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Beduinos en la Pampa
Apuntes sobre la imagen del gaucho y
el orientalismo de los pintores franceses♣
Roberto Amigo♦
Resumen
Durante el siglo XIX pintores franceses arribaron al Río de la Plata implantando un modo de representación
de los tipos rurales. Se sostiene que la mirada orientalista fue determinante en la elaboración de esta
iconografía del gaucho, a partir de considerar la semejanza del mismo con los beduinos, un símil de
connotaciones morales y políticas. La interpretación de las obras de Raymond Quinsac de Monvoisin, León
Ambroise Gauthier, León Pallière y Marie-Gabriel Biessy se relaciona con textos literarios, principalmente de
Domingo F. Sarmiento, a la vez que se indican las variaciones de la pintura costumbrista desde la literatura
gauchesca hasta el impacto de la literatura de folletín.
Palabras claves: Arte argentino, siglo XIX, pintura francesa, orientalismo, costumbrismo, gauchos, literatura
gauchesca.
Abstract
Throughout the nineteenth century French painters arrived to the Río de la Plata, implanting a way of
representation of rural types. It is held that the orientalist view was determinant in the making of this gaucho
iconography, stemming from the consideration of the latter’s similarity to the Bedouin, a simile of moral and
political connotations. The interpretation of the works of Raymond Quinsac de Monvoisin, Léon Ambroise
Gauthier, Léon Pallière and Marie-Gabriel Biessy is related to literary texts, mainly those of Domingo F.
Sarmiento, at the same time that they indicate the variations of coustumbrista (traditionalist) painting, from
gaucho literature to the impact of pulp literature.
Keywords: Argentine art, nineteenth century, French painting, orientalism, costumbrismo, gauchos, gaucho
literature.
1.
Facundo, pues, era de estatura baja i fornida; sus anchas espaldas sobre
un cuello corto una cabeza bien formada, cubierta de pelo espesísimo,
negro i ensortijado. Su cara un poco ovalada estaba hundida en medio
de un bosque de pelo, a que correspondía una barba igualmente crespa i
negra, que subía hasta los juanetes, bastante pronunciados para
descubrir una voluntad firme y tenaz. Sus ojos negros, llenos de fuego i
sombreados por pobladas cejas, causaban una sensación involuntaria de
terror en aquellos sobre quienes alguna vez llegaban a fijarse; porque
♣
Artículo recibido el 13 febrero de 2007 y aprobado el 12 de marzo de 2007. Este ensayo fue presentado en
las Jornadas de Teoría e Historia del Arte del Instituto de Teoría e Historia del Arte “Julio E. Payró”,
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. (Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires,
2004).
♦
Profesor del Instituto del Desarrollo Humano de la Universidad Nacional General Sarmiento, Buenos Aires
y de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.
1
Facundo no miraba nunca de frente, i por hábito, por arte, por deseo de
hacerse siempre temible, tenía de ordinario la cabeza inclinada, i miraba
por entre las cejas, como el Ali-Bajá de Monvoisin.1
De esta singular manera Domingo F. Sarmiento describe a Facundo Quiroga, resalta que no
sea una cita literaria –con la libertad de uso que hace de ellas el escritor– sino la
excepcional referencia a una pintura orientalista, llevada hasta Chile por Raymond Quinsac
de Monvoisin, el auxilio visual para comprender el vínculo entre rasgos físicos y carácter
moral. La similitud entre Ali Bajá y Facundo es una relación profunda, conceptual,
sostenida en la universalidad del despotismo como un estadio que debe ser superado por la
fuerza modernizadora de las ciudades. Ninguno de los retratos de Quiroga hubiera
permitido la fuerza visual del símil orientalista, por ello Sarmiento no tiene interés en tratar
de consultarlos ya que lo alejarían de ese presupuesto intelectual que sostiene retóricamente
la comprensión del término barbarie.2
Recostado su cuerpo con indolencia, el soldado federal inclina su cabeza y nos mira entre la
espesura de sus cejas renegridas al igual que el Facundo de Sarmiento. No sorprende la
similitud descriptiva entre Soldado de Rosas y el pasaje citado al inicio –posterior tres años
a esta obra de Monvoisin–; comparten, además, la operación de convertir la figura en un
tipo conceptual. El nexo entre pintura y relato es el horizonte cultural del orientalismo,
representado al extremo en Alí Baja y la Vasiliki.
La representación del gaucho-soldado es resuelta desde el modelo orientalista porque
Monvoisin carece de otro sistema de representación a su arribo.3 A pesar de la brevedad de
1
Domingo F. Sarmiento, Facundo, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1961, p. 81. [1845].
Facundo Quiroga había sido retratado al óleo con características románticas por Alfonso Fermepin en 1836,
luego de la muerte del caudillo, y seguramente exhibido, como era costumbre, en su taller de la calle La
Piedad. Desde luego, en esa fecha Sarmiento no se encontraba en Buenos Aires para observar tal pintura, por
ello la única imagen que hubiera podido consultar era el retrato litografiado realizado por Arthur Onslow e
impreso en el taller de Cesar H. Bacle. La pintura sobre Alí Bajá era conocida por el público chileno ya que
fue expuesta en 1843, con tal éxito que estimuló la publicación de un folletín. El orientalismo literario en
Sarmiento ha sido analizado, entre otros, por Carlos Altamirano, “El orientalismo y la idea del despotismo en
el Facundo”, en: Leila Area y Mabel Moraña (comp.), La imaginación histórica en el siglo XIX, Rosario,
UNR, 1994, pp. 265-276. Sobre el orientalismo, Edward Said, Orientalism, New York, Vintage Books, 1979.
3
Monvoisin adquirió no sólo una sólida formación técnica sino que alcanzó repercusión en el medio artístico
francés: alumno de Guerin, condiscípulo de Delacroix, beneficiado con una estadía en la Academia Francesa de
Roma, servidor con su pintura del régimen monárquico, aceptado y premiado en los salones. David James ha
señalado los motivos personales que lo alejaron del medio europeo: una enemistad cortesana, sus problemas de
salud que lo impulsaban a buscar un clima benévolo, su relación con diplomáticos chilenos que le permite proyectar
su viaje con seguridad económica. En 1842, por el lapso de tres meses, estuvo en Buenos Aires. La característica
orientalista de la pintura de Monvoisin fue percibida por el historiador chileno Antonio R. Romera, aunque
2
2
la estadía del artista francés en la Argentina, la calidad de su obra pictórica es inusitada
para el medio artístico rioplatense; aunque no haya incidido durante su corto paso en el
desarrollo del arte local. Si la estadía fue circunstancial y legendaria por la huida confusa
escapando del “terror rosista”,4 su influencia fue tardía por el contacto de artistas argentinos
con su enseñanza en Chile.5
desarrollada de modo impreciso: “tiene una enérgica cabeza a la oriental”, luego afirma que la tendencia
“popular-orientalista” se transformara en “americanista” en Gaucho Federal. Sin embargo, en ésta última el
modelo visual es los retratos ecuestres realizados en Francia. David James también ha percibido el
orientalismo en la obra de Monvoisin. Eduardo Schiaffino comprendió lo convencional de la representación
del gaucho: “una fisonomía andaluza, convencional […] la imagen de un caballero romántico”. Es interesante
indicar que en la colección Narciso Ocampo se exhibían dos desnudos de bellas Orientales. Véase: Antonio
Romera, “Monvoisin como punto de coincidencia de corrientes estéticas diversas”, Monvoisin, Santiago de
Chile, Universidad de Chile, s.f., p. 66; David James, Monvoisin, Buenos Aires, Emecé Editores, 1949;
Eduardo Schiaffino, La pintura y la escultura en la Argentina, Buenos Aires, ed. del autor, 1933, p. 126.
4
Schiaffino agregó a este relato romántico el retrato de Juan Manuel de Rosas. Eduardo Schiaffino, “La vera
efigie”, Recodos en el sendero, Buenos Aires, Elefante Blanco, 1999, pp. 95-109. [1926].
5
Sarmiento entabló una sólida relación con Monvoisin en Chile, y una relación de empatía con Alí Bajá y la
Vasiliki. A tal punto, que en 1884 al exponer las antiguas alumnas del colegio Santa Rosa en el salón
sanjuanino, una de las obras es una copia de esa pintura cargada de erotismo. Sarmiento había llegado a Chile
a fines de 1840, por eso cuando llega Monvoisin es una de sus primeras relaciones, potenciada porque con
Sarmiento vive Benjamín Franklin Rawson. Ambos, por otra parte, frecuentaban el salón de Isadora Zegers de
Huneeus. Sarmiento recibió a Monvoisin con un comentario en El Progreso, y seguirá las posibilidades de
establecer una academia de pintura y la formación de discípulos chilenos, José Luis Borgoño, Francisco
Mandiola y José Gandarillas, y exiliados como Procesa Sarmiento, Gregorio Torres y el mencionado Rawson.
Véase J. A. García Martínez, Orígenes de nuestra crítica de arte. Sarmiento y la pintura, Buenos Aires,
Ediciones Culturales Argentinas, 1963, pp. 45-55.
3
Monvoisin. Soldado de Rosas, 1842; óleo sobre cuero, 156 x133 cm. Colección privada.
Monvoisin para representar al soldado federal se remite a la iconografía de la melancolía: la
cabeza ennegrecida apoyada sobre el puño, las piernas cruzadas, el aislamiento de la figura.
Este temperamento estaba asociado tradicionalmente a lo femenino, aunque en el siglo XIX
tales bagajes simbólicos se utilizaban con discreta libertad, sumado a que la melancolía era
asociada con la desidia, es decir, con el pecado católico de la pereza. En 1824 Monvoisin había
utilizado la iconografía tradicional de la melancolía como figura femenina en oscura
4
meditación para representar a Eucaris en el momento que es abandonada por Telémaco (según
Fenelón), aquí la pesadumbre meditativa antecede al triunfo de la virtud sobre el amor pasional.
Regresa luego a la iconografía de la melancolía en obras como Blanca de Boileau (1832) y
Elisa Bravo en el destierro (1859), señalando ya una inquietud personal.
Monvoisin. Porteña en el templo, 1842; óleo sobre tela, 156 x142 cm. Colección privada.
5
Al comparar Soldado de Rosas con La porteña en el templo, la otra pintura clave de la etapa de
Buenos Aires, se potencia el manejo retórico de la imagen por Monvoisin; si la primera pintura
es la representación del pecado de indolencia, la segunda refiere a la virtud cristiana. El rostro
iluminado de la “joven mujer cuyos rasgos anuncian el candor, en actitud de adoración ante el
más augusto de los misterios de la religión cristiana”.6 La mujer cristiana ha confesado sus
pecados ya que la plenitud de su rostro es la imagen de la gracia, de la profunda fe religiosa.
Adolfo Ribera percibió la importancia de la luz en esta pintura, pero solo con interés formal:
“entregada a la oración, guardaba luto riguroso, por lo que se acentúa aún más la palidez de su
rostro, y la blancura de las manos, que sostienen un pañuelo, destacan sobre el negro de los
paños”.7 La blancura de estas manos contrasta con los pies desnudos y sucios del gauchosoldado, si la figura femenina podemos comenzar a leerla desde sus manos en actitud de rezo, a
la soldadesca ingresamos por lo más bajo de su corporalidad. Además Monvoisin potencia la
imagen sensual del gaucho, en el sentido de la sexualidad bárbara e irracionalidad atribuida por
los europeos a los hombres árabes, que contrasta con la pureza sostenida en la fe.
A la vez, exhiben los extremos de la sociedad rosista: los sectores rurales militarizados y la
juventud porteña opositora al régimen. La porteña en el templo no tiene ninguna referencia a la
liturgia federal, es decir, no percibimos en ella nada “colorado punzó”, aspecto excepcional
para una pintura de comienzos de los cuarenta. Aun más, el lacayo negro es una representación
de los sectores populares distante de la propuesta por el régimen (los representaba en ropa de
campaña y con signos externos de adscripción a la causa del federalismo). Por el contrario la
imagen del gaucho soldado esta dominada por el rojo de la chaqueta y el gorro de manga, el
“colorado” que Sarmiento asocia al despotismo de las naciones orientales.8
De este modo, el combate estaba planteado en el dominio adquirido por lo rural sobre la ciudad:
es decir del gaucho federal sobre la señora porteña. Por ello las prácticas políticas se expresan
en sus vestimentas: “toda civilización se expresa en trajes, y cada traje indica un sistema de
ideas entero”. Desde este marco impresiona el programa político, bajo el espíritu de contienda,
que implica el lacayo negro vestido con frac –vestimenta de “todos los pueblos cristianos”-, en
las palabras de Sarmiento. Es probable que Monvoisin reconstruyera las relaciones sociales
6
Así se define la iconografía de la Fe en H. Gravelot y C. Cochin, Iconología por figuras publicada en París
en 1791. Cito por la edición en español: México, Universidad Iberoaméricana, 1994.
7
Adolfo Ribera, “La pintura”, en: Historia General del Arte en la Argentina, Buenos Aires, Academia
Nacional de Bellas Artes, 1984, tomo III, p. 198.
8
Véase José Sazbón, “Facundo: la vida de los signos”, en: Historia y representación, Bernal, UNQ, 2002.
6
parisinas, trasladando una estructura social a un territorio que aún desconoce pero al que carga
ya de peso moral: las pinturas representan clases sociales. De seguir esta lectura, que asociaría
ambas pinturas con representaciones de la burguesía y los sectores populares, deberíamos
considerar una tercera pintura, Gaucho federal como representación del propietario rural.
Una nota final a este apartado: las crisis espirituales fueron frecuentes en Monvoisin; en 1861
se convirtió en seguidor de Alan Kardec, fundador de la Sociedad Espiritista de París,
alejándose de su fe católica (en una de sus obras para la capilla de Burdeos se había retratado
como San Luis) aunque manteniendo su devoción iconográfica para Juana de Arco. David
James señaló que Monvoisin “pasó momentos de negra melancolía y de profunda
desesperación”.9 Schiaffino también comprendió el temperamento melancólico del artista en su
análisis del autorretrato Resignación.10 Tal vez sea demasiado arriesgado suponer que Soldado
de Rosas y La porteña en el templo anuncian la tensión entre melancolía y fe católica que
dominó la vida posterior de Monvoisin, un hijo de Saturno.
2.
La única referencia local sobre la obra de León Ambroise Gauthier era, hasta ahora,
la noticia publicada en el diario El Nacional.11 Su amistad con León Pallière, como
refiere la fuente hemerográfica, debe haber sido sólida ya que habían sido
condiscípulos en el taller de François Eduard Picot; es probable que su encuentro en
tierras sudamericanas sea la respuesta al interrogante sobre por qué Pallière viajó a
Buenos Aires en lugar de Río de Janeiro al término de su beca europea en 1855.12
9
James, Monvoisin, Op . cit., p. 10
Eduardo Schiaffino, La evolución del gusto artístico en Buenos Aires, La Nación, 1910, p. 188.
11
“Hemos tenido la ocasión de ojear las carteras de dos jóvenes pintores de distinguido mérito, llegados
recientemente, separados no ha muchos años del mismo taller en que trabajaron juntos en Francia. Mr.
Gauthier viene de Méjico y la Habana, por Copiapó, San Juan y Córdoba. Mr. Palliére de Roma, los Abruzos
y Florencia […] Mr. Gauthier se propone levantar una vista panorámica de Buenos Aires, como lo ha hecho
en otras ciudades, con el animo de hacerla litografiar en Europa. El Nacional, Buenos Aires, 24/04/1856.
12
León Ambroise Gauthier, nacido en 1822, fue alumno de Mauzaisse y Picot, éste último maestro también de
Pallière. Ingresó a École des Beaux-Arts en 1841. Participó en el Salón de París desde 1844 hasta 1848,
generalmente presentando retratos. Recién expuso nuevamente en el salón de 1857 (Un sabotier Interiur d’une
cabane dans le Brie) por lo que podemos suponer que su viaje americano lo realizó entre esos años. En 1859
presentó Navigation sur la Magdalena. Recorrió EEUU, México, Cuba, Colombia, Ecuador, Chile y Argentina.
Fragmentos de su diario de viaje se publicaron en la Revue de l’Amerique Latine, (1923: n. 20; 1924: n. 25). Véase
Enciclopedia del Arte en América. Biografías, Buenos Aires, Omeba, 1969, tomo II. Payró ha identificado a este
compañero de viaje de Pallière, en Julio E. Payró, Pallière, Biblioteca de Historia del Arte. Serie Argentina,
número 2, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 1961, pp. 19-20. Juan
Pedro León Pallière Grandjean Ferreira nació en Río de Janeiro en 1823, dentro de una familia de artistas y
arquitectos; murió en París en 1887. Se formó en París con Picot, y luego desde 1848 en la Academia de Bellas
Artes de Río de Janeiro, becado termina su aprendizaje en Roma y en viajes artísticos por Europa y
10
7
La historiografía del arte argentino no tiene presente a este artista parisino, ya que se
desconocía su obra. En el año 1861 presentó al Salón de la capital francesa pinturas
que se relacionan con el viaje por la Argentina: Le gaucho cantor, barde de la
république argentine; Le gaucho malo, aventurier des pampas de la république
argentine; y posiblemente también una tercera: Un rancho, habitacion des terreschaudes dans l´Amerique du Sud. En los salones siguientes concurrió con pinturas
cuyos títulos indican su recorrido por México y Ecuador, aunque en el de 1870
volvió a presentar una obra con gauchos: Un gaucho souvenir de la Pampa.
Gauthier. Le gaucho cantor, 1856; óleo sobre tela, 83 x 120 cm. Colección privada.
En una colección particular francesa se encuentra la primera, Le gaucho cantor, barde de la
république argentine. Es una obra de gran interés: la escena transcurre en San Juan, con el
fondo de paisaje de la cordillera. Entre las doce figuras se destaca el gaucho que toca la guitarra
montado en su caballo, mientras que un grupo de mujeres, ancianos y niños se encuentra
Marruecos. Su actividad en la Argentina se registra desde diciembre de 1855 hasta 1866.
8
echado sobre alfombras dispuestas bajo el alero del rancho al que ingresa el cantor. A pesar de
la complejidad compositiva de los diversos grupos, cuyas figuras son un repertorio de
posiciones del aprendizaje académico, la pintura logra mantener la unidad. Gauthier incluye
pequeños episodios pintorescos como el del niño jugando con el perro, la negra apoyada en el
cántaro de agua, la conversación que entabla una pareja en segundo plano y las figuras de
gauchos que compensan al grupo sedente. Además de sus cualidades formales, atadas a ese
justo medio imperante en el arte francés de mediados de siglo, interesa por su valor
iconográfico con la diversidad pintoresca de las vestimentas y el paisaje cordillerano. Es una
obra de gran envergadura, de mayor tamaño y mayor complejidad que las realizadas por su
compañero de estudios León Pallière, aunque posiblemente realizada con el mismo método: la
unión compositiva de diversos apuntes y estudios tomados a lo largo del viaje.
Gauthier parece haber leído el Facundo de Sarmiento, ya que sigue en los títulos de sus
pinturas los términos “gaucho cantor” y “gaucho malo”. Sarmiento agregó una nota a pie en la
edición de 1851 en el apartado sobre el “gaucho cantor” (para señalar su viaje por el Norte de
Africa de 1846): “las semejanzas notables que presentan los arjentinos con los árabes. En
Arjel, en Oran, en Mascara i en los aduares del desierto vi siempre a los árabes […] apiñados
en derredor del cantor”. Además de este símil caro a la experiencia de Gauthier, éste pudo
entender por Sarmiento que el gaucho cantor era
… el mismo bardo, el vate, el trovador de la edad-media, que se mueve
en la misma escena, entre la lucha de las ciudades y el feudalismo de los
campos, entre la vida que se va i la vida que se acerca. El cantor anda de
pago en pago, de “tapera en galpón”, cantando sus héroes de la Pampa,
perseguidos por la justicia, los llantos de la viuda, la derrota i la muerte
del valiente Rauch, la catástrofe de Facundo Quiroga, i la suerte que
cupo a Santos Pérez.13
La pintura de Gauthier recuerda la tradición de la imagen orientalista especialmente en la
pasiva y sensual indolencia de las figuras femeninas. Así, entre Sarmiento y Delacroix
deambuló por la Argentina un artista francés olvidado que presentaría, luego, en el salón
parisino pinturas “argentinas”.
3.
Sin duda, la figura de León Pallière ocupa un lugar central en el relato de la historia del
arte argentino. A diferencia de Monvoisin y Gauthier que no favorecieron con su obra el
9
desarrollo del arte local por lo breve de la permanencia en el territorio nacional, Pallière incidió
con su obra en la consolidación del género pictórico del costumbrismo rural con sus casi once
años de estadía, entre 1855 y 1866. Trataremos de interrogar aquí algunas piezas de su vasta
producción con el cuidado de señalar las modificaciones que introduce en el tratamiento del
género, los aspectos residuales que sus pinturas y litografías conservan y los aspectos
emergentes que inducen.
Durante los cinco años de permanencia en Europa, Pallière recorrió no sólo Italia y Francia sino
también los límites del grand-tour mediterráneo, tan caro a los artistas viajeros y eruditos
románticos: España y Marruecos, es decir, sociedades y paisajes obligados para el pintor
orientalista; este espíritu viajero perdurará luego en su larga permanencia americana. Pallière
llegó a Buenos Aires en diciembre de 1855, como lo ha demostrado Julio E. Payró;14 elección
curiosa cuando su formación había sido financiada por Brasil (por ello había remitido sus
copias académicas y pinturas de estudio a Río de Janeiro). Sin duda, además del encuentro con
su condiscípulo Gauthier, debe haber pesado la idea de una menor competencia en una ciudad
posrosista que se modernizaba. Aunque se desconoce, como señala Ribera, lo realizado en los
años 1856 y 185715 es probable que haya realizado algún viaje junto con el mencionado
condiscípulo. Si está documentado el realizado entre marzo y octubre de 1858 por su Diario; el
recorrido fue Rosario, Mendoza, Santiago, Valparaíso, Cobija, Salta, Tucumán, Santiago del
Estero y Córdoba para regresar por Rosario hasta Buenos Aires.16
La descripción breve e hiperbólica es un recurso habitual en la escritura del pintor ya desde sus
primeras páginas (“Buenos Aires es el país menos forestal del mundo: no tiene árboles”), que
acompaña la desmesura romántica de sus sensaciones ante la naturaleza: “Me quedo solo en el
puente hasta medianoche, pensando con tristeza en los amigos que dejé. El cielo está
estrellado. La grandiosidad de la naturaleza mitiga todas las penas”. Sin embargo, la
percepción del entorno también puede ser comprendida mediante la memoria visual y literaria,
13
Sarmiento, Facundo, Op. cit., p. 54
Payró, Pallière, Op. cit., p. 18. Véase Alejo B. González Garaño, Pallière. Ilustrador de la Argentina
1856-1866, Buenos Aires, 1943. Separata del Anuario de Historia Argentina, III (1941), Buenos Aires,
Sociedad de Historia Argentina, 1942.
15
Ribera, “La Pintura”... , Op. cit, p. 278.
16
León Pallière, Diario de viaje por la América del Sud, Buenos Aires, Ediciones Peuser, 1945. Introducción,
traducción y notas de Miguel Solá y Ricardo Gutiérrez. Estos investigadores han propuesto con buen criterio
1869 como fecha de la escritura del Prefacio, por la referencia al libro del conde de Beauvoir sobre Australia
editado en esa fecha y citado por Pallière. La salida de éste debe haber estimulado a Pallière a ordenar sus
papeles para pensar una publicación para el público europeo. Salvo indicación contraria las citas siguientes
14
10
en algunos casos de manera irrisoria como cuando ante el desperfecto del vapor sobre el Paraná
enuncia: “En fin, un verdadero naufragio de La Medusa”. Si aquí es la pintura de Gericault, la
próxima referencia será literaria: ante la subida de un cura al vapor escribe: “Vino a mi
memoria el primer capítulo del Viaje Sentimental de Sterne”. Pallière puede comprender el
paisaje no como lo haría un viajero naturalista sino también a partir de la memoria artística; por
ejemplo: “El más bello cielo a lo Claude Lorrain ilumina nuestra partida de la posta de las
Tres Cruces” o luego ante los niños en un rancho: “es un verdadero Tenniers”. Pintura y
literatura es, entonces, lo que construye la percepción del entorno americano; las dos
referencias iniciales de su viaje son significativas: la primera lo relaciona con la pintura
romántica, la segunda con la literatura de viajes del siglo XVIII. Es más, podemos sugerir que
si de la pintura romántica sólo perduraron huellas en su estilo ecléctico, en su escritura aspiraba
a elaborar un relato como los del irlandés Laurence Sterne: afirmados en la observación
sentimental, muchas veces trivial.
Por otra parte, como buen viajero llevaba libros en sus maletas que aplacaban la voluntad
sentimental por la descriptiva con aires de cientificidad: Félix de Azara. Así, transcribe: “La
vida del gaucho está completamente unida a la del caballo. He aquí lo que dice Azara, no
quedando nada que agregar: ´El gaucho a pie es indolente y apático; pero a caballo el
hombre y el animal parecen formar un solo ser; se diría que el mismo fuego circula por las
venas de ambos`”. Así, se preocupó –aunque no de manera central– por la descripción de los
tipos sociales, viviendas, animales y plantas: croquis y estudios apuntados al margen de la
escritura. Este nivel de observación descriptiva será el substrato de la mayoría de su obra ya que
fue la base de un archivo visual al que recurrirá con libertad para componer de manera aditiva
sus óleos, acuarelas y litografías, que son el resultado de la suma de elementos unitarios
previos. Al bagaje aportado por pinturas y libros, Pallière suma un modo de comprensión de
lo extraño signado por su origen cultural: su diario se encuentra atravesado de referencias
asiáticas. Por ejemplo, a tono con Sarmiento, al que seguramente ya ha leído:
[…] todos estos jefes de milicias nacionales quedaron armados a la cabeza
de grupos diversos, repartidos sobre un vasto país, verdadero desierto de
praderas, bajo una autoridad no carente de analogía con la de los jefes de
tribus, como lo hemos visto en Argelia. La semejanza es tanto mayor cuanto
que la única industria del país, modificada solamente desde hace pocos
años, era la cría de ganado vacuno y caballar.
remiten a esta referencia.
11
Sarmiento elaboraba sus analogías con un territorio y sociedad que desconoce –aunque también
desconocía entonces la pampa– cuando escribía el Facundo, por el contrario Pallière podía
remitirse a su experiencia: “Muchas mujeres mal vestidas, con aspecto árabe y bohemio, llegan
para vendernos tazones de leche, melones, sandías y muchos duraznos”; “… sus habitantes se
hallan en la calle, sentados en el suelo; tienen un sorprendente aspecto de árabes o de
beduinos”; “…los indios que quise dibujar en la calle escaparon como los árabes en África en
parecidas circunstancias”. En un pueblo salteño al pedirle una mujer que cure a su hijo
enfermo, “esto me recuerda que en Oriente se hacen parecidas peticiones a los viajeros
europeos”; al describir al pueblo de Santiago del Estero: “La mitad de la población, por lo
menos, es india, siendo diferente a cuanto he visto hasta ahora; es de tipo egipcio por
completo.” La analogía puede transformarse en un sentimiento de nostalgia estimulado por el
recuerdo del hermano militar en campaña por Argelia:
En el primer alto pienso en las cartas de mi hermano, que realiza una
expedición por Argelia. Esta llanura que atravesamos me recuerda a
Blida; y las montañas de nuestra derecha, hasta la garganta a que nos
dirigimos, me transportan como en sueños al camino de Blida a Miliana,
antes de entrar en la garganta de la Chilpa. […] Pienso en Africa, en
nuestro querido zuavo. Las piedras blancas semejan albornoces de
árabes emboscados y puedo imaginar el silbido de las balas.
Así, la escritura de Pallière está determinada por la analogía entre el gaucho y el árabe, tópico
del discurso liberal, que estimula la fantasía y la mirada para la creación estética. La escritura
del diario, al fin de cuentas, implica la expectativa del regreso: más allá del largo tiempo que
transforma al viajero en residente siempre el lector imaginado es europeo.
El relato de Pallière asume la mirada conservadora francesa sobre el mundo rural, como
territorio incontaminado por los males de la civilización. Este aspecto colabora en el
desplazamiento de la representación naturalista descriptiva que había definido la imagen
pictórica de lo rural hacia un modelo literario, por ello el relato subjetivo tiende a complementar
la masa de información descriptiva habitual de los libros de viajeros.17 Por ejemplo, el asunto
de la cuna en los ranchos (tratado con variantes en acuarelas, óleos y litografía) es mencionado
en el diario: “A su lado hay un niño en una cuna suspendida; nada más simple ni encantador”.
De la misma manera sentimental elabora la imagen del gaucho, cuyos cantos son “ingenuos,
17
Véase Adolfo Prieto, Los viajeros ingleses y la emergencia de la literatura Argentina, 1820-1850, Buenos
12
amorosos y rústicos”. En la obra de Pallière el canto no presagia el delito, es simplemente un
bardo primitivo cuyo objetivo es la conquista amorosa o la hospitalidad. Cuando hablamos de
la influencia literaria en la obra de Pallière nos referimos a una mirada que pierde la intención
descriptiva, documentalista, para construir una imagen del gaucho y de lo rural sostenida en
aspectos narrativos y sentimentales para producir emoción al espectador. En algunos casos la
relación es estrecha: Manuel Mújica Lainez y Bonifacio del Carril18 han señalado que la
litografía La pulpería corresponde con las décimas de Anastacio el Pollo, según noticia del
diario La Tribuna. Más notorio es el caso de Idilio criollo, estudiado de manera ejemplar para
corroborar su atribución por Julio E. Payró.
Pallière. Idilio criollo, c. 1863; óleo sobre tela, 100 x 140 cm . Museo Nacional de Bellas A.rtes, Buenos Aires.
Aires, Sudamericana, 1996.
18
Bonifacio del Carril, El Gaucho, Buenos Aires, Emecé Editores, 1993, pp. 99 y ss. Entre mayo de 1864 y
agosto de 1865 Pallière entregó al público de Buenos Aires la serie de estampas litográficas de costumbrismo
urbano y rural con despareja calidad. Las planchas cubrían un amplio territorio desde Brasil a Chile, pasando por
varias provincias argentinas. Como lo indica su título Álbum Pallière. Escenas americanas. Reducción de cuadros,
aquarelles y bosquejos, es el pasaje a la piedra de obras previas del artista de diversos períodos realizado en la
litografía de Pelvilain.
13
Las figuras principales de este óleo son una pareja de enamorados en la puerta de un rancho. En
un banco rústico descansan sobre un paño la guitarra y el huso; la rueca caída en tierra, al igual
que el rebenque. Otros objetos del ámbito rural figuran bajo el alero: las espuelas, el recado y el
lazo envuelven el mortero de la pisadora de maíz. Pallière presenta lo masculino y lo femenino
a partir de los objetos de esta “naturaleza muerta gauchesca”. En la penumbra del rancho se
vislumbra una pareja mayor, los padres de la joven paisana. Payró se preocupó en señalar las
deficiencias documentales de las vestimentas y de algunos elementos que no corresponden a la
llanura pampeana, aspecto menor que es resultado del sistema de trabajo del artista. En Idilio
Criollo Pallière tensa la cuerda del banal simbolismo: la pareja de palomas reproduce el
coqueteo amoroso de los personajes, al igual que el gallo y la gallina, al costado el perro de la
fidelidad matrimonial.
¿Es el momento que precede al rapto concertado el que representa Pallière? Algunos elementos
narrativos parecen sugerirlo: la duda de la “gauchita” de ingresar al rancho (el gesto detenido en
la mano que se apoya en el poste de entrada al universo familiar) el huso y la rueca de la labor
de doncella yacen abandonados, el caballo en el palenque, la guitarra que recién ha dejado de
sonar. Pallière afirma en su diario reiteradamente su fascinación por el amor sin las culpas y los
tabúes de Occidente (otra imagen orientalista): “No he visto ningún rancho sin una pareja con
aspecto de felicidad y de indolencia –hasta diría– casi de enamorados” y como un voyeur
agrega:
Paseándome cerca de los ranchos, contemplo parejas enlazadas
tiernamente; y si esto no pasa de los últimos límites de lo lícito, por lo
menos comprueban que no se detestan. Nada les parece extraordinario;
ni los vecinos ni los transeúntes les son inoportunos. La bien amada de
una de esas encantadoras parejas buscaba nidos de pájaros en la tupida
cabeza de su Romeo.19
En una litografía del álbum de 1864, el artista retomó el asunto de Idilio criollo, relacionándolo
con una décima de Ricardo Gutiérrez.20 La imagen se convierte en el alma de un emblema del
19
La Tribuna, 27/03/1861, publica un comentario sobre el cuadro expuesto en la Casa Fusoni, reproducido en el
mencionado libro de Payró, que completa el sentido: “… La gauchita piensa profundamente, la cara apoyada en la
mano, y parece pronta a ceder; se ve que su boca dice no, y el corazón sí, y que muy luego ambos van a estar
acordes –¿sobre qué?– no sabemos, pero nuestros lectores tal vez adivinarán mejor que nosotros lo que un gaucho
puede pedir a una gauchita de una manera tan apremiante. […] y el pintor ha representado con su más
escrupulosa fidelidad el traje de domingo de esta clase de nuestra sociedad con costumbres tan extrañas y tan poco
conocidas fuera de nuestro país”.
20
La poesía es la siguiente: No te vayas, luz nacida/En mi noche desolada/Llevando en cada pisada/Un
pedazo de mi vida./Mi esperanza entristecida/Como un toque de oración, /Para comprar la ambición/De este
14
amor rural inventado por la sociedad letrada, aceptación final de la hegemonía de lo literario
sobre el costumbrismo descriptivo. Así, es la literatura gauchesca la que le ofrece al artista otro
modelo conceptual desde el cual representar los asuntos rurales, modelo compatible con el
orientalismo que se sostenía también en la literatura romántica.21 La obra de Pallière es,
entonces, un punto de transición entre el modelo descriptivo y el modelo literario.22 Este último
será el hegemónico en los años siguientes por el impacto del folletín criollista sobre la pintura
de costumbres rurales.23
4.
Un artista viajero francés Marie-Gabriel Biessy24 que estuvo un breve tiempo en la
Argentina, pintó un óleo significativo para el género “criollista”: La muerte del gaucho
inmenso amor sin calma,/Te trae un cielo en el alma/Y un mundo en el corazón!
21
Es interesante que encontremos una mayor persistencia del “modelo visual orientalista” cuando representa al
gaucho-soldado. Las acuarelas sobre los soldados federales urquicistas son buenos ejemplos de esta mirada, como
Lanceros de Urquiza. Si se compara con las realizadas sobre la Guardia Nacional es transparente el acuerdo de
Pallière con el liberalismo porteño: véase Partida de la Guardia Nacional hacia Pavón y Patrulla en la Plaza de la
Victoria. Si una de las ideas centrales del costumbrismo federal era la identificación del gaucho con el soldado,
tanto en el arte erudito como en el de factura popular, bajo el liberalismo porteño se impone otra idea rectora: la del
ciudadano soldado, que incluye al paisano pero considerado desde su cualidad ciudadana, es decir urbana. La
imagen más notoria de esta nueva iconografía es justamente Patrulla en la Plaza de la Victoria. Por el contrario los
soldados federales de Pallière están insertos en la barbarie, en el discurso antifederal de Buenos Aires, es la
transcripción visual de la descripción de Sarmiento en Campaña del Ejército Grande: son árabes. Cfr. Roberto
Amigo, “Imágenes de la historia y discurso político en el Estado de Buenos Aires (1852-1862)”, en: Arte
Argentino de los siglos XVIII y/o XIX, Menciones Especiales, Premio Telefónica a la Investigación en Historia
de las Artes Plásticas, Año 1998. Buenos Aires, FIAAR, 1999, pp. 9-57.
22
Sin embargo la representación naturalista descriptiva se encuentra presente en numerosas obras (entre las
acuarelas de mayor calidad en este sentido se puede señalar Gaucho pialando, Panadero. Calle san Martín, Peón
carretero que continua el costumbrismo descriptivo de los viajeros imperiales como Emeric Essex Vidal y Alfred
D’Hastrel). El óleo Corral de palo a pique, uno de los más destacados de su producción, es tal vez el ejemplo más
interesante de esta vertiente en la obra de Pallière y permite introducir una cuestión compleja: los vínculos entre
fotografía y pintura en la descripción visual del mundo rural. Pallière, sin duda, era aficionado a la fotografía, y su
utilización en algunas obras es claramente perceptible; pero interesa aquí como los fotógrafos (Panunzi, Gonnet)
suman a las convenciones de las fotografías del exotismo europeo la influencia pictórica de acuarelas y litografías
de Pallière que se habían establecido ya en el público urbano, a la vez que el pintor debe aceptar el impacto de la
fotografía para sostener la descripción de lo rural. Véase Abel Alexander y Luis Priamo, “Dos pioneros del
documentalismo fotográfico”, en: Buenos Aires. Ciudad y Campaña 1860/1870. Fotografías de Esteban
Gonnet, Benito Panunzi y otros, Buenos Aires, Fundación Antorchas, 2000.
23
Desde luego el éxito de José Hernández con el Martín Fierro en la década del setenta es clave para
comprender la circulación de la literatura gauchesca en sectores no letrados, público luego capturado por los
folletines de Eduardo Gutiérrez. Es interesante señalar que La Vuelta de Martín Fierro (1879) es ilustrada por
Carlos Clérice, dibujante de periódicos ilustrados y satíricos, un hijo de franceses radicados en la Argentina;
recién en 1883 se edita con ilustraciones el primer poema de 1872. Véase al respecto Jorge Ribera “Ingreso,
difusión e instalación modelar del Martín Fierro en el contexto de la cultura argentina”, en: José Hernández,
Martín Fierro, (Edición crítica coordinada por Elida Lois y Ángel Núñez), Madrid, ALLCA XX, 2001, pp.
545-575.
24
Marie-Gabriel Biessy (1854-1935) se formó con F. Clement, en la École des Beaux Arts de Lyon, su lugar de
nacimiento, de 1876 a 1878. Ese año viajó a París para estudiar con Carolus-Duran, que influyó principalmente en
sus desnudos de las primeras décadas, tan similares a la Danae de su maestro con sus inquietantes escorzos. Tal
15
matrero, fechado en 1886, conservada en el Museo de La Plata. Biessy fue no sólo
destacado retratista, desde 1882 participó en el Salón de París con ese género, sino también
conocido pintor orientalista y viajero tardío (recorrió a fin de siglo los países americanos y
africanos, en especial Brasil y Senegal) que alcanzó ese mediano prestigio que otorga la
sucesiva aceptación a los salones.
Biessy. La muerte del gaucho matrero, 1886; óleo sobre tela, 162 x 300 cm. Museo de La Plata, Prov. de Buenos
Aires.
La composición de La muerte del gaucho matrero recuerda una obra previa al viaje al Plata,
El hijo prodigo, por el recurso de la figura echada en un primer plano paralelo al horizonte
generando un clima de sugestión. La muerte del gaucho matrero presenta en el primer plano
el cadáver, en violento escorzo, sobrevolado por aves de rapiña; para aumentar el dramatismo
Biessy incluye a lo lejos la partida que le dio muerte, y a la izquierda cruces de madera que
revelan un cementerio, indicador de núcleo urbano cercano. Es una muerte sin trascendencia,
el cuerpo muerto comienza su proceso de descomposición anunciado en los caranchos. El
gaucho matrero no tiene tumba, su cuerpo queda en el escenario de sus andanzas. No hay
vez allí se vinculó con los discípulos argentinos de Carolus-Duran, como Severo Rodríguez Etchart que practicó
también el mismo estilo sensualista en sus desnudos, sin desdeñar el naturalismo para las obras costumbristas.
Rodríguez Etchart fue el artista decimonónico argentino más afecto a la pintura orientalista en sentido estricto.
Biessy fue director de la escuela de arte de El Cairo. De los viajes por Brasil exhibió en París a principios del siglo
XX obras como La Familia y La feijoada en la selva virgen. Véase el catálogo Arte en el Museo de La Plata, La
Plata, Fundación Museo de la Plata “Francisco Pascasio Moreno”, 1995. Es interesante señalar otra obra de Biessy
realizada en su viaje al Río de la Plata un óleo denominado El fogón, donde se representa a dos gauchos comiendo
un asado y tomando mate reiterando el tradicional tópico costumbrista.
16
salvación ni habrá oración frente a su tumba. Si la pintura del siglo XIX había buscado con
énfasis la representación del ejemplo virtuoso –el momento de la muerte es central para el
didactismo moral– Biessy realiza aquí una prueba de fuerza al ejemplificar por lo negativo. Su
mirada exótica sobre el gaucho rioplatense se resuelve desde el naturalismo dominante de
la década del ochenta.
La escena de la muerte en soledad afirma la pertenencia del gaucho a un orden delictivo y, a la
vez, natural por su relación con la tierra. Desde luego, la representación de la muerte del
matrero es posible en una sociedad que ha ejercido el control sobre el mundo rural; el gaucho
–no sólo el gaucho alzado- era para sectores intelectuales asunto del pasado, emergente tópico
identitario para la construcción del imaginario nacional. Para los consumidores de la literatura
de folletín, por el contrario, el gaucho alzado se transmutaba en mito: era el actor heroico que
enfrentaba a la ley. La muerte teatral que ofrece Biessy advierte a los espectadores las
consecuencias de semejante deseo.
La mirada exótica sobre el gaucho rioplatense sólo puede comprenderse por la
transformación operada desde la literatura, la obra de Biessy es un ejemplo que antecede a la
discusión sobre el moreirismo de la década del noventa, y ofrece la mirada opuesta a la muerte
cristiana presentada por Augusto Ballerini en La última voluntad del payador en 1884.25 Tal
vez, la oposición entre imagen cristiana del folletín Santos Vega26 e imagen delictiva de Juan
Moreira (asunto caro a pintores nacionales, como Ángel Della Valle y Graciano
Mendilaharzu) ofrezca un ángulo singular para pensar la discusión religiosa de las últimas
décadas del siglo XIX.
25
Véase Laura Malosetti Costa, Los primeros modernos. Arte y sociedad en Buenos Aires a fines del siglo
XIX, Buenos Aires, FCE, 2001, passim; y Roberto Amigo, “El bazar y la pampa. Augusto Ballerini, La última
voluntad del payador”, en: Seminario Los estudios de arte en América Latina, Querétaro, 1997, mimeo.
26
La migración interna del imaginario rural tiene curiosas trayectorias: la portada del folletín Santos Vega se
transformó en la iconografía de Carlos Gardel vestido en traje de paisano, criollismo comercial del cantante que se
afirma fue francés.
17
Quimeras, contradicciones y ambigüedades en la ideología criolla del mestizaje: el
caso de José María Samper♣
Patricia D’Allemand♦
Resumen
Este artículo propone una relectura de Viajes de un colombiano en Europa (1862) y
Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las repúblicas
colombianas (1861), de José María Samper, relectura que enfatiza las relaciones de
complementariedad y continuidad existentes entre estas dos obras y problematiza el
intento samperiano de teorización totalizadora del paradigma del mestizaje como agente
del proceso civilizatorio y democratizador, tanto en las sociedades hispanoamericanas
como en las europeas.
Palabras Clave: Raza, nación, mestizaje, estudios geográficos, literatura de viajes, ensayo
sociológico, siglo XIX, Colombia.
Abstract
This article proposes a re-reading of José María Samper’s Viajes de un colombiano en
Europa (1862) and Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las
repúblicas colombianas (1861), which emphasizes the complementary nature of these two
works and the theoretical continuity which exists between them; the article problematizes
Samper’s attempt at a totalizing theorization of the paradigm of mestizaje as agent of the
civilizing and democratizing process both in Spanish America and in European societies.
Keywords: Race, nation, miscegenation, geographical studies, travel literature,
sociological essay, twentieth century, Colombia.
En la segunda mitad del siglo XIX, y en particular en sus dos primeras décadas, la
densidad de los estudios geográficos del país y la reflexión sobre sus características socio♣
Artículo recibido el 4 de mayo de 2007 y aprobado el 14 de julio de 2007. Este artículo se desprende del
proyecto de investigación, ‘Nación y cultura en la Colombia del siglo XIX’. Una versión inicial del mismo
fue presentada en las VII Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana (JALLA), realizado en Bogotá
entre el 14 y el 18 de agosto de 2006.
♦
Doctora en Estudios Hispanoamericanos en King’s College, Universidad de Londres y Profesora Asociada
del Departamento de Estudios Hispánicos de Queen Mary, Universidad de Londres.
1
raciales y culturales experimentan un notable incremento. Esta reflexión atraviesa la
producción intelectual de las élites criollas del período, incluídos la crónica de viaje, la
literatura costumbrista,1 el ensayo socio-histórico y la historiografía literaria.
Los relatos de viajes, cuya publicación prolifera a lo largo de la segunda mitad del siglo
XIX, proporcionan una invaluable fuente para el examen de estos discursos de las élites
criollas, en tanto la preocupación por la problemática de la nación se manifiesta en
diferente grado, no sólo en los textos que reconstruyen recorridos por el territorio
colombiano, sino en aquellos que recuentan viajes por el extranjero.2 Ambos constituyen
algo así como el anverso y reverso de un mismo proceso intelectual; ambos informan, de
manera complementaria en unas ocasiones, contradictoria o a contra corriente en otras, los
discursos sobre la nación generados por los intelectuales colombianos de la segunda mitad
del siglo. En las evaluaciones que realizan los viajeros de las sociedades que recorren se
hacen evidentes, ya sea por comparación o contraste, o aún por omisión, las imágenes que
de la nación ellos tienen, temen o desean.
Este doble referente es particularmente visible en la reflexión de Samper sobre la nación:
de un lado, está ese referente interno, fragmentado y conflictivo, cuyas fisuras no siempre
logra cubrir su discurso, y de otro, ese referente externo que si a veces se invoca como
modelo al que se aspira emular y alcanzar, en otras ocasiones revela sus propias fisuras y
fracasos, por oposición a los cuales, justamente, es que Samper pretende definir un camino
específicamente colombiano (o hispanoamericano), para acceder al ideal criollo de
sociedad moderna, liberal y democrática. Esta relación de anverso y reverso de un mismo
proyecto intelectual se hace igualmente evidente entre los dos clásicos y coetáneos textos
de Samper, su Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las
repúblicas colombianas (1861)3 y su relato de Viajes de un colombiano en Europa
1
Frank Safford, “Race, Integration, and Progress: Elite Attitudes and the Indian in Colombia, 1750-1870”,
en: Hispanic American Historical Review No. 71, 1, 1991, pp. 1-33.
2
Entre los relatos de viajes realizados en el período tanto por el territorio colombiano como por el
extranjero, vale la pena destacar los de Manuel Ancízar (1853), Santiago Pérez (1853 y 1856), José María
Samper (1855, 1862, 1864, 1881, 1885), Felipe Pérez (1865), Soledad Acosta de Samper (1879-1880,
1880,1892) y Salvador Camacho Roldán (1890).
3
Las referencias que aquí se hacen al Ensayo, corresponden a la re-edición del texto de 1861 hecha por la
Universidad Nacional de Colombia en 1969. El volumen de 1861, publicado en París, recoge los artículos
que Samper escribe originalmente para El Español de Ambos Mundos, periódico que se publica en Londres
entre el 7 de agosto de 1860 y el 10 de enero de 1862.
2
(1862).4 Si el traslapo temporal en la gestación de estas dos obras es significativo, más
determinante para proponer el procesamiento histórico, sociológico y etnográfico de la
realidad nacional como contraparte del tratamiento dado a la experiencia del viaje a
Europa, resulta la continuidad teórica entre las dos obras: me refiero al énfasis en el
recurso a perspectivas raciales, por parte de Samper, pero sobre todo, a su intento de
conceptualizar el paradigma del mestizaje como agente del proceso civilizatorio y
democratizador, no sólo en la sociedad nacional, sino en las sociedades europeas, España
y Suiza, en particular.
