NÚMERO 3 E JE M P L A R LA C O FtU Ñ A C IN C U E N T A C É N T IM O S 9 w A w ■ ■ t t liM CASA PELLETIER ESTUDIO 1 M \¡ C O N F IT E R IA Y P A S T E L E R I A 8 A W a w A w A W A y A w w v* A V A sA W A fi L - D os m e jo re * b o m b o n e s y « A ra m e lo s F ia m b re s p a ra m e rie n d a s D u lc e s f in o s I Especialidad en pastillas de café y leche y en cajas |= para bodas y bautizos 1 LA MEJOR FO TOGRAFIA J E R E Z I ¡ DE GALICIA ¡ D E C I N C U E N T A A Ñ O » T O O MILLOS Teléfono n.° 4 3 9 REAL, 9 0 * ^fiitJiHiiiHlHHiiiiiitiiiHiiH niinirHinniamtwiiHiiiiiniiiiiiniiHWiiiiiiHiiiiiiiiHlliiiiiaíiifliiiHiiiiliiitf^ St f* ^IIIIIIWUWMttflHnilffllffllffllWHIllílffllllilWmWWfflWmilttffllIHHBtlffiWmíiltHHWmHWIIfflnN^ Si LITOGRAFÍA E I M P R E N T A Trabajos Papelería comerciales Tarjetas U Objetos Obras de Relieves Escritorio a v A Despacho: Real, 17 — Talleres: Carretera de Santa Margarita A Sé. W A « A W A E LA CORUNA a Vi ' R h R m C O ^ U f í R 'MllINIIHIIHIWHIliniIflIlllilíHiiSlitlbtlIjliíKHIlliltílllllilíiJiiiHtíltilíüílllltitltlIí^ ^ijiiimiimitiiimtimmit;fiiiiiiHMiiiiiitmmHimitittmiiiui:tmmí!tmiU(i<>mihiiittitiiiitmiHHiHim}i uti^ ^tiiiiiimiiiiiiii!i¡tmi«fttm4io'i;mimntfuiitiitiitiiitttiHtiiHiiiimi]ittímnt&iiiiiiiuiiti»ititmiiif»iisniiHi^ iSé. Bazar In g lé s ! 1 Camisería inglesa W A W A =*= G ran d es n o v e d a d e s en g é n e r o s y m á s barato ven d e extran jeros Real, 98 LA CORUÑA =e Real, 98 § si | Real, 12 LA CORUÑA Real, 12 HNlíll»tiHli:ül¡IHiíHU¡|}WSmiflBÍ»ti Sé. w A A El que m á s surtido tiene A A A A V A n 3? triunfaron en tiempos del antiguo imperio las fantasías del balkt triunfa hov en la Rusia bolchevik, un arte radical, ultraista y audaz ’ Inuma h°y A despecho del caos social que tantas instituciones económicas ha derribado lo* artistas rusoi, muestran en las desoladas capitales del imperio rojo, en Moscou’y en Retrogrado, los vtbrantes medios nuevos de expresión que han encontrado y el supremaüsmo ¿\ futurismo y demas modalidades afines, brillan en todo su esplendor H au5rao’ Reciente esta el triunfo que el fantástico arte decorativo de Boris Anisfeld obtuvo en Nueva York, después de un éxodo penoso a través de las estepas rusas, acompañado por su familia v de una colección de lienzos que eran el resumen de su labor artística y que de Vladivostok v el Japón trasladó al Museo de Brooklyn, donde obtuvo un éxito no superado hasta hov Dor nincmn artista contcmuoránco. yp g n Sus fantasías sinfónicas en que el lapislázuli reverbera jugmdo con los esmeraldas v con los profundos cambiantes rojos y amarillos, producto de un periodo de tensión febril es la característica ce su arte, basado en un concepto sano de decoración, dentro del cual sp obstina en conseguir en sus cuadres dos elementos para él esenciales: el color y la forma. «Siempre veo las cosas en términos de color», dice. «Se me presentan como concepciones completas y raras veces tengo que alterar el carácter esencial de ninguna de mis impresiones iniciales Tengo la costumbre de recoger rápidamente estas visiones de color y de forma, tal como son y ampliar­ las e intensificarlas después, cuando me siento indinado a ello. Para mí, el Arte e s ante todo cuestión de sentimiento y por lo general pinto lo que sueño en vez de lo que veo» Su arte es el arte del reino impalpable de la fantasía. El distinguido crítico norteamericano Sayler, cuenta su sorpresa cuando al visitar Moscou y Petrogrado en los seis primeros meses del régimen bolchevik encontró abiertas las exposicio­ nes anuales, llenas de lienzos y mármoles, de ejemplares notables de las escuelas y modalidades artísticas antiguas y reconocidas (y de expresivas) y de palpitantes obras estimuladas por los nuevos métodos de expresión artística. El grupo de artistas radicales rusos que domina y dírije David Burliuk, «padre del futu­ rismo ruso», como le denominan sus camaradas, expone anualmente en el Mir Iskusstra y el Bubnory Valyet; en esas exhibiciones, se muestra clara la nota de la Rusia contemporánea. El más revolucionario de todo el grupo radical es Malyerítch, fundador del suprematismo. Malyentch, comenzó siendo cubista y describe el desarrollo de sus ideas sobre el Arte y sobre la pintura en particular en un folleto que titula, «Del cubismo y el futurismo al suprematismo» y del cual transcribo las siguientes frases: «El futurismo descubrió la rapidez en la vida moderna». «Los realistas, al poner objetos vivos en los lienzos los privan de la vida del movi­ miento y así nuestras academias están llenas, no de «estudios de la vida», sinó de estudios de la muerte». «El suprematismo es el arte pictórico de los colores, cuya independencia no puede reducirse a uno solo. La carrera del caballo puede representarse con lápices de un tono, Pero pintar el movimiento de las masas rojas, amarillas o azules es imposible con el lápiz. Los pintores tienen que abandonar los argumentos y las ideas, si es que har. de ser pintores puros». Malyeritch, usa los colores y las masas por sí mismos, y ha renunciado a representar formas o ideas, y en el tiempo que le dejan libre las ocupaciones que le retienen en las filas de la Guardia Roja, como apasionado bolchevik, se dedica a escribir folletos explicando el significado de las obras que expone en el Bubnory Valyet. El arte de David Burliuk, es esencialmente futurista. El impulso de su radicalismo es anterior a la Revolución, pero es indudable que el brusco cambio sufrido por su país influyó notablemente en sus teorías, intensificándolas y modificándolas. El futurismo de Burliuk implica una protesta contra «el Arte por el Arte». Su labor simboliza un arte para todos, para la mul­ titud, para la calle. El mismo lo resume en sus palabras: «Todos los estilos, todas las épocas, todo lo bueno del mundo entero. ¡El arte para el circo, y el circo para el arte!» Uno de sus extraños cuadros, es «El tonel de las danaídes de la guerra», en el que una inmensa caravana de madres camina por la montaña para arrojar en i.n enorme tonel sus criaturas, mientras en el fondo un crepúsculo de sangre alumbra la destrucción de los pueblos. Fue retirado por la muchedum­ bre del salón donde se exponía, y colgado al aire libre en una de las esquinas de más tráfico en Moscou desde donde miraba de un modo siniestro a la multitud que, ávida de contemplarlo, acudía diariamente. Esto demuestra el enorme triunfo obtenido por el «padre del futurismo ruso». Vassily Kamyensky, amigo íntimo de Burliuk, es una de las figuras más interesantes del futurismo ruso. Su actividad es tan grande que no se conforma con pintar, sinó que también escribe versos y novelas. Ante él se abre un vasto horizonte que le reserva grandes triunfos. Un artista muy original, Aristid Syertuloff, se mantiene todavía entre el impresionismo y el cubismo. Sus obras, de un gran sentido decorativo en el dibujo, sobresalen en las exposiciones del Mir Iskusstra. En sus estudios del Kremlim de Moscou, alcanza, en la contorsión de las formas, una graciosa fantasía decorativa. La que mayor éxito ha obtenido del grupo cubista, es Alexandra Exter, de Kíeff, que comenzó siendo impresionista en París, en sus días de estudiante, al igual que Burliuk y que ha ido evolucionando rápidamente, hasta dar a sus expresiones artísticas un carácter esencial­ mente cubista. En sus trabajos para decoraciones y trajes escénicos ha conseguido grandes triunfos. El arte radical que hoy cultiva ese grupo de artistas audaces, tiene dos orígenes: uno, la influencia de a moderna pjntura francesa sobre los artistas rusos que estudiaron en París; el otro, el profundo conocimiento que los artistas rusos tienen de su arte antiguo,—el nikon, los ábados populares, la decoración de sus utensilios de madera,—y el estudio del arte de la lina y el Japón. Hoy, en Rusia, sucede lo contrario de lo ocurrido en los países occidentales de Europa en sus intentos de futurismo y de cubismo, que fueron acogidos con burlas y objeto de ridículo general; porque el ruso, no importa de qué clase, rango o posición social, acoge siempre con el mayor interés todas las manifestaciones del genio artístico de su país.