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I. El viaje inicia
E
ra una mañana fría en la aldea, la quietud reinaba sobre todo el valle, todo
parecía normal. En la colina que estaba al sur se podían ver pequeñas casas,
de las cuales salían por los fogones tiras pequeñas de humo que se extendían
sobre los techos como un anuncio inconfundible de la llegada del desayuno. El
cantar de los gallos resonaba por todo el valle como un eco que se repetía una
y otra vez.
En ese momento, entre el bullicio mañanero de las aves que cruzaban el
cielo en busca de su primera comida, un joven abre sus ojos lentamente, desemperezándose de su sueño nocturno y notando, al estirarse en la cama, que el
sol empezaba a iluminar tenuemente los picos de los cerros más altos. Estando
aún acostado en la cama y justo a mitad de un gran bostezo que mostraba toda
su dentadura, se oyó un grito desde la cocina.
—IXOOOISSSS, ¿piensas quedarte en la cama todo el día? —aquella voz
resonó por toda la casa haciendo que Ixois se pusiera de pie casi de inmediato.
—Voy enseguida —contestó, mientras salía del pequeño cuarto de la casita
de madera, débilmente iluminada por unas pequeñas lámparas, que poco a
poco iban perdiendo luminosidad a medida que el sol derramaba sus rayos
sobre el valle.
Ixois caminó apresurado por un pequeño corredor que pasaba al lado de
la cocina y que daba a una puerta en la parte trasera de la casa, en la cual se
encontraba una pequeña explanada de la cual salían dos caminos; uno que se
empinaba hacia la montaña y otro que recorría la colina hacia el oeste, contoneándola. Caminó a través de este último, internándose en la espesura.
Tras unos pocos minutos llegó a un pequeño riachuelo del cual fluía agua
cristalina que se deslizaba suavemente. Ixois se inclinó y empezó a lavarse la
cara, el cabello y los brazos y en ese momento se oyó de nuevo un grito fuerte
desde su casa que resonó por la colina:
—IXOOOOOOIIIISSSSS…
La madre del joven no lo había visto pasar por la puerta de la cocina y
pensaba que el aún estaba durmiendo.
Ixois se incorporó rápidamente y corrió hacia la casa a toda velocidad. Al
llegar a la cocina notó que su madre no estaba y caminando a hurtadillas se
fue a su cuarto y vio que su madre cargaba una pequeña cacerola con agua y
parándose detrás de ella le dijo:
—¿Qué piensas hacer con eso?
La mujer se sobresaltó y se le escapó un fuerte grito, mientras la cacerola se
le deslizaba de las manos derramando el agua en el piso.
—¿Piensas matarme de un susto? —preguntó, mientras Ixois, ocultando la
risa, recogía la cacerola del suelo y la ponía en sus manos.
—Tranquila, madre, todo está bien, esta vez perdono el que hayas querido
mojarme mientras duermo —la madre intentó decir algo pero se dio la vuelta
y se marchó hacia la cocina mientras Ixois la seguía aún con una sonrisa de
triunfo en su rostro.
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Ixois Letrán y la Espada de Fuego
—Ya el desayuno está listo, siéntate a la mesa —gruñó la madre, que reflejaba en su rostro el disgusto que le había provocado. Ixois se sentó a la mesa
y comió en silencio mientras su madre lo observaba con el ceño fruncido. Ella,
rompiendo el silencio, le dijo—: Espero que no te hayas olvidado de que hoy
tienes que partir a Hawa a casa del viejo Dionis a buscar las semillas de maíz
que utilizaremos para sembrar antes del invierno que ya se avecina.
—Sí, madre —respondió—, ya le he dicho a Ukku y a Pirkis que me acompañen para que el camino se haga más corto, aunque no comprendo por qué
debo ir a la ciudad a buscar algo que podemos encontrar por aquí más cerca.
—Entonces tendré que poner un poco más de comida en la alforja porque
Pirkis tiene un apetito voraz —dijo la señora, sin hacer caso al comentario de
Ixois; debía ir a la ciudad y punto, no era una opción. Se levantó y sacó unas
frutas secas y las puso dentro del pequeño saco—. Recuerden que no deben
caminar de noche por la Ensenada de Cebas ya que allí se ocultan unos bandidos que esperan a que caiga la noche para robar a los incautos que por allí
merodean —comentó la mujer con una expresión de preocupación—, porque
aunque ustedes no tienen nada de valor, ellos igual podrían atacarlos…
—Tranquila, madre —interrumpió Ixois—, sabes que no les temo a esos
malhechores y que en menos tiempo del que piensas estaré aquí de vuelta con
las semillas. Por cierto, ¿dónde está Rupert?
—Salió al gran río antes del amanecer a buscar unos peces; dijo que regresaba al anochecer y que no te preocuparas que él me cuidará mientras no estés.
Y acercándose a Ixois le dio un golpe por detrás de la cabeza, diciendo:
—Apresúrate, si no cuando vuelvas voy a estar tan vieja que ya no podré
ayudarlos a sembrar.
—Tranquila, madre, ya salgo —y, parándose, salió corriendo a su cuarto y
buscó una lira, se puso unas sandalias de cuero y volvió a la cocina. Su madre al
verle la lira en las manos endureció la expresión de su rostro e inquirió:
—¿No pensarás llevarte eso contigo?
—Pero, madre, ¿de qué otro modo piensas que el camino se hará más corto
si no es con música? —respondió Ixois.
—Pero eso solo te va a retrasar pues seguramente perderán el tiempo cantándole a toda doncella que se les atraviese —dijo la madre.
—Tranquila, te aseguro que no tienes nada de qué preocuparte —dijo
Ixois—, solo la usaremos cuando nos detengamos a descansar por la noche; y,
además, ya estás necesitando una nuera que te ayude con los quehaceres de la
casa.
El rostro de la madre se encendió, adquiriendo un color rojo intenso y una
vena en la frente empezó a palpitar con fuerza. Al ver esto Ixois dio unos pasos
hacia la puerta de la cocina tomando la alforja y asegurando entre sus manos
la lira.
—¿Piensas que soy una inútil? —gritó la madre—. O ¿crees que no puedo
cuidarme sola? ¡Si te he cuidado a ti y a tu hermano creo que puedo arreglármelas sola! ¡Y no necesito nadie que me ayude con mis quehaceres! —gritaba
mientras sus manos buscaban frenéticamente algo para lanzárselo.
14
Marín
Ixois tuvo que dar los últimos pasos apresuradamente para evitar los trastes que su madre le arrojaba, corrió hasta la puerta delantera y deteniéndose
allí dijo en voz alta:
—¡Yo también te amo, mama! —al tiempo que levantaba la mano para despedirse. Siguió corriendo justo en el momento que una cacerola golpeó con
fuerza en el lugar donde segundos antes había estado, cayendo al suelo con
gran estrépito, mientras Ixois dejaba la casa y se encaminaba colina abajo a toda
velocidad.
Desde la colina se podían ver las casas de la aldea, los caminos, los sembradíos, los pastizales donde los pastores cuidaban sus rebaños y el río que
bordeaba al pueblo, serpenteando entre las montañas. El trayecto hacia la ciudad era largo, aproximadamente día y medio a través de las montañas, ya que
Hawa se alzaba por encima de todo el valle y desde ella descendía un camino
amplio que llevaba a la bahía de los Smartocs grandes navegantes y excepcionales pescadores, cuyo puerto era muy importante para Hawa ya que por medio de él llegaban de tierras lejanas sedas, especies, vidrios y cualquier cantidad
de objetos preciosos.
Ixois empezó a bajar por la ladera hacia la aldea, por una senda pequeña
que en muchas partes se cubría por encima casi en su totalidad por árboles
grandes y arbustos, los cuales por flanquear ambos lados del camino le daban
la apariencia de un túnel, que además servían para marcar los linderos.