Echemos una mirada, en primer lugar, a la función que Samper asigna al viaje dentro de su
proyecto intelectual en general, y en segundo lugar, a los términos en que caracteriza su
viaje a Europa y define tanto la naturaleza de su relato de viajes por el viejo continente,
como los objetivos, estrategias y funciones de su texto, frente a aquellos otros que le han
antecedido.5 El viaje representa para Samper una experiencia no sólo vivencial, sino
intelectual fundamentalmente, pues, como nos recuerda en su autobiografía, de la
oportunidad de “observar y estudiar el mundo”, dependía la posibilidad de “abrir [su] alma
a nuevos horizontes” y completar su formación.6 Pero la necesidad de observar y estudiar
ese mundo, debía empezar por casa, como se desprende de la reminiscencia de su
frustrado proyecto de exploración del interior del país:
Yo me preparaba para poner muy en breve un proyecto que me
halagaba mucho. Quería recorrer y conocer todas las provincias (en lo
más importante y civilizado) que actualmente componen los Estados de
Antioquia, el Cauca y el Tolima, y me proponía hacer una famosa
correría de tres años, bajando por Honda a Nare para entrar por allí a
Marinilla y Rionegro a Medellín [sic]; recorrer todo el valle del río
Cauca desde la ciudad de Antioquia hasta la de Popayán, pasando por
4
Los dos volúmenes que bajo este título se publican en París en 1862, recogen los artículos de prensa que
Samper dedica al relato de su viaje a Europa, y que publica inicialmente en el diario El Comercio de Lima
entre 1859 y 1860. Las referencias hechas a lo largo del presente ensayo se remiten a la edición de 1862.
5
Aunque las comparaciones implícitas entre su relato y antecedentes del mismo abundan a lo largo del texto,
son mínimas las referencias directas a estos y estas pocas conciernen en todo caso a autores europeos
(Samper, 1862, vol I: 353). El lector esperaría encontrar alguna mención al relato de Sarmiento (1849), por
ejemplo, que Samper probablemente conocía; sin embargo, su ausencia no tiene por qué sorprender, dada la
conocida reticencia de Samper a citar fuentes. Un estudio sistemático de sus lecturas latinoamericanas está
pendiente. Para aproximaciones al estudio de sus lecturas europeas, ver Jaramillo Uribe, 1996, pp. 62-63 y
pp. 253-257 & Hinds, 1976, pp . 196-221.
6
José María Samper, Historia de un alma. Memorias íntimas y de historia contemporánea, Medellín,
Editorial Bedout S.A., 1971, p. 421. [Edición original, Bogotá, Imprenta de Zalamea Hermanos, 1881].
3
Salamina, Manizales, Cartago, Toro, Buga, Cali, Palmira, etc; bajar al
sur de la provincia de Neiva por la vía de Guanacas, explorarla toda y
particularmente las famosas y extraordinarias ruinas americanas de
San Agustín y regresar a mi domicilio por Neiva, Purificación, el
Espinal, etc. Yo me prometía sacar mucho fruto, así literario como
político, de mi correría, y esperaba que ella me proporcionaría materia
para dos o tres novelas de costumbres y tres o cuatro volúmenes sobre
geografía, estadística e historia nacional.7
Esta proyectada exploración, en más de una manera evocadora de aquellas que solamente
tres años antes comenzaran a realizar los equipos de la Comisión Corográfica,8 se presenta
como base de un proyecto de investigación que espera traducirse en estudios del territorio
nacional, de su población y de su historia, estudios que deberían funcionar tanto como lo
hicieran los producidos por la Comisión, como instrumento de constitución de ese
imaginario de la nación en cuya forja está empeñada la producción intelectual de la
generación de Samper.9
El viaje por Europa, por su parte, se propone como proceso de aprendizaje imprescindible
para el correcto encauzamiento del proyecto civilizatorio hispanoamericano en general y
colombiano en particular.10 La experiencia europea es necesaria para apropiar lo que de
aprovechable pueda tener “ese conjunto de esfuerzos admirables que constituye la obra del
progreso”, pero también para afianzarse en el camino republicano, a partir de,
[…] las severas enseñanzas de una sociedad ulcerada profundamente
por la opresion y el privilegio. Es que la verdad no se adquiere
completa sino por comparacion, y el espíritu debe abrazar la vida de los
7
Ibíd., p. 326.
La Comisión, como bien se sabe, se había establecido en 1850. Samper habría cancelado este viaje, cuyo
inicio estaba previsto para mediados de 1853, tras haber conocido a Soledad Acosta, con quien se casaría a
comienzos de mayo de 1855. Cfr. Ibíd., pp. 330, 390.
9
Sobra recordar que si el cambio en las circunstancias personales de Samper impidió la realización de este
viaje y de este proyecto específicos, tal cambio no frustró, en cambio, su aspiración a jugar un prominente
papel en la empresa de construcción de la nación en que se hallaba comprometida su generación, como lo
demuestra su multifacética obra.
10
Ya Fréderic Martínez ha dejado establecido el proyecto no sólo de Samper, sino de las élites nacionales,
de “apropiarse del discurso sobre las naciones europeas”, que acompaña a “la generalización de la práctica
del viaje a Europa” por parte de aquellas en la segunda mitad del siglo XIX, y al concomitante surgimiento
de una literatura de viajes que funciona como vehículo de expresión de dicho proyecto (Martínez, 1995, p.
283). La lectura de Martínez enfatiza el carácter programático del género y propone como rasgo peculiar al
mismo, la consolidación de dos paradigmas de representación de Europa que reflejarían la fractura
ideológica partidista característica de la vida nacional en el período. El relato de Samper ilustraría como
ningún otro el paradigma de representación liberal de Europa (Martínez, 1995, p. 285).
8
4
dos continentes que trabajan de distinto modo en la obra de la
civilizacion.11
Esta opción de Samper por un relato de viaje que se auto-confiere una misión
investigativa está determinada por la necesidad de ofrecer un correctivo al déficit de
conocimiento sobre Europa que, según Samper, afectaría a la mayoría de la población
hispanoamericana, déficit causado tanto por su “falta de contacto íntimo con Europa”,
como por las insuficiencias de la producción discursiva (importada) sobre Europa, a
que hasta entonces tenían acceso los lectores hispanoamericanos: o la novela histórica,
principalmente francesa, que no podría atender en profundidad y sin distorsión a “los
hechos sociales”, o “los estudios especiales y científicos, que presuponen el
conocimiento de las situaciones generales”. Mientras el primer género sería
“pernicioso”, al divulgar “falsas nociones”, el segundo resultaría “incomprensible para
los que no conocen la fisonomía general del país de que se trata”.12 Su relato se
encargaría
de
completar
ese
conocimiento
ausente,
proveyendo
al
lector
hispanoamericano tanto de esta fisonomía, como de los hechos sociales de cuyo vacío
se lamenta. No está de más recordar ese otro aspecto complementario existente entre los
dos textos que aquí se discuten: si a su relato de viajes lo justifica Samper a partir del
déficit de conocimiento local de lo europeo, a su Ensayo lo presenta Samper como
correctivo a las insuficiencias y a las imperfecciones y distorsiones del conocimiento
que de Hispanoamérica tienen los europeos.13
Samper insiste en que sus circunstancias le habrían obligado a privilegiar como objeto
de estudio a Inglaterra y Francia14, “las dos sociedades más adelantadas” (y por lo
tanto, punto obligado de referencia para el estudioso del avance del proceso
civilizatorio), y se disculpa porque a otras regiones de Europa sólo habría podido
11
José María Samper, Viajes de un colombiano en Europa, París, Imprenta E. Thunot y Cía., 1862, primera
y segunda series. Nota del autor: Se ha respetado la ortografía original de los textos decimonónicos citados.
Sólo se utiliza ortografía moderna en el caso de citas tomadas de ediciones que hayan, ellas mismas,
actualizado la ortografía.
12
Ibíd., vol. III.
13
José María Samper, Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las repúblicas
colombianas, Bogotá, Universidad Nacional, 1969, pp. 2-6. [Publicado originalmente en París, Imprenta
Thunot y Cía., 1861].
14
Como bien se sabe, París y Londres, las ciudades donde Samper y su familia establecieron su residencia
entre 1858-1860, y 1860-1861, respectivamente, le sirvieron de base para las “excursiones” que realizara por
la Europa continental que recorrió. Emprendieron su regreso a Hispanoamérica en 1862.
5
dedicar meras “excursiones”. Sin embargo, lo cierto es que es alrededor de la reflexión
sobre Colombia en la sección inicial del relato, y más adelante, alrededor de la
reflexión sobre España y Suiza donde toma más clara forma la empresa de teorización
totalizadora, de fuerte cuño racial, sobre los avatares de la “civilización”, en que se
empeña Samper, en su relato de viajes y en su Ensayo.
Por otra parte, si de hecho Samper subraya el interés primordial que el estudio social de
España y de sus instituciones, como “fuente europea de las repúblicas HispanoColombianas”,15 debería tener para el lector hispanoamericano, por cuanto en él éste
encontraría una fundamental clave para la interpretación de sus propias sociedades,16
Samper confiere al estudio del “secreto de esa prosperidad que hace de Suiza,
relativamente á sus proporciones, el país europeo mas productivo y poderoso por su
produccion”, un valor particular para el lector colombiano sobre todo; tal valor no se
agotaría simplemente en una dimensión emotiva, que ésta también exalta, pues Samper
a más de subrayar el hecho que “[la] constitución política [de la Confederacion
Helvética corresponda] en sus formas generales á las de [su] patria natal”, singulariza a
Suiza, en primera instancia, como modelo republicano por excelencia en el contexto
europeo, en segunda, como modelo de propuesta civilizatoria exitosa específicamente
apta para Colombia e Hispanoamérica, y finalmente, sugiere Samper, en variante grado,
homologías entre los dos países a nivel de los problemas (si no necesariamente de las
soluciones ni de los resultados), que les han presentado sus características topográficas
y orográficas, su composición multi-racial, y su organización federal.17
15
Samper está haciendo uso aquí de la nomenclatura que introdujera en su Ensayo, que como se sabe, fue
escrito en un período en el cual el país que actualmente conocemos como Colombia recibía el nombre de
Confederación Granadina. Samper propuso en el mencionado Ensayo, “iniciar en la prensa una innovación
en la terminología histórico-geográfica del Nuevo Mundo”, reemplazando el nombre de América (hispana)
por el de Colombia y utilizando el de América para los Estados Unidos, que habrían apropiado “el nombre
general de América para la Confederacion fundada por Washington”. Cfr. Samper, Op. cit., 1969, viii-ix; de
ahí el apelativo de naciones hispano-colombianas en lugar de hispano-americanas. Se reserva el uso de esta
terminología exclusivamente para las citas textuales de Samper. El uso genérico de colombiano por
americano, es propuesto también en los escritos de Bartolomé de las Casas, Francisco Miranda y Eugenio
María de Hostos. Cfr. Javier Ocampo López , Colombia en sus ideas, Bogotá, Fundación Universidad
Central, 1999, vol. III, p. 1085.
16
Samper, Op. cit., 1862, vol. I, p. 534 y vol. II, p. 4.
17
Ibíd., vol. II, pp. 4-5,8. Suiza mantendrá este lugar privilegiado en las apreciaciones de Samper aún en la
reconstrucción retrospectiva que de su viaje realiza en su autobiografía. Cfr. Samper, Op. cit., 1971, pp. 510511.
6
Ahora bien, aunque un sistemático rastreo de los antecedentes intelectuales del discurso
sobre las razas en Samper está más allá del alcance de este ensayo, vale la pena traer a
colación, así sea de manera esquemática, los más visibles contextos y tradiciones de
debate en que se inscriben sus planteamientos. Hay un cierto riesgo reduccionista en la
tendencia de sus comentaristas a enfatizar, por sobre toda otra, la influencia en Samper
de las doctrinas racistas que Gobineau expusiera en su Essai sur l’ínégalité des races
humaines.18 Con este énfasis se minimiza el papel que dentro del pensamiento
colombiano de medio siglo en general y de Samper, en particular, puedan jugar no sólo
las ideas sobre las razas de color heredadas de la tradición colonial, sino aquellas
desarrolladas por las primeras generaciones republicanas tanto en la Nueva Granada,
como en el cono sur por ejemplo.
Dentro del archivo de nociones heredadas del pensamiento colonial conviene destacar
aquellas que se desprenden del debate entablado durante la segunda mitad del siglo
XVIII por los defensores de la integración de la población indígena, en contra de la
tradicional política segregacionista del régimen colonial, sobre todo aquellas en las
cuales se entrelaza la discusión racial y cultural con el argumento económico, en otras
palabras, aquellas en las que se perfilan ideas de asimilación cultural y, en particular, de
“mejoramiento” genético por medio del incentivo a procesos de miscegenación, como
ha demostrado Safford ser el caso en los discursos del español Joaquín de Finestrad y
del criollo neogranadino, Pedro Fermín de Vargas.19 Entre las más notables
continuidades temáticas en el discurso de las élites neograndinas entre 1750 y 1870,
generadas alrededor de la cuestión de la integración económica y la asimilación de la
población indígena, se cuentan, de acuerdo a Safford: en primer lugar, el desempeño
económico como parámetro para medir a la población amerindia y afroamericana, en
segundo lugar, la supuesta inherente estupidez de ésta como consecuencia de su baja
motivación económica y, finalmente, la idea de miscegenación como vehículo para
18
Joseph Arthur Gobineau, Essai sur l’ínégalité des races humaines, París, Editions Pierre Belfond, 1967.
[Edición original, 1853-1855]. Ver, por ejemplo, Harold E. Hinds Jr, José María Samper: the Thought of a
Nineteenth-Century New Granadan During his Radical-Liberal Years (1845-1865), Ann Arbor, UMI, 1976,
p. 216; y Jaime Jaramillo Uribe, El pensamiento colombiano en el siglo XIX, Bogotá, Planeta, 1996, pp. 6263. Es de hecho desde esta perspectiva que Jaramillo Uribe discute las tesis de Samper sobre la incidencia
del legado colonial español en los conflictos que continúan convulsionando a las sociedades americanas
hasta entrado el medio siglo (Jaramillo Uribe, Op. cit., 1996, pp. 61-73).
19
Safford, Op. cit., p. 7.
7
“mejorar” las razas de color.20 Estas ideas serán retomadas y desarrolladas por el
proyecto liberal de nación, con su ideológico discurso de mestizaje/blanqueamiento,
discurso que irá tomando forma a lo largo del siglo XIX, hasta consolidarse como
fundamento del discurso hegemónico de identidad nacional en las primeras décadas del
XX.
En lo que concierne al cono sur, sería prudente al menos cuestionarse, en primer lugar,
sobre el papel que el diseño y objetivos del Facundo,21 pensado como proyecto
intelectual totalizador que suministraría las claves interpretativas del proceso histórico,
político y cultural de la Argentina, hayan podido jugar en la concepción general del
Ensayo, considerado por Samper como una primera y globalizante tentativa de abordar
“la historia crítica general de la colonización y de las revoluciones de la América
española”;22 y en segundo lugar, convendría registrar la relevancia que, como marco
general de referencia, hayan podido tener las tesis sarmentinas sobre “civilización y
barbarie”, para los planteamientos de corte racial-cultural que Samper propusiera, más
de una década después, en sus Viajes y en su Ensayo.
En lo que se refiere específicamente al contexto neogranadino de medio siglo, es
crucial, como ya se había sugerido, tener en cuenta la producción discursiva y
gráfica que sobre la distribución y la estratificación social y racial de la población
granadina generara el proyecto de la Comisión Corográfica. Además, como bien
señala Frank Safford, quien lee las décadas de 1850 y 1860 como, “una de esas
épocas periódicamente recurrentes en que las clases altas colombianas parecían
desarrollar un particular interés por descubrir el país que habitaban”,23 el
comentario sobre las características raciales y culturales de las clases populares del
país no sólo ocupa un notorio lugar dentro de esta producción, sino que cobra auge
dentro de la generalidad de la producción intelectual criolla del período, incluidos
los relatos de viaje y la literatura costumbrista.24
20
Ibíd., p. 23.
Domingo Faustino Sarmiento, Viajes por Europa, Africa y América 1845-1847, Madrid, 1996, segunda
edición [Edición original, 1849].
22
Samper, Op. cit., 1861, viii.
23
“one of those periodically recurring times when upper-class Colombians seemed to take a particular
interest in discovering the country in which they lived”.
24
Safford, Op. cit., p. 21.
21
8
Por otra parte, resaltar la importancia de este clima y de estas matrices intelectuales
locales, no implica en absoluto ignorar las obvias articulaciones del discurso de Samper a
debates europeos, y dentro de ellos, en particular, a las teorías raciales puestas en
circulación por Gobineau sólo unos años antes de la llegada del colombiano a Europa,
sino más bien proponer una aproximación más densa a los ejes que atraviesan dicho
discurso, que aquella por la que ha tendido a optarse tradicionalmente.
Lo que se busca es re-pensar y re-ubicar tanto su interpretación racial del fenómeno
socio-histórico, como las más notorias contradicciones y paradojas que en ella se hacen
evidentes, con respecto a las múltiples influencias que actúan sobre dicha interpretación.
Al fin y al cabo, y sorprende el número de ocasiones en que este obvio principio
metodológico se pasa por alto, las reformulaciones a las que las ideas de Gobineau son
sometidas por Samper están determinadas tanto por las tradiciones socio-culturales y
discursivas desde las cuales se apropian, como por las relaciones que impone el nuevo
contexto discursivo en el cual se inserta la lectura que éste hace de Gobineau.
Estoy pensando en la relativización por parte de Samper, a diferencia de Gobineau, del
grado de inherencia o aun de inmutabilidad que éste último atribuye a la relación entre
grupos raciales y características específicas, y en el papel transformador que, en cambio,
Samper reconoce a las instituciones, frente a la acción de “la sangre”, o incluso del
entorno,25 pero especialmente, en sus (contradictorios, ambiguos y problemáticos, es
verdad) intentos de valoración positiva de los procesos de miscegenación como agente
civilizador, intentos que de hecho son comunes a su generación, por oposición a la visión
que Gobineau tenía de toda mezcla racial como factor de degeneración y decadencia. Sin
duda aquí radica, como justamente señala Hinds, “la mayor divergencia de Samper (y de
hecho, añadiría yo, del pensamiento criollo en general) con respecto a las teorías de
Gobineau”.26
Si bien Gobineau afirma que no se pueden negar ni algunos logros resultantes de las
mezclas interraciales, ni los beneficios que las razas ‘inferiores’ derivarían de su mezcla
25
Samper, Op. cit., 1971, p. 537; 1862, vol. II, pp. 11, 23, 27, 77, 333; 1862, vol. II, p. 399. Para Gobineau
la raza constituye la clave última para el desciframiento del proceso histórico: los logros y fracasos de los
pueblos dentro del proceso civilizatorio se explican en función de su constitución étnica y no de las
instituciones, ni de los climas o el medio geográfico, ni de las creencias religiosas; ninguno de éstos, a
diferencia de la raza, constituye factor de civilización determinante. Cfr. Gobineau, Op. cit., 1967, pp. 34,
81-86, 87-97, 100.
26
Hinds, Op. cit., p. 217.
9
con las ‘superiores’, también concluye que ni unos ni otros podrían compensar los efectos
negativos del mestizaje, ya que en principio éste degradaría y degeneraría a las razas puras
y estaría a la raíz del declive de los pueblos y civilizaciones.27 Más aún, ni el concepto de
blanqueamiento, esa contra-cara del paradigma del mestizaje construido por el criollo, ni
concepto afín alguno existen en el pensamiento de Gobineau: para el francés, el mestizo,
aunque ‘mejorado’ relativamente por el componente blanco, no puede jamás igualar a este
último; el mestizo no puede sino acercarse un poco a la cultura y a las ideas del blanco,
pero permanecerá siempre mestizo y por lo tanto inferior al blanco; el mestizo no tendrá
jamás las aptitudes para apropiar la civilización creada por el blanco; para Gobineau, la
civilización es incomunicable a las razas ‘inferiores’.28
Cómo ignorar aquí entonces, y ya para concluir este aparte, la importancia de la densa
tradición de pensamiento racial colonial, si queremos restaurar las articulaciones entre
dicha tradición (con sus nociones sobre asimilación biológica y cultural), y la
interpretación samperiana tanto del proceso socio-histórico nacional y continental como
su tentativa de extender la aplicación del mismo paradigma al contexto europeo;29 y
cómo ignorar este Gobineau del cual Samper y sus contemporáneos intentan distanciarse,
si queremos comprender en su justa medida tanto la afinidad del discurso cultural
hispanoamericano de medio siglo con el papel determinante que asigna Gobineau a la
cuestión racial en la interpretación del proceso histórico, como la incidencia que las
circunstancias, debates y tradiciones locales tienen sobre los ambiguos replanteamientos
a que el pensamiento criollo republicano somete los presupuestos del francés.
Pero volvamos al inicio del relato y específicamente a la descripción que Samper nos
ofrece de su recorrido entre el puerto fluvial de salida (Honda) y el puerto marítimo
(Cartagena) desde donde zarpará con rumbo a Europa. Esta descripción no sólo funciona
como complemento a las crónicas de la Comisión Corográfica en que, pocos años antes,
Manuel Ancízar y Santiago Pérez, hicieran un recuento de sus itinerarios por las regiones
del nor-oriente y occidente del país, respectivamente, sino que se articula a las
mencionadas crónicas formal, temática e ideológicamente: a nivel formal el vínculo se
27
Gobineau, Op. cit., pp. 58-59, 208-209, 870-872.
Ibíd., pp. 175,181.
29
Como ilustran, por ejemplo, sus aceveraciones acerca de las “correcciones” que se podrían efectuar sobre
la raza gitana por medio de su “asimilacion o fusion completa” al pueblo español. Cfr. Samper, Op. cit.,
1862, vol. I, pp. 441-442.
28
10
manifiesta sobre todo en las convenciones del género costumbrista que unas y otro
comparten: a nivel temático e ideológico, se manifiesta particularmente en el énfasis en
las descripciones de la infraestructura y de las particularidades del territorio que se
recorre, en los recursos humanos de las diversas regiones del país y sus condiciones de
vida, así como sus jerárquicas taxonomías raciales y ocupacionales de las clases
populares, su conceptualización de la relación entre raza y nación, sus balances y
pronósticos del estado del proceso civilizatorio para cada región, al igual que sus
evaluaciones del potencial adjudicado a las diferentes etnias en relación al proyecto de
modernización socio-económica y cultural concebido por la ideología liberal hegemónica
dentro de la clase dirigente colombiana del medio siglo.30
Estas coordenadas sirven en buena medida también de marco de referencia al Ensayo,
sobre todo en el esfuerzo de Samper por extender a la totalidad del territorio nacional,31
tanto el tipo de sistematización de jerárquica geografía racial32 que comienza a
bosquejar en su descripción del valle del bajo Magdalena, en la sección inicial de su
relato de viajes,33 como el bosquejo de cartografía del proceso civilizador en
Colombia34 que propone en esa misma sección; si bien el comentario socio-racial en el
relato, no es estrictamente parangonable al afán de teorización racial totalizadora que
define al Ensayo, ambos comparten una función central al discurso de Samper: en los
“diagnósticos” que uno y otra ofrecen de estas tipologías raciales (tipologías que se
quieren también culturales), Samper ancla su discurso sobre mestizaje, democracia y
civilización.
La “patria” construida por los textos de Samper, al igual que en el discurso de sus
contemporáneos, además de fracturada por las contradicciones entre las lealtades locales y
las aspiraciones a la unidad nacional, es también, una patria étnicamente excluyente que
deja por fuera del proyecto civilizador nacional al indígena, al negro y al zambo, en
30
Sobre la convergencia de las nociones de progreso económico y cultural, y sobre el consumo como
componente e indicador del grado de civilización alcanzado por una sociedad determinada, dentro del marco
de la ideología liberal prevalente en el discurso de la clase dirigente del medio siglo colombiano, ver
Safford, Op. cit., pp. 23-24.
31
Samper, Op. cit., 1969, pp. 78-102.
32
Para una expansión de este tema, ver La Confederación Granadina (Samper, 1860), preparado para la
Sociedad de Etnografía de París, e incluído como apéndice al Ensayo (Samper, 1969, pp. 309-340).
33
Samper, Op. cit., 1862, vol. I, pp. 5-52.
34
Ibíd., vol. I, pp. 8-9.
11
particular,35 y que se erige sobre la ideológica fórmula de asimilación genética y cultural,
con la que desde la racista perspectiva del pensamiento criollo republicano, se
contrarrestarían las desventajas del supuesto déficit originario tanto de la población
indígena y africana, como de la zamba, esa raza fruto del “[indeseado] cruzamiento de
razas envilecidas por la tiranía [colonial]”.36 Esta fórmula, en pleno proceso de desarrollo
en el medio siglo, atraviesa la reflexión de los intelectuales colombianos sobre la nación,37
y recibe particular atención en el discurso de Samper, quien, por lo demás, intenta
proyectar al contexto europeo su teorización del paradigma del mestizaje tanto en su relato
de viajes, como en el Ensayo. Mientras, en Viajes, el paradigma del mestizaje funciona
como uno de los parámetros para medir el avance del movimiento civilizador tanto en
España como en Suiza, en el Ensayo, Samper se propone movilizar el mestizaje como
principio generador de la democracia. En ambos casos se trata de intentos, en mayor o
menor grado cuestionables, de proporcionar a las sociedades latinoamericanas un anclaje a
partir del cual legitimar tanto el lugar de éstas dentro del proyecto civilizatorio universal,
como el precario proyecto decimonónico criollo de construcción de la nación y de las
instituciones republicanas.
No está de más subrayar, a pesar de su obviedad, el hecho que la fórmula miscegenadora,
“blanqueadora” y supuestamente niveladora, es una fórmula recetada por el criollo para
“la masa”, para “el pueblo”, y no para su propia clase, celosa guardiana tanto de su estirpe
35
Ver, por ejemplo, Manuel Ancízar, La peregrinación de Alpha, Bogotá, Biblioteca del Banco Popular,
1984, vol. II, pp. 105, 120 [Edición original en forma de libro, Bogotá, Imprenta de Echeverría Hermanos,
1853]; José María Vergara y Vergara, Colombia, Banco Popular, vol. I, 1974, pp. 59-60. A pesar de que
Pérez responsabiliza a los propietarios de esclavos por la exclusión del negro con respecto a la sociedad
nacional y al movimiento civilizatorio, no deja él mismo de representarlo con apelativos que de hecho lo
desnacionalizan, ni de caracterizarlo como una “amenaza” contra la sociedad e incluso de negarle el derecho
a ser reconocido como ciudadano, ver: Santiago Pérez, Apuntes de viaje, en: Selección de escritos y
discursos de Santiago Pérez, Bogotá, Academia Colombiana de Historia, 1950, pp. 30, 42, 45, 51. De hecho,
su radical crítica al sistema esclavista, no sirve de antídoto al brutal racismo con que define al negro, Pérez,
Op. cit., pp. 44-45. Sobre la manera en que la exclusión del indio y el negro sustenta los intentos de
fundación de una literatura y cultura nacionales en la Colombia del medio siglo, ver mi ensayo sobre la
historiografía y crítica literarias del período, “Of Silences and Exclusions: Nation and Culture in NineteenthCentury Colombia” (2003). Para un estudio de la exclusión del negro del discurso de identidad nacional
colombiano hegemónico en el siglo XX, discurso que encuentra sus antecedentes aquí, ver Wade, 1997 y
2000.
36
Samper, Op. cit., 1862, vol. I, p. 27.
37
Ancízar, Op. cit., vol. II, pp. 105, 120; Pérez, Op. cit., 1950, p. 73; Vergara y Vergara, Op. cit., vol. I, p.
67.
12
hispánica y de sus privilegios,38 como de su monopolio del poder dentro de la sociedad
republicana. Samper no pierde ocasión ni para resaltar “la superioridad de la raza blanca”
por sobre “las demás castas o razas”, simples “instrumentos” de los designios de la
inteligencia criolla,39 ni para recordarnos que “la república y la civilización” sólo podrán
consolidarse en América cuando se cuente con una “masa totalmente modificada”,40 en
otras palabras, “mejorada”, por el efecto blanqueador del mestizaje,41 sobre la cual el
criollo mantendría su incuestionable hegemonía .42 El designio del mestizo “blanqueado”
como agente popular de los proyectos de la élite no sólo pone en evidencia la matriz
racista desde la que se genera la ideología del mestizaje, sino la falacia inherente a la
conceptualización criolla del paradigma del mestizaje como instrumento nivelador y
democratizador de la sociedad.
Además de presentar una imagen más compleja de las sociedades hispanoamericanas y de
reivindicar su historia como naciones independientes ante la mirada europea, lo que
Samper se propone en su Ensayo no es simplemente justificar el sistema republicano como
el más apto para la organización de los nuevos estados hispanoamericanos, sino, en última
instancia, representarlo como un orden al que la historia de la región y su composición
racial los tenía prácticamente destinados; más aún, lo que Samper aspira a demostrar es
que tanto la historia como la composición racial de la América Hispánica, hacían de ésta el
ámbito supuestamente “natural” de la democracia. Es por referencia a esta ambición de
Samper, que debemos leer su intento de teorización totalizadora del mestizaje. Ella nos
debería también ayudar a entender tanto las inconsistencias y contradicciones de tal
intento, como su falta de anclaje histórico.
Pero no dejemos que esta aspiración de Samper nos haga olvidar el fundamento racista y
jerárquico que entraña el mestizaje como fórmula recetada por el criollo hispanoamericano
para “modificar” a la masa y hacerla compatible, mediante su “blanqueamiento”, con la
38
Como lo ilustra, por ejemplo, la presteza, con que Samper establece ya sea la “pureza” de su origen
(Samper, Op. cit., 1971, pp. 16-17), ya sea la del origen de aquellos que forman parte de su galería de
perfiles de personajes notables.
39
Samper, Op. cit., 1969, pp. 186-187.
40
José María Samper, Selección de estudios, Bogotá, Ministerio de Educación Nacional, 1953, p. 51.
41
Samper, Op. cit., 1969, p. 45.
42
Ibíd., p. 187. En mi citado ensayo sobre historiografía y crítica literarias, se discute más ampliamente el
contenido ideológico del paradigma de mestizaje y “blanqueamiento” de la población, dentro del
pensamiento criollo colombiano de medio siglo.
13
democracia y el “progreso”.43 Después de todo, para el criollo, el mestizo tiene en buena
medida un valor compensatorio: lejos de constituir un ideal, es el mal menor cuando se lo
compara con las razas que califica de “envilecidas por la tiranía [colonial]”.44 Al fin y al
cabo, cuando le resultó posible, como en el cono sur, el criollo optó por la fórmula
genocida en lugar de la miscegenadora. Y en cualquier caso, reiteremos, el destino que
Samper le asigna al mestizo blanqueado dentro de la nación, cuyo proceso de construcción
hegemoniza, es la sumisión al “prestigio de la inteligencia, de la audacia y aun de la
superioridad de la raza blanca”.45
La verdad es que el edificio teórico que Samper quiere construir se sustenta (tanto como el
de Gobineau) más en una maniobra ideológica y racionalizadora, que en la evidencia
histórica que repetidamente invoca. Éste es sin duda el caso cuando Samper nos dice que
el mestizaje conduce ineludiblemente a la democracia, mientras que la pureza racial
conduce a la “libertad” del individuo:
Interrogad a la historia, y ella os dirá invariablemente que la
democracia, mas ó ménos pura, ostensible y persistente, ha sido la
síntesis política y social de todos los pueblos muy mezclados ó
compuestos de fusiones de razas muy distintas […] la libertad […] ha
sido, y será siempre mas propia de las razas puras ó poco mezcladas; en
tanto que la democracia es la condicion inevitable de las razas
promiscuas.46
Mientras que los pueblos nórdicos europeos, añade Samper, serían ejemplo de pueblos
homogéneos, los meridionales serían pueblos gestados por mezclas de variadísimas y
heterogéneas razas; finalmente, mientras los primeros producirían aristocracias y darían
ejemplo de asiduidad a la libertad individual, los segundos conducirían inevitablemente a
la democracia, basada en la “acción colectiva”.47 Difícilmente la historia nos podría
proporcionar la clave que nos promete Samper.
Jaramillo Uribe tiene razón al señalar el impacto de ciertas ideas de Gobineau en Samper,
en particular, la asociación que éste hacía entre pueblos germánicos y libertad personal,
43
Samper, Op. cit., 1953, p. 51.
Samper, Op. cit., 1862, vol. I, p. 27.
45
Samper, Op. cit., p. 187.
46
Ibíd., p. 74.
47
Ibíd., pp. 74-75.
44
14
por una parte, y pueblos meridionales y “acción multitudinaria y colectiva”, por otra.48 Sin
embargo, la afirmación de Jaramillo, de que la aceptación de estas asociaciones por parte
de Samper conlleva su aceptación como parámetro para medir la superioridad absoluta de
los primeros sobre los segundos,49 tendría que relativizarse, pues si ella tiene más validez
en el ámbito de la evaluación que Samper hace de las aptitudes de unos y otros pueblos
como colonizadores, la tiene mucho menos en el contexto que estamos discutiendo.
Mientras en el primer caso la tesis de Gobineau le sirve a Samper para hacer una crítica
rotunda al proceso de conquista y colonización españoles en América y para
responsabilizarlo por el grueso de sus problemas presentes, en el segundo ella mina el
proyecto criollo de futuro dentro del proceso civilizatorio. Después de todo, el discurso de
Gobineau supedita las razas latinas (con las que se identifican las élites criollas) a las
germánicas,50 y conceptualiza el mestizaje como causante del declive de las
civilizaciones.51 Samper insiste, en primer lugar, y totalmente a contrapelo de Gobineau,
en que,
ningún pueblo está destinado de un modo absoluto a una alta
civilizacion ni a la decadencia, la ruina y la transformacion completa.
El que tome la via de la libertad y la justicia, y tenga siempre valor para
solicitar el grande ideal, vivirá progresando y modificándose sin
violencia, hasta la consumacion de los siglos.52
Y en segundo lugar, y también en contra de la valoración negativa de Gobineau, Samper
insiste en que el mestizaje puede ser leído positivamente, como un factor dinamizador del
proceso civilizatorio, como resulta evidente en sus comentarios sobre Suiza,53 y sobre
aquellas zonas que, como “Cataluña, Andalucía y las provincias vascongadas”, él
considera la punta del lanza del mismo en España.54
48
De hecho, la afirmación por parte de Samper de que el mestizaje conduce ineludiblemente a la
democracia, lleva también el sello de Gobineau, para quien las ideas igualitarias solo podían ser generadas
por pueblos mestizos. Sin embargo, mientras el aristocratizante Gobineau descalifica estas ideas por negar
las leyes naturales que supuestamente establecerían irrefutablemente la desigualdad entre los hombres y las
razas, el republicano Samper las valora positivamente. Véase: Gobineau, Op. cit., 1967, pp. 67-68.
49
Jaramillo Uribe, pp. 62-63.
50
Gobineau, Op. cit., p. 111.
51
Ibíd., pp. 58-59, 208-209, 870-872.
52
Samper, Op. cit., 1862, vol. II, p. 389.
53
Ibíd., p. 389.
54
Ibíd., pp. 341-342.
15
Aunque a primera vista, esta valoración positiva del mestizaje parecería unificar su
percepción del proceso miscegenador en los contextos hispanoamericano y europeo, lo
cierto es que esto no pasa de ser una apariencia. Su reivindicación del mestizaje entre
pueblos blancos europeos, e incluso entre éstos y las poblaciones de origen árabe,55 que en
cualquier caso, él considera también superiores a las razas de color que dan origen al
mestizo hispanoamericano, ni modifica su visión compensatoria del mismo como un mal
menor, ni elimina el racismo que sirve de base a dicha visión.
Las negociaciones de las tesis de Gobineau que se han señalado en el discurso de Samper
son, en efecto, resultado de la apuesta que el criollo se ve obligado a hacer por la fórmula
miscegenadora, a pesar de su ambigua actitud ante el mestizo. Más aún, aunque estas
negociaciones se traduzcan (en su intento de teorizar la articulación de las nociones de
mestizaje, civilización y democracia) en estrategia de resistencia a las mencionadas tesis
de Gobineau, esta estrategia, como queda sugerido arriba, no supera ni las contradicciones,
ni el racismo que subyace al discurso de Samper sobre el mestizo hispanoamericano.
Más que producir una tesis corroborable a través de la mirada histórica, este intento de
Samper constituye un ejercicio racionalizador y desiderativo, en cierto grado circular, cuya
única posible conclusión es que en Hispanoamérica la democracia es ineludible y no puede
sino consolidarse, pues ella está pre-determinada por una “ley etnológica”,56
supuestamente demostrada ya para el caso europeo. Hispanoamérica,
la más mestiza de cuantas [sociedades] habitan el globo, ha tenido que
ser democrática, á despecho de toda resistencia, y lo será siempre
mientras subsistan las causas que han producido la promiscuidad
etnológica.57
Además de concebir la democracia como ineludible, el discurso de Samper la propone
como “la única forma [de organización] racional”, en sociedades “donde la naturaleza y el
tiempo han creado ciudadanos negros, blancos, amarillos y pardos, destinados a vivir
juntos”.58 Resulta interesante observar que aquí el mestizo, en lugar de aparecer como
contrapuesto, como alternativa, a los demás grupos raciales, aparece yuxtapuesto a ellos,
55
Ibíd., vol. I, p. 339.
Samper, Op. cit., 1953, p. 51.
57
Samper, Op. cit., 1969, p. 77.
58
Ibíd., p. 174.
56
16
como un elemento más de ese heterogéneo conjunto, mientras que la democracia aparece,
a su vez, como estrategia de co-existencia armonizante en sociedades reconocidas como
profundamente heterogéneas.
Recordemos, sin embargo que, incluso cuando no se hace explícita, la heterogeneidad está
asociada frecuentemente, en el pensamiento criollo, al temor al conflicto que debe
“conjurarse” en aras del avance del proceso civilizador,59 y que, en todo caso, el mestizaje,
como paradigma asimilacionista, se percibe como un antídoto contra esa fuente de
conflicto por su capacidad de erradicar la heterogeneidad y producir la ansiada armonía.
De hecho, Samper utiliza este mismo lente cuando emite su diagnóstico (negativo) sobre
Valencia; diagnóstico que es imposible dejar de asociar a su preocupación por el contexto
hispanoamericano, que le sirve de marco de referencia para esta reflexión: la Valencia de
Samper es el escenario de dos mundos (morisco y español), que viven “mezclados”, pero
aún no “amalgamados”, por lo cual conviven conflictivamente, como si la guerra entre
cristianos y moros no hubiera concluido.60 Su representación de Suiza proporciona, en
total contraste, el ideal que se ansía alcanzar, el modelo de “feliz amalgama” de razas
normalmente consideradas antagónicas, amalgama de la que se derivaría la armonía que él
percibe “en todas las manifestaciones sociales” y en su avance por el camino de la
civilización y de la democracia.61
Recordemos también que el tópico de la heterogeneidad racial de las sociedades
hispanoamericanas es uno de los terrenos minados, por excelencia, del pensamiento
criollo; el tópico de la heterogeneidad, junto con su contraparte, el de mestizaje como
fuente de armonía, son generadores de ambigüedades, tensiones y contradicciones a las
que no escapa el discurso de Samper.
El fantasma del conflicto resquebraja una y otra vez los sueños de “armonía en la
diversidad” que Samper cifra en el proyecto miscegenador, haciendo entrar en pugna, por
un lado, sus aspiraciones (la democracia y la armonía), y por otro, su pesimismo sobre la
heterogeneidad racial, derivada de su visión jerárquica y de su profundo desprecio por las
razas indígenas y africanas; de su nostalgia por una población homogénea, a la manera de
59
Ibíd., p. 218.
Samper, Op. cit., 1862, vol. I, p. 245. Es difícil ignorar la relación homológica entre esta descripción de
Valencia y la que hace de Mompós en la sección inicial de su relato (Ibíd., p. 32), donde se evoca la
permanencia de la fractura entre la población de color y la hispánica, introducida por la conquista.
61
Ibíd., vol. II, pp. 47-48, 257, 261.
60
17
la que él envidia a Chile, que no propondría ni “los defectos etnológicos de nuestra
sociedad”, ni el antagonismo de razas que caracterizaría a ésta última.62
Frente a esa imagen de Hispanoamérica, en la cual, “Jafet, Sem y Chan se habrían dado el
abrazo fraternal […] tendiendo á reconstituir […] esa unidad progresista y cristiana [de la
raza humana] que se traduce en este fenómeno admirable y sublime: la armonía en la
diversidad!”,63 surge aquella en la cual se trasluce su pesimismo sobre la capacidad que el
mestizaje ha mostrado hasta entonces para resolver el conflicto racial y social legado por
el proceso de conquista y colonización, proceso por el cual, nos dice, se “pusieron en
contacto (no diremos armonía) los mas diversos elementos sociales [españoles, indígenas,
africanos, mestizos, castas de diversas razas indígenas, mulatos, zambos y demás castas
secundarias, fruto de mezclas entre las primarias]”.64 Más aún, al discutir las causas de la
inestabilidad política en las nuevas repúblicas, y su cadena de guerras civiles, Samper
afirma que ellas remontan sus orígenes más allá del militarismo, el caudillismo y las
complicaciones de la guerra de independencia, y sugiere que habría que buscarlas en “la
composicion misma de la sociedad – la mas incongruente que se puede imaginar […] Esa
sociedad compuesta de tantas razas y castas en antagonismo [cuya] fusion tenia que pasar
por muy dolorosas crísis ántes de operarse”.65 Crisis de las cuales aún esperamos salir, a
pesar de las promesas que de “armonía en la diversidad” y de democracia racial nos vienen
haciendo desde hace cerca de siglo y medio, los ideólogos del mestizaje.
Bibliografía
Acosta de Samper, Soledad, “Recuerdos de Suiza”, en: La Mujer, Bogotá, III, 1879-1880,
pp. 109, 133, 159, 183, 210, 235, 256 y 280 [Artículos inicialmente publicados en
El Mosaico, Bogotá, I y II, 1859-1860].
62
José María Samper, “Descubrimiento y conquista de Chile”, en: Miscelánea o colección de artículos
escogidos de costumbres, bibliografía, variedades y necrología, París, Librería Española de E. Denné
Schmitz, 1869, pp. 311, 347-348. [Publicado originalmente en La Revista Americana, 1863].
63
Samper, Op. cit., 1969, p. 76.
64
Ibíd., pp. 71-71.
65
Ibíd., p. 201.
18
_____ “Recuerdos de Europa: Los salones de París, La mujer en París, El año nuevo en
París, Los parisienses viajeros, Londres, Novelas inglesas, Literatura rusa”, en: La
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19
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20
La masonería y las facciones del liberalismo colombiano
durante el siglo XIX.
El caso de la masonería de la Costa Atlántica♣
Gilberto Loaiza Cano♦
Resumen
Este artículo pretende demostrar que hubo una relación entre la trayectoria de una red masónica y la definición
de una tendencia política regional; a pesar del poco interés de la historiografía universitaria por los estudios
sobre la masonería, y a pesar de las escasas fuentes primarias disponibles, se puede, de todos modos, examinar
los nexos entre la militancia masónica y la formación de grupos políticos regionales durante el siglo XIX. Más
interesante aún es el hecho de que la masonería, en este caso, en vez de haber sido un dispositivo de la lucha del
liberalismo por relativizar la antigua influencia pública de la Iglesia católica, haya servido como vehículo de la
alianza orgánica entre liberalismo y catolicismo que se plasmó en el proyecto político de la Regeneración.
Palabras clave: masonería, sociabilidad, Iglesia católica, liberalismo, conservatismo.
Abstract
The aim of this article is to demonstrate that there was a relationship between the trajectory of a Masonic
network and the definition of a regional political tendency. Despite university historiography’s little interest for
studies on Masonry, and in spite of the scarce primary sources available it is possible, nonetheless, to examine
the links between Masonic militancy and the formation of regional political groups throughout the nineteenth
century. It is even more interesting the fact that masonry, in this case, rather than being a device for Liberalism’s
struggle to play down the Catholic Church’s ancient public influence, turned out serving as a vehicle of the
organic alliance between Liberalism and Catholicism imprinted in the political project of the Regeneración
Keywords: masonry, sociability, catholic church, liberalism, conservatism.
Introducción
Quienes hayan leído la obra del lamentado profesor François-Xavier Guerra, habrán
encontrado reflexiones acerca de la importancia de la masonería como un instrumento de
difusión de la política moderna durante el siglo XIX. Sus discípulos, en trabajos muy
puntuales, han demostrado con lujo de detalles que la masonería perteneció a esas prácticas
asociativas que contribuyeron a expandir una cultura igualitaria y republicana.1 Esos
hallazgos podrían servir de punto de partida para el estudio de lo que pudo haber sido la
♣
Artículo recibido el mayo 24 de 2007 y aprobado el 14 de julio de 2007.
Doctor en Sociología de la Universidad París 3-Iheal. Profesor asociado del Departamento de Historia de la
Universidad del Valle, Cali.
1
Es el caso del estudio de Pilar González-Bernaldo que examina la relación entre prácticas asociativas y la
construcción de la nación en Argentina: Civilité et politique aux origines de la nation argentine. Les sociabilités
à Buenos Aires, 1829-1862, París, Publications de la Sorbonne, 1999. Existe la versión en español editada por el
Fondo de Cultura Económica, 2002.
♦
masonería en la situación colombiana de ese mismo siglo. Sin embargo, nuestra historiografía
está lejos de haberle adjudicado importancia a la masonería como objeto de estudio, aunque
ha estado recientemente interesada por indagar acerca del funcionamiento de determinadas
formas de sociabilidad, especialmente aquellas vinculadas al proyecto político-cultural del
catolicismo.2 El vacío dejado por la historiografía universitaria lo han llenado hasta ahora
algunos aportes militantes e institucionales, como los de los masones Américo Carnicelli y
Julio Hoenigsberg.3 La obra de Carnicelli, principalmente, constituye el único esfuerzo,
conocido hasta hoy, de reconstitución del proceso de instalación de la masonería en Colombia
desde el comienzo de la lucha contra la dominación española hasta la segunda mitad del siglo
XX. Más recientemente, el libro de otro “hermano”, al menos así presentan en el prólogo a
Mario Arango Jaramillo, ayuda a confirmar que los estudios sobre la masonería siguen
caminando por las márgenes de la historiografía universitaria y más cerca de las definiciones
hiperbólicas.4
Esta falta de interés por el tema no es exclusiva de la historiografía universitaria colombiana.
Jean-Pierre Bastian5 ha insistido sobre este mismo vacío en el caso mexicano, y Pilar
González-Bernaldo, en su estudio sobre las formas de sociabilidad en Buenos Aires, concluyó
que la masonería no había alcanzado hasta entonces “el estatus de objeto histórico”. Es sin
embargo curioso que la sociabilidad masónica en Colombia, en el siglo XIX, no sea un objeto
interesante para los historiadores porque es evidente que buena parte de la clase política de la
época gravitó en torno a la militancia en logias. Por otra parte, la masonería ha estado, de uno
u otro modo, relacionada estrechamente con el delicado proceso de constitución de la vida
republicana. La filiación masónica o no fue parte de los dilemas de la formación de una élite
política; la militancia en una logia no parecía ser un asunto sin derivaciones públicas. Desde
la década de 1820, la militancia en una logia parecía coincidir con la necesidad de aglutinar
una de las facciones o “partidos” que se disputaban el control del proceso organizativo de la
postindependencia; por ejemplo, un complot contra Simón Bolívar, en 1828 en Bogotá, fue
2
Me refiero, principalmente, al estudio de Patricia Londoño, Religión, cultura y sociedad en Colombia. Medellín
y Antioquia, 1850-1930, México, Fondo de Cultura Económica, 2004; y al de Gloria Mercedes Arango,
Sociabilidades católicas, entre la tradición y la modernidad. Antioquia, 1870-1930, Medellín, La Carreta
editores, 2004.
3
Américo Carnicelli, Historia de la masoneria colombiana, 1833-1940, vol. 2, Bogotá, Artes gráficas, 1975;
Julio Hoenigsberg, Cien años de historia masónica de la RL. El siglo XIX, Barranquilla, 1964.
4
Mario Arango Jaramillo, Masonería y partido liberal. Otra cara en la historia de Colombia, Medellín,
Corselva, 2006.