—F ra n c isc o Miguel» imq S DEL ARTE RUSC PINTURA EN LA CIÉNAGA ,e habían sentado en el diván, junto a la chimenea, y el fulgor rojizo de las llama , ' claridad en la estancia, les envolvía. El viento sacudía a intervalos la haciendo más recio el batir de la lluvia, y de cuando en cuando, llegaba, apagado y rápido, el trepidar de los coches en la calle. . Callaban los dos pensando en lo mismo, siquiera su meditación les llevara e a p cauce distinto. Se resistía Luciano a quebrar el encanto, largo tiempo ambicionado > prome i o, de aquella tarde única. La tenía allí, a su lado, en su casa, en donde hubiera queri o se y verla siempre, con el abandono de las confianzas absolutas que nada reservan po q tienen que temer. Le llegaba en el aíre el perfume que le era familiar y en el tibor langui ecian los pálidos crisantemos, las flores tan amadas por ella, presintiendo la caricia de sus manos. Sin embargo, sería forzoso resig­ narse. Habría de conformarse con la breve concesión de unas horas hurtada.', a la regularidad de su vida de mujer in tachable, perfecta guardadora de la rígi­ da ley moral en que iba forjando su re­ putación. Bien claro lo había dicho ■'ella hacía un instante, sin dejar la más leve esperanza para la enmienda de su des­ tino: el amor es renunciación. Se revolvía Luciano como bajo un hierro enrojecido ¡Ah, sil Bella palabra: renunciación. Bien que se renuncie a lo que poseemos, a lo que ha sido nuestro alguna vez... ¿A qué podría renunciar él? Y sí al menos ella fuese feliz. Pero bien sabía que no lo era, que no podría serlo cerca de un hombre roído por el mal que le trajeron sus vicios; un paralítico egoís­ ta que se casó para tener una enfermera y una esclava encadenada a su vida de­ crépita y torpe. Habló ella: —¿En qué piensas? —En tí; en nosotros. Recordabas antes mi vida inútil, desordenada, quizá un poco turbulenta; pero no sospechas la gran tristeza que hay en ella. Soy un hombre que llegó tarde a la hora de la fe­ licidad y no puede resignarse a no lograr- 1 la. Tú no comprenderás nunca lo que es una idea fija, un pensamiento constante: soñar todas las noches que la dicha está junto a nosotros y despertar cada mañana con los brazos vados... Se le atropellaban las palabras con la vehemencia del deseo de convencerla. Evocaba el pasado, acercándose a ella en el recuerdo de las emociones comunes. La vieja casona de la montaña, las vacaciones cerca de la tía Rosario, los juegos en el bosque... Había cisnes en el estanque y las palomas iban a comer en sus manos. Una tarde se perdieron en el pinar; ella llevaba un traje blanco y el pelo desparramado sobre los hombros. Les sorprendió la noche y se abrazaron llorando. ¡Qué distante todo aquellol Incoherentemente, saltando de un motivo a otro, de uno a otro recuerdo, habló de su alejamiento, de los viajes y las luchas de él, de la boda de ella, de su martirio también. No lo niegues, María Eulalia. Hace tiempo que conozco el porqué del círculo morado de tus ojos, hartos de llorar en silencio... ¿Cómo puedes vivir en ese suplicio de todos los días, de todas las horas? i I —¡Oh, no sigas! Me mortificas... Si adivinas lo que es mi vida, ten algo de piedad y de silencio para ella. Medita en todas esas amarguras calladas, ocultas, que nos hacen sorbernos las lágrimas para que los demás no sorprendan el dolor inconfesable, y dime si ellas mismas no son razón bastante para no oirte. No valdría la pena de haber sufrido tanto para, así, en una hora, en un instante egoísta, enlodar la claridad de nuestra conciencia que ya no sabría perdonarnos nunca. Se enternecía con la exaltación de la propia pena. —Eres un niño que hace el mal si saberlo. ¡Si supieras cuanto he deseado sentir cerca una mano amiga; alguien que me comprendiese y me compadeciese, sin necesidad de las palabras que no deben pronunciarse por que serían una queja contra los demás. Yo no he sabido nunca más que resignarme. Todo lo daría por la felicidad de los míos... Por eso, cuando me pareció ver en Emilio la salvación de nuestra casa, me uní a él, enfermo, inútil; segura de que era aquella la cruz que debía cargar sobre mis hombros por amor de mis hermanos... Por eso también estoy aquí. ¡Me llamaste tantas veces y era tan poco lo que pedías! Además, nadie me había hablado nunca como tú. Comprendí que sospechabas toda la triste verdad de mi vida y me acobardaba la idea de que pudieras ser como los demás. —Has hecho bien en fiar en mí. Todas tus desventuras me hieren como si fuesen propias y acaso por esto es más grande mi cariño, que nada acerca tanto las almas como el dolor. —Si, si. Creo en tí; necesito creer en alguien que me haga olvidar un poco el diario sufri­ miento, mucho mayor de lo que imaginas. Mira, mira. ¿Comprendes? Un rápido ademán le descubrió el brazo hasta el hombro, dejando ver la blanca maravilla de la carne, er. donde las huellas de los golpes ponían sus cárdenas manchas. —¿Te ha pegado? —¡Y qué podía yo hacer! En sus arrebatos de furia, desesperado de verse sujeto en su sillón por una enfermedad que no le consiente una hora de sosiego, se vuelve contra mí y me injuria y me golpea, y tengo que morderme las manos para no gritar y evitarme el bochorno de que los demás, mi madre, mis hermanos, los criados, sepan lo que tú, únicamente tú, sabes ahora. La tenía tan cerca que su aliento le bañaba la cara. Habíale resbalado el abrigo sobre la espalda y de la negrura del ropaje surgía, como un mármol, el prodigio de la garganta en la iniciación del amplio descote. Nunca la había sentido tan inmediata y tan hermosa. Y sin que­ rerlo, el abrazo fraternal se estrechaba con fuerza de caricia codiciosa, reteniéndola, apretán­ dola ansiosamente, con un afán creciente e invencible. —¡Mi dulce mártir! ¿Qué advirtió ella en los ojos varoniles que la hizo replegarse en sí misma, abrasada de rubor? —Déjame, Luciano... Suelta. ¡Me haces daño!... ¡Aparta! Bruscamente, con la violencia del instinto, despertó en el amador el deseo, y sus maao^ fueron garras sobre la carne estremecida y recelosa que en vano trataba de esquivarle. Irritado por la resistencia, ahogándole los gritos con la mordaza del beso, estrujándola, ya sin palabras, la caricia no era si no un zarpazo de bestia encelada. Rodaron sobre la alfombra, la boca contra la boca y las uñas en la carne. Al fin, logró ella librarse del ultraje y ponerse en pie. —¡Oh! ¡Qué infamia, Dios mío, qué infamia! Previniendo la fuga, fué él a la puerta, la cerró, tiró la llave bajo un mueble y avanzó re­ suelto. De espalda a la pared, con las manos extendidas, pegada al muro, alzándose en la punta de los pies, le miraba ella, empavorecida y temblorosa, como si de la ciénaga en que iba a hun dirse levantase su chata cabeza la víbora del pecado. —¡Cómo