Los fines de la educación

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Segunda parte: Ensayos
Pampedia, No. 2, enero-junio 2006
Los fines de la educación; principios para la libertad
Guillermina Rodríguez Rosas
1. Introducción
La educación es un problema humano tan antiguo
como la historia de nuestra cultura. No ha sido fácil
determinar los fines que ha perseguido en los distintos
momentos. Es un hecho, y en esto coinciden
distintos filósofos, que se trata de un acto consciente
en consecución del bienestar social.
En este trabajo se pretende definir, en líneas
generales, cuáles han sido los fines de la educación
desde la Grecia clásica hasta nuestros días. Para ello
se retoman algunos textos clásicos en la historia de
la cultura con la finalidad de examinar las condiciones
de vida de los pueblos y esgrimir cómo se daba el
hecho educativo, qué condiciones lo determinaban.
Los textos contemplados en este análisis
comparativo son Edipo rey, La divina comedia,
La vida es sueño, Emilio o de la educación.
Además, se consideran las ideas de pensadores
como Werner Jaeger, Noam Chomsky, Bertrand
Russell, entre otros.
El criterio de elección de estas obras se basa en
la temática; en todos ellos incide constantemente el
problema de la acción humana y sus consecuencias.
La educación, vista desde esta perspectiva, es un
instrumento que ayuda al hombre a saber vivir, a
conducirse de acuerdo con normas morales,
socialmente establecidas; es un apoyo a lo largo de
la vida; es el principio de toda felicidad.
La verdadera felicidad del hombre se inscribe en
su libertad. El hombre libre y sus grandes
posibilidades se conciben como los grandes
problemas de la educación. Un sistema educativo
que cohíbe las posibilidades creativas, que desalienta
el espíritu, que oprime, es un sistema aliado a los
intereses dominantes de los grupos en el poder. La
educación debe estar unida en sus principios a las
necesidades del ser humano, ignorarlas es faltar a
sus principios ético-morales.
A partir de estos aspectos, se pretende esbozar
una concepción de la pedagogía cercana a la ciencia,
pero también a las grandes necesidades del espíritu
del hombre.
2. Principios teóricos sobre los fines de la
educación
La pedagogía alcanza su estatuto de ciencia a partir
del momento en que concibe la educación «como un
proceso organizado y dirigido de manera consciente»
(Castro-Kikuchi, 2005: 543). Particularmente,
examina las leyes que rigen el proceso educativo,
establece las leyes y teorías que determinan los
contenidos, define métodos y procedimientos del
proceso educativo.
Sin embargo, la observación del acto educativo
no es un hecho que exclusivamente pueda
considerarse como científico. La conciencia sobre la
educación del hombre es histórica. Jaeger, al respecto, dice: «Todo pueblo que alcanza cierto grado
de desarrollo se halla naturalmente inclinado a practicar la educación. La educación es el principio mediante el cual la comunidad humana conserva y transmite su peculiaridad física y espiritual» (1995: 3).
Este afán de educar a los individuos desde la
antigüedad no tiene los mismos principios ni los
mismos objetivos que actualmente tiene la educación.
Lo que sí se puede afirmar es que educar
históricamente ha sido un acto consciente entre los
distintos pueblos. A este hecho sobreviene una
interrogante: educar, ¿para qué?
El acto educativo, a través del tiempo, se ha
provisto de distintas significaciones. Desde el punto
de vista filosófico, educar en los tiempos de Platón
era «brindar al cuerpo y al alma toda la belleza y
perfección de que es susceptible» (López Hurtado,
2000: 3). Actualmente, para el pensamiento americano, educar es un compromiso social que tiene
como finalidad «la prosperidad, la integración, la independencia, el desarrollo sostenible y la preservación
de la identidad cultural de sus pueblos» (Ibid: 2).