5
Jean-Pierre Bastian, “Una ausencia notoria: la francmasonería en la historiografía mexicanista”, en: Historia
Mexicana, México, No. 3, 1995, pp. 439-460.
apoyado por un grupo de masones bajo la dirección de Francisco de Paula Santander quien
desde 1820 había fundado en Bogotá la logia Libertad de Colombia. Luego de haber develado
la conspiración, Bolívar decretó la prohibición de la masonería en Colombia y de todo tipo de
sociedades secretas. En el otro extremo cronológico de la historia política colombiana del
siglo XIX, durante la aprobación de la Constitución de 1886, la masonería colombiana –más
exactamente la masonería vinculada al liberalismo radical- fue de nuevo el blanco de
persecuciones y de prohibiciones oficiales. Entre esos dos extremos, la masonería colombiana
fue perfeccionando tendencias, divisiones territoriales, matices ideológicos, hasta el punto de
ser demasiado evidente que hubo una corriente netamente anticlerical a partir de la fundación
de la logia Estrella del Tequendama, en 1849 en Bogotá; esa corriente contrastó y luego entró
en pugna con la masonería que estaba reunida en torno al Supremo Consejo de Cartagena; en
la década de 1860 ya era posible encontrar tres tendencias en la organización de logias y dos
de ellas se reunían bajo la égida de caudillos militares: las logias que auspiciadas por el
coronel y luego general Juan José Nieto, que fungió por algún tiempo como la máxima
autoridad del Supremo Consejo de Cartagena; las logias que se agruparon bajo el control del
general y presidente Tomás Cipriano de Mosquera; y aquellas que reunieron exclusivamente
al personal político del liberalismo radical. En un panorama de incuestionables relaciones
entre la masonería y el personal político, algo que fue notorio precisamente durante el
reformismo radical en los decenios de 1860 y 1870, el historiador no puede soslayar la
importancia política que pudo tener el asociacionismo masónico.
Sin embargo, ni siquiera los estudios biográficos sobre dirigentes políticos del siglo XIX en
Colombia han contemplado en sus análisis las relaciones de sus biografiados con la militancia
masónica. Aparte de los estudios sobre Antonio Nariño, Juan José Nieto y Manuel Ancízar,6
los biógrafos han preferido dejar de lado la militancia masónica de sus personajes. Las
omisiones más evidentes son, posiblemente, las de Francisco de Paula Santander y Tomás
Cipriano de Mosquera que fueron promotores incuestionables de procesos de implantación de
redes de logias.7
6
Enrique Santos Molano, Antonio Nariño, filósofo revolucionario, Bogotá, Planeta, 1999; Orlando Fals Borda,
Historia doble de la costa, tomo II, Bogotá, Carlos Valencia, 1981; Gilberto Loaiza Cano, Manuel Ancízar y su
época, Medellín, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín-Universidad de Antioquia-Eafit, 2004.
7
A propósito de Santander, Pilar Moreno de Angel, Santander, Bogotá, Planeta, 1989; a propósito de Mosquera,
Diego Castrillón, Tomas Cipriano de Mosquera, Bogotá, Planeta editorial, 1994.
Ahora bien, la débil densidad del fenómeno masónico podría justificar esta falta de interés por
parte de los historiadores. Mientras que en Colombia, entre 1833 y 1886, no se puede hablar
de la existencia de más de una treintena de logias, a veces reunidas alrededor de un Gran
Oriente, en otros países hispanoamericanos se hallaba mayor intensidad en la implantación de
logias. Así, en Brasil, durante la década de 1870, uno de los tres Grandes Orientes llegó a
reunir 56 logias. En México, hacia el fin del decenio de 1880, se podían contar más de una
centena de logias. En cuanto a Cuba, entre 1878 y 1881 existieron unos 71 talleres masónicos.
En el caso del Río de la Plata, durante la segunda mitad del XIX pudieron haber existido más
de 50 logias.8 Es posible que estas cifras digan poco en un ejercicio comparado, pero sí
alcanzan a demostrar que en otros lugares la práctica asociativa masónica tuvo mayor
atractivo para las élites político-intelectuales.
De todos modos, la masonería colombiana conoció una vida relativamente intensa a pesar de
algunas interrupciones significativas y, sobre todo, ella hizo parte de la historia política y
religiosa de la segunda mitad del siglo XIX. Durante los dos ciclos de hegemonía del
liberalismo anticlerical, 1849-1853 y 1863-1877, hubo relaciones evidentes entre la militancia
masónica y el acceso a puestos oficiales de control del Estado, incluyendo el de presidente de
la república (Cfr. Cuadro 1). No podemos tampoco menospreciar la influencia de la masonería
en los cambios de costumbres de las élites, al menos en lo que concierne a la difusión y
consumo de una literatura que reivindicaba un ideal laico. La aparición de ciertos títulos de
prensa, la fundación de talleres de imprenta, la creación de lo que podríamos llamar una
sociabilidad cultural, los proyectos de masificación de una educación laica, a partir de 1867,
son fenómenos indisociablemente ligados a la influencia de un grupo muy activo de dirigentes
masones que tenían el control de un Estado debilitado por un régimen federal; ese régimen
era, a propósito, la consecuencia directa de la Constitución política de 1863 que esta misma
clase dirigente masónica había contribuido a crear. Lo que es cierto, en todo caso, es que a
pesar del escaso número de militantes y de las ambigüedades ideológicas, la élite masónica
colombiana de la segunda mitad del XIX estuvo muy comprometida con los diversos
proyectos de laicización a nombre del liberalismo.
8
Véase: David Gueiros Vieira, “Liberalismo, masonería y protestantismo en Brasil, siglo XIX”, en: Jean-Pierre
Bastian, coord., Protestantes, liberales y francmasones (sociedades de ideas y modernidad en América latina,
siglo XIX), México, Fondo de Cultura Económica/Cehila, 1990, p. 58; Jean-Pierre Bastian, Los disidentes:
sociedades protestantes y revoluciones en México, 1872-1911, México, Fondo de Cultura Económica-El Colegio
de México, 1989, p. 87; Eduardo Torres Cuevas, “Los cuerpos masónicos cubanos durante el siglo XIX”, en:
José A. Ferrer Benimeli, coord., La masonería española entre Europa y América, Zaragoza, Centro de Estudios
Históricos de la Masonería Española, 1993, p. 251; Pilar González Bernaldo, Op. cit., pp. 222-229.
Cuadro 1
Trayectorias asociativas de los presidentes de Colombia,
1845-1886
Fuente: Base de datos prosopográficos, BDP9
Abreviaturas: E.R.: Escuela republicana; S.D: Sociedad democrática; Ac.L: Academia de la lengua; At. L:
Ateneo literario; SVDP: Sociedad de San Vicente de Paul; S.Pop.: Sociedad popular; S. Cat.: Sociedad católica.
Nombre
Tomás Cipriano de Mosquera
José Hilario López
José María Obando
José María Melo
Filiación
Clubes
Sociabilidad
Sociabilidad
masónica
liberales
cultural
conservadora
Filantropía
S.D, 1867
bogotana, 1858;
Prop. Luz, 1864
Estrella del
SD, 1850
Tequendama, 1850
Estrella del
SD, 1853
Tequendama, 1852
Estrella del
Tequendama, 1850
Manuel M. Mallarino
S. Pop., 1849
Ac.L., 1865
Ac.L., 1871
Mariano Ospina Rodríguez
S.Pop., 1849; S.
Cat., 1871
S.Cat., 1871
Bartolomé Calvo
Ignacio Gutiérrez Vergara
Manuel Murillo Toro
Santos Acosta
SVDP, 1857
Ac.L, 1871
S.Pop., 1850
Estrella del
SD,1850-1856;
Tequendama, 1851, E.R., 1850
1875
Filantropía
bogotana, 1858
Santos Gutiérrez
Eustorgio Salgar
Santiago Pérez
Aquileo Parra
Julián Trujillo
Rafael Núñez
9
Estrella del
Tequendama, 1851
Estrella del
Tequendama, 1850
Estrella del
Saravita , 1865
Luz del Cauca,
1864
E.R., 1850
E.R., 1850
At. L., 1865
Ac. L., 1871
SD Popayán,
1867- 1876
SD, 1849, 1876
E.R., 1850
BDP: Base de datos de biografías colectivas que hacen parte de los anexos de mi tesis doctoral: Sociabilité et
définition de l’Etat-nation en Colombie, de la révolution libérale à la république catholique, 1845-1886; bajo la
dirección de Jean-Pierre Bastian, París 3, Iheal, 2006. Esta BDP será citada a menudo en este ensayo; las
semblanzas del personal masónico costeño, aunque a veces no se mencione la fuente, también están basadas en
la BDP. Esta base de datos está construida por datos provenientes de los escasos e incompletos diccionarios
biográficos colombianos, memorias, biografías y, sobre todo, por el seguimiento de las trayectorias públicas del
personal político mediante una prolija consulta de los títulos de prensa del siglo XIX, del periodo 1845-1890;
para cada hombre o mujer de la élite (eso incluye a dirigentes del artesanado) de esa época se revisaron y
precisaron principalmente: fechas y lugares de nacimiento y muerte; formación intelectual; filiaciones políticas;
cargos públicos por representación o por designación; relaciones de amistad y parentesco; pertenencias
asociativas.
Francisco J. Zaldúa
José Eusebio Otálora
Estrella del
E.R., 1850
Tequendama, 1851
Estrella del
Tequendama, 1874
Ahora bien, los vacíos documentales han sido y serán un obstáculo –también un desafío- en la
reconstitución del paisaje de la expansión y de la influencia de las logias; aunque es cierto que
las logias debieron producir una abundante documentación administrativa, es evidente que no
hubo una voluntad pública o privada de conservación de esos fondos documentales. Por esto,
el investigador debe conformarse con el acceso a una documentación fragmentaria
proveniente de los muy raros archivos privados y de algunos archivos públicos. Esas
dificultades no permiten representar con precisión la importancia cuantitativa y cualitativa del
fenómeno masónico y su influencia sobre la vida pública colombiana del siglo XIX. Sin
embargo, el poco material disponible permite entrever un alto grado de institucionalización de
la masonería así como las tensiones y enfrentamientos entre las corrientes masónicas. Así, por
ejemplo, el Fondo Pineda 824 de la Biblioteca Nacional de Colombia (en adelante BNC)
contiene listados de los miembros de las principales logias que existieron en Cartagena y de
los fundadores de las logias en los distritos cercanos, entre 1855 y 1866; incluye igualmente
algunos comunicados oficiales de los funcionarios de las logias reunidas alrededor del Gran
Oriente de Cartagena o del Gran Oriente del Centro. La sección Raros y Manuscritos, de la
Biblioteca Luis Angel Arango (en adelante BLAA), conserva varias cajas y carpetas, no muy
bien ordenadas ni inventariadas, de la documentación que legó y utilizó para su libro el masón
Américo Carnicelli en los inicios de la década de 1950. Entre esa documentación podrían
destacarse los Libros de oro y los Libros de actas del Supremo Consejo Neogranadino con
sede en Cartagena, que abarcan información administrativa desde 1861 hasta 1906; los
Copiadores de palustres reúnen documentación desde 1864 hasta 1886. Esas colecciones de
documentos contienen, sobre todo, actas de tenidas y de sesiones del Gran Consejo
Administrativo; correspondencia entre logias; iniciación de solicitudes de instalación o
reinstalación de logias en diferentes puntos del país; informes de tesorería; relaciones de
pagos a impresores y suscripciones a prensa extranjera; fundación de escuelas; conflictos por
deudas o deslealtades entre individuos o entre estructuras masónicas, en fin. En cuanto a
impresos, el Registro oficial y la Luz masona, las dos publicaciones oficiales de la masonería
de la costa atlántica, han desaparecido, y solamente los Anales masónicos y el Boletín
masónico, publicados por los masones de Bogotá, son todavía conservados en la BNC y la
BLAA.
Según Carnicelli, hubo dos corrientes masónicas en Colombia. Él afirma a menudo que los
masones de la costa atlántica reunidos en el Supremo Consejo de Cartagena buscaron siempre
conciliar los principios de la masonería y su fe católica, mientras que aquellos del centro del
país fueron más bien anticlericales.10 La obra de Carnicelli deja, además, entrever que el
universo asociativo masón reproducía los conflictos entre las dos facciones liberales. Nosotros
intentaremos en este ensayo desarrollar la tesis según la cual la élite liberal utilizó la
sociabilidad masónica para forjarse una identidad partidista liberal y para expresar las
rivalidades entre corrientes del liberalismo cuyos enfrentamientos estaban relacionados con la
discusión sobre el lugar que debía ocupar la Iglesia católica en el mundo republicano. Así,
según la importancia otorgada a la Iglesia católica, la masonería colombiana de la segunda
mitad del XIX mostró tanto un liberalismo conciliador como un liberalismo radical. Es
necesario agregar el peso del factor regional que contribuyó a la especialización ideológica de
las corrientes liberales, de suerte que el centro y el oriente del país se convirtieron en el
bastión de la masonería organizada por los liberales radicales, mientras que la de la costa
atlántica reveló la conciliación de los liberales con la Iglesia católica.11 Este esquema
aparentemente simple fue sacudido, en 1864, por el general Tomás Cipriano de Mosquera, el
principal caudillo militar colombiano del siglo XIX. Con el fin de construir su propia red de
fidelidades políticas, el caudillo le disputó a los masones de Cartagena y de Bogotá el control
sobre el militantismo liberal.
Postular que la masonería tuvo una enorme influencia sobre los asuntos públicos o que las
querellas entre las facciones liberales se reprodujeron casi que naturalmente en la vida interna
de las logias puede ser un punto de partida muy cuestionable. Pero la masonería, aquí como
en otras partes, estuvo implicada -nos guste o no- en la política cotidiana de las élites liberales
e, incluso, de las conservadoras. Por ejemplo, en el caso mexicano se admite que las
rivalidades entre logias fueron con frecuencia justificadas por las ambiciones burocráticas o
por los alineamientos del personal político liberal.12 Es por esto que puede pensarse, en
10
Carnicelli, Op. cit., tomo I, pp. 83, 91; tomo II, pp. 37, 45, 98.
Por razones de espacio, este ensayo sólo podrá examinar lo concerniente a la conciliación entre liberalismo y
catolicismo que se forjó en la costa atlántica.
12
Rosa María Martínez de Codes, “El impacto de la masonería en la legislación reformista de la primera
generación de liberales en México”, en: J.A. Ferrer Benimeli, coord., Masonería española y América, tomo I,
Zaragoza, Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española, 1993, pp. 129-145. Este rasgo de la
masonería es también admitido por Pilar González Bernaldo, “La ‘sociabilidad’ y la historia política”, en: Pani,
Salmerón (coord), Conceptuar lo que se ve. François-Xavier Guerra, historiador. Homenaje, México, Instituto
Mora, 2004, pp. 419-460.
11
nuestro caso, que la masonería expresó e incluso reprodujo las querellas entre los miembros
de la élite liberal de la época; también puede sugerirse que alrededor de un grupo de
dirigentes o alrededor de un caudillo, fueron creadas redes de logias que se consolidaron
como estructuras clientelistas. Mejor aún, podemos llegar a decir que, según los rasgos
sociales de los individuos implicados y según los desacuerdos coyunturales entre las
Obediencias masónicas, el factor económico fue decisivo en las querellas entre las facciones
del liberalismo colombiano. En efecto, la masonería fue a la vez vehículo de tensiones
políticas y de intereses económicos; la organización de sus estructuras y jerarquías, la
delimitación de jurisdicciones tuvieron mucho que ver con el control de circuitos comerciales
o, al menos, con las necesidades asociativas de comerciantes y abogados que buscaban el
control del estado, el acceso a puestos públicos y el dominio de circuitos comerciales.
Como lo advertía el profesor François-Xavier Guerra, a propósito del caso mexicano, lo que
nos parece igualmente válido para el colombiano, es posible que jamás nos encontremos
frente a un partido liberal durante todo el siglo XIX.13 Estaremos más bien ante una recurrente
lucha entre facciones de notables que militaban, a nombre de corrientes del liberalismo, en
logias masónicas.
En este artículo, volvemos a advertir, sólo podremos detenernos en el análisis de una de las
dos –o quizás tres- tendencias de la masonería colombiana que correspondió con una de las
facciones del “partido liberal” del siglo XIX. Por eso nos concentraremos en el estudio de la
masonería de la costa atlántica, desde su origen en 1833 con la fundación del Supremo
Consejo de Cartagena.
El Supremo Consejo de Cartagena
La masonería durante el siglo XIX en la región de la costa atlántica colombiana y bajo la
autoridad del Supremo Consejo de Cartagena tuvo, en comparación con aquella del centro del
país, una historia relativamente larga y apacible. Su nacimiento se sitúa en 1833, cuando el
Supremo Consejo fue fundado por un grupo de militares bajo la protección de Francisco de
Paula Santander, y su historia transcurre hasta más allá del régimen de la Regeneración,
instaurado en 1886, que había precisamente declarado el fin de la masonería en Colombia. Su
13
François-Xavier Guerra, Le Mexique, de l’Ancien régime à la Révolution, París, L’Harmattan-Publications de
la Sorbonne, 1985, tomo I, pp. 152-154.
vida fue por tanto más extensa y tranquila que aquella de las autoridades masónicas del resto
del país. Esa larga existencia constituye, de por sí, un grueso indicio de su carácter; en vez de
haber tenido una trayectoria en pugna con la Iglesia católica, se fue definiendo como el nexo
privilegiado de la élite de la costa atlántica, más allá de las filiaciones políticas y religiosas de
sus miembros. Es decir, era una estructura asociativa que servía como nicho de conciliación
de una élite regional.
La fundación del Supremo Consejo Neogranadino hizo parte de un proceso de implantación
de la masonería a lo largo de la costa atlántica de la América del sur; después de la creación
del Supremo Consejo del Brasil, en 1822, el fundado en Cartagena fue la segunda autoridad
instaurada en el subcontinente. Su fundación dio origen a una red de logias situadas en los
principales puertos de la costa atlántica y de la costa pacífica, en el caso de algunas logias
fundadas en Panamá. De otra parte, el Supremo Consejo de Cartagena no sólo dejó su
impronta en Colombia, sino también en América central. En buena medida, la Obediencia
creada en Cartagena era la heredera de la antigua influencia que había ejercido, entre 1739 y
1813, el Gran Oriente de Jamaica en la región Caribe.14
La fundación del Supremo Consejo de Cartagena del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, el 19
de junio de 1833, fue el resultado de los esfuerzos de Francisco de Paula Santander, el
presidente de la república de la época, quien deseaba implantar una red de logias en diferentes
regiones. En los primeros decenios del siglo XIX, la instalación de la masonería parecía más
sencilla en las regiones donde la influencia sobre la Iglesia católica era débil y donde el
contacto con el exterior era más intenso, como en la costa atlántica. Durante los primeros años
de vida republicana, la masonería era el punto de encuentro de los notables de cada región,
incluyendo abogados, comerciantes, curas y veteranos militares relacionados con la época de
la Independencia.15
Para la implantación del Supremo Consejo de Cartagena, el general Santander contó con el
apoyo de los militares y de la jerarquía eclesiástica (Cfr. Cuadro 2). Recurrió a un veterano
militar que había sido miembro de logias y de sociedades secretas, como los carbonarios en
Venezuela, el coronel Valerio Francisco Barriga, y lo nombró Gobernador de la Provincia de
14
Sobre la decadencia del Gran Oriente de Jamaica y la aparición del Gran Oriente de Cartagena, ver: SealColon, “La isla de Jamaica y su influencia masónica en la región”, en: José Ferrer Benimeli, coord., La
masonería española entre Europa y América, Zaragoza, 1993, pp. 205-221.
15
David Bushnell, El régimen de Santander, Bogotá, El Áncora Editores, 1984, p. 256.
Cartagena, en 1832.16 Al mismo tiempo, sacando partido de las facultades que le otorgaba el
Patronato,17 el presidente Santander nombró a Juan Fernández Sotomayor como obispo de
Cartagena, un cura nacido en esta misma ciudad y que había hecho parte de la armada patriota
en la época de la independencia; en 1822, Fernández de Sotomayor había ingresado a la logia
Beneficencia de Cartagena; entre 1823 y 1826, él fue representante a la Cámara por la
provincia de Mompós; en 1825, fue miembro de la Sociedad bíblica de Londres, fundada en
Bogotá; en 1828, el obispo Fernández de Sotomayor participó en la convención constituyente
en favor del grupo político del general Santander. Fernández de Sotomayor hacía parte de la
primera generación de curas liberales que contribuyeron a la consolidación de las
instituciones republicanas, a la implantación de sociedades lancasterianas para el aprendizaje
de las primeras letras e incluso a la difusión “de una actitud casi protestante frente a la Biblia
y la Iglesia”.18 Conviene precisar que el obispo Fernández de Sotomayor hizo parte de la
corriente de curas republicanos y liberales que contrastó con aquella que confió en una
restauración monarquista, sobre todo durante la primera mitad del siglo XIX.19 En todo caso,
el obispo Fernández Sotomayor perteneció a la generación de curas políticos de los primeros
decenios de vida republicana.
Cuadro 2
Fundadores del Supremo Consejo de Cartagena, 1833
Abreviaciones: H. Gr.: logia Hospitalidad granadina; Prop. Luz: logia Propagadores de la luz;
Fil. Bog.: logia Filantropía bogotana; CSC: Supremo Consejo de Cartagena.
Nombre
José María Vesga
José Montes
José de Ucrós y Paredes
Fernando Lozada
Sebastián Franco
Juan Ucrós
16
Trayectoria masónica
H. Gr., 1833
H. Gr., 1833
H. Gr., 1833; Fil. Bog. 1858
Prop. Luz, 1864-1869
H. Gr, 1833
H. Gr., 1833
H. Gr., 1833; Fundador de la logia
Profesión
Coronel
Coronel
General
Coronel
Empleado público
Militar
El coronel Valerio Francisco Barriga (Ibagué, 1799, Bogotá, 1869) militó en 1821 en la logia Concordia de
Valencia y en 1825 en una sociedad secreta en Puerto Cabello. En 1849, él se afilió a la logia Estrella del
Tequendama de Bogotá, Carnicelli, Op. cit., 1975, tomo I, p. 139.
17
Patronato: institución heredada de la dominación española que implicaba la designación, por parte del rey, de
la jerarquía eclesiástica hispanoamericana. Así, el centro de la cristiandad fue por mucho tiempo Madrid, en vez
de Roma. Luego de la independencia, el Patronato devino un principio de intervención del Estado sobre la
disciplina externa de la Iglesia católica, ver: Rosa María Martínez de Codes, La Iglesia católica en la América
independiente, Madrid, Editorial Mapfre, 1992, pp. 36 y 153.
18
José Manuel Groot, Historia eclesiástica y civil de la Nueva Granada, Bogotá, Cromos 1956 (1869), tomo II,
p. 102.
19
Fernán González, Poderes enfrentados, Iglesia y Estado en Colombia, Bogotá, Cinep, 1997, pp. 140-144.
Nicolás del Castillo y
Rada
Dionisio Bautista
Manuel María Guerrero
Juan Franceschi
Robert Henry Bunch
Manuel Gregorio
González
Manuel Pérez de
Recuero
Luis de Porras
Ildefonso Méndez
Unión,1847
H. Gr., 1833
Coronel
H. Gr., 1833
H. Gr., 1833
H. Gr., 1833
H. Gr., 1833;
E del T, 1849
H. Gr., 1833
Notario
Coronel
Comerciante de
Córcega
Comerciante de
Jamaica
Empleado
H. Gr., 1833
Abogado
H. Gr., 1833; Unión, 1868
H. Gr., 1833; CSC, 1867
Comerciante
Abogado
Fuentes: Américo Carnicelli, Op. Cit., 1975, tomo I, p. 67, BDP.
Entre 1831 y 1886 fueron fundadas treinta y una logias bajo la égida del Supremo Consejo de
Cartagena (Cfr. Cuadro 3) lo que revela la existencia de un grupo de dirigentes que siempre
estuvo preocupado por la implantación de una sociabilidad masónica en la región. Ese grupo
se encargó al comienzo de controlar el circuito comercial de la costa caribe fundando logias
en los principales puertos y extendió luego su influencia sobre algunos distritos del interior
cuya importancia económica era evidente. Así, las primeras logias fueron instaladas en
Cartagena, Santa Marta, Barranquilla y Riohacha; esta red se extendió con la fundación de
logias en Mompós, Carmen de Bolívar, Ocaña, Honda y Ambalema. Todos estos distritos
fueron escenarios de una vida agrícola y comercial bastante intensa y, además, hacían parte
del circuito comercial de la principal vía de comunicación durante el siglo XIX: el río
Magdalena. La influencia de la autoridad masónica de Cartagena sobre las logias que
pertenecían a ese circuito de navegación fluvial fue rota por las querellas juridiccionales de
1864 que condujeron a una división territorial motivada muy probablemente por los intereses
económicos de los masones del interior del país y de aquellos de la costa atlántica reunidos en
el Supremo Consejo de Cartagena.
Cuadro 3
Logias establecidas bajo la autoridad del Supremo Consejo de Cartagena,
de 1833 a 1886
Fuentes: Américo Carnicelli, Op. Cit., tomo I, 1975; Actas del Gran Consejo Administrativo de la Gran Logia
Simbólica (1860-1874), Cartagena, Manuscritos No. 791, BLAA.
1833, Cartagena, Hospitalidad granadina
1833, Cartagena, Beneficencia
1833, Santa Marta, Filantropía granadina
1840, Barranquilla, Caridad
1840, Santa Marta, Unión fraternal
1847, Cartagena, Unión
1849, Bogotá, Estrella del Tequendama
1850, Barranquilla, Unión fraternal
1851, Panamá, Unión y concordia
1852, Panamá, Fraternidad franco- granadina
1858, Bogotá, Filantropía bogotana
1858, Ambalema, Luz del Tolima
1859, Mompós, Unión momposina
1861, Riohacha, Corazones unidos
1862, Carmen de Bolívar, Luz del Carmen
1862, Barranquilla, Fraternidad
1864, Santa Marta, Estrella del Atlántico
1864, Barranquilla, El siglo XIX
1865, Panamá, Manzanillo
1865, Cali, Aurora del Cauca
1867, Cartagena, Estrella de oriente
1867, Panamá, Isthmus Lodge
1869, Palmira, Luz de Palmira
1869, Luz del Tolima
1870, Panamá, Estrella del Pacífico
1871, Panamá, La Granada
1871, Panamá, Isthmus Lodge
1876, Cartagena, Caridad
1876, Ocaña, Iris de Ocaña
1876, Riohacha, Filantropía riohachera
1880, Panamá, Luz de oriente
1882, Panamá, Perfecta unión
1886, Panamá, Fraternidad universal
A pesar de las disensiones internas de los grupos masónicos, el ascenso de la intolerancia
católica ultramontana y la persecución de las logias luego de la victoria del proyecto
hegemónico del catolicismo, en 1886, puede afirmarse que la masonería del Supremo Consejo
de Cartagena conoció una vida exenta de las perturbaciones de la masonería del interior del
país, donde los conflictos políticos fueron determinantes en el funcionamiento de las logias.
Por otro lado, es muy evidente que las figuras del poder económico, político y religioso de la
costa atlántica hacían parte de las logias de la región. Dicho de otra manera, la masonería
costeña∗ podía reunir sin grandes dificultades o enfrentamientos a miembros de diverso origen
político. Pero, de todos modos, en su trayectoria terminó por definirse como el pilar de un
liberalismo moderado aliado del proyecto político de la Regeneración.
Durante los años de implantación de la masonería costeña, Cartagena, que había sido hasta
entonces el principal puerto comercial, y el eje político y militar de la región, comenzaba a
declinar a causa de la degradación de sus canales de comunicación con el río Magdalena. Su
preeminencia, heredada de la época de la colonización española, fue amenazada por la
creciente importancia económica del puerto vecino: Santa Marta. Así, hacia 1833, ya puede
percibirse una rivalidad entre las élites de esas dos ciudades a lo que se agregaría, durante los
decenios de 1860 y 1870, la presencia comercial y política de Barranquilla que llegaría a
convertirse en el puerto más importante del país a fines del siglo XIX.20 Estas rivalidades por
la obtención del monopolio sobre las mercancías extranjeras parecen haberse transmitido al
funcionamiento de las logias. En todo caso, es significativo que la logia Unión fraternal de
Santa Marta, en 1840, conocida como la logia Amistad unida a partir de 1848, compuesta
mayoritariamente de comerciantes y capitanes de la marina mercante residentes en ese puerto,
no haya sido aceptada por el Supremo Consejo de Cartagena.
En buena medida, las características de la masonería costeña corresponden con las
fragmentaciones geográficas y culturales del país. La costa atlántica se distinguía como una
región periférica muy separada de los principales centros urbanos del interior del país y mejor
preparada para la comunicación con el resto del mundo y para acoger inmigrantes extranjeros.
La élite política y económica de esta región tuvo contactos más fluidos con el elemento
europeo. El caso de Panamá parece aún más marginal; es necesario recordar que Panamá no
conoció la expansión –a mediados del siglo- de los clubes políticos liberales denominados
Sociedades democráticas; la masonería constituyó en el istmo una actividad impulsada por
extranjeros y, en ocasiones, debido a la movilidad de algunos masones de Cartagena que se
∗
Costeña, costeño: En Colombia, los habitantes de los puertos sobre el océano Pacífico y sobre el océano
Atlántico son conocidos como costeños.
20
Frank Safford, Aspectos del siglo XIX en Colombia, Medellín, Hombre nuevo, 1989, p. 52.
instalaron en Panamá, en las décadas de 1860 y 1870. Agreguemos que, desde 1848, Panamá
fue prácticamente un enclave norteamericano debido al tratado Mallarino-Bidlack que le
otorgó a Estados Unidos una temprana potestad sobre los asuntos panameños.21 En definitiva,
la costa atlántica y Panamá se distinguieron por un cosmopolitismo que facilitó la expansión
de prácticas religiosas no católicas; un rasgo que contrastaba con la intolerancia acerba del
interior del país.
Debemos precisar o insistir en que esas logias no existieron de manera simultánea. En algunos
casos, la instalación de una logia era el resultado de la desaparición de otra anterior. De todos
modos, Cartagena contó con dos logias madres, Hospitalidad granadina, desde 1833, y Unión
n° 9, fundada en 1847, que reunieron a un grupo de dirigentes encargados de garantizar la
expansión del fenómeno masón a lo largo de la costa atlántica. Ese grupo se encargó de la
construcción de los templos, de la publicación de sus boletines oficiales; elaboró las
constituciones y los estatutos y se preocupó, además, por establecer y consolidar muy buenas
relaciones con la Iglesia católica.
Hasta el decenio 1840, el Supremo Consejo de Cartagena estuvo compuesto de notables
civiles, militares y religiosos que coincidían en lo que se puede calificar como un liberalismo
moderado inspirado todavía en el modelo de conciliación de liberalismo y catolicismo que
provenía de la Constitución española de 1812. La mayoría de los fundadores del Supremo
Consejo tenía antecedentes por su participación en las batallas contra la Corona española, y
algunos hermanos que se afiliaron en los decenios de 1840 y 1850 eran comerciantes
españoles recientemente instalados con sus familias en el puerto.
Sin duda, la masonería costeña se afirmó como generadora de estatus social y político. Ella
reunió grupos de familias distinguidas que, de generación en generación, hicieron posible la
extensión en el tiempo de la sociabilidad masónica. Por ejemplo, las familias Román y Picón,
Cerra, Benedetti, Pareja, Baena Blonda, González Carazo fueron sistemáticas fundadoras y
militantes de logias. El caso más signficativo fue el de la familia Román y Picón; el pionero,
Manuel Román, era un farmaceuta recién llegado de España. En 1834, él participó en la
fundación de la logia madre de Cartagena; uno de sus hijos, el médico Eduardo Román, fue el
fundador de la logia Estrella del Pacífico de Panamá, en diciembre de 1870, y sus otros dos
21
Véase al respecto: Apolínar Díaz-Callejas, Colombia-Estados Unidos, entre la autonomía y la subordinación,
Bogotá, Planeta editorial, 1997, p. 217; también Gilberto Loaiza Cano, Op. cit., pp. 117 y 118.
hijos, uno de ellos Soledad Román, fueron también miembros de logias. Soledad Román era
una mujer católica y políticamente adepta al conservatismo; aun así, ella participó, en 1867,
en la instalación de la primera y posiblemente única logia femenina que existió en Colombia.
Soledad Román sería luego, en 1877, la esposa de Rafael Núñez, el jefe político de la
Regeneración, y fue una activa agente de la conciliación entre conservadores y masones de la
costa atlántica en tiempos de la reacción católica ultramontana.
Las relaciones con la Iglesia católica
Desde 1833 hasta el fin de la década de 1860, la masonería de Cartagena se distinguió por sus
buenas relaciones con la Iglesia católica. Mejor aún, puede decirse que masonería e Iglesia
católica constituyeron a menudo en esta región un solo organismo, sobre todo cuando se
adelantaban actividades de control social en los distritos administrados por el obispado de
Cartagena. Por ejemplo, las campañas filantrópicas fueron con frecuencia eventos fundados
en el trabajo armonioso de las logias con la jerarquía eclesiástica. Cada logia administraba un
fondo para los pobres y repartía el dinero a la salida del templo masónico. Durante las
epidemias, tanto las sedes de logias como los templos católicos quedaban disponibles para las
prácticas de la caridad cristiana; en 1849, la epidemia de cólera fue el pretexto para organizar
una peregrinación en la que colaboraron los dirigentes de la masonería de Cartagena.
Aquellos hermanos masones cuyas profesiones eran las de médicos o farmaceutas, en su
mayoría de origen español, cuidaban gratuitamente a los enfermos; además, los templos
masónicos solían transformarse en improvisados hospitales.22 Su presencia en esta clase de
situaciones fue consolidando la masonería como una asociación que contribuía con la Iglesia
católica en las actividades del frente caritativo.
La afiliación de algunos curas a las logias parecía un hecho natural que correspondía con la
tradición bien cimentada por el obispo Fernández Sotomayor; es decir, se trataba de la
consolidación en la región de un tipo de cura liberal y republicano. Además, parece que para
la dirigencia civil de Cartagena era importante contar con el apoyo y reconocimiento de la
institución eclesiástica. Por ejemplo, el comerciante conservador Antonio María de Zubiría
(1808-1883), uno de los principales dirigentes masones, proponía en 1847 “la admisión
22
Entre agosto de 1849 y febrero de 1850, las planchas de las tenidas de la logia Hospitalidad granadina
informan de la recolección de dinero para los pobres y de ayuda a los damnificados por la epidemia de cólera;
véase: BLAA, Libro de oro de la R.L. Hospitalidad granadina, Manuscrito No. 798.
gratuita de algunos curas para ponerle fin a las calumnias dirigidas contra nuestra Orden y,
además, para garantizarnos sus servicios durante las festividades de la Iglesia”.23
Las relaciones armoniosas del clero y la masonería de Cartagena se expresaron con elocuencia
en la preparación de las visitas pastorales. En abril de 1847, por ejemplo, el masón Antonio
González Carazo informó a su logia Unión fraternal que él debía ausentarse de las reuniones
para acompañar, en calidad de secretario, al obispo de Santa Marta, Luis José Serrano,
durante su visita a los distritos de Bolívar. Este tipo de colaboración parecía ser muy frecuente
y puede indicarnos al menos dos cosas: primero, que el clero constituía un personal poco
numeroso e ideológicamente poco confiable; segundo, que había una afinidad incuestionable
entre masones y autoridades eclesiásticas para poner en marcha este mecanismo de vigilancia
sobre la población y el clero raso. Una visita pastoral implicaba un examen de las condiciones
de los templos católicos, de los objetos sagrados, de los cementerios; comprendía también un
examen de la conducta y de la eficacia pública de los curas, de sus relaciones con los fieles,
un censo de matrimonios católicos, de niños bautizados y de aquellos individuos que pudieran
estar al margen de las reglas de vida católica. En definitiva, los masones de la costa atlántica,
sobre todo los de Cartagena, contribuyeron decisivamente en la definición del tipo de Iglesia
católica que debía existir en esa región.
Es probable que esta armonía entre masonería e Iglesia católica correspondiera más bien a una
especie de subordinación de ésta al poder económico y político de los dirigentes civiles
reunidos en las logias. Hasta fines de la década de 1860, los informes del Supremo Consejo
de Cartagena muestran las huellas del frecuente apoyo económico para las actividades de la
Iglesia católica; por ejemplo, los desplazamientos hacia Bogotá del obispo Bernardino
Medina (1811-1887) eran costeados por la logia.24 También hay que destacar que algunos
curas que militaron en las logias de la costa atlántica alcanzaron grados elevados en la
jerarquía masónica (Cfr. Cuadro 4). En consecuencia, el carácter laico y moderno de la
sociablidad masónica en Cartagena es harto cuestionable; reuniendo personal eclesiástico,
participando de las actividades de control social programadas por la Iglesia católica, es difícil
considerarla como una asociación basada en un ideal secularizador que debía distinguir a las
formas asociativas modernas en el siglo XIX; bien lo decía Maurice Agulhon, pionero de los
23
BLAA, Libro de actas de la logia Hospitalidad granadina, Cartagena, 1847, Manuscrito No. 791, p. 23.
El 29 de abril de 1868, el cura Manuel Eusebio Flórez, grado 33, pedía “auxilio económico para trasladarse a
la ciudad de Panama”, y en un informe del 3 de mayo de 1868, el Gran Tesorero, José Angel Gómez, proponía
“una suscripción para pagar el viaje de Monseñor Bernardino Medina entre Cartagena y Bogotá”, BLAA, Libro
de Actas del Gran Consejo Administrativo, Cartagena, 1860-1874, Manuscrito No. 791, pp. 460 y 461.
24
estudios sobre sociabilidad política en el siglo XIX, el meollo de la sociabilidad moderna del
siglo XIX reside en su carácter civil y laico, en su lucha contra la matriz cultural de la Iglesia
católica: “ser liberal en el siglo XIX -afirmaba Agulhon- significaba ser, sino antirreligioso,
al menos adversario del magisterio religioso en la vida política y social; ser simplemente
laico, como diríamos hoy”.25
Cuadro 4
Curas masones del Supremo Consejo de Cartagena
Fuentes: Carnicelli, Op. cit., tomos I y II; BDP.
Nombres
Filiación
Masónica
Cargo eclesiástico
Obispo de
Cartagena
Las Tres Virtudes
Teologales, Cartagena,
1809
Beneficencia, 1822; grado
33
Francisco Fortich
Cura de Cartagena
Hospitalidad granadina,
Cartagena, 1846; grado 18
Manuel Eusebio Flórez
Cura de la iglesia
de La Popa,
Cartagena
Hospitalidad granadina,
Cartagena,1849-1862;
grado 33
Calixto de J.Gómez
Cura de la catedral
de Santa Marta
Amistad unida, Santa
Marta, 1856; grado 33
Ramón González
Cura de Santa
Marta
Amistad unida, Santa
Marta, 1849
Juan Francisco
Hurtado
de Cura de Cartagena
Juan Fernández
de Sotomayor
Hospitalidad granadina,
Cartagena, 1846-1859; grado
18
25
Manuel José de
Lamadrid
Cura de Cartagena
Hospitalidad granadina,
Cartagena , 1846
Calixto Noguera
Obispo de
Cartagena
Hospitalidad granadina,
Cartagena, 1834; grado 18
Juan Crisóstomo
Pereira
Cura de Santa
Marta
Amistad unida, Santa
Marta, 1846
Maurice Agulhon, “Préface au Manuel républicain de l’homme et du citoyen, 1848, de Charles Renouvier”,
en: Histoire vagabonde (idéologie et politique dans la France du XIXème siècle), París, Editions Gallimard, 1988,
p. 35.
Nombres
Cargo eclesiástico
Filiación
Masónica
José Dionisio Romero
Cura de Cartagena
Hospitalidad granadina,
Cartagena , 1852, Abjuró en
1866
José Inés Ruíz
Cura de Cartagena
Hospitalidad granadina,
Cartagena, 1849
Rafael Ruíz
Cura de Cartagena
Pedro Marcelino Sierra
y García
Cura de Cartagena
Hospitalidad granadina,
Cartagena 1847; abjuró en
1868; grado 18
Hospitalidad granadina,
Cartagena, 1846
José Manuel Vivero
Cura de Corozal
Hospitalidad granadina,
Cartagena , 1833
José Francisco
Zapatero
Cura de
Pasacaballos,
provincia de
Cartagena
Hospitalidad granadina,
Cartagena , 1852
Otra particularidad confirma la correspondencia entre los objetivos del personal masónico y
de la jerarquía católica de Cartagena; se trata de la fundación, en 1867, de la logia femenina
Estrella de Oriente, la primera y posiblemente única de ese género en el siglo XIX en
Colombia. Bajo la autoridad del Supremo Consejo de Cartagena, compuesta de cinco “ grados
adoptivos ”, esta logia reunió un grupo distinguido de mujeres católicas y próximas de lo que
se conocía como partido conservador. Esta logia femenina acompañó las actividades
caritativas de algunas asociaciones católicas y reivindicó “el ejercicio práctico de la
caridad”.26
Sin embargo, las relaciones armoniosas entre los masones y la jerarquía católica de Cartagena
fueron perturbadas por algunos eventos. El primero fue la instalación, en septiembre de 1859,
del Liceo masónico donde los dirigentes masones se propusieron enseñar doctrina cristiana,
instrucción moral y religiosa, urbanidad, contabilidad y geometría. El Liceo parecía estar
26
Registro oficial masónico, Cartagena, No. 40, 28 de enero de 1867; citado por Carnicelli, Op. cit., tomo I, p.
490. Según este autor, la logia femenina de Cartagena existió hasta 1875. La novela de Silvia Galvis sobre
Soledad Román admite y reconstruye la existencia de esta logia femenina; la militancia masónica de las mujeres
de las élites parece estar relacionada, al menos en Europa, con “la aristocratización de la masonería”, según Eric
Saunier en su estudio de la masonería en Normandía a fines del siglo XVIII. Se trataba, en todo caso, de afirmar
la influencia social y cultural de las mujeres notables, ver: Eric Saunier, Révolution et sociabilité en Normandie
au tournant des XVIIIe et XIXe siècles (6000 francs-maçons de 1740 à 1830), Rouen, Publications de
l’Université de Rouen, 1998, pp. 104-106.
destinado exclusivamente a la educación laica puesto que los directores advertían que la
enseñanza de la doctrina cristiana y la instrucción moral podía ser remplazada por otras
asignaturas.27
El otro evento perturbador fue el apoyo que le prestó la masonería de Cartagena a la
instalación de una Sociedad bíblica, en 1857. Aunque el hecho no era nuevo, se convirtió en
esa ocasión en un desafío al catolicismo intransigente pregonado por la curia desde Bogotá.
En efecto, el periódico El Catolicismo de Bogotá denunció la existencia en Cartagena de una
misión protestante bajo la dirección de Ramón Monsalvatge, un antiguo cura de origen
catalán que había hecho parte de la comunidad de los Capuchinos y que, en 1857, apareció en
la lista de miembros activos de la logia Unión de Cartagena.28 Monsalvatge había instalado en
Cartagena una Sociedad bíblica financiada por el consulado británico y la masonería local.29
Según las acusaciones de la prensa católica, Monsalvatge venía de Nueva York con “un
órgano, algunas sillas y un poco de dinero donado por la Sociedad bíblica con el fin de fundar
una Iglesia cismática”.30 Parece que su verdadero destino era Bogotá, pero un accidente de
viaje le obligó a instalarse en Cartagena donde comenzó por distribuir gratuitamente la Biblia
y luego convocó reuniones en la sala de un antiguo convento. De todos modos, su presencia
deja entrever que hubo colaboración de la masonería cartagenera en las tentativas de
expansión de esta sociedad protestante.
La masonería costeña sufrió luego los ataques del catolicismo ultramontano, acentuados por
la publicación del Syllabus, en 1864, que hizo una condena explícita de la sociabilidad
masónica.31 El propagandista de esta condena fue el obispo de Cartagena, Bernardino Medina,
un cura originario de Boyacá que había sido expulsado del país por el régimen de Mosquera,
el 2 de diciembre de 1866, por haber desobedecido a la ley de inspección de cultos de 1864.
Luego de su retorno a la diócesis de Cartagena, el obispo Medina redactó una circular dirigida
a los curas de los distritos del Estado de Bolívar donde exigía que evitaran todo tipo de
relación entre la institución católica y las actividades de los masones; Medina amenazó con la
27
Biblioteca Nacional Colombia (en adelante BNA), “Liceo Masónico”, Cartagena, 27 de diciembre de 1859,
Fondo Pineda 824, 25.
28
BNC, Cuadro de miembros de la logia Unión, Cartagena, 1° de julio de 1857, Fondo Pineda 824, 22.
29
El Catolicismo, Bogotá, 25 de septiembre de 1855, p. 20.
30
El Catolicismo, Bogotá, 11 de marzo de 1856, p. 35.
31
El Syllabus era un catálogo que condenaba “80 errores de nuestro tiempo” y que acompañó la promulgación
de la encíclica Quanta cura, en 1864. Una versión comentada del Syllabus en Paul Christophe y Roland
Minnerath, ed., Le Syllabus de Pie IX, París, Les Editions du Cerf, 2000, pp. 39-69.
excomunión inmediata de todos los miembros del clero que tuvieran algún grado dentro de la
estructura masónica. De esta manera, se entronizaba en Cartagena la tendencia intransigente y
ultramontana de la Iglesia católica con el fin de extirpar cualquier inclinación liberal en el
clero. En aquellos años se hicieron frecuentes algunas prácticas ostentatorias muy propias del
espíritu ultramontano, como los actos públicos de absolución de curas que habían sido
obligados a retractarse de su adhesión a la masonería, como sucedió con la absolución, en el
atrio de la catedral y en presencia de la multitud, del cura Rafael Ruíz, diácono de la catedral
de Cartagena y quien había poseído el grado 18 de la logia Hospitalidad granadina.32
Las condenas proferidas por el papa Pío IX y las querellas cada vez más frecuentes con el
obispo Medina obligaron a los dirigentes masones de Cartagena a llevar a cabo una ofensiva
diplomática con el fin de demostrar su apego irrestricto a la Iglesia católica. En una de sus
tenidas prepararon una reunión secreta entre el inspector de la orden, Juan Manuel Grau
(1819-1888) y el intransigente obispo. En esa entrevista, el Gran Maestro Grau debía subrayar
que “todos los masones no tendrán inconveniente en considerarse unidos a él como su
legitimo Pastor, ni en presentarle todo el apoyo e influencia que estén a su alcance”.33 Poco
antes de esta reunión, el Supremo Consejo de Cartagena había declarado públicamente que “la
mayoría de los franc-masones de los Estados Unidos de Colombia, que están bajo su
dependencia, profesan la religión católica, apostólica, romana, y como tales se consideran
bajo todos los vínculos que aquella religión les impone”.34 Con el afán de ser aceptados por la
Iglesia católica, los masones de Cartagena enviaron un delegado a Roma para obtener una
entrevista con el papa. Entre los tantos esfuerzos para ser aceptados como miembros de la
Iglesia católica, se destaca una carta del 31 de julio de 1871 dirigida a Pío IX firmada por
todos los masones de Cartagena y que decía así:
“Somos masones, Santísimo Padre, pero jamás, ni una sola vez, hemos maquinado
contra nuestra Iglesia (…) Somos masones, pero nuestra única misión es el ejercicio
de la caridad cristiana como fue prescrita por el Hombre-Dios (…) Acoged, benigno,
nuestras protestas, devolved la paz a nuestros corazones, disponiendo que no se nos
excluya de la participacion de los sacramentos, y dignaos hacer descender los bienes
32
Manuel E. Corrales, Efémerides y anales del Estado de Bolívar, Bogotá, Imprenta de J. Pérez, 1889, tomo IV,
pp. 590-591.
33
BLAA, Informe del 13 de mayo de 1869, Libro de actas del Gran Consejo Administrativo, Cartagena, 18601874, Manuscritos No. 791, p. 34; ver también Carnicelli, Op. cit., tomo I, p. 470.