te odio! ¡Cómo te odiol Una ráfaga de aire avivó el fuego en la chimenea y las sombras reptaron espantadas hasta el techo, para caer luego, más juntas, más densas... M. BarbcUou Herrera. RUDO REIR... Aquella blanca virgen que me amaba, aquella enloquecida por mis besos que fué una tarde gris, cuando las sombras cubrían a los campos en silencio tan mía, que su boca era mi boca y míos sus gemidos de deseo, murió... Hoy lo he sabido... Su figura surgió con nitidez en mi cerebro manchando el cielo azul de mis olvidos igual que al horizonte un pino esbelto. Aquella maravilla de tus brazos, cintura apasionada de mi cuerpo, desmayas sobre el tuyo y tus dos manos juntólas el pudor donde no hay sexo... La tierra negra y sucia entró en tu cráneo y es tu definitivo pensamiento... Cambióse aquel tu aroma de jazmines por otro, penetrante y cadavérico y en donde yo besé, hierven gusanos y el cielo en que te abismas es un féretro. La amé o no la amé? Ni sé yo mismo. En cambio, sé muy bien que, cuando el tiempo pasó, seguí tranquilo mi camino y atrás quedó olvidada... Hoy, de nuevo fijé en tí mis miradas, blanca virgen y ausente de mí espíritu el recuerdo te veo como estás, rígida y fría, tendida en un absurdo cementerio. Tu boca la plegaba la tristeza y hoy muestra la sonrisa del secreto final. Donde brillaban tus dos ojos un bárbaro estupor abrió dos huecos... Es vano que suscite la piedad e invoque compasión para tus restos mortales... Yo me río como nunca, me río como un trueno gigantesco. Igual tu reirías si supieses mi alma en las tinieblas del misteriol Oh virgen! Blanca virgen! Tu pudiste reir igual que yo, si aquel momento de aquella tarde gris que te entregaste supiera tu puñal partirme el pecho. Jutio :. u (D A S D E M UJER MAESTRAS NACIONALES (INDICE) NORM ALISTAS. « ..Somos en clase 35 alumnas. Todas unidas en un solo deseo. Terminar a escape los estudios para poder fijar posición en la vida. E l Estado, que da carácter oficial a nuestra profesión, parece haberse compenetrado con ese mismo deseo y nos brinda su ayuda, acumulando asignaturas en cada curso para que éstos sean pocos. Ahora, en el tercero, tenemos, entre clases teóricas y prácticas, más de quince. Si fuésemos a ofrecer el tiempo preciso para su adquisición no llegarían otras quince horas diarias. Se piensa, acaso, en que esa falta de tiempo para la reflexión, puede suplirse con el esfuerzo aclaratorio y transmisor del catedrático. Nada más erróneo por desdi­ cha. Nuestras profesoras, al igual que casi todos sus cole­ gas, por falta de un régimen racional de enseñanza, se limitan, como decimos vulgarmente, a tomar la lección y apuntar en unas listas de asistencia la calificación que a su juicio merece, y en época de exámenes, cubriéndose con toga de juez inflexible, a administrar suspensos y aprobados con el mismo criterio con que impondrían o alzarían multas por trasgresiones legales. Nuestros padres y sus amigos encuentran esto naturalísimo y adjudican siempre el dictado de recto profesor al que suspende la mayor parte de la clase, haciendo votos porque todos los demás profesores sigan a este arquetipo, única forma, di­ cen, de regenerar la enseñanza. ■ y aquí expongo una confusión que siempre me ha inquietado. Profesor, dicen mis diccionarios, es voz que se aplica a todo el que enseña alguna ciencia o arte, y siendo así ¿cómo es que nuestros profesores no enseñan? porque, indudablemente, si enseñaran, creo yo que no tendrían que reprobarnos, pues, de lo contrario, ese suspenso se lo da­ rían a su métodt. De modo que, o se acabó la lógica o no hay tales profesores... Y así vamos trampeando por el transcurso de nuestra carrera. Sin vocación para su ejercicio, ya que a la m ayor parte nos orienta la necesidad; sin una base sólida de estudio a causa de un régimen arbitrario, y, por ende, sin un estado firme de conciencia para la responsabilidad de nuestra misión, ésta ha de resultar, naturalmente, estéril o perniciosa. ¡Debiendo ser la más augusta, la soberana entre todas!...* O PO SITO RAS. ii «...Por lo visto, este título fla— ■— -------------- mante en que el Estado nos acre­ dita la aprobación de todos los estudios y que más bien pudiera considerarse como una factura comercial por ad­ quisición de determinados derechos, resulta papel moja­ do. De nada vale acreditar tal suficiencia. Si quiere ejer­ citarse ha de ser mediante una ruda oposición que, inevitablemente, causa víctimas. En este punto, otra contra­ dicción me atormenta. ¿Las maestras reprobadas en opo­ siciones no han sido declaradas aptas en sus centros de enseñanza, y acaso por los mismos jueces que ahora las repelen? ¿Es que sus conocimientos no tienen el mismo «w w . valor en ambos sitios o es que la calificación se acondiciona a circunstancias ajenas al juicio libre y sereno. Son 45 plazas y nos presentamos 2.750 opositoras. Los ejercicios que podían ultimarse en un mes, a lo sumo, duran, no sé porque causas, tres o cuatro, y al cabo de ellos, y sin haber llegado a com prender aun los programas, comienza la ampliación del esfuerzo p e rla falange enorme de nuestros amigos y corres­ pondientes. Es una verdadera lluvia de promesas, de peticiones y aun de amenazas la que cae sobre c alto tribunál, que al fin, y tras de laboriosa gestación firma una propuesta que suele ir sin el m archam o de la equidad. Todos lo lamentan y hay quien se indigna contra tal estado de cosas después de haber uti 1zado, sin éxito, claro, los mismos recursos. M A E ST R A S . «...Nos destinan, primeramente, a una aldea, situada en cualquier montaña, al mar~— ~~— — L gen de toda sensación de vida y progreso. El caserón alberga, por lo general, a a vez que nuestra escuela, algún establo, o taberna, o salón de baile. Los muros, desconchados, gotean cons­ tantemente la humedad del país y sobre el suelo, sin cubrir, hielan sus pies estas criaturas, que vienen a recibir enseñanza como un castigo impuesto por sus progenitores a las travesuras de su infancia. Sin elementos, sin ambiente para ejercerla, nuestra labor se marchita, y cuando el horizonte de u n a mayor aspiración nos colma el alma de espejismos, llegamos a sentir insoportable e6ta vida cercad 1 de hostilidad y perdida en la bruma de lo inútil; con este tormento se nos presenta el único remedio para no sufrirlo: buscar una sustituta que por una parte de nuestro salario se haga cargo de la vacante, rcduciendo la profesión, a lo que su incapacidad y su trabajo cuotidiano le obligan. A cuidar de los alumnos, con la misma disposición con que cuida sus cerdos o gallinas, aunque sin el celo que la diferencia de inte­ reses pone en su ánimo de buena administradora...* Jacobo Casal- . ■ . • i* * 3 2 .5 e 4 ,o o C U E N T O por el año 2500. Y a existían entre los hombres muchos ejemplares de acero, grite*. v automáticos, de músculos metálicos y organismo mecánico, como predijo Marinetti o los sofló Villiers de l‘Isle Adam. La mujer era una cosa más, que llenaba como una cufta, la falta dtl obrero del taller o del subterráneo. Enormes bombas desinfectantes absorbían en exactos intervalos de tiempo el aire viciado de la ciudad. Los burgueses se transportaban sobre la urbe en vagonetas especiales, que cabalgaban, fantasticaa, en las ondas invisibles de poderosas corrientes eléctricas. La sirena oficial despertaba al negro ejército laborioso por la mañana y le enviaba a encerrarse, para la futura labor, a una justa hora de la noche. El sueño, el Sol el pan, el aire, el alcohol, «1 azul se repartían equitativamente con el control de los directores del pueblo: higienistas, financieros, sociólogos... Los privilegiados, en convivencia con un gobierno,— que emanaba de ellos,— habían instituido el servicio del trabajo obligatorio, y ya no se veían por las calles pulidas y relucientes y por las plazas de mármol, fastuosas y deslumbrantes como jardines encantados,— a los simpáticos y astrosos vagabundos ni a los dulces y bohemios gorriones...