ISSN: 0185-3716 SUMARIO del Fondo de Cultura Económica Una conversación entre Picasso y Brassaï, Henry Miller mediante •Javier Sicilia: Concepción Cabrera de Armida •Carlos Pellicer López: Pellicer, López Velarde y Zaid •Poesía de Giórgos Seféris y Juan Carvajal •Hermann Broch por Martin Lüdke •Ramón Xirau y la poesía por José María Espinasa •J. G. Cobo Borda: García Márquez y Álvaro Mutis: la política y el olvido Correspondencia entre Alfonso Reyes y Enrique González Martínez SUMARIO SUMARIO SUMARIO MAYO, 2002 del Fondo de Cultura Económica DIRECTOR Gonzalo Celorio EDITOR Francisco Hinojosa CONSEJO DE REDACCIÓN Ricardo Ancira, Adolfo Castañón, Joaquín Díez-Canedo, María del Carmen Farías, Mario Enrique Figueroa, Daniel Goldin, Josu Landa, Marina Núñez Bespalova, Philippe Ollé-Laprune, Jorge Ruiz Dueñas ARGENTINA: Alejandro Katz COLOMBIA: Juan Camilo Sierra ESPAÑA: María Luisa Capella, Héctor Subirats PERÚ: Germán Carnero GIÓRGOS SEFÉRIS: Salamina de Chipre • 3 BRASSAÏ: Picasso en la Costa Azul • 4 CARLOS PELLICER LÓPEZ: Por la Antología mínima • 11 JUAN CARVAJAL: Por una toga deshabitada • 13 JAVIER SICILIA: Concepción Cabrera de Armida • 14 MARTIN LÜDKE: Hermann Broch: el ángel acosado y su doble oficio • 17 JOSÉ MARÍA ESPINASA: Ramón Xirau y la poesía • 21 LEONARDO MARTÍNEZ CARRIZALES: Los archivos de Reyes y González Martínez • 23 ALFONSO REYES Y ENRIQUE GONZÁLEZ MARTÍNEZ: Dos cartas • 25 JUAN GUSTAVO COBO BORDA: García Márquez y Álvaro Mutis: la política y el olvido • 26 REDACCIÓN Marco Antonio Pulido DISEÑO, TIPOGRAFÍA Y PRODUCCIÓN elδorado Snark Editores, S. A. de C. V. IMPRESIÓN Impresora y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedre- ‹ ‹ ILUSTRACIONES TOMADAS DEL LIBRO DE PABLO PICASSO SUITE VOLLARD, TURNER, MADRID, 1991 › › gal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Francisco Hinojosa. Certificado de Licitud de Título número 8635 y de Licitud de Contenido número 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001112210102100, de fecha 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: PP09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. Correo electrónico: [email protected] MAYO, 2002 SUMARIO LA GACETA 2 SUMARIO SUMARIO Salamina de Chipre 3 Giórgos Seféris 3Versión de Francisco Segovia y Selma Ancira ...y aquella Salamina cuya metrópoli es ahora causa de estos llantos. Esquilo, Los persas A veces el sol de mediodía; a veces puñados de lluvia ligera y la playa cubierta de una pedacería de antiguos trastes. Las columnas insignificantes; sólo la iglesia en ruinas de San Epifanio que revela —oscura, hundida— el poder del dorado Imperio. Cuerpos jóvenes pasaron por aquí, enamorados; vibrantes pechos, rosadas conchas, pies corriendo sobre el agua sin temor y abrazos abiertos para el apareamiento del deseo. El Señor sobre las aguas, por encima de este paso. Entonces escuché pisadas en los guijarros. No vi rostros; se habían ido cuando me volví. Pero la voz, pesada como el paso de los bueyes, permaneció allí, en las venas del cielo, en el embate del mar entre las piedras, una y otra vez: “La tierra no tiene asideros para que puedan llevarla en hombros, ni pueden, por sedientos que estén, endulzar el mar con la mitad de una pizca de agua. Y esos cuerpos, hechos de un barro que no conocen, tienen almas. Ellos reúnen herramientas para cambiarlas; mas no lo harán con éxito: simplemente las desharán, si es verdad que las almas pueden ser deshechas. no le toma mucho tiempo llenarse de locura: hay una isla...” Amigos de la otra guerra, en esta playa desierta cubierta de nubarrones pienso en ustedes mientras pasa el día: aquellos que cayeron en la lucha y aquellos que cayeron años después de la batalla, aquellos que vieron la aurora entre la bruma de la muerte o, en la salvaje soledad bajo las estrellas, sintieron posarse sobre ellos los enormes ojos oscuros de la catástrofe total; y también aquellos que rezaron cuando un reflejo de acero aserró los barcos: “Señor, ayúdanos a recordar la causa de esta violencia: avaricia, dolo, egoísmo, la desecación del amor; Señor, ayúdanos a arrancar esto de raíz...” —Ahora, sobre estos guijarros, es mejor olvidar; hablar no hace ningún bien; ¿quién puede cambiar el ánimo de los poderosos? ¿Quién puede hacerse escuchar? Cada uno sueña para sí, sin escuchar la pesadilla de los otros. —Cierto. Pero el mensajero corre y, por largo que sea su camino, llevará a los que trataron de encadenar el Helesponto las terribles noticias de Salamina. Voz del Señor sobre las aguas. Hay una isla. Salamina-Chipre, noviembre de 1953 No tarda el trigo en pudrirse, no le toma mucho tiempo a la levadura del amargor alzarse, no le toma mucho tiempo al mal levantar la cabeza y a la inteligencia enferma que se vacía • De Seféris el FCE publicó los tres tomos de El estilo griego en su colección Lengua y Estudios Literarios. LA GACETA 3 SUMARIO SUMARIO Picasso en la Costa Azul 3 Brassaï Capítulo del libro Conversaciones con Picasso, del fotógrafo de origen rumano Brassaï, amigo íntimo del pintor español durante etapas decisivas de su producción artística. Conversaciones con Picasso se publicó recientemente en la colección Noema del FCE y Turner. Cannes, martes 17 de mayo de 1960 enamos con Henry Miller en el Hôtel Montfleury. En la mesa de al lado, Buñuel, su hijo y unos amigos. BRASSAÏ: Ayer hablé por teléfono con Picasso. Su voz era tan juvenil que me pregunté: “¿Será él?” Y tan amistosa: “¡Qué sorpresa oírlo, Brassaï! Venga pasado mañana si tiene libre el día. Podemos pasar juntos toda la tarde. Estaremos solos. Lo espero en la Californie a las dos y media”. C HENRY MILLER: Entonces lo verá usted mañana... B.: Henry, usted me escribió y me repitió en París que si había aceptado ser miembro del jurado del Festival de Cannes era con la esperanza de conocer a Picasso. H. M.: Sí, le he escrito y le he pedido que me lo presente. Cannes para mí estará siempre asociada al nombre de Picasso. Pero mañana tengo un día muy recargado. El festival se acaba, y cada vez estamos más atosigados. Tendré tres sesiones en vez de dos, y la segunda empieza a las tres. B.: En taxi estará en cinco minutos en el Palacio del Festival. Así lo podría conocer. H. M.: Conocer a Picasso... Desde luego es uno de mis mayores deseos... Pero no me gusta forzar las cosas. Indudablemente podría ir con usted... Pero la sola idea de dejarlo a una hora determinada envenenaría cada minuto de nuestra charla. ¿De qué serviría un encuentro tan precipitado? Hace falta más tiempo y serenidad para establecer un contacto. LA GACETA 4 B.: Yo le presento ahora. Y usted puede volver a su casa otro día. Está usted en Cannes, cerca de la Californie, a pocos pasos de Picasso. Pronto estará usted en Big Sur, en Grecia, en Japón o en Dios sabe dónde. Y Picasso tal vez en Vauvenargues. Es perder una ocasión. H. M.: Probablemente tiene usted razón. Hum, hum, ha-ha-ha. Pero no me tiente. Hay que dejar actuar al destino. Quizá la ocasión vuelva a presentarse otro día. Yo soy fatalista. Es muy posible que Larry me lleve a Vauvenargues, cuando esté en Nîmes.1 Y si no puedo conocerlo en este mundo —tengo 68 años y él 80—, estoy seguro de encontrarlo más tarde, dentro de 10 millones de años, no sé dónde, porque ciertas fuerzas, semejantes energías permanecen siempre activas. GILBERTE: ¿Lo piensa de verdad? ¿Cree usted en la inmortalidad? H. M.: Sí, en cierto modo. ¡La inmortalidad! Hum, hum, ha-ha-ha. ¿Sabe usted, querida Gilberte? Yo soy casi un adepto de Krishnamurti, aunque nunca haya tenido ocasión de verlo. El sabio hindú, ya sabe, que vive en Ojai, en California. ¿La inmortalidad? Como dijo Nietzsche al borde de la locura: el eterno retorno. ¿Por qué no? Yo también soy filósofo de vez en cuando. De todas maneras, dígale a Picasso cuánto lo quiero y lo admiro, cuánto me hubiera gustado conocerlo. *** Cannes, miércoles 18 de mayo de 1960 A las dos y media estoy en las colinas de Cannes, ante la Californie. La villa de Picasso es tan banal y señorial como todas las que la rodean, de la época de los grandes duques, la época gloriosa de la Costa Azul. Pero los jardines. Sin duda por falta de jardineros, pinos, cipreses, eucaliptos, mimosas, nísperos, adelfas, madreselvas, han crecido a su antojo, as SUMARIO SUMARIO fixiándose en una vegetación exuberante. Sólo emergen los altos penachos de las palmeras que aspiran el aire del mar y escrutan el azul horizonte del Mediterráneo. ¿Qué azar hizo que le cupiera en suerte a esta villa el honor de ofrecer albergue a Picasso y sus tesoros, de inspirar incluso su creación de los últimos años, de inscribir su nombre a continuación de Bateau-Lavoir, Boisgeloup, Vallauris, el palacio Grimaldi? El horror de Picasso hacia todo lo que es de “buen gusto”, su ternura por lo chusco, lo estrambótico, lo barroco —la villa se hunde bajo las escayolas y los floripondios—, su indiferencia hacia los sitios en que vive, su tendencia a confiar en la providencia, es lo único que puede explicar su elección. Así fue como dejó a Kahnweiler el trabajo de mudar su estudio de Montmartre a Montparnasse cuando su viaje de novios con Eva, ma jolie, y encargó más tarde a Rosenberg que le buscara un apartamento mientras que, lejos de París, él y Olga vivían su historia de amor en España. Me dispongo a llamar; pero, ante mi sorpresa, la verja de la villa no está cerrada. La mujer del guarda nos anuncia. No hay nadie en la explanada. En el garaje, entre varios coches, domina un gran Lincoln blanco. A la derecha de la escalinata, un viejo conocido: el Ciervo del parque de Boisgeloup; a la izquierda, una extraña flor metálica con pétalos recortados, los de un artefacto estallado que sembró la muerte. Aparece Picasso, muy pequeño en comparación con la escalinata cubierta por alta marquesina. Me besa en las dos mejillas. No ha cambiado. Embutido en un suéter de lana, el rostro curtido por el mistral y el sol, parece fuerte como una roca y sus ojos conservan todo su fuego. Nos hace entrar en su “estudio”: tres grandes habitaciones en fila, bañadas por la luz que entra a través de las cristaleras que dan al parque. En el fondo, nada ha cambiado desde el día que lo conocí en la calle La Boétie, excepto el mayor espacio y las cosas acumuladas a su alrededor. Soy feliz por volver a estar con él. Desgraciadamente, no veré a Jacqueline Roque, la joven compañera que conoció en Vallauris y que comparte su vida desde hace seis años. Acaban de operarla. Pero Picasso está tranquilo. Se encuentra mejor y la van a traer a la Californie. PICASSO: Pienso mucho en usted. Ha hecho hace poco una exposición de dibujos y esculturas, ¿verdad? He oído hablar de ella. Estoy al tanto de todo. ¿Cuánto tiempo hace que no nos vemos? B.: Desde 1947, me parece. Trece años. P.: ¿Es posible? ¿Trece años? ¿Por qué no viene ya a verme? Muchas veces he estado tentado de visitarlo. Y esta tentación nunca fue tan fuerte como durante el Festival de Cannes de 1956, en el que, al mismo tiempo que El misterio Picasso, se exhibía mi película Mientras haya animales. B.: Vengo mucho a la Costa Azul. Tengo una casa en Eze-village. Con el pensamiento, he estado muchas veces con usted. Pero telefonearlo, molestarlo... •Marcapasos• Nos enteramos por el diario Crónica de que bajo “las duelas de una casona en Nordholm, Noruega, apareció el archivo de Knut Hamsun”, el autor de Hambre y La bendición de la tierra, y premio Nobel de literatura en 1920. El archivo, premeditadamente bien escondido para ser hallado, consta de los diarios del escritor, manuscritos de sus obras y su correspondencia: todo catalogado para que, cincuenta años después de su muerte, fuera encontrado por su actual biógrafo, el escritor Sletten Kolloen. u Valeria Bergalli, de la Editorial minúscula ([email protected]), nos envía su catálogo desde Barcelona. La serie Paisajes narrados “presenta obras que ofrecen una perspectiva original sobre un lugar, ya sea una ciudad o una región concreta o un paraje imaginario”. Unas muestras de su fondo: Las ciudades blancas de Joseph Roth, Cerdeña como una infancia de Vittorini, Ferragus de Balzac y Roma de Gógol, del cual publicaremos un fragmento en un número de La Gaceta dedicado a las ciudades. u La otra colección de esta misma Editorial minúscula LA GACETA 5 SUMARIO SUMARIO P.: Ha hecho usted mal. Ya no quiero ver caras nuevas. ¿Para qué? Pero siempre estoy para mis amigos. Y sus visitas me son aún más gratas desde que vivo en reclusión, como un prisionero. No le deseo a nadie, ni a mis peores enemigos, mi celebridad. Me hace sufrir físicamente. Me protejo como puedo. Me atrinchero detrás de las puertas cerradas a cal y canto, durante el día y la noche. B.: Sin embargo, la verja estaba abierta. P.: La ha encontrado usted abierta porque lo esperaba y había dado orden de abrirle a las dos y media. B.: Entonces, si no he comprendido mal, estamos en una fortaleza. Para los amigos bajan el puente levadizo. P.: Una cosa así... B.: ¿Y en Vauvenargues? ¿No está usted más protegido? P.: Es peor. Los curiosos afluyen. Te acechan con prismáticos. Espían todos tus gestos. Quizá en estos momentos la gente nos observa desde las islas de Lérins con telescopios. Si verdaderamente quisiera estar a salvo de las miradas indiscretas, tendría que correr las cortinas de todas las ventanas. Pero entonces me privaría de la vista del parque y del paisaje, que me es necesaria. Es terrible.2 Y esto no es todo. Aquí me amenaza otro peligro: muy pronto, en el jardín de al lado, van a levantar un inmenso edificio de no sé cuántos pisos. No sólo me tapará la vista de las islas de Lérins, sino que todos los vecinos podrán espiarnos desde sus balcones. Esto me obligará pro- bablemente a huir de aquí. Pero ¿qué hace usted en la Costa Azul? B.: Paso en Cannes tres semanas con Henry Miller. Es miembro del jurado del Festival. Durante el día está muy ocupado, pero pasamos las tardes juntos. Tiene miedo de la celebridad; teme perder su tranquilidad si sus obras se publicaran en los Estados Unidos. P.: Lo comprendo. ¿Para qué sirve tener más dinero cuando ya se tiene bastante? No se puede comer o cenar cuatro veces porque sea uno más rico. Aunque sea rico o pobre, no fumaré otros pitillos que los Gauloises. Los únicos que me gustan. Por cierto, ¿puede darme un Gauloise? Precisamente no me quedan más en casa. B.: Quería presentarle a Henry Miller. Le gustaría mucho conocerlo. Pero hoy no le venía bien. Tenía una sesión a las tres. No quería verlo precipitadamente. P.: Tengo una gran admiración por Henry Miller. ¿Podrá tal vez volver con él cuando se acabe el Festival? Mientras hablamos, Picasso observa a Gilberte, primaveral en su vestido verde estampado. P.: ¿De qué región es usted? G. [riéndose]: Soy un poco catalana. P. [le brillan los ojos con fervor]: ¿Catalana? He visto en seguida que sus ojos no eran de aquí, sino de “allá”. Nunca dejamos de pertenecer a nuestro país. Pero ¿de dónde exactamente? G.: No creo que conozca el pueblecito de los Pirineos orientales de donde es oriundo mi padre. LA GACETA 6 P.: Usted dígamelo. Conozco muy bien el país. G.: Es una aldea muy pequeña. El nombre es ridículo: Caudiès-de-Fenouillèdes. P.: Conozco bien Fenouillèdes. Está en el Rosellón, muy alto, cerca de la frontera española. ¿Habla usted catalán? G.: Algunas palabras... Boutifares... Picasso ríe y le hace una pregunta en catalán, que ella no entiende. P.: Ya veo. Usted no es una buena catalana. B.: Pero adora el país. Le chiflan las sardanas. Picasso alza los brazos, silba una sardana. Es un joven y despierto catalán que baila, que desliza rítmicamente sus pies, calzados con curiosos mocasines de ante, sobre el suelo de madera. Está radiante y como si se hubiera ido a no se sabe qué lugar... de Cataluña. ¿Está en Gozol, por encima del valle de Andorra, libre, feliz, bebiendo, cazando con los campesinos, danzando con las muchachas, divirtiéndose con los contrabandistas, cabalgando a lomo de mula como antaño? ¿O en Céret, en los Pirineos orientales, donde, con sus amigos Braque y Manolo, pasó tantos veranos en su juventud? Bailaba la sardana. Estaba allí. “Nunca dejamos de pertenecer a nuestro país.” B.: Al llegar un domingo por la tarde a Barcelona tuve una gran impresión. Aquella música ácida, agridulce. Aquella gran plaza repleta de muchachas, de gente joven. Los bolsos, las chaquetas, amontonados en el suelo, y alrededor de cada montón un círculo de bailarines y bailarinas ondulando. Fue tan imprevisto. Y la seriedad de las caras, tensas, casi patéticas. Ni un estallido de risa, ni una sonrisa. Todos solemnes. Creía estar presenciando una ceremonia religiosa. P.: ¡Es que la sardana es una cosa muy seria! ¡Y difícil! Hay que contar los pasos. En cada grupo hay un conductor que lo hace por todos. Aquel baile es una comunión de almas. Suprime toda diferencia de clase. Ricos y pobres, jóvenes y viejos, lo bailan juntos uniendo sus manos: el cartero con el director del banco y las criadas con los señores. Le enseño mi libro de grafitos que acaba de publicarse en Alemania. Para SUMARIO SUMARIO hojearlo, nos sentamos en torno de una mesita redonda. Trato de transcribir aquí fielmente nuestra conversación; pero sin lo que lo rodea respira mal, como el pez fuera del agua. Los estudios de Picasso, dondequiera que estén, sean los que sean, provocan siempre una conmoción. Sólo la frecuencia de mis visitas podía inmunizarme contra la violencia del choque. Pero yo no había visto a Picasso desde hacía 13 años. La mayoría de las obras y los objetos que me rodeaban aquí me eran desconocidos. Nada me protegía. Muchas veces me han asaltado: en el puerto de Tánger la masa de maleteros árabes, aullando, gesticulando, tirando de