Autorizaciones policiales en blanco como herramientas para la producción de masacres1 Adrián N. MARTÍN2 Abogado (UBA), Magíster en Criminología (UNLZ), Doctorando en Derecho Penal (USAL), Docente (UBA-UAI-UNLZ), Investigador (UAI), Miembro de Asoc. Pensamiento Penal (APP). Fiscal penal y contravencional. CABA (2003-2011), Juez Tribunal Oral Capital Federal desde 2011. Autor del libro “Detenciones policiales ilegales y arbitrarias en la jurisprudencia de la CNCP…” (2010) Ed. Del Puerto, Buenos Aires, entre otras publicaciones. Resumen El trabajo establece el marco general de situación de las facultades policiales de detención sin orden judicial, tanto en su modalidad de averiguación de antecedentes como respecto de las previsiones contenidas en los códigos de faltas provinciales. A continuación se postula que dichas prácticas y leyes poseen continuidad con las previsiones afines al positivismo criminológico y, por ende, íntimamente relacionadas a un estado de policía. En ese sentido se indica la necesidad del aplicar herramientas tendientes a contener las manifestaciones más irracionales del poder punitivo, en particular para evitar un efecto invisibilizado calificable como “masacres por goteo” (Zaffaroni, 2011). Sin embargo se pretende también alertar sobre la relación existente con la constitución misma de la agencia policial en el estado liberal, y la consiguiente disputa estructural entre estado de derecho y estado de policía. Palabras claves: Derechos Humanos – Constitución Nacional – agencia policial – facultades de detención – prácticas policiales. 1. Hace veinticinco años el Instituto Interamericano de Derechos Humanos publicaba un informe titulado “Sistemas penales y Derechos Humanos en América Latina” (1984). Allí se alertaba sobre la operatividad real del sistema penal, y en ese marco se le asignaba un apartado especial a la legislación contravencional. Se decía de ella que era “…como hija menor o hermana desheredada de la coerción penal” y que era mirada con desprecio por los penalistas, los que le dedicaban nulo o escaso interés. No obstante ello, se resaltaba que era uno de los capítulos más importantes de la legislación penal. En tal sentido se decía que 1 Trabajo correspondiente a la exposición el 10 de octubre de 2012 en el marco del III Congreso de Derechos Fundamentales y Derecho Penal organizado por INECIP, en la comisión de Criminología, sub comisión Derecho Penal Subterráneo-paralelo: Código de Faltas. 2 [email protected] “…debido a las escasas garantías que suelen rodearla, con el pretexto de su menor cuantía o de su pretendido carácter no penal o administrativo, es un campo propicio para la arbitrariedad policial, los apremios ilegales, la afectación de la dignidad humana, la penetración de los ámbitos de privacidad, etc.” (Zafaroni, 1984:82) Hoy, más de un cuarto de siglo después no mucho ha cambiado en la realidad contravencional de nuestro país. Cierto es que ha habido algunas pocas tentativas interesantes, pero no menos cierto es que aún en ellas una impronta ajena al estado de derecho ha logrado su supervivencia (Chillier, 1998; Bovino 2004; Bartumeu Romero; 2001, Martín; 2010, 2011) 2. Para enmarcar la situación aquí analizada es preciso señalar que comparto la afirmación formulada por Zaffaroni, Alagia y Slokar (2000) quienes han sostenido que existe una tensión insuperable entre el estado de derecho y el estado de policía. Esta aseveración incluye sin dudas al sistema contravencional e incluso es posible decir, sin temor a equivocarse, que en él se ve agravada la situación. También Ferrajoli (1997) alertó respecto de que la pretendida menor magnitud de respuesta punitiva en el caso concreto, obtura la posibilidad de visibilizar por un lado, la mayor cantidad de procesos y sanciones que se les aplican a las mismas personas, y por el otro, lo que importan esas prácticas como condición de posibilidad para violaciones mayores de Derechos Humanos. 3. Respecto de esta última cuestión baste con mencionar algunas de las situaciones denunciadas, entre las que se destacan las prácticas denominadas procedimientos policiales fraguados y las prácticas policiales de razzias y otro tipo de detenciones arbitrarias (Rafecas, s/f; Martín, 2010; Procuración General de la Nación, 2000, Tiscornia, 2004; entre muchos otros.) 