Segunda parte: Ensayos Pampedia, No. 2, enero-junio 2006 Los fines de la educación; principios para la libertad Guillermina Rodríguez Rosas 1. Introducción La educación es un problema humano tan antiguo como la historia de nuestra cultura. No ha sido fácil determinar los fines que ha perseguido en los distintos momentos. Es un hecho, y en esto coinciden distintos filósofos, que se trata de un acto consciente en consecución del bienestar social. En este trabajo se pretende definir, en líneas generales, cuáles han sido los fines de la educación desde la Grecia clásica hasta nuestros días. Para ello se retoman algunos textos clásicos en la historia de la cultura con la finalidad de examinar las condiciones de vida de los pueblos y esgrimir cómo se daba el hecho educativo, qué condiciones lo determinaban. Los textos contemplados en este análisis comparativo son Edipo rey, La divina comedia, La vida es sueño, Emilio o de la educación. Además, se consideran las ideas de pensadores como Werner Jaeger, Noam Chomsky, Bertrand Russell, entre otros. El criterio de elección de estas obras se basa en la temática; en todos ellos incide constantemente el problema de la acción humana y sus consecuencias. La educación, vista desde esta perspectiva, es un instrumento que ayuda al hombre a saber vivir, a conducirse de acuerdo con normas morales, socialmente establecidas; es un apoyo a lo largo de la vida; es el principio de toda felicidad. La verdadera felicidad del hombre se inscribe en su libertad. El hombre libre y sus grandes posibilidades se conciben como los grandes problemas de la educación. Un sistema educativo que cohíbe las posibilidades creativas, que desalienta el espíritu, que oprime, es un sistema aliado a los intereses dominantes de los grupos en el poder. La educación debe estar unida en sus principios a las necesidades del ser humano, ignorarlas es faltar a sus principios ético-morales. A partir de estos aspectos, se pretende esbozar una concepción de la pedagogía cercana a la ciencia, pero también a las grandes necesidades del espíritu del hombre. 2. Principios teóricos sobre los fines de la educación La pedagogía alcanza su estatuto de ciencia a partir del momento en que concibe la educación «como un proceso organizado y dirigido de manera consciente» (Castro-Kikuchi, 2005: 543). Particularmente, examina las leyes que rigen el proceso educativo, establece las leyes y teorías que determinan los contenidos, define métodos y procedimientos del proceso educativo. Sin embargo, la observación del acto educativo no es un hecho que exclusivamente pueda considerarse como científico. La conciencia sobre la educación del hombre es histórica. Jaeger, al respecto, dice: «Todo pueblo que alcanza cierto grado de desarrollo se halla naturalmente inclinado a practicar la educación. La educación es el principio mediante el cual la comunidad humana conserva y transmite su peculiaridad física y espiritual» (1995: 3). Este afán de educar a los individuos desde la antigüedad no tiene los mismos principios ni los mismos objetivos que actualmente tiene la educación. Lo que sí se puede afirmar es que educar históricamente ha sido un acto consciente entre los distintos pueblos. A este hecho sobreviene una interrogante: educar, ¿para qué? El acto educativo, a través del tiempo, se ha provisto de distintas significaciones. Desde el punto de vista filosófico, educar en los tiempos de Platón era «brindar al cuerpo y al alma toda la belleza y perfección de que es susceptible» (López Hurtado, 2000: 3). Actualmente, para el pensamiento americano, educar es un compromiso social que tiene como finalidad «la prosperidad, la integración, la independencia, el desarrollo sostenible y la preservación de la identidad cultural de sus pueblos» (Ibid: 2). De acuerdo con las necesidades de los tiempos modernos, la educación supone no sólo brindar habilidades y destrezas; es un acto que debe contribuir al desarrollo global de cada persona: cuerpo y mente, inteligencia, sensibilidad, sentido estético, responsabilidad