La ciudad de Puebla: ¿ “Prefiguración” de las ordenanzas Filipinas?.

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Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 01 junio 2011
LA CIUDAD DE PUEBLA: ¿“PREFIGURACIÓN” DE LAS ORDENANZAS FILIPINAS?
LILIÁN ILLADES
El establecimiento de ciudades en la América española respondió al interés de la monarquía por
asegurar el control del territorio conquistado. Para lograr su propósito, la Corona reglamentó, acaso
tardíamente, el surgimiento y afianzamiento de centros políticos, económicos, culturales, religiosos y
estratégicos. Los primeros asentamientos se establecieron en Las Antillas, luego en la costa
Atlántica y, posteriormente, avanzaron las fundaciones de tierra adentro.
Hispanoamérica nació y se instauró en el marco de la organización jurídica de la Corona de
Castilla. Conforme se fueron desarrollando las distintas fases de los procesos de conquista y
colonización se incrementaron las instituciones, autoridades y materias reguladas. Los profusos
ordenamientos legislativos, en continuo aumento, sirvieron para respaldar a las instituciones y dotar
a las autoridades de instrumentos que guiaran su desempeño en las posesiones de ultramar. Con
los mandatos que se fueron gestando desde las Capitulaciones de Santa Fe se formó y maduró el
derecho indiano.
Entre las innumerables disposiciones emitidas, especial significación adquieren las Nuevas
Ordenanzas de descubrimiento, nueva población y pacificación de las Indias, promulgadas en el
verano de 1573 por el monarca Felipe II. Atendiendo al contexto histórico en que se expidieron las
mencionadas ordenanzas, la relevancia de éstas reside en que de manera oficial cerraron el proceso
de conquista y abrieron el camino hacia la colonización pacífica. El capítulo 29, a la letra dice: “Los
descubrimientos no se den con titulo y nombre de conquistas pues aviendose de hazer con tanta paz
y caridad como desseamos no queremos que el nombre de ocasión ni color para que se pueda
hazer fuerza ni agravio a los Indios.”1 Si bien, el gobierno imperial elaboró leyes destinadas a
proteger a los naturales, éstas fueron continuamente quebrantadas por los conquistadores y
colonizadores, impidiendo la pacífica ocupación del territorio prevista por la Corona.
“Previsión en que se declara la orden que se ha de tener en las Indias, en nuevos descubrimientos y
poblaciones que en ellas se hizieren”, en Cedulario Indiano recopilado por Diego de Encinas, Oficial Mayor
de la Escribanía de Cámara del Consejo Supremo y Real de las India, ed. facsimilar, estudio e índices por el
Doctor Don Alfonso García Gallo, tomo IV, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1945, ordenanza 29, p.
235.
1
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El corpus jurídico formalizó y sistematizó las pautas para los descubrimientos, la
colonización, la jurisdicción territorial, la organización política, la base económica y la programación
urbana que sustentaría a las nuevas fundaciones. Para la Corona, era imprescindible garantizar la
perpetuidad de los asentamientos, ya que la experiencia previa había llevado al fracaso a no pocas
fundaciones.
En el año en que las ordenanzas fueron aprobadas por el monarca, en América ya existían
aproximadamente doscientos cincuenta centros urbanos españoles, de los cuales, una treintena
estaba esparcido en tierras novohispanas.2 A este conjunto pertenece la ciudad de Puebla, fundada
en 1531 con el nombre de Los Ángeles. De su secular pasado, aún se conserva la monumentalidad
de abundantes inmuebles y la armonía de su casco antiguo, derivada de la simetría de su diseño.
Con la finalidad de esbozar plausibles respuestas a la pregunta planteada en el título de este
texto, es imprescindible hacer alusión a las directrices que sobre ordenamiento urbano impulsó la
Corona de Castilla. Es posible rastrear en diversos instrumentos normativos, producidos en la
metrópoli durante el siglo XVI, los fundamentos de la colonización española en América y sus
antecedentes medievales; sin embargo, en este texto se intenta mostrar la impronta de la
experiencia americana en las ordenanzas filipinas.
Las pautas de urbanización previas a 1573 fueron aisladas; no obstante, inspiraron diseños
sencillos y regulares cuyas edificaciones presentaron una nutrida decoración en las ciudades más
prósperas. Hispanoamérica forjó ciudades rectilíneas, opuestas en su exterior a los laberínticos
centros urbanos medievales.
En el año en que las ordenanzas filipinas fueron promulgadas, la ciudad de Puebla ya
contaba con una historia que había arrancado poco más de cuatro décadas atrás. Esta ciudad se
consolidó como la segunda en importancia en el virreinato de la Nueva España y constituye un
incontestable ejemplo del diseño ortogonal plasmado en los centros urbanos que se erigieron en
superficies planas. El trazo rectilíneo que caracterizó a la mayor parte de los asentamientos
ultramarinos iniciaba en la plaza principal, con predominio de polígonos cuadrangulares, pero en
Francisco de Solano, “Los inicios de la colonización sistemática”, en Francisco de Solano y María Luisa
Cerrillos (coords.), Historia Urbana de Iberoamérica, tomo II, vol. 1, Comisión Quinto Centenario/Junta de
Andalucía/Consejería de Obras Públicas y Transportes/Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de
España, Madrid, 1990. p. 19.
