sentirse obligado - Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de

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SENTIRSE OBLIGADO. REFLEXIONES A PARTIR DE KANT1
Maximiliano Hernández Marcos
(Universidad de Salamanca)
1. Preliminares teóricos. Realidad empírica del sentimiento de obligación: entre la
esfera social de la acción y la subjetividad corpórea
Hablar del sentimiento de obligación parece a primera vista algo problemático e incluso
paradójico. En primer lugar, por la magnitud de la empresa, que involucra en buena medida la
cuestión más amplia de la posibilidad y realidad o realizabilidad de la moralidad misma, lo cual
podría ser materia suficiente para todo un tratado de ética. Y en segundo lugar, porque parece
que estamos ante dos conceptos y fenómenos con poca conexión entre sí e incluso difíciles de
conciliar, cuales son el de <<sentimiento>> y el de <<deber>>, escindidos y hasta opuestos
entre sí por cierta tradición moderna. De hecho, intuitivamente tendemos a asociar los
sentimientos con la intimidad humana de nuestro cuerpo sensible y a considerar, en cambio, el
1
Este trabajo se inscribe dentro del proyecto de investigación de la DGICYT con referencia BFF2001-1183, y
con sede en el Instituto de Filosofía del CSIC (Madrid). Por lo que atañe a las referencias bibliográficas de Kant
a lo largo del texto, se cita normalmente la obra en castellano, pero añadiendo a continuación la paginación de la
primera y/o segunda edición del texto alemán original, conforme a la Werkausgabe de Wilhelm Weischedel
(Frankfurt am Main: stw 1974 y ss., 12 vols.), y casi siempre entre paréntesis el correspondiente volumen y
paginación de la edición de la Academia Prusiana (Ak.). Las traducciones castellanas utilizadas como referencia
son las siguientes: Fundamentación para una metafísica de las costumbres, edición de R. Rguez. Aramayo,
Madrid: Alianza 2002; Crítica de la razón práctica, edición de R. Rguez. Aramayo, Madrid: Alianza, 2000;
Crítica del discernimiento, edición de R. Rguez. Aramayo y Salvador Mas, Madrid: A. Machado Libros, 2003;
La religión dentro de los límites de la mera razón, edición de F. Mtnez. Marzoa, Madrid: Alianza, 1981; La
Metafísica de las Costumbres, edición de Adela Cortina y Jesús Conill, Madrid: Tecnos, 1989; y Antropología
en sentido pragmático, edición de José Gaos, Madrid: Alianza 1991.
En: Ana María ANDALUZ ROMANILLOS (ed.), Kant. Razón y experiencia, Salamanca:
Universidad Pontificia, 2005, pp. 223-236
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deber como una imposición, aunque inevitable, extraña a nosotros, y nociva incluso para nuestra
sensibilidad más preciada.
Pero lo cierto es que nuestra vida diaria se compone de múltiples deberes y obligaciones
de toda índole, desde los compromisos sociales a las relaciones afectivas, desde el mundo del
trabajo a las normas de circulación. Por más que no nos guste o carezca de buen predicamento
en nuestras prácticas discursivas sobre valores, el deber es un ingrediente tal de nuestra
existencia que apenas podríamos vivir ahora sin él. Pues los deberes y obligaciones delimitan en
buena parte la esfera de la acción humana, y definen el proyecto de vida, individual y colectiva,
que decidimos construir. Dicho en otros términos: los deberes pueblan el territorio del
<<querer>> humano o de lo que los modernos han llamado la <<facultad de desear>> diferenciada por ellos de la facultad de conocer-, esto es, la capacidad de actuar por medio de
nuestras propias representaciones produciendo u obteniendo objetos conforme a ellas.
Por extraño que nos resulte, en nuestro entorno cotidiano, además de toparnos por
doquier con deberes, tenemos también la experiencia de <<sentirnos obligados>> a acometer o a
renunciar a determinadas acciones. Esta sensación, cuya intensidad oscila en cada individuo,
indica que el deber no puede surtir efecto sin afectarnos a nosotros como sujetos psicofísicos,
corpóreos, y sin dejar tras sí toda una estela de sentimientos, que pueden ayudar a su
cumplimiento o incluso, en caso extremo, dar lugar a deberes adicionales. Entre esos
sentimientos de deber destacan la culpabilidad, la responsabilidad, el remordimiento, la
pesadumbre, el respeto, la vergüenza, etc. El grado variable de intensidad que todos estos
sentimientos presentan en los hombres, sugiere que son fruto del proceso de apropiación
personal, de interiorización subjetiva del mundo moral que nos rodea, y saca a relucir en este
aspecto la plausible conexión entre sentimiento del deber y sentimiento de sociabilidad. El
sentimiento de obligación nos sitúa, por tanto, en el punto de encuentro entre la esfera necesariamente- <<social>> de la praxis humana y la pura subjetividad corpórea del
individuo. Pues no cabe duda de que no habría <<deberes>> si los hombres no conviviesen con
otros hombres en sociedad, pero también es cierto que no serían cumplidos si no encontraran eco
en la piel más íntima y sensible de los individuos, en el sentimiento de placer o de dolor.
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A continuación me propongo dar una visión, parcial y limitada, del sentimiento de
obligación partiendo de las coordenadas teóricas de la modernidad y, particularmente, de Kant,
coordenadas desde las cuales el hecho de sentirse obligado plantea un problema filosóficamente
insoluble. Mi análisis constará de tres partes: comenzaré con una fenomenología de los diversos
tipos de sentimiento de obligación, para pasar a tratar el problema del sentimiento de obligación
en sentido estricto como <<sentimiento moral>>, y acabar examinando el sentimiento de
<<respeto>> como único sentimiento determinante de una conducta moral.
