Es una consecuencia de la depresion infantil o es un proceso

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LA DEPRESIÓN y LA DESMOTIVACIÓN:
¿ES UNA CONSECUENCIA DE LA DEPRESIÓN INFANTIL O ES UN
PROCESO PREVIO DE LOS ASPECTOS PSICOSOCIALES ANTE LA
SORDERA?
Francisco M. Mendoza
Psicólogo
En este artículo veremos muchas de las variables sociales que los psicólogos en
depresión infantil consideran más relevantes y que consideraremos como factores de
riesgo en la aparición de la Depresión Infantil.
Hemos planteado que las relaciones y estructuras familiares, el rendimiento escolar, la
socialización con compañeros, el género, la edad, la competencia social y los
acontecimientos vitales son fuentes principales causas que mantienen y justifican la
posible depresión.
Muchos trabajos anteriores han demostrado que en los primeros años los
acontecimientos relacionados con la familia son los más importantes, pero en la
adolescencia se produce un cambio, y estos acontecimientos, tienen un carácter más
social (la autonomía individual). Pero ¿los sordos tendrán esta causa y consecuencia?
Hasta la fecha reciente el tema está poco estructurado en el campo de la Psicología sobre la
depresión infantil y sordera. Sólo pretendo abordar cómo se vincula los factores que influyen
en su aparición. Todo esto dependerá de lo que podamos entender por depresión y de ahí, a la
desmotivación. Esto, a su vez, dependerá de los factores que consideremos que producen la
depresión; que dependerán del concepto previo de trastorno del que se parte a la hora de
evaluar el diagnóstico.
El inicio a la historia sobre la existencia de la depresión infantil en la población general no ha
sido hasta el año 1975, ya que antes se mencionaban sistemáticamente la no existencia de
este cuadro.
Definición e historia
La depresión es una perturbación de la conducta con características fundamentalmente
interiorizadas, es decir, con una mínima exteriorización por parte del menor debido a la
escasa colaboración o por falta de capacidad para exponer lo que piensa y siente,
especialmente por la pérdida de la audición.
Uno de los problemas más serios de los sordos (niños y adolescentes) es la falta de recursos
comunicativos con los padres y de otros miembros de la familia, así como la relación de sus
iguales normoyentes que es el principal pilar del proceso de la socialización y de la autoestima
del niño sordo.
Hay corrientes psicológicas que no admitían la depresión infantil por falta de rigor científico
o porque no existían signos fiables del menor. Era como un paso a la “prohibición ideológica”
del cuadro depresivo infantil hasta el año que surgió la corriente psicodinámica, allá en 1915
con Freud, especialmente en su escrito “Duelo y Melancolía” donde lo define así: el duelo
como una pérdida del yo, de la autoestima. O bien, como el anhelo de algo que se ha perdido.
Esta pérdida del Yo sólo lo experimentaban los adultos. ¿Por qué? Se preguntaría cualquier
adulto. Pues, porque un niño no tiene este “Yo” o porque no se ha desarrollado
madurativamente. Así, pensaron los psicoanalistas que negaban la existencia de la Depresión
Infantil, lo cual permaneció durante bastante tiempo.
Pero afortunadamente, hubo gente a la que no convencieron de esta realidad contemplativa y
que dudaron de estas teorías, que no podían interpretarla integramente. Así muchos
profesionales encontraban a niños con patología que se asemejaban a una depresión como una
gota a otra gota de agua. Es obvio ver también a los sordos por esta semejanza, salvo en la
comprensión y la comunicación que es peculiar.
Quizá el autor que más atención tuvo para explicar la existencia de la depresión anaclítica de
los menores fue Spitz (1945) que expuso que tenía una estructura dinámica completamente
distinta a la del adulto. El autor comentaba que la depresión infantil es consecuencia de la
anomalía de las relaciones objetales: la pérdida del vínculo de la madre-hijo.
Por tanto el niño deprimido no se produce una pérdida del objeto, sino que para poder
explicar la relación madre-hijo, Spitz recurre al concepto de la “díada” en la dinámica de los
tres “yos” (El Niño, El Padre y El Adulto, 1945) que explicaba por medio del método directo
de la observación (opuesto al método psicoanalítico). Poco a poco se fue formando la idea de
la existencia de la depresión infantil.
