PAUL RICOEUR: ARTICULACIÓN ÉTICA DE IPSEIDAD Y ALTERIDAD PAUL RICOEUR: ARTICULACIÓN ÉTICA DE IPSEIDAD Y ALTERIDAD Beatriz Contreras Tasso Ponti icia Universidad Católica de Chile. Santiago, Chile. Resumen La relación entre dos grandes géneros del pensamiento platónico, lo Mismo y lo Otro, ha sufrido en la meta ísica occidental una reducción que otorga el predominio al primero, circunscrito al ámbito del yo, y subordina al segundo a un nivel marginal o impensable. Paul Ricoeur desarrolla en Sí mismo como otro una hermenéutica crítica que, contra los malos presagios de la posmodernidad, enfrenta los escollos subjetivistas a través del ensanchamiento de la signi icación de mismidad y alteridad. Su propuesta de una hermenéutica del sí mismo esquiva la posición del sujeto como polo auto-fundante e interpreta la alteridad como signi icación no unívoca, distinguiendo niveles de alteridad intrasubjetivos y extrasubjetivos. La ética ricoeuriana propone una tercera vía que se distancia de la variante fenomenológica de corte husserliano, anclada en la consideración del sujeto trascendental, y de la postura post-fenomenológica de Levinas, cuya exaltación hiperbólica del Otro excluye toda participación del sí mismo. La ipseidad, noción clave en esta hermenéutica, es el polo ético de la identidad personal (narrativa) que testimonia el espacio de apertura del sí y de reconocimiento del otro, en la justa distancia de una hospitalidad no abusiva, que lo asume en su diferencia sin pretender traspasar esa distancia irreductible. Palabras claves: sí mismo, alteridad, ipseidad, ética, hermenéutica Abstract The relationship between two great genres of the platonic thinking, the Same and the Other, has suffered a reduction in occident’s metaphysics that gives preponderance to the irst, limited to the sphere of the “I”, and subordinates the second to a marginal or unthinkable level. Paul Ricoeur develops in Oneself as Another a critical hermeneutics that, going against the dreadful premonitions of postmodernity, confronts the subjective pitfalls widening the meaning of selfness and alterity. His proposal of a “hermeneutics of oneself” avoids the position of the subject as a self-founded focus and interprets the alterity as a no univocal signi icance distinguishing “inner subjective” and “outer subjective” alterity levels. Ricoeur’s ethic proposes a third way that takes distance of the phenomenological variant related to Husserl, anchored in the consideration of the transcendental subject, and the post-phenomenological posture of Levinas, whose hyperbolic exaltation of the Other excludes the participation of the self. The sel hood , which is important in this hermeneutic, is the ethic pole of the personal identity (narrative) that testi ies the space of openness of the self and the recognition of the other, in an adequate distance that allows a hospitality 85 ISSN 0717 - 7801 that’s not abusive, that assumes it in it’s difference without pretending to trespass that obdurate distance. Keywords: oneself, alterity, sel hood, ethic, hermeneutic. 86 Beatriz Contreras Tasso 1. Introducción El planteamiento ilosó ico de la cuestión de la alteridad tiene una larga historia marcada por una tradición que ha privilegiado el protagonismo del Mismo frente al Otro (Parménides y Platón), (Kearney, 2004, p. 205). El enigma del Otro, es decir, su extrañeza provoca tal perplejidad que la razón ha optado también por relegar la alteridad al dominio del inconsciente cultural del mito, del arte o de la religión o simplemente, la declara impensable. Este gesto se agudiza en la época Moderna con la exaltación de la subjetividad, cuyo centro es el yo, y por tanto, la alteridad permanece en la periferia. La fenomenología vuelve sobre este tema con Husserl y luego Sartre y Heidegger, con la apercepción trascendental, la mala fe o la existencia inauténtica respectivamente, aunque dichos importantes intentos no agotan el objetivo de pensar al otro como tal. La mirada post-fenomenológica de Levinas problematiza estos intentos y realza la dimensión de exterioridad o de incomunicabilidad que la alteridad entraña. En el horizonte postmoderno la cuestión de la alteridad y su relación con el sí mismo ha devenido un tema ilosó icamente di ícil y se renuncia a establecer puentes de contacto entre ambos, proclamando toda tentativa como sospechosa de logocéntrica, ontoteológica o de ontología (Levinas, Derrida1), (Caputo, 2000, p. 156). No obstante dicha claudicación ilosó ica, Paul Ricoeur plantea una nueva opción, o tercera vía, en la línea hermenéutica, que se sitúa entre la opción romántica de comunión amistosa con el otro y la incomunicación radical; su enfoque