El diferente impacto de la crisis en el centro y la periferia de la Zona

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Algo pasa con Europa: El diferente impacto de la crisis en el centro y la periferia de la Zona euro ¿Está afectando la crisis por igual a todos los países de la Eurozona? La gráfica que hay sobre estas líneas permite darle una respuesta a esa pregunta. Lo que se ve en ella es la evolución de la participación de los salarios en el PIB, es decir el porcentaje de la renta nacional que, según las estadísticas de la base de datos AMECO de la Comisión Europea, ha ido a parar a manos de los trabajadores de lo que podemos considerar el “centro” (Alemania, Austria, Bélgica, Finlandia, Francia, Luxemburgo, Países Bajos) y la “periferia” (Chipre, Eslovenia, Eslovaquia, España, Estonia, Grecia, Irlanda, Italia, Letonia, Malta y Portugal) de la Zona Euro desde que estalló la actual crisis. Aunque esta es una variable de la que apenas se hacen eco ni medios de comunicación, ni una gran mayoría de economistas, su análisis es esencial para comprender la dinámica seguida por cualquier económica capitalista. Por ejemplo, si analizásemos la evolución del también llamado “salario relativo” en otras economías, como la de Estados Unidos, observaríamos que su incremento precedió a la crisis de los años setenta, siendo uno de los principales factores que explican la caída de la rentabilidad empresarial que se encuentra en el origen último de dicha crisis. También advertiríamos que desde entonces hasta 2007 la participación salarial comenzó a descender como consecuencia de las políticas económicas neoliberales. En particular, fueron los procesos de liberalización comercial y financiera y los de desregulación del mercado de trabajo los que permitieron que los beneficios se recuperasen a costa de los salarios, tanto en Estados Unidos, como en la práctica totalidad de economías del mundo. En este momento hemos puesto el foco en la evolución de ese indicador en los países que comparten el euro. Al analizarlo vemos, en primer lugar, que desde la formación de la Eurozona hasta justo antes del estallido de la actual crisis la participación salarial se redujo tanto en el centro, como en la periferia de la misma. No obstante, la caída del salario relativo fue más marcada en los países del centro, dando lugar a lo que podríamos denominar una “igualación a la baja” de la masa salarial total recibida por las clases trabajadoras en unos y otros países. Aunque en los periféricos la mayor creación de empleo permitió contener la reducción de la participación de los salarios en la renta nacional, tanto en ellos, como en los centrales, los salarios reales vieron limitado su crecimiento, alimentando así los beneficios empresariales. De este modo, durante el periodo de crecimiento anterior a la crisis la distribución de la renta entre capital y trabajo en Europa siguió patrones regresivos similares a los del resto del mundo, haciendo, de hecho, que dicho crecimiento fuese menor al potencial. Entre 2007 y 2009 la participación de los salarios en la renta nacional se incrementó en todas las economías de la Zona Euro (menos en Chipre y Malta), algo que es habitual que ocurra al comienzo de las crisis. No en vano, lo que primero se ve afectado por ellas son los beneficios, permitiendo que los trabajadores aumenten el “trozo de la tarta”, no obstante más pequeña que anteriormente, que se llevan. Después de esa primera fase el salario relativo normalmente comienza a caer como consecuencia de los despidos y contenciones salariales que las empresas imponen con el objetivo de recuperar su rentabilidad. Así ocurrió en prácticamente todos los países en 2010. Sin embargo, desde entonces la evolución seguida por la participación salarial en el centro y la periferia de la Eurozona ha sido claramente divergente. En efecto, mientras que en los países periféricos dicho descenso ha continuado, ya de manera muy marcada, en 2011, 2012 y 2013, en los países centrales, sorprendentemente, el porcentaje de la renta nacional obtenido por los trabajadores ha comenzado a incrementarse de nuevo. En Alemania, por tomar el caso siempre más significativo cuando se habla de relaciones centro-­‐periferia al interior de la UE, ese porcentaje ha pasado del 63,5% en 2010 al 65,8% en 2013. Este hecho, que no tiene probablemente precedentes en ninguna de las anteriores crisis, se encuentra, en buena medida, detrás del diferente impacto social que la recesión está teniendo en unos y otros de los países que comparten la moneda única. De hecho, hace surgir importantes preguntas acerca del funcionamiento de ésta. En primer lugar, ¿qué hay detrás de esta divergente evolución de la participación de los salarios en el PIB que se ha producido desde 2011? La evolución de dicha participación depende de dos factores fundamentales, el empleo y el salario medio. Según los datos que proporciona Eurostat, mientras que en Alemania el paro se ha ido reduciendo (pasando su tasa del 8,7% en 2007 al 5,3% en 2013), en Grecia se ha