Desde ahí se podían ver las filas de los sembradíos, ya que muchos campesinos cultivaban en las laderas de aquel valle una cantidad grande de frutos y
hortalizas que después eran vendidos en el mercado de Hawa, el cual siempre
permanecía lleno de compradores y vendedores de todo tipo de mercancía.
La ruta estaba llena de giros y vueltas de pasos pedregosos y areniscos y,
en ocasiones, pasaba al lado de desfiladeros. Mientras caminaba, Ixois iba tarareando una canción y jugueteaba con las hojas de la maleza que bordeaban el
sendero; llevaba puesto una especie de túnica larga de color grisáceo, ceñida a
la cintura por un trozo largo de tela negra, y en la mano se le veía una especie
de pulsera de cuero con unos signos ya un poco borrados por el paso del tiempo, pues al parecer la tenía desde hacía mucho.
Ixois tenía unos dieciocho años, su estatura era de un metro setenta, de
contextura robusta y de piel morena; su rostro mostraba siempre el carácter
amistoso del joven.
Después de bajar durante unos quince minutos encontró a un viejo que
venía caminando cerro arriba con su burro, que estaba cargado con unos sacos.
—Buen día, señor Kirt, veo que ya encontró lo que necesitaba —dijo Ixois.
—Sí —respondió el viejo, sonriendo—, ya falta poco para llegar a casa —
añadió. El anciano era un ermitaño que vivía en lo más alto de la montaña y
aunque muchas personas lo creían gruñón él era amable con Ixois, quien lo
visitaba siempre que podía, y escuchaba con atención las largas historias de
tiempos antiguos, y aunque muchas veces Ixois no las creía siempre las escuchaba con agrado.
—¿A dónde vas? —le preguntó el anciano.
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Ixois Letrán y la Espada de Fuego
—Voy a la ciudad de Hawa a buscar un encargo de mi madre, vuelvo en
un par de días —respondió.
El anciano contorsionó el rostro como si hubiese sido obligado a comer un
fruto muy amargo y le dijo:
—Ten mucho cuidado, recuerda que las ciudades apestan y que solo traen
problemas y desgracias —el comentario no asustó para nada a Ixois, quien conocía lo reacio que era el viejo ante las ciudades o cualquier grupo de personas
que vivieran en un mismo lugar. Y que siempre le había insistido a Ixois que
se alejara de aquellos lugares, recomendándole que lo mejor era permanecer
aislado.
—Le aseguro que me cuidaré —respondió mientras reanudaba su marcha
hacia la aldea.
A medida que bajaba el sol calentaba más y más. Siendo eso de las ocho de
la mañana ya estaba en el pueblo.
Caminó hasta la casa de Pirkis, uno de sus amigos, que estaba sentado al
lado de Ukku debajo de un gran árbol, quienes al verlo se pusieron de pie.
—¿Qué pasó, Ixois, dijiste que estarías aquí antes del amanecer? —dijo
Pirkis abriendo las manos.
—Te dije que siempre llega tarde y que esta vez sería lo mismo —comentó
Ukku.
—¡Tarde pero seguro! ¿No? —preguntó Ixois con cara de que conocía bien
la respuesta, y acercándose les estrechó las manos—. Bueno, lo importante es
que ya estoy aquí y que debemos ponernos en marcha.
—Tienes razón —dijo Pirkis—, pero antes déjame despedirme de mi madre —y entró corriendo en la casa.
Mientras tanto Ixois le preguntó a Ukku, un joven unos dos años menor
que él, de estatura baja y que tenía las rodillas un poco separadas y por lo cual
siempre le hacían bromas:
—¿Ya ha vuelto tu padre de su último viaje?
—Sí, llegó ayer al atardecer, y nos dijo que las cosas en el norte no andan
muy bien, que los rumores sobre los Nélfin se acrecientan cada día, pero, que
según él, siguen siendo rumores, aunque cuando le dije que íbamos a Hawa no
quería dejarme ir, pero lo convencí de hacerlo diciendo que somos capaces de
cuidarnos solos —dijo enérgicamente, aunque después, viendo la expresión en
la cara de Ixois, añadió en un tono más suave—: Bueno, y mi madre le pidió
que me dejara ir.
Ixois pensó en silencio por unos instantes y dijo:
—Ven, entremos a la casa de Pirkis, que aún no he saludado a su madre.
La señora Sheila, madre de Pirkis, era una señora de unos cuarenta y cinco
años que se dedicaba a hilar lana, coser y tejer, por lo que él siempre tenía ropa
hecha a la medida por su madre.
—Buen día, señora, ¿cómo está? —saludó Ixois, mientras husmeaba entre
las cacerolas de la cocina.
—Muy bien —contestó, y viendo de reojo a Ixois, dijo—: Pero por lo que
parece tú estás hambriento.
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Marín
—No, no tengo hambre, solo me gusta ver la deliciosa comida que prepara
—mintió Ixois, a quien la caminata le había abierto el apetito de nuevo—. Pero
no me vendría mal un pedazo de pan —añadió, mientras sacaba de un recipiente un pedazo de pan y se lo llevaba a la boca.
Al cabo de un rato estaban casi listos para partir a la ciudad. El día estaba
hermoso, el sol ya en lo alto del cielo había calentado el valle y la brisa que corría por él movía los árboles en un suave vaivén que refrescaba la aldea. Poco
antes de salir, Pirkis, que había estado llenando su alforja con comida hasta más
no poder, dijo a sus compañeros:
—Esperen un momento, que se me ha olvidando algo —y saliendo a su
cuarto buscó una flauta de madera, que intentó meter en su saquito pero no
pudo, porque estaba repleto de bocadillos; aun así con su flauta en la mano se
unió a sus compañeros y les dijo—: Ahora sí estamos listos. —Y añadió en voz
alta—: Adiós, mamá, nos vemos en un par de días.
—Hasta la vuelta, señora —dijeron al unísono Ixois y Ukku, quienes estaban en la puerta con Pirkis y agitando las manos despidiéndose de la señora
Sheila y poniéndose en marcha hacia la ciudad de Hawa.
Pasando entre los pastizales a través de caminos rodeados de vegetación
los tres amigos caminan en dirección al gran río. La caminata era placentera y
los tres empezaron a conversar entre sí:
—¿Qué creen de los Nélfin? ¿Será cierto que están al asecho de la ciudad
de Hawa? —preguntó Ukku con cara de preocupación.
—No, no creo, deben ser solo rumores, hace meses que están diciendo eso
y nada ha ocurrido —dijo Pirkis.
—La verdad es que ese es el tiempo necesario para trasladar todo un ejército a la ciudad y sitiarla, pero en realidad no creo que los Nélfin hayan recuperado del todo su poder —dijo Ixois.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, el señor Kirt me ha contado que hace algunos años los Nélfin
ganaron un poder muy grande dominando un gran territorio, y un día después
de muchos combates tomaron por asalto un campamento ubicado en la región
de Mortkart donde se encontraban los ejércitos que luchaban contra ellos y se
inició una gran batalla que se extendió por nueve días; pero cuando pensaban
que ya eran vencedores y que los humanos no podían hacer nada, fueron derrotados por unos seres alados que se unieron a los guerreros, y los sorprendieron,
causando terror en sus filas. La lucha fue feroz, sangrienta y terrible, lo que
acabó debilitando a los Nélfin, quienes después huyeron dispersándose, y aunque los ejércitos los buscaron durante meses en todas las ciudades, no dieron
con ellos, y todos pensaron que las heridas que recibieron en la batalla al final
los habían acabado y que sin lugar a dudas estaban muertos; y después de un
par de años se confiaron, pensando que nunca más volverían y poco a poco
dejaron de estar en alerta, los ejércitos se dispersaron volviendo a sus vidas ordinarias y solo pocos batallones resguardaban las ciudades. Y un día, después
de muchos años, tomaron por asalto la ciudad de Cuzcant destrozando todo
sin ninguna piedad; solo unos pocos lograron sobrevivir y fueron a alertar a
las demás ciudades, pero esta vez unos guerreros estaban viejos, otros muy
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Ixois Letrán y la Espada de Fuego
cansados, muchos habían desaparecido misteriosamente y una gran mayoría
no quería pelear en otra guerra, pues los recuerdos los perseguían día y noche,
atormentándolos, y solo querían estar en paz; y así dejaron a nuestro mundo
sin defensas a merced del ataque de los Nélfin.