individual, espiritualidad. Todos los seres humanos deben estar en condiciones de dotarse Guillermina Rodríguez Rosas de un pensamiento autónomo y crítico, y de elaborar un juicio propio, para determinar por sí mismos qué deben hacer en las diferentes circunstancias de la vida. Para Fernando de Azevedo, en su análisis sobre los fines de la educación, toda doctrina pedagógica incluye una filosofía y está dominada por una concepción de vida. La educación corresponde siempre al espíritu de la época y refleja las ideas colectivas dominantes. Ningún sistema de educación puede escapar a la doble influencia de las ideas predominantes en el momento histórico y las circunstancias del medio que determinan el sentido, las formas y la dirección de la tarea pedagógica. Desde esta perspectiva, el objetivo del presente es revisar cuáles son esos principios dominantes de la época que influyen en el pensamiento educativo. • Edipo y la acción educadora La primera experiencia sobre la formación consciente del hombre se remonta a la Grecia de los tiempos de Homero. En la Paideia, Werner Jaeger establece cómo, para este pueblo del Mediterráneo, existió un fin colectivo en que descansaba su vida y que a través de los siglos se fue perfeccionando: «La formación de un alto tipo de hombre» (1995: 6). El ideal de la formación humana para la cultura helénica deriva del reconocimiento de la posición del individuo dentro de la sociedad. Una de sus grandes aportaciones fue la conciencia de la vida en la polis donde el Estado dirige los destinos del pueblo; ello con el afán de formar verdaderos hombres. De esto emana una concepción antropocéntrica: el hombre ocupa un lugar en el espacio, de él irradian la energía del universo y el conocimiento del mundo; sin embargo, cual artesano, el Estado debe pulir estas obras de la naturaleza. En los tiempos de Pericles, floreció el teatro ateniense, considerado por Jaeger como un sistema de control social. Al arte poético se une el afán educador, plenamente consciente. Para el filósofo alemán este hecho encuentra su culminación en Sófocles, quien alcanzó la perfección en la elaboración de la tragedia. Su más alta figura es Edipo, rey de Tebas. El hombre que en un solo día ve destruida su felicidad terrena. Sófocles retoma el antiguo mito y recrea las últimas horas antes de que caiga el velo, promoviendo un efecto escénico tal, elevado, que lleva a todos los participantes, tanto actores como espectadores, a la expiación del pecado. Jaeger establece cómo la intención de este afán educador de los griegos era la creación «de un tipo ideal íntimamente coherente y claramente determinado. La educación no es posible, menciona, sin que se ofrezca al espíritu una imagen del hombre tal como debe ser» (Ibid: 19). Más adelante agrega: «El tema esencial de la historia de la educación griega es más bien el concepto de areté…» (Ibid: 20), «atributo propio de la nobleza» (Ibid: 21), también vinculada a las cualidades morales y espirituales y al sentido del deber. El hombre debe ser capaz de unir a las palabras la acción, hecho trascendental para Edipo. Este principio moral se reduce en la siguiente sentencia: «Quien se estima a sí mismo debe ser infatigable en la defensa de sus amigos, sacrificarse en honor de su patria, abandonar gustoso dinero, bienes y honores para ‘apropiarse de la belleza’» (Ibid: 28). Edipo, gobernante por derecho civil y derecho divino de Tebas, debe anteponer a su bienestar personal el bien común. En este punto radica la fuerza normativa de la tragedia. Ante nuestros ojos, espectadores del siglo XXI, ninguna responsabilidad moral podría haber en quien ha actuado bajo desconocimiento. Sin embargo, para el pensamiento griego, la responsabilidad yace en el hecho de haber nacido cuando moralmente era evitable. La acción divina se vuelve contra el hombre desobediente. Layo y Yocasta nunca debieron engendrar a Edipo; una vez consumada la acción incurren en un nuevo pecado, deshacerse del hijo para evitar toda acción futura. Este afán de querer correr contra el destino es paradójico. Entre