los faldones de mi chaqueta, arrancándome uno el abrigo, otro las maletas; en Estambul, en un descampado de Péra, una tribu de gitanos que me encerró en un círculo infranqueable; en Bahía, en el Brasil, por un ejército de negritos en el paroxismo de la excitación a la vista de la cámara, bailando una zarabanda alrededor de su prisionero. Pero nunca me han asaltado tan brutalmente como en esta villa de la Californie. El arte y la naturaleza, la creación y el mito, la caballería y la tauromaquia, la imaginería popular, el Olimpo, la noche de Walpurgis, te solicitan. Todos rompen a hablar a la vez, rivalizan, tiran de ti a derecha e izquierda, te aturden, te despellejan, te enervan... Mientras charlo con él, Les Demoiselles d’Avignon, desde el fondo de estas inmensas habitaciones, me guiñan los ojos. ¿Qué buscan aquí? ¿No vivían en el Museo de Arte Moderno de Nueva York? ¿Y qué significan sus extraños colores? ¿Y esas cabezas de toro en bronce? ¿Son recientes? No las he visto nunca en reproducciones. ¿Y qué es ese gran sol de una belleza insólita, pálido como un sol de invierno, luciendo sobre la pared? ¿De dónde viene? ¿De México? ¿Será obra de Picasso? ¿Y esas tazas de plata? En este momento, se me cae mi boquilla y Picasso, adelantándose, la atrapa y me la da. A los 80 años, sus músculos están tan flexibles, sus reflejos son tan rápidos como antes. Me asombra el extravagante tejido de su pantalón a rayas horizontales... ¿Seda salvaje? ¿Lana cruda tejida a mano? ¿De dónde procede? Observo su rostro, hago inventario de los pliegues de su perfil, que, partiendo del rabillo del ojo, se des- pliegan en abanico y se dirigen unos hacia la frente, otros hacia la oreja, otros hacia la mejilla. Los 12 surcos que esculpen su perfil cuando se ríe. ¿Y qué es lo que anda rondando a nuestro alrededor? ¿Esas manchas color castaño, negro y blanco? Vaya, un basset. ¿Y aquél que viene detrás es un dálmata? ¿Otro más, un bóxer? Espero a que de todos los rincones y esquinas del estudio surjan otros perros por docenas, por centenares: sus dos molosos de Montrouge, su primer fox-terrier parisiense, todos los Frika, los Elft, los Kazbek... Todos los que tuvo o hubiera querido tener en su vida. Lo escucho; pero, al mismo tiempo, todos estos objetos hechos por él, reunidos por él o llegados hasta él por misteriosos caminos, acaparan la mirada y me persiguen: la Mujer encinta, todavía en yeso, con el vientre hinchado y los senos salientes; La lechuza; en cerámica, La grulla... Trato de descifrar los desechos de objetos que han formado este pájaro. La cola, sin duda una pala; el largo cuello, ¿un trozo de cable? El penacho de plumas, ¿una espita vieja de gas?... Pero ¿y su pata, tan delicada? ¿Y estas garrafas, estas botellas, estos frutos en bronce, hermanos y hermanas del Vaso de absenta y, como él, repintados al óleo? ¿Son recientes? ¿Y estos tres enormes focos proyectados sobre el caballete? Los he visto ya en algún sitio. ¡Naturalmente! Aparecían en la serie de este estudio pintada por él. A la prueba de los sentidos se añade la emoción de volver a ver, después de tantos años, a Picasso, de oír su voz, más pesada, más grave, de aguantar su mirada y toda la masa de recuerdos, bruscamente puesta en ebullición. Trece años que recuperar, 11000 preguntas que hacer. Mis pensamientos se agitan como las abejas de una colmena en efervescencia o un hormiguero perturbado. ¿Cómo expresar, en su loco bullicio, esta masa de sensaciones, de imágenes, de palabras; las emociones que provoca, los recuerdos, que fluyen todos al mismo tiempo? Habituado a la visión global e instantánea de las cosas, el orden forzosamente arbitrario de su descripción me desconcierta. Es como si un director de orquesta tuviera que hacer sonar los instrumentos de una sinfonía no juntos, sino uno tras otro, en un orden fortuito, disperso. Sólo un escrito concebido como si fuera una partitura sinfóLA GACETA 7 se llama Alexanderplatz e incluye ensayos o novelas “acerca de la realidad alemana y de las áreas geográficas sobre las que esta cultura ha ejercido su influjo”. Su primer título es un intercambio epistolar entre Einstein y Freud llamado ¿Por qué la guerra? Otros autores de la colección son Klaus Mann, Irmgard Keun, Victor Klemperer y Erika Mann. Quizás debido a que lo minúsculo del nombre se refleja también en el volumen de sus libros, será difícil que podamos leer aquí una nueva versión de la obra de Alfred Döblin que da título a la serie, Berlín, Alexanderplatz. u El 27 de diciembre de 2001 falleció el conocido poeta escocés Ian Hamilton (1938), asiduo colaborador del London Review of Books, de donde tomamos una frase suya que bien se puede aplicar al medio mexicano: “Muy pocas amistades podrían sobrevivir al decirles: Me caes bien, pero no me gusta tu poesía. Mucho mejor sería decirles: no me caes bien pero me gusta tu poesía”. u World Literature Today’s celebra 75 años de excelencia editorial con la lista de los mejores 40 libros publicados desde 1927 hasta 2001. Tal lista incluye siete títulos en español, a saber: • Romancero gitano. Federico García Lorca, España, 1928. SUMARIO SUMARIO nica, escalonada en tantos niveles como impresiones y emociones simultáneas haya que traducir, podría expresar con alguna precisión instantes parecidos, demasiado cargados, demasiado ricos. Indudablemente, no sería más que una licencia fuera de las “reglas del juego” del lenguaje; pero ¿cómo situar, si no, en su contorno, las palabras que cambiamos y que transcribo aquí, de modo que tengan algún acento de verdad? Estamos sentados, pues, en torno de una mesita redonda y Picasso hojea mi libro Graffiti. Le digo que he recogido sus observaciones respecto de los grafitos. “¿En qué banco hizo usted el grafismo del que me habló?”, le pregunto. P.: E l BNCI. Pregúnteselo a Sabartés. Él lo sabe todo. ¿Que cómo está? Muy bien. Siempre fiel en su puesto. Todas las mañanas en la calle de los GrandsAugustins, como antes. A veces viene a verme aquí, a Cannes o a Vauvenargues, porque yo ya no voy nunca a París. Picasso llega al capítulo “El lenguaje de las paredes”. Las grandes pinceladas que borran las inscripciones de la pared lo sorprenden. P.: Ha hecho usted bien al fotografiar esto. Indica bien la naturaleza y los límites del arte abstracto. Estas pinceladas son muy bellas. Pero es una belleza natural. Los trazos de pincel que no tengan ningún significado no harán jamás un cuadro. Yo también doy pinceladas, y a veces incluso se diría que es abstracto. Pero siempre significa algo: un toro, una plaza de toros, el mar, la montaña, la gente. Para llegar a la abstracción es necesario siempre empezar por una realidad concreta. Llega al capítulo “Nacimiento del rostro”, donde he agrupado los rostros hechos con dos o tres agujeros.3 P.: Yo también he hecho rostros parecidos muchas veces. Los que los graban van, de entrada, a los signos. El arte es el lenguaje de los signos. Cuando yo digo “hombre” evoco al hombre; esta palabra se ha convertido en el signo del hombre. No lo representa como podría hacerlo la fotografía. Dos agujeros son el signo de la cara, suficiente para evocarla sin representarla. Pero ¿no es extraño que se pueda hacer con medios tan sencillos? Dos agujeros son muy abstractos si se piensa en la complejidad del hombre. Lo más abstracto es quizá el colmo de la realidad. En el capítulo “Máscaras y rostros”, exclama: “¡Éste es un Rouault!”, “¡Aquél es un Klee!” En el capítulo “Animales” se detiene largo rato en un pájaro que yo he tomado por un pichón. P.: ¿Un pichón? ¿No será más bien una golondrina? Lo digo porque las alas se entrecruzan como unas tijeras. Pero probablemente no es ni un pichón ni una golondrina, sino el Pájaro, la idea en sí del Pájaro. Llegamos al capítulo “Amor”. Dos corazones superpuestos en sentido inverso, como en una especie de abrazo, llaman su atención. LA GACETA 8 P.: ¡Esto es prodigioso! He visto en las paredes millares de corazones, pero nunca de esta forma. En el capítulo “Imágenes primitivas”, le interesa especialmente una cabeza “azteca” y exclama: —¡Esto es tan rico como la fachada de una catedral! Su libro liga el arte con las artes primitivas. Enseña también —y es importante— que el arte abstracto no está lejos de los brochazos o de las estructuras de las paredes. Se diga lo que se diga, siempre se está imitando algo, aun sin saberlo. Y cuando se abandonan los modelos desnudos que cobran por hora, hacemos posar a otras cosas. ¿No le parece? Quizá le alegre saber que yo también hago ahora grafitos. Pero, en vez de hacerlos en la pared, los grabo en cemento. Es un invento de un artista noruego. Mis grafitos se amplían y graban mediante punzones eléctricos. Están destinados a una casa de Barcelona, y cada uno tendrá una altura de dos o tres pisos. Le voy a enseñar las maquetas. Y Picasso, filtrándose por el extraordinario batiburrillo de su estudio, se dirige, a través de los acantilados de papel, no sin dificultades pero sin dudarlo, hacia un montón para coger la bolsita de las fotografías que busca. El edificio con los grafitos gigantes se perfila sobre las cuatro torres insólitas de la Sagrada Familia.4 B.: Va a hacer usted la competencia a Gaudí. Cuando fotografié su arquitectura en Barcelona, Prats me llevó a casa de la hermana de usted y los Vilato, en el Paseo de Gracia, y también a casa de los Junyer. Me quedé sorprendido al ver qué cantidad de obras tiene usted en Barcelona. Con las que posee allí el museo se podría hacer un Museo Picasso. P.: Está en proyecto. El ayuntamiento quiere comprar un antiguo palacio para ello. Ya veremos. Le pregunto la procedencia del gran sol de la pared. P.: Precisamente de Barcelona. Es una rodaja de un tronco de palmera. Se llevan estos soles el domingo de Ramos en las procesiones. Es maravilloso, ¿verdad? Yo también hice, en otro tiempo, cuadros con hojas de palmera. G.: ¿Conoce usted las cosas que se venden en Niza delante de las iglesias por Pascua? Cortan las hojas de palmera, las pliegan y las repliegan. ¡A veces son bellísimas! SUMARIO SUMARIO P.: Estas cosas son típicas del Mediterráneo. Fíjense en la delicadeza de los tonos. Al secarse se va haciendo más claro, más luminoso. Es realmente el sol, la alegría, ¿verdad? Me aclara también el secreto de Les Demoiselles d’Avignon, que dominan el estudio. P.: Venga y mírelas de cerca. Es una tapicería. A un buen hombre de Tolón se le metió en la cabeza hacer esto partiendo de una horrible tarjeta postal. A muchas de mis visitas les parece horrible y hablan de sacrilegio. No encuentran mis colores, pero esto es precisamente lo que me seduce. Los colores del cuadro ya eran completamente diferentes en la reproducción y el pintor aficionado inventó, a su vez, otros. Es casi otro cuadro que recuerda mucho a Les Demoiselles d’Avignon. Damos una vuelta. Me señala un extraordinario armario de caoba con muchos cajones planos. P.: Pertenecía a Matisse y, como me gustaba mucho, después de su muerte su familia me lo regaló. Lo había encargado para él. Lo quería muy alto, con 40 cajones para guardar sus dibujos. ¿Verdad que está muy bien de proporciones? Cuando lo miro, pienso en Matisse; es su viva imagen. B.: ¿Y este magnífico tótem de Nuevas Hébridas? P.: También regalo de Matisse. Cerca aparece, brillando con todos los reflejos de su pasamanería de oro, el traje de un torero. P.: Es una triste historia. El traje de luces que está usted viendo pertenecía al matador Chicuelo II. Él me lo envió. Murió de una forma trágica. ¡Si al menos lo hubiera matado un toro! No, murió en un estúpido accidente de aviación. Hoy en día los matadores se desplazan continuamente, siempre tienen prisa. Y mueren muchos más en accidentes de automóvil o de avión que por los cuernos de los toros. Cuando me llegó el traje, él ya había muerto. Era como un último mensaje de amistad. Le pregunto si acude todavía tan asiduamente a las corridas de toros... P.: Sí, es mi pasión. Pero a veces no puedo ir. Entonces mis pensamientos están en la plaza, oigo el pasodoble, veo a la gente, la entrada de la cuadrilla, el primer toro embistiendo a los caballos. Un día sentí tanto no haber podido ir a una corrida que me puse a evocar todas sus fases. Aquello me metió de lleno en la tauromaquia. Desde hace meses hago todas las tardes muchos dibujos a tinta china. Hablamos de su gran exposición en la Tate Gallery organizada por Roland Penrose. Le pregunto si va a ir a Londres. P.: ¿Para qué perder el tiempo volviendo a ver mi pintura? Tengo buena memoria y me acuerdo de todos mis cuadros. He prestado muchos de ellos a los organizadores, y con ello ya he tenido bastante trabajo. Sólo se expondrá pintura y pocas obras recientes. Pero se podrá ver el gran telón de Parade. Las exposiciones ya no me dicen gran cosa. Mis cuadros antiguos ya no me interesan. Tengo mucha más curiosidad por los que todavía no he hecho. A la vista de todas estas nuevas esculturas, entre las que figuran también bronces que existían ya antes en cerámica —Picasso me explica que ha hecho fundir algunas terracotas que se prestaban a ello por su forma— y su obra maestra la Cabra, hecha con una cesta de mimbre, ramas de palmera, latas de conserva, jarras de terracota, no puedo menos que decirle: —Nunca se podrán editar obras verdaderamente completas de su producción. Nada más aparece una, ya la hace usted incompleta. Pensábamos llegar a reunir en cuatro años todas sus esculturas. Y después he visto surgir otras que no estaban en el libro. Hace poco he visto en el Hôtel des Ventes una curiosa madera esculpida por usted parecida a un fetiche negro. Nunca la he visto reproducida en ninguna parte. Sólo conocía tres esculturas de su época cubista: las dos Mujeres desnudas y el Hombre de la cabeza cuadrada. No sabía que existiera también ese niño. P.: Yo también lo había olvidado. ¿Sabe usted lo que era? Se lo voy a decir. La nieta de mi asistenta quería una muñeca. Yo vivía entonces en Montmartre y estaba bastante tronado en aquella época. Entonces, a falta de muñeca, le tallé esa estatuilla “cubista”. No recuerdo si le gustó a la chiquilla. Ignoro también por qué manos ha podido pasar la estatuilla en madera después hasta esa venta en el Hôtel Drovot. B.: Kahnweiler quisiera editar una nueva obra de sus esculturas “puesta al LA GACETA 9 • Residencia en la Tierra, Pablo Neruda, Chile, 1933-1947. • Ficciones, Jorge Luis Borges, Argentina, 1944. • El laberinto de la soledad, Octavio Paz, México, 1950. • Los pasos perdidos, Alejo Carpentier, Cuba, 1953. • La plaza del diamante, Mercé Rodoreda, España, 1962. • Cien años de soledad, Gabriel García Márquez, Colombia, 1967. u Recibimos de la Pontificia Universidad Católica del Perú la nueva publicación de su serie El manantial oculto. Se trata de Personæ, de Ezra Pound, en traducción del poeta limeño Ricardo Silva Santiesteban, encargado también de dirigir esta excelente colección de poesía. Recordamos otras traducciones del mismo libro de Pound hechas por Guillermo Rousset Banda, con un posfacio de Juan José Arreola (Editorial Domés), y por Jesús Munárriz y Jenaro Talens para la española Hiperión. u Hace meses llegó a la redacción de La Gaceta un número doble de la revista peruana more ferarum (5-6), dirigida por José Ignacio Padilla y Carlos Estela. Esta mención viene a cuento porque dicho número es un homenaje a uno de los poetas mayores de nuestra lengua hoy en día: Jorge Eduardo Eielson, autor del FCE (Primera muerte de María, Tierra Firme, 1988), coetáneo y amigo de una bri- SUMARIO SUMARIO to, ¿qué ha sido de ella? Era tan revoltosa, tan alegre, Marina... B.: Dejó el baile y ha ingresado en un convento. Tengo que interrumpir la lectura. Henry Miller nos espera a las siete en el Palacio del Festival. Nos levantamos, Picasso pone la mano sobre el paquete de manuscritos y me dice: —Esto es también verdad, tan auténtico como sus grafitos. Hay que editarlo. Al irnos, pienso en los tres o cuatro guaches de tauromaquia que no verán nunca la luz, que ningún coleccionista, ningún museo poseerán jamás, porque, en vez de dibujar toda la tarde de este miércoles 18 de mayo de 1960, Picasso la dedicó a sus amigos. Traducción de Tirso Echaendía NOTAS día”. La publicaría un editor de Stuttgart. Me ha pedido que fotografíe sus estatuas hechas a partir de 1947. P.: Cuando usted quiera. También romperlas. Estoy de broma, pero la verdad es que los fotógrafos son terribles y el más terrible: Man Ray. ¡La de estatuas que me ha roto! Incluso las irrompibles. Llegamos ahora a una serie de bandejas de plata. P.: Estas cosas me las hace François Hugo. El hermano de Jean Hugo, un artesano maravilloso. Le he hecho algunos dibujos. Todos estos objetos son de plata. Impresiona, ¿verdad? Y, sin embargo, no salen mucho más caros que en bronce. Me va a hacer también algunas joyas en oro. Reaparecen los tres perros. El que había tomado por un basset es un teckel. Se llama Loump. Yan, el bóxer, está ciego. Picasso nos dice que su ceguera no le impide guiarse y venir cuando lo llaman. El tercero, blanco y negro, es un magnífico dálmata. “Aparece en muchos de mis cuadros”, dice Picasso. Encima de un baúl, sobre una bandeja de plata, yace un pastel a medio empezar, lleno de cuevas, como un abrupto acantilado roído por el mar. P.: Es un pan italiano con pasas dentro. Se llama panettone. Comimos un trozo hace... dos años más o menos. Después lo olvidé. Un festín para mis ratones, ¿verdad? Empezaron a roerlo, escarbaron dentro un laberinto. Así que se los cedí. Ahora, completamente seco, está duro como el hierro. Pero lo guardo. Petrificado es tan bello como las rocas del Baux. ¿No le parece? Empieza a caer la tarde sobre la Californie. Estamos desde hace horas con Picasso, incansable, hablando, preguntando, enseñándonos todo, guiándonos por los recovecos de su laberinto. He traído un paquete de manuscritos. Hace unos meses, ordenando mis cosas, me encontré una caja con el rótulo Conversaciones con Picasso. Las leí y quería enseñárselas a Picasso. No se sorprende al ver que son nuestras conversaciones. En su momento, leyó y le gustaron mi Histoire de Marie y las conversaciones recogidas en un bistro-tabac durante la ocupación. P.: ¿De verdad ha recogido todo esto? ¡Es apasionante! Vamos a sentarnos y léame algunas páginas. Le leo varias “visitas” tomadas al azar en el montón. Le leo 20 páginas, 30 páginas. Me pide que continúe. Atento, pensativo, divertido, escucha la lectura, interrumpiéndome a veces para indicarme un detalle o completar una historia. Por ejemplo, cuando le leo mi visita con la bailarina Marina de Berg, me detiene: P.: Al fin no pude decirle cómo se sujetan las mallas. ¡Con una moneda! Olga empleaba una moneda taladrada. La enrollaba en el tejido y las mallas se sostenían. Cada oficio tiene sus secretos que no se pueden inventar. Lo que yo quería enseñarle a la bailarina era eso. Por cierLA GACETA 10 1. Larry, apellido de Lawrence Durrell, que vive cerca de Nîmes. 