— Por ese entonces, en el piso cuarenta y tres de un enorme casillero, donde se alojaban artesanos, nació un chiquillo que presentaba alarmantes síntomas morbosos. El Consejo de Salud Social que había venido a inscribir al novel soldado, al nuevo guarismo ciudadano, a quien correspondió el número 32.584,007, dictaminó que se le llevase a la Junta de Médicos para someterle a examen. Los sesudos hombres de ciencia, de voluminosas cabezas mondas, tras una prolija y laboriosa observación, expidieron su fallo: aquel fenómeno era un ejemplo de ancestralismo, algo como un €salto atrás» en la maravillosa evolución del hombre; probaba hipótesis científicas relegadas al olvido. Era digno de atención aquel montoncito de materia rosada y fofa, que tenía dentro una cosa rara, una roja viscera sensitiva, palpitante, ¡un corazón! Se pensó en extraerle el órgano, ridículo en tal época; pero, previamente, quiso un sabio erudito, especializado en paleontología, dar una conferencia sobre el «homo sentimentalis*, especie desaparecida compuesta de antepasados absurdos, altruistas y sentimentales, e individuos ociosos que cantaban lamentables, el dolor, el misterio y los claros de luna!... Se exhibieron en un anfiteatro de disección, traspasados por los rayos ultrapotentes de cincuenta aparatos escrutadores ra Se resolvió conservar el curioso ejemplar, analizando el curso de su vida y sus probables complicadas y desconocidas manifestaciones. El 32 millones y pico, contra los pesimistas augurios, se desarrolló saludablemente, y resucitó, par* asombro del mundo, un antiguo vocablo olvidado, sobre el cual había leyendas de sortilegio: afru?r. Se iluminó con ese sentimiento; ¡amó y lo amó todo! Sintió la dentellada feroz de la injusticia y [uiso luchar contra ella. En su jardín interno el mor se volvió y cantó y nació con alas, con una palpitación de libertad virgen! Aquello hubiera sido sorprendente si no fuese disparatado. Le encerraron en un manicomio. Logró eva­ dirse.., y en la sombra, en el fondo de los sub­ terráneos y sobre las mas altas torres, valido de todos los recursos de la época, se dió a una pro­ paganda furiosa, desesperada. Conquistó muchos adeptos, infinidad de pro­ sélitos, porque inventó un reactivo: el descon­ tento. Proclamó la violencia; clamaba su verba: €Existe otro vivir jyo lo anuncio, aquí dentro can­ ta una voz augural la belleza de una futura ciu­ dad de armonía y de amor! Es preciso destruir esto! Nada se alzará sobre los cimientos de lodo. * No han de surgir los frutos de oro de las raíces podridas! {Acción!» Y la multitud, afónica de en­ ■ ’ ' ':í ’f tusiasmo, ebria de un vino de desquite, clamaba su trágica amenaza ¡matemosl ¡quememos! ¡des­ y ' ' ■• • • truyamos! Todo se llevó en una perfecta reserva. El hilo de las conspiraciones fué enredando, veladamente, los viejos organismos contemporáneos. Los guarismos (que parecían volverse hombres) obraban muda y eficazmente. Un dia estalló la incontenible explosión ven­ gadora, empezó a retemblar la inmensa cosmópolis, como si un fabuloso movimiento seísmico la extremeciera; se derrumbaban las iglesias, las casas de banca, los cuarteles, las academias... entre formidables detonaciones y estrepitar apo­ calíptico. Los burgueses con sus familias volaron en los aeroplanos; algunos, menos previsores, se dejaron sorprender y murieron Los químicos asalariados del Estado, y los sefiores, hicieron nuevamente, de la ciencia, un instrumento reaccionario: una sola descarga de gases semi-asfixiantes inmovilizó al negro ejército reivindicador. Bajaron los com isaros, provistos de escafandras, como los buzos, a dominar el grisú de la rebeldía. La vida— como quizá tantas veces,— fué más fuerte que el ideal. No pasaban muchos minutos cuando la marea arrolladora se sometía con un hondo gruñido de rabia contenida. Entonces, aquella enorme hidra enfurecida, quiso vengar en alguien su ira, su duro sufrir, su negra esclavitud, y recordó al 32.584,007, maldito, que les había engañado, que les había deslumbrado con la bella utopía. Su fobia tenía que saciarse con sangre. Los guarismos máximos creyeron, filosóficamente, que aquella sería su mejor venganza. Y desde las atalayas de sus observatorios asestaron sobre la plebeya tragedia los discos puros de sus gemelos. E l ejército negro recorría las calles estremecidas a su clamor salvaje. Un olor de crimen y de calvario les nimbaba ferozmente. Se preparaban al apóstol visionario bárbaro martirio: su carne alimentaría como aceite diabólico los engranajes de las máquinas monstruosas. La obscura multitud aullaba y se revolvía amenazante, pareciendo los mil anillos de una estupenda boa enfurecida. El 32.584,007, se sintió perdido; desde la ventana de su rascacielo les miró venir. Su madre lloraba! (aiín restaban en la humanidad las benditas lágrimas de las madres!) El se lleno de un gran arrepenti­ miento y de un deseo imperioso de vengarse de su utopía, de su hermoso sueño fracasado. Sintió estremecerse aquello que llevaba en su pecho rojo, palpitante, sensitivo! ¡el gran equivocado!... Se lo arrancó altivamente y lo arrojó, como un pedruzco sanguinolento, a la muchedumbre aullante que llegaba con el sordo rumor de sus vociferaciones bajo su ventana... Tembló en el aire una roja parábola imaginaria entre el soñador y el pueblo! ¡Esta es la historia del último corazón! J. Monüel Ballesteros. E M IG R A N T E S (D ibujo db Tito ). Levántese el grabado A l_ M A R G E N Leo otro canto entuasiasta al primitivismo. V esta namiento de la época, con un absurdo himno al re­ vez en unas páginas definidoras de anarquía. El gran troceso. Con todas sus enormes simas el tránsito del sofisma de Rousseau, inspirado por Diderot, sigue siglo sigue al de otras diez y siete centurias y algún haciendo estragos. Por el peligro que en este caso, barro habrá quedado en el sendero. ¿Que con el pro­ como en todos los que la absurda teoria ostente fir­ greso de todo orden científico y artístico no corres­ mes caracteres de dogma, ofrece para sus fáciles ob­ ponde el del sistema moral indispensable para la vida servadores. es conveniente y casi obligado componer de relación? Primero analícense los fundamentos de unos párrafos de repulsa que aun con su corto al­ la doctrina y véase si su incumplimiento es secuela de cance, signifiquen una espontánea protesta para la alardes de erudición o suprema o calculada ignoran­ feroz diatriba. cia de sus exigencias. Todo antes de establecer pric - Comencemos por afirmar que abominando de las secreciones de esta civilización no puede ni plantearse rEticamente que el estado mental caótico es congruo con el de una perfección absoluta. en serio el extraño predicado. ¿ Es que el afán de La dislocación imaginativa, el declive y derrumba­ superarse re-ponde únicamente a una sórdida ambi­ miento de principios angustos, todo esto que se se­ ción de refinamiento material? ¿Y el vigor y forta­ ñala como tara de nuestra