2. Fenomenología del sentimiento de obligación
Desde un punto de vista intuitivo, en nuestro uso coloquial del lenguaje, <<sentirse
obligado>> tiene una connotación claramente negativa. Señala la experiencia subjetiva, el
sentimiento doloroso de una compulsión o constricción de nuestra voluntad a actuar en contra de
las pretensiones de nuestros impulsos o deseos. Kant explicó esta experiencia diciendo que todo
deber u obligación supone la coacción de una ley objetiva de la razón sobre una voluntad
imperfecta -como la del hombre-, afectada patológicamente por inclinaciones sensibles, y añadió
que precisamente por ello los deberes se nos presentan como imperativos prácticos2.
Ahora bien, es asimismo evidente que el grado de compulsión o coacción al sentirse
obligado varía no sólo en función de los individuos sino también en función del tipo de acciones
que consideramos obligatorias. Dicho de otra manera: las formas de <<sentirse obligado>>
dependen de las diferentes formas de <<praxis>>, de las diversas clases de acción que
emprendemos en nuestro mundo. Voy, por ello, a dividir el sentimiento de obligación en tres
grupos básicos en función de los tres tipos de praxis que cabría distinguir en principio: la
técnica, la pragmática y la moral. En ello sigo básicamente el esquema y los argumentos de
Kant.
2
Para el concepto kantiano de <<deber>> así como para la tipología de la <<obligación>> que se ofrece en este
apartado, puede verse, entre otros, el capítulo segundo de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres
A 34 y ss. (Ak. IV, 413 y ss.) y la Nota del párrafo primero de la Primera Introducción a la <<Crítica del
Juicio>> (Ak. XX, 197 y ss.).
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Obligación técnica. Aquí sentimos la compulsión o necesidad práctica de una acción o
conjunto de acciones como medio para la consecución de cierto <<fin>> propuesto. Se trata, sin
duda, de una compulsión práctica condicionada, que se basa además en un algún tipo de
conocimiento científico, y viene a constituir de algún modo su aplicación. Así, por ejemplo, un
gobierno liberal que quiera reducir la inflación, se sentirá obligado a disminuir el déficit público,
en seguimiento no ya sólo de las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional sino sobre
todo de ciertos datos económicos científicamente verificables. O si alguien quiere, por ejemplo,
construir una mesa, se verá forzado a emprender las acciones que se indiquen en el
correspondiente manual de instrucciones -si es que lo hay. En estos casos técnicos, en los que
nuestra acción es una consecuencia de nuestros conocimientos de la naturaleza y, por tanto, el
papel de nuestro libre arbitrio se antoja insignificante, el grado de compulsión o coacción es
mínimo y el sentimiento correspondiente tan irrelevante, que a la hora de resolver tareas
técnicas, raramente decimos que nos <<sentimos obligados>> a realizar tal o cual acto.
Obligación pragmática. La obligación pragmática tiene también la estructura de una
compulsión práctica condicionada y, por tanto, supone una relación de medios/fines, pero en
ella la coacción ya no descansa en un conocimiento cierto o propiamente científico -como el de
la naturaleza- sino, en todo caso, en un conocimiento <<probable>> de las relaciones humanas y
de su conexión con nuestra felicidad. De este tipo son todas las obligaciones vinculadas con
nuestra sociabilidad y autoestima así como las derivadas del mundo del derecho3. En ellas el
grado de compulsión y, por ende, la intensidad del sentimiento de obligación aumenta acaso en
la misma medida que el grado de inseguridad en la obtención de los fines por medio de las
3
Incluyo dentro de la <<obligación pragmática>> a los deberes jurídicos no porque el derecho en sí mismo,
objetivamente considerado, comporte un imperativo pragmático (para Kant es claro que se trata siempre de un
deber moral), sino porque, desde la perspectiva subjetiva del agente, la norma jurídico-positiva es con
frecuencia considerada desde el punto de vista de una relación medios/fines ligada a nuestra felicidad. Es esta
perspectiva subjetiva la que interesa en este trabajo centrado en el sentimiento de obligación. En apoyo
asimismo de este planteamiento se halla además el hecho de que, también para Kant, el ordenamiento jurídicopositivo constituye ciertamente el modo de realización de la idea del derecho pero conforme a los fines de
felicidad del pueblo que el político legislador ha de tener siempre a la vista.
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acciones obligadas y que el margen de libertad externa para realizarlas. El caso de los llamados
<<compromisos sociales>> es ilustrativo. Tomemos, por ejemplo, el hecho de redactar este
artículo. Puedo hacerlo por gusto o por <<compromiso>>. En este segundo caso se plantearía el
problema del sentimiento de obligación. Yo puedo sentirme obligado a escribir el texto, porque
quiero ganar en autoestima y reconocimiento. Ahora bien, no hay ninguna ley o información
verificable científicamente que garantice una conexión necesaria entre el acto de redactar y
publicar un artículo y el aumento de autoestima y reconocimiento. Ante esta inseguridad
cognoscitiva el sentimiento de obligación aumenta por el hecho de que la ejecución del acto
depende de mí, de mi <<voluntad libre>> (podría no escribir el artículo) y de mi creencia en la
relación del mismo con los fines que pueda conseguir.