2. Ayer, en un periódico de la tarde, he leído unas declaraciones de Brigitte Bardot, quedando sorprendido al ver cómo las quejas de la celebridad tienen el mismo acento: “Es peor que nunca. De verdadera locura. Tengo un coche descapotable y no puedo quitarle la capota. Una terraza, un jardín sobre el que todo el mundo cae con sus prismáticos, sus teleobjetivos. Tengo que encerrarme en casa todas las tardes, tengo que elegir una isla desierta para ir de vacaciones… Pero el desierto no me divierte nada. Hay momentos en los que tengo ganas de irme corriendo a un especialista de cirugía estética para que me cambie la cara”. 3. Entre los rostros hechos con dos o tres agujeros sobresalen la Bañista de pie, de 1929, y muchas de sus mujeres autómatas de 1930. Picasso volvió a adoptar esta forma de representación más tarde en un gran número de sus esculturas. 4. Los grafismos de Picasso fueron instalados en el Colegio de Arquitectos de Barcelona, frente a la Catedral. Como por su situación es imposible pensar en una fotografía en la que aparezcan simultáneamente los grafismos de Picasso de Barcelona y las torres de la Sagrada Familia, debe pensarse en un error del autor del libro, o bien, como es más probable, en un fotomontaje completamente convencional. [T.] SUMARIO SUMARIO Por la Antología mínima 3 Carlos Pellicer López Las páginas que ofrecemos a continuación son un ejercicio de crítica comparada entre Pellicer, López Velarde y Grabriel Zaid, a propósito de la reciente edición de la Antología mínima del primero (FCE, Letras Mexicanas, 2002). abriel Zaid comulga en la alegría con Carlos Pellicer. Para ellos, como decía la monja Juliana de Norwich, en el siglo XVI: “La mejor oración es descansar en la bondad de Dios, sabiendo que esa bondad alcanza hasta lo más hondo de nuestra indigencia”. Aquella milagrosa confianza de hace 600 años desciende desde tan “esbeltas latitudes” para retoñar en estos poetas católicos y mexicanos, que parecen haber escuchado al Señor —como Juliana— asegurar que “todo irá bien y absolutamente todo saldrá bien”. La divisa de estos poetas es confiar en la palabra del Señor y por ello reco- G nocen, con un suspiro: “¡A cuánto amor el corazón obliga!” Naturalmente que una antología hecha por Zaid ha de ser breve. Él es un poeta de pequeñas grandes joyas. Su poesía es producto de relojería, pero no de esos aparatos fríos que repiten mecánicamente un mismo paso, sino del reloj de sol que gracias a estos poetas nos da la hora exacta de la alegría, de la libertad y de la confianza en la vida. Y el buen relojero sonríe ante el desastre de su compañero: ESTUDIOS I Relojes descompuestos, voluntarios caminos sobre la música del tiempo. Hora y veinte. Gracias a vuestro paso lento, llego a las citas mucho después y así me doy todo a las máquinas gigantescas y translúcidas del silencio. llante generación de poetas como Blanca Varela, Javier Sologuren, Salazar Bondy y el recientemente fallecido E. A. Westphalen. El trabajo de los editores de more ferarum es una labor exhaustiva de recopilación de textos dispersos en revistas, suplementos culturales, libros, catálogos, etc., debidos tanto a la pluma de Eielson como a quienes se han ocupado de analizar y comentar su obra (Rodolfo Hinostroza, Mirko Lauer, William Rowe, Javier Sologuren, entre muchos otros). A este trabajo viene a sumarse el esfuerzo de more ferarum por ampliar el radio de sus posibles lectores mediante el empleo noble de la web. En efecto, gracias al patrocinio de Telefónica del Perú existe ahora una versión digital de este homenaje a Eielson, que se puede consultar en la dirección electrónica del Centro Cultural Perú Virtual: www.perucultural.org.pe/ u Agradecemos el envío de la revista La tempestad, que nos hace llegar su director José Antonio Chaurand desde Monterrey. El número 22, correspondiente al primer bimestre de este cuarto año de existencia, dedica buena parte de su espacio a Joseph Conrad y Francis Ford Coppola bajo el sugerente encabezado de Las tinieblas del Apocalipsis. Felicitamos a esta publicación que número con número gana en calidad y consistencia, y que tiene muy presente lo que muchos olvidan: el lector. LA GACETA 11 SUMARIO SUMARIO II Diez kilómetros sobre la vía de un tren retrasado. El paisaje crece dividido de telegramas. sentidos, hoy rudos y entonces perfectos”. Gabriel, siguiendo este pensamiento, nos regala este poema: ALABANDO SU MANERA DE HACERLO ¡Qué bien se hace contigo, vida mía! Las noticias van a tener tiempo de cambiar de camisa. La juventud se prolonga diez minutos, el ojo caza tres sonrisas. Kilo de panoramas pagado con el tiempo que se gana perdiendo. Muchas mujeres lo hacen bien pero ninguna como tú. La Sulamita, en la gloria, se asoma a verte hacerlo. Y yo le digo que no, que nos deje, que ya lo escribiré. Pero si lo escribiese te volverías legendaria. Nadie te dijo, amor, que yo existía. El amor es silvestre, uno lo encuentra en todas partes; en los días sin cielo, en las tierras sin flores, lo mismo en la mañana que en la tarde. Como ustedes ven no hay asomo de culpa ni amargura. Pellicer y Zaid están del lado humilde y sencillo de la luz. Al igual que su hermano mayor, de apenas 33 años, cualquiera de ellos puede declarar: Yo sólo soy un hombre débil, un espontáneo que nunca tomó en serio los sesos de su cráneo. III Las horas se adelgazan; de una salen diez. Es el Trópico, prodigioso y funesto. Nadie sabe qué hora es. Hay un poema de Gabriel que me gusta especialmente. Me lo imagino como un comentario pelliceriano al monumental poema “Muerte sin fin” del paisano Gorostiza. Si Pellicer se queja por estar condenado a ser “el Ayudante de Campo del sol”, aquí Zaid nos trae el sol a la mesa y nos pinta una naturaleza muerta milagrosa, como los pintores españoles del siglo XVII: SOL EN LA MESA Dios está aquí. Perdido en el abismo de un vaso de agua demasiado visto. Dios está aquí. La brisa, el sol, la mesa, no son Dios. Mis ojos no son Dios. Dios está aquí. Se movió la ventana, y el Espíritu Santo bailó en un vaso de agua. Es notable cómo comparten estos dos poetas una sensualidad feliz, un gozo de los sentidos fresco, diáfano y luminoso. Como decía Pellicer en una carta de 1928 a su hermano Juan: “Si un día he de llegar a Dios, será a través de mis Y no creo en la poesía autobiográfica ni me conviene hacerte propaganda. Pellicer y Zaid tienen un sexto sentido del humor. Todavía a los 72 años, Pellicer recae y reincide: En este asunto del amor, que a veces, uno quisiera que no acabara nunca de empezar, parece que alguien dice: “¿Dios es eternamente joven?” Es tanta la alegría, que uno ignora catástrofes y duelos. Usted dice que sí a toda la enorme y tan humana tontería. Sólo hay un pensamiento, sólo una idea sola que es multitud, y uno quisiera leerlo todo con los ojos cerrados y no tener noticias de uno mismo, ni recuerdos de nada ni de nadie; un ágape de luces a través de las horas inmortales. A medida que vivo ignoro más las cosas, no sé ni por qué encantan las hembras y las rosas. Es notable la rima de este último dístico de López Velarde, idéntica a la de Pellicer en los “Recuerdos de Iza”: Aquí no suceden cosas de mayor trascendencia que las rosas. Gracias a esta Antología mínima redescubrimos la alegría cristiana de la poesía que nos ofrecen López Velarde, Pellicer y Zaid. Febrero de 2002 Yo había puesto encima de mi pecho, un pequeño letrero que decía: “Cerrado por demolición”. Y aquí me tiene usted pintando las paredes, abriendo las ventanas, adornando la mesa con la flor amarilla con que paga el otoño sus encantos. LA GACETA 12 SUMARIO SUMARIO Por una toga deshabitada (Profanación in memoriam Giórgos Seféris) 3 Juan Carvajal Jamás estuve en Grecia. Sólo mi sombra estuvo allí... Nietzsche “Los glosadores no te dejan dormir en Harvard.” Púdico glosador, entre el tráfago de las hojas, tú, que dispensas el sentido primigenio de las obras en espíritus desatentos y en las almas de quienes encuentran imposible su lectura. Ciega voz, lectura que en la noche de la memoria va tentaleando infolios, palimpsestos, no me atrevería a decir... textos; y el amargo jadeo del escoliasta exasperado. Erguido el pecho, el rayo entre sus ojos, y esa prestancia, asombros y conceptos por doquier, en sus palabras, en sus gestos, en sus silencios; y sus hondos lamentos, estaba allí, junto a un pizarrón. ¿Y en Grecia? En Grecia nada, los presocráticos... Así lo dispusieron los dioses. Y Lou Andreas Salomé se unía a Freud como a un ser de carne y hueso, y nosotros, durante todo el siglo, asesinamos a nuestros padres en nombre de Nietzsche. “Los glosadores no te dejan dormir en Harvard.” ¿Y qué es Harvard? ¿Quién conoce ese infierno? He pasado mi vida oyendo intérpretes ignorantes, doctrinas hueras, hueras locuras de los hombres que no son dioses, mi destino oscilante entre la última estocada de un Lukács y el hallazgo de otro Gilles Deleuze me ha traído hasta aquí, a esta Universitas. Un gran torpor había caído sobre las mentes. Tantos filósofos arrojados a las fauces de Kant, a las fauces de la lógica y tantas alumnas desperdiciadas como trigo en los molinos sin muela. Los campus henchíanse en sus Islas rodeados de hierba reseca por un endeble concepto, por un anticonceptito, por un rumor de academia, por un plumón de cisne, por una toga deshabitada, por un alumno de Tubinga. ¿Y mi condiscípulo? La luna se levantó del mar como en Venecia, ha eclipsado a quienes no quisieron y a quienes no supieron entender que Todo se metamorfosea. Glosador, glosador, glosador, ¿qué cosa es Dios? Y Dios, ¿acaso murió? Y, en medio de ambas cosas, ¿resucitó? “Los ruiseñores no te dejan dormir en Harvard.” ¿Dónde está la verdad? Yo también filósofo fui cuando la guerra; mi destino fue el de un germano que no dio en el blanco. Glosador, aedo en un aula como ésta, los alumnos de la UNAM te escucharon y alzaron su lamento. Entre ellos —¡quién lo hubiera sospechado!— estaba Nietzsche, a quien buscamos durante largos años en los consultorios; estaba allí, a la orilla de un pupitre. Yo lo escuché, y él nos habló: “No es verdad, no es verdad”, gritó. “Yo no escribí La voluntad de poder y no pisé jamás los templos-burdeles de Grecia.” Medroso profesor, educado en Harvard por los wasp donde me fue prescrito que educase a mi país. Yo solo aquí eché amarras en este mito, si es verdad que se trata de un mito, si es verdad que los que piensan no caen ya en el viejo cebo de los dialécticos; si es verdad que, después de tanto estudio, otro Heidegger o un Lacan, un Jaspers, o una Arendt o algún desconocido, anónimo, espectador de los cadáveres que se hacinaban adentro y afuera de La Facultad, no estuviese llamado a escribir otro tratado que intente decirles que tanto trabajo y tanta vida fueron tirados a la Nada por una toga deshabitada, por un Nietzsche. LA GACETA 13 SUMARIO SUMARIO Concepción Cabrera de Armida 3 Javier Sicilia Fragmento del capítulo “Los años de prueba...”, del libro Concepción Cabrera de Armida. La amante de Cristo, recientemente publicado por el FCE en la colección Vida y Pensamiento de México. onseñor Montes de Oca ha hecho bien su trabajo. Ha logrado armonizar de tal forma las relaciones de la Iglesia con el Estado que, en noviembre de 1885, crea el Colegio-Seminario de San Luis Potosí y, en mayo del siguiente año, instala a las Religiosas del Sagrado Corazón atrás del convento de El Carmen. No sólo el obispo, sino toda la clerecía y el laicado católico están de plácemes. La apertura del Colegio-Seminario —cuya dirección Montes de Oca ha puesto en manos de los jesuitas, que recientemente, gracias al idilio de don Porfirio y los prelados, han regresado a México— garantiza que San Luis Potosí tendrá no sólo muchachos y sacerdotes bien preparados, sino también ciudadanos católicos, y la instalación de las Religio- M sas del Sagrado Corazón que, al menos las hijas de las clases acomodadas, tendrán una sólida educación religiosa. A Concha, que lleva por dentro un fuego y un fervor que la devoran y siente su vida matrimonial como un obstáculo para entregarse plenamente a Dios, la presencia de las Religiosas del Sagrado Corazón le cae como un balde de agua helada, como un cuchillo que le lacera el alma. Por vez primera se da cuenta de que su vida pudo haber sido distinta. Pero es tarde, al menos es lo que piensa. Nunca podrá ser como ellas: [...] y sentí luego en mi alma una santa envidia, al grado de que, apenas concurría yo a aquella capilla, cuando las lágrimas acudían a mis ojos. Sólo Jesús veía el dolor de mi corazón al sentir la impotencia de haberme consagrado a Él en alguna religión, no precisamente ahí, porque no me inclinaba la enseñanza y trato con el mundo [...] Siente que hay en aquellas muchachas, que han consagrado su pureza a Dios, una legitimidad (la legitimidad de las esposas) que a ella le está prohibida LA GACETA 14 por casada. Sin embargo, sus deseos de ser toda de Jesús, de amar cada vez más, no la desalientan. Si ya nunca podrá ser religiosa, puede, al menos, amar con la misma y tal vez con mayor pasión que ellas a Dios. ¿O acaso no es la amante, por su estado de indefensión frente a la legitimidad de la esposa, la que se esfuerza más por agradar al amado? Concha se lanza, y en esa búsqueda no escatima esfuerzos. ¿Cómo lo hace? Ya hemos visto la manera en que se las ha ido arreglando para mantener en orden su casa y darse sus escapadas a la iglesia, al sagrario y a la oración. Incluso, hemos visto la forma en que las contrariedades de su vida cotidiana las utiliza como ejercicios de orden espiritual. Sin embargo, aquello no le basta. Concha, delante de la presencia de las Religiosas del Sagrado Corazón, quiere de alguna forma parecerse cada vez más a una religiosa. Así es que se alista en la Orden Tercera de San Francisco, donde encuentra, para su condición de laica casada, una realidad que se parece un poco al estado religioso. La Orden Tercera de San Francisco, una de las más inquietantes que hayan nacido en el seno de la Iglesia como preludio de la importancia que tendría el laicado en siglos posteriores, fue fundada por Francisco de Asís cuando el ejemplo de su vida y de su prédica, que ya había arrastrado con él a varios compañeros, provocó una severa conmoción en los pueblos de la Umbría: seducidos por el Poverello, que los visitaba, hombres, mujeres y niños salieron a la calle, abandonaron sus quehaceres, sus bienes y sus hogares y le suplicaron que desde ese mismo instante los aceptara en su ejército de Dios. Francisco no sólo se asombró, sino también se aterró. Aquello era hermoso y conmovedor, pero también espantoso: si todo el mundo hiciera como ellos, pronto se acabaría la vida civil. Además, tenía ya suficientes problemas con la orden, que sin él pretenderlo había crecido desmesuradamente, para SUMARIO SUMARIO ahora acrecentarla con cientos de hombres, mujeres y niños cuyo destino no sabría conducir: ¿qué haría con todos ellos? ¿Adónde los llevaría y cómo los alimentaría? Fue entonces que se le ocurrió instituir la Orden Tercera (la segunda la había fundado con Clara), con los mismos votos de pobreza, castidad y obediencia, pero mitigados, adecuados a las condiciones de la vida civil y matrimonial. Concha entró, pues, en esa Tercera Orden “como para estar más cerca de Jesús perteneciéndole de algún modo más íntimo. Hice la profesión con todo el fervor del que fui capaz”. Sin embargo, con el crecimiento de su vida espiritual, también el de su vida marital se complica: Panchito ha crecido y ella espera a su segundo hijo. Tiene entonces que hacer esfuerzos verdaderamente heroicos para compaginar esos dos mundos: ordenar su casa, educar al niño, cuidar su embarazo, atender y satisfacer a Pancho que no cesa de invitarla a bailes, teatros y compromisos sociales, que a ella le caen en el puritito hígado, y junto con eso asistir a la iglesia, visitar a las Religiosas del Sagrado Corazón y cumplir sus compromisos franciscanos, que siente incompatibles no sólo con la vida social que le pide su marido, sino también con sus “deberes” conyugales. ¿Lo logra? En el mundo exterior sí, en el interior no: aquel fuego que lleva por dentro, que no la deja en paz y que crece brutalmente en su vida no la colma. A pesar de haber ingresado en la Orden Tercera, se siente (será una imagen que a lo largo de su vida llegará constantemente a su pluma) como “un volcán sin respiradero”. Tiene, delante de las