratábase de un intento por encarar
tensiones y antagonismos, por vivir con
contradicciones pero sin ocultarlo. Era
el intento por permanecer a la altura de
los tiempos. En una ocasión él mismo
expresaba: “Hay algo que sí comparto
con Kafka y Musil: ninguno de los tres
poseemos una biografía propiamente
dicha; hemos vivido y escrito, eso es todo”. En esto tiene razón, aunque en realidad él sí vivió una vida dramática,
tanto por su origen como por su capacidad, sus intereses y, no en última instancia, impelido por las circunstancias
históricas.
Hermann Broch nació el primero de
noviembre de 1886 como hijo de un encumbrado judío moravo, surgido desde
las condiciones de vida más pobres. El
padre había adquirido algunas fábricas,
hilanderías, en fin, un pequeño imperio
en la industria textil austriaca. Un clan
no por próspero menos difícil. En 1949,
en mirada retrospectiva, Broch escribía
a su hijo: “Provienes de una familia gravemente neurótica. Un abuelo maniacodepresivo, incontenible y apático, con
algunos destellos de genialidad; la
abuela, una neurótica obsesiva de primer orden y, por si fuera poco, de escasa inteligencia, con manías de poder,
terca y vanidosa. Podría describir en
detalle la situación psicológica de la
LA GACETA
18
familia y no dejaría de ser interesante;
asimismo, de los Schnabel-Broch, en
cada una de sus épocas, podría escribirse toda una serie de novelas Rougon-Macquart, una estampa infernal
de mezquindad bondadosa y amorosa
vileza”.
De bondad o amor sólo se percibe
muy poco de vez en cuando. A fines de
los años veinte, cuando ya Broch había
salido victorioso de sus tan frecuentes
“escaramuzas de retirada” y las fábricas
habían sido vendidas, su hermano intentó escamotearle la herencia paterna.
Más bien predominaban la mezquindad
y la vileza. La familia fue surtida con la
herencia y para él no quedó nada. No
obstante, Hermann se sintió liberado: se
había convertido en escritor. En Los sonámbulos, libro que vio la luz por esa fecha, se muestran, si bien de un modo
para nada autobiográfico, claros vestigios de su vida. Por otra parte, jamás
consiguió desasirse totalmente de la familia. Durante toda su vida se consideró como víctima de la “crianza en una
rancia familia judía”.
A Kind gehört gestraft (expresión que
en español, en traducción un tanto libre, equivaldría a decir: “Los niños son
hijos del castigo”), era ésa la máxima
favorita del padre, la cual determinó toda una educación encaminada hacia lo
pragmático: Realgymnasium (instituto de
bachillerato con predominio de una enseñanza orientada principalmente a las
ciencias naturales), sin nada de latín, de
griego ni de arte (profesión que nada
daba), luego la formación como ingeniero textil y por último la incorporación a
la empresa familiar. De este modo llegaría
a trabajar con éxito y reconocimiento
como director de la hilandería de Teesdorf; ascendería de la noche a la mañana a la condición de “dignatario industrial”, convirtiéndose “en eso que
llaman un capitán de industria”, pero
quedando, al parecer, “prisionero para
toda la vida”. Durante el día trabajaba
en la fábrica y por las tardes y las noches
(entretanto ya se había casado) continuaba enfrascado en sus estudios sobre
temas lógico-matemáticos primero y también filosóficos después. Cuando le fue
posible asistió a conferencias en la Universidad de Viena o recibió clases de latín, y continuó siendo un autodidacta de
por vida, hecho éste que trató de compensar con una avidez de trabajo insaciable.
SUMARIO
SUMARIO
En una carta a Kurt Wolff fechada
en 1942 justificaba sus penurias de
tiempo alegando que se trataba de una
“agotadora y tenaz lucha contra el propio diletantismo”, una “servidumbre”
que, “al margen del quehacer en la universidad, lo ataba a la máquina de escribir durante casi 14 horas diarias”. No
era exageración; solamente la amplia correspondencia, que él llevaba muy concienzudamente, excede, sobre todo en
los años de exilio, cualquier volumen de
trabajo normal.
Puede decirse con todas sus letras
que Broch se inmoló escribiendo. (Su correspondencia con Volkmar von Zühlsdorff es una muestra de la seriedad con
que asumió el “deber metafísico” al que
se veía sujeto.) Jamás prescindió de su
“doble oficio” ni de las “terribles fatigas” vinculadas a él. De este modo consiguió eludir decisiones e ignorar alternativas. Una debilidad personal, es cierto,
pero que al mismo tiempo constituye el
fundamento de su fuerza, de su importancia. Su “ambición por unificar todo”
se manifiesta allí de alguna manera.
En una tardía carta a Waldo Frank,
con fecha 12 de enero de 1950, señalaba
este dilema: “El escribir novelas me resulta tan fácil que se me dificulta. Los
conocimientos que me interesan yacen
en un nivel demasiado profundo como
para ser expresados en forma de novela,
y si bien aparecen en mis obras —no
hay ser humano capaz de librarse del
todo de sus problemas, y éstos lo persiguen a uno en todas sus manifestaciones—, lo que les hago con incluirlos
no es más que una injusticia”. Y continúa
diciendo: “Cuando me dedico a la filosofía política o a la teoría del conocimiento, cumplo entonces con las responsabilidades que me son impuestas
tanto ante mí mismo como ante mi trabajo o ante el mundo; en cambio, al escribir novelas percibo una total falta de
responsabilidad. Y ahí radica todo, en el
sentido de la responsabilidad que se
posea”. Con esto ya ni siquiera admite a
Joyce; cuando más a Kafka, y eso porque a este último “le preocupa un bledo
lo técnico-estético y en su lugar echa
mano a lo ético justamente por su raíz
irracional”.
Su manera de pensar —y obrar—, radical y consecuente, llega a ser impresionante. No existe otro poeta de este siglo que consiguiera discernir el dilema
con mayor claridad, ninguno lo describió con mayor rigor.
Respecto del exceso de trabajo en
Huguenau o el realismo, le escribía a
Daisy Brody, esposa de su editor: “No
hay duda de que el ejercicio de la poesía
tiene sus inconvenientes. Y no se trata
solamente del constante temor que siento a que los escollos externos menoscaben su calidad (eso sería infundado), sino que un temor de esa naturaleza se
sustenta en motivos mucho más profundos: hacer poesía es pretender conquistar el conocimiento a través de la forma,
y un nuevo conocimiento sólo podría
nutrirse de formas nuevas [...] La
poesía que no implique un nuevo conocimiento habrá perdido su propio sentido y, por tanto, vería necesariamente disminuir su calidad, lo cual la convertiría
en algo que, tanto por razones externas
como internas, jamás debió haber sido
escrito. La nueva forma, por el contrario, significa un mayor distanciamiento
del público, algo no comerciable, pero
además, ha de ser el viraje hacia un camino que ya ha sido vallado por Joyce”.
Así es. Broch se movió desde un inicio en los marcos de este dilema, y lo hizo
desprovisto de todo compromiso. Esto
lo diferencia de esos artistas del entretenimiento en nuestros días, lo cual a su
vez le reporta muy pocas simpatías.
Las insuficiencias de la filosofía lo llevaron a la literatura; las insuficiencias de
la literatura lo hicieron retornar siempre
a las ciencias, a la filosofía. Broch, por momentos, trasmuta los acentos, pero si lo
LA GACETA
19
vemos en conjunto, se observa en él un
intento por hallar un equilibrio a esta
polaridad. La tensión se convierte así en
el motor de su quehacer. Consumió 10
años bien contados, 10 años de intensísima labor en su Teoría de la locura de masas, de la cual sólo dejó fragmentos (una
empresa comparable a la de Canetti en
Masa y poder, y a los estudios sobre “Autoridad y familia” del Instituto de Investigaciones Sociales), y al mismo tiempo
escribió La muerte de Virgilio, ese relato
breve, fabuloso, que devendría más tarde la monumental epopeya del mismo
nombre.
Continuó trabajando en Los inocentes,
ese ciclo de relatos relegado hasta hoy a
un segundo plano. En realidad, escribir
novelas le resultaba muy fácil; podía
cuando quería, sólo que a la hora de narrar nunca quiso olvidar los escrúpulos
que le inducían a formularse una pregunta tan sencilla como legítima: “si todavía hoy la poesía es lícita como expresión de la vida”, en presencia de un
mundo que se ha desquiciado y vuelto
además “complejo en tal extremo”, que
está obligado a desintegrar definitivamente la “forma tradicional de novela”. Si la novela pretendía “subsistir como género artístico” habría de llegar “a
una transformación autodesintegradora”. Este comentario suyo, referido a Los
inocentes (1949), una suerte de profesión
de fe poética, describe asimismo la progresión de Los sonámbulos (1932).