triplicado durante esos mismos años (pasando del 8,3% al 27,3%), un patrón también seguido por España, Irlanda o Portugal. Por otro lado, mientras los ingresos brutos medios de los trabajadores españoles apenas se incrementaron un 0,6% entre 2010 y 2011, último año para el que hay estadísticas disponibles a nivel europeo, los de los alemanes lo hicieron un 3,7%, al mismo tiempo que los de, por ejemplo, los trabajadores de los Países Bajos lo hacían un 2,4%. De modo que, aritméticamente, lo que explica la divergente evolución de la participación salarial en unos y otros países es la mayor destrucción de empleo y la menor mejora de salario medio (a pesar de que una buena parte del empleo destruido ha sido de bajas remuneraciones) que se ha producido en las economías periféricas. ¿Qué implicaciones tiene esa evolución de la participación salarial para las condiciones de vida de la población? Dada la relevancia del empleo y los salarios para los ingresos de las familias de renta media y baja, el patrón seguido por la participación salarial explica el mayor impacto que la crisis ha tenido sobre la desigualdad de la renta y la pobreza. En las economías periféricas ha aumentado el número de trabajadores pobres (del 5,4% al 10,4% en Irlanda), ha empeorado el índice de Gini de desigualdad (de 31,9 a 35 puntos en España) y/o se han multiplicado la población en riesgo de exclusión y la que se sufre privación material (del 28,3% al 34,6% y del 11,5% al 19,5%, respectivamente, en Grecia). Mientras tanto, en las centrales la mayoría de esas variables han mejorado (como en el caso de Alemania, pero en parte también en otros países como el de los Países Bajos), o han contenido su crecimiento (caso de Francia). Aunque el sacrificio de la actividad redistribuidora estatal en los países periféricos también ha sido un factor central para explicar ese mayor empeoramiento de la desigualdad y la pobreza, buena parte del mismo tiene que ver con lo ocurrido tanto con empleo, como con salarios. ¿Qué es lo que está ocurriendo para que la crisis esté teniendo un impacto tan sustancialmente diferente en unos y otros países? Es difícil contestar de manera sencilla a esa pregunta, pero lo que parece claro es que las políticas de ajuste estructural (expresión en la que se incluye tanto las medidas de la mal llamada “austeridad” fiscal, como las de mayor desregulación aún del mercado de trabajo) se están imponiendo con mucha mayor dureza en los periféricos que en los centrales. Esta mayor dureza del proceso de ajuste es consecuencia, en buena medida, de la capacidad de injerencia en las políticas internas que ha desarrollado la Troika desde la puesta en marcha de los rescates financieros llevados a cabo con fondos mayoritariamente europeos. En este sentido, no es posible dejar de recordar que dichas políticas se han implementado en economías, como la irlandesa o la española, en las que el porcentaje que la deuda pública sobre su PIB antes de la crisis era mucho menor que en otras, como la alemana o la francesa, o apenas lo superaba, como en el caso de la portuguesa. A pesar de ello, la mayor intensidad de los procesos de recorte de gasto público y supresión de derechos laborales puestos en marcha ha provocado, primero, una recesión más profunda, con su correspondiente correlato en términos de mayores tasas de paro; y, segundo, una reducción más grave de los ingresos de los trabajadores de los países periféricos, fenómenos cuyos efectos se condensan en la evolución de la variable que aparece en la gráfica. A su vez, la austeridad ha cercenado de manera especialmente dramática la ya limitada capacidad redistributiva de los Estados periféricos que, al seguir los dictados de la Troika, han renunciado definitivamente a tratar de compensar la denominada “desigualdad de mercado”. Por el contrario, el incremento de la regresividad de los sistemas impositivos, el recorte de las transferencias estatales y el desmantelamiento de los servicios públicos han acabado de provocar una situación de auténtica emergencia social en la periferia de la Zona Euro. ¿Están los países centrales y, en particular, Alemania, sosteniendo su recuperación sobre el empobrecimiento de los periféricos? Afirmar eso sería demasiado simplista. De hecho, dada la importancia de las economías periféricas como mercado para las exportaciones de las centrales, es posible que se esté dando el efecto contrario: la profunda contracción de la actividad económica en las primeras estaría lastrando al menos hasta cierto punto la recuperación de las segundas. Aún así es necesario resaltar el hecho de que la Eurozona se ha convertido en el espacio económico en el que se encuentran los países del mundo a los que más duro está golpeando la recesión. Y esto no es sino consecuencia de las medidas de ajuste impuestas por las propias instituciones europeas con el doble objetivo de asegurar la devolución de la deuda y, supuestamente, mejorar la competitividad externa de las economías que forman parte del euro. Al contrario de lo asegurado por los