El debate sobre la eutanasia en España

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El debate sobre la eutanasia en España. Comunicación ante la
Academia Pontificia para la Vida. José Miguel Serrano RuizCalderón.
El caso Sampedro.
El actual debate sobre la Eutanasia en España presenta características distintivas que
deben considerarse al explicar tanto la campaña proeutanásica que venimos sufriendo
como la respuesta social, especialmente la cristiana.
La primera observación que debemos realizar es que se trata de una auténtica campaña
que se ha sucedido a lo largo del tiempo, mediante la práctica provocadora del caso
extremo tal como se había ensayado al menos desde Roe v Wade en la legalización del
aborto en EEUU. Se ha buscado un caso de impacto en la sociedad, especialmente
emotivo, se ha orquestado una campaña política desde los ambientes radicales y
finalmente se ha propiciado un caso judicial, alrededor del cual se ha concentrado la
presión de los medios de comunicación. La diferencia esencial respecto al antecedente
norteamericano parte de la característica del derecho continental que limita, en cierta
forma, el peso de la jurisprudencia, que ciertamente no es en el derecho español
directamente fuente del derecho. A ello se une el hecho de que los jueces españoles a
diferencia de buena parte de los jueces federales americanos no se han convertido en
agentes de la denominada agenda liberal. Esto ha producido, como efecto, que las
reclamaciones jurídicas ante los tribunales, instrumentalizadas por la asociación
Derecho a una Muerte Digna, fracasaran en su propósito de lograr una sentencia
reconocedora del denominado “Derecho a la muerte digna”.
La principal acción pública respecto a la eutanasia se dio, sin embargo, en el ámbito
legislativo y sin suficiente debate público. En efecto, el partido socialista y sus apoyos
parlamentarios, aprobaron en el código penal del 95, excesivamente denominado código
de la democracia, una reforma que incluía el homicidio eutanásico en la cooperación
necesaria al suicidio, constituyendo un tipo privilegiado, que debido a la levedad de la
pena, produce que prácticamente por primer delito no se cumpla efectivamente la pena y
no se ingrese en prisión. En efecto, el artículo 143 del Código Penal del 95 tipifica la
inducción al suicidio en el punto 1. En el 2 la cooperación necesaria, en el 3 la
cooperación hasta el extremo de causar la muerte, sancionándolo con entre seis y diez
años. En el punto 4 reduce la pena en uno o dos grados para “el que causare o cooperare
activamente con actos necesarios y directos a la muerte de otro, por la petición expresa,
seria e inequívoca de éste, en el caso de que la víctima sufriera una enfermedad grave
que conduciría necesariamente a su muerte, o que produjera graves padecimientos
permanentes y difíciles de soportar, será castigado con la pena inferior en uno o dos
grados a las señaladas en los números 2 y 3 de este artículo.” De esta forma se redirige
el homicidio al suicidio y se prefigura un tipo descrito de tal forma que pudiera servir
para una posible legalización, una vez que se añadiese la participación facultativa y un
procedimiento de control estatal.
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El debate recogido en el diario de sesiones del 1 de junio de 1995 resulta especialmente
ilustrativo de las posturas que se mantuvieron. En palabras del interviniente del partido
popular Trillo-Figueroa se había realizado un notable esfuerzo de consenso en la
redacción del capítulo. Aún así, y aceptando básicamente la tipificación adoptada,
discrepa sobre la pena. Entiende su enmienda que debería aplicarse una reducción en un
grado sobre la pena del homicidio y no de dos sobre la más leve de inducción y
cooperación al suicidio. Con tino el representante del partido nacionalista vasco
entendió que la disyuntiva que se recogía en el tipo era errónea pues creaba un tipo
jurídico indeterminado, el de “o que produjese graves padecimientos permanentes o
difíciles de soportar”. El diputado se inclinaba por incluir la copulativa y que hubiese
reducido el tipo privilegiado a los enfermos terminales.
Las argumentaciones de la ponente socialista y de algunos enmendantes como Olabarría
incluían un tópico discutible que desvela un estado de opinión peligroso. Se trata de si
la sociedad española estaba preparada o madura para la eutanasia. En efecto, no es
aceptable considerar que las sociedades que legislan sobre el homicidio de enfermos
están preparadas mientras las que no lo reconocen “aún no están preparadas”. Abre la
posibilidad de que en fases futuras de mayor preparación se legisle aceptando la
despenalización de la práctica.
El enmendante López Garrido, entonces de Izquierda Unida y hoy con importantes
responsabilidades en el Partido Socialista, argumentó a favor de la supresión del
apartado cuarto del artículo y la elaboración de una norma que recogiese la práctica
legal de la eutanasia.