—Caramba…, pero sabiendo que están al asecho ¿nadie ha hecho nada?
—preguntó Pirkis con cara de rabia.
—No. Parece que todos están tan ocupados con sus vidas y nadie quiere
aceptar que es verdad todo lo que la gente comenta de los Nélfin —dijo Ixois.
—Es cierto, al principio de los rumores todos estaban alertas pero como
han pasado casi seis meses sin que ocurra nada, ya nadie cree que de verdad
pase algo, bueno eso es lo que dice mi padre que ha escuchado en la ciudad,
pero sé que él está preocupado, por eso no quería que viniese —dijo Ukku.
—La verdad es que todo esto es muy extraño, pero de todos modos hay
que estar alertas, no se sabe que podría pasar —dijo Ixois.
Todos guardaron un silencio rotundo durante un buen rato, inmersos en
sus propios pensamientos. Ya para esta altura estaban caminando a orillas del
gran río, que en esta parte de su recorrido hacia las llanuras de Sinar era caudaloso y con una corriente muy fuerte, poseía muchas piedras de colores muy
llamativos aunque la gran mayoría eran verdosos, lo que le daba un aspecto
cristalino verdoso al agua que lo recorría, que por su origen en las cumbres
nevadas del Ikémsub era sumamente fría, aunque todos los habitantes de estas
regiones ya están habituados a esto.
—¿Rupert no estará por aquí? —preguntó Ukku rompiendo el silencio.
—No, él no acostumbra pescar por aquí, dice que la corriente es muy fuerte, por eso siempre va río abajo, donde la corriente es un poco más lenta y se
hace más profundo —respondió Ixois.
—Creo que es hora de detenernos un rato —dijo Pirkis frotándose la panza.
Pirkis era solo un poco más pequeño que Ixois, de piel más blanca y ojos
marrones claros, y quien se dejaba crecer una especie de barba juvenil, que en
realidad eran más de dos o tres vellos que le salían de la cara, de forma un poco
desordenada, su apariencia era robusta y presumía de ser el más fuerte de los
tres, por esta razón la mayoría de sus túnicas no tenían mangas, para dejar sus
brazos a la vista, aunque los demás no le daban importancia a esto.
—Tienes razón —contestó Ukku, y señalando una enorme roca blanquecina que estaba a orillas del río, en un recodo desde la cual se podían ver a la vez
el camino por donde habían subido y lo que aun le faltaba por recorrer, antes
de empezar el ascenso por la montaña que los llevaría hacia la ciudad, dijo—:
Vamos hasta esa piedra de allá dijo.
—Muy bien, me parece un sitio genial para almorzar —dijo Ixois—, creo
que ya es un poco más de mediodía, pero no debemos detenernos demasiado
pues falta aún mucho camino por recorrer.
—No te preocupes, comemos y descansamos unos cinco minutos, y luego
proseguimos —dijo Pirkis.
Al llegar a la gran piedra todos subieron a ella, esta parecía el piso de una
casa, ya que era plana, ubicada entre la ribera del río y su cauce, debajo de un
gran árbol que le daba una muy buena sombra. Ahí, Pirkis dijo:
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Marín
—Si quieren comemos primero de mi alforja y después en la noche o mañana de la de Ixois.
Al ver el tamaño de la mochila de él, todos estuvieron de acuerdo y empezaron a consumir los alimentos, y a pesar de que todos los comensales poseían
un gran apetito, quedó una buena cantidad de comida.
Después de comer y escuchando el rumor del río, la frescura de la sombra
de aquel enorme árbol, sintieron que era el momento propicio para que Ixois
empezara a tocar una melodía muy suave en su pequeña lira, cuyo sonido era
muy dulce y melodioso. Pirkis tomó la flauta y empezó a seguirlo. En pocos
instantes los tres estaban recostados de la piedra, con los ojos entrecerrados casi
dormitando, sin darse cuenta de que alguien los observaba desde lejos y que
caminando en silencio se había acercado a ellos, asechándolos.
Con cuidado de no causar el menor ruido, el extraño se subió a la piedra,
y con mucho cuidado se acercó a ellos. Ni siquiera el ritmo de su respiración
era audible, los observó, y llevándose cuidadosamente las manos a la boca, colocándolas de manera que sirvieran para amplificar el sonido, tomó una buena
bocanada de aire y gritó:
—¡HEYYYYYYY…!
Los chicos, que no se habían percatado de su presencia, debido a su pequeño letargo, empezaron a patalear sobre la piedra y a dar gritos. Ukku, que
estaba más cerca de la orilla de la piedra, cayó al río mojándose con el agua
helada, mientras Abimael los miraba retorciéndose de la risa.
—¿Qué diablos te pasa? —gruñó Ixois, quien como pudo se había puesto
de pie y estaba a unos pocos pasos de Abimael, quien casi no podía parar de
reír, y juntaba las manos delante de su pecho pidiendo que lo perdonaran.
Abimael era amigo de Ixois desde que éste llegó al valle, pero debido a sus
ocupaciones como pastor (a lo que se dedicaba para ayudar a su madre, aunque en realidad no le gustaba mucho) no tenía tiempo para divertirse como los
demás, pues las ovejas del rebaño necesitaban ser cuidadas diariamente en una
tarea que parecía no tener fin.
De pronto mientras Abimael e Ixois cruzaban miradas y Pirkis se ponía de
pie, Ukku, quien había logrado salir del río, caminó a toda velocidad y se paró
detrás de Abimael, y dándole un fuerte empujón que lo hizo caer al río, tenía la
cara encendida de ira y el entrecejo fruncido, lo que hacía que su nariz se viera
aun más grande de lo que la tenía. La rabia le brotaba de la piel como si su única
intención fuese borrarlo de la faz de la tierra.
—¡NOOOOO! —gritaron al unísono Ixois y Pirkis, quienes a pesar del susto que se llevaron y el mal rato que Abimael les proporcionó no estaban tan
molestos.
—Tranquilo, hombre, no es hora de pelear, tan solo fue una broma, no es
para que te pongas así —dijo Pirkis en un tono muy serio, ya que conocía bien
el carácter de Ukku, pues eran amigos desde la infancia y ya poseían un record
de peleas entre sí.
—¿Tranquilo? ¿Tranquilo? Cómo se ve que no fue a ti a quien el tonto ese
hizo caer en esa agua helada —dijo Ukku en un tono áspero con la sangre aún
hirviéndole en las venas.
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Ixois Letrán y la Espada de Fuego
—Pero él no fue quien te hizo caer, fuiste tú al saltar del susto —acotó
Pirkis.
—Claro, pero de no venir el tonto ese a asustarnos yo no me hubiese caído.
—Tiene razón —dijo Abimael, quien salió del agua y estaba parado detrás
de Ukku—. Fue mi culpa, la verdad no pensé que se molestarían tanto con esa
broma —y mirando a Ukku, quien se dio la vuelta al escucharlo y quien apretaba ambas manos a la espera de la inminente confrontación, sin embargo se
sorprendió cuando Abimael le dijo—: Discúlpame, no fue mi intención hacerte
caer al agua, de verdad está bien fría.