Obligación moral. La obligación moral es el caso por antonomasia de obligación. De
hecho solemos asociar la idea de <<obligación>> y aún más la de <<deber>> con la idea de
moralidad. E igualmente cuando hablamos de <<sentimiento de obligación>> solemos pensar
inmediatamente en el sentimiento moral. Sin embargo, acabamos de ver que hay otras formas de
obligatoriedad no estrictamente morales. De ellas se diferencia la obligación moral por ser una
necesidad práctica incondicionada, que presenta una acción como válida en sí misma sin
referencia a un fin externo a ella, y cuya ejecución no descansa en ningún tipo de conocimiento,
científico o probable, de la naturaleza o de los hombres, sino más bien en valores que nos damos
libremente a nosotros mismos y a nuestros actos. Kant consideraba por ello que la fórmula de
expresión de una obligación moral se diferenciaba de las fórmulas propias de las obligaciones
técnicas y pragmáticas por ser un <<imperativo categórico>>, en vez de un <<imperativo
hipotético>>. Con ello quería indicar a la vez que en la obligación moral el grado de compulsión
es máximo, por ser absolutamente libre, y el sentimiento negativo correspondiente aún más
intenso que en los casos anteriores. Los casos de obligación moral (no mentir, ser honrado,
auxiliar a los enfermos y necesitados, etc.) son de todos conocidos, de manera que no entraré
aquí a examinar ejemplos.
A continuación me propongo analizar precisamente el tipo de sentimiento de obligación
5
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que tiene carácter estrictamente <<moral>>. Este sentimiento se presenta, en principio, como un
problema teóricamente insoluble desde ciertos planteamientos dualistas de la modernidad, como
parece ser, de entrada, el de Kant. Por ello empezaré por mostrar en qué consiste este problema,
para pasar luego al examen del sentimiento moral propiamente dicho, y, en particular, del
sentimiento de <<respeto>>, en su alcance y significado para la posibilidad de la realización
ética del hombre.
3. El problema de un sentimiento moral de obligación
La comprensión del sentimiento moral como sentimiento del deber ha estado empañada
por dos dificultades derivadas de algunos planteamientos dualistas de la modernidad desde
Descartes. Se trata, por un lado, de la dificultad para concebir ese específico ámbito del hombre
que son los sentimientos y, por otro lado, de la dificultad de entender concretamente la idea de
un sentimiento moral.
a) Sentimiento y voluntad. La primera dificultad se desprende de la teoría moderna de
las facultades humanas, que venía a reconocer sólo dos capacidades básicas en el
hombre: la facultad de conocer y la facultad de desear. En este planteamiento
dualista no hay un lugar antropológico propio para los sentimientos. El hecho de que
muchas de nuestras más conocidas pasiones (el amor, el odio, la envidia, etc.) vayan
siempre acompañadas de sentimientos de placer o de dolor, sirvió para que la
mayoría de los teóricos modernos incluyese nuestras emociones, que son
básicamente sentimientos, junto con los deseos y pasiones en el catálogo usual de los
fenómenos característicos de la facultad de desear. A nadie se le ocurrió pensar que
la demostración de un teorema matemático o la lectura de un poema pudiera
despertar igualmente sentimientos diversos sin entrar por ello a formar parte del
variado espectro de nuestros apetitos. El fenómeno estético del <<gusto>>, que,
difundido desde los salones de Luis XIV, alcanzó a todo el siglo XVIII, obligó a
replantearse aquella teoría dualista de las facultades humanas, claramente
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insuficiente. El modelo, sin embargo, no quebró hasta la Crítica del Juicio de Kant,
en la cual se reconoce por primera vez la autonomía del sentimiento (de placer o de
dolor) como facultad psicofísica del sujeto humano. La concepción kantiana es
relevante a este respecto por dos razones: 1) porque hace del sentimiento la clave de
la subjetividad corpórea de todo tipo de representación, externa o interna, intelectual
o sensible. Dicho de otro modo: el sentimiento expresa la relación de cualquier
representación con el sujeto psicofísico. Desde este planteamiento, en virtud del cual
cualquier representación, en tanto que afecta a nuestra subjetividad corpórea, lleva
consigo siempre algún tipo de sentimiento de placer o de dolor, por leve que sea,
puede comprenderse no ya sólo la posibilidad del placer estético sino también la de
cualquier placer intelectual, incluido el que pueda estar relacionado con ideas
morales. Pero además 2) Kant establecía una relación estrecha entre la facultad de
desear y el sentimiento, según la cual todo deseo o aversión va unido siempre a
placer o dolor (pero no a la inversa), de tal suerte que todas nuestras acciones (u
omisiones) tienen en el placer (o el dolor) su fundamento subjetivo. A la conexión
concreta entre <<placer>> y <<deseo>> Kant la denominó interés. Esto significa
concretamente que una acción puede ser <<querida>> por el hombre, en tanto que
sujeto psicofísico, sólo si tiene para él algún <<interés>>, es decir, si le reporta algún
tipo de placer o satisfacción4. Pero ésta es en el fondo la idea de un <<motor>>
[Triebfeder] de la voluntad o de la razón práctica. El problema -lo veremos a
continuación- de si la ley moral, en tanto que <<deber>>, puede ser querida por la
voluntad humana, hallará solución, por tanto, únicamente si somos capaces de
experimentar algún tipo de placer ligado al deber o, lo que es lo mismo, si podemos
tener algún sentimiento moral. Pero el tratamiento de esta cuestión ha estado
marcado a su vez por una segunda dificultad teórico-conceptual, que exponemos a
continuación.
4
Para esta noción de <<interés>> como punto de conexión entre sentimiento y facultad apetitiva véase
especialmente la Crítica del discernimiento, &2, AB 5-6 (Ak. V, 204-205).