Tres periodos: Pasenow o el romanticismo, 1888; Esch o la anarquía, 1903; y
SUMARIO
SUMARIO
Fue en Viena donde se puso de manifiesto lo que al cabo significa el
encubrir la miseria con riqueza; allí,
durante su espectral periodo de
postrero esplendor, se hizo más evidente que en ningún otro momento
o lugar: un mínimo de valores éticos
debía quedar encubierto por un máximo de valores estéticos, que, por
cierto, no eran tales ni podían serlo,
ya que un valor estético no surgido
desde una base ética constituye precisamente lo contrario, es decir,
kitsch. Y como capital del kitsch, Viena devino también metrópoli del vacío de valores de una época.
Huguenau o el realismo, 1918. Tres figuras
que, de tres maneras diferentes, se las entienden —o han de entendérselas— con
los conflictos de su época, con la desintegración de formas de vida tradicionales. Lo que comienza con Pasenow, la
historia del prusiano aristócrata, en un
estilo todavía a lo Fontane, entrañable y
casi ceremonioso, transita luego por el
vago presentimiento de un nueva época
y las esperanzas que Esch, el simple empleado, cifra en América cuando le obligan las circunstancias, hasta desembocar en Huguenau, donde todo eso va a
cederle paso a una valoración desapasionada. Este último se escabulle con
habilidad y maña, sin el más mínimo escrúpulo moral, en medio de los desórdenes de una época: el último año de la
primera Guerra Mundial. Cuando el
hambre aprieta, primero están los dientes que los parientes.
Centradas en la historia de estos personajes, las tres novelas describen —al
principio de modo apenas perceptible—
la “desintegración de los valores”, el
gran tema de Hermann Broch, uno de los
que lo ocupó durante toda su vida, lo
mismo en sus relatos que en sus novelas, en los ensayos y los dramas, en su
quehacer teórico y literario. En Los sonámbulos, este motivo se va imponiendo
cada vez con mayor fuerza, también
desde el punto de vista formal. Lo que
se inicia con Pasenow a modo de relato
convencional, concluye con Huguenau
en una “transformación autodesintegra-
dora”: una reflexión en torno a la desintegración de valores.
Esta idea fundamental determinó
sin excepción toda la obra de Broch. En
ella caben lo mismo su teoría de la locura de masas como su gran ensayo sobre “Hofmannsthal y su época”, sus
análisis del kitsch y sus investigaciones
acerca del mito. El hallazgo teórico devenido génesis práctico de la labor narrativa, que a su vez ha ido a establecerse
en los límites de los conceptos. La desintegración de formas de vida inveteradas
provoca reacciones irracionales. Es ahí
donde se refleja la desintegración de todos los valores conservados. Los personajes de Broch han de vérselas con el
miedo, la soledad y la indiferencia. Teoría y poesía se compenetran; de otro modo sería imposible comprender la “estructura irracional” que, a juicio suyo,
“sirve de base al oficio de poeta”.
Como racionalista consecuente que
era, Broch pretendió despojar de sus
marcos psicológico-individuales a la
máxima de Freud, “allí donde estuvo el
Ello, ha de devenir el Yo”, e interpretarla como tarea social. Se enfrascó en la
tentativa casi paradójica de fundamentar éticamente la autonomía de lo estético. Desde una postura crítica, surgen de
esa tesis magníficos juicios, sobre todo
acerca de la Viena de entre siglos: “Si alguna vez la miseria quedó encubierta
por la riqueza, fue entonces”. Con esta
agudeza se inicia el ensayo “Hofmannsthal y su época”.
LA GACETA
20
Muy cierto. Sólo que nosotros hemos
seguido avanzando por esta senda como si tal cosa, y entretanto el kitsch ha
llegado a ocupar a escala universal el sitio del arte. Los diagnósticos de Broch
exhiben hoy día su condición profética.
El mundillo de la literatura, incluidos el público y la crítica, recompensa
para siempre la inteligente renuncia.
Quien asume la doble carga del “doble
oficio” es propiamente culpable. Al menos para el escritor, el trabajo de las
ideas y el empeño no implican ninguna
recompensa, y después de todo es más
cómodo prescindir de ese voluminoso y
pesado lastre que son la teoría y la reflexión. Quien trabaja duro de día, por la
noche tiene derecho al asueto, sin duda.
Pero eso de que el arte, como creía
Broch, tiene algo en común con el conocimiento, es ya harina de otro costal.
¡Sea! Broch, al cabo de 115 años de su natalicio y 50 de su muerte, seguirá siendo
un clásico, célebre e ignorado. Él, personalmente, nunca creyó que las palabras
obrasen milagros.
Texto tomado de Der Spiegel.
Traducción de José Aníbal Campos
SUMARIO
SUMARIO
Ramón Xirau y la poesía
3 José María Espinasa
s frecuente que los ensayistas que nos hemos ocupado,
desde muy distintas disciplinas y miradas, de la obra de
Ramón Xirau señalemos como esencial
su poesía, condición sine qua non de todo el conjunto, y tal vez se hace esto
pensando en que una obra tan diversa, que incluye desde su Historia de la
filosofía hasta sus Epígrafes y comentarios, la cohesión la mantiene una actitud
ante la creación como vida, cuya unidad
es el hombre. Tal vez por eso Adolfo
Castañón y Josué Ramírez abren el libro
antológico que hoy nos convoca con un
poema-epígrafe, como pórtico a la selección de ensayos sobre poesía iberoamericana.
Es inevitable, también, que su labor
como lector sea parte de esta obra, ya
que el que de verdad lee no concluye su
gesto en la última página del libro, sino
que busca compartirlo. Así puedo imaginar sin dificultad a Ramón Xirau, que
ha terminado de leer un libro de Alfonso Reyes, irrumpir en medio de una clase sobre la dialéctica hegeliana con una
breve cita de un poema culinario del autor de El deslinde, de la misma manera
que lo recuerdo en una conferencia que
interrumpió para preguntar cómo iba el
marcador del Holanda-Alemania.
Lo que se cocina, o lo que se conoce
en la poesía, es la vida misma: él lee como respira, y a lo largo de los años ha
respirado y leído muchas veces. El que
lee a los 20 años y lee a los 70 es y no es
el mismo, como las aguas de Heráclito
mezclándose con las de san Agustín. No
deja de llamarme la atención que un libro tan claramente ensayístico sea a la
vez tan autobiográfico, tan coherente a
lo largo de los días y las páginas. Las
aquí reunidas no son todas, mucho menos son representativas (esa obsesión
tan propia de quien no lee), pero su mirada sí es abarcadora.
En el libro los poetas mexicanos son
mayoría y Octavio Paz ocupa unas ¿100
E
páginas? Es lógico, Ramón vive y escribe (y lee) en México, no lo hace por ningún afán nacionalista —está vacunado
por medida doble frente a las quimeras
de la ideología—, sino por una necesaria
elección que no por necesaria deja de ser
un acto de libertad, pero también porque sabe que las raíces del poeta son sus
ramas, son los brazos que lo hermanan
no por la sangre sino por el espíritu. Por
eso el libro es a la vez un documento de
pertenencia y una vocación de universalidad.
Conocimiento y poesía, reunidos en
el título del libro, son dos términos que
se relacionan gracias a una conjunción
clave, puente y abismo sobre la que alguna vez Eduardo Nicol reflexionó con
tino en su ensayo “Poesía y filosofía: el
problema de la y”: el entre, que subraya
la condición temporal más que matemática de la conjunción, se debe a que esa
temporalidad es simultánea, una de las
formas más complejas de la duración:
pensar la poesía es conocer, y conocer es
ejercer la crítica.
Al final de su libro, Xirau traza un
sintético panorama de las disciplinas,
teorías y autores que han prevalecido en
la crítica del siglo XX, y sin embargo, a él
—crítico en sentido más lato— no se le
puede identificar con ninguna y es obvio que las conoce, cambia, sin necesidad de justificarse, tanto de sistema como de parámetros, y crea un espacio de
la crítica que es el más plenamente ensayístico. Esto es muy importante: podríamos, si tuviera algún sentido, calificar a
Ramón Xirau de un profesional de la filosofía, pero como crítico su obra apunta a una imposibilidad de la profesionalización, es decir, la conservación de un
impulso debido al gusto y al amor por
lo que se hace, por ejemplo leer. Para esto tenemos que revisar un poco la génesis de este libro: en él se reúnen ensayos
de otros títulos muy diversos, como las
páginas de un diario de viaje. Al autor
seguramente se los solicitaron revistas y
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periódicos, o las necesidades de su labor
docente y la redacción de algunos ensayos, pero siempre están escritos desde
lo que —con un arrebato inevitablemente cursi— el hoy injustamente olvidado
Roland Barthes llamó “el placer del texto”. Y ese placer es lo que le da al final
coherencia al teatro sobre el viento armado, o sobre la página que es más efímera aun que el viento.