De acuerdo con las necesidades de los tiempos
modernos, la educación supone no sólo brindar
habilidades y destrezas; es un acto que debe contribuir al desarrollo global de cada persona: cuerpo y
mente, inteligencia, sensibilidad, sentido estético,
responsabilidad individual, espiritualidad. Todos los
seres humanos deben estar en condiciones de dotarse
Guillermina Rodríguez Rosas
de un pensamiento autónomo y crítico, y de elaborar
un juicio propio, para determinar por sí mismos qué
deben hacer en las diferentes circunstancias de la vida.
Para Fernando de Azevedo, en su análisis sobre
los fines de la educación, toda doctrina pedagógica
incluye una filosofía y está dominada por una
concepción de vida. La educación corresponde
siempre al espíritu de la época y refleja las ideas
colectivas dominantes. Ningún sistema de educación
puede escapar a la doble influencia de las ideas
predominantes en el momento histórico y las
circunstancias del medio que determinan el sentido,
las formas y la dirección de la tarea pedagógica.
Desde esta perspectiva, el objetivo del presente es
revisar cuáles son esos principios dominantes de la
época que influyen en el pensamiento educativo.
•
Edipo y la acción educadora
La primera experiencia sobre la formación consciente
del hombre se remonta a la Grecia de los tiempos de
Homero. En la Paideia, Werner Jaeger establece
cómo, para este pueblo del Mediterráneo, existió un
fin colectivo en que descansaba su vida y que a través
de los siglos se fue perfeccionando: «La formación
de un alto tipo de hombre» (1995: 6).
El ideal de la formación humana para la cultura
helénica deriva del reconocimiento de la posición del
individuo dentro de la sociedad. Una de sus grandes
aportaciones fue la conciencia de la vida en la polis
donde el Estado dirige los destinos del pueblo; ello
con el afán de formar verdaderos hombres. De esto
emana una concepción antropocéntrica: el hombre
ocupa un lugar en el espacio, de él irradian la energía
del universo y el conocimiento del mundo; sin
embargo, cual artesano, el Estado debe pulir estas
obras de la naturaleza.
En los tiempos de Pericles, floreció el teatro
ateniense, considerado por Jaeger como un sistema
de control social. Al arte poético se une el afán
educador, plenamente consciente. Para el filósofo
alemán este hecho encuentra su culminación en
Sófocles, quien alcanzó la perfección en la
elaboración de la tragedia.
Su más alta figura es Edipo, rey de Tebas. El
hombre que en un solo día ve destruida su felicidad
terrena. Sófocles retoma el antiguo mito y recrea las
últimas horas antes de que caiga el velo, promoviendo un efecto escénico tal, elevado, que lleva a
todos los participantes, tanto actores como
espectadores, a la expiación del pecado.
Jaeger establece cómo la intención de este afán
educador de los griegos era la creación «de un tipo
ideal íntimamente coherente y claramente determinado. La educación no es posible, menciona, sin que
se ofrezca al espíritu una imagen del hombre tal como
debe ser» (Ibid: 19). Más adelante agrega: «El tema
esencial de la historia de la educación griega es más
bien el concepto de areté…» (Ibid: 20), «atributo
propio de la nobleza» (Ibid: 21), también vinculada
a las cualidades morales y espirituales y al sentido
del deber. El hombre debe ser capaz de unir a las
palabras la acción, hecho trascendental para Edipo.
Este principio moral se reduce en la siguiente
sentencia: «Quien se estima a sí mismo debe ser
infatigable en la defensa de sus amigos, sacrificarse
en honor de su patria, abandonar gustoso dinero,
bienes y honores para ‘apropiarse de la belleza’»
(Ibid: 28). Edipo, gobernante por derecho civil y
derecho divino de Tebas, debe anteponer a su
bienestar personal el bien común. En este punto
radica la fuerza normativa de la tragedia.
Ante nuestros ojos, espectadores del siglo XXI,
ninguna responsabilidad moral podría haber en quien
ha actuado bajo desconocimiento. Sin embargo,
para el pensamiento griego, la responsabilidad yace
en el hecho de haber nacido cuando moralmente era
evitable. La acción divina se vuelve contra el hombre
desobediente. Layo y Yocasta nunca debieron
engendrar a Edipo; una vez consumada la acción
incurren en un nuevo pecado, deshacerse del hijo
para evitar toda acción futura.
