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Las mentiras
de la sangre
Archivo General de la Nación
Volumen CCL
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Las mentiras
de la sangre
Santo Domingo
2015
Cuidado de edición y diagramación: Juan Francisco Domínguez Novas
Diseño de portada: Engely Fuma Santana
Motivo de portada: Composición fotográfica con las personas accidentadas el 30 de
noviembre de 1960. Arriba, de izquierda a derecha: Manuel Valenzuela Cabral,
Pedro Rodríguez Botello, Lorenzo Sención Silverio y Jean Awad Canaán; debajo,
la fortaleza Santomé (hoy José María Cabral) de San Juan de la Maguana y, en
primer plano, un vehículo del mismo modelo accidentado.
Primera edición, septiembre de 2015
© Lorenzo Sención Silverio, 2015
De esta edición
© Archivo General de la Nación (Vol. CCL)
Departamento de Investigación y Divulgación
Área de Publicaciones
Calle Modesto Díaz Núm. 2, Zona Universitaria,
Santo Domingo, República Dominicana
Tel. 809-362-1111, Fax. 809-362-1110
www.agn.gov.do
ISBN: 978-9945-586-44-2
Impresión: Editora Búho, S.R.L.
Impreso en la República Dominicana • Printed in the Dominican Republic
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio.
Dedicatoria
A mi esposa Carmen y
a mis hijos Félix y Ulises,
quienes me han dado la felicidad,
amor y fortaleza en toda la vida.
A mis padres Félix y María,
por la formación y el amor que siempre
me dieron y que son mi gran herencia.
Agradecimientos
A Dios por darme la fortaleza, luz e integridad
necesarias para poder concluir esta obra.
Al Archivo General de la Nación,
a su Director y todo el personal que ha dedicado su tiempo,
capacidad y prestigio para que este libro sea una realidad.
A todas las personas (no las menciono por ser muchas y por temor
a obviar alguna) que colaboraron con sus informaciones,
correcciones y aliento para llegar a feliz término la verdad de este caso.
Índice
Presentación
Roberto Cassá..................................................................................11
Prólogo
Arlette Fernández.............................................................................15
Introducción....................................................................................17
Capítulo I. Yo, Lorenzo Sención Silverio
(reseña autobiográfica)..............................................................23
De la vida rural y pueblerina a la militar...........................................23
Ingreso a la Academia Militar de la Aviación Militar Dominicana...25
El tránsito forzado por el inacabado hospital
Dr. Darío Contreras...................................................................26
El oficial........................................................................................27
En el Ejército Nacional................................................................29
En el golpe de Estado del general Rodríguez Echavarría;
reingresos y cancelación de las Fuerzas Armadas...................31
En el movimiento constitucionalista, la Revolución
de Abril de 1965 y el asalto al hotel Matum............................36
Persecución, exilio, regreso a la vida civil y reintegración
en condición de retiro..............................................................38
Capítulo II. Mi testimonio de 1998...........................................41
Breve introducción......................................................................41
El testimonio................................................................................42
Capítulo III. Dos testimonios de crédito indiscutible........49
1. Testimonio del mayor (R) ERD Manuel Valenzuela Cabral......50
2. Testimonio del doctor Abelardo Herrera Piña......................53
Capítulo IV. Tres premisas que ameritan ser conocidas.........57
1. Mi relación personal y militar con el teniente Jean
Awad Canaán.............................................................................57
2. Jean Awad Canaán buscaba peloteros....................................59
3. Jean Awad Canaán: diestro pero temerario conductor.........63
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Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Capítulo V. El infortunado viaje de Jean Awad Canaán
a San Juan de la Maguana........................................................69
Capítulo VI. La muerte de Jean Awad Canaán:
un motivo para dos libros.......................................................83
Capítulo VII. Análisis de los testimonios presentes
en La verdad de la sangre......................................................... 93
Breve introducción......................................................................93
Sobre el testimonio del chofer Inocencio Montero Ramírez.......94
Capítulo VIII. Sobre los testimonios de Bella Herminia
Santil, Lillian Rodríguez y un ex oficial militar de la época...111
1. Sobre el testimonio de Bella Herminia Santil........................111
2. Sobre el testimonio de Lillian Rodríguez Marcano...............118
3. Sobre el testimonio de un ex oficial militar de la época.......124
Capítulo IX. Acerca de las declaraciones del doctor
Felipe Herrera...........................................................................131
Breve introducción......................................................................131
1. Testimonio del doctor Felipe Herrera
(extractos y consideraciones)...................................................132
2. Entrevista al doctor Felipe Herrera
(extractos y consideraciones)...................................................137
3. Análisis comparativo de las dos entrevistas ofrecidas por
el doctor Felipe Herrera (con acotaciones testimoniales
de la doctora Lillian Gómez y del doctor Radhamés
Cabrera Felipe).........................................................................140
Capítulo X. ¿Por qué el km. 22.5 y no el 21?.............................153
Análisis histórico-cartográfico del lugar del accidente..............153
Capítulo XI. El mito que no pudo ahogar a la verdad.........171
Capítulo XII. La aventurada interpretación de dos
crónicas periodísticas.............................................................195
Capítulo XIII. Una inaceptable y desconsiderada
conmiseración..................................................................................203
Capítulo XIV. Consideraciones finales y conclusiones.......219
I. Aspectos generales....................................................................219
II. Conclusiones puntuales..........................................................231
Aclaración final................................................................................239
Referencias bibliográficas................................................................241
Anexos..............................................................................................243
Índice onomástico...........................................................................271
10
Presentación
E
ste libro trata acerca de la muerte del teniente Jean Awad
Canaán, el 30 de noviembre de 1960, en las cercanías de
San Juan de la Maguana. Meses antes había muerto su esposa,
Pilar Báez Perelló en el momento de dar a luz a su hija, Pilar Awad
Báez, en la clínica Abreu.
Como integrante de una familia antitrujillista, a pesar de ser
yo un niño en 1960, recuerdo perfectamente que la muerte del
teniente Awad se atribuyó al régimen tiránico de Rafael Leónidas
Trujillo. La misma forma en que se produjo, un accidente automovilístico, alentó esta creencia. Todo el que conoció los espantosos años que atravesó la República Dominicana entre 1930 y 1961
sabe que una de las técnicas preferidas por el aparato represivo
consistía en simular accidentes automovilísticos para encubrir
crímenes de personas de prestancia social o cultural. Días antes
de la muerte del teniente Awad se había producido uno de los
crímenes colectivos que mayor conmoción provocó en la sociedad
dominicana, el que acabó con las vidas de Patria, María Teresa
y Minerva Mirabal, junto a Rufino de la Cruz, el chofer que las
conducía de vuelta de Puerto Plata.
Con posterioridad a la muerte de Trujillo, se hizo del dominio
público que el teniente Awad había sido trasladado a Restauración,
donde entabló amistad cercana con Antonio de la Maza, quien lo
puso en conocimiento de su proyecto de ajusticiar al tirano. Por
último, el hecho de que su esposa era hija de uno de los principales
11
Coronel EN R, Lorenzo Sención Silverio
complotados de la gesta del 30 de mayo de 1961, Miguel Ángel
Báez Díaz, ha abonado la creencia de que el teniente Awad fue
asesinado.
Como se muestra en este libro de forma prolija, en el momento del accidente que llevó a su muerte, Awad, que conducía el
vehículo, estaba acompañado por tres personas, dos de ellas militares, uno de los cuales era el entonces segundo teniente Lorenzo
Sención Silverio, el autor de este libro. Durante mucho tiempo estas circunstancias no fueron del dominio de mucha gente, aunque
quedara la certeza de que se había producido un crimen político.
Desde hace años, la hija de los esposos Awad-Báez, Pilar, ha
venido indagando acerca del caso, guiada por la comprensible
certeza de que sus padres fueron ambos asesinados como parte
del horror de la dictadura. Se ha agregado la defensa que del régimen de Trujillo ha hecho su hija Angelita, en un libro infame
plagado de calumnias, que utiliza para desligarse del supuesto de
que tuvo relación con la muerte de los esposos. Todo lo afirmado
por la hija mimada del tirano debe estar por principio sujeto a
duda, complicando el tema en cuestión.
Conozco desde hace muchos años a Lorenzo Sención Silverio.
Aunque no lo recuerdo de manera específica, de seguro coincidimos en los meses posteriores al 24 de abril de 1965. Lo he
tratado de cerca a partir de que ambos frecuentábamos la tertulia
dominical, que comenzaba a las cinco de la tarde en el hogar de
Rafael Kasse Acta, en el ensanche Julieta, muy cerca de mi hogar
y también del de Sención en Evaristo Morales y Piantini. Me pude
compenetrar a lo largo de años del talante íntegro y patriótico
del amigo Sención Silverio. Él tuvo la confianza de concederme
una prolongada entrevista grabada, para rememorar la conspiración dirigida por el teniente coronel Rafael Tomás Fernández
Domínguez y otros procesos vinculados a la gesta de 1965.
Por tanto, cuando comenzó a replantearse la muerte del
teniente Awad y salieron a colación los detalles de la misma, en
todo momento me mantuve convencido de que no era posible
la participación del veterano combatiente constitucionalista en
una operación deliberada de corte criminal, puesto que, fuera de
12
Las mentiras de la sangre
toda duda, se ha caracterizado por su consistencia moral. Llegué
a preguntarme, y así lo conversé con varias personas, si pudo producirse un crimen sin conocimiento de quienes acompañaban a
la víctima, pero al aflorar los detalles quedó patente que la única
forma hubiese sido que el teniente Sención Silverio y sus otros dos
acompañantes al menos hubiesen ocultado la verdad de los hechos. Con tal proceder, él se habría hecho cómplice por omisión,
lo que no me pareció en ningún momento concebible. Así se lo
manifesté a varias personas con las cuales intercambié.
En este libro Lorenzo Sención Silverio se defiende de la acusación que se ha esbozado acerca de las circunstancias de la muerte
de Awad Canaán, dirigida a relacionarlo como autor o cómplice.
Como actor del accidente, elabora, como es natural, un texto polémico, destinado a argumentar su tesis de que no se produjo un
asesinato, de que los tres acompañantes del occiso no pudieron
tener ninguna responsabilidad criminal y de que, por ende, cabe
descartar la tesis de un atentado por cualquier motivación.
Es de justicia prestar toda la atención a los argumentos expuestos por Lorenzo Sención Silverio en las páginas de este libro. Ha
ejercido su derecho a defenderse y a reivindicar su honorabilidad.
No puedo erigirme en juez de nada, puesto que para un historiador profesional resulta contradictorio con su labor, pero creo
que Lorenzo Sención expone argumentos muy sólidos a su favor.
Personalmente, me ratifica en la convicción de que no hay forma
de que él sea culpable y por lo tanto, pone a salvo su patriotismo
integral.
Roberto Cassá
13
Prólogo
M
e sentí hondamente conmovida cuando leí este libro,
Las mentiras de la sangre, en el que Lorenzo Sención
Silverio decidió demostrar la verdad ante las dudas que surgieron
sobre una dolorosa tragedia ocurrida hace muchos años. Sención
defiende su conducta injustificadamente cuestionada por haberse
visto envuelto en un accidente de automóvil en el que casi pierde
la vida.
El azar, a veces, juega malas pasadas.
El tema de este libro es desgarrador, como lo es a veces el destino que nos arrebata a seres queridos y, no conforme con ello,
también intenta destruir vidas limpias y ejemplares reputaciones.
Y no es justo.
Conozco a la familia de Jean Awad desde que, siendo muy
jóvenes, compartimos momentos en nuestro pueblo natal, San
Francisco de Macorís. También conozco a la familia de Pilar Báez,
quien fuera su esposa. Doña Aída, la madre de Pilar, me colmó
de afectos y con su ejemplo de dignidad y templanza mantuve las
fuerzas que necesitaba para continuar las tareas que me impuso
la vida.
A Lorenzo Sención lo conocí durante aquellos días de lucha
cuando la responsabilidad hizo gala en el corazón y las insignias
de hombres muy jóvenes pero también entregados al sentido del
deber y de la responsabilidad por su patria y por su pueblo.
Sención nunca flaqueó, nunca dudó, no obstante estar consciente de cuánto podía perder. Y lo perdió.
15
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Pero hoy, este hombre impoluto, no está dispuesto a que se
dude de su palabra, de su honorabilidad, y es por esto que en
estas páginas plasma minuciosamente el empeño de una persona
decidida a luchar con todas sus fuerzas para evitar que su paso por
la vida y por la historia quede manchado.
Para un ser humano como Sención Silverio, la sola duda que
alguien pueda albergar sobre su conducta ya constituye una tragedia que él ha sobrellevado entre injusticias y desengaños.
Sención es mi amigo y mi compañero. Desde que inició su
tarea para defender su palabra, valiente y veraz, hemos estado a
su lado por el sentido de justicia que nos impulsa a caminar junto
a él en cualquier circunstancia. Y no debe temer, mi hermano
del alma, a esas trampas que aparecen en el discurrir de los días
porque, sin importar el sacrificio hay que continuar despejando el
camino para que la verdad resplandezca y sea posible la paz.
Su futuro, mi coronel, seguirá yendo de la mano del mío y así
será más allá de nuestras vidas y de nuestra historia.
Dios les bendiga a todos.
25 de agosto de 2015.
Arlette Fernández
16
Introducción
C
omo compañero de viaje del primer teniente de la Aviación
Militar Dominicana (AMD) Jean Awad Canaán y testigo del
accidente vehicular en el que este murió en la noche del 30 de
noviembre de 1960 en la vieja carretera Sánchez cerca de San Juan
de la Maguana, el recuerdo de ese episodio, que de repente trocó
en dolor lo que pudo haber concluido como un placentero paseo
de tres jóvenes militares por rutas y pueblos del Sur en la búsqueda de un novel pelotero, quedó grabado indeleblemente en mi
memoria, experiencia traumática a la que solo la acumulación de
los años, los avatares de la vida y las luchas patrias en las que vi
caer junto a mí a otros compañeros de armas y amigos, ha logrado
atenuar pero no eliminar.
Sin embargo, ese triste recuerdo no ha sido jamás motivo de
intranquilidad para mi espíritu, protegido por la firme y clara convicción de que lo ocurrido al joven oficial fue producto de un hecho puramente accidental. El carácter fortuito de ese lamentable
suceso permitió que nunca mi espíritu se inquietara, siendo esta la
razón fundamental por la que siempre mantuve una conducta de
silencio ante las irrelevantes propuestas, carentes de consistencia
y en buena medida interesadas, alimentadas por rumores y especulaciones, que fueron propaladas irresponsablemente con el fin
de darle una naturaleza criminal al asunto.
Pero, y puesto que con el paso del tiempo arreció la campaña
mediática en ese sentido, atizada esencial y fundamentalmente con
17
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
inusitada vehemencia por la hija del oficial fallecido, Pilar Awad
Báez, consideré prudente abandonar mi silencio a nivel público
con una extensa declaración ofrecida en uno de los periódicos de
circulación nacional en 1998, documento en el que, entre otros
datos, enfaticé la naturaleza accidental del hecho y su dependencia del cansancio, el sueño y la ingesta de bebidas alcohólicas en
Padre las Casas, conjunto de factores que gravitaron negativamente sobre la reconocida capacidad de conducción vehicular de Jean
Awad Canaán.
Lamentablemente, mi versión, desestimada y tildada de mentirosa por dicha señora, trató de ser ahogada en un mar de rumores, especulaciones y ciertas «evidencias» sin consistencia bajo el
empeño de demostrar que el accidente en el que murió su padre
fue un hecho de naturaleza criminal encubierto, simulado con un
accidente, ideado y mandado a ejecutar por el entonces poderoso
coronel AMD Luis José León Estévez, con la finalidad de eliminar
al hombre a quien su esposa, Angelita Trujillo, según suposición,
acosaba sentimentalmente.
Muerte, la del apuesto y viudo oficial, que cerró el círculo
«criminal» iniciado siete meses antes con la de su esposa, la señora Pilar Báez Perelló de Awad, acaecida por complicaciones
naturales durante el parto mediante el que vino al mundo Pilar
Awad Báez, pero que según rumores infundados, sin pruebas,
la ocasionó la misma señora Trujillo mediante una inyección de
una sustancia aplicada por una misteriosa enfermera que logró
burlar la vigilancia en una prestigiosa clínica local de la entonces
Ciudad Trujillo (Santo Domingo).
Abanderada con esta hipótesis criminal dual, se mantuvo
agitando el asunto en la opinión pública por medio de notas de
prensa y entrevistas televisadas, colocando de paso y de manera
sutil, subliminalmente, a sus padres en la lista del martirologio
dominicano a cuentas de la tiranía, aún cuando esos «asesinatos»
no tuvieran motivos políticos ni patrióticos sino, simplemente,
un supuesto entuerto pasional-amoroso en las trastiendas del alto
círculo del poder de entonces, ambiente en el que se movían las
vidas de sus padres.
18
Las mentiras de la sangre
Así las cosas, el asunto, ya con aristas polémicas, interesó a la
investigadora-escritora Naya Despradel, gerente de operaciones de
OGM Central de Datos de la Empresa Multimedios del Caribe e
investigadora para el periódico El Caribe, quien publicó en el 2012
una enjundiosa obra de investigación titulada: Jean y Pilar, investigación de dos muertes en el Era de Trujillo, en la que con suficiente peso
documental y testimonios de entero crédito colocó en su justo lugar
las citadas muertes como hechos naturales, fortuitos, no criminales.
Con ese libro, del cual he obtenido una valiosa fuente de datos para
la presente obra, me he sentido compenetrado porque tuve a bien y
agrado acompañar a la autora en su recorrido por los lugares visitados por Jean Awad Canaán y sus compañeros de viaje en la ocasión:
San Juan de la Maguana y su hospital público Dr. Alejandro Cabral
(antiguo hospital Santomé), Las Matas de Farfán, Padre las Casas y,
desde luego, las carreteras transitadas ese día.
La respuesta a esta publicación de Pilar Awad Báez, ahora con
la coparticipación de Eva Álvarez, no se hizo esperar. Apareció al
año siguiente, en el 2013, bajo el título de La verdad de la sangre,
obra montada sobre un soporte afectivo de singular intensidad,
epitetomizado por la muerte en condiciones inusuales de dos jóvenes esposos, de gran connotación social, con apenas siete meses
de diferencia, que dejaron a una niña recién nacida en orfandad
bajo la tutela amorosa de una familia que sufrió indeciblemente
tras el ajusticiamiento de Trujillo. Obra alimentada con rumores,
de esas cosas de las que alguien dijo que le dijeron, de testimonios
interesados y peor, apócrifos, conjeturas y especulaciones, pero
sin presentar pruebas claras y precisas que sustenten lo que se
trata de demostrar.
Y si este propósito se hubiera limitado a la ejecución de un
ejercicio especulativo, dirigido a analizar uno de los tantos hechos
ocurridos en la Era de Trujillo, de moda hoy día, el asunto podría
haber tenido, tal vez, interés para la historiografía de esa época
y, con limitada relevancia, para la satisfacción de lo puramente
familiar.
Pero no. Las autoras fueron más lejos y en su búsqueda de
responsables centraron parte de su atención en mi persona,
19
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
tildándome de mentiroso, de falsear la verdad de los hechos, de
servirle a Luis José León Estévez, según sus propias palabras, de
«chivo expiatorio» en la supuesta trama y ejecución que se llevó la
vida de Jean Awad Canaán, haciendo permear además, de manera
sutil, entre líneas, el concepto de que pude haber tenido algún
tipo de participación mayor en ese «crimen» pues no es difícil de
entender lo sugerido en varios de los testimonios publicados en
dicha obra, en uno de los cuales poco faltó, aunque así no se haya
dicho expresamente, para que se me condenara sumariamente
y terminara frente a un pelotón de fusilamiento. Y esto, que ni
siquiera tiene a su favor la volubilidad y deleznabilidad de las
palabras lanzadas al viento, quedó estampado por escrito en esas
páginas bajo la responsabilidad de sus editoras.
Las autoras no le pusieron freno a su imaginación y alienadas
por el objetivo fundamental perseguido lanzaron con gran desparpajo sus granizadas injuriantes no solo contra los supuestos ideólogos de esos «crímenes», asunto que no es de mi interés y, por tanto,
carente de importancia aquí, sino contra quienes acompañábamos
a Jean Awad Canaán en el fatídico momento de su muerte. Los
daños morales intentados fueron en esencia dirigidos contra la
dignidad y el honor de Manuel Valenzuela Cabral, el Pelotero, de
Pedro Rodríguez Botello, ya fallecido, y de quien suscribe, Lorenzo
Sención Silverio. Una agresión injustificada ante la cual no puedo
callar. Si lo hiciera, los huesos de mis padres saltarían indignados
en sus tumbas, me negaría a mí mismo y sería vergüenza para mis
familiares, amigos del alma y compañeros militares.
Y este es el motivo conductor de la redacción y publicación
de la presente obra que titulé apropiadamente Las mentiras de la
sangre en respuesta y clara contraposición al nombre que ellas le
dieron a su libro en el que la sangre, realmente la sangre que
corre familiarmente por sus venas, «pretendió» darle calidad de
verdad a algo que nunca ocurrió en la vida real. Aparte de mi
declaración de 1998, transcrita sin cambios en la presente obra,
procedí a complementarla con nuevas fuentes de información y
testimonios de entero crédito por la estatura moral de quienes
gentilmente los ofrecieron, a precisar el lugar y las condiciones
20
Las mentiras de la sangre
en las que ocurrió el accidente mediante un análisis históricocartográfico apropiado, a derribar el entramado construido a base
de rumores carentes de pruebas, y a hacer un análisis crítico de los
testimonios utilizados por las autoras.
Dos premisas importantes merecen ser presentadas en esta
introducción.
Primera. Lo redactado en la presente obra se circunscribe al
hecho en el que quedé involucrado, es decir, la muerte accidental
de Jean Awad Canaán. Las referencias que se hacen en el texto a la
muerte de Pilar Báez de Awad, gentil dama a la cual respeto en su
memoria, asunto del que no tengo ningún interés de abordar, son
solo elementos tangenciales o secundarios, útiles ocasionalmente
para darle apoyo al objetivo central del propósito que es el de
demostrar la verdad de lo acontecido y, al mismo tiempo, poner
en evidencia la falsedad del criterio «criminal» planteado por las
referidas autoras.
Segunda. La breve autobiografía que abre el capitulado de la
obra, la escribí con el único propósito de que el lector común, y
tal vez las autoras de La verdad de la sangre, conozcan a la persona
injuriada en esa obra, un militar hoy con el rango de coronel (R)
ERD, graduado con honores de la Academia Militar de las Fuerzas
Armadas Batalla de las Carreras, que pagó con alto precio la defensa de su dignidad personal, de elevados ideales patrios y políticos tras la caída del régimen de Trujillo y del honor de la Patria
cuando fue pisoteado por las botas invasoras del ejército más poderoso del mundo y que luego tuvo que enfrentar las durezas de
un exilio de ocho años para que no lo mataran o le hicieran daño
a su familia. La redacción de esos párrafos no fue alentada por la
vanidad ni mucho menos por un fatuo y egocéntrico orgullo, sino
que fue forzada por las graves ofensas lanzadas contra mi persona.
Confieso, finalmente, que nunca pensé que ya en el otoño de
mi vida tendría que ponerme de pies para defender nuevamente
honores consustanciados con mi ser, como tantas veces lo hice en
el pasado con las armas en las manos en mi calidad de militar de
carrera, cosa que ahora y en este momento hago solo con el poder
de las palabras, los argumentos y la razón.
21
Capítulo I
Yo, Lorenzo Sención Silverio
(Reseña autobiográfica)
De la vida rural y pueblerina a la militar
Soy hijo de Félix Sención Guzmán y de María de Jesús Silverio
Trejo. Nací el 5 de septiembre de 1935 en el paraje Los Senciones
(hoy Los Charcos de la Damajagua), sección Bajabonico Arriba,
municipio de Bajabonico (actualmente Imbert), provincia Puerto
Plata. Con dieciséis hermanos y teniendo yo cuatro años de edad,
mi familia se trasladó al municipio de Imbert donde cursé los
estudios primarios e intermedios en la escuela local Ramfis. Al
momento de finalizar esa labor docente, el profesor Israel Brito
Bruno, fundador de la Escuela Secundaria Libre, institución académica en la que pagaban los que podían, solicitó ante el ayuntamiento municipal el otorgamiento de una beca de cinco pesos
mensuales a favor de la señorita Minerva Osser y de mi persona,
petición que fue acogida favorablemente por la Sala Capitular,
entonces presidida por el Dr. Ancel Hart.
Con esa ayuda cursé los dos primeros años de mis estudios
secundarios para luego trasladarme a la capital, Ciudad Trujillo
(Santo Domingo), donde fui acogido en el hogar de mi hermano
mayor, Cándido Sención Silverio, quien me inscribió de inmediato en el tercer año del bachillerato en la Escuela Nocturna
Colón, la cual estaba situada en la calle Padre Billini esquina
Arzobispo Meriño. En esos afanes estudiantiles conocí y traté
amistosamente al sargento mayor Durán Oviedo de la Aviación
23
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Militar Dominicana (AMD), persona de la que acogí, mientras
cursaba el cuarto año de Filosofía y Letras con miras a realizar
estudios universitarios de derecho, la sugerencia de ingresar a
esa institución militar, petición que hice formalmente y de la que
recibí, muy a mi pesar, una respuesta negativa debido a que en
ese momento no había plazas de cadetes.
Cerrada esa puerta por la que quería entrar a la vida castrense,
el sargento Durán me sugirió que solicitara ingresar como raso
pues una vez dentro de la institución, que era lo que importaba en
la ocasión, me sería más fácil acceder a sus niveles académicos. Así
lo hice, sin dejar de mencionar en ese trayecto de admisión la valiosa ayuda del cabo estudiante de Medicina, Aglisberto González
Rodríguez quien, al certificar mi buen estado de salud, tuvo la
gentileza de agregarle las pocas libras que le faltaban a mi peso
corporal para llevarlo a las 120 exigidas en el reglamento.
De esta manera, en 1955, fui asignado en calidad de conscripto a la 3ra. Compañía de Fusileros, en donde recibí el entrenamiento de rigor al término del cual obtuve el nombramiento de
raso de la AMD. Mi progreso hacia posiciones en la escala militar
que me permitieran continuar los estudios, que era un objetivo
esencial en mi vida, me lo facilitó el cabo Nerys Abreu, a quien
había conocido en la Escuela Normal nocturna y pertenecía a la
sazón de la Compañía de Intendencia, en el Departamento de
Abastecimiento Aéreo, en donde tenía el rol de escribiente del
mayor piloto Felipe Cartagena Portalatín, oficial que tras las sugerencias del primero, me aceptó en su Departamento, posición
en la que gocé de espacio y tiempo suficientes para continuar mi
cultivo intelectual.
En 1956 solicité a la Jefatura de Estado Mayor ser ascendido
a cadete estudiante de aviación. De nuevo obtuve una respuesta
negativa pero a cambio de nada, como en la primera ocasión, se
me abrió una brecha esperanzadora cuando me informaron que
en poco tiempo se iniciaría la academia militar, proyecto para el
cual se llamaría a concurso a jóvenes que llenaran los requisitos
exigidos, momento que sería el apropiado para colocar mi petición. Esta oportunidad se presentó en el mes de agosto de ese año
24
Las mentiras de la sangre
con la convocatoria a concurso para cubrir 140 plazas de cadetes
en la AMD.
Acudimos 1,850 aspirantes, procedentes de la AMD, del
Ejército Nacional (EN), de la Marina de Guerra (M. de G.) y de
la Policía Nacional (PN), incluido un apreciable número de jóvenes de la vida civil, reclutados mediante una campaña promocional hecha en las escuelas normales del país y en la Universidad
de Santo Domingo (USD).
Los rigurosos exámenes, una mezcla de pruebas escritas, orales, físicas y médicas, estuvieron bajo la supervisión y evaluación
de una comisión constituida por el mayor Antonio Manuel León
Estévez, los capitanes Roberto Oscar Figueroa Carrión, Luis José
León Estévez, el segundo teniente Julio César Ramos Troncoso
y por los distinguidos profesores civiles, ingeniero Colombino
Henríquez, doctor Rogelio Lamarche Soto, el historiador Emilio
Rodríguez Demorizi, el licenciado Luis Napoleón Núñez Molina y
el presbítero Oscar Robles Toledano. En esta lid y de acuerdo con
las calificaciones logradas obtuve el primer lugar entre los 1,850
aspirantes.
Ingreso a la Academia Militar de la Aviación
Militar Dominicana (AMD)
En fecha 10 de octubre de 1956 abrió sus puertas la Academia,
motivo por el que recibí un telegrama en el que se me informó
mi ascenso a cadete y que debía presentarme al nuevo recinto.
Llegué allí a las 9:00 am siendo recibido por el capitán Roberto
Oscar Figueroa Carrión, oficial que había sido nombrado comandante del cuerpo de cadetes. También fueron nombrados el
teniente coronel ingeniero Antonio Manuel León Estévez AMD,
director; el capitán Luis José León Estévez AMD, subdirector; y el
segundo teniente Julio César Ramos Troncoso AMD como oficial
de disciplina. Estos dos últimos oficiales habían regresado desde
Venezuela, donde se habían graduado en la academia militar de
ese país.
25
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
De inmediato se me entregaron ropas, equipo y todo el avituallamiento necesario para la vida de un cadete, iniciando de
esta manera mi entrenamiento en la institución, la que, a los tres
meses de su apertura, comenzó a ser dirigida por Luis José León
Estévez, ascendido al grado de mayor, sustituyendo al teniente
coronel Antonio M. León Estévez, quien había sido enviado a
realizar un curso en los Estados Unidos de América, cambios que
incluyeron al mayor Figueroa Carrión al cargo de subdirector y al
mayor Víctor Elvis Viñas Román como comandante del cuerpo de
cadetes.
Mientras tanto, solo tres días después de estar en la Academia,
fueron trasladados a esta 64 cadetes que ya tenían tiempo en la
base aérea, comenzando todos el primer año académico de los
tres programados en el pensum. Poco tiempo después la institución cambió de nombre y pasó a llamarse Academia Militar de
las Fuerzas Armadas Batalla de las Carreras con dependencia directa de la Secretaría de las Fuerzas Armadas, agrupando en ella
a los cadetes de la Aviación Militar Dominicana y de la Marina de
Guerra.
Durante el período de tres años de estudios del pensum una
gran cantidad de cadetes fueron enviados a realizar estudios
en academias de diferentes países (España, Francia, Argentina,
Venezuela, Perú, Estados Unidos), selección en la que no fui incluido a pesar de ocupar el primer lugar por méritos académicos,
medida que también afectó a otros compañeros meritorios, que
no estuvimos en ese grupo de privilegiados.
El tránsito forzado por el inacabado
hospital Dr. Darío Contreras
En razón de que en los primeros meses del año 1959 Trujillo
estaba informado de la invasión de exiliados dominicanos que
contra su régimen se estaba preparando en el exterior (la cual se
materializó en el mes de junio por Constanza, Maimón y Estero
Hondo) se apremió la finalización de nuestro entrenamiento y se
26
Las mentiras de la sangre
ingresaron 600 nuevos milicianos a las filas de la AMD Al no haber alojamiento en la institución fueron instalados en el edificio
recién concluido del hospital Dr. Darío Contreras (todavía sin función médica) situado en la zona oriental de la capital dominicana
y en la ruta, cercana a la base aérea de San Isidro. Para suplir la
enseñanza de esos nóveles militares fuimos escogidos los cadetes
de la primera promoción bajo la dirección del teniente coronel
AMD Miguel Ángel Hernando Ramírez, labor profesoral militar
que terminó cuando se concluyó la construcción de las edificaciones del Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas (CEFA).
El oficial
Cumplida la misión en el hospital Dr. Darío Contreras todos
los cadetes fuimos ascendidos al grado de Segundo Teniente de
1
la AMD mediante la Orden General No. 105-1959 del 17 de abril
de 1959, según consta en la certificación anexa firmada por el
subsecretario de las Fuerzas Armadas mayor general Máximo
Antonio Morel Marichal y en la certificación con copia del libro
récord de quien suscribe. Al mismo tiempo se me destinó, junto a
los compañeros segundos tenientes Álvaro José Cavallo González,
José de Jesús Pichardo Montaño y Melitón Antonio Jorge Valderas
de la AMD, a prestar servicios en la «E» Compañía de Fusileros
del CEFA.
Estando en el desempeño de estas funciones y debido a que
el capitán comandante y el primer teniente, subcomandante no
se habían presentado a la compañía por estar prestando servicios
en la unidad de protección personal (guarda-espaldas) de Ramfis
Trujillo, se me encargó el comando interino de la misma por ser
el oficial graduado con mayor mérito del grupo, posición que
desempeñé según consta en la certificación antes mencionada de
traslado a la «A» Compañía del CEFA.
Las órdenes generales son el instrumento usado para certificar los ascensos,
traslados y otros movimientos dentro de las Fuerzas Armadas. (Nota del
autor).
1
27
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
En ese tiempo y mientras me encontraba realizando maniobras en Comatillo con las compañías «A» y «C», junto a los segundos tenientes José Francisco Guzmán, Porfirio Alejandro Díaz
y Gerardo Antonio Brito, fuimos requeridos a presentarnos en
la dirección del CEFA, estamento en donde se nos informó que,
con otros 19 oficiales más, habíamos sido trasladados de la AMD
al Ejército Nacional (EN), traslados especificados en la Orden
General Número 140-1959.
El 5 de junio de 1959 se realizó la graduación de los cadetes de
infantería pertenecientes a la Primera Promoción de la Academia
Militar de la las Fuerzas Armadas Batalla de las Carreras, promoción que llevó el nombre de «Generalísimo Rafael Leonidas Trujillo
Molina». Este fue un acto de elevado nivel protocolar y de notable
importancia para el régimen imperante, amadrinado por la señora
Angelita Trujillo de León Estévez. Fue presidido por Trujillo acompañado en la ocasión por el generalísimo Héctor B. Trujillo Molina,
presidente de la República, el general Rafael L. Trujillo Martínez,
jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, el coronel
AMD Luis José León Estévez, director del CEFA, la señora María
Martínez de Trujillo, el coronel Roberto Oscar Figueroa Carrión
AMD, director de la Academia, toda la plana mayor de las Fuerzas
Armadas y el señor Porfirio Rubirosa. Debo decir que, tras el ajusticiamiento de Trujillo, el nombre citado de la promoción fue sustituido por el de «General Juan Pablo Duarte y Diez».
Además de la entrega de los diplomas y los reconocimientos
de lugar, el programa incluyó el acto de inauguración formal de
la Academia debido a que esta ceremonia había quedado en suspenso por la polémica histórica sobre la figura del general Pedro
Santana en el sentido de si este había sido un héroe o un traidor
a la patria, a cuya memoria Ramfis Trujillo quería honrar con su
nombre. En medio de este contexto, Trujillo optó por posponer
la decisión sustituyéndose más tarde por un equivalente de alto
sentido histórico relacionado con el general Santana, el héroe de
la importantísima batalla de Las Carreras que afianzó la naciente
e inestable independencia nacional de la República de Haití en
el 1844.
28
Las mentiras de la sangre
Para finalizar este acápite relativo a mi formación académica
estimé prudente transcribir lo siguiente:
En la Academia demostró su formación intelectual, moral
y física, pues se mantuvo durante los 3 años de preparación
entre los primeros puestos, desempeñando las posiciones
más altas conferidas a Cadetes, Jefe de Grupo y Comandante
del Cuerpo de Cadetes (hoy Brigadier Mayor), graduándose como Oficial de infantería con el puesto Número 4 de
su Promoción.2
En el Ejército Nacional
Mi traslado de la AMD al Ejército Nacional, se realizó en noviembre de 1959 según consta en la certificación antes mencionada y por la del G-1 de esta última institución. En esa ocasión
y por ser el de mayor mérito del grupo de los jóvenes oficiales
sujetos a este cambio, se puso bajo mi responsabilidad el conducirlos a todos ante el jefe del Estado Mayor del Ejército Nacional,
el mayor general José René Román Fernández, quien nos recibió
junto al general de brigada Radhamés Hungría Morel y al oficial
de Personal y Orden G-1. Sin pérdida de tiempo, el grupo fue
distribuido en todo el país, principalmente en la región sur, medida con la que fui asignado a la 9na. Compañía con asiento en la
ciudad de San Juan de la Maguana, encargándoseme la misión de
instruir a sus integrantes.
Fui recibido por el oficial comandante de esa compañía, el
capitán EN Rosendo Álvarez, con palabras que, por ser yo parte
de la nueva juventud instruida académicamente y de provenir de
la AMD, no dejaron de evidenciar el celo militar que lo embargaba, motivo por el que no las he olvidado jamás y que reproduzco
a continuación: «—¿¡Tú fuiste de los que vinieron a cambiar el
ejército!?» A este intempestivo y cínico bombardeo verbal, le
Naya Despradel, Pilar y Jean, investigación de dos muertes en la Era de Trujillo,
Santo Domingo, Editorial Letra Gráfica, p. 224.
2
29
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
respondí con la misma ligereza con la que me increpó: —«!No
hemos venido a cambiar nada, solo tenemos el encargo de dar
entrenamiento al personal!». Pasado este molesto umbral, fui presentado respetuosamente y de acuerdo con las normas de rigor, a
todos los oficiales del recinto.
Permanecí en esa organización militar un año y tres meses
hasta que el primer teniente EN Antonio Manuel Brea Acosta,
quien había sido uno de mis instructores en la Academia y me
conocía bien, recomendó que sustituyera al segundo teniente
EN Néstor Domingo Pimentel García (otro compañero de promoción), quien comandaba un pelotón especial (morteros) de
la 43 Compañía EN en la ciudad de Constanza, compañía que es
el origen del hoy Batallón de Montaña. Al tiempo que ocupé la
posición que tenía el citado teniente, el 15 de febrero de 1961, él
ocupó la mía en San Juan de la Maguana.
En ese cargo dirigí el entrenamiento del pelotón de morteros,
convirtiéndolo en el mejor preparado en la materia en todo el
ejército, coronando mis servicios allí con la construcción de unos
emplazamientos subterráneos comunicados con túneles, posiciones desde las cuales se podía batir todo el valle de Constanza y
sus alrededores. Estando en el desempeño de esas funciones se
produjo el ajusticiamiento de Trujillo cometido por un grupo de
valerosos patriotas, acción que le puso fin a la dictadura que sojuzgó al país por 31 años.
Hacia esa trascendente fecha histórica, la Academia Militar de
las Fuerzas Armadas Batalla de las Carreras se encontraba cerrada
por alegados motivos económicos. No obstante, su reapertura no
tardó en producirse y para ese propósito se escogió, con el fin
de impartir una docencia de calidad, a un selecto grupo de los
oficiales graduados de la primera promoción, yo entre ellos. De
esa manera fui requerido y trasladado a esa sede el 24 de julio
de 1961 (mediante certificación de la Jefatura del Estado Mayor
del Ejército Nacional, ver anexo 4). Para todos los seleccionados
fue de mucha satisfacción el saber que laboraríamos bajo la dirección del mayor AMD Julio César Ramos Troncoso, pundonoroso
y respetado militar hoy retirado con el rango de mayor general e
30
Las mentiras de la sangre
investido con un doctorado Honoris Causa por el Instituto Superior
Estratégico de las Fuerzas Armadas.
En el golpe de Estado del general Rodríguez
Echavarría; reingresos y cancelación de las
Fuerzas Armadas
Tras trajinar por pueblos y campos, soportando con estoicismo los rigores y limitaciones que eso implicó, asunto molesto del
que muy pocos oficiales se libraron en el marco de la disciplina
militar de la época de Trujillo, el regreso a mi casa de formación
académica fue como una especie de premio bien ganado, pero
lamentablemente de poca duración, pues en los álgidos meses
subsiguientes a muerte de Trujillo y con parte del aparato militar
represivo aún activo, mis hermanos Cándido y Victoriano Sención
Silverio aparecieron en una lista de los fundadores del movimiento opositor antitrujillista Unión Cívica Nacional (UCN).3
A raíz de esto se me exigió que les solicitara a mis hermanos
renunciar a esa agrupación patriótico-política. Les respondí a los
superiores que no podía hacer tal cosa ya que eso era una decisión
que solo a ellos les competía tomar. En razón de la firme posición
que tomé al respecto, se me ordenó que fuera yo quien renunciara a la vida militar, cosa que hice a disgusto. Fue, en efecto, una
cancelación velada. Confieso que me dolió pero en los resquicios
íntimos de mi ser: el orgullo y la dignidad fueron alicientes que
aligeraron el pesar. No obstante, el valor de lo que perdía, no claudiqué ni pudieron doblegarme.
De esta manera retorné a la vida civil sin que mis ojos pudieran
despegarse de la militar. No había pasado mucho tiempo cuando
la inestable situación política dio un giro sorprendente el 19 de
noviembre de 1961 a raíz del levantamiento militar dirigido por el
mayor general piloto de la AMD, Pedro Rafael Ramón Rodríguez
Echavarría en la base aérea de Santiago de los Caballeros,
Ver anexo 5. El Caribe, 17 de julio de 1961, p. 8.
3
31
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
movimiento que terminó por expulsar del país a los remanentes
militares y familiares de la cercenada tiranía trujillista.
Aproveché la oportunidad presentándome al instante a esa
base de la AMD ante el teniente coronel Elías Wessin y Wessin,
subcomandante de la misma. Recibí de inmediato el avituallamiento de lugar y armas, permaneciendo en ese recinto por una
semana hasta que fui trasladado a la ciudad de Santo Domingo
en espera de mi reingreso formal como oficial de la AMD, paso
necesario mediante el que comencé a prestar servicio como oficial
de planta e instructor de la Academia Militar. Un poco más tarde
fui nombrado comandante de la Compañía Academia en adición
a las funciones que ya desempeñaba.
En diciembre de 1962 el profesor Juan Bosch Gaviño fue electo
presidente de la República y al año siguiente el teniente coronel
EN Rafael Tomás Fernández Domínguez fue designado director
de la Academia Militar de las Fuerzas Armadas Batalla de las
Carreras, y menos de veinticuatro horas después de haber tomado
posesión de su cargo, me hizo comparecer para comunicarme que
había tomado la decisión de nombrarme su ayudante militar, preguntándome qué significaba eso para mí. Le resumí la respuesta,
con todo el respeto, en una frase bien sencilla: «Trabajar mucho y
hablar poco». Me miró fijamente y entonces me dijo: «Bien, está
nombrado». Como es lógico, quedé intrigado por esta inesperada
y rápida selección de mi persona para un cargo de tanto honor,
responsabilidad y confianza hasta que, pasado algún tiempo, supe
que Fernández Domínguez había recibido y aceptado la recomendación que le hiciera en este sentido el capitán de la AMD Héctor
Lachapelle Díaz.
Inicié mi ardua labor de ayudante en momentos en que el teniente coronel Fernández Domínguez estaba enfrascado, junto a
otros oficiales, entre los que se encontraban el capitán Lachapelle
Díaz y el capitán Fernando R. Cabral, en la elaboración de un plan
de reconstrucción de las Fuerzas Armadas que debía ser presentado al presidente Bosch con quien el coronel había establecido
una excelente relación. En ese grupo de oficiales yo realizaba las
funciones de secretario.
32
Las mentiras de la sangre
El 17 de junio de 1962 el presidente Bosch fue convocado
por oficiales superiores a una cita en la Base Aérea de San Isidro
con el fin de cuestionarlo sobre lo que ellos consideraban su
complaciente actuación frente a los grupos llamados comunistas, a cuyos integrantes debía perseguir, encarcelar y deportar.
Ese mismo día, bien temprano, acompañé al coronel Fernández
Domínguez en su vehículo rumbo a la Academia, ocasión en la
que me preguntó qué sabía yo de lo que estaba pasando en el
país contra el gobierno constitucional del profesor Bosch. Le
respondí de forma sencilla refiriéndole la experiencia que había
tenido apenas unos minutos antes al salir de mi apartamento en
el edificio Menéndez, sito en la Av. George Washington 82, en
cuyas escaleras me encontré con una vecina, Xiomara Saladín,
quien me abordó con amabilidad pero con gran preocupación,
de la siguiente manera: «¿Qué esperan ustedes los militares, que
Belisario Peguero (era el jefe de la Policía Nacional) tumbe al
gobierno?». Le contesté de inmediato —«No te preocupes, que
en su momento sabremos actuar».
En ese momento el coronel me confesó que había hablado con
el presidente manifestándole los aprestos que se estaban haciendo
para la ejecución de un golpe de Estado y que él tenía un grupo
de jóvenes oficiales que no estaban de acuerdo con tal acción.
Apoyado en su criterio y en la existencia de ese grupo le pidió
al presidente su autorización para iniciar la organización de un
movimiento cuya misión sería la de hacer abortar las intenciones
golpistas o de contrarrestar sus negativas consecuencias.
Durante todo el trayecto hasta la Academia pude notar la
gran preocupación que lo embargaba porque sabía de la convocatoria y de las intenciones que se tenían con el presidente que
incluían hasta la posibilidad de hacerlo preso, de manera que al
llegar a nuestro destino me pidió que lo acompañara a la Base
Aérea para ver cómo estaban dispuestas las cosas allí. Al regresar
a la Academia me preguntó cuáles de mis compañeros estarían
en disposición de integrar y apoyar el movimiento (exceptuando
al capitán Lachapelle con quien él ya había hablado). Le sugerí
varios nombres y me pidió que escogiera uno de confianza para
33
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
que le avisara al capitán Rafael A. Quiroz Pérez, del grupo antiguerrilas, que se reuniera con él en la Academia a las 11:00 am, misión
que recayó en el primer teniente José René Jiménez Germán. Lo
mismo hizo en ese momento con el capitán Lachapelle para que
le hiciera convocar al primer teniente Marino Almánzar García
del Batallón Blindado. Ambos oficiales cumplieron a cabalidad la
misión que les fue encomendada.
A las 11:00 de la mañana de ese día quedó constituido el movimiento constitucionalista por 12 oficiales, entre los que me encontraba yo, encabezados por el coronel Fernández Domínguez con
la finalidad de impedir el golpe de Estado (que de todas formas
resultó inevitable), movimiento que poco después organizó y dirigió, primero, el derrocamiento del funesto Triunvirato y luego, la
heroica Revolución de Abril de 1965.
El presidente Bosch acudió a la reunión en la Base Aérea
acompañado solamente por su ayudante militar el coronel
Calderón Fernández y su chofer personal. Allí estuvieron también el secretario de las Fuerzas Armadas y los jefes de Estado
Mayor del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea. Con el objetivo
de disponer de una información de primera mano de lo que
podría ocurrir u ocurriera en esa reunión, el coronel Fernández
Domínguez instruyó al mayor FAD Roberto A. Cabrera Luna
para que hiciera acto de presencia en esa reunión y le informara
de cualquier eventualidad negativa para el presidente, como
el intentar apresarlo, caso en el que él y el grupo que dirigía,
actuaríamos en consecuencia. La preocupación y la ansiedad
eran evidentes; no era para menos porque si las cosas salían de
acuerdo con las funestas probabilidades que teníamos en mente,
podríamos pagar con la vida la defensa del presidente.
Pero no se atrevieron o no quisieron (por razones tácticas) dar
el sospechado paso en ese momento y la reunión terminó con la
afirmación de don Juan de que mientras él fuera presidente de
la República, no perseguiría a ningún dominicano por sus ideas
políticas. En la noche de ese tenso día pronunció un discurso a la
nación informando de todo lo acontecido procediendo a cancelar
el nombramiento del coronel abogado Rolando Haché y el del
34
Las mentiras de la sangre
capitán capellán AMD Rafael Isidro Marcial Silva por considerar
que estos oficiales eran los principales instigadoras del grupo con
intenciones golpistas.
A partir de ese momento el grupo en torno a Fernández
Domínguez intensificó sus actividades, con reclutamientos y
preparativos para tratar de evitar el golpe de Estado que, a todas
luces, parecía ya indetenible y que se cristalizó finalmente en la
madrugada del 25 de septiembre de 1963 tras muchas vacilaciones
de los altos mandos de las Fuerzas Armadas.
Ese día, el del golpe de Estado, el teniente coronel Fernández
Domínguez llegó temprano a la Academia en donde yo había amanecido de servicio como oficial del día, pidiéndome que convocara
una reunión del grupo en la que informó que si estábamos de
acuerdo iríamos al Palacio Nacional a rescatar al presidente allí
preso. Aunque éramos solo 12 oficiales esa acción era tácticamente
factible debido a que contábamos con el comandante de la compañía de la Guardia Presidencial y con el comandante del Pelotón
de Blindados que prestaba servicio en la sede presidencial. Pero
la misión fue abortada por informaciones llegadas del presidente
quien consideró esa operación muy riesgosa y no quería derramamiento de sangre dominicana.
Las consecuencias no tardaron en llegarnos. Permanecimos
en la Academia pero el coronel Fernández Domínguez fue sustituido como director de la misma y enviado a España en función
de agregado militar (en el fondo para exiliarlo del país); todos los
oficiales comprometidos con él fuimos simplemente cancelados el
10 de octubre sin que mediara ninguna orden general al respecto.
Así, que de nuevo y de manera forzada, estaba otra vez en
la vida civil pero no para perder el tiempo en lamentaciones o
adoptar actitudes pasivas. Los que quedamos en el país nos reagrupamos subrepticiamente bajo la dirección del teniente coronel Miguel A. Hernando Ramírez y del capitán Héctor Lachapelle
Díaz con el firme propósito de derrocar el gobierno de facto, el
Triunvirato, que había sido montado en el Palacio por los militares
y los políticos golpistas, paso previo para restablecer el gobierno
constitucional de la República.
35
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
En el Movimiento Constitucionalista, la Revolución
de Abril de 1965 y el asalto al Hotel Matum
El movimiento creció geométricamente, sumando oficiales,
alistados y civiles hasta alcanzar una magnitud tal que se hacía
casi imposible que el gobierno no lo descubriera. El detonante
para que entrara en acción armada ocurrió el 24 de abril de 1965
cuando se intentó apresar y cancelar a un grupo de oficiales en
la Jefatura del Estado Mayor del Ejército Nacional, propósito que
fue eficazmente bloqueado y revertido por el teniente coronel
Hernando Ramírez y el capitán Mario Peña Taveras al frente de
un grupo de sargentos, cabos y rasos que prestaban servicios en
esa Jefatura y que estaban comprometidos con el movimiento insurrecional. Como resultado inmediato de esta acción el general
EN Marcos A. Rivera Cuesta, jefe del Estado Mayor, y varios oficiales componentes del mismo fueron hechos prisioneros.
Este episodio dio inicio a lo que luego fue llamado la «Revolución
de Abril», movimiento militar y político-social encabezado por el
coronel AMD Francisco A. Caamaño Deñó, quien asumió el mando por enfermedad del coronel Hernando Ramírez, oficial que
había sido reclutado por el coronel Fernández Domínguez en una
reunión celebrada en el mes de diciembre de 1964.
Permanecí en la zona de combate, inicialmente en varios sitios,
hasta que el gobierno del coronel Caamaño me designó comandante de la Zona No. 1 del territorio constitucionalista, asignación
que mantuve hasta el 2 de septiembre de 1965 cuando, mediante
negociación con el gobierno de los Estados Unidos, que había
invadido el país con 42,000 marines, y la Organización de Estados
Americanos (OEA), se firmó un pacto que le puso fin a esa contienda bélica y se escogió un gobierno provisional presidido por el
doctor Héctor García Godoy.
Sin embargo, todavía tuve que pasar otra prueba de fuego bélico más difícil que la vivida en los múltiples combates en los que
participé en los momentos álgidos de la Revolución. Ocurrió el 19
de diciembre de ese año, cuando todavía las tropas invasoras estaban en el país, a raíz de una visita de un contingente de soldados
36
Las mentiras de la sangre
constitucionalistas y de civiles, dirigido por el coronel Francisco
Alberto Caamaño Deñó, a la ciudad de Santiago de los Caballeros
con el propósito de rendirle homenaje a la memoria del teniente
coronel EN, Rafael Tomás Fernández Domínguez caído seis meses antes por balas norteamericanas, el 19 de mayo, durante un
infructuoso asalto al Palacio Nacional.
Ese día de diciembre, temprano en la mañana, asistimos a
una misa por el alma del coronel y luego fuimos al cementerio
municipal a rendirle respeto a sus restos. Aunque sospechábamos
que podíamos ser objeto de algún tipo de agresión, confiábamos
en que una acción de esa naturaleza sería harto descabellada
dadas las condiciones y compromisos de la tregua establecida.
Nos equivocamos. Fuimos atacados con fuego de fusilería desde
lo alto de un edificio que estaba frente al cementerio, acción
que fue repelida eficazmente huyendo los atacantes, miembros
de la FAD que dejaron abandonado un valioso parque militar.
Además, logramos desactivar explosivos colocados en el lugar de
nuestra ceremonia.
A pesar de tener los nervios crispados y de sospechar de ataques ulteriores, cumplimos con la invitación del señor Antonio
Guzmán, prestigioso hombre de negocios de la localidad y quien
luego llegaría a la presidencia de la República, a un almuerzo en
el hotel Matum, el cual acogía a huéspedes diversos, hombres, mujeres y niños, y a los integrantes extranjeros de un circo montado
a poca distancia. Allí fuimos cercados, mediante una operación
denominada Yunque y Martillo, y atacados desde el Monumento
a la Restauración y su explanada frontal, a menos de 500 metros
de distancia, por tropas del EN y de la FAD apoyadas con ametralladoras 30 mm y vehículos blindados (tanques) de dos tipos,
AMX y L60, con el evidente propósito de aniquilarnos, agresión
que comenzó a las 10 de la mañana y se prolongó, con dos breves
treguas, hasta las 5 de la tarde, y que tuvo además el componente
psicológico de vuelos rasantes de aviones P-51 de la FAD.
La defensa fue organizada dentro del recinto que recibía los tiros de la fusilería y los proyectiles de los tanques que, curiosamente y a nuestro favor, estaban desprovistos de espoletas. Logramos
37
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
inutilizar a uno de esos blindados con una granada antitanque
que le habíamos capturado a los que nos atacaron en el cementerio. La desorganización de los atacantes fue obvia haciendo
que su ofensiva fuera en gran medida ineficaz y operara contra
sus propios soldados. Cerca de las 5 de la tarde, tropas foráneas,
interventoras, al fin decidieron interponerse bloqueando a los
atacantes ante el fracaso de la acción y en conocimiento de las repercusiones políticas y de imagen a nivel nacional e internacional
que podría tener esa alevosa y criminal operación consentida por
ellos mismos hasta ese momento.
Perdimos al pundonoroso y valeroso coronel EN Juan Lora
Fernández, jefe de Estado Mayor del Ejército Constitucionalista
y a un sargento de apellido Peña, y varios resultaron heridos. Los
muertos del lado contrario fueron 72 militares y un elevado número de heridos, un precio muy alto pagado por una operación
estúpida, abusiva, criminal, moralmente incalificable, fallida y
violatoria de acuerdos honorables. El poder foráneo quiso exterminar al profesor Juan Bosch y al alto mando constitucionalista,
a sus aguerridas unidades de combate, con los hombres rana del
capitán de navío de la Marina de Guerra, Manuel Ramón Montes
Arache, en el centro de su mira, y no pudo hacerlo como tampoco
pudo durante el curso de la contienda armada.
Persecución, exilio, regreso a la vida civil
y reintegración en condición de retiro
Tras esto, algunos de los principales líderes de la revolución
fueron desterrados y las Fuerzas Armadas Constitucionalistas
concentradas en un campamento en Villa Duarte, lugar en el que
permanecí hasta la instalación del gobierno del doctor Joaquín
Balaguer, el 1 de julio de 1966. Sin cancelación de mi nombramiento pasé de nuevo, ahora por tercera vez, a la vida civil, ocasión en la que logré obtener por concurso de oposición el cargo
de administrador de la Finca Experimental de Engombe de la
Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
38
Las mentiras de la sangre
Pero no tuve tranquilidad pues en esos cuatro años las fuerzas
oscuras que controlaban la nación dentro y fuera del país me persiguieron, intentaron matarme en varias oportunidades y llegaron a
hacerme prisionero. Temiendo por mi vida y por los efectos negativos sobre la integridad de mi familia, logré salir al exilio en 1970,
ausencia del país que duró ocho años bajo ásperas condiciones,
teniendo que hacer trabajos diversos pero medularmente honestos para ganarme apenas la vida y el sustento de mi familia, hasta
que en 1978, con el ascenso al poder de don Antonio Guzmán,
pude regresar a mi tierra con mi esposa y mis dos pequeños hijos.
Laboré entonces en la Secretaría de Estado de Deportes,
Educación Física y Recreación. Cursé de manera exitosa la carrera
universitaria de Lincenciatura en Administración de Empresas;
pasé a trabajar en la Compañía Dominicana de Aviación en donde ocupé las posiciones de gerente de Regulación y Servicios a
bordo, asistente del subadministrador, gerente de Administración
y gerente de Recursos Humanos.
Fui nombrado profesor en la Universidad Acción Pro
Educación y Cultura (APEC), cargo que ocupé por 16 años culminando mi labor docente allí con el galardón de profesor meritorio. Por igual, impartí docencia en la Universidad Iberoamericana
(UNIBE), desempeñando además las funciones administrativas
de coordinador y director de la Escuela de Administración, obteniendo de este centro docente la distinción de profesor meritorio.
Más tarde, entre el 1996 y el 2000, pasé a formar parte del tren administrativo del gobierno del Dr. Leonel Fernández en calidad de
administrador general de la Compañía Dominicana de Aviación,
cargo que desempeñé hasta el 1998.
Fundé, junto a los licenciados Julio Félix y Blas Sención Silverio,
la firma Auditores y Consultores Félix Sención y Asociados, con
representación internacional, compañía de la cual me encuentro
en la actualidad en calidad de socio retirado. Fui presidente de
la Asociación Dominicana de Profesionales en Administración
(ADOPA) en el período 1992-1994.
Soy miembro fundador del Partido de la Liberación Dominicana
(PLD), del que fui vicesecretario de Formación Política, encon39
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
trándome en la actualidad en condición de semi-retiro por problemas de salud. Agrego que en 1990 y por recomendación del
profesor Juan Bosch formé parte del Partido Unidad Democrática,
institución en la que fui elegido candidato a vicepresidente de la
República, acompañando en la boleta presidencial al Dr. Antonio
Abreu.
Finalmente, debo referir que en 2004 el presidente Dr. Leonel
Fernández Reyna reintegró a las Fuerzas Armadas con ascensos
y retiro inmediato a un apreciable número de militares constitucionalistas cuyos rangos permanecieron en una especie de limbo
por casi cuarenta años, decisión presidencial mediante la cual fui
elevado al rango de mayor (R) ERD. Luego, en el año 2010, mediante el decreto presidencial No.1296-04, de fecha 1 de octubre
de 2004, fuimos reintegrados nueva vez los militares constitucionalistas, ascendidos y puestos en retiro por el decreto 237-10, de
fecha 22 de abril de 2010, concediéndoseme el rango de coronel
del Ejército Nacional.
He realizado las siguientes publicaciones: Historia militar de la
Academia de las Fuerzas Armadas «Batalla de las Carreras», en coautoría con Abelardo Freites Báez, Santo Domingo, Editora de Luxe,
2006; «Consideraciones Generales sobre el asalto al Hotel Matum,
en Santiago». En Seminario de las Fuerzas Armadas la Guerra de
Abril, inevitabilidad de la historia, 2002; Artículos periodísticos,
conferencias, estudios de Administración.
Asimismo, se me han otorgado los siguientes reconocimientos
y condecoraciones: Profesor Meritorio, Universidad APEC (15 de
febrero de 1991); Profesor Meritorio, Universidad Iberoamericana
(28 de junio de 1996); Diplomado en Ciencias Militares por el
Instituto Nacional de la Defensa 27 de Febrero, de la Secretaría
de Estado de las Fuerzas Armadas (7 diciembre 2006); Orden de
Duarte, Sánchez y Mella en el Grado de Oficial, mediante el decreto del presidente, Dr. Leonel Fernández Reyna, No. 251-12 del
12 de mayo de 2012.
40
Capítulo II
Mi testimonio de 1998
Breve introducción
Bajo la firme convicción de que el accidente de tránsito en el
que perdió la vida el teniente de la AMD, Jean Awad Canaán, fue
un hecho fortuito, lo asumí como un doloroso recuerdo por décadas, bien resguardado en mi memoria y del cual, por considerarlo
innecesario y porque las familias del fallecido jamás me procuraron al respecto, nunca ofrecí declaraciones sobre el asunto en los
medios de comunicación social, actitud reservada, propia de mi
carácter, apuntalada por la rígida educación militar que tuve.
Pero en los años noventa del recién pasado siglo, Pilar Awad
Báez, hija del fenecido teniente, inició una campaña pública
tratando de demostrar que lo ocurrido a su padre había sido el
resultado final de una trama criminal en su contra, arrastrándonos
o haciéndonos copartícipes de esa oscura urdimbre a sus
compañeros de viaje, al teniente odontólogo EN Pedro Rodríguez
Botello, fallecido, al mayor (R) EN Manuel Valenzuela Cabral, el
Pelotero, y yo, ahora con el rango de coronel (R) EN, motivo por
el que me vi compelido a ofrecer una compendiada declaración
periodística de ese infausto y casual hecho y de las circunstancias
que lo envolvieron o propiciaron, testimonio que fue publicado a página completa en el periódico Hoy,1 el cual transcribo
Hoy, edición del 5 de agosto de 1998, p. 19B.
1
41
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
textualmente aquí y cuya copia fotostática se reproduce en el
anexo 1 del presente libro.
El Testimonio2
Sención Silverio aclara las circunstancias
en que murió teniente Awad Canaán, en 1960
Hace cuatro meses, el licenciado Lorenzo Sención Silverio sufrió un infarto al cerebelo, del cual aún se recupera. Es hipertenso
y diabético y él mismo da cuenta de que se sintió muy cerca de la
muerte.
El pasado 12 de julio leí en el periódico Hoy un reportaje firmado
por Ángela Peña, de la serie relacionada con los nombres de calles
de Santo Domingo, en la cual familiares del héroe nacional Miguel
Ángel Báez atribuyen la ejecución de órdenes del antiguo coronel
Luis León Estévez la muerte del teniente Jean Awad Canaán.
Ya Sención Silverio había visto que «una periodista pasó un video donde decía que había sido un accidente simulado (la muerte
del teniente Awad Canaán) y en otras publicaciones se ha dicho
lo mismo».
Sención Silverio, hablando motu proprio, se remonta a ese 30
de noviembre de 1960, en que muere el teniente Awad Canaán al
chocar un camión el vehículo que conducía y califica de accidente
el suceso por el simple hecho de que él, Sención Silverio, junto a
dos personas más, viajaba con el joven oficial.
Expresa que en el vehículo también viajaban el primer teniente odontólogo Pedro Rodríguez Botello y el señor Manolo
Debo señalar, por su importancia como elemento motivador, que para esa fecha
estaba bajo la inevitable presión psicológica causada por un grave problema de
salud que afortunadamente superé con la gracia de Dios y los diligentes auxilios
de los apreciados y honorables médicos que me atendieron. Era para mí un
momento crítico invadido por la sensación de la cercanía de un inexorable
final, ocasión propicia, como expresión de una conducta de vida, para confesiones enraizadas en la verdad y no en la mentira, sello de sinceridad que está
estampado en la declaración junto a mi firma. (Nota del autor).
2
42
Las mentiras de la sangre
Teniente Jean Awad Canaán. Fuente: El Caribe, 10 de mayo de 2010, p. 15.
Valenzuela, hoy prestando servicios en la Superintendencia de
Seguros. Sención Silverio indica que solo Valenzuela resultó ileso
en el accidente.
«Fue un accidente, no fue un asesinato político planificado
por miembro alguno de la familia Trujillo o por determinado personero del régimen», añadió.
Desde los días en que ocurrió la muerte del teniente Awad
Canaán, el rumor público ha atribuido la muerte del mismo al coronel León Estévez, entonces casado con Angelita Trujillo, hija del
tirano Rafael L. Trujillo Molina. En Santo Domingo se comentaba
por lo bajo en la época, que la hija de Trujillo estaba enamorada
del joven oficial, cuya esposa Pilar Báez, había muerto misteriosamente de parto. Pilar era hija de los miembros de la conjura que
ajustició a Trujillo en la noche del 30 de mayo de 1961.
Sención Silverio afirma que quiere dejar bien aclaradas las
cosas «porque no quisiera que esto siguiera después de mi muerte
y pueda pensarse que nosotros participamos en algo de lo cual hoy
tuviéramos que avergonzarnos».