2
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Puebla se realizó una planta rectangular.3 La Habana, Santiago de Cuba, Veracruz, Valladolid y
Cartagena, entre otras, fueron ciudades casi regulares, cuyas plantas tenían plazas trapezoidales y
calles alineadas con tendencia a la escuadra. Los compases se hicieron en forma de rinconada,
mordiendo la esquina de una manzana, para dar vista a alguna iglesia o monumento.4 En
Hispanoamérica, las plazas rectangulares fueron la excepción y, en Puebla, esta forma alcanzó la
magistral exactitud.5
Los primeros asentamientos carecieron de un reglamentación que contuviera el esquema en
que debían cimentarse las ciudades y villas hispanoamericanas, cuanto más, la Corona formuló
escuetas pautas. Antes de la promulgación de las ordenanzas filipinas, el Consejo de Indias no
elaboró instrucciones que indicaran el uso de formas urbanas específicas; en 1513 sólo sugirió que
los poblados parecieran ordenados una vez señalado el lugar de la plaza, iglesia y calles.6
Una década más tarde, en la Instrucción que su Magestad del Rey don Carlos, y doña Juana
su madre dieron a don Hernando Cortes, para el buen tratamiento y conversión de los Indios, y su
población y pacificación y buen recaudo de la real hazienda, en la qual van puestos los capítulos de
la instrucción que se dio a Diego Velazquez año de diez y ocho para nuevos descubrimientos, se le
sugirió al conquistador que realizara fundaciones en superficies firmes y no pantanosas; se
abstuviera de poblar en zonas de aires malsanos y se le aconsejaba buscar sitios cercanos a
montes, con aguas disponibles y tierras para los cultivos.7 También se le indicó reservar el espacio
para la iglesia y la plaza; asimismo, se le pidió que las calles presentaran una fisonomía ordenada
una vez edificadas las casas. En la instrucción se recalcaba que si estas medidas no se tomaban
desde el inicio, después sería imposible que los poblados mostraran un aspecto armónico. En
relación con el reparto de tierras, a Cortés se le indicó que debían distribuirse en peonías y
caballerías, atendiendo a la calidad de las personas y de acuerdo a los servicios que hubieren
prestado; además, se puntualizó que a todos los pobladores les tocarían tierras de buena, regular y
3
El rectángulo fue la figura elegida por Marco Vitrubio Polión para representar la ciudad ideal. Vitruvio fue
arquitecto de Julio César y autor de De arquitectura, el tratado más antiguo que se conserva en esta materia.
Ibid., p. 27.
4
Fernando Chueca Goitia y Leopoldo Torres Balbas, Planos de ciudades Iberoamericanas y Filipinas
existentes en el Archivo de Indias, Instituto de Estudios de Administración Local/Seminario de Urbanismo,
Madrid, 1951, p. XVI.
5
Ibidem.
6
Francisco de Solano, op. cit., p. 24.
7
“Instrucción que su Magestad del Rey don Carlos, y doña Juana su madre dieron a don Hernando Cortes,
para el buen tratamiento y conversión de los Indios, y su población y pacificación y buen recaudo de la real
hazienda, en la qual van puestos los capítulos de la instrucción que se dio a Diego Velazquez año de diez y
ocho para nuevos descubrimientos”, en Cedulario Indiano…, instrucción 11, p. 250.
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mala calidad, de manera proporcional a la valía de cada particular.8 La cantidad de solares y tierras
adjudicadas a cada poblado quedaría a consideración del conquistador, cuidando de no perjudicar a
terceros. Una vez realizado este proceso, había que remitir a España la relación de lo que a cada
nuevo vecino se le hubiere otorgado para que se expidiera la confirmación real.9
En la instrucción destaca la preocupación del gobierno imperial por la elección del sitio,
factor imprescindible para cobijar a largo plazo a una población. Por ello, era esencial seleccionar un
suelo apropiado bañado de aires sanos, con montes, aguas y tierras de labranza. Especial
recomendación fue el cuidar la alineación al distribuir los espacios, en donde la plaza y la iglesia
cumplían un papel primordial. Por último, había que garantizar la subsistencia de los nuevos vecinos
mediante la cesión de terrenos destinados al trabajo agrícola y a la crianza de ganado. Las
superficies adjudicadas, medidas en peonías y caballerías, evidencian la sociedad jerarquizada en
gestación. Por otra parte, la Corona delegó en el conquistador la asignación del territorio que le
correspondía a las fundaciones. Con el transcurrir del tiempo, la delimitación de las jurisdicciones
pasó a manos reales.
De excepcional significación es un párrafo de la quinceava instrucción, en la que la
monarquía reconoce la ausencia de reglamentaciones concretas para conducir el proceso de
colonización; por lo tanto, apelaba a la experiencia adquirida por los conquistadores en el Nuevo
Mundo para resolver la problemática específica que presentaba la geografía, el clima, el suelo, los
recursos naturales y la presencia de la población nativa: “Y porque desde aca no se puede dar regla
particular para la manera que se ha de tener en hacerlo, sino la experiencia de las cosas que de alla
sucedieren os han de dar la habilanteza e aviso de cómo y quando se han de hazer, solamente os
puede decir esta generalmente, […]”.10
La instrucción transmitida a Cortés está fechada en 1523, gracias a su título sabemos que
contiene las indicaciones que cinco años atrás recibió Diego Velázquez, cuya experiencia americana
inició en 1493 durante el segundo viaje de Cristóbal Colón a las Indias. Velázquez fue designado
primer gobernador de la isla de Cuba, cargo que ocupó entre 1511-1524.
8
Ibid., instrucción 12, p. 251.
Ibid., instrucción 14, p. 251.
10
Ibid., instrucción 15, p. 251.
9
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Dos años después de que Hernán Cortés recibiera la instrucción real, éste encargó a su
primo, Hernando de Saavedra,11 la fundación de asentamientos en la costa atlántica hondureña. Las
villas de Trujillo y Natividad de Nuestra Señora fueron el resultado de un esmerado diseño
cortesiano:
Comenzaréis luego con mucha diligencia a limpiar el sitio de esta dicha villa que yo dejo
talado, e después de limpio por la traza que yo dejo hecha, señalaréis los lugares
públicos que en ella están señalados, así como plaza, iglesia, casa de cabildo e cárcel,
carnicería, matadero, hospital, casa de contratación, según y como yo lo dejo señalado
en la traza e figura que queda en poder del escribano de cabildo; e después señalaréis
a cada uno de los vecinos de dicha villa su solar, en la parte que yo en dicha traza dejo
señalado, e los que después vinieren se les den sus solares, prosiguiendo por la dicha
traza; y trabajaréis mucho que las calles vayan muy derechas, y para ello buscaréis
personas que lo sepan bien hacer, a los cuales daréis cargo de alarife, para que midan
y tracen los solares e calles, los cuales hayan por su trabajo, de cada solar que
señalaren la cantidad que a vos y a los alcaldes y regidores os pareciere que deben
haber.12
En esta instrucción, fechada en 1525, sobresale la mención acerca de la traza o diseño que para el
nuevo poblado elaboró Hernán Cortés, quien además ordenó a Saavedra llevar a cabo la montea, es
decir, dibujar en el suelo el tamaño real que ocuparían los lugares públicos, civiles y religiosos, así
como los solares especificados en la traza. El orden aparece como principio fundamental; por lo
tanto, había que valerse de individuos capaces que garantizaran la correcta alineación de los predios
y de las vías de circulación.