Este afán de querer correr contra el destino es
paradójico. Entre más intenta el hombre huir, más
se acerca al puerto donde nunca debió llegar. Edipo
es depositado en manos de Pólibo, rey de Corinto,
quien lo educa como gobernante. Años más tarde,
un vaticinio anuncia a Edipo su tragedia: asesino de
su padre, esposo de su madre, padre-hermano de
sus hijos. Edipo huye para alejarse-acercarse de su
fatal destino: nuevamente nos encontramos frente al
hombre pecador.
Los fines de la educación; principios para la libertad
En un cruce de tres caminos, el autodesterrado
de Corinto elige aquel que lo conduce a Layo.
Disputan por quien ha de cruzar primero. Iracundo,
Edipo asesina al rey. Llega ante la esfinge que asola
la ciudad; descifra aquel enigma reservado
exclusivamente para él. Libera al pueblo, quien a
falta de gobernante lo erige como tal y lo casa con la
reina viuda. La profecía se ha cumplido. El hombre
es un ser indefenso que nada puede hacer por
cambiar su sino. Aquí reside el autoconocimiento del
propio ser.
Años después, una epidemia cubre Tebas. Edipo
es un buen gobernante. Ha sido educado para velar
por los destinos de su pueblo. Recibe la orden del
oráculo: sólo salvará la ciudad si se descubre al
verdadero asesino de Layo. La soberbia se apodera
de su alma. Él, quien descifró el enigma de la esfinge,
está a punto de descubrir quién es verdaderamente.
Cuando la verdad se asoma, el dolor es tan intenso
que lo lleva a la flagelación y la expulsión de la ciudad
a donde nunca debió regresar.
Tal como están representados los hechos, este
arte educador nos lleva a la conciencia de la vacuidad
del ser. El hombre en la tierra cumple una función
para la que moralmente debe estar preparado. La
vida es muy corta y la felicidad, tal como lo indica el
coro final, es un hecho fugaz. El dolor, inmanente al
ser, se convierte así en una nueva forma de nobleza
y eleva a aquel que lo acepta entre los demás
miembros de la comunidad. El hombre, desde el
punto de vista religioso, carece de libertad y está
obligado a aceptar este hecho.
•
Dante: del infierno al cielo
Al inicio de la Comedia, después bautizada como
Divina, se lee: «A la mitad del camino de nuestra
vida me encontré en una selva obscura, por haberme
apartado del camino recto» (1991: 3). El hombre,
extraviado por sus pecados, es un ser doliente quien,
a través del viaje por el mundo de ultratumba y la
ascensión por estadios mejores, el Purgatorio y el
Paraíso, que le permiten la observación de las buenas
y malas obras de los otros, enmendará el camino en
la búsqueda de una felicidad terrenal.
Profundo conocedor de la Poética de Aristóteles,
Dante, el ciudadano expulsado por pugnas políticas
de su natal Florencia, crea una obra artística titulada
la Comedia que sigue el camino inverso de la tragedia
griega, donde somos testigos del término felicidad
terrenal. La finalidad, pedagógicamente hablando, es
la misma: conmover a partir de la experiencia ajena
a una conducta moral dentro de los límites del bien
común señalados por la religión.
El inicio del viaje es desalentador. En la entrada
de esa cueva profunda se lee: «Por mí se va a la
ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí
se va hacia la raza condenada: la justicia animó a mi
sublime arquitecto; me hizo la divina potestad, la
suprema sabiduría y el primer amor.Antes que yo no
hubo nada creado, a excepción de lo eterno, y yo
duro eternamente. ¡Oh vosotros los que entráis,
abandonad toda esperanza!» (Ibid: 8).
A diferencia del mundo griego, donde los
problemas del ser van en consonancia con el Cosmos,
los del mundo medieval reflejan al hombre mundano,
débil, sin virtud, reflejo de una sociedad degradada.