Es decir: muchas veces un ensayo se
escribe sin que el autor sepa que lo está escribiendo, se le pide una reseña sobre
un libro, se ocupa de algún tema específico en la obra de un autor, reflexiona
sobre sus nexos con otros poetas y comenta un ensayo crítico o una biografía,
y de pronto allí están, a veces repartidas
en distintos lugares, las partes de ese todo que no sabíamos que existía. Son testimonio de una fidelidad, como ocurre
de manera manifiesta en los ensayos sobre sor Juana y sobre Octavio Paz.
No buscan, los ensayos, agotar a un
autor (tarea que no conseguirían nunca
y en cambio sí agotarían al lector), sino
pensar en voz alta, dialogar con esos interlocutores imaginarios que siempre
son irreales, aunque se llamen amigos,
colegas, alumnos o simplemente lectores. Cada que se refrenda o reafirma la
lectura de uno de “nuestros” autores
(las comillas son para matizar la pedantería) se vuelve sobre el legendario gesto del “decíamos ayer” que suprime no
el paso del tiempo sino la infidelidad que
concita.
Si no son ensayos de un profesional, con los defectos usuales en esos
casos, menos aún son los de un especialista, debido a que justamente no cierran
el marco de interpretación sino que lo
abren. Así puede, sin problemas, encontrar en un mismo autor ideas contradictorias y hacerlas complementarias, a la
vez que sostener una tercera posición,
tan antitética como admirativa.
Quisiera subrayar ciertos paralelismos en el concepto de lo iberoamericano.
SUMARIO
SUMARIO
Le interesa enormemente, ya se dijo, la
tradición mexicana, de la que se apropia
pronto, y en la que autores como sor
Juana, Othón o González Martínez le resultan centrales. También se apropia de
la española: en sus trabajos sobre Juan
Ramón, los poetas del 27 y José Hierro,
justamente donde nace un paralelo con
lo que escribe de Contemporáneos y
Paz. En otro lado, hablando también de
Xirau, he mencionado que ese paralelismo no es sino la evidencia de que son el
mismo viaje, como lo serían Vallejo y
las vanguardias latinoamericanas, pasando por Borges hasta llegar a Rojas
o los poetas concretos brasileños. No
se trata de un libro de historia sino de
huellas, de calas armonizadas en el discurso sin renunciar a su natural discontinuidad.
Es curioso cómo se reencuentra con libros tan distintos, pero a los que sirve de
apostilla y corrección, como Los hijos
del limo de Paz y La máscara, la transparencia de Sucre. Mapas, recorridos, itinerarios, asombros instantáneos y fidelidades mantenidas a lo largo de los años,
todo toma parte en el juego combinatorio de esa aventura colectiva de la poesía. Volver relato lo que es revelación no
sólo es trabajo de la narrativa, también
del ensayo.
¿A qué me refiero con esto? Veamos,
por ejemplo, los ensayos sobre Paz. Es
evidente que el seguimiento de la obra
del gran poeta, su amigo y en muchos
sentidos maestro, se da como un texto
coherente cohesionado por la constancia, como se señaló antes, pero también
por una confianza en ese libro que a la
manera talmúdica escribimos entre todos, o mejor dicho leemos entre todos.
Por eso algo tienen de escolios, de anotaciones al margen, en las que se discuten
ideas, se confirman coincidencias y se proyectan otras lecturas. En efecto, se trata
de un todo compuesto de fragmentos
que no aspiran a totalizar sino relativizar el juicio, evitando su absolutismo
dogmático. Por eso lo que antes se definió como mesura se transforma en estrategia del texto: se habla en voz baja para
que se entienda mejor lo que se dice y
para conocer mejor aquello de lo que se
habla, la poesía.
En distintas ocasiones, incluso hace
unos días para el periódico La Jornada,
Xirau señala que no ha podido escribir
sobre Antonio Machado porque lo sien-
te demasiado suyo, y aquí quisiera invertir alevosamente la ecuación y decir
que escribe mucho sobre Octavio Paz no
porque lo considere “demasiado ajeno”,
sino demasiado otro, y se sabe que tanto para el autor de Libertad bajo palabra
como para Xirau, lo otro, el otro, la otredad son valores positivos. Y, casi está
de más decirlo, ambos sabían que la
otredad no está en los extraterrestres
sino en el prójimo, ese otro que lo es en
buena medida para permitirme a mí
ser yo, o ser otro pero a la manera de
Rimbaud.
Quiero subrayar, ya lo hice antes,
pero ahora lo hago de nuevo, que este
libro se hizo en el tiempo pero parece
escrito de un plumazo, como dice la expresión popular. ¿Cómo imagino un
plumazo? Entiendo que es equivalente
de “en una sentada”, “de un jalón” o en
“una sola emisión de voz”, pero pienso
más en esa pluma, fuente desde luego,
que deja caer una mancha sobre la hoja,
mancha que, como en la caligrafía oriental o en las pinturas de Michaux, se
transforma en escritura. La síntesis del
poema entre el instante y la duración se
traslada aquí al ensayo. ¿Cuál es entonces la diferencia con libros como Los hijos del limo y La máscara, la transparencia?
Diría que Entre la poesía y el conocimiento
es menos conclusivo, está en una disposición más abierta, maneja ideas y conceptos pero no tesis, y no por ello pierde
rigor. A su vez —desde luego— se le notan mucho más las costuras y remiendos
(tal vez “de un plumazo” signifique en
un solo corte de tela o de película cinematográfica). El trabajo de rompecabezas o mecano literario, debido a Adolfo
Castañón y Josué Ramírez, abunda en
esa condición de diálogo de su escritura;
conversación que, como bien sabía Blanchot, no concluye, lo que quiere decir
que resulta infinita.
Otra de las figuras tutelares en el libro, junto a la de sor Juana y Paz, es la
de Juan Ramón Jiménez. Es lógico, junto al poeta mexicano, es la figura central
para su generación y una de las voces
más importantes en el siglo XX, maestro
colérico de sus destacados alumnos del
27, pero también de poetas en su cauda,
como el propio Xirau, y un interlocutor
otro para nuestra modernidad. Porque
Xirau es un crítico plenamente moderno por más que su eclecticismo parezca
remitirlo a un estilo impresionista, que
LA GACETA
22
—por cierto— acepta de buena gana.
Moderno no quiere decir (o no solamente) que esté al día en lo que a metodologías y autores se refiere, que lo está, ni que está a la moda (que no lo está
tanto) sino que es contemporáneo de
sus lecturas.
Los textos reunidos, es cierto, no incluyen ensayos sobre escritores posteriores a los años veinte, un poco tomándose él mismo, que nació en 1924, como
límite, pero existen suficientes como para armar otro volumen similar sin menoscabo de la calidad y con la misma
proyección histórica. Quiero decir con
esto que no le ha tenido miedo a entrar
en la discusión más inmediata y a defender valores aún no establecidos —hace
unos meses un escritor argentino me
preguntaba por qué a los mexicanos nos
gustaba tanto Juarroz; al leer el ensayo
incluido en este libro pensé: “por eso,
porque hay gente que lo ha leído muy
bien”—.
Más incluso: los valores se establecen
a cada momento. Pongo por ejemplo de
nuevo a Juan Ramón Jiménez. Ningún
poeta iberoamericano que haya empezado a escribir en los años cincuenta quedó
libre de su influencia; por el contrario, los
nacidos en esa década lo leyeron poco y
más bien como obligación escolar —no
al poeta de Espacio sino el de Platero y
yo—, mientras que a principios del siglo
actual Jiménez vuelve a ser lectura y referencia obligada. Esto se debe a un espíritu crítico como el que ejerce Xirau,
un proceso a la vez de conocimiento y
despojamiento de la información para
pasar a la médula, a la esencia.
La fortuna de un libro así es, pues,
mayúscula. Si Ramón lo hace con sus
autores, nosotros también debemos hacerlo con él: son textos para la relectura,
en los que se establece ya una condición
de cómplice en el mejor sentido, de familiaridad, de pertenecer, más allá de
las diferencias, al mismo discurso, al
mismo curso, ése en el que tal vez lo que
se mueva no sea —como en el río de Heráclito— el agua sino las orillas.