incomprensiones del canónigo Peña, ardientes deseos de “un director que me comprendiera, que me empujara, que me aclarara tantas dudas, que me uniera con mi Dios”. Está inundada de amor y de desesperación por no alcanzarlo. En el fondo, la vida religiosa tampoco era su vocación ni su destino. Si tuvo razón aquel científico que dijo que “somos una enfermedad de la luz”, Concha, entonces, está enferma de luz, de fuego. Está sumergida en una atmósfera que, si bien había ido percibiendo a lo largo de su vida, es ahora vivida por ella de manera inédita: no sólo es una revelación, sino un profundo y mayor desgarramiento: un fuego, una luz, que la consumen. Su experiencia, creo que vale la comparación por los paralelismos que las unen, es más difícil que la que estaba atravesando Santa Teresa a su edad, cuando, en el momento en que ingresa en el convento, enferma de lo que los modernos llamamos histrionismo. Al igual que la santa de Ávila, vivía su camino de vocación religiosa como si quisiera “huir de realidades tentadoras” que, al mismo tiempo que la atraían, ponían su alma en peligro; Concha está desgarrada entre sus aspiraciones religiosas y las exigencias del mundo tratando de armonizarlas. Ambas viven una tensión que las balancea por una parte hacia ideales muy altos, hacia ese Dios en donde encontrarán la satisfacción, la paz y los bienes permanentes; y por otra, en el caso de Teresa, hacia poderosas llamadas instintivas de vigor pasional; en el de Concha, hacia las de un mundo que reclama su pasión y que ella quiere dirigir hacia otro lado. Ambas, sin embargo, sujetan y controlan esas pasiones gracias a un poderoso esfuerzo de voluntad. Es un defecto histriónico, un desajuste entre las aspiraciones superiores del yo y la esfera emocional inferior, cuya consecuencia hace que el núcleo personal funcione inseguro, inestable y soporte continuos sobresaltos que provienen de las energías inferiores dispuestas a abrir brecha aun a costa de descomponer el todo. Lo que esto quiere decir es que nuestra muchacha, como la de Ávila, a lo largo de los años ha estado sosteniendo su llamada de Dios, su ideal, sin apoyo de elementos emocionales. Aunque Concha continúa con el canónigo Peña, ha ingresado en la Orden Tercera y consulta a las monjas del Sagrado Corazón, ninguno le da el apoyo que necesita: “Varias veces intenté desahogar mi pecho con alguna de las Madres, pero casi nunca me comprendieron las que vi. ¿Cómo se ama a Dios? —les preguntaba—, porque ésta era mi ansia, mi anhelo: el saber amarlo con delirio”. De haberse prolongado tan duro conflicto psíquico, Concha, al igual que Teresa de Ávila, se habría arrastrado toda su vida por un desierto interior. Sin embargo, si Teresa de Ávila encontró el fermento del proceso renovaLA GACETA 15 dor en las páginas del Tercer abecedario del padre Osuna que don Pedro, su tío, le regaló cuando, enferma ya de su histrionismo, pasa una temporada en su casa de Hortigosa, Concha lo encuentra en esa intuición metafísica que, con tropiezos, en medio de la oscuridad de la vida diaria, la ha ido guiando hacia Dios, y en esas mociones del Espíritu Santo que, a través de las visiones, han hecho que su amor crezca y lo dirija hacia el crucificado. Teresa se abre a una oración que llamó de “recogimiento”, Concha a una de amor desbordado. Ha descubierto que en su oración no sólo puede estar con Cristo, sino también hablarse abiertamente con Él. Ha encontrado un nuevo modo de tratarse con Dios y comienza su aprendizaje de mirar más amorosamente a ese Otro que está dentro de sí y que la interpela, que la llama y la aguarda. El proceso se desencadena lentamente. Pocos meses después del nacimiento de su segundo hijo, Carlos (28 de marzo de 1887), casi dos años después de sus primeras visiones, Concha comienza a dar rienda suelta a su pasión, a sacar el fuego que la devora escribiendo cartas a Jesús. Aunque existe una, fechada en 1885, Concha parece no haber vuelto a escribir hasta este periodo en el que su correspondencia con Jesús se hace abundante. En las cartas que se conservan (Concha quemó la mayoría después de sus segundos Ejercicios espirituales, en 1891), la vemos a veces suplicante, llena del amoroso agradecimiento que tenía el culto a las llagas y al corazón de Jesús: Jesús, amor de mi corazón: hoy había ya consentido en tener la inmensa dicha de recibirte en mi pecho. ¡Ay, mi Jesús!, mañana sí concédeme sentirte con toda tu majestad en mi pobre y mísero corazón. ¡Ay, mi vida, te quiero estrechar con las fuerzas de mi alma y de mi cuerpo, sentir tu corazón sobre mi corazón, oír sus suspiros, contar sus latidos, embriagarme, por fin, en ese mar de delicias inextinguible! ¿Verdad que me lo vas a conceder? Sí, mi bien, por lo que más ames. Quiero recostarme en tu costado y besarte tu mano agujereada [...] SUMARIO SUMARIO A veces, llena de felicidad: Jesús, mira. Todos los días te digo lo mismo y, sin embargo, no puedo dejar de decírtelo. Te amo tanto, de una manera tan profunda que ahora sí no creo, Señor, que me resfríe jamás. A veces, desesperada: Dios mío, quiero llorar, quiero gritar. Siento mi alma presa de una agitación terrible y al mismo tiempo una paz profunda la quiere dominar. Sé que Tú me sostienes, ¡ay, Jesús, ten piedad de mí! ¡Qué pequeño es el corazón para contener un bien tan grande! A veces, despechada: Ah, mi Jesús, ¿por qué no me arrancas el alma de una vez y te la llevas contigo? ¡Ay!, nada más la alborotas y la dejas aquí penando. No sé lo que querrás de mí; pero a todo estoy dispuesta. Mira, yo no aguanto esto que siento tan extraordinario. Es un conjunto de dolor con gozo y no sé qué lo supera [...] La verdad es que no me doy cuenta de lo que me pasa y sólo sé que me duele el corazón. A fuerza de esta forma de oración, Concha va creciendo espiritualmente y el 15 de octubre, siguiendo su vínculo con la Orden Tercera de San Francisco, decide hacer promesas de pobreza, castidad y obediencia. Ha iniciado su mecanismo de respuesta a ese asedio de Dios. No sabemos a qué hora fue. Supongo, por la manera en que se vivía en las ciudades pequeñas, que sucedió en la misa de la mañana, a las seis o a las siete. Concha sale de su casa y se dirige a la iglesia de San Juan de Dios. Ha elegido el momento indicado para pronunciar sus promesas: en la comunión: Nadie las presenció. Sólo Dios, mis santos patronos y yo lo sabíamos. Al recibirlo en la comunión, me pareció que ahí estaba la Santísima Virgen, San Francisco y Santa Teresa presentando a Jesús mis promesas. Ahí, conmovida, se las hice con todo mi corazón, experimentando desde entonces una felicidad maravillosa para vencerme [...] Regresa dichosa e inmediatamente se pone a escribir una carta a uno de sus santos patronos. Lo que me intriga no es que lo haga. Ella, que tiene conciencia de su pequeñez, sabe que necesita una intercesión para abrirse más a Dios. Sino que la haya dirigido, no a la Virgen ni a San Francisco, sino a Santa Teresa. Se me dirá que ése era el día consagrado a ella. Lo sé, pero Concha escogió ese día con toda deliberación, cuidadosamente. Entonces fue el azar. Pero ¿qué es el azar, sino la secreta voluntad de Dios? Lo que yo creo es que fue el producto de una intuición clarividente. En los procesos del espíritu, como en los de la creación poética, se abren espacios en donde el tiempo deja su linealidad para convertirse en simultáneo: ayer es hoy y mañana también. Todo converge y Concha, sin saber por qué, elige a aquella a la que más se parecerá: amante desesperada de Dios, encantadora, con rasgos histriónicos, política intuitiva y fundadora. ¿Quién otro de todos los santos que Concha conocía era el más indicado para comprender lo que sucede en su alma y llevarle el mensaje a Dios? Así que se pone a escribirle también: ¡Oh, gran Teresa!, hoy es tu día y mi corazón henchido de gozo se te ha consagrado con inmensa alegría. Yo te amo mucho por lo que amaste al Señor y por el bien que hace a mi alma tu lectura. Al consagrarme a ti quiero ser tu hija; quiero ser tu amiga, y como tal mis confidencias serán para ti [...] Quiero ser de Jesús como tú. La última, sí, la última de sus hijas, pero de Él para siempre [...] Los afectos de mi familia son grandes, muy grandes, pero no bastante para llenar las aspiraciones de mi alma. Quiero que la consuma el amor a Jesús, aunque muera en la fuerza del amor [...] Gracias a estos desbordamientos, las piezas de su vida interior comienzan a ajustarse. Va a ser un camino largo y trabajoso en donde Concha cambiará de estado anímico, amará y sufrirá intensamente y se sentirá abatida, pero nunca abandonará el camino. El proceso se ha LA GACETA 16 puesto en marcha y nadie lo detendrá. Bendita pasión la que la devora. Pasarán muchas cosas, pero desde ese momento Concha está acompañada. Su amado va con ella y no la abandonará. Ha descubierto lo que Santa Teresa, gracias al padre Osuna, descubrió en los momentos más críticos de su proceso interior: que la oración es “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. Concha será más audaz. Dirá, porque así lo dicen sus cartas, que es tratar de amor. Desde entonces no cesará de contarle a Jesús todo lo que le sucede y de decirle todo lo que lo ama: Por las tardes, al oscurecer, me iba a la iglesia de San Juan de Dios, y ahí cerquita del Sagrario desahogaba mi pecho cerca de Jesús [...] Le escribía a mi Jesús cartas muy tiernas que le iba a leer al Sagrario. Unos pliegos que les puse “Cinco minutos a los pies del Tabernáculo” también iba a meditarlos cerca de Él. En esos cinco minutos a los pies de Jesús, no sólo es Concha la que habla. A veces escribe lo que cree que Jesús piensa. Su pasión, su agradecimiento por el amor que se expresa en las llagas y el corazón de Jesús, cede sitio al sentido reparador y culpabilizante de su época: “¡Ay, hijita —escribe en una carta como si fuera Cristo el que se dirige a ella— ya me cansan tantos pecados! Es preciso contrarrestar esos crímenes. ¿Cómo? Desagraviando mi Corazón con tus sacrificios y tu amor; ofreciéndote como víctima. ¿Qué no lo harás por tu Jesús? ¿No lo espero de ti?” —para después ceder nuevamente al aspecto amoroso y agradecido que tiene el ancestral culto al corazón de Jesús—. “No olvides que necesito almas, almas, muchas almas amantes para calmar mi sed... Necesito muchas virtudes, sacrificios y sobre todo mucho amor. Ya sabes que de eso vivo Yo”, y, después, moverse en una ambigüedad: entre el agradecimiento y la deuda, que insinúa ya su profunda intuición mística: hay que amar como Cristo: “¡Ánimo! Yo te ayudaré y la recompensa que te guardo sólo Yo la sé. Acuérdate que Yo te quiero mucho; que he muerto por ti; estoy en este tabernáculo y nada te detenga para inmolarte por mí”. SUMARIO SUMARIO Hermann Broch: el ángel acosado y su doble oficio 3 Martin Lüdke l es, sin duda, el más clásico entre los clásicos de la modernidad: Hermann Broch, muy citado y apenas leído. De todas las grandes figuras en la historia literaria de este siglo, como Kafka, Proust, Joyce o Musil, incluido Thomas Mann, él ha quedado hasta nuestros días como el menos conocido. Durante toda su vida llegó siempre a escena con un pequeño pero decisivo retraso. El destino, podría decirse, pero en parte él mismo tuvo la culpa. Pues nada perjudica más a un autor que, como juicio analítico —ya sea entre la crítica o entre el público lector—, tener la reputación de ser inteligente. Apenas esto se divulga, sus libros son tildados de “difíciles” y relegados a un rincón impunemente. Hace mucho que la lectura ha degenerado en una distracción para el tiempo libre, y alguien como Broch, que se toma la literatura en serio, es propiamente culpable. No obstante tuvo también mala suerte. Cuando en 1945 la editorial Pantheon de Kurt Wolff sacaba a la luz en Nueva York una edición simultánea en alemán e inglés de su llamada obra capital, esa epopeya un tanto áspera y extensa titulada La muerte de Virgilio, entonces la guerra recién había llegado a su fin y la mitad de Europa se hallaba en ruinas y parecía que a Broch, tras largos años de incansable labor en medio de las condiciones más difíciles y hasta denigrantes, iba a cumplírsele un modesto y legítimo deseo: poder vivir sin preocupaciones financieras del fruto de su trabajo, de los ingresos de sus libros. El éxito se programó por anticipado. El ocho de julio de 1945 aparecía en primera plana del New York Times Book Review, en grandes titulares, una entusiasta crítica, “A Poet’s Last Hours On Earth”. Una presentación de esa índole garantizaba —y garantiza aún en nuestros días— el éxito de un libro en los Estados Unidos. No solamente porque el New York Times sea muy leído, sino más É bien porque arrastra tras de sí a los otros diarios desde Seattle hasta Nueva Orleans. Pero, como siempre, aquí Broch fue víctima una vez más de la mala suerte. El comentario de Marguerite Young llegó al periódico; el New York Times, en cambio, no llegó a la calle. El periódico no fue distribuido a causa de una huelga, y sólo un puñado de personas pudo leer el artículo. ¿El destino? Algo similar en esencia le sucedió con su trilogía Los sonámbulos. Cuando el tercer y último tomo, Huguenau o el realismo, estuvo finalmente concluido, tras una larga y penosa faena de reelaboración, tocaba ya a las puertas el Tercer Reich. Broch decía: “No soy un pesimista, pero me estoy acostumbrando a la idea de que Los sonámbulos no podrán alcanzar el éxito literario”. Finalmente, así sucedió. Y así ha permanecido hasta hoy. Su editor, y más que nada, su amigo Daniel Brody expresaba con rudeza: “Todas esas brillantes críticas aún no han hecho caer en la red ni a un solo comprador”. Aun en la actualidad, cuando varios de sus contemporáneos, hoy mucho LA GACETA 17 más afamados, lo colocan a la altura de los más célebres, Broch continúa siendo una suerte de misterio. Todavía en marzo de 1950 su hijo le escribía desde Viena, su ciudad natal: “Tú aquí sigues siendo una celebridad desconocida a la manera del bienamado Dios: se sabe que algo reina ahí en lo alto, tras las nubes, pero con exactitud, nada se sabe”. Actualmente el asunto cobra un cariz bien diferente: el prejuicio de que es difícil y también algo aburrido ha llegado a filtrarse hasta en la enseñanza general. La cuestión es que Broch siempre estuvo rozando la fama muy de cerca sin poder llegar nunca a ella, y quizás le hubiese sido otorgado el premio Nobel de no haber muerto tan prematuramente, con sólo 64 años, el día 30 de mayo de 1951 durante el exilio en los Estados Unidos. A causa, oficialmente, de un paro cardiaco, pero como resultado, para ser exactos, de un permanente exceso de trabajo que duró en definitiva toda su vida. Broch se propuso siempre muchas cosas, mucho trabajo que se echó a cuestas, y también mucho que se dejó endosar; y por si fuera poco, hizo siempre su entrada —¿tal vez por eso?— con ese SUMARIO SUMARIO pequeño pero decisivo retraso. Alguien galardonado posteriormente con el Nobel, Elias Canetti, quien lo conociera en Viena a principios de los años treinta (y quien tal vez le deba bastante) habla de él en su autobiografía. Habla de su nobleza, de su vasta cultura y de su encanto personal, de su inagotable altruismo y la otra cara de éste, su increíble desamparo. Escribe Canetti: “Cada encuentro era para él un riesgo, pues luego ya no podía sustraerse a él. Para zafarse, precisaba de gente que esperara por él en alguna otra parte”. Por eso siempre andaba con prisa, continuamente acosado. “Se aseguraba el camino que lo llevaría de uno a otro; se preparaba para recorrerlo con prisa [...] El apuro en que siempre se le veía cuando uno lo tropezaba casualmente en la calle era su única salvaguardia. Sus primeras palabras eran: ‘Tengo prisa’, y aunque lo decía en lugar del saludo, siempre lo hacía en un modo amable. Movía los brazos, sus recortadas alas, como queriendo elevarse en un vuelo, los sacudía un par de veces para luego dejarlos caer desalentado [...] En algunas ocasiones lo seguía con la vista hasta que se perdía en alguna calle: su esclavina se levantaba al viento cual dos alas. Todo esto parecía ser algo muy rápido sin que en realidad lo fuese.” Es probable que la economía de esta forma de desplazamiento sea difícilmente reconocible a primera vista. Canetti, con fino olfato, percibe lo afectado de esta conducta, si bien por motivos comprensibles declara inocente la necesidad existente en su trasfondo. Es decir, que lo que obligaba a Broch a ese andar siempre de prisa era algo más que una simple disposición psíquica. Tratábase de un intento por encarar tensiones y antagonismos, por vivir con contradicciones pero sin ocultarlo. Era el intento por permanecer a la altura de los tiempos. En una ocasión él mismo expresaba: “Hay algo que sí comparto con Kafka y Musil: ninguno de los tres poseemos una biografía propiamente dicha; hemos vivido y escrito, eso es todo”. En esto tiene razón, aunque en realidad él sí vivió una vida dramática, tanto por su origen como por su capacidad, sus intereses y, no en última instancia, impelido por las circunstancias históricas. Hermann Broch nació el primero de noviembre de 1886 como hijo de un encumbrado judío moravo, surgido desde las condiciones de vida más pobres. El padre había adquirido algunas fábricas, hilanderías, en fin, un pequeño imperio en la industria textil austriaca. Un clan no por próspero menos difícil. En 1949, en mirada retrospectiva, Broch escribía a su hijo: “Provienes de una familia gravemente neurótica. Un abuelo maniacodepresivo, incontenible y apático, con algunos destellos de genialidad; la abuela, una neurótica obsesiva de primer orden y, por si fuera poco, de escasa inteligencia, con