43
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
«Estoy», dijo «cien por ciento seguro de que fue un accidente, comprendo, entiendo y lamento el dolor de los parientes del
militar fallecido hace treintaiocho años, pero esa es la realidad».
Dijo que en muchos lugares públicos ha tenido que hacer
aclaración al escuchar decir que se trató de un simulacro «porque
nosotros, que éramos amigos de Jean Awad Canaán, que nos conocimos en la Academia Militar, después de préstamos servicios en
el CEFA, como segundo teniente y éramos los acompañantes en el
vehículo en el cual sucedió el accidente».
«Hace cuatro meses me vi cerca de desaparecer físicamente»,
señala Sención Silverio «y creo llegado el momento de relatar la
verdad de todo lo acontecido».
He aquí ese relato:
«Era uno de los acompañantes en el vehículo en el cual sucedió el accidente. Además, nos acompañaban el primer teniente
odontólogo doctor Pedro Rodríguez Botello, quien murió hace
aproximadamente cinco años y se retiró como coronel odontólogo; y el señor Manolo Valenzuela, que era un joven pelotero
de San Juan de la Maguana, en ese momento, que ingresó en el
CEFA, porque Jean Awad Canaán lo había ido a buscar ese día
para que formara parte del equipo de béisbol de esa organización
y competir en el campeonato Inter-Fuerzas Armadas.
«Manolo Valenzuela llegó a mayor del Ejército y hoy está retirado y trabaja en la Superintendencia de Seguros.
«Ese día, 30 de noviembre de 1960, nosotros amanecimos de
servicio en la fortaleza de San Juan de la Maguana cuando llegó
de la capital el teniente Jean Awad Canaán en un station wagon
Ford Zephir, que había viajado a esa ciudad a buscar al joven
Valenzuela. Cuando lo requirió más o menos a las 8:30 am, se le
informó que Valenzuela no estaba en San Juan de la Maguana,
que había viajado a Las Matas de Farfán a vender unas sillas de
montar que hacía su hermano, que era talabartero.
«Jean nos pidió al doctor Rodríguez Botello y a mí que lo acompañáramos a Las Matas de Farfán a contactar al señor Valenzuela.
Pedimos permiso al coronel Salvador Montás Guerrero, subcomandante de la brigada y nos fuimos a Las Matas de Farfán.
44
Las mentiras de la sangre
Cuando llegamos nos dijeron que Valenzuela no estaba en Las
Matas, sino en Padre las Casas. Regresamos a San Juan y sin informar nada al coronel Montás seguimos para Padre las Casas a buscar a Valenzuela. Llegados allí eran aproximadamente las 11:00,
investigamos y este había viajado a un campo de Padre las Casas.
Jean contactó a un señor en un caballo, para que fuera a buscarlo;
mientras tanto nosotros nos sentamos en un bar que había en el
pueblo frente al parque y nos pusimos a beber tragos, almorzamos
y estuvimos ahí como hasta las 5:00 de la tarde.
«Estuvimos un momento en el play y regresamos al bar. En
ese momento llegó el señor Valenzuela y nos dispusimos a regresar a San Juan de la Maguana donde nos quedaríamos el
doctor Botello y yo, que prestábamos servicio en ese comando.
Al regresar en la carretera, hacia San Juan de la Maguana, en
un lugar llamado Guanito, entre seis y siete de la noche, aproximadamente, Jean, que iba manejando el vehículo, se estrelló
contra un camión Mercedes Benz, cargado de habichuelas que
estaba estacionado a la derecha en el paseo de la carretera, en
vía contraria.
«El chofer del camión se encontraba en una casa cercana donde tenía unos amigos, según nos informaron después».
«El camión estaba parado y fue el vehículo en que íbamos que
se estrelló contra él, ocasionando un accidente real y no como
se ha dicho provocado, o que se cometió un asesinato contra el
teniente Awad Canaán».
Sención Silverio asegura que todos estaban tomados y que posiblemente Awad Canaán «se había quedado dormido».
El propio Sención Silverio, relató que se dio cuenta del accidente por el impacto pues estaba también adormecido «por los tragos».
Agrega que «fue un desgraciado accidente, porque allí
murió un amigo y un compañero, tanto del doctor Rodríguez
Botello como mío y de muchas familias que todavía hoy lloran su
desaparición».
Sención Silverio luego relata:
«En el accidente, el doctor Rodríguez Botello, que iba en el
asiento delantero derecho, sufrió facturas de costillas y clavículas
45
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
y diversos golpes en el cuerpo. Nosotros, que íbamos en el asiento
trasero, lado derecho, sufrimos fracturas del hueso de la nariz
y del brazo izquierdo, así como múltiples golpes en el cuerpo.
Valenzuela que iba a mi lado, fue la única persona ilesa.
«Fuimos trasladados al hospital de San Juan de la Maguana
donde nos atendieron, nos dejaron internos y a los tres o cuatro
días nos trasladamos al hospital Marión, de esta ciudad. Recuerdo
al doctor Felipe Herrera, que nos atendió en San Juan de la
Maguana.
«Cuando estaba en el hospital pregunté qué había pasado con
Jean, no lo veía, había quedado medio inconsciente y creo recordar, no estoy seguro, que fue el doctor Juan Estrella Martínez, que
me dijo que había muerto y que estaba en la morgue del hospital.
Reiteró que «el camión estaba a la derecha y Jean venía en
vía contraria, cruzó la carretera y chocó el camión en la goma
izquierda».
Lorenzo Sención Silverio dijo que si existían problemas entre
Awad Canaán y algún miembro de la familia Trujillo o funcionario
del régimen, lo desconoce. Ratificó que «habíamos tomado bastante» y descartó un fallo mecánico, «presumo que se durmió»,
reitera.
«Al chofer del camión lo sometieron. Fue a juicio. Su abogado
defensor era el doctor Pelayo González. Nosotros fuimos al juicio
como testigos a declarar. La primera vez el juicio lo reenviaron y
según tengo entendido el chofer fue descargado».
«Mi vida ha sido de respeto, de trabajo y de servicio al país.
Hoy estoy enfermo, tengo una esposa, dos hijos, un nieto, muchos
hermanos, muchos amigos, muchos alumnos que me respetan y
me aprecian y no quisiera que esto siguiera después de mi muerte
en que puede pensarse que nosotros participamos en algo de lo
cual tuviéramos que avergonzarnos.
Contó que «a raíz del infarto, nosotros pensábamos que íbamos a morir, escribí una carta que todavía hoy está cerrada, para
el doctor Barón Sánchez Añil, un gran abogado y amigo para que
en caso de mi fallecimiento la entregara a mis hijos y que quedara
constancia para ellos de qué había pasado en este caso, para que
46
Las mentiras de la sangre
no quede en la historia como un asesinato. Estamos cien por ciento seguros de que fue un accidente. Tenemos nuestra conciencia
tranquila y nuestras manos sin mácula. Yo lamento el dolor de sus
familiares, lo entiendo, pero esa es la realidad», concluyó.
Sención Silverio
Lorenzo Sención Silverio nació el 5 de septiembre de 1933 en
Imbert, Puerto Plata. Ingresó a la Fuerza Aérea en 1955 como miliciano. En 1956 fue promovido a cadete de primera promoción
de la Academia Militar Batalla de las Carreras, en la que se graduó
en 1959 como segundo teniente de Infantería. Es hijo de Félix
Sención Guzmán y de María Silverio de Sención.
Estuvo en el Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas
(CEFA) y al cabo de ocho meses fue trasladado al Ejército
Nacional a prestar servicio en San Juan de la Maguana, en noviembre de 1959. De ahí fue trasladado a la «43 Compañía»,
en Constanza. Después de la caída de Trujillo fue transferido
nuevamente a la Academia Militar como instructor en junio
de 1961. Fue cancelado en agosto de ese año debido a que
dos de sus hermanos figuraban en la lista de los fundadores
de la Unión Cívica Nacional. A raíz del movimiento que sacó
a los Trujillo del país, fue reintegrado a esa institución, desempeñándose como instructor oficial, comandante y asistente
del director, coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez.
Cancelado en 1963, estuvo en el movimiento «Enriquillo» que
culminó con el movimiento del 24 de abril en 1965, del cual fue
integrante y nombrado comandante, por el coronel Caamaño,
de la Zona Constitucionalista número 1. Durante el gobierno
de Balaguer pasó a la vida civil. Fue administrador de la finca
de Engombe de la UASD; vivió luego ocho años entre Nueva
York y Puerto Rico. A raíz del triunfo de Antonio Guzmán fue
nombrado director de personal de la Secretaría de Deportes.
Luego fue nombrado en la CDA, como gerente de Regulación
y Servicio a Bordo, gerente administrativo, gerente de Recursos
47
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Humanos y asistente del subadministrador, licenciado Hugo
Bueno Pascual, manifestó.
Estudió en la Universidad CETEC, Administración de Empresas,
y al graduarse fundó junto a un amigo y su hermano la firma de
Auditores y Consultores Félix Sención & Asociados, de la cual es
hoy socio del área de consultas.
Fue profesor de APEC y UNIBE, donde dirigió la Escuela de
Administración hasta 1996 que pasó a ser administrador general
de la CDA y asistente del director de CORDE, doctor Euclides
Gutiérrez Félix.
Está casado con Carmen Liranzo de Sención, con quien ha
procreado dos hijos: Félix Lorenzo y Ulises Lorenzo. Es vicesecretario de la Secretaría de Formación Política del Partido de la
Liberación Dominicana.
48
Capítulo III
Dos testimonios de crédito indiscutible
E
l título del presente capítulo es justo porque atañe a las
versiones ofrecidas por personas de incuestionable moralidad en la vida militar y civil, el mayor (R) ERD Manuel Valenzuela
Cabral (Manolo, el Pelotero en sus años juveniles), quien fue el motivo de la visita de Jean Awad Canaán a San Juan de la Maguana
y, como compañero de viaje del mismo, testigo de excepción del
fatal accidente, injustamente ignorado por Pilar Awad Báez; y el
Dr. Abelardo Herrera Piña, prominente padrecasense, munícipe
distinguido, profesional del Derecho, graduado Cum Laude de la
Universidad de Santo Domingo (todavía no autónoma), quien ocupó importantes posiciones en la judicatura dominicana entre las
que merecen señalarse la de juez presidente de la Primera Cámara
Civil del Juzgado de Primera Instancia del Distrito Nacional, juez
de la Corte de Apelación de Santo Domingo, consultor jurídico
del Ayuntamiento del Distrito Nacional y, finalmente, juez de la
Suprema Corte de Justicia, honorable cargo para el que fue escogido por el Senado de la República en 1982 y que desempeñó
hasta 1991, prosiguiendo, tras su retiro, en el ejercicio privado de
su profesión.
49
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
1. Testimonio del mayor (r) ERD
Manuel Valenzuela Cabral1
En su juventud, era famoso en San Juan de la Maguana porque
era buen pelotero, era cátcher. Se distinguió dentro de los muchachos que jugaban. Era buen bateador y buena defensa.
El hermano mayor de Manolo, Lorenzo Valenzuela, tenía un
taller de zapatería y talabartería donde hacía frenos, panós y sillas
de montar para los caballos de montura.
Los días de feria, Lorenzo acostumbraba a ir a los sitios donde
estas se celebraban y uno de esos campos era Guayabal, que pertenecía a Padre las Casas. Manolo iba con su hermano a ayudarlo
en las ventas.
Después que ya estaban allá, llegó un señor en una montura y
allá en el campo habló con su hermano Lorenzo a quien les dijo
que había unos oficiales deportistas que querían ver a Manolo.
Lorenzo habló con su hermano Manolo y lo autorizó a que fuera
a conversar con los oficiales.
Cuando llegaron a Padre las Casas, había unos oficiales que le
dijeron que tenían referencias de él (de Manolo) y que querían
que formara parte del equipo que estaban formando en el CEFA.
Había dos oficiales que Manolo no conocía, y otro, Lorenzo
Sención, sí, ya que era deportista y Manolo había jugado con él.
Entonces se enteró que el oficial que conducía era Jean Awad
Canaán y que el otro era el doctor Rodríguez Botello.
Le informaron a Manolo que como era buen pelotero, querían que formara parte del equipo del Centro de Enseñanza de
las Fuerzas Armadas. Manolo conversó con su madre para pedirle
permiso para venir a Ciudad Trujillo, permiso que obtuvo de ella.
Salieron todos para San Juan. Manolo estaba cansado y se durmió, por lo que no supo a la velocidad que el oficial que manejaba
estaba conduciendo, que era un militar muy joven. De pronto,
Manolo sintió que el carro daba un giro muy fuerte, y luego otro
giro, circunstancia que lo hizo despertar. Estaban en el trayecto de
N. Despradel, Pilar y Jean, pp. 220-222.
1
50
Las mentiras de la sangre
Manuel Valenzuela Cabral, Manolo, el Pelotero.
una sección llamada Guanito, a la entrada, un poco más adelante,
y había un camión estacionado cargado de habichuelas. El oficial
conductor no pudo controlar bien el carro y su vehículo chocó con
el camión estacionado. En ese momento, Manolo pudo ver que el
joven oficial había quedado aprisionado entre el guía y el asiento.
Con la frente, Manolo rompió el cristal de la ventana donde estaba sentado, la puerta se abrió y cayó al suelo, cerca del vehículo.
Como no estaba mal herido, pudo incorporarse y vio que la goma
delantera izquierda del vehículo donde él venía se había enganchado con la parte delantera izquierda del bomper del camión.
Manolo volvió a ver el vehículo donde ellos venían y confirmó
que el oficial había quedado aprisionado entre el guía y el asiento.
Manolo se dio un golpe en la cabeza y en una pierna, pero no
fueron golpes de consideración.
Venía Sención, otro oficial que él no conocía (Rodríguez
Botello), y el oficial que iba conduciendo, a quien tampoco conocía. Llevaron a los tres oficiales y a Manolo al hospital de San
Juan de la Maguana, donde se enteró que el que conducía había
51
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
fallecido y que los otros dos habían sufrido heridas de consideración. Después supo que los dos oficiales heridos, pero que habían
sobrevivido, pasaron varias semanas hospitalizados en la capital.
El camión estaba estacionado. Antes del accidente, Manolo no
se dio cuenta del camión, pero luego del choque lo notó.
Manolo informó que luego de que lo recogieran a él en
Guayabal, el oficial que conducía y los otros dos que lo acompañaban, no ingirieron bebidas alcohólicas ni se detuvieron en ninguna parte. El oficial conductor iba directo a San Juan a dejar a los
oficiales Sención y Rodríguez Botello. Solo estaban esperando al
pelotero y tan pronto lo encontraron, salieron hacia San Juan. El
accidente fue 22 kilómetros antes de llegar a esa ciudad.
Manolo informa que la familia de Jean Awad Canaán, ni ninguna persona, ha tratado nunca de comunicarse con él para obtener
su versión del accidente en el que perdió la vida Jean Awad Canaán.
A Manolo por fin lo llevaron a la Fuerza Aérea y jugó con el
equipo de la Aviación. Antes de aceptar venir a la capital, consultó
con su madre si podía venir a jugar a la capital. Era muy respetuoso de su madre y de su hermano mayor.
En la Fuerza Aérea siempre se dijo que fue un accidente real,
nadie dijo que había sido provocado, nadie hizo un comentario
de otro tipo, o por lo menos, él nunca lo escuchó.
Manolo es huérfano de padre desde que tenía un año de edad.
Su madre era lavandera y lavaba en el río para las personas pudientes. Manolo desayunaba, comía y cenaba a las seis de la tarde,
y siempre ha sido muy respetuoso de ella porque trabajó mucho
para poder levantar a sus hijos.
Fue un buen pelotero, siempre amateur. Susistía por las ayudas
que le daban los muchachos amigos suyos, los que se juntaban con
él. Manolo limpiaba zapatos y con eso se ayudaba a mantenerse y a
pagar sus estudios. Se hizo dactilógrafo y se quedó como escribiente en el Ejército, donde estuvo por 37 años, cuando lo pensionaron. Primero era de la Aviación, que pertenecía al Centro.
[rúbrica]
Manolo Valenzuela Cabral
52
Las mentiras de la sangre
Yo, Lic. Rolando Jiménez Coplín, abogado, notario público de
los del número del Distrito Nacional, colegiatura No. 4098, con estudio profesional abierto en la calle Crucero Ahrens No. 7, primer
piso, La Primavera, de esta ciudad, certifico y doy fe: que la firma que antecede fue puesta libre, personal y voluntariamente por
el señor Manolo Valenzuela Cabral, de generales que constan,
quien me ha declarado que esa es la firma que acostumbra a usar
en todos sus actos tanto públicos como privados. En la ciudad
de Santo Domingo de Guzmán, Distrito Nacional, capital de la
República Dominicana, hoy día doce (12) del mes de julio del año
dos mil diez (2010).
Lic. Rolando Jiménez Coplin
Notario Público
2. Testimonio del doctor abelardo herrera piña
Aclaración de unos hechos
En ocasión de unas declaraciones que aparecieron en la
prensa hechas por la hija del finado teniente de la Fuerza Aérea
Dominicana, Jean Awad Canaán, nos enteramos que la otra persona que junto a este y al doctor Rodríguez Botello y que estuvieron
en Padre las Casas el día que ocurrió el fatal accidente, era el señor
Lorenzo Sención Silverio.
Tiempo después de esas declaraciones nos encontramos accidentalmente con Sención Silverio en la calle El Conde esquina
Arzobispo Meriño, cerca de donde tenemos nuestra oficina y
cuando le expresamos que lo habíamos visto en el bar que estaba
frente al parque y que vimos el vehículo estacionado en el lugar,
vehículo que estaba muy de moda en esa época y que era una
«pick up o pisa» y corre como le llamaban para ese entonces
y a los que hoy llaman station wagon, marca Ford Zephyr, de
color azul y gris, ambos quedamos sorprendidos porque después
53
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
de tantos años de conocernos nunca habíamos hablado de ese
lamentable hecho.
Le dijimos en esa oportunidad que lo que él había dicho a la
hija del teniente Awad Canaán se correspondía con los hechos y
que nosotros teníamos conocimiento de otras cosas que él ignoraba.
El 25 de febrero de este año esas mismas declaraciones fueron
repetidas en el periódico Diario Libre y el 7 de abril en el Listín
Diario y en esas declaraciones la hija del finado teniente Awad
Canaán, dudaba de la versión que de los hechos ha dado Lorenzo
Sención Silverio.
La visita a Padre las Casas del teniente Awad Canaán, pudo
haber pasado como una visita más de cualquier persona, si no hubiera ocurrido el lamentable accidente en que este valioso joven
militar perdiera la vida y en la que nos interesamos todos los que
de alguna manera tuvimos conocimiento después, de su vida y de
su honorable familia.
Al otro día del lamentable suceso llegó la noticia, de que el
militar que había estado en Padre las Casas ese mismo día y que
respondía al nombre de Jean Awad Canaán había perdido la vida y
que sus acompañantes entre los cuales estaba el doctor Rodríguez
Botello, habían resultado lesionados al chocar el vehículo en que
viajaban con un camión estacionado en una curva en la carretera
entre Los Bancos y Guanito.
Recordamos que comentando el accidente con Manuel
Germán, padre del patriota Amaury Germán Aristy, que vivía en
la calle por donde iba el vehículo nos dijo que iban tan ligero que
tuvo que frenar al final de la calle y que le dijo a unas personas que
estaban junto a él, que si continuaban a esa velocidad no llegarían
a Las Yayas, por ser una carretera de muchas curvas y que ya casi
estaba oscureciendo.
Interesado en el acontecimiento conversamos con el propietario del negocio, el señor Francisco Casado y nos dijo que ellos
le informaron que estaban esperando a un joven pelotero que
habían enviado a buscar a Guayabal y que mientras esperaban por
esa persona, habían almorzado allí y consumido algunas bebidas,
que también habían ido a la gallera y al campo de pelota.
54
Las mentiras de la sangre
En San Juan conversando con amigos nos dijeron que tenían
conocimiento del itinerario que había seguido el teniente Awad
Canaán y que es el mismo que ha descrito Lorenzo Sención
Silverio en sus declaraciones.
En San Juan, con las personas que regularmente conversábamos, nunca comentaron que la muerte del teniente Awad Canaán,
fuera un atentado o una muerte de la tiranía trujillista y es lógico, porque por los acontecimientos y por todo lo sucedido, es
absurdo pensar o deducir que fuera una muerte producto de una
conspiración para acabar con la vida de este joven.
A fines del año 1962 por recomendación del doctor Livio Peña
López, médico nativo de San Francisco de Macorís que ejercía en
San Juan, recibimos en nuestra casa en Padre las Casas, procedentes de San Juan, la visita de los padres de Awad Canaán, quienes
estaban interesados en conocer la verdad de los hechos y a quienes
le contamos lo que aquí hemos relatado; y además, viajamos con
ellos a San Juan, donde ocupábamos la función de Juez de Paz,
y en el trayecto nos detuvimos en la curva de la carretera donde
ocurrió el accidente.
A nuestro parecer por el relato que le hicimos y, especialmente, por las informaciones que obtuvieron en San Juan, los
padres del teniente Awad Canaán, quedaron convencidos de que
la muerte de su hijo fue el producto de un fatal accidente y no
un asesinato.
Debo aclarar, para que no se pretenda creer que nos estamos
inventando los hechos, que a fines del año 1960, viajábamos a San
Juan donde estábamos tratando de establecernos para ejercer la
profesión de abogado, cosa que no ocurrió sino hasta julio de
1961, después de la muerte de Trujillo, porque por mi condición
de hermano de un preso, quien junto a seis compañeros formaban
parte de un complot contra la vida del tirano, no me otorgaron el
exequátur para ejercer la profesión.
Hay muchas personas en San Juan y aquí en Santo Domingo
que pueden dar testimonio de este acontecimiento, como son el
médico que recibió el cadáver de Awad Canaán y de las lesiones
sufridas por este; de la condición y de las heridas que recibieron
55
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
tanto el señor Manolo Valenzuela, el doctor Rodríguez Botello y
Lorenzo Sención Silverio.
Hacemos estas declaraciones espontáneamente para tranquilidad de la familia de Lorenzo Sención Silverio, de sus amigos,
relacionados y todas las personas que lo conocen.
Por último, autorizo al señor Lorenzo Sención Silverio, a darle
a este documento el uso que desee, ya sea para satisfacción de su
familia, como para cualquiera otra persona o para la prensa si así
lo deseare.
Santo Domingo, Distrito Nacional, República Dominicana, a
los quince (15) días del mes de abril del año dos mil diez (2010).
[rúbrica]
Dr. Abelardo Herrera Piña
Yo, Lic. Rolando Jiménez Coplin, abogado, notario público de
los del número del Distrito Nacional, colegiatura No. 4098, con estudio profesional abierto en la calle Crucero Ahrens No. 7, primer
piso, La Primavera, de esta ciudad certifico y doy fe: que la firma que antecede fue puesta libre, personal y voluntariamente por
el Dr. Abelardo Herrera Piña, de generales que constan, quien
me ha declarado que esa es la firma que acostumbra a usar en todos sus actos tanto públicos como privados. En la ciudad de Santo
Domingo, Distrito Nacional, capital de la República Dominicana,
hoy día quince (15) del mes de abril del año dos mil diez (2010).
[rúbrica]
Lic. Rolando Jiménez Coplin
Notario-Público
56
Capítulo IV
Tres premisas que ameritan ser conocidas
1. Mi relación personal y militar con
el teniente Jean Awad Canaán
En La verdad de la sangre, sus autoras, refiriéndose a mi persona
dicen que «Jean no lo conocía mucho, nunca habían sido amigos.
Sus padres George y Emelinda nunca lo conocieron y tampoco fue
invitado a su boda con Pilar, dos años y medio atrás».1 Ciertamente,
no formé parte del círculo de sus amistades en los que eran prominentes el coronel Luis José León Estévez, ni de los contertulios
deportivos en los jardines de la casa León Estévez-Trujillo Martínez
y, lógicamente, no tenía por qué ser invitado a su magnificente y
suntuosa nupcias con Pilar Báez, celebrada con gran parafernalia
bajo el acogedor y complaciente padrinazgo de Trujillo.
En ese momento yo era un simple cadete y de extracción social
y origen étnico diferente al que tenía Jean Awad, pero eso no significa que no guardara con él una excelente relación de respeto y
aprecio en ese tiempo de mi preparación académica aún a pesar
de que él no fue nunca profesor de la institución pues sus asignaciones no eran de tipo docente, si no administrativas como las de
oficial de mesa y de Administración, apetecibles y aspiradas por
muchos por los beneficios que otorgaban y que solo eran puestas
Pilar Awad Báez y Eva Álvarez, La verdad de la sangre. Jean Awad y Pilar Báez,
dos trágicas muertes durante la tiranía de Trujillo, Santo Domingo, Editora Búho
(impresión), 2013, p. 128.
1
57
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
en manos de oficiales de gran confianza con sus superiores o que
estaban bien «enllavados» con los altos mandos del sistema. El
hecho de que al llegar a San Juan de la Maguana me procurara en
primer lugar para que lo acompañara, junto al médico odontólogo, teniente ERD, Pedro Rodríguez Botello (amigo de él desde los
tiempos en que coincidieron en Restauración), es una prueba de
la excelente relación amistosa entre ambos.
No soy psicólogo en la actualidad. Soy coronel retirado (rango
que obtuve en 2010, pues durante la dictadura el más alto que alcancé fue el de segundo teniente), licenciado en Administración
de Empresas y exprofesor de esa disciplina en dos de nuestras
universidades, por lo que no estoy capacitado para describir las
características personales de Jean Awad Canaán y por esta razón
me limito a transcribir la breve apreciación que sobre él ofreció el
mayor general (R) ERD Julio César Ramos Troncoso:2 «Él y todos
en la Academia querían mucho a Jean Awad Canaán, que era un
tipo muy simpático y agradable», agregando que se le tenía mucho aprecio y que «era una persona muy allegada a Luis José León
Estévez y a su familia».3
Lillian Gómez, que estaba casada con el teniente José Ramón
Ruiz Fernández, Quico, pareja que coincidió en Jimaní con Jean
Awad y Pilar Báez y que luego de la muerte de esta lo siguió tratando en los juegos de voleibol en la casa del matrimonio León
Estévez-Trujillo Martínez, refiere en su testimonio que Jean «era
relajado, porque relajaba mucho de boca»4 y que no era altanero.
Esta afirmación que es solo una pincelada, unida a la del general
Ramos Troncoso, muestra que Awad era persona de trato agradable, buen conversador y de actitud servicial, presto a colaborar
aún en las tareas más sencillas, apreciación con la que coincide la
mayoría de quienes lo conocieron en su vida militar.
El general Ramos Troncoso es uno de los oficiales más respetados, admirados
y apreciados por los oficiales que fueron sus alumnos y en todas las fuerzas
armadas.
3
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 250.
4
Declaraciones ofrecidas por Lillian Gómez los días 13 y 14 de junio de 2012.
Ver datos de la entrevista de Lillian Gómez con Lorenzo Sención Silverio y
Naya Despradel el 19 de mayo de 2014 (anexo 2).
2
58
Las mentiras de la sangre
2. Jean Awad Canaán buscaba peloteros
Las autoras de La verdad de la sangre emiten un juicio totalmente errado cuando, tratando de darle consistencia al criterio de que
la muerte de Jean Awad Canaán ocurrió por vía de un asesinato
y no de un accidente fortuito, dicen textualmente: «Se necesita
muy corta visión o muy mala intención para resaltar el hecho de
que un oficial con méritos académicos no era la persona indicada
para ser enviado a la misión de buscar un pelotero a San Juan de
la Maguana para traerlo a la capital».5 En realidad, la «muy mala
intención» le corresponde a las autoras porque, como veremos,
Jean Awad Canaán no era poseedor de los méritos académicos o
militares que le han querido atribuir y sí buscaba peloteros.
Lo cierto es que Awad en su formación militar no tuvo que
atravesar un largo camino docente bajo la más rígida disciplina
y las enseñanzas de profesores estrictos, bien seleccionados y
altamente capacitados, nacionales y extranjeros, como los que
rindieron sus servicios en la Academia Militar de las Fuerzas
Armadas Batalla de las Carreras. Él fue simplemente admitido
en el Ejército Nacional gracias a la influencia del general Virgilio
García Trujillo, pariente político cercano de su hermano George
Edgar Awad Canaán, quien era su concuñado, y solo después, por
influencias familiares, fue llevado al rango de segundo teniente
que es el primer peldaño en el escalafón para oficiales. Su labor
en la Academia, privilegiada y ansiada por muchos, era eminentemente administrativa.
Lo segundo es que pretenden desconocer, así creo, que en
esos años los distintos institutos de las Fuerzas Armadas se disputaban la primacía en asuntos deportivos, siendo el béisbol el
de más importancia entre las disciplinas que competían en esos
eventos militares. En tal virtud, la AMD y el CEFA, aunque eran
instituciones diferentes en cuanto a su misión y funcionamiento,
estaban íntimamente coaligadas bajo la tutela y el celoso control
de Ramfis Trujillo, jefe de Estado Mayor Conjunto de Aire, Mar y
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 219.
5
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Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Tierra, función que ejecutaba a través de sus confiables subalternos uno de los cuales era el coronel AMD Luis José León Estévez.
De esta manera, la captación en la juventud dominicana, sobre
todo a nivel de los estratos medios y bajos de la población, de
los mejores valores para incorporarlos a las distintas disciplinas
deportivas en condiciones especialmente privilegiadas, era, sobre
todo en tiempos tranquilos, no conflictivos, un asunto de primer
orden. «Escuchas» en los pueblos y en los campos, como lo fue el
inmortal del béisbol Horacio Martínez, detectaban a estos jóvenes
que luego eran buscados por oficiales de las distintas ramas castrenses. Sin lugar a dudas, estos empeños que mejoraban la calidad de
los equipos que competían internamente en las Fuerzas Armadas,
le dieron al país lúcidas estrellas que brillaron en los estadios nacionales y, en el caso particular del béisbol, en las Grandes Ligas,
siendo el máximo exponente de este grupo élite nuestro Juan
Marichal, miembro del Salón de la Fama de Cooperstown.
Y eran precisamente oficiales, muchos de ellos académicos,
dotados en general de aptitudes deportivas y de inclinación al
desarrollo de los deportes, los escogidos para cumplir esta función que en tales condiciones y en virtud de las satisfacciones que
lograban ante sus superiores, no era una labor denigrante, sino
al contrario, enaltecedora y que cumplían a gusto, misiones que
además les permitían escapar de la rutina y el tedio de los cuarteles militares y de otros compromisos conexos, y gozar de una
bien ganada aventura andando por los pueblos del país bajo la
admiración y respeto de la gente y de quienes los auxiliaban en el
cumplimiento de esos encargos.
Las referencias en este sentido abundan pero, a título de ejemplo, reseño las siguientes dotadas de inapreciable garantía dada
por el prestigio de quienes las emitieron. Para el general (R) EN
Tommy Fernández Alarcón, los oficiales salían a buscar peloteros6
mientras que para el coronel (R) EN José Antonio Guerra Ubrí,
esta era una función normal dentro de las Fuerzas Armadas todas,
indicando que él mismo había salido varias veces en compañía
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 237.
6
60
Las mentiras de la sangre
de Jean Awad Canaán a cumplir tal misión en la que, en otras
ocasiones, participaron también los oficiales militares Pedro Julio
Guerra (hermano de aquél), Manuel Paulino Germán, Elio Osiris
Perdomo,7 el general piloto (R) Nelton González Pomares8 uno
de los oficiales de mayor prestigio de la AMD, y el mayor general AMD Fernando A. Sánchez hijo, Tunti (fallecido), amigo de
Ramfis que llegó a jefe del Estado Mayor de la AMD. Sobre esto se
expresaron también el mayor general (R) EN Julio César Ramos
Troncoso,9 el doctor Emilio Ludovino Fernández,10 y Jesús del
Castillo, Chuchi quien señaló que en esta función participaron oficiales como Manuel Paulino, Orlando Saillant Ornes y Jean Awad
Canaán.11
Y todavía más, en esta misma dirección. La señora Diana Ríos
Jóvine, quien sostuvo una cálida relación pasional en los meses
de viudez (no antes de la muerte de Pilar Báez) con Jean Awad
Canaán afirmó de manera enfática, mediante declaraciones ofrecidas a Naya Despradel en los meses de mayo y junio de 2012,
autorizadas para su publicación, que él (Jean) era buscador de
peloteros, que viajaba «como una vez al mes» cumpliendo esta
función, llegando incluso a manifestarle que él había sido quien
había descubierto a Juan Marichal.12 información que ella (Diana)
reforzó diciendo que el día anterior al viaje de Jean a San Juan de
la Maguana este la visitó comunicándole la misión que tenía de ir
a San Juan de la Maguana a localizar un buen prospecto y traerlo
al CEFA.13
Pero, si todavía esto no bastara, hay algo más y de capital
importancia en esta actitud colaboracionista del joven oficial.
Proviene de entrevistas realizadas por Naya Despradel al doctor en
Medicina Cosme Batlle, eminente oftalmólogo y anestesiólogo, al
Ibídem, p. 211.
Ibídem, pp. 218-219.
9
Ibídem, p. 252.
10
Ibídem, p. 124.
11
Ibídem, p. 155.
12
Comunicación de Diana Ríos Jóvine a Naya Despradel, 23 mayo, y 5 y 23 de
junio de 2012.
13
Ver anexo 12.
7
8
61
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
reconocido abogado y jurista Juan Sully Bonnelly, expresidente de
la Junta Central Electoral, y al doctor José Rafael Álvarez Sánchez.
Para que se pueda comprender mejor el significado de lo que
afirmaron los dos primeros antepongo el testimonio del último
(Álvarez Sánchez) sobre ciertos aspectos de la conducta personal
de Jean Awad Canaán.
Según su apreciación el joven oficial «era una de esas personas que siempre estaban dispuestas a realizar las tareas que
había que realizarse cuando él estaba, como que si había que
buscar una silla, Jean la buscaba. Si había que servir un trago,
Jean lo servía. Que podía describirse a Jean como una persona
hiperactiva».14 En otras palabras, pinta a Jean Awad como una
persona jovial, servicial y presta a colaborar hasta en los menesteres más simples. A esto, Álvarez Sánchez agregó que Luis
José León Estévez le solicitó que lo acompañara a San Juan de la
Maguana en la búsqueda del pelotero pero que Awad, atrapado
en la habitual prisa con la que hacía las cosas, no lo procuró al
momento de salir rumbo a su misión.15
El doctor Cosme Batlle recibió del doctor (odontólogo)
Humberto Mejía Lantigua, quien fuera en su juventud un excelente voleibolista y uno de los concurrentes a los juegos de esta disciplina en la cancha de la residencia de los esposos Estévez-Trujillo,
la referencia de que él (Mejía Lantigua) había sido testigo del
momento en el que León Estévez dijo que había que ir a San Juan
de la Maguana a buscar un pelotero. Ante este comentario, que
ni siquiera estuvo dirigido a la obtención de un voluntario, Jean
Awad Canaán se ofreció cortésmente a cumplir esa misión. Por su
parte, el doctor Juan Sully Bonnelly, quien fue un gran amigo de
Mejía Lantigua y le escuchó decir en varias ocasiones lo mismo,
corroboró la versión de Batlle asegurando que el joven oficial se
ofreció obsequiosamente a cumplir con esa misión.16
Estos breves testimonios, provenientes de personas de reconocida solvencia moral de nuestro medio social y desprovistas de
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 231.
Ibídem, p. 321.
16
Entrevistas de Naya Despradel a Cosme Batlle y Juan Sully Bonnelly.
14
15
62
Las mentiras de la sangre
intereses espúreos en relación al tópico de referencia, merecen
entero crédito. Sobre esta base es posible decir que la misión de
ir a San Juan de la Maguana a buscar un pelotero cumplida por
Jean Awad Canaán no estuvo regulada en origen por una orden
superior ni dependió de una selección particular preferencial de
su persona aunque luego de ser asumida voluntariamente por el
joven oficial entrara a formar parte de la mecánica institucional en
el sentido de que si se ofreció espontáneamente entonces estaba
sujeto a cumplir y llevar a cabo su misión y Awad era ejemplar en
esto. De esta manera, es perfectamente comprensible la verdadera
esencia, trenzada en la amistad y el aprecio, que permea el diálogo
del superior jerárquico con su subalterno según lo describió el
doctor Emilio Ludovino Fernández Rojas presentado en el tópico
siguiente.
Como se puede apreciar, la búsqueda de peloteros para integrarlos a los equipos de las distintas instituciones militares era
una realidad en esa época, confiada en general a oficiales que
tenían inclinaciones o aptitudes deportivas o que simplemente gozaban de alto aprecio en sus superiores. Muchos de estos hombres
poseían elevados grados académicos obtenidos gracias a estudios
militares formales tanto en el país como en el extranjero, créditos
que a esos niveles no poseyó Jean Awad Canáan. Visto así el asunto, puedo afirmar sin equívoco, que Jean Awad Canaán, tenía la
misión de buscar preloteros.
3. Jean Awad Canaán: diestro
pero temerario conductor
Volviendo a la página 219 del libro La verdad de la sangre, transcribo la expresión: «Arribó pronto a San Juan de la Maguana. Jean
era un conductor realmente diestro, que sorteaba muy bien las intransitables carreteras de la época». Sin lugar a dudas era diestro
con el volante si se considera que salió de su casa a las 4:45 am, tan
solo con un café tomado apresuradamente y, después de haber
invertido un tiempo no precisado en la infructuosa búsqueda de
63
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
su amigo Publio Marchena (¿15 a 20 minutos, tiempo mínimo?),
se dirigió de inmediato a su destino.17
Si no se detuvo en algún punto de la ruta para un breve desayuno, tomar algo de líquido y cumplir con alguna necesidad
fisiológica, cosas que usualmente se hacen y retrasan un tanto
el tiempo, recorrió la distancia de 204 kilómetros entre Ciudad
Trujillo y San Juan de la Maguana en apenas unas tres horas, cosa
que ahora es factible, normal, pero no en esa época cuando las
carreteras eran «intransitables» según las palabras referidas en el
párrafo anterior.
Debe tenerse en cuenta que la primera mitad del viaje la hizo
de noche porque hacia finales del mes de noviembre y principios
de diciembre el sol «sale» tardíamente, minutos después de las
siete de la mañana; que las luces de los faros de los vehículos eran
menos efectivas en comparación con las actuales; que las rectas
eran de extensión limitada en comparación con las numerosas
curvas existentes, varias de ellas de alto riesgo como la «del Turco»
en Madre Vieja y «El Número» entre Baní y Azua; y que tuvo que
desacelerar la marcha en el molesto cruce de San Cristóbal, Baní y
Azua incluyendo las postas de control y vigilancia policíaco-militar
a la entrada y salida de esas poblaciones y en otros puntos estratégicos de la ruta debido al celoso control que tenía el régimen
sobre el desplazamiento de la gente en las carreteras.
Realmente se necesitaba ser diestro para recorrer esa distancia
en esas condiciones en el tiempo en el que lo hizo. En esto las
autoras de La verdad de la sangre tienen razón. Pero lo que pasan
por alto es que esa destreza motora y funcional estaba amarrada
a un notable espíritu o carácter temerario, conducta que era bien
conocida por amigos y compañeros de oficio. Eso es lo declarado
a Naya Despradel por José Antonio Guerra Ubrí en el sentido de
que existían dos oficiales, Jean Awad Canaán y Rafael Fernández
Domínguez que eran excelentes «drivers» y, por ende, famosos
corriendo a gran velocidad, motivo por el que eran reconocidos
con el calificativo de «los demonios».
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 305.
17
64
Las mentiras de la sangre
Fernández Domínguez mostraba sus cualidades en las pistas
de la base aérea y ambos18 en las carreras que echaban desde San
Isidro al Ensanche Benefactor (hoy Ozama), ruta de solo dos vías,
estrecha, y en donde «era peligroso correr a una alta velocidad»
según el general (R) Tommy Fernández Alarcón.19 La proclividad
de Awad Canaán a pisar a fondo el acelerador es lo que se deduce,
con toda lógica, de la expresión «corría muchísimo» del doctor
Eliseo Rondón Sánchez,20 quien lo conoció bien durante sus años
de servicio médico en la AMD.
El general (R) Tommy Fernández Alarcón, citado en el párrafo anterior, va más lejos en su apreciación del intempestivo
modo de conducir de esos dos oficiales, asunto que a su juicio le
hizo tomar la decisión (evidentemente para proteger su seguridad física) de «no montarse ni con Fernández Domínguez ni con
Jean Awad Canaán porque tenía miedo de la velocidad a la cual
conducían, miedo compartido con otros compañeros», agregando, para afincar este criterio, que su padre le prohibió subirse a
todo auto manejado por uno de los dos.21 En el mismo sentido se
expresó el abogado doctor José Rafael Álvarez Sánchez al acotar
que Awad «siempre andaba en el carro a velocidad muy temeraria y que por eso él muchas veces declinó montarse con él. Iba
a ir a San Juan con Awad solamente porque León Estévez se lo
había solicitado».22
Según referencias de la señora Arlette Fernández, viuda del
coronel Rafael Fernández Domínguez, el modo temerario de conducir de su esposo lo llevó a sufrir varios accidentes de los que por
fortuna escapó sin mayores problemas pero no así varios de sus
familiares que solían acompañarlo. Hasta donde sabemos, Awad
Canaán tuvo suerte en este sentido excepto por el accidente que
le costó la vida en las cercanías de San Juan de la Maguana.
Puede insertarse dentro de los criterios de manejo temerario (y
por naturaleza irresponsable) de Jean Awad parte de la declaración
20
21
22
18
19
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 216.
Ibídem, p. 237.
Ibídem, p. 248.
Ibídem, p. 237.
Ibídem, p. 322.
65
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
del doctor Emilio Ludovino Fernández Rojas que bajo el título
de «Asuntos históricos. Por respeto a su memoria» fue publicada
en la edición del 20 de julio de 1998 del Listín Diario.23 Abogado
de profesión, Fernández, hermano paterno del coronel Rafael
Fernández Domínguez, llegó a ser un militar de alta jerarquía,
canciller de la República, agregado militar y embajador en varios
países, alto dirigente político del PRD y «persona muy respetada
por el cumplimiento de sus deberes en todas las posiciones que
ocupó y por su sentido de responsabilidad»,24 quien al momento
de la muerte de Jean Awad tenía el rango de teniente oficial de
leyes y laboraba en el despacho del coronel Luis José León Estévez
en el CEFA.
Refiere Fernández que «En en la mañana tempranito del mismo día del accidente» me encontraba en la oficina del director
del centro despachando asuntos rutinarios. De pronto entró a la
oficina el teniente Jean Awad Canaán sin anunciarse. Debo decir que aún los coroneles tenían que hacerlo, pero no él. Tenía
confianza para hacerlo. Yo no era más que un teniente oficial de
leyes y fui anunciado previamente por el ayudante del director,
primer teniente, José Antonio Fernández Collado. El coronel
León Estévez, al parecer, decidió continuar trabajando conmigo,
pero de pronto se detuvo y miró fijamente al teniente Jean Awad
Canaán. «Teniente me han dicho que usted conduce demasiado
rápido. No hay ninguna prisa. Vaya y busque al joven ese y vuelva
sin precipitarse». (Se refería a un pelotero que vivía en el Sur).
Jean Awad sonrió. No hizo ningún comentario sobre su manera
de conducir. Solamente sonrió. El coronel León Estévez lo volvió
a increpar: «Teniente, yo no estoy jugando, lo que estoy es dándole una orden. Vaya despacio. Usted no tiene que precipitarse.
Conduzca con moderación». Jean Awad, ahora en serio, se cuadró
en atención. Lo saludó militarmente. «¿Nada más, señor?» le preguntó, «sí, se puede retirar».
Este pasaje, transcrito del citado artículo, ha sido desacreditado por Pilar Awad Báez porque su autor cometió el equívoco de
N. Despradel, Pilar y Jean, pp. 122-125.
Ibídem, p. 122.
23
24
66
Las mentiras de la sangre
señalar que ese encuentro se produjo en la misma mañana del
día del accidente, cosa que a todas luces no pudo ser porque a esa
hora el joven teniente ya estaba en San Juan de la Maguana, error
que desde luego utilizan las autoras de La verdad de la sangre como
un apoyo más para expresar que las recomendaciones de prudencia al conducir que le da el coronel a su subalterno eran parte de
un teatro, de una farsa, de una simulación encubridora dirigida
a protegerse la espalda por lo que supuestamente ocurriría horas
después.
Es posible que a casi 50 años de distancia en el tiempo el doctor
Fernández confundiera la fecha o el momento de ese encuentro
formal, cosa que bien pudo haber ocurrido el día previo. Según el
testimonio de la señora Diana Ríos Jóvine, la novia del entonces
viudo Jean Awad, cuando este la visitó el día anterior al de su viaje
a San Juan, el oficial tenía bien definida la misión de ir a la población sureña a recoger al pelotero Valenzuela. Awad gozaba de
un altísimo aprecio en las preferencias del coronel hasta el punto
de tolerarle acciones contra la formalidad y el protocolo militar,
cosas que jamás le hubiera permitido a otros subalternos o aún a
oficiales dentro de su mismo rango y en esto no se puede perder
de vista el sólido vínculo que unía a Awad a uno de los hombres
que estaba en el más alto aprecio de Trujillo en esos momentos,
el señor Miguel Ángel Báez Díaz, padre de su difunta esposa y
abuelo de su hija Pilar.
Y no hay dudas de que el coronel sabía de la forma temeraria de conducir del joven oficial quien era, por lo demás, uno de
sus preferidos para el tipo de misión encomendada, la de buscar
peloteros. No sin razón quiso que su compañero de viaje fuera el
doctor José Rafael Álvarez Sánchez quien en su testimonio a Naya
Despradel le dijo al respecto que Awad, simplemente, no pasó a
recogerlo.25 Como referí en otra parte, resulta demasiado tortuoso pensar que León Estévez tuviera en su mira la eliminación de
Álvarez Sánchez o al menos ponerlo en condición de alto riesgo
para su vida al hacerlo participar en ese viaje «criminal».
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 321.
25
67
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
En este tenor, los claros consejos que el coronel le da a Awad,
casi con tono paternal, conociendo bien la forma impetuosa de
conducir de este, no pueden ser interpretados sino como los ofrecidos a un subalterno que más que eso, era parte del círculo de
sus buenos amigos. Intentar darle otro significado a esas recomendaciones, sin pruebas, apoyándose solo en conjeturas y etéreas
«evidencias», es algo peregrino. Para esto hubiera sido necesario
meterse dentro de la mente de León Estévez para saber qué estaba pensando en ese momento, cosa absolutamente imposible
de hacer ni de desentrañar aún para el más grande genio de la
psicología.
Todo lo que antecede sobre la manera de conducir vehículos
de motor de Jean Awad Canaán lleva a la conclusión de que este
joven oficial, dotado de una gran pasión por la velocidad pero al
mismo imprudente con el volante en las manos, se consideraba
inmune a cualquier forma de desgracia para él y para quienes solían acompañarlo. Permite suponer también que confiaba plenamente en sus capacidades, minimizando, con buena probabilidad,
la amenaza representada por los múltiples obstáculos y factores
imprevistos que podría encontrar en su camino, incluidos el cansancio, la falta de sueño y los deletéreos efectos del alcohol.
68
Capítulo V
El infortunado viaje de Jean Awad
Canaán a San Juan de la Maguana
T
omando de referencia mi declaración periodística de 1998,
presentada en el capítulo II, y auxiliado por informaciones
posteriores aparecidas en la prensa escrita, radial y televisiva, de
datos recuperados de la memoria y de testimonios de personas
que fueron testigos de nuestras andanzas en Padre las Casas, procedo ahora a presentar una relación lo más detallada posible del
viaje de Jean Awad Canaán a San Juan de la Maguana, a Las Matas
de Farfán a Padre las Casas y de su muerte accidental en el tramo
de la carretera Sánchez situado entre los pueblos de Los Bancos
y Guanito.
Debo aclarar, como premisa insoslayable, que he utilizado
como fuente primaria los datos ofrecidos por Naya Despradel en
el capítulo «Itinerario de Jean Awad Canaán, el miércoles 30 de
noviembre de 1960», de su obra Pilar y Jean, investigación de dos
muertes en le Era de Trujillo,1 información manejada aquí con la
debida aquiescencia de la autora y por el hecho de que fui copartícipe de las investigaciones que sobre el terreno ella realizó en la
preparación de la citada obra.
Según la declaración de Diana Ríos Jóvine transcrita en el anexo 12, atractiva joven con la que Jean Awad Canaán tuvo un apasionado romance siendo viudo de Pilar Báez Perelló (no antes), el
N. Despradel, Pilar y Jean, pp. 285-296.
1
69
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
joven oficial estuvo con ella el día previo al de su viaje a San Juan
de la Maguana, ocasión en la que le hizo saber que tenía la misión
de buscar y traer un joven pelotero de esa localidad, dejándola
con la incógnita de que a su regreso le trataría un asunto importante cuya naturaleza no le especificó en ese momento.
A este dato testimonial le añado el que me proporcionó el
mismo Jean en medio de las conversaciones durante el viaje de
que se había acostado muy tarde en la noche previa a su salida
madrugadora de la capital, información personal que en ese momento al lucirme irrelevante quedó sumergida en mi memoria y
que ahora, recuperada de ese registro de datos, adquiere notable
importancia en el conjunto de circunstancias que contribuyeron
con el infortunado accidente en el que perdió la vida.
En La verdad de la sangre, las autoras hacen notar, según referencia obtenida del ambiente familiar de Pilar Awad Báez (porque
entonces ella era una bebé) el estado de resignación que tenía el
padre de esta al momento de iniciar el viaje, sin que pudiese oír,
aparentemente, al abordar el automóvil station wagon, marca Ford
Zephyr a las 4:45 am, el consejo de «¡Jean, cuídate!» proferido por
su hermano Edgard desde un balcón de la casa en la que entonces
vivía.2 Agregan que Jean, tras tomar únicamente un poco de café, se
fue a buscar a su amigo Publio Marchena, quien solía acompañarlo a los juegos de pelota en el interior, sin que lograra su objetivo
porque este estaba enfermo. De esta manera, emprendió solo el
camino hacia el Sur. Inexplicablemente y según el testimonio de
José Rafael Álvarez Sánchez, a quien el coronel León Estévez le
había solicitado acompañarlo, Awad ni le avisó ni pasó a recogerlo.3
La referida frase del hermano es el buen consejo que siempre,
de costumbre, se le da a un amigo o familiar querido cuando inicia
un largo viaje manejando un vehículo de motor, la que, además,
encaja perfectamente con las recomendaciones precautorias, bien
delineadas y precisas, que le hizo el coronel Luis José León Estévez
cuando le dio la orden de ir a buscar al pelotero a San Juan según
el testimonio de Emilio Ludovino Fernández citado previamente,
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 121.
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 321.
2
3
70
Las mentiras de la sangre
advertencias lógicas ante el conjunto de factores negativos propios
del vehículo, de otros vehículos, de la carretera, y, sobre todo, del
conocido modo temerario de conducir del joven oficial.
Tales factores eran de los Jean Awad tenía que cuidarse y no de
una amenaza de naturaleza distinta que pudiera poner en peligro
su vida. Es lógico pensar que si tenía la más mínima sospecha de
que podría ocurrirle algo así, no se le habría ofrecido espontáneamente al coronel Luis José León Estévez (ver el segundo acápite
del capítulo IV) para ir a buscar un pelotero a San Juan de la
Maguana, ni mucho menos hacer el viaje en esas condiciones
sin contar con una buena compañía. Era cosa de exponerse a un
grave peligro, una invitación a un suicidio, asunto que Edgar, su
hermano, quien fue miembro del clan trujillista, tampoco le hubiera permitido hacer.
La advertencia queda, por tanto, dentro de la categoría del
buen consejo y no puede ser resaltada para presentarla, si así se
pretendió, como un recurso, un elemento preparatorio subliminal de las múltiples conjeturas que posteriormente se hicieron en
torno a este viaje. De todas maneras, si con esta intención la citada
frase fue colocada en el introito de ese capítulo, carece de fuerza
para ser presentada como prueba, evidencia o indicio por estar
ligada a lo consanguíneo y al cariño familiar.
Todo indica que a Jean Awad no se le ordenó viajar y recorrer
solo la larga y peligrosa ruta desde Ciudad Trujillo hasta San Juan de
la Maguana, trayecto más que propicio para que se ejecutara contra
él cualquier tipo de atropello, sobre todo en las peligrosas curvas
que tenía forzosamente que atravesar en las que era improbable la
presencia de molestos testigos debido a la pobre circulación vehicular prevaleciente entonces. Un «accidente» en El Número, entre
Baní y Azua hubiera sido «cómodo» y «perfecto» de hacer; la alta
peligrosidad de este tramo sellada estadísticamente por el elevado
número de accidentes que allí ocurrían obligó a que se le hicieran
importantes remodelaciones en el 1964, en épocas posteriores y todavía hoy día, de manera que ahora no es ni sombra de lo que fue.
Es sabido que estos viajes siempre se hacían con la compañía de
otros amigos oficiales y o civiles y que como parte de la «dotación» se
71
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
llevaban botellas de ron en el baúl del vehículo a las que el coronel
Elio Osiris Perdomo Rosario, quien falleció ostentando el rango de
general en un accidente automovilístico sin que nadie haya dicho
que lo mataron, les puso el pintoresco nombre de «Gerolán», que
era entonces la marca de un complejo vitamínico, con el propósito
de encubrir la realidad de esa comprometedora carga. El llevar este
tipo de complemento alcohólico, el beber, enamorar mujeres y conducir vehículos de forma temeraria era propio de la cultura militar
de la época, asunto que servía, además, contra posibles señalamientos de afeminamiento u homosexualidad, estigmas conductuales
severamente criticados e intolerados en esa época.4 Y Jean Awad
Canaán no era la excepción en este grupo de militares machistas.
Sin embargo, estoy consciente de que Awad no transportaba este
tipo de bebida en su vehículo; el alcohol lo consumió, como todos
(excepto Valenzuela), en Padre las Casas.
La necesidad, como norma establecida no escrita, de contar con
la compañía de otros en estos viajes, fue la razón de que tratara de
que su amigo Publio Marchena se fuera con él. Es difícil de admitir que si sospechaba que podría verse envuelto en una situación
peligrosa, metiera exprofeso a su amigo en el mismo riesgo, cosa
inadmisible, irresponsable, actitud indolente que no era parte de su
carácter. La información ofrecida por el doctor José Rafael Álvarez
Sánchez a Naya Despradel, citada previamente5 ilustra bien al respecto. Refiere que el día antes del viaje a San Juan de la Maguana, el
coronel Luis José León Estévez lo llamó para que lo acompañara en
esa misión cosa que no se logró porque Jean Awad Canaán, quien
«era muy nervioso, que hacía las cosas apresuradamente [...] se fue
de madrugada sin avisarle», aparte de que, según su opinión, sentía
miedo de viajar con él manejando.
Si a esta información se le da el debido crédito, como debe
ser por tratarse de un profesional de alto respeto, entonces es
muy difícil, por no decir imposible, que si León Estévez le tenía
preparada una emboscada mortal a su joven amigo, o que tuviera
informes de que tal cosa se haría por otra vía, tratara de involucrar
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 212.
Ibídem, pp. 321-322.
4
5
72
Las mentiras de la sangre
Fortaleza José María Cabral y Báez, antigua Santomé, en San Juan de la Maguana.
a Álvarez Sánchez, como una víctima más, en esa tétrica trama
criminal, algo que sería harto complicado y difícil de creer.
Jean Awad llegó a la Fortaleza de San Juan, sede de la Tercera
Brigada del Ejército Nacional, a las 8:00 de la mañana aproximadamente, lugar en el que amanecí de servicio y en donde me
encontró y me solicitó la colaboración necesaria, en virtud de la
relación que habíamos tenido en la Academia, para localizar al
joven pelotero Manuel Valenzuela Cabral, Manolo.
En consideración a las horas de salida de su casa en la capital
y de llegada a la Fortaleza de San Juan, un tiempo de tres horas y
quince minutos, agotado en 204 kilómetros, es posible asumir por
simples cálculos que recorríó esa distancia a una velocidad promedio de 62,769 kilómetros por hora, cifra que en la actualidad
en carreteras modernas y más seguras y con vehículos de calidad y
ejecuciones avanzadas no es extraordinaria, pero no así, en cambio, en las estrechas vías que él transitó en 1960, sobre todo cuando tuvo que atravesar zonas de grandes curvas y desniveles entre
laderas de montañas cortadas y profundos precipicios laterales.
Aun así, es admisible que su velocidad fuera mayor porque
debe haber perdido un mínimo de 10 o 15 minutos en la búsqueda
73
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
infructuosa de Publio Marchena y porque tuvo que desacelerar en
las zonas de curvas peligrosas, al atravesar las poblaciones de San
Cristóbal, Baní y Azua y otras menores enclavadas en su trayecto,
incluidas las detenciones obligadas en los retenes policíaco-militares de control a la entrada y salida de las poblaciones. Y todo, sin
contar con la lógica posibilidad de que se detuviera en alguno que
otro punto para cumplir con alguna necesidad fisiológica.
Pero, ¿llegó a San Juan a la hora señalada? Awad hizo dos cosas
fuera de la Fortaleza indefinidas en el tiempo: primero y según el
testimonio de Lillian Rodríguez,6 emparentada familiarmente con
él, estuvo temprano esa mañana en su casa, y segundo, desayunó
en la casa de su amigo el teniente odontólogo Pedro Rodríguez
Botello y de su esposa Miñón Sánchez de acuerdo con lo referido
por Lillian Gómez en su testimonio (ver anexo 2).
De todos modos, en la fortaleza y sin pérdida de tiempo designé a un cabo de apellido Paniagua para que fuera a buscar al joven
Valenzuela y lo trajera ante nosotros, recibiendo de este militar a
las 08:30 am, aproximadamente, la respuesta de que la persona
requerida no estaba en San Juan si no en Las Matas de Farfán,
treinta kilómetros al oeste. Este inesperado cambio obligó a Awad
a tomar la decisión de llegar a esa población solicitándonos a mí y
al teniente odontólogo Pedro Rodríguez Botello que lo acompañáramos, petición que aceptamos con sumo agrado.
Iniciamos el viaje a Las Matas de Farfán hacia las 9:00 am después de obtener el permiso de rigor del subcomandante de la tercera brigada, coronel Salvador Augusto Montás Guerrero. Llegamos
a ese pueblo a las 9:30 am, aproximadamente, y en los alrededores
del parque encontramos al señor Juan Namnun, jefe del Cuerpo de
Bomberos de la localidad, persona a quien conocía por sus aficiones
deportivas en la región, quien nos informó que Valenzuela estaba
en Padre las Casas participando en un negocio de caballos debido
a que su hermano mayor, Lorenzo Valenzuela, quien era zapatero y
talabartero, fabricaba y vendía sillas de montar.
Sin detenernos, dimos la vuelta y regresamos a San Juan
adonde llegamos cerca de las 10:00 am, pasando de largo porque
consideramos que el permiso que habíamos obtenido nos cubría
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 278.
6
74
Las mentiras de la sangre
para continuar el viaje sin necesidad de ratificarlo y para ganar
tiempo. Llegamos a Padre las Casas entre las 11:00 y 11:30 de la
mañana instalándonos en un bar frente al parque en donde, luego
de algunas averiguaciones iniciales, logramos la información de
que el señor Salvador Bobadilla sabía de la ubicación de Manolo
Valenzuela. Localizado con presteza, Bobadilla nos dijo que el pelotero estaba en un campo de Padre las Casas llamado Guayabal,
lugar al que era imposible llegar en el vehículo, motivo por el que
Awad, con la ayuda de Bobadilla, contrató a una persona para que
a caballo fuera a ese lugar y trajera a Manolo Valenzuela.
Según la información testimonial del doctor Abelardo Herrera
Piña en 2010 y la entrevista telefónica que a este le hiciera Naya
Despradel el 17 de mayo del mismo año, el bar tenía el nombre
de El Escambray y su propietario era el señor Francisco Casado,
quien le confirmó a él (a Herrera Piña) de nuestra presencia allí
a la espera del pelotero Valenzuela y en donde comimos e ingerimos bebidas alcohólicas.
En aquellos años Guayabal era un pequeño poblado rural
unido a Padre las Casas por un largo y tortuoso camino transitado
habitualmente a lomo de caballo. No teníamos noción exacta de
la distancia pero sabíamos que no era un lugar cercano de manera
que estábamos conscientes de que Valenzuela, de ser encontrado,
aparecería al cabo de varias horas, tal como ocurrió. La espera iba
a ser larga y era necesario pasarla de la mejor forma posible y de
esta manera hicimos de El Escambray nuestra base de operaciones.
No tardamos en acomodarnos en el carro y dar unas cuantas
vueltas en el pequeño pueblo, sin que pasáramos desapercibidos
por la imprudente velocidad con la que Jean Awad transitó sus
calles de pocas cuadras de longitud. Desde luego, éramos tres
oficiales de la guardia sueltos y montados, movilizándonos en
un pequeño pueblo y esto de por sí era más que suficiente para
atraer la atención pública. A la velocidad a la que Awad conducía
ya estábamos habituados por lo que esa percepción tiene valor
cuando es manifestada por terceros como los señores doctor
Abelardo Herrera Piña, Salvador Bobadilla, Bartolomé Paniagua y
Manuel Germán, testigos directos de esas andanzas y personas que
75
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
no tenían ningún tipo de nexo con el diestro conductor ni con
ninguno de los que lo acompañábamos esa tarde.
En horas tempranas de la tarde fuimos a la gallera, distante
unas tres cuadras del bar. Allí Awad logró conseguir un gallo
prestado y quiso jugar con Emilio Paniagua, quien no aceptó
porque no apostaba con militares, observación recogida por
Salvador Bobadilla.7 El mismo Bobadilla hizo notar en su testimonio que aunque a Awad no se le vio tomando alcohol en
la gallera se notaba, en cambio, que exhibía el haberlo hecho.
Conocía a Awad desde sus años de estudio en la capital en el sector de San Juan Bosco por donde solían pasar muchos militares
rumbo a las instalaciones del Palacio Nacional. Para él, Awad
era un tipo elegante. De mí, en especial, a quien no conocía en
ese momento, dijo que era un oficial «indio» que me mantuve
en silencio en la gallera, lo cual es cierto y concordante con mi
modo de ser, actitud que fue la misma tras el accidente y en la
emergencia del hospital Santomé, siendo esta observación una
de las pocas verdades narradas por la enfermera Bella Herminia
Santil en su febril testimonio.
No recuerdo exactamente cuánto tiempo pasamos en la gallera
pero tras salir de ella, probablemente hacia las 4:00 pm, pasamos
frente a un amplio solar en donde unos niños jugaban pelota.
Para estos la presencia de tres oficiales extraños, desconocidos,
pero interesados en su juego, les fue sorprendente, de manera
que, acogidos cortés y respetuosamente por ellos, logramos un
espacio que fue aprovechado por Awad y por mí para hacerles una
breve demostración de bateo. En la visita que le hizo el equipo de
Naya Despradel a Padre las Casas el 4 de diciembre de 2010 estuvimos en el mismo lugar. Coincidimos allí con unos muchachos
jugando y tomamos varias fotografías una de las cuales se publicó
en el apéndice fotográfico de su obra.8
Regresamos al bar, donde continuamos nuestra tertulia y la
ingesta de bebidas alcohólicas hasta cerca de las 5:30 pm cuando llegó Valenzuela. Dispusimos entonces el regreso a San de la
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 278.
Ibídem, p. 371.
7
8
76
Las mentiras de la sangre
Maguana, donde nos dejaría Awad antes de retornar a la capital
con Valenzuela. Salimos de Padre las Casas hacia las 6:00 pm
cuando la luz diurna languidecía ante la noche que avanzaba
temprano en ese último día del mes de noviembre. Awad arrancó
intempestivamente, avanzando unas dos cuadras en dirección
equivocada porque la calle no tenía salida, frenando de golpe a
muy poca distancia de un poste de luz; retrocedió con no menos
vigor, maniobra que no pudo pasar desapercibida en un pueblo
de calles estrechas y de pobrísima circulación vehicular.