• Texto leído el 20 de marzo del
2002, en la presentación del libro de
Ramón Xirau Entre la poesía y el conocimiento, realizada en la librería Octavio
Paz del FCE.
SUMARIO
SUMARIO
Los archivos de Reyes
y González Martínez
3 Leonardo Martínez Carrizales
Fragmento del prólogo que
encabeza la Correspondencia de
Alfonso Reyes y Enrique González
Martínez, de próxima publicación en
el FCE dentro de la colección
Biblioteca Americana.
omo todos lo recordamos,
don Alfonso invirtió casi
un tercio de su vida en el
servicio de la diplomacia
de México, entre 1913 y 1939, con algunas breves interrupciones debidas al
mecanismo que es propio de las sustituciones y los enroques de los cargos diplomáticos. Una vez establecido en la
capital del país, Reyes consagró buena
parte de sus empeños intelectuales y
de sus energías físicas a la administración de su obra literaria en obediencia
de un plan concebido varios años antes de
su retiro diplomático, y cuya culminación es la edición de sus Obras completas.
Una tarea rendida en 20 años que tiene
el carácter de la creación literaria —por
ejemplo, Reyes escribiría en este periodo
la mayor parte de las páginas dedicadas a su afición a Grecia—, pero también el de un archivo y la disposición de
C
una herencia cultural. De las Obras
completas quedó fuera —entonces y
aún hoy— la publicación de su copiosa correspondencia; una enorme acumulación de papeles postales que Reyes organizó —no sabemos con certeza
hasta qué punto— en los años mexicanos del final de su vida. Prueba de esto es el epistolario del regiomontano
con Enrique González Martínez. En seguida, se cuenta la historia de este expediente en el archivo documental de
Alfonso Reyes.
El poeta Enrique González Martínez
murió en su domicilio de la Colonia del
Valle el 19 de febrero de 1952. Inmediatamente, el medio cultural se congregó
en torno a la familia del poeta, mientras
el Estado y el gobierno de la República
se preparaban para rendir homenaje al
escritor y la prensa se apresuraba a dar
cuenta de las reacciones públicas que el
fallecimiento había suscitado en diversos sectores de la sociedad. Se trata de
una manifestación colectiva de tal envergadura que no puede explicarse sólo
como efecto de la cortesía ni como reflejo de las obligaciones del gremio ante
uno de sus integrantes.
Entre las reacciones desencadenadas
por la muerte de González Martínez,
nos interesa particularmente la convocatoria que Alfonso Méndez Plancarte
lanzó desde la revista Ábside. La convocatoria de marras se dirigía a los escritores mexicanos que hubiesen intercambiado correspondencia con el poeta
muerto, pidiéndoles que enviaran a la
revista los documentos al respecto; así,
se iría constituyendo, conforme a los envíos, una “estela” de palabras cordiales
en memoria del poeta. Ábside se comprometía a ser el vehículo de esta manifestación póstuma de la amistad. Estamos ante un acto relacionado con las
manifestaciones públicas de duelo propias del catolicismo, pero también, y sobre todo, un gesto social portador de
sentido entre los personajes de la literaLA GACETA
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tura mexicana. Un gesto de carácter público, pertinente en la administración de
los bienes propios de una comunidad literaria. El editor de Ábside lanzó la convocatoria y la apoyó con el ejemplo: publicó las cartas que González Martínez
había remitido a su hermano, Gabriel
Méndez Plancarte, fundador y primer
director de la revista, y a sí mismo. Algunos más secundaron esta iniciativa y
la “estela” comenzó a formarse.
Entre los corresponsales de Enrique
González Martínez que acudieron al llamado de Ábside, Alfonso Reyes destaca
por la magnitud de su respuesta, pues
confió al director de la revista los testimonios epistolares del trato que mantuvo por espacio de 40 años con el poeta
fallecido.
No guardamos una noticia exacta del
origen de la decisión tomada por Reyes.
Éste debió conocer, como el resto de los
escritores mexicanos sensibles al proyecto cultural de Ábside, el llamado del
editor de esta revista. Es casi seguro que
Alfonso Méndez Plancarte, con quien
mantenía una comunicación constante,
nutrida y sincera —un trato que incluso
había resistido con fortuna algunas discrepancias noblemente dirimidas—, le
haya enviado directamente la invitación
en alguna de las tardes en que se daban
cita en el número 122 de la avenida Industria, domicilio particular de Reyes.
Sin embargo, el gesto del polígrafo no se
explicaría sólo por la piedad fraternal o
la simpatía con el inquieto editor.
Es un hecho que Reyes eligió a la revista Ábside como órgano difusor de,
por lo menos, dos proyectos literarios,
notables por su largo aliento. Notables no sólo por el número y las características propias de los documentos que
dio a conocer en las páginas administradas por el padre Méndez Plancarte, sino
también por las consecuencias que tal
publicación tuvo en la administración
documental de su propia obra y su biografía; celosa administración en la que
SUMARIO
SUMARIO
Reyes estaría empeñado luego de su regreso definitivo a México en 1939, procedente de Río de Janeiro, la última de
sus misiones diplomáticas. Hablamos,
claro está, de la publicación ya referida
de la correspondencia que sostuvo con
González Martínez, y la mucho más nutrida que nos informa de su encuentro y
colaboración con el hispanista francés
Raymond Foulché-Delbosc.
En cuanto a la importancia de estos
documentos, poco tendremos que comentar si recordamos el curso —tan largo como profundo— del trato que Reyes mantuvo con el hombre del búho y
con el director de la Revue Hispanique.
Cualquier alegato en favor de la valía de
las cartas publicadas por Ábside tendría
un balance favorable si sólo se concentrara en relatar circunstanciadamente
las experiencias compartidas entre los
personajes implicados. Sólo por aludir
a un par de puntos en dichas experiencias
baste señalar que la correspondencia con
González Martínez arroja luz sobre el
escenario de la carrera diplomática de
los corresponsales, así como también sobre sus convicciones estéticas en torno a
la poesía; y la sostenida con FoulchéDelbosc rinde un testimonio todavía
inexplorado sobre la educación y los hábitos filológicos de Reyes, templados, ni
más ni menos, en los problemas textuales que los poemas de Góngora proponían al editor especializado del segundo
decenio de este siglo. Sólo este aspecto
sería suficiente para reservar un lugar
destacado a esta correspondencia en el
terreno de la poesía española e hispanoamericana.
A pesar de lo anterior, nos interesa
destacar, antes que cualquier otra cosa,
el peso acordado por Reyes a esta iniciativa en la economía documental de sí
mismo. Nos referimos a una conducta
que Reyes observaría al organizar su
propio patrimonio literario, en consonancia con una imagen pública templada en su largo periplo diplomático
y en los años de su instalación definitiva en México. Hablamos de un capítulo en la vida de Reyes que se caracteriza
en el ámbito de lo público por haberse
convertido en un consejero de mandatarios y oficinas gubernamentales que puso al servicio de los asuntos públicos
una experiencia de primer nivel y una
refinada competencia técnica; un administrador generoso de bienes públicos
referidos a la educación universitaria y
la cultura literaria: conferencista en la
Universidad Nacional y en El Colegio
Nacional, presidente de El Colegio de
México; embajador en retiro y delegado ocasional del Estado en foros internacionales...; en fin, un árbitro supremo
de la cultura mexicana, personalidad de
nota en una institución social destinada
a la administración del patrimonio cultural del país.
Esta serie de tareas cumplidas por
Reyes como condición necesaria de su
reinstalación en la vida pública de México no sólo dejó su impronta en la biografía pública, sino también en el régimen
privado de la escritura. Nos referimos a
un ejercicio literario que se despliega
con la convicción de que el escritor es el
ciudadano de una república obligado a
rendir constancia y ejemplo ante sus semejantes mediante el aliño de su obra.
Y para ello, es obvio, no sólo hay que escribir esa obra, sino preservarla, ordenarla, inscribirla en la vigencia de un orden social, atenderla, contenerla en una
tradición. Este empeño reclamaría casi
completamente a Reyes durante los años
de su definitiva residencia mexicana.
Desde nuestro punto de vista, el momento más notable de la conducta conservadora, legislativa y organizadora de
Reyes ante sí mismo radica en la planeación y edición de sus Obras completas,
cuyo primer volumen data de 1955.
