T.L.C.

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Matemáticas elementales,
territorio y transnacionales
en el
T.L.C.
Aurelio Suárez Montoya
Ingeniero Industrial de la Universidad de los Andes
Presidente de Unidad Cafetera de Colombia
Director ejecutivo de la Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria
Columnista
El presente artículo recoge algunas reflexiones sobre
el análisis y las implicaciones que tiene la implementación del
TLC entre Colombia y Los Estados Unidos. Inicialmente se
presentan algunos datos relevantes sobre el manejo de las
cifras en el proceso del tratado; posteriormente llamaré la
atención sobre uno de los temas más cruciales del tratado
bilateral que se relaciona con el territorio y las nefastas
consecuencias para nuestra soberanía nacional y por último se
analizará el papel de las transnacionales dentro del “acuerdo”
entre los dos países.
Está por cerrarse la capitulación de Colombia ante
Estados Unidos en el TLC, avisada para la ronda duodécima
de negociación que se inicia esta semana en Cartagena. El
interés de “terminar cuanto antes” zanjará las “diferencias”
mediante la subordinación política. Para justificar tan
reprobable conducta, el ministro Botero anunció que “no
respetará pinta” y pregonó que Colombia alcanzará “acceso
al mercado más grande del mundo”. Pretende validar así
la alteración institucional que conlleva el TLC en perjuicio
de las mayorías, incluida la relegación de sus derechos
fundamentales por la concesión de gangas a capitales y
mercancías estadounidenses
Un ejercicio matemático, salido de las cuentas del
comercio exterior de Estados Unidos, permite dilucidar si
el pregonado éxito para las exportaciones colombianas
es realidad o quimera. Según el Banco Mundial, el ingreso
total de los 293.5 millones de norteamericanos, de 41.400
dólares anuales por cabeza, llegó en 2004 a 11,7 billones
(con doce ceros). Algunos estiman que esa cifra colosal, la
tercera parte del ingreso mundial, es la suma que Estados
Unidos piensa gastar comprando productos de Colombia.
La primera noticia al respecto es que de ella apenas dedica
menos de 8 dólares de cada 100, 1,48 billones, para adquirir
mercancías extranjeras, el grueso se consagra a comprar
artículos producidos en los mismos Estados Unidos. No
obstante, por su crisis energética, el Imperio gastó en 2004
127
casi 207.000 millones en combustibles minerales, de ellos
Colombia alcanzó a proveer sólo cerca del 1,8%.
Con el 1,2 billón de dólares restante, Estados
Unidos importó automóviles, y autopartes por 230.000
millones, Colombia no vendió un dólar. Las compras
externas
norteamericanas
de
bienes
de
capital,
computadores y accesorios, maquinaria industrial, equipo
de telecomunicaciones, médico, aeronáutico y para manejo
de materiales, semiconductores e instrumentos de medición,
entre otros, coparon 350.000 millones en 2004. Se sabe que
Colombia, de eso, tampoco suministró nada.
Descontando los reglones descritos, en los que el
país no tiene asomo, quedan 600.000 millones como saldo
disponible para la colocación de productos nacionales. De
dicha cantidad, descontando lo ya nombrado en energéticos,
se consumen otros 200.000 millones de dólares en materias
primas y materiales extranjeros para la industria. Sobresale el
gasto de cerca de 100.000 millones en químicos, cosméticos,
orgánicos, inorgánicos, médicos y plásticos; Colombia de
tal universo facturó sólo 130 millones, 0,13% del total. Las
otras materias primas son aluminio, cobre, zinc, caucho, lana,
seda, algodón, materiales nucleares, papel, madera, bauxita,
vidrio, minerales no metálicos, níquel, cemento y oro. De éstas
últimas, Colombia vendió 600 millones (488 en oro) para ser
escasamente el 0,73% del total del rubro de insumos.
De los algo más de 400.000 millones restantes,
Estados Unidos compró 370.000 en bienes de consumo.
Con excepción de vestuario y textiles, algo de cuero y
algunas manufacturas metálicas, Colombia no produce
nada de lo que cubre el gasto mayor de importaciones de
consumidores finales en Estados Unidos: farmacéuticos,
televisores, electrodomésticos, diamantes, joyería, bienes
para hogar y cocina, alfombras, motocicletas, artículos
deportivos, juegos y juguetes, equipo de fotografía e
instrumentos musicales. De los bienes finales, Colombia
es tan sólo 654 millones de dólares, el 0,18%. Finalmente,
en el ramo de alimentos, bebidas y piensos, de 60.000
millones de dólares que se demandan de géneros foráneos
en Estados Unidos, el café, con 350 millones, el banano,
con 150, el azúcar, galletas y confites, con 60, los
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camarones, con 29, y los cigarrillos con 60, suman una
participación colombiana de 650 millones, el 1,1%. Lo
peor es que en renglones donde los turiferarios del TLC
hablan de “intereses ofensivos”, como en tabaco o lácteos,
Estados Unidos compra afuera cantidades que apenas
superan 1.000 millones de dólares al año, algo irrisorio.