postula una inclusión no ingenua de la alteridad. Su propuesta es una interpretación que traspasa la relación de contraposición entre mismidad/ alteridad –relación disyuntiva- a partir de la consideración de una transición entre ambos polos: el camino propuesto es la articulación fundamental de mismidad y alteridad a través de la dimensión ética de la ipseidad. Examinamos en este artículo la vía hermenéutica propuesta por Ricoeur para fundamentar dicha proposición, expuesta fundamentalmente en su pequeña ética desarrollada en la obra Sí mismo como otro (Ricoeur, 1990). Ricoeur lleva a cabo una hermenéutica cuyo sentido crítico exhibe una interpretación no ingenua de la relación entre mismidad y alteridad2. 1 (Caputo 2000, pp. 156). Este autor propone una hermenéutica radical, inspirada en los deconstruccionismos de Derrida, Blanchot y Lyotard. 2 Tal camino exige cautela para no caer en una mirada ingenua del problema, ni repetir los empeños meta ísicos del pasado, que han reducido la dimensión de la alteridad a la mismidad. 87 ISSN 0717 - 7801 Por una parte, abandona la expectativa de objetivación y de trasparencia de la relación y, por otra, propone una exploración provisoria cuyos resultados solo pueden ser atestiguados a través de una ética de la ipseidad. Su punto de apoyo es la profunda convicción de que la alteridad no es un polo exterior inaccesible, que podamos dejar de lado, sino un elemento esencial en la hermenéutica del sí y su acción. Sin embargo, no se trata de una interpretación unívoca, pues se pueden distinguir distintas formas de alteridad y también niveles de manifestación que podrían agruparse en dos áreas: el nivel de intrasubjetividad y el nivel de intersubjetividad3. En términos ricoeurianos se trata de “la alteridad primera, para distinguirla de la alteridad de lo extraño” (Ricoeur, 1990, p. 363). La primera es una alteridad en el sí mismo, la segunda pertenece a la dimensión del otro como distinto de sí. Según esta distinción, no hay una sola forma de alteridad, ésta se modula según rasgos peculiares que abarcan la dimensión dialéctica de la alteridad matizada por los polos intra y extra subjetivos, y en cada uno de ellos podemos distinguir a su vez distintas iguras. Con este ensanchamiento hermenéutico Ricoeur subraya el carácter polisémico de la alteridad: “[…] el cual […] implica que el Otro no se reduzca, como se a irma fácilmente, a la alteridad de un Otro”, (prójimo), (Ricoeur, 1990, p. 352)4. De este modo, en la perspectiva de la hermenéutica del sí mismo podemos acceder a la alteridad porque nunca salimos totalmente de dicha esfera de interacción en nuestra propia dimensión personal, no obstante lo cual dicho acceso no sea simple ni directo. La mediación de la alteridad es fundamental para la propia comprensión del sí, pero eso no disminuye en el sí grados de opacidad y de pasividad. Entonces, el intento de Ricoeur es encontrar vías de mediación que permitan descifrar esta cuestión sin desconocer sus límites. Su tentativa es una interpretación de la alteridad no totalizadora sino abierta, guiada por sus diversas formas de manifestación, las cuales preservan una cierta equivocidad; mediaciones frágiles que se encuentran circunscritas al modelo más amplio de la hermenéutica del relato5. “Parece así 3 Estos términos aparecen destacados para evitar que se entiendan desde una perspectiva subjetivista, que es la que se intenta superar. 4 En francés el texto distingue la palabra l’Autre de d’un Autrui, es decir, distingue al otro del prójimo, con lo cual se subraya la diferencia. 5 La narrativa es una vía de manifestación indirecta de la alteridad, podríamos decir, una huella simbólica, en la medida en que contiene trazos de alteridad. Así, “[…] la recepción de las obras de icción contribuye a la constitución imaginaria y simbólica de los intercambios afectivos de palabra y acción. El ser-­‐afectado según el modo de icción se incorpora al ser-­‐afectado del sí según el modo ‘real’” (Ricoeur 1990, p. 366; Kemp, 2010, pp. 35-­‐59). 88 PAUL RICOEUR: ARTICULACIÓN ÉTICA DE IPSEIDAD Y ALTERIDAD que la afección del sí por lo otro distinto de sí encuentra en la icción un medio privilegiado para experiencias de pensamiento que no pueden ser eclipsadas por las relaciones ‘reales’ de interlocución y de interacción” (Ricoeur, 1990, p. 366). El desa ío es, como precisa Richard Kearney (2004, pp. 205-­‐18), abordar la oposición entre el sí y el otro reconociendo la diferencia entre ambos, sin por ello separarlos radicalmente hasta el punto de negar toda relación entre ellos. Ricoeur apela a la narrativa como un género de interpretación que antecede y prepara el terreno de la ética, por ser una práctica interpretativa capaz de reparar los lazos recíprocos entre estos dos polos: el autos y el heteros. 