Los grandes pecados de la humanidad son los vicios
que aquejan al hombre: soberbia, avaricia, lujuria,
codicia, cólera, arrogancia, pereza, glotonería, herejía,
violencia, traición. El mundo medieval se refleja en
plena decadencia. Dante, hombre de dos épocas, es
un puente en la reconsideración del por qué de la
existencia de la humanidad.
Cuando Dante escribe su Comedia, Europa está
a un paso del Humanismo y a dos del Renacimiento.
Por ello, el mundo medieval que nos transmite ya no
es el de los grandes castillos y caballeros que
caracterizó una parte de esta etapa. Las villas, poco
a poco, han crecido hasta convertirse en ciudades.
Las relaciones sociales ya no son de señor feudal a
esclavo o villano. Una nueva clase ha emergido entre
la población, independiente y dueña de su destino, la
burguesía.
Este advenimiento cambió radicalmente el sistema
de relaciones en la sociedad. Los antiguos señores
feudales ya no eran los dueños exclusivos del poder;
poco a poco el poder del dinero fue ganando terreno
en el nuevo contexto social. Ante esta realidad debe
suponerse un cambio en el concepto de hombre y
una transformación del hecho educativo.
Guillermina Rodríguez Rosas
El sistema doctrinal basado en la idea de Dios
como centro del universo, ante los descubrimientos
de una ciencia incipiente, cede el paso a una
concepción más humana del hombre y su misión en
el mundo. La oscuridad del Infierno y sus nueve
círculos es sustituida por una concepción del hombre
más en armonía con el universo, en contacto con el
mundo natural.
•
Emilio y la educación de la naturaleza
Emilio o de la educación, obra publicada en
1762, se considera como el primer estudio consciente
que un filósofo hace sobre el problema y los fines de
la educación. La obra de Rousseau es un tratado
filosófico donde a través de un alumno imaginario,
Emilio, propone un estilo de educación que abarque
desde su nacimiento hasta la edad adulta, los
veinticinco años, donde ya no necesite más guía que
a sí mismo. Rousseau, a través de los cinco capítulos,
considera al hecho educativo como inmerso en lo
social donde se asocian determinadas circunstancias
a continuación descritas:
La educación es un hecho que se realiza en el
individuo y lo arma, desde la infancia hasta la vida
adulta, para enfrentar sus necesidades y poder
superarlas.
Distingue tres tipos de educación: la de la
naturaleza, que permite el desarrollo interno de
nuestras facultades y nuestros órganos; la educación
de los hombres, el uso que nos enseñan éstos a hacer
de este desarrollo; la educación de las cosas, lo que
nuestra experiencia propia nos da a conocer acerca
de los objetos cuya impresión recibimos (Rousseau,
2004: 2).
Critica al Estado por promover una educación
donde no se educa para el individuo mismo sino para
los demás; es decir, en lugar de formar al hombre se
forma al ciudadano. Sobre esto manifiesta: «Las
instituciones sociales buenas son las que mejor saben
borrar la naturaleza del hombre, privarle de su
existencia absoluta, dándole una relativa, y trasladando el yo, la personalidad, a la común unidad, y
solamente en el todo sea sensible» (Ibid: 4). Este
hecho se refleja en la acción de los colegios donde
se educa a los niños con métodos útiles para su
comunidad, pero no para ellos como seres humanos.
Propone una educación doméstica, o de la
naturaleza, que permite al individuo ser útil a sí mismo
y a los demás. Destaca: «el verdadero estudio
nuestro es el de la humana condición. Aquel de
nosotros que más bien sabe sobrellevar los bienes y
males de esta vida… En esto consiste la verdadera
educación» (Ibid: 6).
Desde la perspectiva del filósofo francés, la
sociedad civil ha construido una cárcel donde habita
el ciudadano común; ha formado un estilo de vida
sujeto, incómodo y apremiante donde nace y muere
el hombre civil. Su pretensión al aceptar el reto de
educar a Emilio es orientarlo hacia la vida doméstica,
donde la familia juega un papel importante. Una
educación de este tipo permitiría al individuo
«conocerse, sacar frutos de sí propio, saber vivir y
labrar su felicidad» (Ibid: 14).
