Capilla Redemptoris Mater - E

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Revista electrónica mensual del Instituto Santo Tomás (Fundación Balmesiana)
e-aquinas
Año 4
Enero 2006
ISSN 1695-6362
Este mes... LA BELLEZA SEGÚN SANTO TOMÁS DE AQUINO
(Cátedra de Estudios Tomistas del IST)
Aula Magna:
HUG BANYERES, La belleza según santo Tomás de Aquino
2-19
Documento:
ABELARDO LOBATO, Los tres elementos de la belleza categorial
20-31
Publicación:
ABELARDO LOBATO, Ser y belleza
32-34
Noticia:
La Capilla «Redemptoris Mater»: monumento de piedad, crisol de
belleza y profecía de unidad
35-41
© Copyright 2003-2006 INSTITUTO SANTO TOMÁS (Fundación Balmesiana)
La Capilla «Redemptoris Mater»: monumento de piedad, crisol de belleza y profecía de unidad
La Capilla «Redemptoris Mater»
Monumento de piedad, crisol de belleza y profecía de unidad
www.vatican.va/redemptoris_mater/index.htm
En la página web del Vaticano es posible realizar una completa visita
virtual a la Capilla «Redeptoris Mater», oratorio de los Papas en el Palacio
Apostólico del Vaticano, en donde “nuestra mirada puede contemplar, a través
de imágenes y símbolos, una síntesis grandiosa de toda la «economía» de la
salvación” -palabras de Juan Pablo II en la consagración de la Capilla el 14 de
noviembre de 1999-.
La decoración de la Capilla «Redeptoris Mater» comenzó en 1996 y ha
sido realizada bajo la dirección del jesuita esloveno Marko Ivan Rupnik, artista,
teólogo y director del Taller del Arte Espiritual, institución ligada al Instituto
Pontificio Oriental. Constituye un regalo del Colegio de los cardenales a Juan
Pablo II con motivo de las bodas de oro sacerdotales que celebró precisamente
en 1996.
La Capilla «Redeptoris Mater» se ha convertido hoy en una superficie en
mosaico de más de 600 metros cuadrados conformada por millones de piedras
talladas una por una a mano. Los materiales hablan por sí solos: granito,
travertino, mármoles de Macedonia, esmaltes, oro, oro blanco, nácar... Una obra
grandiosa realizada al estilo de los talleres de arte medievales, bajo la dirección
del padre Rupnik.
El privilegiado que entra en la «Redemptoris Mater» -que no podrá ser
abierta al público- tiene la impresión de entablar una nueva relación con los
grandes santos de la historia y con personajes de la Biblia que le acogen en una
especie de abrazo.
La pared que se encuentra detrás del altar reúne a santos de Oriente y
Occidente en torno a María, la Madre de Dios, a quien está dedicada la capilla.
Los colores vivos, el rojo y el azul, así como el dinamismo de la obra sumergen
al orante en un nuevo ambiente, transportándole en una nueva dimensión, en la
que lo divino y lo humano se encuentran.
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La pared de la izquierda del altar representa escenas de la vida de Cristo;
es decir, el misterio de Dios que se hace hombre hasta llegar al descenso a los
infiernos que se transforma en victoria sobre la muerte.
En la pared de enfrente, se puede ver a Cristo que se eleva a Dios Padre.
Se trata de una especie de divinización del hombre, pues Cristo lleva consigo
todo lo humano. El cielo desciende sobre la tierra: nace la Iglesia, en la que cada
uno responde de manera personal al amor de Dios.
En la pared del fondo, por último, se representa la «parusía», la segunda
venida de Cristo: el paraíso donde el amor es eterno y en donde cada uno
resucita con aquello que ha amado.
El teólogo ortodoxo, Olivier Clément, tras visitar la capilla la ha definido
como una «profecía del siglo XXI», pues constituye una representación artística
del camino que debe seguir el movimiento ecuménico entre los cristianos de
Oriente y Occidente.
Un regalo al pueblo de Dios 1
En 1996 hemos celebrado con toda Ia Iglesia el cincuenta aniversario de
la ordenación sacerdotal del Papa Juan Pablo II. Muchos habrán leído los
recuerdos históricos y las consignas espirituales que en aquella ocasión el
mismo Santo Padre nos dejó en el volumen Don y misterio, en el 50 aniversario de
mi sacerdocio (Madrid, BAC, 1996).