Parece inobjetable que las ordenanzas filipinas condensaron no sólo las indicaciones con
que la Corona proveyó a conquistadores y autoridades residentes en América, sino que también
acopiaron la pericia de los artífices de la urbanización hispanoamericana asentados en las Indias
desde hacía tres cuartos de siglo.
11
José Luis, Martínez, Hernán Cortés, Universidad Nacional Autónoma de México/Fondo de Cultura
Económica, México, 1990, pp. 527-529.
“Ordenanzas municipales para las villas de la Natividad y Trujillo en Honduras, 1525. Instrucciones a
Hernando de Saavedra, lugarteniente de gobernador y capitán general de las villas de Trujillo y la Natividad e
Honduras, 1525”, en José Luis Martínez, Documentos Cortesianos, 1ª. Reimpresión, tomo I, Universidad
Nacional Autónoma de México/Fondo de Cultura Económica, México, 1993, pp. 354-355.
12
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El ordenamiento jurídico está compuesto por ciento cuarenta y ocho capítulos agrupados en
tres apartados. El primero, integrado por treinta y una disposiciones, se dedicó a los
descubrimientos, los cuales debían efectuarse en nombre de la Corona y mediante licencia real. El
antecedente más inmediato del primer apartado de las ordenanzas filipinas, se encuentra contenido
en la Cédula dirigida al Virrey del Peru, cerca de la orden que ha de tener y guardar en los nuevos
descubrimientos y poblaciones que diere, asi por mar como por tierra. La cédula real, fechada en
Aranjuez el 30 de noviembre de 1568, tuvo como destinatario a Francisco de Toledo.13
El segundo, aparece bajo el subtítulo de Nuevas poblaciones. Esta sección abarca desde el
capítulo treinta y dos hasta el ciento treinta y ocho, en ella se mencionan las condiciones deseables
que debían buscarse para garantizar el exitoso desarrollo de nuevos poblados, ya fueran de indios o
españoles; la formación del gobierno y administración; las preeminencias, privilegios y concesiones
de los fundadores, y los lineamientos urbanísticos que precisaba la confección de un pueblo, villa o
ciudad.
La última parte del trascendental documento está formada por una decena de capítulos que
establecen los criterios para evangelizar y pacificar al mundo indígena.
Las ordenanzas filipinas fueron recogidas en la Recopilación de leyes de los reynos de las
Indias, promulgadas en 1680 por Carlos II.14 En el Cedulario Indiano, formado en 1596 por Diego de
Encinas, aparece un capítulo más en relación con los que presenta la Recopilación…, ya que en
ésta, una de las disposiciones no fue numerada.
Las ciento cuarenta y nueve ordenanzas acopiadas por Encinas constituyen la esencia del
documento intitulado Previsión en que se declara la orden que se ha de tener en las Indias, en
nuevos descubrimientos y poblaciones que en ellas se hizieren.15 La Corona española confiaba en
que la aplicación de los principios expuestos en las ordenanzas, influirían decididamente en el
florecimiento, desarrollo y consolidación de los asentamientos indianos.
De los tres apartados que integran el corpus jurídico aludido, este escrito se centrará en el
segundo de ellos, específicamente en los capítulos destinados a presentar las pautas que guiaron la
selección de los lugares idóneos para el asiento de fundaciones posteriores a 1573 y las ordenanzas
concernientes al diseño de lugares, villas y ciudades de nuevo cuño.
Cedulario Indiano…, pp. 229-232.
Recopilación de leyes de los reynos de las Indias 1681, tomo IV, Miguel Ángel Porrúa, México, 1987.
15
Cedulario Indiano…, p. 232.
13
14
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En el primer párrafo del ordenamiento se explicitó su finalidad: facilitar los descubrimientos,
fundaciones y pacificaciones, para servicio de Dios, de la monarquía y de los naturales.16 Enseguida,
el documento entra en materia.
Había que escoger una región geográfica preferentemente templada; de fácil acceso para
favorecer el comercio y facilitar el gobierno, el socorro y la defensa; con abundancia de recursos
naturales, pastos y fértiles tierras, pobladas de naturales para que la fundación alcanzara su
propósito primordial: predicar el evangelio.17
Realizada la elección de la comarca, expertos descubridores precisarían el sitio que
albergaría al poblado en ciernes, cuidando de no ocasionar perjuicio a los indios. En caso de que el
lugar seleccionado estuviera ocupado por naturales, se requería la complacencia de éstos.18 En la
onceava ordenanza se preveía como medio para lograr el consentimiento de los habitantes
primigenios lo siguiente:
Para contratar y rescatar con los Indios y gentes de las partes donde llegaren, se lleven en
cada navio algunas mercaderías de poco valor, como tixeras, peynes, cuchillos, hachas,
anzuelos, botones de colores, espejos, caxcaveles, cuentas de vidrio y otras cosas desta
calidad.19
Era fundamental disponer de fuentes acuíferas, materiales de construcción, tierras aptas para el
cultivo y pastos para alimentar al ganado.20 Las disposiciones reales indicaban la inconveniencia de
poblar sitios de elevada altitud porque se dificultaría el aprovisionamiento de los asientos y éstos
quedarían expuestos a los fuertes vientos. Si fuera menester establecerse en tierras altas, había que
escoger espacios libres de niebla para reducir las posibilidades de que ocurrieran percances. Se
sugería que los sitios elegidos estuvieran medianamente elevados para que se beneficiaran de las
corrientes de aire septentrional y meridional. Cuando se ocuparan zonas altas, resultaba más
conveniente que se ubicaran en el Levante y Poniente. Se insistía en optar por superficies que no
pusieran en riesgo la salud de los futuros moradores, por lo tanto, también había que desechar las
tierras muy bajas, las lagunas y los pantanos porque eran insanos. Otro punto a considerar era la
16
Ibidem.