A veces se ha juzgado este hecho como un capricho de la vanidad o una
medida del cálculo político. El juicio
obedece al influjo que dejaron tras de sí
los conflictos que se suscitaron cuando
Reyes cumplía con esta tarea y estrechaba las manos del sector más influyente
de la generación de Medio Siglo; grupo
que, como ya lo hemos discutido, había
problematizado el proceso de la literatura mexicana. Ni siquiera un hombre como Reyes quedó al margen de las disputas, y parte de ello puede advertirse en
una nota de escepticismo en torno de
sus Obras completas que desde entonces
ha acompañado su desarrollo. El escepticismo ante el escritor que negocia los
bonos de su fama pública con el futuro
inmediato. Cualquiera que sea su pertinencia, esta explicación incide en una
zona del fenómeno que deberíamos explorar de acuerdo con los mecanismos
de la representación social de las personalidades y los valores literarios; sin
LA GACETA
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embargo, en los términos de nuestras
preocupaciones, este punto de vista resulta insuficiente para dar cuenta de
una aspiración que, por lo menos, se remonta hasta 1926, cuando Reyes redactó
una misiva dirigida a Genaro Estrada y
Enrique Díez-Canedo, mitad juego literario mitad confesión personal, en la
que confiaba a los dos amigos más entrañables residentes en cada una de las
riberas del Atlántico que más le importaban, México y España, el cuidado y la
edición de su obra en caso de fallecimiento. Cualquiera que sea el valor emocional conferido por Reyes —el amigo o
el escritor— a este documento, difundido en la quinta serie de Simpatías y diferencias, allí reside un plan general de organización de sus libros que no sufriría
modificaciones sustanciales en el proyecto de las Obras completas. La célebre
serie de artículos Historia documental de
mis libros ofrece un testimonio más de la
solidez y la naturalidad con las cuales
la idea de organizar su propio legado literario había crecido en el pensamiento
de Reyes.
Nos parece claro, y lo apuntamos al
margen, que esta actitud no sólo es atribuible a la intención de la persona y a
las obligaciones de carácter político y
social que la institución literaria plantea
a sus integrantes, sino que también entran en juego las cláusulas de un código
literario según el cual el desarrollo de
una obra es paralelo a la formación de la
persona que crea dicha obra: un código
que atribuye al hecho literario una dimensión moral y normativa, un valor
directamente relacionado con la conducta del creador atenida a un modelo.
Nos referimos a un aspecto sancionado
por la tradición clásica, cuyas normas
Alfonso Reyes acató en todas sus consecuencias. La constitución que Reyes hizo de su legado literario luego de 1939
proyecta los valores en los cuales sustentó esta empresa sobre su epistolario
personal. El hecho de que aún hoy este
corpus no haya merecido un lugar en el
proyecto de las Obras completas no
quiere decir que no haya tenido un sitio en la economía moral de sus escritos.
El cómputo de los hechos que conducen
a Reyes a organizar y difundir su correspondencia con González Martínez ilustrará los elementos más notables de la
construcción definitiva de la imagen pública de aquél.
SUMARIO
SUMARIO
Dos cartas
3 Alfonso Reyes y Enrique González Martínez
México, D. F., 15 de junio [sic] de 1951.
Sr. Dr. Don Enrique González Martínez,
Adolfo Prieto 715,
Colonia del Valle,
México, D. F.
Mi muy querido amigo:
Permítame usar en esta carta un tono mezclado de estilo amistoso y estilo burocrático.
El Colegio de México, cuya Junta de Gobierno presido, deseoso en alguna manera de honrarse asociando a su cuadro de labores el alto nombre de nuestro máximo poeta, se atreve a
ofrecer a usted la siguiente proposición, cuyo valor es más simbólico que efectivo.
Quisiera el Colegio que aceptara usted una modesta ayuda de $ 600.00 mensuales durante
el 2º semestre del año en curso, ayuda renovable en principio para en adelante, a cambio de
lo cual sólo le pediría que consagre usted algunos ratos de su precioso tiempo a ir organizando la colección de su obra completa, con el destino editorial que usted guste y que a usted le
convenga, y sin compromiso ninguno de usted para con nuestra institución.
Esperamos con impaciencia su respuesta. Ojalá este ofrecimiento le sea grato y comprenda usted el legítimo interés que nos mueve a solicitar, por nuestra parte, algún reflejo de su
merecido prestigio. Muy cordialmente suyo.
Alfonso Reyes
[Rúbrica]
Presidente
rrr
México, D. F., 19 de mayo [sic] de 1951.
Señor Doctor
Don Alfonso Reyes,
Presente.
Mi muy querido y admirado amigo:
Su atenta y grata carta del 15 del actual me informa de que El Colegio de México ha querido
asociarme a sus labores, de tan alta significación en la cultura hispanoamericana. Un deseo de
tal índole enorgullecería a cualquier escritor mexicano o extranjero. Mas la forma generosa
con que se me llama a incorporarme a tan ilustre institución y a estar cerca del preclaro presidente de la Junta de Gobierno, hace irrecusable mi aceptación y obliga profundamente mi
gratitud.
Estoy, pues, a las órdenes del Colegio, y ojalá que me sea dado prestarle servicios más
efectivos que los que se me exigen tan delicada y graciosamente.
Quedo, con gran afecto, su servidor y amigo,
Enrique González Martínez
[Rúbrica]
LA GACETA
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SUMARIO
SUMARIO
García Márquez y Álvaro Mutis:
la política y el olvido
3 Juan Gustavo Cobo Borda
a obra de Gabriel García Márquez, nacido en 1927, es sin
duda el aporte más decisivo
de Colombia a la literatura
universal en el siglo XX. No sólo la literatura en lengua española, en América y
en España, fue alterada por el impacto
de su escritura, siempre tan próxima a la
poesía, sino que su endiablada capacidad para edificar personajes y fabular
un mundo hace que hoy todos nos sintamos orgullosos habitantes —por el pasaporte de su lectura— de un país llamado Macondo.
Nocivas paradojas contradictorias de
la globalización: cuando todos los países
del mundo exigen a los colombianos visa, sospechosos de narcotráfico, todos
los países del mundo leen y estudian a
Gabriel García Márquez, candorosamente convencidos de que Colombia y
García Márquez no son el mismo asunto. Quizás no lo sean del todo, pero la
transposición creativa que ha hecho de
nuestras realidades, buenas y malas, ha
contribuido a enriquecer el mundo. En
todo caso, no es de extrañar que estudiemos para el diccionario cuál será el más
adecuado de los gentilicios para esa tribu que habita Macondo. Un gentilicio
que también debe ser válido en turco, japonés o tagalo.
L
Pero, en realidad, cuán remoto y
anacrónico es ese mundo. Qué lejanas
esas guerras civiles y qué aureola de leyenda extinta la que ilumina, simultáneamente, al coronel Aureliano Buendía
y a Simón Bolívar. Ese Bolívar carismático y caribe que García Márquez quiso
restituir a nuestro lado, con los pies en
la tierra, como el heraldo renovado de la
utopía, pero que en realidad vuelve a
fundir los pescaditos de oro de una ilusión que se muerde la cola y termina por
disolverse en la sacralidad del mito.
Padre Bolívar que estás en el cielo de
nuestras vidas, como lo cantarían Pablo
Neruda y Miguel Ángel Asturias e intentaría desmitificarlo en vano Germán
Carrera Damas,1 como lo comprobamos
ahora ante el renacido ideario bolivariano del coronel Hugo Chávez...
Como lo explicó el propio Gabriel
García Márquez, en su prólogo a las memorias del expresidente colombiano Alberto Lleras Camargo, sus convicciones
políticas se sustentan precisamente en la
figura de Bolívar. Al referirse a Lleras
Camargo diría:
Él vería la Revolución cubana como
una punta de lanza del comunismo soviético contra las Américas, y
la sola mención de Fidel Castro le
causaba escozor. Yo la veía y la sigo
viendo como una barrera contra la
expansión imperial de los Estados
Unidos y me causaba escozor el
presidente Richard Nixon y la mayoría de sus antecesores después de
Lincoln.
El modelo de Alberto Lleras eran
los Estados Unidos, y por lo mismo
fue su partidario entusiasta. Mi ideal
era y sigue siendo un mundo ético.
Por consiguiente no tenía un modelo
de carne y hueso, sino el idealismo
fantasmal de Simón Bolívar [p. 19]. 2
Su ideario político se nutre, en consecuencia, de ese símbolo y de la muy real
LA GACETA
26
política adelantada por Fidel Castro en
los 40 años de su mandato junto, por
cierto, con esa proximidad afectiva que
atestigua su retrato de Castro en el prólogo al libro del periodista italiano
Gianni Mina.3 Al referirse a Castro dirá
en el mismo prólogo a Lleras Camargo:
Su visión de la América Latina en el
porvenir es la misma de Bolívar y
Martí: una comunidad integral y autónoma capaz de mover el destino
del mundo [p. 23].