4. El conjunto de leyes que habilita estas prácticas puede ser subdivididos en dos subgrupos. a. Por un lado, las disposiciones contenidas en los códigos de faltas o contravencionales. En la actualidad esos códigos emanados de las legislaturas provinciales contienen una innumerable cantidad de tipos vagos, ambiguos y por demás difusos, que habilitan en una gran cantidad de casos penas privativas de libertad denominadas “arresto”. Esas disposiciones contravencionales existen en todas las provincias del país con denominadores comunes en la gran mayoría de ellas. Asimismo, estas leyes, en su apartado procesal, autorizan en general a la agencia policial a practicar detenciones en caso de flagrancia o, aún en supuestos más amplios. Así también en algunos casos establecen que la autoridad de aplicación y juzgamiento no es judicial sino policial. b. En segundo lugar, y como complemento de esta enorme habilitación legal de poder punitivo, cabe llamar la atención sobre las leyes orgánicas de las distintas policías provinciales, que habilitan a la agencia policial a la interceptación e inmediata detención de personas a los únicos y exclusivos fines normativamente dispuestos de “saber quien es y de qué vive”. Estas últimas normas permiten a las agencias policiales a detener personas para averiguar sus antecedentes y sus medios de vida, sin perjuicio de las finalidades más inconfesables que en la práctica vienen a justificarse bajo estas leyes. Como complemento de este subgrupo, y conjuntamente con él, debe además contemplarse otro supuesto normativo incluido en las leyes orgánicas mencionadas. Se establece en la mayoría de las provincias que es deber de la agencia policial la vigilancia de personas que son catalogadas como “delincuentes habituales” o “que hicieren del delito su ocupación o su profesión”. Estas claras manifestaciones punitivas de derecho penal de autor vienen a complementar aquellas otras disposiciones vagas y ambiguas que habilitan a la detención por “averiguación de antecedentes” o por la comisión de contravenciones, para permitir construir una herramienta de disciplinamiento y control social selectivo, por parte de la agencia policial, bajo la excusa de prevención del delito, de la forma en que Sozzo (1998) denominó “táctica de la sospecha”. 5. En otro lugar he realizado un repaso más detallado de las características salientes de las legislaciones provinciales que autorizan esas prácticas que permiten el ejercicio arbitrario de detención de personas por parte de la agencia policial (Martín, 2010). Ese rastreo permitió observar con claridad de qué manera el entramado jurídico de leyes menores y no visibilizadas en los debates académicos, se complementan y se yuxtaponen, dejando a ciertos grupos sociales desprovistos de tal mentado escudo de ciudadanía cuando se disponen a ejercer su derecho constitucional de circulación por el espacio público. En ese sentido, las disposiciones policiales contenidas en códigos de faltas o contravencionales, pero muy especialmente en las leyes orgánicas policiales facultan a injerencias basadas en criterios relacionados al derecho penal de autor propios del positivismo criminológico, y por ende constitutivos de detenciones, al menos, arbitrarias, cuando no directamente ilegales, si se los analiza en los términos convencionales (art. 7.2 y 7.3 CADH). 6. Respecto del subgrupos mencionado en primer término, a sólo título de ejemplo, basta señalar la forma en que estaba prevista para la Policía Federal la posibilidad de detener para averiguar antecedentes o de vigilar a ciertas personas que son etiquetadas como “delincuentes habituales”. En el art. 5.1 de su ley orgánica (decr-ley 333/58) se establecía que resultaba una facultad policial para el cumplimiento de sus fuciones:: “Detener con fines de identificación, en circunstancias que lo justifiquen, y por un lapso no mayor de veinticuatro horas, a toda persona de la cual sea necesario conocer sus antecedentes”. Desde 1991, como consecuencia de la muerte de Walter Bulacio la regla legal se modificó mediante la ley 23.950. Pese a ello, la práctica policial y judicial demuestran que poco o nada ha cambiado más allá de la letra de la ley (Chillier, 1998; Bartumeu Romero, 2001; Martín, 2010, 2011; Tiscornia, 2004). Este situación es consecuente con el hecho de que la reforma no hubiera modificado