A parte de ciertas variedades de flores, Colombia no
produce nada de importancia de lo que demanda el mercado
de Estados Unidos; quienes sí lo hacen no han requerido firmar
un TLC, es el caso de 26 de los 30 principales proveedores.
Las cuentas anteriores muestran que por el sacrificio de
muchos, con bajos salarios, desplazamiento y desempleo en
el TLC, únicamente se recibirán unas cuantas monedas cuyos
destinatarios serán los mismos de siempre. ¿Será que el
ministro Botero, que califica como amañados los argumentos
y procedimientos de los opositores al TLC tampoco creerá a
las matemáticas elementales que lo desnudan y lo dejan sin
“hoja de parra”?.
LA DESINTEGRACIÓN TERRITORIAL Y LA
“RELATIVIZACIÓN” DEL TERRITORIO
En el texto del TLC todo se explicita, se pretende que
nada quede al garete o a la libre interpretación, entre otras
porque, de llegarse al incierto escenario de disquisiciones, la
duda se resolverá por la “ley del más fuerte”. Por ejemplo, las
mercancías remanufacturadas se definen como “mercancías
industriales, ensambladas en el territorio de una Parte que
tengan una expectativa de vida similar y gocen de una
garantía de fábrica similar a la de una mercancía nueva”.
Los contenedores son tenidos como “mercancías usadas
para proteger una mercancía durante su transporte y no
incluye los envases y materiales en los que se empaca la
mercancía para la venta al por menor”. No caben analogías ni
aproximaciones.
Esto cuenta, y mucho, cuando en el TLC se habla de
asuntos fundamentales como la determinación del territorio
de cada país donde se va a aplicar el Tratado; es decir,
donde regirán las normas pactadas en la negociación. En el
capítulo uno del TLC, de “disposiciones iniciales y definiciones
generales”, en el Anexo 1-3, donde se establece qué significa
“territorio” para Colombia, dice textualmente: “Forman parte de
Colombia, además del territorio continental, el archipiélago de
San Andrés, Providencia, Santa Catalina y Malpelo, demás de
las islas, islotes, cayos, morros y bancos que le pertenecen, así
como su espacio aéreo y las áreas marinas sobre las que tiene
soberanía o derechos soberanos o jurisdicción de conformidad
con su legislación interna y el derecho internacional, incluidos
los tratados internacionales aplicables”.
Esa delimitación puede no trastornar a cualquier
compatriota a menos que la compare con la que delimita
el territorio colombiano en la Constitución Política, en el
capítulo 4, del título III, en los artículos 101 y 102, que reza:
“Forman parte de Colombia, además del territorio continental,
el archipiélago de San Andrés, Providencia, Santa Catalina
y Malpelo, demás de las islas, islotes, cayos, morros y
bancos que le pertenecen. También son parte de Colombia,
el subsuelo, el mar territorial, la zona contigua, la plataforma
continental, la zona económica exclusiva, el espacio aéreo,
el segmento de la órbita geoestacionaria, el espectro
electromagnético y el espacio donde actúa, de conformidad
con el Derecho Internacional o con las leyes colombianas a
falta de normas internacionales. El territorio, con los bienes
públicos que de él forman parte, pertenecen a la Nación”.
De pronto el país, con algunos congresistas a
la cabeza, encontró que los negociadores colombianos
eximieron como parte del territorio nacional, al segmento de
la órbita geoestacionaria, donde se ubican los satélites de
comunicaciones, y al espacio electromagnético, donde está
la gama de frecuencias para transmisión. ¡Tamaño olvido!
Pero lo que sí es inadmisible es que además se omitan el
subsuelo, el mar territorial, la zona contigua, la plataforma
continental y la zona económica exclusiva, y todas ellas se
agrupen en el genérico “áreas marinas sobre las que tiene
soberanía o derechos soberanos o jurisdicción”. ¿Si es lo
mismo que en la Constitución, por qué no se colocó allí? La
respuesta no es otra que en el TLC el territorio se adecuó a
los dictámenes que al respecto tiene Estados Unidos, que
solamente reconoce las 12 millas de mar territorial y no las
200 de “zona económica exclusiva”, o que le parece que
las orbitas geoestacionarias, sobre todo las privilegiadas
en las áreas aledañas al Ecuador, que permiten que los
objetos colocados allí permanezcan inmóviles sin cambio de
aceleración, son “patrimonio de la humanidad”. Esto es, el
territorio colombiano se ajustó estrictamente a los elementos
que no confrontaran los prejuicios imperiales.
En el caso de las “áreas marinas” el efecto práctico
es igualmente dañino. Por ejemplo, cuando se definen “los
peces, crustáceos y otras especies” de un país como “los
obtenidos del mar, del fondo o del subsuelo marino, fuera del
territorio de una o más de las Partes, por barcos registrados
o matriculados por una Parte y que enarbolen su bandera”;
surgen de inmediato estas preguntas: ¿De cuál “territorio” se
trata si precisamente en el TLC éste no se determinó con
precisión? Y también: ¿Son estas especies los bienes públicos
que no se incluyeron como parte integral del territorio y, así
mismo, los yacimientos petrolíferos o gasíferos? Si alguien
todavía abriga dudas de que la firma de este Tratado es un
acto de traición a la patria con lo acaecido en el caso de la
delimitación del territorio, con seguridad, las podrá disipar.