La campaña española tiene características propias que la diferencian de otros procesos
eutanásicos. Como hemos dicho se ha construido reiteradamente en torno a un solo
caso, el denominado caso Ramón Sampedro. Esta persona había sufrido un grave
accidente. En 1968 al saltar al mar se dio un fuerte golpe que le convirtió en tetrapléjico,
a la edad de 25 años. En 1993 Sampedro tomó la decisión de reclamar su derecho a
morir dignamente, y tras ser contactado por la asociación Derecho a Morir Dignamente,
desarrolló una obsesión para lograr que se pudiera poner fin a su vida, mediante una
acción eutanásica, que supusiese igualmente un reconocimiento al derecho a poder pedir
y lograr que se pusiese fin a su vida.
Las circunstancias de Ramón Sampedro son específicas pues evidentemente no se
trataba de un enfermo terminal sino una persona que consideraba que su vida no tenía la
calidad suficiente para ser vivida. Debido fundamentalmente a los accidentes de tráfico
su circunstancia es compartida por un amplio colectivo de españoles, muchos de ellos
jóvenes. Se calcula que en España hay unos treinta y cinco mil tetrapléjicos,
parapléjicos y lesionados medulares. Como consecuencia y especialmente en el hospital
de parapléjicos de Toledo se ha desarrollado una amplia terapia para las personas
afectadas por este mal. Es muy relevante para la cuestión que tratamos el hecho de que
la tentación suicida pueda ser calificada como una fase de la evolución de la aceptación
de las nuevas condiciones del paciente, pero que en modo alguno es habitual el
empecinamiento en la eutanasia o en el suicidio que cabe observar en el caso de
Sampedro. De esta forma, la respuesta ideológica que se ha construido desde la actitud
de Sampedro, tiene su fundamento en una reacción patológica, insuficientemente
tratada, del propio sujeto. Esta cuestión es clave para juzgar la actitud de un buen
número de personas que se acercaron a él y desde luego para emitir un juicio hacia el
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comportamiento de asociaciones que al encontrarse con este sujeto concreto, en su
patología concreta, en vez de responder con la actitud beneficente exigible a cualquier
persona en relación con el ser humano doliente, lo convirtieron en estandarte, es decir
en hombre manipulado por una causa.
Igualmente, es relevante que la lesión medular de Sampedro, a la altura de la séptima
vértebra cervical, hubiese permitido tras la consiguiente rehabilitación que el enfermo
moviera los brazos. Esta opción fue descartada por Sanpedro, a diferencia de lo
intentado por otros muchos tetrapléjicos, lo que es muy indicativo de su estado de
ánimo persistente.
Es muy relevante que la asociación que reúne a los tetrapléjicos, la Federación de
Asociaciones de lesionados medulares y grandes minusválidos, Aspaym, por boca de su
presidente Alberto Pinto Benito, tanto en su comparecencia pública durante la Comisión
del Senado a la que nos referiremos, como en la respuesta a la agitación mediática
generada alrededor de la película Mar Adentro se ha opuesto a la asimilación entre
eutanasia y tetraplejia. El problema real de este colectivo consiste en el esfuerzo de
superación tras el trauma y en las ayudas públicas que deben recibirse en la
rehabilitación y en la vida cotidiana. El mensaje subliminal o expreso de la campaña
que sufrimos es que lo mejor que puede ocurrirle a un tetrapléjico es que se le aplique la
eutanasia. Considerando el esfuerzo de superación personal que se requiere en esta
circunstancia, la necesidad de apoyo familiar que necesita el tetrapléjico y el
compromiso social que es exigible respecto a estos dependientes, es natural la
indignación ante el hecho de que los activistas de la eutanasia fomenten la asimilación
de tetraplejia y eutanasia que venimos denunciando.
Debido a la forma en que se produjo el suicidio de Sampedro, mediante cianuro y con
cerca de media hora de agonía, grabada por los activistas, en unas imágenes que se han
hurtado a la opinión pública, calificábamos la muerte de Sampedro como muerte
manipulada. Para ello seguíamos la descripción de D’Agostino respecto al Kirillov de
Dostoieski de la novela “Los endemoniados”. Como se recordará, el suicidio ideológico
del personaje, entendido como un acto supremo y definitivo de liberación, no es desde
la perspectiva de los acontecimientos reales sino el encubrimiento de un crimen
perpetrado por el grupo revolucionario. Al suicida se le imputa el asesinato de otro
militante desertor y así el grupo criminal quedaba libre de toda responsabilidad. En
nuestro caso, la explotación de la muerte supuestamente liberadora, y efectivamente
dolorosa, se ha prolongado también más allá del acontecimiento dando lugar a una
reiterada “resurrección” del caso.
Itinerario jurídico del caso Sampedro.