el resto del artículo, y que siga formando parte de dichas facultades para el cumplimiento de sus funciones la de “registrar y calificar a las personas dedicadas habitualmente a una actividad que la policía debe reprimir.” Asimismo, entre las marchas y cotramarchas cabe mencionar que la Ciudad Autónoma dictó un código contravencional que –aún cuando no respeta debidamente algunos principios constitucionales como el principio de lesividad (Bovino, 2004)- judicializa plenamente la cuestión de las detenciones. Sin embargo, en ese mismo contexto, también es pertinente recordar el decreto del PEN 150/99 dictado después del referido código que establece lo siguiente: “Encomiéndase a la Policía Federal Argentina el estricto cumplimiento de lo dispuesto en la norma del inciso 1º) del artículo 5º del Decreto Ley Nº 333/58, ratificado por Ley Nº 14.467 (texto según Ley Nº 23.950), debiendo en consecuencia proceder a conducir a la dependencia policial que correspondiese, en las condiciones y bajo las circunstancias por ella establecidas, a quien o a quienes incurrieren, entre otras, en alguna de las conductas siguientes: a) Los que llevaren consigo llaves falsas o ganzúas, cortafríos, palancas, palanquetas y otros elementos de efracción o cualquier otro objeto análogo que permita fundadamente presumir que se destinarán a cometer delitos; b) Los conductores de vehículos que los facilitaren a sujetos conocidos como ladrones o sirvieren a éstos a sabiendas; c) Los que realizaren reuniones tumultuosas en perjuicio del sosiego de la población o en ofensa de persona determinada; d) Los que llevaren consigo cualquier tipo de arma, fuera de los casos y condiciones legalmente autorizados; e) Los que se encontraren en estado de ebriedad o bajo la acción de alcaloides o narcóticos en lugares públicos o sitios expuestos al público; f) Los que provocaren o molestaren a los vecinos o transeúntes con palabras o ademanes que implicaren una ofensa a la moral; g) Las personas de uno u otro sexo que en lugares públicos o sitios expuestos al público incitaren o se ofrecieren al acto sexual, cuando ello provocare una perturbación del orden y la tranquilidad públicos, u ofensa pública al pudor mediante palabras, actos o ademanes obscenos; h) Los sujetos conocidos como profesionales del delito que se encontraren merodeando en lugares públicos o sitios expuestos al público sin causa justificada.” 7. Por su parte, las provincias argentinas se encuentran, en su gran mayoría, en sintonía con las disposiciones que autorizaban a la Policía Federal a la detención de personas para averiguar antecedentes sin estándar constitucionalmente válido. A través de uno o más artículos contenidos en las leyes orgánicas de dichos cuerpos policiales, se faculta a privar de libertad a los habitantes por un plazo que usualmente se establece en 24 horas, con la finalidad de conocer su identidad, sus antecedentes y/o sus medios de vida, exigiendo como única forma de limitar la discrecionalidad policial la existencia de “causas justificadas”. He realizado en otro sitio, un recorrido pormenorizado de esas disposiciones provinciales, y al respecto vale señalar que del amplio conjunto de provincias que posee asignada esta facultad, sólo dos de ellas –Chaco y Chubut- exigen legalmente la comunicación inmediata al juez competente. Sobre este punto, también resulta interesante remarcar de qué forma los os subgruos se yuxtaponen y se complmentan. Así, por ejemplo, la ley orgánica de la Policía de la Provincia de Córdoba (ley 6702) no contiene disposiciones sobre averiguación de antecedente o vigilancia a personas calificadas como “delincuentes”, pero ello no implica que esa agencia de control social no tenga a su disposición herramientas aptas para los mismos fines. El Código de Faltas (ley 8431) posee entre sus tipos contravencionales la conducta de omitir identificarse, negarse a dar los informes necesarios o darlos falsamente (art. 70), a lo que cabe añadir el tipo que habilita poder punitivo respecto de los que “merodearen edificios o vehículos, establecimientos agrícolas, ganaderos, forestales o mineros, o permanecieran en las inmediaciones de ellos en actitud sospechosa” (art. 86) 8. Además debe señalarse que si bien sólo las agencias policiales de las provincias de Chaco y Chubut, y la agencia policial federal, poseen la obligación de dar aviso al juez competente ante este tipo de detenciones, existen investigaciones que dan cuenta que en la práctica este tipo de comunicaciones no se realiza o es dilatada durante varios días lo que la convierte en una actividad absolutamente ineficaz para el resguardo judicial pretendido (Tiscornia, 2004; Tiscornia, Eilbaum y Lekerman, 1998). En suma, se puede observar de qué manera las provincias mantienen vigentes disposiciones que brindan a la agencia policial un amplio margen de discrecionalidad que, sin límites ni controles se transforma sin dificultad en pura arbitrariedad. 