más intenta el hombre huir, más se acerca al puerto donde nunca debió llegar. Edipo es depositado en manos de Pólibo, rey de Corinto, quien lo educa como gobernante. Años más tarde, un vaticinio anuncia a Edipo su tragedia: asesino de su padre, esposo de su madre, padre-hermano de sus hijos. Edipo huye para alejarse-acercarse de su fatal destino: nuevamente nos encontramos frente al hombre pecador. Los fines de la educación; principios para la libertad En un cruce de tres caminos, el autodesterrado de Corinto elige aquel que lo conduce a Layo. Disputan por quien ha de cruzar primero. Iracundo, Edipo asesina al rey. Llega ante la esfinge que asola la ciudad; descifra aquel enigma reservado exclusivamente para él. Libera al pueblo, quien a falta de gobernante lo erige como tal y lo casa con la reina viuda. La profecía se ha cumplido. El hombre es un ser indefenso que nada puede hacer por cambiar su sino. Aquí reside el autoconocimiento del propio ser. Años después, una epidemia cubre Tebas. Edipo es un buen gobernante. Ha sido educado para velar por los destinos de su pueblo. Recibe la orden del oráculo: sólo salvará la ciudad si se descubre al verdadero asesino de Layo. La soberbia se apodera de su alma. Él, quien descifró el enigma de la esfinge, está a punto de descubrir quién es verdaderamente. Cuando la verdad se asoma, el dolor es tan intenso que lo lleva a la flagelación y la expulsión de la ciudad a donde nunca debió regresar. Tal como están representados los hechos, este arte educador nos lleva a la conciencia de la vacuidad del ser. El hombre en la tierra cumple una función para la que moralmente debe estar preparado. La vida es muy corta y la felicidad, tal como lo indica el coro final, es un hecho fugaz. El dolor, inmanente al ser, se convierte así en una nueva forma de nobleza y eleva a aquel que lo acepta entre los demás miembros de la comunidad. El hombre, desde el punto de vista religioso, carece de libertad y está obligado a aceptar este hecho. • Dante: del infierno al cielo Al inicio de la Comedia, después bautizada como Divina, se lee: «A la mitad del camino de nuestra vida me encontré en una selva obscura, por haberme apartado del camino recto» (1991: 3). El hombre, extraviado por sus pecados, es un ser doliente quien, a través del viaje por el mundo de ultratumba y la ascensión por estadios mejores, el Purgatorio y el Paraíso, que le permiten la observación de las buenas y malas obras de los otros, enmendará el camino en la búsqueda de una felicidad terrenal. Profundo conocedor de la Poética de Aristóteles, Dante, el ciudadano expulsado por pugnas políticas de su natal Florencia, crea una obra artística titulada la Comedia que sigue el camino inverso de la tragedia griega, donde somos testigos del término felicidad terrenal. La finalidad, pedagógicamente hablando, es la misma: conmover a partir de la experiencia ajena a una conducta moral dentro de los límites del bien común señalados por la religión. El inicio del viaje es desalentador. En la entrada de esa cueva profunda se lee: «Por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí se va hacia la raza condenada: la justicia animó a mi sublime arquitecto; me hizo la divina potestad, la suprema sabiduría y el primer amor.Antes que yo no hubo nada creado, a excepción de lo eterno, y yo duro eternamente. ¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!» (Ibid: 8). A diferencia del mundo griego, donde los problemas del ser van en consonancia con el Cosmos, los del mundo medieval reflejan al hombre mundano, débil, sin virtud, reflejo de una sociedad degradada. Los grandes pecados de la humanidad son los vicios que aquejan al hombre: soberbia, avaricia, lujuria, codicia, cólera, arrogancia, pereza, glotonería, herejía, violencia, traición. El mundo medieval se refleja en plena decadencia. Dante, hombre de dos épocas, es un puente en la reconsideración del por qué de la existencia de la humanidad. Cuando Dante escribe su Comedia, Europa está a un paso del Humanismo y a dos del Renacimiento. Por ello, el mundo