Esto hizo que Ukku se calmara un poco.
—Bueno, creo que estamos iguales —dijo Ukku, y extendiendo la mano la
estrechó con fuerza y de la misma forma que aquella ira se encendió del mismo
modo se disipó.
—Perdonen que interrumpa este momento tan tierno, pero ¿no deberías
estar cuidando el rebaño a estas horas? —preguntó Ixois, quien había contemplado en silencio la conversación entre sus amigos.
—Sí, pero mi madre me dijo que buscara unas ovejas en Valle Bravo, ella se
las compró a Garbis hace dos meses pero él le dijo que las dejara crecer un poco
más, que él mismo se las cuidaba y que le avisaría cuando las podía ir a buscar,
y el padre de Ukku, quien pasó por allí en su último viaje, le dijo a mi madre
que ya era el momento de ir a buscarlas.
—Ahí hay caballos y toda clase de animales —dijo Pirkis.
—Sí, claro que sí, eso y mucho más. ¿Y ustedes a dónde van? —preguntó
Abimael.
—A Hawa, a buscar algo para mi madre —contestó Ixois.
En ese momento una pequeña luz iluminó los ojos vivaces de Abimael,
quien envuelto en un halo de repentina inspiración, dijo:
—¿Qué les parece si vamos a Valle Bravo? Yo hablo con Garbis para que
nos preste unos caballos y de ahí nos vamos a Hawa, así yo no caminaría solo
y ustedes se ahorran el cansancio de remontar la montaña a pie. ¿Qué dicen?
—Pero eso sería desviarnos del camino y nos retrasaríamos mucho —dijo
Ixois, quien no se notaba muy convencido de lo que el mismo decía.
—Querrás decir que se retrasarían aún más por que ya es bien tarde, y
no creo que les dé tiempo de llegar a lo alto de la montaña antes del anochecer y Ukku con esa ropa empapada no creo que resista el frío que hace en las
montañas por las noches. Vamos, yo les aseguro que no va a pasar nada y que
conseguiremos los caballos, comida y ropa seca, además me han dicho que las
hijas de los trabajadores son muy bonitas, y que les encanta la música y todo
eso —dijo Abimael en un tono muy alentador.
—La verdad es que tu oferta es muy tentadora —dijo Ixois después de
meditarlo por unos segundos. Dirigiendo su mirada a Ukku y a Pirkis, preguntó—: Pero ¿qué opinan ustedes?.
—¿Qué estamos esperando? Caminemos ya —dijo Pirkis, quien no podía
resistir esa triple promesa: comida, música y jovenzuelas y a quien los ojos se
les iluminaron y tan solo de pensar en aquello.
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Marín
—De verdad creo que es lo mejor porque ya me está dando frío con esta
ropa así —dijo Ukku, quien se frotaba los brazos.
—Entonces no hay nada más que decir, llegó la hora de hacerle una visita
a Garbis —finalizó Ixois.
Y juntos emprendieron el viaje, esta vez con dirección a Valle Bravo. Pero
no pensaron nunca las sorpresas que les tenía deparado el destino, pues la sombra maléfica de los Nélfin se extendía poco a poco sobre ellos, sobre su aldea,
sobre sus familias.
***
T
raigan acá esos maderos —ordenó Garbis a un grupo de hombres de apariencia apacible y vestidos con ropas harapientas producto de la faena del
día. Eran seis en total aunque uno de ellos, a diferencia de los demás, se veía
más joven y solo hacía un par de semanas que estaba trabajando en ese lugar,
ya que llegó a Valle Bravo como salido de la nada y pidió a Garbis que lo dejara
trabajar, asegurándole que con las comidas del día y un lugar para dormir le
bastaba, que no necesitaba de pago, a lo que Garbis accedió sin pensarlo mucho, porque era bastante el trabajo diario por hacer y una mano que lo ayudara
siempre era bien recibida.
Así pasaron los días, el joven hacía todo lo que le mandaban en silencio y
escudriñaba todo con la vista como sumergido en sus propios pensamientos,
nadie sabía de dónde era ni adónde iría después de trabajar allí, pero no parecía
importarles y todos en Valle Bravo seguían sus vidas de una forma normal.
—Van a hacer unos huecos como los que hicieron allá arriba pero esta vez
van a ir colocando los leños cerca, como a un metro de distancia, necesito que
esta cerca esté lista antes de que finalice esta semana, no quiero que se vuelvan
a dispersar otra vez los caballos por esos cerros; recuerden que la última vez
tuvimos que caminar tres días para poder encontrarlos —dijo enérgicamente
Garbis a los hombres que habían pasado los últimos días en la montaña cortando madera para la cerca que debían construir.
—Está bien, antes de lo que piensas la cerca estará lista y podrás dejar a
los caballos pastar aquí libremente —respondió un hombre bajo, de contextura
delgada, cuyo cabello era amarilloso enrollado y muy corto, de nombre Sloguie, quien era muy amigo de Garbis. Aunque todos decían ser muy amigos de
él, pues siempre los trataba bien a todos, y parecía tener una sonrisa que nunca
se le borraba de los labios.
—Eso espero. Por cierto, ¿cómo está tu mujer? Me dijeron que hace unos
días dio a luz a un varón —le preguntó a Sloguie.
—Muy bien y muy contenta —contestó, lleno de la alegría y el orgullo
propios de un padre primerizo.
—¿Y el padre cómo está? —preguntó Garbis.
—Yo estoy bien ¿no me ves? —dijo echando a Garbis una mirada de reproche.
—No, yo me refiero al padre no a ti —dijo con una sonrisa en los labios.
Todos rieron al ver que Garbis había hecho caer a Sloguie.
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Ixois Letrán y la Espada de Fuego
Garbis rió enérgicamente por unos instantes y después de dar unas palmadas en el hombro de Sloguie se marchó, caminando hacia las caballerizas que
estaban no muy lejos de allí, y que se encontraban en su mayoría vacías, ya que
los caballos, las yeguas y los potrillos estaban pastando vigilados de cerca por
Darwin, hermano menor de Garbis, y que era más fornido que él, aunque de
carácter distinto.
Se acercó a uno de los corrales que estaba al final de un gran salón dividido en pequeños rediles cercados con un techo muy alto, donde los caballos
pasaban las noches, y se quedó observando a una yegua grande de muy bello
pelaje amarillo, cuya crin larga caía de lado sobre su lomo arqueado por el peso
producto de la preñez. Garbis esperaba que pariera en cualquier momento.
—Falta poco, Rossi, falta poco —dijo Garbis a la yegua que se acercó al verlo y él le frotó la cabeza con una de sus manos—. Ya vas a salir de eso —agregó
mientras dejaba al animal con su enorme barriga y se iba caminado recorriendo
todo el hato y haciendo chistes con todos sus trabajadores. Estos no lo veían
tanto como un jefe, sino como un amigo más, pero aun así todos obedecían sus
órdenes.
La tarde fue cayendo poco a poco, los trabajadores volvían de sus faenas
y se iban marchando uno a uno a sus casas, que estaban ubicadas en las cercanías de los terrenos del hato, y los caballos volvían uno a uno a sus rediles en
las caballerizas y los demás animales eran llevados a los sitios donde cada uno
pasaría la noche.
Había en aquel valle toda clase de animales aunque no todos estaban al
cuidado de Garbis, pues el valle estaba dividido en fincas, algunas más grandes
y otras más pequeñas, pero en todas reinaba la limpieza, ya que muchas personas vivían y se esmeraban por mantener todo así.
En la casa grande que ocupaba el centro de toda a aquella extensión de la
finca, las lumbreras poco a poco se iban encendiendo, dejando todo iluminado
por pequeñas luces amarillentas, en las cercanías se podía ver Nahyor, recorriendo continuamente todo, con su expresión silenciosa y a veces tristona.