COLOMBIA: TRANSNACIONALES Y TLC
El 6 de diciembre de 1928 ocurrió la masacre de las bananeras.
Una de las páginas más funestas de la historia de Colombia.
En la plaza principal de Ciénaga, por orden de la United Fruit
Company, el ejército arremetió contra los huelguistas y la población
de la zona, quienes estaban concentrados allí protestando después
de 24 días de paro contra los desmanes y la descarada explotación
laboral que sufrían de parte de esta empresa gringa.
“La historia cuenta que después de leer los decretos,
les dieron cinco minutos a los trabajadores para despejar la
plaza, pero que antes de cumplir el tiempo se levantó la voz
de un obrero para decir ’les regalamos el minuto que queda’
y de inmediato los militares abrieron fuego contra la multitud”.
Se cuenta que fueron 3.000 los muertos pero en “Cien años
de Soledad” se dice que fueron muchos más si se acoge la
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versión de que un número no cuantificado de cadáveres fueron
echados por la noche al mar. Jorge Eliécer Gaitán se encargó
en el Congreso de poner en evidencia al gobierno de Abadía
Méndez por la connivencia con la United en el genocidio.
Ese servilismo no era hecho nuevo. El presidente
Suárez fue juzgado por indignidad cuando se denunció
que esa misma compañía le hacía “favores” de liquidez
monetaria, adelantándole los emolumentos de su cargo
público. Un acto tan bochornoso que valió la acusación
de López Michelsen en la conocida entrevista “Palabras
Pendientes”: “la corrupción comenzó en Colombia con la
United Fruit Company”. Ochenta años después, la historia
se repite. Esa firma, que temporalmente se camufló como
Frutera de Sevilla y que hace algunas décadas se denomina
Chiquita Brands, acaba de ser multada por una corte en
Estados Unidos por dar cerca de dos millones de dólares
durante ocho años a grupos paramilitares y tiene pendiente
un juicio por colaborarles en el desembarco de varios miles de
fusiles y cuantiosa munición por un puerto de su propiedad.
Y así como ella, otras como la Drummond, concesionaria de
minas de carbón, está llevada a juicio por valerse de tales
facciones para eliminar sindicalistas. Y también Coca-Cola,
en Urabá, viene siendo acusada por prácticas criminales
similares sobre las que no pocos grupos sociales del mundo
están trabajando para documentarlas debidamente.
Esos son los casos conocidos; ¿Cuántos son
ignorados o “tapados”? El asunto vuelve a poner en discusión
si se trata de procedimientos torcidos de unas cuantas
empresas o si es el modus operandi de las transnacionales.
Basta mirar el favor al gran capital estadounidense en la
guerra en Irak para conocer de qué son capaces consorcios
como Haliburton, Bechtel o las petroleras y las compañías
de seguridad y defensa, incluyendo los ejércitos de
mercenarios reclutados para sostener la humillante invasión.
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¿Se ha olvidado el papel de ITT en el derrocamiento de
Allende en Chile o se desconoce la “alianza estratégica entre
Monsanto y el gobierno de Uribe, que incluye aspersión
aérea de glifosato en altas concentraciones y difusión de
cultivos transgénicos sin plena seguridad?¿ Se ha borrado
de la memoria el empuje del capital financiero yanqui para
mantener a toda costa (hasta el asesinato de Kennedy) la
guerra en Vietnam, Laos y Camboya?¿ No se sabe que
para el desembarco aliado en Sicilia en la Segunda Guerra
Mundial el pacto fue con la “cosa nostra”?
El Tratado de Libre Comercio entre Colombia y
Estados Unidos se presenta como un acto de colaboración
de la superpotencia y Bush ha manifestado que “hará todo
lo posible” por alcanzar su aprobación ¿Quiénes son los
grandes beneficiarios de este TLC, si no las empresas
que han cometido tantas tropelías?¿No son ellas las que
comercializarán los escasos productos nativos que llegarán
al mercado “más grande del mundo”? ¿No son esos los
capitales que están adquiriendo aquí subsidiarias para sacarle
hasta la última gota de provecho a este Acuerdo regido por
las relaciones casa matriz-filiales?¿ Como si todo lo que han
hecho no fuera suficiente, hay que llevar al debilitado aparato
productivo al holocausto del TLC, porque ellas necesitan
además “seguridad jurídica”?¿ Esta “seguridad jurídica”
garantizará que no vuelvan a la masacre, a la invasión, al
golpe de Estado, a los paramilitares a fin de garantizar la
tasa de retorno para sus inversiones? ¿Todo lo ocurrido fue
lo que le granjeó el ascenso a los ex-embajadores Patterson
y Woods? Los nefastos episodios protagonizados por las
multinacionales estadounidenses permiten, sin que sea una
arbitrariedad, llamar mejor al siniestro Tratado, ya no es TLC,
es un PARA-TLC cuyas páginas están manchadas con sangre
de colombianos inocentes.
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