medieval que nos transmite ya no es el de los grandes castillos y caballeros que caracterizó una parte de esta etapa. Las villas, poco a poco, han crecido hasta convertirse en ciudades. Las relaciones sociales ya no son de señor feudal a esclavo o villano. Una nueva clase ha emergido entre la población, independiente y dueña de su destino, la burguesía. Este advenimiento cambió radicalmente el sistema de relaciones en la sociedad. Los antiguos señores feudales ya no eran los dueños exclusivos del poder; poco a poco el poder del dinero fue ganando terreno en el nuevo contexto social. Ante esta realidad debe suponerse un cambio en el concepto de hombre y una transformación del hecho educativo. Guillermina Rodríguez Rosas El sistema doctrinal basado en la idea de Dios como centro del universo, ante los descubrimientos de una ciencia incipiente, cede el paso a una concepción más humana del hombre y su misión en el mundo. La oscuridad del Infierno y sus nueve círculos es sustituida por una concepción del hombre más en armonía con el universo, en contacto con el mundo natural. • Emilio y la educación de la naturaleza Emilio o de la educación, obra publicada en 1762, se considera como el primer estudio consciente que un filósofo hace sobre el problema y los fines de la educación. La obra de Rousseau es un tratado filosófico donde a través de un alumno imaginario, Emilio, propone un estilo de educación que abarque desde su nacimiento hasta la edad adulta, los veinticinco años, donde ya no necesite más guía que a sí mismo. Rousseau, a través de los cinco capítulos, considera al hecho educativo como inmerso en lo social donde se asocian determinadas circunstancias a continuación descritas: La educación es un hecho que se realiza en el individuo y lo arma, desde la infancia hasta la vida adulta, para enfrentar sus necesidades y poder superarlas. Distingue tres tipos de educación: la de la naturaleza, que permite el desarrollo interno de nuestras facultades y nuestros órganos; la educación de los hombres, el uso que nos enseñan éstos a hacer de este desarrollo; la educación de las cosas, lo que nuestra experiencia propia nos da a conocer acerca de los objetos cuya impresión recibimos (Rousseau, 2004: 2). Critica al Estado por promover una educación donde no se educa para el individuo mismo sino para los demás; es decir, en lugar de formar al hombre se forma al ciudadano. Sobre esto manifiesta: «Las instituciones sociales buenas son las que mejor saben borrar la naturaleza del hombre, privarle de su existencia absoluta, dándole una relativa, y trasladando el yo, la personalidad, a la común unidad, y solamente en el todo sea sensible» (Ibid: 4). Este hecho se refleja en la acción de los colegios donde se educa a los niños con métodos útiles para su comunidad, pero no para ellos como seres humanos. Propone una educación doméstica, o de la naturaleza, que permite al individuo ser útil a sí mismo y a los demás. Destaca: «el verdadero estudio nuestro es el de la humana condición. Aquel de nosotros que más bien sabe sobrellevar los bienes y males de esta vida… En esto consiste la verdadera educación» (Ibid: 6). Desde la perspectiva del filósofo francés, la sociedad civil ha construido una cárcel donde habita el ciudadano común; ha formado un estilo de vida sujeto, incómodo y apremiante donde nace y muere el hombre civil. Su pretensión al aceptar el reto de educar a Emilio es orientarlo hacia la vida doméstica, donde la familia juega un papel importante. Una educación de este tipo permitiría al individuo «conocerse, sacar frutos de sí propio, saber vivir y labrar su felicidad» (Ibid: 14). «Con la vida empiezan las necesidades» (Ibid: 23). Esta máxima acompañará todo el proceso formativo de Emilio; las necesidades no son sólo biológicas, también son afectivas, morales, sociales, de conocimiento. Dentro de la historia del desarrollo humano de su alumno, irá marcando cómo cada una de las etapas tiene sus propias necesidades y es función de su guía enseñarle el camino para que pueda saciarlas. Por primera