promotores del ajuste, la reducción de costes laborales lograda se encuentra muy lejos de hacer posible un incremento de las exportaciones de las economías periféricas suficientemente grande como para compensar la reducción de la demanda interna que la caída de ingresos laborales ha provocado en ellas. En las centrales, a pesar de la divergencia estadística observable en los indicadores de desigualdad y pobreza, una gran parte de los trabajadores, en especial los que se encuentran al margen de ese sector exterior, también están pagando la crisis con un empeoramiento de sus condiciones de vida. No obstante, el menor impacto del ajuste ha contenido la reducción de la demanda interna y eso, junto con el aporte de un sector exterior insertado en los eslabones de mayor valor añadido de las cadenas globales de producción, les está permitiendo evitar una crisis más profunda y eludir una mayor destrucción de empleo. ¿Se encuentra el divergente patrón seguido relacionado con la naturaleza del proceso de integración europeo? Las realidades productivas y distributivas que hay detrás de cada economía son tan heterogéneas que no se puede trazar un vínculo unívoco entre uno y la otra. Es relativamente bien conocido el argumento por el cual la pérdida de las políticas cambiarias y monetarias que trajo consigo la creación de la moneda única habría dejado al ajuste salarial como única herramienta para lograr mejoras de competitividad. Según ese razonamiento, eso es lo que ahora estaría obligando a las economías periféricas integradas en la Eurozona a emprender la vía del ajuste salarial. Sin embargo, es posible afirmar que el ajuste es una elección de política económica, no una consecuencia ineludible de encontrarse en un área monetaria regional. La evolución de la especialización productiva y comercial de unas y otras economías muestra que la integración monetaria europea no ha servido en absoluto para promover una convergencia real entre ellas, tal y como era su objetivo declarado. Por el contrario, el proceso de crecimiento de las economías periféricas antes de la crisis, basado en la formación de burbujas inversoras, fue paralelo a una profunda desestructuración de sus aparatos productivos, que se ha hecho evidente una vez estallas aquéllas. Y es la respuesta dada a dicha desestructuración en forma de más ajuste la que está provocando ahora una dislocación social del calibre que conocemos. Una dislocación que podría haber sido evitada, incluso dentro del euro, si hubiesen sido otras las políticas elegidas para enfrentarse a la crisis. ¿Es el abandono del euro la única salida posible para los trabajadores de los países periféricos? Como es bien conocido, se han dado múltiples y variadas respuestas a esta pregunta, todas en último término vinculadas a la respuesta dada a la anterior. A pesar de que el ajuste se ha impuesto a lo largo y ancho del mundo, la evolución seguida por algunas de las variables analizadas en economías que se han mantenido al margen de la moneda única, como la del Reino Unido, en el que la participación salarial se ha incrementado del 68,8% al 71,6% y la población en riesgo de pobreza se ha reducido del 18,6% al 16,2%, daría argumentos a quienes abogan por la salida del euro. Sin embargo, son múltiples los factores que se encuentran detrás de la particular dinámica de esas economías, que en todo caso se encuentra muy lejos de ser idílica. Su evolución puede ilustrar hasta cierto punto las potencialidades de la recuperación de las políticas cambiaria y monetaria nacionales para amortiguar el impacto de la crisis. No obstante, una salida unilateral del euro de economías, cuyo aparato industrial, entre otras cosas, ha sido desmantelado, plantearía múltiples problemas. En concreto, las exigencias de la competitividad internacional no desaparecerían fuera de él, manteniéndose la presión para reducir los salarios como (falsa) vía para poder aumentar las exportaciones. Sólo si la salida del euro se viese acompañada de la puesta en marcha de un proceso de integración alternativo se podrían llegar a poner unas bases sólidas para enfrentar la crisis tratando al mismo tiempo de alterar las estructuras productivas y distributivas que llevaron a ella y que están provocando ahora el empeoramiento generalizado de las condiciones de vida en los países periféricos. En todo caso, para defender una u otra postura en el debate sobre el euro es necesario acabar de dar una respuesta clara, entre otras, a las preguntas planteadas en este texto. En concreto, es necesario explicar cómo es posible que la Zona euro se haya convertido en la región en la que se encuentran las economías del mundo a las que más fuertemente está impactando la crisis y hasta qué punto esto es consecuencia directa o no de la configuración de la Unión Económica y Monetaria. Cerrar el debate en falso, dejando pasar oportunidades, como la que suponían las elecciones europeas, para plantearlo, puede acabar convirtiéndose en una irresponsabilidad. 
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