civilización, ¿qué es sino leza físicos son de todo punto incompatibles con la relieve de origen de nuevos órdenes, signo promete­ mayor caj ead dad moral en que inspirar nuestra mo­ dor de transformadoras energías, y magna expresión vilidad? Claro que si el contraste se establece con los de fuerza, de vigor? En el plano de equilibrio indi­ únicos ejemplos de Montaigne, pudiera acaso acce- ferente a que se quiere someter nuestra actracción derse a ello; j>ero hay que argumentar de modo más sobran, desde luego, esas renovaciones vitales. Donde amplio y desde luego sin asomo de brillantez para no nada se ha perdido, nada puede buscarse tampoco. indisponernos con el hábil y elegante panegirista. C laro que tan extraña como la tesis del famoso Aceptemos simplemente esos estados paradisíacos Discours, es su apología por e tos predicadores de que Rousseau situaba con esplendor escénico, ¡ oh ma­ un mundo mejor, que no ha de c earse ni por inter­ lograda predicción! en el Nuevo Continente. De la sección divina, ni por espontánea generación, sino grey sumisa ¿no saldría jamás algún deseo nonocorde situando los nuevos gérmenes sobre los escombros de de inquietud ni una sola mirada tanteando al infinito lo va existente. Y seria curioso saber de qué modo con inmensidad sugerir el ansia alcanzaríamos ese derrumbamiento con una parálisis eterna de avance? Ello equivaldría a suponer que pue­ en nuestra evolución que ahogase todos sus impul­ de acatarse un mandato de castración anímica con sos y afanes... de misterio para el mismo gesto de fatal asentimiento que se otorga ¿Xo será que se padece un vulgar extravio entre a una ley física, de indiscutible observancia. ¿De qué los ajenos conceptos de sublime e inefable: Mediten rara composición formaríamos el espíritu de esas los resueltos cruzados sobre esta fácil confusión y maravillosas entelequias ? entre tanto no sobraría una ojeada a la réplica de El devaneo del filósofo ginebrino bien está para su extraña posición en un huero concurso, pero no debe trocarse el anatema contra el pretendido perfeccio­ Gautier, que aun menguada y timorata, sirve de pri­ mera v conveniente posada en el erróneo camino. j acubü C a s a l . 11 ■ Monticl Ballesteros, que admite los versos serios, trascendentales v correctamente medidos, opina sobre los 36 poemas de Julio J. Casal. Con Ir* versos nuevos sucede lo <!« con t e refina­ mientos decorativos en casa de un h-mbre ««mi-lá­ baro, y hasta con los utensilios de t e menesteres do­ mésticos. Para el analfabeto en cultura (cultura no es erudición), en educación, en e-icritu. son un engo­ El hnmbn prodigio jugaba sorprendentemente con sus pelotas de goma, con sus siete sombreros y sus rro el baño, las servilletas, los —; Y qué me dice usted de vertiginosos vuelos a sus amaestrados elementos y el El lie aqui que de pronto el pruebista, uo conforme para el pos- tre v el cepillo de los dientes. cuchillos ñ!<isos. Malaljurista asombroso hacia girar en “ respetable" se divertía y aplaudia. cu ch illos guardia civil no admitirá manjares ;... cocido sino y asado y l>asta.sciutn! Hombre de las cavernas! con sus suertes, ensaya otras, y las digestiones del * * * público se alteran; aquello de: —Ahora la mujer los descubre; ahora el hombre la asesina; ahora la policía, etc., con que los inteli­ 56 poemas son una fii sutil >•'«irisa civilizada. gentes se adelantan al drama en el cinematógrafo, Cosa de buen gusto, re y aristocrática. fracasaba, y cuando después de un domesticado “ Co­ Postres. Licores. Sorbete razón" se esperaba una lógica “ Pasión", el poeta sale Necesitan paladares, no t hablando de la raiz cuadrada, porque la Vida es com­ No ijon “ Marcha de San I pleja, paradojal, y él ahora la comprende de una ma­ ra, mi bandera, mi banderaaa igo?. •>” ni “ Mi bande­ Son Música, color, madrigal. nera diversa. —Y existe quién niega ese derecho?... —Si. Yo he visto a un guardia civil de las letras intentar llevarse presos, atados codo con codo, a es­ le risa entre sabia e irónica. La sonrisa es la espuma deí champan de la civili­ zación. tos 56 Poemas que de vez en vez no quieren marcar ♦ * * el paso y al andar hacen piruetas y se ríen demasia­ do fuerte. Comprendo: el pobre guardia civil, con la cuestión del sistema métrico decimal, y no poseyendo él más Si al guardia civil no le agradan o no sabe lo que son los helados, no ordene: que un metro, quiere resolver horizontalmente todas —No se deben hacer más helados. las dimensiones y, es lógico, mide, pesa, calcula y re­ No, señor. duce a una unidad el oro, el color, el ritmo y la me­ Que los guarde para su prole que tal vez los guste, y para llevárselos no se los meta dentro de la faja, dida de los versos! como el baturro del cuento! * * * M o xtjzl B .u x e s t e r o s . EMIGRANTES al muelle, sobre unos viejos sacos, aguardan los emigrantes. En vano ha dicho la voz amiga que en todas partes se sufre. América flota en torno de ellos como una visión de leyenda... No se concibe morir sin ver las tierras desde niños soñadas. Cifran su ideaTen realizar el verso de Rimbaud «Irse, no importadonde». Vivir junto al hogar, frente al pedazo de campo, al abrigo de las montañas natales, es una cobardía. Solo los enfermos se suicidan respirando el aire de sus aldeas; los brazos fuertes, resultan débiles en el país del Sol. La inquietud de lo que no se conoce vibra en sus almas. Muchos saben que a veces entre las auroras americanas se esconden sombras, mas ¿que importa? La cuestión es marchar, aunque el retorno sea problemático y triste. Estoicos, indiferentes al peligro. Aman lo inseguro. El dolor no los arredra. Es cierto que temen la vida, pero también desprecian la muerte. Envueltos en sus capas, unos serios, otros risueños se entretienen jugando con canciones. El canto que lo alegra todo, tiene el don de aturdir y hacer olvidar, ocultando los recuerdos angustiosos, entre el ruido de las olas. Nos transporta al lugar anhelado. En el silencio las horas pasan más lentamente. La soledad permite darnos cuenta de nuestro estado, de la amargura qne existe en toda partida. Por eso no se piensa. Se vislumbra en esos momentos de espera la realización de un ensueño. Los que se van rien, los que se quedan lloran. La pena de ambos es igual, sin embargo el ánimo es distinto. Los emigrantes deben embarcarse con los ojos secos. Una niña sollozaba abrazada a su padre, que la reñía: «no llores porque los médicos te revisarán la vista» La ley no admite lágrimas, ni le interesa su origen. Hay que embarcase sano y alegre. El porvenir puede depender de una sonrisa. Un emigrante que había leído «El hombre que rie», me recordaba irónicamente aquellas páginas: «reia su cara insólita que la casualidad, o una industria extrañamente especial le había compuesto. Reía sola. Es cierto que el exterior no dependía del interior. Aquella risa que él no había puesto en su frente, ni en sus mejillas, ni en sus cejas, ni en su boca, él no podía quitar de allí. Se le había quedado para siempre en la cara. Una admiración que hubiera experimentado no habría hecho más que acrecer aquella hilaridad de los músculos; si hubiera llorado, habría reido»—quien pudiera —decía el que soñaba con América—desprenderme de esta enfermedad que llevo en los ojos y poder tener la cara jovial del maravilloso y fantástico Quynplaine! Europa, gritan todos, está insoportable, aquellos países están más en consonancia con nuestras aptitudes para el trabajo y hay