INFORME ETHOS CENTRO DE ÉTICA UNIVERSIDAD ALBERTO HURTADO Pecado: ¿palabra prohibida? 2011 ISSN 0717-6430 Nº 76 1. El hecho 1.- Un claro signo de cambio cultural consiste en el paso del predominio de referentes cristianos en la sociedad a un pluralismo cada vez más creciente en el discurso simbólico. En otras palabras, la Iglesia Católica dejó de ser la más importante fuente de significados en la sociedad. Un ejemplo muy concreto se encuentra en la progresiva desaparición cultural de la palabra pecado. Aún más, este término tiende a asociarse socialmente con una culpabilidad morbosa y una mirada negativa de la realidad, que impide vivir con gozo y alegría, por lo cual resulta importante descartarla del vocabulario cultural. 2.- Así, de un ambiente cultural donde el pecado y lo pecaminoso eran referentes omnipresentes, se ha pasado en la actualidad a uno de omniausencia, especialmente entre las nuevas generaciones, o una presencia cultural marcada por un sentido más bien picaresco. El amor sin pecado es como el huevo sin sal (Luis Buñuel, cineasta, 1900 - 1983). 3.- No deja de ser interesante que la explicación del término pecado en Wikipedia - que ciertamente constituye hoy un recurso muy utilizado y, por tanto, un referente cultural -, es la siguiente: “el concepto religioso aún vigente de pecado como delito moral alude a la transgresión voluntaria de normas y preceptos religiosos”. En esta definición se habla de aún vigente, dando a entender su existencia precaria, y, más importante aún, identifica el pecado con un delito moral cuyo referente principal son normas y preceptos. Pero, ¿responde esta definición al concepto teológico o a uno cultural de pecado? 2. Comprensión del hecho 4.- En las primeras páginas de la Sagrada Escritura el pecado se presenta como una auto-afirmación humana contra Dios, es decir, la no aceptación de la condición humana (la criatura desconoce al Creador) y, por consiguiente, el establecimiento de una ética plenamente autónoma (la definición del bien y del mal de la criatura sin ulterior referencia al Creador). 5.- En el tercer capítulo del libro del Génesis, Adán y Eva ceden frente a la tentación de la serpiente porque quieren ser como dioses, definiendo el bien y el mal sin referencia y sin reconocimiento de su condición de criaturas (cf. Gén 3, 5). En el relato bíblico, el pecado se presenta como una triple ruptura en la dimensión relacional de la persona: (a) de la persona con Dios, al desconfiar del “morirán” de Dios y confiar en el “no morirán” (Gén 3, 3 - 4) de la serpiente; (b) de las personas entre sí, al surgir la incriminación de Adán contra Eva y de Eva contra la serpiente, del paso de la “ayuda adecuada” se pasa a la acusación (Gén 2, 18 y 3, 12); y (c) de las personas con la naturaleza, al ser expulsados del jardín y experimentar la vida como “fatiga” y “sudor” (Gén 3, 16 y 19). 6.- Sin embargo, simultáneamente, ya en la narración de la caída, Yahvéh se pone del lado de la humanidad al decirle a la serpiente: enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar (Gén 3, 15). La iniciativa de la ruptura ha venido del ser humano; la iniciativa de la reconciliación viene de Dios. La bondad de Dios, que el ser humano ha despreciado, acabará por imponerse, porque vencerá al mal con el bien (Rom 12, 21). 7.- En la Persona de Jesús el Cristo se cumple definitivamente la promesa de Yahvéh. Jesús el Cristo es el rostro humano de Dios y su mensaje se centra en el anuncio del Reinado del Padre, convocando a un estilo de vida que se resume en el mandamiento del amor. Así, en el Nuevo Testamento, el pecado dice relación a la negación de la Persona de Jesús el Cristo (cf. Heb 10, 26 - 31). 8.- En la vida de Jesús, los Evangelios destacan cuatro características relacionadas con el tema del pecado: (a) Jesús en medio de los pecadores, porque para ellos ha venido y no para los justos (cf. Mc 2, 17), predicando la conversión como cambio radical; (b) Jesús denuncia el pecado dondequiera que se halle, aún en los que se creen justos porque observan las prescripciones de una ley exterior, ya que el pecado reside en el corazón humano (cf. Mc 7, 14 - 23), e invita a asumir el único precepto del amor (cf. Mt 7, 12); (c) Jesús revela la inconcebible misericordia de Dios para con el pecador, bellamente presentado en la parábola del Hijo Pródigo (cf. Lc 15, 11 - 32), más bien del Padre Misericordioso, recalcando el gozo del padre porque, aunque el padre ya había perdonado desde el principio, el perdón no afecta eficazmente al pecado del hijo sino en el retorno y por el retorno de éste; y (d) Jesús, en sus propios actos, revela esta actitud divina frente al pecador que retorna (cf. Mc 2, 15 - 17; Lc 7, 36 - 50; 19, 5; Jn 8, 1 - 11). 