34
Los masones de Cartagena frente a los hombres sensatos, Cartagena, Imprenta de Ruíz e hijos, 25 de abril de
1869, p. 9.
del Cielo sobre nosotros, dirigiendo a nuestras cabezas vuestra apostólica
bendición”.35
Esta visible vocación católica de la masonería costeña también tuvo manifestación, en
términos políticos, en la adhesión de muchos de estos masones al proyecto conciliador de
liberalismo y catolicismo que se plasmó en la figura de Rafael Núñez y en el proyecto
conocido como la Regeneración, que se afirmaba desde los inicios de la década de 1880.
La masonería costeña, bastión de la alianza entre liberalismo y catolicismo.
Cartagena no conoció solamente la expansión de esta singular sociabilidad masónica y procatólica. El puerto también conoció en la intensa mitad del siglo el nacimiento de dos
Sociedades democráticas, una que se distinguió por reunir al notablato liberal y otra que, a
manera de escisión de la primera, se definió como núcleo asociativo exclusivo del artesanado;
también existió por la misma época un club político conservador. En ese entonces
funcionaban las dos logias más antiguas de la ciudad: Hospitalidad granadina y Unión. Un
entramado asociativo semejante existió en aquellos años en Santa Marta, Riohacha,
Barranquilla e incluso en algunos distritos alejados de los puertos como fue el caso de
Mompós, un distrito estratégico para la distribución de mercancías provenientes del centro del
país.
Ahora bien, el grupo de logias organizado alrededor del Supremo Consejo de Cartagena se
relacionó de modos muy diversos con el poder político. Entre 1833 y 1875, la militancia
masónica fue abandonando el inicial predominio de un personal militar para darle luego
preponderancia a los abogados y comerciantes (Cfr. Gráfico 1). La fundación de logias a lo
largo de la costa caribe obedecía a una voluntad de control político cuyos principales
protagonistas fueron los abogados locales y los intelectuales de provincia sometidos al
principal caudillo militar de la región, el coronel y luego general Juan José Nieto. Varios
fundadores de logias fueron también fundadores de Sociedades democráticas durante la mitad
del siglo, como fue el caso de los abogados Valentín Pareja y Gregorio Cerra, políticos muy
35
Carnicelli, Op. cit., tomo I, p. 470. Hay antecedentes de lo que debía ser esta carta dirigida al Papa, pero no
aparece el documento, BLAA, Libro de actas del Gran Consejo Administrativo 1860-1874, Manuscritos No.
791, p. 34.
activos en Cartagena, Carmen de Bolívar y Mompós. La masonería fue igualmente el punto
de encuentro de la riqueza económica y el poder político. Según el sociólogo Orlando Fals
Borda, la logia Hospitalidad granadina, por ejemplo, reunía “los elementos más reconocidos
de Cartagena, particularmente aquellos que ascendían en la escala social y económica y
llenaban el vacío dejado por la decadencia o la emigración de la antigua aristocracia”.36 Esta
afirmación parece confirmarse por algunos casos individuales de comerciantes extranjeros
que hallaron en la masonería de Cartagena una especie de club social que les permitió ejercer
una influencia directa en los asuntos públicos de la ciudad. Para comienzos de la década de
1860, las filiaciones políticas del personal masónico cartagenero parecen más diversas e,
incluso, opuestas; sin embargo, la Convención constituyente de 1863, que fue a la postre una
reunión de liberales con un evidente aislamiento del personal político liberal de la costa
atlántica, y la multiplicación de los enfrentamientos con el obispo Medina, sobre todo a partir
de 1864, fueron dos factores que debieron influir en que la masonería reunida en el Supremo
Consejo de Cartagena se definiera cada vez más claramente como una práctica asociativa que
iba a contribuir a consolidar el proyecto político de un liberalismo moderado en alianza con el
catolicismo.
Gráfico 1
Profesiones de los miembros de las logias del Gran Oriente de Cartagena,
1833-1875
Muestra: 110
50
40
30
20
10
0
Abogad
Comerçian
Militar
Cura
Médic
Funcionari
Otro
Fuentes: Fondo Pineda, n° 824; Carnicelli, Op. Cit., tomos I y II; BDP.
36
Orlando Fals Borda, Historia doble de la costa, tomo II, Bogotá, Carlos Valencia, 1981, p. 99A.
De todas maneras es evidente que los “hermanos” de las logias de la costa atlántica ocuparon
siempre los principales puestos del poder político y militar de la región. Fueron miembros de
los concejos de los distritos, alcaldes, notarios, jueces, gobernadores, presidentes del Estado
de Bolívar. Sin embargo, los masones costeños no se distinguieron por ocupar cargos de
importancia nacional; su presencia en Bogotá se limitó, principalmente, al ejercicio de puestos
de representación como miembros del Senado. Incluso, durante los regímenes radicales, la
presencia de liberales radicales costeños en puestos de dirección del Estado central fue
excepcional. Sólo podríamos destacar el caso de Manuel Ezequiel Corrales, un militante
masón relativamente tardío, cuyo ingreso a la masonería coincidió con su nominación como
gobernador del Estado de Bolívar, en 1872; luego, en 1875, llegó a Bogotá para desempeñarse
en la presidencia de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos de Colombia y se
afilió, ese mismo año, a la logia Estrella del Tequendama. Otro liberal radical costeño, Luis
Antonio Robles, se inició en la logia Unión de Cartagena y luego ingresó en la Estrella del
Tequendama,mientras tanto fue Secretario del Tesoro, en 1876, y presidente del Estado del
Magdalena, en 1878.37
La masonería costeña fue más proclive a buscar el apoyo del omnipresente general Mosquera.
Así, en 1849, cuando el caudillo era nominalmente un líder conservador y acababa de
terminar su mandato presidencial, el Supremo Consejo de Cartagena lo proclamó como su
protector. Más tarde, el abogado Antonio González Carazo, el mismo que solía acompañar al
obispo de Cartagena en sus visitas pastorales, fue su lugarteniente durante la guerra civil de
1860 y uno de sus escasos aliados costeños durante la Convención liberal de 1863. Por otro
lado, los militares Juan Nepomuceno Pontón y José de Dios Ucrós, uno de los fundadores de
la logia Hospitalidad granadina en 1834, colaboraron con el general Mosquera en la
fundación de la logia Filantropía bogotana, en 1858. Luego, a fines de la década 1860, el
abogado Carlos Saénz y el general Luis Capella Toledo, miembros de la logia Estrella del
Atlántico, llegaron a Bogotá para afiliarse a la logia Propagadores de la luz, otro taller
masónico fundado por Mosquera en 1864. En definitiva, los masones de la costa atlántica
estuvieron más cerca de colaborar con la expansión de las logias mosqueristas y, ante la
muerte del caudillo, estos individuos se convirtieron en pilares del ascenso político de Rafael
Núñez, quien se había constituido en el principal enemigo de los radicales.
37
Estas semblanzas del personal masónico de la costa atlántica se basan en nuestra BDP ya mencionada.
Desde la instauración del Supremo Consejo de Cartagena –conocido también como Supremo
Consejo Neogranadino- en 1833, encontramos en las listas de miembros algunos comerciantes
que ejercieron una enorme influencia sobre la vida económica y política local. Ese fue el caso
del comerciante inglés nacido en Jamaica, Roberto Bunch, quien tuvo sus negocios en
Cartagena desde los primeros años del siglo XIX. Después de 1840, él se instaló en Bogotá e
hizo parte de la logia Estrella del Tequendama. Francisco de Zubiría, abogado y comerciante,
era considerado uno de los hombres más ricos y poderosos de Cartagena; él fue responsable
de la fundación de la logia femenina y del Liceo masónico. También fue representante legal
del Gran Oriente de Cartagena en Europa y, además, fue alcalde y gobernador, en la década
de 1830. Fue miembro del llamado partido conservador y proclamó el caracter católico de la
masonería de Cartagena. Otro masón muy influyente fue el comerciante italiano Juan Bautista
Mainero y Trucco cuyo ingreso a la logia Hospitalidad granadina fue tardío, hacia comienzos
del decenio de 1860. Él fundó uno de los primeros bancos de Cartagena.
La masonería de Cartagena se benefició de la protección del principal caudillo militar de la
región, el general Juan José Nieto. Además de ser el Venerable Maestro de la logia madre
Hospitalidad granadina, detentaba el control político sobre gran parte de los campesinos y
artesanos de la costa atlántica. Nieto fundó algunas Sociedades democráticas en la mitad del
siglo XIX y –mientras ejerció como Gran Comendador del Consejo Supremo- emprendió la
fundación de logias en Mompós y Carmen de Bolívar. Fue representante a la Cámara, en
Bogotá, durante las reformas liberales de los años 1850 y 1851. En 1854, cuando era
gobernador, apoyó el golpe militar del general José María Melo. Luego de la guerra civil de
1860, firmó el Pacto de la Unión con el general Mosquera, lo que confirmaba que estos
generales eran los dos principales caudillos militares de esa época: Nieto tenía el control sobre
los Estados del norte mientras que Mosquera era el señor todopoderoso de los Estados del
centro y del sudeste del país.38 Esta división territorial, en términos militares y políticos, se
manifestó en la separación de jurisdicciones entre el Supremo Consejo de Cartagena, bajo el
mando de Nieto, y la masonería del centro y sudeste que se iba a organizar con la tutela del
general Mosquera.
38
Sobre el caudillo Nieto, ver: Fals Borda, Op. cit.; también nuestra BPD.
La masonería costeña contribuyó muy poco al proyecto educativo de los liberales radicales,
durante la década de 1870. Los funcionarios de la dirección de la Instrucción Pública de los
Estados de Bolívar y Magdalena lamentaron con frecuencia el poco apoyo de las autoridades
y de los notables regionales. La dotación de las escuelas se debió a veces a los aportes de
individuos de otras regiones del país mientras que el desinterés del notablato costeño era
flagrante.
Precisamente, durante el ciclo de reformas radicales, la masonería costeña impuso su sello
pro-católico y se convirtió en la cuna política de los principales colaboradores del proyecto de
república católica guiado por Rafael Núñez. A los nombres ya mencionados de Luis Capella
Toledo y Carlos Saénz, es necesario agregar el de José María Campo Serrano quien había
comenzado su carrera como liberal radical pero pasó luego a respaldar la tendencia moderada,
como colaborador político y militar de Rafael Núñez. Campo Serrano, como Capella Toledo,
había hecho parte de la logia Estrella del Atlántico de Santa Marta, en 1867. Fue presidente
del Estado del Magdalena a nombre del liberalismo radical, pero en la década de 1880 se
reafirmó como lugarteniente de Núñez y en varias ocasiones lo remplazó en la presidencia del
país. Pero la principal figura política surgida de la masonería de la costa atlántica fue, tal vez,
el abogado conservador Joaquín Fernando Vélez. Entre 1850 y 1851, fue uno de los
fundadores del club político que aglutinó a la juventud universitaria conservadora reunida en
Bogotá, la Sociedad filotémica, y en 1859 ingresó a la logia Unión de Cartagena. Durante el
proceso de ruptura jurisdiccional -que también entrañaba una ruptura ideológica y una
división territorial de los intereses económicos- con la masonería del centro del país, él se
mostró como uno de los más ardientes defensores de la antigua autoridad del Supremo
Consejo de Cartagena. En 1883, fue designado por Rafael Núñez como agente confidencial
ante el Vaticano para poner en marcha el proceso de firma del Concordato de 1887.
Así fue, entonces, cómo esta masonería de la costa atlántica devino el bastión de la alianza
entre liberalismo moderado y conservatismo en contra del proyecto educativo laicizante
proclamado por la facción liberal radical. Gracias al apoyo de un grupo de masones costeños
que tenían el control de la vida política local, Rafael Núñez pudo erigirse como el principal
rival de los radicales. Estos notables, que desde el mundo exclusivo de las logias colaboraron
con el proyecto regeneracionista, podríamos denominarlos políticos intermediarios porque,
como otros en otras regiones, gracias a su arraigo local y a su contacto con la vida asociativa
aldeana, lograban garantizar adhesiones en favor del político de envergadura nacional. De
manera que algunos de estos políticos intermediarios –y al tiempo “hermanos” masonescomo Valentín Pareja, Francisco Trespalacios, Antonio Benedetti, José Manuel Royo, Joaquín
Fernando Vélez, fueron acumulando una cierta experiencia, desde la década 1840, en la
fundación de clubes políticos liberales y de logias que se constituyeron, en definitiva, en una
red política regional que se identificó políticamente como un bastión de la Regeneración.
Así, por ejemplo, entre 1874 y 1876, la masonería costeña se movilizó acuciosa para
garantizar la existencia de una red de clubes electorales llamados Sociedades eleccionarias en
favor de la candidatura presidencial de Núñez. Sin embargo, valga precisar que, curiosamente,
Núñez nunca tuvo una comprobada militancia masónica. Él se consagró, desde muy joven, a
forjarse una imagen de político nacional, primero como miembro del gabinete ministerial del
régimen de José Hilario López y como representante de la tendencia librecambista entre la
élite liberal; luchó contra el régimen provisional del general José María Melo y luego hizo
parte de la Secretaría de Hacienda y del Tesoro en el régimen de transición de Manuel María
Mallarino, entre 1855 y 1856. En varias ocasiones fue representante a la Cámara por los
Estados de Bolívar y Panamá. Luego de su inicial librecambismo se declaró en favor de la
protección de las manufacturas nacionales, lo que le permitió garantizarse el apoyo de parte
del movimiento artesanal que lo acompañó en los inicios de la Regeneración. Para Núñez, la
masonería costeña fue un instrumento externo que le permitió aproximarse al liberalismo
moderado y organizar una reacción contra el círculo de radicales de Bogotá.
Eso explica en buena parte por qué la masonería de la costa atlántica no conoció las
persecuciones de que sí fueron objeto las logias radicales de Bogotá y de Santander con la
instauración de la Regeneración. La percepción de que la masonería costeña se caracterizó
por su espíritu contemporizador con la institucionalidad católica no fue un invento
contemporáneo del historiador Américo Carnicelli; durante los debates en que se preparó la
Constitución de 1886, algunos antiguos radicales y anticlericales, como José María Samper,
quien para ese entonces ya hacía parte del partido conservador, era clara la diferencia entre las
logias “inofensivas de los Estados de la costa atlántica donde la masonería no ha sido ni
conspiradora ni atea” y las logias de Bogotá, Socorro y Palmira que se habían distinguido por
su anticlericalismo.39 Excepcionalmente protegida por el régimen de Núñez, el Gran Oriente
de Cartagena se reinstaló en 1887, el mismo año en que fue clausurado el templo de la logia
39
Acta del 21 de mayo de 1886, p. 21; Acta del 17 de junio de 1886, p. 92, en: Actas del Consejo nacional
constituyente.
Estrella del Tequendama en Bogotá, cuya trayectoria radical y anticlerical era hasta entonces
evidente.
Las trabajadoras de Medellín: entre la necesidad y la exclusión (1850–1900)∗
Alba Inés David Bravo♦
Resumen
Este artículo presenta algunas de las circunstancias que incidieron en el trabajo de las mujeres de los sectores
populares en la segunda mitad del siglo XIX en Medellín. Usando como fuente principal documentación
depositada en el Archivo Judicial de Medellín, disposiciones del Cabildo de Medellín y el discurso
divulgado en la prensa, expone que el papel asignado a las mujeres obedeció a un ideal de domesticidad,
recato y obediencia al hombre. Sin embargo, las trabajadoras pertenecientes a las clases populares, tuvieron
que emprender múltiples estrategias como un medio de subsistencia para sí mismas y sus dependientes.
Examina la concepción que se tenía de las mujeres y el trabajo remunerado realizado por ellas, así como las
formas concretas de esta experiencia laboral a partir de algunos de los oficios más registrados en la
documentación consultada. Una ideología de exclusión del género femenino manifestada en el orden
jerárquico de la sociedad, determinó unas relaciones de poder asimétricas entre los sexos, especialmente
materializadas en la pobreza de la mujer.
Palabras clave: historia de la mujer, género, mujeres trabajadoras, estrategias de sobrevivencia, pobreza,
ideal de domesticidad, exclusión, Medellín, siglo XIX.
Abstract
This article presents some of the circumstances that influenced women’s work in the popular sectors in
Medellín, throughout the 2nd half of the nineteenth century. Using the documentation deposited in the
Archivo Judicial de Medellín, the dispositions of the Cabildo de Medellín, and the discourse spread through
the press, it exposes that the role assigned to women was dependant on an ideal of domesticity, caution and
obedience to man. However, those who belonged to the popular classes had to perform multiple strategies as
a means of survival for themselves and those who were dependant on them. It also examines the existing
concepts regarding women and the paid labor done by them, as well as the specific shapes of this labor
experience starting from some of the most widely registered in the consulted documentation. An ideology of
exclusion of the female gender, manifested in the hierarchical order of society, determined certain
asymmetric power relations between the sexes, specially materialized in the poverty of women.
Keywords: history of woman, gender, working women, survival strategies, poverty, domesticity ideal.
exclusion, Medellin, twentieth century.
∗
Artículo recibido el 5 de marzo de 2007 y aprobado el 13 de mayo de 2007. El presente artículo expone
algunos de los temas de la monografía “Mujer y trabajo en Medellín: condiciones laborales y significado
social, 1850–1906”, presentada para optar al título de historiadora en la Universidad de Antioquia, Facultad
de Ciencias Sociales y Humanas, Departamento de Historia, 2006.
♦
Historiadora de la Universidad de Antioquia. Integrante del Grupo de Investigación en Historia
Contemporánea del Departamento de Historia de la Universidad de Antioquia.
1
Introducción
El presente texto explora las condiciones de trabajo de las mujeres pertenecientes a las
clases populares de Medellín en la segunda mitad del siglo XIX. Este período se
caracterizó por las reformas emprendidas por los liberales para dinamizar la economía del
país, y por una serie de transformaciones políticas y sociales que tuvieron incidencia en las
experiencias de las mujeres en un momento de crecimiento demográfico de la ciudad que
culminaría con la vinculación femenina a la industria fabril a principios del siglo XX.
Pretende además, señalar los ejes conductores de la discusión sobre la función que debía
desempeñar la mujer en la sociedad republicana; por último, examina las condiciones
laborales femeninas en algunos de los oficios más demandados por la sociedad.
El artículo contempla sólo algunas variables del trabajo femenino. Otros capítulos de esta
investigación histórica consideraron a las mujeres que trabajaron en ámbitos concebidos
ilegales como fueron las prostitutas, las contrabandistas de licor, las yerbateras y las
comadronas. Un importante grupo de mujeres como las artesanas no fue posible incluirlo
como tema de estudio debido a que las fuentes consultadas no las referencian; además fue
imposible acceder a algunos censos del período para Medellín por no estar disponibles
para el público debido a su mal estado. Es posible que dichos censos contengan una
valiosa información que indique alguna noticia sobre este gremio femenino.
2
Este estudio de carácter cualitativo se sustenta en la revisión de cuatro tipos de fuentes
primarias: cien juicios criminales y civiles del Archivo Histórico Judicial de Medellín
(AHJM) custodiado por la Universidad Nacional, Sede Medellín. Los expedientes del
Archivo Judicial son quizás, la fuente más rica para el estudio de la mujer de los sectores
populares en su producción cotidiana pública y privada. Los descriptores de búsqueda
(palabras clave) actitudes hacia la mujer, relaciones familiares, amancebamiento, amparos
de pobreza, servidores domésticos, relaciones amorosas, fuerza y violencia, de la base de
datos del Archivo Judicial, concentran buena parte de la vida menuda de las mujeres
pobres. Las otras fuentes consultadas fueron la legislación sobre la familia y la mujer
producidas en el período republicano; una serie de representaciones y medidas tomadas
por el Cabildo de Medellín, contenidas en diversas series documentales de los fondos
Alcaldía y Concejo del Archivo Histórico de Medellín (AHM) y el discurso sobre la mujer
difundido en la prensa local.
La investigación se concentra en el casco urbano de Medellín. Sus barrios más
representativos hacia 1870 eran San José, la Universidad, Guanteros, Guayaquil, San Juan
de Dios, el Convento, San Benito, Quebrada Arriba, Quebrada Abajo y Camino
Carretero.1
La delimitación espacial y temporal no impide que se tenga en cuenta cambios que se
estaban gestando en la concepción de la mujer y su participación laboral a nivel
1
Crónica Municipal, Medellín, No. 54 (abril de 1873), p. 213.
3
internacional y nacional, ni que a veces se remita al legado colonial, lo que permite una
mirada mucho más dinámica del devenir histórico.
Los estudios sobre la mujer experimentaron un gran auge desde la formulación del
concepto género y su adopción por parte de las ciencias sociales, sobre todo a partir de la
crítica de los movimientos feministas de las décadas de 1960 y 1970 en Estados Unidos.
El género como categoría de análisis, explica desde las construcciones culturales y las
relaciones sociales, el orden jerárquico de la sociedad y las relaciones de poder en él
implícitas, superando así los determinismos biológicos. El trabajo de la mujer desde esta
perspectiva materializa una manifestación de esas relaciones de poder.2
En el decenio de 1960 la relación mujer y trabajo en América Latina empezó a ser
estudiada por la antropología, la sociología, la historia y la economía con teorías macro,
caso de la crítica marxista feminista y las teorías de la modernización. La concepción de
los géneros, sin embargo, proporcionó nuevas posibilidades de interpretación en función
de relacionar las esferas macro (política, mercado de trabajo, economía, leyes) y micro
(familia, hogar, individuo), lo público y lo privado, lo laboral y lo familiar.
Diversos estudios históricos sobre las experiencias de las mujeres constatan su presencia
en el campo laboral en todas las épocas tanto en sociedades rurales como urbanas. En el
mundo occidental, a lo largo del siglo XIX, la incursión de la mujer en el trabajo fabril
2
Joan W. Scott, “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, en: María Cecilia Cangiano y
Lindsay DuBois (compiladoras), De mujer a género. Teoría, interpretación y práctica feminista en las
ciencias sociales, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1993, p. 17.
4
suscitó un debate concerniente al rol que ella debía cumplir en la sociedad y sobre su
posible desempeño laboral.3 En el ámbito nacional y local ese debate trascendió en la
valoración de la mujer. La organización jerárquica de la sociedad establecía una clara
división de papeles y esferas de acción para hombres y mujeres, definida según los
contemporáneos, por naturaleza y disposición divina. La discusión expuesta en artículos
de prensa, revistas y documentación oficial, así como en la educación femenina impartida,
tuvo repercusiones en las condiciones reales de vida de todas las mujeres. Indicó que el
orden social radicaba en dictámenes impuestos por la sociedad y la herencia cultural. La
etnia, la clase social y una ideología de género femenino excluyente fue determinante en
las experiencias laborales de las mujeres.
La mujer y el ideal de domesticidad: el ser y el deber ser
Las reformas liberales de mitad del siglo XIX contagiaron al país de un optimismo en el
progreso de la civilización que, según el modelo europeo acogido por los grupos
dirigentes, sobrevaloró el refinamiento social y cultural del modo de vida burgués. La
visión de los liberales decimonónicos sobre la mujer se fundó en el supuesto ideal del
reconocimiento de la igualdad legado por las revoluciones norteamericana y francesa. En
3
Para Joan Scott esta percepción problemática del trabajo femenino fue el resultado de procesos discursivos
acerca del género que, sin ser las diferencias entre los sexos un tema nuevo en el siglo XIX, sí tuvieron
consecuencias nuevas en lo social, económico y político. La visibilidad de la mujer trabajadora no se debió a
su creciente número, ni al nuevo sitio de trabajo (la fábrica) ni a las cualidades de su trabajo, sino a la
preocupación de los contemporáneos por la división sexual del trabajo. Joan W Scott, “La mujer trabajadora
en el siglo XIX”, en: Georges Duby y Michelle Perrot (directores), Historia de las mujeres en Occidente,
Madrid, Taurus, 1993, vol. 4, pp. 407–408.
5
la legislación, en este orden de ideas, se hizo manifiesto el interés por la educación;
igualmente lo hicieron otros textos y publicaciones.
Sin embargo, uno de los hechos más señalados en la historia de las mujeres en la segunda
mitad del siglo XIX en Colombia fue la subordinación social y civil debido a su sexo. Esta
circunstancia las confinó al espacio doméstico y fue determinante para sus experiencias en
la esfera pública y privada. El Estado y la religión regularon su vida supeditándola al
varón y el matrimonio se constituyó en la aspiración máxima donde podía desempeñar el
rol de madre, esposa e hija. Casarse significó pasar de la tutela del padre al esposo; en la
conformación de una familia, la mujer adquiría posición y reconocimiento en la sociedad
al asumir responsabilidades en el manejo de la economía doméstica y la educación de los
hijos. Las casadas fueron, entre todas las mujeres, las más restringidas social y
jurídicamente. Las constituciones y los diferentes códigos civil, penal, de policía y
comercio, si bien no son el reflejo de las condiciones reales de vida, sí instauraron los
límites entre hombres y mujeres al establecer los derechos y obligaciones públicas y
privadas de unos y otras, plasmando así su sistema de valores y prejuicios.
El Código civil de Chile de 1855 fue redactado por Andrés Bello inspirado en el Código
napoleónico de 1804. Varios países latinoamericanos retomaron la experiencia chilena,
entre ellos Colombia, al seguir la ley francesa en la interpretación de las medidas
económicas y comerciales. En lo concerniente a la familia y las relaciones sociales, Bello
fue mucho más conservador apegándose al orden legal hispánico contenido en Las Siete
6
Partidas (1263) y las Leyes de Toro (1505).4 Lo anterior se opone a la idea tan divulgada
de que el Código napoleónico institucionalizó la incapacidad jurídica de la mujer
sintetizada en la figura de la patria potestad que enuncia el derecho del padre sobre los
hijos y la potestad marital referida a los derechos del esposo sobre la mujer y sus bienes.
La situación social de la mujer y su capacidad de actuar estaba sujeta a estas dos instancias
jurídicas de carácter patriarcal que definían la familia: la patria potestad se refería al
“conjunto de derechos que la ley otorga al padre legítimo sobre sus hijos no
emancipados”, derechos que no pertenecían a la madre.
5
La potestad marital aludía al
“conjunto de derechos que las leyes conceden al marido sobre la persona y bienes de la
mujer”.6 El vínculo matrimonial, en palabras consignadas en el Código Civil se resumía en
que “El marido debe protección á la mujer, y la mujer obediencia al marido”.7 Así, la
institución familiar fue un espacio donde hombre y mujer, por naturaleza, mandato de
Dios y disposiciones legales cumplieron unos roles específicos que, en la segunda mitad
del siglo XIX, se reforzaron al servicio de una ideología que redefinió la confinación de la
mujer al espacio doméstico. Dicho de otra manera, la construcción sociocultural de género
en el mundo occidental del siglo XIX delimitó el campo de acción de la mujer a la
clausura del hogar.
4
M.C. Mirrow, “Borrowing Private Law in Latin America: Andrés Bello’s Use of the Code Napoleón in
Drafting the Chilean Civil Code”, en: Louisiana Law Review, (61), 2001, pp. 291–329. Citado por Carmen
Diana Deere y Magdalena León, “Liberalism and Married Women’s Property Rights in Nineteenth–Century
Latin America”, en: Hispanic American Historical Review (HAHR), 85 (4), 2005, pp. 630–633.
5
Código Civil del Estado Soberano de Antioquia, 1870, Medellín, s.n., 1870, p. 49.
6
Ibíd., p. 23.
7
Ibíd.
7
El poder jerarquizado de géneros hizo uso de unos mecanismos de control social formal
regulados por la discriminación legal, la subordinación social y la fuerte influencia del
ideal de la domesticidad; su sustento fue la condición biológica de la mujer en función de
la maternidad, idealizada como su más altísima misión en la sociedad.8 El paradigma de
esta idealización de origen cristiano era la Virgen María. Este discurso difundido desde
Europa, sobre todo por Francia e Inglaterra, en su trasfondo estaba dirigido a contrarrestar
el avance de la mujer en la escena pública como producto de su participación laboral en
continuo crecimiento desde la Revolución Industrial.
A raíz de este discurso religioso–católico las mujeres se convirtieron en las reinas del
hogar y su imagen se equiparó a ángeles terrenales.9 Las valoraciones sobre la mujer de la
elite instruida en Medellín estaban inmersas en este discurso y la mujer era “El ánjel
misericordioso i bendito que desciende a nosotros en alas de fuego para sembrar de flores
nuestro camino”.10
Pero en una sociedad heterogénea, la metáfora del bello sexo, como se nombraba a las
mujeres, aludía a un prototipo de mujer identificado con las expectativas de los sectores
8
Mary Nash, “Identidad cultural de género, discurso de la domesticidad y la definición del trabajo de las
mujeres en la España del Siglo XIX”, en: Georges Duby y Michel Parrot (directores), Historia de las
mujeres en Occidente, Madrid, Tauros, 1991, vol. 4, p. 586.
9
Véase Patricia Londoño Vega, “El ideal femenino del siglo XIX en Colombia: entre flores, lágrimas y
ángeles”, en: Magdala Velásquez Toro (dir.), Las mujeres en la historia de Colombia, Bogotá, Consejería
para la Presidencia de la República–Norma, 1995, vol. 3, pp. 302–329; Catalina Reyes Cárdenas, “Imágenes
femeninas de Medellín a principios del siglo XX”, en: Javier Guerrero Barón (compilador), Cultura y
mentalidades en la historia de Colombia: ciencia, profesiones y vida cotidiana, Tunja, IX Congreso de
Historia de Colombia, 1995.
10
Federico Jaramillo, “El universo en microscopio. Todo i nada”, en: El Oasis, N° 20, Medellín, 15 de
mayo de 1869, pp. 157–158.
8
privilegiados de la sociedad. El deber ser de las mujeres de los sectores populares
(mestizas, negras, mulatas, indígenas) estaba asociado, en buena proporción, al
sostenimiento de la familia y en consecuencia a cumplir otros roles fuera de los muros
sagrados de la casa.
Concepción sobre el trabajo femenino
Desde las dos últimas décadas de la Colonia, ilustrados de la talla del Visitador Juan
Antonio Mon y Velarde (1785-1788) y Francisco Silvestre, dos veces gobernador de la
Provincia de Antioquia (1775-1776 y 1782-1785), proponían el desarrollo de la
agricultura para sacar a la región de su atraso con el aporte de las mujeres. Silvestre, por
ejemplo, veía muy apropiado la siembra y manufacturas del algodón porque “contribuiría
a tener ocupadas algunas gentes pobres, especialmente mugeres, y muchachos”.11 Por su
parte, Mon y Velarde también veía en el algodón y el tabaco una fuente de trabajo
femenino por ser “tarea proporcionada a su sexo”.12 Para el Visitador, además, era preciso
“dar honesta ocupación a las infelices mujeres, que estrechadas de la necesidad, y sin tener
recursos para mantenerse, viven en perpetuo ocio, y acaso se prostituyen más por miseria
que por su fragilidad”.13
11
Francisco Silvestre, Relación de la provincia de Antioquia, Medellín, Secretaría de Educación y Cultura
de Antioquia, 1988, p. 143.
12
Emilio Robledo, Sucinta relación de lo ejecutado en la visita de Antioquia por el Oidor Juan Antonio
Mon y Velarde (1758–1788), Bogotá, Banco de la República, 1954, p. 67.
13
Ibíd., p. 79.
9
No obstante la división laboral basada en prejuicios de género, se consideraba el trabajo
una opción adecuada para mujeres pobres.14 Ambos funcionarios sustraían el trabajo
femenino de la elemental economía de subsistencia para vincularlo al mercado nacional a
partir del comercio con otras regiones, aportando al mismo tiempo riqueza al Reino.
En el ambiente republicano siguió vigente la idea del trabajo femenino como una función
social del Estado para asegurar la subsistencia de grupos denominados pobres y
desgraciados. La educación fue uno de los más firmes proyectos del liberalismo por la
influencia que podía tener en las costumbres y en el progreso del país, era propuesta en
atención a las necesidades económicas y a mantener las diferencias socio–étnicas. En
1873, un grupo de hombres prestigiosos de Medellín, entre ellos Manuel Uribe Ángel y
Julián Vásquez, manifestaban en un periódico su complacencia por la llegada a Medellín
de las Hermanas de Nuestra Señora y la fundación de un colegio para impartir educación a
las niñas de “la clase pobre de acuerdo con sus necesidades y posición”, y a las de clases
más acomodadas, conforme a “sus medios y con las exigencias sociales del puesto que
deben ocupar en el mundo […].15 Sin embargo, a lo largo del siglo XIX se acortaban las
distancias entre los discursos tendientes a conservar la estructura social existente y los que
14
Esto no significaba que mujeres de mejor estatus social no trabajaran. Un ejemplo singular, entre otros en
el siglo XIX, lo proporciona el conocido empresario de Medellín Coriolano Amador quien en 1894, en un
acto de absoluta confianza, autoriza a su esposa doña Lorenza Uribe para que sin ninguna restricción
ejecutara todos los actos y contratos civiles tanto de administración y disposición como de cualquiera otra
especie respecto de los bienes propios de éste, los de ella (su haber particular) y los pertenecientes a la
sociedad conyugal. Ver en: AHM, Fondo Alcaldía, Serie Juicios de Policía, 1894, Tomo 161, f. 238r.
15
Manifiesto enviado por Gabriel Echeverri, Manuel Uribe Ángel, Julián Vásquez, Joaquín E. Gómez,
Antonio M. Restrepo y Eduardo Villa, “Las hermanas de Nuestra Señora y su colegio”, en: El Album,
Medellín, No. 6, 13 de enero de 1873, p. 48.
10
anunciaban cambios en la sociedad en general y concebían posible la actividad de la mujer
como trabajadora cualquiera fuera su clase social o estado civil.
Doña Soledad Acosta de Samper desde la capital del país, reconocida por sus posiciones
de vanguardia, indicaba en el periódico La Mujer el rumbo que debía tomar la educación,
tanto para las mujeres de los sectores altos como para las “hijas del pueblo”. Señalaba que
en Inglaterra en 1851, y luego en Francia en 1862, se habían establecido escuelas de arte
industrial para mujeres. En Francia “mujeres del pueblo” ya trabajan en albañilería,
talabartería, tintorería, impresión, fotografía, alta costura. Según ella, éste era el camino a
seguir en Colombia y que en lugar de producir “señoritas elegantes” se debían establecer
escuelas de artes y oficios.16 En otro artículo, la misma Soledad Acosta en 1878,
presentaba una idea del trabajo decididamente anclada en el mundo de hoy. Enunciaba que
el trabajo, lejos de cumplir su función práctica de proporcionar el sustento para la vida con
el sudor de la frente por castigo divino, incluía un elemento de tinte burgués, el placer. Así
lo expresaba:
Trabajar es orar, dice un proverbio; y yo añado: trabajar es ser feliz. Después de contemplar
el modo de ser de tantas mujeres, viejas o jóvenes que no hacen nada, y cuyas horas de tedio
se pasan fastidiando y fastidiadas, ¡cómo no se siente alivio al volver los ojos hacia las que
nunca están ociosas! No hablo de las que siguen una profesión por necesidad, ni de las que
tienen que trabajar para vivir. Hablo de aquellas mujeres que gozan de comodidades, pero
17
que saben que la ley del trabajo es universal y que lo buscan como placer.
16
Soledad Acosta de Samper, “La educación de las hijas del pueblo: el trabajo de las mujeres en el siglo
XIX”, en: La mujer, 3 (27), 1 noviembre 1879; 1 octubre 1879; 15 octubre 1879. Citado por Suzy Bermúdez
Quiróz, El bello sexo: la mujer y la familia durante el Olimpo Radical, Santafé de Bogotá, Uniandes, 1993,
pp. 115–116.
17
Soledad Acosta de Samper, en: La mujer, 1 septiembre 1878. Citado por Suzy Bermúdez Quiróz, Hijas,
esposas y amantes: género, clase, etnia y edad en la historia de América Latina, Santafé de Bogotá,
Uniandes, 1992, p. 169.
11
Este por supuesto, y como lo aclara la autora, no era el caso de las mujeres pobres, pero
contenía una idea del trabajo alejado de connotaciones negativas, sólo apropiado para
desdichadas e ignorantes.
Cabe agregar, en todo caso, que la normatividad abría algunos espacios de participación
laboral a la mujer. El código civil contemplaba que mujeres casadas podían trabajar con la
anuencia del cónyuge. En el caso de realizar contratos, si el esposo negaba la autorización,
siendo la petición justa y su negativa actuara en perjuicio de la mujer o se trataba de una
esposa abandonada, el juez en su defecto podía otorgarla.18 Fueron pequeños pero sólidos
espacios de poder abiertos a las mujeres en la medida en que hicieron uso de ellos.
Cuarenta y dos de las cien acciones judiciales revisadas en el Archivo Judicial de
Medellín, un 43.29 %, fueron emprendidas por mujeres solicitando licencia del marido o
del juez para acceder a sus derechos civiles o para defenderse de alguna agresión del
cónyuge.
Las labores propias del sexo
La excluyente denominación de “oficios propios del sexo”, en virtud a la asignación de
roles, jerarquías sociales e ideal de domesticidad, le atribuyó al trabajo femenino un
carácter distintivo de la clase y la etnia, y definió su área de actuación con un efecto
directo en la remuneración y la calidad de vida de la trabajadora evidenciando un vínculo
entre mujer, pobreza y trabajo.
18
Código Civil del Estado Soberano de Antioquia, 1870, Op. cit., pp. 23–24.
12
En el campo de las ciencias sociales la noción estrategias de sobrevivencia alude a los
mecanismos recurrentes para enfrentar la pobreza; se trata de respuestas inmediatas de
corto plazo, individuales o colectivas, a las que recurren las mujeres para mantener un
nivel de vida.19 Estas estrategias son reveladoras de las relaciones y comportamientos que
las mujeres de los sectores pobres definen para salvar las contingencias de la cotidianidad
debido a los impedimentos impuestos por su condición social y sexual.20 En Medellín, el
caso de María Hermenejilda Álvarez, una viuda acusada de amancebamiento en 1859,
ilustra estos mecanismos de sobrevivencia al declarar ocuparse en “hacer ollas, tejer
costales, lavar ropas a varias personas […] planchar a varios individuos […] coser como
también cargar leña”. Esto, afirmaba, le daba lo suficiente para mantener a sus tres hijos.21
Las mujeres, lejos de especializarse en un oficio, recurrían a cuanta actividad tuvieran a la
mano para procurarse los bienes necesarios para su subsistencia y la de sus dependientes.
Los impedimentos jurídicos, el ideal de domesticidad, la mala reputación del trabajo
femenino, la exclusión sistemática de la esfera pública, la imposibilidad de acceso al
crédito, las continuas migraciones y las crisis económicas, fueron los factores que
actuaron en el desbalance de una pobreza diferencial por géneros. Estas condiciones
19
Ivonne Szaz, “La pobreza estudiada desde la perspectiva de género: estado del conocimiento”, en: Las
mujeres en la pobreza, México, El Colegio de México, 1994. Citada por Noelba Millán et al., La mujer,
artesana de la sobrevivencia: un estudio centrado en hogares pobres de Ibagué, Ibagué, Universidad del
Tolima, 2000, p. 124.
20
Noelba Millán et al., Op. cit., p. 19.
21
AHJM, Juicio por amancebamiento, 1859, documento 11915, f. 10r. De igual modo, María de Jesús
Restrepo, también viuda, en juicio por ofensas recibidas en 1852, dijo dedicarse a lavar, planchar, doblar
tabaco y “otras propias de una mujer”. AHJM, Sumario seguido a Isidoro Restrepo por expresiones
ofensivas y acciones deshonestas, 1852, documento 12667, f. 5 v.
13
determinaron el ingreso de la mujer al trabajo remunerado y a emprender estrategias de
sobrevivencia personal y familiar.
Las mujeres de Medellín recurrieron a una amplia gama de actividades para encarar la
pobreza, pero decidían en correspondencia con la idea de que fueran labores “propias de
su sexo”, por lo que no dejaba de ser un campo laboral restringido. En conformidad con
esta definición, las mujeres se dedicaron sustancialmente al servicio doméstico, a la venta
de productos elaborados por ellas mismas, a atender pequeñas tiendas y pulperías de su
propiedad, a prestar servicios ocasionales en costura, lavado, planchado de ropa en casas
de familia, o abasteciendo puerta a puerta agua, leña, leche o carbón. La experiencia de
trabajos realizados como amas de casa representó el aprendizaje necesario para
desempeñar un oficio remunerado, ya en sus propias casas o fuera de ellas. Las
condiciones materiales de la vida doméstica hicieron del cuidado de las casas ajenas una
labor ardua y dispendiosa, por ello, el servicio doméstico representó uno de los frentes de
mayor demanda de la mano de obra femenina.
Las criadas domésticas se ocupan de todo
La falta de una mayor variedad de oferta de trabajos para las mujeres, la escasez de
trabajos para los hombres y los bajos precios en víveres y ropa, permitieron a muchas
14
familias por humildes que fueran, tener una persona para el servicio doméstico.22
Posiblemente, estos factores dieron lugar a un empleo cuya única forma de pago consistió
en la oportunidad de tener techo, comida y algunas prendas de vestir legadas por la familia
de acogida laboral. La permanente alusión a criadas y sirvientes en los diarios personales,
la prensa, la literatura y su irrefutable presencia en los censos, denotan que estas mujeres
conformaban una fuerza laboral activa y numerosa, a la vez que eran pilares de la vida
familiar y cotidiana decimonónica. La reproducción de la vida doméstica depositó en ellas
la responsabilidad y cuidado de la casa, la cocina y la ropa. Hacían los mandados, tenían a
su cargo los hijos pequeños, y a veces se convirtieron en gratas compañía para los
miembros de la casa, en especial para las mujeres y los niños. Pedro Antonio Restrepo
Escovar, por ejemplo, recordaba con gratitud a “Ña Manuela”, una negra de origen
esclavo, la “criada admirable” que lo crió.23
Un alto porcentaje de las trabajadoras eran procedentes del campo. Llegaban a la ciudad a
buscar mejores oportunidades para ellas y sus familias. El excedente de población en la
economía campesina, en especial la mano de obra subutilizada de la mujer, puede explicar
el origen preferentemente rural de las trabajadoras.24 Esta fue una de las condiciones
planteadas por Fernando Botero Herrera en su estudio sobre el surgimiento de la industria
en la región antioqueña al iniciar el siglo XX. Así, el desarraigo familiar y cultural pudo
22
Rafael Ortiz Arango, Estampas del Medellín antiguo, Medellín, Fábrica de Licores y Alcoholes de
Antioquia, 1983, p. 94.
23
Jorge Alberto Restrepo, Retrato de un patriarca antioqueño: Pedro Antonio Restrepo Escovar, 1815–
1899, Santafé de Bogotá, Banco de la República, 1992, p. 29.
24
Fernando Botero Herrera, La industrialización en Antioquia: génesis y consolidación 1900–1930, 2ª ed.,
Medellín, Hombre Nuevo, 2003, pp. 40–41.
15
hacer más penosa la permanencia de estas mujeres en aquellas casas de familia
pertenecientes a grupos sociales diferentes, en las cuales vivían sin libertad ni dinero, solas
o huérfanas; en consecuencia, algunas de ellas se incorporaban a distintas ocupaciones
domésticas desde muy niñas.25
Las criadas en no pocas ocasiones fueron objetos sexuales de los varones de la casa. La
historiadora Catalina Reyes, quien ha estudiado a este grupo de mujeres, les asigna una
función sexual al advertir un cierto tipo de prostitución soslayada en su papel de criadas,
producto de su condición de mujeres solas y vulnerables que las hizo blanco de las
pulsiones sexuales de los patronos y jóvenes de la casa en sus inicios sexuales; en
ocasiones esta circunstancia las dejó ante el dilema de un embarazo indeseado.26 Dos
procesos por amancebamiento, ambos sobreseídos, delatan la dinámica de estas relaciones.
En el primero, realizado en 1872, José María Álvarez Bravo abandonado por su esposa,
justificaba así la relación con Nicolasa, su criada:
No hace doce años, sino como diez y seis que vivo con Nicolasa Escobar [viuda], pero no
haciendo vida como casados. Esta mujer es sirvienta mía ganándose á cuatro pesos y medio
por mes y me hace de comer, ve y cuida por todo lo que es mío […] y cuando está enferma
como sucede actualmente busca una sirvienta y le paga con lo que yo le pago á ella […] la
quiero como á sirvienta, pero no la acaricio y la contemplo como a esposa, varias veces que
ella desea ponerse un traje ú otra cosa yo se la doy, pero siempre a cuenta de su trabajo. Tengo
algunas desavenencias con ella porque esto sucede á veces con los sirvientes […] Yo he
25
Un caso que ilustra esta aseveración es el de Lorenza Londoño, una sirvienta mulata de once años, quien
en 1859 para declarar en una causa por abuso de confianza a su ama se le nombró curador por ser menor de
edad. AHJM, Juicio por abuso de confianza, 1859, documento 1800, f. 5r.
26
Catalina Reyes Cárdenas, Aspectos de la vida social y cotidiana de Medellín, 1890–1930, Bogotá,
Instituto Colombiano de Cultura (Colcultura), 1996, p. 207.
16
paseado á Barbosa con la Escobar porque á veces me tomo mis tragos y como llevo ó traigo
27
intereses la llevo para que cuide de ellos, pero no hemos comido ni dormido juntos […].
Nicolasa, apelando a su condición de sirvienta aducía: “yo como sirvienta de él veo y
cuido por todo lo que le pertenece y si salgo con él es porque á veces toma licor y puede
perder sus intereses”.28 Como lo demuestran las razones expresadas por José María
Álvarez para contratar a la sirvienta, un cierto sentido práctico parecía incidir en el inicio
de la relación. El amancebamiento era una práctica frecuente entre hombres solos –
solteros, separados o viudos– y sirvientas, también libres de compromiso, que los atendían
ante la necesidad de alguien que cuidara de ellos y sus casas.29
Pero había relaciones con un trasfondo mucho más complejo. En el proceso contra
Cándida Rosa Pérez y José Eleuterio Arango, adelantado por el hermano de su esposa en
1889, la declaración de acusados y vecinos mostraba cómo sucedía en este caso una
particular configuración familiar.30 Arango vivía con su esposa hacía treinta años y no
tenía hijos con ella. Su sirvienta era Cándida, costurera, soltera, y como muchas otras
sirvientas venía del medio rural. Llegó a trabajar a esta casa de Medellín hacía poco más o
menos siete años con el consentimiento de su padre; durante el tiempo que trabajó en
dicha casa había concebido dos hijos. La esposa, que según los vecinos era una “santa”,
declaró que Cándida:
27
AHJM, Juicio por amancebamiento entre un hombre casado y su criada, 1872, documento 3460, fs. 6v–
7r.
28
Ibíd., f. 8r.
29
Ver en el AHJM juicios por amancebamiento, documentos números 12661 (entre soltero y casada); 438
(viudo–casada); 11914(casado–soltera); 11915 (soltero–viuda); 12657 (soltera–casado).
30
AHJM, Juicio por amancebamiento, 1889, documento 12661.
17
Fue a vivir allí en una enfermedad que yo tuve y necesitaba de la asistencia de una persona,
sus oficios son lavar, aplanchar ropas y cocer, con los dos primeros obtiene la consistencia
[casa y comida] suministrada por mi esposo y yo por cuanto los oficios son los de la ropa de
la casa y el último le produce el modo de vestirse pues le trabaja a otras personas. Dos hijos
que ella ha tenido se ha verificado el alumbramiento en mi casa, pero ella ha guardado un
31
profundo secreto respecto al padre de ellos […].
Los vecinos afirmaban que Eleuterio y Cándida sostenían relaciones personales y
resaltaban el gran parecido de los dos hijos de la criada con Eleuterio, a quien llamaban
papá. De su parte, éste último testificó ser natural que lo llamaran así, pues él y su mujer al
no tener sucesión los criaron y adoptaron como hijos propios.32 Por los años que llevaba
Cándida viviendo en la casa y por el trato de los niños hacía Eleuterio, era evidente el
grado de responsabilidad asumido por él en esta relación con los niños. Los motivos del
silencio aprobatorio de la esposa pueden explicarse quizá en la posible falta de amor entre
los esposos, la seguridad de su posición social como mujer casada, las demandas sexuales
satisfechas de Eleuterio, la posible buena función del hombre como proveedor de la casa y
las pocas oportunidades que le brindaba la sociedad a la mujer.