2. Identidad y diferencia Un gesto de audacia: Ricoeur procede a la interpretación de la alteridad a través de la recuperación crítica de la pregunta por la identidad personal (narrativa); gesto valiente porque supone volver sobre la cuestión de la mismidad, con el riesgo asociado al planteamiento de la subjetividad y la supremacía del polo egológico6. La dirección fenomenológica que permite a Ricoeur descubrir alteridad en la identidad es la dimensión relacional del sí7, anclada en experiencias de pasividad- alteridad que no dependen del sí. Por ejemplo, el nacimiento, como acontecimiento que remite a otro en el origen; el inconsciente como ámbito que expresa una alteridad que expone al sí a su propio extrañamiento; el cuerpo y su excentricidad o la extrañeza de la enfermedad, el sufrimiento, etc. Todas estas experiencias son expresión de la dimensión de pasividad de la existencia que descentran al sí, que lo sacan de su aislamiento y lo dirigen hacia lo otro. Este carácter intencional permite romper con la concepción de un sujeto imperial -como dice Jean Grondin (2003)-, encerrado en su predominio de autotransparencia, y desplazarse hacia una consideración del sí mismo enriquecida por dichos testimonios de alteridad. El ánimo epistemológico de esta tarea es la sospecha de una concepción inadecuada, por estrecha, de la identidad en relación al ente humano. La hermenéutica del sí examina su modo peculiar de continuidad en el tiempo, 6 Nos referimos al cuestionado gesto de auto-posición del yo como polo único de referencia que impide la consideración del otro como tal, gesto reduccionista exaltado por las iloso ías del sujeto, herederas del cogito cartesiano, que han contribuido a la situación de clausura mencionada. (Ricoeur, 1990 [Prólogo], pp. xi-xl). 7 Hay una distinción interesante de Waldenfels sobre alteridad relacional del extranjero por oposición a alteridad relativa del extranjero, propuesta por Platón en el So ista. (Kearney 2004). 89 ISSN 0717 - 7801 para realzar una doble valencia de la identidad: idem e ipse. El sí mismo es tal a través del tiempo de dos maneras, como permanencia y como mantención en el tiempo. En el primer caso, la permanencia remite a la inmutabilidad del idem, mismidad pasiva que expresa la similitud del individuo que lo hace permanecer el mismo a través del tiempo y ser reconocible a pesar de las transformaciones que este experimenta: decimos que es el mismo de antes. En el segundo caso, la forma temporal que le corresponde a la identidad es la mantención de sí o conservación activa de sí, en el cambio, el polo ipse (Ricoeur, 1990, p. 352). Este polo de la ipseidad contiene grados de transformación que abarcan la capacidad ética del sí, aquella continuidad que mani iesta el horizonte de sus compromisos, y cuyo fenómeno ejemplar es la promesa8. Se otorga un privilegio especial a dicho acto, que no es el único, por su inclusión del otro. La promesa es ante todo testimonio de consideración a otro, y exhibe un grado de compromiso ligado al cumplimiento de la palabra dada a alguien que nos interpela y suplica. El carácter ético privilegiado del acto de prometer es la referencia: el que promete es capaz de postergarse a sí mismo en favor de otro. Se trata de una deuda contraída con otro por anticipado. La promesa exhibe la temporalidad humana en clave ética. Se mantiene la palabra a pesar del paso del tiempo y sus vicisitudes. La ipseidad es esa perseverancia del sí que testimonia un núcleo cambiante de su persona capaz de autoa irmarse (atestación de sí9) en los actos que dan testimonio de su continuidad. Es decir, en el centro de la ipseidad está la intencionalidad ética que se funda en la alteridad. La ipseidad como capacidad de apertura y relativización del sí es un elemento revelador de la polisemia de lo Otro. En dicho sentido, la ipseidad se despliega en la dialéctica intra y extra subjetiva; estos modos de manifestación de la alteridad permiten al sí alcanzar grados de mantenimiento de sí que se rea irman en dicha interacción. La promesa es el acto ejemplar para mostrar la presencia del Otro que sí (otros sí) en el núcleo de la ipseidad. En suma, la hermenéutica del sí conquista un horizonte de co8 El valor de la promesa, su sentido más íntimo, no se reduce a un acto performativo, un acto de habla que al pronunciarse se cumple. El sentido moral de la promesa es el de un compromiso que responde al llamado de otro al que queremos ser ieles. Lo que Marcel llama la disponibilidad: “[…] de ti, me dice el otro, espero que cumplas tu palabra […] a ti yo respondo: puedes contar conmigo”. (Ricoeur 1990, pp. 292-­‐3; Begué, 2010, p. 90). 