Creo que en este asunto, crucial para entender lo que ocurrió poco después, valen más que mis palabras la descripción del
singular inicio del viaje de regreso de Awad hecha por el doctor Abelardo Herrera Piña, según se lo refirió al señor Manuel
Germán de la siguiente manera:
Recordamos que comentando el accidente con Manuel
Germán, padre del patriota Amaury Germán Aristy, que
vivía en la calle por donde iba el vehículo, nos dijo que
iban tan ligero que tuvo que frenar al final de la calle y
que le dijo a unas personas que estaban junto a él, que si
continuaban a esa velocidad no llegarían a Las Yayas, por
ser una carretera de muchas curvas y que ya casi estaba
oscureciendo.9
Entrevistado por Naya Despradel en la mañana del 4 de diciembre de 2010 en el parque central de Padre las Casas, el doctor Herrera Piña volvió sobre el asunto pero ahora con matices
adicionales:
Cuando todos estaban en el vehículo, el conductor arrancó
a gran velocidad y se encontró con que la calle no tenía salida, por lo que tuvo que frenar violentamente. Luego que
logró detener el vehículo, retrocedió y arrancó de nuevo a
una velocidad tal, que por poco se lleva la esquina.10
Ibídem, pp. 270-271.
Ibídem, p. 276.
9
10
77
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Al amparo de estas declaraciones de dos personas de reconocidísima solvencia moral y de indiscutible honestidad ¿puede haber
una descripción más precisa de las inadecuadas condiciones en las
que estaba Jean Awad para manejar?
No sin razón, su amigo Pedro Rodríguez Botello, consciente
del nivel de incoordinación que mostraba Awad y del peligro que
para todos representaba, le exigió que le entregara las llaves del
vehículo, petición que estuvo envuelta en un breve escarceo verbal, sin que lograra que el joven oficial accediera, discusión entre
buenos amigos en la que no intervine y que fue motivo, algo que
jamás pensé, para que cincuenta años más tarde recibiera una cortés y delicada recriminación, semejante a la de los buenos maestros
con sus alumnos. Sin lugar a dudas este es el episodio traducido
en la nota apócrifa, una de las pocas verdades contenidas en ella,
con la expresión de Awad a Rodríguez Botello de que «tenía que
ser mil veces mejor chofer que él».
En efecto, a raíz de mi visita a Padre las Casas en diciembre de
2010 acompañando a Naya Despradel, don Bartolomé Paniagua,
quien fue testigo de nuestra presencia en la gallera en la tarde
del fatídico día y quien estuvo completamente de acuerdo con las
declaraciones ofrecidas por el doctor Abelardo Herrera Piña poco
antes, tras quedar sorprendido al conocer que yo era el oficial «indio», de actitud reservada, que en la gallera acompañaba a Awad y
a Rodríguez Botello, aprovechó el momento para enrostrarme el
porqué yo no le quité las llaves del vehículo a Awad «para que este
no condujera por la situación en que se encontraba por la ingesta
de alcohol».11
De este inesperado cuestionamiento escapé con la simple respuesta de que «no se me ocurrió», que fue en realidad una forma
útil y breve de expresar, sin explicaciones sustantivas, una situación
o condición en la que en realidad nada podía hacer debido a que
no me encontraba en las mejores condiciones para imponer un
criterio al respecto, que se trató de una discusión afectuosa entre
dos buenos amigos, que todos estábamos dentro de un rango de
Ibídem, p. 280.
11
78
Las mentiras de la sangre
tolerancia militar, que él era el responsable de esa misión, que
Pedro Rodríguez Botello no estaba exento de los efectos del alcohol y que, ciertamente, Awad era un excelente conductor.
De esta manera, sin más dilucidaciones y ante la premura de
partir y con Awad agarrando un guía que nadie podía quitarle
de sus manos, con Rodríguez Botello a su derecha en el asiento delantero, yo en el asiento trasero detrás del odontólogo con
Valenzuela a mi lado (detrás de Awad) emprendimos el regreso
hacia San Juan de la Maguana.
Jean Awad sorteó con notable habilidad las numerosas, sinuosas y peligrosas curvas de la carretera, y tras sobrepasar el pequeño
poblado de Las Yayas alcanzamos el entronque con la carretera
Sánchez en donde giró a la derecha rumbo a San Juan. En este
momento a la par que el sol desaparecía tras los montes y la noche
se apoderaba de la región comenzaron a disminuir los conversatorios sobre temas variados (exceptuándose de esto a Valenzuela que
por extraño al grupo habló poco) imponiéndose paulatinamente
el silencio. Creo, sin estar seguro, que a la altura de Villarpando el
silencio era casi absoluto y comencé a dormitar con despertadas
provocadas por los saltos del vehículo.
El sonido del impacto contra el camión y el violento zarandeo
al que me vi sometido repentinamente me trajeron a la realidad.
Fui lanzado contra el respaldo del asiento delantero, experimentando un golpe en la nariz, una herida en la frente y un gran
dolor en todo el antebrazo y la muñeca izquierda. Recibí ayuda de
algunas personas para salir del vehículo. Era ya de noche y aunque estaba conmocionado, desorientado y dando pasos vacilantes
fuera del carro, aparte de encontrarme con Valenzuela, vi contra
lo que chocamos, un enorme camión parado a su derecha que
no tenía luces encendidas. Awad y Rodríguez Botello estaban en
el asiento delantero. Un grupo de personas, no sé cuántas eran,
vino en nuestro auxilio y ayudaron a Pedro, que era obeso, a salir
del vehículo, pero a Awad lo dejaron en la posición en que estaba.
No tengo noción de cuánto duramos en el sitio pero lo cierto es que en un tiempo muy breve nos introdujeron a los tres, a
Rodríguez Botello, a Valenzuela y a mí, en un carro que nos llevó a
79
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
la emergencia del hospital Santomé adonde arribamos aproximadamente a las 8 de la noche. Nunca tuve un informe preciso de
cuándo y cómo extrajeron a Awad del carro y si al momento de
hacerlo estaba aún con vida o falleció poco después, antes de llegar
al hospital. En esto solo una cosa es cierta: al hospital llegó siendo
ya cadáver.
En la emergencia del hospital y en medio de un «hervidero»
de guardias y policías, médicos y enfermeras, me mantuve tranquilo. Mi mente estaba en Awad y de frente tenía a Rodríguez Botello
quejándose por el dolor y por la dificultad que tenía para respirar
de manera que insistí con el personal médico que lo atendieran
a él primero. Si entre las múltiples falsedades y elucubraciones
expresadas en su testimonio por la enfermera Bella Herminia
Santil, hay algo de cierto, es la referencia que hace de mi persona,
de quien dice que estaba tranquilo, callado, pero utilizando esta
actitud y las dolorosas quejas de Rodríguez Botello para burlarse
irónicamente de nosotros y presentarlas como si estuviéramos haciendo un teatro encubridor de un asesinato. (Ver el análisis del
testimonio de Bella Herminia Santil en el capítulo VIII).
Sobre las lesiones sufridas por Rodríguez Botello y por quien
suscribe, así como las que presumiblemente ocurrieron en Jean
Awad y las posibles causas de su muerte, y con el propósito de evitar
redundancias innecesarias, remito al lector al análisis de las declaraciones ofrecidas por el Dr. Felipe Herrera a las autoras de La verdad
de la sangre y a Naya Despradel, con inclusión de la discusión de las
discrepancias existentes de mi autoría (ver capítulo IX).
Mientras Rodriguez Botello y yo recibíamos las atenciones de
lugar, acudieron a la emergencia varios médicos del hospital como
los doctores Orestes Cucurullo, director, Livio Peña López, subdirector y Felipe Herrera, y otros galenos de la localidad sanjuanera
entre ellos los doctores Achín Méndez Puello, Antonio Cartagena
Portalatín, Freddy de los Santos, el 1er. teniente médico EN Jaime
Rodríguez Guzmán, Ventura y Juan Estrella Martínez, estos dos
últimos del servicio sanitario de Salud Pública y del Seguro Social,
respectivamente, personas relevantes del medio social a quienes
conocía bien y trataba amistosamente en esa localidad.
80
Las mentiras de la sangre
Tras el enyesado de mi brazo y mano le pregunté al doctor
Estrella por Jean Awad Canaán recibiendo de este la triste noticia
de que su cadáver yacía en la morgue. Le pedí que me llevara
ante él. Apenado, miré su cuerpo sin vida llamándome la atención
el golpe que tenía en la frente, y con la emoción contenida, sin
proferir palabra alguna, me retiré de allí.
En ese momento, ni en los días posteriores, supe quién o quiénes recogieron y transportaron el cadáver de Jean Awad desde el
lugar del accidente al hospital Santomé. Esa revelación me llegó en
tiempos recientes y de manera fortuita en la revisión documental
histórica del asunto. Esa penosa labor la hizo el entonces 2do. teniente PN Melitón Antonio Jorge Valderas, quien a la sazón prestaba
servicios en San Juan de la Maguana, según la información ofrecida
por él mismo al periódico El Nacional en su edición del 13 junio de
1971, en su primera página, en respuesta a las insólitas declaraciones del calié y super-asesino del A2 (Servicio de Inteligencia de la
Aviación Militar Dominicana, cárcel de torturas y crímenes del km
9 de la carretera Mella) y del Servicio de Inteligencia Militar (SIM),
Carlos Evertsz Fournier, publicadas en la revista británica Observer,
reproducidas aquí por la revista ¡Ahora! y el referido periódico. En
su breve nota, Valderas dijo que no tardó en llegar al sitio del accidente en donde vio «el automóvil de Canaán incrustado debajo
del camión», trasladando el cadáver del oficial «a la morgue del
hospital de San Juan de la Maguana» (ver capítulo XI).
Nos dejaron hospitalizados esa misma noche bajo los cuidados
del doctor Jaime Rodríguez Guzmán, oficial médico del Ejército
Nacional en San Juan de la Maguana, y en la mañana del siguiente
día, entre las 10 y las 11, nos visitaron los integrantes de la comisión
investigadora procedente del CEFA y de la AMD presidida por el
prestigioso médico ortopedista doctor Simón Hoffiz, director del
hospital de la Base Aérea, quienes conjuntamente con los médicos
del hospital y el oficial médico que nos atendía, recomendaron
nuestra permanencia en el centro de salud hasta tanto las lesiones
se estabilizaran y dieran muestras de no complicarse.
Tres o cuatro días más tarde, no tengo precisión al respecto,
fuimos trasladados al hospital militar Profesor Marión de Ciudad
81
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Trujillo en donde quedamos hospitalizados. Coincidiendo con la
versión ofrecida por Lillian Gómez, amiga de infancia de Miñón
Sánchez, la esposa de Rodríguez Botello, y paciente odontológica
de este, fuimos trasladados en una ambulancia, yo acostado en la
camilla y él en el asiento delantero, junto a su esposa, con el fin
de minimizar el dolor y la dificultad respiratoria que tenía por el
trauma toráxico con fracturas de costillas. En el hospital Marión
me cambiaron el yeso por otro más apropiado; días después fui
dado de alta pero Rodríguez Botello tuvo que permanecer por
más tiempo debido a la severidad de sus lesiones y al tratamiento
quirúrgico al que fue sometido a nivel de su mandíbula fracturada.
Aproximadamente un mes más tarde comparecimos al juicio en San Juan de la Maguana presidido por el honorable juez
Lic. Ballista, siendo el fiscal el Lic. Garrido. Estuvo allí el chofer
Inocencio Montero con su abogado defensor el doctor Pelayo
González Vásquez. La audiencia concluyó, a petición de la defensoría de Montero, reenviándose por falta de algunos testigos, ausencia
que incluyó la de Manolo Valenzuela quien ya no estaba en San
Juan sino prestando servicios en el CEFA. No se dictó sentencia
alguna y Montero fue puesto en libertad y a nosotros, por solicitud
del licenciado Pelayo González Vásquez, se consideró innecesario
citarnos nuevamente debido a que con nuestras declaraciones era
más que suficiente.
Es interesante resaltar que Montero en su testimonio publicado en La verdad de la sangre se define como un desafecto al
régimen de Trujillo, motivo por el que se sentía acosado por el
sistema, y que su abogado defensor, el licenciado Pelayo González,
era un reconocido antitrujillista en los medios sanjuaneros. No
hay que dudar que si este último tenía evidencias o aún simples
sospechas de que en el accidente hubo asuntos turbios manejados
por manos criminales, hubiera adoptado actitudes más punzantes
y severas contra Rodríguez Botello y contra mí, cosa que desde
luego no hizo. Puedo decir que con nosotros se portó, sin olvidar
su compromiso profesional, con discreta y elegante caballerosidad. Y no puede decirse que haya sido porque recibiera presiones
de alto nivel o rango pues estas cosas poco le importaban.
82
Capítulo VI
La muerte de Jean Awad Canaán:
un motivo para dos libros
L
a pertinaz insistencia de Pilar Awad Báez tratando de demostrar que las muertes de sus progenitores, Jean Awad
Canaán y Pilar Báez Perelló, fueron hechos criminales ideados
y mandados a ejecutar por el matrimonio León Estévez-Trujillo
Martínez, la llevó a propulsar una campaña mediática por la
prensa y los medios radiales y televisivos. Sumergida en ese afán,
contando solo con evidencias de débil consistencia, especulaciones, declaraciones apócrifas y sin disponer de pruebas definidas,
cometió el error adicional de arremeter con pasmosa ligereza
contra la dignidad y el buen honor de personas relacionadas
con esos hechos, en uno de los cuales, en el caso de la muerte
de Awad Canaán, que es el de mi interés, tanto el teniente EN
Pedro Rodríguez Botello (fallecido), el mayor (R) ERD Manuel
Valenzuela Cabral como yo resultamos incriminados por ella, actitud reforzada ahora por Eva Álvarez.
La magnitud de sus propuestas fueron in crescendo en un medio
dominado por el antitrujillismo gracioso y acomodaticio, de ese
del que muchos escriben y hablan públicamente ahora, a más de
medio siglo de la desaparición del sátrapa, figura político-militar
ante la que algunos de estos o sus antecesores se postraron convenientemente en esa época.
Con todo, estas intenciones, movidas por un interés particular, contribuyeron a la creación de un tópico de cierta importancia relacionado con la Era de Trujillo apropiado para ser
83
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
investigado y esclarecido, motivo por el que la investigadora,
licenciada Naya Despradel,
gerente de operaciones de
OGM Central de Datos de la
empresa Mil Medios del Caribe
e investigadora para el periódico El Caribe, publicara en el
2012 una obra titulada Pilar y
Jean, investigación de dos muertes
en la Era de Trujillo, editada por
Letras Gráficas, en la que, cotejando documentos y testimoPedro Atilio Rodríguez Botello.
nios responsables, debidamente
acreditados, no apócrifos, incluidos los de reconocidos profesionales de las ciencias médicas,
colocándolos en una balanza analítica a contrapeso de los que se
estaban propalando, demostró las inconsistencias, las vacuidades
y falacias envueltas en la pretensión de colocar esas muertes en
el campo de lo criminal.
El libro lleva el prólogo del médico pediatra doctor Rodolfo
Núñez Musa, quien con fino estilo literario justiprecia la labor de
la escritora al abordar con definida y precisa metodología científica hechos fácticos de nuestra historia reciente de los que el
mito comenzó a envolver y a apoderarse desde sus mismos inicios
como respuesta a la inexplicabilidad, tocada por la confusión, de
la muerte de dos jóvenes esposos cuyas vidas gravitaban alrededor
de centros del poder de la «Era». Para él, la autora, al demostrar
la realidad fortuita de esas muertes, hechos ajenos a manos criminales, logró, en beneficio de la posteridad histórica, despejar un
mito en ciernes de injusta creación. La culta pluma del prologuista
se deslizó con elegancia sobre los párrafos exentos de rudezas e incriminaciones infundadas; no hirió con acusaciones infundadas,
desdén u omisión.
Objetivamente, Despradel, desprendiéndose de subjetividades y apasionamientos, despeja las dudas en cuanto a la muerte,
84
Las mentiras de la sangre
primero, de Pilar Báez de Awad, ocurrida el 7 de febrero de 1960
en una prestigiosa clínica de la capital, a consecuencia de una hemorragia post-parto debido, según connotados profesionales de
la medicina, a un problema de atonía uterina, afibrinogenemia u
otra entidad hemorrágica por defecto en el proceso de la coagulación de la sangre; muerte que, según el médico prologuista de la
obra, «aún en el presente es un evento por el que las estadísticas
de mortalidad materna se incrementan», proceso doloroso que
dentro de su triste adversidad fue el tránsito aliciente y compensador de una nueva vida, la de Pilar Awad Báez.
No hubo en ese hecho fortuito una mano criminal. La supuesta acción de una enfermera que burlando la vigilancia de ese
centro médico, de connotada posición antitrujillista, le inyectó a
la parturienta por orden de Angelita Trujillo una sustancia anticoagulante para que se desangrara, persona «fantasmagórica» a la
que nadie vio y que luego se esfumó para siempre, no ha pasado
de ser una especulación sin pruebas ni fundamentos. Cualquiera
puede empecinarse en creer en una cosa así pero hasta que las
pruebas de valor incontrovertibles aparezcan, no dejará de ser
una pertinaz elucubración.
Y segundo, que la muerte de Jean Awad Canaán debido a un
accidente automovilístico en la vieja carretera Sánchez en la provincia San Juan de la Maguana en el anochecer del 30 de noviembre de 1960, ocasión en la que estaba acompañado del teniente
Pedro Rodríguez Botello, del joven pelotero Manuel Valenzuela
Cabral y de mi persona, fue un hecho fortuito y no debido a una
trama criminal supuestamente ideada y mandada a ejecutar por
el coronel AMD Luis José León Estévez, siendo el análisis de este
criterio «criminal» el objetivo central, esencial, del presente libro.
No conforme con el cúmulo documental manejado, utilizado
con referencias precisas, puntuales, que dirigen al lector hacia las
fuentes de información, que es lo correcto para evitar caer en propuestas etéreas fruto de lo que la mente del escritor cree con categoría de verdad, su verdad, Despradel dejó atrás su ambiente de
oficina en varias ocasiones para trasladarse a los lugares visitados
por Awad el 30 de noviembre de 1960 con el propósito de recoger
85
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
informaciones directas, in situ, incluidos desde luego, valiosos
testimonios de personas de acreditada solvencia moral, una visita
al hospital Dr. Alejandro Cabral de San Juan de la Maguana (antiguo hospital Santomé) y otra al Archivo General de la Nación,
labores en las que tuve el privilegio de acompañarla y colaborar
con el arduo trabajo de investigación llevado a cabo. Esta labor
de campo apuntaló la data obtenida de diarios, revistas, libros,
radiodifundidas y teletransmitidas.
Sobre La verdad de la sangre (subtitulada: Jean Awad y Pilar Báez,
dos trágicas muertes durante la Era de Trujillo), confieso que la primera
información que tuve de esta publicación la adquirí inesperadamente por vía de una persona que me manifestó que había sido
mencionado en ella. Me fue necesario indagar en la red digital porque, siendo un ávido lector de la prensa y de los medios de comunicación social, no encontré opiniones o comentarios sobre la misma
de parte de intelectuales e historiadores nacionales acostumbrados
a no dejar pasar por alto las publicaciones de importancia sobre
todo si estas tienen sólidos fundamentos y que pueden tener carácter polémico basado en ponderados análisis y lógicas propuestas.
Esta desapercibida aparición me hizo pensar, de inicio, en la
limitada calidad de la investigación y de sus propuestas sobre un
tópico de la historia reciente de nuestro país; en algo que no movió el interés de los pensadores y escritores preocupados por este
tipo de asunto, de investigadores que se han ocupado de escrutar
con sobrada seriedad las causas, la naturaleza y las consecuencias
de la tiranía de Rafael L. Trujillo Molina.
La referida obra tiene como propósito esencial, como se ha
mencionado antes, demostrar que la muerte de Pilar Báez de Awad
y la del teniente de la Aviación Militar Dominicana (AMD) Jean
Awad Canaán, fueron asesinatos urdidos el primero por Angelita
Trujillo quien estaba perdidamente enamorada de Jean Awad, y
el segundo, por el coronel León Estévez, herido en su hombría y
ahogado por los celos por las supuestas infidelidades de su esposa
con el joven apuesto y simpático teniente.
Según sus autoras, Pilar Awad Báez y Eva Álvarez, esas muertes
fueron ejecutadas por la oscura maquinaria asesina del sistema
86
Las mentiras de la sangre
que cumplió su cometido con eficacia, sin dejar huellas incriminadoras y con el poder suficiente para silenciar la verdad sobre
lo ocurrido, de manera que solo con el paso de los decenios fue
posible desenredar la oprobiosa maraña que le puso fin a la vida
de ambos jóvenes. «Crímenes» que podían encajar perfectamente
en el engranaje oprobioso de la época; época en la que, digo yo
ahora, toda muerte inadecuadamente explicada se le sumaba a la
extensa lista criminal del Jefe o a la de sus allegados por simples
conjeturas u otros intereses particulares.
Y en este punto no me es posible dejar de hacer notar la intelligentsia que creó el subtítulo de la obra que pretende colocar
subliminalmente al lector común en la deseada posición de admitir, desde la misma portada, que esas muertes fueron hechos
criminales de la dictadura, «acomodándolas» en el plano del martirologio; porque no fueron dos trágicas muertes en el año 1960,
sino dos trágicas muertes durante la dictadura de Trujillo.
Es posible decir que el elemento pasional envuelto en la trama que se llevó la vida de esos jóvenes, de la manera como fue
pintada por las referidas autoras, podría ser material para una
narración novelada de tipo romántico-trágico. Un buen escritor,
como el que de alguna manera colaboró con la redacción de La
verdad de la sangre podría hacerlo pero sería harto difícil conseguir los objetivos deseados por la ausencia de pruebas inequívocas; sería novelar sobre una fantasía que no tuvo bases reales o
verídicas.
La citada obra, impresa sin responsabilidad por parte de la casa
editora, está prologada por el historiador, licenciado Juan Daniel
Balcácer, presidente de la Comisión Permanente de Efemérides
Patrias y miembro de número de la Academia Dominicana de la
Historia, quien con el tacto apropiado a su educación y ser un
buen apreciador del alcance de sus palabras consideró aceptables
las conclusiones de las autoras formuladas sobre «indicios, evidencias o huellas fiables que permiten una aproximación objetiva
a la verdad de los hechos»,1 lo que es una forma de decir, a mi
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 11.
1
87
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
entender, delicada y bien cuidada, que la «verdad de los hechos»
en este caso no descansa sobre pruebas concretas y que, por tanto,
su compromiso con el criterio fundamental de las autoras es limitado aunque parezca lo contrario.
El historiador, en razón del criterio del unus testis en referencia
a mi solitario testimonio, el de uno de los cuatro testigos-partícipes
de los tres con vida actualmente del accidente, lo apocó a favor
de los «indicios», «evidencias» y especulaciones montadas por la
máquina de producir rumores. Y esto es delicado, por no llamarle
indelicado, porque no es uno sino somos dos los testigos que han
certificado sus declaraciones además de la existencia de otros testimonios notarizados de personas de inestimable solvencia moral
que presenciaron el comportamiento de Jean Awad en Padre las
Casas.
¿Por qué antes de comprometer sus palabras, no hizo el debido rastreo investigativo? ¿No se dio cuenta que le estaba dando un
espaldarazo a dos personas, las autoras, que nos han formulado al
mayor (R) ERD Manuel Valenzuela Cabral y a mí, el coronel (R)
ERD Lorenzo Sención Silverio, la acusación de haber sido partícipes activos o fungir de «chivos expiatorios» del supuesto horrendo
asesinato de Jean Awad Canaán? ¿Entiende el señor Balcácer la
gravedad de esto en ausencia de pruebas concretas, contando tan
solo con «evidencias» e «indicios», rumores y testimonios interesados como pongo en concreta evidencia en la presente obra? ¿Cree
que «El peso irrefutable de los indicios», frase con la que encabeza
su nota, en ausencia de pruebas concretas es de suficiente «peso»
para condenarnos moralmente? ¿Acaso ese hecho ocurrió hace
doscientos años con los huesos de sus actores ya convertidos en
polvo o está tratando con personas vivas que se consideran total y
absolutamente inocentes? Es penoso que sus opiniones se diluyan
en el mar de rumores y especulaciones que es La verdad de la sangre.
El libro, aunque posee una redacción que hace fácil su lectura,
no alcanza el nivel necesario como para sostener y dar apoyo a
lo que pretende demostrar, debido a la inconsistencia y vacuidad
de las evidencias y pruebas que se esgrimen en ella. La deficiente calidad de la edición la manifiestan las numerosas mentiras,
88
Las mentiras de la sangre
incongruencias y contraposiciones que llenan sus páginas, más de
doscientas, diciéndose cosas que se repiten y luego se desdicen
con una simplicidad y desenfado que asombran debido, en gran
medida, al hecho de que las autoras y sus asesores pasaron por alto
el preguntarse y repreguntarse si los datos que aseguran haber
recogido eran congruentes, lógicos, o no. Esta es la razón de las
incoherencias y de los absurdos y aseveraciones que no pueden
comprobarse a pesar de los esfuerzos por presentar e hilvanar
datos testimoniales que al fin son incapaces de resistir un serio
escrutinio.
La detección de tan apreciable número de falsedades y mentiras significa que si he tenido la capacidad para identificarlas es
porque dispongo de argumentos de suficiente peso para desenmascararlas, muchas de las cuales por razones de su relativa o
menor importancia no las abordo en el presente escrito por respeto al espacio, a la brevedad y sobre todo para que los objetivos
centrales, medulares, estructurales de mi propuesta no resulten
disipados por tantas minucias.
Sobre estos absurdos, y como para muestra basta un botón,
según el dicho popular, en toda la obra y haciéndole honor a su
nombre, al señor Montero, el chofer del camión, se le considera
inocente de la muerte de Jean Awad, cosa igualmente admitida
por quien suscribe, pero el testimonio apócrifo de un ex militar
de la época encierra, aunque no lo diga así, textualmente, una grave acusación contra este señor, pues según su desconocido autor
desde muy temprano el camión anduvo dando tumbos por esas
carreteras hasta posicionarse, de acuerdo a un plan B, en el lugar
en donde ocurrió el «accidente provocado». ¿Cómo fue posible
que esta grosera incongruencia se admitiera así, tan simplemente?
Pero la obra tiene un singular atractivo para el lector no adecuadamente informado sobre los hechos. Su objetivo central,
demostrar que las muertes de los padres de Pilar Awad se debió a
una trama criminal, está imbricado o penetrado por una eclosión
de tiernos sentimientos capaces de ablandar a corazones bien
amurallados y provocar torrentes lacrimatorios, algo que es comprensible y admisible en el contexto del más sano criterio, algo
89
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
que no puede ser jamás desmeritado y que debe ser respetado.
No es posible pensar de otra manera ante la historia de una niña
que logra nacer en el mismo instante en el que su madre muere
«asesinada» y para colmo apenas siete meses después y por vía de
otro «crimen» la condenan a ser también huérfana de padre. Y si
esto no bastara tuvo todavía que atravesar el indecible sufrimiento
padecido por la familia materna que la crió y educó, con el más
grande amor ciertamente, debido a los viles asesinatos, en este
caso dolorosamente reales, del abuelo y de un tío por vía materna
que fueron víctimas de la sevicia de Ramfis Trujillo con indecibles
torturas incluidas, como brutal retaliación por el ajusticiamiento
de su padre, el tirano Trujillo, trama de la que el abuelo fue un
importante y heroico cabecilla. ¿Cómo regatearle el crédito que
solicita para hacer creíble lo que propone?
El libro es una publicación compartida en autoría con Eva
Álvarez, persona francamente desconocida en nuestro país como
investigadora en cualquiera de las ramas de la humanística, ciencias y profesiones. De nacionalidad española se autodesigna criminóloga pero sin mostrar sus créditos universitarios en el libro. Ni
siquiera fue posible conocer sus credenciales tras un minucioso
registro en la red digital donde todo suele aparecer. A esta persona
Pilar Awad Báez la trata como su «hermana» en la primera línea
de su escrito, mención que de hecho la coloca en una posición
discutible para producir una investigación sólida y profunda en
un caso como el presente debido al sesgo sentimental que inevitablemente empaña la razón y la metodología necesarias para
producir una obra de incuestionable calidad.
Eva Álvarez es ligera, en cambio, para regalar al lector algunos
rasgos de su personalidad presentes en una de las solapas del libro
que bien vale la pena destacar en donde se define «…Amiga de
sus amigos, es feliz compartiendo sus ratos libres en buena compañía, con una copa de vino en la mano, música clásica de fondo
y un gato en su regazo», confesión de un espíritu sibarítico que
habla de la noble, rosada y perfumada cuna en la que nació, muy
distinta, ¡caramba!, de la rústica en la que me pusieron mecida
por las manos de mi madre y la brisa campestre.
90
Las mentiras de la sangre
Confieso que tengo un alto aprecio por todos los animales,
pues de un campo junto a ellos procedo, cariño que es, desde
luego, mayor para los más «nobles» con los cuales una cierta comunicación y entendimiento mutuo fue posible, pero nunca pude
dominar el arte y la ciencia para conversar con los gatos, esos esquivos, ariscos y superexigentes felinos, de manera que no puedo
entender cómo Eva Álvarez logra traducir lo que su hermoso gato
de angora le dice: «Soy un angora turco asturiano-dominicano,
deseoso de contaros todo lo referente a mi mundo y, sobre todo,
a mí. La traducción la hace mi madre Eva Alvarez, criminóloga y
experta en política antillana, que es una loca de los gatos como
otra cualquiera. Si nos quieres contactar, puedes hacerlo en: evaferpunkys yahoo.com». ¿Suficiente?
La calidad y el valor crítico de La verdad de la sangre puede
inferirse, indirectamente, de la ausencia de notas sobre ella en
la prensa escrita y televisiva a cargo de intelectuales y de historiadores, incluida la falta de entrevistas a las autoras en programas
habitualmente esperados por el público, indiferencia que ha
sido suplida, tímidamente, por dos presentaciones reproducidas
en medios virtuales llevadas a cabo por sendos periodistas que
al no someter a la señora Awad Báez a un riguroso escrutinio
como método para comprobar la consistencia de sus propuestas,
adoptaron actitudes complacientes con ella.
Este delicado tratamiento fue producto, así pienso, de la proclividad imperante en muchos a un anti-trujillismo gracioso que
obnubila las facultades mentales necesarias para efectuar un sopesado análisis, sin sesgos alienantes, en este caso de la muerte de dos
valiosos jóvenes que nada tuvieron que ver con los procedimientos
criminales rutinarios imperantes en la oscura época en la que les
tocó vivir, gozar de envidiables beneficios, y por desgracia, morir.
Con todo y a la inversa, cuando uno de los entrevistadores,
un incisivo periodista reconocido por poner en aprietos a sus invitados le hizo notar a Pilar Awad Báez la existencia de un error
presente en su libro relativo a la declaración del chofer del camión
contra el que chocó Jean Awad, quien dijo al respecto que él se
había estacionado a su derecha con las luces de estacionamiento
91
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
encendidas, cosa que, digo yo, no pudo ser así porque ese sistema
de advertencia todavía la ingeniería automotora no lo había incorporado a los vehículos y porque además él confesó que había
apagado el motor de su camión.
Sin disponer de una respuesta coherente, lógica, contestó que
eso correspondía a un «simple detalle, una tontería» sin valor suficiente para afectar la verdad o el propósito esencial de su obra.
Pero, ¿es en realidad una simple tontería? En la dinámica de ese
accidente, ocurrido cuando la noche ya estaba presente, ¿acaso
resultaba igual el estar estacionado en una oscura carretera con
luces o sin ellas? Es posible apreciar la importancia de esta diferencia con el hecho, aunque sea a nivel de conjetura, lo admito,
que si el camión hubiera estado iluminado su padre tal vez no
hubiera colisionado con él. Esa mentira, entonces, la del chofer,
no fue tan ingenua.
Y puesto que ella le dio carácter de tontería a la mentira ofrecida por una persona envuelta nada más y nada menos que en la
muerte de otra, su padre, lo que no es una tontería, procedo en
los siguientes capítulos a analizar y a desmontar, apoyado en datos
de entero crédito, no en simples elucubraciones, las «tonterías»
presentes en la obra de marras. La dislocación y agrietamiento
de esas supuestas verdades resquebrarán la columna de especulaciones que sostiene la propuesta básica, el motivo conductor de
toda la obra, la supuesta muerte criminal de Jean Awad Canaán,
asunto que según dichas autoras quedó arropado y protegido por
falseamientos y mentiras sostenidas por quien esto escribe hasta
el día de hoy.
92
Capítulo VII
Análisis de los testimonios presentes
en La verdad de la sangre
Breve introducción
Los testimonios de quienes fueron testigos del accidente, de
los eventos inmediatos posteriores en el hospital Santomé de San
Juan de la Maguana o que hacen alusión a estos hechos, ofrecidos
a las autoras de La verdad de la sangre y publicados bajo su responsabilidad, son documentos de vital importancia porque ellos
constituyen en gran medida el basamento de los criterios sustentados por dichas autoras en relación a la muerte de Jean Awad
Canaán como producto, supuestamente, de una acción criminal.
El análisis crítico de los mismos es esencial a los propósitos de lo
que aquí escribo, razón por la que los extraje del apéndice en el
que fueron colocados para situarlos, entresacados sus fragmentos
de mayor relevancia e interés, en el centro del presente libro.
Las autoras de La verdad de la sangre los presentan bajo el sugerente título de «pruebas testimoniales», pretendiendo influir
subliminalmente en el lector, antes de entrar en detalles, en el
sentido de que los mismos, por su carácter de «pruebas», resultan
incontrovertibles o irrefutables. Pero no son pruebas sino declaraciones de cosas que ocurrieron hace mucho tiempo cuya veracidad
debe ser expuesta, confirmada o demostrada por diversos medios
y cuya idoneidad depende de múltiples factores comenzando por
la honestidad y moralidad de quienes los emitieron, terminando
93
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
por la capacidad intrínseca que tengan tales documentos para
resistir análisis críticos sin resquebrajarse.
Evaluar las virtudes o los defectos personales de sus emisores
no es el propósito de los tres capítulos que tratan esos testimonios
aunque por simple deducción alguna chispa quemante pueda
alcanzarlos; el objetivo esencial es demostrar lo último, es decir,
que no tienen consistencia, que son vacuos y plagados de incongruencias, que son mixturas hábilmente preparadas de verdades
con falsedades, de sesgos, de cosas inciertas o increíbles y que, por
tanto, no pueden ser utilizados como bases de sustentación del
criterio «criminal» del asunto.
De esos testimonios seleccioné los que consideré de mayor importancia temática agrupándolos bajo una secuencia lógica y por
la extensión de sus análisis en tres capítulos. En el primero, que
es continuación de esta breve introducción, trato la versión del
chofer del camión, Inocencio Montero Ramírez; en el segundo
(capítulo VIII) las de la enfermera Bella Herminia Santil, de la
señora Lillian Rodríguez y de un ex oficial (anónimo) del Ejército
Nacional; en el tercero (capítulo IX) la del doctor Felipe Herrera
quien fue uno de los médicos de los que nos atendieron en la
emergencia del citado hospital y que fue quien hizo el importante
experticio post-mortem del cadáver de Jean Awad Canaán, documento que acompañé, a modo de comparación, de su otra versión
sobre el mismo tópico ofrecida a Naya Despradel, publicada en su
obra Pilar y Jean, con el cotejo adicional de datos testimoniales de
la doctora Lillian Gómez y del doctor Radhamés Cabrera Felipe.
Sobre el testimonio del chofer
1
Inocencio Montero Ramírez
Este testimonio es de importancia capital porque proviene de
uno de los tres testigos-partícipes del accidente que aún viven y
porque es, a mi entender, en razón de la confusión que creó, el
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, pp. 262-272.
1
94
Las mentiras de la sangre
motivo u origen de muchas de las conjeturas, especulaciones y
embrollos que han llenado la apasionada pero infundada obra La
verdad de la sangre. La versión completa en respuesta a las preguntas que les formulara Pilar Awad Báez, aparece transcrita desde la
página 262 hasta la 272, inclusive. De ella copiaré algunos párrafos
que son, indiscutiblemente, los más interesantes a analizar.
Montero Ramírez, que a sus 23 años de edad conducía el camión contra el que colisionó Jean Awad, se muestra, por razones
personales y familiares, como un antitrujillista medular, valiéndose de un subterfugio, una modificación en su nombre en la
cédula personal de identidad, con el fin de evitar el acosamiento
policíaco-militar al que estaba sometido en la Era de Trujillo. Esta
actitud está concatenada a su criterio de que en esa época los militares «eran todos malos, no se podía sacar uno»,2 concepto que
entendido en términos de lo absoluto es injusto porque sin lugar a
dudas hubo gente buena y respetuosa en los cuerpos castrenses de
Trujillo. Como es lógico, para un buen entendedor, introduce su
testimonio de manera prejuiciada contra los militares que acompañábamos a Jean Awad ese día, dando sostén al criterio criminal
propuesto en La verdad de la sangre. Es sencillo, si todos éramos
«malos», lo que lógicamente debe incluir a Jean Awad Canaán
(cosa incierta), nada bueno o inocente podía haber ocurrido en
el supuesto accidente en el que él (Montero) estuvo envuelto.
Dijo textualmente:
[…] al ocurrir el accidente nosotros estábamos parados,
en el camión de mi hermano, en el camión iban muchas
personas, como 12 gentes de los cuales algunos están
muertos. Entonces, estaba yo parado a la derecha en el
km 21 de la carretera de San Juan en adelante, llegando
casi a Los Bancos y algunos estaban desmontados en el
monte, haciendo diligencias por ahí y yo me quedé sentado en el camión porque yo no tenía que desmontarme, al
instante de nosotros pararnos, bien parados, con la luz de
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 271.
2
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estacionamiento, cumpliendo con la ley de carretera, vemos ese resplandor de ese vehículo que viene, pero, venía
en una forma como desesperado, con una velocidad alta
y ya que viene ahí cerquita, digo pero parece que me va a
chocar, ¡pa! se estralló […].3
Y sigue: «[…] El vehículo fue directamente al camión, no venían haciendo zigzag porque la parte era recta, si hubieran ido
haciendo zigzag, yo me hubiera dado cuenta, fueron derechito
al camión y ¡pan! Chocaron […].4 Agregó dos cosas de interés:
«Pero una persona que se duerme no va a velocidad, al contrario. Por eso es que eso causó sospecha después»,5 y «Eran como
las 7:20 pm estaba oscuro ya, estaba como por llover, había una
oscuridad».6
Montero alude en el párrafo transcrito que el accidente ocurrió en el kilómetro 21 de la «carretera de San Juan en adelante»
(se refiere a la carretera Sánchez en dirección desde San Juan de
la Maguana a Ciudad Trujillo), lo que es incierto porque fue en
el km 22.5. Esta diferencia, que en apariencia es una nimiedad,
es de notable importancia para la comprensión de la dinámica
del accidente, motivo por el que le dediqué, exclusivamente, el
capítulo X a este tópico.
No me es posible asegurar el grado de velocidad que llevaba
la station wagon Ford Zephyr conducida por Jean Awad Canaán
previo al momento del choque con el camión de Montero, porque
dormitaba bajo los efectos del cansancio y del alcohol. Me despertó el impacto contra el camión, quedando turbado, adolorido y
desorientado, sobre todo por el golpe recibido en el puente de la
nariz, y otras partes de mi cuerpo.
El camión no podía tener encendidas luces de estacionamiento, porque para esa fecha la ingeniería automotriz todavía no
las había introducido en los vehículos, cosa que ya sabía y que,
5
6
3
4
Ibídem, pp. 262-263.
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, pp. 266-267.
Ibídem, p. 267.
Ibídem, p. 268.
96
Las mentiras de la sangre
además, me fue gentilmente confirmada por el coronel de la PN,
de la Autoridad Metropolitana del Transporte (AMET), Damián
Arias Matos7 quien es un experto en tráfico vehicular. Tampoco la
atractiva novedad de este tipo de luces aparece en las promociones de venta de los automóviles de los años 50 del pasado siglo. En
añadidura a esto, el camión tenía su motor apagado deducido por
lo que dijo el propio Montero: «El camión estaba apagado como 3
minutos que estábamos parados a la derecha...».8
Esto quiere decir, con toda lógica, que tampoco podía mantener encendidos los faros delanteros de carretera porque todo
conductor sabe bien que sin el auxilio de un generador o alternador eléctrico que depende de un motor en funcionamiento,
el riesgo de quedarse sin energía de la batería es una grave amenaza sobre todo en una carretera apartada y de noche. Así que
es razonable el concluir, primero, que el camión estaba sin luces
encendidas en la oscuridad de una noche de inicio temprano
hacia el final del mes de noviembre, y segundo, que Montero
mintió al respecto.
Y esta mentira no es una «tontería» porque permite, de inicio, poner en duda todo lo que dijo del accidente y parte de sus
consecuencias. Tampoco es una «tontería» porque, como expresé
anteriormente, si acaso hubiera tenido algún tipo de iluminación,
¿no habría esto podido ayudar al desorientado Awad Canaán a evitar el choque? Es especulativo, lo sé, pero la diferencia en cuanto
a resultados es tan grande que bien vale la pena intentar este tipo
de ejercicio mental.
Con esta sencillísima lógica es posible asumir, con excelente
propiedad, que Montero apagó su vehículo, se desmontó, y como
todos los demás se fue a hacer su propia «diligencia» en los montes vecinos. Si se admite esto, agregaría otra mentira al decir que
él estaba ante el guía de su camión cuando ocurrió el impacto. Le
da consistencia a esto su propia afirmación de que «yo lo que hice
fue que me desmonté» sin referir alguna lesión ni ningún tipo
de conmoción, cosa que no deja de causar extrañeza porque el
Comunicación personal del coronel de la PN-AMET, Damián Arias Matos.
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 271.
7
8
97
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impacto fue de gran magnitud, asegurado esto porque su camión
«quedó desbaratado, le llevaron el lado del chofer completo», es
decir, el lado en el que él supuestamente estaba sentado.9
Y sin lugar a dudas, según se desprende de sus propias palabras, el choque debe haber sido contundente ya que el vehículo
colisionador «venía en una forma como desesperada, con una
velocidad alta»,10 coincidiendo esto con su expresión de que «en
velocidad sí venían».11 Pero además, y de notable importancia testimonial, el vehículo quedó incrustado debajo del camión y esto
no por lo que dijo Montero sino que fue una referencia precisa
del entonces teniente PN Melitón Jorge Valderas, de servicio en
San Juan de la Maguana, quien no tardó esa noche en llegar al sitio del accidente, oficial que llevó el cadáver de Jean Awad Canaán
al hospital Santomé de dicha ciudad.12
Con propiedad puedo decir que solo una buena suerte o una
protección divina pudieron haber intervenido para que Montero
saliera de su vehículo tan campante como él afirma. Como evidencia de la severidad del choque, aparte del testimonio del teniente Valderas, menciono que unos tres o cuatro días después
del accidente, cuando nos transportaban a Rodríguez Botello y
a mí en ambulancia hacia Ciudad Trujillo, vimos que el camión
estaba todavía en el mismo lugar de la colisión, incapacitado para
moverse por los daños recibidos. Por esto me es difícil aceptar, insisto, que Montero estaba frente a su guía al momento del choque.
De ser así, esto es importante porque entonces lo que dijo sobre
la forma con la que Awad embistió al camión no habría sido una
observación personal de él sino algo referido o contado por otro
u otros, intervención extra en la que los «arreglos» convenientes o
acomodados no hubieran faltado. Se debe tener en cuenta que se
trató de un asunto muy serio porque el fallecido y los lesionados
éramos oficiales de las Fuerzas Armadas de Trujillo, y en esos años
tal cosa no era una «tontería».
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 265.
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 263.
11
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 267.
12
El Nacional, 17 de junio de 1971, p. 1.
9
10
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Las mentiras de la sangre
Pero lo que desnuda bien al mentiroso es lo siguiente. A la pregunta de Pilar Awad Báez sobre si vio o reconoció a su papá en el
vehículo accidentado, Montero respondió escueta y diligentemente: «O sea que no tuve tiempo de verlo así, de identificarlo ni de
verlo así […]»,13 agregando en otro segmento «pero el que estaba al
lado (se refiere al que estaba al lado del teniente Pedro Rodríguez
Botello) que se supone que fue que venía conduciendo ese yo no
llegué a verlo, no lo vi […]»,14 continuando con «El cadáver no
estaba en la calle no, estaba dentro del vehículo […]»,15 «yo vi dos
tenientes y el civil, el tercer teniente que fue el que se mató, yo no
llegué a verlo es decir, presenciarlo como vi a los otros […]».16
Admite que no llegó a ver al que había quedado atrapado detrás
del guía del carro pero sí que este era un teniente, «el tercer teniente», es decir que era una persona bien definida como oficial y no
un individuo cualquiera. Y aquí es apropiado preguntarse de cómo
en medio de la noche con los dos vehículos apagados y lógicamente
en ausencia de luz, reconoció que el conductor era un teniente.
Para eso le era necesario conocer los rangos militares porque no se
equivocó diciendo que era un capitán o un oficial de rango más elevado. Acertó, sin lugar a dudas y en tales difíciles condiciones, con
el rango exacto de Jean Awad, pero no fue capaz de verle el rostro
y hacer una simple identificación primaria aunque no lo conociera,
lógicamente, por su nombre. ¿Puede creerse esto?
Esta mentira, porque no es posible catalogar lo que dijo de
otra manera, es de gran importancia para la tesis del «accidente
provocado» sostenida en La verdad de la sangre debido a que le abre
las puertas a la propuesta de que no fuera Jean Awad el conductor
del vehículo colisionador sino un supuesto sustituto que resultó
ser, al fin y al cabo, un excelente «kamikaze».
Un poco más adelante Montero vuelve a reconocer a los
dos militares que salieron del carro, refiriéndose en especial
a Rodríguez Botello, que era un hombre alto y obeso y por eso
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 262.
Ibídem, p. 263.
15
Ibídem, p. 265.
16
Ibídem.
13
14
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difícil de confundir y de quien dijo que volvió a entrar al carro
molesto con los dolores que tenía. Salir severamente lesionado de
un vehículo chocado, estar fuera de este un rato y volver a entrar a
él es una maniobra consumidora de tiempo por lo que la huída de
Montero del lugar no pudo haber sido inmediata, como si hubiera
ocurrido en una infinitésima de un segundo, y razón por la que
tuvo tiempo más que suficiente para verle la cara al conductor del
otro vehículo.
Fue claro al respecto:
[…] el que yo no vi directamente, el que no pude palpar directamente fue al papá de usted (se refiere a Pilar
Awad), agregando lo siguiente: «para mí que el que venía
conduciendo era el que no salió, yo no me acerqué al carro
porque en el instante lo que nosotros queríamos era tratar
de hacer algo por los heridos, y al ver que el que estaba
pegado al guía no se mueve, entonces vamos a salvar la
situación, el que estaba pegado del guía no se movió […].17
Ante esta extraña actitud, es la misma Pilar Awad quien vuelve a preguntarle a Montero: «¿Y nadie ayudó al que no se estaba
moviendo? ¿Por qué podía ser que estuviera inconsciente?, obteniendo por respuesta «De ser así, yo no lo sé, porque lo que pasó
fue que al venir un vehículo yo me fui a denunciar lo que pasó»,
agregando que los que se quedaron fueron los que prestaron los
auxilios, y que él estando ya preso fue que supo que el que se mató
había sido el conductor y que eso fue lo que él creyó.18
Confieso que la incisiva pregunta de Pilar Awad es desgarrante.
Si la dama no tenía una seguridad absoluta de que el atrapado por el
guía del carro no era su padre y ante la realidad de que no dispone
de pruebas concretas sobre su supuesto asesinato en horas previas,
entonces algún hálito de duda podía tener en ese momento sobre
ese «tercer teniente», «el papá de usted» (confesión, esta última,
que a todas luces se le escapó a Montero). Si era su padre, lo que
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 266.
Ibídem.
17
18
100
Las mentiras de la sangre
es una posibilidad, entonces, ¡cosas de la vida!, a la vuelta de medio
siglo tuvo ante ella al hombre que teniendo a su padre al alcance
de su mano no se interesó por él, que no lo socorrió en ese crítico
momento, que le dio la espalda y huyó del lugar.
Es increíble lo que dice porque lo primero, lo primero, que
hace un conductor de un vehículo envuelto en una colisión es
averiguar quién es el conductor del otro vehículo, conducta espontánea y obligada a la vez, no solo para los trámites jurídicos de
lugar sino además para emprender acciones de socorro si el lesionado lo amerita como el ayudarlo a salir si ha quedado atrapado y
se está desangrando y/o si el vehículo se ha incendiado. La única
justificación para no hacer esas cosas es la de estar imposibilitado
por lesiones o sentirse bajo la amenaza de una seria agresión de
parte del contrario. Pero en el caso que nos ocupa no hubo ni lo
uno ni lo otro: Montero salió perfectamente ileso y los militares y
el civil, compañeros de Awad, no estábamos en actitud agresiva. Él
mismo lo dijo con estas palabras: «No le puedo decir que ellos (los
militares del carro) estaban en esa actitud de pidiendo ayuda ni
nerviosos. Ellos estaban parados afuera ahí conversando […]».19
Si tuvo la capacidad para reconocernos (claro, no por nuestros
nombres), testimoniando sobre nuestros movimientos, ¿cómo
puede creérsele que ni siquiera le diera un vistazo al rostro del
conductor atrapado en el vehículo?... Un vehículo que no rebotó
ni fue a parar lejos, que estaba incrustado en el suyo y a pocos
pies por debajo de su asiento de chofer. No es propuesta para ser
creída ni por el más ingenuo de los seres humanos.
Esa gran mentira es lo que parece gravitar pesadamente en el
tuétano de sus expresiones cantinflescas y retorcedoras:
Imagínese usted si yo me hubiera dado cuenta, que no me
di cuenta, porque la verdad se habla, y yo hubiera dicho
que ese hombre, que fue un accidente ocasionado, ¿dónde estuviera yo? Y yo no me di cuenta tampoco porque yo
actué rápidamente pero fue con mira a ir a presentarme
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 270.
19
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y a dar cuenta de lo que pasó porque yo era el chofer del
camión y cuando llegué a Guanito, lo que hicieron fue que
me trancaron […].20
¿Se dio cuenta o no?, ¿si se hubiera dado cuenta, qué cosa tan
tremenda podría haberle pasado? ¿A cuál «ese hombre» se refiere?, ¿si vio al conductor, por qué tuvo tanto miedo de decir quién
era? ¿Por qué insiste en lo de un accidente provocado?
Su jerga permite intuir que realmente sí vio al conductor, comprobándose que mintió al decir lo contrario, con el agravante de
introducir en la escena la posibilidad de que no era Jean Awad
sino otra persona, dándole consistencia de esta manera al accidente ocasionado según sus propias palabras (término que aquí
es equivalente a preparado y simulado) y al criterio de la muerte
criminal enarbolado por Pilar Awad. ¿Puede admitirse mayor
complacencia con la entrevistadora?
Si fue un accidente expresamente diseñado, entonces sería
necesario admitir que quien conducía el vehículo, el que estaba
inconsciente o tal vez muerto, al que Montero se refiere como «ese
hombre», sugiriendo que no era Jean Awad (de quien dice su hija
que en ese momento ya era cadáver de varias horas), ¿quién era entonces?... ¿Se esfumó o lo desaparecieron?... porque no hay dudas
que el cadáver que llevó al hospital de San Juan de la Maguana el
teniente de la PN Melitón Jorge Valderas fue el de Jean Awad. No
era Rodríguez Botello porque esto él (Montero) lo dice claramente
en varios de sus párrafos; no era yo, Lorenzo Sención, ni tampoco
Valenzuela el pelotero, ¿quién fue el estúpido suicida o «kamikaze»
que condujo el carro a tan alta velocidad para chocarlo contra una
pesada mole de metal cargada e inmóvil?
Y si en este guión macabro todos estábamos comprometidos,
es de suponerse que también todos teníamos espíritu suicida. ¿Es
posible creer semejante cosa? De acuerdo con el conocido modus
operandi del sistema, si todo hubiera sido una riesgosa y compleja farsa para justificar un asesinato ¿qué le habría pasado a los
Ibídem, p. 267.
20
102
Las mentiras de la sangre
testigos y ejecutores de ese hecho? ¿Hubieran sobrevivido mucho
más tiempo que la supuesta víctima? ¿Hubiera podido Montero,
en desventaja por ser un acosado político-familiar del sistema,
según sus propias palabras, contar «su historia» 50 años después?
¿Por qué, además, considerándose Montero inocente del suceso
(es lo que yo creo) se la guardó y no la contó para que se hiciera
justicia en el supuesto asesinato de Jean Awad?
Su aviesa intención para calificar la colisión de accidente
provocado lo lleva a pronunciar una especie de máxima de
significado absoluto (como cuando dijo que todos los militares
del ejército de Trujillo eran malos) seguida de una conclusión
ajustada a la teoría criminal: «Pero una persona que se duerme
no va a velocidad, al contrario. Por eso es que eso causó sospecha
después».21 No es difícil de interpretar lo que quiere decir, sobre
todo si se hacen encajar estas expresiones con las siguientes previamente transcritas:
1. «venía en una forma como desesperado, con una velocidad
alta»;
2. «[…] El vehículo fue directamente al camión, no venían haciendo zigzag», y
3. «fueron derechito al camión y ¡pan! chocaron».
Lo que antecede está más claro que el agua cristalina. Con esta
carga de «evidencias» no es posible argumentar que el conductor
chocara porque se durmiera, lo que quiere decir, a la inversa, que
el «kamikaze» antes mencionado o tal vez un Jean Awad, cual
estúpido suicida, dirigieron el vehículo a gran velocidad y con
acertada puntería, sin zigzaguear, contra el camión. La imagen es
propia de una construcción mentirosa para ajustar bien las cosas,
complaciente, en donde encaja perfectamente la frase «Por eso es
que eso causó sospecha después».
Y en este punto abro un paréntesis para considerar la sutil
sugerencia de Montero marcada con la frase «ese hombre», el
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 267.
21
103
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
que a su juicio manejaba el vehículo, de que fuera otra persona
y no Awad, posibilidad que recae en un personaje llamado «el
Tigre de Bonao», profesional de la lucha libre y calié del SIM, o
cualquier otro individuo colocado por este en la escena. Merece
ser comentada aquí pero para evitar redundancias innecesarias
remito al lector al capítulo XI titulado «El mito que no pudo ahogar la verdad».
Como he dicho en otra parte de este libro, para el sistema o,
mejor dicho, para alguien del sistema matar a Jean Awad Canaán
no se precisaba de una operación tan enmarañada. Hacerlo en
cualquier punto de la larga ruta a San Juan, sobre todo en alguna
de sus numerosas y peligrosas curvas, hubiera sido una operación
sencilla, limpia y con pocas o ninguna molesta huella incriminadora sin necesidad de que se llegase a la horrible brutalidad que
caracterizó el asesinato de las hermanas Mirabal y del acompañante, el chofer Rufino de la Cruz, o más sencillo aún, con solo
unos cuantos tiros en un confuso episodio callejero. No eran cosas
difíciles para los matones del sistema quienes, por el poder bestial
que tenían en sus manos, no necesitaban encubrirse bajo ciertas
sutilezas para hacerlo.
La realidad es que una trama criminal de este estilo hubiera
sido tan complicada que solo podría haber sido superada por los
depurados, complejos y costosos operativos usados por Trujillo
para secuestrar y matar o solo matar a sus enemigos fuera del
país, como las que se hicieron contra el vasco Jesús de Galíndez y
don Rómulo Bethancourt, el honorable presidente de Venezuela,
quien afortunadamente escapó con vida, aunque lesionado, de la
poderosa bomba que el dictador le puso en un vehículo en una
avenida caraqueña.
En mi declaración periodística de 1998 y en otras posteriores
por otros medios, he sido preciso sobre los traumas que sufrí en
el accidente, lo que incluyó una fractura del antebrazo y otra del
hueso propio de la nariz, como también las sufridas por el teniente Rodríguez Botello, resultando únicamente ileso el pelotero
Valenzuela. Por estas lesiones y en mi calidad de oficial militar en
una época en la que era necesario proceder con sumo cuidado en
104
Las mentiras de la sangre
la evaluación, tratamiento y recomendaciones médicas en miembros de los institutos castrenses, por razones que sobran ser explicadas aquí, fui internado esa misma noche en el hospital Santomé
de San Juan de la Maguana.
En la mañana del día siguiente y ante la comisión de la AMD,
presidida por el eminente ortopeda, doctor Simón Hoffiz, director del hospital de la base aérea «Dr. Miguel Brioso Bustillo», se
acordó dejarnos bajo control y observación en la tercera planta del
hospital Santomé de San Juan por varios días hasta tanto nuestras
lesiones se estabilizaran antes de que pudiéramos ser trasladados a
la capital, recomendación que era crítica en el caso de Rodríguez
Botello, quien estaba en peores condiciones. La única salida de
ese centro fue la necesaria para abordar la ambulancia que nos
trasladó al hospital militar Profesor Marión en Ciudad Trujillo. Yo
viajé acostado en la camilla y Rodríguez Botello lo hizo sentado,
en el asiento delantero junto a su esposa Miñón porque así podía
minimizar el dolor y respirar mejor.
Pero, y según la «agudeza médica» de Montero, cualidad que
no empleó para reconocer al conductor del carro que chocó con
su camión, yo «no tenía cosa por la cual había que dejarlo interno
en el hospital»,22 opinión absolutamente infundada que parece
haberla escuchado de otros, tal vez de la enfermera Bella Herminia
Santil, por la coincidencia de los criterios de ambos en sus testimonios a Pilar Awad Báez. Y lo que es peor y malsano fue que, en la
misma mañana que la comisión investigadora de la AMD me visitó
en el hospital, Montero dice que yo fui a la Fortaleza en la que él
estaba detenido, refiriendo esto con dos versiones.
Transcribo la primera:
Yo estaba preso en la Fortaleza, él al otro día del accidente,
el que se descompuso la mano (ese soy yo) fue y me dijo
con forma amenazante, ¿dónde está el chofer que quiso
matarme anoche? Me mandaron a buscar, me sacaron de
la celda y me dijeron, mire, usted quiso matarme anoche,
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 269.
22
105
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
¿usted iba borracho? No comandante, ese camión estaba
parado según la ley 242 estaba parado a la derecha, los que
tienen la culpa de que yo esté aquí son ustedes, fueron los
que se estrellaron contra el vehículo parado. ¡Ah!, discúlpeme, usted tiene razón.23
Segunda versión:
Y Lorenzo después, como a los 10 o 12 días tenía su yeso
puesto, porque Lorenzo Sención Silverio, la única vez que
fue a verme a mí fue como para asustarme. De una vez me
dijo: «Disculpe, usted no tiene culpa, usted estaba parado».
Eso fue al otro día, como a las 9 de la mañana.24
Si por mis lesiones estaba recluido en el hospital como he señalado, no podía estar a la vez en otro lugar, de manera que lo que
dijo no tiene otra forma de ser entendido que no sea inventado.
El texto, de nuevo, es gramaticalmente confuso en la expresión
«y me dijeron, mire, usted quiso matarme anoche» en el que se
concatena el plural con el singular; o en otros términos sería yo
u otros quienes lo amenazaron de esa manera, aparte de que en
el orden secuencial de su exposición tiene una inversión porque
primero yo le lanzo la «amenaza» y luego fue que lo sacaron de la
celda para recibir el mismo apostrofamiento.
Pero la evidencia de la magnitud de su mentira se refleja bien
cuando dice: «En la Fortaleza lo vi con el yeso (se refiere a mí). Y
a Botello y al civil también».25 No me referiré a mi persona porque
ya he expresado que no estuve en la Fortaleza el día siguiente ni
en los sucesivos inmediatos después del accidente. Lo interesante
es lo que dijo de Rodríguez Botello, un hombre seriamente traumatizado, costillas rotas, mandíbula fracturada y una gran herida
en una de sus nalgas, que bajo ningún concepto podía abandonar
el hospital Santomé, donde estaba recluido.
Ibídem.
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 270.
25
Ibídem, p. 269.
23
24
106
Las mentiras de la sangre
Yéndome a lo esencial del asunto, ¿por qué motivo tenía yo que
tratarlo así si desde el momento del accidente estaba consciente
de que su vehículo no estaba en movimiento sino parado a su derecha, asunto que al instante era ya conocido por las autoridades
militares y policiales locales? Tanto peso tuvo este criterio que por
esto fue eximido de toda culpa y sin ningún obstáculo en el juicio
celebrado posteriormente. Por la misma razón la increpación que
dice él que le hice porque supuestamente iba borracho carece de
sentido pues el vehículo estaba parado a su derecha, no estaba en
movimiento. El que hubiera estado borracho o no es intrascendente con un vehículo que estaba bien detenido.
Me pone en condición de estarlo probando, asustándolo,
como para forzarlo a aceptar una culpa que no tenía, presión que
ante su sencilla y respetuosa respuesta, mi amenazante actitud
desapareció, se desvaneció como por arte de magia, con una docilidad asombrosa, sorprendente, impropia de la guardia «mala» de
Trujillo (según su propio criterio) con el «Ah, discúlpeme, usted
tiene razón». Porque en esa Era, con un oficial militar muerto en
el medio y en búsqueda de responsables, la cortesía y la docilidad
de parte de los que tenían las armas no era precisamente la regla.
Cometió otro error al mencionar el número de la ley de tránsito
como la 242, ya que en la época del accidente la ley vigente era la
No. 4809 del 28 de noviembre de 1957, pero esto es un asunto que
considero intrascedente.
En conjunto, el diálogo presentado luce teatralizado y dirigido
por una mente muy acuciosa, preparada intelectualmente, que
debe ser la razón por la que usa el término «estrellaron» en vez del
«estrallaron», vocablo en plural cuyo singular es de uso popular y
propio del limitado nivel cultural que podría tener un chofer de
camión que ya, anteriormente, lo había usado como era de esperarse. De todos modos en este supuesto encuentro en la Fortaleza,
el asunto se circunscribe a la credibilidad que se le otorgue a su
palabra o a la mía, juicio que debe sustentarse en el contexto de
su declaración y el análisis que he hecho de ella.
Esto así porque no existen datos formales relativos a mi internamiento y al de Rodríguez Botello, ni copia del experticio
107
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
forense que se le hizo al cadáver de Jean Aswad en el hospital
Santomé debido a que los archivos de esa época los destruyeron
el tiempo y el comején y tampoco existen en los archivos del
Ministerio de Salud Pública y en el Archivo General de la Nación,
existiendo solo las notas periodísticas del accidente publicadas en
los diarios La Nación y El Caribe los días 1 y 2 de diciembre de 1960,
respectivamente.26
Montero finaliza su aportación a Pilar Awad Báez refiriendo
que él tenía y conservó por muchos años una revista publicada
poco después de que mataran a Trujillo, cuando la gente se
destapó a hablar, en la que se afirmaba que el accidente había
sido un asunto simulado y que, a su parecer, los mismos que lo
habían hecho fueron los que lo revelaron. Se apoya, de paso,
para darle mayor consistencia a su propuesta en lo que le dijo
un vendedor de cocos de la carretera a donde él y otros tantos
se detenían.
Para comenzar es difícil creer que un simple chofer de El
Cercado poseyera una revista de este tipo, pero aunque la hubiese
tenido sin poseerla ahora no le sirve como elemento de prueba. Es
una futilidad que cualquiera puede inventarse sobre especulaciones para obtener ganancias alimentando el morbo colectivo. Lo
que sí puedo asegurar es que un escrito de esa naturaleza nunca
fue publicado en el periódico bimensual Santomé, editado en San
Juan de la Maguana, el cual fue revisado número por número de
la colección digitalizada disponible en el Archivo General de la
Nación desde el mes de noviembre de 1960 hasta el último año
de su publicación (1964). ¿Por qué teniendo Jean Awad familiares
y buenos amigos en San Juan de la Maguana, ningún periodista
o escritor local publicó algo referente a su posible «asesinato»,
siendo este un asunto de notable interés informativo tras la caída
del régimen de Trujillo?
Por otra parte, es una infantilidad decir o solo pensar que los
mismos autores del supuesto y horrendo crimen del 30 de noviembre en la carretera cerca de Guanito fueran los mismos que lo
Ver anexo 10.
26
108
Las mentiras de la sangre
declararan. ¿Quién puede creer esto? Y, ¡caramba!, ¿qué información al respecto podía tener un sencillo vendedor de cocos de
carretera que no le fuera ofrecida de otros mediante una cadena
verbal en la que las intenciones y la lengua agregaban, quitaban,
alteraban, achicaban o agrandaban esa «bola» informativa?
No es para jugar irresponsablemente mediante especulaciones
e imprecisiones sobre las causas de la muerte de un ser humano,
en este caso de un joven oficial de las Fuerzas Armadas y sobre la
honra y dignidad de quienes y por razones fortuitas lo acompañábamos en ese trágico momento.