9. A los casos de averiguación de antecedentes, debe agregársele el otro subgrupo mencionado, a saber: los códigos de faltas o contravencionales. Este otro subgrupo de casos, no es menos grave para la vigencia del Estado de Derecho que el anterior. A diferencia del anterior, estas disposiciones no se hallan contenidas en algunas pocos artículos, sino que se legislan como sistemas completos de codificación que contienen disposiciones generales, especiales y procesales. Tampoco será posible en este lugar hacer un análisis detallado de cada uno de los códigos provinciales ya que excedería largamente el objetivo propuesto. Sin embargo, vale destacar que en otro trabajo más extenso he rastreado en los distintos códigos provinciales, dos conjuntos de disposiciones. Por un lado, los tipos contravenciones más aplicables que, por su vaguedad y ambigüedad lesiva de los principios de legalidad y lesividad, facilitan control poblacional en manos de la agencia policial que, inevitablemente es ejercido sobre los sectores más vulnerables de la población. Por otra parte, también recuperé las notas más salientes de las disposiciones de neto corte procesal que otorgan a la agencia policial la facultad de detener, y en muchos casos juzgar y aplicar sanciones (Martín, 2011) Con relación al primer tipo de disposiciones contravencionales puede indicarse que atentan contra los principios basales del sistema penal -en particular de los principios de legalidad, lesividad y de prohibición de derecho penal de autor-, y que usualmente establecen penas de arresto de varios días y hasta meses, para situaciones que no son conductas, tales como la orientación sexual, es estado de embriaguez, no hallarse incluido en el mercado laboral, etc. 10. Sólo por citar algunos pocos ejemplos vale mencionar alguna de las previsiones del código de faltas vigente en la Provincia de Buenos Aires (decreto 8031/73). Entre las contravenciones más atentatorias, se cuenta las que habilita poder punitivo al que “… habitare sin motivo razonable en puentes, cañerías, bosques, playas, lugares descampados, plazas, parques…” (art. 67.d), al “…sujeto de malos hábitos conocidos que sea encontrado en compañía de menor o de menores de dieciocho años de edad, en actitud sospechosa” (art. 69.b), al que “…transite o se presente en lugares accesibles al público en estado de ebriedad o se embriague en lugar público o abierto al público” (art. 72), o al que “…llamado por la autoridad competente para que suministre datos relativos a su identidad, antecedentes, domicilio o residencia o para informes análogos respecto de personas bajo su cargo o dependencia, no concurra a la citación, suministre informes falsos o se valga de documentos ajenos” (art. 79). La parte general de la legislación provincial citada -como buena parte de la legislación del país- también establece que los arrestos serán cumplidos, por regla general en las comisarías, que la edad de punibilidad es de 16 años, y que la agencia policial ante la observación de lo que podría encuadrar en una falta posee amplias facultades de inmediata detención, admitiendo mantener a la persona en esa situación aún sin sentencia a modo cautelar. . En un sentido similar, la Provincia de Córdoba, a pesar de que dispone de un código de faltas relativamente moderno en cuanto a sus años de vigencia (ley 8431), no desentona con las restantes legislaciones. Vale destacar además que también se establece la edad de punibilidad en los 16 años (art. 6), y entre las tipicidades más inviables desde el punto de vista constitucional se hallan que pretenden habilitan poder punitivo respecto de quien “ejerciendo la prostitución se ofrecieren… provocando escándalo” (art. 44) -a quien además