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b) ¿Cómo querer el deber? La dificultad de comprender la idea de un sentimiento
moral de obligación se retrotrae a la división gnoseológica y, sobre todo, ontológica
del mundo, especialmente por parte del racionalismo moderno, en dos órdenes
claramente diferenciados: el de la <<razón>> y el de la <<sensibilidad>>. Desde este
planteamiento dualista (así también en Kant) se entiende que la moral forma parte
(define incluso) del orden intelectual de la racionalidad humana, mientras que el
sentimiento (también los impulsos naturales) se sitúa en el espacio de nuestra
naturaleza sensible. Esta misma visión dualista puede ser formulada con otra
terminología, a saber: mientras que lo moral viene determinado por la universalidad
y necesidad de una acción, por la idea de una voluntad universal, el sentimiento se
caracteriza por su individualidad y volubilidad.
Este planteamiento dualista, que simplemente se hace eco de la doble dimensión
del hombre como ser racional finito, explica bastante bien el fenómeno del
<<deber>> así como el sentimiento negativo de dolor o compulsión que lleva
consigo, pero no puede explicar racionalmente cómo es posible que actuemos
moralmente. En efecto, en cuanto a lo primero, Kant deja bastante claro que para un
ser finito como el hombre, cuya voluntad está afectada por impulsos sensibles, la
moralidad se vive como <<obligación categórica>>, como <<deber>>, es decir,
como una exclusión coactiva de las pretensiones de nuestras inclinaciones y deseos
naturales a regir la conducta, exclusión que nos afecta psicofísicamente
produciéndonos ese sentimiento negativo, doloroso que experimentamos como
<<compulsión>> del deber5.
Es claro, sin embargo, que si la experiencia del deber moral llevase consigo sólo
y exclusivamente este sentimiento doloroso de compulsión, sería bastante
improbable que los hombres actuasen moralmente, salvo que supusiéramos en
principio un instinto o una costumbre sadomasoquista en la especie humana. Si lo
que mueve a la voluntad humana es el placer y lo que la disuade de actuar es el dolor,
5
Cf. Fundamentación para una metafísica de las costumbres, cap.2, A 37 y ss. (Ak. IV, 413 y ss.).
8
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¿cómo es posible querer el deber? La conciencia de actuar moralmente e incluso los
sentimientos vinculados a una acción contraria al deber, como el remordimiento o la
culpabilidad, son datos inequívocos de que de hecho queremos el deber o podemos
quererlo. Tal constatación nos lleva, por tanto, a pensar que junto al sentimiento
negativo de compulsión o coacción ha de haber algún tipo de sentimiento positivo
vinculado al deber o al menos puede haberlo. La cuestión adicional acerca de cómo
sea posible comprender racionalmente que una idea de la razón pueda ser causa de
un placer semejante, es decir, la cuestión acerca de cómo y por qué nos interesa la
universalizabilidad de una acción, es algo que escapa a cualquier explicación
filosófica, como Kant ha reconocido6 . Lo único que sabemos es que, si actuamos
moralmente, de hecho se experimenta algún placer o se despierta algún interés. Y lo
que ahora nos importa es determinar precisamente ese sentimiento positivo y
explicar su posibilidad interna. Kant ha respondido a estas cuestiones remitiéndonos
a un supuesto <<sentimiento moral>>, que en algunos lugares (así en la Crítica de la
razón práctica) identifica con el sentimiento de <<respeto>>. Sin embargo, la letra
de la respuesta kantiana no es muy clara, porque, entre otras cosas, no se basa en una
nítida distinción de las dos cuestiones a las que habría que contestar a este respecto:
1) ¿queremos realmente el deber? La noción kantiana de <<respeto>> como
sentimiento positivo inherente a la ley moral es la respuesta a esta cuestión;
2) ¿podemos querer el deber? La respuesta a esta cuestión se puede hallar también
en Kant, y dice así: podemos quererlo (i) porque no somos seres determinados
por naturaleza, pues carecemos de instintos; sólo contamos con una serie de
<<disposiciones naturales>> (meras potencialidades) y nuestro <<libre
arbitrio>> para desarrollarlas como queramos. (ii) Entre esas disposiciones
antropológicas figura la <<disposición a la moralidad>>, que tiene su expresión
o ratio cognoscendi más preclara en el <<sentimiento moral>>.
6
Cf. Ibídem, cap.3, A 121-123 (Ak. IV, 459-461).
