Poder Judicial de la Nación USO OFICIAL CAUSA Nº 4489/1999 JUZG. Nº 4 SECR. Nº 7 “PORCHETTO, MARCELO PATRICIO c/ AEROVÍAS NACIONALES DE COLOMBIA S.A. Y OTROS COBRO DE s/ ASISTENCIA Y SALVAMENTO” En Buenos Aires, a los 22 días del mes diciembre de dos mil ocho reunidos en acuerdo los señores Jueces de la Sala 2 de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y Comercial Federal, para conocer en recurso interpuesto en autos: “PORCHETTO, MARCELO PATRICIO C/AEROVIAS NACIONALES DE COLOMBIA S.A. Y OTROS S/ COBRO DE ASISTENCIA Y SALVAMENTO”, respecto de la sentencia de fs. 813/825, el Tribunal estableció la siguiente cuestión a resolver: Se ajusta a derecho la sentencia apelada? Practicado el sorteo resultó que la votación debía ser efectuada en el siguiente orden: señores Jueces de Cámara doctores Eduardo Vocos Conesa, Hernán Marcó y Santiago Bernardo Kiernan. A la cuestión planteada, el señor Juez de Cámara doctor EDUARDO VOCOS CONESA dijo: I.- El 16 de agosto de 1997, un avión Boeing 767 de Aerovías Nacionales de Colombia S.A. (AVIANCA), con carga y 120 pasajeros a bordo, arribó al aeropuerto de Ezeiza cumpliendo el vuelo AV-087, mas no pudo aterrizar en él por las desfavorables condiciones climáticas que presentaban. Con tal motivo, el comandante de la aeronave Jorge Mario Montoya Builes eligió como aeropuerto de alternativa el de Pajas Blancas, provincia de Córdoba, donde también encontró inconvenientes insalvables para el descenso por hallarse cerrado, entrando en situación de emergencia mientras sobrevolaba la Torre de Control del referido aeropuerto al comprobar, particularmente, que el combustible que llevaba era relativamente escaso. En esas condiciones, el controlador aéreo informó al comandante de la citada aeronave extranjera –que no disponía de suficientes elementos de juicio sobre otros lugares de aterrizaje alternativo- que se dirigiera a la pista de Rosario, provincia de Santa Fe, mas ese dato omitió ponderar que el aeropuerto de tal ciudad se hallaba también clausurado por las deficiencias climáticas. En tanto, el comandante Montoya Builes –quien en su país de origen había planeado como aeropuerto alternativo el de Santiago de Chile- observaba con preocupación el descenso del combustible mínimo para la operación de aterrizaje, pues podía presentarse alguna demora adicional no prevista y encontrarse, de esa manera, por debajo del valor del “minimum landing fuel” indicado en las tablas respectivas. Obligado el comandante del Boeing a abandonar toda idea de tomar tierra en Córdoba –como les había sucedido a otras aeronaves que se habían dirigido hacia ese aeropuerto (conf. informe de la F.A.A. a fs. 241/243)-, debido principalmente a hallarse fuera de servicio el instrumental ILS y no haber posibilidad de habilitarlo (véase la grabación del contacto entre el avión “en emergencia” y la torre de control, fs. 657 y ss.)otras aeronaves que se encontraban en las cercanías le sugirieron al responsable del avión AVIANCA dos eventuales destinos alternativos: a)CATA-725, le expresó su convencimiento de que “Mendoza es el que está mejor”, indicándole asimismo la posibilidad de dirigirse a Catamarca por su distancia más reducida (182 millas náuticas radial 335 de Córdoba). En las circunstancias relatadas, toma participación radial el comandante de la aeronave de Suthern Winds (vuelo 1508), esto es, el señor Marcelo Patricio Porchetto, quien anoticia a la máquina áérea en emergencia que disponía, aparte de los otros lugares alternativos, del aeropuerto de La Rioja, dotado del ILS en radial 312, a 177 millas náuticas. Ello así, la Torre de Control del aeropuerto de Córdoba propone como otra alternativa Catamarca; empero, el responsable de la máquina de AVIANCA –acatando una serie de directivas que le fue impartiendo el cte. Porcetto desde su propia aeronave en vuelo- se dirigió a La Rioja, tras sortear en función de los avisos del accionante el riesgo de estrellarse con las altas sierras de la zona. En definitiva, como está admitido por el comandante Montoya Builes, su Boeing 767 pudo sortear la situación de emergencia que ponía en peligro a la aeronave y a sus 120 pasajeros y aterrizar –con mínimo combustible- en el aeropuerto de La Rioja; combustible que apenas alcanzaba para un tiempo harto breve. Sobre la base de esos antecedentes (que se completan con más detalles, que expondré luego), el comandante Porchetto –considerando que en la situación descripta se había configurado un socorro aeronáutico (más precisamente: “asistencia”)-, puesto que las instrucciones y directivas suministrada a la aeronave en grave peligro de perderse, de modo voluntario y con resultado útil, promovió la demanda de autos contra “Aerovías Nacionales de Colombia S.A. (AVIANCA) y “Wilmington Trust Company Trustee” y/o quien resultara el propietario, exportador o asegurador de la nave en vuelo 087 del 16.8.97, por cobro del salario de asistencia y salvamento. Se destaca en la demanda que el señor Porchetto –comandante de una aeronave de Southern Winds-, en la situación de emergencia antes descripta, instruyó al piloto extranjero para que incrementara la altura de su vuelo para evitar el choque con otras montañas y le aconsejó dirigirse al aeropuerto de La Rioja, proporcionándole información que le fue de suma utilidad a la nave “en emergencia” (conf. fs.5/6, 12, 86/92, 98 y 112). A fs. 185/201 y 283/289 contestaron la demanda Aerovías Nacionales de Colombia S.A. (AVIANCA) y Wilmington Trust Company, respectivamente, solicitando su rechazo. Acepta, en líneas generales, que los hechos se desenvolvieron de la forma indicada a fs. 190/191, pero asigna a éstos el carácter de un “socorro espontáneo”, limitado en el aeropuerto de Córdoba a la indicación de la conveniencia de dirigirse a La Rioja; ello, en razón de sus aptitudes operativas en cuanto a la pista y a la disponibilidad de un procedimiento de precisión ILS. Y entre otras razones, manifiestan que –en el caso- no existieron perjuicios indemnizables, ni gastos directos por causa de la prestación de la argüida existencia de “asistencia” por parte del explotador de la aeronave. II.- El señor Juez, en el pronunciamiento de fs. 813/825, efectuó una precisa síntesis de los hechos relevantes de la causa, tomada de la versión que proporcionó AVIANCA en la contestación a la demanda y que tuvo origen en el informe de fs. 136/140, por lo que a dicha reseña me remito en homenaje a la brevedad. Tras ello, el Magistrado remarcó que tales hechos no se encontraban controvertidos, destacando fundamentalmente el informe del comandante de la aeronave de la demandada (fs. 136/140) y aceptando que el socorro prestado al avión por el comandante Porchetto comportó una ayuda que permitió resolver adecuadamente la “emergencia” en que se había declarado la máquina. A efectos de tener por configurados los hechos y la eficacia de la ayuda prestada –que permitió resolver la alternativa Córdoba- señaló el a quo, como elementos de juicio sustanciales diversos elementos incorporados al proceso (Conf.. fs. 46/73, 127/181, 206/281, 470/480, 511/512, 524/525), especialmente la peritación producida a fs. 647/684 por un técnico en pilotaje de aeronaves, la que pone de relieve el erróneo informe dado por la Torre de Control del aeropuerto de Córdoba en orden a la altura del vuelo para buscar otro lugar alternativo de aterrizaje –que hubiera significado un verdadero desastre- y la realidad de esos datos pudieron ser superados gracias a la información que suministró el comandante de la aeronave de Southern Winds, apropiados en orden a la ruta de vuelo, a su altura y a la adecuación de la alternativa sugerida (La Rioja, dotado su aeropuerto de ILS, y con pista para aterrizaje de una máquina de gran porte como el Boeing) considerando, en particular, que el avión en emergencia disponía de combustible escaso e insuficiente para alcanzar otras alternativas de descenso. En concreto, meritando la valoración de las circunstancias realizadas por el perito en pilotaje de aeronaves y sus apreciaciones, juzgó prudente el doctor Wathelet atenerse a sus conclusiones, sobre todo teniendo en cuenta que la impugnación de la demandada no versaba sobre los temas de su incumbencia sino sobre cuestiones ajenas y conjeturales, por lo que aceptó el valor convictivo de la experticia en tanto aportó abundante fundamento técnico (arts. 386 y 477 CPCC). Por ello, en función de lo expuesto y de los propios reconocimientos de las partes, el señor Magistrado de la instancia anterior juzgó no dudoso que el caso encuadraba sin esfuerzo “en la figura de la asistencia”; ello, puesto que comprendió operaciones destinadas a evitar un riesgo inminente que amenazaba a la aeronave y su pasajeros, y al pedido de socorro acudió el comandante Porchetto a prestarle el necesario auxilio que permitió superar el peligro y lograr un resultado plenamente satisfactorio. De allí que concluyera el a quo: “parece justo el reconocimiento de quien presta un socorro a ser indemnizado” (ver fs. 819). A lo que se añadió en la sentencia en recurso que no sólo había un derecho a resarcimiento, sino más precisamente “se trata de recompensar a quienes han actuado eficazmente y han evitado la USO OFICIAL Poder Judicial de la Nación pérdida de bienes comprometidos en el accidente”, aunque anotado –como hipótesis de derecho positivo- que tal recompensa correspondía en principio al explotador de la aeronave (arts. 176, 179 y 180 Cód. Aer.). A continuación, valorando el dictamen del doctor Videla Escalada confeccionado a pedido de la parte actora como paso previo a la iniciación de este juicio, arribó el fallo a la conclusión de que, en las circunstancias que especifican el caso, la retribución por la asistencia prestada correspondía, por insoslayables razones de justicia, al comandante Porchetto –y no al explotador de la máquina- pues fue él quien posibilitó la feliz culminación del vuelo de AVIANCA: “En rigor, obró como si fuese el explotador y cumplió la obligación que incumbía, tanto a él en su calidad de comandante, como al explotador de la aeronave” (confr. fs. 84/85, cit. por el a quo; énfasis agregado). Sobre ésas y otras consideraciones, el sentenciante precisó que la aeronave de Southern Winds no sufrió el más mínimo perjuicio económico, ni experimentó gasto adicional alguno a propósito del desempeño de su comandante Porchetto en la emergencia. En cambio, este último –de estar a la peritación psicológica rendida en autos se vio afectado por “stress postraumático” con proyección parcialmente invalidante (véase fs. 608/640 y contestación de fs. 704). En definitiva, en razón del daño psicológico sufrido por el actor, juzgó el Magistrado procedente la demanda –tras una exposición sucinta sobre el daño como presupuesto de la responsabilidad- y fijó la indemnización debida al comandante Porchetto en la suma de $80.000 con intereses desde la notificación de la demanda (tasa activa B.N.A.) y con las costas en el orden causado por las peculiaridades del tema jurídico sometido a su decisión. III.