Otro autor importante llamado Bowlby (1958) sostiene que la depresión es un sentimiento de
impotencia por parte del niño que se genera en las relaciones fallidas habidas en la niñez, es
decir, la inseguridad en la relación padres-hijo, la percepción del rechazo paterno por su
propia incompetencia y la pérdida paterna que a su vez genera inseguridad. Paralelamente se
asemeja con la indefensión aprendida de Seligman. A partir de ahí se fue sustituyendo la
“pérdida del yo” por la “pérdida de la confianza” en la autoeficacia percibida del niño.
¿Qué consiste la depresión?
La sintomatología encontrada en este cuadro infantil la podemos enumerar, según unos
criterios diagnósticos aproximativos:
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Baja autoestima
Trastornos de sueño
Disminución de la socialización
Trastornos de apetito
Agitación motora
Conducta agresiva e impulsiva
Irritabilidad
Posible ideación suicida
Llantos inmotivados
Astenia y ralentización motora (apatía o lentitud motora).
¿Qué factores de riesgo la produce?
Antes de ampliar este apartado quiero destacar que en muchos trabajos anteriores
realizados por otros expertos se revisan que las variables SOCIALES en la depresión infantil
se consideran las más relevantes del riesgo en la aparición, aunque también se han analizado
las relaciones y estructuras familiares, el rendimiento escolar, la socialización con
compañeros, el género, la edad, la competencia social y los acontecimientos vitales, incluyendo
la propia sordera, tienen un valor muy importante.
Una revisión reciente de distintos trabajos muestra que en los primeros años los
acontecimientos relacionados con la FAMILIA son más importantes, pero en la adolescencia
se produce un cambio y tales acontecimientos tienen un carácter más SOCIAL.
Ahora realizaré paso a paso un análisis de los orígenes de la depresión infantil con todas sus
características que pueden influir en la futura desmotivación:
•
Género
Es habitual oír que hay un mayor porcentaje de depresión en las mujeres que en los hombres.
Las explicaciones son múltiples y se pueden categorizar en varios aspectos biopsicosociales.
Se pensaron, desde una perspectiva social, que estaba ligado funcionalmente a los papeles del
sexo (género).
Curiosamente los estudios actuales demuestran que no existe diferenciación en la aparición
de síntomas de depresión entre niños y niñas antes de cumplir los 12 años. A partir de esa
edad comienzan a ser más frecuentes en las niñas e incluso va incrementando a medida que
aumenta la edad (adolescencia) lo que apunta a una dimensión fuertemente social de género.
El sexo femenino es uno de los más potentes predictores de desarrollar una depresión en el
futuro junto con problemas de interiorización (ansiedad, pensamientos suicidas y depresión).
La prevalencia es similar en la población sorda y en la oyente; no obstante, se observa un
ligero aumento dentro de la primera, antes de los 12 años. Así mismo, dentro de la población
sorda, en la etapa de la adolescencia el número de casos es mayor en mujeres debido a mayor
asistencia de ayudas psicológicas que los hombres
•
Edad
La incidencia de la depresión infantil ha sido un tema bastante controvertido y con datos
discrepantes. La razón de ello ha sido múltiple. Primero se partía de concepciones de la
depresión diferentes; luego se evaluaba con distintos criterios y las muestras diferían en la
edad. Sin embargo, a medida que avanza el tiempo, se emplean instrumentos adecuados y
seleccionados para la equiparación de las muestras cuyos resultados se fueron
homogeneizando. A partir de ahí, los estudios epidemiológicos detectan un incremento de la
depresión a medida que la edad avanza. . Así, en la primera infancia se estima una prevalencia
entre un 1-4%, en la segunda infancia entre un 5-9%, y en la adolescencia entre un 10-15%.
En España, se han encontrado porcentajes similares en un rango de edad entre 8-11 años,
pero no hay que olvidar que en la población sorda infantil y adolescente se incrementará
sensiblemente el porcentaje.
Por otra parte también se ha señalado que los niños con menor edad tienden a presentar una
depresión acompañada de más problemas de exteriorización de conducta que los
adolescentes, lo que justifica una similitud entre la depresión infantil y la adulta a medida que
el niño crece. Sin embargo, la población sorda puede no igualar la depresión infantil con la del
adulto debido al mantenimiento del rol pasivo (sobreprotección) y de la indefensión
aprendida.
Curiosamente se ha demostrado que la edad de los padres en relación con la depresión en los
niños está bastante influida, por dos motivos: primero, el interés o preocupación para la
búsqueda de recomendaciones preventivas; y segundo, por la falta de planificación en qué
poblaciones se incrementan los factores de riesgo. Se han encontrado en niños sordos que
padecen este síntoma depresivos cuando la edad de los padres superan los 40 años.