manías de poder, terca y vanidosa. Podría describir en detalle la situación psicológica de la LA GACETA 18 familia y no dejaría de ser interesante; asimismo, de los Schnabel-Broch, en cada una de sus épocas, podría escribirse toda una serie de novelas Rougon-Macquart, una estampa infernal de mezquindad bondadosa y amorosa vileza”. De bondad o amor sólo se percibe muy poco de vez en cuando. A fines de los años veinte, cuando ya Broch había salido victorioso de sus tan frecuentes “escaramuzas de retirada” y las fábricas habían sido vendidas, su hermano intentó escamotearle la herencia paterna. Más bien predominaban la mezquindad y la vileza. La familia fue surtida con la herencia y para él no quedó nada. No obstante, Hermann se sintió liberado: se había convertido en escritor. En Los sonámbulos, libro que vio la luz por esa fecha, se muestran, si bien de un modo para nada autobiográfico, claros vestigios de su vida. Por otra parte, jamás consiguió desasirse totalmente de la familia. Durante toda su vida se consideró como víctima de la “crianza en una rancia familia judía”. A Kind gehört gestraft (expresión que en español, en traducción un tanto libre, equivaldría a decir: “Los niños son hijos del castigo”), era ésa la máxima favorita del padre, la cual determinó toda una educación encaminada hacia lo pragmático: Realgymnasium (instituto de bachillerato con predominio de una enseñanza orientada principalmente a las ciencias naturales), sin nada de latín, de griego ni de arte (profesión que nada daba), luego la formación como ingeniero textil y por último la incorporación a la empresa familiar. De este modo llegaría a trabajar con éxito y reconocimiento como director de la hilandería de Teesdorf; ascendería de la noche a la mañana a la condición de “dignatario industrial”, convirtiéndose “en eso que llaman un capitán de industria”, pero quedando, al parecer, “prisionero para toda la vida”. Durante el día trabajaba en la fábrica y por las tardes y las noches (entretanto ya se había casado) continuaba enfrascado en sus estudios sobre temas lógico-matemáticos primero y también filosóficos después. Cuando le fue posible asistió a conferencias en la Universidad de Viena o recibió clases de latín, y continuó siendo un autodidacta de por vida, hecho éste que trató de compensar con una avidez de trabajo insaciable. SUMARIO SUMARIO En una carta a Kurt Wolff fechada en 1942 justificaba sus penurias de tiempo alegando que se trataba de una “agotadora y tenaz lucha contra el propio diletantismo”, una “servidumbre” que, “al margen del quehacer en la universidad, lo ataba a la máquina de escribir durante casi 14 horas diarias”. No era exageración; solamente la amplia correspondencia, que él llevaba muy concienzudamente, excede, sobre todo en los años de exilio, cualquier volumen de trabajo normal. Puede decirse con todas sus letras que Broch se inmoló escribiendo. (Su correspondencia con Volkmar von Zühlsdorff es una muestra de la seriedad con que asumió el “deber metafísico” al que se veía sujeto.) Jamás prescindió de su “doble oficio” ni de las “terribles fatigas” vinculadas a él. De este modo consiguió eludir decisiones e ignorar alternativas. Una debilidad personal, es cierto, pero que al mismo tiempo constituye el fundamento de su fuerza, de su importancia. Su “ambición por unificar todo” se manifiesta allí de alguna manera. En una tardía carta a Waldo Frank, con fecha 12 de enero de 1950, señalaba este dilema: “El escribir novelas me resulta tan fácil que se me dificulta. Los conocimientos que me interesan yacen en un nivel demasiado profundo como para ser expresados en forma de novela, y si bien aparecen en mis obras —no hay ser humano capaz de librarse del todo de sus problemas, y éstos lo persiguen a uno en todas sus manifestaciones—, lo que les hago con incluirlos no es más que una injusticia”. Y continúa diciendo: “Cuando me dedico a la filosofía política o a la teoría del conocimiento, cumplo entonces con las responsabilidades que me son impuestas tanto ante mí mismo como ante mi trabajo o ante el mundo; en cambio, al escribir novelas percibo una total falta de responsabilidad. Y ahí radica todo, en el sentido de la responsabilidad que se posea”. Con esto ya ni siquiera admite a Joyce; cuando más a Kafka, y eso porque a este último “le preocupa un bledo lo técnico-estético y en su lugar echa mano a lo ético justamente por su raíz irracional”. Su manera de pensar —y obrar—, radical y consecuente, llega a ser impresionante. No existe otro poeta de este siglo que consiguiera discernir el dilema con mayor claridad, ninguno lo describió con mayor rigor. Respecto del exceso de trabajo en Huguenau o el realismo, le escribía a Daisy Brody, esposa de su editor: “No hay duda de que el ejercicio de la poesía tiene sus inconvenientes. Y no se trata solamente del constante temor que siento a que los escollos externos menoscaben su calidad (eso sería infundado), sino que un temor de esa naturaleza se sustenta en motivos mucho más profundos: hacer poesía es pretender conquistar el conocimiento a través de la forma, y un nuevo conocimiento sólo podría nutrirse de formas nuevas [...] La poesía que no implique un nuevo conocimiento habrá perdido su propio sentido y, por tanto, vería necesariamente disminuir su calidad, lo cual la convertiría en algo que, tanto por razones externas como internas, jamás debió haber sido escrito. La nueva forma, por el contrario, significa un mayor distanciamiento del público, algo no comerciable, pero además, ha de ser el viraje hacia un camino que ya ha sido vallado por Joyce”. Así es. Broch se movió desde un inicio en los marcos de este dilema, y lo hizo desprovisto de todo compromiso. Esto lo diferencia de esos artistas del entretenimiento en nuestros días, lo cual a su vez le reporta muy pocas simpatías. Las insuficiencias de la filosofía lo llevaron a la literatura; las insuficiencias de la literatura lo hicieron retornar siempre a las ciencias, a la filosofía. Broch, por momentos, trasmuta los acentos, pero si lo LA GACETA 19 vemos en conjunto, se observa en él un intento por hallar un equilibrio a esta polaridad. La tensión se convierte así en el motor de su quehacer. Consumió 10 años bien contados, 10 años de intensísima labor en su Teoría de la locura de masas, de la cual sólo dejó fragmentos (una empresa comparable a la de Canetti en Masa y poder, y a los estudios sobre “Autoridad y familia” del Instituto de Investigaciones Sociales), y al mismo tiempo escribió La muerte de Virgilio, ese relato breve, fabuloso, que devendría más tarde la monumental epopeya del mismo nombre. Continuó trabajando en Los inocentes, ese ciclo de relatos relegado hasta hoy a un segundo plano. En realidad, escribir novelas le resultaba muy fácil; podía cuando quería, sólo que a la hora de narrar nunca quiso olvidar los escrúpulos que le inducían a formularse una pregunta tan sencilla como legítima: “si todavía hoy la poesía es lícita como expresión de la vida”, en presencia de un mundo que se ha desquiciado y vuelto además “complejo en tal extremo”, que está obligado a desintegrar definitivamente la “forma tradicional de novela”. Si la novela pretendía “subsistir como género artístico” habría de llegar “a una transformación autodesintegradora”. Este comentario suyo, referido a Los inocentes (1949), una suerte de profesión de fe poética, describe asimismo la progresión de Los sonámbulos (1932). Tres periodos: Pasenow o el romanticismo, 1888; Esch o la anarquía, 1903; y SUMARIO SUMARIO Fue en Viena donde se puso de manifiesto lo que al cabo significa el encubrir la miseria con riqueza; allí, durante su espectral periodo de postrero esplendor, se hizo más evidente que en ningún otro momento o lugar: un mínimo de valores éticos debía quedar encubierto por un máximo de valores estéticos, que, por cierto, no eran tales ni podían serlo, ya que un valor estético no surgido desde una base ética constituye precisamente lo contrario, es decir, kitsch. Y como capital del kitsch, Viena devino también metrópoli del vacío de valores de una época. Huguenau o el realismo, 1918. Tres figuras que, de tres maneras diferentes, se las entienden —o han de entendérselas— con los conflictos de su época, con la desintegración de formas de vida tradicionales. Lo que comienza con Pasenow, la historia del prusiano aristócrata, en un estilo todavía a lo Fontane, entrañable y casi ceremonioso, transita luego por el vago presentimiento de un nueva época y las esperanzas que Esch, el simple empleado, cifra en América cuando le obligan las circunstancias, hasta desembocar en Huguenau, donde todo eso va a cederle paso a una valoración desapasionada. Este último se escabulle con habilidad y maña, sin el más mínimo escrúpulo moral, en medio de los desórdenes de una época: el último año de la primera Guerra Mundial. Cuando el hambre aprieta, primero están los dientes que los parientes. Centradas en la historia de estos personajes, las tres novelas describen —al principio de modo apenas perceptible— la “desintegración de los valores”, el gran tema de Hermann Broch, uno de los que lo ocupó durante toda su vida, lo mismo en sus relatos que en sus novelas, en los ensayos y los dramas, en su quehacer teórico y literario. En Los sonámbulos, este motivo se va imponiendo cada vez con mayor fuerza, también desde el punto de vista formal. Lo que se inicia con Pasenow a modo de relato convencional, concluye con Huguenau en una “transformación autodesintegra- dora”: una reflexión en torno a la desintegración de valores. Esta idea fundamental determinó sin excepción toda la obra de Broch. En ella caben lo mismo su teoría de la locura de masas como su gran ensayo sobre “Hofmannsthal y su época”, sus análisis del kitsch y sus investigaciones acerca del mito. El hallazgo teórico devenido génesis práctico de la labor narrativa, que a su vez ha ido a establecerse en los límites de los conceptos. La desintegración de formas de vida inveteradas provoca reacciones irracionales. Es ahí donde se refleja la desintegración de todos los valores conservados. Los personajes de Broch han de vérselas con el miedo, la soledad y la indiferencia. Teoría y poesía se compenetran; de otro modo sería imposible comprender la “estructura irracional” que, a juicio suyo, “sirve de base al oficio de poeta”. Como racionalista consecuente que era, Broch pretendió despojar de sus marcos psicológico-individuales a la máxima de Freud, “allí donde estuvo el Ello, ha de devenir el Yo”, e interpretarla como tarea social. Se enfrascó en la tentativa casi paradójica de fundamentar éticamente la autonomía de lo estético. Desde una postura crítica, surgen de esa tesis magníficos juicios, sobre todo acerca de la Viena de entre siglos: “Si alguna vez la miseria quedó encubierta por la riqueza, fue entonces”. Con esta agudeza se inicia el ensayo “Hofmannsthal y su época”. LA GACETA 20 Muy cierto. Sólo que nosotros hemos seguido avanzando por esta senda como si tal cosa, y entretanto el kitsch ha llegado a ocupar a escala universal el sitio del arte. Los diagnósticos de Broch exhiben hoy día su condición profética. El mundillo de la literatura, incluidos el público y la crítica, recompensa para siempre la inteligente renuncia. Quien asume la doble carga del “doble oficio” es propiamente culpable. Al menos para el escritor, el trabajo de las ideas y el empeño no implican ninguna recompensa, y después de todo es más cómodo prescindir de ese voluminoso y pesado lastre que son la teoría y la reflexión. Quien trabaja duro de día, por la noche tiene derecho al asueto, sin duda. Pero eso de que el arte, como creía Broch, tiene algo en común con el conocimiento, es ya harina de otro costal. ¡Sea! Broch, al cabo de 115 años de su natalicio y 50 de su muerte, seguirá siendo un clásico, célebre e ignorado. Él, personalmente, nunca creyó que las palabras obrasen milagros. Texto tomado de Der Spiegel. Traducción de José Aníbal Campos SUMARIO SUMARIO Ramón Xirau y la poesía 3 José María Espinasa s frecuente que los ensayistas que nos hemos ocupado, desde muy distintas disciplinas y miradas, de la obra de Ramón Xirau señalemos como esencial su poesía, condición sine qua non de todo el conjunto, y tal vez se hace esto pensando en que una obra tan diversa, que incluye desde su Historia de la filosofía hasta sus Epígrafes y comentarios, la cohesión la mantiene una actitud ante la creación como vida, cuya unidad es el hombre. Tal vez por eso Adolfo Castañón y Josué Ramírez abren el libro antológico que hoy nos convoca con un poema-epígrafe, como pórtico a la selección de ensayos sobre poesía iberoamericana. Es inevitable, también, que su labor como lector sea parte de esta obra, ya que el que de verdad lee no concluye su gesto en la última página del libro, sino que busca compartirlo. Así puedo imaginar sin dificultad a Ramón Xirau, que ha terminado de leer un libro de Alfonso Reyes, irrumpir en medio de una clase sobre la dialéctica hegeliana con una breve cita de un poema culinario del autor de El deslinde, de la misma manera que lo recuerdo en una conferencia que interrumpió para preguntar cómo iba el marcador del Holanda-Alemania. Lo que se cocina, o lo que se conoce en la poesía, es la vida misma: él lee como respira, y a lo largo de los años ha respirado y leído muchas veces. El que lee a los 20 años y lee a los 70 es y no es el mismo, como las aguas de Heráclito mezclándose con las de san Agustín. No deja de llamarme la atención que un libro tan claramente ensayístico sea a la vez tan autobiográfico, tan coherente a lo largo de los días y las páginas. Las aquí reunidas no son todas, mucho menos son representativas (esa obsesión tan propia de quien no lee), pero su mirada sí es abarcadora. En el libro los poetas mexicanos son mayoría y Octavio Paz ocupa unas ¿100 E páginas? Es lógico, Ramón vive y escribe (y lee) en México, no lo hace por ningún afán nacionalista —está vacunado por medida doble frente a las quimeras de la ideología—, sino por una necesaria elección que no por necesaria deja de ser un acto de libertad, pero también porque sabe que las raíces del poeta son sus ramas, son los brazos que lo hermanan no por la sangre sino por el espíritu. Por eso el libro es a la vez un documento de pertenencia y una vocación de universalidad. Conocimiento y poesía, reunidos en el título del libro, son dos términos que se relacionan gracias a una conjunción clave, puente y abismo sobre la que alguna vez Eduardo Nicol reflexionó con tino en su ensayo “Poesía y filosofía: el problema de la y”: el entre, que subraya la condición temporal más que matemática de la conjunción, se debe a que esa temporalidad es simultánea, una de las formas más complejas de la duración: pensar la poesía es conocer, y conocer es ejercer la crítica. Al final de su libro, Xirau traza un sintético panorama de las disciplinas, teorías y autores que han prevalecido en la crítica del siglo XX, y sin embargo, a él —crítico en sentido más lato— no se le puede identificar con ninguna y es obvio que las conoce, cambia, sin necesidad de justificarse, tanto de sistema como de parámetros, y crea un espacio de la crítica que es el más plenamente ensayístico. Esto es muy importante: podríamos, si tuviera algún sentido, calificar a Ramón Xirau de un profesional de la filosofía, pero como crítico su obra apunta a una imposibilidad de la profesionalización, es decir, la conservación de un impulso debido al gusto y al amor por lo que se hace, por ejemplo leer. Para esto tenemos que revisar un poco la génesis de este libro: en él se reúnen ensayos de otros títulos muy diversos, como las páginas de un diario de viaje. Al autor seguramente se los solicitaron revistas y LA GACETA 21 periódicos, o las necesidades de su labor docente y la redacción de algunos ensayos, pero siempre están escritos desde lo que —con un arrebato inevitablemente cursi— el hoy injustamente olvidado Roland Barthes llamó “el placer del texto”. Y ese placer es lo que le da al final coherencia al teatro sobre el viento armado, o sobre la página que es más efímera aun que el viento. Es decir: muchas veces un ensayo se escribe sin que el autor sepa que lo está escribiendo, se le pide una reseña sobre un libro, se ocupa de algún tema específico en la obra de un autor, reflexiona sobre sus nexos con otros poetas y comenta un ensayo crítico o una biografía, y de pronto allí están, a veces repartidas en distintos lugares, las partes de ese todo que no sabíamos que existía. Son testimonio de una fidelidad, como ocurre de manera manifiesta en los ensayos sobre sor Juana y sobre Octavio Paz. No buscan, los ensayos, agotar a un autor (tarea que no conseguirían nunca y en cambio sí agotarían al lector), sino pensar en voz alta, dialogar con esos interlocutores imaginarios que siempre son irreales, aunque se llamen amigos, colegas, alumnos o simplemente lectores. Cada que se refrenda o reafirma la lectura de uno de “nuestros” autores (las comillas son para matizar la pedantería) se vuelve sobre el legendario gesto del “decíamos ayer” que suprime no el paso del tiempo sino la infidelidad que concita. Si no son ensayos de un profesional, con los defectos usuales en esos casos, menos aún son los de un especialista, debido a que justamente no cierran el marco de interpretación sino que lo abren. Así puede, sin problemas, encontrar en un mismo autor ideas contradictorias y hacerlas complementarias, a la vez que sostener una tercera posición, tan antitética como admirativa. Quisiera subrayar ciertos paralelismos en el concepto de lo iberoamericano. SUMARIO SUMARIO Le interesa enormemente, ya se dijo, la tradición mexicana, de la