- La sentencia fue apelada por ambas partes (fs. 827 y 828). La demandada “Aerovias Nacionales de Colombia (AVIANCA)” expresó agravios a fs. 848/854, en tanto que el accionante hizo lo propio a fs. 855/866 vta., escritos que fueron respondidos –en inverso orden- a fs. 868/871 vta. y a fs. 871/883 vta. Resuelto lo atinente a qué juez debía votar esta causa en primer término –pues los ex jueces que debían hacerlo por riguroso sorteo, doctores Mariani de Vidal y Lezana, tras un tiempo que no me corresponde valorar a mí, renunciaron a sus cargos-, el señor letrado de la parte actora pidió reiteradamente que asumiera yo el primer voto. Mas puse bien en claro que no lo haría sin que ello me incumbiera por estricto sorteo, toda vez que lo contrario es manifiestamente antirreglamentario y podría prestarse a suspicacias que, a esta altura de mi vida y con treinta y tres años a cuestas como juez de cámara, no estoy en modo alguno dispuesto a soportar. De allí que, en la oportunidad más próxima posible, se realizó el pertinente sorteo –con riguroso control- y en definitiva por sorteo -y no por elección- me correspondió a mi emitir el primer voto; sorteo el aludido que fue practicado el 18 de marzo del año en curso (confr. fs. 896). El señor letrado doctor Cosentino se ha quejado de que el expediente se haya demorado más de lo habitual en el fuero. Le consta al señor letrado, que es cliente asiduo de este Tribunal, que siempre se le ha dado respuesta en tiempo oportuno, inclusive durante los más de cinco años en que la Sala sólo contaba con dos vocales. Y naturalmente comprendo su preocupación, y en su situación frente a sus clientes, mas no puedo silenciar –como Presidente de la Sala y de la Excma. Cámara- que el Tribunal está al borde del agobio total y que no tengo un minuto libre de vida para dedicarme a otras cosas que no sea la atención de expedientes. Para su información –se la debo, por haber sido entre otras cosas, mi profesor de Derecho de la Aeronavegacion-, pongo en su conocimiento que por disposición de la ley estamos obligados a darle preferencia a los asuntos donde están en juego problemas que hacen a la salud y a la vida de los litigantes, y en los diez meses que van desde febrero hasta noviembre se han resuelto 180 casos de amparos de salud. Además, aparte de que la Secretaría del Tribunal está abocada –unida a su trabajo aluvional- a colaborar con el fuero en lo Contencioso Administrativo Federal para la solución de casos, en los que hay intereses estrictamente ligados en muchos casos a la atención de la salud y de situaciones de emergencia insoslayables, esta Sala ha resuelto en los diez meses indicados casi mil sentencias interlocutorias, alrededor de 300 definitivas y 180 resoluciones de recursos por regulaciones de honorarios. No acostumbro a dar esta clase de explicaciones, sean cualesquiera fueran las consecuencias del atraso que me pudiera ser imputable, justificado o no. Vayan éstas como excepción meritando la calidad de los profesionales que intervienen, sin mengua naturalmente de la responsabilidad abstracta y objetiva que me pudiese caber. Pasaré, seguidamente, a tratar los agravios que las partes proponen. IV.- En el punto II de su memorial, la parte demandada formula una sucinta exposición –en términos generales- acerca de cuáles fueron los hechos sucedidos y no cabe darle a ella el alcance de una crítica del fallo apelado, porque en verdad no es más que una narración breve y sintética sin pizca de cuestionamiento concreto y específico del fallo apelado. Nada cabe aquí agregar (art. 265 CPCC). Relativamente al capítulo III de la misma pieza procesal, el representante de los intereses de AVIANCA critica que el señor Juez no haya considerado suficientemente fundadas las impugnaciones que su parte formuló al peritaje del experto en vuelos aeronáuticos. Y, al respecto, reitera que cuestionó algunas apreciaciones del perito Héctor Gerardo Racca (dictamen que obra a fs. 647/684) por ser “conjeturales” acerca de las consecuencias que podría haber tenido la no elección del aeropuerto de La Rioja para el aterrizaje en situación de “emergencia” declarada por el comandante del vuelo 087 de AVIANCA. Cabe puntualizar, sobre este aspecto, que no podia exigírsele al perito que dictaminara sobre un trágico accidente –con eventuales 120 pasajeros muertos-, porque, precisamente por haberse dirigido a La Rioja, que contaba con ILS y tenía una pista apropiada y otras condiciones favorables, es que el accidente pudo ser evitado. Y lo que hace el experto es, simplemente, señalar que –dadas las circunstancias particulares en que se encontraba el Boeing 767 (confr, en particular, fs. 666, 668 y 669) las directivas que le impartió el comandante Porchetto al capitán Montoya Builes la “emergencia” fue susperada con feliz resultado. Por lo demás, conjeturales o no, se trata de apreciaciones de un experto en pilotaje aéreo y parece entrar, dentro de sus incumbencias técnicas, ponderar la aptitud de las medidas aconsejadas por el primero y seguidas por el segundo y calcular en qué situación se hubiera encontrado la aeronave de AVIANCA si no se hubiera atenido a los consejos asistenciales del comandante del avión de Southern Winds, cabiendo añadir que las tales conjeturas técnicas no han sido confutadas como irrazonables o arbitrarias ni carentes de fundamentación en los hechos concretos que debió meritar el experto (arts. 386 y 477 del Código Procesal). Si resultan pertinentes las impugnaciones referidas a la situación psicológica en que pudo haberse encontrado el comandante Porchetto, al asumir en cierto sentido una relevante responsabilidad moral, mas este aspecto no es un factor que pueda ser predecido en forma genérica, sino depende de las circunstancias anímicas y la fortaleza de espíritu de cada persona. En todo caso, se trata de un aspecto más propio de un especialista en psicología, lo cual –en definitiva- no varía la concurrencia o no de la figura jurídica de la “asistencia aeronáutica”. Y considerando las reflexiones técnicas del perito especialista en pilotaje de aviones, la entidad de su dictamen y su fundamentación, y la concordancia de ésta con un conjunto de elementos probatorios reunidos en la causa (en particular, el informe del propio comandante del Boeing 767 a su empresa (confr. fs. 136/140), resulta claro que las escuetas impugnaciones que al peritaje formula o reitera la demandada en su presentación en alzada (fs. 848/854) carecen de entidad para restarle el valor suasorio que le es propio (arts. 386 y 477 CPCC). No encuentro ocioso transcribir una frase del comandante de la aeronave de AVIANCA, que tomo del referido informe: “…con lo que me quedaba de combustible inmediatamente procedí a LA RIOJA gracias a toda la información suministrada por este Piloto de nombre MARCELO PORCHETTO, ya que nosotros no contamos con esta información en el Manual de Rutas ni en el FMC…” (ver fs. 139). En tales condiciones, toda vez que seguidamente la demandada recurrente no cuestiona que haya mediado, en concreto, una “asistencia” aeronáutica, cabe tener por configurado este instituto; ello así, porque la crítica posterior de AVIANCA está enderezada a sostener que el único titular de un salario de “asistencia y salvamento” en el derecho aeronáutico es el explotador de la aeronave, no hallándose previsto que participe de él –a diferencia de lo que sucede en el derecho de la navegación por agua- el capitán y la tripulación (solución que propone la Comisión Reformadora del Código de la materia atendiendo, según sus criterios particulares, a las diferencias que existieran desde el punto de vista de los hechos e intereses en juego entre las figuras mencionadas en el derecho de la navegación por aire y el de la navegación por agua). Critica AVIANCA, que el juez se aparta de la normativa prevista en los arts. 176/179 y 180 Cód. Aer.) y que le reconociera al comandante de la aeronave asistente el derecho a una retribución por “asistencia” sobre la base de razones de equidad y justicia; USO OFICIAL Poder Judicial de la Nación razones que el representante de la accionada considera “ajenas al régimen del derecho positivo” (ver fs. 850 vta.). Añade en sus objeciones al fallo de fs. 813/825 que la posición del doctor Federico VIDELA ESCALADA –puesta de manifiesto en el dictamen que formuló en autos, antes del proceso, para la parte actora-, conforme con la cual en determinados supuestos la retribución por “asistencia” corresponde al comandante y la tripulación de la aeronave y no a su explotador, resulta descartable –respetuosamente- considerando que en su obra Derecho Aeronáutico, tº 4-A, págs. 102/103, enseña que en el ámbito del derecho de la navegación por aire, a diferencia de lo que ocurre en el derecho marítimo, “la titularidad del derecho a indemnización y retribución corresponde al explotador de la aeronave” En suma, la vencida expresa una síntesis de su queja en los términos siguientes: “a la luz de lo expuesto, normas legales citadas, principios de orden constitucional. Y jurisprudencia imperante, se considera que el otorgamiento de una retribución al Comandante Porchetto, con motivo de la asistencia prestada a la aeronave de Avianca constituye un categórico apartamiento del derecho positivo, ya que el Código Aeronáutico sólo le otorga este derecho al explotador” (confr. fs. 852, punto IV, párrafo final). Desde esa perspectiva, considerando que incurre en delito de derecho penal el que no cumpliese con las obligaciones prescriptas en el art. 176 C. Aer. (prestaciones de socorro según las figuras jurídicas de la “asistencia” y el “salvamenteo”), estimó el representante de la compañía que la circunstancia de que el comandante Porchetto, según la peritación psicológica de fs. 608/621 (y dictamen de la consultora técnica en la misma materia, lic Sonia Elizabeth Bordón, fs. 642/645), experimentara algún daño en esa esfera de la personalidad no resulta indemnizable en tanto deriva del cumplimiento de un deber legal y no de un acto o hecho imputable a AVIANCA. A todo evento, controvierte que se haya reconocido al accionante una indemnización de $ 80.000 que –en su criterio- constituyen el resarcimiento de un daño moral, es decir, de naturaleza extrapatrimonial. V.