Del lado legal, las autoridades veían en estas situaciones anómalas un grave problema
social y moral, demostrado en el seguimiento que hicieron de este caso y otros llamando a
una larga lista de testigos para verificar los hechos. Lo cierto es que la más de las veces las
causas por amancebamiento fueron sobreseídas por falta de pruebas contundentes. En el
caso de Cándida y Eleuterio, el juez, aunque reconocía “que los sindicados han vivido en
31
32
Ibíd., fs. 18r– 18v.
Ibíd., fs. 9v–10r.
18
una misma casa y se comprende que han tenido relaciones ilícitas […] no se ha logrado
comprobar el cuerpo del delito por lo cual se sobresee”.33
La ropa sucia no se lava en casa
Un nutrido grupo de mujeres trabajó lavando ropas en el río Medellín y quebradas
aledañas. La quebrada Santa Elena en su recorrido por todo el centro oriente de la ciudad
fue uno de los sitios más concurridos por las lavanderas. Este debió ser uno de los oficios
más duros porque implicaba pasar varias horas inclinadas sobre grandes y lisas piedras
escogidas en las orillas, a la intemperie, con el agua en los pies o a media pierna. Parece
ser que algunas se dedicaron sólo a lavar, otras en cambio se encargaron del arreglo
completo de la ropa que incluía el lavado, planchado y remendado en casas de familia.
Durante el verano, el lavado de la ropa pudo ser una tarea, sino grata, más llevadera por el
cauce tranquilo de las aguas y el secado rápido de la ropa; pero en invierno debió ser muy
difícil lavar bajo la lluvia, secar la ropa, luchar contra las crecientes, desbordamientos de
las quebradas y el pantano. En el período abordado, las lavanderas enfrentaron diversos
problemas relacionados con el aprovisionamiento del agua, su deterioro y contaminación.
33
Ibíd., f. 31v.
19
En un artículo sobre higiene pública, el prestigioso médico Manuel Uribe Ángel al
establecer el estado de las aguas y la importancia de los acueductos, dejó plasmado los
problemas del abastecimiento del agua y sus efectos en la salud de las personas. Según él,
desde la primera mitad del siglo XIX, durante el invierno las crecientes del río Medellín y
las quebradas daban lugar a pantanos, charcas y ciénagas que, al evaporarse en tiempo
seco, formaban una atmósfera “mefítica ó pestilencial” cuyo efecto se reflejaba en el color
de las mujeres medellinenses, por lo general “sumamente pálido”. En ellas como en los
hombres, eran frecuentes las afecciones de carácter anémico, las fiebres palúdicas y la
disentería.34 En estas circunstancias es fácil deducir que las lavanderas debieron padecer
constantes problemas de salud producto de su contacto con aguas sucias y contaminadas,
haciendo más dura su labor.
La falta de agua corriente en las casas obligó a las lavanderas a buscar fuentes naturales de
agua. De acuerdo con Rafael Ortiz no había quebrada sin lavanderas, pero ante la
arremetida del progreso y el deterioro del agua éstas fueron desplazadas en forma
paulatina.35 Primero se las desalojó del río Medellín, luego de la quebrada Santa Elena, La
Palencia, La Loca, La Ladera, hasta desaparecer del paisaje urbano. Desde finales del
siglo, las primeras compañías de servicios públicos en manos privadas, con la
proliferación de acueductos practicaron una especulación permanente con la compra–
34
35
Manuel Uribe Ángel, “Higiene pública”, en: El Anunciador, Medellín, No. 2, 15 de agosto de 1899, p. 6.
Rafael Ortiz, Op. cit., p. 183.
20
venta y concentración de las fuentes de agua y sus alrededores.36 Por estos problemas con
el agua, la necesidad de abastecimiento y su protección, las fuentes del líquido fueron
objeto de disposiciones legales con repercusiones en las lavanderas. El Código de Policía
prohibía el establecimiento de lavaderos o cualquier otra empresa arriba del cauce que
conducía agua a una o más casas, los infractores debían pagar una multa de 1 a 50 pesos, y
eran obligados a trasladar el lavadero o empresa a otro sitio.37
Por el carácter esencial del agua en la vida humana y las dificultades en su
aprovisionamiento, las lavanderas y su oficio de mantener limpia la ropa de todos,
realizaron su trabajo bajo el ojo vigilante de autoridades y vecinos.38 En 1890 con el
acuerdo número 9, el Concejo concedía las dos terceras partes del agua de la quebrada
Santa Elena a la persona o sociedad que estableciera una fábrica de tejidos que diera
ocupación especialmente a “los inhábiles para otra clase de trabajos, tales como las
mujeres y los niños”, siempre que el agua sólo fuera ensuciada o desviada lo debido para
obtener una caída necesaria.39 Y, aunque la concesión fue adjudicada a la firma Ospina
Hermanos, no se hizo efectiva por inconvenientes de orden jurídico opuestos por quienes
habitaban a orillas de la quebrada.40 Finalmente, el 22 de julio de 1895, el alcalde ordenó
desalojar a las lavanderas de la quebrada más tradicional de Medellín. Esta prohibición
36
Fernando Botero Herrera, Medellín 1890–1950: historia urbana y juego de intereses, Medellín,
Universidad de Antioquia, 1996, p.169.
37
Código de Policía del Estado Soberano de Antioquia, s.l., s.n., 1886, p. 50.
38
La serie “Resoluciones” del Fondo Alcaldía, del Archivo de Medellín, da buena cuenta de esta situación.
Se solía advertir a las lavanderas bajo pena de multa no lavar o tender ropa en determinados sitios.
39
Concejo de Medellín, “Acuerdo 9”, en: Crónica Municipal, Medellín, (15), 13 octubre de 1890, pp. 59–
60.
40
Luis Ospina Vásquez, Industria y protección el Colombia, 1810–1930, Medellín, E.S.F., 1955, pp. 263–
266.
21
abarcó el trayecto de la quebrada Santa Elena desde el puente de La Toma hasta su
desembocadura en el río Medellín.41
Estas fueron algunas de las disposiciones que obligaron a las lavanderas a buscar otros
lavaderos, y en consecuencia cargar sus atados de ropa cada vez más lejos. De todas
formas el deterioro de las aguas ya hacía estragos en las quebradas de Medellín. Con el
servicio de agua corriente en las casas, tarea emprendida en las tres primeras décadas del
siglo XX, a las lavanderas les esperaban otros escenarios para realizar su oficio: los patios
y solares de las casas dispuestos como los nuevos lugares para el lavado de la ropa.
Aquí se vende de todo: pulperas y tenderas
El pequeño comercio en pulperías, tiendas improvisadas en la sala de la casa, puestos del
mercado y ventas ambulantes, fueron lugares usuales en los cuales las mujeres pobres
ofrecieron sus productos. Estos establecimientos, además de proporcionar un medio de
vida a sus propietarias, de forma indirecta crearon entradas de dinero para otras
encargadas de proveerlos de chocolate molido, arepas, tamales, dulces, pandequesos y
tabacos.42 La diferencia entre tiendas y pulperías pareció radicar en la mejor dotación de
estas últimas, en virtud de ello las pulperas pertenecían más a los sectores medios de la
41
AHM, Fondo Concejo, Tomo 255, vol. 4, 1895, Serie Actas, 33 (1), f. 623.
El juicio a tres hombres por fuerza y robo a dos mujeres en una tienda ilustra esta afirmación. Las dos
víctimas, una mujer soltera y otra viuda, fueron asaltadas en la tienda que tenían en la sala de su casa
mientras empacaban tamales. Para dar testimonio de los víveres robados mencionaron a las mujeres que las
proveían. Ver AHJM, 1874, documento 2519.
42
22
ciudad. Por estar sujetas al pago de impuestos, también representaron para la ciudad una
fuente de entradas al tesoro público. En ocasiones sus dueñas se dirigían al Concejo
Municipal solicitando una nueva clasificación de la categoría del negocio por considerar
injusta la asignada, pues les demandaba mayores impuestos. Por lo general alegaban que
la tienda o pulpería apenas si reportaba ventas y era muy poco el surtido para pagar
impuestos tan altos.43
En el mercado y las calles
Desde muy tempranas horas la ciudad se despertaba con el bullicio de toda clase de
vendedores. En este grupo las mujeres debieron ser numerosas. Algunas se instalaban en
sus puestos de la plaza de mercado, otras se ubicaban en las aceras y otras tantas iban de
puerta en puerta ofreciendo sus productos.
La plaza de mercado, en particular, debió ser el marco donde podía obtenerse la mejor
panorámica de tan animado grupo, cada una tratando de hacer la mejor oferta. Las ventas
en el mercado eran controladas permanentemente por agentes comisarios encargados de
revisar las pesas y medidas utilizadas por los vendedores. Una vez revisadas, su uso se
autorizaba mediante un sello. Era habitual que los vendedores, mediante algún sistema
manipularan las pesas para que éstas mostraran un peso mayor al real. La llegada
43
AHM, Fondo Concejo, Tomo 221, Serie Comunicaciones, 1880, Comunicación 191, f. 705. Las actas del
Cabildo permiten ver las listas presentadas a la Corporación Municipal con la clasificación de almacenes,
tiendas y pulperías para efectuar la respectiva recaudación. AHM, Fondo Concejo, Tomo 221, Serie Actas,
1880, Acta 50 (4), f. 1144.
23
inesperada de estos comisarios debió causar más de un revuelo en el mercado al tratar de
ocultar el fraude realizado a diario a los consumidores. El decreto del 29 de enero de 1874
sobre arreglo de pesas y medidas indica que el problema tenía fuerte arraigo entre los
expendedores del mercado central de Medellín. El Jefe Municipal al considerar el notable
desarreglo en las pesas y medidas de los particulares en la venta de productos en mercados
y tiendas públicos, dispuso el decomiso de ellas para los contraventores.44
Muchas de las vendedoras eran campesinas de los poblados y aldeas cercanas a Medellín
que traían sus víveres y viandas al mercado urbano. Su jornada debía comenzar desde el
amanecer con el viaje a pie durante horas con pesados bultos cargados a sus espaldas hasta
llegar a la ciudad. Con la sorpresa propia del extranjero, en 1880 el viajero alemán
Friedrich von Schenck expresó la tristeza que le producía ver en el camino a Medellín, en
las caravanas de peones de carga, “viejas mujeres y muchachas jóvenes, que llevan cajas y
bultos sobre la espalda sujetos con una cincha que pasa por la frente”.45
Además de las lecheras, leñateras y aguadoras, estaban las vivanderas con sus bateas a la
cabeza vendiendo flores, frutas para hacer dulces, golosinas, hojuelas, frituras, quesos,
mondongo, morcillas, legumbres y cuantas delicias podían preparar y usufructuar. Todas
estas mujeres animaban y recorrían a diario las calles de un Medellín que entraba en el
siglo XX confiado en el progreso.
Conclusiones
44
Concejo de Medellín, “Decreto sobre pesas y medidas”, en: Crónica Municipal, Medellín, (78), 1 marzo
de 1874, pp. 313–314.
45
Friedrich von Schenck, Viajes por Antioquia en el año de 1880, Bogotá, Banco de la República, 1953, p.
21.
24
Las reformas liberales en cuanto a la idea de progreso, libertad e igualdad no incluyeron a
las mujeres de una forma equitativa con respecto a los hombres. En los códigos
republicanos ellas quedaron sometidas a la autoridad del varón, eje de la familia patriarcal.
El ordenamiento socio–cultural se basó en un sistema de género favorable a la supremacía
masculina.
Las trabajadoras de las clases populares de Medellín en la segunda mitad del siglo XIX,
lejos de cumplir un rol pasivo en la esfera privada y estar ausentes de la pública, como
cabezas de familia contrariaron a menudo los patrones delineados para su sexo con una
participación laboral activa y en número significativo. Se las encuentra resolviendo su
existencia, no sólo atendiendo responsabilidades en la reproducción familiar, sino en el
mundo del trabajo por la subsistencia ante la falta del varón proveedor, y también en
relaciones con las instituciones y el Estado. Su exclusión sistemática de los oficios
especializados o con exigencias técnicas, no desdeña en nada su aporte a la economía
familiar, a la de la ciudad y el Estado. En otras palabras, construyendo y participando en
estrategias de sobrevivencia que les permitían afrontar su condición de ser mujeres pobres.
Aunque en el período estudiado el ingreso de la mujer al mercado laboral fue indicativo
de una condición de pobreza y no de aspiraciones personales, a medida que avanzó el
siglo XX, diferentes voces aisladas fueron introduciendo cambios en la concepción del
trabajo femenino. Estas posiciones estaban en consonancia con los procesos sociales,
25
políticos y económicos del país y la región, con la idea de la utilidad social del trabajo y
con los preceptos del modo de vida burgués.
La idea cada más difundida de que una mujer pudiera realizarse fuera de su casa y trabajar
por placer era promisoria de cambios en sus experiencias de vida. Estos cambios se
acercaban y tendrían lugar en el siglo XX cuando, en sus primeras décadas, sucedió la
vinculación de la mujer a la industria fabril y al comercio formal dando lugar a un lento
proceso en la conformación de una nueva identidad del género femenino, la de la mujer
trabajadora en una sociedad capitalista.
Bibliografía
Fuentes primarias
Archivo Histórico Judicial de Medellín (AHJM), Medellín. Fondo criminal y civil (1852–
1900), Documentos número: 438, 1298, 1340, 1800, 2223, 2240, 2444, 2446, 2491, 2515,
2516, 2519, 2532, 2692, 2805, 2821, 3460, 11781,11914, 11915, 12292, 12373, 12657,
12661, 12667.
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28
1
Las memorias autobiográficas: una ventana para conocer la vida diaria de los
alumnos colombianos entre 1830 y 1930♣
Lina García Vergara♦
Resumen
Los diarios personales y las memorias autobiográficas son una fuente excepcional para conocer la vida diaria
de los alumnos colombianos. Entre 1830 y 1930 la jornada de estudio de los alumnos internos y externos
incluía horas para la misa y la oración, las clases, el repaso de las lecciones, el recreo, las comidas, las lecturas
y la revisión del aseo personal. Bien fuera de cinco de la mañana a nueve de la noche en el caso de los
internos, o desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde para los externos, cada actividad se cumplía
bajo una vigilancia permanente y con una estricta disciplina. El objeto de este artículo es conocer la rutina
escolar de los estudiantes colombianos desde la óptica de testigos presenciales, en una centuria donde se
emprendieron más campañas educativas que nunca antes en la historia del país.
Palabras Clave: Educación, alumnos, vida diaria, horarios, moral, refectorio, exámenes, excursiones.
Abstract
The personal journals and autobiographic memoirs provide an exceptional source to know the daily life of
Colombian students. Between 1830 and 1930 the schedule of students at both boarding and regular schools
included hours for mass and prayer, classes, study hall, breaks, meals, reading and revision of personal
hygiene. Be it from five in the morning to nine in the evening in the case of boarding students, or from eight
in the morning to five in the afternoon for regular students, each activity was performed under permanent
vigilance and with a strict discipline. The aim of this article is to know the school routine of Colombian
students form the viewpoint of eyewitnesses, in a century when, more than ever in the history of the country,
educational campaigns were undertaken.
Keywords: education, students, daily life, schedules, morality, dining hall, exams, field trips.
El siglo XIX en Occidente ha sido considerado el siglo por excelencia de la educación. En
el caso colombiano, en dicha centuria se emprendieron más campañas educativas que nunca
antes en la historia, pues se concibió la educación como un puente hacia la civilización y el
progreso. Después de la Independencia, los dirigentes de la joven república decretaron
varias leyes encaminadas a aumentar el número de colombianos que supieran leer y
escribir; promovieron la fundación de planteles educativos; destinaron algunos edificios
♣
Artículo recibido el 14 de mayo de 2007 y aprobado el 12 de julio de 2007. Este artículo se deriva de la
monografía de pregrado para optar por el título de historiadora “1830-1930: un siglo en la educación de los
colombianos contado en primera persona en diarios y memorias autobiográficas”, aprobado en agosto de 2006
por el Departamento de Historia de la Universidad de Antioquia.
♦
Historiadora de la Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia.
2
que se habían usado durante las guerras independentistas como cuarteles militares al
servicio
de la instrucción pública; introdujeron nuevos métodos pedagógicos;
reglamentaron el funcionamiento de los centros de enseñanza; prescribieron las materias y
libros que se debían usar; medidas encaminadas a promover el desarrollo de la educación
en el país.
Desde mediados del siglo XX varios investigadores colombianos y extranjeros como
Evelyn Ahern (1947), Frank Safford (1976), Jane Rausch (1976), Jaime Jaramillo Uribe
(1980), Aline Helg (1984) y Renán Silva (1989), entre otros, han estudiado la evolución del
sistema de instrucción pública y privada en Colombia desde tiempos coloniales hasta la
época contemporánea. A partir de la consulta de la legislación, los informes de gobierno y
la prensa, estos autores exponen el atraso en materia educativa heredado de la colonia, los
cambios introducidos por el general Francisco Paula Santander en los decenios de 1820 y
1830, el fortalecimiento de la moral, la disciplina y la orientación técnica de la enseñanza
según el plan de estudios de 1842, las medidas adoptadas por los gobiernos liberales entre
1863 y 1880 con miras a unificar el sistema de instrucción pública nacional, las
consecuencias de la radical y controvertida norma que instauró la educación elemental
laica, gratuita y obligatoria en 1870, las reformas educativas derivadas de la constitución de
1886 y el papel dominante de la Iglesia católica en la orientación de la enseñanza después
de la firma del Concordato entre el gobierno colombiano y la Santa Sede en 1887, las
modificaciones al sistema educativo en 1892 y en 1903 orientadas a dinamizar el estudio de
conocimientos técnico–prácticos que pudieran beneficiar la industria nacional, y el esfuerzo
de varios intelectuales en la adopción de nuevas corrientes pedagógicas.
Los estudios publicados a la fecha brindan un panorama general sobre la evolución de la
educación en Colombia. No obstante, aún sabemos poco sobre quién tomaba la iniciativa a
3
la hora de fundar planteles educativos, cómo era la dotación de la planta física, el papel de
las madres y otros allegados en la enseñanza de las primeras letras, cómo era la vida diaria
de los estudiantes internos y externos, su origen social, los métodos pedagógicos que se
empleaban, los castigos y los premios, cómo transcurría la jornada escolar, entre otros
detalles relacionados con la educación tal como se dio en la práctica. Una ventana
excepcional para conocer dichos aspectos de la educación son los diarios íntimos,
reminiscencias personales y memorias autobiográficas.
Por razones de síntesis, el contenido de las reformas educativas no se ampliará en el
presente artículo, pues es un tema que ha sido objeto de numerosos estudios, incluida la
monografía de grado “1830-1930: un siglo en la educación de los colombianos contado en
primera persona en diarios y memorias autobiográficas”, de la cual se deriva éste artículo;
una investigación que logró identificar cerca de 200 títulos de este género de los cuales
alrededor de 70 arrojaron datos alusivos a vivencias educativas, tanto las de carácter formal
como informal, de alumnos y maestros, testimonios que obviamente varían en cantidad y
calidad.
Una mirada general al conjunto de diarios, memorias y autobiografías pone al descubierto
una fuente de información valiosa para los estudiosos de la historia. Este tipo de textos
brindan la posibilidad de acercarse a los hechos desde la óptica de sus protagonistas. Por
otro lado, es una fuente con una amplia variedad temática, allí se aprecian datos sobre las
guerras civiles, las tendencias políticas, actividades económicas, los medios de transporte,
el aspecto físico de pueblos y ciudades, las relaciones familiares, la alimentación, la
indumentaria, las distracciones y pasatiempos. Hay relatos excepcionales sobre el ejercicio
profesional de quienes acompañaron al país en sus primeros pasos hacia el desarrollo
industrial y cultural.
4
Para el caso específico de la educación, es una fuente limitada si se pretendiera elaborar
series o estadísticas por distintas razones: primero, porque el número total de autobiografías
no es representativo en relación con el número de estudiantes a nivel nacional. Segundo,
porque la procedencia de los autores es notoriamente desigual, hay un gran porcentaje de
antioqueños, seguidos por bogotanos, un menor número de caucanos y santandereanos, y
pocos de la región caribe. Además, el hecho de ser historias contadas a partir del recuerdo,
implica que datos como las fechas de estudio y referencias concretas de los planteles
educativos estuvieran confiados a las entendibles falencias de la memoria. Por último, una
comparación de la educación recibida por ambos sexos sería inverosímil, pues la cifra de
reminiscencias escritas por mujeres es inferior.
Dichas limitaciones se aminoran si tenemos en cuenta que en el transcurso del siglo XIX y
los inicios del XX la escasez de establecimientos públicos era patente, un alto porcentaje de
población era campesina y sin recursos suficientes para costear la educación de los hijos,
incluso era necesario el trabajo de los menores en las faenas del campo para obtener el
sustento familiar, por lo tanto el acceso a la educación era restringido. Del mismo modo, la
instrucción femenina tuvo un crecimiento paulatino, hasta el último cuarto del siglo XIX el
número de mujeres que recibían educación formal era inferior en relación con el otro sexo.1
Si a la poca oferta de planteles educativos, a la supremacía de jóvenes campesinos de
escasos recursos y al pausado ingreso de la mujer en el sistema educativo, le sumamos el
hecho que no todas las personas escriben memorias autobiográficas, dado que es un género
reconocido por resaltar la participación del autor o autora en sucesos loables (de ahí la
abundancia de testimonios de expresidentes, reconocidos literatos, políticos y militares),
1
Véase Patricia Londoño Vega, “Educación femenina en Colombia, 1780-1880”, en: Boletín Cultural y
Bibliográfico, vol. 31, No.37, Bogotá, 1994, pp. 46-56.
5
comprendemos porque es inviable hacer un estudio numérico de la educación a partir de
esta fuente bibliográfica.
No obstante, la rica información obtenida de las reminiscencias personales revela una
nueva faceta de la educación impartida en Colombia entre 1830 y 1930. Dichos testimonios
complementan las investigaciones realizadas hasta la fecha sobre ese tema y periodo,
estudios que basados casi exclusivamente en documentación oficial, habían descuidado esa
otra cara de la educación, es decir, la experiencia diaria de los estudiantes, quienes vivieron
en carne propia las consecuencias reales de las reformas educativas, la ausencia de
escuelas, las penurias económicas, la rutina escolar; quienes conocieron al maestro
decimonónico, leyeron los textos de enseñanza de la época y sintieron el “rejo a cu…ero
pelao” sobre su piel.
Llama la atención entre los distintos temas enunciados en los diarios íntimos y memorias
autobiográficas, las discrepancias en la oferta de cursos de un establecimiento a otro, sobre
todo en la educación primaria y secundaria. Así figura en las reminiscencias personales de
alumnos que salieron de la escuela elemental y apenas sabían deletrear el abecedario y
ejecutar algunas sumas y restas, siempre y cuando los guarismos no pasaran de dos. Otros
alumnos con la misma trayectoria de los anteriores, no sólo leían y escribían fluidamente,
sino que balbuceaban idiomas extranjeros. Las fallas del sistema van más allá de la
instrucción heterogénea de profesores y estudiantes. En los métodos utilizados para la
enseñanza, se observó el contraste entre la legislación educativa que proscribía los
correctivos físicos como la férula, y la reiterada alusión de los autores de las memorias no
sólo a la férula, sino a la “pretina”, el “rejo”, la “palmeta” y el “yolombo”. 2
2
Durante las dos primeras décadas de vida republicana, la legislación no fue clara respecto a los métodos de
enseñanza que debían adoptar los maestros. Desde el decenio de 1820 el gobierno prescribió el uso de los
6
En las siguientes páginas veremos desde el punto de vista de testigos presenciales la vida
cotidiana y las rutinas escolares de los alumnos internos y externos, las prácticas religiosas,
los horarios, refectorios, los temidos exámenes, los solemnes actos públicos de clausura del
año escolar, las excursiones y otra miscelánea de asuntos del mundo estudiantil en
Colombia durante esa centuria.
Alumnos internos y externos
Durante el siglo XIX muchos jóvenes de poblaciones apartadas viajaban a los principales
centros urbanos, especialmente a la capital del país, a realizar los estudios secundarios y
superiores. Los que tenían familiares o personas allegadas en Bogotá eran matriculados
como alumnos externos, pero la mayoría cursaban sus estudios en calidad de internos.
El bogotano José Manuel Marroquín, quien llegaría a ser un reconocido docente, escritor de
textos pedagógicos y presidente de la república en dos ocasiones (1898, 1900-1904),
describe en su autobiografía algunas actividades en la rutina de un alumno interno entre
1840 y 1845 durante su estadía en el Seminario Conciliar de Bogotá. En dicho plantel el día
jueves los alumnos tenían derecho a un “asueto” o descanso en las horas de la tarde, que
usualmente él y sus compañeros aprovechaban para elevar cometas en las afueras del
castigos en los planteles educativos, prohibió la férula y restringió el azote. Sin embargo, muchos testimonios
revelan que éstos métodos represivos siguieron en boga. En el plan de estudios de 1842 la pedagogía fue una
de las prioridades. El Ministro del Interior, Mariano Ospina Rodríguez, principal vocero de dicha reforma
educativa, insistió en que el estudio debía resultar agradable para los alumnos, rechazaba los castigos severos
y el uso de la férula, y consideraba un deber de los maestros hacer que los estudiantes le perdieran el miedo a
la vida escolar. Véase Jaime Jaramillo Uribe, “El proceso de la educación del virreinato a la época
contemporánea”, en: Manual de Historia de Colombia, tomo III, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura,
1978-1980, pp. 256, 262-263; Martha Cecilia Herrera, “La educación en la historia de Colombia”, en: Gran
Enciclopedia de Colombia, tomo V, Cultura, Bogotá, Círculo de Lectores, 1992, p. 65; Olga Lucía Zuluaga,
“Escuelas y colegios durante el siglo XIX”, en: Historia de Antioquia, Medellín, Suramericana, 1988, p. 356;
Evelyn Ahern, “El desarrollo de la educación en Colombia: 1820-1850”, en: Revista Colombiana de
Educación, No. 22-23, Bogotá, 1991, p. 69.
7
colegio. Los sábados les correspondía el “registro de rosarios y uñas”. Para verificar que los
estudiantes tuvieran puesto el rosario a la manera de un collar, debían hacer una fila y
desabrocharse la camisa mientras el maestro pasaba observando a cada uno. El que no lo
tuviera recibía en castigo cuatro ferulazos. Según Marroquín era común,
“que algún alumno menos piadoso o menos precavido no lo llevase al cuello, y
entonces, con una velocidad telegráfica, se pasaba la voz y se pedía el suyo a alguno
de los ya registrados, y éste se lo quitaba en un abrir y cerrar de ojos, y en otro
cerrar y abrir pasaba el rosario de mano en mano hasta las del desavisado escolar
que lo había menester, eludiéndose así el castigo […]”3
En cuanto a las uñas,
“Un sábado, ay de mí, fueron las mías pesadas en la balanza de la justicia del
maestro y fueron halladas, no faltas, sino sobradamente crecidas, y don Fructuoso
cogió mis dedos entre su mano, haciendo de ellos como un hacecillo y procurando
que todas las demasías quedaran a un mismo nivel, y descargó sobre el conjunto un
furibundo palmetazo, que hizo desaparecer lastimosamente el superávit de cada uña
quebrándolas todas y dejándolas a flor de dedo.”4
La jornada de estudios de los alumnos internos era larga y ajetreada. Desde el alba
empezaban a hacer los deberes o tareas, al caer la noche cenaban y se iban a dormir para
madrugar al otro día.
El vallecaucano Luciano Rivera y Garrido cursó la secundaria durante la década de 1860 en
Bogotá en el colegio de Pérez Hermanos, dirigido por Santiago Pérez. La faena en dicho
colegio comenzaba a las cinco de la mañana con una pequeña oración, después los chicos
tomaban un baño y pasaban al comedor o refectorio. Entre las siete y las nueve recibían
clases de castellano, latín e idiomas extranjeros, geografía, aritmética, contabilidad, historia
y ciencias políticas. También estudiaban álgebra, física, química, ciencias morales y
3
José Manuel Marroquín, (Bogotá, 1827 – Bogotá, 1908), Don José Manuel Marroquín íntimo, por su hijo
Pbro. José Manuel Marroquín Osorio, Bogotá, Arboleda y Valencia, 1915, p. 54.
4
Ibíd., pp. 55-56.
8
jurídicas en el resto del día. No todos los alumnos concurrían al aula de clases al mismo
tiempo. Mientras unos recibían clase, los demás permanecían en el salón de estudio,
“vigilados incesantemente por dos pasantes, quienes se paseaban sin cesar en el extenso
recinto de un extremo a otro”. El almuerzo se servía a las nueve, seguido de media hora de
recreo. A eso de las diez se retomaban las clases hasta la una de la tarde, cuando paraban a
comer y tenían un segundo recreo. Volvían al estudio hasta las cinco, cuando salían al
último descanso. Tomaban la merienda a las siete de la noche, para continuar haciendo
tareas hasta las nueve y media, “hora precisa en que nos recogíamos.” Los domingos y los
días festivos los estudiantes podían salir del colegio desde las ocho de la mañana hasta las
seis de la tarde.5
También en los años sesenta el bogotano Francisco de Paula Borda estudió derecho en el
Colegio Universitario de Paredes e Hijos, en Piedecuesta, Santander. La jornada de estudio
en ese plantel iba de seis de la mañana a ocho de la noche, con dos recreos en el día y las
pausas de media hora para la alimentación. Las únicas salidas eran los jueves “a parajes
determinados, cuyos suelos se estudiaban para la industria” y los domingos para ir a misa y
a dar un corto paseo.6
La antioqueña Laura Montoya Upegui, alumna de la Escuela Normal de Medellín entre
1891 y 1893, cuenta en su Autobiografía que las alumnas podían ir a comulgar varias veces
a la semana, pero como las jóvenes “aprovechaban la salida para entenderse con los
novios”, les prohibieron esta salida matutina. Después de mucha insistencia y súplicas,
Laura obtuvo un permiso especial de la directora para salir a comulgar todos los días. Ella
5
Luciano Rivera y Garrido, (Buga, 1846 – Buga, 1899), Memorias de un colegial, Bogotá, Minerva, 1936,
pp. 31, 49-50.
6
Francisco de Paula Borda, (Bogotá, 1842 – Bogotá, 1927), Conversaciones con mis hijos, tomo I, Bogotá,
Biblioteca Banco Popular, 1974, p. 162.
9
levantaba a sus condiscípulas faltando siete minutos para las cinco de la mañana, se bañaba
y se vestía rápidamente para ir la iglesia de San Francisco a comulgar a las cinco y cuarto;
cuando regresaba al colegio hacían el llamado para el desayuno y todas las alumnas se
formaban en fila por orden alfabético para ingresar al comedor. Asistían a clase de siete a
diez, a esa hora repasaban las lecciones de las próximas materias. Luego de una pequeña
pausa para descansar a las once de la mañana, continuaban en clases hasta las cuatro de la
tarde, sólo interrumpían para comer. El resto de la tarde y la noche lo pasaban leyendo y
haciendo las tareas para el día siguiente. Así trascurrieron “el día y todos los días” de Laura
Montoya durante los tres años que fue alumna de la Escuela Normal.7
Hacia 1919 Alberto Lleras Camargo cursó la secundaria en calidad de interno en el Colegio
del Rosario en Bogotá. En sus Memorias afirma que a pesar de haber pasado casi tres
centurias desde la creación de esa institución (1653), las reglas y rutinas persistían intactas.
Los alumnos internos se levantaban a las cinco de la mañana, y se dirigían “algunos, no
todos, hacia la ducha”, un tormento, pues el agua helada los “hacía saltar de dolor, como
una azotaina inclemente”. Después pasaban al refectorio a comer unos “panecillos
ordinarios” y una “tonificante agua de panela” que los debía sostener hasta la hora del
almuerzo.8
La rutina diaria de un alumno interno en la segunda década del siglo XX es descrita en
forma detallada por el escritor santandereano Gonzalo Canal Ramírez. Hacia 1928 ingresó
al Seminario de Pamplona, una institución donde los padres eudistas imponían una
7
Laura Montoya Upegui (Jericó, 1874 – Medellín, 1949), Autobiografía de la Madre Laura de Santa
Catalina o Historia de las misericordias de Dios en un alma, Medellín, Editorial Bedout, 1971, pp. 94-97.
8
Alberto Lleras Camargo, (Bogotá, 1906–1990), Memorias, Bogotá, Banco de la República/El Áncora
Editores, 1997, pp. 173-174.
10
disciplina “eclesiástico-militar”, y a juzgar por el lenguaje del autor para referirse a los
horarios, no se puede pensar otra cosa.9
A las cuatro y media de la madrugada sonaba una campana y un sacerdote entraba al
dormitorio diciendo en voz alta: “viva Jesús”, frase a la que todos debían responder: “y
María”. Oraban de cinco a cinco y media. De seis a siete asistían a misa. Luego tenían
escasos quince minutos para desayunar y quince minutos de recreo. A las siete y media
repasaban sus lecciones antes de entrar a clases durante tres horas seguidas, de ocho a once
de la mañana. A las once pasaban al comedor a almorzar, mientras escuchaban la lectura
del Santoral. En seguida tenían otro descanso de cuarenta y cinco minutos que por lo
regular dedicaban a “la guerra”, un juego que consistía en “‘matarse’ mutuamente con una
pequeña pelota de cuero muy duro, cuyo impacto arde y deja dolorosos verdugones”. Entre
las doce y cuarto y las trece horas rezaban el Ángelus, recibían clase de música y de canto,
de pie para no dormirse. Luego tenían cuarenta y cinco minutos de estudio, y otros quince
para tomar “las onces”. En seguida recibían tres clases de las catorce a las diecisiete horas
con una pausa de quince minutos para descansar. A esa hora les servían la comida,
amenizada por la lectura de algún texto de historia. Después salían a recreo y volvían a
rezar el Ángelus hasta las dieciocho. Por último rezaban el rosario, tomaban la cena a las
dieciocho y media, oraban nuevamente, había meditación, lavado de pies, y finalmente, a
las veintiuna y treinta se iban a dormir.10
El miércoles variaba la rutina: el juego de “la guerra” no era obligatorio ese día, además, la
clase de canto era reemplazada por lectura libre, el autor que nos ocupa, cuenta que él
dedicaba esos ratos a leer sus novelistas favoritos: “Salgari y Julio Verne, la colección de
9
Gonzalo Canal Ramírez, (Gramalote, Santander, 1916 – Bogotá, 1994), Los días de la infancia, Bogotá,
Antares, 1972, 172 p.
10
Ibíd., pp. 152-153.
11
‘Lejanas Tierras’ o volúmenes encuadernados de la revista ‘América Latina’ durante la
guerra 1914-18. Después le cobré gusto al padre Luís Coloma y más tarde a
Chateaubriand.” Ese día de la semana, entre las dos y las cinco de la tarde, los alumnos
internos salían de paseo por las afueras de Pamplona. Los domingos también variaba la
rutina. La “levantada” era a las seis en vez de ser a las cuatro y media de la mañana, el
recreo era más largo, se revisaba el aseo personal de cada alumno, asistían a “misa
pontifical” en la catedral, tenían una caminata en las horas de la tarde, y en la noche, otra
vez “la deliciosa lectura libre.”11
La jornada de estudio de los alumnos externos era menos atareada. Hacia el decenio de
1840 los externos recibían clases de ocho a doce de la mañana y de dos a cinco de la tarde.
El boyacense Rafael Reyes consigna en sus Memorias algunos sucesos de sus años
escolares, como el buen rendimiento académico que siempre lo ponía entre los primeros
lugares de la clase, las riñas entre estudiantes y el liderazgo que él ejercía entre sus
condiscípulos, el mismo que años después lo llevaría a ocupar altos cargos militares y la
presidencia de la república (1904-1909). En 1864, Reyes ingresó al colegio que dirigía su
tío, Zenón Solano, en Duitama, Boyacá, y por la misma época consiguió empleo como
secretario del juzgado municipal y como maestro en la escuela elemental. La precaria
situación económica de su familia lo obligó a costearse su propia educación, además de
colaborar en el sostenimiento de su madre y hermanos. El horario de actividades que
diariamente debía atender es excepcional si lo comparamos con el de un estudiante externo
promedio. En sus propias palabras, entre los quince y los diecisiete años (1864-1866):
Distribuía así mi tiempo:
4 a.m. Me levantaba y estudiaba mis lecciones hasta las
6 a.m. que abría la escuela y estaba allí hasta las
11
Ibíd., pp. 153-155.
12
9 a.m. que iba al colegio a mis clases hasta las
10 a 11 a.m. Almuerzo.
11 a.m. Escuela hasta las 3 p.m. A las
12 m. dejaba un segundo la escuela e iba a despachar el Juzgado hasta las
2 p.m. que volvía al colegio.
3 p.m. Salían los muchachos de la escuela y yo volvía al Colegio.
4 p.m. Comida.
5 a 6 p.m. Daba clases a un semi idiota, Leonidas Prado, hijo de un rico, a
quien logré enseñarle las cuatro operaciones de la aritmética, lo que me valió
el aplauso del rector del colegio mi tío Zenón Solano.
8 a 9 p.m. Rezábamos el rosario con mi madre y mis hermanos y leíamos
alguna obra instructiva, generalmente la historia de la religión o historia
antigua. Mi madre era muy amante de la lectura y a ella aprendí yo el gusto
que tengo por ella.
9 a 12 p.m. Estudios para mis clases y también los del asunto del juzgado.
Dormía de las 12 a las 4 a.m., o sea cuatro horas y siempre me conservé
sano y robusto.12
Las reminiscencias personales de la antioqueña Carmen Rosa de Barth nos dan una idea de
cómo era el horario de un alumno externo de una escuelita rural a comienzos del siglo XX.
Ella cursó las primeras letras en una escuela de Titiribí, Antioquia, donde las clases eran de
siete a once de la mañana, y de una y media a cuatro de la tarde. Los sábados les tocaba la
evaluación de las tareas y de la conducta, para lo cual los alumnos debían salir al patio
formados en una fila mientras la maestra los llamaba uno por uno para informarles en
público cual había sido el rendimiento de la semana, enseguida les recalcaba los buenos
valores en una clase de urbanidad que dictaba “a pleno sol”. Por último les
examinaba los dientes, las uñas, la ropa interior, y si alguien tenía piojos y
niguas, porque muchos iban descalzos, la señorita se las sacaba y mataba los
piojos con polvorrojo.13
12
Rafael Reyes, (Santa Rosa de Viterbo, Boyacá, 1849 – Bogotá, 1921), Memorias, 1850-1885, Bogotá,
Fondo Cultural Cafetero, 1986, pp. 23-24.
13
Carmen Rosa de Barth, (Jardín, Antioquia, 1905 - ), Una vida de cualquiera, Medellín, Fondo Editorial
Biblioteca Pública Piloto, 1995, pp. 17-18.
13
Los ejemplos anteriores dan una idea de cómo trascurrían las jornadas diarias en las
escuelas y colegios colombianos entre 1830 y 1930, tanto para alumnos internos como para
los externos. Los testimonios sobre los centros de educación superior no especifican los
horarios, pero según Francisco de Paula Borda, alumno interno de jurisprudencia en el
Colegio Universitario de Paredes e Hijos, la rutina era similar a la de cualquier estudiante
de secundaria de la época. Un universitario externo solía iniciar labores a las siete u ocho
de la mañana, y terminaba entre las cuatro y cinco de la tarde.
Educación moral y prácticas religiosas
Entre las actividades cotidianas de todo escolar figuran las prácticas religiosas,
desarrolladas en la mayoría de los planteles educativos del país, ya fueran dirigidos por
religiosos o por laicos.
José María Samper Agudelo (1828-1888), destacado político, literato y periodista, relata en
su autobiografía los pormenores de su vida escolar, entre ellos resalta la austeridad de las
actividades religiosas en la casa de educación donde él inició sus estudios secundarios en
Bogotá hacia 1838. El plantel tenía un oratorio donde diariamente los alumnos rezaban el
rosario, ahí mismo recibían misa todos los domingos de obligatoria asistencia, pues de lo
contrario perdían el derecho al paseo dominical o el permiso para visitar la familia. Durante
la cuaresma los jóvenes hacían unos “ejercicios espirituales, muy, muy severos y sostenidos
con suma devoción” con el fin de prepararse para la confesión y la comunión en la Semana
Santa.14
14
José María Samper (Honda, Tolima, 1828 – Anapoima, Cundinamarca, 1888), Historia de un alma, 1834 a
1881, vol. I, Bogotá, Editorial Kelly, 1943, p. 68.
14
Las instituciones de educación superior seguían una disciplina religiosa similar. Según el
cronista payanés José María Cordovez Moure en sus Recuerdos autobiográficos, mientras
cursaba la carrera de jurisprudencia en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario en
Bogotá entre 1851 y 1852, en calidad de alumno interno, el rector los obligaba a rezar el
rosario en “la misa diaria y antes de tomar el refresco, a las siete de la noche”. Unos días
antes de la Semana Santa, los estudiantes acudían a la Iglesia de Santo Domingo a escuchar
el sermón de la cuaresma y a prepararse para los ejercicios espirituales.15
Carlos Lleras Restrepo, alumno del Instituto de La Salle de Bogotá entre 1915 y 1924,
considera que las obligaciones religiosas del escolar eran tan agobiadoras, que después de
asistir “a misa todos los días durante nueve años”, él sentía haber rezado lo suficiente para
el resto de su vida.16
Los centros educativos le daban mucha importancia a la educación moral de sus alumnos,
hecho claramente documentado en las reminiscencias personales. Los testimonios de
Francisco de Paula Borda y Gonzalo Canal Ramírez ilustran bien este tema. Borda estuvo
matriculado en el Colegio del Espíritu Santo en Bogotá hacia 1852, donde permaneció
cerca de dos años cursando el programa de filosofía y literatura. Uno de los objetivos del
plantel era fortalecer las costumbres cristianas en sus alumnos por medio de la incesante
lectura de obras místicas, la memorización de las máximas de la Iglesia católica contenidas
en el catecismo del Padre Astete y el ejercicio de la “moral práctica”. Ésta última era
bastante curiosa, pues estaba encaminada a reprimir cualquier indicio de deseo sexual entre
los alumnos. Borda recuerda que en ese establecimiento “tan conservador y tan católico”:
15
José María Cordovez Moure (Popayán, 1835 – Bogotá, 1918), Reminiscencias. Recuerdos autobiográficos,
Bogotá, Librería Americana, 1922, pp. 106-107.
16
Carlos Lleras Restrepo (Bogotá, 1908-1994), Crónica de mi propia vida, tomo I, Bogotá, Stamato, 1983, p.
14.
15
No era permitido que los calzones tuvieran bolsillos y ¡ay! Del que
descansara los brazos con las manos bajo el cinturón. En la mesa, debíamos
tener las manos encima de ella y un descuido le costaba no sé cuantas notas
malas al estudiante. Al acostarnos venía uno de los pasantes a ver si
teníamos o no las manos debajo de la cara, como era obligatorio. Todo esto
era contraproducente, porque era una indecente sugestión que por fortuna no
entendíamos aún los niños.17
Una experiencia similar vivió Gonzalo Canal Ramírez en el Seminario de Popayán. Aunque
inicialmente él tuvo una inclinación al sacerdocio, pronto se dio cuenta que no estaba hecho
para el celibato. Según sus maestros la castidad y la virginidad eran las principales virtudes
de toda persona, y
los pecados de la carne eran los mayores, los nefastos, los abominables y
constituían casi ‘el pecado’ por antonomasia. Toda la ley de Dios para
nosotros parecía reducirse al precepto de ‘no fornicar’ […] No sabíamos qué
hacer con nuestro cuerpo del ombligo para abajo, perdidos en una maraña
conceptual y mística donde no distinguíamos bien entre los significados de
inocencia, castidad, virginidad y pureza.18
A los religiosos les obsesionaba el tema de la castidad, y le tenían pavor a la inclinación de
los muchachos por alguien de su mismo sexo. Eran rotundamente prohibidas “las amistades
particulares”, o “tener chivo”, como se designaban estas relaciones en El Mosquito, una
vereda de Chinácota, Norte de Santander, donde residían los padres de Gonzalo Canal. En
sus memorias comenta que el homosexualismo era un fenómeno inevitable en los
internados, incluso entre los religiosos, quienes castigaban tan fuerte estos actos que lo
“convertían en propaganda”. Este autor recuerda haber tenido varios “pretendientes”, pero
nunca fue castigado por las “amistades particulares” sino por la violencia con que las
ahuyentaba.19
17
Borda, Op. cit., tomo I, p. 105.
Canal Ramírez, Op. cit., p. 165.
19
Ibíd., pp. 165-166.
18
16
El refectorio
Entre las actividades diarias de un alumno interno, los autores de las memorias
autobiográficas suelen dedicar varios párrafos a describir los comedores escolares. José
María Cordovez Moure refiere algunas anécdotas relacionadas con la alimentación que
recibían los estudiantes. De su paso por el colegio de los jesuitas de Bogotá a mediados de
la década de 1840, comenta que el “aforismo espartano de que el hambre es el mejor
aperitivo” parecía ser la base del cocinero para servir platos pequeños y “detestables”,
exceptuando una torta de pan muy apetecida por los colegiales, reservada por ellos para el
final de la comida. Al comedor, comúnmente conocido como el “refectorio”, se ingresaba
en estricta fila. Mientras comían, los alumnos debían prestar atención a la lectura que hacía
algún compañero. A veces, de improvisto, eran interrogados por uno de los pasantes
encargados de vigilar el comedor, y si no contestaban acertadamente perdían el derecho a
ingerir la comida restante. Además, “cuando se oía en el refectorio la terrible palabra
basta”, debían pararse y dejar de masticar de inmediato. En una ocasión el jesuita vigilante
dijo “basta” sin que los alumnos se hubieran comido el apetecido pan; al día siguiente el
almuerzo fue una sopa de pan mal condimentada que ninguno comió. Para sorpresa de
todos, en la noche, “la repudiada sopa de pan continuaba irreductible”, pero a esas alturas el
dilema era tomarla o reventar de hambre.20
El panorama alimenticio no era muy distinto en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del
Rosario, donde Cordovez Moure estudió jurisprudencia entre 1851 y 1852. En dicha
institución la comida para los alumnos internos y los empleados se contrataba por medio de
una licitación pública. En cierta ocasión el contrato fue otorgado a unas señoras que
20
Cordovez Moure, Op. cit., pp. 48-49.
17
“materialmente nos pusieron a ración de hambre, con el aditamento de presentar
abominables viandas en platones de barro para que cada cual se sirviera en la mesa”. La
protesta de los jóvenes llegó a oídos del rector, Rafael Rivas Mejía, quien al día siguiente se
apareció personalmente a la hora del almuerzo. Después de observar los platones de barro
les dirigió el siguiente discurso:
“Señores alumnos del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario:
Para los efectos de alimentación y alojamiento, este plantel es asimilable a
los hoteles o posadas, de donde tiene libertad para irse a otra parte el
huésped que no se halle satisfecho.” Y sin esperar más razones ni
argumentos, nuestro buen rector giró sobre los talones, nos volvió las
espaldas y salió campante del comedor.21
A juzgar por los testimonios de otros autores de las reminiscencias personales, no todos los
planteles educativos seguían las mismas pautas. El joven vallecaucano Luciano Rivera y
Garrido recuerda que la alimentación en el Colegio de Pérez Hermanos en Bogotá, donde él
cursó la secundaria hacia 1860, era sana y abundante. Aunque también había pasantes que
vigilaban la conducta de los alumnos mientras comían, no estaban para reprenderlos sino
para mejorar sus hábitos en la mesa:
Si un niño mordía el pan, llevándolo entero a la boca; si introducía en ella un
cuchillo; si tomaba las viandas con los dedos; si producía ruido con los
labios al sorber los líquidos, al punto se acercaba con disimulo al alumno
chabacano y con buenos modos y profiriendo algún chiste, para quitar a la
lección la amargura que pudiera contener, le enseñaba la manera correcta de
proceder en esos casos.22
Según el barranquillero Julio Palacio, los horarios de las comidas eran similares no sólo en
la mayoría de los colegios y universidades, sino también en los albergues estudiantiles y en
21
22
Ibíd., p. 104.