que se apropia pronto, y en la que autores como sor Juana, Othón o González Martínez le resultan centrales. También se apropia de la española: en sus trabajos sobre Juan Ramón, los poetas del 27 y José Hierro, justamente donde nace un paralelo con lo que escribe de Contemporáneos y Paz. En otro lado, hablando también de Xirau, he mencionado que ese paralelismo no es sino la evidencia de que son el mismo viaje, como lo serían Vallejo y las vanguardias latinoamericanas, pasando por Borges hasta llegar a Rojas o los poetas concretos brasileños. No se trata de un libro de historia sino de huellas, de calas armonizadas en el discurso sin renunciar a su natural discontinuidad. Es curioso cómo se reencuentra con libros tan distintos, pero a los que sirve de apostilla y corrección, como Los hijos del limo de Paz y La máscara, la transparencia de Sucre. Mapas, recorridos, itinerarios, asombros instantáneos y fidelidades mantenidas a lo largo de los años, todo toma parte en el juego combinatorio de esa aventura colectiva de la poesía. Volver relato lo que es revelación no sólo es trabajo de la narrativa, también del ensayo. ¿A qué me refiero con esto? Veamos, por ejemplo, los ensayos sobre Paz. Es evidente que el seguimiento de la obra del gran poeta, su amigo y en muchos sentidos maestro, se da como un texto coherente cohesionado por la constancia, como se señaló antes, pero también por una confianza en ese libro que a la manera talmúdica escribimos entre todos, o mejor dicho leemos entre todos. Por eso algo tienen de escolios, de anotaciones al margen, en las que se discuten ideas, se confirman coincidencias y se proyectan otras lecturas. En efecto, se trata de un todo compuesto de fragmentos que no aspiran a totalizar sino relativizar el juicio, evitando su absolutismo dogmático. Por eso lo que antes se definió como mesura se transforma en estrategia del texto: se habla en voz baja para que se entienda mejor lo que se dice y para conocer mejor aquello de lo que se habla, la poesía. En distintas ocasiones, incluso hace unos días para el periódico La Jornada, Xirau señala que no ha podido escribir sobre Antonio Machado porque lo sien- te demasiado suyo, y aquí quisiera invertir alevosamente la ecuación y decir que escribe mucho sobre Octavio Paz no porque lo considere “demasiado ajeno”, sino demasiado otro, y se sabe que tanto para el autor de Libertad bajo palabra como para Xirau, lo otro, el otro, la otredad son valores positivos. Y, casi está de más decirlo, ambos sabían que la otredad no está en los extraterrestres sino en el prójimo, ese otro que lo es en buena medida para permitirme a mí ser yo, o ser otro pero a la manera de Rimbaud. Quiero subrayar, ya lo hice antes, pero ahora lo hago de nuevo, que este libro se hizo en el tiempo pero parece escrito de un plumazo, como dice la expresión popular. ¿Cómo imagino un plumazo? Entiendo que es equivalente de “en una sentada”, “de un jalón” o en “una sola emisión de voz”, pero pienso más en esa pluma, fuente desde luego, que deja caer una mancha sobre la hoja, mancha que, como en la caligrafía oriental o en las pinturas de Michaux, se transforma en escritura. La síntesis del poema entre el instante y la duración se traslada aquí al ensayo. ¿Cuál es entonces la diferencia con libros como Los hijos del limo y La máscara, la transparencia? Diría que Entre la poesía y el conocimiento es menos conclusivo, está en una disposición más abierta, maneja ideas y conceptos pero no tesis, y no por ello pierde rigor. A su vez —desde luego— se le notan mucho más las costuras y remiendos (tal vez “de un plumazo” signifique en un solo corte de tela o de película cinematográfica). El trabajo de rompecabezas o mecano literario, debido a Adolfo Castañón y Josué Ramírez, abunda en esa condición de diálogo de su escritura; conversación que, como bien sabía Blanchot, no concluye, lo que quiere decir que resulta infinita. Otra de las figuras tutelares en el libro, junto a la de sor Juana y Paz, es la de Juan Ramón Jiménez. Es lógico, junto al poeta mexicano, es la figura central para su generación y una de las voces más importantes en el siglo XX, maestro colérico de sus destacados alumnos del 27, pero también de poetas en su cauda, como el propio Xirau, y un interlocutor otro para nuestra modernidad. Porque Xirau es un crítico plenamente moderno por más que su eclecticismo parezca remitirlo a un estilo impresionista, que LA GACETA 22 —por cierto— acepta de buena gana. Moderno no quiere decir (o no solamente) que esté al día en lo que a metodologías y autores se refiere, que lo está, ni que está a la moda (que no lo está tanto) sino que es contemporáneo de sus lecturas. Los textos reunidos, es cierto, no incluyen ensayos sobre escritores posteriores a los años veinte, un poco tomándose él mismo, que nació en 1924, como límite, pero existen suficientes como para armar otro volumen similar sin menoscabo de la calidad y con la misma proyección histórica. Quiero decir con esto que no le ha tenido miedo a entrar en la discusión más inmediata y a defender valores aún no establecidos —hace unos meses un escritor argentino me preguntaba por qué a los mexicanos nos gustaba tanto Juarroz; al leer el ensayo incluido en este libro pensé: “por eso, porque hay gente que lo ha leído muy bien”—. Más incluso: los valores se establecen a cada momento. Pongo por ejemplo de nuevo a Juan Ramón Jiménez. Ningún poeta iberoamericano que haya empezado a escribir en los años cincuenta quedó libre de su influencia; por el contrario, los nacidos en esa década lo leyeron poco y más bien como obligación escolar —no al poeta de Espacio sino el de Platero y yo—, mientras que a principios del siglo actual Jiménez vuelve a ser lectura y referencia obligada. Esto se debe a un espíritu crítico como el que ejerce Xirau, un proceso a la vez de conocimiento y despojamiento de la información para pasar a la médula, a la esencia. La fortuna de un libro así es, pues, mayúscula. Si Ramón lo hace con sus autores, nosotros también debemos hacerlo con él: son textos para la relectura, en los que se establece ya una condición de cómplice en el mejor sentido, de familiaridad, de pertenecer, más allá de las diferencias, al mismo discurso, al mismo curso, ése en el que tal vez lo que se mueva no sea —como en el río de Heráclito— el agua sino las orillas. • Texto leído el 20 de marzo del 2002, en la presentación del libro de Ramón Xirau Entre la poesía y el conocimiento, realizada en la librería Octavio Paz del FCE. SUMARIO SUMARIO Los archivos de Reyes y González Martínez 3 Leonardo Martínez Carrizales Fragmento del prólogo que encabeza la Correspondencia de Alfonso Reyes y Enrique González Martínez, de próxima publicación en el FCE dentro de la colección Biblioteca Americana. omo todos lo recordamos, don Alfonso invirtió casi un tercio de su vida en el servicio de la diplomacia de México, entre 1913 y 1939, con algunas breves interrupciones debidas al mecanismo que es propio de las sustituciones y los enroques de los cargos diplomáticos. Una vez establecido en la capital del país, Reyes consagró buena parte de sus empeños intelectuales y de sus energías físicas a la administración de su obra literaria en obediencia de un plan concebido varios años antes de su retiro diplomático, y cuya culminación es la edición de sus Obras completas. Una tarea rendida en 20 años que tiene el carácter de la creación literaria —por ejemplo, Reyes escribiría en este periodo la mayor parte de las páginas dedicadas a su afición a Grecia—, pero también el de un archivo y la disposición de C una herencia cultural. De las Obras completas quedó fuera —entonces y aún hoy— la publicación de su copiosa correspondencia; una enorme acumulación de papeles postales que Reyes organizó —no sabemos con certeza hasta qué punto— en los años mexicanos del final de su vida. Prueba de esto es el epistolario del regiomontano con Enrique González Martínez. En seguida, se cuenta la historia de este expediente en el archivo documental de Alfonso Reyes. El poeta Enrique González Martínez murió en su domicilio de la Colonia del Valle el 19 de febrero de 1952. Inmediatamente, el medio cultural se congregó en torno a la familia del poeta, mientras el Estado y el gobierno de la República se preparaban para rendir homenaje al escritor y la prensa se apresuraba a dar cuenta de las reacciones públicas que el fallecimiento había suscitado en diversos sectores de la sociedad. Se trata de una manifestación colectiva de tal envergadura que no puede explicarse sólo como efecto de la cortesía ni como reflejo de las obligaciones del gremio ante uno de sus integrantes. Entre las reacciones desencadenadas por la muerte de González Martínez, nos interesa particularmente la convocatoria que Alfonso Méndez Plancarte lanzó desde la revista Ábside. La convocatoria de marras se dirigía a los escritores mexicanos que hubiesen intercambiado correspondencia con el poeta muerto, pidiéndoles que enviaran a la revista los documentos al respecto; así, se iría constituyendo, conforme a los envíos, una “estela” de palabras cordiales en memoria del poeta. Ábside se comprometía a ser el vehículo de esta manifestación póstuma de la amistad. Estamos ante un acto relacionado con las manifestaciones públicas de duelo propias del catolicismo, pero también, y sobre todo, un gesto social portador de sentido entre los personajes de la literaLA GACETA 23 tura mexicana. Un gesto de carácter público, pertinente en la administración de los bienes propios de una comunidad literaria. El editor de Ábside lanzó la convocatoria y la apoyó con el ejemplo: publicó las cartas que González Martínez había remitido a su hermano, Gabriel Méndez Plancarte, fundador y primer director de la revista, y a sí mismo. Algunos más secundaron esta iniciativa y la “estela” comenzó a formarse. Entre los corresponsales de Enrique González Martínez que acudieron al llamado de Ábside, Alfonso Reyes destaca por la magnitud de su respuesta, pues confió al director de la revista los testimonios epistolares del trato que mantuvo por espacio de 40 años con el poeta fallecido. No guardamos una noticia exacta del origen de la decisión tomada por Reyes. Éste debió conocer, como el resto de los escritores mexicanos sensibles al proyecto cultural de Ábside, el llamado del editor de esta revista. Es casi seguro que Alfonso Méndez Plancarte, con quien mantenía una comunicación constante, nutrida y sincera —un trato que incluso había resistido con fortuna algunas discrepancias noblemente dirimidas—, le haya enviado directamente la invitación en alguna de las tardes en que se daban cita en el número 122 de la avenida Industria, domicilio particular de Reyes. Sin embargo, el gesto del polígrafo no se explicaría sólo por la piedad fraternal o la simpatía con el inquieto editor. Es un hecho que Reyes eligió a la revista Ábside como órgano difusor de, por lo menos, dos proyectos literarios, notables por su largo aliento. Notables no sólo por el número y las características propias de los documentos que dio a conocer en las páginas administradas por el padre Méndez Plancarte, sino también por las consecuencias que tal publicación tuvo en la administración documental de su propia obra y su biografía; celosa administración en la que SUMARIO SUMARIO Reyes estaría empeñado luego de su regreso definitivo a México en 1939, procedente de Río de Janeiro, la última de sus misiones diplomáticas. Hablamos, claro está, de la publicación ya referida de la correspondencia que sostuvo con González Martínez, y la mucho más nutrida que nos informa de su encuentro y colaboración con el hispanista francés Raymond Foulché-Delbosc. En cuanto a la importancia de estos documentos, poco tendremos que comentar si recordamos el curso —tan largo como profundo— del trato que Reyes mantuvo con el hombre del búho y con el director de la Revue Hispanique. Cualquier alegato en favor de la valía de las cartas publicadas por Ábside tendría un balance favorable si sólo se concentrara en relatar circunstanciadamente las experiencias compartidas entre los personajes implicados. Sólo por aludir a un par de puntos en dichas experiencias baste señalar que la correspondencia con González Martínez arroja luz sobre el escenario de la carrera diplomática de los corresponsales, así como también sobre sus convicciones estéticas en torno a la poesía; y la sostenida con FoulchéDelbosc rinde un testimonio todavía inexplorado sobre la educación y los hábitos filológicos de Reyes, templados, ni más ni menos, en los problemas textuales que los poemas de Góngora proponían al editor especializado del segundo decenio de este siglo. Sólo este aspecto sería suficiente para reservar un lugar destacado a esta correspondencia en el terreno de la poesía española e hispanoamericana. A pesar de lo anterior, nos interesa destacar, antes que cualquier otra cosa, el peso acordado por Reyes a esta iniciativa en la economía documental de sí mismo. Nos referimos a una conducta que Reyes observaría al organizar su propio patrimonio literario, en consonancia con una imagen pública templada en su largo periplo diplomático y en los años de su instalación definitiva en México. Hablamos de un capítulo en la vida de Reyes que se caracteriza en el ámbito de lo público por haberse convertido en un consejero de mandatarios y oficinas gubernamentales que puso al servicio de los asuntos públicos una experiencia de primer nivel y una refinada competencia técnica; un administrador generoso de bienes públicos referidos a la educación universitaria y la cultura literaria: conferencista en la Universidad Nacional y en El Colegio Nacional, presidente de El Colegio de México; embajador en retiro y delegado ocasional del Estado en foros internacionales...; en fin, un árbitro supremo de la cultura mexicana, personalidad de nota en una institución social destinada a la administración del patrimonio cultural del país. Esta serie de tareas cumplidas por Reyes como condición necesaria de su reinstalación en la vida pública de México no sólo dejó su impronta en la biografía pública, sino también en el régimen privado de la escritura. Nos referimos a un ejercicio literario que se despliega con la convicción de que el escritor es el ciudadano de una república obligado a rendir constancia y ejemplo ante sus semejantes mediante el aliño de su obra. Y para ello, es obvio, no sólo hay que escribir esa obra, sino preservarla, ordenarla, inscribirla en la vigencia de un orden social, atenderla, contenerla en una tradición. Este empeño reclamaría casi completamente a Reyes durante los años de su definitiva residencia mexicana. Desde nuestro punto de vista, el momento más notable de la conducta conservadora, legislativa y organizadora de Reyes ante sí mismo radica en la planeación y edición de sus Obras completas, cuyo primer volumen data de 1955. A veces se ha juzgado este hecho como un capricho de la vanidad o una medida del cálculo político. El juicio obedece al influjo que dejaron tras de sí los conflictos que se suscitaron cuando Reyes cumplía con esta tarea y estrechaba las manos del sector más influyente de la generación de Medio Siglo; grupo que, como ya lo hemos discutido, había problematizado el proceso de la literatura mexicana. Ni siquiera un hombre como Reyes quedó al margen de las disputas, y parte de ello puede advertirse en una nota de escepticismo en torno de sus Obras completas que desde entonces ha acompañado su desarrollo. El escepticismo ante el escritor que negocia los bonos de su fama pública con el futuro inmediato. Cualquiera que sea su pertinencia, esta explicación incide en una zona del fenómeno que deberíamos explorar de acuerdo con los mecanismos de la representación social de las personalidades y los valores literarios; sin LA GACETA 24 embargo, en los términos de nuestras preocupaciones, este punto de vista resulta insuficiente para dar cuenta de una aspiración que, por lo menos, se remonta hasta 1926, cuando Reyes redactó una misiva dirigida a Genaro Estrada y Enrique Díez-Canedo, mitad juego literario mitad confesión personal, en la que confiaba a los dos amigos más entrañables residentes en cada una de las riberas del Atlántico que más le importaban, México y España, el cuidado y la edición de su obra en caso de fallecimiento. Cualquiera que sea el valor emocional conferido por Reyes —el amigo o el escritor— a este documento, difundido en la quinta serie de Simpatías y diferencias, allí reside un plan general de organización de sus libros que no sufriría modificaciones sustanciales en el proyecto de las Obras completas. La célebre serie de artículos Historia documental de mis libros ofrece un testimonio más de la solidez y la naturalidad con las cuales la idea de organizar su propio legado literario había crecido en el pensamiento de Reyes. Nos parece claro, y lo apuntamos al margen, que esta actitud no sólo es atribuible a la intención de la persona y a las obligaciones de carácter político y social que la institución literaria plantea a sus integrantes, sino que también entran en juego las cláusulas de un código literario según el cual el desarrollo de una obra es paralelo a la formación de la persona que crea dicha obra: un código que atribuye al hecho literario una dimensión moral y normativa, un valor directamente relacionado con la conducta del creador atenida a un modelo. Nos referimos a un aspecto sancionado por la tradición clásica, cuyas normas Alfonso Reyes acató en todas sus consecuencias. La constitución que Reyes hizo de su legado literario luego de 1939 proyecta los valores en los cuales sustentó esta empresa sobre su epistolario personal. El