109
Capítulo VIII
Sobre los testimonios de Bella
Herminia Santil, Lillian Rodríguez
y un ex oficial militar de la época
1
1. Sobre el testimonio de Bella Herminia Santil
Trabajaba como enfermera en el hospital Santomé de San
Juan de la Maguana y estaba de servicio en la noche del 30 de noviembre de 1960 cuando nos llevaron, en condición de personas
lesionadas, a Pedro Rodríguez Botello y a mí, a la emergencia de
ese centro de salud y al cadáver de Jean Awad Canaán que terminó
depositado en la morgue del mismo.
En este testimonio da muestras de un apasionado antitrujillismo y de franco desprecio por los militares «malos» de entonces,
adoptando actitudes riesgosas por hablar mal del régimen lo que
era motivo para que una compañera de labor le recomendara
que se callara la boca porque podían «cortarle la lengua», sobre
todo en esa situación en la que ella, por sus propias deducciones,
interpretó que al joven oficial, que era todo un «hombrón», un
hombre «fuerte» (Jean Awad era realmente alto pero delgado, no
un «hombrón» como pretende describirlo), al que llevaron muerto al hospital como a las 8 de la noche, lo habían matado en medio
de una «revuelta» porque el cadáver y todos estábamos sucios de
tierra, «medio colorá de Guanito», y de arena.
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, pp. 273-278.
1
111
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Para ella, «El cadáver estaba lleno de arena, de tierra, y tenía
un golpe en la frente […]», presentando «un hundío en la frente,
como con sangre, su cara y el cuerpo igual»,2 frase esta última de
significado ambiguo porque da entender que en otras partes del
cuerpo había sangre o que simplemente estaba lleno de arena,
variando un tanto lo dicho dos páginas más adelante cuando expresa que le vio el cuerpo y que «no tenía nada, ahí nada más, él
no tenía golpes en el cuerpo, solo como un hundido en la frente,
no estaba ensangrentado ni nada»,3 adicionando otro dato que no
puede ser pasado por alto: «El cadáver no estaba del todo rígido
todavía, después se puso duro pero no sé si fue en la noche o en
la madrugada».4
Emite criterios disparatados sobre Valenzuela, el pelotero, de
quien dice que «se lo llevaron en un helicóptero, a ese tienen que
haberlo linchado para que no hable»,5 suposición lógica dentro
de sus elucubraciones sobre la muerte «criminal» de Jean Awad
pero totalmente errada porque al joven pelotero no se lo llevaron
en helicóptero ni mucho menos lo lincharon. Valenzuela hizo vida
militar exitosa y en la actualidad es coronel EN, en retiro, como
puede comprobarse en su testimonio publicado en esta obra.
No se escondió como alguien ha sugerido y si nunca ofreció una
declaración pública sobre el accidente fue sencillamente porque
jamás se la solicitaron.
No estoy en capacidad ni tengo interés de juzgar la conducta
moral de la señora Angelita Trujillo, pero lo que dice de ella merece ser reproducido aquí porque revela hasta dónde la ofuscación
mental y conceptos asumidos como ciertos y sin reservas pueden
obnubilar el entendimiento y la fría razón al momento de emitir
juicios comprometedores del honor de las personas. Sin lugar a
dudas, con creencias como esa ¿cómo puede confiarse en todo lo
que diga a nivel testimonial? Veamos:
4
5
2
3
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 273.
Ibídem, pp. 275.
Ibídem, p. 276.
Ibídem, p. 277.
112
Las mentiras de la sangre
Eso fue planificado que lo mataron porque si Angelita
estaba con él que usted quiere, los mandan a matar. Mire,
a mi me contó un cadete que vivía aquí pero ya se murió
que cuando Angelita llegaba allá, los cadetes temblaban
porque ella decía, ve báñate y te espero en el carro y los
cadetes decían: «ay, que no me mire a mí». En ese tiempo
los cadetes tenían que ser blancos porque Trujillo tenía su
cosa y ella después que se acostaba con ellos los mandaba
a matar. Y se han muerto esa gente. Ella dice ahí que los
hijos que tienen son de él, hermanos suyos. Esa bandida,
ah y por qué lo iba a matar León Estevez si ella no estaba
con él.6
El párrafo es un bello ejemplar, no para Angelita Trujillo, desde luego, de cómo se concatenan infundios y falacias. Leyéndolo
y meditándolo cualquiera puede captar lo deslenguada que es,
cualidad por la que no sin razón recibía sanas advertencias de
su buena amiga Enilda. Claro está, sostiene que la muerte de
Awad Canaán fue un asunto planificado sugiriendo que fue
responsabilidad de Angelita sin percatarse que de esta manera
liberaba de esa pesadilla a León Estévez que es sobre quien ha
recaído, según los rumores, esa macabra medida. El cadete que
le dio esa información, anónimo y por tanto carente de validez
como prueba, lamentablemente ya no puede hablar porque no
es parte de esta vida.
Yo fui cadete y cursé mis estudios completos en la Academia
Militar de las Fuerzas Armadas Batalla de las Carreras, de manera
que si alguien puede hablar con propiedad sobre ese mundo estudiantil militar, soy yo. Para información de la señora Santil, no todos éramos blancos, comenzando por mi persona, el «morenito»
flaquito al que ella trata despectivamente en su relación. Yo diría,
por lo que ella afirma, que por mi condición racial tal vez escapé
de esa muerte inducida por sexo con Angelita, a quien solo es
posible comparar con una sádica «viuda negra», la araña esa que
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, pp. 275-276.
6
113
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
mata a los machos que han copulado con ella o la Mantis religiosa, nuestra «María Palito», insecto cuya hembra también hace lo
mismo con el afortunado-infortunado macho que la cubre. «Esa
bandida»7 fue amiga íntima de Pilar Báez Perelló, mujer esta de
moralidad intachable y fiel esposa de Jean Awad, razón por la que
la Santil debió de ser un poco más delicada al referirse de esa
manera a Angelita. Pero, la ofuscación paga su precio.
Y no es cierto que los cadetes temblaran ante la presencia de
Angelita, al contrario muchos hubieran querido que ella los mirara para «engancharse» por su gracia en el tren del poder. Lo logró
Luis José León Estévez, apadrinado por Ramfis Trujillo y mientras
ella fue esposa de este, aparte del rumor nunca comprobado de
su «pasión» por Jean Awad, nadie, a mí entender logró las delicias
de su intimidad. Además, y puedo asegurarlo, en los tres años que
duré como estudiante en la Academia, Angelita Trujillo solo se
presentó allí una vez, en el acto de graduación y lo hizo en compañía de su esposo, sus padres y su hermano Ramfis, de manera
que es totalmente incierto que anduviera buscando cadetes para
acostarse con ellos. A todas luces, la señora Santil, maliciosamente, exagera a un límite que llega a lo ridículo. Pero hay algo más.
Las autoras de La verdad de la sangre, particularmente Pilar Awad
Báez, no deben pasar por alto la categórica afirmación de la Santil
de que hijos de Angelita son hermanos paternos suyos. Es un disparate, pero ella lo dijo.
Su acrimoniosa actitud hacia el teniente odontólogo Pedro
Rodríguez Botello no es difícil de interpretar. Atrapada en su idea
de que a Awad lo matamos mediante una lucha porque estábamos, según su versión, sucios de tierra, para lo cual fue necesario
darle «algunos traguitos porque a un hombre no se domina así
por así»,8 maltrata de manera absolutamente desconsiderada y
abusiva la memoria de este digno profesional militar que, para su
suerte, ya no vive y no puede responderle como se merece. ¿Qué
otra cosa puede inferirse de lo que ella dijo de él? Extracto unos
pocos párrafos como muestra, veamos:
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 276.
Ibídem, p. 278.
7
8
114
Las mentiras de la sangre
La escena ocurrió en la emergencia del hospital del cual el Dr.
Livio Peña era su subdirector en ese momento. Rodríguez Botello,
adolorido y con dificultad para respirar por fractura de una clavícula, varias costillas y la mándibula inferior, se dirige a este, su
colega médico, en actitud casi implorante:
Ay Livio, ¿dónde está Awad, dónde está Awad?, ay que dolor tengo en el pecho Pero él (Livio) no decía nada […]
Y Botello quejándose y preguntando dónde está Awad.
Sención Silverio, ese no hablaba, ese tenía como tierra, parece que ahí hubo como una revuelta, salieron con tierra,
arena, ellos no tenían nada. No tenían nada. Botello na
má decía ¡que dolor tengo en el pecho!, ay, ¿Livio, dónde
está Awad? […] ¿Y se murió el desgraciado de Botello? Son
unos malditos todos.9
Mi relación con Jean Awad Canaán era amistosa y cordial.
Me conocía como deportista desde los tiempos de la Academia.
Con Rodríguez Botello tenía una sólida amistad, nacida y cultivada cuando ambos estuvieron juntos en Jimaní. A Valenzuela
no lo conocía. Esas son las razones y no otras por las que Awad
cuando llegó a San Juan de la Maguana se dirigió a la Fortaleza
y con quien primero habló fue conmigo para informarse sobre
Valenzuela. Luego llegó Rodríguez Botello con quien conversó y
este lo invitó a desayunar en su casa, lo que fue una muestra de la
afectuosa relación existente entre ellos. Así que no es de extrañar
que Rodríguez Botello, que vio al amigo atrapado por el guía del
carro y que cómo profesional de la medicina sabía del significado
negativo de eso, preguntara, en medio del dolor que sufría, por
Jean. Su amigo era parte de su desesperación en ese momento,
y es de esto que esta señora, la Santil, prejuiciada, se burla de él.
El tratamiento que me da a mí no es menos ligero. Luego
de atribuirle la muerte de Awad Canaán a una lucha que sostuvimos con él se refiere a mí con la siguiente pregunta de fondo
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, pp. 274 y 276.
9
115
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
típicamente mordaz: ¿y Sención, vive en la capital?, pasando de
inmediato y sin un juicio ni siquiera preliminar a condenarme
con las siguientes expresiones: «Pero no declara nada, ese no va
a decir nada si él andaba en eso, que va a decir, él andaba en
eso. Él era culpable y la verdad no resplandece muchas veces»,10
agregando en la misma página y en la siguiente11 que lo único que
tenía lesionado era el dedo meñique, que «no tenía nada más que
el dedito». Repitiendo lo que dije en la introducción de esta obra,
según esta señora yo ya estaba condenado por ella faltándole poco
para que me enviara a un pelotón de fusilamiento.
El impacto sobre mi cabeza, con fractura del hueso propio de
la nariz, me dejó confuso y desorientado, con solo un vago recuerdo, nebuloso, de nuestro transporte desde el lugar del accidente,
distante más de 20 kilómetros, viaje que se hizo en horas de la
noche. En la emergencia desconocía la situación de Awad Canaán
y en ese momento, frente al compañero que se quejaba sin parar
por el sufrimiento, mi preocupación era él aunque me mostrara
allí sereno y callado, comportamiento que he tenido así de por
vida y que, en ese preciso momento, nada tenía que ver con una
pose teatral, ficticia, engañosa o de coartada que es lo que insinúa
la Santil.
Ella insiste en que no fuimos hospitalizados y que yo me fui
para mi fortaleza, contradiciendo la declaración que he hecho al
respecto de que ambos pasamos varios días hospitalizados hasta
que nos trasladaron al hospital militar Profesor Marión en la capital, así como la del doctor Felipe Herrera, uno de los médicos
actuantes en el caso. Es, de nuevo, su palabra contra la mía. Pero
su «verdad» debe ser analizada y juzgada en el contexto de las
falacias y disparates que la acompañan.
La señora Santil es ligera para sugerir, maliciosamente, que
Jean Awad fue asesinado en una trifulca en la que participamos
Pedro Rodríguez Botello y yo. Si esa intención «criminal» y esa
«pelea» fueron cosas nuestras exclusivamente, sin intervención de
otros, tal propuesta sería inadmisible por monstruosa. Y si fue un
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 276.
Ibídem, p. 277.
10
11
116
Las mentiras de la sangre
hecho ejecutado por terceros (extraños) que de alguna manera
nos involucró a nosotros, algo también descabellado, ella podía
estar segura de que Awad no hubiera sido el único muerto pues
valor y coraje no me han faltado nunca para enfrentar situaciones
riesgosas con elevadas posibilidades de perder la vida.
Y no lo digo por decirlo porque al «flaquito, morenito»,12
como me describió en ese momento, no le faltó valor (por no
mencionar el sustituto masculino de esta palabra bien conocido
por todos) para que, siendo un subalterno, no me dejara doblegar
por superiores que me obligaban a adoptar una actitud indigna
políticamente, asunto que fue el motivo para que con todo pesar
tuviera que poner mi renuncia forzada a las Fuerzas Armadas; no
me faltó valor para enfrascarme en el golpe de Estado dado por el
general Pedro Rodríguez Echavarría contra los remanentes de la
tiranía trujillista.
Con la misma decisión no me faltó tampoco valor para ser
parte relevante del movimiento de protección y defensa del presidente Bosch contra los altos mandos militares que intentaban
hacerlo preso en la base aérea de San Isidro; para formar parte del
movimiento constitucionalista dirigido por el coronel Fernández
Domínguez y en el movimiento conspirativo que derrocó al funesto Triunvirato de Donald Reid Cabral en 1965; por igual, no me
faltó valor para, con el pecho descubierto y fusil ametralladora en
mano, defender a la patria, como jefe militar de la Zona 1 constitucionalista de la ciudad de Santo Domingo y en otras partes
de ese enclave defensivo durante la odiosa intervención militar
norteamericana de ese año, y tampoco para enfrentar con honor,
junto a otros militares constitucionalistas y al pueblo dominicano,
el artero y criminal ataque que sufrimos acorralados por fuerzas
desmedidamente superiores en el hotel Matum de Santiago de los
Caballeros en el mes de diciembre de ese año.
Estoy seguro que las mortíferas balas y los fragmentos de proyectiles disparados por los cañones de los tanques enemigos nunca pasaron cerca de la cabeza de esta señora, ni tampoco tuvo que
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 275.
12
117
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
tomar la ruta de un forzoso exilio de más de ocho años por el que
tuve que optar para que no me mataran ni le hicieran daño a mi
familia en los oscuros doce años del gobierno del doctor Joaquín
Balaguer. Creo que ella debió frenar su ardiente imaginación y,
desde luego, su ligereza lingual, antes de decir lo que le contó a
Pilar Awad Báez. No tiene calidad para acusarme de asesinar a Jean
Awad o de ser partícipe o encubridor de su supuesto asesinato.
No lo puede hacer en ausencia de pruebas contundentes porque
estas no pueden existir dado que es algo que nunca ocurrió, y
menos aún hacerlo con especulaciones basadas en lo que otros le
contaron o en sus fatuas creencias.
2. Sobre el testimonio
de Lillian Rodríguez Marcano13
Pilar Awad Báez introduce el testimonio ofrecido por Lillian
Rodríguez Marcano con una información sobre su rancio abolengo patriótico que es irrelevante al caso de la muerte de Jean Awad
Canaán pero, evidentemente, conveniente a sus propósitos como
una muestra de garantía histórica al valor de su palabra. Tiene
importancia este testimonio porque la información contenida en
él es muy temprana y por ser ella la primera persona de la familia
Báez Perelló en saber con seguridad que Jean Awad estaba muerto
y dar la penosa noticia a dicha familia. Eso fue posible porque ella,
que residía en San Juan de la Maguana, es hermana de Rafaelina
Rodríguez, Fellita, que era a la sazón la esposa de Miguel Báez
Perelló, Miguelín.
Lillian Rodríguez dice que laboraba en la farmacia del hospital Santomé sin definir qué posición tenía en ese departamento
y que su esposo, el doctor Jiménez Guerra, era el subdirector
del mismo, datos que no concuerdan con los ofrecidos por la
enfermera Bella Herminia Santil en su testimonio a Pilar Awad
quien aseguró que «Ya Lillian no trabajaba allá cuando tu papá
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, pp. 270-280.
13
118
Las mentiras de la sangre
murió»14 (se entiende que se refiere a Jean Awad) y que el subdirector lo era el doctor Livio Peña. Tal disparidad es indicativa
de que en ese aspecto una de las dos versiones no es correcta.
Lo que Lillian Rodríguez no dice en este testimonio es que
su posición allí era de asistente en el departamento de Farmacia,
cargo para el cual no se requería poseer el título conferido por
la Facultad de Farmacia y Ciencias Químicas de la Universidad
de Santo Domingo. En otras palabras no era una farmacéutica
graduada. Esto, en principio, parece irrelevante, pero no deja
de tener importancia cuando se concatena con la labor que ella
realizó esa noche, muy alejada de la preparación de pociones, jarabes, fórmulas magistrales, despacho de medicamentos y de otras
diligencias pertinentes a su cargo.
Sencillamente se arrogó el derecho, sin ser médico ni estar
autorizada a ello, de hacerle un experticio post-mortem al cadáver
de Jean Awad Canaán, acto que no podía siquiera estar justificado
por la familiaridad que tenía con el fallecido, sobre todo cuando
se ejecutó en la morgue de un hospital estatal, lo que le daba ya
carácter institucional y oficial al asunto; es decir, no lo hizo con la
justificante informalidad propia de un acto hecho en la calle o en
alguna casa. Para lograr este propósito se introdujo subrepticiamente en esa morgue que estaba contigua a «su» farmacia en un
hospital en donde ya había un «hervidero» de guardias, policías
y, con toda seguridad, calieses, porque el fallecido en un confuso
accidente, a más de los dos heridos atendidos en el mismo centro,
era un oficial de las Fuerzas Armadas de Trujillo que en esa época
era cosa de relevante importancia.
No señala el tiempo que tardó en ese operativo necrológico
pero dadas las circunstancias debió de haberlo hecho en un lapso
breve. Tuvo que manipular un pesado cadáver, semi-rígido ya,
refiriendo que «estaba en la camilla pero estaba con su ropa tal
y como él llegó a mi casa, con camisa manga corta, color caqui,
su cara limpia, su pelo peinado. Yo le registré la cabeza con la
yema de los dedos para ver si le encontraba un golpe. Le abrí la
Ibídem, p. 277.
14
119
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
camisa para verle el pecho, le entré las manos por los lados, por
la espalda, a ver si sentía sangre o algo, le subí el pantalón lo más
que pude y no tenía ni los dedos rotos, ni un golpe, los dientes, los
labios, ni estaba morado», agregando un poco más adelante que
«no tenía rasguño, no tenía vidrio».15
¿Qué fue lo que describió? Un cadáver completamente limpio,
sin signos de violencia sobre el cuerpo, que hasta peinado estaba;
un ser humano fallecido por causas inexplicables a simple vista.
Ni siquiera su ropa estaba sucia como la de los heridos, manchada
por la tierra roja como la de Guanito, según Bella Herminia Santil,
ni tampoco exhibía las huellas que el ajetreo de ese día, andando
por carreteras a campo abierto (sin aire acondicionado) incluido
una participación en un juego de pelota, asistencia a una gallera
de pueblo y a un bar, sitios que no brillan por su pulcritud, pudo
haberle dejado. Estaba tan limpio como cuando uno se baña y se
viste a seguidas. ¿Puede creerse esto?
No podía estar vestido con una camisa militar de manga
corta porque el uniforme que tenía ese día estaba reglamentado
con camisa de mangas largas; las mangas cortas se introdujeron
años después de la muerte de Trujillo y solo en esa época eran
permitidas en los uniformes blancos de los oficiales de la Marina
de Guerra. Pero las incongruencias van más lejos. Lo que dice la
señora Rodríguez en su examen del cuerpo de Jean Awad de que
este lucía intocado está demasiado lejos de las condiciones de un
politraumatizado tal como lo describiera el doctor Felipe Herrera
en su experticio médico-legal ofrecido a Naya Despradel, pasando
por alto, además, el golpe, como un «hundido en la frente» descrito por Bella Herminia Santil.
Todavía más incongruencias, de esas que desnudan a los mentirosos, y esta en doble vía. ¿Cómo podía el cadáver exhibir la pulcra nitidez descrita por esta señora si es la propia Pilar Awad Báez,
según varios testigos y familiares de ella (no mencionados y mucho
menos sus pruebas), quien dijo que lucía como el de un apaleado,
un cuerpo al que habían visto «tirado en el piso, en la fortaleza
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 279.
15
120
Las mentiras de la sangre
[…] con las botas amarradas», y al que «no lo llevaron a una
morgue».16 ¿Podía un cadáver estar limpio sujeto a las condiciones
descritas? Si se admite, como dijo el doctor Felipe Herrera que al
momento de la exploración al cadáver en la morgue del hospital
Santomé lo habían lavado, cosa posible, ¿también esa misma noche lavaron las ropas? La respuesta no puede ser otra que la de
una categórica negativa.
La otra vertiente del asunto es lo de la morgue. La mentira
de Pilar Awad Báez no puede ser más patente. ¿Que no llevaron
el cadáver a una morgue? Y entonces, ¿cómo puede justificarse la
atrevida exploración que le hizo Lillian Rodríguez y el examen
post-mortem llevado a cabo por el doctor Felipe Herrera, procedimientos hechos por estas dos personas, el primero supuesto y el
segundo real en la morgue del hospital? En realidad, no dispongo
de medios para saber a quién cargarle la mentira, si a la señora
Rodríguez o a la señora Awad, pero de que ambas están envueltas
en ella, no hay dudas.
Además lo que afirmó la señora Rodríguez de que le subió el
pantalón lo más que pudo difiere de la versión anterior ofrecida
por ella misma a la periodista Wendy Santana en una información
publicada en el Listín Diario del 7 de abril de 2010 titulada «Pilar
Awad Báez aún busca la verdad sobre sus padres», oportunidad
en la que dijo: «le retiré los pantalones hasta los muslos».17 Parece
una nimiedad o «tontería» pero es algo más que eso puesto que la
última expresión no puede ser interpretada de otra manera que
no sea la de que le bajó los pantalones desde la cintura hasta los
muslos, labor que implica un acto impúdico pues para una dama
que no es médico, médico patólogo y ni siquiera paramédico, no
es lo mismo subirle que bajarle los pantalones a un hombre aunque este ya sea cadáver.
De acuerdo con su «experticio» en el que no encontró señal
alguna de violencia en el cuerpo de Awad, es lógico su extrañeza e incomprensión de la causa de la muerte al expresar «yo no
«El Informe con Alicia Ortega», entrevista a Pilar Awad Báez, 9 de abril de
2010.
17
Listín Diario, 7 de abril de 2010.
16
121
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
me explico» y «no me puedo imaginar qué tal accidente tendría
Jean».18 Aún asumiendo que lo que ella describió se ajusta a la
verdad, al no ser médico ni mucho menos médico patólogo o
forense, no le era posible pensar en causas traumáticas aparentemente limpias con suficiente poder para causar la muerte como
el desnucamiento o una hemorragia interna. Naturalmente, no
hay nada que encaje más que estas opiniones sobre la nitidez del
cadáver y la ausencia de signos de violencia que un limpio envenenamiento o la asfixia yugulante de la capacidad respiratoria de
una persona. No hay que ser sabio para entender lo bonito que
encaja esto para intentar darle sostén causal a un acto criminal.
Pero, ¿sabía esta señora que ese cadáver podía ser objeto de
alguna investigación más profunda luego de ser trasladado a
Ciudad Trujillo y que en tal caso ella podía estar «contaminando»
o alterando una muestra, en este caso el cuerpo de Jean Awad,
para cualquier experticio posterior? Sin tener la calidad ni la
autorización para hacer lo que hizo, ¿sabía lo que eso significaba? Porque, repito, no era el cuerpo de un infeliz fallecido en el
hospital ni en la calle si no el de un oficial de los de la época de
Trujillo, y eso no era cualquier cosa en la tiranía. Y si lo que dijo
Bella Herminia Santil de que Lillian ya no trabajaba en el hospital
ni de que su esposo era el subdirector, de quien dice que se «puso
malo de la cabeza»,19 la intromisión y el examen post-mortem que
hizo pudo haber tenido consecuencias aún mayores.
Tomando en cuenta lo de Santil y las incongruencias demostradas del testimonio de la señora Rodríguez, es factible deducir, con
suficiente peso lógico, que aún no siendo ya parte del personal del
hospital se apersonaría allí con discreción y llegaría cautelosamente
hasta la morgue en donde vería a distancia el cadáver de Jean Awad.
No hizo ninguna exploración y el resto simplemente se lo inventó
para que concatenara con la hipótesis criminal de Pilar Awad Báez.
Aparte de otros elementos de su declaración no relevantes
a lo sustancial del asunto, como por ejemplo la forma astuta y
discrecional que empleó para darle la infausta noticia por la vía
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 279.
Ibídem.
18
19
122
Las mentiras de la sangre
telefónica a los familiares directos de Jean Awad en presencia,
«cara a cara», con los militares que ya pululaban en el hospital,
valen tomarse en cuenta dos aspectos.
El primero es referente al doctor Pedro Rodríguez Botello, de
quien dice que estaba «en el segundo piso en el privado número
dos»,20 lo que da a entender que estaba hospitalizado, criterio que
desmiente la versión de otros de que a este oficial odontólogo no
hubo necesidad de hospitalizarlo en virtud de que sus lesiones
eran de menor importancia y de que este oficial estaba simulando,
haciendo un teatro de mala calidad («Qué show tenía Botello»),21
según le comunicó a ella su reservado esposo, el doctor Jiménez
Guerra. No podía ser un «show» si se toman en cuenta las declaraciones al respecto del doctor Felipe Herrera, quien lo atendió
en la emergencia esa noche, y la de Lillian Gómez, quien fue su
paciente odontológica de por vida, presente en el texto. Así, que
este aventurado juicio del doctor Jiménez Guerra sobre Pedro
Rodríguez Botello es totalmente incorrecto.
El segundo aspecto, localizado en el párrafo final de su testimonio, utiliza un elemento anecdótico útil para demostrar cómo
la arbitrariedad institucionalizada valiéndose de la coacción y de
las amenazas podía encubrir con un ropaje de legalidad los crímenes y abusos del sistema, práctica que, desde luego, nada tenía de
extraña en esa época. Sin embargo, colocada aquí, en el contexto
del presente testimonio, tiene la intención no claramente expresada, de sugerirle al subconsciente del lector que la muerte de Jean
Awad no fue un hecho accidental, fortuito. El esposo de la señora
Rodríguez le contó a ella la ocasión en que recibió el cadáver de
un preso resultando presionado por el coronel Santos Brito para
que certificara que la muerte de esa persona se había producido
en la sala de operaciones a lo que el galeno se negó diciéndole que había llegado muerto y que ellos eran quienes lo habían
matado. Se resistió y valientemente no accedió al requerimiento
del alto oficial, acotándole a su esposa, la señora Rodríguez, que
eso «antes era obligado» y que «si no hacías lo que querías (debe
Ibídem, p. 277.
Ibídem, p. 280.
20
21
123
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
decir querían) te mandaban a matar o te metían preso».22 De todas maneras el doctor Jiménez Guerra, que sepamos, nunca fue
hecho ni siquiera preso por actitudes decorosas como esas y en el
caso de Jean Awad, ni los heridos ni los oficiales que concurrieron al hospital esa noche presionaron a nadie para que hiciera lo
incorrecto.
3. Sobre el testimonio de un ex oficial militar
23
de la época
Según se refiere en este documento, no fechado, este oficial
militar estuvo en Jimaní y Restauración en 1958 y 1959 y en esas
localidades conoció y entabló amistad con Jean Awad Canaán y
su esposa Pilar Báez Perelló de Awad. Se trata de un documento
que concatena hábilmente verdades con especulaciones y que por
tanto, a mi entender, carece de credibilidad por las afirmaciones
imposibles de comprobar y por no estar avalado con una firma
de origen responsable. Es vergonzoso que haya sido publicado en
condición apócrifa sobre todo cuando las incriminaciones que
hace son graves, no precisamente un juego de niños.
Su autor relata la supuesta causa por la que Jean Awad fue
mandado de puesto al pueblo fronterizo de Restauración en condición, también, de supuesto castigo, afincando su criterio con el
hecho de que Awad llegó, según le pareció extraño, con el pelo
cortado al rape. Según Awad le contó, el motivo por el que él y
su esposa fueron a parar a esos lugares se debió a su osadía de
abandonar con ella sin el permiso correspondiente una fiesta en
honor a Angelita (o de ella) debido a las molestas provocaciones
que estaba recibiendo de dicha señora, actitud (la del abandono
sin autorización) que era una conducta inaceptable para Trujillo y
su gente. ¿Es creíble esto en Awad Canaán? ¿Es posible pensar que
Angelita hiciera algo así estando su esposo allí presente y ante su
íntima amiga Pilar? ¿Cómo puede creerse que Jean Awad, trepado
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 280.
Ibídem, pp. 290-295.
22
23
124
Las mentiras de la sangre
en un círculo tan privilegiado por la gracia del poder imperante al que llegó sin méritos propios, lugar ansiado por no pocos,
cometiera tal desacato contra una orden no escrita pero sí bien
conocida por todos emanada de la cima del poder, con algunos de
los dueños de este allí presentes?
A mi entender el asunto no pasó de ser una justificación bien
inventada y mejor encajada en la creencia, solo parcialmente
cierta, de que esos lugares fronterizos eran sitios de castigo para
oficiales por diversas razones. No siempre fue así. Por ejemplo,
yo, en calidad de segundo teniente, graduado con honores de la
Academia Militar, formación que no tuvo Jean Awad, fui destacado
a San Juan de la Maguana,24 pero otros compañeros de promoción
no corrieron con mejor suerte. Tales traslados eran parte de la
rutina militar aunque también se los usara, lo admito, para aplicar
castigos.
Lo que dice al respecto Jesús del Castillo, Chuchi,25 oficial que
estudió en Venezuela, es más que ilustrativo. Refiere que al regreso
del grupo del que formaba parte, fueron llamados por el entonces
presidente de la República Héctor B. Trujillo Molina, quien les
preguntó si conocían la frontera y que para él era inconcebible
que conocieran a Venezuela y no nuestra frontera, de manera
que todos fueron a parar a esos pueblos limítrofes con Haití. Del
Castillo llegó incluso a manifestar que era un asunto favorable
económicamente por las siembras de habichuelas de esas zonas.
Puesto que incluye en esta afirmación el interés de Johnny
Abbes García, jefe del temible SIM, de apartarlos de las peligrosas influencias subversivas presentes en el medio capitalino, es
posible (a mi entender) que el traslado tuviera también, aparte
de estas premisas, el propósito de endurecer sus aptitudes militares y en esto no se puede pasar por alto la celosa vigilancia
fronteriza de Trujillo contra la penetración de ilegales haitianos.
Por lo tanto, no se le puede dar matiz de absoluto a la expresión
del ex militar de que esas poblaciones eran lugares exclusivamente punitivos.
Ver en el anexo 4 la certificación de la Jefatura del Estado Mayor del ERD.
N. Despradel, Pilar y Jean, pp. 155-156.
24
25
125
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Sin embargo, es posible lo del castigo pero por una razón
distinta a la antes expresada. Awad osó mofarse de un oficial de
correcto comportamiento y mesurada actitud al que tildó, injustamente, de homosexual, asunto que equivalía a una acusación grave en la Era de Trujillo y que tuvo el agravante dado por la sólida
amistad del injuriado con el coronel León Estévez, quien terminó
imponiéndole el castigo fronterizo, criterio que también es parte
del testimonio de Del Castillo, referido en el párrafo anterior.26
Lamentablemente quien pagó con más alto precio este traslado
fue Pilar Báez porque, de acuerdo con el testimonio de Lillian
Gómez, una de sus amigas en Jimaní, la joven esposa, estando lejos de los controles médicos adecuados sufrió abortos y engordó
mucho en su último embarazo, condiciones que posiblemente
fueron inductoras o tuvieron relación directa con su muerte durante el parto mediante la cual vino al mundo Pilar Awad Báez. Es
especulativo, lo sé, pero no carece de lógica.
En párrafos anteriores he mencionado mi rango de segundo
teniente mientras estuve de puesto en San Juan de la Maguana y
no el de cadete para esa misma época como afirma equivocadamente Pilar Awad Báez según el ex militar. Pero donde esta falacia
se magnifica es en su aseveración de que «Sención llegó a San
Juan de la Maguana ocho o diez días antes de eso (se entiende
que se refiere al accidente) y a los ocho o diez días después que le
enyesaron el brazo volvió al CEFA»,27 insinuando, al encajonarme
en un lapso de tiempo tan singularmente estrecho cuyo punto
pivotal es la muerte de Jean Awad, de que había sido enviado a ese
lugar con tan nefasto propósito.
La falsedad argüida por este señor puede ser perfectamente
comprobada en las certificaciones anexas de la Secretaría de
Estado de las Fuerzas Armadas y de la Oficina del Director de
Personal G-1 EN de la Jefatura de Estado Mayor, en las que constan los traslados que sufrí el 15 de noviembre de 1959 a la novena
compañía del EN de servicio en San Juan, un año antes del accidente y luego mi trasladado a la 43 compañía del EN, en la ciudad
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 156.
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 299.
26
27
126
Las mentiras de la sangre
de Constanza el 15 de febrero de 1961, cuatro meses después del
accidente. Esto quiere decir que mi estadía en San Juan fue de un
año y tres meses y no de veinte transitorios días. Estos datos demuestran fehacientemente que quien emitió tales conceptos es un
gran mentiroso, peculiaridad que suma a la de ser un reconocido
mitómano por sus compañeros de promoción.
Las cartas de Angelita a Awad en las que esta o alguien ponía
como clave una rayita a seguidas del nombre del destinatario ¿existen para darle el crédito de prueba irrefutable? Estas «peligrosas»
cartas, no sabemos si manuscritas o mecanografiadas y firmadas,
tuvieron su origen no tan solo en el supuesto sistemático acoso de
Angelita contra Awad, sino en el hecho de que, según lo confesara él
mismo, tenía «un embullo con Angelita».28 Si aceptamos esto como
una verdad y no como una fanfarronada de Awad o una mitomanía
del ex oficial, y en el tenor de que todos conocemos el significado
de la palabra «embullo», entonces sería necesario admitir que el
joven oficial no era del todo honesto con su esposa Pilar.
Pero eso es inadmisible a la luz de la conducta moral de Awad
en este aspecto, y porque una relación así no se le habría escapado
al efectivísimo servicio de espionaje del régimen, sobre todo para
el injuriado, el poderoso coronel, íntimo de Ramfis Trujillo, Luis
José León Estévez, quien, de paso, era también su amigo. Todo es
tan difícil de creer que tan solo las cartas, de existir y comprobarse
su autenticidad, podrían dilucidar este supuesto embrollo sentimental. Pero, ¿quién las tiene? Mientras, no deberían siquiera
mencionarse.
Inexplicablemente, el «castigo» de Jean Awad terminó con su
traslado al centro del poder como edecán, ayudante militar, nada
más y nada menos que del presidente Héctor B. Trujillo Molina,
puesto que ocupó, contrario a lo que dice el narrador, pues hay
fotografías de él como integrante de la comitiva del citado mandatario. Desconfianza, por tanto, no se le tenía.
El ex oficial replantea el asunto de la muerte criminal de Pilar
Báez de Awad asumiéndolo como una verdad lo que en realidad ha
Ibídem, p. 292.
28
127
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
sido una especulación. Para esto utiliza el manido argumento de la
misteriosa enfermera que la inyectó en la clínica Abreu de Santo
Domingo para matarla y que de inmediato fue sacada del país por
Haití, protegida por el servicio de inteligencia. En su libro Pilar y
Jean, investigación de dos muertes en la Era de Trujillo, Naya Despradel,
desmonta magistralmente esta solemne mentira por lo que remito
al lector a esa importante fuente de información.
Pero el asunto más importante para mí en esta información
apócrifa es la pretensión de su narrador de involucrarme, aunque
no lo haya expresado textualmente, en la supuesta muerte «criminal» de Jean Awad. No se puede interpretar de otra manera cuando
dice, transcribo: «El teniente Antonio Rojas Mieses, Rojitas, estaba de
puesto en Las Matas de Farfán y escuchó por fonía cómo se daba
instrucciones a un chofer de camión de carga comercial en el sentido
de que tomara el plan B porque el carro que esperaba había tomado
otra ruta», agregando en un párrafo de una sola línea: «El camión iba
por la carretera Las Matas-San Juan», y en el siguiente párrafo: «Rojas
Mieses le aseguró al declarante que se trataba de la trama para asesinar al teniente Awad Canaán, enviado desde la base de San Isidro a la
misión de buscar un pelotero a San Juan de la Maguana».29
Esta declaración luce armónica y hasta convincente pero tiene un error garrafal. El comandante de puesto en Las Matas de
Farfán no era a la sazón el teniente Antonio Rojas Mieses, Rojitas,
como se afirma en el documento de marras, sino el teniente
Baltazar Morantín López; para ese momento Rojas Mieses, en
condición de enemigo del régimen, estaba exiliado en Venezuela
de manera que no pudo haber dado tales órdenes, según consta
en la obra del reconocido dirigente izquierdista Chaljub Mejía30
(ver anexo 11). Esto de por sí le introduce un connotado factor
de duda a lo dicho por el ex oficial, suficiente como para no
creerle nada de lo que dice.
Pero existen otros elementos discordantes y hasta acusatorios.
Se entendía que el pelotero estaría en San Juan de la Maguana en
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 294.
Rafael Chaljub Mejía, La «Era» en los días del fin, Santo Domingo, Editora
Manatí, 2006, p. 181.
29
30
128
Las mentiras de la sangre
donde Awad Canaán lo recogería esa mañana para retornar con
él ese mismo día, posiblemente en horas diurnas tras una estadía
de pocas horas en la población. Esto significa que el viaje a Las
Matas de Farfán no estaba en el programa por lo que llegar a este
poblado era innecesario, que era justamente la ruta por donde estaba el camión. Sería necesario admitir para acomodar el criterio
«criminal» que el camión estuvo en su «asunto» desde la mañana,
estacionado o vagando con su carga, hasta la hora en la que Jean
Awad, pasada las 7:00 pm, lo encontraría.
Nada de esto está en la relación ofrecida por el chofer
Inocencio Montero, quien viniendo desde El Cercado, recogiendo cargas y pasajeros, simplemente se detuvo en el lugar del accidente apenas unos pocos minutos antes. Dicho de otro modo y a
la inversa (dentro del plan «criminal»), el chofer al no encontrar
su «objetivo» en horas de la mañana (que sería el plan A) pasó
a cumplir el plan B casi cayendo la noche. El enredo conceptual
es tal que es difícil por no decir imposible de creer y al mismo
tiempo demasiado complicado para la ejecución de un asesinato
como para que no quedaran evidencias claras al respecto. Y todo
fue especulación.
Hay algo adicional y desde luego más delicado. De acuerdo
con la descripción del ex militar (no compartida por quien esto
escribe) se asume que el chofer Montero fue una pieza clave, con
información o no, en el «asesinato» de Jean Awad. Supongamos
que simplemente lo utilizaron bajo amenazas como solía hacerse en esa época. El resultado de su colaboración, aunque él no
lo supiera cuando le dieron la orden, fue la muerte de un joven
oficial de las fuerzas armadas del país y lesiones que pudieron
ser mortales en otros dos oficiales heridos; esto debió de pesar
profundamente y permanentemente en su conciencia como para
quedarse callado con esta cruz clavada en su corazón.
La declaración del ex oficial incógnito tiene peso suficiente
como para que, al menos, se inicie una investigación sobre la participación de Montero en la «muerte criminal» de Awad y, por
tanto, Pilar Awad Báez y su colaboradora Eva Álvarez deberían dirigir sus cañones no solo a mi persona, a la de Manolo Valenzuela
129
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
y a la memoria de Pedro Rodríguez Botello, sino contra este señor
que es la tercera persona testigo-participante en el accidente con
vida al momento actual. Pero no se hará nada porque con una
fábula no se puede acusar y demostrar culpabilidad en nadie y en
mi criterio, Montero es totalmente inocente de ese posible cargo,
igual que como se le manifestó en el juicio al que fue sometido.
Por último, abrigo la esperanza de que este oficial incógnito
para el lector común, no para mí ni para sus excompañeros de
armas, dé la cara.
130
Capítulo IX
Acerca de las declaraciones del
doctor Felipe Herrera
Breve introducción
El Dr. Felipe Herrera, médico ortopedista, por largos años
director del hospital Dr. Darío Contreras, fue quien nos brindó
las principales atenciones médicas al teniente odontólogo Pedro
Rodríguez Botello, al joven pelotero Manuel Valenzuela y a mí, en
la emergencia del hospital de Salud Pública Santomé de San Juan
de la Maguana (hoy hospital Dr. Alejandro Cabral) en la noche
del 30 de noviembre de 1960.
Fue también quien le hizo el experticio médico al cadáver del
primer teniente Jean Awad Canaán esa misma noche en la morgue
de dicho hospital. Sus testimonios al respecto, uno proporcionado
a Pilar Awad Báez el 2 de junio del 2010, presente en La verdad de
la sangre, y otro a Naya Despradel el 11 de agosto del mismo año,
publicado en su obra Jean y Pilar, investigación de dos muertes en la
Era de Trujillo, son esenciales para la adecuada comprensión de lo
ocurrido a nosotros, los lesionados, y a Jean Awad en relación a las
posibles causas de su muerte. Los datos en ellos contenidos son, por
tanto, de importancia capital a los propósitos de la presente obra.
En virtud de la extensión de estos documentos y para evitar
la transcripción de elementos innecesarios consideré prudente
extraer de los mismos los datos o informaciones de relevante
importancia para el objetivo central perseguido: establecer con
claridad incuestionable la naturaleza de las lesiones padecidas por
131
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
los que acompañábamos a Jean Awad al momento del accidente
que le costó la vida y las causas de la muerte de este.
Puesto que existen coincidencias y discrepancias entre las
dos relaciones, opté por agregar un segmento en el cual analizar
comparativamente algunos tópicos de interés con el propósito
de que quedaran adecuadamente esclarecidos para el lector
común. En estas consideraciones introduje una certificación
del doctor Radhamés Cabrera Felipe,1 prestigioso médico
cardiólogo-nefrólogo, quien constató nuestra presencia mientras estuvimos internos en el hospital militar Dr. Marión de la
entonces Ciudad Trujillo, y de la doctora en farmacia Lillian
Gómez, quien sostuvo una estrecha amistad con el matrimonio
Rodríguez Botello-Miñón Sánchez y fue paciente odontológica
de por vida del primero.
Debo advertir que mi formación es esencialmente militar,
complementada en la edad adulta con los estudios universitarios y
la profesión en ciencias administrativas, por lo que no me ha sido
posible abordar los asuntos aquí tratados bajo una óptica puramente médica. Entiendo, sin embargo, que no se requieren en el
lector común conocimientos especializados para comprender el
significado de las expresiones vertidas por el doctor Felipe Herrra
en ambos documentos y los datos agregados por las relaciones del
doctor Radhamés Cabrera y la doctora Lillian Gómez.
2
1. Testimonio del doctor Felipe Herrera
3
(extractos y consideraciones)
El doctor Felipe Herrera inicia su exposición a Pilar Awad
Báez dando cuenta, según su memoria, del personal principal
del hospital Santomé de San Juan de la Maguana, sin definir con
precisión si ese grupo profesional era el que estaba en vigencia en
Ver anexo 7.
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, pp. 281-289.
3
El documento aparece fotocopiado bajo la firma del doctor Herrera y transcrito al texto del libro.
1
2
132
Las mentiras de la sangre
ese centro de Salud Pública en el período al cual correspondió la
noche del 30 de noviembre de 1960, cuando fue requerido para
asistir al odontólogo Pedro Rodríguez Botello y a mí, y para hacer el examen del cadáver de Jean Awad Canaán. Señala que el
director era el doctor Orestes Cucurullo, el subdirector el doctor
Vinicio Jiménez Guerra, y los integrantes restantes de la planta médica, los doctores Augusto Ramírez Piña, Manuel Emilio Gálvez,
Cornelio García y la doctora Elsa García de López, agregando
que la directora del departamento de Farmacia era la Lic. Hilda
Ramírez Arístides (el segundo apellido debe ser Aristy, agrego yo)
servicio que tenía como asistente a Lillian Rodríguez.
Según el testimonio ofrecido por la señora Lillian Rodríguez
(ver capítulo VIII), ella era realmente parte del personal del hospital y también su esposo, el subdirector doctor Jiménez Guerra,
pero en la relación de la enfermera Bella Herminia Santil (en el
mismo capítulo), que cuenta con mayores detalles los incidentes
en la emergencia del hospital esa noche, Lillian ya no estaba en
el hospital y el subdirector era el doctor Livio Peña, sustituto de
Jiménez Guerra quien luego «Se puso mal de la cabeza».4 Tal disparidad informativa sobre un asunto de hace más de 50 años puede
ser atribuida a limitaciones de la memoria.
En los párrafos tercero y cuarto, que son los más importantes
de la relación, el doctor Herrera expone los datos que recogió
del examen post-mortem de Jean Awad Canaán, observaciones a
las que le agregó criterios presuntivos, según sus conocimientos
científicos, sobre las posibles causas de la muerte. Dijo que vio el
cadáver en la morgue, después que lo habían lavado y le habían
quitado la ropa, ya en «proceso de rigidez», «como a las 10 u 11
de la noche»,5 cuando, según su opinión, «tenía ya más de 3 horas
de fallecido».6 Admite que lo examinó pero que no recuerda los
detalles. No le vio «ninguna herida de bala. Ni herida ni nada, ni
fractura expuesta o abierta»,7 nada visible. Asumiendo que «no
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 277.
Ibídem, p. 281.
6
Ibídem.
7
Ibídem.
4
5
133
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
podía haber tenido golpes tan masivos para que un médico especializado no se acordara».8
La nitidez del estado en el que se encontraba el cadáver llevó
al galeno a ofrecer puntos de vista científicos y presunciones que
pueden explicar las causas de muerte en una situación así.
Por ejemplo, «una persona puede morirse por asfixia o si le dan
anestesia o mucho alcohol (que eso fue lo que se oyó después que
andaban bebiendo)»;9 que una persona intoxicada con alcohol
podía ser asfixiada fácilmente con una almohada, o anestesiada, o
colocándole una almohada en el cuello y dándole un golpe sobre
la tercera vértebra cervical, lo que causaría una muerte limpia, sin
dejar alguna marca; con golpes romperle el hígado, o el bazo, o
rotura de vasos, lo que causaría una hemorragia interna, cosa que
«no se ve».10 Admite que «pudo haber sido un accidente que no
tuviera las aparatosas fracturas visibles»11 pero, al mismo tiempo,
afirma que «el occiso era muy joven y no tenía la condición para
morir de ese accidente».12 Va más lejos en sus detalles al decir
que si la muerte hubiera «sido un accidente, es muy raro que no
hubiera habido ninguna esquimosis ni nada, o un hematoma»,13
apuntalando este criterio con el concepto, en término de posibilidad, de que él (Awad) «pudo haber sido intoxicado porque no
había esquimosis ni nada».14
En el quinto párrafo se refiere al bolígrafo que portaba Awad
Canaán sobre su pecho, cuya destrucción parcial fue presentada
como prueba, tal vez, justificadora del tremendo impacto recibido
por este en el accidente. Las conclusiones del profesional fueron
claras al respecto:
Ese bolígrafo que tenía en el pecho fue machacado simulado, pues solo que él hubiera tenido el pecho de acero para
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 281.
Ibídem.
10
Ibídem.
11
Ibídem.
12
Ibídem.
13
Ibídem.
14
Ibídem.
8
9
134
Las mentiras de la sangre
que se machacara así. Para que se dañe un bolígrafo de
esa forma tendría que haber una esquimosis grandísima en
el pecho y todas las costillas rotas y se hubiera incrustado
incluso en el pecho y hubiera tenido marcas.15
El sexto párrafo está dedicado al Acta de Defunción. El doctor
Herrera refiere que la constancia de la muerte que firmó, necesaria para el manejo ulterior del cadáver, «el salvoconducto del
muerto»,16 desconoce si se utilizó como tal o si fue falseada firmada por otro médico, caso en el que no aparecería la firma de él.
El diagnóstico de la causa de muerte de Awad podía ser cambiado
por otro de más cómoda justificación como el de «traumatismo
craneoencefálico»,17 que es mortal.
En el séptimo párrafo aborda lo relativo a Manolo Valenzuela,
el Pelotero. El doctor Herrera dice que lo conocía bien, que era contemporáneo de él y que era amigo de uno de sus primos, vía que usó
para que aquel se le presentara, cosa que nunca hizo, «nunca más
apareció, creo que por temor»18 a que él lo indagara. Agrega, según
se enteró, que a Valenzuela lo fueron a buscar (se refiere a mí, a
Rodríguez Botello y a Jean Awad, desde luego) a varios sitios pero
que «nunca no lo encontraron».19 El que no apareciera, aún a pesar
de que era hermano de Manuel Mercedes Valenzuela, alguacil de
larga experiencia, hombre muy serio, le causó mucha extrañeza. El
hecho de que a Manolo no lo llevaran al hospital para examinarlo
lo interpreta como una excusa y que tal vez ni siquiera este fuera
parte de los accidentados, sometido a la amenaza de que «si hablas
te matamos». Que tales elucubraciones se escuchaban entre las gentes del pueblo, finalizando su relación con la siguiente frase: «Pero
Manolo no quiso hablar y nunca hemos podido contactarlo».20
En el octavo párrafo trata sobre el vehículo involucrado en el
accidente. Vale la pena transcribirlo textualmente: «Yo era amigo
Ibídem, p. 282.
Ibídem.
17
Ibídem.
18
Ibídem.
19
Ibídem.
20
Ibídem.
15
16
135
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
de los buenos mecánicos de allá (se refiere a los mecánicos de San
Juan de la Maguana) y el carro con el que ellos supuestamente
cometieron ese crimen nunca fue objeto de mención, pues nadie
lo vio. Pienso que por eso es que Manolo nunca ha dado la cara,
ni ha dado declaraciones, ni ningún mecánico prestara servicio al
vehículo accidentado, pues lo hubiera comentado el pueblo».21
El siguiente párrafo, el noveno, el doctor Herrera lo refiere a
cosas que se escuchaban y se decían del accidente. Hace hincapié
en lo tedioso que pudo haber resultado el viaje en busca del pelotero, un largo trecho consumidor de tiempo y realizado sobre vías
difíciles: San Juan-Las Matas de Farfán-San Juan-Padre las Casas y
vuelta a San Juan (a donde no pudo llegar).
Los tres párrafos finales, décimo, undécimo y duodécimo, el
doctor Herrera los dedica a mi persona y a Rodríguez Botello.
Dijo que «Atendí a dos personas que lo llevaron a él al Hospital.
A Sención y a otra persona»22 (que era lógicamente Rodríguez
Botello) a quienes, porque no tenían «una gravedad»,23 no fue
necesario hospitalizarlos y a los que tampoco se les hizo «una
sinopsis o referimiento a otro hospital»,24 limitándose las indicaciones a recetas y «posible visita a un ortopeda-traumatólogo».25
Dijo que yo (Sención Silverio) «estaba pausado»26 requiriendo
atención médica para el amigo (Rodríguez Botello), que tenía
«traumatismos leves»27 y que el pronóstico de mi condición no era
grave como para hacerme un referimiento; que nunca más me vio
a pesar de que luego pasó muchos años trabajando en el Hospital
Dr. Darío Contreras.
Rodríguez Botello «tenía un traumatismo cerrado del tórax»28
y por eso le inmovilizó el tórax con algodón, vendaje elástico y analgésicos para el control del dolor, agregando que el traumatismo
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 282.
Ibídem, p. 283.
23
Ibídem.
24
Ibídem.
25
Ibídem.
26
Ibídem.
27
Ibídem.
28
Ibídem.
21
22
136
Las mentiras de la sangre
«pudo haber sido causado por el guía de vehículo mecánico o si
el asiento se rompe si fuera el conductor».29 Agregó que «después
solo escuché que ese accidente fue raro y que quizás no hubo tal
accidente»30 y que tampoco Manolo había sido parte de él.
El doctor Herrera finaliza su entrega dándole las gracias a sus
entrevistadores por el alivio que su declaración le produjo a él
mismo, agregando lo apenado que se sentía por no haber podido
ayudar a Jean Awad como él lo hubiera querido.
2. Entrevista al doctor Felipe Herrera31
(extractos y consideraciones)
Después de una introducción en la que ofreció de manera
muy resumida sus datos generales, los motivos de su vocación
médica, su nivel profesional y dilatados servicios prestados a la
cátedra universitaria y a la salud pública del país, incluida la dirección del hospital Dr. Darío Contreras por muchos años, le refirió
a Naya Despradel que él ocupó su posición de médico del hospital
Santomé de San Juan de la Maguana el 29 de junio de 1959, institución de Salud Pública de la que llegó a ser jefe del Servicio de
Radiología y del de Ortopedia.
La noche del 30 de noviembre de 1960 fue llamado al hospital
al que llegó aproximadamente a las 10 pm para atender a dos
pacientes lesionados en un accidente ocurrido «entre las seis y
media y siete de la tarde»32 que habían ingresado a la emergencia
una hora antes, como a las nueve de esa noche. No me conocía ni
a Rodríguez Botello pero sí a Valenzuela, quien era vecino de él
y quien no hizo acto de presencia allí por salir ileso del percance.
Sobre Rodríguez Botello «dedujo que posiblemente recibió
un trauma cerrado del tórax con posibles una o dos fracturas
de costales (costillas), por lo que procedió a practicarle una
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, 283.
Ibídem.
31
Realizada por Naya Despradel el 11 de agosto de 2010 y publicada en N.
Despradel, Pilar y Jean, pp. 237-246.
32
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 239.
29
30
137
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
inmovilización de tórax con un vendaje para controlar el movimiento respiratorio y, además, dice que por supuesto le inyectó un
analgésico».33 Al examinarme a mí (Lorenzo Sención) «determinó
que sufrí traumatismo de muñeca, la cual inmovilizó;» y además
«fractura de nariz y herida en la región frontal, a la cual no le hizo
sutura».34
Luego de atender a los lesionados le pidieron al Dr. Herrera
«examinar al conductor del vehículo, un oficial que había
perecido».35 Puesto que esta persona había llegado muerta al hospital se dirigió a la morgue a cumplir esta misión. El cadáver «Ya
tenía rigidez cadavérica»36 al momento que lo vio que «eran más
de las 11 de la noche»,37 observando «que era un paciente politraumatizado, lo que era de esperarse si había estado en un accidente
de automóvil [...]. Supo su nombre más tarde porque en San Juan
había un médico de apellido Canaán que fue al hospital».38
Al examinar el cadáver y los traumas óseos que tenía dedujo
que «debía haber sufrido una fractura de cuello, específicamente
de la tercera vértebra cervical, trauma este que mata instantáneamente porque al producirse un desplazamiento de la misma, se
ocasiona la rotura de la médula espinal, se produce interrupción
de la respiración y sobreviene la muerte casi instantánea»,39 agregando, para ilustrar mejor este criterio, que esa es la misma causa
que mata a los ahorcados. Dedujo que tenía fractura de extremidades estableciendo un diagnóstico presuntivo de posible trauma
de extremidades.
En ausencia de datos concretos provenientes de una autopsia,
porque esta no se hizo, estimó que «además del trauma encefálico-cervical debió tener fracturas en el tórax y en el abdomen» y
que «pudieron haberse roto vísceras huecas y quizás también el
hígado y el bazo, que estarían llenas de sangre ya que producen
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 240.
Ibídem.
35
Ibídem.
36
Ibídem.
37
Ibídem.
38
Ibídem.
39
Ibídem.
33
34
138
Las mentiras de la sangre
hemorragias masivas»,40 considerando además que «Pudo haber
sufrido una hemorragia interna y en media, una hora, hubiera
estado muerto».
Refiere que al día siguiente llegó una comisión de Ciudad
Trujillo encabezada por el doctor Simón Hoffiz, a la sazón director del hospital de San Isidro con tres propósitos principales:
1. Requerir los certificados médicos de los lesionados, 2. Solicitar
la movilización de estos hacia la capital, y 3. Obtener el certificado
de defunción del oficial fallecido. Lo primero lo cumplió incluyendo diagnóstico y tratamiento indicado; con relación a lo segundo consideró prudente dejar en observación, hospitalizados, a
los lesionados, politraumatizados, por 24 horas por lo menos, para
estabilizar sus condiciones y no movilizarlos hasta tanto se tuviera
seguridad de que no sufrirían complicaciones, recomendación
que le fue aceptada y que fue la razón por la que permanecimos
varios días en el hospital.
En relación a la tercera petición, escribió «paciente tal, de 26
años de edad, fallecido a consecuencia de politraumas, incluyendo posible trauma cráneo-encefálico y posible ruptura de vísceras
intratorácicas y abdominales»,41 documento que fue firmado y
sellado debidamente y depositado en el hospital de San Juan de
la Maguana (hospital Santomé). El doctor Herrera admite que
Awad Canaán pudo haber recibido un fuerte golpe con el guía
y consecuentemente haber muerto por una hemorragia interna
(«un shock hemorrágico»).42
Prosigue su declaración a Naya Despradel, que se recomienda
leer íntegramente por la pericia de quien emite esos conceptos,
tratando sobre la elevada frecuencia con la que recibía en el
hospital sanjuanero a lesionados y muertos por accidentes en las
estrechas vías de entonces, mal pavimentadas y llenas de curvas,
insistiendo en el daño que inocentemente le adicionan a las víctimas quienes las recogen, las sacan de los vehículos accidentados
y las transportan de manera inadecuada (a nosotros, a Rodríguez
Ibídem.
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 241.
42
Ibídem, pp. 241-242.
40
41
139
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Botello golpeado severamente en el pecho, y a mí, conmocionado,
aturdido, nos metieron, con muy «buena intención» en un carro
público para llevarnos a San Juan de la Maguana), agregando
sobre las graves consecuencias que les acarrean a los lesionados
la pérdida de tiempo en el traslado de los mismos a los centros
hospitalarios competentes.
En el texto Pilar y Jean, Naya Despradel, como investigadora
acuciosa, complementa la declaración del doctor Herrera al
mostrarle a este fotografías de la carretera vieja de San Juan de la
Maguana cerca de Guanito, considerando el galeno que esas vías,
tal como las veía (en las fotos) eran «autopistas» para lo que realmente eran. Además, aporta datos de valor sobre la inexistencia
del cinturón de seguridad y de los apoya-cabezas en los automóviles de esa época, desprovistos también de aire acondicionado, lo
que hacía de los viajes una tarea tediosa y peligrosa, sobre todo si
estos eran largos y se consumían bebidas alcohólicas y alimentos,
favorecedores del sueño, conjunto de factores que estuvieron presentes en el fatídico viaje de Jean Awad Canaán a San Juan de la
Maguana.
3. Análisis comparativo de las dos entrevistas
ofrecidas por el doctor Felipe Herrera (Con
acotaciones testimoniales de la doctora Lillian
Gómez y del doctor Radhamés Cabrera Felipe)
Obviando los numerosos detalles, conjeturas y especulaciones relativas a lo que se hablaba y se oía a nivel popular, articulados en la armazón del rumor, carentes de consistencia documental, presentes en las declaraciones del Dr. Felipe Herrera,
principalmente en la primera de las dos, algunos aspectos de sus
observaciones en la noche del 30 de noviembre de 1960 merecen
ser comentados conjuntamente con las notables diferencias en
relación a los diagnósticos reales o presuntivos señalados por
el galeno sobre los lesionados, el Dr. Pedro Rodríguez Botello
y mi persona, Lorenzo Sención Silverio, y sobre el cadáver de
140
Las mentiras de la sangre
Jean Awad Canaán. Con el fin de facilitar la exposición y evitar
repeticiones innecesarias los puntos de vista vertidos en el texto
La verdad de la sangre de Pilar Awad Báez se señalan con las siglas
LVS y los ofrecidos en el texto Pilar y Jean de Naya Despradel con
las siglas PyJ.
(LVS): Examinó el cadáver de Awad Canaán en la morgue del hospital
entre las 10:00 y las 11:00 de la noche. «Ya le habían quitado la
ropa» y que había llegado en «proceso de rigidez» cadavérica; pensó
que «tenía más de 3 horas de fallecido».
(PyJ) «Eran más de las 11 de la noche» cuando examinó el cadáver. «Ya
tenía rigidez cadavérica».
Comentario. Se estima que el accidente ocurrió alrededor de
las 7:00 pm (unos minutos menos, unos minutos más). El doctor
Herrera dice que el cadáver ya presentaba signos de rigidez al llegar al hospital pero ese es un dato que le debe haber sido referido
por otros puesto que él llegó al hospital posterior al ingreso del
cadáver de Awad Canaán o, dicho de otro modo, él no estaba en el
hospital cuando el cadáver llegó. Tampoco precisa con exactitud
la hora en la que comenzó a examinarlo siendo evidente que fue
después de las 10:00 pm. Su simple estimación de que tenía más
de 3 horas de fallecido permite suponer, con definida consistencia, que la muerte pudo haber ocurrido cuando menos a la hora
señalada del accidente.
Es necesario indicar que no es lo mismo decir que un cadáver
está completamente rígido que cuando esta (la rigidez) muestra
los primeros signos. El doctor Herrera no señala el grado de rigidez del cadáver al momento de su examen, limitándose a decir
que estaba en «proceso de rigidez» o que «ya tenía rigidez», frases
que necesariamente no implican que la rigidez era completa,
asunto para el cual se requieren, como promedio y dependiendo
de múltiples factores, unas 12 horas, pudiendo este tiempo fluctuar dependiendo de un conjunto de variables.
Establecer el grado de la rigidez es de importancia capital porque si esta era completa al momento del experticio post-mortem,
141
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
entonces es posible deducir que Jean Awad tenía mucho más de
3 horas de muerto, dato que sería favorable a la teoría «criminal»
de Awad-Álvarez en el sentido de que su muerte habría ocurrido
en horas previas a la del accidente. En cambio, si la rigidez era
inicial o solo parcial, lo lógico es que la muerte haya ocurrido
unas tres horas antes, y tres horas antes de las 10 pm son las 7 pm,
hora aproximada del accidente, caso en el que Awad estaba vivo
al momento de la colisión con el camión. En pocas palabras, una
muerte fortuita, no criminal.
(LVS). «No vi ninguna herida de bala. Ni herida ni nada, ni fractura
abierta o expuesta. No podía haber tenido golpes tan masivos para que
un médico especializado no se acordara. Nada visible».
(PyJ). «Observó que era un paciente politraumatizado, lo que era de
esperarse si había estado en un accidente de automóvil». Dedujo
que «debía haber sufrido una fractura de cuello, específicamente de
la tercera vértebra cervical, trauma este que mata instantáneamente…». «¿Tenía fractura en las extremidades?», «…dedujo que sí y su
diagnóstico fue de posible trauma de extremidades, de presunción.»
Agregó «que además del trauma encefálico-cervical debió tener
fracturas en el tórax y en el abdomen», «que pudieron haberse roto
vísceras huecas, y quizás también el hígado y el bazo, que estarían
llenas de sangre ya que producen hemorragias masivas». Completó
estos criterios con los diagnósticos puestos en el certificado
de defunción: «fallecido a consecuencia de poli-traumas, incluyendo posible trauma cráneo-encefálico y posible ruptura de vísceras
intratoráxicas y abdominales».
Comentario. De inmediato saltan a la vista las notables diferencias existentes en las dos versiones ofrecidas por el profesional.
En la primera, en la de LVS, el cadáver estaba limpio, sin ningún
tipo de evidencia física traumática que pudiera explicar la causa
de la muerte del joven oficial; en la segunda, en la de PyJ, el cadáver corresponde al de un politraumatizado con posibles fracturas
de extremidades inferiores, de la tercera vértebra cervical, trauma toráxico y abdominal con posibilidad de hemorragia interna
142
Las mentiras de la sangre
masiva. Un verdadero desastre, más que suficiente para matar a
cualquiera en breve tiempo, instantáneamente, en minutos o en
pocas horas.
Pero si todavía dejáramos esta segunda versión de lado, a la que
hay que darle crédito real, y nos acogiésemos a la primera, la del
cadáver limpio, existiría, sin que pueda negarse enfáticamente, y
esto no lo digo sino el mismo doctor Herrera en su declaración a
Naya Despradel, la posibilidad, por deducción, «que debía haber
sufrido una fractura de cuello, específicamente de la tercera vértebra cervical, trauma este que mata instantáneamente»,43 apoyando
este criterio con su afirmación de que la lesión que se produce
en la médula espinal por la ruptura de esa vértebra es la razón
primaria de la muerte de un ahorcado.