- El actor Marcelo Patricio Porchetto no está, tampoco, satisfecho con el resultado al que arribó el a quo. En efecto, tras efectuar una reseña de los antecedentes de la causa –que insume las seis primeras carillas del memorial de fs. 855/866 vta., critica primeramente que el Magistrado desconociera el derecho del comandante a una retribución por asistencia o salvamento aeronáuticos, pues la concurrencia de dichos institutos jurídicos es independiente del agente que provee el servicio como del medio empleado en su producción; esto así, en tanto el art. 184 C. Aer. dispone que serán aplicables a la búsqueda, asistencia y salvamento de aeronaves las normas del Tít. VIII cuando dichos socorros sean realizados por medios terrestres o marítimos (norma introducida por la Comisión Reformadora, Exposición de Motivos, y que es equivalente al art. 384 de la ley de la Navegación). Consecuentemente, lo que define la asistencia no es la persona del sujeto activo sino la del bien pasivo (aeronave, pasajeros, carga, tripulación), encontrándose en situación legítima de reclamar el pertinente salario o recompensa las personas físicas que hubieran participado en la operación (cita, al respecto, una serie de antecedentes que apoyarían su tesis –ver fs. 858 vta./859). En este sentido, recuerda el apelante la tesis que prevalece en el derecho de la navegación por agua tanto en nuestro pais como en el extranjero (confr. fs. 858 vta./859) y precisa que, en la especie, la asistencia prestada fue de carácter “intelectual”, toda vez que el socorrista no utilizó instrumental de la aeronave en el servicio sino solamente su propio intelecto: “la ayuda consistio en información y asesoramiento al comandante de la aeronave auxiliada que le permitió conjuntar una seria situación de peligro” (vid. Fs. 859 vta., primer párrafo). Con base en esos, y otros desarrollos efectuados en el mismo orden de ideas, el actor critica el fallo en cuanto, a la postre, le negó salario de asistencia (por juzgar que el Cód. Aeronáutico lo discierne tan sólo al explotador de la aeronave), prescindiendo así de una hermenéutica razonable de los art. 2, 179, 180 y 184 del citado código. El segundo agravio se refiere a que el juez cambió, en el fallo, el objeto de la demanda, puesto que concedió una indemnización por daños sufridos por el comandante Porchetto (trastornos de orden psicológicos) que no fueron reclamados en la demanda (art. 330 CPCC) y no estableció el salario por la “asistencia” aeronáutica prestada y coronada por el éxito. A su vez, como tercer agravio expone que el a quo no respetó el acuerdo de las partes (audiencia del art. 360 CPCC) en el sentido de que se fijen, por ahora, solo las bases para la posterior liquidación del crédito (si la hubiere). Tacha, además, de autocontradictoria a la sentencia (cuarto agravio), porque pese a reconocer que medió “asistencia” por parte de Porchetto le niega su salario de recompensa y sólo le concede una indemnización de daños por el stress postraumático que lo aquejaría desde la fecha del suceso (16.08.97), es decir, en otros términos, no le otorga al actor el “salario de asistencia” (objeto de la pretensión) sino una suma en “resarcimiento de daños” derivados del hecho (naturaleza jurídica ajena al caso). Solicita, en consecuencia, que de ser aceptado que medió “asistencia aeronáutica”, se fije la base a seguir en la etapa de ejecución como fue acordado en el acta de fs. 501 ponderando el valor de la aeronave socorrida; valor respecto del cual la suma de $ 80.000 es notoriamente desproporcionado en perjuicio del demandante. En orden a dicho “salario de asistencia” trae a colación el leading case “Ballester” de la Corte Suprema (E.D. 114.435), en el que se estableció una recompensa en función de los parámetros de la jurisprudencia internacional en materia marítima, que se hallan inspirados – conforme con diversas convenciones multinacionales- en alentar esas conductas de socorro.: la normativa internacional que regula el instituto responde “a consideraciones de orden público y al propósito de alentar a los salvadores a encarar pronta y eficazmente las tareas tendientes a evitar o disminuir las consecuencias del siniestro” (confr. Geoffrey BRICE, “The Maritime Law of Salvage", Londres 1983, pág 40; conc. RIPERT DU PONTAVICE, “Droit Maritime”, 12 ed. Dalloz, Paris 1997, pág. 458). Sexto agravio: el juez fijó el comienzo de los intereses en la fecha de notificación de la demanda, pero la contraparte quedó constituida en mora con la interpelación por carta – documento del 17.06.99 (fs. 31/33). Y como séptimo y último agravio, el recurrente critica – mediante un desarrollo relativamente extenso- la decisión del juzgador de imponer las costas por su orden no obstante que no concurre “mayor dificultad técnica habida cuenta que el art. 184 del Código Aeronáutico hace extensiva la aplicación del instituto a los socorros realizados por medios terrestres o marítimos … (habiendo)… destacado que esta clase de asistencia, denominada por la doctrina como “intelectual” por consistir en consejos y asesoramiento al capitán… no es en manera alguna novedosa y se encuentra lógicamente comprendida en las previsiones del referido art. 184 del CA” (ver fs. 864 vta.). Y la información trasmitida por Porchetto al capitán colombiano, agrega el apelante, no le fue provista por Southern Winds, sino que fue adquirida mediante sus estudios y capacitación: “De tal manera, ha intervenido como una suerte de `práctico´ o `consejero de ruta´” (v. fs. 865 vta., primer párr.). VI.- En el responde a los planteamientos del actor, “Aerovías Nacionales de Colombia” (AVIANCA) cuestiona la hermenéutica jurídica propuesta, afirmando que el art. 184 C. Aer. contempla las tareas accesorias que pueden prestar medios terrestres o marítimos (traslaciones) pero, de ningún modo deroga o modifica los términos del art. 179 del mismo Código, que limita a “los explotadores de aeronaves” como los legitimados para reclamar una compensación de “los gastos y daños emergentes” producidos como consecuencia directa de la asistencia o búsqueda producida” (fs. 868 vta.); ello así, sin que se puedan trasladar por vía de extensión analógica los principios y soluciones del derecho marítimo, pues las regulaciones de ambas materias responden a normativas diferentes en función de realidades también diferentes. A lo que añade que no medió en la especie, colaboración de medios terrestres o marítimos y, por tanto, el art. 184 C.Aer. invocado por la contraparte resultaría desafortunada y, desde otro enfoque, que la postergación de un monto en función del valor de la aeronave – según al acta del art. 160 CPCC- sólo se basó en la necesidad de aminorar las costas del proceso y no en la admisión de esa metodología de fijación de la condena en un porcentaje de aquel valor, extremo que su parte cuestionó desde un primer momento. Relativamente al monto de la condena, tras coincidir con Porchetto acerca de que el fallo es autocontradictorio, anota que el mencionado pretende cifras “astronómicas” ya que en cumplimiento de las obligaciones legales en materia de socorro aeronáutico “el comandante Porchetto sostuvo una rápida conversación con el comandante de la aeronave de Avianca, indicó cuales eran las condiciones meteorológicas del tiempo, y aportó elementos a fin de señalar la conveniencia de aterrizar en el Aeropuerto de La Rioja, el que dispone de condiciones aptas para el aterrizaje de una aeronave Boeing 767”; es así que el 10% pretendido por ese servicio alcanzaría nada menos que la cantidad de u$s 3.500.000 por el cumplimiento de una obligación legal y de solidaridad social de asistencia de una aeronave a otra cuando ambas se encontraban en vuelo (confr. fs. 870 vta.). Concluye la demandada afirmando que, a los efectos de la distribución de las costas, la decisión del a quo es ajustada a derecho por tratarse “de una cuestión verdaderamente novedosa que no ha sido materia de pronunciamiento dentro del Tribunal, lo que se pone USO OFICIAL Poder Judicial de la Nación fácilmente de manifiesto teniendo en cuenta que toda la doctrina judicial acompañada por la actora, pertenece al ámbito marítimo, y no corresponde a la actividad aeronáutica” (vid. Fs. 871 vta de la réplica de fs. 868/871 vta.) VII.- En la contestación de agravios de fs. 873/883 vta., el actor controvierte la desvalorización del socorro aeronáutico prestado aludido a una serie de antecedentes que demostrarían su trascendencia (fs. 873/874 vta.) y a la idoneidad y eficacia probatoria de la peritación técnica en pilotaje de fs. 647/684). A continuación, el accionante ordena –según su criterio- los que serian los agravios sustanciales de la demandada: a) el otorgamiento de un salario de asistencia al comandante Porchetto, apartándose del Cód. Aer. que sólo concede ese derecho al explotador de la aeronave; b) habérsele impuesto resarcir el “daño moral” del actor, originado en el acto de la asistencia; c)la fijación de un monto elevado de condena. De esos temas va a ocuparse el escrito de contestación de agravios, dedicándole al primero las consideraciones que expone a fs. 876 vta./880 y que se relacionan con el derecho del capitán y el dictamen jurídico del doctor F. Videla Escalada que obra a fs. 74/84 (donde examina el principio general y la solución específica para el caso). Seguidamente trata el interesado el agravio segundo, donde insiste en que el auxilio prestado al comandante Montoya Builes fue de suma importancia en cuanto le evito un real peligro y la asistencia brindada resultó eficaz; asistencia que no tuvo el carácter de ser meramente “espontáneo” sino la respuesta apropiada a un pedido de socorro del asistido, esto es, fruto de un acuerdo de voluntades expreso para la prestación del auxilio peticionado (confr. fs. 880/881 vta., último párrafo de la postrera foja). Finaliza el escrito de réplica haciendo hincapié en la insuficiencia total del monto acordado en el fallo ($ 80.000) meritando que la asistencia prestada salvó la aeronave colombiana y la segura muerte de su tripulación y 108 pasajeros, evitando AVIANCA enfrentar reclamaciones altísimas por su responsabilidad civil. E invirtiendo el orden expositivo lógico, la actuación de fs. 873/883 vta. concluye acusando la deserción del recurso de la demandada por cuanto “ se limitó a manifestar su disconformidad con lo decidido, sin rebatir eficazmente las motivaciones esenciales del pronunciamiento apelado … se sustentaron los agravios … (en) … una reproducción de los que obran en el escrito de contestación de demanda y en el alegato de la contraparte”, lo que no alcanza para configurar una crítica concreta y razonada como lo exige el art. 265 CPCC (confr. fs. 881 vta., cap. IV – CONCLUSIÓN). VIII.- Como podrá advertirse he efectuado una reseña bastante amplia de los términos constitutivos de la litis (demanda de fs. 5/6, 12, 86/92, 98 y 112 y de su respectivo responde de fs. 185/201 con la complementación de la codemandada a fs. 283/289), del alcance y fundamentos de lo decidido por el señor Magistrado de primera instancia (fallo de fs. 813/825) y del debate subsistente en alzada mediante las sendas expresiones de agravios (fs. 848/854 fs. 855/866vta., demandada y actor respectivamente) y sus pertinentes réplicas (fs. 868/871 vta, AVIANCA y fs. 873/883 vta, el señor Porchetto). Cada una de las litigantes reitera en esta instancia los mismos planteamientos que conformaron la relación procesal y que pueden ser sintetizados, sin perjuicio de argumentaciones secundarias o coadyuvantes, comenzando por la precisión de los hechos y siguiendo por la determinación del derecho aplicable, persistiendo, para el supuesto de acogimiento de la demanda, lo atinente al monto del salario de asistencia, al hito inicial de los intereses y al régimen de las costas. IX.