Desde su primera pretensión en abril de 1993 Sampedro entendió que su situación se
veía “provocada” por una imposición injusta por parte del Estado “y de la Iglesia
Católica” que le impedían acceder a su derecho. Por el contexto social donde vivía
Sampedro pudo entender que la actitud cristiana de respeto a la vida constituía el mayor
obstáculo a su pretensión, mientras allegados se negaban a su solicitud desde esta
postura. Por ello situó a la Iglesia en el centro de sus demandas. Finalmente a esta
actitud contribuyó la influencia de la asociación Derecho a una Muerte Digna, de base
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esencialmente catalana. Esto explica también que la primera demanda se presentara ante
el Juzgado de primera Instancia nº 5 de Barcelona. Las especiales circunstancias del
caso y el trasfondo ideológico de los instigadores de la acción sitúan la lucha por la
eutanasia en el marco del proceso anticlerical y laicista desatado en España desde
diversos sectores y que ha culminado en la actitud sectaria del Gobierno Zapatero. De
ahí el temor de que, a pesar de los desmentidos del Gobierno por el que la eutanasia no
estaría en la “agenda” de la presente legislatura, ésta se encuentre a medio plazo dentro
del diseño reconstructor de la sociedad española que ha decidido la mayoría radical.
La peculiar teoría por la que el Estado, al sancionar en todo caso un homicidio,
independientemente de la voluntad de la víctima interfiere en la libertad de ésta, es
dudosa. Primero en cuanto no es cierto que nuestros Estados mantengan una actitud
indiferente ante el hecho de que una persona se quite la vida, pues la no sanción penal al
suicida está justificada en razones relacionadas con las funciones de la pena y no con la
aceptabilidad de la conducta. Pero, sobre todo, porque la amenaza de sanción a un
tercero, sobre todo si es médico, por la realización de una conducta homicida, no es la
imposición de un gravamen insoportable a quien quiere morir, sino la sanción de una
conducta considerada desde la perspectiva pública como antijurídica.
Las peculiaridad del debate han llevado la discusión en las posturas favorables a la
legalización de la práctica homicida a la libertad de conciencia, planteada de forma
absoluta por parte de los demandantes, sin atender al elemento jurídico fundamental de
los efectos concretos sobre la protección del bien de la vida humana. Esta desviación
hace que no consideren relevantes los efectos reales que han acontecido en los países
(Bélgica y Holanda) donde se ha legalizado la práctica, ni se atienda a la situación de
los dependientes ante la presión eutanásica. En general, los contrarios a la legalización
de la práctica hablamos de Derecho, los partidarios, de conceptos de Autonomía
parciales, en el sentido de que parten de una base filosófica no compartida, sin atención
al efecto real. Esto hace que la imposición eutanásica sea de índole ideológica. Sólo
desde un determinado concepto de libertad, desde una limitación de la acción protectora
del Estado, desde una determinada interpretación de lo que es persona, es entendible el
denominado “derecho a una muerte digna”. Al mismo tiempo la aceptación de la
eutanasia obliga a una relectura de los derechos fundamentales en su totalidad,
comenzando por el derecho a la igualdad, una vez que se extiende el concepto de vidas
que merecen la pena ser vividas.
La peculiar forma de argumentar que se ha desarrollado no sólo en España, tiene
igualmente una consecuencia abordada, por ejemplo, por Andrés Ollero. Al plantear la
discusión sobre la indebida influencia legislativa de un grupo parcial, con una actitud
omnicomprensiva del bien humano, por usar la terminología de Ralws, se produce el
efecto paradójico de que sólo esa postura es definida como inadecuada para contribuir al
debate social racional. El efecto, como es sabido, produce una discriminación efectiva
por razón de religión en el debate público, lo que se siente de forma especialmente
aguda en las actuales circunstancias españolas.
El juzgado de Barcelona, así como la Audiencia Provincial en Sentencia de 28 de
febrero, inadmitieron la demanda por considerarse incompetentes por razón territorial;
en efecto, el actor residía en La Coruña. Presentado nuevo recurso ante el Tribunal
Constitucional, éste ratificó las dos sentencias anteriores por no haberse agotado la vía
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judicial. Finalmente la Comisión Europea de Derechos Humanos ratificó igualmente el
fallo el 17 de mayo de 1995 al no haberse agotado la vía interna española.
En julio del 95 se reinició el caso ante el juzgado de Noia, territorialmente competente.
Llama la atención el empecinamiento anterior del letrado de Sampedro en una vía
notoriamente incorrecta. La única explicación, descartada la falta de diligencia
profesional, es que la demanda era fundamentalmente mediática, destinada a servir de
apoyo a la acción política que se venía desarrollando a favor de la muerte digna. El
juzgado de Noia resolvió en Derecho en octubre del mismo año. Entendió que el
supuesto derecho a la muerte digna por medio de una acción homicida solicitada no
estaba recogido en nuestro ordenamiento, que sí sancionaba, sin embargo, el auxilio
ejecutivo al suicidio. Es de resaltar que aún no estaba en vigor el tipo privilegiado de la
eutanasia recogido en el código del mismo año. La Audiencia Provincial de la Coruña el
13 de noviembre del 96 reforzó los argumentos contrarios a la pretensión de Sampedro
en base a la jurisprudencia del propio Tribunal Constitucional, que especificaba que el
artículo 15 de la CE no garantizaba el derecho a la propia muerte, en sentencia referida
a la huelga de hambre de militantes del grupo terrorista GRAPO en junio y julio del 90.