•
Clase social
Últimamente se encuentra una relación entre la pertenencia a una clase social y salud mental.
Las clases sociales bajas suelen presentar más elevadas tasas de perturbación. Esto se ha
interpretado desde el punto de vista del estrés, sugiriendo que las clases sociales más
desfavorecidas suelen tener una mayor acumulación de situaciones estresantes, lo que las
convierte en especialmente vulnerables, siendo más relevante en el adulto que en el niño. Y
esto podría ser por dos razones: a) un menor tiene una inferior percepción de pertenencia a
clase social que un adulto y b) las desventajas son más numerosas y funcionan con más
potencia cuanto más se han vivido, debido a los acontecimientos vitales negativos (los
adultos).
Es obvio, que la sordera es una de las razones de mayor incidencia por la desventaja
situacional estresante, siendo mayor la persistencia de los síntomas depresivos que en la
población normal.
Hay un trabajo reciente de Rodgers (1998) que no encuentra relación entre pertenencia a
clase social y niveles de depresión en niños. Apunta efectivamente a la menor relevancia de
pertenencia a clase social en población infantil. Por ejemplo, en un trabajo realizado en
España en niños de entre 8-11 años no se han encontrado diferencias entre clases sociales ni
tampoco con otros indicadores como el nivel de estudios y nivel de trabajo (del Barrio y
Párraga, 1990), Sin embargo, sí encontraron en la comunidad valenciana, gracias a la
información del maestro, que la clase social media y baja alcanzan niveles más elevados de
síntomas depresivos. También se encuentran diferencias de niveles depresivos entre las
diferentes clases sociales en relación con acontecimientos vitales en la población adolescente.
•
Urbano vs rural
La importancia de lo rural frente a lo urbano en relación con la depresión quedó patente en la
obra de Durkheim sobre el suicidio (Durkheim, 1987).
Los estudios realizados por Rutter y colaboradores comprobaron que en las tasas de
incidencias depresivas hay un mayor número de alteraciones en los ambientes urbanos,
excepto el retraso mental o alteraciones sensoriales (incluyendo la sordera), que suele ser
mayor y más frecuentes en los rurales debido a la mayor probabilidad de la poca eficacia de
la estructura sanitaria, preventiva e informativa.
•
Familia
La familia es el pilar natural de la vida del niño, su nicho. El niño aprende de manera precoz y
preferentemente de la persona de referencia : la madre.
El aprendizaje se basa especialmente en todos los patrones de enfrentamiento al mundo: el
miedo, la atracción, la alegría, la tristeza y la comprensión de todo lo que le rodea. Todo ello
está ordenado de una manera muy importante y potente en el esquema mental: el lenguaje.
Por ello, la familia es el caballo de batalla de todas las ideologías. En su seno descansa la
manera de entender el mundo que corresponde al niño. El niño sordo puede acarrear serias
dificultades para comprender lo que está pasando en la realidad en la que vive
cotidianamente, si no se siente comprendido, y de ahí se puede considerar como uno de los
elementos fundamentales de las conductas patológicas infantiles.
Concretamente hablando sobre la Depresión Infantil junto con la sordera se puede implicar
en dos grandes apartados:
a) los problemas de la familia intacta:
La relación de los problemas infantiles con el desajuste familiar, la falta de cohesión y la
adaptación familiar ha sido frecuentemente sostenida por investigadores de la conducta
infantil.
Los factores de riesgo por parte de la familia a lo largo de todos los tiempos han sido:
alteraciones psicopatológicas, abuso de drogas, rechazo, falta de entendimiento o cariño,
actitudes excesivamente críticas, control excesivo o ausencia de control de la conducta del
hijo, método excesivos de castigo, abuso físico o sexual. Todos estos factores de riesgo
están asociados con la posible aparición de depresión junto con cualquier otro tipo de
perturbaciones psicológicos y conductuales, tanto en la población general infantil como en la
población específica de la sordera.
Dentro de las alteraciones psicopatológicas más frecuentes en relación con la aparición con la
Depresión Infantil está la DEPRESIÓN PATERNA y fundamentalmente la MATERNA:
1. La influencia de la depresión paterna sobre el niño (la figura de referencia) se da desde
etapas muy precoces (momento del descubrimiento e impacto de su hijo sordo)
2. La depresión materna tiene un mayor impacto que la paterna.
3. La duración de la depresión materna es un dato relevante en la vulnerabilidad.
4. La gravedad de la depresión paterna correlaciona positivamente con la de sus hijos.
5. Las depresiones agudas tienen mayor impacto que las crónicas.
6. La acumulación de otros factores de riesgo en los padres incrementa la tasa de depresión
en los hijos.