Naya Despradel aporta, en este sentido, datos sobre lo que
averiguó acerca de este desnucamiento en los conductores de
vehículos, sobre todo en aquellos que no están fijados al asiento
mediante el cinturón de seguridad y no tienen tampoco apoyacabezas, que en una situación de una colisión violenta pueden
padecer lo que se denomina el «latigazo cervical», que es mortal.44
Y el carro conducido por Jean Awad no disponía de ninguno de
estos dos artificios. Debemos recordar que una de las lesiones por
él sufridas (bien descrita) era el golpe, como «un hundío»45 que
tenía en la frente. Además, si se acepta como bueno y válido lo que
dijo el chofer Montero de «en velocidad sí venían», es comprensible que un fenómeno de esta naturaleza haya acabado con la vida
del joven oficial.
(LVS): Rodríguez Botello «tenía un traumatismo cerrado del tórax» sin
ofrecer más detalles al respecto excepto por el tratamiento inmovilizante
y analgésico que le dio, agregando una especulación sobre la causa
de este trauma al decir que «pudo haber sido causado por el guía
de vehículo mecánico o si el asiento se rompe si fuera el conductor»,
completándola con lo siguiente: «después solo escuché que ese accidente
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 240.
Ibídem, p. 244.
45
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 273.
43
44
143
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
fue raro y que quizás no hubo tal accidente», y puesto que el asunto no
revestía «gravedad» no ordenó su hospitalización.
(PyJ): Sobre Rodríguez Botello: «dedujo que posiblemente recibió un trauma
cerrado del tórax con posibles una o dos fracturas de costales (costillas),
por lo que procedió a practicarle una inmovilización de tórax con un
vendaje para controlar el movimiento respiratorio y, además, dice que
por supuesto le inyectó un analgésico». Fue hospitalizado porque los
«politraumatizados deben permanecer en observación por lo menos por
24 horas […] y moverlos solamente cuando ya se tuviera la seguridad
de que no se iban a producir complicaciones».
Comentario. El primer texto (de LVS) es escueto, simple, sobre el trauma del tórax sufrido por el teniente odontólogo Pedro
Rodríguez Botello. Sin lugar dudas este trauma se produjo y es
evidente que fue lo suficientemente intenso como para aplicarle
maniobras de inmovilización a la caja del tórax, aparte calmarle el
dolor con un analgésico. Sin embargo, le agrega una especulación:
sentó (digo yo) al lesionado en el puesto del conductor para explicar la razón de ese trauma, lo que induce a pensar que no era Jean
Awad quien conducía el vehículo a tono con una de las versiones,
contradiciendo lo que dijo el chofer del camión, Montero, de que
un tercer teniente había quedado aprisionado en el carro en el
sitio del conductor y de que Rodríguez Botello, adolorido, salió
del vehículo por el otro lado. Pero además, basa esta especulación
en el rumor escuchado por él de que ese accidente fue «raro» y de
que tal vez nunca ocurrió.
En el segundo texto (de PyJ) el doctor Herrera admite la posibilidad de fracturas de costillas, lo que de ser real, complica más
el simple trauma del tórax; no divaga en especulaciones causales
o provenientes de rumores y decide, ante la comisión del hospital
de San Isidro que lo visitó al día siguiente, dejarlo internado hasta
tanto se estabilizara y no presentara complicaciones, previo a su
traslado a Ciudad Trujillo, decisión que permite entender que la
lesión era lo suficientemente delicada como para no movilizarlo
de inmediato en una ambulancia a dar tumbos en una carretera
infernal como lo era la Sánchez en esa época.
144
Las mentiras de la sangre
Debo agregar dos cosas. Primero, algo que solo ha sido mencionado de soslayo en relación a Rodríguez Botello, el «gordo
Botello». En realidad era un tipo corpulento y obeso, condiciones
sobre las que no se necesitan criterios médicos finos para entender
que podrían complicar cualquier tipo de lesión, y segundo, que
para nuestro traslado a la capital algunos días después no llegó
ningún helicóptero a San Juan de la Maguana.
Acotación testimonial de Lillian Gómez
Fue amiga de Pedro Rodríguez Botello desde la infancia, ya
que residió en el mismo sector capitalino que el odontólogo al
igual que su esposa Miñón Sánchez; coincidió con ellos en la
región fronteriza y además, ella fue su paciente odontológica
de por vida. Fue a visitarlo al hospital Marión acompañando a
Miñón varias veces, acomodando las primeras visitas para ver a su
propio esposo, que era militar, y estaba internado en ese centro
recién operado de la garganta. Refiere que a Rodríguez Botello
lo dejaron hospitalizado en San Juan por tres o cuatro días por
recomendación del doctor Hoffiz, director del hospital de la base
aérea, quien se apersonó a dicha población al día siguiente del
accidente. Lo trasladaron al Marión en ambulancia sentado en el
asiento delantero porque no soportaba hacerlo acostado en la camilla la cual fue ocupada, en cambio, por mi persona (Sención).
Escuetamente, manifiesta que Rodríguez Botello tenía fracturada una o dos costillas y una de las clavículas. Se le habían dado
unos 32 puntos de sutura en la nalga derecha, herida que, junto
al trauma del pecho del mismo lado, lo obligaba a acostarse sobre
el lado opuesto (el izquierdo) para evitar el dolor y poder respirar
mejor. Tenía la mandíbula soldada (quiere decir inmovilizada por
haber sido amarrada a la arcada dental superior) por fractura de
la misma, lesión y procedimiento quirúrgico que le impedía abrir
la boca por lo que tenía que alimentarse con comida ligera mediante un calimete, y que por la misma razón no podía hablar. Se
le salía la saliva de la boca, molestia que le quedó de por vida (una
145
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
mandíbula «disfuncional») obligándolo a usar pañuelos para higienizarse debidamente.46
Este conjunto de lesiones traumáticas importantes (una o dos
costillas rotas, una clavícula y la mandíbula —el hueso maxilar
inferior—), y una herida extensa en una de las nalgas, detalles, algunos de estos, que no fueron ofrecidos sobre todo en el primero
de los testimonios del doctor Herrera (a Pilar Awad) implica que
el cuerpo de Rodríguez Botello, quien venía en el asiento delantero del lado derecho desamarrado, fue sometido a un impacto
de muy alta energía, cosa que debió de ser igual para Jean Awad
con la diferencia de que este no rebotó contra las estructuras del
vehículo al quedar atrapado por el rígido guía que tenía delante.
Aunque sea especulativo, puede afirmarse, por simple lógica, que
la energía de ese impacto, disipada un tanto en el obeso y móvil
cuerpo de Rodríguez Botello, se concentró por entero en el pecho de Awad sometiéndolo, al igual que a su columna cervical, a
un insoportable esfuerzo traumático.
En Rodríguez Botello, tales lesiones explican el tremendo dolor
que manifestaba en la emergencia del hospital. No estaba fingiendo
ni montando una escena teatral encubridora de una acción malsana como se sugiere en uno que otro de los testimonios ofrecidos a
Piar Awad y a Eva Álvarez. Sus traumas fueron reales y severos, con
varias fracturas y una secuela mandibular disfuncional de por vida.
(LVS) Sobre mi persona, Sención Silverio: Estaba «pausado», requiriendo
atención médica para Rodríguez Botello. «tenía traumatismos leves
pero no de grave pronóstico como para yo hacerle un referimiento».
(PyJ): «determinó que sufrí traumatismo de muñeca, la cual inmovilizó;» y
además «fractura de nariz y herida en la región frontal, a la cual no le
hizo sutura». Sin embargo y, por las mismas razones que a Rodríguez
Botello, fui hospitalizado.
Comentario. Las diferencias en el diagnóstico son evidentes,
así como su recomendación ulterior: en una no tengo nada, solo
46
Ver testimonio de Lillian Gómez (anexo 2).
146
Las mentiras de la sangre
traumas leves y en la otra hay una dislocación de la muñeca y una
fractura de la nariz; además, en la primera no ordena mi hospitalización pero en la segunda sí. En realidad, y es lo que puedo afirmar: tras mi traslado al hospital militar Profesor Marión de Ciudad
Trujillo, después de permanecer unos tres días hospitalizado en el
Santomé de San Juan de la Maguana se comprobó la existencia de
una fractura del antebrazo (lo que lucía una dislocación articular)
y fractura del hueso propio de la nariz, razón por la que pasé varias
semanas con un yeso aplicado al brazo lesionado y motivo por el
que al día de hoy se aprecien radiológicamente las secuelas óseas
dejadas por estas lesiones (ver anexo 6, que muestra los reportes
radiográficos y los estudios realizados por dos médicos ortopedas
de reconocida solvencia moral y profesional).
Acotación testimonial del Dr. Radhamés Cabrera Felipe
El Dr. Cabrera Felipe, eminente cardiólogo-nefrólogo nacional, actualmente teniente coronel médico (R) EN, prestó servicios en el hospital militar Prof. Dr. Marión del Ejército Nacional,
conociéndonos bien a Pedro Rodríguez Botello y a mí a raíz de
sus servicios médicos en San Juan de la Maguana. Es preciso al declarar que fuimos trasladados al hospital militar tres días después
del accidente en el que perdió la vida Jean Awad, permaneciendo
hospitalizados en ese centro por varios días debido a «diversos
traumatismos y heridas», siendo la permanencia de Rodríguez
Botello más prolongada que la mía en virtud de que «sus lesiones
eran de mayor consideración» (ver anexo 7, declaración del Dr.
Radhamés Cabrera Felipe).
Lo de mi reclusión en el hospital Santomé es un hecho incuestionable. Aparte de las lesiones señaladas, es necesario agregar
que en ese momento proveníamos de un aparatoso accidente
de carretera en el que una persona, un oficial de la AMD, había
fallecido. Ambos, Rodríguez Botello y yo, éramos oficiales de las
fuerzas armadas de Trujillo y los cuidados y precauciones en torno a sus servidores tenían que ser extremos. Nadie se aventuraba
147
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
a cometer un descuido en tal sentido. Dicho en otros términos
¿qué le costaba al hospital, que también «era» de Trujillo, como
todo en este país, y al doctor Herrera dejarnos hospitalizados unos
días? Nada, nada absolutamente. O a la inversa, ¿qué le hubiera
pasado al doctor Herrera si al no tomar esta simple precaución,
bien barata, hubiéramos presentado serias complicaciones? Lo
mínimo hubiera sido una molesta y desagradable sanción, de mayores repercusiones aún en la Era en la que vivíamos. Además, la
hospitalización de nosotros fue reconfirmada al día siguiente del
accidente por el doctor Simón Hoffiz de la comisión que nos visitó
en el hospital.
En conclusión, las diferencias en las dos versiones ofrecidas
por el Dr. Herrera son notables. En la primera a Pilar Awad, no se
requiere que uno sea un genio de la interpretación de la palabra,
enredada en conceptos científicos y especulativos alimentados por
rumores, solo rumores, para entender que la visión de conjunto
ofrecida encaja perfectamente dentro del criterio criminal sostenido por las autoras de La verdad de la sangre. En la segunda, a Naya
Despradel, sus observaciones son más precisas; el cadáver de Awad
corresponde al de un politraumatizado con posibles fracturas, tal
vez de las vértebras cervicales, y sobre esta base ofrece datos de
las posibles causas de muerte del joven oficial, dependientes de
un factible aparatoso accidente, criterios que en vez de ser especulaciones son realidades que forman parte del acerbo médico.
Confieso que me resultan incomprensibles tales discrepancias.
Pero es necesario abordar cuatro tópicos más, que no son de
menor importancia frente a los precedentemente tratados en este
segmento:
1. el bolígrafo que portaba supuestamente Jean Awad al momento del choque;
2. el certificado de defunción;
3. la actitud asumida por el pelotero Valenzuela; y
4. la inexplicable desaparición del carro conducido por Jean
Awad Canaán.
148
Las mentiras de la sangre
Veámoslo más detalladamente:
1. La «prueba» del bolígrafo es de tanta importancia en favor
del accidente simulado y por ende de la muerte criminal de
Awad Canaán, que las autoras Pilar Awad Báez y Eva Álvarez
utilizan su imagen en la portada de su obra sobrepuesta a la de
los esposos Awad-Báez. El problema es que no existe ninguna
certificación, creíble, debidamente acreditada, de las condiciones del bolígrafo inmediatamente después del accidente,
por ejemplo, cuando el cadáver llegó al hospital o tal vez con
su ropa en la morgue del mismo. Con la misma especulación
que es presentado, con esa misma puede decirse: ¿ese era realmente el de Jean Awad? y aún admitiéndose que fuera el suyo
¿acaso no fue machacado con el deliberado propósito, ante
la ausencia de signos traumáticos en el pecho de Awad, de
utilizarlo como evidencia de la falsedad del accidente puro y
simple? Visto así, ese bolígrafo no puede ser esgrimido como
una pesada «prueba», irrebatible. Es inconsistente.
2. Con respecto al certificado de defunción, en su testimonio a
Pilar Awad Báez, aunque en un párrafo previo hizo una descripción de las lesiones que tenía o podía tener Jean Awad
Canaán, no especificó con precisión cuáles datos y diagnósticos colocó en el documento, comentando, en cambio, el temor de que esa pieza firmada por él fuera falsificada, como se
solía hacer en la época, con la rúbrica de otro médico y con un
diagnóstico como el de «traumatismo craneoencefálico que es
mortal». En su declaración a Naya Despradel sobre el mismo
tópico fue más preciso indicando que Awad había padecido
poli traumas y posibles trauma craneoencefálico y ruptura de
vísceras intratoráxicas y abdominales, certificado que firmó
y fue sellado y depositado en el hospital y que fue el que la
comisión investigadora de la AMD obtuvo. (El salvoconducto
del muerto).
De nuevo las diferencias son evidentes, pero en relación a la
posibilidad de la falsificación del documento no hay forma
de demostrar si su temor se hizo realidad o no. No sabemos,
149
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
porque nadie que yo sepa, a menos que sea alguien de la familia de Awad, tiene este certificado en sus manos, documento
de gran valor que fue buscado infructuosamente en el archivo
del hospital Dr. Alejandro Cabral (antiguo hospital Santomé)
por la investigadora Naya Despradel en el 2010 debido a que
los registros de esa época fueron destruidos por el comején, y
tampoco fue localizado en el Archivo General de la Nación.47
De esta manera y de nuevo, todo se queda en el campo
especulativo.
3. Con respecto a Manolo Valenzuela. En honor a la verdad, el
joven pelotero nunca habló públicamente del incidente porque nadie le pidió hacerlo hasta que, apenas hace dos años,
le ofreció su versión a Naya Despradel presente en la obra de
esta Pilar y Jean.48 También es cierto que nunca se le presentó
al doctor Herrera porque según su criterio era innecesario debido a que salió ileso del accidente e inmediatamente aceptó
la propuesta que le hizo el CEFA de ingresar a esa institución
para formar parte de su equipo de pelota como cátcher. No
se esfumó, término apropiado para la frase «nunca más apareció», y mucho menos por razones de «temor»49 para no dar
la cara y evitar así ser interrogado sobre lo ocurrido, criterios
que están bajo el sesgo del rumor pueblerino, netamente
especulativo, cuya máxima expresión es la de que tal vez «ni
siquiera se montara en el carro», o dicho de otro modo más
claro, que él no fue parte de ese accidente.
Las «elucubraciones» que permeaban la población sobre el accidente y que fueron recogidas por el doctor Herrera, «condenaron» a Valenzuela y propiciaron la conversión del accidente
en una farsa montada para justificar la muerte «criminal» de
Jean Awad; no se puede pensar de otra manera ante la lapidaria
frase «si hablas te matamos»50 que según dice, se hablaba en el
pueblo. Repitiendo lo dicho en otra parte, Manolo Valenzuela
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 241.
Ibídem, pp. 220-223.
49
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 282.
50
Ibídem.
47
48
150
Las mentiras de la sangre
no estaba oculto. Desarrolló una positiva vida militar y terminó retirado con el grado de mayor EN (ver su testimonio en
el capítulo III). No fue «linchado» según la afiebrada mente
de Bella Herminia Santil. No fue así y para muestra apareció
fotografiado, con todos sus años encima, sentado y con bastón
en mano, para sellar gráficamente y despejar toda duda en
relación a la autenticidad de su declaración a la escritora Naya
Despradel.
4. ¿Que el vehículo desapareció? Si era propiedad del CEFA (o
eventualmente asignado a esta institución) en una época en
la que el aparato militar de Trujillo estaba excelentemente
organizado, ¿por qué no pensar que no tardaron tiempo en
recogerlo del lugar y llevárselo para presentación a la aseguradora o a sus propios talleres para repararlo o descartarlo si era
menester, sin necesidad de pasearlo a remolque por las calles
sanjuaneras? ¿Por qué no pensar que a las autoridades militares
competentes les era necesario verificar las condiciones reales
en las que quedó el vehículo? ¿Se iba a involucrar esa guardia
altanera y superior, manejada escrupulosamente por el «Jefe»,
con auxilios mecánicos locales, sobre todo cuando había un
oficial muerto de por medio? ¡Jamás! Solo un desconocedor
de la eficacia funcional de la maquinaria militar de Trujillo
podría pensar de otra manera. Y es menester recordar aquí
que los daños sufridos por esa máquina fueron notables si
se toma en cuenta el dato ofrecido por el teniente de la PN
Melitón Antonio Jorge Valderas51 de que él «vio el automóvil
de Canaán incrustado debajo de un camión», consecuencia
lógica de lo afirmado por el chofer Inocencio Montero, quien
aseguró que el carro impactó su camión a alta velocidad, según su expresión de que «en velocidad sí venían».52
Citado de manera más detallada en el capítulo XI.
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 267.
51
52
151
Capítulo X
¿Por qué el km 22.5 y no el 21?
Análisis histórico-cartográfico
del lugar del accidente
Es asunto de interés localizar el sitio exacto o aproximado de
la carretera Sánchez en donde ocurrió el choque del vehículo
conducido por Jean Awad, una station wagon Ford Zephyr, placa No. 7797, contra el camión Mercedes Benz, placa No. 29450,
cargado de habichuelas, otros rubros del agro y en el que viajaba
un apreciable número de pasajeros, que conducido por el señor
Inocencio Montero, estaba estacionado a su derecha en la carretera y en sentido contrario a la dirección que llevaba Awad hacia
San Juan de la Maguana.
En mi declaración periodística de 1998,1 presentada en el capítulo II señalé, por razones de simplicidad de exposición, que la
colisión ocurrió «en un lugar llamado Guanito» por ser este el pueblo más cercano rumbo a San Juan de la Maguana que poseía un
destacamento policial cuya dotación fue la primera en conocer del
incidente e intervenir en él. Fue aquí en donde el chofer Montero,
después de abandonar apresurada e inexplicablemente a los accidentados, se presentó y fue detenido para fines de investigación.
En realidad y de lo cual estoy en conocimiento desde el principio, el fatídico choque se produjo en el km 22.5,2 coincidiendo
Hoy, 5 de agosto de 1998, p. 19B.
Las cifras de los kilómetros de la carretera Sánchez presentes en el texto de
este capítulo (como en toda la obra) se aplican desde San Juan de la Maguana
1
2
153
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Vehículo Ford Zephyr station wagon, modelo 1958, exhibido en una feria de vehículos usados y antiguos. El conducido por Jean Awad Canaán debió ser similar
al mostrado en esta fotografía. Foto: fuente externa.
con el dato ofrecido por las crónicas periodísticas publicadas en
los diarios La Nación y El Caribe los días 1 y 2 de diciembre de 1960,
respectivamente, información esta última que provino, evidentemente, de una fuente oficial que la obtuvo a su vez de la autoridad
militar y policial que intervino de inmediato en el asunto. Debo
hacer resaltar el hecho de que aparte de los expeditos medios de
comunicación telefónica empleados por la organización policíacomilitar de esos años, temprano en la mañana del día 1 de diciembre
una comisión investigadora de la Aviación Militar Dominicana nos
visitó a Pedro Rodríguez Botello y a mí en el hospital Santomé y tras
recoger toda la información disponible sobre el suceso retornó de
inmediato a su base, de manera que en la tarde de ese mismo día el
vespertino La Nación pudo publicar la referida crónica.
hacia Ciudad Trujillo y no al revés como hubiera sido más lógico o práctico
por respeto a la manera de como se ofrecieron en las crónicas periodísticas y
en los testimonios sobre el suceso.
154
Las mentiras de la sangre
Este dato, sin embargo, no coincide con el ofrecido por
el chofer Montero, quien afirmó en su testimonio lo siguiente:
«Entonces, estaba yo parado a la derecha en el km 21 de la carretera de San Juan en adelante, llegando casi a Los Bancos [...]
nosotros íbamos de San Juan a la capital, eso fue como a las 7:20
minutos de la tarde, comenzaba a oscurecer, antes de llegar a Los
Bancos, estábamos parados ahí. No era curva, ya la curva la habíamos pasado, estábamos en una parte recta, se alcanza a ver el
vehículo ahí lejísimo [...] yo estaba bien parado a mi derecha, que
todavía se nota, antes de llegar a Los Bancos, el pobladito antes de
pasar el río Yaque del Sur, la parte ahí es anchísima, eso siempre
ha sido así, después de Guanito»,3 versión a la que le agrego lo
relatado en una nota apócrifa escrita en el dorso de una hoja del
servicio judicial (y por tanto desprovista de garantía), de que el
choque se produjo «como a 200 metros del badén del km 21 de la
carretera Sánchez».4
Desde luego, esta es la información de la que se apropian las
autoras de La verdad de la sangre desechando la oficial. Lo expresan
claramente: «Ya sabemos que fue en el km 21 en una recta donde
el camión estaba aparcado»,5 agregando, para darle consistencia
gráfica a lo expresado, una fotografía de la carretera calzada con
la siguiente descripción: «Recta en el km 21 de San Juan a Azua,
donde estaba estacionado el camión a su derecha, antes de llegar
al cementerio de Los Bancos»,6 imagen que reproduzco aquí con
el propósito de que el lector logre una mejor comprensión del
asunto.
¿Qué es lo que muestra esa fotografía? Una carretera
moderna, nítida, ancha, ciertamente recta en su kilómetro 21 o
en otro lugar en donde haya sido tomada, de dos carriles amplios,
bien señalizada y mejor asfaltada, flanqueada por amplios paseos
laterales en los que cabe perfectamente cualquier vehículo que
allí se detenga o estacione sin estorbar el tránsito de los demás;
5
6
3
4
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 265.
Ibídem, p. 129.
Ibídem, p. 179.
Ibídem, p. 133.
155
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Reproducción de la fotografía de la carretera Sánchez con su pie adjunto, publicada
en el libro La verdad de la sangre, donde sus autoras dicen que estaba estacionado el
camión Mercedes Benz conducido por el señor Inocencio Montero Ramírez. Lo
que se observa es un tramo de la carretera moderna, no de la antigua que fue el
escenario del fatal accidente.
guarnecida a ambos lados por sólidas defensas metálicas para evitar
o al menos minimizar los deslizamientos de los vehículos fuera de
ella. Quien la transita percibe la comodidad de manejar sobre esta
pista, sin molestos badenes, con sus curvas abiertas, amplias y bien
peraltadas para minimizar la peligrosa fuerza centrífuga operante
sobre los vehículos que las toman a mayor velocidad.
156
Las mentiras de la sangre
Y desde luego una pregunta de respuesta inducida emerge
ante tanta belleza y seguridad vial: ¿Cómo fue posible que Jean
Awad, un experto conductor, chocara su carro contra un enorme
camión estacionado a su derecha en este tipo de carretera y para
lo cual fue menester que se desviara al carril contrario de la dirección que llevaba? Aunque en una carretera cualquier cosa infortunada puede suceder, ¿acaso no encaja mejor esto en el escenario
de un accidente simulado, provocado? Bajo tal criterio no es de
extrañar que el dato oficial que sitúa el accidente en el km 22.5
resultara inadmisible, más allá aún de su simple desestimación por
provenir de una fuente supuestamente «comprometida» con tan
macabra ejecución.
Dilucidar lo correcto obliga a decir que la carretera Sánchez
presentada en La verdad de la sangre no es precisamente la vía en
la que pereció el padre de Pilar Awad Báez. Esa es la carretera
moderna, construida sobre el trazado de la vieja en décadas de
la segunda mitad del pasado siglo xx. El accidente ocurrió en la
carretera vieja que, según Montero «era un camino, de esas carreteras que hacía Trujillo»7 y de acuerdo con lo dicho en la citada
obra, una de esas «intransitables carreteras de la época».8
La carretera vieja era estrecha, de ocho metros o menos de sección y de solo dos vías en sentido contrario, con señales mínimas,
de pavimento sencillo, limitado o inexistente. Poseía numerosas
curvas de todo tipo, cuestas (subidas y bajadas) pronunciadas y
badenes sobre cañadas o quebradas, con paseos perimétricos estrechos sin pavimentar o simplemente inexistentes y desprotegida
en sus flancos excepto en los puentes. Este tipo de carretera, de la
cual quedan algunos vestigios o tramos de uso menor, tangencial,
fue la que transitó Awad antes de morir y no la belleza fotográfica
presentada en La verdad de la sangre. Una carretera en la que un
leve descuido, en mínimo tiempo y corta distancia, era más que
suficiente para que se produjeran desagradables consecuencias.
El que Montero haya sido un chofer de esas rutas no necesariamente garantiza que su versión se ajuste a la verdad de los hechos.
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 265.
Ibídem, p. 121.
7
8
157
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Imagen satelital del segmento de la carretera Sánchez entre Villarpando (abajo, extremo derecho) y Guanito (arriba, extremo izquierdo), combinada con una fotografía aérea de la carretera de 1958, del Instituto Geográfico Universitario de la UASD.
La carretera moderna se identifica con un trazado más claro y de menos curvas, y
los segmentos de la antigua, enumerados 1, 2 y 3, hoy de uso secundario o marginal,
en trazos más oscuros. En la gráfica se describen los detalles de mayor relevancia de
la zona. El No. 29 señala la posición del único mojón de la carretera vieja existente.
Explicación detallada en el texto. Fuente: Google Earth.
Su «verdad» puede estar sesgada por diversos motivos, resultando
impropio analizarlos aquí para no caer en el campo de la especulación. ¿Cómo entonces verificar si lo que dijo es cierto o no? En
indisponibilidad documental del suceso una manera de hacerlo,
posiblemente la única, es comparando, mediante una data irrefutable, la carretera moderna con la antigua en su segmento entre
el pueblo de Villarpando, situado casi en el límite fronterizo de la
provincia de Azua con la de San Juan de la Maguana, y el pueblo
de Guanito situado en esta última demarcación geográfica.
Este análisis diferencial fue posible con la comparación hecha
entre las fotos aéreas ortorrectificadas de la zona de 1958 del vuelo
158
Las mentiras de la sangre
ICM-58 procesadas mediante fotogrametría digital (con error promedio de 2 metros) del Instituto Geográfico Universitario (IGU)
de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), en las
que es posible apreciar con notable definición la ruta de la carretera Sánchez «de Trujillo», y la de alta definición ofrecida por el
servidor Google Earth de hoy día con sus herramientas de medición
de distancias y elevaciones.
Esto permitió integrar en una imagen las dos carreteras, la antigua y la moderna. Si seguimos la ruta de la moderna en dirección
hacia San Juan de la Maguana, que fue el sentido del movimiento
que llevábamos conduciendo Awad, tendremos lo siguiente: después de pasar el pueblo de Villarpando, la carretera gira hacia
el oeste, cruza el puente sobre el río Yaque del Sur; al llegar a la
sección de Los Bancos Abajo, dobla hacia el nor-noroeste, cruza
Los Bancos Arriba, y luego de pasar frente al cementerio local con
una suave curva se dirige hacia el norte ascendiendo paulatinamente. Al pasar el km 22, gira hacia nor-noroeste recorriendo un
tramo recto de unos 700 metros, dobla hacia el oeste pasando los
mojones de los kilómetros 21 y 20 (un tramo casi recto) para girar,
mediante una amplia y suave curva al nor-noroeste y tras un ligero
ascenso alcanzar el pueblo de Guanito.
Asociados a esta vía moderna se observan tres segmentos marginales que eran parte integral de la carretera antigua. El primero,
un tramo de unos cuatro kilómetros de longitud, se localiza en la
parte inferior de la imagen; corresponde a la carretera marginal
del pueblo de Canoa que desprendiéndose de la autovía moderna
al norte de Villarpando, se dirige hacia el oeste siguiendo un curso muy tortuoso que bordea un gran recodo del río Yaque del Sur,
tuerce abruptamente, con un giro muy cerrado, hacia el norte
en el pueblo de Canoa para atravesar mediante su viejo puente
(inaugurado en 1934) al río Yaque tras lo cual entronca con la
autovía en el sector de Los Bancos Abajo.
El segundo segmento, que comienza un poco después del km
22 actual, es un tramo tortuoso de unos 780 metros de extensión
que cruza sobre una zona de montículos y cañadas dependientes
de un terreno marcado por numerosas plegaduras, dominado por
159
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Extremo norte del tramo de la carretera vieja que ahora es marginal de acceso a la
presa de Sabana Yegua, a nivel de su entronque con la vía moderna señalada por los
postes y el letrero. Nótense la marcada pendiente del tramo y la sección transversal
de la carretera de dos carriles, bien pavimentada pero sin paseos laterales sustituidos
por cunetas empedradas. Foto cortesía del doctor Fernando Batlle Pérez.
Una de las curvas a desnivel del tramo de la carretera vieja que se utiliza en la actualidad para acceder y salir de la presa de Sabana Yegua. No hay paseos perimétricos,
sino cunetas empedradas. Foto cortesía del doctor Fernando Batlle Pérez.
160
Las mentiras de la sangre
Aspecto de la carretera vieja en el tramo de curvas y badenes, adecuadamente
modernizada. El puentecito observado en el centro salva una quebrada que fue
con toda seguridad uno de los badenes de ese segmento. Foto cortesía del doctor
Fernando Batlle Pérez.
Otro puentecito situado más arriba del mostrado en la foto anterior. En este punto
la carretera debió tener otro badén para el cruce transversal de las aguas.
Foto cortesía del doctor Fernando Batlle Pérez.
161
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
una pendiente general de unos 20 metros entre sus dos puntos de
entronque, norte y sur, con la carretera moderna. Adecuadamente
conservado, a diferencia del tramo previo, el de Canoa, el segmento forma parte del acceso a la presa de Sabana Yegua que embalsa
las aguas del río Yaque del Sur.
Evaluado directamente, recorriéndolo de arriba a abajo, se nos
muestra en excelentes condiciones, con sus dos vías en sentido
contrario cubriendo una sección de 8 metros, bien pavimentado
y señalizado, conformado por varias curvas a desnivel, poseyendo
dos puentecitos sobre profundas cañadas (antiguos puntos bajos
o badenes de la carretera) y paseos laterales limitados en algunas
zonas y en otras sustituidos por cunetas empedradas para el manejo de las aguas. La lógica indica que en la construcción de la
carretera moderna este tortuoso e inclinado segmento, y por ende
peligroso de transitar, fue sencillamente sacado de su condición
de tránsito primario y sustituido por una cómoda recta sin puentes ni badenes. Pero no eliminado por completo, teniendo hoy,
remozado, la función previamente descrita. Las imágenes fotográficas de fecha reciente complementan gráficamente lo expresado
de manera literal.
El tercer segmento, apenas discernible, se encuentra en el
extremo oeste de la recta cerca de Guanito. Era una curva bastante cerrada de la carretera vieja que fue sustituida en la moderna
por una curva amplia y de tránsito mucho más cómodo y seguro.
Abandonado totalmente, este segmento terminó arropado por la
vegetación endémica de la zona de manera que hoy es solo un
camino usado por los lugareños para llegar a uno de los recodos
del río San Juan.
Como es lógico, la modificación de la carretera no solo eliminó
estos tres segmentos de curvas y otros obstáculos, sino que la hizo
mucho más recta que antes por lo que los mojones marcadores de
kilómetros actuales (para un mismo marcador) no pueden estar
en la misma posición que tenían los anteriores; por ejemplo, el
km 21 actual no puede coincidir posicionalmente con el km 21
antiguo. Esto quiere decir que cuando el chofer Montero refiere
que el accidente ocurrió en el km 21, lo que se entiende es que fue
162
Las mentiras de la sangre
La carretera moderna fotografiada en un punto cerca de Guanito. Nótense la nitidez
de la via, sus señalizaciones y el paseo lateral (a ambos lados) de suficiente amplitud para acomodar a cualquier vehículo aparcado en él sin estorbar el tránsito. En
primer plano, el mojón marcador del km 19 artísticamente diseñado con alegorías
taínas del cacicazgo de Maguana. Foto cortesía del doctor Fernando Batlle Pérez.
El único mojón existente de la carretera Sánchez vieja situado en el segmento marginal de Canoa, a unos 370 metros de la carretera moderna (en un punto al norte de
Villarpando), mostrando los kilómetros 175 (desde Ciudad Trujillo), el 29 hacia San
Juan de la Maguana y el 54 hacia Azua (en la cara oculta). Este solitario indicador
fue el que permitió establecer la secuencia posicional de los restantes, hoy desaparecidos, hasta el pueblo de Guanito. Foto cortesía del doctor Fernando Batlle Pérez.
163
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
en el antiguo, no en el de hoy, porque de lo contrario caería en un
insoportable desfase en el tiempo.9
Como vimos, el análisis comparado de las fotografías del vuelo
ICM-58 y las del servidor Google Earth permitió conocer con precisión la existencia de tramos de la carretera Sánchez en el sector
estudiado que hoy no están integrados a la vía moderna, un aporte
que desde luego es de muy alto valor a los propósitos del presente
capítulo. Pero otra cosa es precisar la posición de cada uno de los
mojones de la carretera antigua desaparecidos con la transformación de la ruta. ¿Cómo saber, por ejemplo, dónde estaban el km
21 y el 22 antiguos?
La ubicación de los marcadores antiguos fue posible gracias al
«descubrimiento» de uno de ellos situado en la carretera marginal
de Canoa, probablemente el único «sobreviviente» de la secuencia vieja en la zona, puesto en evidencia por Naya Despradel con
la ayuda de un experto conocedor de la región cuando hizo las
investigaciones de campo con motivo de la preparación de su citada obra Pilar y Jean, investigación de dos muertes en la Era de Trujillo,10
ocasiones en las que se visitaron los lugares en los que estuvimos
con Jean Awad el día del accidente y en las que tuve a bien acompañar a la autora en esa labor.
Se trata de un viejo pilotillo de concreto sin las siglas CT
(Ciudad Trujillo) desaparecidas de su tope, que se encuentra
enclavado en posición vertical a la vera de la carretera vieja, la
de Canoa descrita previamente, en un tramo despavimentado, de
grava y piedras sueltas, a unos 370 metros al oeste de la autovía
moderna. Sin lugar a dudas, su permanencia en ese solitario lugar
ha dependido del abandono sufrido por la carretera y de lo inhabitado del sector, condiciones que lo convirtieron en un objeto
sin interés, de esos que todos al pasarle por el lado miran pero
que realmente «no ven». Como puede comprobarse en su imagen
fotográfica, se encuentra en muy buenas «condiciones físicas»,
Los mojones marcadores de kilómetros de la carretera moderna, con sus números en dorado, son artísticas columnas engalanadas con alegorías del arte
taíno del cacicazgo de Maguana.
10
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 282.
9
164
Las mentiras de la sangre
Identificación posicional de los mojones marcadores de kilómetros en el tramo de
la carretera Sánchez vieja entre Villarpando, Canoa y Los Bancos, hoy deteriorado
y de uso marginal, labor que fue posible por el único físicamente existente, el del
kilómetro 29 desde San Juan de la Maguana, señalado en el extremo inferior derecho de la gráfica (reproducido fotográficamente en la imagen No, 9). Este tramo de
muchas curvas cerradas circunvala un enorme recodo del río Yaque del Sur al que
cruza mediante un puente viejo (construido en 1934) un poco más arriba del km 26.
Estudio hecho sobre una imagen satelital del servidor Google Earth.
mostrando en su frente el km 175 desde la capital y en las caras
laterales, el 29 hacia San Juan de la Maguana y 54 hacia Azua,
número que quedó oculto al lente de la cámara fotográfica.
Las coordenadas exactas fueron fijadas mediante el sistema de
posicionamiento global (GPS), usando WG584 como sistema de
referencia espacial, según se observa en las fotografías aéreas No.
613 a 616 del vuelo ICM-1 (58) del IGU. Tomándolo como punto
de referencia y utilizando el medidor de distancia integrado de
Google Earth, siguiendo con exactitud la ruta del tramo de carretera vieja en dirección a Guanito (cuyo trazado se observa perfectamente en la fotografía referida), pasando el poblado de Canoa,
cruzando el puente viejo sobre el Yaque del Sur y Los Bancos con
sus secciones Abajo y Arriba, fue posible «puntear» en el mapa de
165
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
El segmento de curvas y badenes situado entre los kilómetros 21 y 23 de la vieja
carretera Sánchez tomado de la fotografía aérea ICM-58 del IGU-UASD. Nótense
las irregularidades del terreno (montículos y cañadas) sobre las que pasa la vía. Se
señalan la dirección que llevaba Jean Awad y el lugar aproximado en donde ocurrió
el accidente en el que perdió su vida. Estudio hecho sobre una imagen satelital del
servidor Google Earth.
la carretera vieja y de la autopista moderna, los mojones antiguos.
Debo agregar que con el fin de asegurar la data obtenida, la cartografía fue sometida a revisión y análisis por el personal técnico del
Instituto Cartográfico de las Fuerzas Armadas, coincidiendo sus
conclusiones con las inicialmente obtenidas.
Pero además, le dimos apoyo a estos posicionamientos digitales
con la medición física directa mediante el odómetro del vehículo
(provisto de neumáticos nuevos) recorriendo la ruta, lentamente,
dos veces y promediando los valores obtenidos que mostraron diferencias no significativas de no más de 10 metros con respecto a
algunos de los mojones digitalmente señalizados. Como confirmación histórica del marcador del km 27, hoy inexistente, en Canoa,
un anciano que estaba sentado frente a su casa nos aseguró que
166
Las mentiras de la sangre
estábamos en el lugar exacto. También debo señalar que las posiciones de los mojones de la autovía moderna fueron procesados
por el GPS con el propósito de establecer la relación espacial (de
distancias) con respecto a los viejos. La investigación requirió de
tres «descensos» a la zona estudiada.
De esta manera fue posible ubicar el km 21 en el tramo recto
antes de llegar (de acuerdo a la dirección que llevaba el camión
de Montero) a donde estaba localizada la entrada de un campo
de tiro, elemento topográfico bien delineado en las fotografías
aéreas ICM-1 (58) e ICM-66 (de 1965, no utilizada aquí) y que
es apenas perceptible en la imagen satelital de Google Earth. Es
posible asegurar, por tanto, que ese km 21 estaba situado antes
del tramo de curvas y badenes y no después de él; que todavía era
necesario traspasarlo para llegar a Los Bancos, «el pobladito antes
de pasar el río Yaque del Sur».
Llama la atención la manera cómo Montero describe la amplitud y lo recto de la carretera justo antes de llegar a Los Bancos
sin mencionar el tortuoso tramo que estaba obligado a traspasar,
que era el «accidente topográfico» de la carretera más importante
de la zona. Y para colmo, si es a esta parte a la que se refiere con
la expresión de «ya la curva la habíamos pasado», y puesto que
estaba frente o entrando al km 23, ante una suave recta descendente hasta el cementerio de Los Bancos en la que se podía ver a
distancia, entonces de ninguna manera podría argüir que estaba
en el km 21. En apoyo a esto último, transcribo el siguiente párrafo de él: «En el km 21 de San Juan a Azua, antes de llegar a Los
Bancos, frente al cementerio de Los Bancos, la carretera está más
ancha ahora. Ahí era que yo estaba parado».11 O sea, que el km 21,
según su opinión, estaba frente el cementerio de Los Bancos, lo
que es totalmente incierto porque el citado km estaba situado más
arriba, cerca del extremo final de la recta antes de llegar a la zona
de curvas y badenes. Y aquí se equivocó o simplemente mintió.
El km 22 quedó ubicado en el segmento superior del tramo de
curvas y badenes de lo que hoy es el acceso a la presa de Sabana
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 268.
11
167
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Imagen actual del servidor Google Earth en la que aparece la recta de la carretera moderna que sustituye al tramo de curvas y badenes de la vieja. Se indican las posiciones
antiguas de los kilómetros 23, abajo, 22 en la parte superior del tramo de curvas y
el 21 arriba a la izquierda. Se observan los remanentes del campo de tiro. Desde
la marginal de curvas sale la carretera hacia la presa de Sabana Yegua; la mancha
blanca en el inicio de ésta corresponde a una estación de teletransmisión.
Yegua y el 22.5 (que es una apreciación de distancia porque las
fracciones de kilómetros no poseen marcadores) en la parte inferior del mismo, pero antes de entrar en la aludida recta que baja al
cementerio de Los Bancos. En mi opinión y de acuerdo con el parte
oficial este fue el lugar, cercano a uno de los badenes, sustituido hoy
por un puentecito, en donde Montero estacionó su camión, con el
motor y las luces apagadas cuando ya la noche era una realidad y
estaba como por llover a finales del mes de noviembre. Delante y
detrás de este punto no había, de inmediato, una extensa y amplia
recta y lo más probable es que por las características del terreno y el
tamaño del camión este no estuviera aparcado en su totalidad fuera
168
Las mentiras de la sangre
del carril de rodamiento. Dicho de otro modo, que Awad no tuvo
que salirse por completo de la carretera para chocarlo.
Fue en este punto en donde el joven oficial, ascendiendo la
ligera pendiente de unos 30 metros entre el cementerio de Los
Bancos y la entrada al tramo de curvas, manejando un vehículo
que cargaba cuatro personas, al meterse en el tramo de curvas
se encontró con el camión de Montero. No fue en la hermosa
recta del km 21 presentada en la fotografía publicada en La verdad
de la sangre. Las tortuosidades de la ruta aquí no permitían ver
de lejos lo que estaba sobre la carretera y la exageración de la
velocidad que llevaba nuestro vehículo propuesta por Montero al
decir que «en velocidad sí venían» no es admisible del todo; claro,
con velocidad y energía suficientes para un impacto contundente,
que resultó mortal para quien, desamarrado y sin apoya-cabezas,
estaba detrás del guía y para lesionar a los demás ocupantes en
especial, a Rodríguez Botello que iba sentado a su derecha en el
asiento delantero.
El simple hecho de que el vehículo, que chocó al camión de
manera no totalmente frontal quedara enganchado, «incrustado
debajo de un camión», según la expresión usada por del teniente
PN Melitón Antonio Jorge Valderas, quien fue el oficial policial
que en poco tiempo llegó al lugar y extrajo el cadáver de Awad12 y
no rebotara apartándose del camión es indicativo de que la velocidad que llevaba no era tan exagerada como la propuso Montero
convenientemente.
Pero si todavía desestimáramos el dato oficial y admitiésemos
el ofrecido por Montero, apropiado por las autoras de La verdad
de la sangre, de que el accidente se produjo en el punto señalado
por él, en km 21, en una cómoda recta de la carretera, y en las
condiciones de oscuridad en la que estaba su enorme vehículo
(sin luces, asunto sobre lo que indudablemente mintió) nada puede decirse de un evento preparado, provocado y ejecutado por
un suicida tipo «kamikaze» (porque otro nombre no se le puede
dar a quien se hubiera estrellado expresamente a gran velocidad
12
El Nacional de ¡Ahora!, 13 de junio de 1971, p. 1.
169
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
contra un pesado camión parado), frente a un Jean Awad asueñado, cansado, con todo un día de carreteras cargado sobre sus
hombros, y con sus habilidades de «driver» menoscadas por el
alcohol ingerido en Padre Las Casas, condiciones en las que en
grado mayor o menor estábamos Pedro Rodríguez Botello y yo,
excepto el joven pelotero Valenzuela.
El efecto del alcohol en Jean Awad Canaán, descrito de manera más detallada en el capítulo V, se expresó ante testigos de
crédito en Padre las Casas de manera espectacular por el errático
y llamativo modo de conducir exhibido al momento de salir de esa
población, y aquí vale decir que si las autoras de La verdad de la sangre le dieron importancia a la nota apócrifa acogida por ellas con
alta estima, no podrían soslayar entonces lo que en ella se dijo del
teniente Pedro Rodríguez Botello en el juicio que se celebró en
San Juan de la Maguana. Lo transcribo: «dijo que le quiso quitar
el guía (a Jean Awad) por estar borracho y Jean se negó diciéndole
que tenía que ser mil veces mejor chofer que él».13 El término
«borracho» es crudo, sin necesidad de muchas explicaciones.
En estas condiciones, un leve y breve descuido es más que
suficiente para que un conductor pierda la dirección correcta,
asunto muy peligroso en zonas de curvas a desnivel pero también en rectas tediosas cuya monotonía tiene efectos somníferos.
Lamentablemente, esto llevó a Awad, con acertada puntería, hacia
el único, enorme y pesado objeto, una «mole» cargada de habichuelas, de otros rubros agrícolas y de gente, situado en su camino. Tenía que pasarle a unos pocos metros y no pudo. Doloroso y
simple a la vez.
13
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 129.
170
Capítulo XI
El mito que no pudo ahogar a la verdad
Frecuentemente la verdad suele ser lo contrario
de los rumores que circulan acerca de los sucesos y las personas
Jean de la Bruyere
C
onfluyeron en Jean Awad Canaán factores personales y del
exclusivo ambiente socio-político en el que se desenvolvió
en los últimos tiempos de su vida para que su muerte en plena
juventud, inesperada, impactante, debido a un accidente de tránsito en una lejana carretera del Sur del país, quedara envuelta en
una burbuja de rumores,1 moviéndose, de persistir y ser alentada
en la conciencia colectiva, llevada de la mano hacia la condición
de mito.
La extrema cercanía del joven oficial al poder absoluto, el
que otorgaba envidiables privilegios y los quitaba a su antojo con
consecuencias muy desagradables, extendidas a veces hasta el
asesinato, fue el elemento nodal dentro de la lógica ciudadana
común para que desde un principio ese trágico acontecimiento
volara montado en alas del rumor y se diseminara a sotto voce en el
medio social con su proposición de que lo ocurrido al joven oficial
Rumor. Del lat. rumor, voz que corre entre el público; Noticia no confirmada
que corre entre la gente; chisme, cotilleo, cuento, habladuría, hablilla, infundio, murmuración, noticia, palabrería). Los rumores son proposiciones para
ser creídas que se transmiten de persona a persona, habitualmente de forma
oral, sin que existan datos para comprobar su veracidad.
1
171
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
se admitiera de manera pura y simple como un hecho criminal
liberado de todo análisis crítico.
Oficial de la Aviación Militar Dominicana (AMD), apuesto,
de buena apariencia y afinados modales, conversador, simpático,
colaborador, casado con la hija de uno de los más apreciados y
respetados colaboradores de Trujillo, gentil dama que fue íntima
amiga de infancia y de juventud de Angelita Trujillo, su querida
«Ita»; protegido y privilegiado por el entonces poderoso coronel
de la AMD Luis José León Estévez, el esposo de Angelita, sumaba
a este acerbo personal una singular afición por la velocidad y una
extraordinaria habilidad para la conducción vehicular, conjunto
de cualidades que lo hacía apetecible para cualquier mujer del
aristocrático tren del poder político imperante a asociado a él.
Y, según Pilar Awad Báez, su padre, Jean Awad, cayó bajo el
acoso romántico de Angelita el cual no pudo eludir ni siquiera
durante su «castigo» fronterizo porque hasta ese remoto lugar les
hacía llegar sus cartas encubiertas por una clave (según un testimonio apócrifo publicado en La verdad de la sangre,2 obsesión que al
fin y al cabo se constituyó, según la propuesta criminal, en la causa
primaria, fundamental, que llevó a sus progenitores a una muerte
temprana; a su madre, mandada a ejecutar por Angelita durante
el parto del cual nació ella, y a su padre, «asesinado» mediante un
accidente simulado por orden de Luis José León Estévez.
Si se les restaran las cotidianidades sociales y el valor intrínseco
de la amistad cultivada por años entre los actores de esta relación
pasional, sería posible reducir a un simple esquema, en «blanco
y negro», el asunto: Angelita eliminó a la competencia romántica
que le tenía maritalmente secuestrado al hombre deseado por ella
y luego León Estévez, celoso por esta infidelidad, hizo lo mismo
con su amigo y protegido. Y, al final, todo quedó sellado con el
silencio y la entrega del pene del apuesto varón a la casquivana
hija del tirano como sarcástica culminación a su castigo.
No se necesita de ninguna genialidad para poder entender
la gran capacidad de penetración de un entuerto pasional de
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, pp. 301-302.
2
172
Las mentiras de la sangre
esta naturaleza, envuelto en rumores, en un medio preparado
adecuadamente para recibirlo y diseminarlo exponencialmente
con carácter de incontrovertible verdad. Pero, si esto no bastara,
agreguémosle a la máquina de producir rumores otro motivo, de
base real, no ficticio, debido al autorizado testimonio de quien
lo emitió, el doctor Eduardo Antonio García Vásquez, uno de los
principales cabecillas del complot mediante el cual se logró el
ajusticiamiento de Trujillo el 30 de mayo de 1961.
Según refiere en su nota transcrita como el capítulo IX de la
obra 30 de mayo, Trujillo ajusticiado, de Eduardo García Michel,3
Jean Awad Canaán, durante su estadía fronteriza en Restauración,
fue contactado por Antonio de la Maza, el hombre que junto a
Juan Tomás Díaz, tenía desde hacía cierto tiempo a Trujillo en
la «mira de su arma» y por este motivo y estando ya de regreso
en la capital su repentina desaparición en el accidente cerca de
San Juan de la Maguana colocó al grupo en lógica expectativa por
unos pocos días sin que su muerte incidiera negativamente en la
progresión de las intenciones y los preparativos del subrepticio
proyecto, asunto que demuestra, bajo toda lógica, que quienes
encabezaban el complot asumieron su muerte como resultado de
un accidente y no de un planeado crimen porque entonces otra
hubiera sido la conducta de ellos.
Sin embargo, por este acercamiento de Jean Awad con los
cabecillas del complot, no sorprende que haya quien le diera
preeminencia a este contacto tangencial para tomarlo, en términos
especulativos, como una de las razones de su «asesinato» encubierto
con un accidente. Así lo expresó René Fortunato al comentar una
entrevista que le hizo la periodista Alicia Ortega a Angelita Trujillo
en la ciudad de Miami, Estados Unidos.4 Lo cierto es que su muerte
fue un hecho muy temprano y aislado en ese tinglado conspirativo
y si el sistema represivo del régimen funcionó contra él movido por
esta razón, de seguro que esa «inteligencia» no se hubiera detenido
ahí, en km 22.5 de la carretera Sánchez (de San Juan a la capital),
E. García Michel, 30 de mayo, Trujillo ajusticiado, segunda edición, ampliada y
revisada, Santo Domingo, Susaeta, 2001.
4
Entrevista a Angelita Trujillo, Miami, Florida. Realizada por Alicia Ortega.
3
173
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
con las lógicas y graves consecuencias para todos los demás, cosa
que no ocurrió. Y esto es, también, lo que explica el por qué los
muchos que escribieron y han escrito sobre la muerte del dictador
hayan dejado de lado la supuesta importancia del joven oficial en
ese dramático evento de la historia dominicana.
Esto permite deducir con bastante seguridad que aunque esta
especulación haya podido inflar un tanto más la ola de rumores no
es comparable a como lo hizo la supuesta trama pasional. Por otro
lado, es difícil saber, si no hubiera fallecido en noviembre de 1960,
cuál hubiera sido su actitud posterior en el tiempo inmediato previo al atentado contra Trujillo debido a su ambigua relación con
los cabecillas de los conjurados y, en especial, con Miguel Ángel
Báez Díaz, su suegro, por un lado y, por el otro, con su propia
familia, en particular con sus hermanos: Edgar, emparentado matrimonialmente con la familia Trujillo, privilegiado como pocos, y
Gabriel, miembro del Servicio de Inteligencia Militar (SIM).
Dejando este asunto de lado, porque a buen juicio no es posible achacarle la responsabilidad de su muerte, no es posible pasar
por alto la importancia que tuvo en poner en movimiento los rumores que alimentaron la «teoría criminal» de Awad Báez-Álvarez
el cruel martirio y asesinato de las hermanas Minerva, Patria, y
María Teresa Mirabal y de su compañero Rufino de la Cruz en un
apartado tramo carretero, entre lomas, de la provincia de Puerto
Plata, presentado como un accidente en el que nadie, consciente
de lo que estaba pasando en el país, creyó, porque, entre otros
factores, este era uno de los tantos métodos empleados por los
esbirros de la tiranía para eliminar opositores al régimen.
En este contexto, ¿quién dudaría que a Jean Awad no se le aplicara el mismo procedimiento independientemente de la naturaleza
de los móviles impulsadores? Fue esta forma de pensar lo que justificó la actitud inicial de la señora Charo Ginebra, madre de Jesús
del Castillo, Chuchi, oficial graduado de la Academia Militar Batalla
de las Carreras, cuando fue a visitarlo en el hospital militar Profesor
Marión, internado allí por haber sufrido una fractura de una pierna
pocos días después del accidente y muerte de Jean Awad, ocasión
en la que dijo, bien convencida: «Mataron a Jean Awad Canaán en
174
Las mentiras de la sangre
un accidente simulado. Él andaba con un señor Sención y otras personas», afirmación ante la que su hijo tuvo a bien responderle con
la verdad en virtud de que había sabido del accidente directamente
de Pedro Rodríguez Botello internado en el mismo centro de salud
debido a las lesiones sufridas en el choque.5
De esta manera, el rumor, sin verificación probatoria, innecesario esto de acuerdo con la máxima de que todo rumor suele
ser más poderoso que cualquier hecho comprobado, encajó adecuadamente en el sistema criminal en el que a Jean Awad y a Pilar
Báez les tocó vivir y morir, se sostuvo en el tiempo, expresándose
de manera ocasional y tangencial, sin desaparecer, en «espera»
de que alguien motivado por razones personales lo agitara de su
letárgico estado.
No bastaron para eliminarlo la aceptación por parte de los
compañeros de armas de Awad de que su muerte había sido de naturaleza accidental, ni el hecho de que nadie, absolutamente nadie, incluidos los familiares cercanos de los esposos supuestamente
asesinados, presentara una querella acusatoria o de investigación
en la justicia dominicana sobre el asunto en los álgidos tiempos en
los que se buscaba a los culpables de torturas y asesinatos, pasando
además, subestimada o desconocida, la valiosa y categórica actitud
del doctor Antonio García Vásquez, un miembro destacado del
grupo que ajustició a Trujillo, emparentado con una de las familias agraviadas por la cavernaria reacción de Ramfis Trujillo.
El doctor García Vásquez, durante el desempeño de sus funciones como procurador general de la República en el 1962, posición
en la que estaba en capacidad y con todos los medios a su disposición para investigar todo acto criminal ocurrido en la dictadura,
nunca los puso en función con el propósito de investigar y acusar
a presuntos responsables de la muerte de los esposos Awad-Báez,6
actitud que fue cónsona y armónica con lo expresado por García
Michel, cuando al referirse a la muerte de Jean Awad Canaán dice
que fue un hecho «accidental».7
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 154.
E. García Michel, 30 de mayo, p. 55.
7
Ibídem, p. 58.
5
6
175
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Flotando en ciertos círculos el rumor entró en provechosa
connivencia con algunos escritores de cualidades disímiles, alimentando sus intereses intelectuales y nutriéndose, a la inversa,
de ellos. Estos intelectuales, manejando «evidencias» e «indicios»,
sin pruebas definidas, o asumiendo simplemente lo que otros dijeron, se expresaron a favor de la hipótesis «criminal» contra Jean
Awad poniendo en duda o negando la casualidad del evento en el
que pereció, aportes que sin lugar a dudas lo potenciaron a planos
más elevados. Sin embargo, la inseguridad de sus afirmaciones y
la sensación de estar pisando en terreno inestable, los obligó a ser
cautelosos, modulando sus expresiones con términos ambiguos
que no fueron más que puertas de escape para poder eludir, con
elegancia, la responsabilidad implicada en sus afirmaciones.
En una lista no excluyente de propuestas en las que se manejó
la muerte de los esposos Awad-Báez, puedo citar que en 1963, en
la revista ¡Ahora! apareció el primer brote de este tipo, de autor
anómimo,8 seguido por Robert D. Crasweller en su icónico libro
La trágica aventura del poder personal; a continuación, lo hicieron
Ramón Alberto Ferreras (Trujillo y sus mujeres), Manuel de Jesús
Javier García (Mis 20 años en el Palacio Nacional junto a Trujillo y otros
gobernantes), Miguel Ángel Bissié (Trujillo y el 30 de mayo. En honor
a la verdad. Testimonio), Fernando Amiama Tió (Ayer, el 30 de mayo
y después), Mario Read Vittini (Trujillo de cerca»), y Juan José Ayuso
(cuatro artículos en el periódico El Nacional en el 2010).
Cuando estas opiniones (algunas de ellas utilizadas más adelante en este mismo capítulo) se escrutan con el debido cuidado no
pasan desapercibidas las expresiones dubitativas que modulan convenientemente los escritos y de las cuales presento una lista parcial:
«se dijo», «se supone», «supuestamente», «presumiblemente», «los
indicios», «todos lo comentaban», «según confidencias», «según los
comentarios de la época», «de manera sospechosa», «se ha dicho»,
«lo que pudiera ocurrir», según «versiones», «según se creía», «dizque» y »se dijo por lo bajo». La ausencia de afirmaciones categóricas, claras y precisas, es su regla salvadora porque en el fondo lo que
¡Ahora!, 1ra. quincena, 1963.
8
176
Las mentiras de la sangre
cada quien dijo con la pluma en la mano fue lo que dijo o dijeron
otros manipulados por el rumor.
Y entonces, la contención histórica del asunto, atrapado en
su propia vacuidad, pero persistiendo como una tenue burbuja
que el viento empujaba pero no rompia, cesó bajo la intempestiva
vehemencia de Pilar Awad Báez, irritada frente a mi declaración
de 1998 ofrecida en respuesta a lo que se venía sugiriendo en los
medios de comunicación de que la muerte de su padre había sido
un acontecimiento doloso. Se desataron así todos los demonios
para llamarme mentiroso, encubridor de un crimen, «chivo expiatorio» de Luis José León Estévez y para intentar hacerme partícipe
de manera pasiva o activa de tal monstruosidad, según lo sugerido
en varios de los testimonios publicados en La verdad de la sangre.
La ausencia de pruebas y la inconsistencia de los rumores encuentran explicación lógica y natural en el sorprendente hecho de
que no hay un ser humano que habiendo fallecido por una causa
natural o accidental durante la «Era de Trujillo» haya sido, supuestamente, «asesinado» tantas veces mediante procedimientos disímiles
y complejos. Es como si una fuerza misteriosa o algún interés poderoso necesitara endilgárselo a toda costa al sistema, contrastando
esto con la forma con la que fue sacrificada la inmensa mayoría
de los que murieron en la tiranía por motivos patriótico-políticos a
quienes mataron solo una vez. La impresión que dan estos estímulos es como si estuvieran esforzándose para parir un mito.
De manera insólita, los rumores se entremezclaron o se autoalimentaron con solemnes disparates en relación a los medios y
formas con los que supuestamente Jean Awad Canaán fue «liquidado», asunto que algunos sicarios aprovecharon para, mediante
mentiras, alcanzar morbosa connotación. Aunque parezca un
cuento o algo inverosímil, al joven oficial que murió tras impactar
un camión en la carretera cerca de San Juan de la Maguana, lo
«asesinaron» al menos seis veces.
Veamos esto:
Primera muerte. Según Pilar Awad Báez, a su padre lo mataron
hacia las tres de la tarde u horas antes del día 30 de noviembre
177
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
de 1960.9 Para este criterio es de suponer que se haya valido de
las versiones ofrecidas por dos de los matones que dicen haber
actuado de una u otra forma bajo las órdenes del coronel AMD
Luis José León Estévez (ver las declaraciones de estas personas
más adelante). Es posible, además, que tratara de apoyarse en los
dos elementos siguientes:
1. Por la afirmación del doctor Felipe Herrera, quien hizo el análisis post-mortem del cadáver de Awad en la morgue del hospital
Santomé de San Juan de la Maguana, de que el «cadáver llegó
en proceso de rigidez»;10 y
2. por lo que supuestamente dijo un testigo, bajo el nombre
indeterminado de «Uno», en una nota apócrifa escrita a maquinilla en el dorso de una hoja del Servicio Judicial, que en
el episodio del choque en la carretera cerca de Guanito, Jean
Awad Canaán estaba «muy cerca de la puerta y frío, lo que le
hacía presumir que no murió allí».11
La frase el «cadáver llegó en proceso de rigidez» se presta a beneficiosa confusión en La verdad de la sangre induciendo a pensar que el
cuerpo de Jean Awad estaba rígido o en avanzado grado del fenómeno
natural de rigidez, porque de haber sido así entonces es posible situar
sin equívoco el momento de la muerte en horas de la tarde y aún de la
mañana del 30 de noviembre y no alrededor de las 7 pm que fue cuando ocurrió el accidente. Dicho de otro modo y mejor «acomodado»,
cuando el choque se produjo ya el oficial era cadáver concordando
armónicamente esto con la segunda frase del párrafo precedente de
que el cuerpo de Awad estaba frío y de que presumiblemente, ya estaba
muerto cuando se produjo el accidente. Simple.
No existe información sobre la hora precisa o aproximada en
la que llegó el cadáver de Jean Awad Canaán al hospital Santomé.
Se sabe que pocos momentos después del accidente el segundo
teniente de la PN Melitón Jorge Valderas llegó al lugar, vio el carro
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad.
Ibídem, p. 281.
11
Ibídem, p. 129.
9
10
178
Las mentiras de la sangre
incrustado en el camión y extrajo el cadáver que llevó directo al
hospital.12 Es lógico suponer que nosotros, los heridos (Rodríguez
Botello, Valenzuela Cabral y yo) llegáramos primero y el cadáver
después. El doctor Felipe Herrera lo vio y examinó entre las 10 y
11 de la noche en la morgue cuando ya lo habían manipulado (lavado, quitada la ropa) de manera que él no estaba en el hospital
cuando llegó el cadáver y, por tanto, su expresión, citada antes,
solo puede tener sentido si es aplicada al momento en el que comenzó su experticio que es, además, cuando encaja bien su frase
de que tenía «ya más de 3 horas de fallecido».13
Es entre las 10 y las 11 pm que emite su juicio de que el cadáver estaba en proceso de rigidez lo que no necesariamente quiere
decir que estaba completamente rígido o, aún, en avanzado estado de rigidez. La palabra clave aquí es «proceso» aplicable a un
fenómeno natural que tiene un momento de inicio y se completa
por lo regular en un término de 12 horas. Su apreciación es la de
que el cadáver presentaba ya signos de rigidez o que esta había comenzado a expresarse y se sabe que sus primeros indicios suelen
aparecer unas tres horas después de la muerte por lo que no hay
discordancia entre el momento del fallecimiento del oficial y el de
la observación del doctor Herrera. Si murió alrededor de las 7 de
la noche entonces nada tiene de extraño que el cuerpo comenzara a presentar signos de rigidez tres o cuatro horas después.
En lo referente al dato de la nota apócrifa, la información ofrecida por el desconocido «Uno» no merece ningún tipo de crédito.
Esta nota pudo haberla escrito cualquier persona en cualquier
momento bajo cualquier interés. Además, no sabemos si el susodicho «Uno» palpó el cadáver de Jean Awad o simplemente le «vio»
la frialdad en el rostro para «presumir», no sabemos bajo cuál sapiensa médica, pudo asegurar que no había muerto en ese lugar.
Tampoco se conoce el motivo de la entrega de este «documento»
a doña Emelinda, la abuela de Pilar Awad Báez, pero es evidente
que por la ausencia de una firma responsable, el uso inautorizado
de una hoja del Servicio Judicial escrita al dorso en un momento
El Nacional, 13 de junio 1971, p. 1.
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 281.
12
13
179
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
en el que la tiranía ya no existía y no había miedo para hablar
y con la mediación de un tal Roberto que nunca se supo quién
era, permite entender que la intención pudo haber sido distinta
a la del simple propósito de «ayudar» a las familias Awad y Báez a
esclarecer el asunto. Por eso también, es muy probable que ante la
actitud reservada de doña Emelinda, que archivó el «documento»,
no insistieran en el asunto.