9 La igura de la atestación de sí, posee en Sí mismo como otro una doble signi icación, metódico-­‐ hermenéutica, en cuanto umbral veritativo de la propuesta ética, pues el sí no se demuestra, sino que se atestigua. Y la dimensión ontológica, pues la atestación es un momento de transgresión de la mismidad en pos de la relación de apertura con la alteridad. El sí mismo se atestigua en un proceso de rea irmación enriquecido por la mediación del otro. Esta relación puede ser adscrita también, a juicio de Ricoeur, a la hospitalidad básica entre el si y el otro. (Contreras, 2010). 90 Beatriz Contreras Tasso pertenencia originaria entre el sí mismo y el otro. La vía a través de la cual procede es la distinción de una doble valencia de la identidad, que no se agota en los grados de individuación subjetivos, sino que remite a modalidades de pasividad de la identidad referidas a la alteridad propia y a grados de manifestación excéntricos que remiten a la interacción con otros. Con este ensanchamiento de la identidad personal se amplía y enriquece el polo de interioridad (intimidad) en la que somos en cada caso nosotros mismos, sin anular su individualidad irreductible, que adquiere una densidad relacional. Es decir, el ámbito de la mismidad se per ila en relación con la alteridad, no como un momento exterior que le aporta grados de diversidad, sino como horizonte constitutivo de su posibilidad de ser en cuanto tal. No obstante lo dicho, la identidad propia no se agota en su relación intencional con la alteridad, pues ese fondo íntimo irreductible es el polo en el cual se funda la imputabilidad moral10. La estima de sí, como veremos a continuación, da cuenta de ese proceso re lexivo que aquilata los propios actos, motivados por otros, pero a in de cuentas, imputables a un sí que es capaz de responder por ello11. La ipseidad es una dimensión ejemplar de apertura del sí que refuerza su dimensión de intencionalidad ética, al con irmar su inclusión de la alteridad como dirección esencial del obrar humano, y le aporta en la interacción elementos de imprevisibilidad que exhiben modalidades de pasividad. Ricoeur rea irma esta originariedad de la relación mismidad/ alteridad en la propuesta ética desarrollada en Sí mismo como otro a través de su célebre formulación: “intencionalidad de la ‘vida buena’ con y para otro en instituciones justas” (Ricoeur, 1990, p. 176). En esta de inición aparece una referencia tácita a dos conceptos éticos recíprocos centrales, que representan la relación dialéctica del sí mismo con el otro: la estima de sí y la solicitud. Ambas formas de vinculación ética refuerzan el lazo de reciprocidad constitutivo de las relaciones interpersonales. La solicitud se erige como respuesta y preocupación que despliega el sí por el otro, que lo solicita, lo cual En relación con la supremacía de la alteridad, que impone una distancia supuestamente absoluta entre el yo separado y el otro que enseña desde la ética de Levinas, Ricoeur le replica: “Si otro no contase conmigo, ¿sería yo capaz de mantener mi palabra, de sostenerme?” (Ricoeur 1990, p. 379). Véase sobre este punto mi análisis de la identidad (Contreras, 2010 [§ 3] pp. 55-70). 11 Esta precisión es mportante pues permite explicar la distancia que separa a Ricoeur de una imterpretación radical de la alteridad al estilo de Levinas, la cual clausura toda posible reivindicación del sí mismo, en aras de una exaltación hiperbólica de la alteridad. 91 ISSN 0717 - 7801 supone en el sí la posibilidad de ponerse en el lugar del otro y considerarlo en su persona. Tal acto hace posible su propia estima; estima de sí que describe la vuelta del sí mismo desde la apreciación de las acciones desarrolladas en el mundo (por otro) a la valoración del agente involucrado en dichas acciones12. Ambos polos se retroalimentan en la relación mutua de la amistad, en el plano interpersonal, y se retraducen como necesidad de justicia en el plano social de las instituciones (Ricoeur, 1990, p. 182). 