Muchos recordarán también la sugestiva imagen de la celebración
presidida por Juan Pablo II en la Basílica de San Pedro, junto con una numerosa
representación de sacerdotes que, como él, había sido ordenados en aquel
lejano 1946.
El afecto de todo el mundo hacia el Sucesor de Pedro en la Cátedra de
Roma fue expresado por muchísimas personas y de modos diversos. Junto a los
Jefes de Estado y a los Representantes de la vida pública, también la gente
Nota de Mons. Piero Maini, Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, con
ocasión de la consagración de la Capilla «Redemptoris Mater» por el Papa Juan Pablo II
el 14 de noviembre de 1999.
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La Capilla «Redemptoris Mater»: monumento de piedad, crisol de belleza y profecía de unidad
sencilla hizo llegar al Papa la expresión de su admiración y de su afecto,
demostrando así la gran estima de que está rodeado este Pontífice. Al homenaje
de tantas personas se unió también el de los Cardenales que, entre los
representantes de la vida de la Iglesia, deben ser considerados como los más
directos consejeros y colaboradores del Obispo de Roma en la Urbe y también
en todo el orbe.
En aquella circunstancia los Cardenales quisieron estar tangiblemente
cercanos al Papa con su presencia y su afecto. Algunos de ellos habían
participado directamente en su elección, la mayoría habían sido nombrados por
Él: todos quisieron, con un regalo significativo, expresar su devoción y su
estima al Sucesor de Pedro.
El regalo fue presentado por el Colegio Cardenalicio bajo la forma de una
suma de dinero que el mismo Papa, a su juicio y elección, destinaría para
alguna obra significativa.
El 10 de noviembre de 1996, al concluir las manifestaciones jubilares, en
presencia de muchísimos cardenales, el Papa dijo, dirigiéndose al Colegio
Cardenalicio: «Agradezco de corazón la suma que habéis querido ofrecerme, a
través del Cardenal Decano, como regalo vuestro en esta circunstancia. Creo
que es oportuno al destinarla a una obra que permanezca en el Vaticano.
Pensaría por eso en las obras de reestructuración y decoración de la Capilla
"Redemptoris Mater" en el Palacio Apostólico».
En las intenciones del Pontífice la Capilla debía tener también un
particular significado y ser adornada de modo que fuera visible el encuentro
entre Oriente y Occidente. El Papa formulaba este deseo: «Se convertirá en un
signo de la unión de todas las Iglesias, a las que vosotros representáis, con la
Sede de Pedro. Además revestirá un particular valor ecuménico y constituirá
una presencia significativa de la tradición oriental en el Vaticano».
Tras algunos años, ese regalo y ese deseo, fruto de la participación activa
del Colegio Cardenalicio, ha tomado cuerpo y la Capilla «Redemptoris Mater»,
reestructurada y decorada, se ofrece a la contemplación de todos con el
esplendor vivaz de sus mosaicos que, bajo la mirada del Pantrocrátor, que
domina el centro del techo de la Capilla, traducen esa antigua expresión que la
liturgia oriental hace suya también para la belleza de los lugares de culto:
«Aquí, el cielo ha bajado a la tierra».
La Capilla precedente, que llevaba el nombre de «Matilde», había visto
cambiar el propio título en «Redemptoris Mater» en el Año Mariano 1987-88,
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caracterizado, entre otras cosas, por una presencia intensa del Oriente en Roma
a través de diversas y significativas celebraciones litúrgicas en los diferentes
ritos de las Iglesias orientales católicas. Estas celebraciones, por voluntad del
Papa, han quedado en la memoria viva de todos también mediante un
espléndido volumen a cargo del Departamento de las Celebraciones Litúrgicas
del Sumo Pontífice (Liturgie dell'Oriente cristiano a Roma nell'Anno Mariano 19871988, Libreria Editrice Vaticana 1990). Dichas celebraciones también han
contribuido a hacer efectivo el deseo del Papa de promover una visión de la
Iglesia que respira en su teología, en su liturgia y en su espiritualidad con los
dos pulmones del Oriente y del Occidente.
Ahora, mientras nos disponemos a celebrar el Gran Jubileo del 2000, la
Capilla «Redemptoris Mater», completamente restaurada, se convierte en un
monumento artístico y litúrgico de nuestro tiempo, en un ambiente como el de
los Palacios Vaticanos, donde resplandece la Capilla Sixtina, también
completamente restaurada a lo largo de los últimos años. En efecto, el trabajo de
restauración de los frescos del siglo XV ha terminado, llevando así a término la
tercera restauración completa que a lo largo de la historia ha afectado a la
Capilla Sixtina, la más célebre de las Capillas del Palacio Apostólico.