Segunda muerte. Murió en un accidente real pero fue porque
al vehículo que puso en sus manos Luis José León Estévez, una station wagon, marca Ford Zephyr, le habían manipulado la varilla del
guía para que se matara en su viaje a San Juan de la Maguana.14
Ese «trabajo» sobre el sistema de dirección del vehículo le
permitió resistir las tremendas presiones a la que fue sometido en
más de 400 kilómetros de carreteras difíciles, con innúmeras curvas
incómodas entre lomas y precipicios para finalmente ceder justo
ante una mole metálica, un pesado camión cargado con rubros
del campo estacionado a su derecha en el carril contrario al de la
dirección que llevaba Awad. ¡Qué lamentable precisión! Ni siquiera
le dio el «chance», al romperse antes en algún punto de la extensa
ruta, para chocar con algo de menor volumen o masa o salirse de la
carretera y caer, con buena suerte, en unos matorrales que habrían
atenuado la violencia de la energía cinética que llevaba el vehículo.
Pero Bissié fue cauteloso. No se comprometió de manera absoluta con lo que dijo al colocar el adverbio «presumiblemente». Sin
embargo, Pilar Awad encajó y aprovechó bien este rumor cuando
expresó que al vehículo le habían sacado un seguro full, pero sin
mostrar evidencias concretas al respecto. De todas maneras, ese
dato, aunque haya sido correcto, es intrascendente, porque si
el negocio de los seguros estaba en manos de Trujillo, ¿por qué
dejar un vehículo también de su propiedad sin esa «protección»?
Además y si esto realmente se hizo así, ¿acaso no era un motivo
más que suficiente el conocimiento que se tenía de la temeraria
forma de conducir de Jean Awad? Adicionalmente, sería necesario
Miguel Angel Bissié, Trujillo y el 30 de mayo. En honor a la verdad. Testimonio,
primera edición, Santo Domingo, Susaeta, 1999, pp. 41-42.
14
180
Las mentiras de la sangre
admitir que la vida de Álvarez Sánchez, a quien Luis José León
Estévez le había solicitado acompañar a Awad en ese viaje, cosa
que no ocurrió porque este no lo recogió a su salida de la capital,
le importaba un bledo o lo que es lo mismo, que no le importaba
eliminar a los dos al mismo tiempo. El asunto así es harto difícil
por no decir imposible de creer.
Tercera muerte. Lo mató el coronel de la AMD Luis José
León Estévez directamente. Según el ex miembro del A2 (Servicio
de Inteligencia de la Aviación Militar Dominicana, cárcel de
torturas y crímenes del km 9 de la carretera Mella) y del SIM, el
confeso super-asesino Carlos Evertsz Fournier en un reportaje de
la revista británica Observer del 2 de mayo de 1971, calzado con
la firma del periodista inglés Chris Robbins, reproducido en el
país por la revista ¡Ahora! en su edición No. 396 del 14 de junio
del mismo año, León Estévez, herido en su orgullo varonil por la
infidelidad de su espora Angelita Trujillo con «un apuesto piloto
de apellido Canaán», le ordenó a él (a Evertsz) arrestarlo y llevarlo
a la ergástula de torturas del km 9 de la carretera Mella. Allí, tras la
resistencia a patadas de Awad para evitar que un sicario le cortara
el pene en vida, León Estévez lo «abaleó, le cortó el pene y se lo
llevó a su esposa», la cual guardó silencio, mujer que «era una perra sanguinaria. Acostumbrada a acostarse con soldados y hacerlos
matar después para que no pudieran hablar».15
No es mi propósito hacer un análisis del extenso artículo del
periodista Robbins en el que el sicario Evertsz Fournier hace su
malvada catarsis mezclando, en un batido de sangre, datos de
sus actividades delictivas criminales con evidentes inexactitudes
y elementos fantasiosos en aparente propósito de lograr una macabra notoriedad en la opinión pública, actitud o evidencia que
expresan la influencia en él de un significativo desequilibrio psicopatológico y de egocéntrica maldad.
El párrafo dedicado a la persona de Awad Canaán tiene algunos
elementos interesantes. Primero, utiliza el rumor en boga sobre la
¡Ahora!, No. 396, 14 de junio de 1971, p. 15.
15
181
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supuesta infidelidad de Angelita Trujillo con Awad Canaán que
fue lo que motivó a León Estévez a eliminarlo; segundo, maneja el
nombre del joven oficial por su apellido materno, indicio de que
no tiene certeza sobre lo que habla; tercero, dice que Awad era
piloto, lo que es totalmente incierto, una mentira; y cuarto, que
utiliza otro de los llamativos rumores, de notable atractivo morboso, el asunto de que a Awad le cortaron el pene el cual le fue
entregado a Angelita como sádico y vengativo presente de parte
de su «corneado» marido.
¡La verdad es que uno no sabe cómo supo el señor Evertsz
que dicha señora se quedó impertérrita, callada, ante tan desagradable crueldad, porque es inadmisible que él estuviera
presente en ese momento tan especial, sin importar que ese
inerme órgano haya sido puesto en sus manos o dejado en algún apropiado lugar para que ella lo encontrara! Finalmente,
hace referencia a la conducta promiscua de la referida señora,
la que gracias a su incontrolable ninfomanía criminal, según
su opinión, podría tener, lógicamente, todo un cementerio de
soldados bajo sus pies.
Pero, además, Evertsz involucró en su declaración al coronel
PN Melitón Antonio Jorge Valderas de quien dijo que había trabajado para este en el Servicio Secreto de esa institución luego de su
regreso al país tras la caída del régimen de Trujillo. Esto provocó
una inmediata respuesta del oficial policial,16 quien aparte de
admitir que había contactado al matón al que consideró mentalmente desequilibrado, negó categóricamente la versión que este
ofreció sobre el «asesinato» de Awad Canaán en la prisión-tortura
del kilómetro 9 de la carretera Mella, ya que «él (Valderas) sí vio
el automóvil de Canaán incrustado debajo de un camión en la
carretera entre San Juan de la Maguana y Las Matas de Farfán», y
que fue él quien «trasladó el cadáver de Canaán a la morgue del
hospital de San Juan de la Maguana», agregando que «a pocos
momentos de que el teniente Canaán sufriera el accidente, él
llegó al sitio».17
El Nacional, 13 de junio de 1971, p. 1.
El coronel PN, Melitón Antonio Jorge Valderas, al momento del accidente
16
17
182
Las mentiras de la sangre
Resulta curioso que en un reportaje de la misma revista ¡Ahora!,
referente a las declaraciones del señor Evertsz (11 de junio de
1971), este afirmara que «Luis José León Estévez fue el patrocinador de la muerte del teniente AMD Jean Awad Canaán, ocurrida
hacia 1960, disfrazada de un accidente de automóvil».18 Digo que
es interesante esta «revelación» porque ahora modifica la original
introduciendo el elemento del «accidente provocado», recurso
que parece darle pie o soporte al criterio de la señora Awad Báez
de que a su padre lo mataron en un sitio indeterminado (en este
caso y si se le cree a lo que dijo Evertsz, habría sido hecho en
la ergástula del km 9 de la carretera Mella). Si se admite esto,
entonces sería necesario asumir que el cadáver, ya sin pene, fue
trasladado al lugar del disfrazado accidente y colocado allí en la
posición del conductor, desde donde después fue sacado por el
teniente Melitón Jorge Valderas para llevarlo al hospital de San
Juan de la Maguana, acción esta última (la del oficial Valderas)
de entero crédito. ¿Es posible continuar con esta fábula surgida
de los resquicios cerebrales retorcidos de un reconocido sicario?
Porque la familia Awad-Báez está segura de que fue Jean Awad
Canaán quien salió de su casa en la madrugada del 30 de noviembre de 1960 a buscar un pelotero en San Juan de la Maguana,
y de que llegó a esta en esa mañana sin problemas, a lo que yo
le agrego que estuvo conmigo y con Pedro Rodríguez Botello en
Las Matas de Farfán y luego en Padre las Casas hasta las 6 de la
tarde, en donde se nos unió el pelotero Valenzuela, lugar en el
que testigos de entero crédito lo reconocieron. Así, lo que dijo
Evertsz y el criterio de Pilar Awad, son verdaderas incongruencias,
inaceptables al pensamiento lógico.
Y ahora se entiende con mejor apreciación, la razón de la
gran mentira, dominante en La verdad de la sangre, del chofer
del camión Montero Ramírez, al decir que él no vio quien era el
conductor del vehículo que lo chocó pero del cual sí confesó que
18
de Jean Awad Canaán, prestaba servicios con el grado de segundo teniente
de la Policía Nacional en San Juan de la Maguana. Ver anexo 9, El Nacional de
¡Ahora!, 13 de junio de 1971.
Ver anexo 8, Última Hora, 11 de junio de 1971.
183
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
era un «tercer teniente». El doctor Felipe Herrera en sus dos versiones del examen que le hizo al cadáver de Jean Awad no reportó
la ausencia del pene y al parecer tampoco Lillian Rodríguez en
su supuesta, inconsulta e impúdica exploración al mismo cuerpo.
Se entiende la necesidad de enfocar lo del pene de Jean
Awad Canaán, curiosamente convertido en una especie de eje
secundario, paralelo al motivo central de la muerte de los esposos
Awad-Báez. Es un «dato» cruel y morboso, de insano disfrute en
comidillas y corridos, manipulado en los entuertos del rumor, y
útil para coronar con sarcástica venganza la supuesta infidelidad
de Angelita Trujillo hacia León stévez y su enfermizo acoso sentimental hacia Jean Awad Canaán.
Cuarta muerte. Lo mató «el Tigre de Bonao». Este asesino
lo trajo a colación el prestigioso comentarista de la televisión,
doctor Julio Hazim, cuando expresó en uno de sus programas de
la Revista 110, en el 2010, que había recibido información confidencial de un conocido suyo, apodado «el Tigre de Bonao», un
antiguo miembro del temido Servicio de Inteligencia Militar de la
dictadura de Trujillo, de que él había sido el ejecutor del accidente en el que murió Jean Awad Canaán, cosa que hizo por orden
expresa del coronel de la AMD, Luis José León Estévez.19
De este comentario se hizo eco el periodista Juan José Ayuso
en un artículo publicado en el periódico El Nacional de fecha 19
de julio de 2010,20 en el que, aparte de tratar de denigrarme al
afirmar que yo era en ese momento cabo o sargento de la AMD y
no oficial con el grado de segundo teniente del Ejército Nacional
(según consta en documentación anexa), y de darle crédito a los
rumores, sin pruebas, sobre las causas de las muertes de Pilar y de
Jean, puso en duda, de manera ligera y desconsiderada, el valor de
mi testimonio sobre el accidente.
Preocupada por esta novel información, Naya Despradel se
reunió con el doctor Hazim el 18 de mayo de 201021 y obtuvo
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 191.
L. Sención Silverio, El Nacional, 19 de julio de 2010, p. 17.
21
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 191.
19
20
184
Las mentiras de la sangre
información complementaria sobre «el Tigre de Bonao», cuyos
datos principales reseño a continuación.
«El Tigre de Bonao» era el apodo de combate de un profesional de la lucha libre cuyo nombre real era (o es) Francisco
A. Pérez portador de un prontuario delictivo peculiar con cargos como el de robo de un automóvil en 1956 (en plena Era de
Trujillo), investigado como posible participante en el atentado
que se le hizo al general Antonio Imbert Barrera en 1967, investigado también en ese mismo año por la importación ilegal
de un automóvil Impala mientras estaba detenido por tenencia
ilegal de armas de fuego. En 1975 fue sometido a la acción de la
justicia por el contrabando de US$310,000 falsos en asociación
con Darío Trujillo Tejada, y para completar, en enero de 1977,
utilizando un nombre alterno, el de Hugo del Villar, fue involucrado por la Policía Nacional en un intento de matar a su suegro,
lance del que salió herido.22
Como es lógico de entender, a un delincuente de esta catadura, calié del SIM, no se le hubiera «apretado el pecho» para
cometer un asesinato como el que le «confesó» al doctor Hazim.
Esta confesión de «el Tigre de Bonao» tiene el mismo corte de infantilidad que la expresada por el chofer Montero del camión con
el que chocó Jean Awad Canaán, quien aseguró que los matadores
de este habían confesado su crimen sin que se sepa a quién, ni
cuándo ni cómo, incluida la justicia dominicana.
Si este señor, «el Tigre de Bonao», vive, Pilar Awad, en particular, debería enfilar sus cañones hacia él pues se trata nada más
y nada menos que del supuesto matador de su padre. ¿Lo hará?
Pero primero deberá sentarse a pensar en la inutilidad de un
esfuerzo de esa naturaleza ante una persona que puede o pudo
estar tratando de alcanzar una conveniente macabra notoriedad
en círculos cerrados, no abiertos, algo que luce ilógico pero no
descartable en conexión con los entresijos psicopatológicos de
este tipo de gente. Por más bien guardado que tuviera su gran
«secreto» por algún resquicio de su ser debió habérsele escapado,
Ibídem, pp. 145-147.
22
185
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
pero nunca, que se sepa, fue molestado por nadie en relación a la
muerte de Jean Awad Canaán.
Si participó en ese crimen el lector sencillo podrá ponderar
las dificultades que pudo haber enfrentado en lograr su objetivo.
Para hacer lo que dijo que hizo tenía que habérsenos unido en
Padre las Casas y convertirse en un pasajero más del vehículo, cosa
que no ocurrió y que jamás le hubiéramos permitido hacer en su
condición de persona extraña; o, estando al frente de un grupo
bien armado detener el vehículo en su regreso a San Juan de la
Maguana desde Padre las Casas en algún punto de esas carreteras
y, «lógicamente», matar a Awad y luego ponerse él mismo a conducir o a otro en lugar de Awad. ¿Simple o muy complicado?
A esa descabellada y fantasiosa operación le faltó un detalle. Se
le olvidó matarnos a todos, a tres oficiales que sabíamos usar las armas. ¿Se imagina el lector lo que hubiera pasado? Además, ¿cómo
podía dejar vivos a tres testigos claves de tan horrendo crimen? ¿Es
tan ingenua Pilar Awad Báez como para sostener que «en el contexto en que ocurrió el incidente»… me vi «compelido a repetir la
verdad oficial del episodio, deviniendo así en un simple chivo expiatorio del coronel Luis José León Estévez»?23 Si tuve la valentía
de enfrentarme a mis superiores en especiales condiciones, de formar parte del grupo militar que trató de evitar el derrocamiento
del presidente Bosch, de complotar contra el odioso Triunvirato y
de enfrentar la invasión del ejército más poderoso del mundo en
1965, motivos por los que fui excluido de las Fuerzas Armadas por
largo tiempo, ¿por qué, sobre qué bases, atribuirme una actitud
de cobardía y sumisión, lo que de paso me haría cómplice de un
horrendo asesinato? Simplemente inadmisible para quien no fue
parte de la estructura del Servicio de Inteligencia Militar.
En adición, nadie sabe a dónde fue a parar el susodicho señor
o el imbécil suicida que colocó, supuestamente, frente al guía en
sustitución de Awad, y para rebozar el cúmulo de fantasías es de
suponerse que tuvo que haberse montado toda una complicada
operación logística para localizar a la víctima y matarla porque el
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 219.
23
186
Las mentiras de la sangre
único destino conocido de Awad era San Juan de la Maguana y no
Las Matas de Farfán ni Padre las Casas. En esto yo podría decir,
en términos especulativos desde luego, que Jean Awad murió ese
día porque en esa mañana tuvo el infortunio de no encontrar a
Manolo Valenzuela en San Juan de la Maguana. De haberlo hecho, hubiera regresado descansado y sin los efectos deletéreos del
alcohol a entregar la misión que le fue encargada.
Como he dicho en otra parte de este libro, para matar a Jean
Awad Canaán, que hizo la primera parte de su recorrido hacia San
Juan de la Maguana bajo la oscuridad de una madrugada de finales del mes de noviembre, solo, sin compañía, no se precisaba de
una operación tan enmarañada. Ejecutarlo en cualquier punto de
esa larga ruta, sobre todo en alguna de sus numerosas y peligrosas
curvas, hubiera sido una operación sencilla, de esas que no dejan
huellas incriminadoras. No eran cosas difíciles para los matones
del sistema, quienes, por el poder bestial que tenían en sus manos,
no necesitaban de las sutilezas de los envenenamientos al estilo de
los Borgia.
La realidad es que una trama criminal de este estilo hubiera
sido tan complicada que solo podría haber sido superada por las
depuradas y costosas logísticas utilizadas por Trujillo para secuestrar y matar o solo matar a sus enemigos fuera del país como los
casos del vasco Jesús de Galíndez y de don Rómulo Betancourt,
el honorable presidente de Venezuela, quien afortunadamente
sobrevivió, aunque con quemaduras, al atentado con bomba que
el dictador le puso desde aquí. El dislate es tan grande, que como
veremos más adelante, él, «el Tirgre de Bonao», no fue el único
que tuvo esa sádica exclusividad.
Quinta Muerte. Jean Awad Canaán y su esposa Pilar aparecieron muertos en un vehículo. Esto fue lo que escribió Robert D.
Crasweller en su icónico libro de 1967, La trágica aventura del poder
personal.24 El reputado autor utilizó, como lo hicieron otros, los rumores y especulaciones en torno a la entente amorosa de Angelita
Robert D. Crasweller, Trujillo. La trágica aventura del poder personal (edición en
español), Editorial Bruguera, 1967, p. 374.
24
187
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Trujillo con el oficial, agregando la determinación de Trujillo de
matarlo. De nuevo sin pruebas e introduciendo errores garrafales
en su apreciación, porque el nombre que le atribuye a Awad es
Awoud, del que dice que era un funcionario y no un oficial de la
AMD, y porque no hay nada más incierto de que los esposos Jean
y Pilar aparecieron muertos juntos en un automóvil, tras lo que
se «pretendió hacer pasar por un accidente». Como se sabe, Pilar
Báez murió en una clínica de Ciudad Trujillo en el mes de febrero
de 1960 y Jean Awad pereció en un accidente en la carretera de
San Juan de la Maguana nueve meses después, el 30 de noviembre
de ese mismo año. Es posible decir, con toda propiedad, que el
rumor le jugó una mala partida al señor Crasweller.
Sexta Muerte. Lo «mataron» a tiros en los alrededores de la
Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre (hoy Centro de
los Héroes de Constanza, Maimón y Estero Hondo) y también en
la ergástula de La 40. Esto lo afirmó con gran desparpajo Ramón
Alberto Ferreras, el Chino Ferreras, en su libro Trujillo y sus mujeres,25
publicación de atractiva lectura a nivel popular por su morboso
contenido. Este autor repite lo del supuesto romance entre Jean
Awad Canaán, al que le otorga erróneamente el grado de oficial
piloto aviador, y Angelita Trujillo, a la que define como mujer de
insaciable sexualidad, dándole a esta pasión el crédito como la
causa de la perdición del joven oficial.
Como preámbulo del «asesinato», describe el supuesto diálogo entre «el Pechito Luis José León Estévez» y Trujillo en el que
el primero fue a quejarse ante el segundo «de las infidelidades
de su media naranja con Jean Awad Canaán», recibiendo como
respuesta una categórica orden para matarlo envuelta en la frase
«¿Y acaso no es usted un coronel de nuestras Fuerzas Armadas?».
Claro, Ferreras, igual que los demás que han tratado el caso de
Jean Awad, se cuidó las espaldas al manejar su relato con los términos «Dícese» y «dizque». Dicho de otro modo, eso fue lo que
dijeron otros y que él solo repite. Se requiere de una gran dosis de
Ramón A. Ferreras, Trujillo y sus mujeres, Santo Domingo, Editorial Nordeste,
pp. 103-104.
25
188
Las mentiras de la sangre
candidez o de desconocimiento de la fiera humana que anidaba
en Trujillo unida, paradójicamente, al inconmensurable amor
que sentía por sus hijos con María Martínez, para darle crédito
de verdad a este supuesto diálogo… ¿que un advenedizo al poder,
como lo era León Estévez, se atreviera a echarle en cara al «dueño
del país» y de todo cuanto en él había que su mimada hija era toda
una puta mujer?...
Según Ferreras, a la semana de este «diálogo» ultimaron a
Jean Awad «dizque en un intercambio de disparos mientras él
viajaba en un automóvil por las cercanías de la Feria de la Paz
y Confraternidad del Mundo Libre», montaje propogandístico y
en extremo oneroso (la Feria) del que «había sido reina la vagabunda por cuyas nalgas moría (refiérese a Awad) en la flor de
la juventud». Pero más adelante dice que nadie oyó los disparos
con los que «dizque» fue ultimado Awad, acomodando su relato,
ahora huérfano de tiros, al afirmar que fue realmente en La 40
donde lo mataron. Esta tortuosa narrativa la coronó con otro gran
disparate: Pilar Báez Perelló, la esposa de Awad, estaba en condición de embarazo avanzado cuando ocurrió el «asesinato» de su
marido. En realidad, la muerte de dicha señora precedió nueve
meses a la de su viudo marido.
Aparte de estas disparatadas seis versiones sobre la muerte de
Jean Awad Canaán, es prudente considerar aquí otros factores,
unos relacionados con el origen de algunas de las mismas, y otros
vinculados con el manejo del cadáver en la entonces Ciudad
Trujillo.
1. A propósito de la asistencia que se nos ofreció a los heridos
en el accidente en la emergencia del hospital Santomé en la noche
del 30 de noviembre de 1960 y al cadáver de Jean Awad Canaán
en la morgue del mismo, es interesante puntualizar las opiniones
de dos miembros del personal en torno a las posibles causas de
muerte del joven oficial. La enfermera Bella Herminia Santil (ver
el análisis de sus testimonios en el capítulo VIII) dedujo que a
Jean Awad lo habíamos matado en una trifulca o pelea, porque
189
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
estábamos sucios de «tierra colorá como la de Guanito»,26 el cadáver tenía como un «hundío» en la frente, y porque «ahí hubo una
pelea» cosa que hicimos tras haberlo alcoholizado porque, a su
juicio, a un hombrón así no se lo podía dominar tan fácilmente.
Por otra parte, el doctor Felipe Herrera, en la declaración que
le entregara a Pilar Awad Báez sobre el análisis post-mortem que le
hizo al cuerpo sin vida de Jean Awad, en el que no encontró motivos traumáticos de importancia como para provocar la muerte,
especuló sobre otras posibles causas de muerte «limpias» como
por ejemplo anestesiar al individuo y luego sofocarlo con una
almohada o con un golpe bien preciso fracturarle la columna cervical que causaría una parálisis respiratoria inmediata, o golpearle
algún órgano interno, el bazo por ejemplo, para provocar una
hemorragia severa.
Claro, no certificó que algunos de estos procedimientos se
aplicaron contra Awad. Solo fueron teorías basadas en sus conocimientos médicos, material que, sin embargo, Pilar Awad Báez
utilizó con gran desparpajo, sugiriendo que algo así debió de
haberse hecho para quitarle la vida a su padre.27 Es necesario
señalar que los diagnósticos ofrecidos por el doctor Herrera a
Naya Despradel fueron distintos porque el cadáver correspondía
al de un politraumatizado, con posible trauma cráneo-encefálico,
admitiendo la posibilidad, como causa de la muerte, de la fractura
de la columna cervical debido a la cinética o energía del impacto,
estando el conductor desamarrado frente al guía y sin contar con
apoyacabezas en su asiento (ver análisis de los testimonios del doctor Felipe Herrera en el capítulo IX).
2. En unas declaraciones ofrecidas a la periodista de televisión Alicia Ortega, y mediante esta comunicadora, al público
televidente,28 Pilar Awad Báez, aparte de mostrar dudas acerca de
la aparición a las 6 de la tarde del pelotero (Valenzuela) y del
accidente como tal en el que, extrañamente, solo su padre perdió
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 276.
Ibídem, p. 281.
28
Entrevista realizada por Alicia Ortega el 10 de abril de 2010.
26
27
190
Las mentiras de la sangre
la vida, afirmó enfáticamente, de acuerdo con «testigos, varios,
por diferentes fuentes, tanto de la familia de mi papá como de la
familia materna, allegados que estaba en San Juan»… que el cadáver de Jean Awad «lo tenían tirado, con las botas amarradas»…
«en el píso, en la fortaleza»… y que «No lo llevaron a la morgue».
No hay que dudar que «comentarios» y rumores la llevaron
a decir tales dislates. La realidad fue que el pelotero Valenzuela
se nos unió en Padre las Casas entre las 5:30 y 6:00 de la tarde y
que el accidente, como demuestro a lo largo de la presente obra,
fue un hecho concreto, real. Como se ha señalado en un párrafo
precedente, fue el teniente PN Melitón Antonio Jorge Valderas,
de puesto en San Juan, quien recogió el cadáver de Jean Awad en
el lugar del accidente y lo llevó al hospital Santomé en donde fue
depositado en la morgue, lugar en el que el doctor Felipe Herrera
le hizo el experticio post-mortem y donde Lillian Rodríguez dijo
que también lo examinó. El cuerpo de Awad nunca estuvo en la
Fortaleza y mucho menos tirado en su piso. Lo de las «botas amarradas» y «tirado en el suelo», de indiscutible corte degradante y
humillante, parecen recursos aviesamente colocados, destinados
a presentar un supuesto desprecio al fallecido de parte de las
autoridades militares de la zona en concordancia con el rol que
cumplían en el supuesto «accidente provocado». Para completar
el disparate, Jean Awad Canaán no calzaba botas militares sino
zapatos.
3. La crónica periodística del accidente y de la muerte de Jean
Awad Canaán aparecida en el diario La Nación al día siguiente
del accidente, es decir, el 1 de diciembre de 1960, fue redactada,
según Pilar Awad, el día antes de que el «accidente» ocurriera, en
clara alusión a que el mismo fue un asunto programado. Porque
¿cómo fue posible que se dispusiera de una información tan acabada para ser publicada en tan poco tiempo? Claro tal cosa hubiera sido aceptable en esa ocasión, digo yo, Lorenzo Sención, si el
periódico hubiera sido de salida matutina y no vespertina como
era en realidad, de manera que no existe contradicción o desfase
anacrónico alguno entre la hora del accidente, la recepción del
191
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
cadáver de Jean Awad en el hospital Santomé, la hora en que se
recibió la información, en la que fue redactada como noticia y en
la que el periódico comenzó a circular en horas de la tarde. La
ausencia de un anacronismo en esta simple dinámica informativa
lo confirma el hecho de que una crónica similar a la primera apareció publicada en el diario El Caribe el día siguiente, el día 2 de
diciembre, en razón de que este rotativo era de salida matutina.
4. El cadáver lo trajeron a la base aérea y desde allí fue llevado
a la casa de Miguel Angel Báez Díaz donde, a pesar de estar el
ataúd herméticamente cerrado, fue abierto y el cuerpo de Jean
Awad examinado por este y por Juan Tomás Díaz, comprobándose
que realmente mostraba signos de tortura. Esto es lo que dijo el
señor Eduardo Díaz, hijo del segundo, en una llamada suya a un
programa periodístico de la emisora Z-101, y que fue admitido
como una verdad absoluta por Pilar Awad Báez en su libro. En
contraposición a esto, la realidad fue que el cadáver a donde se
trajo fue al hospital Militar Profesor Marión, no a San Isidro, y
que en este hospital le fue entregado a su hermano George Edgar
Awad Canaán, quien lo llevó a su casa sito en el No. 13 de la calle
Clear Water de Ciudad Trujillo, paso previo para el cementerio
Nacional de la Av. Máximo Gómez, según la crónica al respecto
del 1 de diciembre de 1960 del periódico El Caribe.
A esto es necesario agregar, como demostró Naya Despradel,
que el señor Miguel Ángel Báez Díaz se encontraba a la sazón en
la ciudad de Nueva York con el licenciado Homero Hernández y
que era imposible, sino muy difícil, que pudiera estar de regreso
en Ciudad Trujillo en tan corto tiempo aún a pesar de que ya se
viajaba en aviones jet y que el tiempo de la ruta se había acortado
apreciablemente en relación al consumido por los aviones propulsados por motores a hélice, y porque además, no había vuelos
programados para viajar en esas horas. Para la señora Despradel29
la ausencia de Miguel Ángel Báez Díaz en el entierro de su yerno
esa mañana fue la razón por la que su nombre no apareció en el
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 233.
29
192
Las mentiras de la sangre
obituario de Awad que se publicó en la prensa el día 1 de diciembre de 1960. De esta manera, es posible deducir que el cadáver
de Jean Awad no fue examinado por nadie de su familia y que la
versión de que estaba torturado es una falacia.
Como puede apreciarse, sobre los supuestos motivos que
«condenaron» a Jean Awad a morir «asesinado», utilizando para
ello un accidente «provocado» como procedimiento central del
asunto, se tejió un manto de puras especulaciones. La variedad de
formas que se utilizaron para «matarlo» hablan por sí solas de los
equívocos, inconsistencias y falacias que se inventaron y que el rumor se encargó, en un medio apropiadamente condicionado para
ello, de propalar con calidad de verdad absoluta. Y fue simple.
No lo mató nadie; lo hizo la nefasta combinación del cansancio y
el alcohol (ingerido en Padre las Casas), la que en un momento
crítico, fugaz, ya de noche y frente a un enorme camión apagado
y cargado de habichuelas, superó a su reconocida destreza de conductor. Y aquí lo vuelvo a repetir: doloroso y simple a la vez.
193
Capítulo XII
La aventurada interpretación
de dos crónicas periodísticas
E
n un breve capítulo de apenas tres páginas titulado
«Calumnias e incongruencias» las autoras de La verdad de
la sangre analizan las crónicas que sobre el accidente en el que
murió Jean Awad Canaán fueron publicadas en los periódicos La
Nación y El Caribe los días 1 y 2 de diciembre de 1960, respectivamente, llegando a la conclusión de catalogar estos reportajes de
la prensa nacional como «las primeras mentiras publicadas con
relación a la muerte del teniente, para encubrir el crimen cometido por órdenes de Luis José León Estévez».1
Nuevamente sus dedos acusadores se dirigen hacia la persona a quien consideran autor de la desgracia del joven oficial,
arrastrando en esa «componenda macabra» a sus compañeros de
ocasión. Como es lógico a sus criterios, procuran demostrar la
falsedad encerrada en tales informes periodísticos y el aberrante
procedimiento, incongruente y sospechoso utilizado en la publicación de los mismos, elementos que colocados con excelente
precisión pueden engañar al lector común sobre todo a aquellos
que no conocieron o no tuvieron vivencias personales de la Era
de Trujillo. El método es sencillo: situar subrepticiamente el accidente como si este se hubiese producido en tiempos actuales con
libertad de opinión y de prensa y con una inmensa disponibilidad
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 179.
1
195
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
de recursos en materia de comunicación social. Pero esto no era
así hacia finales de la dictadura.
En efecto, se trata de un momento en el que el régimen de
Trujillo, presionado por el gobierno norteamericano y acosado
internacionalmente por el intento de asesinato del presidente
de Venezuela, don Rómulo Betancourt, y con graves problemas
económicos internos y las negativas repercusiones del exterminio
de los patriotas de las invasiones de Constanza, Maimón y Estero
Hondo de 1959, enfrentando una creciente oposición interna
cristalizada en movimientos clandestinos. En tales condiciones
el régimen apretó sus tenazas inmisericordemente, con notable
crueldad, en todos los aspectos de la vida dominicana y la prensa
escrita, radial y televisiva, amordazada, fue parte esencial de estos
propósitos.
De esta manera, la información formal de la muerte de un
oficial de la poderosa AMD y de las lesiones sufridas por otros
dos miembros del Ejército Nacional en un accidente en horas de
la noche en una carretera lejana del sur no podía ser asunto de
libre publicación. Sobre todo porque el oficial fallecido no era
un desconocido; era parte de una reconocida y apreciada familia
francomacorisana y miembro «político» de otra, muy prestigiosa,
de esas que rotaban con beneplácito y grandes ventajas alrededor
del alto poder de la nación.
Esta censura y la pertenencia de los involucrados a esos institutos armados son las razones primarias de que ambas crónicas, la del
periódico La Nación del día 1 de diciembre, titulada «Oficial AMD
resulta muerto en accidente. Atienden heridos hospital Santomé»,
y la de El Caribe el día siguiente «Muere oficial de Aviación en
choque de camión y carro»,2 tuvieran un formato similar, como si
una fuera copia de la otra, con discretas diferencias, y de carácter
anónimo, como era la costumbre, por la ausencia del nombre de
un periodista responsable tanto de la redacción de ambos periódicos como de otros «independientes» de San Juan de la Maguana.
De esta manera, la autoría de estas notas recae, posiblemente, en
Ver anexo 10.
2
196
Las mentiras de la sangre
el estamento militar que las proveyó y es el motivo esencial por el
que «esa reseña periodística no fue firmada por un corresponsal
del pueblo o localidad», según expresión de las referidas autoras.3
Como muestra de la imposibilidad de que la noticia se divulgara por otros medios y de su secuestro para uso exclusivo militar
está el hecho de que en ninguna de las ediciones del periódico
quincenal Santomé publicado en esa localidad sureña apareciera
nada en los días o semanas susiguientes al accidente, debiendo
tenerse en cuenta que la tragedia ocurrió en esa jurisdicción política y que material había de sobra en los corrillos cotidianos para
interesar a la prensa y a periodistas locales. Nadie dentro o fuera
de San Juan publicó sobre el asunto porque, en esos momentos,
¿quién podía atreverse a escribir sobre un asunto que involucraba
a militares sin estar autorizado?
Cualquiera pecaría de ingenuo si la capacidad que tenía el sistema para controlar toda información comprometedora no la usara
para falsear y tergiversar provechosamente los hechos, recurso utilizado ampliamente por el poder de entonces, por lo que los informes
relativos al suceso podrían estar plagados de falsedades y de convenientes mentiras. Ciertamente. Pero la opción de que se ajustaran
a la verdad, a una verdad cuya difusión pública no coligiera con los
intereses del régimen o de quienes ostentaban sus mandos no puede
ser descartada con un simple plumazo. En tal caso el discernimiento
válido sería el de demostrar que lo dicho en las notas de prensa (que
tienen, como es lógico, la categoría de informes preliminares) se
ajusta a lo realmente ocurrido o no. Esta es la labor demostrativa que
es necesario hacer sin la presión del prejuicio de un crimen endilgado a Luis José León Estévez que ya muerto no puede defenderse
y si estuviera vivo, manchado y condenado por las atrocidades que
cometió a favor de la cruel venganza de Ramfis Trujillo contra los que
mataron a su padre, difícilmente alguien le creería.
No tiene nada de incongruente, como pretenden las citadas
autoras, la rapidez con la que se hizo la primera de las dos publicaciones. Para ellas, según sus propias palabras, «Se puede notar,
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 177.
3
197
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
además, que fue redactada antes de que ocurriera el accidente»,4
criterio que de ser cierto haría encajar armónica y perfectamente
las cosas dentro del concepto de un asesinato programado, lo que
de aceptarse significaría que Jean Awad era un muerto «viviente»
dentro del vehículo y Rodríguez Botello y yo jamás padecimos las
lesiones que nos tocó sufrir.
Porque, ¿cómo fue posible que si el accidente se produjo en
horas de la noche en un lugar tan lejano y con medios de comunicación limitados se dispusiera de una información rica en detalles
de lo ocurrido como para salir a la luz pública el día siguiente?
Puesto que no se dice nada con respecto al momento en el que
salía a la calle el periódico La Nación, pensado como un periódico
matutino cuya impresión debía de hacerse en horas de la madrugada, el asunto, visto superficialmente daría pie a pensar, con buena lógica, que ciertamente la nota pudo haber sido preelaborada,
es decir, escrita antes del suceso.
Nada más incierto. La Nación era un periódico vespertino, de
manera que la información obtenida en horas de la noche anterior y en la mañana temprano del día siguiente, transmitida vía
telefónica u otros medios de comunicación y/o proporcionada
por la comisión médico-militar que estuvo en San Juan en horas
de la mañana, pudo haber sido recibida en la redacción del rotativo con suficiente tiempo para ser insertada en el periódico de ese
día. Si la crónica estaba preelaborada como con tanta seguridad
y desparpajo afirman las autoras de La verdad de la sangre, pudo
haber salido también en El Caribe esa misma mañana. La realidad
es que al ser este periódico matutino tuvo que esperar hasta el día
siguiente, el día 2 para publicar su nota. No hay nada incongruente ni desfasado en el tiempo en relación a la publicación de estas
notas de prensa.
Otro aspecto del asunto en cuanto a su forma y dinámica de
publicación, no de la materia de fondo, que las citadas autoras
utilizan para restarle veracidad, con el término «sorprende», a
las dos crónicas es «la rapidez» con que estas fueron publicadas.5
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 177.
Ibídem, p. 179.
4
5
198
Las mentiras de la sangre
Nuevamente pisan en falso porque no hay dudas de que en horas
de la noche del día del accidente la noticia de la muerte de Awad
Canaán se conocía en niveles de mando de la AMD y se difundía
en otros círculos. ¿Acaso no fue esto lo que provocó la llamada
telefónica de la señora Perelló al hospital a medianoche, llamada que oportuna y coincidencialmente fue recibida por Lillian
Rodríguez, la empleada de la farmacia y su familiar político, en
una incómoda posición frente a militares por lo que tuvo que
valerse de su astucia (que parece le sobraba por lo que hizo con
el cadáver de Awad en la morgue) para certificarle la muerte de
Awad sin que los allí presentes se dieran cuenta?6
Frente a la inesperada muerte de un conocido joven oficial
de la AMD en un accidente en el lejano Sur y en el contexto político de la época, tras lo cual y pocas horas después los rumores
y conjeturas comenzaban a moverse a la velocidad del rayo, la
lógica indica (y esto solo a nivel de conjetura sin posibilidad de
comprobación formal) que era menester dar cuenta a la mayor
brevedad posible del suceso y de sus penosas consecuencias con
el fin de evitar o de atenuar la incontenible y creciente «bola»
de especulaciones que inevitablemente se impondría en el medio
social y político. De esta manera la publicación del hecho urgió,
teniendo indiscutibles efectos apaciguadores a tal punto que,
aceptado lo que se dijo y sin que nadie en el momento o años
después intentara desdecirlo, permaneció así por décadas hasta
que comenzó a ser removido por la autora principal de La verdad
de la sangre sin disponer de pruebas, contando solo con «indicios»
manejados especulativamente.
Aparte de una inexactitud intrascendente, un desliz de redacción, con relación al número de la placa del vehículo conducido
por Awad, el 7997 en el reportaje de La Nación y 7797 en el del
El Caribe, y de que la primera de la dos señala que fue sepultado en el cementerio Nacional de la avenida Tiradentes (actual
Máximo Gómez) a las 10:00 am, dato no ofrecido por la segunda,
ambas crónicas describen exactamente lo mismo sobre la causa
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 280.
6
199
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
de muerte de Awad y las lesiones sufridas por quienes lo acompañábamos. De nuevo las autoras de La verdad de sangre pretenden
mostrar la falsedad de estas informaciones por el formato general
que muestran que a su juicio se ajustan mejor («pareciese» —dicen) a un informe forense que a «una reseña periodística».7
Ciertamente, si en su redacción no intervinieron periodistas
o si la hubo fue de carácter menor o secundario, los datos informados por el estamento policíaco-militar y médico que con toda
seguridad los recibió del personal médico que atendió al occiso y
a los heridos, fueron simplemente vaciados en las dos crónicas. No
extraña, por tanto, la terminología médica empleada en ellas incluyendo el término precautorio de «posible» ante la inseguridad
diagnóstica, precisa, debido a las limitaciones técnicas prevalecientes en el hospital, de manera que los diagnósticos ofrecidos fueron
preliminares apoyándose en gran medida en los conocimientos y
experiencias de los galenos que prestaron sus servicios a cada uno
de los involucrados en el accidente.
Con toda seguridad, lo más importante son estos diagnósticos
que de todas maneras fueron escuetos, tocados de la brevedad
periodística propia de las crónicas de este tipo. Es así como se limitan a señalar que Jean Awad falleció a causa de «golpes que le ocasionaron la muerte» y «a consecuencia de los golpes que recibió»,
expresiones simplificadas del diagnóstico ofrecido por el doctor
Felipe Herrera a Naya Despradel de «fallecido a consecuencia
de poli-traumas, incluyendo posible trauma cráneo-encefálico y
posible ruptura de vísceras intratoráxicas y abdominales»8 (ver los
testimonios ofrecidos por el doctor Felipe Herrera y su análisis en
el capítulo IX de esta obra).
Quien concibió estos breves reportes, consciente de la muerte
de Jean Awad y más allá de su primacía familiar, centró su atención
en los lesionados, es decir, en los que estaban vivos, actitud que no
necesariamente puede ser catalogada como una desconsideración
para el joven oficial y sus relevantes familias. En este sentido, puede entenderse, en cambio, la relativamente prolija referencia a
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 179.
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 241.
7
8
200
Las mentiras de la sangre
las lesiones sufridas por las tres personas que lo acompañábamos,
que pudimos haber perecido o quedado con lesiones residuales
de importancia, como fue el caso de Pedro Rodríguez Botello,
y quienes también teníamos familiares y allegados preocupados
y angustiados, sobre todo cuando la información de lo ocurrido
la recibieran inicialmente por vía del rumor o la simple y escueta
comunicación verbal.
Que Rodríguez Botello tuvo fracturas de costillas, del maxilar
inferior y una gran herida en la nalga y el muslo izquierdos, y
que yo padeciera una fractura del antebrazo izquierdo, del hueso
propio de la nariz y herida en el extremo del arco superciliar izquierdo, no hay dudas al respecto; no fueron cuentos ni inventos
como se sugiere en La verdad de la sangre.
Finalmente, las autoras arremeten de nuevo contra la información ofrecida en las notas periodísticas que señalan el lugar del accidente en el kilómetro 22 ½ de la carretera Sánchez. Apoyándose
en lo que dijo el chofer del camión Inocencio Montero Ramírez,
quien utilizó mentiras y conjeturas en su testimonio. Insisten en
que fue en una recta a nivel del kilómetro 21. Considerando improcedente entrar en detalles al respecto en este espacio, refiero
al lector al ponderado análisis que sobre este tópico ofrecí en el
capítulo X de la presente obra, análisis de carácter histórico-cartográfico cuya conclusión es concordante con el dato de las notas
periodísticas, es decir, que el accidente ocurrió en el km 22.5 en
una zona de curvas y badenes y no el km 21.
201
Capítulo XIII
Una inaceptable y desconsiderada
conmiseración
E
n un subtítulo del capítulo «Testimonio de Lorenzo
Sención Silverio a través de los años», denominado
«Observaciones con relación a los testimonios de Sención
Silverio»1 las autoras de La verdad de la sangre se dedican a rebatir,
señalándolos como inciertos o mentirosos, algunos aspectos de las
informaciones ofrecidas en mi testimonio que sobre el accidente
y la muerte de Jean Awad Canaán fue publicado en el periódico
Hoy.2 Aunque estos tópicos han sido tratados con mayor extensión
y profundidad en varios capítulos de la presente obra, el selectivo agrupamiento que de los mismos hacen las citadas autoras
me obliga a tratarlos, en buena medida de nuevo, y en el mismo
orden en el que fueron formulados. El lector notará que precediendo cada acápite, repetidos en negritas tal como aparecen en
el libro de marras, he colocado la palabra «dije» para reafirmar
que realmente así fueron expresados en mi testimonio.
Preludiando el conjunto de enunciados y comentarios las autoras insisten en acusarme de tratar de «exculpar a miembro alguno de la familia Trujillo o determinado personero del régimen del
asesinato del teniente Awad».3 Lo verdaderamente cierto es que
ni Pilar Awad Báez ni su comparte Eva Álvarez fueron pasajeros
del vehículo conducido por Awad ni mucho menos estuvieron
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 197.
Hoy, 5 agosto de 1998, p. 19B.
3
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 197.
1
2
203
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
en peligro de morir. Con él estuvimos Pedro Rodríguez Botello,
Manolo Valenzuela y yo. El choque fue un hecho real que no puede ser puesto en duda.
Jamás he tratado de exculpar a nadie ajeno al accidente y si
insisto en la naturaleza fortuita de ese hecho es porque fue así.
En esto no me importan o interesan ni Luis José León Estévez ni
nadie de la familia Trujillo con los cuales no tuve nunca, jamás,
alguna relación beneficiosa. Si se quiere seguir buscando un gran
culpable, entonces deben dirigir su dedo acusador hacia el propio
Jean Awad Canaán por su modo irresponsable de conducir sobre
todo bajo los efectos del alcohol y, tal vez, por negarse a entregarle
el guía del carro a su amigo Pedro Rodríguez Botello cuando este
se lo exigió en Padre las Casas.
En los siguientes acápites para lo que las autoras utilizan como
encabezados en negritas mis expresiones para rebatirlas, empleo
mis propias frases para darles las respuestas correspondientes.
1. Dije: «Jean nos pidió al doctor Rodríguez Botello y
a mí que lo acompañáramos»4
Ciertamente. Awad llegó a la Fortaleza donde yo amanecí de
servicio alrededor de las 8:00 am y nos hizo esa solicitud. Es posible que antes de esa hora haya pasado por donde sus relativos
familiares o después, en el breve lapso de tiempo cuando esperábamos el retorno del cabo Paniagua con quien había mandado a
buscar a Manolo Valenzuela, suponiendo que estaba en su casa
de San Juan de la Maguana. Según las autoras y el testimonio de
Lillian Rodríguez (emparentada políticamente con él; «hermana
de la concuñada del Teniente Awad» (testimonio analizado en
esta obra) el oficial no aceptó la invitación de almorzar en casa de
ella «porque unos amigos lo habían invitado a almorzar».5
Si tal invitación familiar realmente ocurrió, la respuesta negativa de Awad a ella solo puede entenderse en el contexto de que
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 197.
Ibídem, p. 278.
4
5
204
Las mentiras de la sangre
el pelotero Valenzuela, supuestamente en San Juan, aparecería en
breve o en horas de la mañana. En efecto, el programa, inicialmente, era recoger al pelotero y regresar a Ciudad Trujillo, cosa
que varió con la noticia de que la persona buscada no estaba en el
pueblo, sino en Las Matas de Farfán y, posteriormente, en Padre
las Casas. Un dato de valor fue el ofrecido por Lillian Gómez en
su testimonio anexo, quien obtuvo la información de la esposa del
doctor Pedro Rodríguez Botello de que Awad había desayunado
en su casa esa misma mañana.
El hecho de que Awad no volviera a visitar a sus familiares en
San Juan en el resto del día, o lo que es lo mismo, que desapareciera de la vista desde las horas de la mañana, alienta la especulación sobre su paradero e invita a pensar que su desgracia pudo
haber comenzado en esos momentos, ¿Fue hecho preso, raptado,
escondido y luego matado? ¿Dónde están las pruebas de esto?
Simplemente no existen porque andaba con nosotros por Las
Matas de farfán y luego por Padre las Casas, sobre lo que existen
claros testimonios ofrecidos en la presente obra. Repito, las distinguidas damas no andaban con nosotros en ese viaje.
2. Dije: «Regresamos a San Juan y sin informar nada
al Coronel Montás seguimos para Padre Las Casas
a buscara Valenzuela. Llegado allí eran
aproximadamente las 11:00»
A las distinguidas damas les resulta extraño, un «extraño» que
a todas luces es insinuante de que algo oscuro hubo en el destino
final de Jean Awad, de que obtuviésemos tan fácilmente, «así por
así»6 el permiso para acompañar a Awad y de que luego prosiguiéramos en la búsqueda de Valenzuela sin «informar nada» a
la superioridad militar local lo que nos hizo ausentarnos de la
Fortaleza un día completo. Lo del permiso nada tiene de extraño.
En esa época ningún militar podía desplazarse de una región a
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 108.
6
205
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
otra sin la autorización de rigor; en esto había un control absoluto, extendido incluso a los civiles cuyos vehículos, conductores y
pasajeros eran chequeados a la salida y entrada de los pueblos y
aún en puntos estratégicos de las carreteras.
Jean Awad Canaán no necesitaba ningún permiso para introducir una variante en el plan original y la autorización que se
nos había dado a sus acompañantes para ir a Las Matas de Farfán
nos cubría para viajar a Padre las Casas, de manera que cuando
retornamos a San Juan sin el pelotero consideramos innecesario
obtener una nueva aprobación para Padre las Casas. Si estuvimos
todo el tiempo involucrados en esta diligencia no es posible que,
como manifestó Lillian Rodríguez en uno de sus testimonios,
Awad visitara a la madre de ella en su casa a las 11:00 am, hora
en la que estábamos llegando a Padre las Casas. Esto me obliga a
decir que lo contado por esta señora no es verdad. Y de nuevo es
mi palabra contra la de ella.
3. Dije: «El chofer del camión se encontraba en una casa
cercana donde tenía unos amigos, según nos
informaron después»
Si bien es cierto que la existencia de esa casa no ha sido posible
demostrarla, no mentí. Sencillamente y tal como dice el enunciado, esa fue una información que recibí de otros en tiempo posterior al accidente. Las condiciones inmediatas en las que quedé
tras el impacto (el choque) no me permitían verificar en el lugar
esa afirmación. Nunca me ocupé de comprobarlo personalmente,
algo que no tenía por qué hacer, aceptándolo de manera pura y
simple. Al fin y al cabo eso sí es una «nimiedad», porque en esto
lo trascedente no es dónde estuvieron los que se desmontaron
del camión, incluyendo a Montero, el chofer, sino que dejaron
el enorme vehículo estacionado en la carretera con las luces apagadas en medio de la oscuridad de la noche. Eso es lo medular,
porque ¿quién sabe hasta dónde eso pudo haber sido un factor
diferencial entre la vida y la muerte para Jean Awad Canaán?
206
Las mentiras de la sangre
4. Dije: «El camión estaba parado, fue el vehículo en
que viajábamos el que se estrelló contra él,
ocasionando un accidente real y no como se
ha dicho provocado»
Eso es totalmente cierto. Se preguntan las damas: ¿Por qué
apresaron al chofer del camión si este estaba estacionado correctamente? Y yo les pregunto: ¿si en los momentos actuales, con
leyes definidas más avanzadas y notables facilidades, un conductor
involucrado en un accidente en el que ha muerto la persona conductora del otro vehículo, no quedaría detenido hasta tanto se
estableciesen bien las responsabilidades?
En el caso que nos ocupa, con un oficial de las Fuerzas Armadas
de Trujillo muerto, esa misma guardia y esa policía trujillistas, por
más expresiones de inocencia que tuviera el asunto, no iban a
soltar «así por así» a Montero, el chofer del camión, quien quedó
preso no porque lo buscaran para ese propósito, sino porque él
mismo y sin pérdida de tiempo se entregó en el cuartel policial
de Guanito. Además, él mismo declaró en su testimonio que era
de una familia desafecta al régimen y, como es fácil de asumir,
persona de pobres recursos que carecía de buenas relaciones en
el sistema. Por eso lo mantuvieron preso hasta que fue liberado
después.
Y, ¿saben las distinguidas damas quien fue el abogado defensor de Montero? Nada más y nada menos que el doctor Pelayo
González Vásquez, reconocido antitrujilllista de San Juan de la
Maguana, quien después de la muerte de Trujillo fue Procurador
de la Corte de Apelación de esa provincia. Como expresé en el
capítulo V, no hay dudas de que si este profesional del derecho
hubiera sospechado que en ese accidente hubo cosas oscuras
no nos hubiera dado a Pedro Rodríguez Botello y a mí (porque
Valenzuela no estuvo presente) el trato esmerado y cortés que nos
prodigó.
207
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
5. Dije: «En el accidente, el doctor Botello, que iba en
el asiento delantero derecho, sufrió fracturas de
costillas y clavículas y diversos golpes en el cuerpo»
Según las damas y en resonancia con uno que otro de los
testimonios a ellas ofrecidos, estas lesiones no existieron en
Rodríguez Botello. La realidad es que los susodichos testigos presenciales, que no eran médicos, no podían asumir con certeza
que tales lesiones existieran o no y sus grados de severidad. El
médico que lo examinó, el doctor Felipe Herrera, que era el ortopedista del hospital, sin la ayuda de una radiografía no podía
tampoco asumir un diagnóstico certero ni definitivo y por eso se
limitó a afirmar en su testimonio ofrecido a Pilar Awad Báez, que
tuvo un «traumatismo cerrado del tórax», que bien pudo haber
sido una simple contusión de la caja toráxica o, en el peor de los
casos, acompañarse de lesiones severas en órganos incluyendo
una hemorragia interna.
La realidad fue que Rodríguez Botello sufrió fracturas de dos
costillas derechas, de la clavícula del mismo lado, del maxilar inferior (mandíbula) y una extensa herida en la nalga del mismo
lado. En el citado testimonio del doctor Herrera, dicho médico
acompañó su diagnóstico con una especulación cuando dijo que
el asunto pudo haber sido causado (sin admitir seguridad, digo
yo) por el guía del carro, facilitando la presunción, solo presunción, de que el odontólogo era quien iba manejando el vehículo
y no Jean Awad, asunto reforzado por el chofer Montero al decir
que no vio quién era el conductor del carro, no obstante haber
visto a Rodríguez Botello salir del vehículo por su puerta derecha,
no por la del conductor, posición que estaba ocupada por él («el
tercer teniente que fue el que se mató») que era el que conducía
el vehículo, el mismo de quien se dice en la nota apócrifa escrita
al dorso de un papel judicial (al que le dan gran valor testimonial
a pesar de su condición apócrifa) que era Awad, quien estaba ya
muerto y frío.
Pero es el mismo doctor Herrera quien en su testimonio dado
a Naya Despradel, le agrega al criterio del trauma toráxico la
208
Las mentiras de la sangre
posibilidad de una o dos fracturas de costillas. Con el fin de no redundar aquí sobre este asunto remito al lector al capítulo IX, en el
que se analiza el tópico con las dos versiones del doctor Herrera, y
los testimonios de Lillian Gómez y del doctor Radhamés Cabrera.
Puede decirse que los «testigos presenciales» citados por las damas
hablaron convenientes sandeces.
6. Dije: «Sufrimos fractura del hueso de la nariz y del
brazo izquierdo. asÍ como múltiples golpes en el
cuerpo. Valenzuela que iba a mi lado, fue la única
persona ilesa»
Las damas se valen, de nuevo, de los testigos en la emergencia
del hospital Santomé no médicos, que «certificaron» que lo que yo
tenía era una muñeca zafada y una lesión en un «dedito» y nada más.
Remito al amable lector al capítulo IX, donde analizo las versiones
en relación a las lesiones sufridas por mí y de mi internamiento en
el hospital Santomé por varios días y traslado posterior al hospital
militar Profesor Marión de Ciudad Trujillo. En realidad sufrí dos
fracturas: en la muñeca izquierda y en el hueso propio de la nariz.
Además, una herida en el extremo del arco superciliar derecho y
golpes diversos. Manolo Valenzuela sufrió un trauma en la cabeza
con una pequeña laceración que no requirió de mayor atención
médica. El criterio de «ileso» que manifesté fue en términos comparativos ante las lesiones sufridas por los demás. Por este motivo no
fue hospitalizado y, en cambio, despachado a su casa.
En este acápite las damas recurren a una punzante ironía con
vergonzoso desparpajo al señalar que en mi condición de «buen
amigo y compañero» (frase de mi autoría utilizada por ellas) y habiendo estado involucrado en el «accidente» en el que su «amigo»
perdió la vida (las comillas puestas a las dos palabras previas por
ellas, intentan negar la veracidad de lo que pretenden expresar)
«no asistiera a los funerales y entierro de su compañero de armas».7
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 199.
7
209
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Simple: no pude; estaba hospitalizado por orden del doctor Jaime
Rodríguez Guzmán y por recomendación de la comisión médicomilitar que me visitó en la mañana siguiente a la noche del accidente. Por esa misma razón he expresado que no estuve en la Fortaleza
esa mañana, asunto en el que mintió Inocencio Montero, el chofer
del camión.
7. Dije: «Al día siguiente llegó una comisión integrada
por el coronel Alfonso León Estévez y el ortopEdA
Simón Hoffiz, quienes recomendaron que era
conveniente que permaneciéramos unos días allí antes
de trasladarnos a la capital. Nos dejaron internos
tres o cuatro días y nos trasladaron al hospital
Marión, de la capital»
Esta es una afirmación correcta en su contenido pero no en
su forma porque en mi declaración periodística de 1998 yo no
dije lo que las damas dicen que dije. El primer enunciado del párrafo hasta el punto y seguido no existe en la citada declaración
y en el segundo su final no es de la capital sino de esta ciudad.
Es posible que ese primer enunciado lo hayan obtenido de otras
fuentes, como en la declaración del doctor Felipe Herrera o en
la mía propia dadas a Naya Despradel,8 y lo trastocaran al párrafo
cuestionado aquí, no sé con cuáles intenciones.
Los comentarios y las categóricas conclusiones con los que las
autoras de La verdad de la sangre pretenden desacreditar las cosas
afirmadas en el párrafo es un asunto digno de análisis. Pretenden
arrinconarme en el reducto de la mentira, utilizando las versiones
de «testigos presenciales» según los cuales «ninguno de los tres
(refiérense a Rodríguez Botello, a Valenzuela y a mí) permaneció
interno ni un solo día y mucho menos que fueron trasladados
al hospital Marión». Realmente tratan de impresionar al lector
común con lo de «testigos presenciales» y por eso es necesario
N. Despradel, Pilar y Jean, pp. 206 y 241.
8
210
Las mentiras de la sangre
ponerlos al descubierto. La revisión meticulosa de toda su obra
muestra que solo pudieron ser tres personas: el chofer Montero,
la enfermera Bella Herminia Santil y el doctor Felipe Herrera.
Veamos:
¿Qué dijo al respecto el chofer Inocencio Montero? «Sención
Silverio no tenía cosa por la cual había que dejarlo interno».9 Este
señor, aparte de que no era médico para pontificar sobre la calidad
de mis lesiones, no estuvo en el hospital Santomé y mucho menos
en su sala de emergencias, motivo por lo que su afirmación tiene
que haber provenido de terceros o quizás de él mismo por razones
de interés. Él no fue un testigo presencial. Además, quién puede
creerle a una persona cuyo testimonio a Pilar Awad Báez contiene
flagrantes mentiras, con la más grande de todas las dichas en La
verdad de la sangre de que él no vió quién era el «tercer teniente
que fue el que se mató»10 en el accidente que se llevó la vida de
Jean Awad Canaán, asunto que ya fue analizado in extenso en el
capítulo VII.
¿Qué fue lo que dijo Bella Herminia Santil? «Es mentira
que estuvieron internos. Sención se fue para su Fortaleza».11 A
esta prejuiciada y deslenguada persona fue a la que poco le faltó
para mandarme a un pelotón de fusilamiento, penalidad que
también asumió como aplicable para el pelotero Valenzuela para
que no abriera la boca («tienen que haberlo linchado para que
no hable»,12 y quien mantuvo una actitud cruelmente burlona
sobre el sufrimiento que por sus serias lesiones tenía Rodríguez
Botello, profesional que para ella debía estar mejor muerto,
porque no otra cosa se interpreta de su pregunta afirmativa «¿Y
se murió el desgraciado de Botello?». Autora de fantasiosas mentiras sobre la supuesta ninfomanía macabra de Angelita Trujillo
con los cadetes de las Fuerzas Armadas, ¿qué puede esperarse de
la mente y la lengua de una persona que dice que todos éramos
unos malditos?
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 269.
Ibídem, p. 265.
11
Ibídem, p. 277.
12
Ibídem.
9
10
211
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
¿Qué fue lo afirmado por el doctor Felipe Herrera? En
su testimonio ofrecido a Pilar Awad Báez fechado el 2 de junio del
2010 dice categóricamente: «A Botello y a Sención no los dejaron internos»,13 frase de significado categórico e incontrovertible
por tratarse del principal médico actuante en las atenciones que
recibimos en la emergencia del hospital Santomé. Cierto. Sin embargo, cuando fue entrevistado por Naya Despradel en agosto de
ese mismo año, apenas dos meses después, habla claramente, con
más precisión, sobre nuestras lesiones y la conveniencia, ante la
comisión presidida por el doctor Simón Hoffiz, director del hospital Dr. Brioso Bustillo de la base aérea que se apersonó al hospital
Santomé en la mañana del día 1 de diciembre, de mantener a los
lesionados hospitalizados bajo observación en sus condiciones de
politraumatizados. De esta manera, «Botello y Sención permanecieron dos o tres días en el citado centro antes de ser trasladados
en ambulancia a Ciudad Trujillo».14 Y esta última versión es la real
sobre el asunto.
Esto es lo que dicen claramente las dos crónicas periodísticas
que sobre la muerte accidental de Jean Awad Canaán fueron
publicadas los días 1 y 2 de diciembre de 1960 en los diarios La
Nación y El Caribe, respectivamente. La afirmación es categórica:
«Los heridos fueron internados en el hospital Santomé de San
Juan de la Maguana. Están bajo las atenciones del primer teniente
médico EN, Jaime Antonio Rodríguez Rosario».15
Porque si no, las damas tendrían que desmentir lo que dijo su colaboradora Lillian Rodríguez en el testimonio que a ellas les ofreció,
tratado en el capítulo VIII de la presente obra. Ella dijo: «En el segundo piso en el privado número dos estaba el Dr. Rodríguez Botello»,16
y claro está debe entenderse que no se trataba de una estadía en un
hotel o pensión, en su casa de San Juan, ni mucho menos en uno
de los cuartuchos de la Fortaleza. En realidad, la verdad, cuando es
tapada o sofocada, por algún insospechable resquicio sale a flote.
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 283.
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 241.
15
Artículo publicado en El Caribe, 2 de diciembre de 1960, p. 8. Citado en N.
Despradel, Pilar y Jean, p. 357
16
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 279.
13
14
212
Las mentiras de la sangre
Los testimonios del prestigioso doctor Radhamés Cabrera
y de la doctora Lillian Gómez, publicados en esta obra, son
determinantes sobre el destino nuestro en el hospital militar
Profesor Marión de Ciudad Trujillo, en donde estuve internado
varios días y me sustituyeron el yeso del brazo fracturado y en
donde Pedro Rodríguez Botello tuvo que permanecer por más
tiempo debido a la severidad de sus lesiones.
Así que las mentiras que las damas tratan de endilgarme, con
todo respeto se las devuelvo para que sean ellas quienes las asuman. No soy yo el mentiroso sino ellas. Pero en sus desacertados
comentarios a la frase que gobierna estas letras, las damas van
más lejos. Tratan de hilvanar con meras especulaciones que el
hecho de que en mis declaraciones no apareciera el nombre de
Emilio Ludovino Fernández como parte de la comisión médicomilitar que llegó a San Juan de la Maguana para investigar lo
del accidente y verificar las condiciones en que nos encontrábamos, omisión que aparece también en la propia declaración de
Fernández, en un momento «cuando justo León Estévez estaba
en sus buenas»,17 fue una «extraña coincidencia», según sus
palabras, una manipulación nuestra para oscurecer la verdad,
ocultándola tras la mentira.
Nada más lejos de la verdad. En mi declaración periodística de
agosto de 1998 no mencioné ninguna comisión «investigadora».
Donde yo comenté sobre la comisión, junto con José Antonio
Guerra Ubrí, el 3 de mayo del 2010, fue en una entrevista realizada por Naya Despradel, ocasión en la que ofrecí los nombres de
los miembros: los coroneles José Alfonso León Estévez y Emilio
Ludovino Fernández, Milito y por el doctor Simón Hoffiz, mayor
médico ortopeda de la Fuerza Aérea.18 Como se puede apreciar,
no hubo tal omisión y las damas vuelven a mentir. Pero la ofuscación insensata, así se comporta.
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 200.
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 206.
17
18
213
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
8. Dije: «Cuando estaba en el hospital le pregunté qué
había pasado con Jean que no lo veía y me dijo que había
muerto y que estaba en la morgue del hospital»
En su obstinación las damas utilizan nuevamente los «testigos
presenciales», que en este caso pueden ser dos personas, el doctor
Felipe Herrera, quien dijo que yo «estaba pausado»,19 y la enfermera Bella Herminia Santil, quien se expresó así: «Ellos no estaban nada preocupados» y «Sención Silverio se quedaba callado».20
Ciertamente puedo decir que mientras estuve en la emergencia
del hospital, a pesar de la conmoción sufrida por el violento choque, los inevitables efectos del alcohol (que todos ingerimos en
Padre las Casas) y los dolores que tenía, me mantuve callado y
sereno, conducta que es propia de mi personalidad. Allí solo quería que se le diera prioridad al compañero Rodríguez Botello, que
estaba peor lesionado y a quien tenía frente a mí quejándose del
dolor y de la dificultad para respirar.