El recurso final ante el Tribunal Constitucional no se resolvió, por el homicidio de
Sampedro el 12 de enero del 98.
Tras este acontecimiento se intentó mantener vivo el caso, lo que fue rechazado
sucesivamente por el propio Tribunal Constitucional y por el Tribunal Europeo de
Derechos Humanos el 26 de octubre de 2000.
Es muy relevante que la argumentación jurídica de los tribunales, tanto españoles como
internacionales se ha basado fundamentalmente en los procedimientos elegidos o en la
propia competencia de los tribunales ante el caso concreto. A lo más que se ha llegado
en el caso español es a afirmar que del artículo 15 de la Constitución sobre el valor de la
vida humana y del artículo 16.1 sobre libertad de conciencia no se deriva un derecho a
la ejecución de la propia muerte por un tercero. Las sentencias citadas del Tribunal
Constitucional de 27 de junio de 1990 y de 19 de junio del mismo año se habían
centrado en un caso de huelga de hambre y la obligación médica y responsabilidad
pública sobre los presos para recuperarlos en los momentos extremos. La resolución
favorable a la intervención se basó en las obligaciones de la administración respecto a
las personas sometidas a su tutela y no a un desarrollo completo de las implicaciones del
derecho a la vida.
Ello no obstante la primera sentencia citada incluye un pronunciamiento importante en
nuestra cuestión al concluir que el derecho a la vida “tiene un contenido de protección
positiva que impide configurarlo como un derecho a la propia muerte” y que “Ello no
impide, sin embargo, reconocer que, siendo la vida un bien de la persona que se integra
en el círculo de su libertad, pueda aquélla tácticamente disponer de su propia muerte,
pero esa disposición constituye una manifestación de agere licere, en cuanto que la
privación de la vida propia o la aceptación de la propia muerte es un acto que la ley no
prohíbe y no, en ningún modo, un Derecho subjetivo que implique la posibilidad de
movilizar el apoyo público para vencer la resistencia que se oponga a la voluntad de
morir, ni, mucho menos, un derecho subjetivo de carácter fundamental en el que esa
posibilidad se extienda incluso frente a la resistencia del legislador, que no puede
reducir el contenido esencial del derecho.” No debemos olvidar que se trata de un caso
de huelga de hambre, chantajista contra el Estado, por un grupo terrorista que llegó a
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matar a uno de los médicos implicados. Aun así queda claro que el derecho a la propia
muerte no es un derecho subjetivo y que el legislador no puede reducir el contenido
esencial del derecho a la vida reconocido en el artículo 15 de la CE.
Falta, sin embargo, como es apreciable en lo que se refiere a la jurisprudencia europea,
una reflexión jurídica sobre las implicaciones de la legalización de la eutanasia. Es
decir, los efectos posibles sobre el bien vida humana generalmente reconocido en
nuestras legislaciones y las consecuencias sobre la protección de la vida humana
dependiente. Es más, no se ha argumentado en las sentencias sobre la incoherencia del
reconocimiento del “derecho” a la propia muerte, ni sobre la situación en que queda el
Estado social cuando se convierte por vía indirecta en favorecedor de esta práctica o al
menos adopta una posición neutral, que en el caso del Estado contemporáneo en
cuestiones que afectan a lo que genéricamente se conoce como derecho a la salud, dista
de ser neutral.
La Comisión de Estudio sobre la Eutanasia en el Senado.
La campaña proeutanásica a la que nos venimos refiriendo tuvo un notable éxito en la
opinión pública, de forma que en el año 98 la presión a favor era notoria, especialmente
en los medios izquierdistas. Encontrándose el gobierno del PP en minoría, con apoyos
cambiantes respecto a leyes concretas, hay que recordar que una proposición de ley que
ampliaba aún más el aborto fue derrotada por un sólo voto, parecía factible una
modificación del código penal que acogiese la eutanasia. En este contexto, en
septiembre del año 98 se abrió una comisión de estudio en el Senado. La Cámara Alta
española tiene unas funciones reducidas en el sistema constitucional del 78, hasta el
extremo de que hay un continuado debate sobre su modificación. Aunque puede ejercer
la iniciativa legislativa esto no es lo habitual. Por otra parte, la fórmula de la Comisión
de Estudio no equivale a la de ponencia legislativa, es decir, es un paso retardatario de
una iniciativa legislativa si estuviese decidida. Además frente a lo que acontecía en el
Congreso la mayoría gubernamental era suficiente en el Senado, lo que propiciaba
resoluciones contrarias a la Eutanasia, en caso de votación, una vez que el Partido
Popular, aunque no de forma expresa, parecía decidido a no aprobar una ley en este
sentido. Una Comisión de Estudio ofrecía además la ventaja de alargar la discusión, sin
posibilidad legislativa, hasta el final de la legislatura, presumiéndose, como así ocurrió,
que en las elecciones del año 2000 se reforzaría la mayoría gubernamental.