Ibid., ordenanzas 34-37, p. 236.
18
Ibid., ordenanza 39, p. 236.
19
Ibid., ordenanza 11, p. 233.
20
Ibid., ordenanza 39, p. 236.
17
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importancia de edificar pueblos en la ribera de los ríos, asegurando que los rayos solares bañaran
primero al poblado y después a la corriente acuífera.21
Había que evitar las fundaciones en lugares marítimos por el peligro que representaban los
corsarios. Tampoco se recomendaban porque comúnmente eran sitios insalubres y, además, porque
en ellos la gente no era apta para el trabajo agrícola. De igual manera, se dificultaba la afirmación de
las buenas costumbres. A pesar de los inconvenientes mencionados, se autorizaban fundaciones en
sitios próximos a los principales puertos. La apertura de éstos sólo estaba justificada si favorecían el
comercio y la defensa de la tierra.22
Determinados los sitios en que se ubicarían la cabecera de la jurisdicción y los poblados que
ésta comprendería, había que seleccionar los lugares que ocuparían las estancias, charcas y
granjas.23
Una vez cumplidas las anteriores fases, el gobernante del territorio en donde se anclaría la
nueva fundación debía especificar si ésta sería ciudad, villa o lugar, ya que en función de la
categoría asignada se tenía que instaurar el gobierno y la administración de la república,
detallándose también las formalidades que habían de solventar los nuevos pobladores.24
Con el fin de fomentar la colonización, las ordenanzas preveían la asignación de asientos
para poblar, es decir, la Corona realizaba pactos o convenios con particulares a quienes les
delegaba el proceso de poblamiento. En la legislación, estos acuerdos reciben el nombre de
capitulación y en ellos se especificaba el tiempo que duraría el asiento, así como las obligaciones y
prerrogativas de aquellos que se comprometieran a forjar un pueblo de españoles. Éste iniciaría por
lo menos con treinta vecinos, cada uno de los cuales, al término del convenio, contaría con casa,
diez vacas de vientre, cuatro bueyes o dos de éstos más un par de novillos, una yegua de vientre,
veinte ovejas de vientre de Castilla, cinco puercas de vientre, gallinas y un gallo. También habría un
clérigo que administrara los sacramentos y proveyera a la iglesia del ornato y objetos necesarios
para el culto.25
21
Ibid., ordenanzas 40 y 112, pp. 236 y 242.
Ibid., ordenanza 41, p. 236.
23
Ibid., ordenanza 42, p. 236.
24
Ibid., ordenanza 43, pp. 236-237.
25
Ibid., ordenanza 90, p. 240.
22
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El término territorial o espacio concedido al nuevo poblado sería de cuatro leguas26 en forma
de cuadrado o rectángulo, según la calidad de la tierra. La superficie asignada comprendería los
solares para el pueblo, el ejido concejil, la dehesa boyal y las propiedades del concejo. Una vez
delimitados estos espacios, el área vacante se dividiría en cuatro partes, una de éstas sería para el
signatario de la capitulación y la tres restantes se repartirían en treinta suertes, o terrenos, para el
mismo número de pobladores del lugar. Los pastos, con excepción de los del ejido eran comunes. El
poseedor del asiento pagaría fianza y en caso de incumplimiento de las condiciones pactadas
perdería, en favor de las arcas reales, lo edificado y labrado, así como las ganancias comerciales
que hubiera obtenido; además, pagaría una multa de mil pesos de oro. Las ordenanzas preveían
que los pobladores no perderían sus bienes cuando el pueblo continuara inconcluso al término del
asiento, ya que el responsable de éste podía prorrogar el plazo.27
La persona que hubiera convenido un asiento para poblar estaba obligada a pactar asiento
con cada uno de los nuevos pobladores, a quienes se comprometía a otorgarles solares para edificar
casas, tierras de labor o pastos que no sobrepasaran las cinco peonías o tres caballerías, a cambio,
los vecinos se obligaban a levantar su vivienda, labrar la tierra y criar ganado en la cantidad que
correspondiera al terreno concedido.28
Una peonía era un solar de cincuenta pies de ancho por cien de largo para construir casa.
La peonía también equivalía a una extensión de tierra para labranza capaz de sustentar el cultivo de
cien fanegas de trigo o cebada (entre 500 y 600 kgs.)29, o diez de maíz, o dos huebras para huerta si
la tierra era fértil y aumentaba el tamaño de la superficie a ocho huebras para árboles de secadal, es
decir, de tierras secas.30 Una huebra u obrada o yunta, equivalía a la tierra que pudiera arar un
labriego en un día.31 La peonía destinada a pastos sería suficiente para alimentar a diez puercas de
vientre, más veinte vacas y cinco yeguas, o bien, cien ovejas y veinte cabras.32
26
Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, Alejandro de Humboldt, estudio preliminar, revisión
del texto, cotejos, notas y anexos de Juan A. Ortega y Medina, México, Porrúa, 1991, cuads., mapas, ils.,
Sepan Cuantos, 39, pp. CXLIII-CXLV.
27
Cedulario Indiano…, ordenanzas 90-91 y 94-95, p. 240.
28
Ibid., ordenanza 104, p. 241.
29
Alejandro de Humboldt, op. cit. p. CXLV.
30
Cedulario Indiano…, ordenanza 105, p. 241.
31
Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española, ed. de Martín de Riquer, Alta Fulla,
Barcelona, 1993, pp. 649-650.
32
Cedulario Indiano…, ordenanza 105, p. 241.