9
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4. Disposición a la moralidad, sentimiento moral y respeto
1. Para aclarar el doble problema recién planteado, a saber, el de cómo queremos el deber y el
de por qué podemos quererlo, hemos de identificar primero el nexo teórico que hay entre los
conceptos kantianos de <<respeto>>, <<sentimiento moral>> y <<disposición moral>>. Este
orden secuencial sitúa ya al sentimiento moral en el punto de encuentro entre esta disposición
del hombre al bien y aquel motivo impulsor –el único válido, según Kant- de una acción
moralmente buena. De hecho el tratamiento kantiano del <<sentimiento moral>> presenta
algunas oscilaciones semánticas en función de los textos, fluctuaciones que van desde su
identificación estricta con el <<respeto>> a la persona o a la ley moral (así en la Crítica de la
razón práctica, cap. 3, AB 133 y ss.) hasta su asociación estrecha con la disposición natural del
hombre a la moralidad, particularmente en los pasajes dedicados al tema en La religión dentro
de los límites de la mera razón, primera parte, y en la Introducción de la Doctrina de la Virtud
de la Metafísica de las costumbres, donde el sentimiento moral viene a caracterizarse como
mera "receptividad del libre arbitrio para ser movido por la razón pura práctica"7. El verdadero
7
Metafísica de las costumbres, Segunda parte, Introducción a la doctrina de la virtud, & XII, A 37 (Ak. VI,
p.400). Este & XII de la Introducción a la Doctrina de la Virtud es el único fragmento que ofrece un tratamiento
sistemático del sentimiento moral, y en él éste aparece claramente como una “disposición estética y natural” de
la subjetividad psicofísica humana a “ser afectada por los conceptos del deber”, la cual se halla originariamente
en todo hombre (ibídem, A 36, Ak. VI, 399). En las obras críticas de los ochenta (la Fundamentación y la
Crítica de la razón práctica) el sentimiento moral, abordado desde el punto de vista del “móvil” de la razón
pura práctica y del “interés moral”, es considerado, sin embargo, siempre como un efecto producido por la ley
moral sobre la facultad de sentir y desde esta perspectiva de su producción práctica es algo cuya generación
ordena la razón misma (cf. Crítica de la razón práctica, AB 132-133 y ss.). No faltan, con todo, afirmaciones
kantianas que apuntan ya entonces, sin concebirla todavía, a la idea de una <<disposición moral>> que explique
por qué hay sentimiento(s) moral(es), en qué radica su carácter originario y por qué garantiza(n) la realización
moral del hombre. (Recuérdese que en el artículo de 1784 titulado Idea de una historia universal en sentido
cosmopolita, proposición segunda, Kant maneja ya el concepto de “disposiciones naturales” [Naturanlagen],
aunque no llega a definirlo). Así, Kant habla ya, sin más aclaraciones, del <<sentimiento moral>> como una
“capacidad [Vermögen, Fähigkeit] de la razón para tomar un interés por la ley moral” (Fundamentación, AB
123-124; Crítica de la razón práctica, A 142), o como “esa receptividad de un interés moral puro” que es
característica de nuestro ánimo (Crítica de la razón práctica, AB 272, Ak. V, 152). Esta oscilación entre
entender el sentimiento moral como producción práctica de la razón pura en la acción buena o vincularlo más
bien a una cierta receptividad de la naturaleza humana a la moralidad parece resolverse primordialmente a favor
de esta última dimensión antropológica desde el momento en que Kant admite claramente a partir de 1793 (en
La religión y en la Antropología) una <<disposición>> natural [Naturanlage] a la moralidad o a la
“personalidad” (según la terminología de La religión, A 16/B 18). Expresión de ello es el citado texto de la
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significado de estas oscilaciones se pone de manifiesto, sin embargo, tan pronto como nos
percatamos de la relación doctrinal entre los tres conceptos mencionados, no siempre explicitada
por Kant, pero divisable en sus textos. En mi opinión, esa relación puede formularse de la
manera que sigue a continuación.
En primer lugar, como concepto más abstracto y fundamental figura la idea de una
<<disposición moral>> [die moralische Anlage] en la naturaleza humana como condición o
fundamento subjetivo de la posibilidad de todo actuar moralmente bueno. Se trata de la
suposición teórica según la cual el hombre se halla estructuralmente dotado para ser moral, en la
medida en que cuenta con un germen inteligible o racional puro por desarrollarse, a la manera
del lógos spermatikós de los estoicos8. Pero esta <<semilla moral>> no prosperaría si la
naturaleza sensible del hombre no fuera capaz de acogerla en su seno. Que ello es, sin embargo,
así lo acredita empíricamente un conjunto de “propiedades morales”, o mejor, de
“predisposiciones estéticas pero naturales del ánimo a ser afectado por los conceptos del deber”,
las cuales siendo, sin duda, un efecto de la ley moral sobre el sujeto psicofísico, manifiestan la
receptividad de la naturaleza sensible a la moralidad, sin la cual ningún hombre podría ser
“obligado” (por falta de fuerza o potencia natural para ello) a cumplir el deber9. Una de esas
condiciones estético-subjetivas de la receptividad moral es el <<sentimiento moral>>, que no
cabe, por tanto, identificar con la <<disposición moral>> como tal (ésta parece ser de por sí sólo
inteligible), sino que habría que considerarlo más bien como una las expresiones sensibles de esa
disposición –quizás la más relevante-, que garantizan (o posibilitan) su desarrollo efectivo por
parte de la especie humana10. Podríamos por ello caracterizar esa conexión conceptual
Metafísica de las costumbres.
8
Cf. Antropología en sentido pragmático, A 320/B 317-18; cf. La religión, A 17/B 18-19. El concepto de
<<disposición>> es caracterizado por Kant diciendo que se refiere “tanto a las partes constitutivas de un ente
como también a las formas de conexión de las mismas para ser tal ente” (La religión dentro de los límites de la
mera razón, A 18/B 20). La <<disposición moral>> alude, según esto, a esa dimensión estructural (originaria,
no accidental) del hombre definida por su potencia puramente racional. En la caracterización de La religión se
subraya que esta potencia moral es indisociable de (o se acredita incluso por) la receptividad sentimental de la
ley moral.
9
Metafísica de las costumbres, Segunda Parte, A 35 (Ak. VI, 399).
10
Además del <<sentimiento moral>> Kant menciona en la Introducción de la Doctrina de la Virtud, &XII,
otras tres formas de receptividad moral en el hombre: la <<conciencia moral>> [Gewissen], que es una especie
de capacidad de juicio cognitivo-práctico interior relativo al deber en cada caso concreto; la <<filantropía>>
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indisoluble entre <<disposición moral>> y <<sentimiento moral>> en la que se juega la
posibilidad de querer el deber, diciendo que sin disposición a la moralidad no habría sentimiento
moral, del mismo modo que sin sentimiento moral tampoco se daría (o podría darse) una
realización moral del hombre. Lo primero, debido a que la disposición moral constituye la
condición <<inteligible>> de posibilidad del obrar bueno; lo segundo, debido a que el
sentimiento moral es la condición <<sensible>> de posibilidad de cumplimiento del deber.