Entre estas dos Capillas hay una evocación más profunda y significativa
que la simple concomitancia temporal de su restauración y reestructuración.
La Capilla Sixtina es uno de los lugares que evoca, más que cualquier
otro, el gran alma humanista y del renacimiento. Miguel Ángel, con sus figuras
vigorosas, subraya la exaltación del hombre y de sus potencialidades, que
Humanismo y Renacimiento habían puesto en el centro de sus intereses
específicos. Los cuerpos enérgicos y poderosos, que el artista realizó en la
Bóveda y en el Juicio, tienen origen en Dios, al que Miguel Ángel presenta con
aspecto potente, y son reflejo de su creatividad.
Pero la iconografía de la Capilla lleva a una grandeza del hombre mucho
más importante que el solo hecho de ser criatura de Dios y, por tanto, a su
imagen y semejanza.
El tema, más que a la creación, está dedicado a la Encarnación del Hijo de
Dios que ha exaltado tanto la naturaleza humana que la ha emparentado con la
misma naturaleza de Dios: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros; y
hemos visto Su gloria como Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad»
(Jn 1, 14). «Cristo es la visibilidad del Dios invisible. Por medio de él, el Padre
compenetra toda la creación y el Dios invisible se hace presente entre nosotros y
se comunica con nosotros» (Juan Pablo II, Homilía de la celebración Eucarística en
la Capilla Sixtina, 8 de abril de 1994, n. 4).
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La Capilla «Redemptoris Mater»: monumento de piedad, crisol de belleza y profecía de unidad
Los mosaicos de la Capilla «Redemptoris Mater» subrayan y amplían el
mismo tema. El hombre, mediante la encarnación de Cristo, se remonta hasta la
vida interior de Dios, en la Santísima Trinidad. La Capilla explicita una
antropología trinitaria. La historia de la salvación, en su dinámica del descenso
de Dios y de la subida del hombre, subraya la presencia y la obra del Espíritu
Santo que hace siempre actual la obra de la redención y la despliega a las
mujeres y hombres de cada época histórica.
En efecto, esta teología visiva, que los medievales llamaron «Biblia
pauperum» encuentra hoy una continuidad y una originalidad particular,
precisamente en un recorrido teológico que parte del amor de Dios Padre y
llega a la liturgia celeste de una eterna anámnesis de los hijos en el Hijo.
La Capilla restaurada está dedicada a la Madre de Dios en esta vigilia del
Gran Jubileo de la Encarnación, en el que, junto a Cristo, se celebra a Aquella
que es «Alma Redemptoris Mater». Por eso, María está sentada en el trono
como la Madre del Señor y Sede de la Sabiduría, en una espléndida figura de la
pared central, como reflejo de la economía trinitaria y rodeada de Santos y
Santas de Oriente y de Occidente, de todas las épocas y de todas las naciones.
En la persona del Papa, que ha querido restaurarlas, las dos Capillas
encuentran una evocación de reciprocidad y de profundización, de
complementariedad y de original continuidad teológica y espiritual, como
regalo al Pueblo de Dios para el cual quedan como monumento de piedad,
crisol de belleza y profecía de unidad para las generaciones futuras.
En la Capilla «Redemptoris Mater» emergen algunos argumentos de
entre los más frecuentes del magisterio de Juan Pablo II, de entre los cuales, el
primero de todos es el ecumenismo. Los mosaicos, que en un centelleo de
colores, de personajes y de símbolos ornamentan hoy esta Capilla restaurada,
celebran la historia de la salvación, teniendo como tema central el misterio de la
Trinidad que se refleja ante todo en el Hijo de Dios hecho hombre y en su
Madre. Esta historia se hace visible en el tiempo a través de episodios y
personajes del Antiguo Testamento, de los misterios de la vida de Cristo, de los
Santos y Santas de la Iglesia de todos los tiempos, también de los mártires del
siglo XX, con una presencia discreta pero significativa de los testigos de la fe de
otras Iglesias y comunidades cristianas.
Todo como un reflejo de la Trinidad Santísima que todo lo envuelve y
orienta hacia su cima recapituladora, la segunda y definitiva venida del Señor,
con la esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva. Las representaciones
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llevan la impronta característica de los cánones de la iconografía oriental clásica
pero con un toque incisivo de modernidad que confiere originalidad y vigor a
todo el conjunto.