Podríamos pensar entonces en una acción a la vez literaria y política para remozar y volver operante lo que había
devenido una retórica única pero ya
cansina —are en el mar, siembre en el
viento—. El estremecedor Bolívar que
veía derrumbarse su sueño, como lo
captaron muy bien Germán Arciniegas
y Fernando Cruz Kronfly4 en libros anteriores a El otoño del patriarca. Un sueño
de integración hecho polvo y ceniza.
Desmembrado por las vanidades personales y los intereses localistas, Bolívar
terminaba por considerar a esa porción
del universo llamada América literalmente ingobernable y natural emigrar a
quienes habían intentado darle consistencia y rumbo. Serían castigados por el
exilio o debían asumirlo como el único
destino posible.
Pero siempre renace el terco afán por
concretar esa ilusión empecinada. Un
continente de hombres libres, bien nutridos en pan y justicia, pero espiritualmente también alimentados por una noción de autonomía. Por una capacidad
de elección en relación con su futuro y
los caminos para conseguirlo. Algo de
eso lo encontramos en su discurso al recibir el premio Nobel o al proponer un
desmesurado esfuerzo de pedagogía colectiva para crear, por fin, un mundo al
alcance de los niños.5
Pero este mundo es un mundo de
doble faz. Una cara de América siempre
SUMARIO
SUMARIO
está vuelta hacia el pasado. Ese pasado
que en un primer momento podemos
llamar Europa. Dirá en El otoño del patriarca (1975): “Por favor, carajos, déjenos hacer tranquilos nuestra Edad Media”, o en su discurso al recibir el Nobel:
La interpretación de nuestra realidad
con esquemas ajenos sólo contribuye
a hacernos más desconocidos, cada
vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable
sería más comprensiva si tratara de
vernos en su propio pasado.
Pero el presente de sus textos conlleva otros usos de sus palabras. Si bien
hoy en día todos los políticos colombianos han saqueado el rico arsenal idiomático de sus novelas para los fuegos
fatuos de sus discursos, en realidad la figura Nobel ha sido asimilada y forma
parte integral, junto con el café y la cumbia, de nuestro folclor.
De sus muy explícitos apoyos políticos al presidente conservador Andrés Pastrana a la incorporación de
trozos de su vida a las letras de las canciones vallenatas. Desde su fascinación
por los oscuros entresijos del poder hasta el preocupado y sincero afecto por su
salud. Todo ello siempre enmarcado por
las incontables reediciones de sus libros,
incluidas las ediciones piratas.
De ahí que facetas de su actividad
política comiencen a develarse en las
memorias de este fin de siglo. Ya no es
sólo el conspirador secreto que cumple
misiones confidenciales en causas que
requieren del máximo sigilo: desaparecidos del Cono Sur, por ejemplo, bajo las
dictaduras militares en Argentina, Uruguay y Chile, sino ruidosos y publicitados compromisos, sean de rechazo a
Augusto Pinochet como de apoyo a la
Revolución sandinista.
Todo ello hace parte de la historia
oficial de una América Latina en el siglo
pasado, la cual continúa debatiéndose
entre democracia y militarismo, entre
presencia imperial norteamericana y veraz neoliberalismo de concentración de
capitales, altos índices de desempleo y
fusiones multinacionales; entre corrupción, ONGS, derechos humanos y afán de
justicia; entre Iglesia católica, grupos
cristianos, feminismo, culturas urbanas
y modernización parcial cuando no
trunca.6
Su silueta comienza a recortarse mejor; luces y sombras, sobre el escenario
que tantos partícipes dibujan con sus
testimonios autobiográficos o sus recreaciones a partir de la ficción.
Un primer esbozo surge del honesto y hermoso testimonio de Sergio Ramírez: Adiós muchachos. Una memoria
de la revolución sandinista (Madrid,
Aguilar, 1999). Para mejor ubicarlo retengamos apenas dos ideas centrales
del libro de Sergio Ramírez, expresadas
con sus propias palabras. Primero al hablar de los Somoza en Nicaragua dirá:
“Vivíamos bajo una dictadura dinástica protegida por Estados Unidos”
(p. 80).
Ese estado de cosas sería aquel que el
sandinismo intentaría cambiar, dando
por resultado el siguiente balance, también en sus propias palabras:
El nuestro fue un régimen muy democrático, en un sentido nuevo, y
muy autoritario, en un sentido viejo.
Pasados los años, lo que se llamó el
proyecto táctico terminó imponiéndose, como ya dije, y la democracia,
ya sin apellidos, ni burguesa, ni proletaria, vino a ser el fruto más visible
de la Revolución. La gran paradoja
fue que, al fin y al cabo, dejó en herencia lo que no se propuso: el fin del
atraso, la pobreza y la marginación
[p. 107].
Dentro de este marco se inserta el
apoyo de García Márquez al sandinismo; consecuencia natural, por así decirlo, de anteriores iniciativas políticas suyas dentro de América Latina. Van ellas
desde su donación a Teodoro Pettkoff y
el MAS de Venezuela de su premio Rómulo Gallegos, obtenido en 1972, hasta
su apoyo a los gobiernos de Omar Torrijos en Panamá y su lucha por la recuperación del canal y su simpatía por los
montoneros en la Argentina. Algo de todo ello puede rastrearse, con sus propias
palabras, en su última recopilación periodística: Por la libre (1999), incluidos
también sus reportajes periodísticos acerca de las primeras acciones armadas del
sandinismo. En todo caso, así retrata
Sergio Ramírez —el cuentista y novelista que luego sería vicepresidente de Nicaragua— a Gabriel García Márquez,
cuando recabó su apoyo para la causa
sandinista:
LA GACETA
27
Gabo me recibió en una oficina llena
de monitores y aparatos de grabación
en los estudios de RTI, la estación de
televisión donde para entonces se estaba filmando La mala hora bajo la dirección de Jorge Alí Triana, quien
años después iba a dirigir también la
serie basada en mi novela Castigo divino para la misma RTI.
Jamás antes nos habíamos visto,
y este episodio lo hemos recordado
juntos. Le conté todo el plan, sin
omitir los 1 200 hombres sobre las armas, y él me escuchó sin perder palabra. Luego, con el entusiasmo reposado del que tantas veces le he visto
hacer gala en la vida a la hora de las
buenas causas, tomó el teléfono y le
preguntó a alguna de las secretarias
de aquel enjambre que bullía puertas
afuera a qué horas salía el domingo
un avión hacia Caracas. Uno que fuera un jumbo, porque les tenía más
confianza. Era jueves.
Un día de hace poco me contaba
que el alcalde de Aracataca, al inaugurar un modesto obelisco en el sitio
de la matanza de los trabajadores bananeros, episodio que pasó a las páginas de Cien años de soledad, había
recordado en su discurso a las 3 000
víctimas de ese día, un número que
sólo está en la novela y que seguramente nunca llegó a ser tan grande,
como las dimensiones mismas de la
plaza lo denuncian. La imaginación
derrotaba, otra vez, a la realidad. Y
yo le recordé que él había ido a ver a
un presidente en nombre de un ejército guerrillero de 1 200 hombres que
no pasaba realmente de 80 [p. 114].
Los poderes de la ficción para alterar
la realidad continúan operando a nivel
de realismo mágico o de costumbrismo
mitológico. Pero lo que parecía tan loable, a nivel revolucionario, con la mentira piadosa de esos 80 hombres —los
cuales recibirían el apoyo efectivo del
entonces presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, gracias a las gestiones
de García Márquez—, se trueca luego,
en la propia Nicaragua, en algo muy
distinto: en demenciales proyectos fantásticos que terminan por erosionar una
economía muy endeble, como sucedió
con la construcción de costosos aeropuertos para aviones rusos Mig que
nunca llegaron o de ingenios y maqui SUMARIO
SUMARIO
narias abandonadas, por ineptitud y falta de planificación, en medio de la selva,
oxidándose entre el deletéreo clima del
trópico. Escenas que bien pueden remitirnos a la anulación del progreso en
medio de la circular frustración tropical,
o a la imagen poética del tren abandonado entre lianas con que Álvaro Mutis y
su alter ego, Maqroll el Gaviero, han engalanado sus prosas.