Estudios actuales demuestran que cuanto mayor es la severidad de la depresión, más fuerte
es la exposición de sentimientos negativos. La intensidad de la expresión de alguno de estos
sentimientos negativos, por ejemplo, ansiedad y abatimiento, es mayor en relación con las
hijas y en las personas con problemas auditivos.
La hipótesis de que las madres deprimidas, además, someten a sus hijos a un ambiente de
estrés ha sido suficientemente probada. Por ejemplo, los hijos de madres con depresión
unipolar (sólo depresión) presentan un nivel de estrés superior al de los hijos de madres
bipolares (manía y depresión), enfermas y normales, siendo estos últimos los que alcanzan
niveles más bajos; además son los que generan peor adaptación a los acontecimientos
negativos con el paso del tiempo.
Las MALAS RELACIONES con los padres son fuente de muchos desajustes infantiles y
también de la depresión (Lewinshohn et al., 1994). Este autor demostró que las malas
relaciones familiares aparecen en el 15% de los sujetos normales y en el 51% de los
deprimidos. Sin embargo, las buenas relaciones familiares amortiguan las reacciones
emocionales ante las dificultades infantiles.. Precisamente, la Depresión Infantil se ha
asociado con la EXCESIVA PRESION que los padres ejercen sobre los hijos y las nulas o
malas relaciones entre ellos los agravan.
Hay datos que explicitan que los altos niveles de coerción, agresión e ira en los padres
correlacionan positivamente con los problemas conductuales de los hijos. Sin embargo, los
niños deprimidos no muestran niveles altos de agresividad ni de ira sino solo de coerción. Pero
no sólo se trata de una exclusividad, sino que hay datos de síntomas depresivos infantiles por
una mala relación. O bien, la atención paterna es escasa aunque las relaciones no sean malas,
pero no promueven actitudes de solidaridad ante sus problemas. El niño que sienta querido
por sus padres se formará como un escudo antidepresivo.
Dentro de la ESTRUCTURA FAMILIAR, en relación con la aparición de la depresión, se
encuentran a veces mayores niveles de síntomas depresivos en niños que ocupan un puesto o
lugar medio entre hermanos y también en niños con hermanos adoptivos o hermanastros.
Paliando a los síntomas, la cohesión familiar correlaciona negativamente con la Depresión
Infantil; además los niños con más altos niveles de depresión desean mayores niveles de
adaptación familiar.
La ENFERMEDAD de uno de los padres o de ambos ha sido frecuentemente relacionada con la
depresión en los niños
La relación dependencia/ independencia supone un equilibrio difícil de guardar; el punto medio
de esa interacción es el APOYO SOCIAL como elemento suavizador de cualquier tipo de
acontecimientos estresantes. Normalmente se considera tres importantes niveles de apoyo:
comunitario, redes de recursos sociales y personales. De lo contrario, la carencia aumenta
esa probabilidad, especialmente en las niñas y en familias con varios hermanos (sean
adoptados o no y sordos o no).
b) La Familia Rota:
1) Separación
La ruptura de la pareja se ha relacionado clásicamente con diferentes tipos de
problemas en los niños y aún con la permanencia de ellos cuando los sujetos se
convertían en adultos.
Se puede observar una evolución clara de los datos a lo largo de los años de la vida
de un niño: se da evidencia a encontrar una fuerte relación entre problemas
infantiles y separación o divorcio de los padres, pero también se advierte una
suavización en los últimos años de la vida de los sujetos (Gregory, 1958). Es decir,
para muchas opiniones de los profesionales actuales que la separación o el divorcio
tal cual no es la causa única de los problemas infantiles, sino que cuentan algunas
circunstancias adheridas a la separación (la pérdida de contacto de unos de los
padres, el descenso de la situación social o económica, reducción de encuentros o
relaciones paternas, etc...)
Hay estudios que demuestran el peligro de los niños que conviven constantemente
en el seno de una pareja conflictiva. (Amato, 1993).