9.- La posterior elaboración teológica fue marcada fundamentalmente por el pensamiento agustiniano y tomista: (a) El pecado como violación de la ley eterna de Dios (San Agustín, Contra Faustum Man., XXI, 27: PL 42, 418), que no constituye una interpretación jurídica (una transgresión exterior de normas o infracción de preceptos) sino personal de la ley, ya que el pecado consiste en la desobediencia, es decir, un rechazo a Dios quien ha impreso en la persona humana una orientación fundamental al bien; y (b) El pecado como ofensa a Dios (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I-II, q. 71, art. 6, ad 5). 10.- La Exhortación Apostólica Reconciliatio et Paenitentia (Juan Pablo II, 2 de diciembre de 1984), al relacionar la ruptura con Dios y la ruptura en la relación de las personas entre sí y con el mundo creado presente en el pecado, concluye que “el misterio del pecado se compone de esta doble herida, que el pecador abre en su propio costado y en relación con el prójimo. Por consiguiente, se puede hablar de pecado personal y social. Todo pecado es personal bajo un aspecto; bajo otro aspecto, todo pecado es social, en cuanto y debido a que tiene también consecuencias sociales” (No 15). 11.- Por consiguiente, el concepto teológico de pecado implica una comprensión relacional y ciertamente no jurídico de transgresión de una ley. Es decir, el pecado entra en el horizonte del diálogo con el Otro y sólo en este contexto se puede entender desde la perspectiva cristiana. Por ello, el Catecismo de la Iglesia Católica explica que el pecado es, ante todo, ruptura de la comunión con Él (No 1440; cf. también No 1850). La ley no salva, porque, como dice San Pablo, en este caso Cristo habría muerto en vano (cf. Gál 2, 21), ya que el cumplimiento de una ley tendría un papel salvífico y redentor. La normativa cumple un rol pedagógico (cf. Gál 3, 24 - 25), pero jamás puede sustituir este aspecto relacional y dialogal, que constituye el elemento fundamental y fundante de la comprensión cristiana del pecado. 12.- Por lo tanto, el concepto de pecado entra en un horizonte paradójico de encuentro y de diálogo. Sólo desde la fe en la experiencia personal y comunitaria del encuentro con Dios se puede comprender el pecado, que, a su vez, es la negación de este encuentro dialogal. El pecado sólo se entiende en su densidad significativa desde el amor incondicional de Dios y, por ende, supone la gracia (el don gratuito de Dios) de darse cuenta; de otra manera, sólo se está a nivel de reconocer un mal, una falta, una mala acción. 13.- En los Evangelios, Jesús no se acerca a las personas pidiendo una confesión de sus pecados, sino lo primero es el encuentro y la cercanía, tal como se manifiesta paradigmáticamente en el caso de Zaqueo: hoy tengo que alojarme en tu casa (Lc 19, 5). Tan sólo tras el encuentro solidario brota la conciencia de pecado y, más importante aún, la necesidad de cambio y conversión. Los que, sin embargo, tenían situado el pecado como lo primero y definitorio se escandalizan: ¡Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador! (Lc 19,7). 14.- Por ello, lo que realmente importa es recuperar la vida en el encuentro, el vínculo, la unión que por el pecado se rompió, más que quedarse encerrado en la misma ofensa que favorece así posiciones de perfeccionismo narcisista. Lo que realmente interesa es la libertad que hay que recuperar de nuevo para hacer posible la dinámica del amor cristiano que busca reparar el daño causado y restablecer el vínculo con los otros, con el mundo y con Dios. 21.- Actualmente, existe una especial dificultad para enfrentar y tratar con los propios sentimientos de culpabilidad. La exacerbación de este tipo de sentimientos que tuvo lugar en épocas pasadas, pero relativamente recientes, ha creado, en efecto, un recelo muy especial ante la experiencia de la culpabilidad. Por otra parte, la sensibilidad post-moderna parece empeñarse también en proteger al Yo de todo tipo de sentimiento adverso, especialmente la culpabilidad. 15.- Este reconocimiento del pecado no es un ejercicio nefasto de auto-destrucción sino la valentía y la lucidez de aceptar los propios límites en la capacidad de amar como Jesús lo hizo, la declaración de la necesidad de este Dios Padre para dar sentido a la vida y, por otra parte, supone la superación de esa fantasía infantil de incorruptibilidad, que tantas veces hace florecer el narcisismo humano. Desde la pervivencia de ese narcisismo, se cae en el peligro de considerarse como aquel niño vestido de blanco que aparece en la fotografía de la primera comunión. Será más adulto, sin embargo, reconocer que el traje blanco se manchó. 