una perspectiva bien halagadora, en los datos que adornan las guías que se relacionan con los salarios de las clases obreras. Y luego, allí no hay reyes, se tiene admiración por las repúblicas, aunque estas son, algunas veces, menos libres que los rei­ nos. Todos desean irse y hacen bien ¿Que los medios de subsistencia son los mismos en todos lados? Se V. • •**v~habrán conocido otros ma­ res, costumbres diferentes, personalidades nuevas y se llegará a saber por ex­ periencia propia, que bajo distintos cielos se desarro­ SgR3. ./ . lla la eterna comedia hu­ mana con sus encantos y sus injusticias. I l i 'g • ¿«Ski? Regresando a la ciu­ i H«MB . dad, pensé una vez más en los que se quedan, viendo una pobre madre, sentada sobre una roca, con la ma­ no puesta sobre los ojos, a fin de ver mejor el b ar­ co que se perdía como un ala, allá lejos, entre la va­ ga línea del horizonte. ente / 7- C. d o n e s d (APÓLOGO Sucedió— no hace mucho tiem­ po de esto— que un dios oriental, salido del maravilloso huevo hrshwiáulco, más brillante que mil soles, reencarnó bajo la dora a piel de una naranja m andarina, se dejó empaquetar, mezclada con otras vulgares naranjas, de prosa­ pia exclusivamente betónica, en una caja de problem ática solide», y embarcada a bordo de en tr.is atlántico d«' tres chimeneas con destino a Inglaterra, vino a dar, no con sus huesos, sino con sus pepites Acidas, su pulpa azuca­ rad* y su piel escabrosa e im ­ pregnada de aceite esencial, en la aljofarada arena de una playa gallega. Al ser arrebatada por un golpe de m ar la caja en que viajaba el dios kabirico, el ciclo se estrem e­ ció de gozo, y del fondo del océa­ no bruto un grito de aleluya, en tanto que la playa reverberaba bajo la canción del sol m atinal al tenderse sumisa bajo la planta divina de la Potencia oriental, vuelta a su prístina forma de dios andariego y transm igrante. Con paso majestuoso avanzó la divina aparición, cruzando con rápido adem ás la m aravillosa al­ catifa que se extiende sobre los jngosos esteros de la M anfla. Y deam bulando uin rum bo, entre olorosos juncales y cencidos plan­ tíos de orondas coles y maizales en flor, la celeste aparición, ro­ deada de luminoso balo, topó con un hom bre que, sobrecogido de espanto, so apresuró a ocultarse entre la fronda palustre. — Hijo— exclamó el dio», le­ vantándolo y acariciándole eon su m irada de infinita com placen­ c i a ; - n o »e dirá que un hom bre baya podido contemplarme sin provecho. Te baró un don, según tu deseo, como lo pida tu fanta­ sía; hazme un ruego y prométeme reservur para ti el beneficio que te conceda. El hom bre se llam aba Ju a n . Aceptó, prometió, y tím ida­ mente expuso su deseo de que el dios le obsequiase con un billete de cien pesetas. E l dios revolvió en la faltriquera, sacó uu fajo de billetes que llevaba a guisa de viático, y dió uno al peticionario. Ju an , loco de alegría, arrebató el billete y corrió a llevárselo a su m ujer. En el camino encontró a su compadre Blas, el cual, advirtiendo el jú bilo que resplandecía en el rostro de J u a n , le preguntó que le ocurría. — Tengo veinte duros, regalo de un alm a del otro m undo. B las examinó el billete, y cuan­ do hubo com probado su autenti­ cidad, sentenció: — Puesto que te costó tan poco el ganarlo, tú serás tan bueno que me los prestes. Maflana tengo que ir a la feria, y al otro día te de­ devolveré ese dinero. J u a n aguardó el otro día, y el otro y el otro, que no llegó nun­ ca. D esconsolado se fué al ju n cal i v i n o s INDIOJ eon ánim o de tirarse al agua. A. poco apareció el dios. —¿Qué has hecho del dinero, íotnbre? — Xto he prestado y no m e lo jan devuelto. Q uisiera otra cosa }Ue solo me aprovechase a mí. El dios, siem pre com placiente, ¿otó un libro que llev ab a debajo brazo y se lo dió a J u a n , )uiéu, satisfecho como un coleí'rnl con un prem io de aplicación, echó a correr h acía su casa. J u n to a la pu erta halló a su vecino Benito, el m aestro del lugar. ' — ¿Qué llevas ahí? — Un libro que acab a de regaun santo que anda de m i­ sión. — ¿A ver qué libro? Vam os, hom bre, ¡si a ti te e sto rb a lo ne* g ro ! Y diciendo y haciendo se*quedó con el libro. J u a n , m ohíno y cabizbajo, v o l­ vió sobre sus pasos y buscó al P rotector, que se disponía a re ­ e n c arn a r en otro producto de ex* portación hortícola. — Señor— gimió J u a n , hipando de emoción;— tú me has dado di­ nero, lo he prestado y no me lo han devuelto; me has dado un libro, y me lo dejó quitar. Dam e una cosa que yo esté com pleta­ m ente seguro de q»e h a de ser p a ra mi solo y que nadie podrá a rreb atarm e. E ntonces B ra h m a — porque en realid ad era el mismo que viste y c a lz a — le dijo con p u ro hum oris­ m o indostánico: — Te di dinero p a ra que ap re n ­ dieras a ser rico, y no supiste guardarlo; te di u libro p a ra que fueras sabio, y sigues tan necio como antes. A unque vengo de ju n to al Him&laya, no me place h acer el indio. Voy a satisfacer definitivam ente tu gusto y a reg a­ larte algo que nadie podrá qui­ tarte ja m á s y que, ai lo das a tu vez, puedes estar seguro de que h a b rá n de devolvértele. Y haciéndose un poco a trá s, recogido el divino m anteo, alzó el brazo y descargó dos soberanas bofetadas en las orondas m ejillas del sim plicisim o Ju a n . — Tom a, hijo m ío, tom a ese regalo que te hago con m uchísim o gusto p a ra que aprendas a h a c er­ lo a tu vez a quien quieras; pue­ des e s ta r seguro de que nc te las q u ita rán jam á s y en un favor que, cuando lo p restes, te lo devolverán en el acto. Y dicho y hecho, B rahm a Be in tro d u jo en la cáscara de u n a cebolla, m ientras J u a n se frotaba los ojos bajo la im presión lac ri­ m ógena del divino arom a del b u l­ bo sim bólico y la o riental c aricia de cuello vuelto. J. 6 . Acuña. EL CRIADERO DE LOS SUEÑOS A BIANCA VALORIS K p-^^E C O R D A IS el cuadro «Oyendo a Beethoven», lanzado al ancho río de la vulgaridad por B lilp y i *a cromotipia? ¿Tenéis en la memoria aquel interior, sahumado de romanticismo, de mísfica gravedad, de crepuscular sortilegio? Pues bien: aquel es un nido de la emoción, \ú**?^M * un tabernáculo donde laten las sensaciones más limpias de la vida, una tácita fragua de ideales. La música reparte alas a los ápteros galeotes y desencadena los amargos Prometeos ama­ rrados al peñasco de la desventura. Es una grúa para corazones. Si bien se mira, Dios echó a nuestros primeros padres del sibarítico jardín natal por no consentir una descarada vulneración de su ley. Y Adán se encaró con el Dolor y barnizó su frente con el sudor del esfuerzo expiatorio; pero Dios,—misericordia sin fondo y sin orillas — endulzó la condena prístina creando un báculo florido para el cuerpo cansado, una fontana de miel para el corazón reseco, un alcázar de astros para el alma tundida y jadeante. Y nació la Música, eso que molestaba a Napoleón porque, sabedor de su sugestión sobre las fieras,la temía personalmente. El refrán tocaba al corso de cerca. Los grandes pintores del Renacimiento italiano apostaban tras los tapices del taller legiones de músicos exquisitos. Así las mujeres de aquella época nos brindan desde el lienzo miradas y sonrisas inmortales, psicologías incorruptas en la abreviatura del gesto. Y ningún arte tiene la gigantesca elocuencia, esa sugestión total de la música. La novena sinfonía, hace enana a la voz de C icerónTodo en la creación tiene su signo, su embajador, su