obliga a practicarse un “examen venéreo y de detección de todas las enfermedades de transmisión sexual y, en su caso, el tratamiento curativo…”-, a los que “…siendo capaces de trabajar o teniendo medios de subsistencia, se entregaren profesionalmente a la mendicidad o la vagancia…” (art. 46), los que “…en lugar público, abierto al público, existiendo motivos razonables por los que se les exija su identificación, omitieren hacerlo o se negaren a dar los informes necesarios o los dieren falsamente” (art. 70), o los que “…merodearen… en actitud sospechosa” (art. 86). Asimismo debe destacarse que la agencia policial es la autoridad competente para la instrucción y juzgamiento de los hechos en sede administrativa (art. 94) y que se halla autorizada a proceder a la detención de los imputados por contravenciones (art. 103) en las situaciones más dispares y abarcadoras, tales como si fuere “…sorprendido en flagrancia”, si tiene “…objetos o presenta rastros que hagan presumir vehementemente que acaba de participar en la comisión de una contravención”, por “…razón del estado o la condición del presunto infractor”, o cuando “…no tuviere domicilio conocido…”. 11. A partir de lo indicado no es dificultoso concluir que esas reglas legales habilitantes de discrecionalidad policial están atravesados por una decisión legislativa históricamente destinada a control de ciertos grupos de la población. Es por ello que tales facultades se han materializado en descripciones típicas amplias, vagas, ambiguas y muchas veces propias de derecho penal de autor. Además ello se agrava por sistemas de juzgamiento de corte claramente inquisitivo en los que no existe división de roles, no hay un juez imparcial y muchas veces no hay, ni siquiera, un juez. La ley contravencional, -en mayor o menor medida según la provincia - por su evidente genealogía y tradición autoritaria, lesiona las mínimas garantías penales contenidas en los instrumentos internacionales protectores de Derechos Humanos con rango constitucional. Ellas, conjuntamente con las disposiciones que autorizan las desencones con fines de “averiguar antecedentes” han sido destinados y siguen siéndolo para la persecución penal y el consiguiente control de los molestos y la observación de los pretendidamente “peligrosos”. 12. Ante lo dicho, es necesario destacar que estos difusos subconjuntos de entramados normativos emerge con gran pertinencia la denuncia que efectuaran ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos los representantes de las víctimas en el caso Bulacio (CorteIDH, 2003), al referir que en las prácticas cotidianas de las instituciones policiales existe una primera decisión de detener a una persona y sólo en un segundo momento se procura justificarla bajo alguno de los parámetros legales disponibles. En ese mismo sentido Reiner (1999) había destacado que la escasa visibilidad del trabajo cotidiano y rutinario de la agencia policial brinda de por sí a los funcionarios policiales un amplio margen para construir informes post hoc de las detenciones los que, evidentemente son expresados en términos legalmente aceptables “aún cuando guarden poca relación con las verdaderas razones de sus decisiones”. Así se ha dicho que diversos estudios policiales han establecido tres conjuntos de reglas. Por un lado las reglas “operativas” que son las que apuntalan el trabajo policial, derivadas de la cultura informal y generalmente reñidas con las disposiciones legales; en segundo lugar las reglas “inhibitorias” que son los lineamientos oficiales que pueden ser sancionados; y en tercer término las reglas “de presentación” que son las reglas oficiales que no ejercen ninguna influencia sobre los procedimientos policiales pero que establecen los términos en los que deben presentárselos a las autoridades judiciales con posterioridad (Reiner, 1999). Pese a que estas cuestiones han sido ampliamente denunciadas por las investigaciones no sólo en otros contextos culturales, sino también en el nuestro (Tiscornia, 2004; Tiscornia et al., 1998; Martín, 2010), la agencia judicial en forma ampliamente mayoritaria ha omitido su preocupación sobre el punto, acotando su facultad de control al cumplimiento de esas reglas “de presentación”, inclusive hasta límites absurdos. 