22.- La proclamación de la autoestima se tiende a considerar culturalmente como el bien supremo al que se tiene que aspirar como meta fundamental de la maduración humana. Se expande así una especie de alergia a los sentimientos de culpa. No obstante, aprender a asumir la responsabilidad por las consecuencias de los propios actos y soportar el displacer ocasionado por una sana autocrítica es parte necesaria en el proceso de la maduración humana. Sin reconocimiento de la responsabilidad y la culpa, si corresponde, no existe posibilidad alguna de transformación ni de cambio. Tampoco de conversión. Además, la ausencia de un sano sentido de culpa (expresión del deseo de no hacer daño a otros), y, por tanto, generado por un sentido de responsabilidad, constituye un requisito fundamental para la convivencia. Es decir, un individuo sin sentido de culpa, sin sentido de responsabilidad por sus propios actos, resulta enormemente peligroso para la sociedad. 16.- En el encuentro con Nicodemo, Jesús deja en claro la misión que el Padre le encomendó: Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él (Jn 3, 17; cf. también Jn 6, 37 - 40). La importancia del reconocimiento del pecado está en la conversión, en el cambio del estilo de vida, en asumir la causa a favor del Reinado del Padre. El texto del Evangelio sólo se puede entender desde esta disposición a la conversión (cf. Mc 1, 15 y Mt 4, 17), porque sólo así es palabra revelada de Dios y no una palabra proyectada por lo humano. 17.- El reconocimiento del pecado sólo alcanza su finalidad si se traduce en el seguimiento de Jesús el Cristo para colaborar, con Él y como Él, en la construcción del Reinado del Padre. Encerrarse en el pecado sin abrirse a la conversión no tiene sentido. Dar más importancia al pecado que a la conversión es dudar del amor incondicional de Dios, un amor que es capaz de perdonar para re-emprender el camino de la vida al estilo de Jesús el Cristo que se resume en Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado (Jn 15, 9 - 17). Por ello, San Pablo afirma que aquel que ama al otro, ya ha cumplido la ley (cf. Rom 13, 8), porque la caridad es la ley en su plenitud (cf. Rom 13, 10). 18.- Así, en el reconocimiento del propio pecado y en el reconocimiento paralelo del perdón de Dios, se dispone de ese potencial de energía que tantas veces la persona tiende a desgastar en sus desesperados intentos por liberarse de la culpa. Toda esa energía será mucho mejor empleada en el duro trabajo de transformar esta sociedad - fascinante y, a la vez, perversa - en el Reinado del Padre, cuando toda y cada persona sea respetada en su dignidad inalienable, conformando una sociedad solidaria donde toda y cada persona tenga cabida digna. 3. Implicaciones éticas 19.- Si el pecado es un término religioso, la culpa no posee necesariamente ese carácter. La culpa posee un claro matiz subjetivo porque expresa la conciencia de estar abrumado por un peso que aplasta, el desgarro de un remordimiento que corroe desde dentro. A la vez, el sentimiento de culpa constituye uno de los mecanismos más decisivos en el desarrollo y constitución del ser humano, una vez que se sitúa en el contexto de hacerse cargo de lo obrado, porque implica un sentido de responsabilidad frente a sí mismo, los demás y la sociedad que lo rodea. 20.- No cabe tener conciencia de pecado sin experimentar sentimientos de culpa. Pero, también, se puede tener sentimientos de culpa sin que haya pecado alguno (como es en el caso del escrupuloso) y, lo que es peor todavía, que se esté viviendo una situación de pecado sin tener conciencia de ello ni, por tanto, experimentar culpa alguna. En definitiva, es posible sentirse culpable sin estar en pecado y es posible estar en pecado sin sentirse culpable. 23.- Cuando la culpa no es reconocida, porque el propio narcisismo lo impide, fácilmente se viene a proyectar sobre los demás, en un mecanismo de defensa que el psicoanálisis ha reconocido e identificado bien. Es la proyección sobre otros de los propios sentimientos de culpabilidad. En el texto del Evangelio se encuentra un episodio en el que se pone claramente de manifiesto este tipo de mecanismo de defensa. Es el episodio de la mujer sorprendida en adulterio (Jn 8, 1 - 11): la piedra en la mano dispuesta a ser lanzada sobre alguien en quien se proyecta la propia maldad no reconocida. Por eso, Jesús invita al grupo de los agresores a dirigir su mirada sobre su propio interior y, en el reconocimiento de su propio pecado, la piedra pueda caer de sus manos. La mujer queda libre. También los agresores se liberan del engaño de negar su culpa para proyectarla malévolamente sobre aquella mujer. 