culminación musical. La mañana es la alondra y el ruiseñor es la noche. La tempestad es estruendo de olas y mugidos del viento. El sol, es la cigarra. La guerra, es el clarín. La alegría duerme en una pandera y espera en un cas­ cabel. La muerte, es la campana. Grecia, es la lira. España alienta en el ardor y en la tristeza de la guitarra. La flauta de siete cañas, es el paganismo. El órgano, es Dios. Desde la peña monda donde el caramillo pastoril suena, alegrando en Arcadia la aurora del mmndo, baja la música a las cámaras de mármol de las ciudades. Motejan al Greco de vo­ luptuoso los inquisitoriales sabuesos de Toledo, porque tañen instrumentos en su morada, ínte­ rin el pintor de Creta yanta o cena. Se refugia en aquel cuarto humilde donde Beethoven el divi­ no colgó su corazó.n en un claro de luna. Va en las góndolas de Venecia y en la barca de Cleopatra, ayuda a Don Juan y vende a Melibea. Duerme en el arpa becqueriana que ocupa el ángulo obscuro del salón. Es filtro de pecado en el trovador y rampa que conduce a lo alto en el monje. Fué a las trincheras como supremo bálsamo a dejar sobre el cieno una claridad de resig­ nación. Y como es la emperatriz de las artes bellas, esta edad comprensiva y refinada comenzó a instalarla en suntuosos alojamientos, y 'desde el «home» inglés hasta el castillo que se mira en el Rhín como un provecto Narciso de granito, desde ej palacio de la Quinta Avenida hasta la «torre» catalana, no hay ya gran casa que no dedique a trono de la música una estancia magní­ fica, digna de su jerarquía y de su delicadeza. . En un ángulo—lleno de luz y antítesis del helado y taciturno rincón de la Rima—el piano de cola mantiene en cautividad la divina regalía. El sembrador de éxtasis y de estremecimientos, reposa. La victoria de Samotracía yergut. “ b" b ^ m Id c a u t t d p S lllip c i a u v a / v.^,. — *- , f c lSp *rw "eEang iflu cí.o d*e W ~ .7 cabellera r __ de ji tf__i; rílrtn/'ín Ao miarrlifln. romántica Verdi. V Y «1 el silencio, de guardiam j ü s r ^ í S B s t ' a » ^ “ 5S — I abricos líricos, estas capilla} « s s s a s r u » » * . * \, de melodías, de cisterna del pensamiento. estéticos. En sus divanes se derrumban Ioj j Algo litúrgico flota en el aire de estos ^ o S Con sensibilidad, los aristócratas q u e j tíranos del oro, los ricos con inteligencia, los 1 ^es. conservan el tinte de selección en sus ” ery*°?> s cavjiaciones, adormece sus codicias, espar Allí el hechizo intenso de la música k s 1 . da a sus espíritus calcinados la tibia ce sus pesimismos, iza como»bandera;s lo fa c 0 ¿ paSiva hembra bíblica, enjuga después sensación de un baño aromático. La música, c o m o ía conip con sus líricos cabellos los piesk^olondos e cn un miSterioso y deslumbrador harén. No es extraño que se la !,loJ c1co francés René Arcos, «surgen graves las almas con su silentíod” ol-“ « d a ¿ o í ^ d S hace de su árido « p l r i m u ^ r o ^ a n í e y umbrío oasis .de S“ Csíqu?reC¡sdta°sIrfcon' « ’acHtad ™ refiMmientofla ciarm e, el señorío de fondo de una casa, id a v e r lfs á la d e mús ’ca Es la piedra de toque de la c ie g a n » contemporánea. Es la nueva C° r°Como queheT efsSiüoqd S ,deSel hombre se siente mejor... acaso porque alli las zarpas se cubrtn de b ^ a p l u m a y se truecan en alas y porque el corazón se carga de Ir,fumo. Ramón L I B E O S TernándeMato. W T J E V O S L a A m ad a Inm óvil. Amado Ñ ervo. Una gran cantidad de las poesías que aparecen en este tomo de las obras completas de Amado Ñervo, tienen el carácter de inéditas. Y por esto, no por hacer un juicio crítico del autor, le dedicamos estas lineas. Desde luego resplandece en todas las páginas una intimidad acongojante, un dolor sincero que engarzado en rimas que son cuentas de obsidiana constituye el collar que el poeta ofren da a su^muerta.^ por veccs alcanza en otras toda la estridencia de un desvarío y en algunas composiciones el amante en la noche de su desolación, suplica reiteradamente a la muerte que lo conduzca a través de la Estigia, a los lugares donde indefectiblemente le aguarda su amada con los brazos abiertos y los labios con fiebre de besos. Pobre Nervol Preveía a caso su pronta reunión con la desaparecida y ya salvados los vórtices, los abismos, las cimas y los cataclismos que los distanciaban, gozará perdurablemente de esa fusión mística y espiritual tan soñada... D*o Ermo. N oriega Varela. 4k • Desde la sombra, fresca y gris de su montaña, el rudo forjador de ensueños, nos emociona con esa humilde y orgullosa música de sus canciones. Noriega Varela ha hecho de su corazón un santuario, a cayo cáliz rebosante de sentidas estrofas, él va con mano trémula a recogerlas para brindarlas como hostias de ensueño, a los que ávidos de verdad se acercan a su arte para recibir la divina y espiritual comunión... Así es el libro del pensador orensano... Zarza trepadora... Brizna de hierba... Brizna de hierba que (según el ángel turbulento y sensual) no es inferior a la jornada de los astros... MI B áculo. Juan Mario Magallanes. De las hojas mustias que alfombran los caminos desiertos, el poeta arranca una nota sabia en tristeza, y de los rosales que decoran los jardines de estío, nos envía el más tierno y fragante aroma de alegría. Este lírico, a pesar de su juventud, no sufre reminiscencias extranjeras, y hace brotar de su cristal, nuevas y sentidas modulaciones, y giros intensamente claros y melodiosos. Sobre la s Cumbres. E mma C alderón y de G álvez. Por el reloj de nuestro ocio, las horas literarias de este libro, se han deslizado de prisa, como todo lo bello, dejando un fragante reguero de claridad. Más de una vez, nos habíamos acercado a la fuente lírica de la poetisa, cuyo elogio, para ser justo, tendríamos que matizarlo con una diafana procesión de adjetivos sonoros. , «Sobre las cumbres», reclama para la incomparable soñadora, uno de los mejores sitios de la literatura contemporánea, en ese díficil embrión de novela—tan superior a la novela—que es rtbrarim vs ?» fíJíal?-’, d e l u d i é n d o s e del ropaje impuesto por el verse, agita con cálidas vibraciones, la fantástica seda de una prosa musical y limpia. I % Calzado de Lujo £ Farmacia del Doctor Pardo Reguera Real, 92-La Coruña •1 ? Depósito Ultim os M o d e lo s CASA FUNDADA EN 188o Artículos fotográficos y trabajos í de Laboratorio 5 La Coruña í J V W W W W .V W W W W W W W W V W ^ V W .W V V W J W i W V N W ^ W V V W W /. / A ^ W | S W SUAREZ M V V V . 'i V W A V A W V A ^ W e V W A S V W A W ^ W .V s V J F E R R IN *V \S FABRICA /A V A W HERMANOS C o r u ñ a | , DE P R O D U C T O S Q U I M I C O S - I N D U S T R I A L E S S e c c ió n d e IV1a qu in a ? ia í < (A n t ig u a C a s a M o r g a n ) 2¡ > Maquinaria en general. Maquinaria agrícola de todas clases. Accesorios.—Extenso su rtid o . ¡i» Vendedores exclusivos de las máquinas de coser y bordar norteamericanas «WHITE■< (La reina de las ¡£ máquinas de coser). Hermosos modelos con el máximum de perfeccionamiento. Zj .• Distribuidores exclusivos en España de las afamadas correas americanas «AZAK ■>. > Ferretería: Herramientas para todos los oficios. ¡; Suministros industriales. ¡I Ciertas de todaclase de maquinaria. A solicitud: Estudios y proyectos en general. !• OFICINAS Y A LM A C £N : Sancües Bregaa, 10 y 11.— Picavia, 2 y 4 .