Por último, el <<respeto>> forma parte, sin duda, de los sentimientos morales, pero a
diferencia de las restantes formas de sensibilidad moral se caracteriza por ser no una mera
receptividad de la facultad de sentir al bien ligada a nuestra disposición originaria, sino sobre
todo aquella actualización efectiva de la sensibilidad para el deber que define específicamente,
desde el punto de vista del sujeto psicofísico, la moralidad de un acto11. El respeto es, pues, el
sentimiento moral de las <<acciones>>, aquél que las constituye subjetivamente como
(moralmente) buenas; no es, en este aspecto, una simple receptividad para el bien moral. Es
claro, no obstante, que si no se diera en el hombre esta receptividad subjetiva del sentimiento
moral en general, tampoco podría desarrollarse el sentimiento del respeto a las personas ni, por
ende, una conducta moral. Pero es igualmente claro que aquella potencialidad ética del sentir
sería absurda o no lograría su fin sin desplegarse en un sentimiento concreto de la acción moral.
Desde esta perspectiva, el sentimiento moral en general es el <<fundamento>> estéticosubjetivo de posibilidad del respeto, mientras que el respeto constituye, por su parte, el
[Menschenliebe] o amor al prójimo, y la <<autoestima>> [Selbstschätzung] o respeto a sí mismo. Entre estas
cuatro disposiciones estético-naturales parece haber, no obstante, cierta asimetría en cuanto a su profundidad
antropológica. Pues mientras que Kant insiste en que las dos primeras no pueden adquirirse sino que “todo
hombre, como ser moral”, las “tiene originariamente en sí”, en relación con las dos últimas, en cambio, se
muestra inclinado a subrayar su carácter adquirido (cf. Metafísica de las costumbres, Segunda Parte, A 36 y ss.
(Ak. VI, 399-403). Esta diferencia abonaría la idea de que <<sentimiento moral>> y <<conciencia moral>> son,
por su carácter originario, realmente las dos formas de receptividad moral fundamentales, y a través de ellas se
acreditaría la posibilidad real de hacer el bien por parte de sujetos sensibles como los seres humanos, ya que
ambas formas no representarían, por así decir, más que el doble rostro empírico de la <<disposición moral>>: su
lado emotivo y su lado cognitivo(-judicial) respectivamente.
11
Lo peculiar del sentimiento de <<respeto>> reside, desde el punto de vista kantiano, en ser el fundamento
subjetivo de una acción moralmente buena, o sea, la clave sensible de la bondad de un acto por el lado del
agente. Esto lo diferencia de la otra serie de sentimientos también de carácter moral, pero que no fundamentan la
moralidad de la acción sino que más bien la acompañan o la preceden, y que suelen estar vinculados por ello a
nuestra <<conciencia>> ética [Gewissen] como tribunal o “juez interior” de los actos. Me refiero a los
sentimientos de culpabilidad, responsabilidad, remordimiento, vergüenza, etc.
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<<cumplimiento>> práctico efectivo de la potencialidad moral del sentimiento y de la
disposición originaria que se encuentra a su base. En este sentido, en cuanto resultado de asumir
o desplegar libremente esa predisposición antropológica, el respeto sería más bien un
sentimiento adquirido por el sujeto humano, forjado a base de contemplar y ejercitar la
moralidad misma.
2. Hechas las aclaraciones conceptuales precedentes, corresponde ahora hacer algunas
reflexiones sobre el verdadero alcance explicativo de las susodichas nociones kantianas. Me
limitaré a hacer cuatro observaciones fundamentales: sobre el significado de la idea de
<<disposición natural>> y su compatibilidad con la ley moral en el hombre; sobre el papel del
<<sentimiento moral>> como cláusula de garantía de dicha compatibilidad; sobre el carácter
programático de la moralidad como tarea infinita de <<moralización>>, que se sigue de las
nociones de <<disposición moral>> y de <<sentimiento moral>>; y, por último, sobre la
caracterización misma del <<respeto>> como sentimiento motor de la conducta ética.
En primer lugar, el concepto de <<disposiciones naturales>> nos abre a una concepción
del hombre como un ser carente de instintos, de estructuras fijas y definitivas del deseo que
determinen biológicamente nuestros actos. Más bien estamos ante un conjunto de tendencias o
potencialidades irrenunciables (pertenecen, dice Kant, a la “posibilidad de la naturaleza
humana”, esto es, identifican específicamente al hombre como criatura racional sobre la tierra12),
que pueden desplegarse, sin embargo, de maneras muy diversas en función del uso que nuestro
libre arbitrio haga de las mismas. Importante a este respecto es no sólo el hecho de que se admita
entre ellas una <<disposición moral>>; también lo es la convicción de que tales disposiciones,
en sí mismas consideradas, antes de cualquier desarrollo de ellas por parte del hombre, no se
oponen a la ley moral sino que más bien “promueven su seguimiento” y en este aspecto son de
12
La religión, A 17/B 19. Recuérdese que ya en el ensayo Idea de una historia universal en sentido
cosmopolita (1784), proposiciones 2 y 3, Kant presenta al hombre como un ser dotado exclusivamente de una
serie de <<disposiciones naturales>> y de la <<libertad>> de su razón para desarrollarlas. No podemos entrar
aquí, ni es nuestro tema ahora, en el espinoso tema de las tres disposiciones naturales señaladas por Kant ni
tampoco en la cuestión del cambio de denominación e incluso de concepción de las mismas que se produce en la
Antropología en sentido pragmático (1798) con respecto a La religión dentro de los límites de la mera razón
(1793).