24.- Pero, no basta con reconocer la culpa, porque este reconocimiento puede responder a dinámicas psíquicas y espirituales de signo muy diverso. Por ello, es preciso diferenciar entre el reconocimiento de la responsabilidad y el consecuente sentido de culpa que mueve a la transformación y al cambio, y la culpa auto-referida (narcisista), cuyo único objetivo parece ser el del auto-castigo y la auto-destrucción. En la vida religiosa, como también en la vida cotidiana, es preciso no confundir la experiencia de finitud como condición humana (la experiencia del límite) y el sentido de culpa como responsabilidad humana cuando se ha causado daño al ejercer la propia libertad en la relación con los demás. 25.- Así, desde un punto de vista teológico, existe un sano sentido de culpa, que es connatural a la conciencia del pecado y surge de la comprensión de la ruptura entre la elección realizada y la voluntad divina. Pero, también, existe una culpabilidad falsa y morbosa: (a) irracional, cuando persiste también después del arrepentimiento y de la reconciliación, engendrando una vivencia angustiosa; (b) exagerada, cuando no corresponde a la gravedad real de la culpa; y (c) inoportuna, cuando surge independientemente de la conciencia de culpa y tampoco desemboca en el compromiso de conversión. Este sentimiento de culpabilidad es lo opuesto del auténtico sentido de culpa ya que éste se centra en Dios mientras aquél se centra en el yo. 26.- La experiencia auténtica de la culpa religiosa se vive en un sistema abierto, cuyo centro de gravedad lo constituye Dios, mientras que la experiencia de la culpabilidad morbosa de síndrome religioso se vive siempre en un sistema cerrado, cuyo centro lo constituye el ser humano y centra- da en el sujeto. En el fondo, una vivencia llena de sentimientos angustiosos de culpabilidad desconoce que Dios es el único salvador y, por lo tanto, no reconoce el camino real de la conversión que confía en la misericordia y la gracia de Dios. Es la diferencia entre Judas y Pedro, porque ambos reconocen su culpa pero mientras el primero queda encerrado de manera narcisista en su pecado, el otro se abre humildemente al perdón de su Maestro. 4. Elementos para el discernimiento 27.- El cristianismo no es, primariamente, una moral sino, fundamentalmente, un ámbito de sentido trascendente (la fe) y de celebración (la esperanza) que conducen a un determinado estilo de vida (la caridad). Justamente, la acción ética del cristiano consiste en la mediación de este sentido último vivido en un contexto de profunda confianza en la acción del Espíritu. Una moral de sentido que fundamenta una ética de autoobligación como expresión de la coherencia y de la consecuencia. 28.- Entonces, la ética cristiana recupera su talante de ser una moral de la gracia. Sin negar la necesidad pedagógica de la ley escrita, sería fatal reducir la ética cristiana a un cumplimiento legalista que pierde de vista lo más importante: el protagonismo del Espíritu del Hijo y del Padre en la vida y la acción del cristiano. Pues, esta es la confianza que tenemos delante de Dios por Cristo. No que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos cosa alguna, como propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios, el cual nos capacitó para ser ministros de una nueva Alianza, no de la letra, sino del Espíritu. Pues la letra mata, mas el Espíritu da vida (2 Cor 3, 4 – 6). La ley ilumina el camino, pero sólo Cristo salva, porque sólo Él es el Camino que conduce a la Verdad que llena de Vida (cf. Jn 14, 6). 29.- Por consiguiente, la ética cristiana es, también, una moral de la gratuidad. El sean perfectos como es perfecto su Padre (Mt 5, 48) ha generado una moral de la perfección que, a veces, responde más a la mentalidad griega que al espíritu cristiano, generando más bien una ética de la autocomplacencia y/o de la culpabilidad. En la filosofía griega la idea de lo perfecto se refería a “aquel ser al que nada le falta en su género” (Aristóteles, Metaphysica, IV, 16, 1021b); por ello, la meta ética consistía en alcanzar una conducta sin fallos ni desajustes para poder cumplir con todas las tareas y exigencias del modelo propuesto. Sin embargo, la comprensión evangélica de perfección es distinta. Lo perfecto en la cita de Mateo se sitúa en el contexto del amor, de la compasión y de la misericordia. Entonces, lo perfecto es la plenitud en el amor (Cf. Mt 5, 43 – 48). De hecho, en el paralelo de Lucas se emplea la palabra misericordia: Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso (Lc 6, 36). 