13. En este marco es pertinente destacar que las legislaciones policiales referidas importan una continuidad y, en algunos casos, una recuperación de aquellas normas de más de un siglo de antigüedad que ha recibido de primera mano la impronta italiana de los positivistas criminológicos y la escuela de la defensa social. En ese sentido, vale destacar que la genealogía de la legislación contravencional y de averiguación de antecedentes hay que rastrearla en los momentos de la consolidación del Estado y de ciertos sectores sociales como elites hegemónicas, con independencia de la fecha de sanción de este o aquel código. En esos años que van desde 1880 y 1910 ha habido una profusión de trabajos de distintos saberes que se intersectaron (psiquiatría, higienismo, medicina, derecho) y que colaboraron en definir una identidad del “argentino”. Esos dispositivos poseían por finalidad lograr la posibilidad de observar entrenadamente, para poder clasificar y capturar si ello fuere necesario. La publicación de la “Galería de ladrones de la Capital” en 1887 como primer “álbum de malvivientes”, las creación del prontuario policial o, algo más adelante, del Registro de Reincidencia no son sino muestras de este espíritu clasificatorio del catastro social (Anitua, 2005; .Martín, 2005). Esos saberes se dirigieron, entonces, a observar y definir a “el delincuente”, para pretender conocer de antemano su “peligrosidad”. La obra de Lombroso caló hondo en la intelectualidad argentina y se articularon innumerable cantidad de discursos y prácticas afines a tales concepciones. De esta forma valga la cita de Drago (1888) cuando refiere que: “Las inscripciones extravagantes u obscenas de los criminales revelan las inclinaciones pervertidas los sombríos pensamientos de venganza o la depravación del instinto genésico: Entendido de esta manera parécenos que el tatuado puede ser de gran ayuda en el estudio de la delincuencia. Si nos fuera permitido parodiar una expresión celebre, diríamos que así como el estilo es el hombre, el tatuado es el criminal” Así es que todo en el período se leyó como una historia en términos de “proceso o degeneración”. Y en ese proceso, las élites dominantes habían ya dispuesto el lugar de los hombres, mujeres y niños de las clases subalternas. Estos mandatos, que han llegado hasta nuestros días, fueron impuestos muchas veces a través del poder policial. Adviértase que la prostitución hacia fines del siglo XIX, en las principales ciudades argentinas fue considerada una cuestión de higiene pública y, como tal, de ocupación de los municipios. Es por ello que, al igual que las cuestiones vinculadas al juego y el alcoholismo, habilitaron dispositivos de vigilancia y prevención que, llevados a cabo por la agencia policial, tendieron a moldear los comportamientos colectivos. Los hombres de las clases subalternas también poseyeron su “lugar debido”. Debían estar dotados de una masculinidad que los diferenciaba con exagerada artificialidad de “lo femenino”. Por oposición, los excluidos de esa identidad y a los que le destinaron muchas páginas los criminólogos positivistas han sido los denominados “invertidos” y detenidos para su observación bajo el microscopio de los “científicos” de época (Salessi, 2000). En el marco de la necesidad de descubrir las razones biológicas y, luego de “corregir” esta “patología”, se enmarca la contravención tan extendida en los códigos contravencionales de “vestirse con ropas del sexo contrario”. Los niños también debían ocupar su lugar de futuros hombres trabajadores o mujeres “amas de casa”. Así es que estaban obligados a concurrir a las escuelas, cantar las canciones patrias, incorporar los símbolos nacionales y respetar a los próceres que mejor delineaban esta idea de Nación. Por oposición, surgieron leyes y en las practicas institucionales los niños en “abandono moral” y que por ello debían ser “tutelados” (ley “Agote” 10903). Los bienes jurídicos inasibles como la moralidad publica, el decoro, las buenas costumbres y la tranquilidad publica, que aparecieron en los códigos contravencionales, responden a esa voluntad estatal de “clasificación y corrección de anormales”. 