La Comisión de Estudio no elaboró un informe al modo de los grandes informes
bioéticos del Derecho comparado. Esta circunstancia parece anormal pues en principio
una Comisión de Estudio debería realizar un estudio y un conjunto de recomendaciones.
La Comisión pretendió más bien mostrar un panorama de las posiciones sociales e
intelectuales ante la eutanasia. La razón subyacente a la decisión de no aprobar un
informe, que era discutible, es que el panorama expresado era globalmente contrario a
la eutanasia y que al forzar una votación por grupos parlamentarios se produciría un
alineamiento entre derecha e izquierda que convertiría el posible informe en un
documento controvertido. Desde la perspectiva de quienes la convocaron, básicamente
la mayoría senatorial del PP, el objetivo de la comisión se cumplía sobradamente al
retardar una resolución en este asunto y al disipar la sensación de que la demanda social
era unánime.
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La relativa “sorpresa” de la comisión fue la disonancia entre el ambiente social y
mediático aparentemente inclinado por la legalización debido al impacto y abuso del
caso Sampedro y la opiniones expresadas por la mayor parte de los comparecientes
abiertamente contrarias a la legalización e insistentes en la demanda a los poderes
públicos de una mejora de los cuidados paliativos.
La selección de los expertos consistió en la yuxtaposición de listas por parte de los
distintos grupos parlamentarios. No hubo límite en las proposiciones y estas no eran
proporcionadas a la representación parlamentaria. De hecho los propuestos por el grupo
parlamentario de Convergencia y Unió, nacionalista catalán, fueron especialmente
numerosos debido a la especial virulencia del debate en su Región.
Para explicar la situación actual en el debate español, ante la nueva mayoría del PSOE y
de sus socios radicales, convendría analizar la peculiar posición de ese grupo
parlamentario durante la discusión. La aceptación de la Comisión de Estudio no tiene
sino una interpretación: en aquellos momentos, 1998, el partido socialista no quería
forzar una resolución legislativa efectiva apoyando la eutanasia. De esta forma, aunque
su representante en la Comisión mantuvo una beligerancia proeutanásica notable, la
actitud del grupo parlamentario favoreció que no se forzase un enfrentamiento en las
Cámaras. Por algunos indicios posteriores, por ejemplo la no inclusión de la eutanasia
en la lista de reformas radicales abordadas por el actual Gobierno, podemos deducir que
no existía acuerdo suficiente en el partido socialista acerca de la cuestión. Las razones
en una organización que se ha lanzado a la modificación radical de la definición de
matrimonio que prácticamente la anula, dando paso al denominado matrimonio entre
personas del mismo sexo, o que mantiene la mayor presión laicista sobre la educación
conocida entre nosotros desde los años treinta, pueden ser de índole electoral. En efecto,
aunque las encuestas muestran una actitud favorable a la eutanasia, siempre que no se
defina estrictamente en la pregunta, en amplios sectores; este acuerdo disminuye con la
edad, en sectores de población que son proclives al voto socialista.
La propuesta de comparecientes de la mayoría, representada por la senadora Rosa
Vindel, se elaboró por el Ministerio de Justicia de Margarita Mariscal de Gante y el
Grupo Parlamentario. Su filosofía era dar la palabra en primer lugar a los bioéticos y
especialmente a los médicos especializados en el tratamiento de enfermos terminales.
Ambos grupos se inclinaron con escasas excepciones, tal como estaba previsto, por
oponerse a la legalización de la eutanasia. Tan sólo en las intervenciones de los expertos
en derecho penal y de los activistas pro eutanásicos, también como era previsible, fue
mayoritaria la actitud contraria.
En el debe de la Comisión se encuentra la difusión de las comparecencias. El excelente
material desarrollado, entre otros, por el Académico de esta casa, Gonzalo Herranz, no
fue difundido por la Cámara en ningún tipo de publicación salvo los diarios de sesiones
y una página de internet. El conjunto de personas y organizaciones que se oponen a la
eutanasia no han sacado el fruto debido de esta contribución de la sociedad española.
Con la notable excepción de la Conferencia Episcopal Española que elaboró un valioso
documento de cien preguntas y respuestas sobre la eutanasia, la actitud adoptada ha sido
más bien conservadora, es decir, mientras no ha habido un riesgo inmediato no se ha
producido una movilización mantenida a lo largo del tiempo.
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Paralizada la propuesta eutanásica en aquel momento, durante la legislatura 2000-2004
no era factible una aprobación de una norma que permitiese esa forma de homicidio.
Aún así se sucedieron las proposiciones de ley radicales, destinadas, más que nada a
mantener el debate abierto.
Otros efectos legislativos.