Los primeros días de su estancia, esto había llamado la atención de todos,
pero con el correr del tiempo todos se acostumbraron a su comportamiento,
porque a diferencia de todos él prefería estar solo o acompañado de los animales, muchas veces se le veía husmeando por todas partes, oculto y en silencio
como si tratara de averiguar algo. En varias oportunidades se les acercaba a
las personas sin que estas notaran su presencia hasta que estaba muy cerca de
ellos, continuamente el chico veía los caballos pero en especial un ejemplar negro, grande, hermoso, cuyo enorme tamaño le llamaba la atención.
Este caballo era el principal semental de la finca, pero su belleza se contradecía por su temperamento, pues no era fácil de montar, era indócil, aunque
algunas personas lo habían montado, o mejor dicho, él dejó que algunos lo
montaran.
Nahyor entró a las caballerizas y se quedó viendo al animal justo a los
ojos, su rostro inexpresivo, su mirada fija, su cuerpo rígido como si estuviera
en un trance profundo. Esto incomodó al animal que empezó a rasgar el suelo
con sus patas delanteras, agachaba y subía la cabeza, mientras más lo veía, más
22
Marín
inquieto se ponía, se empezó a parar en sus patas traseras y a relinchar como
loco, dando vueltas en el establo, muy inquieto. De pronto el joven bajó la mirada y de la misma forma como llegó al establo, se fue, caminó hacia la puerta
de atrás, dejando la caballeriza a toda prisa, de vez en cuando volteaba a ver
si alguien lo seguía, pero estaba solo, siguió caminando a toda velocidad y se
internó en la colina donde esa misma mañana estuvo cortando madera para
construir la cerca.
Garbis escuchó los relinchos del caballo y se apresuró a ir a las caballerizas
pensando que era Rossi que estaba pariendo, y por eso era aquel barullo en los
potreros. Llegó por la amplia puerta delantera, caminó por el pasillo y se paró
justo en el sitio donde momentos antes Nahyor estaba parado observando al
caballo, al verlo tan inquieto levantó las manos para tranquilizarlo, mientras
le decía:
—So, so, tranquilo muchacho —y pasando entre los maderos de la cerca
del potrero se le acercó para calmarlo. Garbis quería mucho a sus animales y en
particular los caballos, a los que les dedicaba mucho de su tiempo, y en especial
a éste, al que él mismo llamó Trueno, pues la noche en que nació había una gran
tormenta. Él era uno de los pocos que pudo montarlo, es decir, uno de los pocos
que el caballo dejó montar en su lomo.
Trueno se calmó después de unos instantes y Garbis comenzó a acicalarlo
detrás de la oreja, ya que él sabía lo mucho que le gustaba y que lo tranquilizaba. Pasó un rato en esto cuando de pronto escuchó gritos a lo lejos.
—¡Garbis, Garbis!
Éste salió del potrero y vio que por la puerta principal venían caminando
cuatro jóvenes de aspecto jovial. Al verlos extendió sus manos y los saludó:
—¡Muchachos! ¿Y eso? ¿Qué hacen ustedes por aquí?
Ixois, Pirkis, Ukku y Abimael habían llegado a Valle Bravo y buscaban a
Garbis para saludarlo.
—Bueno, ¿es qué acaso uno no puede visitar a sus amigos? —dijo Ixois,
adelantándose a los demás.
—Tranquilo, sabes que ésta es su casa y siempre son bienvenidos, pero
como casi nunca visitan a este amigo suyo, nada de raro tiene que uno se asombre de verlos llegar, aunque a ti sí te estaba esperando —dijo señalando a Abimael y le preguntó—: ¿Vienes por las ovejas de tu madre?
—Sí, claro —respondió mientras estiraba la mano para estrechar la de Garbis.
—Hola, Ukku, ¿cómo están por tu casa? Tu padre estuvo aquí hace unos
días —dijo a Ukku, quien después de saludarlo fue a ver los caballos que estaban más cerca.
—Muy bien, ya estaba preparando su siguiente viaje, sabes que a ese viejo
no le gusta estar en un solo sitio por mucho tiempo —dijo mientras se volteaba
a ver a Garbis y a los demás que estaban reunidos frente al potrero de Trueno.
—¿Estabas nadando? —le preguntó al ver que su ropa estaba húmeda.
—No. Es que sufrí un pequeño percance —y dirigió una mirada de rabia a
Abimael que luego apagó al ver la expresión del rostro de Ixois.
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Ixois Letrán y la Espada de Fuego
Garbis rió fuertemente al entender lo que había pasado, y dirigiendo su
atención a Pirkis, le dijo:
—Ya te está creciendo la barba, ya me vas a alcanzar —dijo mientras trataba de agarrar los tres vellitos de la barba, pero éste se echó para atrás. Garbis
le hacía bromas pues él sí tenía una espesa barba que se cortaba para dejar un
candado.
—Pronto, pronto —sonrió—. ¿Qué haces aquí? Pensamos que estabas en la
casa, pero cuando llegamos nos dijeron que saliste corriendo y que de seguro
estabas aquí.
—Escuché un alboroto en las caballerizas y a los caballos algo inquietos y
como Rossi está preñada pensé que ya estaba pariendo.
—¿Y qué fue lo qué pasó? —preguntó Ukku.
—No lo sé, cuando llegué me di cuenta de que era Trueno el que estaba
inquieto, pero en realidad no sé qué fue lo que lo agitó, debe haber sido algo sin
importancia. Pero ¿por qué no vamos a la casa? Allá hablamos mejor.
Y así los cinco se fueron caminando a la casa grande iluminada por las
lumbreras.
Esta era de color blanco y colgaban de la parte superior muchos helechos
de hojas grandes y pequeñas, y unas plantas ornamentales con flores de exuberante color. Un pasillo largo recorría todo el frente, con grandes ventanales
con unos finos vidrios con caballos labrados a mano con excepcional destreza.
En el centro del pasillo se encontraba una puerta grande de madera que daba
a un gran recibo, que estaba adornado por esculturas de madera y en el cual
había unos muebles también de madera. Al final daba a un patio interno, en el
cual un árbol grande crecía alzándose por encima de él y desde donde se veía la
entrada a todas las habitaciones. Todos los pasillos internos daban al final con
la cocina, la cual tenía un comedor amplio con una mesa donde fácilmente se
podían sentar a comer unas doce personas.
Todos recorrieron los pasillos y llegaron a la mesa donde tomaron asientos,
entonces Garbis dijo en voz alta:
—RUPERTAAAA, RUPERTAAAA. Échale más agua a la sopa que tenemos unos invitados.
Del fondo de la cocina salió una señora rechoncha con una gran pañoleta
en la cabeza y un delantal negro ya sucio de tanto estar lidiando en el fogón
todo el día y con una expresión muy amable dijo:
—¿Qué sopa, Garbis? Sabes que nunca hago sopa en las noches —y dando
una mirada a los cuatro recién llegados, les dijo—: Hola, chicos, ¿cómo están?
Ya les prepararé algo de comer para que pasen una buena noche, porque ¿se
van a quedar, cierto?
—Claro, señora Ruperta, y más aun con esa comida tan rica que solo usted
sabe hacer —respondió Pirkis, a quien se le hizo la boca agua de solo pensar
en eso.
Y Ruperta dio media vuelta y se internó en la cocina.
—Te vas a poner como un barril si sigues comiendo de esa manera —dijo
Garbis en tono socarrón.
—Pero es que no estoy comiendo.
24
Marín
—Pero no haces sino pensar en eso —dijo Ukku.
—De verdad que sí, porque si no es por tu idea de detenerte a comer no los
hubiese encontrado —dijo Abimael.
—¿Es qué no salieron juntos del valle? —preguntó Garbis.