Para englobar la correlación entre ruptura familiar con la Depresión infantil
podemos destacar por el conocido investigador de la depresión es el de Lewinsohn
et al. (1994). Un ejemplo de un estudio de la muestra española de niños entre 8-14
años se ha encontrado que los pertenecientes de familias intactas y rotas no
presentan diferencias significativas en los niveles de depresión; sin embargo, si se
estudian los niños pertenecientes a familias rotas, encontramos niveles de
depresión significativamente más altos en los niños más jóvenes y en aquellos cuyos
padres tienen malas relaciones antes y después del divorcio. También se han
hallado mayores niveles de depresión en aquellas familias en las que los niños viven
con un solo progenitor (del Barrio, 1990).
2) Muerte paterna
Rodgers (1990) hipotetiza que no existe relación entre la pérdida paterna y los
problemas mentales en la edad adulta, aunque sí pueden encontrarse en algunas
circunstancias especiales tales como pérdida de la situación de atención y cuidados
previos. Uno de los trabajos recientes sostiene que durante el primer año la pérdida
alcanza al 70% de los niños y descendencia a un 39% a los tres años de la pérdida.
Hay algunos investigadores que se debaten que la muerte se relaciona con la
ansiedad misma, pero no con la depresión. El autor Rodgers afirma que sí se puede
encontrar una reacción depresiva en el caso de que la relación de apego, el vínculo
entre el hijo y el progenitor fallecido haya sido muy fuerte (frecuente entre los 5 y
los 11 años).
•
Competencia social
El tema arranca en muchos de los estudios de Erikson sobre la socialización como proceso
del desarrollo del individuo, que va desde el apego, pasando por la autonomía y finalizando
en la socialización con los compañeros o con las amistades.. Una manera de subrayar la
depresión es cuando la incompetencia social, que aleja las fuentes de refuerzos positivos,
se hace patente.
Un ejemplo del trabajo de Lewinsohn que distingue varias facetas de la competencia social
como la autopercibida, la heteropercibida y la aplicada en las distintas áreas (académica,
social, amorosa) son variables que afectan a la depresión e incluso a la depresión infantil.
Siendo la sordera una de las variables predominante de este estado mental.
Ainsworth et al., (1990) confirma que los niños con una relación de apego deficiente
presentan una tasa de depresión del 30% superior al de la población general, cuya
competencia social académica es más baja en los niños con síntomas depresivos, así como
una significativa diferencia en la capacidad de resolver problemas, en autoeficacia y en
autosatisfacción. Otro factor predominante del síntoma depresivo es el poco dominio y
orientación en situación social y de rendimiento.
Lewinshon y col (1992) sostiene que la competencia social autoinformada por adolescentes
mantiene una fuerte correlación con sintomatología depresiva así como los déficits de
habilidades sociales que lo predicen esta aparición.
Los niños dependientes de sus padres muestran también unos mayores tasas de depresión
(del Barrio, 1990).
También cabe manifestar consistentemente de los niños sordos deprimidos sean más
sensibles a los problemas de la interacción con compañeros que a los familiares. A veces,
se dudan de la capacidad de los niños sordos para percibir el estado emocional de sus
compañeros los cuales no sólo son sensibles al estado emocional del otro, sino que también
pueden encontrar soluciones de ayuda; es decir que las emociones de los niños pueden ser
socialmente controladas por sus compañeros o amigos. Los otros son con frecuencia
desencadenantes de depresión como puede suceder en situaciones de rechazo y crítica.
Un ejemplo típico es en niños que no hablan la lengua propia de la comunidad en que viven
provocan más casos de depresión que entre los que sí la hablan (un claro enfoque a la
dificultad de la comunicación entre sus iguales y se rehuyen en los juegos escolares).
Otro factor importante de la depresión infantil es la fuente de contagio de unos niños,
puesto que la empatía les puede arrastrar a compartir sentimientos negativos. Así renace
en este sentido un nuevo concepto de “búsqueda de amparo en los compañeros” en relación
con la Depresión Infantil (“Reasurance seeking”).
•
Interacción con compañeros
La buena relación con los compañeros o amigos es a menudo uno de los mejores indicadores de
normalidad o el amortiguador de la conducta de todos los niños. Por el contrario, la mala
relación con los padres se relaciona con todo tipo de problematicidad y por supuesto también
con la depresión. Un ejemplo claro de este síntoma es el AISLAMIENTO SOCIAL: son más
sensibles a los problemas de interacción con los compañeros que con los familiares,
especialmente la adolescencia.