De Awad no sabía nada y tras el enyesado de mi brazo fracturado le pregunté por él al doctor Juan Estrella Martínez, quien
era del Seguro Social y a quien conocía bien, obteniendo de este
la penosa información de que había muerto y que su cadáver
estaba depositado en la morgue del hospital, adonde me llevó
y constaté la triste realidad. En este contexto no es de extrañar
que la mayor importancia por saber de Jean Awad recayera en
Rodríguez Botello; él venía sentado al lado de su amigo y debió
haberlo visto atrapado por el guía e inmóvil, y como profesional
de la medicina sabía el significado de eso. El propósito de las
autoras en este renglón es evidente: desmeritar el aprecio que
podía tener para con el joven oficial, quien, supuestamente, no
merecía mi atención en ese momento y tal vez inducir en el lector
común, de manera subliminal, la existencia en mí de un sentido
de culpabilidad. Si estoy en lo correcto, ¿puede concebirse tanta
maldad contra mí?
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 283.
Ibídem, p. 277.
19
20
214
Las mentiras de la sangre
9. Dije: «Mi buen amigo, y periodista Raúl Pérez (el Bacho),
me dijo que la hija de Jean quería oír mi versión de los
hechos, puesto que durante toda su vida le habían
dicho que sus padres habían sido asesinados por la
tiranía de los Trujillo. Él concertó la entrevista
y le hice saber que eso no era cierto. Le conté toda
la historia, muy triste, muy lamentable, pero esa es
la realidad. Y creo que quedó conforme con el
relato de los hechos que le hice»
El comentario que en La verdad de la sangre se le hace a estas
palabras mías, redactado por alguien que no fue Pilar Awad Báez
(tal vez la criminóloga que tiene la extraordinaria capacidad de
interpretar psicológicamente lo que le habla su gato, Eva Álvarez)
me trajo a la realidad de cuánto estaba equivocado en relación al
verdadero propósito de la entrevista. Prejuiciados como estaban
no querían oír mi historia sino ponerme a prueba para verificar,
según su criterio, si decía la verdad o no, en relación al testimonio
que sobre el accidente y la muerte de Jean Awad Canaán siempre
he sostenido.
Pretendieron invalidar mi testimonio, acusándome al mismo
tiempo de mentiroso con dos recursos, uno de interpretación
psicológica, propio del lenguaje corporal, como el usado por los
interrogadores policiales y el otro con una pregunta del tipo de
zancadilla. En efecto, según el escritor del comentario que analiza
lo dicho por mí en el encabezado del presente acápite, Pilar Awad
comprobó que «Real y efectivamente, Sención Silverio no la miró a
los ojos, limitándose a repetirle de manera aprendida su versión oficial de los hechos». Bien, por más agudeza psicológica que se posea
para interpretar esta forma del lenguaje corporal, su conclusión, su
«diagnóstico», no tiene validez si no se tienen en cuenta elementos
del contexto en el que se produce el fenómeno así como ciertos factores relacionados con el carácter de la persona bajo observación y
su estado de salud (por ejemplo, tres días antes había sido sometido
a una cirugía ocular), y los intereses particulares del relator, en este
caso de una persona definitivamente prejuiciada.
215
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Seguro como estoy que lo ocurrido a Jean Awad no se produjo por una acción criminal, sino por circunstancias fortuitas, no
tenía por qué adoptar actitudes evasivas frente a la señora Awad.
Tampoco estaba repitiendo «de manera aprendida» mi «versión
oficial de los hechos». No fue aprendida sino vivida en una situación en la que pude haber perdido la vida como su padre y en la
que quedamos el teniente Rodríguez Botello y yo con secuelas
físicas (ver certificaciones médicas al respecto en el anexo 6), en
un tiempo en el que la «psicóloga» era apenas una bebé. Además,
no es la «versión oficial», sino mi propia versión. La declaración
periodística del accidente no fue más que una reproducción de
los datos recogidos en el penoso hecho.
En la entrevista Pilar Awad Báez insistió en que le relatara cosas
que su padre había conversado conmigo en Padre las Casas una de
las cuales fue la referencia que él nos hizo de que se había acostado
tarde la noche anterior de la madrugada en la que emprendió su
viaje a San Juan de la Maguana debido a que estaba en una fiesta,
revelación esta que Pilar Awad la interpretó como una mentira porque según su versión el joven oficial donde estuvo esa noche fue en
casa de sus abuelos dándole el biberón a ella y luego se fue a acostar
a la casa de su hermano (Edgar). Yo no mentí; en todo caso, de
haber sido cierto que estuvo cumpliendo obligaciones paternas y familiares, quien lo hizo fue él, persona reconocida por todos los que
lo trataron a nivel militar como locuaz, conversadora y con inclinaciones a «apantallar» a los demás como lo hizo en Restauración con
las famosas cartas que Angelita Trujillo, casada con León Estévez,
supuestamente le hacía llegar de manera subrepticia, bajo clave.
¿Sabía la dama que su padre en su corta etapa de viudez de su
madre, Pilar Báez Perelló (no antes de su muerte, desde luego)
tuvo un apasionado romance con Diana Ríos Jóvine y que estuvo
con ella justo el día anterior, el mismo día que él le dio su biberón?
(Ver en el anexo 12 el testimonio de Diana Ríos Jóvine). Por otra
parte, si la información sobre la actividad familiar de Jean Awad
provino de su propia familia y, por ende, sesgada por un especial
interés, ¿qué garantías puede ofrecer su opinión en este aspecto?
Nuevamente, es su palabra contra la mía y punto.
216
Las mentiras de la sangre
Y es aquí donde su camuflada soberbia sale a flote, cuando
dice a través de quien escribió la siguiente frase (¿Eva Álvarez?):
«Pilar sintió lástima de aquel hombre, pensando que pudo haber
sido utilizado como chivo expiatorio». La dama debe entender
que no puede manejar a todo el mundo según sus muy personales
criterios. No necesito de ella ningún falso sentimiento de
conmiseración. He vivido una vida vertical y siempre me sobró el
valor para enfrentar las situaciones más difíciles. Como oficial graduado con honores de la Academia Militar de las Fuerzas Armadas
Batalla de las Carreras, formación que no tuvo su padre, quien
fue enganchado a las Fuerzas Armadas por la gracia de los García
Trujillo, no le toleré imposiciones políticas arbitrarias a mis superiores y que por eso me forzaron a renunciar a la vida militar; me
involucré en peligrosos movimientos por la salvaguarda de la patria donde pude haber terminado muerto; enfrenté fusil en mano
a las tropas del ejército más poderoso del mundo, soporté con
responsabilidad el artero asalto al hotel Matum por tropas combinadas de la AMD y del Ejército Nacional, y luego, acosado en los
oscuros años de los incontrolables del gobierno del Dr. Balaguer
y, para que no me mataran o le hicieran daño a mi familia, me vi
obligado a soportar los rigores de un largo exilio donde tuve que
hacer de todo dentro de los cánones de la honestidad. Y la dama,
¿dónde estaba entonces?
No necesito la conmiseración de Pilar Awad Báez ni de quien
tradujo su sentimiento a las letras escritas. No tengo por qué mentir, bajar la cabeza, desviar miradas ni avergonzarme. La que da
pena es la dama, por su patológica obsesión de tratar de inculparme sin pruebas y solo con vanas, discutibles e interesadas «evidencias» en un asesinato que nunca ocurrió. Ella no viajaba con su
padre cuando él murió. Yo sí. Eso es una notable diferencia.
217
Capítulo XIV
Consideraciones finales y conclusiones
I. Aspectos generales
El teniente AMD Jean Awad Canaán perdió la vida en un
accidente vehicular ocurrido aproximadamente a las 7:00 de la
noche del día 30 de noviembre de 1960 en el kilómetro 22.5 (veintidós y medio) de la vieja carretera Sánchez, desde San Juan de la
Maguana hacia Azua, en su segmento entre los pueblos Guanito
y Los Bancos.
Este lamentable hecho de carácter fortuito, producto de la
pérdida del sentido de orientación de la conducción en quien
manejaba el vehículo, Jean Awad, solo puede ser explicado racionalmente, descartadas otras fantasiosas posibilidades, por el efecto
perturbador del alcohol ingerido en bebidas de este tipo en las horas previas en Padre las Casas, y la fatiga provocada por la búsqueda
del joven pelotero Manuel Valenzuela Cabral, labor que inició en
la madrugada de ese día y que lo llevó a visitar tres poblaciones distantes entre ellas en la región sur del país conduciendo un vehículo
desprovisto de aire acondicionado, sin cinturones de seguridad ni
apoyacabezas. Así, al efecto depresor del alcohol se le unieron el
cansancio y la somnolencia; la noche y un camión apagado, sin luces, estacionado a su derecha en sentido contrario en un segmento
de curvas, completaron el conjunto de factores negativos que le
arrancaron la vida en plena juventud al oficial.
El análisis general, bien ponderado, de La verdad de la sangre, me permite asumir que la obra está cimentada sobre tres
219
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
componentes esenciales: la exaltación del afectismo personal y
familiar en Pilar Awad Báez como facilitador de la aceptación por
parte del lector común de sus propuestas, asunto expuesto en el
capítulo VI, la importancia y el manejo del rumor, dirigido hacia
la creación de un mito, como base argumental (capítulo XI) y,
de manera más objetiva, el sostenimiento del criterio de que a
Jean Awad lo habían matado en horas de la tarde del día 30 de
noviembre por lo que todo lo referente al accidente no sería más
que una simulación encubridora de tan vil asesinato.
Lamentablemente, en este inconsistente afán, digno tal vez de
un ejercicio especulativo sobre un hecho supuestamente criminal
acaecido en la «Era de Trujillo», cuya paternidad le fue atribuida al
entonces poderoso coronel AMD Luis José León Estévez, las autoras
de La verdad de la sangre, sin ponderar adecuadamente sus pasos y con
impactante ligereza, trataron de arrastrarnos en el cieno del deshonor al ya fallecido teniente odontólogo EN Pedro Rodríguez Botello,
al actual mayor (R) ERD Manuel Valenzuela Cabral y a mí, el coronel
(R) ERD Lorenzo Sención Silverio, al implicarnos por actitud activa
o pasiva en ese supuesto y horrendo «asesinato’’. Desbordando lo
límites que debieron imponerse, saltaron, en alas de la especulación,
a planos ofensivos, colocándose en la mira de mi respuesta, de la defensa de mi honor y de los demás compañeros de viaje de Jean Awad.
Sobre las especulaciones y los rumores tendientes a la producción de un mito sostenedor de los criterios de las autoras, cuya
máxima muestra es el disparatado y singular «hecho» de que nadie
en este país ya fallecido por la causa que fuere supera el número
de veces con las que mataron, mediante diversos procedimientos,
a Jean Awad Canaán, no abundaré en este espacio remitiendo de
vuelta al lector, si así lo desea, al capítulo XI de la presente obra.
Tampoco me referiré al recurso de la exaltación de los sentimientos como trasfondo y basamento de sus insustanciales propuestas,
asunto tratado en el capítulo VI. Me permitiré, en cambio, volver
sobre un punto nodal de la cuestión: la posible hora de la muerte
de Jean Awad según las autoras.
Se trata de la propuesta de Awad Báez de que a su padre lo
habían matado horas antes, hacia las 3 de la tarde del día 30 de
220
Las mentiras de la sangre
noviembre de 1960 y que, por tanto, quien quedó inmóvil en el
puesto de conducir tras el choque era otra persona, un sustituto,
o alternativamente que era el cadáver de Awad pero colocado
allí convenientemente para completar el teatro de un accidente
intencionalmente provocado. Todo gira alrededor de esto porque
otras hipótesis, marcadas por la ridiculez conceptual, como he
demostrado a lo largo de la presente obra, resultan inaceptables e
inmerecidas de ser reproducidas de nuevo aquí.
Sin contar con pruebas sobre esta propuesta, asidas tal vez a los
fantasiosos y acrediticios testimonios de los sicarios Carlos Evertz
Fournier y «el Tigre de Bonao», analizados en el capítulo XI de
la presente obra, solo podrían presentar como datos indicadores
indirectos, presuntivos, la rigidez cadavérica que ya presentaba
el cuerpo de Awad al momento de ser examinado por el doctor
Felipe Herrera entre las 10 y las 11 horas de esa noche en la morgue del hospital Santomé, y lo que dijo alguien («Uno») en una
nota apócrifa, «docta» persona a la que le pareció que Awad tras
el momento del choque con el camión ya tenía tiempo de muerto
porque estaba frío y que por eso presumiblemente no había muerto en ese lugar.
Como expliqué en torno a los testimonios del doctor Felipe
Herrera, lo de la rigidez cadavérica es inconsistente, porque esta
comienza usualmente a expresarse unas tres horas después del fallecimiento de la persona y tres horas en reverso de las 10 a las 11
de la noche son las 7 horas pm momento en el que ocurrió la colisión. Además, el doctor Herrera habló de que el cadáver estaba
en «proceso de rigidez», lo que no significa necesariamente que
estaba en una fase avanzada o terminal, para lo cual se requiere de
un tiempo mucho mayor.
La versión del «Uno» acerca de la frialdad del cadáver de Awad
(«Jean estaba muy cerca de la puerta y frío») es algo sencillamente desechable por su carácter apócrifo, conjetura perfectamente
acomodada a propósitos indefinidos que jamás pudieron ser develados. Con todo, es curiosa la seguridad con la que la tal nota dice
que el cadáver era el de Awad, que fue precisamente la información ocultada por el chofer Montero.
221
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
La especulación sobre la muerte de Awad en horas de la tarde
colide, además, de manera frontal con lo expresado en los testimonios de personas de incuestionable solvencia moral, como
el doctor Abelardo Herrera Piña y el señor Bartolomé Paniagua,
quienes manifestaron de forma clara y precisa que en horas de
la tarde de ese día y, específicamente, hacia las seis, Jean Awad
Canaán se encontraba vivo en Padre las Casas y que salió de allí
manejando su vehículo de manera intempestiva, cosa que llamó la
atención de lugareños.
Aunque luzca redundante, por su invaluable importancia me
atrevo a abusar aquí de la paciencia del lector, repitiendo de manera parcial esos testimonios:
Recordamos que comentando el accidente con Manuel
Germán, padre del patriota Amaury Germán Arsity, que
vivía en la calle por donde iba el vehículo, nos dijo que
iban tan ligero que tuvo que frenar al final de la calle y
que le dijo a unas personas que estaban junto a él, que si
continuaban a esa velocidad no llegarían a Las Yayas, por
ser una carretera de muchas curvas y que ya casi estaba
oscureciendo.1
Y, «Cuando todos estaban en el vehículo, el conductor arrancó
a gran velocidad y se encontró con que la calle no tenía salida, por
lo que tuvo que frenar violentamente. Luego que logró detener el
vehículo, retrocedió y arrancó de nuevo a una velocidad tal, que
por poco se lleva la esquina».2 Debo hacer notar que aunque en
ambos párrafos la hora no fue consignada no hay dudas de que
se trató de observaciones hechas al caer la tarde porque «ya casi
estaba oscureciendo».3
¿Cómo pueden las autoras de La verdad de la sangre, sin pruebas y solo con especulaciones, contradecir lo dicho por estos
Declaraciones de Abelardo Herrera Piña, en N. Despradel, Pilar y Jean, pp. 270-271.
N. Despradel, Pilar y Jean, p. 276.
3
Ver declaraciones del doctor Abelardo Herrera Piña y la entrevista con el
señor Bartolomé Paniagua, en N. Despradel, Pilar y Jean, p. 278.
1
2
222
Las mentiras de la sangre
testigos de primer orden, sobre la intempestiva salida de Jean
Awad Canaán de Padre las Casas hacia las 6 de la tarde de ese día
30 de noviembre? Si Awad estaba vivo a esa hora y según el «docto» observador de la nota apócrifa (a quien le creen las autoras,
no a mí) su cadáver estaba bien frío al momento del accidente,
entonces solo podían haberlo matado en el trayecto entre Padre
las Casas y el km 22.5 de la carretera Sánchez antes de llegar a San
Juan de la Maguana, caso en el que sus compañeros de viaje estaríamos irremediablemente complicados y para lo cual habría que
construir los dos hipotéticos, macabros y absolutamente irreales
escenarios ya descritos en el capítulo XI. Con toda seguridad, mi
vida y posiblemente las de los demás compañeros habría llegado a
su fin en esa carretera.
El experto en enredar «la cabulla», según el término del
lenguaje popular, fue el chofer del camión, Inocencio Montero
Ramírez. Este señor se empeñó en decir, mediante una fraseología confusa y cantinflesca en su testimonio, que nunca le vio la
cara a la persona que manejaba el carro que lo chocó y de la que
se limitó a referir que era un oficial militar, un «tercer teniente»,
quien estaba atrapado inconsciente entre el asiento y el guía del
carro, desconociendo si en ese momento estaba con vida o no. No
tuvo empacho de agregar, en un increíble acto de desprecio por la
vida humana, que no le prestó ningún tipo de auxilio, cosa que él
(Montero) podía hacer porque según sus propias palabras había
salido totalmente ileso de la colisión, sin el más mínimo rasguño
y no estaba en ese momento bajo ninguna amenaza para su vida.
Este compromiso con la mentira es de tal magnitud que si,
por el contrario, hubiera dicho la verdad, creo que habría muy
pocas razones para que hoy se estuviese enarbolando la idea de
la muerte «criminal» de Jean Awad. Pienso que el embrollo descansa en gran medida en esta falacia: ¿Cómo fue que si el vehículo manejado por Awad quedó incrustado debajo de su camión,
prácticamente bajo sus pies no le vio la cara al conductor que lo
chocó? Se admite que él no conocía a Jean Awad pero pudo haber
ajustado su observación al conocimiento adquirido posterior al
episodio. Es inadmisible lo que dice, porque lo primero que hace
223
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
un conductor es verificar quién es la persona que lo ha chocado
y estar en disposición de prestarle los primeros auxilios si fuese
necesario además de ser ese un paso indispensable para ajustar el
inicio de los trámites policíaco-judiciales de rigor.
Pero la lógica es simple: si el conductor del carro era Jean Awad
gran parte del andamiaje especulativo de las autoras de La verdad
de la sangre se derrumbaría como un castillo de naipes, porque un
muerto no puede conducir un vehículo y un apresurado operativo para hacer un cambio de conductor en esas condiciones, algo
rayano en la improbabilidad absoluta. Todo indica que Awad no
era cadáver a las 7 de la noche y que era el conductor del vehículo,
el «tercer teniente» según el propio Montero, quien resultó más
astuto que su entrevistadora porque evitó comprometerse al no
«colocar» a otra persona en el puesto de Awad; dejó el asunto en
incógnita condición, es decir, ni lo uno ni lo otro.
Lo que Montero no calculó, por complacencia o quién sabe
por cuál otro motivo, fue que cayó en una trampa, porque su negativa de reconocer a Jean Awad como el conductor que estaba
inconsciente en el vehículo, lo coloca dentro de la supuesta trama
criminal, de «un accidente provocado», porque eso y no otra cosa
es lo que se deduce de lo que dijo en un testimonio apócrifo (y,
por tanto, deshonesto) un ex militar, documento publicado al
amparo de su libro por Awad Báez y Eva Álvarez con el carácter
de toda una verdad. Razón de sobra tenían entonces las autoras
para enfilar su artillería contra él y no lo hicieron. Ya antes, en un
capítulo correspondiente a este tópico, expresé que a Montero lo
eximía de esa responsabilidad porque el accidente fue un hecho
fortuito y no prefabricado.
Montero jamás pensó que otro inesperado testigo, el entonces
teniente PN Melitón Jorge Valderas, de puesto en San Juan de
la Maguana, lo desdeciría al afirmar que poco tiempo después
del accidente él llegó al lugar, vio el carro incrustado debajo del
camión y transportó el cadáver de Awad al hospital Santomé. Por
otra parte, no deja de sorprender el hecho de que Pilar Awad,
su entrevistadora, tuviera frente a ella, a la vuelta de más de cincuenta años, al hombre que no se dignó en ayudar a su padre
224
Las mentiras de la sangre
en el crítico momento final de su vida, aún cuando no pudiera
hacer nada por él; al hombre que optó por darle la espalda y huir
apresuradamente del lugar. ¡Cosas de la vida!
Las razones por la que un conductor puede morir instantáneamente, sin grandes evidencias de daño físico en una colisión como
la descrita ya fueron expresadas en detalle en los análisis de los
testimonios del doctor Felipe Herrera ofrecidos en el capítulo IX
de la presente obra y, por tanto, sería prolijo abundar sobre eso
aquí. Sin embargo, es necesario resaltar las diferencias en los criterios médicos del experticio post-mortem hecho por el citado galeno,
resultando más consonante con lo ocurrido el testimonio ofrecido
a Naya Despradel publicado en su citada obra.
Esto así, porque los datos son, en general, más consistentes
en el sentido de explicar una muerte por traumatismos diversos
(politraumatizado y trauma cráneoencefálico) y sobre todo por
lesión de la columna cervical debido al llamado «latigazo cervical» causado por la oscilación violenta, rápida y descontrolada
de la cabeza sobre esta frágil parte de la columna vertebral. Se
recuerda que el cadáver de Awad presentaba un trauma evidente
en la frente («un hundío en la frente», según la enfermera Santil),
lo que no descarta la posibilidad en muy alto porcentaje de una
lesión cerebral severa. Todo esto encaja en lo lógico si se tiene en
cuenta que el vehículo poseía un guía rígido, no retráctil, no tenía
cinturones de seguridad ni tampoco apoyacabezas.
El doctor Herrera, limitado en su capacidad para un examen
más profundo solo pudo intuir que algo así debió de haber pasado. Contrariamente, pretender enfocar la causa de esta muerte
por otros medios como el envenenamiento, por algún tipo de
herida punzante microscópica o sofocación con una almohada, es
una simple conjetura carente de apoyo documental aunque sean
buenas como ejercicio forense.
Es indispensable recalcar aquí que las observaciones del profesional de la medicina se hicieron en estrechas condiciones de exploración en un hospital público del lejano sur en el que muchos
procedimientos médicos no podían llevarse a cabo. La falta de
una autopsia fue algo penosamente negativo pero en esa época no
225
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
había ley que obligara a ello. Tomemos en cuenta, por ejemplo,
las lesiones sufridas por Pedro Rodríguez Botello, el oficial amigo
de Awad de quien con tanta ironía se mofara la enfermera Santil
y de quien el esposo de Lillian Rodríguez dijo que las expresiones de dolor que tenía eran parte de un teatro, es decir, de una
simulación.
Según el testimonio de Lillian Gómez, publicado en el anexo 2,
quien aparte de ser amiga de Rodríguez Botello y amiga de infancia
de Miñón, la esposa de este, quien además coincidió con ellos en la
región fronteriza y que fue su paciente odontológica toda la vida,
ella lo visitó en su internamiento en el hospital militar Profesor
Marión, constatando que Rodríguez Botello había sufrido una extensa herida en una de las nalgas, fracturas costales (motivo por el
que le era difícil respirar) y sobre todo una fractura de la mandíbula
que fue necesario soldársela para inmovilizarla y que pudiera consolidarse la fractura. Era necesario que se alimentara con «calimete»
y de por vida quedó con una disfunción mandibular como secuela
del severo trauma viéndose obligado a higienizarse continuamente
con pañuelos por la salida descontrolada de saliva de su boca.
La «exploración» hecha por la señora Lillian Rodríguez en
la morgue del hospital Santomé esa misma noche al cadáver de
Jean Awad, arrogándose un derecho que no le correspondía,
escudándose en su familiaridad con el occiso, fue un hecho insólito rayano en lo increíble. Se debe tener en cuenta que se trataba del cadáver de un oficial de las fuerzas armadas de Trujillo
depositado y protegido en un recinto oficial de Salud Pública
y no en una calle cualquiera, lugar que en esos momentos era
un «hervidero» de guardias, policías y con toda probabilidad de
calieses, cadáver que procedía de un accidente todavía no bien
explicado y cuya manipulación indebida podía «contaminar» o
alterar cualquier investigación posterior. Difícil de creer lo que
hizo sobre todo porque según su testimonio logró movilizar a un
pesado cadáver ella sola sin ningún tipo de ayuda, desvistiéndolo
parcialmente, procedimiento que incluyó el impúdico acto de
retirarle los pantalones a un hombre sin importar que este fuese
ya cadáver.
226
Las mentiras de la sangre
Esto necesariamente me obliga, por simple deducción, a conectar esta atrevida y desautorizada «exploración» con el rumor,
alimentado por el morbo y «disparado» por el cavernario sicario
Carlos Evertz Fournier, de que el pene de Awad se lo había hecho
llegar, cual sarcástico y vengativo regalo, Luis José León Estévez a
Angelita Trujillo. ¿Estaba comprobando Lillian Rodríguez si ese
órgano estaba en su puesto? Una especulación que deriva de y
complementa a la otra.
Con todo, lo cierto es que ella describió un cadáver intacto, limpio, sin ningún tipo de lesión, vestido impecablemente y hasta bien
peinado; un cuerpo vestido, no con camisa de mangas cortas como
mentirosamente lo describió (la ropa de reglamento era con camisa
de mangas largas, excepto para los oficiales de la Marina de Guerra
en su traje blanco), que parecía provenir de un arreglo funerario y
no de un agotador día de trabajo, de recorrer carreteras manejando un vehículo sin aire acondicionado, de sentarse dondequiera,
de haber estado en una gallera y en un campo de pelota, después
de haber sufrido un aparatoso accidente y finalmente transportado
al hospital en otro vehículo. ¿Cómo podía estar impecablemente
limpio? En esto, Bella Herminia Santil, fue más precisa y objetiva
al decir que estábamos sucios de tierra «medio colorá de Guanito».
Las discordancias e incongruencias son asuntos que inevitablemente salen a flote en medio de «testimonios» de gente disímil,
movida por espúreos intereses. ¿Cómo compaginar la nitidez y
limpieza de la ropa de Awad (no la del cuerpo) frente a la versión difundida por Pilar Awad por un medio de comunicación
social que recibió de «testigos» anónimos (otra vez informantes
desconocidos) de San Juan de la Maguana, que eran amigos o familiares del fallecido, en el sentido de que a Awad lo llevaron a la
Fortaleza y allí, el cuerpo amarrado por las botas, fue tirado en el
piso? ¿Acaso ese piso era de fina y límpida cerámica? Lo cierto es
que el cuerpo de Awad nunca estuvo en la Fortaleza y la magnitud
de la mentira se expresa en el hecho de que el oficial no andaba
con botas militares, sino con zapatos.
Claro, en esas condiciones ella jamás hubiera podido explicarse
que Jean Awad hubiera muerto a causa de un aparatoso accidente
227
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
de carretera. Pero era necesario para darle más soporte al criterio
de que esa muerte había sido un hecho criminal ejecutado con
extrema limpieza. De todas maneras, el supuesto peso crediticio
que podría tener su testimonio se pierde en el estrecho grado de
familiaridad que tenía con el fallecido, relación que le introduce
un molesto sesgo y dudas a su testimonio.
El famoso bolígrafo machacado, un modelo de estilográfica
de la prestigiosa marca Parker en esa época, al cual Awad Báez le
dio tanto peso comprobatorio como para colocarlo en la portada
de su libro junto a la imagen de sus padres, es una «prueba» que
carece de valor. Es algo absolutamente especulativo porque nadie
certificó que era el que Awad llevaba al momento del accidente
ni las condiciones que tenía inmediatamente después del evento,
y porque algún tiempo después pudo haber sido manipulado,
machacado ex profeso con definidas intenciones. No es suficiente
decir, en medio de un mar de elucubraciones, que así le fue entregado a la familia y así fue conservado hasta el día de hoy. Esta
pieza, enarbolada con la categoría de un trofeo por la criminóloga
Eva Álvarez, no tiene fuerza comprobatoria de nada. Da pena que
se haya empecinado tanto en ello.
Retorno al lugar del accidente, a las declaraciones del chofer
Montero y a la nota en la hoja judicial apócrifa, ya tratadas en el
presente texto pero en las que hay detalles en los que debo insistir
con el fin de demostrar las inexactitudes y falacias que contienen.
Montero es enfático al afirmar, más de 50 años después de ocurrido el accidente, cuando toda documentación formal oficial o
judicial relativa al hecho ha desaparecido tragada por el tiempo,
que el choque entre el vehículo conducido por un militar al cual
nunca le vio la cara y su camión estacionado, se produjo en el kilómetro 21 de la carretera Sánchez (desde San Juan de la Maguana)
en una recta donde era posible ver a distancia, situando el lugar
muy cerca del cementerio de Los Bancos.
Lo dicho por Montero fue aceptado como una verdad incuestionable por Awad Báez al punto de darle apoyo no solo literal
sino gráfico con una imagen de fecha reciente de la moderna
autovía a nivel de su km 21, desdeñando el dato aparecido en las
228
Las mentiras de la sangre
crónicas que referentes a la muerte de su padre fueron publicadas
los días 1 y 2 de diciembre de 1960 en los periódicos La Nación
(que era vespertino) y El Caribe, respectivamente, notas que no
solo coincidieron en señalar que el accidente se produjo en el km
22½, sino en otros aspectos del asunto, evidenciando un formato
noticioso único cuya redacción dependió, evidentemente, de los
datos ofrecidos por el estamento policíaco-militar que actuó en la
ocasión en San Juan de la Maguana.
No es difícil entender la razón por la que Awad Báez despreció
la información «oficial» escogiendo la de Montero. Simple.
Prejuiciada con el criterio de que a su padre lo mató León Estévez
no podía darle crédito a nada proveniente de ese litoral. Pero
en ese kilómetro 22½ fue donde ocurrió el accidente. Esa es la
relación que siempre he ofrecido y que se manejó en el juicio que
poco tiempo después se celebró en San Juan de la Maguana y en
el que sin concluir se liberó a Montero de toda responsabilidad
en el accidente.
¿Por qué colocarlo en el km 21 y no en el 22½? Parece algo
intrascendente pero no lo es. En primer lugar el accidente no
ocurrió en la moderna, amplia y cómoda autovía mostrada en la
fotografía del libro La verdad de la sangre, sino en la carretera vieja
vigente en esa época, estrecha, mal pavimentada, sin señalizaciones, con exiguos paseos laterales, y segundo, que se produjo en
un tramo de curvas a desnivel y badenes en donde no era posible
ver a distancia, según fue tratado en el capítulo X referente a las
condiciones geo-topográficas de la carretera, análisis en el que
se utilizó como punto referencial satelital para el marcaje de los
mojones antiguos el único existente en la zona correspondiente
al km 29 desde San Juan hacia Azua (el km 175 desde Ciudad
Trujillo).
De esta manera, Jean Awad, con la noche encima, agotado
y con sus facultades afectadas por el alcohol ingerido en Padre
las Casas, ascendiendo en esta parte de la carretera en dirección
hacia San Juan, se encontró casi de repente con el camión estacionado, sin luces, cerca de una de las curvas y de uno de los varios
badenes allí presentes. En tales condiciones su velocidad no debió
229
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
ser exagerada, contrario a lo afirmado por Montero, debido a
que nuestro vehículo quedó enganchado al camión y no rebotó
a cierta distancia. Sin embargo, el golpe fue lo suficientemente
fuerte para dañar apreciablemente a ambos vehículos, para matar
a Awad y para lesionar severamente a Rodríguez Botello que iba
en el lado derecho del asiento delantero y a mí que iba sentado a
la derecha del asiento trasero. Valenzuela, que iba a mi izquierda
salió con golpes de menor importancia.
Acomodar el choque en una carretera amplia y en excelentes condiciones y en una recta en la que era posible una visión
lejana, como fue sugerido por Awad Báez, es favorecer la fábula
del «accidente provocado» y para el chofer Montero aminorar su
responsabilidad en el accidente. Tan simple como eso.
Publicar un documento apócrifo como el de un ex militar de
la época contentivo de serias insinuaciones de carácter criminal sin
mostrar pruebas que las sostengan es deshonesto y vergonzoso para
personas de indiscutible preparación cultural como Awad Báez, Eva
Álvarez y sus asesores. Cuando se apaña una insinuación de esta
naturaleza y encima de eso se publica, se comete una grave injuria;
porque no es otra cosa lo que encierra lo dicho por quien escribió
ese panfleto testimonial al plantear el asunto de la muerte de Jean
Awad como resultado de un plan pre-elaborado, concebido en dos
partes, A y B, involucrando al propietario y al chofer del camión,
quienes debían movilizar, bajo órdenes por fonía, su pesado vehículo en esas carreteras dependiendo de la ruta tomada por Awad,
para que uno de nosotros u otro conductor suicida, participando
activamente en esa trama, lo chocara y de esta manera se simulara
la muerte accidental del joven oficial. Lo que ha hecho es meter, de
una u otra forma, en ese supuesto crimen a todos los que coincidimos en el momento y en el lugar del accidente.
Finalmente, ¿se dieron cuenta las autoras de La verdad de la
sangre que al hacerse corresponsables de ese documento incriminaron a una de las piezas claves de toda su argumentación, al
chofer Montero? Que lo haya hecho conmigo, el «chivo expiatorio» de León Estévez, como me llamó con sus propias palabras,
el morenito graduado con honores de la Academia Militar no
230
Las mentiras de la sangre
como su padre que resultó simplemente enganchado por sus
relaciones familiares con los García Trujillo-Kushner, no me sorprende, pero que lo haya hecho con Montero, quien la ayudó
generosamente con un testimonio viciado, es solo explicable por
la confusión mental generada por la obsesión de convertir a su
padre en un mártir de la tiranía, en especial, del matrimonio
León-Trujillo. ¿Por qué en su interrogatorio a Montero no le preguntó al respecto? Como ya expresé en el capítulo en el que este
«testimonio» fue analizado y repito ahora, ¿estará el misterioso y
mitómano exmilitar en condición de dar la cara para discutir su
propuesta con pruebas y no con cosas que otros le dijeron y con
puras conjeturas? Debe hacerlo; muchos de sus ex compañeros
de armas sabemos quién es, pero él debe dar el primer paso.
Esperamos que así sea.
II. Conclusiones puntuales
1. Jean Awad Canaán, contrario a lo que dice Awad Báez, como
otros tantos oficiales de las Fuerzas Armadas, era buscador de
peloteros. No gozaba de ningún tipo de privilegio como para
no desempeñar esta función que era práctica común en los
institutos castrenses de la época. No poseía el rango y el nivel
académico-militar que lo eximieran de esa clase de servicio.
2. Si gozaba de algún privilegio era precisamente el de la amistad y protección que le daba el coronel AMD Luis José León
Estévez, razón de los cargos administrativos que ocupó, apetecidos por muchos por los pingües beneficios que ofrecían.
3. Tuvo un privilegio especial: casarse con la hija mimada de uno
de los hombres más apreciados por Trujillo, paso con el que
logró alcanzar envidiables niveles en el medio social de entonces. No sin razón, su boda fue un acontecimiento fastuoso
bajo el padrinazgo complaciente de la dictadura.
4. Ciertamente era diestro conductor pero, al mismo tiempo,
temerario con un guía en las manos y acelerador bajo el pie
derecho y por ende irresponsable, al grado de que oficiales
231
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
rehuían montarse con él manejando; y, como a la generalidad
del oficialato militar de Trujillo, le gustaban los tragos.
5. León Estévez lo apreciaba pero sin que esto vulnerara su condición de oficial de academia y su nivel de mando. Por acusar
injustamente de ser homosexual a un pundonoroso oficial
a quien León Estévez tenía en su más alta estima, pagó con
un destierro fronterizo esa desventurada especulación. No
fue, como se dijo, por causa de un irrespeto al abandonar sin
permiso una fiesta presidida por los Trujillo, porque ¿quién
se atrevía a proceder de esa manera en esa época? Para eso
no bastaban la valentía personal ni su condición de yerno de
uno de los hombres más allegados a Trujillo. Además, el gobernante era un celoso defensor de la frontera y los militares,
sobre todo los más jóvenes con academia o sin ella iban a parar sistemáticamente a ese lugar. Aunque se usaba para aplicar
sanciones, no siempre este era el motivo.
6. La señora Diana Ríos Jóvine en su testimonio firmado y publicado en esta obra con su debida autorización, que fue una
de las pocas personas que estuvo con el oficial el día antes de
su muerte, dice haber tenido con este un romance después
que enviudó de Pilar Báez Perelló (no antes). Asevera que si
Angelita Trujillo acosaba amorosamente a Awad ella debió ser
la víctima de sus celos pero nunca fue molestada por aquella.
Este hecho tan sencillo derriba la fábula del supuesto y tenaz
acoso pasional de la hija del tirano hacia Awad. Visto así, Luis
José León Estévez carecía de motivos para mandar a matarlo
por este supuesto motivo.
7. Si Jean Awad viajó a San Juan de la Maguana a buscar a un
joven pelotero fue porque él así lo quiso, ofreciéndose voluntariamente para esa misión. No fue seleccionado de antemano
aunque después de comprometerse tuviera que recibir órdenes claras y precisas de su superior jerárquico el coronel AMD
Luis José León Estévez. No se le ordenó viajar solo y si lo hizo
así fue porque su amigo Publio Marchena estaba enfermo en
la madrugada del 30 de noviembre y porque tampoco procuró a Rafael Álvarez Sánchez a quien León Estévez le había
232
Las mentiras de la sangre
solicitado acompañarlo. Es muy cuesta arriba pensar que si el
alto militar le tenía preparada una emboscada mortal, complicara en este siniestro operativo la vida de otros oficiales o
amigos.
8. ¿Qué mejor lugar para una emboscada mortal que los 204
kilómetros de la ruta hacia San Juan de la Maguana con
sus múltiples sitios apropiados para detenerlo, matarlo y
despeñarlo por uno de los tantos precipicios existentes, sin
complicar las cosas con molestos testigos a los que con toda
seguridad no habrían dejado vivos, pues ese era el modus operandi de entonces. Awad llegó ileso, sano y salvo a su destino.
Puede decirse que su infortunio se debió al hecho de no encontrar, Valenzuela en esa localidad, inesperado cambio que
lo obligó a ir a Las Matas de Farfán y luego a Padre las Casas.
Vale especular que si lo hubiera encontrado en San Juan, los
tragos y la fatiga habrían sobrado y en breve tiempo hubiera
estado de vuelta, a pleno sol, en su base de la AMD.
9. Lo acompañamos Pedro Rodríguez Botello, su buen amigo, y
yo y en mi caso por las buenas relaciones que sosteníamos desde los tiempos de la academia. Aceptamos la invitación que él
nos formuló con mucho agrado; no hubo en esto ningún mandato oficial ni fue resultado de una petición nuestra. Acepté
la invitación, en parte, porque había amanecido de servicio en
la fortaleza y no tenía obligaciones mayores que cumplir. Era
una buena oportunidad para pasear en grata compañía, lejos
del tedio y las obligaciones del cuartel militar.
10.No hubo nada de extraño o sospechoso en el asunto de no
informar u obtener un nuevo permiso de la autoridad militar
de San Juan de la Maguana tras el fallido intento de localizar a
Valenzuela en Las Matas de Farfán. Awad fue con esa misión y
decidimos continuar adelante para no perder tiempo.
11.La presencia de Awad en Padre las Casas fue notoria. Se le
apreció bajo los efectos del alcohol y por la agresividad y descontrol que allí exhibió manejando por las calles del pequeño
pueblo, sobre todo a la hora de salir de allí, alrededor de las
6 de la tarde, tras la llegada del pelotero Valenzuela. Este
233
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
comportamiento fue certificado por testigos de honorable
conducta y solvencia moral como el doctor Abelardo Herrera
Piña, honorable ex juez de la Suprema Corte de Justicia y los
señores Salvador Bobadilla Herrera, Bartolomé Paniagua,
Manuel Germán y Francisco Casado, este último dueño del
bar El Escambray en donde nos estacionamos, comimos, oímos música y bebimos.
12.Nadie, absolutamente nadie, nos detuvo por el camino desde la salida de Padre las Casas hasta el punto en la carretera
Sánchez en donde ocurrió el accidente. Nos tomó cerca de
una hora transitar esos segmentos de carreteras, un tiempo
incluso menor que el esperado si se toma en cuenta que en
el peligroso descenso, lleno de curvas, desde Padre las Casas
hasta la carretera Sánchez se hizo casi de noche.
13.Que todos, excepto Manolo Valenzuela, estábamos tocados
por el alcohol y el cansancio. Esto hizo que las conversaciones
disminuyeran de manera inversa al progreso del viaje y el paso
del tiempo, apocando en nosotros el nivel de atención que
requería el tránsito por esa carretera. No puedo decir nada de
los demás pero a mí lo que me despertó fue el violento impacto con el camión. Ya fuera del vehículo no coordinaba bien
mis movimientos y palabras, condición, con todo, dominada
por la serenidad, siendo esta una de las pocas verdades emitidas por Montero en el lugar del accidente y por la enfermera
Santil en la emergencia del hospital Santomé.
14.Que dos testigos, Manolo Valenzuela y quien suscribe, afirmamos categóricamente que el conductor del vehículo era Jean
Awad y no otra persona. En contraposición el único otro testigo del accidente, el chofer Montero, quien mintió repetidas
veces en su testimonio, dejó la identificación del conductor,
de manera soberanamente increíble, en condición incógnita
a pesar de que reconoció que era un oficial («el tercer teniente») quien conducía el vehículo.
15.Que este señor, Montero, sin estar amenazado por nadie, y sin
haber sufrido el más leve rasguño en la colisión, se escurrió
del lugar dándole la espalda a quien, atrapado entre el guía y
234
Las mentiras de la sangre
el asiento de la station wagon, inmóvil, podía estar todavía con
vida, inhumana actitud que fue resaltada con dolorosa insistencia por la entrevistadora, Pilar Awad Báez. Insólitamente,
la Providencia Divina o el destino, como lo llaman muchos, le
puso frente a frente, más de medio siglo después del accidente, al hombre que no auxilió a un posible moribundo, quien
también era su padre.
16.Que el oficial que recogió el cadáver de Jean Awad Canaán
del vehículo incrustado debajo del camión fue el entonces teniente PN Melitón Jorge Valderas, de puesto en San Juan de la
Maguana, transportándolo de inmediato al hospital Santomé
de esa población. A los demás, obnubilados todavía por los
traumas, nos introdujeron en un vehículo en el que llegamos al
mismo destino. A pesar de la conmoción mental en la que me
encontraba, reconozco que varios de los que iban en el camión
y tal vez otros ajenos al mismo se ocuparon de prestarnos los
auxilios que necesitábamos en ese crítico momento.
17.Que en la emergencia del hospital a la que llegamos aproximadamente a las 8 de la noche, mantuve, ciertamente, una
actitud serena pero al mismo tiempo urgiendo que se le diera
la atención debida a Pedro Rodríguez Botello cuyas condiciones eran peores.
18.Que Pedro Rodríguez Botello sufrió varias fracturas costales,
fractura de clavícula y del hueso mandibular (maxilar inferior) y una extensa herida entre la nalga y el muslo izquierdos.
El doctor Felipe Herrera se refiere a lo de las costillas en términos de posibilidad, incluyendo la clavícula izquierda, pero
de todos modos le hizo el procedimiento correcto, ajustado al
caso; sin embargo, no hizo referencia a la herida y a la fractura
mandibular, descritas después en su testimonio por Lillian
Gómez, su amiga y paciente odontológica de por vida, cuando
lo visitó, a los pocos días del accidente, en el hospital Profesor
Marión de Ciudad Trujillo. La lesión mandibular lo obligó a
alimentarse con «calimete» y le dejó una secuela disfuncional
permanente, con salida de saliva, motivo por el que se veía
obligado a higienizarse frecuentemente.
235
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
19.Que yo, el de la «muñeca zafada» según la nota apócrifa presente en reverso de una hoja del servicio judicial, el que solo
tenía «un dedito» (refiriéndose a una lesión en un dedo de la
mano que realmente no tenía) según Bella Herminia Santil,
padecí una fractura del hueso radio (izquierdo) a nivel de la
muñeca, fractura del hueso propio de la nariz y una herida
menor a la izquierda del arco superciliar del mismo lado.
Que por este motivo quedé hospitalizado, igual que Pedro
Rodríguez Botello, por varios días de acuerdo a las recomendaciones médicas locales y de la comisión médico-militar presidida por el doctor Hoffiz que llegó al hospital en la mañana
del dia 1 de diciembre.
20.Que es incierto que visité la Fortaleza esa mañana para amenazar al chofer Montero que estaba detenido allí. No salí del
hospital, lugar donde me visitó la citada comisión. Esa fue una
de las grandes mentiras de este señor, adornada con ribetes
teatrales por quienes le ayudaron a formularla.
21.Que tras varios días de permanecer internados en el hospital
Santomé, Pedro Rodríguez Botello y yo fuimos trasladados al
hospital militar Profesor Marión de la capital, donde quedé
de nuevo internado, en esta ocasión por menos tiempo que el
oficial compañero.
22.Que retorné a San Juan de la Maguana, donde estaba de
puesto a reasumir mis funciones militares. Que allí se celebró el juicio al que concurrimos Rodríguez Botello y yo, pero
no Valenzuela, y tras el cual fue eximido de culpa el chofer
Montero a quien nadie acusó jamás de tener responsabilidad
en lo ocurrido. Recalco en esto que su defensor fue el doctor
Pelayo González Vásquez reconocido antitrujillista en vida de
Trujillo, que bien pudo habernos hostigado si hubiera tenido
la más leve sospecha de que la muerte de Jean Awad había sido
un hecho de naturaleza criminal.
23.Que el doctor Felipe Herrera, reconocido profesional de la
medicina pública y privada y quien le hizo el examen postmortem al cadáver de Jean Awad Canaán en la noche del 30
de noviembre de 1960 en la morgue del hospital Santomé
236
Las mentiras de la sangre
de San Juan de la Maguana, ofreció dos testimonios con notables diferencias entre ellos, uno a Pilar Awad Báez y otro,
apenas dos meses después, a Naya Despradel. En el primero,
el cuerpo del oficial exhibe pocos motivos para explicar una
muerte accidental, compensándose con criterios médicos en
materia de posibles causas de muerte envueltos en rumores y
especulaciones de las que se oían a nivel pueblerino; y, en el
segundo, el cadáver corresponde al de un politraumatizado
con posibles fracturas óseas, lesión en la columna cervical y
lesiones en órganos internos, sellando su certificación con el
diagnóstico de traumatismo cráneoencefálico.
24.Que la exploración, sin autorización, que al cadáver de Awad
le hizo la señora Lillian Rodríguez, una simple empleada de
la farmacia del hospital que no era médico, carece de consistencia probatoria, adolece de mentiras y luce prejuiciada por
la forma que termina su testimonio, aparte del hecho fundamental, negativo de que ella estaba familiarmente relacionada
con el occiso, y lo que es peor, de haber cometido el impúdico
acto de bajarle los pantalones a ese cuerpo aunque este fuera
ya cadáver.
25.Que si lo sucedido a Jean Awad hubiera sido de naturaleza
criminal los autores intelectuales y ejecutores habrían podido
quedar bien protegidos por el sistema pero esto solo hasta el
momento de su caída. Desde ahí en adelante, sobre todo en
los efervescentes años de retaliación judicial posteriores a la
desaparición del sátrapa, hubieran sido sometidos a persecución por la justicia y sentados en el banquillo de los acusados.
Y en esto, las dos familias, en especial la de Pilar Báez Perelló,
envuelta en la heroica aureola del ajusticiamiento de Trujillo
y con poder moral suficiente para motorizar cualquier tipo de
investigación en relación a la muerte de sus dos queridos hijos,
Pilar Báez y Jean Awad, no se habría detenido hasta dar con los
culpables de tan horrendo «crimen». En esto es fundamental
señalar que el Procurador General de la República en 1962 y
parte de 1963, fue el doctor Antonio García Vásquez, quien
jamás puso en movimiento su oficina para una investigación
237
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
de este tipo teniendo en sus manos la fuerza moral y todos los
medios y facilidades para hacerlo.
26.Que es imposible creer la versión de que la madre de Jean
Awad Canaán, doña Emelinda, quien fue la receptora y archivadora de la nota apócrifa escrita al dorso de un papel judicial,
la guardó y ocultó con la finalidad de que sus hijos Edgar y
Gabriel no se involucraran en una investigación peligrosa para
sus vidas en momentos en los que ya no había nada que temer.
Es tan categórico esto (lo de no temer) que hasta en la misma
nota está escrito: «Están (se refiere a los peones del camión
de Montero) dispuesto a hablar todo sin miedo, porque el régimen de Trujillo cayó».4 En realidad de lo que esos dos hijos
tenían que cuidarse era: Jorge Edgar, de su relación y actividades muy comprometedoras con la familia Trujillo; y Gabriel,
de la persecución judicial por haber sido torturador del temido Servicio de Inteligencia Militar (SIM) de la dictadura.
27.Con relación al punto anterior, ninguno de nosotros, Pedro
Rodríguez Botello, Manolo Valenzuela y quien suscribe, fuimos jamás molestados o sindicados de haber participado en
un crimen de esa naturaleza.
28.En los medios militares en los que convivimos, donde todo
de alguna manera se llegaba a saber, jamás se puso en tela de
juicio o de duda el accidente en el que pereció Jean Awad, y…
29.Por eso, no deja de sorprender que más de cuatro décadas
después de esas tragedias familiares, Pilar Awad Báez, con la
ayuda de Eva Álvarez, haya desenterrado con tanta vehemencia
el asunto de la muerte de su padre, incriminándonos y
acusándonos con marcada desconsideración e irrespeto,
apoyándose, increíblemente, en vagos indicios, testimonios
viciados y documentos apócrifos, los cuales, juntos, no cuajan
lo suficiente para cristalizar en una sola prueba tangible e
irrefutable. Y jamás podrán hacerlo frente a un hecho que fue,
simplemente, accidental.
P. Awad Báez y E. Álvarez, La verdad, p. 129.
4
238
Aclaración final
P
ilar Awad Báez y su coautora, la autodefinida criminóloga
Eva Álvarez, han especulado desenfadadamente con las
causas y la muerte de Jean Awad Canaán atribuyéndola a una trama
criminal. Para este fin utilizaron «indicios» inconsistentes y testimonios plagados de mentiras e incertidumbres pero sin tener pruebas
claras y precisas en que apoyarse, desestimando, desde luego, las
versiones que sobre el accidente han ofrecido dos de los testigos víctimas del penoso evento que aún viven, el mayor (R) ERD Manuel
Valenzuela Cabral y quien suscribe, coronel (R) ERD Lorenzo
Sención Silverio, dándole, por el contrario, todo el crédito al otro
testigo que sobrevive, el chofer del camión Inocencio Montero
Ramírez, quien les ofreció a las citadas autoras un testimonio que,
según he demostrado en la presente obra, está plagado de errores
y mentiras.
Las autoras no tienen nada consistente en sus manos y si lo escrito por ellas intentara ser solo un ejercicio de carácter histórico
de esos que tocan la «Era de Trujillo» y que hoy abundan en la literatura nacional producidos, muchos de ellos, por «antitrujilistas»
que en el ayer gozaron personalmente o mediante sus antecesores
de los privilegiados favores del tirano, sería un aporte, aunque
intrascendente, digno de cierta atención. Pero no se detuvieron
ahí. Me acusaron reiteradas veces de perjuro, y de fungir de «chivo expiatorio» en las supuestas maquinaciones de Luis José León
Estévez contra Jean Awad. Al admitir en su libro testimonios, dos
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Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
de ellos vergonzosamente apócrifos, en los que se me involucra,
en forma pasiva o activa, en ese supuesto asesinato, se hicieron
corresponsables de esas incriminaciones.
Espero que las autoras hayan captado a plenitud la gravedad
de lo que han hecho. Sus dardos, impulsados por una vehemente
obsesión de convertir a sus progenitores en mártires de la tiranía,
aunque no por motivos patrióticos sino pasionales, han sido muy
dolorosos. Porque para tratar de explicar la muerte de Jean Awad
Canaán en un accidente en el que todos pudimos haber sucumbido o quedado con lesiones permanentes, repito ahora al final, no
hay necesidad de fabricar una trama de tan escabrosa naturaleza
y viles propósitos.
Fue simple, el alcohol, el cansancio, la oscuridad nocturna y
un camión parado, apagado, desprovisto de luces, fueron los factores que, aunados, tuvieron suficiente poder para segarle la vida
al joven oficial. Si hubo un responsable de este accidente fue el
propio Jean Awad Canaán, por su modo intempestivo de conducir
bajo los efectos del alcohol. Y es una pena que al final tenga que
expresarme de esta manera de un joven oficial que hoy, por desgracia ya no vive, a quien todos apreciábamos por su carácter sano
y jovial, buenas dotes personales y actitud colaboradora. Pero,
su hija, Pilar Awad Báez y su asociada Eva Álvarez, al tratar de
arrinconarme en el deshonor y la ignominia, no me dejaron otra
salida. Sin darse cuenta, ofuscadas, propiciaron este indeseado
final. La señora Awad Báez debe poner sus ansias en reposo; sus
padres, donde quiera que estén, se lo agradecerán.
240
Referencias bibliográficas
Awad Báez, Pilar y Eva Álvarez. La verdad de la sangre. Jean Awad y
Pilar Báez. Dos trágicas muertes durante la tiranía de Trujillo. Santo
Domingo, Editora Búho, 2013.
Bissié, Miguel Ángel. Trujillo y el 30 de mayo. En honor a la verdad
(testimonio), primera edición, Santo Domingo, Susaeta, 1999.
Chaljub Mejía, Rafael. La Era en los días del fin. Santo Domingo,
Editora Manatí, 2006.
Crasweller, Robert D. Trujillo. La trágica aventura del poder personal (edición en español), Editorial Bruguera, 1967.
Despradel, Naya. Pilar y Jean, investigación de dos muertes en la Era
de Trujillo. Santo Domingo, Editora Letra Gráfica, [2012].
Ferreras, Ramón A. Trujillo y sus mujeres. Santo Domingo,
Editorial Nordeste, 1990.
García Michel, Eduardo. 30 de mayo. Trujillo ajusticiado, segunda
edición, ampliada y revisada, Santo Domingo, Susaeta, 2001.
Publicaciones periódicas
Periódicos
El Caribe
El Nacional
241
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Hoy
La Nación
Listín Diario
Santomé
Revistas
¡Ahora!
242
Anexos
Anexo 1
Reseña periodística en la que ofrezco declaraciones sobre los detalles del accidente en el que, lamentablemente, perdió la vida el teniente ERD, Jean Awad
Canaán. Dicha declaración fue publicada por el periódico Hoy en su edición del
5 de agosto de 1998 (ver capítulo II).
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Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Anexo 2
Testimonio ofrecido por Lillian Gómez los días 13 y 14
de junio de 2012 a Lorenzo Sención Silverio
Lillian Gómez indica que al leer el artículo de la señora Naya
Despradel publicado el 1 de mayo de 2010, y luego de leer el libro de la
misma señora, se puso en comunicación con ella porque pensaba que
tenía datos importantes que aportar por haber tratado muy de cerca a
Jean Awad Canaán y a su esposa Pilar Báez de Awad.
Lillian es hija de Humberto Gómez Oliver, dueño de la Farmacia
Oliver, director de deportes por muchos años, y escucha de muchos de
los equipos de Grandes Ligas.
Lillian dice que leyó el artículo de Naya Despradel del 1 de mayo de
2010, publicado en El Caribe y que todo lo que decía era correcto, que
era la verdad.
Lillian vivió al lado de Pilar y Jean en la frontera, porque el esposo
de Lillian, José Ramón Ruiz Fernández (comúnmente conocido como
Quico Ruiz), era segundo teniente ERD y las dos parejas y otras dos más,
vivían en el recinto militar de la fortaleza de Jimaní. Las parejas de militares compartían y sobre todo, las esposas que se reunían todos los días
para conversar.
Informa Lillian que durante la estadía de Pilar en la frontera ella perdió dos o tres barrigas, porque parece que tenía un problema uterino.
No podía retener los embarazos, a pesar de los esfuerzos de los médicos.
A Jean le gustaban mucho los niños, y embarazó a Pilar varias veces. Los
compañeros que vivían en el recinto tenían que avisar cuando se iban a
reunir en casa de Jean y de Pilar.
Humberto Gómez estuvo detenido porque un importante político del
régimen dijo que en la farmacia se reunían para hablar mal de Trujillo.
Johnny Abbes era un adoptado de Humberto Gómez, y se trataban todos
los días. Johnny era del Comité Olímpico. Humberto lo rescató cuando
era un «loquito viejo».
En Jimaní
Jean y Pilar, Lillian y Quico y dos parejas más, vivían dentro del recinto militar. Había una relación de amistad y casi de familiaridad entre las
246
Las mentiras de la sangre
cuatro parejas. Jean era cadete de la misma promoción de Quico. Los dos
luego fueron ascendidos, así como a otro militar de apellido Pimentel.
Había cuatro casitas dentro del recinto. Según Lillian, el problema
de Jean se debió a que había una fiesta en San Soucy, Ramfis llegó con
varias artistas y Luis José León Estévez se acercó a ellas. Luis José salió del
recinto de la fiesta y Jean se paró a buscarlo. Jean buscó a Luis José que
había salido del local de la fiesta, pero, a quien vieron entrando fue a
Jean y pensaron que era él quien había abandonado el local.
Pilar perdió una barriga
Jean quería un hijo. Vivía compartiendo con un niño hijo de uno de
los militares. Lillian piensa que le dijeron que Pilar tenía el cuello del
útero abierto. Como Pilar había perdido varias barrigas, su madre, doña
Aida, tuvo que ir varias veces a cuidar a Pilar.
Había unas matas de acacia entre las casas de Jean y de Quico, único
lugar donde hacía sombra, y las esposas se reunían a conversar.
Un día Pilar estaba hablando de por qué estaban ahí. Pilar contaba
la historia de San Soucy, Pilar decía que Angelita era mal agradecida
porque ella se olvidaba que había sido en casa de Pilar que ella tenía
relaciones con Luis José.
Pilar estaba hablando de que Angelita, que si Jean se salió, que fue
Luis José no Jean que salió de la fiesta. Pilar era del grupito más cercano
de amigas de Angelita.
En Jimaní, Pilar hacía los comentarios de Angelita delante de todo
el que estuviera en la reunión, por lo que Lillian llamó aparte a Pilar y
le dijo que no hablara esas cosas delante de algunas personas que iban
a visitar y que no se sabía si había algún chismoso que fuera a contar lo
que se hablaba, muy típico de la época. Se sabía que había algunas mujeres que eran calieses. Lillian le decía: «Pilar, cállate». Lillian dice que
Pilar no vivía en la realidad y Lillian la obligó a que se callara. Angelita
los puso de castigo después que Pilar le prestó la casa para que tuviera
relaciones con Luis José.
Lillian vino a Ciudad Trujillo porque estaba enferma. Pilar estaba en
Jimaní. Pilar perdió tres barrigas. Los mandaron a esa localidad por lo
de la fiesta de San soucy.
Luego de la muerte de Pilar, Angelita llamó a Lillian a jugar volleybal
y también a Pituca Defilló, Jacqueline Malagón, Nelly Pineda y Xenia
Gómez de León Etévez. Jugaban tres veces a la semana, de 6 a 10.
247
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Angelita le dijo a Luis José que por qué no invitaba a Jean para que
jugara de la parte masculina. Las femeninas jugaron uno o dos meses.
Angelita dijo un día: mañana vamos todos a la tumba de Pilar. Fueron
al cementerio de la Górnez. Jean se entró en el panteón y había un nicho
vació. Dijo: «Ay, gorda, yo quiero estar junto a ti. Estás aquí por mi insistencia en tener hijos».
Jean había conocido a Miñón Sánchez de Rodríguez, esposa de
Pedro Rodríguez Botello. Los Botello contaban que Jean llegó a San
Juan a buscar a los peloteros en Padre las Casas. Pedrito contó varias
veces, y Lillian lo escuchó, que el día del accidente, se pasaron el día en
la gallera. Jean era muy autoritario y hacía lo que quería. Botello le pidió
el carro y Jean no se lo quiso dar. Botello se partió la quijada que toda la
vida le quedó disfuncional y se le salía la saliva.
Es difícil pensar que los ocupantes del carro tuvieran algún tipo de
implicación en la preparación del accidente, porque cuando mandaban
a matar a alguien, no dejaban a nadie vivo. A Pedro le dieron 31 puntos
y siempre se le salía la saliva.
Lillian fue a ver a Botello al Marión y decía que Jean había quedado
aprisionado con el guía. Se habían dormido. Pedrito también se durmió.
No se pudo hacer nada por Jean. El guía le comprometió los pulmones.
Lillian fue a ver a Pedrito. Los tres en el carro estaban bebidos.
Lillian no conoce a Sención y no sabe del pelotero.
Lillian dice que luego de leer el libro de Naya Despradel, le pareció
muy bien, muy verdadero. Todo se ajusta. Muy lindo, muy elegante, un
90 cercano a la realidad.
Pilar engordó mucho, sanamente, Jean le decía: «mi gorda». Con
el problema que ella tenía con las pérdidas, es posible que se le pusiera
algún medicamento que le hiciera engordar.
El libro de la señora Despradel no es ofensivo y todo lo que dice es
verdad. Es elegante. A Lillian le molesta la calumnia. Simpson era un
médico de clase. Le hicieron creer a Pilar Awad que sus padres habían
sido asesinado.
La mentira sobrevive hasta que la verdad nace. Hay que sacar a flote
los nombres de las personas honradas.
Jean era segundo teniente. Después de la muerte de Pilar, lo ascendieron a primer teniente, igual que a Quico Ruiz, el esposo de Lillian,
porque les correspondía.
248
Las mentiras de la sangre
Luego de estos datos, Lillian Gómez se reunió con los señores
Lorenzo Sención y Naya Despradel, según se detalla a continuación:
Preguntas a Lilian Gómez: 19 de mayo de 2014, grabación A-15.
Reunión de Lillian Gómez, Lorenzo Sención y Naya Despradel
1. Si ella conocía a Lorenzo Sención. No lo conocía, no lo había visto
nunca, pero había escuchado hablar de él, porque sabía que él era
uno de los ocupantes del vehículo en el que se accidentó mortalmente Jean Awad Canaán.
2. Si conocía a Rodríguez Botello. Conocía muy bien a Rodríguez
Botello, porque tanto él como su esposa, desde la infancia de todos,
residían en el mismo barrio, en las cercanías de El Conde, cerca
de la farmacia Gómez Oliver. Además, vivieron juntos en la frontera cuando Rodríguez Botello, Jean Awad Canaán y Quico Ruiz,
esposo de Lillian, estuvieron de puesto en esas localidades. Además,
Rodríguez Botello fue el dentista de toda la vida de Lillian.
3. Si conocía al pelotero Valenzuela. No lo conocía.
4. Si ella sabía si Jean había tenido alguna novia luego de la muerte de
Pilar. No le conoció ninguna novia en esas circunstancias.
5. Si conoce a William García. Si William estuvo en la frontera. William
estuvo en Restauración unos meses, algunos de los cuales coincidieron Lillian y su esposo con él. García coincidió algunos meses en
Restauración con Jean Awad Canaán.
6. Si sabía que Jean recibía cartas de Angelita mientras estuvieron en la
frontera. Que ella supiera, no recibía cartas ni de Angelita ni de nadie.
7. Si había leído el libro de Pilar Awad. No ha leído el libro de Pilar Awad.
8. Si ella sabía que Jean estuviera molesto con el régimen por alguna razón. Se quejaba del régimen porque lo habían enviado a la frontera.
9. Si Lillian conoció en la frontera a Antonio de la Maza. Antonio viajaba ocasionalmente a Restauración, donde tenía un aserradero.
10. Si era amiga de Jean después de la muerte de Pilar. Sí, seguían viéndose, especialmente cuando jugaban volibol en casa de Angelita.
11. Dónde estaba ella al momento de la muerte de Pilar. Estaba en
Ciudad Trujillo y se enteró por Marianela Objío, prima de Lillian y
prima de Pilar. Se enteró el domingo 7 de febrero.
12. ¿Dónde estaba al momento de la muerte de Jean? Estaba en Ciudad
Trujillo. Se enteró que Rodríguez Botello estaba en el accidente. Se
lo comunicó Miñón, la esposa de Botello.
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Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Resumen de la entrevista de Lillian Gómez
con Lorenzo Sención y Naya Despradel
(19 de mayo de 2014)
Sención indica que conocía muy poco al esposo de Lillian, Quico
Ruiz.
Lillian reitera que leyó el libro de la señora Despradel, pero que
antes había leído su artículo de hacía dos años.
Lillian indica que no ha leído el libro de Pilar Awad Báez.