hecho de que aún hoy este corpus no haya merecido un lugar en el proyecto de las Obras completas no quiere decir que no haya tenido un sitio en la economía moral de sus escritos. El cómputo de los hechos que conducen a Reyes a organizar y difundir su correspondencia con González Martínez ilustrará los elementos más notables de la construcción definitiva de la imagen pública de aquél. SUMARIO SUMARIO Dos cartas 3 Alfonso Reyes y Enrique González Martínez México, D. F., 15 de junio [sic] de 1951. Sr. Dr. Don Enrique González Martínez, Adolfo Prieto 715, Colonia del Valle, México, D. F. Mi muy querido amigo: Permítame usar en esta carta un tono mezclado de estilo amistoso y estilo burocrático. El Colegio de México, cuya Junta de Gobierno presido, deseoso en alguna manera de honrarse asociando a su cuadro de labores el alto nombre de nuestro máximo poeta, se atreve a ofrecer a usted la siguiente proposición, cuyo valor es más simbólico que efectivo. Quisiera el Colegio que aceptara usted una modesta ayuda de $ 600.00 mensuales durante el 2º semestre del año en curso, ayuda renovable en principio para en adelante, a cambio de lo cual sólo le pediría que consagre usted algunos ratos de su precioso tiempo a ir organizando la colección de su obra completa, con el destino editorial que usted guste y que a usted le convenga, y sin compromiso ninguno de usted para con nuestra institución. Esperamos con impaciencia su respuesta. Ojalá este ofrecimiento le sea grato y comprenda usted el legítimo interés que nos mueve a solicitar, por nuestra parte, algún reflejo de su merecido prestigio. Muy cordialmente suyo. Alfonso Reyes [Rúbrica] Presidente rrr México, D. F., 19 de mayo [sic] de 1951. Señor Doctor Don Alfonso Reyes, Presente. Mi muy querido y admirado amigo: Su atenta y grata carta del 15 del actual me informa de que El Colegio de México ha querido asociarme a sus labores, de tan alta significación en la cultura hispanoamericana. Un deseo de tal índole enorgullecería a cualquier escritor mexicano o extranjero. Mas la forma generosa con que se me llama a incorporarme a tan ilustre institución y a estar cerca del preclaro presidente de la Junta de Gobierno, hace irrecusable mi aceptación y obliga profundamente mi gratitud. Estoy, pues, a las órdenes del Colegio, y ojalá que me sea dado prestarle servicios más efectivos que los que se me exigen tan delicada y graciosamente. Quedo, con gran afecto, su servidor y amigo, Enrique González Martínez [Rúbrica] LA GACETA 25 SUMARIO SUMARIO García Márquez y Álvaro Mutis: la política y el olvido 3 Juan Gustavo Cobo Borda a obra de Gabriel García Márquez, nacido en 1927, es sin duda el aporte más decisivo de Colombia a la literatura universal en el siglo XX. No sólo la literatura en lengua española, en América y en España, fue alterada por el impacto de su escritura, siempre tan próxima a la poesía, sino que su endiablada capacidad para edificar personajes y fabular un mundo hace que hoy todos nos sintamos orgullosos habitantes —por el pasaporte de su lectura— de un país llamado Macondo. Nocivas paradojas contradictorias de la globalización: cuando todos los países del mundo exigen a los colombianos visa, sospechosos de narcotráfico, todos los países del mundo leen y estudian a Gabriel García Márquez, candorosamente convencidos de que Colombia y García Márquez no son el mismo asunto. Quizás no lo sean del todo, pero la transposición creativa que ha hecho de nuestras realidades, buenas y malas, ha contribuido a enriquecer el mundo. En todo caso, no es de extrañar que estudiemos para el diccionario cuál será el más adecuado de los gentilicios para esa tribu que habita Macondo. Un gentilicio que también debe ser válido en turco, japonés o tagalo. L Pero, en realidad, cuán remoto y anacrónico es ese mundo. Qué lejanas esas guerras civiles y qué aureola de leyenda extinta la que ilumina, simultáneamente, al coronel Aureliano Buendía y a Simón Bolívar. Ese Bolívar carismático y caribe que García Márquez quiso restituir a nuestro lado, con los pies en la tierra, como el heraldo renovado de la utopía, pero que en realidad vuelve a fundir los pescaditos de oro de una ilusión que se muerde la cola y termina por disolverse en la sacralidad del mito. Padre Bolívar que estás en el cielo de nuestras vidas, como lo cantarían Pablo Neruda y Miguel Ángel Asturias e intentaría desmitificarlo en vano Germán Carrera Damas,1 como lo comprobamos ahora ante el renacido ideario bolivariano del coronel Hugo Chávez... Como lo explicó el propio Gabriel García Márquez, en su prólogo a las memorias del expresidente colombiano Alberto Lleras Camargo, sus convicciones políticas se sustentan precisamente en la figura de Bolívar. Al referirse a Lleras Camargo diría: Él vería la Revolución cubana como una punta de lanza del comunismo soviético contra las Américas, y la sola mención de Fidel Castro le causaba escozor. Yo la veía y la sigo viendo como una barrera contra la expansión imperial de los Estados Unidos y me causaba escozor el presidente Richard Nixon y la mayoría de sus antecesores después de Lincoln. El modelo de Alberto Lleras eran los Estados Unidos, y por lo mismo fue su partidario entusiasta. Mi ideal era y sigue siendo un mundo ético. Por consiguiente no tenía un modelo de carne y hueso, sino el idealismo fantasmal de Simón Bolívar [p. 19]. 2 Su ideario político se nutre, en consecuencia, de ese símbolo y de la muy real LA GACETA 26 política adelantada por Fidel Castro en los 40 años de su mandato junto, por cierto, con esa proximidad afectiva que atestigua su retrato de Castro en el prólogo al libro del periodista italiano Gianni Mina.3 Al referirse a Castro dirá en el mismo prólogo a Lleras Camargo: Su visión de la América Latina en el porvenir es la misma de Bolívar y Martí: una comunidad integral y autónoma capaz de mover el destino del mundo [p. 23]. Podríamos pensar entonces en una acción a la vez literaria y política para remozar y volver operante lo que había devenido una retórica única pero ya cansina —are en el mar, siembre en el viento—. El estremecedor Bolívar que veía derrumbarse su sueño, como lo captaron muy bien Germán Arciniegas y Fernando Cruz Kronfly4 en libros anteriores a El otoño del patriarca. Un sueño de integración hecho polvo y ceniza. Desmembrado por las vanidades personales y los intereses localistas, Bolívar terminaba por considerar a esa porción del universo llamada América literalmente ingobernable y natural emigrar a quienes habían intentado darle consistencia y rumbo. Serían castigados por el exilio o debían asumirlo como el único destino posible. Pero siempre renace el terco afán por concretar esa ilusión empecinada. Un continente de hombres libres, bien nutridos en pan y justicia, pero espiritualmente también alimentados por una noción de autonomía. Por una capacidad de elección en relación con su futuro y los caminos para conseguirlo. Algo de eso lo encontramos en su discurso al recibir el premio Nobel o al proponer un desmesurado esfuerzo de pedagogía colectiva para crear, por fin, un mundo al alcance de los niños.5 Pero este mundo es un mundo de doble faz. Una cara de América siempre SUMARIO SUMARIO está vuelta hacia el pasado. Ese pasado que en un primer momento podemos llamar Europa. Dirá en El otoño del patriarca (1975): “Por favor, carajos, déjenos hacer tranquilos nuestra Edad Media”, o en su discurso al recibir el Nobel: La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Pero el presente de sus textos conlleva otros usos de sus palabras. Si bien hoy en día todos los políticos colombianos han saqueado el rico arsenal idiomático de sus novelas para los fuegos fatuos de sus discursos, en realidad la figura Nobel ha sido asimilada y forma parte integral, junto con el café y la cumbia, de nuestro folclor. De sus muy explícitos apoyos políticos al presidente conservador Andrés Pastrana a la incorporación de trozos de su vida a las letras de las canciones vallenatas. Desde su fascinación por los oscuros entresijos del poder hasta el preocupado y sincero afecto por su salud. Todo ello siempre enmarcado por las incontables reediciones de sus libros, incluidas las ediciones piratas. De ahí que facetas de su actividad política comiencen a develarse en las memorias de este fin de siglo. Ya no es sólo el conspirador secreto que cumple misiones confidenciales en causas que requieren del máximo sigilo: desaparecidos del Cono Sur, por ejemplo, bajo las dictaduras militares en Argentina, Uruguay y Chile, sino ruidosos y publicitados compromisos, sean de rechazo a Augusto Pinochet como de apoyo a la Revolución sandinista. Todo ello hace parte de la historia oficial de una América Latina en el siglo pasado, la cual continúa debatiéndose entre democracia y militarismo, entre presencia imperial norteamericana y veraz neoliberalismo de concentración de capitales, altos índices de desempleo y fusiones multinacionales; entre corrupción, ONGS, derechos humanos y afán de justicia; entre Iglesia católica, grupos cristianos, feminismo, culturas urbanas y modernización parcial cuando no trunca.6 Su silueta comienza a recortarse mejor; luces y sombras, sobre el escenario que tantos partícipes dibujan con sus testimonios autobiográficos o sus recreaciones a partir de la ficción. Un primer esbozo surge del honesto y hermoso testimonio de Sergio Ramírez: Adiós muchachos. Una memoria de la revolución sandinista (Madrid, Aguilar, 1999). Para mejor ubicarlo retengamos apenas dos ideas centrales del libro de Sergio Ramírez, expresadas con sus propias palabras. Primero al hablar de los Somoza en Nicaragua dirá: “Vivíamos bajo una dictadura dinástica protegida por Estados Unidos” (p. 80). Ese estado de cosas sería aquel que el sandinismo intentaría cambiar, dando por resultado el siguiente balance, también en sus propias palabras: El nuestro fue un régimen muy democrático, en un sentido nuevo, y muy autoritario, en un sentido viejo. Pasados los años, lo que se llamó el proyecto táctico terminó imponiéndose, como ya dije, y la democracia, ya sin apellidos, ni burguesa, ni proletaria, vino a ser el fruto más visible de la Revolución. La gran paradoja fue que, al fin y al cabo, dejó en herencia lo que no se propuso: el fin del atraso, la pobreza y la marginación [p. 107]. Dentro de este marco se inserta el apoyo de García Márquez al sandinismo; consecuencia natural, por así decirlo, de anteriores iniciativas políticas suyas dentro de América Latina. Van ellas desde su donación a Teodoro Pettkoff y el MAS de Venezuela de su premio Rómulo Gallegos, obtenido en 1972, hasta su apoyo a los gobiernos de Omar Torrijos en Panamá y su lucha por la recuperación del canal y su simpatía por los montoneros en la Argentina. Algo de todo ello puede rastrearse, con sus propias palabras, en su última recopilación periodística: Por la libre (1999), incluidos también sus reportajes periodísticos acerca de las primeras acciones armadas del sandinismo. En todo caso, así retrata Sergio Ramírez —el cuentista y novelista que luego sería vicepresidente de Nicaragua— a Gabriel García Márquez, cuando recabó su apoyo para la causa sandinista: LA GACETA 27 Gabo me recibió en una oficina llena de monitores y aparatos de grabación en los estudios de RTI, la estación de televisión donde para entonces se estaba filmando La mala hora bajo la dirección de Jorge Alí Triana, quien años después iba a dirigir también la serie basada en mi novela Castigo divino para la misma RTI. Jamás antes nos habíamos visto, y este episodio lo hemos recordado juntos. Le conté todo el plan, sin omitir los 1 200 hombres sobre las armas, y él me escuchó sin perder palabra. Luego, con el entusiasmo reposado del que tantas veces le he visto hacer gala en la vida a la hora de las buenas causas, tomó el teléfono y le preguntó a alguna de las secretarias de aquel enjambre que bullía puertas afuera a qué horas salía el domingo un avión hacia Caracas. Uno que fuera un jumbo, porque les tenía más confianza. Era jueves. Un día de hace poco me contaba que el alcalde de Aracataca, al inaugurar un modesto obelisco en el sitio de la matanza de los trabajadores bananeros, episodio que pasó a las páginas de Cien años de soledad, había recordado en su discurso a las 3 000 víctimas de ese día, un número que sólo está en la novela y que seguramente nunca llegó a ser tan grande, como las dimensiones mismas de la plaza lo denuncian. La imaginación derrotaba, otra vez, a la realidad. Y yo le recordé que él había ido a ver a un presidente en nombre de un ejército guerrillero de 1 200 hombres que no pasaba realmente de 80 [p. 114]. Los poderes de la ficción para alterar la realidad continúan operando a nivel de realismo mágico o de costumbrismo mitológico. Pero lo que parecía tan loable, a nivel revolucionario, con la mentira piadosa de esos 80 hombres —los cuales recibirían el apoyo efectivo del entonces presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, gracias a las gestiones de García Márquez—, se trueca luego, en la propia Nicaragua, en algo muy distinto: en demenciales proyectos fantásticos que terminan por erosionar una economía muy endeble, como sucedió con la construcción de costosos aeropuertos para aviones rusos Mig que nunca llegaron o de ingenios y maqui SUMARIO SUMARIO narias abandonadas, por ineptitud y falta de planificación, en medio de la selva, oxidándose entre el deletéreo clima del trópico. Escenas que bien pueden remitirnos a la anulación del progreso en medio de la circular frustración tropical, o a la imagen poética del tren abandonado entre lianas con que Álvaro Mutis y su alter ego, Maqroll el Gaviero, han engalanado sus prosas. En sus memorias, Sergio Ramírez también traza otro retrato certero: el de Álvaro Mutis. Leerlo es ver a los dos, Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis, unidos en la reveladora disimilitud de sus concepciones políticas pero, a la vez, manteniendo activos los infinitos vasos comunicantes que hacen de sus obras un territorio común dentro de la ficción colombiana y unas formas afines de interpretación del mundo. Entre el izquierdista y el reaccionario hay una zona compartida de ideas similares en su enfoque del pasado, que subyace a los canjes, préstamos e intercambios entre sus respectivas escrituras. Dice así Sergio Ramírez, al referirse a Álvaro Mutis: ADIÓS MUCHACHOS Solía venir a Nicaragua para cobrar, en nombre de la Columbia Pictures, las remesas que el Sistema Sandinista de Televisión no podía honrar sino en córdobas devaluados, y las viejas cuentas de las salas de cine que para entonces, también por falta de divisas, nada más exhibían películas de antes del Diluvio. Alguien le informó que sólo yo podía ordenar que le pagaran, y cada vez que volvía nos pasábamos largas tardes conversando en mi despacho de la Casa de Gobierno, entre risas que deben haberse oído en los confines de las ruinas de Managua. Nunca logró de mí un solo dólar, pero en cambio se convirtió, según confesión propia, en el único monárquico sandinista sobre la tierra. [p. 220]. Álvaro Mutis, el admirador de Napoleón y Proust, o del castillo que en Vaux le Viconte construyó Fouquet, introduce así la necesaria gota de escepticismo reaccionario en medio de las militantes campañas de su amigo García Márquez. Nunca deja de señalar la “des- leída necedad” de un presente que no sólo le resulta abominable sino peor aún: anodino, y pone en boca de su personaje femenino en La última escala del Tramp Steamer (1988) esta desencantada reflexión que ahora creemos ya haber oído y que encierra estas dos trayectorias creativas en un mismo círculo de eterno retorno: Pero si quiere que le cuente lo que voy sintiendo en Europa, le diría que es una lenta pero creciente decepción. Es como si todo esto que ahora trato de ver y de absorber en Europa ya me fuera conocido y ya me hubiera aburrido antes. Ese deja vú que une a Álvaro Mutis con Gabriel García Márquez en sus alusiones a una historia europea que se erige como la historia por excelencia, y ante la cual los conatos de independencia de los países periféricos semejan ser siempre gestos truncos que no terminan por concretarse, depara dos resultados. La constatación de una violencia que no es propiedad exclusiva de ningún pueblo del mundo sino que todos la ejercen en determinados momentos y con intensidades afines. Y esa sensación alucinante de estar siempre repitiendo los mismos impulsos para concluir siempre en idénticas acciones baldías. Todo ello justificado por una retórica cada vez más vacua y erosionada. García Márquez, en Crónica de una muerte anunciada (1981), ante el crimen proclamado hace que un hermano Vicario le diga al otro: “Esto no tiene remedio —le dijo: es como si ya nos hubiera sucedido”. Sociedades marginales repitiendo fatalidades previas y condenas ancestrales intentan, en vano, exorcisar con la sangre dudosos honores mancillados. A partir de allí la cadena de venganzas resultará extensa. Un tumultuoso río de sadismo, degüellos y rabia. Mutis —el lector de Valéry Larbaud y Drieu la Rochelle— y García Márquez —el lector de Suetonio y Faulkner—, miran ambos al pasado y comprueban cómo la lección europea no consiste en conocer mejor el pasado para así no repetirlo, sino en dejarlo de lado para así construir nuestros propios olvidos. El inconmensurable olvido que sólo la ficción es capaz de preservar, guardar y reLA GACETA 28 hacer en forma definitiva. La feliz amnesia que la ficción literaria engendra al cancelar lo que fue y proponer lo que todavía no existe, salvo como opción de lectura. No es de extrañar, entonces, que ya desde abril de 1952 Gabriel García Márquez escribiera: Alguien dijo que la América está hecha con los desperdicios de Europa. Puede decirse, para remontarnos más atrás en este progresivo rodaje de la bola, que Europa, a su vez, está hecha con los desperdicios del Asia [Textos costeños, vol. I., Barcelona, Bruguera, 1981, p. 736]. Como Borges, a quien detestaba políticamente, García Márquez ve también repetirse los ciclos y desgastarse el eje de la estirpe. De La mala hora a Noticia de un secuestro. De la épica al periodismo. De las guerras ideológicas al secuestro turbio. Del mito a las sórdidas noticias policiales. De la razón al lucro. Tal el complejo entramado de estos arduos asuntos. Octubre de 2000 NOTAS 1. Germán Carrera Damas, El culto a Bo- lívar, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1987, p. 303 2. Alberto Lleras, Memorias, Bogotá, Banco de la República/El Áncora Editores, 1987, 269 pp. Prólogo de García Márquez, fechado en febrero de 1997, 9-21 pp. 3 . Gianni Mina, Habla Fidel, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1988, 387 pp. Prólogo de García Márquez, 11-28 pp. 4. Juan Gustavo Cobo Borda, El coloquio americano, Medellín, Universidad de Antioquia, 1994. 