- Aunque he examinado y reflexionado sobre todas las probanzas de autos y argumentaciones desarrolladas por ambas partes, no he de exponer en este voto –por ser innecesario- todas y cada una de las conclusiones que merecen pruebas y argumentos, sino que me limitaré a explicar los aspectos que juzgo “conducentes” para la justa composición del diferendo. Me atengo así a la directiva del art. 386, segunda parte, CPCC y a la jurisprudencia de la Corte Suprema que ha admitido como válida y razonable, y por eso mismo compatible con los derechos y garantías constitucionales, dicha metodología de fundamentación de las sentencias judiciales (confr. Fallos: 265: 301; 278: 273; 287: 230; 294: 466, entre otros). Por otro lado, se ha visto que la actora acusó la deserción del recurso de su contraria (confr. fs. 883 vta.), en tanto se habría ceñido ésta a formular su disconformidad con lo resuelto, pero sin rebatir eficazmente “las motivaciones esenciales del pronunciamiento apelado”, esto es, “la fundamentación del recurso ensayada por la contraria no refuta adecuadamente las conclusiones de hecho y de derecho que motivan el pronunciamiento impugnado” (confr. fs. 883 vta., Cap. IV). El Tribunal observa, desde antiguo, un criterio de generosa amplitud para juzgar la suficiencia de una expresión de agravios, por estimar que es el que mejor armoniza con las garantías constitucionales (confr. causas: 5003 del 5.4.77; 5539 del 12.8.79; 6221 del 9.2.78; 5905 del 27.5.88, etc.). Mas también he remarcado que esa amplitud no puede ser llevada a un extremo que, en los hechos, signifique prescindir o derogar la norma del art. 265 del Código Procesal en cuanto establece expresamente por mandato del legislador que, al expresar agravios, la recurrente debe exponer una crítica concreta y razonada de los puntos que estime equivocados y confutar las argumentaciones en que el a quo se basa para arribar a la conclusión de su sentencia (vid. causa no. 1437/99 del 7.4.2000 y sus citas, entre muchos otros). En la especie, conforme lo adelantado en el punto IV de este voto, la demandada no ha desarrollado apropiadamente argumentos técnicos idóneos y suficientes para apartar las conclusiones del peritaje en pilotaje de vuelos, que obra a fs. 647/684 –que el Magistrado hizo suyas-, de acuerdo con cuya experticia la actuación del comandante Porchetto en la situación sub examen alcanzó a configurar un socorro aeronáutico en grado de “asistencia”. Por ello, se impone en este aspecto del litigio, tener por desierto el recurso de la demandada y por decidido definitivamente el tema (art. 266 CPCC). Desde un enfoque diverso, convergente en buena medida hacia esa conclusión, no es ocioso señalar que en la contestación a la demanda (fs. 185/201) AVIANCA aceptó dos aspectos centrales: 1º) que su aeronave en vuelo 087 se declaró en estado de emergencia aeronáutica al sobrevolar el aeropuerto de Córdoba, al que no pudo a la postre abordar para el aterrizaje por cuanto se hallaba “debajo mínimos” y se le había descompuesto el ILS; y 2º) que por la intervención del comandante Porchetto el Boeing 767, que se encontraba al límite en materia de combustible, optó por un aeropuerto del alternativa (La Rioja, con ancha y larga pista para aviones pesados y munido de los elementos técnicos aptos para la maniobra, entre ellos el referido ILS) que nadie le había sugerido antes (Ezeiza derivó a Córdoba; Córdoba quiso derivar a Rosario –también “bajo mínimos”-; Montoya había pensado en la alternativa Mendoza; la aeronave de CATA indicó Catamarca; y entonces el aquí accionante proporcionó las razones para que se prescindiera de todos esos destinos y se eligiera LA RIOJA, dando las causas de su preferencia, ruta, clima y otros detalles que fueron convincentes y que permitieron que la emergencia aeronáutica culminara con pleno éxito; ello así, cuando a la aeronave de AVIANCA le quedaba combustible para unos pocos minutos y el peligro de un siniestro era real y concreto. Como broche de oro para la cuestión de si Porchetto fue útil o si Porchetto sólo dijo “vayan a La Rioja” y nada más, si medió o no asistencia, el Boeing se encontraba en situación de serio riesgo, lo mejor es oír al comandante Montoya Builes en el reportaje que le efectuó el periódico “Internacional” (ejemplar del 29.8.97, fs. 60), en Bogotá, Colombia. Transcribiré algunos párrafos que me parecen ilustrativos y que dicen mucho más de lo que pueden elucubrar conjeturas y supuestos. Léese en el recuadro bajo el título “Se nos apareció la virgen” lo siguiente: “Llegué a temer por la seguridad del avión y por la vida de los pasajeros, confesó ayer el capitán Jorte Mario Montoya Builes, piloto del Boeing 767 de Avianca que el 16 de agosto estuvo a punto de sufrir un accidente en Argentina si no hubiera sido por la ayuda que le prestó el piloto Aerolíneas Argentinas (el error es claro y no altera nada: el avión era de Southern Winds), Marcelo Porchetto”. Allí dice el comandante Montoya Builes que ciertamente no era un improvisado y que, en tanto capitán de un avión del porte del que conducía, obviamente estaba habilitado para distinguir entre una simple peripecia y una situación de peligro o grave riesgo): “¿Cuándo y como intervine Marcelo Porchetto? Respuesta: “Intervino en el mismo momento en que nos declaramos en estado de emergencia y pedimos asistencia a la torre de control de Córdoba. El estaba volando en la misma frecuencia y al oír nuestro llamado nos empezó a dar información. Lo primero que nos dijo fue cuál era el aeropuerto que estaba más cerca. Y a partir de allí nos acompañó permanentemente hasta que aterrizamos, hecho que nos tranquilizó muchísimo”. Continua Montoya Builes: “Su ayuda fue trascendental pues el aeropuerto de Rioja no es muy conocido y además las aerolíneas no lo tienen contemplado como aeropuerto alterno”. Pregunta: “Considera que este hombre le salvó la vida a usted y a sus pasajeros?” Responde el Cte. Montoya: “Sí nos salvó la vida. Fue como si se nos hubiera aparecido la virgen” (y siguen las declaraciones; confr. fs. 60, con énfasis agregado). USO OFICIAL Poder Judicial de la Nación He ahí una realidad que tiene alto valor por el origen de quien proviene y por el intrínseco contenido de lo declarado. Volviendo un poco atrás, anoto que retaceado o no, el reconocimiento de la contestación a la demanda (conociendo el pensamiento del comandante Montoya Builes, su informe y las otras constancias aeronáuticas) no carece de significación jurídica. En este orden de cosas, encuentro bueno repetir algunos conceptos que expuse hace unos años largos en el fallo plenario de la entonces Cámara Nacional de Apelaciones en lo Federal y Contenciosoadministrativo; conceptos que recibieron la adhesión unánime de todos los vocales que en aquella época integraban el Tribunal. Me refiero al fallo dictado en la causa nº 5213 “Insignia Cía. Arg. Seg. Grales. S.A. c/ Martín, Manuel y otros “, del 15 de febrero de 1978. Manifesté en el voto que, como destacó CARAVANTES, con base en las sabias instituciones españolas y en la tradición romanista que las nutre, la llamada “litis-contestación” (concepto que hoy es reemplazado habitualmente por el de “la relación procesal”) constituye el fundamento y principio del juicio, esto es, la columna del proceso y base y piedra angular del juicio (confr. “Tratado Histórico Crítico Filosófico de los Procedimientos Judiciales en la Materia Civil, según la Nueva Ley de Enjuiciamiento”, imprenta de Gaspar y Roig Editores, Madrid 1856, t. II pág. 109). Dicha “litis-contestatio” o “relación procesal”, con prescindencia de situaciones especiales, se integra con los actos fundamentales de la demanda y la contestación, y en tanto el primero de ellos determina la persona llamada a la causa en calidad de demandado, la naturaleza de la pretensión puesta en movimientos y los hechos en que ésta se funda (actual art. 310 CPCC), el segundo delimita el “thema decidendum” y concreta los hechos sobre los que deberá versar la prueba (art. 356 Cód. cit.), quedando de modo precisada la esfera en que habrá de moverse la sentencia (arts. 34 inc. 4º y 163 inc. 6º CPCC, consagratorios del principio de congruencia). El aspecto central de la “contestación a la demanda” es que marca cuáles son los hechos controvertidos y cuáles las defensas obstáculo al progreso de la pretensión de la contraparte y, como consecuencia, establece los aspectos que deben ser materia de prueba y las cuestiones que el juez deberá considerar en su sentencia. La doctrina procesal respalda esa incidencia que en el pleito tiene el responde (confr. H. ALSINA, “Tratado teórico práctico de Derecho Procesal Civil y Comercial”, Bs. As. 1961, 2ª. ed., t. III págs. 173/174; R. REIMUNDIN, “Código Procesal Civil y Comercial de la Nación. Comentarios y Concordancias”, Bs. As. 1970, pág. 615; A.M. MORELLO .M.A. PASSI LANZA G.L. SOSA Y R. BERIZONCE, “Códigos Procesales en lo Civil y Comercial de la provincia de Buenos Aires y de la Nación. Comentados y Anotados”, La Plata 1972, t. IV págs. 429y ss.; J. CUADRADO, “Código Procesal Civil y Comercial de la Nación”, Bs. As. 1970, 2ª. ed., pág. 414; R. Fernández, “Código de Procedimiento Civil Comentado”, Bs. As. 1955, págs. 182/3; L.E. PALACIO, “Manual de Derecho Procesal Civil”, Bs. As., 1ª. ed., pág. 381; C. COLOMBO, III pág. 292; S.C. FASSI, “Código Procesal Civil y Comercial de la Nación. Comentado, Anotado y Concordado”, Bs. As. 1971, t. I, pág. 458, etc.). En suma, los efectos de la contestación a la demanda consisten, básicamente, en fijar en forma definitiva el objeto litigioso, el marco en el que girará la prueba y/o el debate, y las cuestiones que el juez deberá resolver en su fallo (confr. E.M. FALCON, “Código Procesal Civil y Comercial de la Nación. Anotado, Concordado y Comentado”, Bs. As. 1989, t. III pág. 86). Conforme con la materia que informa el responde de AVIANCA es dable admitir que, aunque le asigna otro alcance y discute la legitimación activa del demandante, el socorro aeronáutico prestado quedó reconocido. Y en cuanto a su alcance y a su configuración jurídica como “asistencia”, los términos de la decisión de primera instancia deben ser considerados firmes por la falta de cumplimiento de los recaudos de fundamentación que prevé el art. 265 CPCC. De allí que cuando me refiera a los hechos, que habré de valorarlos para resolver algunos otros temas que están ínsitos en la causa, será no con el objeto de poner en tela de juicio que medió “asistencia aeronáutica”. De tener por cierto que ella existió partirán los análisis que siguen. Sólo agrego, por abundar y a todo evento, que la conversación radial sostenida entre la torre de control de Córdoba y la entrada en ellos de los aviones de CATA y de SOUTHERN WINDS es indiscutible y que la peritación técnica en pilotaje de vuelos incorporada a fs. 647/684 da cuenta, con fundamentación específica en una materia que es normalmente ajena al conocimiento de los jueces y que luce como razonable por su concordancia con otros elementos de prueba, de que la participación del comandante Porchetto fue decisiva para neutralizar el peligro del Boeing 767 de Avianca y dirigirlo hacia un final exitoso. En otras palabras, dicha experticia es seria y convincente (arts. 386 y 477 CPCC) y tiene arraigo suasorio en la conjunción y valoración que realizó de otras constancias de la causa, como ser las cintas magnetofónicas que registran las comunicaciones del 16.8.97 sobre el aeropuerto de Córdoba (confr. fs. 62/73; cintas que fueron suministradas por la Fuerza Aérea Argentina); el informe del comandante Montoya Builes al capitán Valenzuela (ver fs. 46/50, pág. 4), cuya autenticidad fue admitida en el responde; el informe emanado de la División Seguridad Aérea de Avianca (ver fs. 471/479, en esp. fs. 477); y, además, la coincidencia sustancial con el dictamen informativo presentado por el consultor técnico de la actora, señor Alejandro Burello (v. fs. 686/694) y las declaraciones del comandante Montoya al periódico “El tiempo Internacional”, de Bogotá, que tiene una aceptación expresa de lo trascendente que resultó la intervención del actor Porchetto, elemento de convicción por cierto indudable. Todo ese plexo de probanzas y antecedentes, digo por mayor abundamiento, bastan y sobran para tener por cierta la existencia