En sus memorias, Sergio Ramírez
también traza otro retrato certero: el de
Álvaro Mutis. Leerlo es ver a los dos,
Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis,
unidos en la reveladora disimilitud de
sus concepciones políticas pero, a la vez,
manteniendo activos los infinitos vasos
comunicantes que hacen de sus obras
un territorio común dentro de la ficción
colombiana y unas formas afines de interpretación del mundo. Entre el izquierdista y el reaccionario hay una zona compartida de ideas similares en su enfoque
del pasado, que subyace a los canjes,
préstamos e intercambios entre sus respectivas escrituras.
Dice así Sergio Ramírez, al referirse a
Álvaro Mutis:
ADIÓS MUCHACHOS
Solía venir a Nicaragua para cobrar,
en nombre de la Columbia Pictures,
las remesas que el Sistema Sandinista de Televisión no podía honrar sino
en córdobas devaluados, y las viejas
cuentas de las salas de cine que para
entonces, también por falta de divisas, nada más exhibían películas de
antes del Diluvio. Alguien le informó que sólo yo podía ordenar que le
pagaran, y cada vez que volvía nos
pasábamos largas tardes conversando en mi despacho de la Casa de Gobierno, entre risas que deben haberse
oído en los confines de las ruinas de
Managua. Nunca logró de mí un solo dólar, pero en cambio se convirtió,
según confesión propia, en el único
monárquico sandinista sobre la tierra. [p. 220].
Álvaro Mutis, el admirador de Napoleón y Proust, o del castillo que en
Vaux le Viconte construyó Fouquet, introduce así la necesaria gota de escepticismo reaccionario en medio de las militantes campañas de su amigo García
Márquez. Nunca deja de señalar la “des-
leída necedad” de un presente que no
sólo le resulta abominable sino peor
aún: anodino, y pone en boca de su personaje femenino en La última escala del
Tramp Steamer (1988) esta desencantada
reflexión que ahora creemos ya haber
oído y que encierra estas dos trayectorias creativas en un mismo círculo de
eterno retorno:
Pero si quiere que le cuente lo que voy
sintiendo en Europa, le diría que es
una lenta pero creciente decepción.
Es como si todo esto que ahora trato
de ver y de absorber en Europa ya
me fuera conocido y ya me hubiera
aburrido antes.
Ese deja vú que une a Álvaro Mutis
con Gabriel García Márquez en sus alusiones a una historia europea que se erige como la historia por excelencia, y ante la cual los conatos de independencia
de los países periféricos semejan ser
siempre gestos truncos que no terminan
por concretarse, depara dos resultados.
La constatación de una violencia que no
es propiedad exclusiva de ningún pueblo del mundo sino que todos la ejercen
en determinados momentos y con intensidades afines. Y esa sensación alucinante de estar siempre repitiendo los
mismos impulsos para concluir siempre
en idénticas acciones baldías. Todo ello
justificado por una retórica cada vez
más vacua y erosionada.
García Márquez, en Crónica de una
muerte anunciada (1981), ante el crimen
proclamado hace que un hermano Vicario le diga al otro: “Esto no tiene remedio —le dijo: es como si ya nos hubiera
sucedido”.
Sociedades marginales repitiendo fatalidades previas y condenas ancestrales intentan, en vano, exorcisar con la
sangre dudosos honores mancillados.
A partir de allí la cadena de venganzas
resultará extensa. Un tumultuoso río de
sadismo, degüellos y rabia.
Mutis —el lector de Valéry Larbaud
y Drieu la Rochelle— y García Márquez
—el lector de Suetonio y Faulkner—,
miran ambos al pasado y comprueban
cómo la lección europea no consiste en
conocer mejor el pasado para así no repetirlo, sino en dejarlo de lado para así
construir nuestros propios olvidos. El
inconmensurable olvido que sólo la ficción es capaz de preservar, guardar y reLA GACETA
28
hacer en forma definitiva. La feliz amnesia que la ficción literaria engendra al
cancelar lo que fue y proponer lo que todavía no existe, salvo como opción de
lectura.
No es de extrañar, entonces, que ya
desde abril de 1952 Gabriel García Márquez escribiera:
Alguien dijo que la América está hecha con los desperdicios de Europa.
Puede decirse, para remontarnos
más atrás en este progresivo rodaje
de la bola, que Europa, a su vez, está
hecha con los desperdicios del Asia
[Textos costeños, vol. I., Barcelona,
Bruguera, 1981, p. 736].
Como Borges, a quien detestaba políticamente, García Márquez ve también
repetirse los ciclos y desgastarse el eje
de la estirpe. De La mala hora a Noticia de
un secuestro. De la épica al periodismo.
De las guerras ideológicas al secuestro
turbio. Del mito a las sórdidas noticias
policiales. De la razón al lucro. Tal el
complejo entramado de estos arduos
asuntos.
Octubre de 2000
NOTAS
1. Germán Carrera Damas, El culto a Bo-
lívar, Bogotá, Universidad Nacional de
Colombia, 1987, p. 303
2. Alberto Lleras, Memorias, Bogotá,
Banco de la República/El Áncora Editores, 1987, 269 pp. Prólogo de García Márquez, fechado en febrero de 1997, 9-21 pp.
3 . Gianni Mina, Habla Fidel, Buenos Aires, Editorial Sudamericana,
1988, 387 pp. Prólogo de García Márquez, 11-28 pp.
4. Juan Gustavo Cobo Borda, El coloquio americano, Medellín, Universidad
de Antioquia, 1994.
5. Gabriel García Márquez, Por un
país al alcance de los niños, Bogotá, Villegas Editores, 1996. p. 147. Juan Gustavo
Cobo Borda, Repertorio crítico sobre Gabriel García Márquez, Bogotá, Instituto
Caro y Cuervo, 1995, 2 volúmenes; Juan
Gustavo Cobo Borda, Para llegar a García Márquez, Bogotá, Temas de Hoy,
1997. p. 256
6. Carlos Monsivais, Aires de familia,
cultura y sociedad en América Latina, Barcelona, Anagrama, 2000, p. 254.
SUMARIO
SUMARIO
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
1934
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29
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SUMARIO
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SUMARIO
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
• NOVEDADES •
JOSÉ SARNEY
• Saraminda
RAMÓN XIRAU
• Entre la poesía y el conocimiento
Ramón Xirau (Barcelona, 1924) llegó a México en
1939. Su amplia labor como filósofo y académico
no lo ha distraído de la creación de una original y
apreciable obra poética escrita en catalán. Alimentada por la filosofía y la poesía, la obra ensayística de Xirau es amplia y variada; se centra en
la interrogación de la experiencia y la construcción poética, y sienta sus reales en una cuidadosa indagación de las ideas y mitos que alimentan
la poesía. Entre la poesía y el conocimiento —antología preparada por Josué Ramírez y Adolfo
Castañón— busca reconstruir la trayectoria que
durante cuatro décadas han seguido los ensayos
literarios de Ramón Xirau.
JAVIER SICILIA
• Concepción Cabrera de Armida.
La amante de Cristo
De manera amena y sencilla, el autor reconstruye
y desentraña, junto con la vida de Concepción
Cabrera de Armida, buena parte de la historia de
México. Su narración es un largo recorrido que va
de los violentos años posteriores a la Independencia, pasa por el Porfiriato, la Revolución, la
Guerra Cristera, el periodo presidencial de Calles,
el asesinato de Álvaro Obregón, hasta llegar al
gobierno de Lázaro Cárdenas, que coincide con
el final de la vida de esta admirable mujer. Su
ejemplo de amor, humanidad y compromiso histórico la colocan como una de las más altas místicas de México, a la altura de mujeres excepcionales como Santa Teresa de Jesús y Santa Teresita
de Lisieux.
HÉCTOR ORESTES AGUILAR
• Carl Schmitt, teólogo de la política
Carl Schmitt (1888-1985) es uno de los autores de
teoría política y jurídica más controvertidos de la
segunda mitad del siglo XX. Schmitt participó en el
régimen nacionalsocialista alemán y lo defendió
activamente; la corriente antiliberal que lo nutría
choca radicalmente con las ideas de tolerancia y
pluralismo con las cuales pretendemos construir
nuestras transiciones a la democracia. El presente volumen no tiene por objeto justificar el compromiso del autor sino presentar un panorama cabal
de sus ideas en el curso de su prolongada vida.
Los materiales aquí reunidos incluyen, entre otros,
los polémicos e importantes ensayos de Schmitt
Teología política I y II.
s
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LA GACETA
30
Más allá de Marañón, hacia el norte y por la costa
atlántica, en el Amapá del siglo XX se abre una región que se confunde, entre montes y selvas, con
la Guayana. Entre sus pobladores, negros, indios,
mestizos —brasileños unos, franceses otros—
cundió la inquietud por el oro que bajaba en aluvión por el río Calçoene. Para las historias de
Brasil y de Francia fue un episodio marginal,
aun cuando a principios del siglo pasado una
corte suiza decidió el litigio sobre el inmenso territorio en favor del país sudamericano. En los albores de un nuevo siglo, con la publicación en
Brasil de Saraminda, la ficción se apodera del semiolvidado suceso con la intención de poblar el
yermo de la memoria, perdida en el centralismo de
la historia nacional brasileña.