«Con la vida empiezan las necesidades» (Ibid:
23). Esta máxima acompañará todo el proceso formativo de Emilio; las necesidades no son sólo biológicas, también son afectivas, morales, sociales, de
conocimiento. Dentro de la historia del desarrollo
humano de su alumno, irá marcando cómo cada una
de las etapas tiene sus propias necesidades y es
función de su guía enseñarle el camino para que pueda
saciarlas.
Por primera vez, en la historia del pensamiento,
así como reconoce la personalidad del niño, también
establece que tiene sus derechos. Lamenta que pocos
educadores los tomen en cuenta y desarrollen su
labor, exclusivamente, a partir de sus obligaciones.
Visto en toda su amplitud, Emilio no sólo puede
considerarse como un texto pedagógico; la acción
educadora es un hecho más trascendental que irradia
en el individuo un saber natural, ético-moral, social
que, si de verdad cumple con su función, lo debe
conducir a la felicidad.
La propuesta de Rousseau trasciende la idea del
hombre nacido para vivir en el camino del dolor.
Establece cómo, desde que nace, el hombre se
encuentra en medio de la flaqueza y la miseria; su
misión será «sacar a Emilio de las garras de la
preocupación» (Ibid: 19).
Los fines de la educación; principios para la libertad
Miryam Carreño, en el libro Teorías e
instituciones contemporáneas de educación,
señala que «cuando Rousseau formuló su teoría, los
hijos de la aristocracia y de la burguesía concurrían,
casi sin excepción, a los colegios dirigidos por los
jesuitas, cuyo sistema de enseñanza encarna, para
algunos historiadores, el modelo por excelencia de
la enseñanza tradicional» (2002: 17). Líneas adelante
agrega, con relación al ideal pedagógico presente
en la obra: «toda persona debía recibir la educación
necesaria para formar parte de un Estado político
basado en la igualdad» (Ibid: 18).
Tal como el mismo autor de Emilio nos lo hace
ver, en el siglo XVIII donde se desarrolla la acción,
que convenientemente se ha puntualizado es
imaginaria, el hombre tiene una conciencia distinta
de su relación con el universo. Las observaciones,
que hacen el joven alumno y su maestro sobre los
movimientos de la Tierra y el Sol, ofrecen la visión
de una transición del pensamiento humano. El
hombre es un integrante de la naturaleza quien a
través de los siglos ha encontrado la manera de
asociarse con sus semejantes y ha aprendido a
convivir con ellos; así como ocurre con la naturaleza
y sus fenómenos, no es estático: su vida está en
continua transformación. Con la finalidad de que
Emilio se reconozca en esta circunstancia, Juan
Jacobo lo coloca en contacto directo con la
naturaleza, a diferencia de los maestros tradicionales
(podría pensarse en los jesuitas, quienes encierran a
sus alumnos y los obligan a conocer el mundo a través
de la lectura y el dominio de temas que todavía no
son capaces de comprender). En la literatura
española encontramos un modelo de pensamiento
jesuita donde se ofrece a los ojos del lector el
reconocimiento de la experiencia como parte
esencial del desarrollo del ser humano.
•
Segismundo y el sueño de la felicidad
Un siglo antes de la publicación de Emilio o de la
educación, el padre jesuita Pedro Calderón de la
Barca escribe el drama La vida es sueño. En medio
de un juego de paralelos, civilización-barbarie, bienmal, libertad-prisión, felicidad-dolor, se desenvuelve
la vida del príncipe Segismundo quien ha vivido
privado de su libertad en una torre.
Nadie, en Polonia, conoce la existencia del
príncipe. Su padre, el rey Basilio, bajo los designios
de que Segismundo usurparía el poder y se
convertiría en un tirano, lo ha despojado desde su
nacimiento de la libertad. Cuando inicia el drama,
Basilio desea brindar una oportunidad a Segismundo
para que demuestre si puede ser un buen gobernante.
En caso contrario, otorgará el reino a su sobrino
Astolfo, príncipe moscovita.