del socorro aéreo prestado y su calificación jurídica como “asistencia aeronáutica”. El experto Racca cumplió bien su cometido y no son argumentos que puedan serle opuestos a su fuerza convictiva los que emanan de una práctica de la ucronía, esto es, de la hipotética situación que se habría producido si no hubieran concurrido determinados hechos y circunstancias. No se trata de intentar ejercicios de imaginación acerca de qué hubiera o no hubiera sucedido si no pasaba o si pasaba tal cosa, porque conjeturas se pueden tejer muchas. Lo que cuenta son los hechos, la realidad, y los hechos y la realidad demuestran por el cúmulo probatorio aportado- que el señor Porchetto en el vuelo de Southern Winds 1508 del mes de agosto de 1957, suministró informaciones y directivas –sobre el inservible en ese momento aeropuerto de Córdoba- a la aeronave Boeing 767 de Avianca decretada en emergencia en su vuelo 087. Y que gracias a esas instrucciones y directivas, sobre la existencia de un aeropuesto que no había sido siquiera pensado pro el comandante Montoya Builes (puesto que no figuraba en las hojas de ruta usuales), el avión colombiano tuvo un feliz aterrizaje sin experimentar el más mínimo daño en los pasajeros, tripulación, instrumental o en la aeronave. Vista la conclusión alcanzada, es pertinente ahora entrar en la calificación jurídica del legitimado activo reclamar el salario de asistencia, problema nuclear también de este proceso: el actor, como comandante que dio todas las instrucciones para superar la emergencia aeronáutica –por sus conocimientos técnicos y experiancia-, reclama el salario para sí; la demandada, que negó tal asistencia, dice que en todo caso le correspondería exclusivamente al “explotador de la aeronave”, según la normativa del art. 179 del Código Aeronáutico. Mi posición no es coincidente con la de ninguna de las partes y pasaré a fundarla después de anotar lo que va en el punto siguiente. X.- La parte actora reclamó, concreta y específicamente, el cobro del salario de “asistencia aeronáutica” por los hechos que han quedado descriptos precedentemente. Dijo también, y trató de probarlo mediante un peritaje psicológico realizado cuatro años y medio desde el aludido episodio, que éste le había causado trastornos en esa esfera de la personalidad (confr. dictamen de la licenciada Silvina María Cursaro, fs. 622/640 vta.), mas este argüido daño no fue objeto de una reclamación resarcitoria sino que formó parte de los antecedentes ponderables para la fijación del indicado salario. Esto es claro, y ambas partes están de acuerdo en que tales fueron los términos de la relación procesal: asistencia y reclamo del salario por una parte, y negación de la asistencia, o a todo evento falta de legitimación activa del demandante por no ser el “explotador” de la asistidora, por la otra. Y tanto el señor Porchetto como Avianca critican que el Juez se apartara de los referidos términos de la relación procesal y, en vez de pronunciarse sobre el salario (después de reconocer la realidad de la “asistencia”), condenara a la compañía de aviación colombiana a indemnizar al contrario el daño psicológico (que puede ser “daño económico” y “daño moral” a la vez, o uno de esos dos daños solamente). Habría mediado en la sentencia una transmutación del objeto de la demanda: de cobro de salario de asistencia a condena por resarcimiento del daño mencionado. Los planteamientos de ambas litigantes llevan la razón. El señor Magistrado trocó la pretensión y no condenó por el hecho demandado (cuya existencia aceptó) sino por otro USO OFICIAL Poder Judicial de la Nación (daños) que nunca fue materia de reclamo. No ha existido en el fallo de primera instancia respeto por el principio de congruencia (arts. 34, inc. 4º y 161, inc. 6º, del Código Procesal) y ello afecta –en ese aspecto- la validez de lo resuelto. Porque es condición de validez de las sentencias judiciales dar o negar lo pedido y no mutar lo solicitado por un concepto enteramente distinto y que no puede justificarse con el llamado al proloquio iura uria novit. No autoriza éste a apartarse de una directiva esencial del Código de rito, ligado estrechamente a las garantías constitucionales de la defensa en juicio y del debido proceso, como es la que expresa que es un deber de los jueces “Fundar toda sentencia definitiva o interlocutoria, bajo pena de nulidad, respetando la jerarquía de las normas vigentes y el principio de congruencia" (art. 34, punto 4, CPCC). Y dicho principio está conceptualizado en el art. 163, inc. 6º, del citado Código al establecer que la sentencia definitiva deberá contener: “La decisión expresa y positiva, de conformidad con las pretensiones deducidas en el juicio, calificadas según correspondiere por ley ...”. Lo resuelto, en esta parte de la problemática, adolece de nulidad y así debe ser declarado. Teniendo en cuenta, empero, que las dos partes coinciden en que el pronunciamiento recurrido adolece de incongruencia y que, al propio tiempo, mantienen todos los planteos formulados en la instancia anterior, es pertinente que esta Sala entre a tratar los aspectos que se hallan pendientes de decisión expresa y positiva pues la posición de las litigantes en esta instancia encuadra, sin esfuerzo, en la situación que contempla el art. 278 CPCC.; máxime que no se observan vicios de procedimiento, ni han sido invocados, que puedan afectar derechos y garantías constitucionales (arg. art. 253 CPCC). XI.- En torno al derecho del actor a reclamar salario de asistencia por la asistencia “intelectual” prestada, fruto de sus conocimientos y experiencias y no del accionar de la aeronave de Southern Winds, la solución deberá ser buscada en las cuatro normas específicas del Código Aeronáutico –que transcribiré por su brevedad y porque clarifican la cuestiónsiguientes: a) art. 2: Si una cuestión no estuviese prevista en este Código, se resolverá por los principios generales del derecho aeronáutico y por los usos y costumbres de la actividad aérea; y si aún la solución fuese dudosa, por las leyes análogas o por los principios generales del derecho común, teniendo en cuenta las circunstancias del caso. TÍTULO VIII: BÚSQUEDA, ASISTENCIA Y SALVAMENTO b)art.179: Los explotadores de las aeronaves que hayan prestado asistencia a otra, o que hayan colaborado en la búsqueda de que trata el artículo 175, o que hayan salvado a alguna persona, tendrán derecho a ser indemnizados por los gastos y daños emergentes de la operación o producidos como consecuencia directa de ésta. Las indemnizaciones estarán a cargo del explotador de la aeronave socorrida y no podrán exceder, en conjunto, el valor que tenía la aeronave antes de producirse el hecho. c)art. 180: Los explotadores de las aeronaves que hayan salvado bienes tendrán derecho a una remuneración que será pagada teniendo en cuenta los riesgos corridos, los gastos y averías sufridas por el salvador, las dificultades del salvamento, el peligro corrido por el socorrido y el valor de los bienes salvados. La remuneración, que en ningún caso podrá ser superior al valor de los bienes salvados estará a cargo de los propietarios de éstos en proporción al valor de los mismos y el salvador podrá reclamarla directamente del explotador de la nave socorrida o a cada uno de los propietarios de los bienes salvados. d)art. 184: Las disposiciones del presente título serán de aplicación en los casos de búsqueda, asistencia y salvamento de aeronaves realizados por medios terrestres o marítimos. Con apoyo en el art. 184 y las remisiones del art. 2 C.Aer, el comandante Marcelo Patricio Porchetto sostiene ser el acreedor a la recompensa o remuneración por la asistencia, en tanto que Avianca apoyándose en el texto literal del art. 179 estima que aquella recompensa o remuneración no le corresponde a la tripulación de la aeronave que dio el socorro sino sólo al “explotador” de dicha aeronave. Como ya adelanté hace algunos párrafos juzgo que las dos posiciones son extremas que no contemplan una intermedia que tiene apoyo jurídico de sobra y que es la que consagra la solución más valiosa desde el punto de vista de una hermenéutica normativa en tanto procura hacer resplandecer el objeto del Derecho, que no es otro que la Justicia, la propia cosa justa (“ipsa rei justa”) en la escolástica tomista). Asimismo, según mi criterio, esa solución es la que mejor se adecua a la finalidad del salario o remuneración de la asistencia: ser un estímulo cierto para que las personas (no se puede estimular a las cosas materiales) estén bien predispuestas a colaborar en los socorros aeronáuticos, tal como sucede –y por las mismas razones- con las tareas de asistencia y salvataje en el terreno marítimo-fluvial. Acerca de este último aspecto, tanto el ordenamiento jurídico positivo nacional e internacional en materia de derecho de la navegación y del derecho aeronáutico procuran por dos caminos diferentes fomentar que los buques o los aviones –que están en cuanto a su conducción confiados a personas físicas, dotadas de facultades racionales que las cosas no poseen obviamente- sean proclives y no reticentes a la hora de presentarse una situación de emergencia en el mar o en el aire (o en tierra si la aeronave debió efectuar un aterrizaje forzado o sufrió un accidente que produjo su caída). Una primera vía empleada con esos fines está representada por las disposiciones que establecen la obligación de prestar el socorro (búsqueda, asistencia y salvamento) y que sancionan la inobservancia de ese deber jurídico de tanta importancia en el orden a resguardar vidas humanas y elementos tan valiosos económicamente como son un buque o una aeronave. La segunda, consiste en dar un incentivo patrimonial al “auxiliador”, de manera de que por la recompensa legalmente prevista se encuentre bien predispuesto a colaborar en las situaciones de emergencia en medios tan particulares como son los atinentes a los buques y las aeronaves. En el orden precisado, dentro de la primera vía en materia de aeronavegación, el respectivo Código dispone: a) Art. 175: Los explotadores y comandantes de aeronaves están obligados en la medida de sus posibilidades, a prestar colaboración en la búsqueda de aeronaves, a requerimiento de la autoridad aeronáutica. b) Art. 176: El comandante de una aeronave está obligado a prestar los siguientes socorros: 1 – Asistencia a otras aeronaves que se encuentren en situación de peligro; 2 – Salvamento de personas que se encuentren a bordo de aeronaves en peligro. y c) art. 224: Será reprimido con prisión de 3 meses a 1 año el que no cumpliese con las obligaciones prescriptas en el art. 176 de este Código (toda condena mayor de seis meses de prisión irá acompañada de inhabilitación por un plazo de 1 a 4 años, a partir del cumplimiento de la pena, para ejercer la función aeronáutica para la que el reo se encuentre habilitado –art. 225 C.Aer.