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Una caballería era solar para casa de cien pies de ancho por doscientos de largo. Si se
destinaba al trabajo agrícola o a la crianza de ganado sería igual a cinco peonías.33 Las caballerías,
así en los solares como en tierras de pasto y labor tenían que darse deslindadas con los límites
marcados. Las peonías para solares, tierras de labor y plantas, debían delimitarse, salvo las de
pasto que se concedían en común.34 El incumplimiento de las condiciones del asiento de peonías y
caballerías para edificar solares y poblar casa, labrar la tierra y criar ganado estaba sujeto a
sanción.35 A las autoridades correspondía vigilar la observancia de los asientos.36
Una vez hecho el descubrimiento, elegida la región geográfica que se habría de poblar,
establecido el sitio que albergaría a la fundación y convenidos los asientos correspondientes, se
procedería a realizar la planta del lugar.37 En primer término, se designaría el espacio que ocuparía
la plaza principal, colocándola al centro. Ésta guardaría una morfología rectangular, cuyo largo sería
una y media veces mayor que su ancho. El tamaño de la superficie de la plaza estaría en
correspondencia con el número de habitantes, sin embargo, había que considerar el gradual
incremento demográfico. La dimensión mínima de la plaza sería de trescientos pies de largo por
doscientos de ancho y la máxima no rebasaría los ochocientos pies de largo por quinientos treinta de
ancho (guardando la misma proporción de 1.5 a 1 entre sus lados). En las ordenanzas se calculaba
que una plaza mediana y de adecuado equilibrio mediría seiscientos pies de largo por cuatrocientos
de ancho.38
Especial importancia cobraba la amplitud de la plaza mayor, al concebirse como punto de
encuentro para el intercambio comercial, así como para la realización de festividades y ceremonias
civiles y religiosas; la aplicación de castigos corporales; el abasto de agua y la publicación de los
acuerdos de cabildo, generales y urgentes, que conviniese que llegaran a noticia de todos. La plaza
era el espacio más representativo y preponderante de los asentamientos por las diversas funciones
que desempeñaba.
Una vez establecidas las dimensiones de la plaza principal, con el auxilio de regla y cordel
se trazarían plazas más pequeñas, calles y solares. Para el cabal cumplimiento de esta disposición
se especificaba que desde la plaza central saldrían las calles con dirección a las puertas y caminos
33
Ibid., ordenanza 106, p. 241.
Ibid., ordenanza 107, p. 241.
35
Ibid., ordenanza 108, p. 242.
36
Ibid., ordenanza 110, p. 242.
37
Ibid., ordenanza 111, p. 242.
38
Ibid., ordenanzas 113-114, p. 242.
34
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más importantes. Con el fin de garantizar el mismo diseño ante el aumento de la población, se
dejaría un amplio compás abierto.39
Acerca de las calles se estipulaba el trazado de una docena: cuatro, denominadas
principales, se abrirían a la mitad de cada uno de los cuatro costados de la plaza y las ocho
restantes partiría de cada esquina de ésta, para resguardarla de las corrientes de aire. En las cuatro
arterias principales se edificarían los portales de manera que hicieran acera y sirvieran de asiento a
la actividad comercial. Había que evitar que los portales interfirieran la circulación de las vías que
saldrían de las esquinas del rectángulo central. La anchura de las calles también estaba regulada,
señalándose que en los poblados fríos éstas debían ser amplias para favorecer la irradiación solar,
mientras que en las tierras calientes era preferible que fueran angostas para que se sombrearan
más rápidamente, con excepción de aquellos asentamientos en que transitaran caballos, ya que los
animales requerían mayor espacio para circular. Había que evitar que las calles se encontraran con
alguna construcción que estropeara la perspectiva.40 De acuerdo con la ordenanza, el formato
urbano se basaría en el trazado de calles paralelas y perpendiculares que permitirían extender la
vista de un extremo a otro del poblado.
Repartidas de manera proporcional, se formarían plazas menores de buenas proporciones
para edificar la iglesia mayor, las parroquias y los monasterios.41 En toda fundación, luego de fijar el
sitio de la plaza central y trazar las calles, los primeros solares se asignarían a las edificaciones
religiosas, procurando separarlas de cualquier otra construcción de manera que integraran un solo
conjunto arquitectónico.42
Las disposiciones urbanas presentan variaciones cuando se refieren a poblaciones de tierra
adentro y a las costeras. En éstas últimas, era preciso que la iglesia se distinguiera desde mar
adentro. Las Casas Reales, Casa del Concejo y Cabildo, Aduana y Atarazana serían erigidas junto
al templo. Se aconsejaba tal disposición con la finalidad de que las mencionadas construcciones
sirvieran de protección al puerto.43 El hospital para pobres y enfermos, cuyos males no fueran
contagiosos, se situaría junto a la iglesia, mientras que a los dolientes aquejados por males
susceptibles de propagarse entre la población sana se les confinaría en otro hospital, cuidando de
39
Ibid., ordenanza 111, p. 242.
Ibid., ordenanza 115-118, pp. 242-243.
41
Ibid., ordenanza 119, p. 243.
42
Ibid., ordenanza 120, p. 243.
43
Ibid., ordenanzas 121-122, p. 243.
40
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que los vientos no condujeran los miasmas hacia el vecindario.44 Carnicerías, tenerías y pescaderías
ocuparían espacios desde donde fuera sencillo deshacerse de las inmundicias que estos
establecimientos producían.45
En los asentamientos de tierra adentro era preferible ubicar los poblados en sitios próximos
a ríos navegables. En la ribera que recibiera el viento del norte se colocarían todos los oficios que
produjeran olores pestíferos, de esa manera los aires septentrionales librarían al poblado de los
efluvios producidos por las inmundicias.46
Las disposiciones emitidas para las poblaciones de tierra adentro indicaban que la iglesia
principal no debía elevarse en la plaza, sino a cierta distancia de ella. Por su autoridad, la edificación
tenía que ser vista desde cualquier parte, por lo que se aconsejaba levantar el terreno y no erigirla al
nivel del suelo. Para facilitar el acceso a la iglesia se preveía la colocación de gradas.47 Ante todo,
los complejos religiosos debían sobresalir en relación con el resto de las construcciones.