Rivera y Garrido, Op. cit., p. 34.
18
los hogares capitalinos. Él fue matriculado como alumno interno de la Universidad
Republicana de Bogotá entre 1891 y 1893, allí les servían el desayuno entre las seis y las
siete de la mañana, el almuerzo a las diez y media, “las onces” a eso de las dos de la tarde,
la comida de cuatro a cinco, y el refresco a las siete de la noche.23 Como vimos en los
testimonios de Alberto Lleras Camargo y Gonzalo Canal Ramírez, ese horario permaneció
vigente durante las tres primeras décadas del siglo XX. Así mismo, la lectura de obras
místicas o de historia patria durante las comidas parece haber sido algo usual. Lleras
Camargo cuenta que mientras estuvo matriculado en el Colegio del Rosario (ca. 1919), fue
el encargado de la lectura en el refectorio en varias oportunidades. Lo hacía “con la mejor
buena fe, tratando de hacer amable e interesante el texto”, que por lo general era la Historia
eclesiástica y civil de Nueva Granada de José Manuel Groot. Los relatos “picantes” de ese
libro, “casi excepcionales”, eran acentuados por el joven lector para brindarle a sus
compañeros una diversión al invariable menú de todos los días: caldo de hierbas y “raíces
criollas”, arroz, fríjoles, papas, y “postre de trapiche” con leche cuajada.24
Gonzalo Canal detalla los platos que componían las comidas diarias; al igual que Alberto
Lleras, se queja de la dieta inmodificable que servían en el Seminario de Pamplona. Al
desayuno caldo de papas, “café de habas” y “pan de agua”; de almuerzo, sopa de cereales,
arroz, papas blancas o yuca, y “unos granos de carne”; “las onces”, eran una taza de “café
de arvejas” con un “pan de agua”; a la comida repetían sopa de cereales, acompañada de
arroz, papas y pepinos rellenos. De postre les daban un plato de miel de panela. La cena o
refresco era un pan aliñado con una taza de agua de panela. Los miércoles el “café de
arvejas” se cambiaba por un “dulce de platico”, y los domingos, la sopa de cereales se
23
Julio H. Palacio, (Barranquilla, 1875 –
Roldán & Cía., 1942, p. 13.
24
Lleras Camargo, Op. cit., pp. 170-171.
), Historia de mi vida, Bogotá, Librería Colombiana / Camacho
19
reemplazaba por un plato de mute o “sopa de varias carnes”, y de postre les daban las
únicas frutas que comían en toda la semana: una naranja y un banano.25
Los solemnes actos públicos de fin de año
La actividad más importante en la vida de los estudiantes de todos los planteles educativos,
eran las evaluaciones o “actos de conclusiones” como se designaban los exámenes al
finalizar el año escolar. Florentino González y Juan Francisco Ortiz describen las solemnes
“conclusiones” que se llevaban a cabo hacia el decenio de 1820 en la capital, en el colegio
de San Bartolomé. Tres meses antes de terminar el año, los profesores elegían al mejor
estudiante de cada materia para que representara al grupo en las sesiones públicas de los
exámenes finales. González comenta que ésas pruebas representaban un pequeño costo para
el estudiante. No específica cuánto, pero dice que él renunció a ese compromiso y especie
de reconocimiento, cuando fue seleccionado para sostener el examen de aritmética, debido
a la difícil situación económica que atravesaba entonces su familia.26
Los actos públicos de final de año eran un evento social de gran importancia. Concurrían
las directivas, docentes y alumnos del colegio, los padres de familia, dirigentes políticos, en
el caso de Bogotá, eventualmente asistía el presidente o el vicepresidente de la república,
algunos representantes a la cámara, ministros, militares y altos prelados. La sesión se
amenizaba con actos musicales, discursos, entrega de premios, y por supuesto, con el
interrogatorio público a los alumnos más destacados. Juan Francisco Ortiz cuenta que él fue
examinado en geografía esférica y principios de astronomía por Manuel Baños, un “orador
25
26
Canal Ramírez, Op. cit., pp. 152-153, 155.
González, Op. cit., pp. 73-74.
20
famoso de la cámara de representantes”. Afortunadamente ni él ni sus compañeros se
“pifiaron” en las respuestas. La ocasión se prestaba para exhibir las últimas adquisiciones
del respectivo plantel educativo, bien fueran libros o instrumentos para el estudio de física
u otras asignaturas.27
La tradición de celebrar certámenes públicos en las escuelas, colegios y universidades del
país, se mantuvo a lo largo del siglo XIX y durante los primeros años del XX. Hacia 1860
Francisco de Paula Borda presentó sus exámenes finales en el Colegio Universitario de
Paredes e Hijos, ante la presencia de “unas trescientas o cuatrocientas personas”, pues
según cuenta, en esos días la población de Piedecuesta prácticamente se duplicaba con la
gente que llegaba de las afueras. Borda fue elegido para pronunciar tres discursos ese día,
uno a nombre del colegio, “otro sobre la literatura francesa, escrito y pronunciado en
francés”, y el último, una respuesta a una pastoral publicada por el obispo de Pamplona,
José Luís Niño, en contra de ese colegio.28
Según el caleño Andrés Lenis (1877-1962), alumno del colegio de Santa Librada en Cali
hacia 1892, las directivas se preparaban con tiempo para deslumbrar a la población en la
“sesión solemne” de la clausura del año escolar. Él recuerda el esmero de los Hermanos
Maristas por satisfacer con esas pruebas a los padres de familia por haberles confiado la
educación de sus hijos.29
En la década de 1910 varios de los autores que nos ocupan presentaron los exámenes
finales en sus respectivos colegios en las ciudades de Medellín, Manizales, Istmina,
Sasaima, Bogotá y Tunja. La antioqueña Sofía Ospina de Navarro, conocida escritora de
27
Juan Francisco Ortiz, (Bogotá, 1808 – 1875), Reminiscencias, Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura
Colombiana, 1946, pp. 87-88. Véase, Ahern, “El desarrollo de la educación en Colombia: 1820-1850”, pp. 29,
44.
28
Borda, Op. cit., p. 139.
29
Andrés J. Lenis, (Cali, 1877-1962), Crónicas de Cali viejo, Cali, Litolenis, 1979, p. 95.
21
cuentos, crónicas y libros de cocina, recuerda que esos certámenes ponían a los estudiantes
a “sudar petróleo”.30 El susto valía la pena, pues aquellos alumnos que salían bien librados
recibían distinciones y premios. Según los testimonios de Blanca Isaza de Jaramillo y de
Ramón Mosquera Rivas, los profesores calificadores les regalaban libros a los mejores
estudiantes. Mosquera resalta que no se trataba de “cualquier librito de cuentos”, sino de
obras maestras de la literatura universal como Don Quijote de la Mancha, La Divina
Comedia, La Ilíada, o algunos diccionarios o novelas como Robinson Crusoe.31
En los planteles femeninos, los actos públicos usualmente versaban sobre poesía, canto,
costura, religión e historia patria. Isaac Gutiérrez Navarro en La luz de una vida, evoca
hacia 1912 a su madre, directora de la escuela pública de Sasaima, Cundinamarca,
preparando cuidadosamente a las niñas para los exámenes al final de cada año lectivo. Ese
día las menores acudían “ataviadas con su traje dominguero, muy aseadas y bien
arregladitas”. Al evento concurrían las principales familias de la localidad y el señor
alcalde, a quienes la directora dirigió un emotivo discurso que Canal Ramírez reproduce en
buena parte:
Mi mayor interés ha sido el de enseñarles obras manuales de costura, que
mucho les servirá en sus hogares; enseñarles detenidamente lo concerniente
a nuestra santa religión, para que aprendan sus deberes para con Dios,
bendiciéndole, amándole y sirviéndole, y enseñarles la Historia Patria, para
que aprendan a valorar lo que fueron esos ángeles tutelares y luchadores
infatigables […]32
30
Sofía Ospina de Navarro, (Medellín, 1892-1974), La abuela cuenta, Medellín, Colección de Autores
Antioqueños, 2000, 100 p.
31
Blanca Isaza de Jaramillo Meza, (Abejorral, 1898 – Manizales, 1967), Del lejano ayer. Manizales, Imprenta
Departamental, 1951, p. 34. Ramón Mosquera Rivas, (Istmina, Chocó, 1905- ), Recuerdos de un hijo de
mineros, Medellín, Editorial Difusión, 1985, p. 20.
32
Isaac Gutiérrez Navarro, (Choachí, Cundinamarca, 1905- ), La luz de una vida, Bogotá, Editorial A.B.C.,
1949, pp. 66-68.
22
Para comprender mejor la atmósfera que rodeaba esos solemnes actos públicos, vale la pena
citar a Carlos Lleras Restrepo:
La premiación en el Instituto de La Salle era un acto solemnísimo;
regularmente asistían a él el Arzobispo Primado y el Ministro de Instrucción
Pública. El Presidente de la República y el Arzobispo enviaban cada uno un
premio para el mejor bachiller en Ciencias o en Filosofía. Cuando yo me
gradué en 1924, Ernesto Morales Bárcenas se llevó el premio de Ciencias
que había enviado el Arzobispo, y a mí me correspondió como primer
bachiller en Filosofía el del Presidente que era mucho menos bueno. De
todas las premiaciones salíamos cargados con libros, medallas o menciones
de honor.33
Los exámenes de fin de año escolar no eran los únicos a los que estaban sometidos los
estudiantes. También existían las pruebas semanales o “sabatinas”. Aquileo Parra comenta
en sus Memorias, 1825-1875, que en dichas pruebas cada estudiante podía corregir al
condiscípulo que se hubiera equivocado en la respuesta, e incluso le podía suministrar un
ferulazo en castigo.34 Después de 1843 cuando se aprobó el plan de estudios de Mariano
Ospina Rodríguez, la disciplina y el rigor en los estudios aumentó notoriamente. Los
alumnos pasaron a tener exámenes semanales, semestrales y anuales, exámenes para grados
y certámenes públicos. José María Samper explica que la intención del gobierno era
sembrar en los estudiantes la sana competencia y la superación académica.35
Para obtener un grado universitario en jurisprudencia, los alumnos debían aprobar un largo
examen sobre todas las materias que habían visto durante la carrera, en presencia de
profesores de la universidad y otros evaluadores externos. Quienes aprobaban recibían el
grado de doctor en jurisprudencia, y una vez completadas unas horas prácticas en los
juzgados recibían el título de abogados.
33
Lleras Restrepo, Op. cit., pp. 16-17.
Aquileo Parra, (Barichara, Santander, 1825 – Pacho, Cundinamarca, 1900). Memorias, 1825-1875, Bogotá,
editorial Incunables (Edición facsimilar, 2ª ed.), 1982, pp. 28-31.
35
Samper, Op. Cit., vol. I, pp. 120-122.
34
23
El gobierno liberal de José Hilario López abolió en 1850 los grados universitarios, desde
esa fecha hasta 1870 los estudiantes que concluían los estudios profesionales no recibían
grado sino “una especie de certificado”.36 En adelante, los estudiantes obtenían el grado
luego de aprobar el examen final y después de sustentar públicamente una tesis sobre algún
tema relacionado con la carrera, con una aprobación previa del “presidente de tesis”. Pocos
autores mencionan las tesis de grado que presentaron en sus respectivas universidades. En
1891 la Universidad Nacional de Bogotá le confirió el título de médico y cirujano al
antioqueño Jaime Mejía Mejía por su investigación sobre la “Úlcera redonda del
estómago”; Ramón Mosquera Rivas se graduó como ingeniero en la Escuela Nacional de
Minas de Medellín en 1935, con su estudio del “Istmo de San Pablo”, y hacia 1922,
Gertrudis Peñuela de Segura se graduó de maestra en el colegio La Presentación de Tunja,
con una tesis sobre pedagogía.
Las excursiones escolares
Varios establecimientos incluían dentro de la vida escolar unas horas para caminar o pasear
en las afueras de la respectiva localidad. La idea era ejercitar el físico de los estudiantes y
poner a los jóvenes en contacto con la naturaleza para explicarles, a partir de la observación
directa, algunos rudimentos de geografía, agricultura, botánica e historia. José Manuel
Marroquín, José María Samper y José María Cordovez Moure, alumnos del colegio de los
jesuitas de Bogotá a mediados del siglo XIX, mencionan los paseos escolares a los cerros
de Monserrate y Guadalupe, o a Usaquén, Fontibón y Bosa. Tales salidas eran largas
caminatas a pie, a las que los estudiantes iban aprovisionados de “un pedazo de carne fría
36
Véase Jaramillo Uribe, Op. cit., pp.308-309; Borda, Op. cit., pp. 401-402.
24
con pan”. Los profesores los vigilaban constantemente para impedirles la entrada a “las
ventas” que encontraban en el camino. Salían del colegio en estricta formación y completo
silencio, pero cuando llegaban al monte podían conversar y caminar libremente.
Usualmente estos paseos duraban toda la tarde, en algunos casos un día completo. Al final
de la jornada, “extenuados de cansancio”, debían ir al salón de estudio y repasar las
materias del día siguiente hasta que llegara la hora de acostarse.37 Rafael Reyes, Blanca
Isaza de Jaramillo, Carlos Lleras Restrepo y Gonzalo Canal Ramírez mencionan en sus
memorias los paseos o excursiones escolares, pero desafortunadamente ninguno de ellos
entra en mayores detalles.
Francisco de Paula Borda recuerda que en el Colegio Universitario de Paredes e Hijos, en
Piedecuesta, Santander, todos los jueves los llevaban a parajes escogidos previamente por
los maestros, con el objeto de estudiar los suelos, los árboles y sus frutos en relación con la
industria, la geología, la agricultura y la botánica.38
Las excursiones escolares organizadas en el colegio Gimnasio Moderno de Bogotá son
descritas por Eduardo Caballero Calderón en sus Memorias infantiles, 1916-1924. En la
clase de geografía él recibió “unas lecciones llamadas ‘estudio de la realidad’, en el monte a
la orilla de unos chircales vecinos al colegio”. Allí construían penínsulas, cabos, golfos,
islas y archipiélagos. En esas salidas los alumnos coleccionaban piedras, mariposas y
disecaban hojas cuyos nombres en latín se aprendían de memoria. También salían del
colegio con el profesor de historia, Tomás Rueda Vargas, quien les enseñaba historia patria
mientras caminaba con ellos por los caminos que recorrieron los héroes colombianos en las
37
38
Cordovez Moure, Op. cit., pp. 49-50.
Borda, Op. cit., pp. 136-139, 162.
25
batallas de la independencia.39 Las excursiones del Gimnasio Moderno trascendieron la
mera faceta práctica de algunas materias.
Recientemente fue publicado un bello libro escrito por Nicolás Sanz de Santamaría (19121997), un joven bogotano que en 1927 participó en una de las excursiones del Gimnasio
Moderno. El libro titulado Relato de un viaje por el Río Magdalena, Panamá y Costa Rica.
Excursión del Gimnasio Moderno 1927, relata los pormenores del viaje y la apreciación del
autor sobre el paisaje, la cultura, las costumbres y la economía de los pueblos y ciudades
que visitó en compañía de sus condiscípulos, varios profesores y el director de esa
institución, el célebre pedagogo Agustín Nieto Caballero. Esta fue una travesía sin
precedentes entre las salidas escolares realizadas en el país hasta ese momento.40
El itinerario comenzó el 8 de abril de 1927, con un tramo en tren desde Bogotá hasta la
estación de La Tribuna. De allí siguieron a pie hasta Honda, pasando por Villeta y Guaduas.
En este último pueblo se detuvieron a conocer la casa donde nació la heroína Policarpa
Salavarrieta, “la cual no tiene nada de particular pues es un ranchito muy pequeño, que de
importante no tiene sino haber sido la morada de la inolvidable Pola.” En Honda tomaron el
tren hasta La Dorada, donde se embarcaron en el vapor “Antioquia” para seguir el viaje por
el río Magdalena. Pasaron la noche en Puerto Berrío. A Nicolás éste pueblo le pareció
bonito, organizado y con buenos hoteles. El siguiente destino fue Barrancabermeja. Allí
visitaron una fábrica de cajas y latas (no cita el nombre), que impresionó a la mayoría de
los jóvenes por la tecnología tan moderna que utilizaba y el alto volumen de producción.
Hicieron paradas en Puerto Wilches, El Banco y en Magangué. Siguieron por tierra hasta
39
Eduardo Caballero Calderón, (Bogotá, 1910–1993), Memorias infantiles, 1916-1924, Medellín, Bedout,
1964, pp. 81-82, 168-170.
40
Nicolás Sanz de Santamaría, Relato de un viaje por el Río Magdalena, Panamá y Costa Rica. Excursión del
Gimnasio Moderno 1927, Bogotá, El Navegante Editores, 2003.
26
Corazal, donde fueron recibidos con un baile. Nicolás comenta que las mujeres de esa
región eran “muy frías y muy calladas, lo único que dicen es ‘que va’, por eso es muy
desagradable bailar pues es muy monótono y no se puede apreciar bien a la muchacha”.
Aún así se quedaron en la fiesta hasta las 3 de la mañana. 41
Los excursionistas del Gimnasio Moderno eran halagados y colmados de atenciones en
todas las poblaciones que visitaban a su paso. En Sincelejo por ejemplo, se reunió un gentío
en la plaza principal y hubo discursos por parte de los más distinguidos señores y señoras
de esa localidad, quienes le entregaron una tarjeta de oro a don Agustín Nieto Caballero en
honor de su visita y la de sus condiscípulos. Luego los agasajaron con un baile, esta vez con
muchachas “muy bonitas y que bailaban muy bien”. De igual forma los recibieron en
Sampués, Chinú, Sahagún, Ciénaga de Oro y Cereté. En su paso por Montería visitaron la
hacienda “Marta Magdalena”, “la más grande de Bolívar”, propiedad del expresidente
Pedro Nel Ospina, que para ese entonces tenía 14.000 hectáreas y cerca de 30.000 cabezas
de ganado de ceba.42
Continuaron en automóvil hasta la bahía de Cispatá, lugar donde muchos de estos jóvenes
conocieron el mar. El guardacostas “Boyacá” los llevó hasta Coveñas y luego a Cartagena.
En esta ciudad pasaron dos días conociendo los principales sitios históricos como el castillo
de Bocachica, las murallas, el templo de San Pedro Claver; y algunas industrias como el
ingenio azucarero de Sincerín y el oleoducto que llevaba el petróleo desde Infante,
Barrancabermeja, hasta los buques en Cartagena. Luego siguieron a Barranquilla por tierra,
“viaje que es muy pesado pues hay mucho pueblo y la carretera es regular”. Sanz menciona
el dinamismo comercial e industrial de esa ciudad, con sus inmensas fábricas de tejidos,
41
42
Ibíd., pp. 18-30.
Ibíd., pp. 30-34.
27
cervezas y acerías; una ciudad con “varios colegios como el del padre Urrutia, la Salle de
señoritas donde pasamos un rato agradable, igualmente estuvimos en la Gabriela Mistral,
donde con varios números nos divirtieron toda la noche.”43
En su paso por la ciudad de Santa Marta, los excursionistas del Gimnasio Moderno
visitaron la quinta de San Pedro Alejandrino y fueron hasta Aracataca a conocer los
cultivos bananeros de esa región:
La región bananera cuenta con 24.000 hectáreas de las cuales 11.000 son de
la United [Fruit Company] y el resto de particulares. La mata del banano se
produce de una cepa que da varios hijos, los cuales los separan y los colocan
como a un metro de distancia. Estas matas cosechan durante varios años y
luego que están viejas las reemplazan. Cada racimo de banano cuesta en
Colombia de 40 a 50 centavos, lo más es 90 y lo venden en los EE.UU a 5
pesos cada uno, es un negocio bastante productivo.44
El buque americano “Trinives” los llevó de Santa Marta a Colón, Panamá, ciudad donde
estuvieron poco tiempo pues se embarcaron directo a Puerto Limón, Costa Rica. En la
capital costarricense, San José, tuvieron una cálida bienvenida. Dicha ciudad y sus
alrededores causaron una buena impresión en Nicolás Sanz y sus compañeros; visitaron
varias escuelas y colegios, las principales plazas, el teatro, algunas plantaciones de café,
entre otros atractivos de ese país. De regreso en Panamá, visitaron la capital, una ciudad
que tenía “un movimiento extraordinario pues basta decir que tiene como 8.000
automóviles”, con grandes almacenes donde los colegiales colombianos aprovecharon e
hicieron algunas compras. Fueron al canal de Panamá, donde les explicaron el
funcionamiento de las exclusas. Después de veinte días en tierras extrajeras retornaron a
Colombia por el océano Pacífico, hasta llegar al puerto de Buenaventura. En el camino
hacia Bogotá pasaron por Cali, Palmira, Buga, Bugalagande, El Zarzal, Armenia, Calarcá,
43
44
Ibíd., pp. 36-44.
Ibíd., p. 50.
28
Cajamarca e Ibagué. Así terminó el viaje de este grupo de veinte estudiantes y cinco
miembros del profesorado del Gimnasio Moderno, que por cerca de dos meses recorrieron
gran parte del territorio colombiano y algunas poblaciones de Panamá y Costa Rica.45
Esta excursión tuvo repercusión a nivel nacional y probablemente sirvió de modelo a otras
instituciones educativas que en años posteriores se preocuparon por impartirle a sus
alumnos el “estudio de la realidad”, mediante la observación del paisaje, las costumbres, la
cultura y las actividades económicas de las distintas localidades del país. El chocoano
Ramón Mosquera Rivas narra en sus memorias, Recuerdos de un hijo de mineros, las
salidas que realizó a distintos pueblos de Antioquia e incluso fuera del departamento
durante el estudio de ingeniería civil en la Escuela Nacional de Minas. Ya fuera en tren, a
caballo o a pie, dichos viajes lo llevaron a él y a sus compañeros a conocer la explotación
minera en los municipios de Alejandría, Titiribí, Segovia y Frontino. Realizaron dos
excursiones a nivel interregional, una a la Intendencia del Chocó en 1934 y otra a los
departamentos de Cundinamarca, Boyacá, los dos Santanderes y parte de la frontera con
Venezuela en 1935. Al igual que los excursionistas del Gimnasio Moderno, los
universitarios de la Escuela Nacional de Minas fueron recibidos con grandes atenciones en
cada población que visitaron: fiesta de recepción, hospedaje y comida gratis, pues los
gastos corrían por parte de las autoridades locales, interesadas en colaborar con el estudio
de las actividades mineras y las condiciones geológicas de su región.46
Todas las rutinas escolares reflejan la estricta disciplina observada en los planteles
educativos. Cada actividad era vigilada en forma rigurosa, desde “la levantada”, pasando
por el “registro de uñas”, hasta la postura de las manos en el cuerpo. Acciones tan simples
45
46
Ibíd., pp. 52-88.
Mosquera Rivas, Op. cit., pp. 73-90.
29
como presentar un examen o consumir los alimentos en el “refectorio” eran aparatosas. El
año lectivo de los alumnos internos y externos, bien fuera en la primaria, la secundaria o la
universidad, se repartía entre tareas, lecturas, pruebas, oraciones, algunos ratos de
esparcimiento, y eventuales salidas de las aulas de clase a conocer los recursos naturales y
las costumbres del país.
30
Fuentes y Bibliografía
Fuentes primarias:
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infancia, Bogotá, Antares, 1972, 172 p.
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íntimo, por su hijo Pbro. José Manuel Marroquín Osorio, Bogotá, Arboleda y Valencia,
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31
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Jaramillo Uribe, Jaime, “El proceso de la educación, del virreinato a la época
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32
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en Colombia, Bogotá, Editorial Universidad Nacional / El Áncora Editores, 1989, 412 p.
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Zuluaga, Olga Lucía, “Escuelas y colegios durante el siglo XIX”, Historia de Antioquia,
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1
Inicios de la vida alegre en la calle Lovaina de Medellín, 1925-1945♣
Carlos Andrés Orozco Guarín♦
“Lovaina, el barrio de mujeres públicas de lujo
de ese delicioso Medellín de los decenios 30 a 50”
(Jorge Franco Vélez, Hildebrando, 1984)
Resumen
Para quienes conocieron el Medellín de mediados del siglo XIX el nombre de Lovaina está asociado al tipo
particular de prostitución que floreció en el sector, negocio que trascendió el mero comercio sexual, pues
generó una bohemia y un tipo de sociabilidad que atrajo profesionales e intelectuales, como el médico Jorge
Franco Vélez, que rememora el sector en su texto en buena medida autobiográfico, Hildebrando (Universidad
de Antioquia, 1996), y artistas como el más tarde célebre maestro Fernando Botero. El presente artículo,
derivado de la monografía de pregrado en Historia de la Universidad de Antioquia, esboza los albores de la
prostitución en burdeles y cantinas aledaños al cementerio de San Pedro en los años de 1920. El texto termina
con la semblanza de dos meretrices que fueron conocidas como “colegialas de honor” en Lovaina. Ellas
compartieron su lecho con destacados personajes del ámbito local e incluso con ilustres extranjeros que
visitaron la ciudad. Una serie de entrevistas con viejos residentes del sector, sumadas a una cuidadosa revisión
de prensa y de documentos que conservan el Archivo Histórico de Medellín y el Archivo Histórico de
Antioquia, permitieron recrear el ambiente de los primeros burdeles de Lovaina.
Palabras clave: Prostitución, Lovaina, cementerio de San Pedro, barrios populares, cantinas, burdeles,
criminalidad, control social, tolerancia, memoria.
Abstract
For those who knew the Medellín of the mid nineteenth century, the name Lovaina is associated to the
particular kind of prostitution that flourished in the sector, a business that transcended the mere sexual
commerce, for it generated a bohemian lifestyle and a kind of sociability that attracted professionals and
intellectuals, such as the physician Jorge Franco Vélez, who reminisces the sector in his fairly autobiographic
book Hildebrando (Universidad de Antioquia, 1996), and artists like the afterwards celebrated Fernando
Botero. This article, stemmed from an undergraduate history monography for the Universidad de Antioquia,
sketches the dawn of prostitution in brothels and saloons in the vicinity of the San Pedro cemetery around the
1920’s. The text finishes with the portrait of two harlots who were known as “honorary schoolgirls” in
Lovaina. They shared their beds with outstanding personalities of the local scene, and even with celebrated
foreigners who visited the city. A series of interviews with older residents of the sector, along with a careful
survey of the press and the documents held in the Archivo Histórico de Medellín and the Archivo Histórico de
Antioquia, allowed us to recreate the ambiance of Lovaina’s first brothels.
Keywords: Prostitution, Lovaina, Cemetery St. Peter, shantytows, canteens, brothels, criminality, social
control, tolerance, memory.
♣
♦
Artículo recibido el 3 de julio de 2007 y aprobado el 5 de agosto de 2007.
Historiador de la Universidad de Antioquia, Medellín.
2
Lovaina es una calle ubicada en la zona nororiental de Medellín, justo en el extremo norte
del Museo Cementerio de San Pedro hoy declarado patrimonio cultural. Por este lugar he
transitado cotidianamente hacia la Universidad de Antioquia desde 1999, y a través de esos
recorridos descubrí una realidad bien diferente a lo que distintos autores cuentan sobre el
esplendor que tuvo en la década de 1940, cuando abarcaba un tramo de la calle 71, entre las
carreras 49 (Venezuela) y 51 (Bolívar), sector que en ese entonces era parte de la periferia
norte de Medellín, contigua al cementerio que inicialmente fue conocido como el de la
Sociedad de San Vicente de Paúl (1842), y desde 1871 como el cementerio de San Pedro.
Hoy en día, a pesar de su condición marginal e infecunda, las fachadas de algunas casas de
Lovaina le dan al transeúnte una idea de la historia del barrio. De esas casas, donde antaño
se pagaba por disfrutar de la compañía de las prostitutas, sólo quedan muros maltratados,
sucios y medio derruidos. Al caminar a diario por aquella zona sentí intriga por las historias
de su legendario pasado, y me aventuré a realizar un video documental combinando
testimonios, fotografías, música de arrabal y escenas cotidianas del barrio. Fue esta
experiencia la que al momento de elegir tema para la monografía de grado en historia me
alentó a buscar nuevas fuentes e indagar más sistemáticamente por la historia de la
prostitución en el sector.
En este artículo presento algunos temas desarrollados a profundidad en el trabajo final,
destacando la aparición de los primeros burdeles de la zona al momento de iniciarse la
urbanización del barrio Pérez Trina–Continuación en 1925, el posterior traslado de casas de
vida alegre a la calle Lovaina en los años treinta, y las particularidades de funcionamiento
que tuvieron dichos negocios en la década del cuarenta, tras las tapias del cementerio de
San Pedro. Llego hasta 1945 para recalcar los 20 años de esplendor del barrio de
prostitutas, ya que en los años posteriores comenzó a ser afectado por la descomposición
3
social de la ciudad, que elevaba sus índices de violencia, bandalismo y comercio de
marihuana, temas que serán tratados en otra ocasión.
Un balance historiográfico preliminar permite ver que las causas de la prostitución, por lo
regular, se han atribuido a factores demográficos y a la petición de matrimonio vigente en
la respectiva sociedad. Teniendo en cuenta los postulados de Virginia Gutiérrez de Pineda
en su libro Familia y Cultura en Colombia fue posible imaginar el entorno social de la zona
de prostitución de Lovaina revisando aspectos socioeconómicos y culturales de las mujeres
que habitaron en los contornos del cementerio de San Pedro, gravitando entre numerosos
burdeles y cantinas.1 Dicha obra, ya clásica, sugiere interesantes explicaciones acerca de las
causas y motivaciones que llevaban a las jovencitas a ejercer un oficio tan estigmatizado en
Antioquia, donde la religión, la familia y el matrimonio estaban tan arraigados. Estos
postulados fueron cotejados con testimonios orales de los habitantes del barrio San Pedro y
con otras fuentes documentales valiosas que reposan en el Archivo Histórico de Medellín
(en adelante AHM) y en la colección de prensa de la Universidad de Antioquia.
Por otro lado, un repaso histórico de la vida libertina en las ciudades europeas, demuestra
que las mujeres podían vender por dinero el disfrute sexual de su cuerpo, desplazándose por
habitaciones de alquiler, barrios obreros, burdeles, baños públicos, tabernas y extramuros.2
1
Virginia Gutiérrez determina una serie de fenómenos relacionados con la pérdida de la virginidad —
relaciones prematrimoniales, abandono del hogar con promesa de matrimonio, embarazo ilegítimo—
situaciones que violentaban la continuidad de la vida normal de la mujer antioqueña dejándola sin opción de
contraer matrimonio, fuera de la pauta cultural, sin una perspectiva clara, en un estado de inseguridad y
desesperación. El prostíbulo es referido como una opción económica para ella y como dispensador de
pulsiones sexuales para el hombre. Véase: Familia y cultura en Colombia, Bogotá, Colcultura, 1975.
2
Phillipe Aries y Georges Duby (dirs.), Historia de la vida privada en Occidente, Madrid, Taurus, 1988, 5
vols. (1ra ed. París, 1985); Georges Duby y Michelle Perrot (dirs.), Historia de las mujeres en Occidente,
Madrid, Taurus, 5 vols, 1991; Bonnie Anderson y Judith Zinsser (dirs.), Historia de las mujeres: Una historia
propia, Barcelona, Crítica, 1991, (2 vols.), vol. 1, pp. 68-69.
4
Esto explica porque el fenómeno de la prostitución ha sido estudiado paralelo al
crecimiento urbano de las ciudades.
Las “mujeres de la vida alegre” entre el control y la tolerancia
Para abordar el funcionamiento de los burdeles colindantes al cementerio de San Pedro en
el decenio de 1920, se pueden observar algunos mecanismos de control y vigilancia puestos
en acción el siglo XIX, como las ordenanzas de los primeros Códigos de Policía, que
revelan iniciativas para formar un “barrio especial” de tolerancia en los albores del siglo
XX. Aunque dichas propuestas fueron poco efectivas en Medellín, la primera insinuación la
formuló el Código de 1896 y, posteriormente, diferentes estamentos públicos y otras
disposiciones oficiales de 1914 y 1919 patrocinaron la idea, pero sólo concertaron una
propuesta bajo la presión de la Iglesia católica, desde las campañas moralizadoras de 1938
y 1939. No obstante, dicha iniciativa lo único que logró fue trasladar algunas cantinas y
lenocinios situados frente al Hospital San Vicente de Paúl, a la calle Lovaina detrás del
cementerio de San Pedro, que estaba llena de cantinas desde 1926. Solamente medio siglo
después de la primera disposición, la administración municipal aprobó una zona única de
tolerancia para Medellín en el Barrio Antioquia, mediante el decreto 517 de 1951.
Paradójicamente después de esta medida, se incrementó el número de burdeles en
diferentes partes de la ciudad.
Los registros elaborados por la Oficina de Ingeniería Municipal reposan en el Fondo
Alcaldía del Archivo Histórico de Medellín, conservando las mediciones de distancia en
metros, desde los burdeles hasta las iglesias, escuelas y fábricas cercanas al cementerio de
San Pedro. Dicha regulación permite seguir la orientación de las zonas de tolerancia en la
ciudad, identificando las épocas coyunturales de floración de burdeles en las tres primeras
5
décadas del siglo XX. Así, el período comprendido entre 1917 y 1932 figura como la
primera etapa de protagonismo en los burdeles de la zona norte de Medellín, aledaña al
“cementerio de los ricos”. Este procedimiento junto con el de cobro de impuestos por
derechos de desagüe, permitieron precisar cifras de casas de mujeres visitadas por los
inspectores municipales, especialmente entre 1927 y 1932. Llama la atención, la tolerancia
manifestada por los inspectores cuando el resultado de la distancia era inferior a los 160
metros reglamentarios respecto a: las capillas del cementerio de San Pedro y del Hospital
San Vicente de Paúl, la escuela de El Bosque y algunas fábricas de tabaco, fósforo y
escultura religiosa. Al parecer estos burdeles se sostuvieron con el pago de multas, pues
muchas meretrices eran dueñas del lote que habitaban y contra esto no había ley de
destierro.3
Este tipo de regulaciones fallidas y normas endebles en el exterminio y control de las
prostitutas, permitió cierto desborde de “corrupción moral” por diferentes sectores de
Medellín donde se perfilaba la ciudad industrial. Al parecer, la fiesta en los alrededores de
Lovaina despertó con el beneplácito de los altos mandatarios, pues el Concejo Municipal
aprobó la apertura y el funcionamiento de cantinas durante toda la década del veinte y parte
de la del treinta, expidiendo licencia para vender licor en burdeles y cantinas por un pago
de impuesto al Tesorero de Rentas Departamentales.4
Las prostitutas de Lovaina también fueron impunes a las sanciones y obligaciones dictadas
en la resolución 282 del Ministerio de Trabajo, Higiene y Previsión Social en 1942.
Precisamente violaban los artículos 16, 17, 20 y 27. Los dos primeros se refieren al número
3
Archivo Histórico de Medellín (en adelante AHM), Fondo Alcaldía de Medellín, Serie Ingeniería Municipal,
Correspondencia 1924-1932, Tomos 277-288.
4
AHM, Fondo Concejo Municipal, Serie Actas, 1926-1933, Tomos: 345-351, 354-363, 410, 432, 442 (2
vols.), y 447.
6
de ocupantes por habitación, el consumo de licor al interior del burdel, y algo más grave,
los servicios sexuales prestados por menores de edad o a menores de edad. El artículo 20
imponía la restricción horaria, algo que podría ser perjudicial para cualquier zona de
tolerancia si se cumplía a cabalidad. El gobierno nacional pretendía establecer la hora límite
para la “vida alegre” hasta las doce y media de la noche, pero según algunos testigos de la
época, a esa hora apenas comenzaba la acción en la calle Lovaina. Por último, el artículo 27
especificó con mayor detalle la ubicación de los burdeles prohibiendo rotundamente su
vecindad respecto a plazas, vías públicas de mayor tránsito, establecimientos de educación,
hospitales, templos, cuarteles, cárceles y fábricas. Contrastando las leyes con la fuente oral
recogida, podemos decir que en Lovaina las dueñas de tales negocios estuvieron exentas de
pagar multas entre 10 y 20 pesos, además éstos permanecieron a salvo de ser clausurados.
Los primeros burdeles en el barrio “Pérez Triana-Continuación”
A principios de la década de 1920, surgió la calle Lovaina en el costado norte del
cementerio de San Pedro, derivada de un proyecto de ampliación del barrio Pérez Triana
fundado desde 1917 al sur del mismo camposanto. Según escritura y plano de junio de
1925, en la calle Lovaina existían diecisiete lotes, once de los cuales tenían propietarios y
seis permanecían bajo promesa de compra. Así, se pudo reconocer a las primeras vecinas de
Lovaina: Rosa Cardona y Purificación Echeverri, respectivamente. Los demás terrenos
libres pasaron a manos de Enrique Mejía & Compañía, que continuó vendiendo lotes para
vivienda a bajo costo.5 En aquel entonces los problemas de insalubridad fueron frecuentes
5
Archivo Histórico de Antioquia (en adelante AHA), Fondo Notaría Primera, Medellín, Tomos 647 y 650,
Escritura No. 1311, junio 3 de 1925, f. 3r.
7
por la carencia absoluta de servicios públicos municipales. Además las casas eran débiles,
construidas con materiales precarios que durante los temporales de invierno sufrían
inundaciones y fracturas.
Foto 1
Lotes vendidos en la calle Lovaina y las carreras adyacentes. Detalle del plano del barrio “Pérez TrianaContinuación”, copiado por el señor Julio Echavarría H., y levantado por el señor Martín Acebedo, que figura
en la escritura N° 1311 (junio 3 de 1925) de traspaso de lotes de la Sociedad de Urbanizadores a la Sociedad
Colectiva de Comercio Enrique Mejía & Cía,. Se registra cada uno de los lotes con su respectivo propietario,
dimensiones y divisiones de referencia. Tomado de: AHA, Fondo Planoteca, Almacenamiento N° 122.
La activación poblacional en la calle Lovaina, estuvo muy ligada a la suerte que corrieron
el conjunto de vecinos en las manzanas aledañas, grupos de personas “decentes” entre
artesanos, albañiles, peones, obreras fabriles y campesinos recién llegados a la ciudad.
Otros individuos aprovecharon su capital y montaron fábricas, cantinas, carnicerías, tiendas
8
mixtas, farmacias, almacenes y prenderías que ampliaron el panorama cotidiano del barrio,
como referentes de la prensa de la época, para retratar fenómenos típicos de la vida de
arrabal: marginalidad, infracción, bohemia, hampa y prostitución. Algunas notas
periodísticas también permiten enfocar temas de madresolterismo, infanticidio, aborto y
orfandad. Al parecer, los habitantes del barrio Pérez Triana estuvieron expuestos a todo tipo
de tragedias y actos criminales comenzando el decenio de 1930, pues de una forma bastante
sensacionalista, se van descubriendo en frecuentes casos, inundaciones, incendios,
derrumbamiento de casas, actos de suicidio, intoxicación, peleas y robos.6
En este sentido, la llegada de las mujeres públicas a montar negocio en la calle Lovaina, no
sólo trajo consigo la circulación de dinero entre los vecinos, sino que le dio un efecto de
renovación urbanística a las fachadas y a la distribución de habitaciones utilizando incluso
los antiguos solares. Para esos residentes de la calle Lovaina, el porvenir sólo comenzó bajo
el amparo económico de las prostitutas, quienes remodelaron muchas de las casuchas de
tapia y paja. Pero las que mejor se adaptaron fueron las madres solteras del barrio con sus
oficios domésticos. Aunque el desarrollo de este sector fue lento y difícil, empañado por la
insuficiencia de parte del municipio en la dotación de servicios públicos, resalta cierta
presencia de las autoridades –aunque en parte efímera– para la supervisión de cuestiones
que alteraban el orden moral, como las cantinas y los burdeles.
Las mujeres del barrio figuran en la correspondencia del Ingeniero Municipal, solicitando
licencias para construir casas y liquidar impuestos de desagüe, en una época de crisis
económica, cuando la ciudad acogía nuevas oleadas de inmigrantes, especialmente
jovencitas campesinas. El Ingeniero Municipal también se encargó de verificar la ubicación
de los burdeles en la ciudad, para lo cual recibía listados de mujeres públicas elaborados
6
El Heraldo de Antioquia, Medellín, 1927-1939.
9
por el Inspector de Policía. Por tal motivo, durante el período de urbanización del barrio
Pérez Triana, fue común la regulación de las casas de citas por las carreras Bolívar y
Carabobo, tal como consta en documentos oficiales: actas, reglamentos, ordenanzas,
acusaciones y procesos judiciales. De esta forma, se evidencia un control de la prostitución,
paralelo al desarrollo urbano de Medellín hacia el norte, donde se extendió la práctica
clandestina del comercio sexual en cantinas, baños públicos, salas de baile, habitaciones de
barrios obreros y cercanías del cementerio.
Foto 2
Lista de prostitutas reseñadas en la zona norte, cerca al Bosque de la Independencia, elaborada para el informe
de la Jefatura General de Policía enviado al Alcalde Rafael H. Duque el 8 de febrero de 1917. Tomada de:
AHM, Fondo Concejo Municipal, Serie Proyectos de Acuerdo, 1917, Tomo 342, fs. 75-93. La lista general
comprende 191 mujeres públicas discriminadas por diferentes zonas y barrios de Medellín. Se destaca en la
foto un grupito de 9 prostitutas reconocidas cerca de una fosforería de los señores Arcila y Tisnés, eran: Julia
Gómez, Margarita Lema, Zoila R. Montoya, María Rodríguez, María Ester Misas, Raquel Yepes (con casa
propia), Teresa Ángel, Susana Benítez y Rosenda Álvarez.
10
Los burdeles de la calle Lovaina emergieron como una extensión de las casas de citas
activas durante la década de 1920 en El Trocadero y El Edén sobre la carrera Carabobo, y
en los sectores de la carrera Bolívar conocidos tradicionalmente como El Chagualo (tramo
comprendido entre las calles Manizales y Lima), y El Fundungo situado en el antiguo
camino de servidumbre El Salado, al norte del cementerio de San Pedro. En 1927 las visitas
oficiales del Inspector Segundo Municipal, reportaron el funcionamiento de 4 burdeles que
agrupaban 12 mujeres públicas en la parte sur del barrio Pérez Triana.
Cuadro No. 1
BURDELES Y PROSTITUTAS EN “EL FUNDUNGO”
VIGILADOS POR AUTORIDADES MUNICIPALES, 1927-1928
#
2
2
5
2
El Fundungo (9 prostitutas* en 4 burdeles)
Prostitutas
Distancia
Edificio de Referencia
(Metros)
Concepción Soler
41 Fábrica de Fósforos El Sol
Berta Valencia
Carmen Benítez
60 Fábrica de Fósforos El Sol
Ana Gutiérrez
Berta Valencia
Capilla del Hospital San
Concepción Soler
Vicente de Paúl
Leonor Gaitán
María Josefa
Restrepo
(+) 260
Carmen Osorio
Mercedes Henao
80 Fábrica de Fósforos El Sol
Julia Rosa
Echavarría
Fecha
Año. Mes. Día
1927/05/04
1927/06/09
1927/08/17
1928/09/11
Calle Manizales x Neiva (4 prostitutas en 1 burdel)
Esperanza Álvarez
260 Capilla del Hospital San
Josefina Duque
Vicente de Paúl
Enriqueta Mejía
159 Escuela Privada (Santa
4 Gabriela Soto
Marta x Manizales)
1927/08/17
Carrera Bolívar El Chagualo* (8 prostitutas en 3 burdeles)
11
María Josefa
2 Restrepo
Mercedes Arango
Inés Escobar
Fanny Echeverri
Bárbara Betancur
4 Clementina Yepes
Rosa María
2 Acevedo
Berta Acevedo
187 Capilla de Jesús Nazareno
(+)187 Fábrica de Fósforos El Sol
(Bolívar x Lovaina)
(+)187 Fábrica de Fósforos El Sol
(Bolívar x Lovaina)
1927/10/21
1927/10/21
1927/10/21
* La cifra total es de 9 mujeres, teniendo en cuenta que a dos se les repite inspección.
En El Fundungo tres casas penaban con la cercanía de la Fábrica de Fósforos El Sol de Emilio Franco, cuya
distancia era razón suficiente para pagar multa. En agosto de 1927 las autoridades regresaron a casa de la
Soler y la Valencia, y reportaron tres nuevas compañeras. Esta vez la medición buscó una capilla, y como la
del cementerio estaba en reconstrucción, escogieron la del hospital que no presentó objeciones por la extensa
distancia que la separaba del burdel.
Elaborado a partir de los informes presentados por el Secretario de Ingeniería Municipal al Inspector
Segundo, en cumplimiento de los artículos 110, 37 y 216 de los Códigos de Policía de 1914, 1915 y 1927 que
regulaban la ubicación de burdeles en Medellín. (AHM, Fondo Alcaldía de Medellín, Serie Ingeniería
Municipal, Correspondencia de 1927 y 1928, Tomos 279 y 283).
El último reporte de El Fundungo en octubre de 1931, reseñó la casa de Carlina Correa,
ubicada a tan sólo 15 metros de la fosforería El Sol. A partir de 1930 las casas de citas se
extendieron más allá de El Fundungo, siguiendo la ruta del tranvía por la calle Daniel
Botero. En octubre de ese año, el control municipal se ejerció sobre tres casas contiguas en
la calle Daniel Botero –costado sur del Bosque de la Independencia–, al mando de Lucila
Vélez, Ana María Ortiz y Carmen Vélez, respectivamente. Ninguna de ellas presentó
inconveniente de ubicación respecto a la Escuela El Bosque. Fue en los años sucesivos de
1931 y 1932 cuando se cuestionó el establecimiento de tres nuevos burdeles en la calle
Daniel Botero, por estar a distancias menores de 55 metros al Taller de Arte Religioso y
Decorativo.7 De esta forma, la inspección de burdeles ordenada por los cuerpos de policía y
la oficina de Ingeniería Municipal, permitió identificar las “zonas rojas” y la composición
7
A excepción de la casa de Enriqueta Mejía, dos negocios atendían con cuatro y tres mujeres públicas. En
1931 una casa era ocupada por Esperanza Jaramillo, Mercedes Montoya, Leonor Muñoz y Alicia Villa. La
otra casa, visitada por las autoridades en 1932, reunía a Eugenia Arbeláez, Edelmira Forero y Blanca Rivera.
12
de burdeles, al menos entre 1924 y 1934, años de los cuales se conservan las planillas o
registros. El Inspector Segundo realizó la última visita para el sector norte a finales de
1932, en adelante el sistema fue decayendo y no recuperó su eficacia, vinieron entonces las
quejas de la comunidad.
Foto 3
Zona aledaña al cementerio de San Pedro según el “Plano de Medellín de 1932”. Tomado de: Roberto Luis
Jaramillo y Verónica Perfetti, Cartografía urbana de Medellín, 1790-1950, Concejo de Medellín, 1993.
13
En las casas de la calle Lovaina comenzaron a darse nuevos indicios de “vida alegre” a
mediados de los años treinta. Extrañamente el Código de Policía no aplicó sanciones
drásticas a los burdeles del sector, algunos de los cuales funcionaron durante años, cerca a
la capilla del cementerio de San Pedro y, a dos fábricas, una de ellas era la fábrica de
fósforos El Sol situada en el cruce con la carrera Bolívar desde 1923, la otra era una
sucursal de Tejidos Unión situada una cuadra al norte del crucero Lovaina con Palacé. Muy
cerca de esta última fábrica, pero sobre la calle Lovaina, se instaló Ana Molina, una de las
“colegialas” del American Bar situado en la Avenida Libertadores, un establecimiento de
gran prestigio entre clientela adinerada. La Molina se trasladó a Lovaina para abrir su
propio negocio, después de haber establecido contacto con clientes que requerían servicios
bajo absoluta reserva. Fue vital en esta parte, la mirada de un niño de la época y su aporte
testimonial, al relatar la llegada de Ana Molina a Lovaina y cómo los vecinos intentaron
sacarla a punta de piedra.8
A finales de los años treinta también llegaron otras meretrices a la calle Lovaina, entre ellas
Paulina Restrepo de quien las autoridades tenían noticia desde 1928, cuando trabajó en un
burdel por los lados de El Edén, junto con otras siete mujeres. También apareció Carlota
García quien venía de administrar un burdel con cantina en el cruce de la calle Barranquilla
con Bolívar a principios de los años treinta, y llegó a manejar una casa de citas en Lovaina
enseguida de la fosforería. Por ese estilo muchas otras mujeres fueron llenando de
bombillos rojos la calle Lovaina hasta el cruce con la carrera Venezuela. Desde allí
tomaron dirección al sur por esa misma carrera y por Palacé, hasta conectar con “la vida
alegre” de la calle Lima. No sería raro que se tratara de mujeres expulsadas de la carrera
Bolívar por la acción de la campaña moralizadora emprendida en el semanario El Obrero
8
Entrevista a Ignacio Márquez, octubre 3 de 2003.