14. Es por ello que, esta forma de control poblacional, sea como fuere que se la denomine y cualesquiera sean sus presupuestos objetivos legalmente exigidos, no han tenido otra finalidad que controlar, vigilar y hostigar a ciertas personas indeterminadas pero integrantes de grupos particularmente vulnerables al sistema penal que evidencien “signos” a los que el saber policial, legalmente inconfesado pero por todos conocido, los catalogue como “síntoma” de peligrosidad. Ese control, con o sin traslado a la seccional policial, implica una interceptación y un “examen” sobre las características morfológicas y sobre las respuestas verbales y actitudinales que, a “estímulos adecuadamente aplicados”, devuelva la persona devenida en objeto de estudio del saber policial. El resultado del “examen” determinará en definitiva si resulta necesario un “estudio más profundizado” y con ello, por ejemplo la averiguación de antecedentes, o bien permiten descartar la peligrosidad del individuo y, en consecuencia, devolverle la libertad, no sin antes asentar burocráticamente la intervención para fines estadísticos. Esta forma de injerencia es afín con discursos criminológicos cuyas raíces pueden ser rastreadas en los discursos inquisitoriales medievales, pero que poseen como antecedente directo en nuestro contexto el higienismo de fines de siglo XIX, y que perviven por sobre, o mejor por debajo de, las fórmulas liberales receptadas en las constituciones políticas. Desde esta perspectiva, esas prácticas policiales resultan jurídicamente inaceptables. Nuevamente es adecuado aquí citar a Ferrajoli (1997) quien expresa esta cuestión en forma simple y contundente. Así señala que: “De un lado, peligrosidad y sospecha son, por naturaleza, incompatibles con las exigencias de la legalidad estricta, dado que escapan a una clara predeterminación legal y dejan espacio a medidas «en blanco», basadas en valoraciones tan opinables como incontrolables” 15. Es en este marco que cabría preguntarse por la utilidad de algunas ideas sugerentes respecto de las implicancias políticas de las que dan cuentan estas prácticas policiales, muchas veces arbitrarias, y también las prácticas judiciales, irresponsablemente indiferentes con relación a aquellas. Agamben (1995) ha alertado respecto de la matriz oculta en los campos de concentración y sobre las nuevas expresiones del estado de excepción. En ese sentido, ha manifestado que el campo se ha instalado firmemente en las ciudades y constituye “…es el nuevo nomos biopolítico del planeta”. Esta advertencia tal vez resulte una buena base para procurar analizar, sin una extrapolación automática, estas prácticas policiales. Adviértase que cuando Agamben se interroga sobre qué definía a un “campo”, cuál es su estructura jurídico-política y por qué han podido tener lugar semejantes sucesos, responde afirmando que es necesario determinar dichos sucesos no como hechos históricos, ni como anomalías del pasado, sino que resulta imprescindible descubrir la matriz escondida, es decir, el nomos del espacio político en el que tuvieron lugar. En ese sentido define como campo “... el espacio que se abre cuando el estado de excepción empieza a convertirse en la regla”. Si es posible admitir esos espacios como entramados de zonas, momentos y protagonistas portadores de características vulnerabilidad que le impiden aprovecharse de un escudo de inmunidad frente a las razzias policiales, podríamos acercar estas categorías a las prácticas policiales realizadas bajo la cobertura legal de los ambiguos estándares de las leyes de policía. Obsérvese que en determinado momento ciertas personas interceptadas por personal policial no se pueden ir del lugar, ejerciendo el derecho a caminar por el territorio como cualquier ciudadano, pero tampoco se los ha colocado bajo el estatuto jurídico de detenido imputado de un delito. En consecuencia, pierden el estatuto de ciudadanos y son meras existencias de nuda vida que son interceptadas por agentes estatales sin motivos explicitables, y sin finalidad asequible a la razón jurídica, puesto que, en un principio, sólo se pretende de ellos, al menos formalmente, que se identifiquen. 16. Los efectos que en la actualidad siguen produciendo esas legislaciones son las denunciadas practicas de detenciones ilegales y arbitrarias por perte de la agencia policial. Asimismo, debe establecerse que las violaciones a los derechos humanos que han aprovocado exceden las privaciones de libertad. Estas leyes y prácticas importan condición de posibilidad para atentados a la integridad física, a la dignidad e incluso a la vida de los sectores más vulnerables de la población. Las referencias que efectuara en otro trabajo más extenso sobre tales consecuencias son sólo ejemplos de las implicancias que esas leyes poseen pero que, de ningina manera resulta una enumeración exhaustiva, sino sólo unos pocos botones de muestra. 