Cerca de la iglesia principal y de la plaza mayor se dispondrían las Casas Reales, las Casas
del Concejo y Cabildo, así como la Aduana. El conjunto arquitectónico mantendría una distancia
suficiente del templo evitando encerrarlo.48 El hospital de pobres y de enfermos se localizaría en el
norte del poblado con vista al sur.49 El mismo diseño era válido para las fundaciones que no
contaran con ríos, procurando que dispusieran del resto de los recursos enunciados.50
Una vez designados los espacios para las edificaciones que representaban los símbolos del
poder político y religioso, comenzaría el reparto de predios a los particulares para la fabricación de
sus casas. Estaba prohibido conceder solares en la plaza principal, ya que éstos debían reservarse
para la iglesia, casas reales, propiedades de la ciudad y tiendas para tratantes. Éstas últimas debían
levantarse en primer lugar, para ello, se preveía la contribución de todos los vecinos, así como la
imposición de un moderado derecho sobre las mercaderías.51
La asignación de solares sería por sorteo, “continuándolos a los que correspondiese a la
plaza mayor”.52 Los suelos desocupados serían otorgados por la Corona a los nuevos pobladores en
44
Ibidem.
Ibid., ordenanza 123, p. 243.
46
Ibid., ordenanza 124, p. 243.
47
Ibid., ordenanza 125, p. 243.
48
En las ciudades hispanoamericanas, las iglesias quedaron ubicadas en la plaza mayor, no separadas de ella,
como establecían las ordenanzas
49
Ibid., ordenanza 125, p. 243.
50
Ibid., ordenanza 126, p. 243.
51
Ibid., ordenanza 127, p. 243.
52
Ibid., ordenanza 128, p. 243.
45
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calidad de merced, o bien, se destinarían a lo que decidiese la real voluntad y “para que se acierte
mejor, llevese siempre hecha la planta de la población que se oviere de hazer.”53
Habiendo realizado el diseño, la montea y adjudicados los solares, cada poblador tenía que
asentar su toldo si lo tuviera, de lo contrario haría su rancho con materiales que fácilmente pudieran
ser tomados del entorno. Enseguida, con la mayor presteza, se construirían palizadas y trincheras
que abrazaran a la plaza principal para que la población pudiera resguardarse ante eventuales
embestidas de los naturales.54
Colindando con la traza urbana y tomando en consideración el gradual crecimiento de las
fundaciones, se seleccionarían los espacios que comprenderían los ejidos. En esos campos
comunes se reuniría el ganado y también servirían para el desenfado de los vecinos.55 Rozando los
ejidos se establecerían las dehesas, superficies destinadas a apacentar el ganado destinado a la
carnicería, a los caballos, a los bueyes de labor y a los animales que por ordenanza los vecinos
estaban obligados a poseer. Una considerable fracción de las dehesas formaría parte de los propios,
es decir, de las propiedades de las villas, pueblos o ciudades que administraría el concejo de cada
asentamiento. Otro pedazo de aquéllas se usaría para el cultivo, repartiéndola en cantidad igual al
número de solares que hubiere. Los primeros pobladores contarían con la prerrogativa de que se les
distribuyeran proporcionalmente las tierras de regadío, mientras que los terrenos baldíos serían
conservados por la Corona para mercedarlos conforme se asentaran nuevos vecinos.56
Había que calcular una abundante producción agrícola y ganadera. De manera inmediata se
cultivarían los campos y se diseminaría el ganado en las tierras previamente señaladas. Luego,
iniciaría la esmerada y presta construcción de las moradas. Éstas debían contar con buenos
cimientos y sólidas paredes. Se recomendaba que se hicieran rápidamente y a bajo costo.57 Una vez
garantizada la producción de alimentos, así como la fortaleza de las edificaciones, se aseguraba la
consolidación y perpetuidad de los asentamientos.
La ubicación de los solares y la orientación de las construcciones debía disponerse de
manera que éstas recibieran los vientos del sur y norte, considerados los mejores. La dimensión de
los predios en que se alzarían las casas serían lo suficientemente amplios para dar cabida a patios y
corrales para caballos y bestias de servicio. Los espacios dilatados eran preferibles porque
53
Ibid., ordenanza 128, p. 243.
Ibid., ordenanza 129, p. 243.
55
Ibid., ordenanza 130, p. 243.
56
Ibid., ordenanza 131, pp. 243-244.
57
Ibid., ordenanzas 132-133, p. 244.
54
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favorecerían la limpieza y salud. También había que cuidar que los edificios guardaran la misma
forma, con el fin de que la fundación presentara un aspecto armónico y que la posición de los
inmuebles sirviera de defensa.58
Las directrices de planificación urbana contenidas en las ordenanzas filipinas privilegiaron la
simetría a partir de la traza cuadrangular, figura que se había propagado en las ciudades
hispanoamericanas antes de 1573. El polígono regular recomendado en las ordenanzas se pudo
haber inspirado en patrones renacentistas influidos en prototipos clásicos, aunque también, la
geométrica regularidad reglamentada en las ordenanzas se atribuye a la práctica desarrollada a
partir del siglo XII en la edificación de villas y ciudades españolas, basadas en el diseño rectilíneo
propio de los campamentos romanos.59
El trazado ortogonal en suelos rasos y despoblados que distinguió a las ciudades
hispanoamericanas aseguró un crecimiento ordenado a largo plazo, permitió la distribución de las
actividades económicas y garantizó la asignación de predios de similar mensura a los primeros y
subsiguientes pobladores.
Las ordenanzas filipinas, al proponer la formación de asentamientos uniformes conforme
avanzara el proceso de colonización, presentan de manera sistemática la esencia del aprendizaje
acumulado desde que inició la conquista antillana. La temprana y exitosa fundación de la ciudad de
Puebla en tierra firme, debió representar un aporte a la legislación castellana. Esta urbe tuvo como
primera autoridad al corregidor de Tlaxcala, Hernando de Saavedra, aquel conquistador que había
fundado la villa de Trujillo con base en el diseño cortesiano.
También hay que mencionar que Juan de Salmerón, oidor de la segunda Real Audiencia
Gobernadora, propuso y gestionó la fundación de Puebla años después de haber sido nombrado
58
Ibid., ordenanzas 134-135, p. 244.