—No, nosotros íbamos a Hawa y él nos dijo que lo acompañáramos aquí
y después de pensarlo por un rato decidimos desviarnos un poco y después
continuar a la ciudad…
Así pasaron una velada muy agradable, entre risas, chistes y cuentos de las
cosas inusuales y divertidas que les pasaron desde la última vez que estuvieron
en ese valle. Comieron todo lo que preparó la señora Ruperta y a eso de las
nueve de la noche salieron de la cocina a caminar por la hacienda que estaba
débilmente iluminada por las luces amarillentas de las lumbreras.
Era una noche muy clara, se veía en el cielo el resplandor tenue de las
estrellas que dominaban la noche, además de uno que otro cúmulo de nubes.
Garbis volvió a ver a Rossi para ver si le estaba o no llegando la hora de parir,
pero todo estaba tan calmado como siempre.
—¿Qué tal si vamos a las casas de los trabajadores? —dijo Pirkis, quien no
había olvidado lo que Abimael le dijo sobre las chicas que vivían allí.
—Creo que es bastante tarde —dijo Garbis—, cuando hay tanto trabajo
como el de hoy, los peones se van a dormir temprano y no me parece bien molestarlos. ¿Por qué no esperamos hasta mañana?
—No lo sé, la verdad es que necesitamos ir a Hawa y ya nos hemos retrasado. Mi madre debe estar pensando que ya estamos cerca de allí —comentó
Ixois, quien puso cara de preocupación por primera vez en todo el tiempo que
pasó desde que decidieron tomar otro camino.
Todo quedó en silencio por un momento, solo se escuchaba el cantar de los
grillos y los animales nocturnos. En ese momento Abimael se retiró del grupo
por un momento a hablar con Garbis sobre los caballos que necesitaban para
ir a Hawa.
—Quedémonos un poco más, ya nos desviamos, va a ser el mismo regaño
por un día de retraso que por cinco —dijo Pirkis, tratando de animar a Ixois a
quedarse un poco más.
—Es más, mi padre dice: uno sabe cuando sale pero no cuando llega. Tu
mamá tiene que saber que estás bien porque andas con nosotros —dijo Ukku.
—Eso es lo que más me preocupa, ella sabe que estamos juntos y que nunca pensamos nada bueno —respondió Ixois.
—Exacto, si sabe debe estar preparada para todo, ya en este momento debe
percibir que vamos para cualquier sitio menos para Hawa. Es más, ¿por qué
crees que te llenó de tanta comida la alforja? Ella sabía que ibas a desviarte, eso
es normal.
—Normal en nosotros, que somos irresponsables —dijo Ixois, quien poco
a poco iba cediendo terreno ante la insistencia de sus amigos.
—Bueno, como sea, lo importante es que al final lleguemos con lo que ella
te pidió llevar, aunque esté molesta, tú más que nadie sabes que en lo que vea
que tenemos lo que ella quiere después de un rato se calmará.
25
Ixois Letrán y la Espada de Fuego
—No más discusiones, Abimael ya habló conmigo y yo estoy dispuesto a
prestarles los caballos para que vayan a la ciudad, pero tienen que quedarse
mañana, y ayudarme un poco; en la noche visitamos a los trabajadores y a sus
hijas —dijo esto a los chicos mientras guiñaba un ojo— y cuando hayamos terminado salen cabalgando a la ciudad.
Mientras discutían si se quedaban o no, sin saberlo eran observados, desde
lejos, por unos ojos escondidos en unos matorrales que brillaban en la oscuridad de la noche, que habían seguido de cerca los movimientos de los chicos
desde su salida de la caballeriza antes de la cena, quedándose una distancia
prudente, agazapado, en completo silencio, y ahora agudizaba el oído para saber de que hablaban, sus manos estaban húmedas y temblorosas, sus labios
resecos, sentía rugir su estómago de hambre, mucha hambre; pero un extraño
sentimiento lo hacía permanecer allí como un títere sin voluntad propia, sometido por una fuerza mayor que sus instintos, obligado a mirar, husmear,
quedarse callado por horas.
Todos los que estaban reunidos emprendieron su marcha otra vez hacia la
casa grande, y como un animal furtivo aquel hombre envuelto en sombras los
siguió despacio, manteniendo una distancia segura, sus pasos silenciosos eran
inaudibles, estaba al acecho de todos ellos.
Cuando todos entraron a la casa se acercó aun más mirando por la ventana
sin ser visto, oculto entre los helechos, siguiendo de cerca cada palabra que se
decía. Chistes, risas, cuentos retumbaban en la casa, de pronto Ixois tomó su
lira y empezó a tocar una melodía llenando el aire de aquella música dulce, el
murmullo de la flauta lo acompañó con un suave compás, pero aquel sonido
se hizo cada vez más insoportable para el espía, quien sentía estallar sus oídos,
intentó en vano protegerlos con sus manos, pero a medida que la suave canción
se volvía más y más alegre, se hizo insoportable y dando una carrera se alejó
a toda velocidad de aquel sonido, e interrumpiendo su vigilia se perdió en la
oscuridad de la noche.
La música dejó oír su suave trinar por unos minutos, cuando de pronto
fue interrumpida abruptamente por un grito ensordecedor que provenía de la
entrada principal de la casa. Todos se pusieron de pie y fueron corriendo a la
puerta. Darwin había entrado a la casa dando alaridos de terror.
—¿Qué te pasó? —preguntó Garbis con una gran expresión de preocupación.
Darwin tenía una expresión profunda de terror, sus mejillas estaban de un
rojo intenso, su respiración muy acelerada, grandes gotas de sudor le recorrían
por todo el cuerpo. Mientras balbuceaba entre dientes:
—En el río…, en el río… —y señalaba con su mano húmeda y temblorosa
hacia la puerta.
En ese momento, se oyó la voz de Ruperta que preguntó:
—¿Qué pasa? ¿Qué son esos gritos? —y salió de su pequeño cuarto ubicado al lado de la cocina.
—Es Darwin, que acaba de llegar dando gritos, parece que algo le ha pasado, pero aún no sabemos por qué —respondió Garbis.
26
Marín
—Bueno, llévenlo a la cocina, que yo le preparo un té de hierbas para que
se le calmen los nervios —dijo Ruperta mientras se apresuraba a la cocina.
Al instante los chicos y Garbis se encargaron de conducir a Darwin, y en
tan solo unos minutos ya estaba tomando por sorbos el té de hierbas que Ruperta le preparó y que debió ser bien amargo por la expresión de su cara.
Tras el efecto sedante del milagroso té, Darwin fue mostrando signos de
sosiego. La señora Ruperta le preguntó con una voz muy dulce:
—Hijo, ¿qué te ha pasado? —Ruperta cargaba una pañoleta larga que cubría su cabeza y un faldón que era la ropa que comúnmente usaba para dormir.
A lo que Darwin, ya más sereno, respondió:
—Es que después de pasar el río, al internarme entre los matorrales por el
camino que conduce hacia los pastizales, sentí que alguien me venía siguiendo
y apuré el paso, cuando de pronto al pasar por entre los platanales sentí un
tremendo golpe en la cara que me tumbó al suelo de una sola vez. Me incorporé como pude y saqué de mi cinturón el cuchillito que siempre cargo, porque
pensaba que eran ladrones y les iba a dar su merecido, pero al volverme no vi a
nadie, ni siquiera las matas se movían, no había nada, entonces sentí otro golpe
que me tiraba de nuevo al piso, otro y otro zas, zas, pero por más que me esforzaba no veía a nadie. Como pude me paré y corrí hasta aquí —dijo mientras la
expresión de terror volvía su cara.