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por sí “disposiciones para el bien”13. Esto significa que entre el orden natural del deseo y el
orden ético de la razón no hay una contradicción estructural tal que impida per se al hombre ser
bueno desarrollando sus apetitos y capacidades sensibles. Más bien se quiere subrayar lo
contrario, a saber: que sólo unas condiciones mínimas de salubridad vital (satisfacción adecuada
de necesidades naturales y relaciones sociales civilizadas), lejos de ser obstáculo para la acción
moral, posibilitan e incluso favorecen su despliegue antes que una situación de degradación
física y social de la existencia humana, generada normalmente por un desarrollo viciado de
nuestras potencias apetitivas.
En apoyo de esta idea viene también, en segundo lugar, la concepción kantiana del
<<sentimiento moral>> como receptividad originaria de la naturaleza sensible del hombre a lo
moralmente bueno. Pues a lo que con ello se alude es a una especie de cláusula de garantía
antropológica de esa compatibilidad estructural entre felicidad sensible y dignidad moral, en la
cual se certifica que el bien ético no es algo inalcanzable ni contraproducente para los seres
humanos, como sujetos corpóreos, sino algo ajustado a sus potencialidades naturales en el
medida en que es capaz de producir placer en nosotros (y no sólo dolor) y de fomentar, por
ende, los resortes de la vida. El sentimiento moral acredita, por tanto, la viabilidad constitutiva
de acoger la ley racional de universalizabilidad en el ámbito del deseo, porque ésta promueve de
por sí el desarrollo de la naturaleza apetitiva del hombre, aunque sea desde fuera de ella,
trascendiéndola por entero racionalmente. Y esta receptividad al bien explica asimismo que
podamos querer la moralidad, pues no contradice a la estructura antropológica del desear, y nos
lleva, por consiguiente, a comprender por qué podamos ser obligados a cumplir nuestros
deberes, sin estar planteando con ello una tarea sólo de dioses ni reprimiendo de manera nihilista
el libre desarrollo de nuestro ser sensible, tal como ha venido sosteniéndose desde la recepción
idealista y romántica de la teoría moral kantiana.
En tercer lugar, es preciso señalar que el reconocimiento de una <<disposición moral>>
en el hombre no conlleva un postulado de optimismo antropológico, según el cual pudiera
considerarse al ser humano como moralmente bueno por naturaleza, del mismo modo que la
13
La religión, ibídem.
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aceptación de un <<sentimiento moral>> originario tampoco comporta una concesión al
cognitivismo ético, por la cual se admitiese en el hombre una connatural capacidad de percibir el
bien o un “sentido especial para lo (moralmente) bueno y malo”14, más allá de la mera
receptividad del sujeto corpóreo a través de su sola facultad de sentir. Aquí parece sensato hablar
únicamente tanto de una constitución de la subjetividad humana potencialmente abierta a la vida
moral como de la impronta receptiva con la que esa dimensión potencial del hombre se acredita
como necesaria y factible en y para su corporeidad sensible. No hay, pues, ni un ser moral ya
hecho ab initio (una especie de sustancia espiritual buena) ni tampoco una evidencia
cognoscitiva no ya sólo de semejante entidad ética ex natura sino tan siquiera de la mera
tendencia constitutiva del hombre a hacer el bien. Para expresar de una manera simple y clara el
sentido de la conexión kantiana entre <<disposición>> y <<sentimiento>> morales, bastaría con
decir que, como hombres, tan sólo sentimos que estamos destinados a la moralidad, aunque no
podamos saberlo ni demostrarlo. Pero esta reducción antropológica de lo moral a un mera
disposición que se verifica únicamente a través del solo sentimiento subjetivo, indica a su vez
hasta qué punto estamos comprometidos en una tarea infinita de <<moralización>>, es decir, en
la empresa de hacernos morales, de estar desplegando y actualizando constantemente nuestra
potencia moral, una labor que sólo puede consistir de hecho, y especialmente desde el punto de
vista educativo, en fortalecer o aumentar nuestra receptividad al bien, en cultivar nuestro(s)
sentimiento(s) moral(es) -y nuestra conciencia o capacidad de juicio moral- mediante ejemplos
de moralidad pura15. Pues sólo si se dispone de una sensibilidad ética suficientemente
desarrollada se estará en condiciones más favorables para emprender <<acciones>> propiamente
morales o, lo que es lo mismo, para actuar movidos siempre por el sentimiento de <<respeto>> a
la persona en nuestras relaciones sociales con los demás y con nosotros mismos. Hay aquí, sin
duda, un círculo ético saludable que atañe al cumplimiento de nuestro destino moral, ya que, por
un lado, el cultivo de una refinada sensibilidad para el bien depende de la contemplación de
casos ejemplares de conducta moral, basada en el solo respeto a la ley, mientras que, por otro
14
Metafísica de las costumbres, Segunda parte, Introducción, & XII, A37-38 (Ak. VI, 400).
Cf. Ibídem, A 36 (Ak. VI, 400); Crítica de la razón práctica, A 271 y ss., A 277 y ss. (Ak. V, 152 y ss., 155
y ss.)
15
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lado, la práctica del bien, el ejercicio y aún más el hábito de actuar siempre respetuosamente en
la vida social requiere a su vez un grado considerable de formación en nuestros sentimientos
morales, entre otras razones, porque el sentimiento de respeto a la persona, núcleo motivacional
de toda acción buena, no es más (ni menos) que la consumación activa de nuestra receptividad
originaria al bien y, por ende, el “fin” cumplido “de la disposición natural” a la moralidad16.