Se le informó a Lillian que Sención estaba escribiendo un libro para
refutar a Pilar Awad, y que si ella estaba dispuesta a conversar con Sención
para darle los detalles que ella tenía y que si Sención podía utilizarlos en
su libro, citándola a ella como fuente, a lo que Lillian Gómez expresó
que sí, porque todo lo que ella iba a decir o ya había dicho era la verdad.
La primera pregunta a Lillian la hizo Sención, pidiéndole a ella que
confirmara que ella había visto a Rodríguez Botello en el hospital y si ella
podía confirmar que le habían dado varios puntos en diferentes partes
del cuerpo. Lillian indicó que ella iba a visitarlo al hospital, junto con
Miñón, la esposa de Rodríguez Botello y que allí lo veía. Esta pregunta
de Sención era para saber si en realidad Rodríguez Botello había tenido
las lesiones que se han dicho y que el doctor Felipe Herrera, el ortopeda y legista en el momento del accidente, que atendió a los heridos en
el accidente, Sención y Rodríguez Botello, ha dicho que ni Sención ni
Rodríguez Botello habían tenido lesiones de importancia y que los había
despachado tan pronto los examinó la misma noche del accidente.
Lillian: El 17 de agosto de 1958, trasladaron a Quico para Jimaní.
Las esposas tenían que estar donde estaban sus esposos y tres días después, Lillian llegó a Jimaní, donde ya estaban Rodríguez Botello, como
dentista, y su esposa Miñón. Estaba también Milagros Grullón que se
había casado con un hermano de César, no recuerdo el apellido (luego
se determinó que era hermano de César Báez). Vivíamos en un recinto donde había tres casitas. También estaba Jaime Rodríguez Guzmán,
como médico. Hicimos una buena amistad las tres parejas, aparte de
que yo conocía a la mamá de Miñón, doña Pura, que tenía una pensión
en la esquina Espaillat, cerca de la farmacia de mi padre, la Farmacia
Górnez. La familia de Miñón y la de Lillian eran muy amigas desde mucho tiempo.
A los cuatro meses de estar en Jimaní, a Quico lo trasladan para
Restauración. Había cuatro casitas, donde estaba Jean Awad Canaán, que
250
Las mentiras de la sangre
era primer teniente; segundo teniente Quico: Pimentel, segundo teniente y el médico, que no recuerdo el nombre, pero que la esposa se llamaba
Josefa. Quico y Jean se conocían porque habían sido cadetes juntos.
Ahora Lillian cuenta lo de que por las tardes se reunían, según había expresado en la primera entrevista del 13 y 14 de junio de 2012, la
cuenta exactamente igual y repite todos los comentarios que hacía Pilar
Báez de Awad y Lillian repite lo de las pérdidas de embarazos que tuvo
Pilar y que Pilar decía que a Angelita la embarazaron en su casa paterna.
También repitió Lillian que Pilar hacía esos comentarios delante de varias personas y que Lillian le advirtió que alguna de esas personas podía
ser un calié. También repitió que los comentarios llegaron a oídos de
Ramfis, de Pirulo y del mismo Luis José León Estévez y que a Lillian la
cuestionaron ellos tres sobre el asunto.
Lillian cuenta que en Restauración de vez en cuando llegaba Antonio
de la Maza. Estaba el capitán que se llamaba Mélido Gregorio Sánchez
y su esposa Chela la Tuerta, era la jefa del pueblo. Lillian explica que
Pilar era una niña de la crema y nata de la sociedad, que no sabía cómo
se reprimía al pueblo, cómo se delataban a las personas... Era de la corte
de Angelita. Eran amigas íntimas. A Jean lo mandaron a Restauración a
finales de 1958, donde se fue con Pilar. Ahí perdió otra barriga.
Unas semanas antes, Pilar vino de Restauración a dar a luz, por diligencias de doña Aida, información que le proporcionó Miñón a Lillian.
Jean se quedó en Restauración. Lillian no vio ni a Pilar ni a Jean antes
de Pilar dar a luz.
Un domingo, al filo del medio día, llamó a Lillian su prima Marianela
Objío a informarle que Pilar había muerto. Que se había ido en sangre.
No pudo coagular después del parto. Que había tenido una niña. Unos
días después, Angelita llamó a Lillian para que jugaran voleybol y como
un mes después, Angelita le dijo a Luis José que llamaran a Jean para que
se integrara al equipo masculino, lo cual hizo Luis José. Lillian señala
que nunca hubo nada que alguien pudiera ver de que Angelita mirara a
Jean o le hiciera alguna seña.
Fueron al cementerio, al nicho de Pilar. Jean estaba muy triste.
No sabe si Jean tuvo alguna novia después de la muerte de Pilar.
Reiteró que no sabía. Jean nunca volvió a conversar con Lillian, aunque
se veían en el volibol.
Quico estaba en San Pedro de Macorís, pero Lillian se había separado y vivía en Ciudad Trujillo, que es cuando jugaba con Angelita.
Quico enfermó de la garganta y viene a la capital a operarse.
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Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Un día la llama Miñón y le dice que se mató Jean y le cuenta que
habían nombrado a Jean encargado de la parte deportiva de la Academia.
Miñón le dice que Jean había llegado a San Juan, donde ya estaba designado Rodríguez Botello, va casa de ellos, y les dice que lo habían mandado a buscar dos peloteros. Se desayunó en casa de Miñón. Jean invitó a
Rodríguez Botello a que fuera con él a buscar a los peloteros, que estaban
en Padre las Casas. Se fueron en el carro que andaba manejando Jean.
En Padre las Casas, por largo rato, se bebieron unos cuantos tragos en lo que esperaban al pelotero y fueron a la gallera. Para regresar,
Rodríguez Botello le pidió el guía a Jean, porque le dijo que él no estaba
en condiciones de manejar a lo que Jean se negó, porque consideraba
que el mejor conductor del mundo era él.
Lillian fue al hospital Marión a ver a su esposo que estaba operado
de la garganta y Miñón le dice a Lillian que ya habían traído a su esposo
desde San Juan, y que ella había venido con él en la ambulancia. El traslado de Rodríguez Botello y de Sención se realizó tres o cuatro días después del accidente, porque el director del hospital de la Fuerza Aérea,
el doctor Hoffiz, que había ido a San Juan en un helicóptero, temprano
en la mañana del día siguiente del accidente, había recomendado que
los heridos permanecieran en el hospital de San Juan, hasta que se
estabilizaran y no sufrieran algún problema por la movilización.
Lillian cuenta que Miñón le dijo que en la ambulancia, ella y su esposo habían venido sentados en el asiento delantero de la ambulancia,
porque Rodríguez Botello no podía acostarse. Era muy grueso y la lesión
en las costillas le dificultaba la respiración.
Dice que el otro militar herido, que Miñón no sabía quién era, vino
en la camilla, en la ambulancia. Lillian fue al hospital a ver a su esposo y
aprovechó para ir a ver a Rodríguez Botello que estaba acompañado de
su esposa Miñón.
Pedrito tenía la mandíbula soldada, no podía abrirla por lo que no
podía comer, y tenía que alimentarse con comida muy ligera que halaba
por un calimete. Se le salía la baba porque no podía cerrar bien la boca
y no podía hablar. Tenía 32 puntos en una nalga, tenía rotas una o dos
costillas y se había fracturado la clavícula. Estaba acostado sobre el lado
izquierdo, por la herida en la nalga derecha y para respirar mejor.
Rodríguez Botello le había explicado a su esposa que a Jean lo había
matado el volante, que se le incrustó en el pecho, porque se metió debajo de un camión y no quiso darle el guía a Rodríguez Botello, aunque
este le advirtió a Jean que Jean estaba borracho.
252
Las mentiras de la sangre
Lillian indica que aunque a su esposo lo dieron de alta al otro día de
la operación de la garganta, ella siguió yendo al hospital para acompañar
a Miñón, su amiga de tantos años, y que era una persona muy acelerada.
Lillian fue como cuatro veces al hospital.
Al pasar varios días, más de una semana, cuando dieron de alta a
Rodríguez Botello, que se quedó donde su suegra, doña Pura, en la calle
El Conde, al lado de la farmacia Gómez, donde Lillian lo visitaba con
frecuencia. Casi al mes, 25 o 30 días después del accidente, Rodríguez
Botello regresó a San Juan. Se le preguntó a Lillian si conocía a William
García y dijo que sí y se le preguntó si había estado con ellos en la frontera. Dijo que en Jimaní no. Que en Jimaní estaban Jean, Quico, Pimentel,
el médico esposo de Josefa y el capitán, que primero era Enrique
Corominas y luego Carlos Vinicio Félix.
En Restauración nunca vio a William, a quien conocía muy bien,
porque era hermano de una compañera de escuela de Lillian. En
Restauración estaban Quico, un primer teniente que fue el que se casó
con Milagros Grullón (ella era Grullón de Messina), el médico Jaime
Rodríguez Guzmán y un segundo teniente. El capitán era Mélido
Gregorio Sánchez, y su esposa era Chela la Tuerta. Estaba Nury Messina
(un militar) que era el esposo de Oliva de Messina.
Allá estaba el hermano de César Báez, el marido de Machichí, que
era el marido de la Grullón. Jean estuvo en Restauración y es posible que
William coincidiera con él. William no estuvo en Jimaní.
Lillian dice que nunca vio que Jean recibiera cartas de nadie. Nunca.
Jean vivía molesto con Luis José León Estévez. Pilar decía que era
por la fiesta.
Angelita dio a luz a su primera hija a los cinco meses de casada y fue
a dar a luz a California, y sus acompañantes fueron doña Aida, Pilar y
Xenia Gómez de León Estévez. Las tres dormían en una misma habitación. Doña Aida era una persona fuerte, autoritaria, rencorosa. Ella crio
a la nieta con el odio que ella tiene.
Jean no era altanero, pero Pilar sí.
Pilar y Jean nunca dijeron que los habían trasladado a la frontera
porque Pilar había dicho que el amigo de mayor confianza de Luis José
León Estévez era homosexual.
Con referencia a una pregunta de los uniformes de los militares de
esa época, Lillian confirma que los oficiales, excepto los de la Marina,
usaban camisas de manga larga. Lillian certifica también que ella siguió
viendo a Rodríguez Botello el resto de su vida, porque era su dentista,
253
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
en la Danae #3, y que hasta la muerte de él, anduvo con una servilleta
para limpiarse la saliva que se le salía de la boca a consecuencias de los
traumas del accidente.
Lillian cuenta que cuando estaban en la Academia Naval, un cadete,
compañero de promoción (nombre que ella indicó pero que omitimos
por respeto a esa persona) le dio un trompón a Jean porque Jean había
dicho que él era homosexual.
Aclaración de Sención: Esta afirmación la había hecho Jean de su
compañero, cuando ambos eran cadetes. Luego, cuando ya Jean ya era
oficial, hizo una afirmación similar del amigo de mayor confianza del
coronel Luis José León Estévez, un distinguido oficial de la AMD, y a
quien León Estévez consideraba como su hermano, y esa fue la causa del
traslado de Jean a la frontera, según el mismo Luis José León Estévez le
había confesado a Sención en una ocasión. Sención aclara, además, que
lo del oficial homosexual se lo había dicho Pilar a Angelita, pero que se
supuso que Pilar debe haberlo dicho porque Jean se lo había dicho.
Sigue diciendo Lillian que Jean era relajado, porque relajaba mucho
de boca. Hablaba mucho.
Lillian vive en Miami hace varios años y nunca ha visto a Angelita y
nunca ha hablado con ella.
Xenia, la hermana de Lillian, y viuda de Antonio Manuel León
Estévez, también vive en Miami y nunca ha visto ni ha hablado con
Angelita.
254
Las mentiras de la sangre
Anexo 3
Telegrama enviado por George E. Awad Canaán al capitán Radhamés Trujillo,
con motivo de la muerte de Rafael L. Trujillo. Copia del periódico El Caribe,
edición 12 de junio de 1961.
255
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Anexo 4
Certificación del recorrido militar de Lorenzo Sención Silverio desde su ingreso
a la Fuerza Aérea Dominicana como conscripto, hasta su última reintegración y
puesta en retiro con el rango de coronel, en 2010. Esta certificación está firmada
por el director administrativo de la Jefatura de Estado mayor del Ejército Nacional,
coronel Wilson A. Castillo González.
256
Las mentiras de la sangre
Anexo 5
Lista de los fundadores del movimiento revolucionario Unión Cívica Nacional,
publicada en el periódico El Caribe, el 17 de julio de 1961, y donde aparecen
mis dos hermanos: Cándido y Victoriano Sención, situación por la que (a
solicitud de mis superiores) me vi obligado a renunciar a mi vida militar.
257
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
258
Las mentiras de la sangre
Anexo 6
A
Certificación de evaluación clínica y radiológica hechas por el doctor Tito Suero
Portorreal al señor Lorenzo Sención Silverio en noviembre de 2013.
259
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
B
Certificación de la consulta realizada por el jefe de Ortopedia del hospital "Brioso
Bustillo" de la Aviación Militar Dominicana, doctor Eliseo Rondón Sánchez, al
señor Lorenzo Sención Silverio, en la que afirma que este último había sufrido
una semana antes al 6 de diciembre de 1960, "traumatismo diverso con fractura
de los huesos del antebrazo izquierdo y del hueso propio de la nariz".
260
Las mentiras de la sangre
C*
Resultado de la radiografía del antebrazo izquierdo realizada al señor Lorenzo
Sención Silverio por el doctor Alejandro Domínguez Brito.
* En mi poder reposan las copias de las placas de rayos X, tanto de la radiografía
del antebrazo como de los senos paranasales.
261
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
D
Resultado de la radiografía de senos paranasales, realizada al señor Lorenzo
Sención Silverio por el doctor Alejandro Domínguez Brito.
262
Las mentiras de la sangre
Anexo 7
Testimonio del doctor Radhamés Cabrera Felipe, teniente coronel médico (R)
ERD.
263
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Anexo 8
Crónica del periódico Última Hora, aparecida el 11 de junio de 1971.
264
Las mentiras de la sangre
Anexo 9
Crónica del periódico El Nacional de ¡Ahora!, aparecida el 13 de junio de 1971.
265
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Anexo 10
Crónica del periódico El Caribe, edición
del 2 de diciembre de 1960, un día después
del fatídico accidente que terminó con la
vida del teniente Jean Awad Canaán.
Crónica del periódico La Nación, del 1 de diciembre de 1960.
266
Las mentiras de la sangre
Anexo 11
Crónica del periódico El Caribe, publicada el 21 de febrero de 1962, que recoge
declaraciones del ex primer teniente del Ejército Nacional, José Antonio Rojas
Mieses.
267
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Anexo 12
Resumen de las entrevistas realizadas
a Diana Ríos Jóvine1
El 23 de mayo de 2012, Diana Ríos llamó a la señora Despradel para
decirle que ella era el eslabón perdido entre el momento de la muerte
de Pilar Báez y la muerte de Jean Awad, porque había tratado a este
último con continuidad e intensamente. Informó que esa llamada se
producía porque al ver en televisión el programa vespertino de Julito
Hazim, en que José Israel Cuello y Greicy de la Cruz entrevistaron a la
señora Despradel sobre su libro, los datos proporcionados por la entrevistada eran totalmente compartidos por ella. En ese momento, no había
leído el libro que se comentaba.
Las señoras Despradel y Ríos no se conocían por lo cual la primera
preguntó a Diana el motivo de la llamada, a lo que la señora Ríos contestó que lo que ella narraba era totalmente cierto.
Diana le informó a la señora Despradel que ella estaba divorciada,
con un hijo, al momento de la muerte de Pilar, y que tuvo un romance
bastante intenso con Jean Awad. lo terminó porque le pareció que no
había futuro con él, que siempre pensaba en Pilar, vivía en casa de los
padres de ella, y él respetaba mucho esa familia. El romance lo mantuvieron más o menos escondido, porque Diana se sentía que su hermano
Emilio (Emilio Ríos, capitán EN) la vigilaba, porque ella era divorciada.
En la conversación, Diana refirió la información que recibió de Jean
de que Pilar había tenido muchos problemas durante el embarazo porque había engordado mucho, y le manifestó que había el fallecimiento
se había producido por los problemas médicos que se le presentaron.
Nunca dijo ni insinuó algo que fuera una muerte provocada.
Aseguró Diana que Angelita nunca había estado enamorada de
Jean porque si así hubiera sido, con los espías que había en esa época,
Angelita se habría enterado del romance del viudo con ella y la habría
llamado, o se hubiera puesto en contacto con ella de alguna forma
para reclamarle por esos amoríos, llamada o contacto que nunca se
produjo. Por otra parte, informó, Jean nunca mencionó a Angelita en
Las entrevistas completas, firmadas por la señora Ríos, están en manos
1
del licenciado Sención Silverío.
268
Las mentiras de la sangre
ningún sentido. Sí hablaba de León Estévez, de quien se consideraba
su amigo.
En realidad, Jean era amigo de León Estévez, y es verdad que jugaban voleibol en su casa. Sí había algunas amigas de Angelita, solteras,
que quisieron, infructuosamente, conquistarse al joven viudo, soltero,
agradable, simpático y buenmozo.
La misma Diana refiere que su romance con Jean fue intenso, grande, pero él se cuidaba mucho porque no quería que la familia de Pilar,
de la cual hablaba poco y con mucho respeto, le reclamara que tuviera
un romance con su esposa recién muerta y sí hacía frecuentes menciones
de su hijita.
Según Diana, Jean siempre estaba ocupado y por las mañanas salía
a hacer compras para la cantina de la FAD y se veían por las noches.
Como confirmación de la veracidad de sus declaraciones, la señora Ríos
informó que Jean la llevaba a una casa en el kilómetro 14 de la carretera
del Cibao, propiedad de Luis José león Estévez, que le prestaba a Jean,
y donde el propietario llevaba a sus amiguitas, de lo que Angelita no estaba enterada. Era un bungaló donde había muchas canciones de María
Victoria. En otros de los encuentros, también se veían en una casa que
tenía Plúyer Trujillo en Arroyo Hondo.
La señora Despradel preguntó a la señora Ríos si Jean Awad tenía la
amputación de alguna parte de su cuerpo, a lo que, sorprendida, dijo
que no y lo sabía porque habían tenido relaciones intensas durante muchos meses.
Se montó en el carro con él muchas veces, conducción que hacía
a mucha velocidad, por lo que en una ocasión ella estuvo a punto de
bajar del vehículo, y acotó que «esa gente se creía que era dueña de la
carretera», aclarando que cuando andaban juntos, él no bebía, quizás
porque ella no lo hacía.
Dos o tres días antes del accidente, Jean le llevó una serenata, con
un trío, que cantó el tango que dice «No quiero nada, nada más, que no
me dejes, frente a frente, con la vida...», lo que causó un escándalo en el
vecindario.
Diana había decidió terminar con Jean porque vio que no veía futuro con él. Pero, la noche antes del accidente, le llevó a Diana un alfiler
que ella tenía empeñado por $200 y que ella no tenía dinero para retirar.
Ella necesitaba dinero, y le solicitó a Jean que le pidiera a Luis José León
Estévez que se lo comprara a lo que Jean se negó, y a cambio le dio el
dinero.
269
Coronel (R) ERD, Lorenzo Sención Silverio
Esa noche Jean también le dijo que al día siguiente saldría a buscar
un pelotero, y que a su regreso hablarían, tema que no estuvo claro para
Diana, de si se trataría de reanudar el romance que ella había terminado
o de algún otro asunto. Al día siguiente, temprano en la mañana, escuchando noticias, Diana se enteró del accidente en el cual falleció.
Después, Diana se casó con el general Polanco Tovar, con el que tuvo
dos hijos.
En una entrevista personal, realizada el 23 de junio de 2012, la señora Ríos repitió a la señora Despradel todos los detalles que le había
proporcionado por teléfono. En este momento, trajo consigo el libro de
la segunda y le pidió que se lo dedicara y lo firmara. Diana fue empleada
pública y ahora trabaja en una ONG de Bill Clinton.
Diana está convencida de que fue un accidente real. En ese momento y siempre, ella ha escuchado que no fue provocado. No sabe si Jean
fue quien se ofreció a buscar al pelotero, pero sí sabía desde la noche
antes que iba a realizar esa labor, la que realizaba con frecuencia, hasta
el punto de decir que él había sido el descubridor de Marichal.
No conoce a ninguno de los acompañantes de Jean, reiterando que
los datos proporcionados son totalmente ciertos y que autorizaba a la
señora Despradel a comunicarle los mismos al licenciado Sención, a
quien también autorizaba a utilizarlos en el libro que está escribiendo,
mencionándola a ella como la fuente. Asimimo, autorizó la publicación
de su foto en el libro de Sención.
270
Índice onomástico
A
Abbes García, Johnny 125, 246
Abreu, Antonio 40
Abreu, Nerys 24
Almánzar García, Marino 34
Álvarez, Eva 19, 57, 59, 64, 70, 72,
74, 83, 86, 88, 90-91, 94-101,
103, 105-106, 111-118, 120,
122-124, 126, 128, 130, 132137, 142-143, 146, 149-150,
155, 157, 167, 172, 174, 178179, 190, 197-200, 203-205,
209, 211-215, 224, 228, 230,
238-241
Álvarez, Rosendo 29
Álvarez Sánchez, José Rafael 62,
67-68, 70, 72-73, 181, 232
Amiama Tió, Fernando 176
Arias Matos, Damián 97
Awad (familia) 180, 183
Awad Báez, Pilar 11-12, 18-19, 41,
49, 57, 59, 62, 64, 67, 70, 72,
74, 76, 83, 85-86, 88-91, 94-103,
105-106, 108, 111-118, 120-124,
128, 130-137, 141-143, 146,
148-150, 155-157, 167, 172, 174,
177-180, 185-188, 190-191, 197200, 203-205, 208-209, 211-215,
217, 220, 224, 227-231, 235,
238-241, 246-251, 268
Awad Canaán, Gabriel 238
Awad Canaán, George Edgar 57,
59, 70, 192, 238, 255
Awad Canaán, Jean 11-13, 17-21,
41-44, 46, 49-50, 52-55, 57-59,
61-62-67, 67-74, 76-79, 81, 83,
85-86, 88-89, 91, 93-99, 102-104,
108, 111-129, 131-135, 139-141,
144, 146-147, 149-151, 153, 156158, 164, 166, 169, 171, 173180-188, 190-193, 195, 199-200,
203-206, 208, 211-212, 214-216,
219-224, 227-233, 235-240, 245254, 266, 268-270
Ayuso, Juan José 176, 184
271
Coronel EN R, Lorenzo Sención Silverio
B
Báez (familia) 180, 183
Báez, César 250, 253
Báez Díaz, Miguel Ángel 12, 42, 67,
174, 192-193
Báez Perelló de Awad, Pilar 11-12,
15, 18, 21, 58, 232
Báez Perelló, Miguel (Miguelín) 118
Balaguer, Joaquín 38, 47
Balcácer, Juan Daniel 87
Ballista (juez) 82
Batlle, Cosme 61-62
Betancourt, Rómulo 104, 196
Bissié, Miguel Ángel 180, 241
Bobadilla Herrera, Salvador 75-76,
234
Borgia (los) 187
Bosch Gaviño, Juan 32, 34, 117,
186
Brea Acosta, Antonio Manuel 30
Brioso (doctor) 212
Brito Bruno, Israel 23
Brito, Gerardo Antonio 28
Bruyere, Jean de la 171
Bueno Pascual, Hugo 48
C
Caamaño Deñó, Francisco Alberto
36-37, 47
Cabral, Fernando R. 32
Cabrera Felipe, Radhamés 94, 132,
140, 147, 209, 213, 263
Cabrera Luna, Roberto A. 34
Calderón Fernández (coronel) 34
Canaán (doctor) 138
Canaán, Emelinda 57, 238
Cartagena Portalatín, Antonio 24, 80
Casado, Francisco 54, 75, 234
Cassá, Roberto 13
Castillo, Jesús del (Chuchi) 61,
125-126, 174
Cavallo González, Álvaro José 27
Chaljub Mejía, Rafael 128
Chaljub Mejía, Robert D. 241
Chela la Tuerta 251, 253
Clinton, Bill 270
Corominas, Enrique 253
Crasweller, Robert D. 176, 187-188
Cruz, Rufino de la 11, 104, 174
Cucurullo, Orestes 80, 133
D
Defilló, Pituca 247
Despradel, Naya 19, 50, 58, 61, 64,
67, 69-70, 72, 75-76, 77-78, 80,
84, 94, 98, 120, 125, 128, 131,
137-141, 143, 148-151, 164,
175, 183-184, 190, 193, 200,
208, 210, 212-213, 222, 225,
237, 241, 248, 250, 268, 270
Díaz, Eduardo 192
Díaz, Juan Tomás 173, 192
Díaz, Porfirio Alejandro 28
Domínguez Brito, Alejandro 261-262
Durán Oviedo (sargento mayor)
23-24
E
El Tiguere de Bonao (ver Pérez,
Francisco A.)
Enilda 113
272
Las mentiras de la sangre
Estrella Martínez, Juan 46, 80-81, 214
Evertsz Fournier, Carlos 181, 183184, 221, 227
F
Félix, Carlos Vinicio 253
Félix, Julio 39
Fernández, Arlette 16, 67
Fernández, Leonel 39-40
Fernández Alarcón, Tommy 60, 65
Fernández Collado, José Antonio 66
Fernández Domínguez, Rafael
Tomás 12, 32-37, 64-67, 117
Fernández Rojas, Emilio Ludovino
(Milito) 61, 63, 66-67, 70, 213
Ferreras, Ramón Alberto (el Chino
Ferreras) 176, 188-189, 241
Figueroa Carrión, Roberto Oscar
25-26, 28
Fortunato, René 173
Freites Báez, Abelardo 40
Garrido (fiscal) 82
Germán, Manuel 54, 75, 77, 222, 234
Germán Aristy, Amaury 54, 77, 222
Ginebra, Charo 174
Gómez, Humberto 246
Gómez, Lillian 82, 94, 123, 126,
132, 140, 146, 205, 209, 213,
235, 246-254
Gómez, Xenia 247
González Pomares, Nelton 61
González Rodríguez, Aglisberto 24
González Vásquez, Pelayo 46, 82,
207, 236
Grullón, Milagros 253
Guerra, Pedro Julio 61
Guerra Ubrí, José Antonio 60, 64,
213
Gutiérrez Félix, Euclides 48
Guzmán, José Francisco 28
Guzmán Fernández, Antonio 37,
39, 47
H
G
Galíndez, Jesús de 187
Gálvez, Manuel Emilio 133
García, Cornelio 133
García, Manuel de Jesús Javier 176
García, William 249, 253
García de López, Elsa 133
García Godoy, Héctor 36
García Michel, Eduardo 173, 175176, 241
García Trujillo (los) 217, 231
García Trujillo, Virgilio 59
García Vásquez, Eduardo Antonio
173, 175, 237
Haché, Rolando 34
Hart, Ancel 23
Hazim, Julio 184-185
Henríquez, Colombino 25
Hernández, Homero 192
Hernando Ramírez, Miguel Ángel
27, 35-36
Herrera, Felipe 46, 77, 94, 116,
120-121, 123, 131-133, 135-141,
143-144, 146, 148, 150, 178-179,
184, 190-191, 200, 208-209, 211,
214, 221, 225, 235-236, 250
Herrera Piña, Abelardo 49, 53, 56,
75, 77-78, 222, 234
273
Coronel EN R, Lorenzo Sención Silverio
Hoffiz, Simón 81, 105, 139, 145,
148, 210, 212-213, 236, 252
Hungría Morel, Radhamés 29
I
62, 65-68, 70-72, 85-86, 113,
126-127, 172, 177-178, 181184, 186, 188, 195, 197, 204,
213, 216, 220, 229-232, 239,
247-248, 251, 253-254, 269
Liranzo de Sención, Carmen 48
Lora Fernández, Juan 38
Imbert Barrera, Antonio 185
M
J
Jiménez Coplin, Rolando 53, 56
Jiménez Germán, José René 33
Jiménez Guerra (doctor) 118,
123-124
Jiménez Guerra, Vinicio 133
Jorge Valderas, Melitón Antonio
27, 81, 98, 102, 151, 169, 179,
182-183, 191, 224, 235
K
Kasse Acta, Rafael 12
Kushner (los) 231
L
Lachapelle Díaz, Héctor 32-33, 35
Lamarche Soto, Rogelio 25
León Estévez, Alfonso 210
León Estévez, Antonio Manuel 2526, 254
León Estévez, Edgar 174
León Estévez, Gabriel 174
León Estévez, Luis José (Pechito)
18, 20, 25-26, 28, 42-43, 57, 60,
Malagón, Jacqueline 247
Marchena, Publio 64, 70, 72, 74,
232
Marcial Silva, Rafael Isidro 34
Marichal, Juan 60
Martínez, Horacio 60
Martínez de Trujillo, María 28, 189
Maza, Antonio de la 11, 173, 251
Mejía Lantigua, Humberto 62
Méndez Puello, Achín 80
Messina, Nury 253
Messina, Oliva de 253
Mirabal, María Teresa 11, 174
Mirabal, Minerva 11, 174
Mirabal, Patria 11, 174
Montás Guerrero, Salvador Augusto
44-45, 74
Montero Ramírez, Inocencio 82,
89, 94, 96-103, 105, 129, 143144, 151, 153, 156-157, 162,
166-169, 184, 201, 206-208, 210211, 221, 223-224, 228-231, 234,
236, 238-239
Montes Arache, Manuel Ramón 38
Morantín López, Baltazar 128
Morel Marichal, Máximo Antonio
27
274
Las mentiras de la sangre
N
Q
Namnun, Juan 74
Núñez Molina, Luis Napoleón 25
Núñez Musa, Rodolfo 84
Quiroz Pérez, Rafael A. 33
R
O
Objío, Marianela 249
Ortega, Alicia 173, 190
Osser, Minerva 23
P
Paniagua (cabo) 74
Paniagua, Bartolomé 75, 78, 222, 234
Paniagua, Emilio 76
Paulino Germán, Manuel 61
Peguero, Belisario 33
Peña, Ángela 42
Peña López, Livio 55, 80, 115, 119,
133
Peña Taveras, Mario 36, 38
Perdomo Rosario, Elio Osiris 61, 72
Perelló, Aída 15
Pérez, Francisco A. (El Tigre de
Bonao) 184-185, 187, 221
Pichardo Montaño, José de Jesús 27
Pilar Báez 69, 83, 85-86, 114, 124,
126, 173, 189, 216, 237
Pimentel García, Néstor Domingo 30
Pineda, Nelly 247
Pluyer Trujillo 269
Polanco Tovar 270
Ramíres Arístides, Hilda 133
Ramírez Piña, Augusto 133
Ramos Troncoso, Julio César 25,
30, 58, 61
Read Vittini, Mario 176
Reid Cabral, Donald 117
Ríos Jóvine, Diana 61, 67, 69, 216,
232, 268-270
Rivera Cuesta, Marcos A. 36
Robbins, Chris 181
Roberto 178
Robles Toledano, Oscar 25
Rodríguez, Rafaelina (Fellita) 118
Rodríguez Botello, Pedro 20, 4145, 50-51, 53, 56, 58, 74, 78-80,
82-85, 98-99, 102, 104-107, 111,
114-116, 123, 130-131, 133, 136137, 140, 144-147, 154, 169, 175,
179, 198, 201, 204-205, 207, 210214, 216, 226, 230, 233, 235-236,
238, 248-249, 252-254
Rodríguez Demorizi, Emilio 25
Rodríguez
Echavarría,
Pedro
Rafael Ramón 31, 117
Rodríguez Guzmán, Jaime 80-81,
210, 253
Rodríguez Marcano, Lillian 74, 94,
118-124, 133, 184, 191, 199, 204,
206, 212, 226-227, 237
Rojas Mieses, José Antonio (Rojitas)
128, 267
Román Fernández, José René 29
Rondón Sánchez, Eliseo 65
275
Coronel EN R, Lorenzo Sención Silverio
Rubirosa, Porfirio 28
Ruiz Fernández, José Ramón
(Quico) 58, 246-250, 252-253
S
Saillant Ornes, Orlando 61
Saladín, Xiomara 33
Sánchez, Mélido Gregorio 251
Sánchez Añil, Barón 46
Sánchez de Rodríguez, Miñón 74,
82, 145, 226, 248-249, 252
Sánchez hijo, Fernando A. 61
Santana, Wendy 121
Santil, Bella Herminia 76, 80, 94,
105, 113, 111, 114-116, 118,
120, 151, 122, 133, 211, 214,
225-227, 234, 236
Santos, Freddy de los 80
Santos Brito (coronel) 123
Sención Guzmán, Félix 23, 47
Sención Liranzo, Félix Lorenzo 48
Sención Liranzo, Ulises Lorenzo 48
Sención Silverio, Blas 39
Sención Silverio, Cándido 31, 257
Sención Silverio, Victoriano 31, 257
Silverio Trejo, María de Jesús 23, 47
Suero Portorreal, Tito 259
Sully Bonnelly, Juan 62
57, 67, 86, 90, 95, 103-104, 107108, 113, 119, 122, 124-125,
147, 151, 157, 172-175, 181182, 184, 187-188, 203-204,
207, 216, 232, 236, 238, 255
Trujillo Martínez de León Estévez,
Angelita 12, 28, 43, 18, 85-86,
112-114, 124, 127, 172-173,
181-182, 184, 188, 216, 227,
232, 247-249, 251, 254, 268
Trujillo Martínez, Rafael Leonidas
(Ramfis) 27-28, 59, 61, 90, 114,
127, 175, 197
Trujillo Molina, Héctor Bienvenido
125, 127
Trujillo Tejada, Darío 185
V
Valenzuela, Lorenzo 50, 74
Valenzuela, Manuel Mercedes 135
Valenzuela Cabral, Manuel (Manolo, el Pelotero) 20, 41-45,
49-53, 56, 67, 72-73, 75-77, 79,
82-83, 85, 88, 104, 112, 130131, 135-137, 148, 150, 179,
183, 187, 191, 204-205, 209211, 219, 230, 233-234, 236,
238-239
Villar, Hugo del 185
Viñas Román, Víctor Elvis 26
T
Trujillo (familia) 43, 174, 215
Trujillo, Radhamés 255
Trujillo Molina, Rafael Leónidas
11-12, 19, 21, 26, 28, 30-31, 43,
W
Wessin y Wessin, Elías 31
276
Publicaciones del
Archivo General de la Nación
Vol. I Vol. II Vol. III Vol. IV Vol. V Vol. VI Vol. VII Vol. VIII Vol. IX Vol. X Vol. XI Vol. XII Vol. XIII Vol. XIV Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 1844-1846.
Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1944.
Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección
de E. Rodríguez Demorizi, Vol. I, C. T., 1944.
Samaná, pasado y porvenir. E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1945.
Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E.
Rodríguez Demorizi, Vol. II, C. T., 1945.
Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección
de E. Rodríguez Demorizi, Vol. II, Santiago, 1947.
San Cristóbal de antaño. E. Rodríguez Demorizi, Vol. II, Santiago,
1946.
Manuel Rodríguez Objío (poeta, restaurador, historiador, mártir). R.
Lugo Lovatón, C. T., 1951.
Relaciones. Manuel Rodríguez Objío. Introducción, títulos y
notas por R. Lugo Lovatón, C. T., 1951.
Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 1846-1850.
Vol. II. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1947.
Índice general del «Boletín» del 1938 al 1944, C. T., 1949.
Historia de los aventureros, filibusteros y bucaneros de América. Escrita
en holandés por Alexander O. Exquemelin, traducida de una
famosa edición francesa de La Sirene-París, 1920, por C. A.
Rodríguez; introducción y bosquejo biográfico del traductor
R. Lugo Lovatón, C. T., 1953.
Obras de Trujillo. Introducción de R. Lugo Lovatón, C. T., 1956.
Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E.
Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1957.
Cesión de Santo Domingo a Francia. Correspondencia de Godoy, García
Roume, Hedouville, Louverture, Rigaud y otros. 1795-1802. Edición
de E. Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1959.
277
278 Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. XV Vol. XVI Vol. XVII Vol. XVIII Vol. XIX Vol. XX Vol. XXI Vol. XXII Vol. XXIII Vol. XXIV Vol. XXV Vol. XXVI Vol. XXVII Vol. XXVIII
Vol. XXIX Vol. XXX
Vol. XXXI
Vol. XXXII
Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E.
Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1959.
Escritos dispersos. (Tomo I: 1896-1908). José Ramón López. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.
Escritos dispersos. (Tomo II: 1909-1916). José Ramón López. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.
Escritos dispersos. (Tomo III: 1917-1922). José Ramón López.
Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.
Máximo Gómez a cien años de su fallecimiento, 1905-2005. Edición
de E. Cordero Michel, Santo Domingo, D. N., 2005.
Lilí, el sanguinario machetero dominicano. Juan Vicente Flores,
Santo Domingo, D. N., 2006.
Escritos selectos. Manuel de Jesús de Peña y Reynoso. Edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Obras escogidas 1. Artículos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Obras escogidas 2. Ensayos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Obras escogidas 3. Epistolario. Alejandro Angulo Guridi. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
La colonización de la frontera dominicana 1680-1796. Manuel
Vicente Hernández González, Santo Domingo, D. N., 2006.
Fabio Fiallo en La Bandera Libre. Compilación de Rafael Darío
Herrera, Santo Domingo, D. N., 2006.
Expansión fundacional y crecimiento en el norte dominicano (16801795). El Cibao y la bahía de Samaná. Manuel Hernández González,
Santo Domingo, D. N., 2007.
Documentos inéditos de Fernando A. de Meriño. Compilación de José
Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2007.
Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N., 2007.
Iglesia, espacio y poder: Santo Domingo (1498-1521), experiencia
fundacional del Nuevo Mundo. Miguel D. Mena, Santo Domingo,
D. N., 2007.
Cedulario de la isla de Santo Domingo, Vol. I: 1492-1501. Fray
Vicente Rubio, O. P. Edición conjunta del Archivo General de la
Nación y el Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma
Español, Santo Domingo, D. N., 2007.
La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo I: Hechos sobresalientes
en la provincia). Compilación de Alfredo Rafael Hernández
Figueroa, Santo Domingo, D. N., 2007.
Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. XXXIII 279
La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo II: Reorganización de
la provincia post Restauración). Compilación de Alfredo Rafael
Hernández Figueroa, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXIV
Cartas del Cabildo de Santo Domingo en el siglo xvii. Compilación de
Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXV
Memorias del Primer Encuentro Nacional de Archivos. Santo Domingo,
D. N., 2007.
Vol. XXXVI
Actas de los primeros congresos obreros dominicanos, 1920 y 1922.
Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXVII Documentos para la historia de la educación moderna en la República
Dominicana (1879-1894). Tomo I, Raymundo González, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXVIII Documentos para la historia de la educación moderna en la República
Dominicana (1879-1894). Tomo II, Raymundo González, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXIX
Una carta a Maritain. Andrés Avelino. Traducción al castellano e
introducción del P. Jesús Hernández, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XL
Manual de indización para archivos, en coedición con el Archivo
Nacional de la República de Cuba. Marisol Mesa, Elvira Corbelle
Sanjurjo, Alba Gilda Dreke de Alfonso, Miriam Ruiz Meriño,
Jorge Macle Cruz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLI
Apuntes históricos sobre Santo Domingo. Dr. Alejandro Llenas.
Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLII
Ensayos y apuntes diversos. Dr. Alejandro Llenas. Edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLIII
La educación científica de la mujer. Eugenio María de Hostos, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLIV
Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1530-1546). Compilación de Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLV
Américo Lugo en Patria. Selección. Compilación de Rafael Darío
Herrera, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLVI
Años imborrables. Rafael Alburquerque Zayas-Bazán, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Vol. XLVII
Censos municipales del siglo xix y otras estadísticas de población.
Alejandro Paulino Ramos, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLVIII
Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo I.
Compilación de José Luis Saez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLIX
Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo II.
Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N.,
2008.
280 Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. L
Vol. LI
Vol. LII
Vol. LIII
Vol. LIV
Vol. LV
Vol. LVI
Vol. LVII
Vol. LVIII
Vol. LIX
Vol. LX
Vol. LXI
Vol. LXII
Vol. LXIII
Vol. LXIV
Vol. LXV
Vol. LXVI
Vol. LXVII
Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo III.
Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Prosas polémicas 1. Primeros escritos, textos marginales, Yanquilinarias.
Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Prosas polémicas 2. Textos educativos y Discursos. Félix Evaristo
Mejía. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Prosas polémicas 3. Ensayos. Félix Evaristo Mejía. Edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Autoridad para educar. La historia de la escuela católica dominicana.
José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Relatos de Rodrigo de Bastidas. Antonio Sánchez Hernández, Santo
Domingo, D. N., 2008.
Textos reunidos 1. Escritos políticos iniciales. Manuel de J. Galván.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Textos reunidos 2. Ensayos. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés
Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Textos reunidos 3. Artículos y Controversia histórica. Manuel de
J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D.
N., 2008.
Textos reunidos 4. Cartas, Ministerios y misiones diplomáticas. Manuel
de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2008.
La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo
(1930-1961). Tomo I, José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N.,
2008.
La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo
(1930-1961). Tomo II, José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo,
D. N., 2008.
Legislación archivística dominicana, 1847-2007. Archivo General
de la Nación, Santo Domingo, D. N., 2008.
Libro de bautismos de esclavos (1636-1670). Transcripción de José
Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Los gavilleros (1904-1916). María Filomena González Canalda,
Santo Domingo, D. N., 2008.
El sur dominicano (1680-1795). Cambios sociales y transformaciones
económicas. Manuel Vicente Hernández González, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Cuadros históricos dominicanos. César A. Herrera, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Escritos 1. Cosas, cartas y... otras cosas. Hipólito Billini. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. LXVIII
Vol. LXIX
Vol. LXX
Vol. LXXI
Vol. LXXII
Vol. LXXIII
Vol. LXXIV
Vol. LXXV
Vol. LXXVI
Vol. LXXVII
Vol. LXXVIII
Vol. LXXIX
Vol. LXXX
Vol. LXXXI
Vol. LXXXIII
Vol. LXXXIV
Vol. LXXXV
Vol. LXXXVI
281
Escritos 2. Ensayos. Hipólito Billini. Edición de Andrés Blanco
Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Memorias, informes y noticias dominicanas. H. Thomasset. Edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Manual de procedimientos para el tratamiento documental. Olga
Pedierro, et. al., Santo Domingo, D. N., 2008.
Escritos desde aquí y desde allá. Juan Vicente Flores. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
De la calle a los estrados por justicia y libertad. Ramón Antonio Veras
(Negro), Santo Domingo, D. N., 2008.
Escritos y apuntes históricos. Vetilio Alfau Durán, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Almoina, un exiliado gallego contra la dictadura trujillista. Salvador
E. Morales Pérez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Escritos. 1. Cartas insurgentes y otras misivas. Mariano A. Cestero.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Escritos. 2. Artículos y ensayos. Mariano A. Cestero. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Más que un eco de la opinión. 1. Ensayos, y memorias ministeriales.
Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz,
Santo Domingo, D. N., 2009.
Más que un eco de la opinión. 2. Escritos, 1879-1885. Francisco
Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo
Domingo, D. N., 2009.
Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889. Francisco
Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo
Domingo, D. N., 2009.
Más que un eco de la opinión. 4. Escritos, 1890-1897. Francisco
Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo
Domingo, D. N., 2009.
Capitalismo y descampesinización en el Suroeste dominicano. Angel
Moreta, Santo Domingo, D. N., 2009.
Perlas de la pluma de los Garrido. Emigdio Osvaldo Garrido, Víctor
Garrido y Edna Garrido de Boggs. Edición de Edgar Valenzuela,
Santo Domingo, D. N., 2009.
Gestión de riesgos para la prevención y mitigación de desastres en el
patrimonio documental. Sofía Borrego, Maritza Dorta, Ana Pérez,
Maritza Mirabal, Santo Domingo, D. N., 2009.
Obras. Tomo I, Guido Despradel Batista. Compilación de Alfredo
Rafael Hernández, Santo Domingo, D. N., 2009.
Obras. Tomo II, Guido Despradel Batista. Compilación de
Alfredo Rafael Hernández, Santo Domingo, D. N., 2009.
282 Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. LXXXVII Historia de la Concepción de La Vega. Guido Despradel Batista,
Vol. LXXXIX
Vol. XC
Vol. XCI
Vol. XCIII
Vol. XCIV
Vol. XCV
Vol. XCVI
Vol. XCVII
Vol. XCVIII
Vol. XCIX
Vol. C
Vol. CI
Vol. CII
Vol. CIII
Vol. CIV
Vol. CV
Vol. CVI
Santo Domingo, D. N., 2009.
Una pluma en el exilio. Los artículos publicados por Constancio Bernaldo
de Quirós en República Dominicana. Compilación de Constancio
Cassá Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2009.
Ideas y doctrinas políticas contemporáneas. Juan Isidro Jimenes
Grullón, Santo Domingo, D. N., 2009.
Metodología de la investigación histórica. Hernán Venegas Delgado,
Santo Domingo, D. N., 2009.
Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo I. Compilación de
Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo II. Compilación de
Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo III. Compilación de
Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Los Panfleteros de Santiago: torturas y desaparición. Ramón Antonio,
(Negro) Veras, Santo Domingo, D. N., 2009.
Escritos reunidos. 1. Ensayos, 1887-1907. Rafael Justino Castillo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Escritos reunidos. 2. Ensayos, 1908-1932. Rafael Justino Castillo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Escritos reunidos. 3. Artículos, 1888-1931. Rafael Justino Castillo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Escritos históricos. Américo Lugo. Edición conjunta del Archivo
General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vindicaciones y apologías. Bernardo Correa y Cidrón. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Historia, diplomática y archivística. Contribuciones dominicanas.
María Ugarte, Santo Domingo, D. N., 2009.
Escritos diversos. Emiliano Tejera. Edición conjunta del Archivo
General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo,
D. N., 2010.
Tierra adentro. José María Pichardo, segunda edición, Santo
Domingo, D. N., 2010.
Cuatro aspectos sobre la literatura de Juan Bosch. Diógenes Valdez,
Santo Domingo, D. N., 2010.
Javier Malagón Barceló, el Derecho Indiano y su exilio en la República
Dominicana. Compilación de Constancio Cassá Bernaldo de
Quirós, Santo Domingo, D. N., 2010.
Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. CVII
Vol. CVIII
Vol. CIX
Vol. CX
Vol. CXI
Vol. CXII
Vol. CXIII
Vol. CXIV
Vol. CXV
Vol. CXVI
Vol. CXVII
Vol. CXVIII
Vol. CXIX
Vol. CXX
Vol. CXXI
Vol. CXXII
Vol. CXXIII
283
Cristóbal Colón y la construcción de un mundo nuevo. Estudios, 19832008. Consuelo Varela. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo
Domingo, D. N., 2010.
República Dominicana. Identidad y herencias etnoculturales indígenas.
J. Jesús María Serna Moreno, Santo Domingo, D. N., 2010.
Escritos pedagógicos. Malaquías Gil Arantegui. Edición de Andrés
Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Cuentos y escritos de Vicenç Riera Llorca en La Nación. Compilación
de Natalia González, Santo Domingo, D. N., 2010.
Jesús de Galíndez. Escritos desde Santo Domingo y artículos contra el
régimen de Trujillo en el exterior. Compilación de Constancio Cassá
Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2010.
Ensayos y apuntes pedagógicos. Gregorio B. Palacín Iglesias. Edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
El exilio republicano español en la sociedad dominicana (Ponencias del
Seminario Internacional, 4 y 5 de marzo de 2010). Reina C. Rosario
Fernández (Coord.) Edición conjunta de la Academia Dominicana
de la Historia, la Comisión Permanente de Efemérides Patrias y el
Archivo General de la Nación, Santo Domingo, D. N., 2010.
Pedro Henríquez Ureña. Historia cultural, historiografía y crítica
literaria. Odalís G. Pérez, Santo Domingo, D. N., 2010.
Antología. José Gabriel García. Edición conjunta del Archivo
General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo,
D. N., 2010.
Paisaje y acento. Impresiones de un español en la República Dominicana.
José Forné Farreres. Santo Domingo, D. N., 2010.
Historia e ideología. Mujeres dominicanas, 1880-1950. Carmen
Durán. Santo Domingo, D. N., 2010.
Historia dominicana: desde los aborígenes hasta la Guerra de Abril.
Augusto Sención (Coord.), Santo Domingo, D. N., 2010.
Historia pendiente: Moca 2 de mayo de 1861. Juan José Ayuso, Santo
Domingo, D. N., 2010.
Raíces de una hermandad. Rafael Báez Pérez e Ysabel A. Paulino,
Santo Domingo, D. N., 2010.
Miches: historia y tradición. Ceferino Moní Reyes, Santo Domingo,
D. N., 2010.
Problemas y tópicos técnicos y científicos. Tomo I, Octavio A. Acevedo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Problemas y tópicos técnicos y científicos. Tomo II, Octavio A. Acevedo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
284 Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. CXXIV
Vol. CXXV
Vol. CXXVI
Vol. CXXVII
Vol. CXXVIII
Vol. CXXIX
Vol. CXXX
Vol. CXXXI
Vol. CXXXII
Vol. CXXXIII
Vol. CXXXIV
Vol. CXXXV
Vol. CXXXVI
Vol. CXXXVII
Vol. CXXXVIII
Vol. CXXXIX
Vol. CXL
Apuntes de un normalista. Eugenio María de Hostos. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Recuerdos de la Revolución Moyista (Memoria, apuntes y documentos).
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Años imborrables (2da ed.) Rafael Alburquerque Zayas-Bazán.
Edición conjunta de la Comisión Permanente de Efemérides
Patrias y el Archivo General de la Nación, Santo Domingo, D.
N., 2010.
El Paladión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la dictadura
de Trujillo. Tomo I. Compilación de Alejandro Paulino Ramos.
Edición conjunta del Archivo General de la Nación y la Academia
Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2010.
El Paladión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la dictadura
de Trujillo. Tomo II. Compilación de Alejandro Paulino Ramos.
Edición conjunta del Archivo General de la Nación y la Academia
Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2010.
Memorias del Segundo Encuentro Nacional de Archivos. Santo
Domingo, D. N., 2010.
Relaciones cubano-dominicanas, su escenario hemisférico (1944-1948).
Jorge Renato Ibarra Guitart, Santo Domingo, D. N., 2010.
Obras selectas. Tomo I, Antonio Zaglul. Edición conjunta del
Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas. Edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Obras selectas. Tomo II, Antonio Zaglul. Edición conjunta del
Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas. Edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
África y el Caribe: Destinos cruzados. Siglos xv-xix, Zakari DramaniIssifou, Santo Domingo, D. N., 2011.
Modernidad e ilustración en Santo Domingo. Rafael Morla, Santo
Domingo, D. N., 2011.
La guerra silenciosa: Las luchas sociales en la ruralía dominicana.
Pedro L. San Miguel, Santo Domingo, D. N., 2011.
AGN: bibliohemerografía archivística. Un aporte (1867-2011). Luis
Alfonso Escolano Giménez, Santo Domingo, D. N., 2011.
La caña da para todo. Un estudio histórico-cuantitativo del desarrollo
azucarero dominicano. (1500-1930). Arturo Martínez Moya, Santo
Domingo, D. N., 2011.
El Ecuador en la Historia. Jorge Núñez Sánchez, Santo Domingo,
D. N., 2011.
La mediación extranjera en las guerras dominicanas de independencia,
1849-1856. Wenceslao Vega B., Santo Domingo, D. N., 2011.
Max Henríquez Ureña. Las rutas de una vida intelectual. Odalís G.
Pérez, Santo Domingo, D. N., 2011.
Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. CXLI
Vol. CXLIII
Vol. CXLIV
Vol. CXLV
Vol. CXLVI
Vol. CXLVII
Vol. CXLVIII
Vol. CXLIX
Vol. CL
Vol. CLI
Vol. CLII
Vol. CLIII
Vol. CLIV
Vol. CLV
Vol. CLVI
Vol. CLVII
Vol. CLVIII
Vol. CLIX
285
Yo también acuso. Carmita Landestoy, Santo Domingo, D. N.,
2011.
Más escritos dispersos. Tomo I, José Ramón López. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Más escritos dispersos. Tomo II, José Ramón López. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Más escritos dispersos. Tomo III, José Ramón López. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Manuel de Jesús de Peña y Reinoso: Dos patrias y un ideal. Jorge
Berenguer Cala, Santo Domingo, D. N., 2011.
Rebelión de los Capitanes: Viva el rey y muera el mal gobierno. Roberto
Cassá, edición conjunta del Archivo General de la Nación y la
Universidad Autónoma de Santo Domingo, Santo Domingo, D.
N., 2011.
De esclavos a campesinos. Vida rural en Santo Domingo colonial.
Raymundo González, Santo Domingo, D. N., 2011.
Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1547-1575). Genaro
Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2011.
Ramón –Van Elder– Espinal. Una vida intelectual comprometida.
Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa, Santo
Domingo, D. N., 2011.
El alzamiento de Neiba: Los acontecimientos y los documentos (febrero de
1863). José Abreu Cardet y Elia Sintes Gómez, Santo Domingo,
D. N., 2011.
Meditaciones de cultura. Laberintos de la dominicanidad. Carlos
Andújar Persinal, Santo Domingo, D. N., 2011.
El Ecuador en la Historia (2da ed.) Jorge Núñez Sánchez, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Revoluciones y conflictos internacionales en el Caribe (1789-1854). José
Luciano Franco, Santo Domingo, D. N., 2012.
El Salvador: historia mínima. Varios autores, Santo Domingo, D.
N., 2012.
Didáctica de la geografía para profesores de Sociales. Amparo
Chantada, Santo Domingo, D. N., 2012.
La telaraña cubana de Trujillo. Tomo I, Eliades Acosta Matos,
Santo Domingo, D. N., 2012.
Cedulario de la isla de Santo Domingo, 1501-1509. Vol. II, Fray
Vicente Rubio, O. P., edición conjunta del Archivo General de la
Nación y el Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma
Español, Santo Domingo, D. N., 2012.
Tesoros ocultos del periódico El Cable. Compilación de Edgar
Valenzuela, Santo Domingo, D. N., 2012.
286 Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. CLX
Cuestiones políticas y sociales. Dr. Santiago Ponce de León. Edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXI
La telaraña cubana de Trujillo. Tomo II, Eliades Acosta Matos,
Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXII
El incidente del trasatlántico Cuba. Una historia del exilio republicano
español en la sociedad dominicana, 1938-1944. Juan B. Alfonseca
Giner de los Ríos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXIII
Historia de la caricatura dominicana. Tomo I, José Mercader, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXIV
Valle Nuevo: El Parque Juan B. Pérez Rancier y su altiplano. Constancio
Cassá, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXV
Economía, agricultura y producción. José Ramón Abad. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXVI
Antología. Eugenio Deschamps. Edición de Roberto Cassá, Betty
Almonte y Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXVII
Diccionario geográfico-histórico dominicano. Temístocles A. Ravelo.
Revisión, anotación y ensayo introductorio Marcos A. Morales,
edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXVIII Drama de Trujillo. Cronología comentada. Alonso Rodríguez Demorizi.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXIX
La dictadura de Trujillo: documentos (1930-1939). Tomo I, volumen 1.
Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXX
Drama de Trujillo. Nueva Canosa. Alonso Rodríguez Demorizi.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012
Vol. CLXXI
El Tratado de Ryswick y otros temas. Julio Andrés Montolío. Edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXII La dictadura de Trujillo: documentos (1930-1939). Tomo I, volumen 2.
Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXIII
La dictadura de Trujillo: documentos (1950-1961). Tomo III,
volumen 5. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXIV
La dictadura de Trujillo: documentos (1950-1961). Tomo III,
volumen 6. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXV
Cinco ensayos sobre el Caribe hispano en el siglo xix: República
Dominicana, Cuba y Puerto Rico 1861-1898. Luis Álvarez-López,
Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXVI
Correspondencia consular inglesa sobre la Anexión de Santo Domingo a
España. Roberto Marte, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXVII ¿Por qué lucha el pueblo dominicano? Imperialismo y dictadura en
América Latina. Dato Pagán Perdomo, Santo Domingo, D. N.,
2012.
Vol. CLXXVIII Visión de Hostos sobre Duarte. Eugenio María de Hostos. Compilación y edición de Miguel Collado, Santo Domingo, D. N.,
2013.
Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. CLXXIX
Vol. CLXXX
Vol. CLXXXI
Vol. CLXXXII
Vol. CLXXXIII
Vol. CLXXXIV
Vol. CLXXXV
Vol. CLXXXVI
Vol. CLXXXVII
Vol. CLXXXVIII
Vol. CLXXXIX
Vol. CXC
Vol. CXCI
Vol. CXCII
Vol. CXCIII
Vol. CXCIV
Vol. CXCV
287
Los campesinos del Cibao: Economía de mercado y transformación
agraria en la República Dominicana, 1880-1960. Pedro L. San
Miguel, Santo Domingo, D. N., 2012.
La dictadura de Trujillo: documentos (1940-1949). Tomo II, volumen 3.
Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
La dictadura de Trujillo: documentos (1940-1949). Tomo II, volumen 4.
Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
De súbditos a ciudadanos (siglos xvii-xix): el proceso de formación de las
comunidades criollas del Caribe hispánico (Cuba, Puerto Rico y Santo
Domingo). Tomo I. Jorge Ibarra Cuesta, Santo Domingo, D. N., 2012.
La dictadura de Trujillo (1930-1961). Augusto Sención Villalona,
San Salvador-Santo Domingo, 2012.
Anexión-Restauración. Parte 1. César A. Herrera. Edición conjunta
entre el Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana
de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2012.
Anexión-Restauración. Parte 2. César A. Herrera. Edición conjunta
entre el Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana
de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2013.
Historia de Cuba. José Abreu Cardet y otros, Santo Domingo, D.
N., 2013.
Libertad Igualdad: Protocolos notariales de José Troncoso y Antonio
Abad Solano, 1822-1840. María Filomena González Canalda,
Santo Domingo, D. N., 2013.
Biografías sumarias de los diputados de Santo Domingo en las Cortes
españolas. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2013.
Financial Reform, Monetary Policy and Banking Crisis in Dominican
Republic. Ruddy Santana, Santo Domingo, D. N., 2013.
Legislación archivística dominicana (1847-2012). Departamento de
Sistema Nacional de Archivos e Inspectoría, Santo Domingo, D.
N., 2013.
La rivalidad internacional por la República Dominicana y el complejo
proceso de su anexión a España (1858-1865). Luis Escolano
Giménez, Santo Domingo, D. N., 2013.
Escritos históricos de Carlos Larrazábal Blanco. Tomo I. Santo
Domingo, D. N., 2013.
Guerra de liberación en el Caribe hispano (1863-1878). José Abreu
Cardet y Luis Álvarez-López, Santo Domingo, D. N., 2013.
Historia del municipio de Cevicos. Miguel Ángel Díaz Herrera,
Santo Domingo, D. N., 2013.
La noción de período en la historia dominicana. Volumen I, Pedro
Mir, Santo Domingo, D. N., 2013.
288 Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. CXCVI
La noción de período en la historia dominicana. Volumen II, Pedro
Mir, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCVII La noción de período en la historia dominicana. Volumen III, Pedro
Mir, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCVIII Literatura y arqueología a través de La mosca soldado de Marcio Veloz
Maggiolo. Teresa Zaldívar Zaldívar, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCIX
El Dr. Alcides García Lluberes y sus artículos publicados en 1965 en el
periódico Patria. Compilación de Constancio Cassá Bernaldo de
Quirós, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CC
El cacoísmo burgués contra Salnave (1867-1870). Roger Gaillard,
Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CCI
«Sociología aldeada» y otros materiales de Manuel de Jesús Rodríguez
Varona. Compilación de Angel Moreta, Santo Domingo, D. N.,
2013.
Vol. CCII
Álbum de un héroe. (A la augusta memoria de José Martí). 3ra edición.
Compilación de Federico Henríquez y Carvajal y edición de
Diógenes Céspedes, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CCIII
La Hacienda Fundación. Guaroa Ubiñas Renville, Santo Domingo,
D. N., 2013.
Vol. CCIV
Pedro Mir en Cuba. De la amistad cubano-dominicana. Rolando Álvarez
Estévez, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CCV
Correspondencia entre Ángel Morales y Sumner Welles. Edición de
Bernardo Vega, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CCVI
Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico. Julio Minaya,
Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CCVII
Catálogo de la Biblioteca Arístides Incháustegui (BAI) en el Archivo General
de la Nación. Blanca Delgado Malagón, Santo Domingo, D. N.,
2013.
Vol. CCVIII
Personajes dominicanos. Tomo I, Roberto Cassá. Edición conjunta
del Archivo General de la Nación y la Comisión Permanente de
Efemérides Patrias, Santo Domingo, D. N., 2014.
Vol. CCIX
Personajes dominicanos. Tomo II, Roberto Cassá. Edición conjunta
del Archivo General de la Nación y la Comisión Permanente de
Efemérides Patrias, Santo Domingo, D. N., 2014.
Vol. CCX
Rebelión de los Capitanes: Viva el rey y muera el mal gobierno. 2da edición,
Roberto Cassá. Edición conjunta del Archivo General de la
Nación y la Universidad Autónoma de Santo Domingo, Santo
Domingo, D. N., 2014.
Vol. CCXI
Una experiencia de política monetaria. Eduardo García Michel, Santo
Domingo, D. N., 2014.
Vol. CCXII
Memorias del III Encuentro Nacional de Archivos. Santo Domingo, D.
N., 2014.
Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. CCXIII
Vol. CCXIV
Vol. CCXV
Vol. CCXVI
Vol. CCXVII
Vol. CCXVIII
Vol. CCXIX
Vol. CCXX
289
El mito de los Padres de la Patria y Debate histórico. Juan Isidro
Jimenes Grullón. Santo Domingo, D. N., 2014.
La República Dominicana [1888]. Territorio. Clima. Agricultura.
Industria. Comercio. Inmigración y anuario estadístico. Francisco Álvarez
Leal. Edición conjunta del Archivo General de la Nación y la
Academia Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D. N.,
2014.
Los alzamientos de Guayubín, Sabaneta y Montecristi: Documentos. José
Abreu Cardet y Elia Sintes Gómez, Santo Domingo, D. N., 2014.
Propuesta de una Corporación Azucarera Dominicana. Informe de Coverdale
& Colpitts. Estudio de Frank Báez Evertsz, Santo Domingo, D. N.,
2014.
La familia de Máximo Gómez. Fray Cipriano de Utrera, Santo
Domingo, D. N., 2014.
Historia de Santo Domingo. La dominación haitiana (1822-1844). Vol. IX.
Gustavo Adolfo Mejía-Ricart, Santo Domingo, D. N., 2014.
La expedición de Cayo Confites. Humberto Vázquez García. Edición
conjunta del Archivo General de la Nación, de República
Dominicana y la Editorial Oriente, de Santiago de Cuba, Santo
Domingo, D. N., 2014.
De súbditos a ciudadanos (siglos xvii-xix): El proceso de formación de las
comunidades criollas del Caribe hispánico (Cuba, Puerto Rico y Santo
Domingo). Tomo II, Jorge Ibarra Cuesta, Santo Domingo, D. N.,
2014.
Colección Juvenil
Vol. I
Vol. II
Vol. III
Vol. IV
Vol. V
Vol. VI
Vol. VII
Vol. VIII
Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N., 2007.
Heroínas nacionales. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vida y obra de Ercilia Pepín. Alejandro Paulino Ramos, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Dictadores dominicanos del siglo xix. Roberto Cassá, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Padres de la Patria. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2008.
Pensadores criollos. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2008.
Héroes restauradores. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2009.
Dominicanos de pensamiento liberal: Espaillat, Bonó, Deschamps
(siglo xix). Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2010.
290 Publicaciones del Archivo General de la Nación
Colección Cuadernos Populares
Vol. 1
La Ideología revolucionaria de Juan Pablo Duarte. Juan Isidro Jimenes
Grullón, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. 2
Mujeres de la Independencia. Vetilio Alfau Durán, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. 3
Voces de bohío. Vocabulario de la cultura taína. Rafael García Bidó, Santo
Domingo, D. N., 2010.
Colección Referencias
Vol. 1
Archivo General de la Nación. Guía breve. Ana Féliz Lafontaine y
Raymundo González, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. 2
Guía de los fondos del Archivo General de la Nación. Departamentos
de Descripción y Referencias, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. 3
Directorio básico de archivos dominicanos. Departamento de Sistema
Nacional de Archivos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Las mentiras de la sangre, de Lorenzo Sención
Silverio, coronel (R) ERD, se terminó de
imprimir en los talleres gráficos de Editora
Búho, S.R.L., en septiembre de 2015, Santo
Domingo, R. D., con una tirada de 1000
ejemplares.
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