3. Una hermanéutica del sí Desde el punto de vista metódico, la interpretación hermenéutica no remite al yo como protagonista de la interpretación, sino que propone un desplazamiento de dicho término, para poner el énfasis en otra dimensión del agente humano descentrada y relacional, que Ricoeur introduce con el pronombre re lexivo sí. Este uso, justi icado al comienzo del prólogo de Sí mismo como otro (Ricoeur, 1990, p. xi), parte de una crítica de las iloso ías herederas del cogito cartesiano, sostenidas en el carácter incuestionable de estabilidad y de coincidencia del yo. La interpretación propuesta es la de un cogito herido (blessé) que se sitúa a una justa distancia de la exaltación o humillación del cogito, ni tan lejos como para quedar atrapada en dicha oposición, ni tan cerca como para constituirlo en referente último. El proyecto es una hermenéutica que desplaza al yo por el sí13. La diferencia entre decir sí y decir yo marca un desplazamiento respecto del yo que se pone o es depuesto, por un sí que está implicado en una re lexión cuyo análisis precede el retorno hacia sí mismo (Ricoeur, 1990, [Prólogo]). Es decir, la hermenéutica del sí opera a través de sus mediaciones (lingüísticas, práxicas, narrativas y éticas14) y no directamente. En esta tarea, la pregunta ética adquiere un rol 12 “A la estima de sí, entendida como momento re lexivo del deseo de ‘vida buena’, la solicitud añade esencialmente la de la carencia, que hace que necesitemos amigos; por repercusión de la solicitud sobre la estima de sí, el sí se percibe a sí mismo como otro entre los otros” (Ricoeur 1990, pp. 200-1). 13 No se trata de una subjetividad substancial (Descartes) ni de una subjetividad ilusoria (Hume, Nietzsche), sino de una identidad en el sentido del ipse, que marca la diferencia entre una identidad substancial o formal y una identidad narrativa (Busacchi 2008, p. 313). 14 En Sí mismo como otro se fundamenta este rodeo por las mediaciones mencionadas, dada la necesidad metódica de objetivar el análisis y veri icar en las distintas aproximaciones o registros del sí mismo los aportes y las insu iciencias que justi ican dar un paso hacia el registro narrativo y centrar inalmente el estudio en la ética. 92 PAUL RICOEUR: ARTICULACIÓN ÉTICA DE IPSEIDAD Y ALTERIDAD central en la aclaración del sí mismo, porque permite develar el quién de la acción, traspasando la indagación lingüística (semántica y pragmática), y la pregunta analítica acerca de la acción, pues estos registros permanecen en el umbral de la cuestión, toda vez que se preguntan por el qué de la acción. Por el contrario, la narrativa -como momento preparatorio- y la ética –directamente- al preguntar por el sí en su condición de agente imputable permiten un acceso al sí que atestigua el quién de la acción, exhibiendo la dimensión de su capacidad desde una perspectiva de la acción que revela su ser de manera privilegiada. Con lo dicho se despeja el ámbito desde el cual se lleva a cabo la interpretación, un sí en vez del yo, procedimiento metódico que intenta descentrar el yo como polo aislado de la indagación, sin desconocer sus zonas de interioridad e intimidad. Además, se esboza un camino de lectura indirecto, por vía del rodeo, a partir de las dimensiones en las cuales el sí se autocomprende ya siempre como referido a otros, pues sus propios relatos dan cuenta de la intersubjetividad como momento esencial e indisociable de su mismidad. “En efecto, en el plano propiamente fenomenológico, las múltiples maneras con que lo otro distinto de sí (l’autre que soi) afecta a la comprensión de sí por sí señalan precisamente la diferencia entre el ego que se pone y el sí que sólo se reconoce a través de estas mismas afecciones” (Ricoeur, 1990, p. 365). En este sentido, el sí mismo –fruto del ensanchamiento expuestoes una noción que abre el espacio de comprensión que transita desde el sí al otro. La ética representa el último recodo de este camino indirecto que intenta penetrar en las oscuridades del sí mismo. Una consecuencia de este tránsito del sí a formas de alteridad implicadas en su propio análisis, como se ha anunciado, es la ampliación de la comprensión de la alteridad inscrita en diferentes formas y registros que abarcan experiencias de familiaridad y extrañeza. La dimensión intrasubjetiva de la alteridad se atestigua por dos vías: 1) En la propia alteridad de la carne, del cuerpo en su esencial extranjería: “Yo, en cuanto este hombre: ésta es la alteridad primera de la carne respecto a cualquier iniciativa. Alteridad signi ica aquí primordialidad respecto a cualquier intención” (Ricoeur, 1990, p. 360). Esto explica el sentido de pasividad inherente a toda alteridad; el sí no es inmune a dichas síntesis pasivas que son la raíz sobre la cual se edi ica el yo puedo. La pasividad o alteridad del cuerpo propio es ontológicamente 93 ISSN 0717 - 7801 anterior a cualquier distinción entre lo voluntario y lo involuntario, con lo cual las fronteras de mismidad y alteridad se vuelven permeables, o como dice Ricoeur: “resulta que la ipseidad implica una alteridad ‘propia’, si se puede hablar así, cuyo soporte es la carne. En este sentido, aunque la alteridad de lo extraño pudiese –en un supuesto- derivarse de la esfera de lo propio, la alteridad de la carne le sería aún anterior” (Ricoeur, 1990, p. 360). 