14
Católico.9 Lo cierto es que las recién llegadas montaron sus negocios en lotes desocupados
y en casas que habían pertenecido a familias decentes, pues algunas salieron despavoridas
de la zona gracias a cierto caudal monetario que les permitía conseguir vivienda en un
barrio moderno. Un testigo de la época criado en la zona, comenta que “las prostitutas
tenían mucha plata conseguida con ese negocio”, y la mayor inversión la hacían comprando
casas para adecuarlas con suficientes habitaciones, “porque habían casas fantásticas.”10
Para el decenio de 1930, las inspecciones oficiales a los burdeles no realizaron un control
eficaz de la prostitución en Medellín. El funcionamiento clandestino de la casa de citas
cedió un amplio protagonismo a la cantina, principal centro de movimiento de rameras
jóvenes y veteranas, “colegialas” y meretrices de burdeles cercanos. Allí podían bailar y
beber libremente, durante toda la noche y en las primeras horas de la madrugada. Tan
estratégica ubicación ayuda a entender por qué las casas de prostitución siguieron la
dinámica de poblamiento en zonas alejadas del centro urbano, área de los nuevos graneros
y cantinas, donde las meseras ejercían una fuerte atracción y complementaban sus bajos
salarios atendiendo clientes en las habitaciones del negocio. El periodista Octavio Vásquez
comenta que para finales del año 1933, no cabían más casas de putería en los costados
oriental y sur del cementerio de "los ricos", los cuales catalogaba de “gusto refinado” en
atención, seguridad, “calidad” y “elegancia de las chicas”.11
Una época dorada para el surgimiento de cantinas
9
El Obrero Católico, Medellín, marzo 12 de 1938, p. 1; marzo 26 de 1938, p. 1; agosto 5 de 1939, p. 8.
Entrevista a William Gómez, octubre 5 de 2003.
11
Octavio Vásquez Uribe, Ayer y hoy Guayaquil por dentro, Medellín, Concejo de Medellín, 1994, p. 115.
10
15
A la zona que cubre el cementerio de San Pedro, se le puede tildar como propia de una
tradicional “vocación populachera”, pues desde mediados del siglo XIX proliferaron por
allí cantinas, alambiques y los baños públicos de El Llano, El Edén y El Bermejal. Luego,
la inauguración del Bosque de la Independencia (1913) y el surgimiento de nuevas cantinas
y tiendas mixtas por la carrera Bolívar, prepararon el escenario para la vida alegre que se
extendería a la calle Lovaina a finales de los años veinte.12
En las actas del Concejo Municipal sesionadas entre 1926 y 1934, se pueden encontrar
licencias otorgadas a cantinas y expendios de licor en la calle Lovaina, con franquicias en la
restricción horaria cobrando un impuesto de renta más elevado. En ese período surgieron
cerca de doscientas cantinas en la periferia norte de Medellín que no pagaban más de 3
pesos mensuales de impuesto al estanco de licores. La aparición de estos negocios coincidió
con la lenta y mediocre ejecución de obras municipales para la dotación de luz, agua y
alcantarillado en el sector, por lo cual el panorama de fiesta no era del todo alentador, pues
los morros de materiales, tierra y piedras obstruían las calles y desviaban los zanjones de
desagüe, provocando inundaciones.
El barrio Pérez Triana merece especial atención en esa etapa de transición de la década del
veinte (1926-1933), durante la cual se activó el impuesto de renta departamental para 77
cantinas. Tres calles se perfilaron como ejes de estos negocios: Manizales, Lima y Lovaina.
En esta última que marcaba el límite norte del barrio, se inauguraron por lo menos 20
cantinas en sólo dos cuadras, cerca a los cruceros con las carreras Bolívar, Pasto y Palacé.
Pero el registro más importante de apertura de cantinas se produce entre 1926 y 1928. En
12
Constantine Alexandre Payne, “Crecimiento y cambio social en Medellín 1900-1930”, en: Estudios
Sociales, Traducción de Patricia Londoño, Medellín, FAES, vol. I, No. 1, septiembre de 1986, pp. 110-194.
Señala la relevancia de las prostitutas en el proceso de modernización de Medellín, porque a medida que la
ciudad crecía aumentaban los índices de homosexualidad y relaciones extraconyugales, para lo cual los
prostíbulos ofrecieron una alternativa al ambiente rígido y puritano del Medellín de la época.
16
este lapso de tiempo, el Concejo de Medellín clasificó el cobro de impuesto para un
centenar de expendios de licor, los cuales se irían abriendo desde el barrio El Llano hasta la
colina de Bermejal.13
La fecha exacta de llegada de las prostitutas a la calle Lovaina no puede ser precisada,
pero es claro que desde 1926 ya se registraba cierto ambiente libertino en el sector,
propiciado por el Café Regina. En junio de 1926, el Concejo de Medellín clasificó este
primer establecimiento de la calle Lovaina catalogado como “cantina”, el cual abrió sus
puertas en toda la esquina con Bolívar, justo en el primer piso de la fosforería El Sol. Dos
años después cuando congregaba una asidua clientela, además de las apuestas de cartas, el
dueño, Ricardo Montoya, instaló una mesa de billar pagando 25 pesos de impuesto para que
los varones jugaran y bebieran. Pronto se convirtió en sitio de reunión para conversar de
mujeres, especialmente de aquellas que pasaban cerca del café. Obtuvo tan buenos
resultados que en 1929 y 1930 los colegas Germán Vélez y Alejandro Restrepo trasladaron
mesas de billar a otras cantinas de Lovaina.14
[foto 4]
Café Regina, fundado a principios de la década de 1920 en la esquina de Bolívar con la calle Lovaina.
Denunciado por El Obrero Católico del 12 de marzo de 1938.
13
Incluyendo los barrios: Prado con 7 cantinas, Pérez Triana con 33, Manrique con 16, y Campo Valdés con
14 negocios.
14
AHM, Fondo Concejo Municipal, Serie Actas, Tomos 432, 442 (2 vols.), 410, 447, 345-351, 354-363.
17
El barrio Pérez Triana careció durante varios años de una iglesia propia y de escuelas
suficientes, por consiguiente fue proclive al expendio de licores en todas sus tiendas. El
cementerio de San Pedro no restringió la ocupación de predios circundantes, al contrario, la
desvalorización de lotes atrajo gente de diversa índole. Además, las industrias cercanas no
agrupaban numerosos empleados, razones estas suficientes para entender que la presencia
habitacional del obrero en el barrio no fue predominante. Por allí hicieron su aparición
personajes provenientes de otros sectores sociales y de otros ámbitos laborales, cada vez
que se hacía indispensable un espacio de acción libre, distante al controlado Medellín.
A partir de 1932 el Concejo de Medellín aprobó la venta de licor en burdeles de la calle
Lima con Bolívar. Aunque son casos distantes y poco representativos en cifras, expresan el
inicio de una modalidad que va imperar, los negocios administrados por mujeres, donde se
podía vender trago pagando el impuesto de un peso mensual. Entre enero de 1932 y
septiembre de 1933 se clasificó la renta de aproximadamente 25 cantinas en la carrera
Bolívar entre las calles Manizales y Daniel Botero. En este tramo podemos destacar diez
negocios catalogados como “cantinas”, al mando de meretrices. Ello se deduce, al
comprobar que ocho de las dueñas habían sido reconocidas por los inspectores de la
Ingeniería Municipal como “mujeres públicas”, cuyos burdeles supervisaron a finales de los
años veinte.
La repercusión social más fuerte de las cantinas la determinó el número de riñas y
homicidios que allí se presentaron. Las prostitutas de la carrera Bolívar comenzaron a
figurar en las notas periodísticas sobre “casos de sangre”. Algunos reporteros de El Heraldo
de Antioquia y otros periódicos de la época se especializaron en recrear escenas trágicas de
cantina. Los detectives y el secretario de la inspección acudían al lugar de los hechos para
interrogar a los testigos. Luego de recopilar por lo menos tres versiones, el periodista
18
redactaba su historia. Los testimonios recopilados por ellos permiten identificar diversos
detalles del negocio, por ejemplo, que algunas mujeres trabajaban de planta, mientras otras
vivían en burdeles vecinos, siendo asiduas visitantes a la cantina en cuestión, donde
conseguían sus clientes. Por eso en la prensa se les conoció como mujeres de vida alegre,
airada, fácil, licenciosa, o simplemente “de la otra vida”.
Las riñas de cantina o de burdel fueron pan diario de la prensa durante los años treinta, cada
edición de El Heraldo de Antioquia por ejemplo, publicó mínimo tres noticias que
involucraban mujeres arrabaleras de Guayaquil y Quebrada Arriba propinando ataques o
que resultaban heridas en retaliaciones y peleas con navaja y barbera. Por su parte, las
prostitutas de la carrera Bolívar cerca al cementerio, tuvieron una figuración más
esporádica en esos asuntos criminales, aunque estuvieron expuestas a algunos hurtos,
suicidios y fraudes típicos en la ciudad de entonces. Pero en realidad sufrieron por sus casas
cuando se inundaban y no tardaban en desmoronarse. Un análisis de las pocas peleas
encontradas en Lovaina, reveló un tipo de prostituta diferente a las demás congéneres de
Medellín, con menos predisposición a la violencia, pues no andaban armadas de barbera,
puñales y cuchillos, como se reportaba en las grescas de otras zonas. Al parecer su accionar
era producto de una incitación o en defensa personal, para lo cual se valían de una piedra,
una botella o una varilla, lo que si sobraban era insultos y escándalos, propios de un
carácter templado.
En una revisión minuciosa del periódico El Heraldo de Antioquia, logré identificar 35 riñas
acaecidas entre 1930 y 1938, en 19 establecimientos de cantina, ubicados en la carrera
Bolívar, entre las calles Manizales y Daniel Botero. Pude reconocer los nombres de siete
negocios: Café Latino, Cantina de Eduardo Betancur, Café Regina, Café El Candado de
Luces, Nido de Adas, El Bremen y El Precio de un Beso de Eduardo Lema Escobar. La
19
mitad de los casos, o sea 17 riñas, involucraron solo varones; en otros nueve participaron
“mujeres de vida alegre”. En menor proporción sucedieron agresiones entre los sexos: en
cinco casos hubo mujeres que atentaron contra hombres, y sólo en tres ocasiones fueron
éstos los que arremetieron contra las mujeres. Este tipo de noticias se volvió tan común en
la prensa, que muchas veces la información no pasaba de cinco líneas para registrar un
número mayor de hechos, pues se dio el caso de periódicos que registraban hasta veinte
“sucesos de sangre” en un mismo día. Los más interesantes fueron aquellos que dieron una
explicación detallada de los móviles de la tragedia y la relación de los implicados.
A pesar del relajamiento y la belicosidad que imperaban en la zona norte de Medellín en
el año de 1936, en la calle Lovaina sólo se reportaron dos hechos violentos ocurridos en
cantinas. El primero se conoció el 7 de junio en una nota de la última página de El Heraldo
de Antioquia, titulada “Trafalgar”,
En una cantina de Lovaina se reunieron once beldades a disputar en agrios tonos por
cuestiones de poquísima monta. Armaron en la tienda un verdadero trafalgar con vasos,
botellas, etc., se palabrearon de lo más duro que pudieron y alguna llegó a agarrar el vestido
azul eléctrico de su contraria y hacerle un roto desde el hombro hasta el tobillo, al vestido.
Fueron conminadas unas con otras en la permanencia. Una sola estaba rasguñada en una ceja,
lo demás fueron gritos. El policía las mencionó en el parte como “de vida licenciada”.15
Parece pues, que las mujeres de vida licenciosa del sector, eran diferentes a otras
arrabaleras de la ciudad. Luego de revisar un número elevado de crónicas rojas del
Medellín de los años treintas, surgió la pregunta de ¿por qué el mencionado caso ocurrido
en Lovaina no terminó en un crimen como sucedía en las otras cantinas y zonas de
tolerancia de la ciudad? En dicha acción se registraron agresiones verbales y las únicas
armas resultaron de las botellas y vasos quebrados. Sólo una mujer sufrió un pequeño
rasguño, pero no escapó a la humillación por lo ocurrido a su vestido. En suma, podríamos
decir que en Lovaina se interiorizaron códigos de conducta que alejaba a las prostitutas de
15
El Heraldo de Antioquia, Medellín, domingo 7 de junio de 1936, p. 8
20
ser criminales y ladronas. Según Octavio Vásquez, las dueñas de casas de diversión no eran
incultas o escandalosas, por el contrario se caracterizaban por su amabilidad y prudencia en
el tratamiento a su clientela. En este sentido, el periodista destaca la popularidad alcanzada
por “La Mona Plato”, Pola Vanegas, “La Polla”, Matilde, “La Rumbo”, “La Billú”, “La
Pipiola”, Ana Molina y “La Pintuco”, entre otras cortesanas de esa primera época del
esplendor de Lovaina.16
Los fieros combates a navaja podían suceder en cualquier cantina, pero en el Café Regina
situado en Lovaina, sólo pude encontrar un caso en todo el año de 1936, donde resultó
herido un vecino del barrio Aranjuez, quien dijo a las autoridades que había luchado con
alguien a quien no conocía. Era una bronca casual que muchas veces terminaba en tragedia,
pero en este caso tampoco tuvo desenlaces funestos.17 De esta forma coincidí con otro
planteamiento del periodista Octavio Vásquez, acerca de la vida nocturna en el sector que
cubría el cementerio de San Pedro, “denominado en su totalidad como la calle 71: Lovaina,
en cualquier sitio se podía estar o pernoctar tranquilamente sin temor a ser agredido o
desvalijado. Las mismas propietarias de los establecimientos, vigilantes, cuidaban a sus
clientes en previsión de posibles atentados.”18
Las broncas en los burdeles de Lovaina y El Bosque eran relativamente esporádicas, pero
cuando ocurría alguna pelea entre dos prostitutas de esta zona, era desplegada como noticia
alarmante en las páginas de los periódicos, en la sección de “casos de sangre”; es el caso de
El Colombiano, que publicó el viernes 21 de abril de 1944, una nota que involucraba putas
de un burdel cerca del Bosque riñendo por “cuestiones sentimentales”. La nota reitera el
hecho de que estas mujeres no solían utilizar armas corto punzantes, pero acostumbraban
16
Octavio Vásquez Uribe, Op. cit., p. 116.
El Heraldo de Antioquia, Medellín, miércoles 11 de noviembre de 1936, p. 8
18
Octavio Vásquez Uribe, Op. cit., p. 116.
17
21
embriagarse, razón por la cual despertaban con facilidad sentimientos de envidia y repulsa
hacia las mismas compañeras, quienes no disimulaban ser engreídas cuando poseían algún
atributo físico, un amante especial o cualidades para el baile y para el canto. El esplendor
de Lovaina con grandes casas y mujeres jóvenes dedicadas a sus clientes, quedaba
empañado con esas alarmantes noticias publicadas en los periódicos. Al iniciar el año de
1945 se hizo más notorio el ambiente arrabalero de la calle Lovaina donde hacían presencia
menores de 21 años, conocidos popularmente como “piernipeludos”. El Inspector de
Permanencia Nocturna, don Joaquín Osorio Olano, visitó la mencionada calle en varias
ocasiones para controlar algunas “trifulcas” catalogadas de “gigantescas” y “fenomenales”
por los periodistas. El Correo publicó tres noticias en el mes de enero, que vinculaban en
los móviles otra vez “asuntos de mujeres” y “cuestiones de celos”.
El apogeo de Lovaina como “zona de lenocinio” en la década de 1940
La popularidad de Lovaina reluce con mayor intensidad en los periódicos locales de los
años cuarenta y en la memoria de prostitutas y clientes, quienes hoy tienen edades entre los
setenta y los ochenta años. A través de la fuente oral, se puede seguir los pasos de varias
prostitutas de Lovaina, averiguando específicamente por su procedencia y trasegar, obtuve
otros datos acerca del éxito alcanzado, de sus amantes y clientes, de la relación con los
vecinos, de las costumbres dentro y fuera del burdel, de la familia, entre otros asuntos que
permitieron dimensionar la vida cotidiana del barrio, cuando la prostitución, ligada a
prácticas culturales, constituía un escenario de libertad y diversión, escaso en el Medellín
de la primera mitad del siglo XX.
22
Para la época, era vox populi en la ciudad que muchos políticos, industriales e intelectuales
tenían amantes en burdeles exclusivos de El Edén y Lovaina. Aquí se repite el caso de
algunas ciudades europeas, donde la prostitución dinamizó su función social en la medida
que llegaron nuevos clientes a los centros urbanos, los cuales suscitaban una mayor
demanda de relación sexual preconyugal y disparaban el número de burdeles públicos. En
Medellín también surgió la “casa de citas” como respuesta a la necesidad de un lugar
discreto, que permitiera seducir mujeres no necesariamente inscritas en los registros
oficiales como prostitutas. Este modelo se desarrollaría muy bien en las florecientes casas
de citas de Lovaina de los años cuarenta, donde la tipología de las putas se pudo relacionar
con la forma, frecuencia y motivo por el cual se ejercía el comercio sexual. Otros factores
como la edad y el estrato social, también influían en el éxito de su oficio y algunas
alcanzaron objetivos comparables al de las cortesanas francesas del siglo XVI, pues se
casaron con políticos, empresarios y profesionales que según testigos las “sacaron a vivir
juiciosas”.19
La gradación de buen estilo que fue adquiriendo Lovaina respecto a otras zonas de
prostitución como Guayaquil, Las Camelias y Quebrada Arriba, obedeció en gran parte a
una dotación de mujeres bonitas y al tipo de entrenamiento que recibían, por parte de unas
meretrices añejas y experimentadas, cuyos amigos eran importantes en la ciudad de 1930.20
Los testimonios de las viejas prostitutas confirman ese supuesto toque “aristocrático” que
tenían para tratar a sus clientes y amantes. Para el negocio se dispuso un amplio sistema de
19
Como los nombres de las prostitutas podían ser borrados del Registro Oficial, no había problema si una
mujer decidía enderezar el camino aceptando una propuesta matrimonial. El gobierno nacional consintió este
fenómeno desde 1942 como una alternativa de regeneración en las mujeres perdidas.
20
Algunas mujeres se adaptaron de lleno al oficio de la prostitución y su retiro de la práctica obedecía más a
una rápida profesionalización, cuando asumían el mando de una casa de citas, circunstancia que permitía un
bienestar económico autónomo. Estas veteranas vivían en las calles Lima, El Fundungo y Daniel Botero. Son
los casos de Eva Arango, Rosa Urdaneta y Honoria Osorio, meretrices especializadas en cultivar amantes
jóvenes para los ricos de la ciudad, en cuyos burdeles existían normas de conducta.
23
proxenetismo, el cual era entendido como una organización, un círculo vicioso, una cadena
de hombres y mujeres conocedores del negocio venal, dispersos en pueblos, terminales y
barrios de las ciudades, a la espera de posibles víctimas para ponerlas a trabajar en la
prostitución.
En plena época de reactivación industrial antioqueña, el sector de Lovaina comenzó a
figurar con las mejores casas de citas, definidas en el libro de Humberto Tamayo como
“burdeles para empresarios”, es decir, “verdaderas casas de cita previa, para ricos, políticos
y hombres de negocios.” Algunas casas agrupaban “cinco, diez y hasta cincuenta mujeres
de belleza extraordinaria, traídas desde Cali, Pereira y pueblos de Antioquia, las mujeres
venían y a los pocos días se perdían como por arte de magia”.21 Los clientes que lograban
identificar categorías entre los burdeles, podían predecir el grado de garantía sanitaria
ofrecido en cada negocio, pues la transmisión de enfermedades venéreas era una realidad de
todas las zonas de tolerancia.22 El público detectaba las casas más lujosas por la fila de seis
u ocho carros, pues había pocos en la ciudad y pertenecían a funcionarios de alto rango.
Muchos de estos personajes se habían iniciado con damiselas hacia 1920, y prolongaron la
costumbre de visitar las casas de citas en los años treinta. Tal vez por ello ablandaron la
presión y el ordenamiento necesario contra la proliferación de cortesanas en la ciudad
durante el decenio de 1940.
Los burdeles de la calle Lovaina en un principio atendieron con la puerta cerrada, y las
“colegialas” no salían a despedir a sus amigos en levantadora o mal cubiertas. Muchas se
decidieron por la reserva de admisión y sistemas de concertación de citas, incluso
21
Humberto Tamayo, Tras las huellas del abuelo: Historia de Antioquia, Medellín, Instituto para el
desarrollo de Antioquia (IDEA), 1999, p. 116.
22
El riesgo también se corría en Lovaina, pero sobretodo en las “casas de putas de tres estrellas”, donde se
podía contraer una infección, y eso porque las dueñas de negocio preferían ocultar las niñas menores de 17
años que reclutaban en su burdel, a los higienistas, algo que iba en contra de lo ordenado por la ley.
24
prefirieron no admitir hombres pobres, sino aquellos que venían en sus carros, los cuales
podían pagar el trago a precios más elevados que los establecidos oficialmente. Lo cierto es
que el número de visitantes no permitía una discreción efectiva, y por eso, recuerdos como
las filas de autos en la calle y los hombres que salían y entraban constantemente de algunas
casas, fueron situaciones que en la mente de muchos niños y jóvenes de los años treinta,
perpetuaron el esplendor de la prostitución en Lovaina. Las pupilas o “colegialas” de burdel
eran jovencitas con edades entre los 13 y los 21 años, que por su servicio de tiempo
completo en las casas de citas eran consideradas “profesionales”, e incluso, sus cualidades
físicas llegaron a sugerir categorías para los prostíbulos, pues estaban educadas para
corresponder a los buenos tratos de un cliente culto. Algunas eran ilustradas, sentían
afinidad con la poesía e incluso llegaban a enamorarse de sus clientes. Recitando poemas
de Neruda, el joven Hildebrando de 18 años, cautivó el corazón de muchas damiselas de
Lovaina, mientras el rector del Liceo Antioqueño, Uribe Escobar, lo consideraba “perdido
moralmente”.23
A lo largo de la década de 1940 la imagen del burdel entra en una etapa de protagonismo
publicitario, la representación de “escenas de alcohol, cortinajes, cansancio y amanecer”
aparecen “por primera vez en la pintura colombiana” gracias al pincel de Débora Arango,
quien se interesó en recrear “formar inéditas para el arte”, partiendo de la observación de
fenómenos peculiares de la vida urbana de Medellín, especialmente aquellos en que salían
peor libradas las mujeres, como la violencia y la prostitución en bares y burdeles. De estos
23
En la novela autobiográfica Hildebrando también se destaca a un profesor del Liceo, de libre pensamiento e
inclinación humanista, quien develó en las generaciones de estudiantes de 1930 y 1940 la “vida alegre” de
Lovaina. Se trataba de Bernardo Arbeláez, un maestro que solía trasladar sus clases desde las aulas del Liceo
Antioqueño hasta las cantinas y burdeles de Lovaina, pues consideraba sano que sus alumnos bebieran y
gustaran de las mujeres bellas. Mientras las directivas del Liceo programaban conferencias educativas sobre
alcoholismo, masturbación, enfermedades venéreas y abuso del cigarrillo, los estudiantes terminaron
adaptándose a las costumbres de algunos docentes “fumadores, bebedores y mujeriegos.” Jorge Franco Vélez,
Hildebrando, Medellín, Universidad de Antioquia, 3ª edición, 1996, pp. 74, 87.
25
lugares esbozó una mezcla de sordidez, marginamiento y pasión, tal es el caso de las obras
Amanecer (1939) y Trata de blancas (1940).24 Fabio Botero en su historia de Medellín
señaló el lapso de 1940 a 1945, como inaugural de una generación nueva en la ciudad,
sobretodo en los campos de la literatura, el arte, el periodismo y la poesía.25 Así podemos
encontrar en muchas autobiografías de personajes destacados en esas áreas, pinceladas de
escenas de burdel o experiencias con una puta de Lovaina en alguna etapa de la vida.
El ambiente de la zona en 1940 fue descrito en gran cantidad de detalles en la obra
autobiográfica de uno de los antiguos habitantes del barrio San Pedro, el escritor Mario
Arrubla, quien logró calcar la realidad social de Lovaina por allá en los años cuarenta, en su
novela titulada La Infancia legendaria de Ramiro Cruz. Arrubla logra descifrar a través de
sus episodios de infancia, el tipo de habitaciones que cualquier parroquiano podría toparse
si se desplazara habitualmente por las calles del barrio San Pedro o Pérez Triana en los años
cuarenta: “la casa de familia, la del tendero, la de la modista, la de la frutera, la del
comerciante, la del obrero, la del artesano, la de la hotelera, la de inquilinato y la de las
rameras”.26 Con mirada madura de economista, Arrubla logró establecer las relaciones
comerciales que por muchos años existieron entre algunas casas de familia y los lenocinios
de la calle Lovaina –la cual en su novela camufla con el nombre de “calle del Centauro”–.
Este análisis le permitió destacar cuadras en la que habitaban hasta tres tipos de familias, en
las cuales el ambiente cambiaba gradualmente del encierro, el silencio y la oscuridad, a la
vida pública de puertas abiertas e iluminación carnavalesca. En suma alude a unas casas
24
Veáse: Santiago Londoño Vélez, “Débora Arango, la acuarela como arma”, en: Revista Universidad de
Antioquia, vol. 63, No. 238, Medellín, octubre – diciembre de 1994, pp. 25-31.
25
Fabio Botero, Cien años de la vida de Medellín, 1890-1990, Medellín, Universidad de Antioquia, 1994, p.
380.
26
Mario Arrubla, La infancia legendaria de Ramiro Cruz, La Carreta, 1975, p. 75.
26
más libertinas que otras en relación a la cercanía y el tipo de servicios que intercambiaba
con la calle Lovaina, la cual figuraba como el eje principal de las casas de lenocinio.
“La Uva” y “la Cacao”, dos mujeres memorables
En 1930 los fenómenos de campesinas inmigrantes enfiladas en fábricas y servicio
doméstico, permitieron acercamientos a los casos de jovencitas que se dejaban influenciar
por los cambios de la ciudad. Las más expuestas a la prostitución comenzaron a dar visos
de atrevimiento en mensajes románticos a finales de los años veinte, también asimilaron
modas extranjeras y actitudes que pronto se hicieron visibles en arrebatos públicos, como
las fugas de jovencitas entre los 14 y los 17 años de edad, con sus novios o pretendientes.
Una situación a la que muchas veces siguió el problema del desfloramiento de la
muchachita y el delito debía pagarse con la unión nupcial.
La resonancia que adquirió el nombre Lovaina en la ciudad, durante la segunda mitad del
decenio de 1930, cautivó mujeres de barrios populares y de otras zonas de prostitución.
Muchas estuvieron atentas a los comentarios sobre lujosas casas de lenocinio administradas
por meretrices dadivosas, vecinas al cementerio de San Pedro. En 1941 Blanca Beltrán
Balbín de sólo 17 años de edad, se trasladó a la calle Lovaina impulsada por las
recomendaciones de otras prostitutas de la Estación Villa. Esta hermosa muchacha había
estudiado hasta quinto elemental cuando ingresó a la casa de citas de Carlota García,
situada en Lovaina entre las carreras Bolívar y Pasto, allí recibió el calificativo de
“colegiala” como las demás integrantes del burdel menores de 23 años. Blanca recuerda
esta época como el inicio de “una vida muy linda, muy hermosa” y, orgullosa, reafirma que
27
Lovaina “era un barrio de mujeres de la piti-jai”.27 Blanca se posicionó como una mujercita
muy cotizada, con amigos de alto reconocimiento público como don Pablo Tobón Uribe,
recordado en las historias de Medellín como un “solterón que hacía bellos obsequios a las
damas que le simpatizaban”.28 Pablo Tobón cortejó a Blanca y antes de morir le prometió
una casa elegante, pero no le alcanzó el tiempo, y en la ciudad se perpetuó la memoria de
don Pablo por otros regalos magníficos a la catedral de Villanueva y por la donación para el
teatro que lleva su nombre.
En 1943, La Beltrán comenzó a trasnochar en casa de Paulina Restrepo donde sería
conocida con el apodo de “la Uva”, por ser tan apetecida entre los clientes. La cautivadora
damisela había entrado a la calle Lovaina por la puerta grande. En las casas de Carlota
García y Paulina Restrepo conoció compañeras elegantes de vestidos largos “muy
morales”, y de especiales atributos físicos, que bien merecieron su propio calificativo de
“putas aristocráticas”. Según su testimonio, las dueñas de negocio eran las que inducían a
las colegialas a cambiarse de burdel, todo estaba en averiguar en donde se pagaba mejor el
diario y sí la chica era bonita terminaba en la casa más elegante de la cuadra o de la carrera
Palacé. La competencia entre las dueñas de negocio, se limitaba a mantener la casa mejor
arreglada. Promediando el decenio de 1940, Blanca recibía un diario de 20 centavos, aparte
del porcentaje obtenido en las “pistolas”, es decir, con los tragos de brandy, menta o
ginebra a que la invitaban los clientes. Estos visitantes, la primera vez llegaban con amigos
que ya conocían la movida y una vez presentados ante la dueña podían asistir solos cuantas
veces quisieran, pues en el burdel podían encontrar una variedad de mujeres que se
preocupaban por su buena estadía, en esa parte comenzaban las atenciones de “la Uva”,
27
Entrevista a Blanca Beltrán Balbín, noviembre 27 de 2003.
Fabio Botero, Cien años de la vida de Medellín, 1890-1990, Universidad de Antioquia, Medellín, 1994, p.
419.
28
28
“¡Mi amor lindo! ¿Cómo está? Vea cuanto gusto, camine ¿quién lo trajo?”. Los hombres
decían al entrar dirigiéndose a las muchachas que estaban haciendo salón ¡Buenas tardes!
¡Buenas noches! Y una vez salían del burdel pregonaban su experiencia enriqueciendo la
fama de Lovaina en la ciudad, por la buena atención que les habían brindado.29
[Foto 5]
“Mujeres de la vida alegre” en bicicleta por la carrera Palacé, antes del cruce con la calle Lovaina, decenio de
1950. Tomada de: Archivo Personal de Nelly Mejía.
29
Entrevista a Blanca Beltrán Balbín, noviembre 27 de 2003.
29
En 1944 llegó Rosana Jaramillo proveniente de Yarumal, donde dejó a su hija de algunos
meses de nacida. A los 13 años de edad partió de su pueblo presionada por la necesidad
económica y aconsejada por una amiga que ya había rondado por Lovaina en Medellín.
Entre sus breves testimonios Rosana afirmó que al pisar la calle Lovaina por primera vez,
quedó sorprendida con la cantidad de foquitos rojos y casas con orquestas que se extendían
desde la carrera Bolívar en dirección oriental hasta la carrera Venezuela. Lovaina
comenzaba a figurar como una zona “caliente” según sus palabras, por la cantidad de
mujeres y visitantes bailando en los bares, cafés y casas de citas.30 La incauta Rosana buscó
por recomendación la casa de Teresa, situada muy cerca de la fosforería, arriba de Lovaina
con Bolívar. Al tocar la puerta, Rosana recuerda que le abrió la misma Teresa, una vieja
gorda que la trató muy bien, casi sin ocultar la fascinación por su apariencia demasiado
joven. Instalada en un cuarto, sólo tuvo que esperar una semana para recaudar el dinero y
regresar a Yarumal por su hija Fany. La joven madre comenzó una vida de “colegiala” en la
calle Lovaina. A los ocho días ya había cogido el ritmo y vislumbró un futuro mejor para su
hija ahorrando el producto de sus trasnochadas. El éxito que podían alcanzar estas mujeres
en unos cuantos días era tal, que modificaban convicciones morales y percepción del
futuro, pasando a un plano sumamente materialista y de interés por el lujo.
[foto 6 y 7]
Rosana Jaramillo “La Cacao”, a la izquierda en alcoba de uno de los burdeles de Lovaina donde comenzó a
trasnochar bajo la categoría de “colegiala”, retratada hacia 1948; a la derecha en habitación de un lupanar de
categoría situado en la carrera Palacé, fotografiada hacia 1950. Se observa el lujo en la decoración de la pieza
y la cama de madera fina. Ella luce reloj, anillo aretes y un peinado a la moda. En una combinación de arte y
sensualidad “La Cacao” trata de imitar la postura del canino de porcelana ubicado sobre el nochero. En la
30
Entrevista a Rosana Jaramillo, mayo 3 de 2004.
30
pared cuelgan varias fotos entre las cuales se identifica parte del rostro de Daniel Santos, pues las muchachas
conservaban en las habitaciones de lenocinio la imagen de su ídolo. Tomadas de: Archivo Personal de Rosana
Jaramillo (APRJ).
El público asistente a Lovaina sabía que las mujeres trasnochaban porque las habían
perjudicado sin acceder al matrimonio, simplemente habían escapado a la ciudad y llegaron
a Lovaina con su deshonra para integrarse a una casa de mujeres, cuyas condiciones
sociales sólo las diferenciaba por el pueblo de procedencia. Cuando Rosana Jaramillo llegó
con su niña de brazos a la casa de Teresa, esta vieja meretriz no dudo en adecuarle un
cuarto amplio para que pudiera vivir allí con su pequeña hija. Claro que este tipo de
atenciones sólo se dispensaban a jovencitas bellas como Rosana. Ella a los 13 años de edad
ya había dado a luz y empezó a trabajar en un burdel de Lovaina para pagar el arriendo, la
comida y el lavado de ropa. En la casa de Teresa atendían también otras dos pupilas bien
educadas cuyas edades oscilaban entre los 15 y 20 años. Ambas, un poco mayores que
Rosana, la acogieron cariñosamente con su hijita Fany.31
La resolución nacional 282 de 1942, de que hablamos atrás, por medio del artículo 17,
ordenó que las prostitutas sólo podían mantener a sus hijas en el burdel hasta que cumpliera
los cuatro años de edad. En adelante estaban expuestas a perder su tutela ante el Juez de
Menores y a ser condenadas a pagar una multa de 5 a 50 pesos, convertibles en arresto. En
todo caso, según los testimonios de las mujeres de Lovaina, que sacaron a sus hijas del
burdel después de cumplir los 4 años, lo hicieron más por deseo de que éstas salieran
adelante, que por temor a las autoridades, las cuales en últimas estaban más de su parte que
de cualquier otra prostituta de la ciudad. Es muy factible, que en 1948, cuando Fany
cumplió 4 añitos, Rosana hubiera considerado conveniente que se fuera a vivir a una casa
31
Entrevista a Rosana Jaramillo, mayo 3 de 2004.
31
de familia. Para entonces Rosana tenía 17 años y, por lo tanto, debía inscribirse en las
planillas de las autoridades sanitarias municipales. En los años siguientes pagó a varias
familias para que se encargaran del sano crecimiento de su hija, a la que siguió sosteniendo
bajo el total amparo económico derivado de la prostitución. Así estudió y pudo acceder al
matrimonio, pero sin desconocer la profesión de su madre, pues desde muy pequeña
recuerda a las muchachas arregladas con mucho maquillaje y se familiarizó con el ambiente
de fiesta de la zona, pero su madre siempre veló porque no le faltara nada mientras ella
ascendía en el escalafón de lupanares de Lovaina y de la carrera Palacé. Le fue tan bien que
antes de cumplir la mayoría de edad Rosana pasó a ser dueña de su propio burdel.32
[foto 8]
Fotografía aérea del Cementerio de San Pedro y zona aledaña en 1954.
Tomada de: Colección de Gabriel Carvajal en el Archivo Fotográfico de la Biblioteca Pública Piloto.
32
Entrevista a Fany Jaramillo, noviembre 3 de 2003.
32
Epílogo
La prostitución que suele estar rodeada de una serie de anomalías y delitos, apenas
comenzó a empañar el ambiente libertino de Lovaina en la segunda mitad del decenio de
1940, cuando aparecieron otras prácticas prohibidas por la sociedad ligadas a la
marginalidad, como el consumo y la venta de marihuana. En la década del cincuenta esta
parte de la ciudad estuvo asociada a diferentes problemas sociales: drogadicción
exhibicionismo,
vulgaridad,
vagancia,
bandalismo,
enfermedades
venéreas,
homosexualismo, etc. La degradación de Lovaina aceleraría su ritmo después del decreto
517 de 1951, en un año de por sí difícil, por los efectos de la violencia bipartidista. Los
detectives del SIC se encargaron de asolar la calle de Lovaina y la carrera Palacé. Fue así
como muchos forasteros y también los mismos habitantes del barrio terminaron pagando
cortas condenas en la cárcel La Ladera.
Así, Lovaina conservó su peculiaridad como lugar alternativo para el desenfreno, pero la
tradición de reserva y amabilidad no cobró su antiguo brillo. Así, al cerrar los años
cincuenta comenzaron las manifestaciones de los bikinis y la “teta boliada”, mientras las
colegialas de la vieja época asumieron el rol de madres, otras se fueron a viajar por otras
ciudades de Colombia y los países vecinos como Panamá, Venezuela y México. Una buena
cantidad de mujeres se salieron a vivir con sus amantes e incluso formaron un hogar. Esas
colegialas de la vieja época se sorprendieron con la actitud degenerada de las “putas
modernas”, quienes deterioraron la buena educación y el trato digno a los clientes, con su
exhibicionismo y su atrevimiento.
33
La monografía se puede consultar en la biblioteca central y en el centro de documentación
de la Facultad de Ciencias y Sociales y Humanas de la Universidad de Antioquia, y en el
Archivo Histórico de Medellín. Para quines desean ampliar el panorama del barrio, el libro
adjunta una lista detallada de los personajes que pasaron por la zona de prostitución de
Lovaina, especialmente entre 1940 y 1950. La muestra permite destacar el tipo de figuras
femeninas, masculinas y homosexuales que componían la zona de arrabal, a través de un
esquema prosopográfico donde se narran anécdotas ocurridas en las calles, cantinas y
burdeles, esclareciendo así, los extraños vínculos entre familias decentes, hampones,
prostitutas, borrachos, mariguaneros, policías, etc., etc., los cuales hacían parte de ese
extraordinario universo social que encerraba la zona conocida como Lovaina a mediados
del siglo XX.
Del manual de urbanidad al manual de la medicina legal:
El pederasta, una manifestación del hombre degenerado♣
Walter Alonso Bustamante Tejada♦
Resumen
Este artículo utiliza como pretexto el pederasta, un objeto construido por el saber médico legal, para presentar
uno de los puntos de articulación de dos saberes: el pedagógico y el médico, partes del dispositivo de verdad
sobre la homosexualidad que se presentó a finales del siglo XIX en Antioquia. Dicho dispositivo sienta parte
de sus bases y modelos en los manuales de urbanidad, que son evaluados posteriormente por el saber médico
legal cuando el sujeto llega hasta él, una vez se convierte en disidente de un “deber ser”.
Palabras clave: Pederasta, degenerado, medicina legal, manual de urbanidad, peritos, peritazgo, identidad de
género, modelo de hombre.
Abstract
This article holds the pederast as an excuse, an object constructed by the medico-legal knowledge in order to
present one of the pivotal points of two branches of knowledge: the pedagogic and the medical, both a part of
the truth apparatus on homosexuality that abode during the late nineteenth century in Antioquia, an apparatus
that settles a part of its foundations and models on the civility manuals, which are evaluated afterwards by the
medico-legal knowledge, when the subject that has left his duty as a being arrives to it.
Keywords: Pederast, degenerate, legal medicine, civility manuals, experts, expert report, gender identity,
model of man.
Dos miradas
Al finalizar el siglo XIX y despuntar el siglo XX en Antioquia, la moral se reviste de
ciencia. Lo que antes era visto principalmente bajo el lente de la moral religiosa, se mira
ahora tras el velo del saber médico; la medicina es la nueva religión y el médico el nuevo
sacerdote. Se ha creado un nuevo espacio, una nueva mirada, un nuevo corpus de saber sin
abandonar los antiguos preceptos religiosos cristianos. La moral, escondida en la medicina,
continúa clasificando, apartando, creando, ya no pecadores a quienes perdonar o castigar,
♣
Artículo recibido el 25 de marzo de 2007 y aprobado el 25 de mayo de 2007.
Historiador de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín y Magíster en Estudios de Género y
Cultura en América Latina de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.
♦
2
sino enfermos, que son curables si asumen nuevos hábitos y comportamientos. No es
necesario separar la ciencia y la moral con fundamentos cristianos, porque “la religión es
como el fuego que siempre arde, que todo lo enciende y lo trasmuta. Un sol que a medida
que se contempla, manifiesta más y más su gloria y su belleza. La ciencia es luz que disipa
las tinieblas, que irradia sobre todo. Ambos son fuerza y vida: fuerzas unidas y
dependientes, vida compenetrada”.1 Encontramos aquí la manifestación del dispositivo que
vigila desde el consultorio, desde el recinto médico, desde la habitación privada. La ciencia
médica es la nueva herramienta para purificar, proteger, separar.
Desde el siglo XVIII, en Francia con Tardieu y posteriormente en Italia con Lombroso, se
sientan las bases de la medicina legal, que estará vigente al finalizar el siglo XIX. Esta parte
de la ciencia médica será una herramienta fundamental para el desarrollo de la
jurisprudencia en su tarea de aclarar situaciones y determinar delitos y culpables. La
medicina forense es la que proveerá los peritos para evaluar el cuerpo humano y determinar
las anomalías manifiestas en sus partes. Es por medio de la medicina legal que se
determinarán las características físicas y fisiológicas de los delincuentes; los manuales de
medicina legal proveerán las tipologías.
Desde otro lugar, desde otra esfera de la institucionalidad, en el ámbito de la escuela otro
texto escrito será la guía para el maestro, el manual de urbanidad, que traza las líneas que se
deben seguir para lograr la aprobación de los comportamientos cotidianos. Es en la labor de
la escuela en el siglo XIX y gran parte del XX que Manuel Antonio Carreño se inmortaliza.
Él, como otros hombres, preocupado por el bienestar de la sociedad proveerá los códigos de
la urbanidad, los códigos que permitan anunciar cuáles deben ser las costumbres y los
1
El Amigo de la Ciencia. Asuntos religiosos, sociales, científicos y literarios, Medellín, Gobierno Eclesiástico
de Medellín, 14 de mayo de 1918.
3
comportamientos sociales, tanto en público como en privado. Los manuales, las cartillas y
los textos para maestros y orientadores de la juventud y la niñez son para memorizar, para
responder, para tener como guía en la enseñanza, para garantizar un buen uso y buena
presencia del cuerpo.2
Pero estos libretos, conjunto de reglas para enseñar a relacionarse, aparecer y entrar en la
sociedad, no se introducen al margen de los fundamentos religiosos y morales que han
prevalecido: están en coherencia con la doctrina moral vigente. Carreño lo aclara al inicio
de su manual: está bien que en primer lugar el texto es para la etiqueta, pero además es para
la moral y la religión, que, explica, son la base del primero. La urbanidad y las buenas
costumbres buscan la conservación de un orden, pero de un orden que ha sido creado por
Dios: “¿Quién sino Dios ha creado el mundo y lo gobierna, quién ha establecido y conserva
ese orden inalterable con que atraviesa los tiempos la masa formidable y portentosa del
universo...?”.3 La función del manual de urbanidad ayuda a mantener ese orden, es la
traducción de principios religiosos en principios prácticos de la vida cotidiana que hacen
que los cristianos sean además buenos ciudadanos, buenos seres sociales; es un nuevo
catecismo.
2
En su trabajo Sandra Pedraza plantea la función de los manuales de urbanidad en la labor de educación del
cuerpo de manera que haya coherencia entre la apariencia y la conducta. En la parte inicial hace una
presentación de algunos de los manuales vigentes en la transición del siglo XIX al XX y explica la
intencionalidad de los autores y las raíces de sus planteamientos. Concretamente, de Ospina y Carreño deja
claro sus fundamentos en las virtudes morales y cristianas planteadas por Erasmo y los Hermanos de la Salle.
En lo que tiene que ver con los géneros, estos se construyen de acuerdo al binarismo moderno de
correspondencia entre el hombre-masculino y la mujer-femenina. Por otro lado, muestra cómo el interés de la
urbanidad y el buen comportamiento está ajustado a la búsqueda de formar una burguesía educada y además
coherente en la construcción de una nacionalidad con la consiguiente protección de la raza y de la cultura,
manteniendo las costumbres propias en lugar de asumir los modelos extranjeros. Zandra Pedraza Gómez, En
cuerpo y alma. Visiones del progreso y la felicidad, Bogotá, Departamento de Antropología, Universidad de
los Andes, 1999, 399 p.
3
Manuel Antonio Carreño, Manual de Urbanidad y Buenas Costumbres para uso de la juventud de ambos
sexos, París, Librería de Garnier Hermanos, 1880, p. 11; en el cual se encuentran las primeras reglas de
civilidad y etiqueta que deben observarse en la diversidad de situaciones sociales; precedido de un breve
tratado sobre los deberes morales del hombre.
4
En el presente artículo se utilizará la figura del pederasta para observar cómo cada una de
estas dos miradas –médico legal y pedagógica- tiene sus espacios, prácticas y tareas
particulares, pero en su dinámica hay articulación, hay encuentros y desencuentros, hay
argumentos que como una bisagra permiten encontrar el punto de encuentro que haga más
eficaz la acción de los poderes sobre determinado objeto construido por estos mismos. En
un primer momento, la educación en la urbanidad plantea el modelo, en este caso de uso del
cuerpo por parte del hombre y, posteriormente, la medicina legal se encargará de demostrar
el alejamiento de dicho modelo y lo nombrará degenerado.
El objeto a observar: el hombre pederasta
Para muchos grupos de la antigüedad pagana, la pederastia en lugar de ser motivo de
señalamiento, “define la mayor importancia social, la del guerrero, el jefe, el chamán, entre
otros”, la institucionalización que se da con la pederastia es la de “un mecanismo social” de
iniciación en los jóvenes para hacer de ellos ciudadanos adultos. El joven es llamado erasta
y su iniciador erómeno. Esta pederastia no es un delito, es parte de una relación pedagógica
que se complementa con la dimensión sexual, en torno a la cual se generan una serie de
normas y ritos a los que se ha de responder, como tener en cuenta el lugar social de los
implicados, la protección de los jóvenes libres y las vírgenes, las relaciones con esclavos y
el lugar activo y pasivo en las relaciones.4
4
Cfr. Bernard Sergent, La homosexualidad en la mitología griega, (Prefacio de Georges Dumézil),
Barcelona, Alta Fulla, 1986; Paul Veyne, “La Homosexualidad en Roma”, en: Sexualidades Occidentales,
Barcelona, Paidós, 1982. Posteriormente la doctrina cristiana, sobre las relaciones homoeróticas inventó un
pecado y un pecador, sodomía y sodomita, y durante el largo período de unión entre pecados y delitos
expresada en la legislación española, estos actos fueron enunciados como motivo de castigo.