-). En la segunda vía (incentivación económico- patrimonial y resarcimiento de todos los gastos), quedó escrito que los arts. 179 y 180 del Cód. Aer., como también su art. 184 relativamente a los socorros por medios terrestres y marítimos, disponen, por un lado, el reembolso de todos los gastos que la “asistencia” le demandara a la aeronave y la indemnización de los daños experimentados por causa de ella; y, para el supuesto de “salvamento”, a su vez, el Código prevé –a más resarcimiento de los daños- una remuneración que será pagada por el explotador de la nave ya alcanzada por el percance o siniestro que se tradujo en la postergación o imposibilidad de volar. Ante los textos normativos transcriptos y los fines perseguidos en orden a la incentivación del socorro aeronáutico, cabe preguntarse ¿se impone una exégesis apegada a la letra de la ley? ¿es contrario al ordenamiento jurídico interpretar la ley, por sobre su estructura meramente literal o semántica, conforme con su finalidad? ¿Asiste razón a la demandada en cuanto sostiene que el salario de asistencia sólo está previsto para el explotador de la aeronave? O bien ¿la razón está de parte del actor por haber prestado un socorro “intelectual”, propio, personal, directo y exclusivo? Juzgo que la solución legal, rectamente interpretada y que conduzca a un resultado que no se desentienda del valor de la justicia, impone un alcance distinto al que las partes han dado en sus respectivas posiciones. Trataré de demostrarlo. XI.- La exégesis de las leyes que hace del apego al prurito semántico el mejor método de interpretación, en la doctrina ius-filosófica contemporánea, es posible el más desprestigiado, al punto tal que la máxima romanista “ubi lex nos distinguit, nec nostrus est distinguere” (o “nec nos distinguere debemus”) es considerada un arcaísmo jurídico. Pues es claro que la ley se expresa empleando conceptos, palabras, y en infinidad de casos éstas son ambiguas y toleran más de un sentido. A lo que se añade la falta de formación de los legisladores en la gramática y en el uso correcto de la lengua. Podría dar mil ejemplos al respecto, pero me referiré a uno solo, emanado nada menos de que de un caracterizado USO OFICIAL Poder Judicial de la Nación profesor del Derecho Civil: el doctor Guillermo A. BORDA, En efecto, cuando redactó la reforma del Código Civil (valiosa por cierto en muchos campos), al referirse a la “interpelación” (o constitución en mora, impropiamente utilizado aquí en concepto) le atribuyó por una única vez el carácter de elemento “interruptivo” de la prescripción en la segunda parte del art. 3986 del Código Civil. Y empleó mal la idea y la expresó mal, porque en realidad lo que hace la interpelación es “suspender” la prescripción por un año por una única vez. Y al ser advertido por las críticas de otros juristas, se debió dictar la ley de fe de erratas 17.940 reemplazando “interrupción” por “suspensión”. Si un maestro de la talla de BORDA puede equivocarse en su específico metier, hasta qué punto lo harán senadores y diputados que no disponen ni siquiera del título secundario. Entonces, salvo que la norma se exprese con la absoluta claridad –y mantenga armonía con el resto del ordenamiento jurídico positivo y los grandes principios generales del derecho-, es legítimo atenerse a las palabras de la ley. Pero es mucho más inteligente y jurídico, desde todo punto de vista, poner el acento en la interpretación en la finalidad de la ley, porque es por este camino que se puede hacer respetar más adecuadamente la voluntad del legislador (cumpliendo la finalidad de la norma, aunque se amolden los conceptos). Y aunque se repita una y mil veces que la primera fuente de interpretación son las palabras de la ley este principio es decididamente un retroceso o un parate en la evolución del derecho y su hermenéutica sana y progresista. Al latinazo citado se le opone, en cientos de casos, el proloquio “ubi eadem est legis ratio ibi eadem est legis dispositio” (Allí donde existe las misma razón de la ley –pese a sus palabras ambiguas o imperfectas, agrego- existe la misma aplicación de esta ley) y, asimismo, el que reza “placuit in omnibus rebus praecipuam esse justitiae aequitatisque, quam stricti iuris rationen” (Codex, 3’, 1”, 8), esto es, en traducción más o menos libre: “Ha parecido bien que en todas las cuestiones prevaleciera el criterio de justicia y equidad, sobre el derecho estricto”; palabras que consigna el insigne D.VÉLEZ SARSFIELS en la nota a los arts. 2567/2570 Cód.Civ.: “La equidad es la que debe presidir la resolución de los jueces”. Equidad que no consiste en una simple apreciación “bondadosa” de la justicia, sino la corrección de la justicia legal por razones estrictamente objetivas cuando la ley –por razón de estar concebida en términos generales- no contempla determinada situación, que el legislador hubiera resuelto en un modo distinto al de la ley general si la hubiera tenido presente. Trátase, en pocas palabras, de un feliz correctivo de la “justicia legal” para hacer cumplir el fin de justicia que debe inspirar al legislador: consagrar una solución justa. Mas no “justa” en el limbo de los conceptos abstractos relativizados sino la cosa justa concreta, la ipsa rei justa (la misma cosa justa). Porque el derecho, en definitiva, no es algo distinto en el objeto de la justicia. Y es sabido, según reiterada jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia, que para plasmar una solución justa en una controversia los principios deben ser aplicados con prudencia y atendiendo a los matices particulares de la realidad en juzgamiento, pues de no proceder el juez de esa manera se puede transformar en el vehículo mismo de la injusticia al marginar de su valoración racional el fin, causa u objeto de la ley, que es lo más propiamente jurídico de ella. No puede el juez, o mejor dicho, no debe el juez ensombrecer el resultado justo en un conflicto por excesos rituales o apegos al prurito semántico, según la expresión que empleaba el maestro doctor Marco Aurelio RISOLÍA como juez de la Corte Suprema. Porque ha dicho ésta, en numerosas oportunidades, que es deber de los jueces hacer prevalecer la justicia y que nada excusa su indiferencia ante ella (confr. Fallos: 293: 401; 295: 157, 316, 961, entre muchos otros). Por otra parte, el concepto de “equidad” –entendido como lo justo del caso o la concreción real y efectiva de la justicia, no es ajeno a las reglas interpretativas de los contratos (art. 218, inc. 3º, del Cód. de Comercio). Y es el mismo artículo 218 –que trasciende el ámbito del derecho comercial para erigirse en directiva de validez general en materia interpretativa el que en diversas situaciones dispone la prescindencia de las palabras y la puesta de la atención en otras circunstancias que más convengan al contrato. En síntesis, conforme con mi criterio, la principal fuente de inspiración para la correcta hermenéutica de la ley es asegurar el resultado de su finalidad, por sobre posibles (y frecuentes) imperfecciones técnicas de su instrumentación legal; resultado que será tanto más acertado cuanto más la guía de la interpretación sea el fruto de la interpretación misma. La valiosidad del resultado de la interpretación es indicio de buen camino. De tal manera, la hermenéutica legal debe procurar –inclusive más allá o más acá de la letra de la ley o de las imperfecciones de la instrumentación legal- asegurar los fines tenidos en cuenta por el legislador (porque en un régimen republicano que funciona sanamente y no de un modo enfermizo los legisladores son la expresión de la ciudadanía) y asegurar dichos fines en un caso concreto mediante una solución que respete las exigencias de la justicia en ese preciso y mismo caso concreto (que esto, y no otra cosa, es la equidad: la justicia del caso). No se puede seguir repitiendo, sin someterlos a una meditación crítica profunda, clisés sobre interpretación de la ley que no resisten un análisis serio. Así, por ejemplo, repetir que la imprevisión o cualquier otro desaguisado “no se presume en el legislador” es desconocer la realidad y vivir por los cerro de Ubeda ¿acaso la maraña legislativa y reglamentaria vinculada con el proceso de consolidación de deudas y con las obligaciones en divisas que fueron “pesificadas” no es la mejor demostración de que se improvisó y se legisló mal introduciendo un factor de inseguridad jurídica cuyo resultado fueron miles y miles de juicios? Para quien se interesa por el Derecho, y por uno de sus problemas centrales como lo es el de la interpretación de la ley, la lectura de los principios jurisprudenciales que se repiten en Fallos y Repertorios (y se repiten sin someterlos al tamiz de la sana crítica) revela que muchos de ellos son generalidades inútiles, o principios desencarnados de la realidad y ¿por qué no decirlo? simples “boutades” vestidas con ropaje expresivo monacal, sacramental, hierático. Mas, vuelvo al tema que interesa directamente después de asentar lo dicho en los párrafos precedentes, que me tenía atragantado desde hace tiempo. Los jueces, que sólo podemos y debemos hablar por las sentencias, no tenemos vedado expresar nuestra “conciencia dolorosa activa” según escribía el filósofo Nimio de Anquín (que sería el modo elegante de mencionar, según el Rev, Padre Leonardo Castellani, al “derecho al pataleo”, de gran valor psicoterapéutico). Las manifestaciones que anteceden, a más de descarga psicológica desestresante, no están descolgadas y tiene –como se verá- relación directa e inmediata con la solución del caso bajo examen. XII.- La compañía aérea de Colombia (AVIANCA) sostiene desde el inicio, con ahínco, que el salario de asistencia aeronáutico le corresponde exclusivamente al explotador de la aeronave (es decir, nada para la tripulación, aunque haya sido la habilidad o pericia de sus miembros y del comandante los autores reales de la asistencia). Y afirma esa posición , llamésmola “restrictiva”, aferrándose a la literalidad de los términos usados en la redacción de los arts. 179 y 180 Cód. Aer., en tanto sólo mencionan al “explotador de la aeronave” que participó en la asistencia o en el salvamento y no alude ni siquiera tangencialmente al comandante o a la tripulación de la aeronave asistente o salvadora. (Aclaro que, como una sentencia no tiene por qué coincidir con una monografía, y aunque estoy perfectamente en condiciones de redactar ésta, voy a omitir por respeto al nivel de especialización de letrados y perito de hacer disquisiciones para explicar cuáles son las características de los socorros aéreos: búsqueda, asistencia y salvamento). En autos las partes están de acuerdo en que la figura en debate es la “asistencia”. Intenta explicar la compañía aérea colombiana que son muy distintos los ámbitos aéreos y del agua y que, por consiguiente, las soluciones consagradas en la navegación marítima o fluvial no son trasladables al transporte aeronáutico (y sus contingencias). Y como el derecho aeronáutico constituiría un todo armónico, autosuficiente en lo por él reglado, el tema de la asistencia demandada debe ser juzgado según las normas específicas de la aeronavegación, sin que se puedan aplicar analógicamente las soluciones normativas previstas por la Ley de la Navegación, no trasladables al mundo de la aeronáutica. Mas, aunque la parte demandada se extienda en esas explicaciones –que bien leídas y meditadas no pasan de un relleno de aparente fundamentación (algo así como un condimento gastronómico para una comida frugal)-, lo real y cierto, lo definitivo, la sustancia de su planeamiento, es que los arts. 179 y 180 C.Aer., sólo aluden al “explotador de aeronaves” (diferentemente con lo que ocurre en el campo de la Ley 20.094). Y como las citadas normas sólo hacen referencia al “explotador de aeronave”, nada justifica prescindir