—Ay, mijo, ¿qué andaría usted haciendo por ahí? Seguro que nada bueno,
pobres muchachas —dijo Ruperta moviendo su cabeza de un lado al otro. Y
mientras se retiraba a su cuarto y lanzaba una mirada de repudio a todos los
chicos, agregó—: Siente cabeza.
El silencio reinó por unos instantes, ya que Ukku, Pirkis, Ixois y Abimael
se habían quedado como mudos desde que escucharon los gritos y más aun al
escuchar el cuento de Darwin y el comentario de Ruperta.
—Bueno, creo que ya por hoy las emociones han sido suficientes. Es hora
de que nos retiremos a descansar —dijo enérgicamente Garbis, lo que sonó más
como una orden que como un consejo—. Tómate otro poco de ese menjunje y
vete a dormir —dijo mirando a Darwin—, y ustedes síganme y los condujo a un
cuarto amplio que les habían preparado, acomódense aquí, nos vemos mañana
en la mañana.
Los chicos se repartieron en grupos de dos porque solo habían dos camas
en la habitación, la cual tenía una ventana por la cual podían ver la noche estrellada.
Ukku y Pirkis se quedaron con la cama de la derecha, Ixois y Abimael con
la de la izquierda, cada uno con los pies de su compañero a un lado. La cama
era cómoda y a pesar de todo estaba muy confortables, aunque a voz muy baja
y a tono de burla empezaron a hablar sobre al olor de los pies de sus compañeros, la risa era ahogada por instantes mientras se tapaban la boca, y así después
de un rato se quedaron dormidos.
Cuando era ya mucho más de medianoche, unas figuras espectrales surcaron los cielos volando a gran altura, pasaron por encima del valle con dirección
al sur, en realidad no se podía calcular el tamaño ni la forma de aquellos seres
espantosos que se aprovechaban de la oscuridad nocturna para desplazarse de
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Ixois Letrán y la Espada de Fuego
un lugar a otro, sin que esto pudiese ser visto por ninguna persona, pero estaba
claro que muchas cosas malignas estaban deambulando por aquellos valles.
***
A
pesar de haberse acostado bien tarde, las actividades en la finca como de
costumbre empezaron aun antes de que los primeros rayos del sol rasgaran
el cielo. A eso de las seis de la mañana, Garbis se dirigió al cuarto donde solo
hacía unas horas dejó a los chicos, y abriendo la puerta les dijo:
—¡Arriba! ¡Arriba todo el mundo! Es hora de empezar a trabajar, vamos,
vamos, arriba, arriba.
Y acercándose aun más les haló la cobija con la que se estaban cubriendo
del frío de la mañana.
Ellos empezaron a estirarse en las camas, al parecer la noche se les hizo
muy corta, ya que aún estaban muy somnolientos.
—Bueno ¿quieren o no conocer las chicas?
Todos levantaron las manos en señal de que sí querían conocerlas.
—Entonces pónganse de pie rápido, van y se lavan esas caras de espanto
que tienen y nos vemos en la cocina para que se coman su desayuno, porque
lo que viene ahora no es nada fácil —dijo mientras salía del cuarto y se dirigía
a las caballerizas.
Se pusieron de pie y caminaron hasta una pequeña fuentecilla que estaba
detrás de la casa de la cual fluía un agua cristalina muy fría proveniente de
una naciente del río que se encontraba colina arriba y a la cual le extraían agua
mediante una especie de cauce artificial construido con bambú cortado a la
mitad y al que le quitaban los travesaños para que el agua corriera sin ninguna
dificultad. Era un sistema muy bueno aunque regularmente se cambiaban los
bambúes porque con el agua constante acababan por podrirse.
Comieron divinamente todo lo que la señora Ruperta les cocinó y en minutos estaban en camino al sitio donde se construía la cerca. Ukku, Pirkis e Ixois
se unieron a los seis hombres que el día anterior trabajaron allí, junto con ellos.
Abimael no estaba con ellos pues salió después del desayuno a llevarle las ovejas a su madre y a avisarle a las madres de sus amigos que ellos estarían unos
días en Valle Bravo y que después volverían a casa
Esa mañana Nahyor tenía la cara muy pálida y estaba aun más silencioso
que nunca, solo se limitaba a cargar los troncos hasta cada agujero sin decir ni
una palabra, pero aun así seguía de cerca cada uno de los movimientos que los
chicos hacían.
Los chistes de lo que le ocurrió a Darwin no dejaron de escucharse en toda
la mañana e inclusive hacían las mofas de la cara de éste y de los gritos que
dio, pero ninguno se atrevía a hacerlo frente a él porque sabían que no le iba a
gustar para nada.
El trabajo se hizo mucho más rápido de lo que esperaban, ya que hasta
Garbis se dio una vuelta y los ayudó. Aunque el sol de las horas del mediodía
y siguientes estuvo muy fuerte y se sentía un calor horroroso, la camaradería
surgida entre los trabajadores y los muchachos logró que eso no fuese para
28
Marín
nada una molestia; y además los trabajadores sabían que una ayuda era lo que
estaban necesitando; cuando empezaba a declinar el sol en las montañas, Garbis dijo:
—De verdad que hemos avanzado mucho el día de hoy. Si seguimos así
dentro de poco terminaremos. Bueno, es hora de ir a casa y descansar para
poder estar aquí bien temprano en la mañana para continuar —y todos se marcharon caminando colina abajo hacia sus respectivos hogares.
—¿Qué pasaría con Abimael que aún no ha llegado? —preguntó Pirkis con
una expresión de preocupación.
—Sabes cómo es él, que no puede parar de trabajar. Seguro que vio mucho
trabajo por hacer en la casa de su madre y se quedó ayudándola —respondió
Ixois.
—¿O quizás lo golpearon como a Darwin? —dijo Ukku mientras hacía gestos con su cuerpo. Todos rieron por un buen rato.
La noche se cernía sobre el valle una vez más, y los chicos no perdieron la
oportunidad de darse una vuelta por las casas que rodeaban aquellos hermosos
parajes, con el firme propósito en sus mentes: conocer las chicas de las que ya
habían hablado antes. Sin embargo, antes de que estuvieran muy lejos, Garbis
les hizo señas para que volvieran, haciéndoles notar que necesitaban un buen
baño, antes de iniciar su cacería.
Garbis a pesar de que no les llevaba muchos años a los chicos tenía bastante madurez, y la única razón para que aún estuviera sin una mujer era que
le gustaban todas y cada una de las que se le ponían enfrente; por esta razón,
para los chicos era como un ídolo pues todos querían ser como él, por eso le
obedecían.
Después de bañarse, Ruperta les preparó una cena exquisita. Sentarse a
la mesa cuando aquella rechoncha mujer cocinaba era una delicia, pues hasta
en Hawa sus platos eran muy reconocidos y apreciados por todos. Ella había
trabajado y vivido ahí por mucho tiempo pero un día se retiró sin dar ninguna
explicación y aceptó el trabajo en la casa de Valle Bravo.
Al finalizar la cena, y cuando aun los murmullos y las risas de todos se escuchaban en el ambiente, y un tenue resplandor de la luna recorría la noche, los
chicos armados de sus más grandes armas, la lira y la flauta, salieron despreocupados a recorrer las cercanías del valle donde esperaban encontrar algunas
chicas a las cuales seducir con sus cantos.
Caminaron por un rato, cuando Pirkis se quedó mirando fijamente a una
linda chica que salió de su casa y caminaba alrededor de ella hacia la parte de
atrás. Por un instante el tiempo pareció haberse detenido, el vaivén de aquella hermosa cabellera que fluía sutil como una bella cascada, sus pasos ágiles,
como una danza, su rostro cálido iluminado por la tenue luz que se deslizaba
tímidamente a través de las pequeñas ventanas de la humilde casa de barro
construida a unos doscientos metros de la entrada del valle, era como un hechizo, como un hechizo de amor.