30.- Una sensibilidad autosuficiente, resultado de la autocomplacencia por haber cumplido con el propio esfuerzo el deber ético, gradualmente prescinde de la necesidad de una Presencia salvadora en la propia vida. Al respecto, la parábola del fariseo y el publicano resulta tremendamente significativa (Lc 18, 9 – 14). Jesús advierte duramente contra cualquier actitud de autocomplacencia condenatoria de otros porque esto resulta ser fruto de la soberbia que desconoce la propia necesidad de salvación. 31.- La ética cristiana no es una manera de pasarle la cuenta a Dios (me comporto bien, entonces merezco el premio), sino una expresión de la auténtica conversión. El cumplimiento humano del deber ético no puede erigirse como barrera contra Dios, mediante la auto-justificación (autosalvación) que desconoce la necesidad de la salvación divina. Por el contrario, el compromiso ético es expresión de la coherencia con la propia experiencia de ser salvado y redimido. Así, no es tanto una ética del deber ser, sino una ética de la gratuidad gozosa que asume una opción consecuente con su profunda experiencia religiosa de encuentro y de diálogo. 32.- Sin embargo, el deseo ético de configurar el propio estilo de vida en términos del seguimiento de Cristo topa con las propias limitaciones e incoherencias. Cada uno tiene su aguijón clavado en la carne (cf. 2 Cor 12, 7). El relato ético de la propia biografía hace remontar al Autor del texto de la vida humana: Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestre perfecta en la flaqueza. De esa manera, al reconocer la propia limitación, se confía en la fuerza de Cristo. Cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte (cf. 2 Cor 12, 9 – 10). 33.- Así, en el ambiente del amor incondicional de Dios Padre, uno se enfrenta con la propia verdad más profunda, ya que sólo desde la aceptación de lo real se puede emprender un proceso de cambio y transformación. Sólo puede cambiarse lo que se acepta. Pero, además, desde la fe, el reconocimiento de la propia limitación no constituye una excusa para no avanzar, sino la proclamación del protagonismo divino en la propia vida (en la flaqueza humana se destaca la fuerza divina). El reconocimiento de la condición humana conduce a un mayor compromiso, porque la confianza básica está depositada en Aquel para quien todo es posible (Ver Mt 19, 26). Por consiguiente, hay que confiar el pasado a la misericordia de Dios y centrarse en lo que hay para adelante, consciente de la propia debilidad, pero firme en la convicción de la presencia de la fuerza de Dios. ¿Qué me importa la multitud de sus sacrificios? - dice el Señor. Estoy harto de holocaustos de carneros y de la grasa de animales cebados; no quiero más sangre de toros, corderos y chivos… Cuando extienden sus manos, Yo cierro los ojos; por más que multipliquen las plegarias, Yo no escucho: ¡las manos de ustedes están llenas de sangre! ¡Lávense, purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones! ¡Cesen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda! Vengan, y discutamos - dice el Señor: Aunque sus pecados sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura, serán como la lana (Isaías 1, 11 - 18). INFORME ETHOS Centro de Ética Almirante Barroso 10, Santiago. Teléfono: 8897452, Fax: 692 03 02. Sitio web http://etica.uahurtado.cl (sin www). El libro Ethos Cotidiano (compendio de los 50 primeros Informes Ethos), está a la venta en Revista Mensaje (Cienfuegos 21) y en Centro de Espiritualidad Ignaciana(Almirante Barroso 75). Los Informes Ethos no pretenden agotar un tema como tampoco pronunciar una palabra conclusiva. Su propósito es poner de relieve la dimensión ética en la discusión sobre temas que inciden en la vida ciudadana. Por ello, no se pretende pensar éticamente por otros sino estimular a otros para pensar éticamente. Los Informes son elaborados por Tony Mifsud s.j. (Doctor en Teología Moral), apoyado por un equipo del Centro de Ética (Elizabeth Lira, Directora del Centro y Psicóloga; Verónica Anguita, Licenciada en Ciencias Religiosas y Magister en Bioética). Esta publicación se financia con aportes de los suscriptores y de la Universidad Alberto Hurtado. Gracias a esta contribución es posible distribuir un cierto número de ejemplares en forma gratuita.