2) A través de la alteridad de la conciencia (Gewissen), una voz que milita entre lo propio y lo ajeno: “La metáfora de la voz, a la vez interior a mí y superior a mí, es el síntoma o el indicio de esta pasividad sin igual” (Ricoeur, 1990, p. 380)15. Por otra parte, la dimensión intersubjetiva atestigua al otro extraño, cuya alteridad abarca distintos grados que pueden expresar lo otro en minúscula o mayúscula: lo monstruoso, lo divino, o lo humano. Por tanto, el desa ío de tender un puente hacia la alteridad supone grados de pasividad que le son inherentes e intenta descubrir zonas de conexión entre pasividad y actividad, basadas en la evidencia fenomenológica de la reversibilidad de funciones entre el sí y el otro: cada cual puede ser el agente o paciente, el que actúa o el que sufre, de donde resulta que la mirada es de ida y vuelta. Entonces, no se piensa el otro distinto de mí, como otro yo (Husserl), sino como otro sí: esta posibilidad encuentra su mayor despliegue en la interacción ética y no gnoseológica16. Esta reversibilidad entre el sí y el otro es posible a través de la dimensión ética de la ipseidad como consentimiento al encuentro con el otro, como respuesta a su solicitud, única garantía posible de su propia estima, o estima de sí. El sí es capaz de estima de sí por su relación con el otro y este intercambio ético tiene la forma de compromiso en la promesa, instancia central del despliegue de la ipseidad. Sobre esta base ética de la condición pasible del ser humano, en tanto que apertura a lo otro, se sitúa Ricoeur a una misma distancia crítica tanto de Husserl y su derivación 15 “En este íntimo coloquio, el sí aparece interpelado y, en este sentido, afectado de modo singular. A diferencia del diálogo del alma consigo misma, del que habla Platón, esta afección por una voz ‘otra’ presenta una disimetría importante, que podemos llamar vertical, entre la instancia que llama y el sí llamado. Es la verticalidad de la llamada, igual a su interioridad, la que constituye el enigma del fenómeno de la conciencia.” (Ricoeur, 1990. p. 381). Se releva el punto de no retener interpretaciones moralizadoras en la metáfora de la voz, pues la metáfora puede ser encubridora o descubridora. La distinción hegeliana aporta en este sentido al recuperar una conciencia actuante y no juzgadora, fruto del mutuo reconocimiento entre dos. Éste es el fenómeno auténtico de la conciencia. 16 Ricoeur reconoce a Husserl con su concepto de traslación analógica en la apresentación el conferir al otro su calidad de semejante: “La semejanza fundada en el apareamiento de carne con carne viene a reducir una distancia, a corregir una separación, allí mismo donde crea una disimetría.” (Ricoeur, 1990, p. 372). 94 Beatriz Contreras Tasso del alter ego a partir del ego17 como de la posición de Levinas, que asigna al Otro la iniciativa exclusiva de la asignación del sí a la responsabilidad. 4. Husserl y su reducción a lo propio Ricoeur apuesta, como se ha mostrado, por la circularidad de la relación entre el sí y el otro en el horizonte ético que la hace coexistir a pesar de la bipolaridad que la enfrenta. Si bien reconoce la traslación analógica de sentido husserliana como una tentativa de establecer un lugar de semejanza al otro, como otro yo, que intenta trasgredir la experiencia de la carne propia, esta tentativa sigue presa de su presupuesto gnoseológico (Quinta Meditación). En esta perspectiva, se parte desde el polo del yo y cuando se dice del otro: “‘él piensa’, ‘ella piensa’ signi ica: él/ella dice en su interior: yo pienso” (Ricoeur, 1990, p. 372). Sin embargo, Ricoeur agrega que tal “traslación analógica de mí al otro se cruza de nuevo con el movimiento inverso del otro hacia mí. Lo cruza, pero no lo anula” (Ricoeur, 1990, p. 372). Es decir, la presuposición del otro no procede de un proceso gnoseológico, por antepredicativo que pueda ser, pues en tal operación es el ego lo que se puede constituir en alter ego al modo husserliano. Sin embargo, es el sentido alter lo que interesa examinar. A juicio de Ricoeur el alter es una presuposición de otro rango, que se registra en la dimensión ética. La constatación de la afección del ipse por el otro descarta la inmediatez del sujeto consigo mismo en el momento mismo del origen, cuando el sí recibe pasivamente la vida. Asimismo, el reconocimiento de la mediación del sí por la estructura fundamental del ser-en-el-mundo permite abandonar la pretensión de una correspondencia intersubjetiva inmediata y transparente a la conciencia. Por tanto, también los lazos intersubjetivos que dan cuenta de la comunidad entre el sí y otro deben mantener una cierta equivocidad, un sentido hermenéutico no ingenuo, que trabaja sobre la base de relaciones reales entre los hombres, afectadas tanto por la luidez y familiaridad como por la irreductible extrañeza. Toda la variedad de posibles formas tanto de ipseidad como de alteridad dan cuenta de esta distancia insoslayable, que no parte de categorías ilusorias, de lo que sería un otro angelical o un sí demoníaco (Levinas), sino de ambos en sus distintos grados de proximidad o lejanía en sus diversas formas de interrelación (privada y pública). 