-Avenida de Rabins, 2. A * . V Y V W A W . W / / A V i V o V . V r W . \ W i W / A V . ,A W pw v y w J v w v w w w r f v w Y W W J V W A V iJ V u w y w w A 'A V A V . V ^ . fA W J¡ bV A V W A V J ,. W w w w w w v v w w w A w v m v m .V .W A W w w w A m ‘. w A La Mosca i El dueño de inaugurará | !; en breve una nueva casa de Ropa Blanca en ij 1 S a n A n d ré s , 5 1 -L a C o r u ñ a . :■ / A V V W i W A W A V '. V V V . V ^ W / V A V A W W / W A V « V A % W . V :Y / . V A W A W M V V W i V A V A % V . V % W J W M V W ///M W .W ^ V .V V V .W A * [ /W .V A N I J. N A Y A (S. en C.) W W i ^ M i V a 'V . V í V a W V i i V A 'A V E i ’i É 'V W . 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Como casa monástica y, al parecer, de he­ rederos la erigieron aquellos tiempos en que la monarquía visigótica empezaba a desmoronarse, allá por los últimos años de la séptima centuria, y restaurada más tarde por uno de los perso­ najes más ilustres de Galicia, adquiere una importancia extraordinaria cuando acosados por la invasión de los árabes unos cristianos fugitivos la escogen, por solitaria, para escondido sepiilcro del cuerpo del obispo de Guádix San Torcuito, en la segunda mitad del siglo VIII: a tan lejanas fechas alcanzan los documentos y responde, eu absoluto, el edificio. La piedad de las gentes, haciendo de esta humilde y apartada iglesia punto obligado de constantes peregrinaciones y visitas, movió de tal manera la ambición de los poderosos de Galicia que nobles y prelados se disputaron durante los años del siglo X la posesión de este monumento que no pudieron arrancar de manos de sus legítimos herederos, porque en demanda de justicia, que lograron, acudieron ante Ordoño II en el Concilio de Lugo y Ramiro II en el de León. Donada, por fin y para término de disputas, al monasterio de Celanova en los últimos años de la décima centuria y trasladado a sus naves el cuerpo santo que tanta fama le diera quedó este curioso monumento abandonado, casi, a la humildad de su ropaje, adquiriendo para el Arte la importancia que para la Religión perdiera. La tradición de su antigua reliquia y el sarcófago de mármol que largos años la contuvo, arrinconado en una de las naves del crucero, han conservado por fortuna este edificio, del que sólo se ha perdido la fachada, constituí e s e s 1 i """interesantes de España, tanto que, dentro de su estilo bien ciar. ¡f 1 frece su trazado y armónica disposición. Su planta de cruz griega, las bóvedas de can»H ¡¡ del crucero, la celosía de piedra que tamiza al fondo del ábside ia de herradura de las naves y de ingreso al reducido pero curioso p ré sb ita mas clásicas degeneradas y cuantos elementos constituyen la estructura arquitectónica de es. te monumento permiten clasificarlo, sin duda alguna, como uno de los ejemplares más inte­ resantes y curiosos del estilo visigótico de tra ­ dición bizantina, tan propio de los siglos VII al IX ; y estando en esto de perfecto acuerdo el dato histórico, que repetidamente nos habla de este templo en tan lejanas centuria» con la a r­ quitectura del edificio, en muchas cosas tan similar a los mouumentos que de este estilo se conservan en el resto de España, puede afir­ marse con toda seguridad que Santa Comba de Bande es la iglesia más antigua de Galicia. Angel del Castillo. Dibujo* 0*1 arqultwti Gortxáltz Villar, Redacción y Administración: Real, 49 Dirección de V I D A , respondiendo a sus fines de divulgación y perfecciona miento artístico y literario, acogerá libremente cualquier trabajo de colaboración que responda a un criterio sano y elevado. Los originales no admitidos, se inutilizarán, sin sostener sobre ellos correspondencia alguna. Toda la corresponda cTASAL .... >(ltflllllfllllllllllllllfllHlttliilR!8flttÍllll ftlllllltllllillltttttBffllll!l!l!!Ulltttilt!lllHfltftfniiffi!Dlt!!lll!ffl1!:ttf!!!!!fttlinff'iíi;ifllttf!1!!'nt HtlHil|F !li:il!l!llllll!illllll!lllllll!lllll!Ullllillllllllllll !lllll¡l«lll!IUnillllHIIIIIIIU)llliniinilUBttl:!!y i|i^ Íi RllUiiUllIlti !Hn¡li1itl!!l!lllimil!tl!llltlÍI!ll!líil::;lll»1lin!IU!llll«i||(u^ E s ta R e v is ta h a s id o e d ita d a e n lo s t a lle r e s d e EL NOROESTE R e a l, 2 6 h fl CO RU JA G a le ra , 21 "^'^IIIMIItíltlIttilllllUIHIIIIlllllllUlllllliHlillllllttlIllllllllllimtHlUtillltUtltlItüllüllllJItUIlHIHIllItlIlllllHillIflIllItlIllllUtlIllllUlllllli¡liiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii'jiiiiiiini L os fo to g ra b a d o s de e sta R ev ista e stá n h ech o s en lo s ta lle r e s d e FERRER.-La C o ru ñ a . !F jiiwiiiHHiiiitiitHiiiiiiiii¡ii!'niiiHiniiiniti!t!i!iiH!¡i¡iHiiiii’ninnumfliiiimHmmnimjittimiumfimíu^WHiHmirtiiiiitiimniiiiiümfniiwHiHnHHmHitniiiitiKHfliwmiiiiiiinHHrmmmwnHHutiiiiiiHiiiiiiititnimiMiun^ ¡Manuel Fernández Losada! |¡ Riego cáe Agua, — y Panaderas, ****■ 2S —Telefono, 4-SO —La Coruña 1 «SC ¡ Máquinas para escribir de todos los sistemas ¡ Reparaciones Abonos Copias Secciones ¡ Accesorios de primera calidad para todas las marcas 1 Objetos de escritorio 33 I Sobrinos de José Pastor 1 I „ A . 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Í u I — de — E U S E B IO ALVAREZ ¡ m U S | FABRICACIÓN Loza y Curtidos 1 MOLDURAS JAMBAS RODAPIES CANALETAS x BALAUSTRES x TORNEADOS ttx I ETCETERA T- —étan LA CO RUNA ------o ---332 i Eli m á s s u r t i d o y q u i e m á s b a r a to ven ó le I - -=3 PRECIO FIJO iH —San........Nicolás, ........... , -6 San Nicolás, 6 s§ w w ... „ IVV ,W | „ ^ if »Hmtííintíimmm11uttittmmnfiiftHwtinoin iniiiittnimitii!ii«miH«iiHi:!iniinii¡iitiiiiii:iitiii:# % ^idnHB^nwnRH»a»i#míMttéiiwwí?n4iiiH!rwí»i4!9»aiíiRi:!}«}ínHiit«iíUiítiiitftM'iít^ ¿r uaifii liHHnttHHiyttmimHimimmitímtíttnminimmmiHtmtíiiMütHftmíií' MfiíiuuituriiiiHtiííiiiiwtftiiiifíHjjimiHfiHiiiiiiüUtunHftmummiiinHtjtiiitmiiíMmiimiimniiiifitiiiiiiHiHiiitHiniijiiffmfmjnciiiHiHiLu < C X )Q ^ 0 O O En este Kiosco se expenden el más exquisito café y los mejores licores i EL KIOSCO LA TERRAZA e s el centro de reunión preferido por el público distinguido Paseo Méndez Núñez (Frente a la estatua de Daniel CarbSlto) L A ¡| src S m S M O D A SOMBRERERÍA DE MANUEL ¡ ¡ Confitería “ El Progreso SANJURJO | S O >» m — R e a l — S O SBS t Ultimas novedades en som breros ras • .*"■ - o •"• •i a t - | Estuehes VISITAD ESTA CASA Y OS CONVENCERÉIS 1 66 R««l 66 LA C O R U Ñ A Repostería r Dulces finos Fabrica de bombones y caramelos de hombre y niño •A Pastelería 6 6 Real 68 J Porcelanas Artículos de fantasía £s S Tés Chocolates Helados = Refrescos de todas ciases servidos en el salón s jg B II* BANCO ESPAÑOL del Río de la Plata SU CU RSAL* D E C O R U J iñ C A S A MATRI Z: B U E N O S Al FUNDADO EN 1886 Capital . . . . P esos 1000.000.000 Fondo de reserva incluida prima a recibir. . . . » m/l. o sea Pesetas oro 220.000.000 4 6 .8 2 9 .2 2 5 ,0 4 » * 109.624.295.08 El Banco Español del Río de la Plata tiene Sucursales en los siguientes puntos: EN LA REPÚBLICA ARGENTINA. (Casa Matriz-Buenos Aires), Rosario de Santa Fe, Bahía Blanca y principales plazas de la República. EN EL URUGUAY. Montevideo. EN EL BRASIL. Río de Janeiro. EN EUROPA. Madrid, Barcelona, Valencia, Vigo, Bilbao, San Sebastián, Comfia, SevrHa, París, Londres, Genova y Hamburgo. fS T ) ¡¡ El Banco Español del Rio de la Plata, Sucursal de Coruña, se encarga de efec­ tuar por cuenta de sus clientes toda clase de operaciones bancarias en las condicio­ nes más favorables y acreditará intereses en las cuentas corrientes, tanto en pesetas como en monedas extranjeras a tipos excepcionalmente ventajosos. 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