Francisco de Solano, op. cit., p. 19. Las disposiciones de Alfonso el Sabio en relación con la erección de
campamentos para las huestes, basándose en la traza de los campamentos romanos, recomendaban el diseño
de calles amplias y espacios abiertos. Siete Partidas del Sabio Rey Don Alfonso el IX [sic] / con las variantes
de más interés y con la glosa de Gregorio López; vertida al castellano y estensamente adicionada, con
nuevas notas y comentarios y unas tablas sinópticas comparativas, sobre la legislación española, antigua y
moderna... por Ignacio Sanponts y Barba, Ramón Martí de Eixala y José Ferrer y Subirana, Imprenta de
Antonio Bergnes, Barcelona, 1843-1844, Partida II, título XXIII, ley 19, p. 881. Entre las nuevas poblaciones
fundadas a partir de la centuria mencionada están Puente la Reina, Sangüesa, Veana, Bibriesca, las de la Plana
de Castellón (Castellón, Villarreal, Almenara y Nules). Los antecedentes inmediatos a las villas y ciudades
americanas surgieron en el reinado de los Reyes Católicos: Fonseca (Logroño), Puerto Real (Cádiz) y Santa
Fe (Granada). Con Felipe II se edificaron Sierra de Jaén, Mancha Real y Valdepeñas de Jaén. Fernando
Chueca Goitia y Leopoldo Torres Balbas, op. cit., p. XIII.
59
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alcalde mayor y juez de residencia del reino de Castilla del Oro (Panamá).60 Los religiosos
franciscanos, fray Julián Garcés y fray Toribio de Benavente, con quienes Salmerón acordó el
asiento y sitio que tendría la nueva ciudad, no eran ajenos al proceso de urbanización antillano.
Ambos conocían Santo Domingo y La Habana, ciudades de tránsito obligado en el trayecto hacia la
Nueva España. Los puertos mencionados lucían una traza ortogonal, que también debió haber
apreciado el oidor Salmerón durante su estancia en La Española y en su paso por Cuba.
El oidor fue comisionado por la Real Audiencia para elegir el espacio en el que se
desplegaría la traza de la nueva fundación. A Salmerón se le indicó que procediera al reparto de
solares, dejando libre la superficie que requería la construcción de los edificios públicos; asimismo,
“platicará la orden que se tendrá en edificar en el dicho sitio las casas […] que fueren menester sin el
menos daño que ser pueda de los indios que las hubiere de hacer.”61
Según Mariano Fernández de Echeverría y Veytia, el oidor cuidó que se siguiera el diseño
de la ciudad. Al parecer, la planta fue enviada a la Real Audiencia y ésta la “aprobó y mandó que
arreglado a ella se hiciese el repartimiento de sitios y que todos guardasen este plan, a que dan el
nombre de traza, porque existen […] un copioso número de mercedes hechas por la Ciudad a
diversos sujetos, de sitios para casas en ella, y en todas se pone la condición de que hayan de
labrar guardando la traza”.62
Al poco tiempo de haberse fundado la ciudad y ante la imposibilidad manifestada por sus
primeros pobladores para sufragar los gastos que representaba la construcción de sus moradas y de
los edificios públicos, la Real Audiencia estimó necesario auxiliar a los españoles congregados en el
asentamiento; por lo tanto, decidió asignar tierras de labor que permitieran la subsistencia de los
primeros pobladores y la posterior expansión de la fundación. Las mercedes otorgadas fueron
aprobadas por la Corona y su Consejo.63 La máxima superficie asignada fue de dos caballerías,
60
Joseph Antonio Álvarez Baena, Hijos de Madrid, ilustres en santidad, dignidades, armas, ciencias y artes.
Diccionario Histórico por el orden alfabético de sus nombres, que consagra al Illmo. y Nobilísimo
Ayuntamiento de la Imperial y Coronada Villa de Madrid su autor, D. Joseph Antonio Álvarez y Baena,
vecino y natural de la misma villa, tomo III, Oficina de D. Benito Cano, Madrid, año de MDCCXC, pp. 107 y
108.
61
Suplemento de el Libro Número Primero de la Fundación y Establecimiento de la Muy Noble y Muy Leal
Ciudad de los Ángeles, edición, versión paleográfica e introducción de Efraín Castro Morales, México,
Honorable Ayuntamiento del Municipio de Puebla, 2009, p. 4.
62
Mariano, Fernández de Echeverría y Veytia, Historia de la Fundación de la Ciudad de la Puebla de los
Ángeles en la Nueva España, su Descripción y Presente Estado, libro 1, Ediciones Altiplano, Puebla, 1962, p.
126.
63
Ibid., p. 104.
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extensión suficiente para sembrar veinte fanegas de trigo.64 El reparto de tierras, al garantizar la
sobrevivencia de los vecinos en ciernes, fue un factor ineludible para apuntalar la apropiación del
territorio que demandaba el proceso de colonización.
Por los Memoriales de Benavente es posible comprobar que en la fundación de Puebla se
tomaron en cuenta diversos aspectos que aparecerían después en las ordenanzas filipinas. El fraile
refiere que después de definir la región geográfica se realizó una acuciosa búsqueda para elegir el
espacio vacante que ocuparía el nuevo asentamiento. Éste sería abastecido con el trabajo indígena
de los poblados aledaños, susceptibles también de ser evangelizados. El sitio seleccionado contaba
con la abundante agua de tres corrientes fluviales y la de manantiales; montañas, ricas canteras y
tierra de muy buena calidad para la fabricación de adobes, ladrillos, tejas y tapias. El día de la
fundación acudieron los españoles que poblarían, así como gran cantidad de indios de los pueblos
comarcanos, cargados de cordeles y paja.65 Para ese entonces “ya traían sacada y hecha la traza
del pueblo por un cantero vezino que allí se halló”.66 Los indios limpiaron el sitio “y echados los
cordeles, rrepartieron luego al presente.”67 Se diseñaron calles muy largas, previéndose que en poco
tiempo sería una ciudad extremadamente grande. El fraile recuerda que se distribuyeron
aproximadamente cuarenta solares al mismo número de fundadores.68
Otra versión que corrobora la descripción de Benavente se debe a Alonso Martín Partidor, a
quien la tradición atribuye la traza de Puebla. En 1534 ostentaba el cargo de procurador del concejo
de la ciudad y en abril de ese año se presentó ante el alcalde ordinario Francisco Ramírez, para
informarle que el cabildo había acordado notificar a su majestad, el emperador Carlos V, acerca del
asiento de la ciudad, así como de otras cuestiones relativas a ella; por lo tanto, pedía que se le
recibiera la información de testigos a partir de un conjunto de preguntas elaboradas por el
solicitante.69
Gracias al escrito de Martín Partidor se puede obtener una temprana descripción de la
ciudad. Ésta fue fundada entre las muy pobladas provincias de Tlaxcala, Huejotzingo, Cholula y
64
Ibid., p. 97.