vez, en la historia del pensamiento, así como reconoce la personalidad del niño, también establece que tiene sus derechos. Lamenta que pocos educadores los tomen en cuenta y desarrollen su labor, exclusivamente, a partir de sus obligaciones. Visto en toda su amplitud, Emilio no sólo puede considerarse como un texto pedagógico; la acción educadora es un hecho más trascendental que irradia en el individuo un saber natural, ético-moral, social que, si de verdad cumple con su función, lo debe conducir a la felicidad. La propuesta de Rousseau trasciende la idea del hombre nacido para vivir en el camino del dolor. Establece cómo, desde que nace, el hombre se encuentra en medio de la flaqueza y la miseria; su misión será «sacar a Emilio de las garras de la preocupación» (Ibid: 19). Los fines de la educación; principios para la libertad Miryam Carreño, en el libro Teorías e instituciones contemporáneas de educación, señala que «cuando Rousseau formuló su teoría, los hijos de la aristocracia y de la burguesía concurrían, casi sin excepción, a los colegios dirigidos por los jesuitas, cuyo sistema de enseñanza encarna, para algunos historiadores, el modelo por excelencia de la enseñanza tradicional» (2002: 17). Líneas adelante agrega, con relación al ideal pedagógico presente en la obra: «toda persona debía recibir la educación necesaria para formar parte de un Estado político basado en la igualdad» (Ibid: 18). Tal como el mismo autor de Emilio nos lo hace ver, en el siglo XVIII donde se desarrolla la acción, que convenientemente se ha puntualizado es imaginaria, el hombre tiene una conciencia distinta de su relación con el universo. Las observaciones, que hacen el joven alumno y su maestro sobre los movimientos de la Tierra y el Sol, ofrecen la visión de una transición del pensamiento humano. El hombre es un integrante de la naturaleza quien a través de los siglos ha encontrado la manera de asociarse con sus semejantes y ha aprendido a convivir con ellos; así como ocurre con la naturaleza y sus fenómenos, no es estático: su vida está en continua transformación. Con la finalidad de que Emilio se reconozca en esta circunstancia, Juan Jacobo lo coloca en contacto directo con la naturaleza, a diferencia de los maestros tradicionales (podría pensarse en los jesuitas, quienes encierran a sus alumnos y los obligan a conocer el mundo a través de la lectura y el dominio de temas que todavía no son capaces de comprender). En la literatura española encontramos un modelo de pensamiento jesuita donde se ofrece a los ojos del lector el reconocimiento de la experiencia como parte esencial del desarrollo del ser humano. • Segismundo y el sueño de la felicidad Un siglo antes de la publicación de Emilio o de la educación, el padre jesuita Pedro Calderón de la Barca escribe el drama La vida es sueño. En medio de un juego de paralelos, civilización-barbarie, bienmal, libertad-prisión, felicidad-dolor, se desenvuelve la vida del príncipe Segismundo quien ha vivido privado de su libertad en una torre. Nadie, en Polonia, conoce la existencia del príncipe. Su padre, el rey Basilio, bajo los designios de que Segismundo usurparía el poder y se convertiría en un tirano, lo ha despojado desde su nacimiento de la libertad. Cuando inicia el drama, Basilio desea brindar una oportunidad a Segismundo para que demuestre si puede ser un buen gobernante. En caso contrario, otorgará el reino a su sobrino Astolfo, príncipe moscovita. El examen, dadas las características humanas a que se redujo al príncipe, es reprobado. Segismundo nada sabe de la vida en el palacio, ni de los hábitos y costumbres sentados entre los miembros de la corte. Es una bestia liberada que a la menor provocación reacciona según sus instintos. Sobre este hecho conviene detenerse y revisar las características del proceso formativo del joven príncipe. A diferencia de Emilio, quien desde su nacimiento ha sido liberado de la atadura de las sábanas y cobijas y se ha permitido a sus miembros extenderse y sentir la libertad, Segismundo fue condenado a las cadenas