5
La pederastia aparece en la legislación decimonónica desde finales del siglo XIX, y con
mayor fuerza en tratados de medicina legal. En manuales de medicina legal se caracteriza la
pederastia del siguiente modo:
Llámese pederastia la cópula por el recto de varón á varón ó de varón á hembra. Los
pederastas son de dos especies, activos y pasivos, según que dan ó que reciben; esto
es, según que buscan los placeres en los muchachos y hombres ó en las mujeres por
el ano, ó según que, de uno ú otro sexo, se prestan á ser víctimas de semejantes
ataques. Algunos autores quieren reservar el nombre de pederasta ó anófilo, sólo al
activo, y el de andrógino al pasivo. También se les llama íncubos y súcubos.5
Estos usos del cuerpo dejarán unas marcas, que en parte podrán ayudar a determinar si
existe la pederastia. Las marcas permiten determinar como es un cuerpo pederasta. La
medicina legal se encargará de examinar los cuerpos para llegar a esas conclusiones. Es a
través de la medicina legal que se determinarán las características de los pederastas, que
serán una tipología del hombre degenerado, precisamente de aquel que en todo sentido se
aleja de los modelos propuestos en los manuales de higiene, educación e instrucción cívica
y moral de Manuel Antonio Carreño y de los demás instructores de la época.6 El hombre
degenerado es el que no se ha disciplinado por políticas higienistas representadas en una
5
Carlos E. Putnam, Tratado Práctico de Medicina Legal en Relación con la Legislación Penal y
Procedimental del País, Tomo I, Bogotá, Imprenta de Antonio M. Silvestre, 1896. “Se designa bajo el
nombre de pederastia la introducción de la verga en el ano; y el individuo que ejecuta este acto se llama
pederasta activo, y el que se presta a estas maniobras, es el pederasta pasivo.” Guillermo Uribe Cualla,
Medicina Legal, Bogotá, Nueva, 1934, p. 248. Octavio Vásquez Uribe en su crónica habla de “cacorros
activos y sodomitas pasivos”, términos para determinar por si solo el lugar que se ocupa en la relación sexual
entre hombres. Octavio Vásquez Uribe, Guayaquil por dentro, Medellín, Concejo de Medellín, Biblioteca
Jurídica Diké, 1994, p. 59. Al respecto, ver también Ebel Botero, Homofilia y Homofobia. Estudio sobre la
homosexualidad, la bisexualidad y la represión de la conducta homosexual, Medellín, Lealón, 1980.
6
“La Higiene está también íntimamente ligada con la moral y la urbanidad: casi todas las reglas de urbanidad
que nos enseña Carreño son preceptos higiénicos; el que quebranta la moral atenta casi siempre contra su
salud, y por eso peca contra la higiene; el que no observa los preceptos higiénicos atenta contra la salud y, por
consiguiente, quebranta la moral”. Carlos de Greiff, Fisiología e Higiene al Alcance de Todos, Medellín,
Imprenta Oficial, 1906. p. 19. Véase además: Vicente Gambon, S.J., Manual de Urbanidad Cristiana, 7ª,
Barcelona, E. Subirana, 1921; Dr. D. Pedro Felipe Monlau, Elementos de Higiene Privada ó arte de
conservar la salud del individuo, Madrid, Moya y Plaza, 1875; Tulio Ospina, Protocolo Hispanoamericano
de la Urbanidad y el Buen Tono, 3ra., Bedout e hijos, Medellín, s.a.; Reglas de la buena crianza, utilísima
para todo. Añadido un nuevo método para trinchar en la mesa, Barcelona, Imprenta de José Torner, s.m.d;
Francisco José Urrutia, Manual de Instrucción Moral y Cívica Especial para las Escuelas Colombianas,
Bogotá, Imprenta Nacional, 1907.
6
adecuada salud y sana moral, las cuales crean una nueva sensibilidad oficial, que no soporta
olores, que no acepta presencias que le resulten indeseables, que exige que todo sea sano,
limpio y ordenado.
La creación del modelo
No existe una identidad sexual, masculina o femenina, que no esté alienada desde su
fundamento. Se llega a ser hombre o mujer de una determinada manera, no se nace
siéndolo.
La identidad sexual se adquiere en un difícil y accidentado proceso de relaciones.7
El hogar pone las bases firmes para la formación de hombres y mujeres. El sujeto es
llevado luego a la escuela, al aula de clase, a un nuevo lugar de encierro donde será
modelado y corregido, el segundo hogar. Por tanto, aquí hablaremos de la escuela como
una extensión del hogar. En ella se recibirá la doctrina, una doctrina que generará
ciudadanos, hombres útiles y productivos, seres sociales que no atenten contra lo colectivo,
alguien de bien. La escuela no formará un individuo: la escuela formará un ser para lo
social.
En la escuela se enseña el comportamiento, las buenas maneras, cómo vivir en sociedad. La
escuela es una necesidad. Allí se asignan responsabilidades sociales, pautas de
comportamiento, valores, gustos, temores, actividades, expectativas; en ella se buscará
responder a una identidad de género que coincidirá con la identidad de sexo. Tales
identidades exigen la domesticación del cuerpo. El proceso consiste entonces en unificar las
diversas identidades que habitan al individuo, el cual debe buscar un equilibrio y una
7
Luis Santos Velásquez, “Deseo, ley e identidad: Una mirada psicoanalítica sobre las diferencias de género”,
en: Género e identidades. Ensayos sobre lo femenino y lo masculino, Luz Gabriela Arango, Magdala León,
Marta Viveros (Compiladoras), Santafé de Bogotá, Tercer Mundo editores, Facultad de Ciencias Humanas
de la Universidad Nacional de Colombia, 1995, p. 98.
7
coherencia entre ellas para que no aparezca grotesco y opuesto a unos parámetros ya
establecidos; si lo logra ganará la aceptación social.
El proceso de domesticación del cuerpo llevara a asumir formas de expresión como
feminidad o masculinidad, manifiestas en comportamientos, actitudes y posiciones: el
hombre posee, toma, penetra, domina, es activo; la mujer es poseída, tomada, dominada, es
pasiva; ese trata de una relación de opuestos y por ello será más desordenada una relación
hombre-hombre, máxime cuando alguno ocupa el lugar pasivo que corresponde a la mujer
según la tradición. Por eso el cuerpo, objeto mirado por el poder, ha de educarse mediante
un proceso de adiestramiento que lo lleve a adquirir rasgos, gestos, pero también a ocultar,
aquietar e inmovilizar otros: “Siempre has de tener el cuerpo recto, ya estés en pie, ya
sentado, ó de rodillas: la cabeza algo baja por delante, sin inclinarla á una ni á otra parte, no
la vuelvas con ligereza, y cuando fuera necesario, vuélvela con gravedad y modestia”.8
El ser humano es cuerpo, es sexualidad, pero de ello se evita hablar, hay que guardar
silencio. Por eso “... la sexualidad constituye un tabú o gran misterio, donde no hay otra
educación sexual que la que circula clandestinamente en los rumores y la que oficialmente
imparten las instituciones tradicionales, como la Iglesia y los establecimientos educativos
seguidores de esa tradición”.9 Convivir con la sexualidad es pues convivir con un enemigo,
del que no se puede hablar:
Cap. V. Del Modo de Conducirnos en Sociedad.
Art. 1. De la Conversación.
Sección cuarta. De las condiciones morales de la conversación.
5. No está admitido el nombrar en sociedad los diferentes miembros ó lugares
del cuerpo, con excepción de aquellos que nunca están cubiertos. Podemos, no
8
Reglas de la buena crianza, Op, cit., p. 18.
Javier Alonso Lopera Castro, Delitos contra la libertad y el honor sexual en Medellín. 1920 – 1950,
Trabajo de grado, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, 1995, p. 5.
9
8
obstante cuidar los pies, pero de ninguna manera una parte de ellos, como los
talones, los dedos, las uñas, etc.10
Ahora bien, la tarea continúa y habrá que definir los modelos de hombre y mujer, por
oposición o por contraste, de manera que lo que a uno le falta lo posee el otro y lo que
beneficia a uno ha de debilitar al otro. En este contexto, al hombre se le atribuyen
características socialmente relacionadas con la fuerza y el poder:
Sexo Masculino
975. En el sexo masculino predominan el calor, la expansión y la fuerza. El sexo
destinado para dar la vida y el movimiento al nuevo ser. El hombre engendra
fuera de sí, y la mujer dentro de sí. El hombre es ardiente, fiero, robusto,
velludo, osado, pródigo y dominador. Su carácter es ordinariamente expansivo,
bullidor; su textura es fibrosa, recia, compacta; sus músculos son fornidos,
angulosos; su barba negra y poblada, y su pecho velludo, exhalan el fuego que
le abrasa; su genio sublime é impetuoso le lanza á lo alto, y le hace aspirar á la
inmortalidad /... / El sexo masculino, que es el más completamente organizado,
el más fuerte, el más elevado en sus facultades, predomina numéricamente en
las especies superiores...11
Si no se quiere marcar diferencias entre los sexos, será necesario marcar distancias, permitir
el predominio de uno sobre otro pero en terrenos diferentes, que a la vez se asocie con
identidades y limitaciones de otras posibilidades de ser. Al inicio del siglo XX,
encontramos un texto que presenta unos campos específicos, para el hombre la razón y para
la mujer los afectos. En cada uno de estos terrenos cada sexo tendrá un lugar predominante,
10
Carreño, Op. cit. pp. 174-175. Para educar y formar los sexos se implementan medios que establecen una
estrategia castradora y limitadora que René Scherer llama una pedagogía pervertida: “Ahora bien, el
convencer al niño de que es exclusivamente niño (= hombre en potencia), a la niña de que es niña (=
poseedora de la feminidad) y nada más que eso, se nos presenta indudablemente como la primera perversión o
subversión que pone en práctica el educador civilizado: y no precisa de la psicología ni de la anatomía para
esta lección que la familia inflige alegremente al niño desde que nace. La lección propiamente dicha es una
redundancia, pero ¡qué perniciosa cuando busca recubrir de ‘ciencia’ algo que de entrada no era más que una
rutina! Así, pues, desconfiemos con Fourier de la educación sexual. Siguiéndole, tomando la vía de una
verdadera liberación de la infancia para encontrar en ella su pasión profunda, lo conveniente sería más bien
desexualizar al niño, desenseñarle lo que demasiado bien conoce. Entendámonos: no se trata de
desensibilizarlo, una vez admitida en él la perfecta posesión del tacto erótico, sino de desenseñarle su papel,
demasiado temprano anclado en él, de pequeño macho ‘formado así’ y no de otro modo, o de pequeña
hembra”. René Scherer, La pedagogía pervertida, Barcelona, Laertes, 1983, pp. 679-80.
11
Monlau, Op. cit., pp. 498-499.
9
la comparación cambia, la separación da cierta suficiencia a cada uno, pero sin dejar de
marcar un lugar en la relación social:
El hombre supera a la mujer en las fuerzas físicas, y su organización le permite
soportar grandes trabajos; en inteligencia especulativa y fuerza lógica, en
aptitud para las grandes industrias, en ambición, constancia y energía. La mujer
supera al hombre en inteligencia práctica, en la intuición del bien, en la
habilidad para las artes e industrias manuales delicadas, en prudencia, ternura y
amor.12
Lo citado expone argumentos para confirmar y salvaguardar el binarismo moderno de los
géneros. Incluso en el vestir debe existir también claridad de lo que ha de tenerse en cuenta:
Por si alguien extrañase que terminemos este capítulo sin dar las reglas para la
elegancia en el vestido de los hombres, bástenos decir que ésta no existe ni
puede existir, dada la prosaica monotonía de la indumentaria masculina,
impuesta por el deber que tiene el sexo feo de llevar una vida activa y laboriosa.
Así se ha entendido ello desde hace más de un siglo; y Balzac, en su tratado de
la vida elegante, dice sobre el particular: “si la gente se fija en vosotros es que
no estáis bien vestidos, porque estáis demasiado bien vestidos”.13
Lo anterior muestra una negación exigida al hombre: no debe ser elegante, no debe ser
bello. Otro problema es cambiar la vestimenta criolla por la extranjera, que representa para
las autoridades de la urbanidad y del buen vestir, un afeminamiento de los hombres de la
ciudad. De allí que se expresen críticas a la moda, mucho más si ésta responde a modelos
extranjeros:
La moda surge como un aditamento, como algo inútil, como un adorno que
afemina. En el pasado, o en el mundo rural, los hombres sólo usaban ropas
sencillas, libres de ornato, eran más hombres; en el presente citadino de Zafir,
esa masculinidad estaba puesta en entredicho, especialmente en aquellos
jovencitos ricos miembros de los clubes elegantes de la ciudad. Es eso lo que
nos dice en 1935 cuando compara a la gran mayoría de niños afeminados, ricos
y faltos de hombría, con los hombres como Ernesto Samper o Germán Llano,
pilotos cuya valía, para Zafir, no estaba tanto en el dominio de su técnica o una
12
13
Luis y Martín Restrepo Mejía, Elementos de Pedagogía, Bogotá, Imprenta Eléctrica, 1905, p. 69.
Ospina, Op. cit., p. 36.
10
máquina, sino en que se habían sustraído a ese ambiente de niños que negaban
los valores verdaderos de la raza.14
El problema de la moda se ve asociado en las primeras décadas del siglo XX a la discusión
sobre la raza y su incidencia en las causas de las violentas confrontaciones políticas y en los
hechos ocurridos en las últimas guerras del siglo XIX. Como efecto de ello, algunos autores
concluyen que hay que corregir la raza, buscar los problemas que tiene en su composición
ya que las influencias foráneas, que deben ser combatidas son una dificultad para lograr
tales objetivos; el modo de vestir es una manifestación de esa problemática y genera
rechazos:
Debe combatirse también la tendencia de muchos jóvenes, y aún viejos verdes, a
una extremada afectación de elegancia o exageración de la moda en el vestir, que
dan por resultado el ridículo filipichín, especialista en corbatas y chalecos
estrafalarios, plaga que no es exclusivamente criolla; díganlo, si no, los lady-killer
(mata-señoras), petimetres, currutacos, gomosos, pisaverdes y lechugines de los
Estados Unidos, Inglaterra, Francia y España.15
Así, la instrucción es un instrumento que se espera sea eficaz en la construcción de nuevos
sujetos inmóviles: la transmisión que se hace de valores, conocimientos y concepciones del
mundo se van a verificar en la convivencia cotidiana de hombres y mujeres y en la
fisonomía que en esa medida adquieren los grupos sociales.
Un caso
En 1886, en el Juzgado 2º Superior del Distrito de Medellín, se inicia proceso por estupro
contra el señor Antonio de J. Naranjo, de 45 años de edad, doctor en medicina y cirugía. El
médico Naranjo vive en la ciudad de Manizales, donde se comete el delito. Es casado, pero
14
Manuel Bernardo Rojas, El Rostro de los arlequines: Tartarín Moreira y León Zafir, dos mediadores
culturales, Medellín, Universidad de Antioquia, 1997, pp. 145-146.
15
Ibíd., p. 28.
11
se ha separado de su esposa y vive solo. Su lugar de residencia: piezas arrendadas; en ellas
vive y atiende a sus pacientes. El médico mantiene una relación permanente y cercana con
muchos niños y algunos jóvenes de la población; entre éstos están las víctimas y los
principales testigos que declaran en el proceso, además de algunos adultos.
En la cabeza del proceso el delito esta consignado como estupro, en otros lugares del
mismo se habla de prostitución, corrupción de jóvenes o sodomía, de pederastia, también de
“procedimientos inmorales para con los niños”,16 de “propuestas contrarias a la moral”,17 de
realizar una “acción torpe o inmoral”18 y finalmente actos “criminales y obscenos”.19
Para aclarar el delito mencionado es necesario construir algunas pruebas y comprobar la
responsabilidad o no del acusado y para conseguirlo, el poder judicial se vale del saber
médico. Para realizar esta labor se llama a los médicos peritos en medicina legal,
conocedores del cuerpo en su estado sano y de sus signos de anormalidad y desorden.20
Ellos intervienen en el cuerpo del acusado: deben hurgar, buscar, examinar y encontrar
marcas que den indicios no de un delito, sino de un cuerpo que delinque. Ellos,
independientemente del delito que se investiga, corrupción o estupro, hablan de pederastia.
En el proceso citado se realizan dos peritazgos, el primero el 23 de junio de 1886. Su
objetivo es determinar si hay rastro de pederastia activa o pasiva. Del segundo no hay una
fecha precisa, según el desarrollo del sumario es realizado en el mes de noviembre de 1888,
16
Archivo Histórico Judicial (en adelante AHJ), Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, doc.
1865, 6, f. 13v.
17
Ibíd., f. 1.
18
Ibíd., f. 13.
19
Ibíd., f. 52. Diferentes formas de referirse a los hechos realizados por el acusado, que más que una riqueza
de denominaciones, van a mostrar a lo largo del proceso la falta de claridad en la denominación de los
mismos, asunto que busca aclararse a partir de la caracterización de los hechos y de los sujetos involucrados,
pero que al final beneficiará al acusado y demostrará la falibilidad del poder judicial.
20
“El médico-legista llena un papel importantísimo en la criminología de los pueblos, como en todos los
acontecimientos sociales. Está encargado de resolver grandes problemas que la jurisprudencia le propone; y
su dictamen va a influir, de una manera directa en la suerte de los individuos que cuestionan ante la ley”.
Alejandro Londoño B., Del Secreto Médico, Tesis para Doctorado, Facultad de Medicina y Cirugía de
Medellín, Medellín, Imprenta de El Espectador, 1901, p. 6.
12
es decir, más de dos años después del primero. En este segundo peritazgo no se plantea un
objetivo. La defensa lo propone dentro de sus acciones y en el desarrollo de la discusión se
percibe la intencionalidad de desmentir lo anotado en el primer peritazgo; por esto se sigue
el mismo esquema y se responden los mismos puntos. Al final parece que los cuerpos
descritos por cada peritazgo fueran distintos; muchas cosas han cambiado.
El punto de articulación
Antes de cualquier observación médica y de cualquier análisis que se pueda considerar
científico, los juicios de los peritos después de hacer el examen son morales y estéticos.21
Luego, observan a partir de las ideas aprendidas de lo que debe ser el cuerpo y del aspecto
que debe tener, según el libreto con el cual se enseñó su quehacer médico. Ahí reside su
autoridad y ellos deben reconocer la persona perversa y la que no lo es.
Así comienza la descripción del acusado en el primer peritazgo:
1º. Hombre de estatura pequeña, cuarenta y cinco años de edad, casado y padre
de una niña; en su hábito externo presenta los signos de un hombre dejenerado
física y moralmente: vestidos sucios, desarreglados, pelo desgreñado, andar
vacilante y trémulo, cuerpo encorvado hacía adelante, voz baja, entrecortada é
inintelijible, ojos prominentes y brillantes, conjuntivas encarnizadas, mirada
extraviada, su aliento presenta el olor característico de las personas habituadas
al licor y la piel de su cara tiene un color sucio tierroso.22
Los peritos afirman luego en las conclusiones: “A. El punto primero no corresponde al
hábito exterior de los pederastas, es sí característico de un ser dejenerado ya”.23 Este
21
Así lo plantea Carlos E. Putnam. En su tratado de medicina legal hace mención de la naturaleza de la
pederastia: “Pederastia, Sodomía, Onanismo, Bestialidad. Con estos nombres se designan ciertos actos
deshonestos que no están expresamente determinados en nuestra legislación, por respeto á las costumbres y
quizá al lenguaje. Son un conjunto de ultrajes á la moral, que repugnan á la naturaleza y al sentido común y
consisten en actos de lujuria que se apartan completamente de la dirección natural que el organismo da a las
funciones genitales”. Se parte de unas ideas religiosas acordes con la necesidad de una dirección natural.
Putnam, Op. cit., p. 345.
22
AHJ, doc. 1865, fs. 18-18v.
23
Ibíd., f. 19v.
13
hombre descrito se opone al hombre impecable en su vestir y en general en toda su
presentación personal. Su andar no cumple con las reglas de tener el cuerpo recto, caminar
con medida, es decir, ni apresurado, pero tampoco con pesadez y mucho menos inclinar el
cuerpo.24 Tampoco tiene el cuerpo vigoroso que debe caracterizar al varón:
La postura del caballero, realzada con corrección y sencillez en el vestido, es
desembarazada y elegante. El cuerpo recto, sin movimientos acompasados y
suaves; la fisonomía ni severa ni demasiado jovial... la mujer tiene que agregar
la gracia a todas estas condiciones, la cual consiste en la facilidad, armonía y la
animación de sus movimientos y actitudes.25
El segundo peritazgo contradice todo lo del primero en lo que tiene que ver con este
aspecto de su presentación; no es un hombre degenerado: estos médicos anotan que el
estado en que lo han encontrado es coherente con la edad del inculpado y por tanto no
aseveran que sea un hombre degenerado. El tono es otro:
1° Es el señor Dr. Naranjo hombre de estatura pequeña, como de cuarenta y
cinco años de edad, casado y no sabemos si tiene descendencia. No hemos
hallado sus vestidos sucios y desarreglados, ni el pelo desgreñado, ni el andar
vacilante y trémulo, ni el cuerpo demasiado encorvado hacia delante. Sus
conjuntivas no están encarnizadas, ni su mirada extraviada ni su aliento
presentan los caracteres de las personas habituadas al licor ni hemos notado en
la piel de la cara el color sucio terroso. Su voz sí es baja y entrecortada,
condiciones que creemos haberle observado siempre. Pero no ininteligible.
Este punto no corresponde al hábito exterior de los pederastas, ni lo creemos de
un ser degenerado física y moralmente. En el lenguaje común degenerar es
decaer desdecir, declinar y en nuestra opinión el señor Dr. Naranjo no ha
decaído en su físico, pues lo hemos encontrado con el vigor natural á su edad;
no desdice en la parte moral, porque al examinarlo le hemos visto llorar,
enrojecerse y derramar lágrimas: actos que indican bien que el sentido moral
existe. Y si la parte moral comprende la inteligencia, sabemos que el Dr.
Naranjo ha hecho últimamente un trabajo médico legal que le hace honor al
país, y que le ha valido el aplauso de magistrados y de médicos.26
24
“No camines apresurado ni con pesadez, ni artificio ó ligereza, sino con medida, gravedad y decencia.
Cuando camines no has de inclinar ni mover el cuerpo”. Reglas de la buena crianza, Op. cit., p. 22.
25
Ospina, Op. cit., p. 11.
26
AHJ, doc. 1865, fs. 230-230v.
14
Los médicos de ambos peritazgos hablan con la seguridad del que ya está convencido de
algo y sólo realiza una acción de rutina para confirmarlo. Ellos tienen el poder de
determinar con su veredicto si el examinado es o no un perverso, si es o no pederasta, poder
que se tiene más que por el saber científico, por su voluntad en el lugar de quien posee el
saber médico.
La medicina legal provee entonces las tipologías de acuerdo con las cuales se pueda
suscribir cada uno de los comportamientos delictivos, por ejemplo: “los salteadores y los
ladrones tienen, en general una estatura exagerada; la tienen al contrario muy pequeña los
estupradores e incendiarios”.27 Y así la descripción de las orejas, lóbulos, piel, perfil,
labios, dientes, cabellos, vellos, arrugas, manos, dedos y genitales permiten la detección del
estuprador, homicida, asesino, estafador, ladrón, ratero y, en general, todos los criminales.
No es sólo un comportamiento el que cuenta, hay toda una fisonomía. Este es el punto de
encuentro con el saber que enseñó la escuela: ahora es el lugar del médico el que evalúa y
juzga.
El nuevo modelo: un cuerpo pederasta
El trabajo que desempeñan los peritos no responde al deseo de investigar si se cometió o no
un delito. El interés es el delincuente, si existe o no. Se parte de la premisa de que si hay un
acto delictivo es porque hay un sujeto con una constitución biológica y moral en
correspondencia con lo que hace o ha hecho. Se ha dado una transformación: ya no es el
27
“Discurso Académico Pronunciado a la Sesión Solemne de la Academia Nacional de Medicina el 2 de
Septiembre de 1916 por el Doctor Martín Camacho”, de Bogotá, en: Repertorio de Medicina y Cirugía,
(Directores Dr. José M. Montoya, Dr. Julio Manrique), Volumen VII, pp. 185-186. Véase: Miguel Martínez,
La Criminalidad en Antioquia, Tesis para doctorado, Medellín, Imprenta de El Espectador, 1895.
15
pecador que realiza un acto que se puede perdonar y cambiar, no es el delincuente que se
castiga, paga su pena y expía el mal, ahora es alguien anormal y que se encamina a ser
enfermo.28
Aunque las discusiones en el proceso se centran en si el delito es corrupción o estupro, los
médicos no tienen como objeto a un corruptor o un estuprador. Ellos tienen enfrente a un
posible pederasta, eso es lo que han de determinar al examinar las huellas en su cuerpo. Es
el mismo sujeto que se enjuicia, pero el objeto es diferente, puede ser un pederasta. El
presupuesto para adelantar la práctica lo plantea la medicina legal, pero la medicina entra a
actuar porque hay otro indicio que es el testimonio, que, en efecto, habla de las posibles
prácticas del acusado; Herrera aprecia la conducta de Naranjo así: “Qué por lo que el
testigo ha observado y por lo que ha conversado con otros muchachos, al Dr. Naranjo le
gusta que le introduzcan el miembro por el ano, y chupar el miembro a los demás. Cito
estos términos literalmente, para que se vea cuanta es la importancia que tiene la exposición
pericial en sus conclusiones”.29 La misión de los médicos será determinar si el cuerpo
observado ha realizado esas prácticas de desviación, prácticas que corresponden a un
modelo y que según el saber por ellos manejado llaman pederastia y a quien la realiza
pederasta.
Se parte de la sospecha de que el investigado es pederasta y como se afirma en el objetivo
del peritazgo, se quiere saber cuál es el lugar que ha ocupado en las relaciones sexuales que
ha tenido. Si se determina ese lugar en sus actividades sexuales se puede confirmar tal
sospecha.
28
“El acto delictuoso viene a ser el producto normal de un organismo anormal, esto es, de un organismo
transitoria o incurablemente enfermo; no es el extravío momentáneo de una mentalidad sana, que echa a su
voluntad por la escabrosa senda del mal”. “Discurso Académico”... Op. cit., p. 134.
29
AHJ, doc. 1865, f. 53.
16
Para lograr el objetivo, la medicina legal cuenta con unos cuadros que permiten caracterizar
a los pederastas. Las caracterizaciones darán cuenta de una serie de prácticas que se supone
deben existir en la vida de un pederasta: están habituados a la masturbación y según si son
pasivos o no, principalmente a mamar, son afeminados en su presentación personal y en
algunos oficios y costumbres que tienen.30 Para determinar cada una de estas prácticas se
examinan determinadas áreas del cuerpo: la boca, los labios y los dientes, para averiguar si
existe el hábito de mamar: “2º. Abertura bucal de dirección normal; dientes regularmente
largos; labios normalmente gruesos, no están ni invertidos ni deformados”,31 de lo que
concluyen: “B. Del punto segundo se deduce que el inculpado no presenta en su boca,
dientes y labios los signos correspondientes a los hombres habituados a mamar”.32
También se examina la piel para ver qué enfermedades existen o que manifestaciones de
violencia se presentan:
3º. Habiendo exitado al inculpado para que se desvistiera, hizo llorando
propuestas reiteradas de su inocencia, y aseguró que en su cuerpo no se hallaría
señal alguna; bajó su pantalón y espontáneamente fue presentando la región
posterior para que se le examinara, apoyando sus codos sobre una mesa y
haciendo prominar sus glúteos hacia atrás; como le dijéramos que queríamos
examinar primero la superficie del cuerpo, para lo que necesitábamos que se
despojara totalmente de sus vestidos, accedió á ello, protestando nuevamente su
inocencia y llamando nuestra atención sobre su desgraciada situación, de la que
si salía con bien, abandonaría inmediatamente esta localidad. El examen general
de la superficie cutánea, no nos demostró sino cicatrices numerosas, de un color
amoratado, que no prominan sobre la piel, en algunas la reparación del tejido es
total, en otras la cicatrización, aun no se ha efectuado; estas cicatrices están
situadas en la rejión postero-superior de ambos muslos y en los glúteos, parece
corresponder a una erupción de ectima, más el inculpado dice que son
producidas por niguas (pulex penetrans) que han incubado en esas rejiones, las
que el ha arrancado con las uñas después de que han crecido. En el resto de la
superficie cutánea no se encuentra señal alguna de violencia externa.33
30
Véase: V. Dr. Balthazard, Manual de Medicina Legal, 4ta., Barcelona, Salvat S. A., 1933, Biblioteca de
Doctorado en Medicina bajo la dirección de Carnot y Founier, pp. 491–493. Putnam, Op. cit., pp. 345-347.
31
AHJ, doc. 1865, f. 18v.
32
Ibíd., f. 19v.
33
Ibíd., fs. 18v-19.
17
Es común, según los manuales de la práctica legal, que en estas relaciones se contraigan
enfermedades, por esto la existencia de una de ellas puede dar idea de las prácticas
sexuales, además, las relaciones se pueden dar con accesos violentos, que también se
pueden leer en las marcas que quedan en la piel. Al respecto dice la conclusión:
C. Muéstranos el punto tercero, que el inculpado no ha tenido lucha, al menos
en estos últimos días, con otra persona, que en su piel no hay resto alguno de
antigua ó reciente afección sifilítica, y que las cicatrices á que dicho punto se
refiere, prueban según propia expresión, lo que hemos concluido del punto
primero.34
A continuación se evalúan los indicios que puedan demostrar la existencia o no del hábito
de la masturbación, que es considerado reiterativo en los pederastas. Sin embargo los
peritos tienen algo claro en su desempeño: las informaciones recogidas en el peritazgo no
se pueden considerar pruebas eficaces ya que muchas de estas no son verificables
fácilmente por las variaciones en el aspecto corporal o la falta de concordancia entre las
mismas. Esto lo afirma Carlos E. Putnam en su tratado de Medicina Legal, texto de
referencia a finales del siglo XIX:
Este vicio ofrece pocos caracteres locales en el hombre; cuando es muy
continuado parece que la extremidad anterior del pene, constituida por el
balano, se presenta con cierto volumen mayor que la base; en lo general, en el
cuerpo se presentan ciertas señales, languidez, demacración, empobrecimiento
físico, ojeras, que pueden hacer sospechar esa costumbre solitaria; más, estas
señales no tienen nada de características, pudiendo depender de un mundo
infinito de causas.35
El examen del pene también sirve para determinar si ha habido pederastia activa, es decir,
para corroborar si ha sido introducido en otros cuerpos. Para determinar esto se estará
34
Ibíd., f. 20. Y dicen los médicos del segundo peritazgo: “3° Hicimos el examen detenido de toda la
superficie cutánea y no hallamos lesión en ella de ninguna clase. De la erupción de ectima de que hablan los
peritos, producida por las niguas, no quedan ni señales; ni nos parece lógico deducir que quien tenga estas
señales ó haya tenido niguas, esté degenerado, particularmente si ha estado preso en alguna cárcel desaseada y
sin recursos para extraerlas á tiempo”.
35
Putnam, Op. cit., p. 347.
18
atento a su presentación: “con la mayor frecuencia el pene es pequeño y va adelgazándose
desde la base a la punta (forma de pene de perro). Más raramente el pene es grueso, y el
glande entonces está estrangulado en la base y alargado en forma de cono; además el pene
está retorcido sobre sí mismo y el meato tiene una dirección transversal”.36
Aun teniendo claro los condicionamientos y las imprecisiones que podía arrojar cualquier
examen, los evaluadores del primer peritazgo examinan el cuerpo del inculpado para ver si
hubo masturbación continua o pederastia activa:
4º. Los órganos jenítales están bien desarrollados; el penil cubierto de pelos; el
pene de lonjitud normal, presenta aún, grosor regular y no está afilado hacia la
punta, no tiene dirección viciosa; el glande aplanado y bastante desarrollado,
relativamente al volumen del pene, no está extrangulado en su base; el meato
urinario mira verticalmente hacia abajo; los testículos normales; ganglios
inguinales aparentes al tacto, más no dolorosos.
Los evaluadores concluye que:
D. Del punto cuarto deducimos lo siguiente: según las observaciones de (Jarcja)
Jacquemier y de Legrand du Saull, el glande desarrollado y globuloso, es una
prueba material de hábitos de masturbación. Desgraciadamente no existen en la
ciencia, observaciones que tiendan a probar si esta deformación es siempre
consecuencia del onanismo, sea cual fuere la maniobra que para efectuarlo se
ponga en práctica; no podemos, pues, asegurar si el glande del que se masturba
frotando su pene entre dos piernas, adquiere la misma deformación que la de
aquel que los hace con tocamientos manuales; la simple inducción y la
aplicación de un sano criterio, nos hace inclinar á la deducción de que para el
efecto, cualquier procedimiento puede acarrear la misma deformación.37
El segundo peritazgo, después de describir la misma observación señala lo
siguiente:
4° Los órganos genitales están bien desarrollados, el pubis cubierto de pelos, el
pene de longitud y latitud normales, no está afilado hacia la punta y no tiene
36
Balthazard, Op. cit., pp. 493–497. “Los pederastas activos pueden presentar el pene muy delgado y
puntiagudo semejante al del perro, pero estos caracteres no tienen ningún valor real”. Putnam, Op. cit., p. 346.
37
AHJ, doc. 1865, f. 20. El término Onanismo viene de un relato bíblico en Génesis 38, 6-10 en el que Onán,
hijo de Judá, se casa con la esposa de su hermano Er, pero como él no quiso dar descendencia a su hermano,
cuando tenía relaciones con ella derramaba el semen en tierra, por eso el castigo que recibió fue la muerte. De
aquí viene la palabra onanismo, el derramar el semen y no usarlo para la procreación, hecho que tiene un
castigo.
19
dirección viciosa. El glande desarrollado no está estrangulado en su base, el
meato urinario mira verticalmente hacia abajo; los testículos son normales y no
encontramos infartos en los ganglios linfáticos.
A pesar de la opinión de Jacquemier y de Legrand de Saull, citados por los
peritos, no creemos que el glande desarrollado, sea por sí sólo una prueba
material del onanismo. Dicho desarrollo puede ser apenas un indicio de hábitos
viciosos, y muchas veces fenómeno congenital.38
Como era de esperarse, según las afirmaciones de los peritos el resultado no es óptimo, lo
observado no se puede utilizar de manera eficaz. Sin embargo los médicos siguen adelante,
avanzan a pesar de lo inútil de su tarea. Así, para determinar finalmente si ha habido
pederastia pasiva deben examinar los glúteos y el ano: allí pueden constatar si ha sido
objeto de penetración.
Según los planteamientos de Tardieu, la pederastia se debe considerar de dos tipos: como
única, es decir, si se ha dado una sola vez, o habitual, cuando es una práctica continua del
sujeto. Dependiendo de una de estas situaciones, la presentación de los órganos sexuales
será diferente. Cuando ha sido una sola vez, hay relajación del esfínter por uno o dos días y
lesiones traumáticas locales: rubicundez, desgarros de la región del esfínter, excoriaciones,
ardor más o menos doloroso en el ano, dificultad en la marcha, inflamación de la mucosa
del recto, presencia de esperma o contaminación venérea.
Cuando es habitual, es decir, que se repite una y otra vez la introducción de objetos, se
presenta un desarrollo excesivo de las nalgas, deformación infundibuliforme del ano (en
aspecto de embudo), relajación del esfínter, crestas y carúnculas alrededor del ano,
ulceraciones, grietas, hemorroides, fístulas, blenorragia rectal, sífilis, cuerpos extraños
38
AHJ, doc. 1865, fs. 230v-231.
20
introducidos en el ano y desaparición de los pliegues.39 Esto es lo que buscan los médicos
del primer peritazgo:
5º. Nalgas fláccidas un poco deprimidas; al poner al inculpado en una posición
aparente para el examen (codos apollados en un taburete y haciendo salir la
rejion glútea hacia atrás), se nota en el fondo de los glúteos sin necesidad de
apartarlos dos bandeletas ó repliegues mucosas y rojisas; apartando los glúteos
se encuentra en el centro de estos repliegues el orificio anal dilatado; el ano no
presenta forma indifu infundibiliforme; sus pliegues hacen falda sobre todo al
lado derecho; de este mismo lado se nota un pequeño nucleo emorroidal y una
partícula escrementicial del volumen de un garbanzo, al practicar el tacto rectal,
se puede apreciar que el esfinter no tiene la tonicidad normal, y que está un
poco dilatado; que las bandeletas o repliegues mucosas, se reducen fácilmente, y
que hay algún dolor; el inculpado dice haber sufrido de emorroides.40
Y concluyen:
E. Fundándonos en el contenido de nuestro punto quinto, tenemos datos para
creer qué el inculpado, aunque su ano no tiene la forma de embudo, ha tenido
hábitos de pederastia pasiva, ó al menos ha introducido en su cuerpo, con alguna
frecuencia, cuerpos extraños.41
Después de realizar la tarea, que a cada paso ha arrojado informaciones insuficientes, la
conclusión es la esperada: hay pederastia, sin embargo, como se había anunciado, el
examen no lo puede garantizar, pero es la voz del perito, del conocedor, de una autoridad
con un saber. Por su parte, el segundo peritazgo indica lo siguiente para desmentir el
primero:
5°. Procedimos al examen escrupuloso del recto y órganos vecinos y hallamos:
nalgas blandas como lo son todas las que tienen mucha grasa, y en apariencia
deprimidas, sin duda porque el Doctor Naranjo, hombre obeso tiene en la parte
inferior de los lomos dos gruesos cojines de tejido adiposo muy salientes, que
contrastan con la gordura, apenas natural de la región glutear. Inspeccionada la
abertura anal por la colocación adecuada del inculpado para hacer un buen
examen, no pudimos notar que el esfínter del ano estuviera abierto; antes por el
contrario, al introducir el dedo percibimos alguna rigidez de las fibras
musculares, no excesiva ciertamente, pero distante de acordarse con la
39
Véase: Balthazard, Op. cit., pp. 493–495. Putnam, Op. cit., p. 346; Thoinot, l. Tratado de Medicina Legal,
Barcelona, Salvat, 1916, pp. 61-62. Todos ellos basados en los planteamientos de Tardieu.
40
AHJ, doc. 1865, fs. 19-19v.
41
Ibíd., fs. 20-20v.
21
dilatación que los autores de Medicina Legal, señalan en este punto á los
pederastas. Introduciendo todo el dedo índice en el recto y moviendo alrededor
de las paredes, nada percibimos que merezca especial mención, pero tanto por la
vista como por el tacto quedamos convencidos de que la forma de embudo,
señalada por los profesores, como signos importantes del hábito de pederastia
pasiva, no existía; en lo cual pensamos estar de acuerdo con los peritos de
Manizales. El Dr. Naranjo ha tenido y tiene todavía algunos tumores
hemorroidales; uno al lado izquierdo, que puede sangrar con facilidad y en ese
tumor la membrana mucosa está un poco enrojecida. En el mismo lado
izquierdo hay un pliegue bastante saliente; que efectivamente parece un labio
vulvar; y en el lado opuesto otro pliegue apenas perceptible. Estos pliegues son
tenidos por los expositores como señales de pederastia, especialmente cuando
están acompañados por la forma infundibuliforme, por la relajación del esfínter,
por la ruptura de las fibras radicadas en los músculos del ano y por la existencia
de pliegues redondeados semejantes á carinculas multiformes; pero es preciso
observar que los patólogos también consideran que un tumor hemorroidal flojo,
desirritado y crónico, puede formar pliegues semejantes á los indicados.
Por lo dicho, la región anal del Dr. Naranjo, no se presenta en estado fisiológico;
pero su situación tanto pudiera explicarse por hábitos de pederastia pasiva, como
por influjo de enfermedades de otro género; lo que nos obliga á pensar y declarar
que no tenemos base para afirmar que el inculpado haya tenido hábitos de
pederastia pasiva ni costumbre viciosa de introducir cuerpos extraños en el recto.
Además, según los reconocedores de Manizales, Legrand de Saull dice que, en
casos semejantes la reserva es no solo permitida, sino también necesaria, y á ella
nos atenemos más bien que declarar inocente o culpable al sindicado.42
Para conseguir el objetivo, los médicos cuentan con las herramientas y la doctrina
establecida por la medicina legal; ésta les presenta planteamientos claros. Los diversos
manuales y tratados de medicina legal a los que tienen acceso coinciden en plantear
definiciones, caracterizaciones y descripciones físicas, morales e intelectuales, aplicables al
pie de la letra a los diferentes tipos de delincuentes. Pero para beneficio del sindicado, los
manuales del saber médico legal también coinciden en dejar claro que esas clasificaciones
no son absolutas y poco sirven porque no siempre el implicado responde a todas las
42
Ibíd., fs. 231-232. “Actualmente sabemos que las fístulas son de origen tuberculoso y que ninguna relación
tiene con la pederastia. En cuanto a las fisuras y las hemorroides, es difícil admitir que el coito anal pueda
favorecer su aparición, pues que los cirujanos están conformes en considerar la dilatación del ano como
tratamiento de elección de estas lesiones en los sujetos afectos a ellas...”, Balthazard, Op. cit., p. 496.
22
características y, por tanto, no existen signos realmente demostrativos de la existencia de la
pederastia.43 Es por esta razón que en las conclusiones de los peritazgos, los médicos
afirman que:
Aunque del exámen que ha resultado según los puntos 4º y 5º, aparece que en el
inculpado no existen signos de pederastia activa, y que los de la pasiva, no están
absolutamente caracterizados, creemos de nuestro deber advertir al señor
funcionario de instrucción, que según célebres médicos y lejistas, es posible que
en individuos entregados á este abominable cuarto degradante vicio, deje de
encontrarse en sus órganos señales que lo caracterizen. Legran Du Saulle, se
expresa así: “No obstante, si el examen directo de los órganos no revela algún
motivo de sospecha; si el médico teme ser contradicho por hechos averiguados;
por testimonios probados; aún por pruebas abrumadoras de un flagrante delito,
una reserva es, no solamente permitida, sino también necesaria. Es preciso,
después de señalar la ausencia de señales de pederastia, decir formalmente que
es posible que en ciertos individuos, existan estos hábitos viciosos sin haber
dejado señales en la conformación física.44
Por su parte, los miembros del segundo peritazgo reafirman su reserva para sacar
conclusiones una vez realizada la observación pertinente.
Así, pues, la herramienta médica termina siendo insuficiente, no es eficaz ni puede
observarse como la mejor alternativa ya que si no da una completa seguridad el médico no
puede afirmar o negar la culpabilidad. Finalmente, el veredicto del médico termina
supeditado a sus principios personales y a sus intereses con respecto a los procesos. Ahora
es el médico quien en sus manos tiene el saber médico y una moral de la que ha sido
heredero, para determinar la verdad de la situación.
Lo que se percibe es entonces la gran limitación del saber médico en estos términos, pero
también el poder que radica en la decisión que puede tomar el médico que tiene en sus
manos ese saber que no es infalible. Así lo reconocen los segundos examinadores al
concluir que tampoco pueden confirmar muchas cosas:
43
44
Ibíd.
AHJ, doc. 1865, f. 20v.
23
Anotamos, para concluir, que si preceptos morales y científicos nos vedan
proclamar categóricamente la inocencia del acusado, y nos colocan en necesaria
prudente reserva, el examen médico legal concienzudo que hemos practicado en
la persona del Dr. Naranjo siguiendo cuidadosamente el mismo derrotero
señalado por los anteriores peritos, nos ha suministrado, por unas partes, datos
negativos de pederastia, que nada dicen por consiguiente en contra del
sindicado; y por otra, un signo (el punto 5°) á que pudiéramos dar significación
acusadora, si no estuviera infirmado por varias circunstancias, especialmente
por un hecho patológico (hemorroides) y si no nos arredrara el cargo merecido
de temerarios ó injustos.45
No se sabe qué pasa entre los dos peritazgos. Han transcurrido más de dos años entre uno y
otro y en el interés del segundo peritazgo está en demostrar que los médicos del primero
hicieron una labor con el único ánimo de mostrar a un ser degenerado. El saber médico está
en manos de hombres, hombres con una moral, con unos sentires que condicionan el saber
que poseen. La objetividad del saber queda en manos de la subjetividad del científico y es
ahí donde va a radicar su poder.
Al final, del resultado de los peritazgos no se produce un veredicto definitivo. No hay
razones, explicaciones ni planteamientos claros y constituidos para producir un veredicto u
otro respecto del acusado. Lo que sí queda claro es que el individuo es sometido a una
situación en la que se ven escenas de agresión y manifestación de dolor y vergüenza por
parte del examinado. Ya no es importante este sujeto enfermo: no hay respeto sino un trato
para alguien que es considerado degenerado y que se puede violentar. La ciencia médica
legal ha suministrado los modelos a partir de los cuales evaluar, pero ella misma contiene
sus propias limitaciones. De esta manera el peritazgo termina siendo el sometimiento del
individuo al ultraje, a la violencia y a la vergüenza al ser tocado, mirado en posiciones que
resultan indignas; todo ello para dar lugar a que el sujeto con poder amparado en su saber
45
Ibíd., fs. 232-232v.
24
haga las afirmaciones correspondientes. Los mismos médicos reconocen las condiciones de
desagrado y agresión que contiene el acto pericial:
Muchos de los pasajes en este inmundo relato, serán vistos con desagrado, y
algunas de las palabras en él consignadas, harán saltar á la cara los colores de
las personas que ni aún se imajinan que la naturaleza humana lleve su frajilidad,
hasta encenagarse en estos inmundos vicios, cuanto aberrados exesos; mas
permítasenos terminar nuestra exposición, consignando aquí esta feliz
expresión, llena de verdad: “La ciencia es como el fuego, purifica cuanto
toca”.46
El examen ha cumplido entonces su objetivo: dar una información para comprobar el
alejamiento del “deber ser”, pero a la vez, uno de los funcionarios aprovecha la ocasión
para hacer caer en cuenta de otra consecuencia que se puede sacar del proceso: aplicar un
castigo, sancionar al examinado por las faltas realizadas y, además, poner de ejemplo su
nueva situación vergonzosa para que sirva de escarmiento. Es aprovechar el poder, en este
caso del saber médico, de manera violenta para ultrajar:
No puedo prescindir de hacer algunas observaciones sobre la exposición pericial
de 23 de junio último (f. 18). Después de leerla me he preguntado: no sería
mejor que se hubiese omitido? Si está probado que el Dr. Naranjo cometió los
hechos que se imputan, á qué fue examinar su cuerpo para ver las huellas que en
él han debido dejar, según las ciencias? La lectura de aquella exposición
produce tan desagradable desconsuelo en el alma! Conocido el mal, para que
mostrarlo en su horrible desnudez? Sin embargo, quizá es conveniente ver la
terrible fealdad de ciertas cosas, para huir más fácilmente y con mayor gusto de
ellas: He oído decir que un médico famoso que escribió sobre las funestas
consecuencias de la sífilis, puso en la portada de su obra estas palabras dirigidas
a sus lectores: “Si no temes a Dios temed al jálico”. Pues bien: mostrando a la
juventud el cuerpo del Dr. Naranjo, podrá decírcele: “si no quereis llegar al
miserable estado de ese hombre, huid de la sodomía.47
El cuerpo, aquel que se protege con las normas de la urbanidad, es también objeto por
medio del cual se infringe un castigo. Éste se vulnera, y la normatividad para su manejo y
presentación, es a la vez instrumento de poder para quien puede intervenirlo y expresar sus
46
47
Ibíd., fs. 20v-21.
Ibíd., f. 70.
25
impresiones. Sobre el ultraje a la persona y el sometimiento a condiciones vergonzosas, la
ciencia médica ha cumplido en este proceso su labor filantrópica de observar el cuerpo del
delincuente para aportar elementos que protejan a la sociedad. Su interés es filantrópico, es
someter un solo sujeto para proteger a la sociedad. El cuerpo, del cual no se deben
mencionar nombres, mostrar partes, tocar otras ni en público ni en privado, es usado en el
lugar del poder de quienes tienen el saber médico. Allí hay un amplio fuero que permite la
observación para la construcción del objeto que se quiere conseguir.
Finalmente ambas miradas muestran su falibilidad. La labor educativa que tenía como
objetivo domesticar el cuerpo al parecer no fue efectiva, el cuerpo del inculpado permite
hacer conjeturas, preguntarse sobre su posible uso. Como no se asimilaron las enseñanzas
al pie de la letra, es posible generar la duda y buscar pruebas. Pero esa tarea de la medicina
legal tampoco es eficaz, tampoco los peritos, aunque ven que el cuerpo no está ajustado al
manual primero, el de urbanidad, no pueden afirmar nada concreto y definitivo desde su
saber. Por eso el individuo en cuestión será absuelto porque tiene una carta de salvación,
será llamado “anormal” y comenzará un nuevo camino, a lo largo del siglo
por la medicalización de la que será objeto, la cual producirá nuevos castigos.
XX,
mediado
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