17. En esa línea, tal vez también resulte de utilidad para pensar estas prácticas, las ideas de Zaffaroni (2011) al recuperar para la criminología el término “masacre” acuñado por Jacques Sémelin. Así, por masacre considera “…toda práctica de homicidio de un número considerable de personas por parte de agentes de un estado o de un grupo organizado con control territorial, en forma directa o con clara complacencia de éstos, llevada a cabo en forma conjunta o continuada, fuera de situaciones claras de guerra que importen fuerzas más o menos simétricas”. Resalta en este concepto que esas masacres son homicidios múltiples, pero en forma de práctica, y como tal entiende al ejercicio de una decisión política y no de una acción aislada. Especifica que la forma de ejecución de la masacre puede ser súbita, o bien prolongada en el tiempo. A esta última la denomina “por goteo”. Es así que, pone énfasis en éstas últimas ya que ellas no suelen ser visualizadas como tales. En lo que a este estudio interesa, Zaffaroni (2011) pone de relieve el necesario espacio de contención que las agencias judiciales en un sistema penal deben desarrollar. Para ello entiende que es imprescindible analizar tanto la estructura política del estado, en particular de la agencia judicial y policial, pero también la constitución de la clase política local. Los índices de dichos tópicos podrán dar cuenta del grado de poder real de contención de que dispone el aparato judicial para la prevención de esas violencias masacradoras por goteo. Las legislaciones que autorizan detenciones sin orden judicial, sin comunicación inmediata con la autoridad que podría ordenar tales privaciones de libertad, sin comunicación de las razones de la medida al afectado ni a sus allegados, alegando estándares que de tan vagos y difusos son jurídicamente inexistentes, importan la base misma para que esas masacres por goteo puedan tener lugar. 18. En este conexto, por un lado, la reforma de este tipo de legislaciones aparece como imprescindible en la lucha por una mayor reducción del ámbito del estado de policía. Por otra parte, y estrictamente pensando en la operatividad de la agencia judicial, Zaffaroni, et al. (2000) ha acuñado el término “principio de saneamiento genealógico” como una herramienta tendiente a limitar el poder punitivo que se enmarca entre los llamados “principios limitadores de la criminalización que emergen directamente del estado de derecho”. Sin embargo, es necesario alertar que además de la necesaria reforma, en especial durante ella y después de ella, la herramienta del saneamiento genealógico no deba ser abandonada porque es inevitable que la disputa en términos de estado de derecho y de policía continúe, en particular en un ámbito tan relacionado con la configuración misma de la agencia policial. 19. No obstante lo dicho, debe destacarse señalarse que la forma estatal liberal adoptó aquellas formas policiales de control propias de estados autoritarios. En ese marco, tal como lo sostiene Anitua (2005), esas prácticas policiales tienden a escapar a los límites del derecho y “lo hacen tanto por su pretensión de actuar como un no-derecho, cuanto por el tipo de actividad y objetivos que persiguen”. En esa línea es pertinente recordar la afirmación de Benjamin que sitúa a la policía “...en una zona fronteriza entre legislación y jurisdicción, gozando de la discrecionalidad de una y de la fuerza de la otra, pero desvinculada de los limites y de las fuentes de legitimación de entre ambas”. Posiblemente, en la cuestión vinculada a las detenciones policiales, deba concluirse en que la búsqueda de su total anulación, sea una batalla perdida. Sin embargo, es imprescindible darla cotidianamente en la esperanza de que cada derrota tenga una magnitud menor a la del día anterior. Bibliografía: AGAMBEN, Giorgio (1995); “¿Qué es un campo?”. Revista Sibila, número 1, enero de 1995, del sitio web de Revista Sibila: elcultural.com. 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