Por eso, la Capilla es también visualmente un lugar de diálogo entre
Oriente y Occidente. Los mosaicos que la adornan y sobre los cuales, en esta
publicación, se pueden encontrar profundizaciones útiles, parecen comentar
una expresión del Santo Padre en la Carta apostólica Orientale Lumen: «Las
palabras del Occidente necesitan de las palabras del Oriente para que la Palabra
de Dios manifieste cada vez mejor sus insondables riquezas» (n. 28).
Para concretar todo esto se ha confiado providencialmente la concepción
y la realización de los mosaicos de la Capilla al Centro «Ezio Aletti», del
Pontificio Instituto Oriental, y a la obra incansable del Padre Marko Ivan
Rupnik con sus colaboradores, bajo la mirada y la competencia autorizada del
Padre Tomáš Špidlík. El Centro, en efecto, tiene el objetivo de valorizar el
encuentro entre el Oriente y el Occidente cristiano, no sólo en la teoría, sino en
la colaboración efectiva de hombres y mujeres que reflexionan y actúan juntos.
Pero la Capilla también es, implícitamente, la invitación a abrir un
diálogo entre arte, cultura y fe, temas que a menudo encuentran eco en el
pensamiento del Papa y que son parte integrante de su invitación a la Iglesia
para que «invente» nuevas vías para la evangelización.
El Santo Padre, en la reciente Carta a los artistas (4 de abril de 1999)
afirma: «Toda forma auténtica de arte es, a su manera, una vía de acceso a la
realidad más profunda del hombre y del mundo» (n. 6). Y también. «Quisiera
recordar a cada uno que la estrecha alianza que hay desde siempre entre
Evangelio y arte, más allá de las exigencias funcionales, implica la invitación a
penetrar con intuición creativa en el misterio del Dios encarnado y, al mismo
tiempo, en el misterio del hombre» (n. 14).
La Capilla «Redemptoris Mater» se convierte, así, en un ejemplo eficaz
de un posible itinerario para una nueva evangelización, un verdadero «lugar
teológico» donde el misterio de Dios y su manifestación epifánica en Cristo se
pueden contemplar no sólo en la verdad teológica que todo lo envuelve, sino
también en la estética teológica, gracias a la cual llegamos a entender que la
categoría de la belleza corresponde ante todo a Dios y a la bondad y belleza de
todas sus obras. Entre ellas es central la Encarnación salvadora del Hijo de Dios
en ese icono de la Iglesia y de la humanidad redimida que es la Toda santa
Madre de Dios.
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La Capilla «Redemptoris Mater»: monumento de piedad, crisol de belleza y profecía de unidad
La Capilla «Redemptoris Mater» está destinada a la celebración de la
liturgia, especialmente algunas celebraciones presididas por el Santo Padre. Por
eso, no sólo se ha cuidado la decoración en mosaico, sino también una digna
reestructuración de todo el espacio, donde el Sucesor de Pedro podrá
desarrollar, en un espléndido marco de belleza y piedad, su ministerio litúrgico:
con el altar para el banquete sacrificial de Ia Eucaristía, el ambón para la
proclamación de la Palabra de Dios, la cátedra para la oración y el magisterio de
su enseñanza apostólica.
A la Capilla «Redemptoris Mater» se podría aplicar, por analogía, cuanto
se lee en la inscripción colocada bajo el trono del etimasia, en la parte central
superior del arco del triunfo en mosaico de la Basílica de Santa María la Mayor,
monumento significativo del misterio de la Encarnación y de la Maternidad
divina de María proclamada en Éfeso: «Xystus Episcopus plebi Dei». Con esta
inscripción el Pontífice Sixto III, Obispo de Roma, ofrecía al pueblo de Dios la
restaurada Basílica del Esquilino dedicada a la Madre de Dios.
Podemos afirmar que Juan Pablo II ha transformado sabiamente el regalo
que le hizo el Colegio Cardenalicio con ocasión de su 50° aniversario de
sacerdocio en un regalo hecho a Dios, a su gloria y a todo el pueblo de Dios.
Quedará en el futuro como memorial de un largo y significativo pontificado
que ha llenado de luz, de sabiduría y de humanidad los últimos decenios del
segundo milenio y el alba del tercero con una referencia particular e incisiva a
Cristo, el Redentor del hombre, y la Virgen, la Madre del Redentor,
+ Piero Marini
Obispo titular de Martirano
Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias
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