Pues ¿en qué otra cosa puede consistir el destino moral del hombre sino en lograr que la ley
racional de universalizabilidad de nuestros actos se haga tan familiar a la sensibilidad humana y
se funda de tal modo con nuestra subjetividad corpórea que además de generar en ella un
sentimiento de placer (el de respeto), éste se convierta siempre, de modo casi natural, en motivo
constante de las interacciones sociales?
Conviene, por último, referirse brevemente a la caracterización kantiana de este
sentimiento de <<respeto>>, que define el modo como queremos realmente el deber. El texto en
el que se ofrece un análisis más pormenorizado de la dialéctica intrínseca de este sentimiento,
pertenece –como es sabido- a la Crítica de la razón práctica y se halla concretamente en el
capítulo tercero del segundo libro de esta obra17. Allí Kant lo caracteriza como el sentimiento
positivo de <<elevación>> por encima de nuestra condición sensible que se experimenta cuando
se advierte que la <<humillación>> sufrida por nuestras inclinaciones (el “amor propio”) en sus
pretensiones sobre la voluntad, es causada por la ley moral en nosotros. Se trata, por tanto, de un
sentimiento de placer18 por nuestra superioridad racional sobre la naturaleza o, si se prefiere, por
la conciencia de la personalidad en nuestra propia persona que nos acredita como seres
16
La religión, A 16/B 18.
Véase Crítica de la razón práctica, especialmente A 132-133 (Ak. V, 74-75) y A 142-144 (Ak. V, 80-81).
18
En el texto de la Crítica de la razón práctica Kant no se atreve a calificar el respeto como <<placer>> (cf. por
ejemplo, A 137, donde niega que se trate de un “sentimiento de placer”) y por eso habla, en su lugar, del mismo
como un sentimiento positivo de “autoaprobación”. Ello se debe probablemente a que, a falta aún de un instrumental
teórico refinado sobre la <<facultad de sentir>>, sigue entendiendo todavía de manera restrictiva el placer como algo
meramente empírico-sensible, con independencia de la fuente que lo cause. Sin embargo, en la Crítica de la facultad
de juzgar, donde se aborda temáticamente la <<facultad de sentir>> y se reconoce que hay placeres no meramente
empírico-sensibles (por ejemplo, lo <<bello>> y lo <<sublime>> son sentimientos de placer puro), y en la
Metafísica de las costumbres Kant reconocerá que estamos ante un sentimiento de placer intelectual, esto es, ante un
placer del sujeto corpóreo (sensible, por tanto, por su naturaleza) provocado, empero, por una causa racional
(intelectual, por tanto, por su origen). Cf. Crítica del discernimiento, &4.
17
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pertenecientes a un orden distinto y trascendente al del mundo natural. Kant lo califica por ello
de sentimiento de “autoaprobación” con respecto a la razón pura práctica, esto es, lo considera
como un sentimiento de reconocimiento de nuestra personalidad como un valor (supremo) para
el hombre.
5. Breves conclusiones
Del análisis precedente del sentimiento de obligación desde presupuestos kantianos,
queremos retener, a manera de conclusión, una serie de ideas útiles para seguir reflexionando
actualmente sobre el tema.
1) En primer lugar, el sentimiento moral de obligación no contradice de por sí el orden de la
naturaleza sensible; más bien indica el modo de una concordancia posible entre libertad y
naturaleza en el que el desarrollo de ésta se consuma desde fuera, empero, de su ordenamiento
empírico.
2) En segundo lugar, si bien el sentimiento de obligación (y sus diversas formas morales)
acredita, por su arraigo en el ser humano, una constitución antropológica destinada a la
moralidad, también pone de manifiesto la necesidad de llevar a cabo un largo proceso de
educación para cumplir este destino ético, pues el hombre es moral sólo en la medida en que se
hace moral. La educación moral es, pues, un deber del ser humano y consiste básicamente en
crear, cultivar o refinar sentimientos morales, en ennoblecer nuestra sensibilidad para que sea
más receptiva al bien. Así lo entendió un buen kantiano como F. Schiller.
3) Y, en tercer lugar, forma parte de esa tarea educativa, constituye de algún modo su fin
último, disolver en el sujeto humano la paradoja analítica del sentimiento moral de
obligación, representada por la coexistencia empírica de <<coacción>> y <<placer>>, de
<<humillación>> sensible y <<elevación>> racional, de dolorosa <<resistencia>> de las
inclinaciones naturales y de positiva <<aprobación>> de sí mismo como sujeto libre. Dicha
disolución, con la que se alcanzaría definitivamente el destino moral del hombre, no se
produciría por reducción absoluta de nuestra naturaleza apetitiva y sensible a la forma
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universal de una voluntad pura (nihilismo o totalitarismo ético), sino por adaptación de
nuestros deseos y sentimientos a la regulación racional de los principios morales, de suerte
que apetitos y afectos se tornasen cada vez más receptivos al bien y pudiera conseguirse la
transformación de la sensación negativa de dolor o compulsión en sensación positiva de
placer y de autoaprobación de la propia persona. No otra cosa quiso decir F. Schiller cuando
propuso, frente a Fichte, como tarea de Ilustración moral de su época el ennoblecimiento de
la sensibilidad, esto es, el cultivo de la misma hasta convertirla en una fuerza favorable a la
moralidad, en naturaleza afín a la racionalidad.
Salamanca, 11 de enero de 2005
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