5. Gabriel García Márquez, Por un país al alcance de los niños, Bogotá, Villegas Editores, 1996. p. 147. Juan Gustavo Cobo Borda, Repertorio crítico sobre Gabriel García Márquez, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1995, 2 volúmenes; Juan Gustavo Cobo Borda, Para llegar a García Márquez, Bogotá, Temas de Hoy, 1997. p. 256 6. Carlos Monsivais, Aires de familia, cultura y sociedad en América Latina, Barcelona, Anagrama, 2000, p. 254. SUMARIO SUMARIO FONDO DE CULTURA ECONÓMICA 1934 FILIALES • LIBROS PARA IBEROAMERICA • 2002 Carretera Picacho Ajusco 227. Col. Bosques del Pedregal. Tlalpan, C.P. 14200. México, D.F. Tels.: (5)227- 4612, (5)227- 4628, (5)227- 4672. Fax: (5)227- 4698 • Página en Internet http://www.fce.com.mx Coordinación General de Asuntos Internacionales [email protected] • cvaldes@fce. com.mx • [email protected] Almacén México D. F. Dirección: José Ma. Joaristi 205, Col. Paraje San Juan. Tels.: (5)612-1915, (5)612-1975. Fax: (5)612-0710 ARGENTINA BRASIL Fondo de Cultura Económica de Argentina, S.A. Alejandro Katz El Salvador 5665 1414 Capital Federal, Buenos Aires Tels.: (541-1) 4-777-15-47 / 1934 / 1219 Fax: (54-11) 4-771-89-77 ext. 19 Correo electrónico: [email protected] ESPAÑA Fondo de Cultura Económica Brasil, Ltda. Isaac Vinic Rua Bartira, 351 Perdizes, São Paulo CEP 05009-000 Brasil Tels.: (55-11) 3672-3397 y 3864-1496 Fax: (55-11) 3862-1803 Correo electrónico: [email protected] ESTADOS UNIDOS Fondo de Cultura Económica de España, S. L. María Luisa Capella C/Fernando El Católico Nº 86 Conjunto Residencial Galaxia Madrid, 28015. España Tel.: (34-91) 543-2904 543-2960 y 549-2884 Fax: (34-91) 549-8652 Correo electrónico: [email protected] COLOMBIA Fondo de Cultura Económica USA, INC. Benjamín Mireles 2293 Verus St. San Diego, CA. 92154, Estados Unidos Tel.: (619) 429-0455 Fax: (619) 429-0827 Página en Internet www.fceusa.com Correo electrónico: [email protected] Fondo de Cultura Económica Ltda. (Colombia) Juan Camilo Sierra Carrera 16, Nº 80-18 Barrio El Lago Bogotá, Colombia Tel.: (571) 531-2288 Fax: (571) 531-1322 Correo electrónico: [email protected] Página del FCE-Colombia: www.fce.com.co GUATEMALA Fondo de Cultura Económica de Guatemala, S. A. Sagrario Castellanos 6a. avenida, 8-65 Zona 9 Guatemala, C. A. Tels.: (502) 334-3351 334-3354 • 362-6563 362-6539 y 362-6562 Fax: (502) 332-4216 Correo electrónico: [email protected] PERÚ Los Amigos del Libro Werner Guttentag Av. Ayacucho S-0156 Entre Gral. Ancha y Av. Heroínas Cochabamba, Bolivia Tel.: (591) 4 450-41-50 (591) 4 450-41-51 (591) 4 411-51-28 Correo electrónico: [email protected] CANADÁ Librería Las Américas Ltee. Francisco González 10, rue St-Norbert Montreal Québec, Canadá H2X 1G3 Tel.: (514) 844-59-94 Fax: (514) 844-52-90 Correo electrónico: [email protected] ECUADOR Librería LibrimundiLibrería Internacional Marcela García Grosse-Luemern Juan León Mera 851 P. O. Box 3029 Quito, Ecuador Tels.: (593-2) 52-16-06 52-95-87 Fax: (593-2) 50-42-09 Correo electrónico: [email protected] HONDURAS Difusora Cultural México S. de R. L. (DICUMEX) Dr. Gustavo Adolfo Aguilar B. Av. Juan Manuel Gálvez Nº 234 Barrio La Guadalupe Tegucigalpa, MDC Honduras C. A. Tel.: (504) 239-41-38 Fax.: (504) 234-38-84 Correo electrónico: [email protected] DISTRIBUIDORES COSTA RICA Librería Lehmann, S.A. Guisselle Morales B. Av. Central calle 1 y 3 Apartado 10011-1000 San José, Costa Rica, A.C. Tel.: (506) 223-12-12 Fax: (506) 233-07-13 Correo electrónico: [email protected] NICARAGUA Aldila Comunicación, S.A. Aldo Díaz Lacayo Centro Comercial Managua. Módulo A-35 y 36 Apartado Postal 2777 Managua, Nicaragua Tel.: (505) 277-22-40 Fax: (505) 266-00-89 Correo electrónico: [email protected] PANAMÁ Grupo Hengar, S.A. Zenaida Poveda de Henao Av. José de Fábrega 19 Edificio Inversiones Pasadena Apartado 2208-9A Rep. de Panamá Tel.: (507) 223-65-98 Fax: (507) 223-00-49 Correo electrónico: [email protected] Librería Nuevos Libros Sr. Juan José Navarro Frente a la Universidad Centroamericana Apdo. Postal EC Nº 15 Managua, Nicaragua Tel. y Fax: (505) 278-71-63 LA GACETA 29 Fondo de Cultura Económica Chile, S. A. Julio Sau Aguayo Paseo Bulnes 152 Santiago, Chile Tels.: (562) 697-2644 695-4843 • 699-0189 y 688-1630 Fax: (562) 696-2329 Correo electrónico: [email protected] VENEZUELA Fondo de Cultura Económica del Perú, S. A. Germán Carnero Roqué Jiron Berlín Nº 238, Miraflores, Lima, 18 Perú Tels.: (511) 242-9448 447-2848 y 242-0559 Fax: (511) 447-0760 Correo electrónico: [email protected] Página en Internet www.fceperu.com.pe R E P R E S E N TA C I O N E S BOLIVIA CHILE Fondo de Cultura Económica Venezuela, S. A. Pedro Juan Tucat Zunino Edif. Torre Polar, P.B. Local "E" Plaza Venezuela, Caracas, Venezuela. Tel.: (58212) 574-4753 Fax: (58212) 574-7442 Correo electrónico: [email protected] Librería Solano Av. Francisco Solano entre la 2a av. De las Delicias y Calle Santos Ermini, Sabana Grande, Caracas, Venezuela. Tel.: (58212) 763-2710 Fax: (58212) 763-2483 PUERTO RICO Editorial Edil Inc. Consuelo Andino Julián Blanco Esq. Ramírez Pabón Urb. Santa Rita. Río Piedras, PR 0926 Apartado Postal 23088, Puerto Rico Tel.: (1787) 763-29-58 y 753-93-81 Fax: (1787) 250-14-07 Correo electrónico: [email protected] Página en Internet www.editorialedil.com Aparicio Distributors, Inc. Héctor Aparicio PMB 65 274 Avenida Santa Ana Guaynabo, Puerto Rico 00969-3304 Puerto Rico Tel.: (787) 781-68-09 Fax: (787) 792-63-79 Correo electrónico: [email protected] REPÚBLICA DOMINICANA Cuesta. Centro del Libro Sr. Lucio Casado M. Av. 27 de Febrero esq. Abraham Lincoln Centro Comercial Nacional Apartado 1241 Santo Domingo, República Dominicana. Tel.: (1809) 537-50-17 y 473-40-20 Fax: (1809) 573-86-54 y 473-86-44 Correo electrónico: [email protected] SUMARIO j j SUMARIO FONDO DE CULTURA ECONÓMICA • NOVEDADES • JOSÉ SARNEY • Saraminda RAMÓN XIRAU • Entre la poesía y el conocimiento Ramón Xirau (Barcelona, 1924) llegó a México en 1939. Su amplia labor como filósofo y académico no lo ha distraído de la creación de una original y apreciable obra poética escrita en catalán. Alimentada por la filosofía y la poesía, la obra ensayística de Xirau es amplia y variada; se centra en la interrogación de la experiencia y la construcción poética, y sienta sus reales en una cuidadosa indagación de las ideas y mitos que alimentan la poesía. Entre la poesía y el conocimiento —antología preparada por Josué Ramírez y Adolfo Castañón— busca reconstruir la trayectoria que durante cuatro décadas han seguido los ensayos literarios de Ramón Xirau. JAVIER SICILIA • Concepción Cabrera de Armida. La amante de Cristo De manera amena y sencilla, el autor reconstruye y desentraña, junto con la vida de Concepción Cabrera de Armida, buena parte de la historia de México. Su narración es un largo recorrido que va de los violentos años posteriores a la Independencia, pasa por el Porfiriato, la Revolución, la Guerra Cristera, el periodo presidencial de Calles, el asesinato de Álvaro Obregón, hasta llegar al gobierno de Lázaro Cárdenas, que coincide con el final de la vida de esta admirable mujer. Su ejemplo de amor, humanidad y compromiso histórico la colocan como una de las más altas místicas de México, a la altura de mujeres excepcionales como Santa Teresa de Jesús y Santa Teresita de Lisieux. HÉCTOR ORESTES AGUILAR • Carl Schmitt, teólogo de la política Carl Schmitt (1888-1985) es uno de los autores de teoría política y jurídica más controvertidos de la segunda mitad del siglo XX. Schmitt participó en el régimen nacionalsocialista alemán y lo defendió activamente; la corriente antiliberal que lo nutría choca radicalmente con las ideas de tolerancia y pluralismo con las cuales pretendemos construir nuestras transiciones a la democracia. El presente volumen no tiene por objeto justificar el compromiso del autor sino presentar un panorama cabal de sus ideas en el curso de su prolongada vida. Los materiales aquí reunidos incluyen, entre otros, los polémicos e importantes ensayos de Schmitt Teología política I y II. s s LA GACETA 30 Más allá de Marañón, hacia el norte y por la costa atlántica, en el Amapá del siglo XX se abre una región que se confunde, entre montes y selvas, con la Guayana. Entre sus pobladores, negros, indios, mestizos —brasileños unos, franceses otros— cundió la inquietud por el oro que bajaba en aluvión por el río Calçoene. Para las historias de Brasil y de Francia fue un episodio marginal, aun cuando a principios del siglo pasado una corte suiza decidió el litigio sobre el inmenso territorio en favor del país sudamericano. En los albores de un nuevo siglo, con la publicación en Brasil de Saraminda, la ficción se apodera del semiolvidado suceso con la intención de poblar el yermo de la memoria, perdida en el centralismo de la historia nacional brasileña. EVA CRUZ • La forma del asombro. Narrativa norteamericana contemporánea Poco conocidas en nuestro medio, las narradoras estadunidenses del siglo XX se han distinguido por explorar nuevos temas con gran maestría en el manejo de la estructura y del lenguaje. En esta antología aparecen algunas de las mejores narradoras contemporáneas de los Estados Unidos: Leslie Marmon Silko, Anne Tyler, Jayne Anne Phillips, Cynthia Ozick, Bobbie Ann Mason, Joy Williams, Ellen Gilchrist, Rebecca Goldstein, Bharati Mukherjee, Alice Walker, Marianne Wiggins, Anne Beattie, Ursula K. Le Guin, Joyce Carol Oates y Grace Paley. Las autoras incluidas son muestra de la diversidad de culturas que han venido a enriquecer y a cuestionar la vida social, política y cultural norteamericanas. HELIO JAGUARIBE • Un estudio crítico de la historia La concepción fundamental de la obra se corresponde con lo que usualmente se conoce como filosofía de la historia, de san Agustín a Toynbee. Sin embargo, se diferencia de esta disciplina porque no parte de ninguna presuposición a priori, como la providencia divina para los autores mencionados, el progresismo inmanente de Condorcet, la lucha de clases de Marx, la marcha hacia la creciente libertad de Croce, y otros postulados de carácter religioso o metafísico. De ahí su singularidad: no atribuye al proceso histórico ninguna finalidad previa; por el contrario, esta obra considera la historia como un proceso secuencial resultante, dentro de condiciones específicas, de diversas intervenciones humanas. SUMARIO SUMARIO LIBRERÍAS DEL FCE (Visite nuestra página de internet: www.fce.com.mx) • Librería Alfonso Reyes Carretera Picacho-Ajusco 227, Col. Bosques del Pedregal, México, D. F. Tels.: 5227 4681 y 82 • Librería Octavio Paz Miguel Ángel de Quevedo 115, Col. Chimalistac, México, D. F. Tels.: 5480 1801 al 04 • Librería en el IPN Av. Politécnico, esquina Wilfrido Massieu, Col. Zacatenco, México, D. F. Tels.: 5119 1192 y 2829 • Librería Daniel Cosío Villegas Avenida Universidad 985, Col. Del Valle, México, D. F. Tel.: 5524 8933 • Librería Un paseo por los libros Pasaje Zócalo-Pino Suárez del Metro, Centro Histórico, México, D. F. Tels.: 5522 3016 y 78 • Próxima inauguración: Librería Juan José Arreola Venustiano Carranza y Eje Central. Centro Histórico de la Ciudad de México. j j • Ventas por teléfono: 5534 9141 • Ventas al mayoreo: 5527 4656 y 57 • Ventas por internet: [email protected] GIÓRGOS SEFÉRIS: EL ESTILO GRIEGO • COLECCIÓN LENGUA Y ESTUDIOS LITERARIOS • “Soy un escritor —me dice Giórgos Seféris— obsesionado por unas cuantas cosas. Y no hago más que repetirlas.” Reconozco el aserto. Lo he leído en su prosa y en sus versos. Y me constan sus obsesiones principales: Grecia, la poesía, el destino. Acaso I se trata de un solo tema, inK. P. Kaváfis menso, virtualmente infinito. Porque Grecia, la poesía y el T. S. Eliot destino, para Giórgos Seféris, son diversas, fecundas maneras de enfocar la presencia y la trayectoria del hombre sobre la tierra. Antes que un país, Grecia es una actitud que la tradición mantiene y vivifica. La poesía vendría a ser el rescate de esa actitud, y el destino su asunción plena. JAIME GARCÍA TERRÉS s Giórgos Seféris (né Seferiádes). Hijo de Stélio Seferiádes y Déspo Tenekídes, nació en Smyrna, el 29 de febrero de 1900. Recibió su educación en Smyrna, Atenas y París; en esta última ciudad cursó la carrera de leyes, más bien interesado en II las letras. En 1926 ingresó a la El sentimiento diplomacia. Cónsul en Londres y luego en Albania; a la de eternidad caída de Grecia, en la segunda Guerra Mundial, siguió a su gobierno en el exilio, sirviéndolo en Creta, Sudáfrica, Egipto, Inglaterra e Italia. Liberada su patria, fue secretario del arzobispo-regente Damaskinós. Volvió a Londres, completando así un brillante círculo profesional. En 1962 le fue otorgado el premio Foyle de poesía, y al año siguiente el premio Nobel de literatura. III Todo está lleno de dioses LA GACETA 31 SUMARIO j j SUMARIO Para entender al Medio Oriente v • SUGERENCIAS DE NUESTRO CATÁLOGO • • Pierre Vidal-Naquet LOS JUDÍOS, LA MEMORIA Y EL PRESENTE • Helena Cobban LA ORGANIZACIÓN PARA LA LIBERACIÓN DE PALESTINA En el marco de los conflictos que el mundo ha vivido después de la segunda Guerra Mundial, el llamado genéricamente enfrentamiento árabe-israelí ocupa un lugar preponderante. Sin embargo, la idea general que se tiene acerca del conflicto no lo muestra en su verdadera dimensión. Por ello este libro de Helena Cobban, al analizar en toda su complejidad las múltiples variantes histórico-políticas del enfrentamiento global, ubica en su justa expresión el punto en que se encuentra el Medio Oriente y que lo ha convertido en la región más convulsa, inestable e impredecible del planeta. • Alessandro Bausani EL ISLAM EN SU CULTURA sss Libro que analiza algunos aspectos de la historia política e intelectual del judaísmo, en esa época decisiva marcada por la “disidencia cristiana”. Busca esclarecer el lugar de los judíos en el periodo de la modernidad política occidental. Asimismo, aborda “las oscuridades del exterminio”, con escritos vinculados al Holocausto en los que aparecen “zonas inquietantes, a veces en el límite”, las que “hacen visible no sólo la complejidad de la trama histórica sino también, y antes, los indescifrables abismos de la conducta humana”. v • Ali Merad EL ISLAM CONTEMPORÁNEO Este estudio presenta las grandes transformaciones que sufrió el Islam desde finales del siglo XIX hasta la época contemporánea. Ali Merad analiza el tema del atraso islámico, problema que orilló a pugnar por un avance científico y cultural, junto con una rehabilitación social y moral de la comunidad, así como la creación de nuevos modelos socioculturales que mejoraran los niveles de vida de los pueblos musulmanes. Cita también los diversos infortunios por los que atravesó el Islam, sus crisis y conflictos con Occidente, los tropiezos de sus gobiernos y los nuevos intentos por establecer su independencia. En este libro su autor ha querido dar una idea lo más clara posible del Islam como religión, para lo cual es preciso aclarar un punto importante: cuando decimos religión, en el caso del Islam, debemos abandonar el concepto de religión al que estamos acostumbrados —ateos y creyentes— en nuestro mundo tradicionalmente “cristiano”. Ha existido incluso un escritor musulmán, Ghulam Ahmad Parwez, de Pakistán, que hace años pudo escribir un ensayo titulado Islam: a challenge to Religion, es decir, El Islam: un desafío a la religión. • NUESTRA DELEGACIÓN EN GUADALAJARA • • NUESTRA DELEGACIÓN EN MONTERREY • Librería José Luis Martínez Avenida Chapultepec Sur 198, Colonia Americana, Guadalajara, Jalisco, Tels.: (013) 615-12-14, con diez líneas Librería Fray Servando Teresa de Mier Avenida San Pedro 222, Colonia Miravalle, Monterrey, Nuevo León, Tels.: (018) 335-03-71 y 335-03-19 e ORDEN DE SUSCRIPCIÓN Señores: sírvanse registrarme como suscriptor de La Gaceta por un año, a partir del mes de: _____________________________________________ Nombre: Domicilio: Colonia: Ciudad: Estado: e C.P.: País: • SUSCRIPCIONES NACIONALES: remitir cheque a favor del Fondo de Cultura Económica por costos de envío por la cantidad de $150.00. O, en su caso, ficha de depósito al fax (55) 5449-1827. Este depósito deberá hacerse a la cuenta No. 51908074799 del Banco Santander Mexicano, Sucursal 07, Plaza 001. • SUSCRIPCIONES AL EXTRANJERO: adjuntar giro postal o cheque por la cantidad de $45 dólares. (Llene esta forma, recórtela y envíela a la dirección de la casa matriz del FCE: Carretera PicachoAjusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, C. P. 14200, México, D. F.) SUMARIO