de los claros textos legales. En otros términos, la esencia de la defensa es el apego estricto a la letra de los arts. 179 y 180. La defensa es la ley literalmente interpretada y aplicada. Acá juegan las palabras bíblicas al revés: el espíritu mata, la letra vivifica (S.Pablo, 2ª. Corintios 3:6). Se niega el USO OFICIAL Poder Judicial de la Nación derecho a un salario o recompensa por la “asistencia” al comandante de la aeronave, señor Marcelo Patricio Porchetto (autor intelectual de las instrucciones que permitieron salvar a la aeronave de AVIANCA mediante una “asistencia” eficaz y oportuna), porque los arts. 179 y 180 C.Aer. no lo menciona como posible titular de un crédito. Bien remarcado ese extremo, veamos que en la contestación a la demanda (confr. fs. 190/195), el representante de la línea aérea extranjera –tras resumir sucintamente los hechosse refiere a su configuración jurídica (fs. 191, punto V) y califica al suceso como “un supuesto similar al de la asistencia”, comprendida en la figura genérica del socorro (agrego: junto con la “búsqueda de sobrevivientes” y el “salvamento”). Textualmente manifiesta a fs. 191 vta.: “En la especie la aeronave asistida de Avianca se encontraba en pleno vuelo, y recibió información suministrada por la aeronave de Southern Winds, que constituyó una ayuda que le permitió resolver adecuadamente la alternativa del aeropuerto de Córdoba de modo que aun en sus grandes rasgos, puede entenderse que es aplicable al caso el régimen instituido por la asistencia dentro del Código Aeronáutico Argentino” (el subrayado me pertenece). Expone a continuación la demandada por qué no serían aplicables al derecho aeronáutico, por vía de integración analógica (art. 2 Cód. cit.), las normas que regulan la asistencia en el mar o río (confr. fs. 192 vta.) y manifiesta que los institutos han merecido un tratamiento diferenciado “con motivo de los rasgos peculiares que corresponden a la actividad aeronáutica en relación a la navegación por agua (¿?) y a ello añade a fs. 193, Cap.VI. “El titular de la acción por daños”, el texto que sigue: “De acuerdo a lo dispuesto por los arts. 170 y 180 “nuestro Código Aeronáutico dispone sin ambigüedades “que son los explotadores de las aeronaves los que “tienen derecho a remuneración a propósito de la “operación de asistencia…” Critica la accionada, seguidamente, el dictamen preparado por el doctor F. Videla Escalada para este juicio específicamente y contrapone su opinión con la que el distinguido tratadista – un hombre bueno, recto, sabio, afable, querido y extrañado por todos quienes lo conocimos y tratamos- expuso en su libro “Derecho Aeronáutico”, t.IV-A, pág.103, donde -tras una explicación genérica y muy poco convincente de las diferentes asistencias (marítima y aeronáutica)- enseña que “es justo que”, en el ámbito de esta disciplina jurídica, la titularidad del derecho a indemnización y retribución corresponde al explotador de la aeronave” (confr. fs. 194). Y, termino esta reseña, puntualizando que en el Cap. VI de fs. 194/195 AVIANCA afirma: “En suma, el comandante manteniendo su programa originario cumplió con la obligación legal de asistencia suministrando una información para asistir a la aeronave de Avianca…”, y agrega brevemente que el reclamo carece de sustento pues el art. 179 CAER habla de “Indemnización y resarcimiento de gastos y daños directos”, factores que no alcanzaron al actor. Apunto que la co-demandada “Wilmington Trust Company Trustee” adhirió al escrito de AVIANCA afirmando la improcedencia de la acción por no haber sido entablada por el explotador de la aeronave, por lo que es inaplicable el art. 179 C.Aer. (confr. fs. 201). En el alegato de fs. 805/809 vta., la empresa “Aerovías Nacionales Colombianas” (AVIANCA) reiteró su posición inicial, quizás de un modo más categórico: “Ambas partes están contestes,que los acontecimientos materia de esta controversia cabe calificarlos como supuesto de “asistencia”…” (fs. 806, Cap. III, primer párrafo). Reconoce, seguidamente, la incidencia del derecho marítimo sobre el aeronáutico, pero agrega que aquí “el hecho técnico” ha gravitado de manera esencial en muchos institutos propios de la aeronavegación, inspirados en regulaciones autónomas. (Lo real es que el único “hecho técnico” que es mencionado – como fuente de dos ordenamientos jurídicos donde no jugaría el régimen general de la aplicación de las leyes y principios análogos- es que el capitán del buque tiene mayores facultades –atribuciones y obligaciones- que el comandante de la aeronave sometido a las instrucciones del “explotador” y en contacto con la torre de control de los aeropuertos y que en las asistencias las aeronaves mantienen su plan de vuelo sin consumo de combustible adicional). La puerilidad del argumento es asombrosa. Si para prestar una asistencia aeronáutica (a la que legalmente están obligados tanto el explotador de la aeronave como el comandante –art. 175, Cód. Aer.-), la aeronave debe desviar su rumbo y acompañar a la averiada y en peligro, “aguantarla” en la demora por imposibilidad de descenso y en contingencias similares (como ser el auxilio por instrumental sano de la que asiste para reemplazar instrumental averiado de la asistida, etc.), el cumplimiento de ese deber legal que, por el hecho natural y ordinario de las cosas- es decidido y prestado por el comandante y no por el explotador que está a diez mil kilómetros de distancia e ignora detalles de relevancia- exigirá, naturalmente en la medidas de las posibilidades como reza el citado artículo 179, alterar el plan de vuelo y utilizar combustible más allá de lo previsto. A lo que es pertinente agregar que no es exacto que el comandante de la aeronave esté constreñido a seguir las instrucciones del explotador extranjero (por lo general, insuficientemente informado de los detalles de la asistencia), porque él es el que debe decidir –con los auxilios técnicos de su instrumental y el proporcionado por las torres de control en tierra-, cuáles son las medidas apropiadas para dar “asistencia” a una aeronave en vuelo que declarada en emergencia la solicita. Podrán variar el medio (agua-aire), “el instrumento (buque-aeronave), el director de la asistencia (capitàn del buque-comandante de la aeronave)”, pero coinciden situaciones del mar y del aire decisivas: un buque en emergencia –situación de peligro- solicita auxilio (asistencia) y todo buque que se encuentre en las cercanías debe ir a prestarle la ayuda para salvar al navío (debe ir a asistirlo). Quien adopta las medidas concretas para socorrer y decide la oportunidad para hacerlo es el capitán del buque asistidor, quien dirige toda la operación técnica corriendo, muchas veces, serio peligro su propio navío. Cuando el capitán cumple su obligación de prestar “asistencia”, observando un mandato legal y por sobre todo un deber moral, nada pueden decir el propietario, el armador, el asegurador o el transportista. Se alargue o no el viaje (y lo normal es que esto suceda en las asistencias en el medio acuático, con malos tiempos) y digan lo que dijeran los explotadores económicos del buque, éste responderá exclusivamente a las órdenes del capitán. Y así sucede, exactamente igual, en el transporte aeronáutico: cuando el comandante de la aeronave debe socorrer por así ordenarlo el art. 179 C.Aer., bajo amenaza de pena de prisión e inhabilitación, no hay disposición admisible del explotador que pueda frustrar la asistencia por aire debida (cuyas maniobras corren, como en el derecho marítimo, por cuenta del comandante).Porque una contraorden para que el comandante suspenda la asistencia es susceptible de terminar en una tragedia aérea imperdonable. Y de ella deberá responder el explotador. En un esquema realista: a) en el der. marítimo, cuando un navío pide asistencia es obligación del capitán de otro buque situado en las cercanías prestarle todos los medios a su alcance para afrontar el peligro, para asistirlo hasta que la emergencia quede superada (y no hay armador, propietario, transportista, que esté legalmente habilitado para detener la “asistencia” o tan siquiera acotarla temporalmente, por la razón que fuera); y b) en el der. Aeronáutico nada esencial cambia: requerida la asistencia en vuelo por una aeronave “en emergencia”, el comandante y el explotador de la aeronave cercana deben acudir inmediatamente en su socorro, corriendo por cuenta del comandante la adopción de las medidas necesarias para que el adecuado servicio asistencial llegue a un final exitoso. No puede el explotador, propietario o locatario de la aeronave que asiste interferir en las maniobras del comandante, en tanto éste es el jefe y el técnico por excelencia (dotado de conocimientos especializados y por lo común de una experiencia para nada desdeñable) ¿Es que, acaso, puede suponerse siquiera que el explotador del avión –en un caso como el de autos, en el que está situado en la otra punta del continente hispano-lusitano- pueda él dar instrucciones al comandante acerca de cómo tiene que realizar las maniobras adecuadas para el buen socorro aeronáutico? ¿Y el comandante está obligado a seguir tales directivas o debe aplicar, en tanto jefe a cargo de la máquina y técnico en navegación aérea, su criterio para coronar la “asistencia” con éxito? ¿Acaso el “explotador” de la aeronave, que puede ser un simple empresario que no voló nunca o no tiene idea de cómo se elige un aeropuerto de alternativa en situación de emergencia, puede ser el que defina cuál debe ser la conducta del comandante ante una “asistencia” requerida? ¿Conocía por ventura el “explotador” de Colombia que el aeropuerto de La Rioja –que no figura en los manuales en uso- era el más apropiado en el caso, por su cercanía, por tener la pista preparada para aviones Boeing 767 y por contar con el ILS? Juzgo incuestionable, obrando con sinceridad y rectitud de juicio, que el transportista por agua o el “explotador” aéreo –que ponen sus bienes al servicio de la asistencia y esto es un extremo a valorar- no son quienes realizan técnicamente las maniobras requeridas por el socorro marítimo o el aéreo. Son el capitán del buque o su plantel de oficiales o es el comandante del avión y sus colaboradores quienes llevan a cabo, de modo real, efectivo, concreto, el trabajo propio de la asistencia. Armador o propietario del buque o de la aeronave, USO OFICIAL Poder Judicial de la Nación o quien tiene su explotación comercial (o aun su simple uso sin fines de lucro) son contribuyentes a las tareas de asistencia y salvamento por colocar sus valiosos bienes al servicio de ese auxilio (su inversión de capital). Es el capitán o el comandante (y la tripulación) quien pone su trabajo intelectual y físico, y corre en muchas ocasiones con riesgos de extrema peligrosidad, para obtener el resultado “útil”: evitar que el navío pase de la “emergencia” al estado de siniestro. Así las cosas, entre el instituto de la “asistencia” marítima y el instituto de la “asistencia” aérea no hay diferencias sustanciales: en los dos casos hay un bien de significativo valor (extremo no indispensable, pues la asistencia puede ser prestada por un remolcador amortizado y en situación de pasar a desguace) que cumple sus tareas de transporte habituales u otras que hacen a su actividad normal (v.gr. pesca, inspecciones, etc.); ese bien (aeronave o buque) recibe