El examen, dadas las características humanas a
que se redujo al príncipe, es reprobado. Segismundo
nada sabe de la vida en el palacio, ni de los hábitos y
costumbres sentados entre los miembros de la corte.
Es una bestia liberada que a la menor provocación
reacciona según sus instintos. Sobre este hecho
conviene detenerse y revisar las características del
proceso formativo del joven príncipe.
A diferencia de Emilio, quien desde su nacimiento
ha sido liberado de la atadura de las sábanas y
cobijas y se ha permitido a sus miembros extenderse
y sentir la libertad, Segismundo fue condenado a las
cadenas por el poder político: su padre. La libertad,
que desde su primera infancia siente Emilio, lo llevan
a la felicidad; las cadenas son para el príncipe de
Polonia sinónimo de dolor.
Si Emilio ha contado con un guía que lo ha conducido a través de la experiencia, de las sensaciones,
de la experimentación, de la reflexión, Segismundo
sólo conoce el mundo a través de los ojos de su
maestro Clotaldo, viejo consejero del rey, compañero y maestro del joven desdichado.
El guía del alumno francés lo provee de la ropa
adecuada, según las estaciones del año. Se preocupa
porque sea adecuada de acuerdo con su condición
de niño en pleno desarrollo, cuyo cuerpo tiene sus
necesidades para crecer adecuadamente. Segismundo sólo es arropado con pieles. Este hecho lo
reduce a la condición de salvaje.
Todas estas circunstancias harían pensar al
espectador-lector que no existe una esperanza de
salvación. Sin embargo, el alma cristiana de Pedro
Calderón de la Barca ha dotado a su personaje de la
conciencia de humanidad, que lo distingue de entre
los demás seres de la naturaleza con los que ha tenido
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contacto. Segismundo se sabe a sí mismo como un
ser con vida, que lleva intrínsecos en él alma, instinto
y albedrío, condiciones que no están presentes en
los demás miembros del reino animal. Ello le permite,
en el transcurso de la historia, enmendar sus
acciones.
Si el padre-gobierno lo ha condenado a la
desdicha, él con sus dotes morales, producto de la
buena condición de su naturaleza, como hijo del rey,
es capaz de discernir que la torre-prisión es el
principio de su desdicha; él no quiere seguir ese
camino, por tanto al elegir el camino del bien, al
perdonar a su padre por los infortunios a los que lo
condenó, se otorga a sí mismo la libertad-felicidad
que tanto ha deseado.
Rousseau establece: «Todo hombre quiere ser
feliz; mas para conseguirlo debemos saber qué es la
felicidad. Tan sencilla es la del hombre natural como
su vida; se funda en no padecer; y la constituyen la
salud, la libertad y lo necesario. Otra es la felicidad
del hombre moral…» (2004: 159) A Segismundo la
falta de libertad lo ha convertido en un ser falto de
felicidad. Sin embargo, al lado de los demás miembros
de la corte, sus necesidades son menores. Los personajes que lo rodean, aun cuando han gozado de
una existencia en plenitud, no son felices por distintas
circunstancias; al final, todos serán recompensados,
de acuerdo con sus características morales.
Es importante destacar, según la filosofía
inmanente en el texto, que para Calderón de la Barca
no existe la predestinación. En este sentido se aleja
del hombre doliente de la tragedia griega quien
inevitablemente debía renunciar a la dicha terrenal
para acceder a un nuevo estadio de vida. Los
hombres y mujeres presentes en La vida es sueño,
mientras gozan de vida, tienen la oportunidad de
enmendar su camino y elegir aquel que los conduzca
a la felicidad; gozan de la libertad de elección,
principio fundamental en la formación del ser humano.
3. Hacia una educación para la libertad
Por lo expuesto en los cuatro modelos, se deduce
que la vida en sociedad para el hombre no es fácil.