El debate en torno a la eutanasia ha tenido su impacto en una cuestión colateral y no
necesariamente vinculada a ésta, como es la de los denominados testamentos vitales. En
efecto, los testamentos vitales, o como se denominarán en general en la legislación
española, las instrucciones previas, pueden vincularse a dos causas. Por un lado, al
desenvolvimiento del consentimiento informado, efecto final del juego de la
introducción de la idea de autonomía individualista en la medicina, se trata de un
consentimiento informado previo, para el caso de que el paciente pierda la capacidad de
manifestar su opinión sobre tratamientos en fases terminales o de pérdida de conciencia.
Pero también el tópico de las Instrucciones previas guarda relación con los temores
generados en torno al encarnizamiento terapéutico y a la prolongación de sufrimientos.
En cierta medida, puede aparecer como un agente de la intervención médica al final de
la vida. Ahora bien, para muchos, debido a la interpretación más extendida de lo que
significa eutanasia entre nosotros, esto es precisamente la eutanasia, desde Bacon la
acción médica destinada a “poner fin” a unas circunstancias insufribles.
Ambas posturas se combinan en la particular interpretación de la autonomía radical.
Para esta, en oposición a lo que había deducido el propio Kant, la autonomía del sujeto
incluiría el derecho a exigir la propia muerte de manos de otro, e incluso la posibilidad
de dejar esta consideración por adelantado, en forma de instrucción. Este testamento, a
juicio de los proeutanásicos permitiría superar la principal objeción a la voluntariedad
de la eutanasia en fases terminales: el hecho de que el sujeto se encuentra fuertemente
mediatizado, probablemente deprimido, sometido a tensiones que impiden definir en
sentido estricto su acto como libre. Autores como Cotta han demostrado, a mi juicio de
forma concluyente, cómo el testamento vital de contenido eutanásico no sólo no supera
esta objeción sino que crea un nuevo problema, la subordinación del agente o del
paciente a la voluntad de otro, y en definitiva al contenido del documento.
El término testamento vital es jurídicamente inadmisible, de hecho ha sido rechazado
por el ordenamiento español, sin embargo es el más extendido y presumiblemente el
más clarificador. La referencia a los mismos estaría incompleta si no la situásemos
también en lo que podemos denominar el contexto antieutanásico. De hecho, los
testamentos vitales que la mayoría de nosotros hemos visto en España, sin validez
documental desde mi punto de vista a la luz de la nueva legislación, son los distribuidos
según el modelo elaborado por la Conferencia Episcopal Española y son frontalmente
antieutanásicos.
En la argumentación contraria al amplio movimiento eutanásico que sufrimos ha tenido
especial relieve la definición del concepto de ortotanasia, como opuesto tanto al
ensañamiento terapéutico u obstinación terapeútica como al otro exceso, la eutanasia.
Precisamente, los testamentos vitales son considerados como un instrumento de
mantener el control sobre la propia vida y los tratamientos al final de la vida.
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El otro frente de actuación para atacar la justificación de la eutanasia a través del temor
real a la denominada medicina industrializada ha sido la insistencia en la nueva
medicina a través de los cuidados paliativos. De hecho la Sociedad Española de
Cuidados Paliativos, tanto en sus comparecencias ante la Comisión senatorial antes
citada, como en la elaboración de un documento concreto, ha insistido en el valor de
esta alternativa. Especialmente relevante es esta Declaración sobre la eutanasia de la
Sociedad Española de cuidados Paliativos, publicada en 2002.
Junto a la inadecuación del concepto de eutanasia pasiva, que tanto ha ayudado a la
confusión aun en boca de personas bienintencionadas, la declaración citada describe las
consecuencias sociales previsibles de la legalización de la eutanasia. Entre ellas, las
conocidas de la pérdida de confianza en el personal sanitario, el riesgo para los más
débiles de la sociedad o la pendiente deslizante. Es relevante que, en general, el
desarrollo en un país de las leyes eutanásicas coincide con un abandono del esfuerzo en
los cuidados paliativos.
En este contexto no es extraño que en España, en los años de la polémica, se ha
desarrollado una amplia legislación en torno a los testamentos vitales, o como indica la
ley nacional, Instrucciones previas, término que tiene algo de electrodoméstico.
Por la particularidad del sistema legislativo español, fuertemente centralizado, el
proceso comenzó con una serie de normas autonómicas. La que ha tenido mayor
influencia, por ser la primera desarrollada técnicamente con propiedad, es la ley
catalana, aparecida el 29 de diciembre de 2000, apenas superada la primera parte de la
polémica. La ley catalana liga las denominadas Instrucciones Previas a la Autonomía y
recoge dos precauciones que no han sido respetadas en la posterior Ley nacional,
aunque, en cierta forma, la inspiran. Una es la exigencia documental estricta, es decir,
que se otorgue ante notario o tres testigos cualificados, lo que es indudablemente una
garantía. La segunda es la exigencia de que el paciente entregue las instrucciones a los
médicos que le atienden, lo que resuelve en cierta forma el problema de los registros
que están previstos en la legislación nacional. Es sintomático además que Cataluña es el
único territorio que ha desarrollado un registro de instrucciones previas.