EVA CRUZ
• La forma del asombro.
Narrativa norteamericana contemporánea
Poco conocidas en nuestro medio, las narradoras
estadunidenses del siglo XX se han distinguido por
explorar nuevos temas con gran maestría en el
manejo de la estructura y del lenguaje. En esta antología aparecen algunas de las mejores narradoras contemporáneas de los Estados Unidos: Leslie Marmon Silko, Anne Tyler, Jayne Anne Phillips,
Cynthia Ozick, Bobbie Ann Mason, Joy Williams,
Ellen Gilchrist, Rebecca Goldstein, Bharati Mukherjee, Alice Walker, Marianne Wiggins, Anne
Beattie, Ursula K. Le Guin, Joyce Carol Oates y
Grace Paley. Las autoras incluidas son muestra
de la diversidad de culturas que han venido a enriquecer y a cuestionar la vida social, política y cultural norteamericanas.
HELIO JAGUARIBE
• Un estudio crítico de la historia
La concepción fundamental de la obra se corresponde con lo que usualmente se conoce como filosofía de la historia, de san Agustín a Toynbee.
Sin embargo, se diferencia de esta disciplina porque no parte de ninguna presuposición a priori,
como la providencia divina para los autores mencionados, el progresismo inmanente de Condorcet,
la lucha de clases de Marx, la marcha hacia la
creciente libertad de Croce, y otros postulados de
carácter religioso o metafísico. De ahí su singularidad: no atribuye al proceso histórico ninguna
finalidad previa; por el contrario, esta obra considera la historia como un proceso secuencial resultante, dentro de condiciones específicas, de diversas intervenciones humanas.
SUMARIO
SUMARIO
LIBRERÍAS DEL FCE
(Visite nuestra página de internet: www.fce.com.mx)
• Librería Alfonso Reyes
Carretera Picacho-Ajusco 227,
Col. Bosques del Pedregal,
México, D. F.
Tels.: 5227 4681 y 82
• Librería Octavio Paz
Miguel Ángel de Quevedo 115,
Col. Chimalistac,
México, D. F.
Tels.: 5480 1801 al 04
• Librería en el IPN
Av. Politécnico, esquina Wilfrido
Massieu,
Col. Zacatenco,
México, D. F.
Tels.: 5119 1192 y 2829
• Librería Daniel Cosío Villegas
Avenida Universidad 985,
Col. Del Valle,
México, D. F.
Tel.: 5524 8933
• Librería Un paseo por los
libros
Pasaje Zócalo-Pino Suárez del
Metro,
Centro Histórico,
México, D. F.
Tels.: 5522 3016 y 78
• Próxima inauguración:
Librería Juan José Arreola
Venustiano Carranza
y Eje Central.
Centro Histórico
de la Ciudad de México.
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• Ventas por teléfono: 5534 9141 • Ventas al mayoreo: 5527 4656 y 57 • Ventas por internet:
[email protected]
GIÓRGOS SEFÉRIS: EL ESTILO GRIEGO
• COLECCIÓN LENGUA Y ESTUDIOS LITERARIOS •
“Soy un escritor —me dice
Giórgos Seféris— obsesionado por unas cuantas cosas. Y
no hago más que repetirlas.”
Reconozco el aserto. Lo
he leído en su prosa y en sus
versos. Y me constan sus obsesiones principales: Grecia,
la poesía, el destino. Acaso
I
se trata de un solo tema, inK. P. Kaváfis
menso, virtualmente infinito.
Porque Grecia, la poesía y el
T. S. Eliot
destino, para Giórgos Seféris, son diversas, fecundas
maneras de enfocar la presencia y la trayectoria del
hombre sobre la tierra. Antes
que un país, Grecia es una
actitud que la tradición mantiene y vivifica. La
poesía vendría a ser el rescate de esa actitud, y
el destino su asunción plena.
JAIME GARCÍA TERRÉS
s
Giórgos Seféris (né Seferiádes). Hijo de Stélio Seferiádes y Déspo Tenekídes,
nació en Smyrna, el 29 de febrero de 1900. Recibió su
educación en Smyrna, Atenas y París; en esta última
ciudad cursó la carrera de leyes, más bien interesado en
II
las letras. En 1926 ingresó a la
El sentimiento
diplomacia. Cónsul en Londres y luego en Albania; a la
de eternidad
caída de Grecia, en la segunda Guerra Mundial, siguió a
su gobierno en el exilio, sirviéndolo en Creta, Sudáfrica,
Egipto, Inglaterra e Italia. Liberada su patria, fue secretario del arzobispo-regente Damaskinós. Volvió a
Londres, completando así un brillante círculo profesional. En 1962 le fue otorgado el premio Foyle de poesía, y al año siguiente el premio Nobel
de literatura.
III
Todo está lleno
de dioses
LA GACETA
31
SUMARIO
j
j
SUMARIO
Para entender al Medio Oriente
v
• SUGERENCIAS DE NUESTRO CATÁLOGO •
• Pierre Vidal-Naquet
LOS JUDÍOS, LA MEMORIA
Y EL PRESENTE
• Helena Cobban
LA ORGANIZACIÓN PARA
LA LIBERACIÓN DE PALESTINA
En el marco de los conflictos que el mundo ha vivido después de la segunda Guerra Mundial, el llamado genéricamente enfrentamiento árabe-israelí
ocupa un lugar preponderante. Sin embargo, la
idea general que se tiene acerca del conflicto no lo
muestra en su verdadera dimensión. Por ello este
libro de Helena Cobban, al analizar en toda su
complejidad las múltiples variantes histórico-políticas del enfrentamiento global, ubica en su justa
expresión el punto en que se encuentra el Medio
Oriente y que lo ha convertido en la región más
convulsa, inestable e impredecible del planeta.
• Alessandro Bausani
EL ISLAM EN SU CULTURA
sss
Libro que analiza algunos aspectos de la historia
política e intelectual del judaísmo, en esa época
decisiva marcada por la “disidencia cristiana”.
Busca esclarecer el lugar de los judíos en el periodo
de la modernidad política occidental. Asimismo,
aborda “las oscuridades del exterminio”, con escritos vinculados al Holocausto en los que aparecen
“zonas inquietantes, a veces en el límite”, las que
“hacen visible no sólo la complejidad de la trama
histórica sino también, y antes, los indescifrables
abismos de la conducta humana”.
v
• Ali Merad
EL ISLAM CONTEMPORÁNEO
Este estudio presenta las grandes transformaciones que sufrió el Islam desde finales del siglo XIX
hasta la época contemporánea.
Ali Merad analiza el tema del atraso islámico,
problema que orilló a pugnar por un avance científico y cultural, junto con una rehabilitación social y
moral de la comunidad, así como la creación de
nuevos modelos socioculturales que mejoraran los
niveles de vida de los pueblos musulmanes. Cita
también los diversos infortunios por los que atravesó el Islam, sus crisis y conflictos con Occidente, los tropiezos de sus gobiernos y los nuevos intentos por establecer su independencia.
En este libro su autor ha querido dar una idea lo
más clara posible del Islam como religión, para
lo cual es preciso aclarar un punto importante:
cuando decimos religión, en el caso del Islam, debemos abandonar el concepto de religión al que
estamos acostumbrados —ateos y creyentes— en
nuestro mundo tradicionalmente “cristiano”. Ha
existido incluso un escritor musulmán, Ghulam Ahmad Parwez, de Pakistán, que hace años pudo escribir un ensayo titulado Islam: a challenge to Religion, es decir, El Islam: un desafío a la religión.
• NUESTRA DELEGACIÓN EN GUADALAJARA •
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• SUSCRIPCIONES NACIONALES: remitir cheque a favor del Fondo de Cultura Económica por costos de envío por la cantidad de $150.00. O, en su caso, ficha de depósito al fax (55) 5449-1827.
Este depósito deberá hacerse a la cuenta No. 51908074799 del Banco Santander Mexicano,
Sucursal 07, Plaza 001.
• SUSCRIPCIONES AL EXTRANJERO: adjuntar giro postal o cheque por la cantidad de $45 dólares.
(Llene esta forma, recórtela y envíela a la dirección de la casa matriz del FCE: Carretera PicachoAjusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, C. P. 14200, México, D. F.)
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