Fue un pequeño instante pero Pirkis jamás olvidaría el sutil caminar de
aquella preciosa jovencita de unos dieciséis años, blanca, delgada, de cabello
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Ixois Letrán y la Espada de Fuego
negro y largo que le caía por toda la espalda, cuyo caminar cautivó por completo su atención, aunque ella no se había dado cuenta ni siquiera de que él existía.
El corazón de Pirkis palpitaba emocionado, era inclusive más bella de lo
que nunca hubiese pensado y estaba a solo unos pasos de ella, y de pronto
cuando cruzó en la esquina y ocultó en la noche, Pirkis volvió de golpe a la
realidad y cuando quiso señalar a sus amigos la hermosa chica que sus ojos con
estupefacción contemplaron, pero estos ya no estaban, no habían notado que
Pirkis estaba casi petrificado viéndola.
Corrió apresuradamente para alcanzar a sus amigos y al estar cerca de
ellos les gritó:
—¡Es la mujer más hermosa que he visto en mi vida, creo que estoy enamorado! Necesito conocerla, saber su nombre, verla a los ojos y decirle que
me ha seducido por completo —dijo en una mezcla de cansancio y excitación
repentina.
Sus amigos escucharon por un momento con la boca ligeramente abierta
y después de oírlo e intercambiar miradas soltaron una estrepitosa carcajada
que retumbó en la silenciosa noche. Mientras se retorcían de las risas, Pirkis
preguntó:
—¿Qué les pasa? ¿Es que no me creen?
—Tú la verdad que estás loco. ¿Cómo te vas a enamorar de alguien que
apenas viste una vez, desde lejos y de quien no sabes ni su nombre? —dijo
Ukku, con un hilo de saliva que le recorría la comisura de la boca y que se apresuró de secar con su antebrazo.
—Déjalo que se imaginé todo lo que quiera, de todos modos pronto nos
vamos, déjalo que sueñe en conocerla por lo menos esta noche —dijo Ixois,
quien tenía la fama de enamorar fácilmente a la chicas y de tener varias novias
al mismo tiempo, cuando otra repentina ola de risas lo envolvió.
Pirkis al ver a sus dos amigos riéndose de él le entraron ganas de golpearlos con todas sus fuerzas, sin embargo, se contuvo y con toda la rabia que
llevaba dentro de sí se dio la vuelta y corrió a toda velocidad en dirección a la
casa mientras sus amigos le gritaban:
—¡Pirkis, Pirkis, solo estábamos jugando!
Pero la rabia lo hacía correr mucho más rápido de lo normal y en pocos
instantes ya sus amigos no lo veían, y empezaron también a correr detrás de él.
Al llegar a la finca Pirkis no entró en la casa grande sino que se dirigió a
las caballerizas a ver los animales, pero al llegar notó una figura que salía por la
puerta de atrás rápidamente y pensando que era un ladrón comenzó a seguirlo,
por un momento se olvidó del motivo que lo llevó hasta allí, y siguió a aquella
persona que corría delante de él.
Al pasar frente al establo de Trueno notó que éste estaba muy inquieto
como lo estuvo el día en que ellos habían llegado a la finca, pero un extraño
interés lo hacía seguir de largo tras la pista de aquella persona que ahora según
su parecer era el único responsable de lo que le pasaba al caballo, que aunque
ni él mismo sabía quién era, estaba seguro de que no se trataba de algo bueno
pues de ser así ¿por qué huía de esa manera?
30
Marín
Al salir de la caballeriza vio cómo la figura de aquel hombre misterioso
se empinaba colina arriba por el sitio donde esa mañana trabajaron con los
obreros en la construcción de la cerca, y después se internaba en la arboleda
frondosa que se encontraban unos treinta metro más allá. Fue en ese momento
que aquella persona volteó y se dio cuenta de que Pirkis lo seguía, por eso se
escondió detrás de un gran árbol a esperar que éste llegara.
Mientras esperaba se armó de un trozo de madera y aguardó en un silencio
impresionante que Pirkis estuviera lo bastante cerca de él, cuando los pasos se
dejaron oír tomó el tronco entre sus manos, y al pasar por aquella mata Pirkis
sintió un fuerte golpe que lo derribó de inmediato y que lo hizo caer al suelo
boca abajo.
Se quedó allí desmayado mientras su agresor se internó más y más en el
bosque, dejándolo en aquel lugar en medio de la noche, mientras una herida en
la frente le sangraba, sin que sus amigos supieran nada de lo ocurrido.
31
II. He aquí el heredero
M
e parece una locura, de verdad no sé en qué estabas pensando —gruñó
una voz fuerte que resonó en la casa de Ixois mientras la puerta trasera se
abría tras un golpe, y un anciano se dirigía a la cocina de la casa que se iluminaba débilmente por las pequeñas lámparas de aceite que colgaban de las paredes
sujetadas por diminutos clavos de hierro oxidados por el paso del tiempo.
—Pero ¿qué querías que hiciera? Solo Dionis puede ayudarnos. Solo él tiene el poder suficiente para buscar las soluciones —dijo la madre de Ixois, quien
estaba hirviendo unas hierbas que llenaban el ambiente de un áspero olor no
muy agradable.
—¿Soluciones? ¿Soluciones? ¿Cómo puedes hablar de soluciones cuando
has mandado a ese chico directo a su propia perdición? O acaso ¿no sabes que
los Nélfin han recuperado casi todo su poder? La ciudad de Hawa es una verdadera trampa y nadie quiere darse cuenta, ni siquiera tú.
La voz del viejo se hacía más fuerte con cada palabra y una expresión de
profunda preocupación recorría su rostro mientras sus manos se aferraban de
su pequeño y viejo bastón el cual ondeaba de manera amenazante.
—Pero, Kirt, ¿cómo puedes estar tan seguro de eso? ¿No será que estás interpretando mal la situación? ¿Nada se ha reportado en meses? ¿Por qué mejor
no te calmas? —y le acercó un poco del brebaje que había estado preparando.
—¿Qué estás queriendo decir? ¿Piensas tú también que soy un loco? ¿Es
que acaso no los he cuidado bien los últimos años?
La voz del viejo denotaba la rabia y la impotencia que recorría su cuerpo,
su mente y hasta el último rincón de su alma, y de un golpe seco de su bastón
hizo caer al suelo la pequeña vasija de barro cocido que la mujer había acercado
a la mesa con la intención de que él lo bebiera.
—No es eso —gruñó la mujer, quien poco a poco se encendía de ira—. Sé
que te has preocupado por Ixois, sé que darías tu vida por cuidarlo, pero yo
creo que es hora de que él sepa en realidad quién es y cuál es su misión. Por eso
lo he enviado a Hawa. Dionis puede ayudarlo a descubrirse a sí mismo.
—Yo sé que Dionis lo puede ayudar, pero parece que has olvidado pensar
en lo difícil que es en este momento atravesar la ciudad para encontrarlo, no sabemos siquiera si los chicos puedan llegar a salvo, y menos ahora que tan pocas
personas de la ciudad estarían dispuestos a ayudarnos. Cada día somos menos,
pues los Nélfin han ido desapareciendo poco a poco a los aliados y no pasará
mucho tiempo para que también vengan hasta aquí a buscarlo —dijo con voz
fuerte pero a la vez luciendo un poco más calmado, por sus propias palabras,
porque comprendía que la confrontación cada vez se acercaba más y que era
inevitable e imposible detener el avance del destino.
—Es por eso que lo envié. Ya no queda mucho tiempo, es hora de que tome
las riendas por él mismo. Sé que lo hemos educado bien, y que tomará las mejores decisiones —dijo Betsaida, quien demostraba con un brillo en los ojos lo
orgullosa que estaba de Ixois, quien a pesar de todo había demostrado tener un
buen corazón para ayudar a los demás.
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