La norma nacional toma también de la norma previa la institución del representante y la
invalidez de las IP que contengan disposiciones contrarias al ordenamiento jurídico, la
buena práctica médica o que no correspondan a los supuestos de hecho previstos. Estas
precauciones como las posteriores de la Ley nacional, aunque redundantes con el propio
sistema jurídico, pues es inconsistente que un documento civil o administrativo
contenga previsiones contrarias al Código Penal, Ley Orgánica, prueban la oposición
del legislador a la eutanasia. Precisamente, la reiterada insistencia del legislador en este
aspecto obvio prueba que la cuestión de la eutanasia estaba en su mente, precisamente
para rechazar cualquier forma de la misma.
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El impacto social de la película Mar Adentro.
El panorama ha cambiado tras las elecciones del 14 de marzo, tres días después de la
brutal matanza del 11 de marzo en los trenes de cercanías de Madrid. La nueva mayoría
esta integrada por un Partido socialista, ampliamente influido por la sección catalana
que es la más radical en temas sociales, apoyado en Esquerra Republicana, igualmente
radical y la coalición Izquierda Unida, agrupada alrededor del Partido Comunista.
Primero ha sido la película “Mar adentro” del director Alejandro Amenábar y
protagonizada por el actor Javier Bardem. La película obtuvo financiación pública, a
través de Televisión española, ya en la anterior etapa del Gobierno del PP. Ha sido
producida por Sogecine, productora perteneciente al Grupo Prisa, propietario entre otros
del diario el País, la cadena de radio SER y el Canal+ de televisión. Su estreno, tras el
cambio político provocado por la manipulación de la masacre del 11 de marzo en
Madrid, fue un acontecimiento social al que asistieron ocho miembros del Gobierno
socialista y el propio presidente Rodríguez Zapatero, realmente un récord de
representación gubernamental en el estreno de una película en regímenes no
expresamente totalitarios. Realmente más que un estreno parecía una reunión del
Consejo de Ministros. En la entrega de los premios Goya, imitación de los Oscar
americanos o los Cesar franceses, ha obtenido 14 premios. Igualmente la película se
encuentra nominada a los Oscar en dos apartados. El impacto social de la película en
España, no así en su mediocre recorrido en otros países, ha sido enorme.
El exceso de premios ha provocado que el director de la otra gran película anticlerical
de la temporada, Almodóvar, autor de “La mala educación”, abandone la Academia de
Artes Cinematográficas. No había apreciado, indudablemente, el grado de implicación
proeutanásica del lobby radical que controla la Academia.
La película Mar Adentro, técnicamente apreciable, truca a juicio de los expertos los
sentimientos de los espectadores, conduciéndoles a una tesis prediseñada por el director
y que éste no mantiene expresamente, es más, niega públicamente su implicación
personal en el debate sobre la eutanasia. Sin embargo, la conclusión inevitable que se
produce tras la visualización de la película es que la actitud de Sampedro no era sólo
razonable sino moralmente excelsa. La postura de Sampedro a juicio del crítico
Jerónimo Martín, resulta exaltada de forma sentimental y predeterminada de forma que
se reconstruye la figura de un santón laico. Este adopta la única postura racional que es
moralizada a base de trucos cinematográficos que, añadiríamos nosotros, son claramente
melodramáticos. No hay dudas verdaderas en ninguno de los protagonistas que
representan personajes tópicos de la bondad absoluta en el caso de los colaboradores al
homicidio y del prejuicio, esencialmente religioso, en quienes se oponen Para ello,
distorsiona la figura de quienes siendo tetrapléjicos no aceptan la salida “valiente” en
una escena, inspirada en un sacerdote efectivamente existente al que se ridiculiza sin la
menor piedad.
La ausencia de dudas y la posición férreamente anticatólica ha sido comparada por José
Maria Aresté con el éxito de la temporada, la película de Clint Eastwood “A million
dollars Baby”. Pese al perfil pesimista del film, las dudas de los intervinientes son
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reales, los motivos de los partidarios de la muerte discutibles y el sacerdote que aparece
no está distorsionado y sus razones se escuchan con respeto, se sigan o no, algo
imposible de esperar en una película española.