por el poder político: su padre. La libertad, que desde su primera infancia siente Emilio, lo llevan a la felicidad; las cadenas son para el príncipe de Polonia sinónimo de dolor. Si Emilio ha contado con un guía que lo ha conducido a través de la experiencia, de las sensaciones, de la experimentación, de la reflexión, Segismundo sólo conoce el mundo a través de los ojos de su maestro Clotaldo, viejo consejero del rey, compañero y maestro del joven desdichado. El guía del alumno francés lo provee de la ropa adecuada, según las estaciones del año. Se preocupa porque sea adecuada de acuerdo con su condición de niño en pleno desarrollo, cuyo cuerpo tiene sus necesidades para crecer adecuadamente. Segismundo sólo es arropado con pieles. Este hecho lo reduce a la condición de salvaje. Todas estas circunstancias harían pensar al espectador-lector que no existe una esperanza de salvación. Sin embargo, el alma cristiana de Pedro Calderón de la Barca ha dotado a su personaje de la conciencia de humanidad, que lo distingue de entre los demás seres de la naturaleza con los que ha tenido Guillermina Rodríguez Rosas contacto. Segismundo se sabe a sí mismo como un ser con vida, que lleva intrínsecos en él alma, instinto y albedrío, condiciones que no están presentes en los demás miembros del reino animal. Ello le permite, en el transcurso de la historia, enmendar sus acciones. Si el padre-gobierno lo ha condenado a la desdicha, él con sus dotes morales, producto de la buena condición de su naturaleza, como hijo del rey, es capaz de discernir que la torre-prisión es el principio de su desdicha; él no quiere seguir ese camino, por tanto al elegir el camino del bien, al perdonar a su padre por los infortunios a los que lo condenó, se otorga a sí mismo la libertad-felicidad que tanto ha deseado. Rousseau establece: «Todo hombre quiere ser feliz; mas para conseguirlo debemos saber qué es la felicidad. Tan sencilla es la del hombre natural como su vida; se funda en no padecer; y la constituyen la salud, la libertad y lo necesario. Otra es la felicidad del hombre moral…» (2004: 159) A Segismundo la falta de libertad lo ha convertido en un ser falto de felicidad. Sin embargo, al lado de los demás miembros de la corte, sus necesidades son menores. Los personajes que lo rodean, aun cuando han gozado de una existencia en plenitud, no son felices por distintas circunstancias; al final, todos serán recompensados, de acuerdo con sus características morales. Es importante destacar, según la filosofía inmanente en el texto, que para Calderón de la Barca no existe la predestinación. En este sentido se aleja del hombre doliente de la tragedia griega quien inevitablemente debía renunciar a la dicha terrenal para acceder a un nuevo estadio de vida. Los hombres y mujeres presentes en La vida es sueño, mientras gozan de vida, tienen la oportunidad de enmendar su camino y elegir aquel que los conduzca a la felicidad; gozan de la libertad de elección, principio fundamental en la formación del ser humano. 3. Hacia una educación para la libertad Por lo expuesto en los cuatro modelos, se deduce que la vida en sociedad para el hombre no es fácil. Las relaciones sociales tergiversan el verdadero valor de la existencia. Vivir, desde el punto de vista rousseauniano, es un acto simple si se acomoda a la satisfacción de las necesidades más elementales del hombre. Sin embargo, conforme avanza el conocimiento, se vuelve más compleja la economía, se industrializan las ciudades, el ser humano va adquiriendo necesidades que difícilmente puede saciar; esto, irremediablemente, lo conduce a la infelicidad. Después de la segunda mitad del siglo XIX, el discurso pedagógico empieza a fijarse en el colectivo social indefenso ante los gobiernos opresivos. A medida que las relaciones sociales se fundan en la relación explotado-explotador, los fines de la educación toman dos vías: el discurso de los que ostentan el poder y el de los críticos del sistema. De esta manera, se ingresan en el campo de la pedagogía una serie de conceptos que refieren