Fray Toribio de Benavente (Motolinía), “De cuando y como y por quien se fundo la cibdad de los Ángeles,
y como no le falta nada de lo que rrequiere una cibdad para ser perfecta ansí montes, pastos, pedreras y como
todo lo demás”, en Memoriales, edición crítica, introducción, notas y apéndice de Nancy Joe Dyer, El Colegio
de México, México, 1996, Biblioteca Novohispana, 3, pp. 364-365.
66
Ibidem.
67
Ibidem.
68
Ibidem.
69
Suplemento…, p. 22.
65
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 01 junio 2011
Tepeaca, distante de ellas cinco leguas al norte, cuatro al poniente, una y media al poniente y cinco
al sureste, respectivamente. El asiento de la ciudad se hizo en tierra tiesta y muy sana, mejor que
cualquier otra de la Nueva España, pudiendo ser recorrida a caballo sin impedimento alguno.
Abundaban las aguas por la presencia de un río, junto al que se asentó la ciudad, y había otro a
media legua, así como gran cantidad de arroyos y fuentes distribuidos dentro del término de la
ciudad.70
También había extensos pastos y montes para el ganado, considerable cantidad de leña y
vastas maderas de muy buena calidad. La ciudad gozaba de cuantiosos pertrechos para labores y
aparejos suficientes para levantar espaciosos y perpetuos edificios de muy buena calidad, gracias a
las numerosas canteras de piedra y de cal localizadas a uno y dos tiros de ballesta. Todos los
vecinos tenían agua en sus casas y también en las construcciones que se encontraban en
proceso.71
Como la ciudad se levantaba sobre tierra arenisca y sus corrientes se dirigían hacia el río, no
se anegaba y tampoco había lodazales. Después de fuertes aguaceros, sólo había que esperar un
cuarto de hora desde que escampaba para caminar por la plaza y calles.72
Junto a la ciudad y alrededor de ella había muchos pastos y fértiles tierras de labranza que
al no ser cultivadas por los naturales, eran ocupadas por los vecinos para sementeras de trigo,
cebada y maíz. La tierra que dispuso la Real Audiencia para el sustento de la ciudad era insuficiente
para la siembra de especies de Castilla, y se preveía que al año siguiente creciera la necesidad de
más cultivos por el incremento de la población. Las grandes haciendas sólo podrían surgir si el
emperador les ayudase adjudicándoles naturales en calidad de repartimientos, como se hacía en
otras poblaciones novohispanas.73
Al estar la ciudad ubicada en el camino entre el puerto de Veracruz y México, y no habiendo
otro poblado en ese trayecto, Los Ángeles se presentaba como punto de restauración para los
cansados caminantes y enfermos; por lo tanto, solicitaban la construcción de un hospital.74 Para
reforzar la petición, el procurador hizo saber a su majestad que la ciudad también se ubicaba en el
camino que conducía a Antequera, Tehuantepec, Yucatán y Guatemala.75
70
Ibidem
Ibidem.
72
Ibidem.
73
Ibid., p. 23.
74
Ibidem.
75
Ibid., p. 24.
71
Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 01 junio 2011
En el documento presentado por Alonso Martín Partidor se ponderan varios de los puntos
expuestos en las ordenanzas filipinas. Una vez que el procurador enlista los atributos que presenta
la ciudad, menciona un par de carencias, la escasez de mano de obra para el mejor
aprovechamiento de la tierra concedida y la falta de un hospital. Este último sí fue contemplado en el
ordenamiento de 1573.
En la planificación y construcción de la Puebla virreinal destaca su alineación, principio que
también se encuentra presente en las ordenanzas. Las cuatro calles principales que enmarcan la
plaza principal no están dirigidas hacia los puntos cardinales, son las esquinas de las manzanas,
como lo establecerían las ordenanzas, las que se orientaron hacia los cuatro vientos. Al disponer así
la ciudad, se evitó la irrupción del viento sobre las calles y, además, se logró que los rayos solares
cayeran en uno de los costados, mientras que el opuesto se ensombrecía.
Las características geográficas de la comarca en la que se levantó la ciudad de Puebla, los
recursos naturales disponibles en el entorno, el número de los originarios pobladores, el diseño
rectilíneo de su planta, la orientación de la urbe, la distribución de los espacios, el tamaño de la
rectangular plaza principal (doscientas diez y siete varas de largo por ciento veintiocho de ancho),76
el reparto de los solares desde la plaza para formar manzanas rectangulares de la misma dimensión
(doscientas varas de largo por cien de ancho),77 las calles rectas y de igual abertura (catorce y
media varas),78 la iglesia principal formando un solo complejo arquitectónico, la construcción de las
casas reales en el primer rectángulo, la fabricación de portales para el comercio, la edificación de
plazas y plazuelas de menor tamaño, la construcción de tempos, monasterios y hospitales, la
presencia de molinos, batanes y tenerías en la ribera del río, el reparto de caballerías, la
conformación del gobierno de la ciudad y el establecimiento de su jurisdicción, constituyen un amplio
conjunto de fundamentos expuestos en los mandatos del gobierno monárquico. Cuando éstos fueron
promulgados, la ciudad estaba poblada por alrededor de 5 700 habitantes.79 Con seguridad, en las
disposiciones filipinas se reflejó el fruto de la experiencia angelopolitana al configurar una
representación anticipada del ordenamiento real.
76
Mariano, Fernández de Echeverría y Veytia, op. cit., p. 220.
Ibid., p. 218.
78
Ibidem.
79
Agustín Grajales Porras, Estudio sociodemográfico de la Puebla de los Ángeles a fines del siglo XVIII, tesis
de doctorado en Historia, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM 2007, pp. 239-241.
77
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