Las relaciones sociales tergiversan el verdadero valor
de la existencia. Vivir, desde el punto de vista
rousseauniano, es un acto simple si se acomoda a la
satisfacción de las necesidades más elementales del
hombre. Sin embargo, conforme avanza el conocimiento, se vuelve más compleja la economía, se
industrializan las ciudades, el ser humano va adquiriendo necesidades que difícilmente puede saciar;
esto, irremediablemente, lo conduce a la infelicidad.
Después de la segunda mitad del siglo XIX, el
discurso pedagógico empieza a fijarse en el colectivo
social indefenso ante los gobiernos opresivos. A
medida que las relaciones sociales se fundan en la
relación explotado-explotador, los fines de la
educación toman dos vías: el discurso de los que
ostentan el poder y el de los críticos del sistema.
De esta manera, se ingresan en el campo de la
pedagogía una serie de conceptos que refieren las
grandes necesidades del ser humano. Educación y
trabajo productivo, democratización de la
enseñanza, escuela única, pedagogía popular,
educación para el trabajo, anarquismo y educación,
pedagogía libertaria, enseñanza comprensiva,
educación como inversión, la educación como
instrumento igualador, la educación como proceso
emancipador, son ideas que han permeado en el
pensamiento educativo y que demandan a los
Estados una mejor vida para todos los ciudadanos.
El filósofo Noam Chomsky, en La (des)educación, hace una crítica a las democracias contemporáneas sobre el control social de una población
inmersa en el silencio. Las escuelas, lejos de apoyar
a los ciudadanos para convertirlos en seres comprensivos del medio en que les corresponde vivir, han
maniatado su pensamiento, en tanto que «imponen
la obediencia, bloquean todo posible pensamiento
independiente e interpretan un papel institucional de
un sistema de control y coerción» (2002: 8).
La crítica de Chomsky se dirige principalmente
a la actitud inmoral y antiética de la escuela
contemporánea que ha tergiversado su función
primordial y, lejos de educar al individuo en un
principio de libertad y amor para sí y los demás
miembros de la sociedad, ha generado un sistema
domesticador. Desde esta perspectiva, la escuela
cumplirá con su deber cuando produzca un
aprendizaje auténtico «que invite a los estudiantes a
descubrir por sí mismos la naturaleza de la
democracia y su funcionamiento» (Ibid: 36).
Los fines de la educación; principios para la libertad
Estas ideas se emparentan con el pensamiento
del filósofo John Dewey, quien advertía que «el
objetivo último de la producción no sea la producción
de bienes, sino la producción de seres humanos
asociados entre sí en términos de igualdad» (Ibid:
45). Este principio de volver a humanizar la
educación implica volver la mirada hacia el individuo
y sus necesidades.
El pensamiento pedagógico actual constantemente pone el índice en que no todos los alumnos
son iguales en las diferentes formas de aprender. Sin
embargo, ni planes y programas de estudio ni la labor
docente corresponden a esta circunstancia.
Bajo esta consideración de una educación más
humana, Chomsky vuelve la mirada al filósofo inglés
Bertrand Russell, para quien el objetivo de la educación «es ‘lograr que se perciba el valor de la realidad
ajena a la dominación.’ Con miras a crear ‘ciudadanos sabios de una comunidad libre’ y estimular
una combinación de ciudadanía, libertad y creatividad
individual» (Ibid: 46). ¿Cómo alcanzar este fin?
No puede haber cambios determinantes en la
educación si el maestro no alcanza una revaloración,
una resignificación de la función social que cumple.
Russell establece alrededor de esta idea una
analogía: El nuevo maestro deberá aprender a
contemplar a un niño «del mismo modo que un
jardinero contempla un árbol de pocos años, esto
es, como algo que posee una determinada naturaleza
intrínseca, que lo hará desarrollarse hasta adquirir
una forma admirable, siempre que se le dé el suelo,
el aire y la luz adecuados» (Ibid: 46).
Dada la amplitud de esta tarea, se puede
establecer que una nueva pedagogía debe orientarse
hacia la consecución de un nuevo perfil docente, más
cercano al ideal moral de ser un guía, un orientador,
un modelo social que inspire la formación de
ciudadanos más libres y conscientes de la función
social que les corresponde desempeñar.
Bibliografía
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