las grandes necesidades del ser humano. Educación y trabajo productivo, democratización de la enseñanza, escuela única, pedagogía popular, educación para el trabajo, anarquismo y educación, pedagogía libertaria, enseñanza comprensiva, educación como inversión, la educación como instrumento igualador, la educación como proceso emancipador, son ideas que han permeado en el pensamiento educativo y que demandan a los Estados una mejor vida para todos los ciudadanos. El filósofo Noam Chomsky, en La (des)educación, hace una crítica a las democracias contemporáneas sobre el control social de una población inmersa en el silencio. Las escuelas, lejos de apoyar a los ciudadanos para convertirlos en seres comprensivos del medio en que les corresponde vivir, han maniatado su pensamiento, en tanto que «imponen la obediencia, bloquean todo posible pensamiento independiente e interpretan un papel institucional de un sistema de control y coerción» (2002: 8). La crítica de Chomsky se dirige principalmente a la actitud inmoral y antiética de la escuela contemporánea que ha tergiversado su función primordial y, lejos de educar al individuo en un principio de libertad y amor para sí y los demás miembros de la sociedad, ha generado un sistema domesticador. Desde esta perspectiva, la escuela cumplirá con su deber cuando produzca un aprendizaje auténtico «que invite a los estudiantes a descubrir por sí mismos la naturaleza de la democracia y su funcionamiento» (Ibid: 36). Los fines de la educación; principios para la libertad Estas ideas se emparentan con el pensamiento del filósofo John Dewey, quien advertía que «el objetivo último de la producción no sea la producción de bienes, sino la producción de seres humanos asociados entre sí en términos de igualdad» (Ibid: 45). Este principio de volver a humanizar la educación implica volver la mirada hacia el individuo y sus necesidades. El pensamiento pedagógico actual constantemente pone el índice en que no todos los alumnos son iguales en las diferentes formas de aprender. Sin embargo, ni planes y programas de estudio ni la labor docente corresponden a esta circunstancia. Bajo esta consideración de una educación más humana, Chomsky vuelve la mirada al filósofo inglés Bertrand Russell, para quien el objetivo de la educación «es ‘lograr que se perciba el valor de la realidad ajena a la dominación.’ Con miras a crear ‘ciudadanos sabios de una comunidad libre’ y estimular una combinación de ciudadanía, libertad y creatividad individual» (Ibid: 46). ¿Cómo alcanzar este fin? No puede haber cambios determinantes en la educación si el maestro no alcanza una revaloración, una resignificación de la función social que cumple. Russell establece alrededor de esta idea una analogía: El nuevo maestro deberá aprender a contemplar a un niño «del mismo modo que un jardinero contempla un árbol de pocos años, esto es, como algo que posee una determinada naturaleza intrínseca, que lo hará desarrollarse hasta adquirir una forma admirable, siempre que se le dé el suelo, el aire y la luz adecuados» (Ibid: 46). Dada la amplitud de esta tarea, se puede establecer que una nueva pedagogía debe orientarse hacia la consecución de un nuevo perfil docente, más cercano al ideal moral de ser un guía, un orientador, un modelo social que inspire la formación de ciudadanos más libres y conscientes de la función social que les corresponde desempeñar. Bibliografía Anónimo. (1981). «La pedagogía como ciencia» en Pedagogía. La Habana. Pueblo y Educación. Alighieri, Dante. (1991). La divina comedia. México, Porrúa. Azevedo, Fernando de. (2004). Sociología de la educación. México. Fondo de Cultura Económica. Carreño, Miryam et al. (2002). Teorías e instituciones contemporáneas de educación (2002). Madrid. Síntesis. Calderón de la Barca, Pedro. (1965). La vida es sueño. México, Porrúa. Castro-Kikuchi, Luis. (2005). Diccionario de ciencias de la educación. Lima. SEGURO. Chomsky, Noam. La (des)educación. (2002). Barcelona. Crítica. Delors, Jacques et al. 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