17 En la noción de lo Mismo la referencia a lo Otro no es un mero analogón que puede ser deducido a partir de la epoché, porque su presencia, la del otro distinto de mí, me sobrepasa, esta es la experiencia que Husserl trata, sin total éxito, de expresar con el término de apresentación, una donación del otro que tiene vida propia más allá de mí. (Ricoeur, 1990, p. 370). 95 ISSN 0717 - 7801 5. Levinas y su absolutización de la alteridad Levinas es un referente importante en la propuesta ética de Ricoeur18. Con todo, existe una distancia con dicho pensamiento de la alteridad en un punto decisivo: la tentativa de Levinas de igualar alteridad con un estado de separación o de exterioridad radical. Así: “[…] una fenomenología alternativa se articula con una reorganización de los ‘grandes géneros’ del Mismo y del Otro. Porque el Mismo signi ica totalización y separación, la exterioridad del Otro ya no puede expresarse en lo sucesivo en el lenguaje de la relación […] ¿cómo pensar la ‘irrelación’ que implica semejante alteridad en su momento de absolución?” (Ricoeur, 1990, p. 374). El punto de partida hiperbólico de Levinas, a juicio de Ricoeur, es la total separación o disimetría entre el Mismo y el Otro. Este sentido de disimetría fundamental es repensado por Ricoeur para darle una dirección distinta, vinculante. Ricoeur centra su interpretación de Levinas en la igura de la hipérbole como una práctica del exceso en la argumentación ilosó ica, que exige también otro lenguaje, un lenguaje del desdecir. El exceso afecta a ambos polos: es la exterioridad absoluta del Otro, y también la total separación del Mismo19. A juicio de Ricoeur, la exacerbación de la disimetría es un gesto radical de descentramiento del Mismo que vuelve super lua la relación, por un exceso cuyo lenguaje también es otro y nos excede. Esta es la posición que Ricoeur retiene de Levinas y también la que problematiza. En su perspectiva, lo impensado de esta separación hiperbólica es la distinción entre sí y yo, la cual permite revelar la ipseidad desde la apertura y en su función descubridora. La radicalidad de la hipérbole levinasiana pone el peso en el Otro y en su poder de interpelación. Por el contrario, Ricoeur contrapone a este primado del Otro la alternativa del intercambio por el cual lo Mismo y lo Otro invierten mutuamente sus funciones, como lo atestigua el sí, por su adaptabilidad a cualquier persona, como pronombre móvil y no identi icado con un polo egológico. A este respecto, Ricoeur se pregunta: “¿no es preciso que una dialógica superponga la relación a la distancia supuestamente absoluta entre el yo separado y el Otro que enseña?” (Ricoeur, 1990, p. 378). Ricoeur hace una observación decisiva sobre Levinas: en el movimiento que va desde el Otro hacia el Mismo en la ética de la conminación hay una dinámica que supone la dialéctica de ambos polos, contenida, a juicio de nuestro autor, en 18 Es interesante el aporte que hace Kemp al situar a Ricoeur, entre Levinas y Heidegger con su propuesta positiva de la a irmación originaria como una posibilidad de superación del solipsismo, frente a una postura más escéptica tanto en la atestiguación ontológica de Heidegger, como en la interpelación ética de Levinas. (Kemp 2010, pp. 61-84). 19 No podemos discutir a fondo esta crítica, sino solo subrayar su pertinencia para comprender la propuesta de Ricoeur. 96 PAUL RICOEUR: ARTICULACIÓN ÉTICA DE IPSEIDAD Y ALTERIDAD la dimensión ética de la promesa, ámbito que permite con irmar la dimensión de apertura instaurada por la identidad del mismo en tanto que ipseidad. A saber: “¿No había sido anticipada, en el análisis de la promesa, esta dialéctica cruzada del sí mismo y del otro distinto de sí?” (Ricoeur, 1990, p. 379). Es decir, la conminación aludida supone un sí receptor de dicho llamado. 