El happening ha continuado con la confesión pública, previo pago en una cadena de
televisión, de la homicida Ramona Maneiro, la persona que figura como la directa
responsable de poner el veneno a disposición de Sampedro. En el film esta representada
por la actriz Belén Rueda que adopta una posición angelical de apoyo a la muerte de
Sampedro. La confesión se ha realizado una vez que presumiblemente ha prescrito el
delito, si éste fuera de eutanasia. Aunque la fiscalía ha anunciado una investigación para
ver si inicia una causa, la respuesta está siendo todo lo lenta que cabría esperar en un
asunto de estas características en las actuales circunstancias. De todas formas Ramona
Maneiro ya ha sido llamada a declarar ante los tribunales, mientras su postura homicida
ha sido ensalzada públicamente en la entrega de los últimos premios Goya. El propósito
del acto, amén del puramente crematístico, ha sido resucitar el caso de nuevo,
mantenerlo vivo. Es lamentable que la aparición de Ramona Maneiro se desarrollase en
un programa de esos que llaman del corazón en España, y que abriese un debate con los
familiares sobre el aprovechamiento del caso por esta persona, que había atendido por
poco tiempo al enfermo en comparación con otros familiares que se consideraron
agraviados por el aprovechamiento crematístico del caso. Como se ha indicado en la
Prensa, quizás Amenábar pudiese hacer una película sobre la segunda parte del caso. Un
film costumbrista y sarcástico sobre la miseria humana.
Llama, en este sentido, la atención que en más de un decenio la supuesta demanda
social por la eutanasia, tan alegada por el lobby homicida, se reduzca en un país de
cuarenta millones de habitantes a un solo caso, constantemente revivido por el grupo en
cuestión.
Posible evolución.
La Conferencia Episcopal Española ha lanzado una campaña con trípticos contra la
Eutanasia. El Gobierno ha respondido anunciando que no existe una campaña
antirreligiosa y reiterando por boca de la Ministra de Sanidad que no existe propósito
de abordar la legalización de la eutanasia en esta legislatura. Precisamente, el 14 de
febrero de 2005, la Ministra de Sanidad Elena Salgado ha reiterado esta declaración en
el diario El País añadiendo que le han impresionado las numerosas cartas de personas
mayores que son las más expuestas a la legalización. Se reitera la impresión de que la
exigencia de eutanasia no es promovida precisamente por sus posibles “beneficiarios”.
Aún así no se entiende una intervención gubernamental a propósito de la campaña de
concienciación de la Iglesia, paralela a la que han desarrollado otros grupos. Se extiende
la sospecha de que se quiere excluir a la postura católica del debate social, se interpretan
constantemente sus posiciones como antigubernamentales, si el gobierno no tiene el
propósito legalizador es incomprensible que se dé por aludido, y se quiere preparar a la
opinión pública para abordar la cuestión cuando la “sociedad esté preparada”, por usar
el tópico de los debates del 95.
En la última semana se han producido novedades. La radio católica ha hecho pública
una carta firmada por el jefe de Gabinete del Presidente del Gobierno donde se
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comunica a un ciudadano que la aprobación de la eutanasia requiere una reforma por
Ley Orgánica del Código Penal, que se abordará previsiblemente en el 2006. Las
razones de esta discrepancia en la misma semana en que la Ministra de Sanidad
afirmaba públicamente lo contrario pueden ser varias. Hay una muy sencilla.
Presidencia del Gobierno tiene en Moncloa un sistema de asesores paralelo al de los
Ministerios que puede mantener una opinión discrepante respecto a aquellos. Los
asesores monclovitas podrían tener una opinión diversa, más cercana a la del Presidente
que la expresada por los ministros. Cabe, sin embargo otra opción igualmente
preocupante. Al recibir una carta de atención al ciudadano, Moncloa ha podido remitirla
a informe a Justicia, a través de asesores de segundo nivel. En el Ministerio se han
podido limitar a consultar un informe interno donde se recoja una agenda legislativa que
no se ha hecho pública aún en todos sus detalles. Enviada la carta de respuesta se ha
pasado a la firma sin apreciar que en estos meses tocaba afirmar que no se legalizaría la
eutanasia.
El momento actual es el de la preparación de la opinión pública una vez claro que no
existen dudas en la mayoría radical sobre la legalización de la eutanasia sino tan solo
discrepancias sobre el momento de abordarlo. Es igualmente preocupante que no exista
en la oposición un expreso compromiso provida, lo que hace que se eluda en sede
parlamentaria el debate, esperando en todo caso que la defensa del derecho a la vida de
los dependientes lo protagonicen la Iglesia y los grupos sociales sensibles ante las
amenazas contra la dignidad humana.
Esta falta de acción política concreta es otro de los problemas con los que nos
encontramos en estos momentos en España. Es apreciable también en cuestiones como
los matrimonios entre personas del mismo sexo, la reforma de la legislación en materia
de experimentación con embriones y la posible ampliación legal de los supuestos de
aborto. La oposición no votará a favor de estas reformas pero no desarrolla una
actividad parlamentaria efectiva que construya una alternativa o que haga presumir que
en el caso de una victoria electoral se modificaría la legislación ya aprobada. Se trata de
un defecto del conservadurismo, especialmente del español que ha sido suficientemente
tratado por la doctrina.
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Bibliografía.
Los documentos parlamentarios citados, así como las comparecencias de la Comisión
del Senado, son accesibles en la página www.ConDignidad.org
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