Habitualmente se duda de la capacidad de los niños sordos para percibir el estado emocional
de sus compañeros. Hay datos que demuestran lo contrario y que buscan soluciones para
encontrar algún tipo de ayuda. Es decir, que las emociones de los niños pueden ser
socialmente controladas por sus compoñeros. Incluso los sordos buscan en su propia identidad
sociocultural con la comunidad sorda.
Sin embargo, también se ha señalado que los compañeros son con frecuencia desencadenantes
de depresión como puede suceder en situaciones de rechazo y crítica (la comunicación poco
fluida de los sordos).
La dependencia de los compañeros se suele intensificar en los jóvenes deprimidos y con
problemas familiares. Cuando no existen problemas familiares, el menor apoyo social de los
compañeros correlaciona con depresión (Lewisohn, et al., 1994). Por otra parte, se advierte
una mayor propensión a tener malas relaciones con sus iguales cuyas madres sufren una
depresión unipolar (Adrian y Hammen, 1992). Junto con la aportación de Erikson sobre el
proceso de socialización como un todo en el estrecho vínculo afectivo madre-hijo para el
desarrollo de la autoestima y la autoconfianza.
•
Rendimiento
Aunque con frecuencia rendimiento escolar y la depresión infantil se hallan unidos, pero esta
unión realmente no está clara y es frecuentemente discutible, especialmente con el tema de
la sordera. Unos piensan que la depresión es la causa del bajo rendimiento y otros que el bajo
rendimiento es causa de la depresión. En mi opinión, lo más probable es que se den ambas
relaciones. Muchos estudios empíricos avalan que la depresión es la causa del descenso (bajo
rendimiento) y no el descenso como causa de la depresión.
Lewinsohn et al (1994) han encontrado que el disgusto con las propias calificaciones escolares
es un fuerte predictor de desencadenamiento de una depresión futura. Es decir, la depresión
puede ser causa y consecuencia de un deficiente rendimiento escolar según las
circunstancias. Así las tasas de fracaso escolar se estiman en un 40%-60% con las Depresión
Infantojuvenil. Es evidente que no puede sostenerse que el fracaso sea causa de depresión
sin más.
Los estudios muestran que los niños deprimidos presentan dificultades para atender en la
clase, para ejecutar las tareas de clase y presentan más muestras de fatiga y tristeza que
sus compañeros no deprimidos (datos obtenidos por las observaciones de los profesores y por
los propios padres). Por otra parte, los niños o adolescentes deprimidos informan de la
percepción de un descenso escolar significativamente mayor que el de los niños no
deprimidos.
En un estudio longitudinal muestra la correlación con altas puntuciones de DI en la infancia
como un buen predictor de dificultades escolares en la adolescencia (Mestre y García-Ros
1992). También se puso en importancia a los grandes acontecimientos vitales del niño, el
estrés crónico producido por la acumulación de tensión generada por pequeños
acontecimientos o fastidios y por el carácter crónico de los acontecimientos más que por el
agudo. Y también se ha hecho notar un aumento de la relación entre acontecimientos vitales y
depresión.
Se ha ido precisando que la población juvenil cuyos acontecimientos vitales se relacionan con
la pérdida junto con la depresión de manera frecuente que aquellos otros relacionados con
amenaza o daño que se asocian con ansiedad; la recencia (1 año) es el período considerado
como más relevante ya que después de este tiempo las relaciones psicológicas negativas
suelen remitir con frecuencia.
Se ha señalado suficientemente con claridad que la depresión infantil se manifiesta de
acuerdo con las capacidades cognitivas que en cada momento evolutivo son apropiadas al niño.
Por tanto se afirma que en un primer estadio los desencadenantes ambientales de la
depresión infantil tienen una dimensión afectiva e íntima que concuerda con los intereses
inmediatos del niño en este momento de su evolución. Por el contrario cuando el niño deja de
serlo y comienza la adolescencia se va ampliando su mundo y los desencadenantes sociales de
su depresión tienen una mayor semejanza con los que son activos en el mundo adulto y se
vuelven más amplia y estrictamente sociales. Se podría afirmar de nuevo, que los
desencadenantes sociales de la depresión infantil no son naturales sino evolutivos e
históricos.
Como conclusión final, se ha encontrado que la depresión en niños y adolescentes es a su vez
fuente y origen de las más variadas alteraciones juveniles, tales como el fracaso académico,
delincuencia, droga, accidentes, desempleo, hospitalizaciones y dificultades matrimoniales
futuras (datos avalados por los estudios de Kovacs, Kandel, Davis, de Barrios, Lewinsohn y
Erikson).
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