6. Conclusión La audacia de Ricoeur, más allá de la discusión con Levinas y Husserl20, es volver a reponer el tema de la identidad desde una hermenéutica diacrítica (Kearney, 2004) que no pretende zanjar la re lexión, ni tampoco tomar partido a favor de uno de los polos en discusión. Su intención es tender una puente ilosó icamente sustentable en esa disyunción que hace imposible el tránsito del sí al otro. La propuesta de Ricoeur no desconoce lo frágil del terreno, pues asume el diagnóstico crítico que ha supuesto la iloso ía contemporánea con suma seriedad. Para desarrollar su labor asume la base fenomenológica (Husserl) e introduce lo que él denomina el injerto de la hermenéutica, vía necesaria para sortear la resistencia del ente que se analiza. El ser humano no se deja comprender de manera directa, sino que se debe rastrear en sus genuinas formas de manifestación. La ética resulta ser uno de esos caminos que permiten interpretar al hombre en su dimensión de capacidad, es decir, desde la perspectiva amplia de la acción entendida como actividad y pasividad, una meta-categoría polisémica que describe al hombre en su dimensión más profunda de hospitalidad frente a otro. Ricoeur reivindica la alteridad de la conciencia como una tercera modalidad de alteridad21 que atestigua al sí por la interpelación venida del otro. La conminación de la voz de la conciencia permite dar cuenta de esa autoafección proveniente del llamado, que se articula con la posibilidad de ser conminado a... (atestiguación de sí) por otro, por quien adquiere sentido dicha interpelación22. La estima de sí se recorta sobre el fondo de la solicitud 20 A juicio de Ricoeur, hay dos formas reductoras del tratamiento de la alteridad de la conciencia: en el caso de Heidegger, reducción del ser deudor al extrañamiento vinculado a la facticidad del ser-en-el-mundo; y en Levinas, una reducción de la alteridad de la conciencia a la exterioridad del otro manifestada en su rostro, a saber, “[…] no hay en E. Levinas una modalidad distinta de esta exterioridad.” (Ricoeur, 1990, pp. 393-­‐6). 21 La tercera modalidad de alteridad, frente a Heidegger y Levinas, no niega una cierta equivocidad al estatuto del Otro que nos previene de un ejercicio reduccionista de la alteridad. 22 Ricoeur acude también al modelo psicoanalítico para ilustrar la capacidad originaria de interpelación del sujeto ético. Especí icamente, se re iere a Heinz Kohut, quien postula que la formación del self o polo de identidad está en conexión con la participación de los self-objects o polos 97 ISSN 0717 - 7801 del otro en la promesa, acción que debe ser mantenida en el tiempo como cumplimiento de una expectativa ajena; aunque a través de dicha acción nos mantenemos a nosotros mismos en una cierta forma del dar, una idelidad respecto de lo que somos o proyectamos para nuestra propia vida como totalidad23. Para terminar, la ipseidad atestigua al sí mismo como otro. En la ética de la promesa el sí es capaz de ponerse en la situación del otro, puede imaginarse la posición del otro, sin anular su alteridad, ni transformarla en una dimensión propia; Ricoeur describe esta relación como una justa distancia que no expulsa al otro, ni tampoco lo asimila a sí. El como de la formulación Sí mismo como Otro es el signo más importante de esa cercanía y distancia, circularidad hermenéutica no anulable, inscrita en toda relación con la alteridad. Por tanto, la ipseidad es a la par una huella de la diferencia, revela esa distancia inconmensurable a partir de la cual se tejen todos los lazos y puentes de acercamiento que atestiguan una red de relaciones, que comporta grados de opacidad y de convergencia. La ética de la promesa propicia el cruce en el cual se acorta la distancia, se repara la herida y se restaura una disimetría en la acción de un sí y un otro amparados por la reciprocidad. de alteridad que sostienen la cohesión del yo. (Ricoeur, 2008). 23 La lexibilidad de la identidad muestra la imposibilidad de dar cuenta de la totalidad. Jamás tenemos una posición total, de término respecto de la existencia; tampoco accedemos al origen, a nuestro nacimiento. ¿Cómo referirnos a un sentido englobante de la historia de una vida inconclusa y arrojada? Es posible reconstituir la propia vida con una suerte de unidad, pero esto no signi ica reconstituirla en una unidad narrativa, sino pre igurativa, pues yo no puedo contar mi muerte, sólo proyectarme a esa posibilidad. (Ricoeur, 2008, [nota al pie] p. 314). Es decir, la intencionalidad de una vida buena se funda en un sentido de totalidad, una cierta proyección de una vida con sentido. Asimismo, si mi vida no puede ser cogida como una totalidad singular, yo no podría desear jamás que ella fuera cumplida o realizada. (Ricoeur, 1990, pp. 158-166). Para la relación de relato y proyección o expectación (Ricoeur 2008, pp. 288-9), donde retoma a Heidegger, Gadamer, Koselleck, Husserl, y también a Jung por oposición a Freud. 98 Bibliogra ía Begué, M.-­‐F. 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