el requerimiento de “asistencia” de otra aeronave o de otro buque que se halla en situación de riesgo cierto o peligro; por deber moral y por disposición legal, el capitán y el comandante están constreñidos a abandonar temporariamente sus labores cotidianas para dedicarse, ante todo, a asistir al navío o avión “en emergencia”; esos trabajos para socorrer al necesitado (maniobras, gestiones, comunicaciones, intercambio de criterios, etc.) están, en los hechos, a cargo del capitán del buque o del comandante aéreo; y el socorro dado puede culminar finalmente con éxito o sin él. La tarea prestada por el navío o la aeronave en proporcionar “asistencia” al navío o aeronave en emergencia o peligro recibe, tanto en el derecho de la navegación por agua como en el derecho aéreo la designación de “asistencia”. Designación ésa que es enteramente apropiada en el caso, toda vez que el auxilio brindado por el comandante Porchetto, de Southern Winds, fue provisto a una aeronave que se hallaba en las condiciones caracterizantes del instituto: a) concurrencia de riesgo cierto o peligro de pérdida de la aeronave y de sus ocupantes; b) concurrencia de voluntades en requerir y dar la asistencia; c) voluntad de asistir y ser asistido; y d) resultado útil en tanto la aeronave, su tripulación, sus pasajeros y su carga aterrizaron si daño alguno en el aeropuerto alternativo que sugirió el comandante Marcelo Patricio Porchetto. Las explicaciones que se han aportado a la causa para justificar una necesaria diferencia de regímenes en aquellos derechos son de una puerilidad asombrosa. Se menciona el distinto “hecho técnico”, los “menores poderes del comandante” y otras vaguedades genéricas por el estilo. Un fundamento serio, racional, inteligente y adecuado a la realidad – según mi opinión- brilla por su ausencia. A fs. 808 transcribe la demandada un párrafo del doctor Federico VIDELA ESCALADA -un maestro sabio, prudente afable y querido por todos los que tuvimos el honor y el placer de conocerlo y tratarlo con alguna asiduidad- en el que intenta expresar por qué los regímenes del derecho de la navegación marítima y de la aérea habrían de ser diferentes (a la hora de fijar el titular del derecho derivado del socorro aeronáutico) y, en verdad, sólo atina a dar una frase y sin mayor convencimiento: “... quizás por causa de la diferente naturaleza jurídica de las figuras de capitán del buque y del comandante de la aeronave” (es ciertamente obvio que podrán no caracterizarse capitán y comandante en forma exactamente igual, pero eso no tiene nada que ver con el trabajo y la colaboración de asistencia a un buque o a una aeronave “en emergencia” que pide socorro; tareas en las que, precisamente, las labores y su finalidad los equipara en toda su plenitud). Y añadir que podría justificarse el diferente tratamiento de capitán y comandante por los mayores poderes que tiene el primero es hablar de una situación irrelevante, puesto que –con mayores poderes o sin ellos- capitán y comandante cuando prestan una asistencia dirigen sus móviles, aceptan el pedido de socorro, concurren a prestarlo y se ponen al servicio del asistido, y ambos dos (capitán y comandante) están expuestos a correr sus propios riesgos y a acertar o no en las maniobras adecuadas para arribar a un final coronado por el éxito o castigado por el fracaso. Mirada la realidad tal como es, y no a través de la norma (en cuya redacción no fueron ajenos los intereses económicos de los empresarios aeronáuticos), se percibe con toda claridad que las “grandes diferencias” entre mar y agua –a los fines que aquí interesan- no son más que una construcción carente de cimientos, una vaguedad “vestida ornamentalmente”, “flatus vocis”. Sea por agua o ya fuere por aire, las notas que tipifican la “asistencia” –aunque el modo de lograrla es distinto- son exactamente las mismas. Y es obvio que, para dar asistencia a un buque o aeronave “en situación de peligro real” o “en emergencia”, son partes indispensables –entiéndase bien: indispensables- tanto el buque asistente como la aeronave que interviene en el socorro, pero también lo son –y con singular intensidad porque las cosas inertes no se mueven sino por la intervención humana directa o técnica- el capitán del buque y el comandante de la aeronave auxiliada. No hay asistencia posible sin la participación de elementos materiales (buque, aeronave e inclusive medios terrestres –art. 184 C.Aer.), cuya disponibilidad jurídica corre por cuenta del armador o del propietario o del transportista, y del componente humano consistente en el capitán, comandante, práctico, personal de remolcadores, asistencia por médicos, entre otros. Y esa coparticipación en los socorros por agua o por aire se da necesaria e inevitablemente. Esa es la realidad y no hay nada más tozudo que la realidad. Contra ella se estrellan argumentos que, con fundamentación más aparente que real y por más que parezcan prima facie seductores, no puede torcer lo que es (la única verdad es la realidad, enseñó ARISTÓTELES, frase que caló hondo en la política nacional). Pues bien, el derecho de la navegación por agua atendió a esa realidad insoslayable y, al tiempo de legislar sobre las consecuencias de una operación de socorro (asistencia o salvamento), tuvo en cuenta los dos elementos indispensables para su concreción: el material y el humano. Y cuando debió, para fomentar la colaboración en el mar, establecer incentivos económicos, dispuso la ley 20.094 una remuneración o compensación o salario de asistencia, a dividir entre armador, capitán y tripulación. No voy a reproducir sus textos, por todos conocidos, ni efectuar un catálogo de citas de doctrina y jurisprudencia sobre el derecho del capitán, la tripulación y cualquier otra persona que haya concurrido a la “asistencia” marítima, a ser retribuidos según las particularidades propias de cada caso y que, en líneas generales, la Ley de la Navegación determina. Nadie discute en el derecho marítimo, que en buena medida es el padre del derecho aeronáutico en un conjunto de institutos comunes (como la asistencia y el salvamento, por ejemplo), que el armador o explotador del buque asistente tiene derecho a una contribución por la “asistencia” (porque son bienes los que se ponen a disposición del buque asistido para que se cumpla el socorro). Pero tampoco nadie cuestiona, y así lo demuestran los Códigos de la materia y una serie de proyectos y convenios internacionales, que en tanto parte indispensable y singularmente trascendente el capitán del buque, la tripulación y también personas que no forman parte de ella pero que colaboraron en las arduas tareas encomendadas son acreedores a una recompensa, comúnmente designada como “salario de asistencia”. Es que, poniendo el armador/explotador parte de sus bienes para que se cumpla el auxilio y poniendo el capitán/comandante todos sus conocimientos y experiencia al servicio de la asistencia a una nave o una aeronave “en emergencia” (peligro cierto o probable de daños), es razonable y justo llegar en ambas disciplinas jurídicas a la misma solución, sea cual fuera el texto legal en su desnuda literalidad. Porque, si bien se mira, el art. 179 prevé la asistencia y el derecho del explotador de la aeronave que proporciona el socorro, pero no prohibe que participen en el respectivo salario a quienes sí han participado –y de modo principalísimo- en dar el auxilio y coronarlo con el éxito. ¿Acaso el explotador de AVIANCA hubiera podido, por las circunstancias de lugar, tiempo y modo prestar algún tipo de asistencia en el aeropuerto de Córdoba?. Es evidente que no, que nada habría podido realizar sin la intervención calificada y meritoria del comandante Marcelo Patricio Porchetto, que vivió toda la situación “de emergencia”, acompañó al Boeing 767 en peligro, le dio datos valiosísimos para evitarle una catástrofe y finalmente cumplió su obligación moral y legal. Entonces, un principio elemental de justicia –cuya savia vivifica al ordenamiento jurídico positivo (sin la justicia el derecho no sería más que la imposición del fuerte sobre el débil, una despreciable tiranía normativa)- impone que los dos participantes de la “asistencia aeronáutica” estén, como dice el sabio dicho popular: “a las duras y a las maduras”. El explotador participa indirectamente pero exponiendo sus bienes (aeronave, instrumental, titularidad de la línea de aviación, etc.) en la asistencia; el comandante y sus auxiliares, según los casos, intervienen directamente en el socorro –ejecutan el socorro- y de su razón, de su seguridad y de su experiencia depende en gran medida la culminación de la colaboración requerida por la aeronave en peligro y proporcionada por las personas físicas aludidas. Juega aquí el principio romanista antes citado: “ubi eadem est legis ratio, ibi eadem est legis dispositio”. Y proyecta a su fuerza mandato el otro proloquio latino que mencioné antes: “Placuit in ómnibus rebus praecipuam esse iustitiae aequitatisque, quan stricti iuris rationen” (confr. Codex, 3, 1, 8). En función de los antecedentes o reflexiones previas, juzgo que la legislación USO OFICIAL Poder Judicial de la Nación aeronáutica menciona la “explotador” de la aeronave, pero nada dice –no hay una exclusión expresa sino el silencio- acerca del derecho de quienes fueron los verdaderos ejecutores del socorro aeronáutico. Se impone por tanto, sin que esto implique prescindir de sus textos (porque el texto nada dice y sólo se lo integra en función de principios superiores del Derecho y la aplicación analógica del derecho marítimo, contemplada en el art. 2 del Cód. Aer.) reconocer que todos los participantes en la aventura aérea de la asistencia (el explotador, con sus bienes; el capitán, son sus conocimientos y aciertos) están habilitados para demandar el respectivo salario. Reproduzco un párrafo de la expresión de agravios de AVIANCA. “En suma, se trató del cumplimiento de una obligación legal del Comandante de la aeronave, de apoyar mediante una asistencia a otra aeronave que se encontra(ba) en peligro y que reque(ría) de ayuda para recuperar la seguridad en el vuelo” (confr. fs. 848 vta.). y si la propia demandada acepta, como no podía ser de otra manera, que ”es cierto que la Ley de la Navegación, constituye un precedente de indiscutible relevancia en el campo de la aviación Civil...” (vid. fs. 850, primer párrafo), y si la propia demandada admite, como tampoco podía ser de otra manera, que en los arts. 371 y sgtes. de la ley 20.094 se prescribe con claridad “derecho a percibir una equitativa remuneración denominada salario de asistencia o salvamento” que se reparte entre el titular del buque y el capitán y la tripulación, esto es, en todos los partícipes en la tarea de asistencia (navío o avión en peligro, socorro marítimo o aéreo, y resultado útil), no se alcance a percibir motivo alguno para que las cosas sean distintas en el campo aeronáutico (cuyas especificidades no tienen por qué incidir en la reglamentación del instituto en examen... aunque sí naturalmente en otros aspectos). Se repetirá una y mil veces que el art. 179 C.Aer. sólo menciona como titular de derechos al “explotador” y eso es cierto. Pero la omisión referida a incluir al comandante y a sus colaboradores, teniendo en cuenta que son los partícipes activos y directos de la asistencia y los antecedentes propios del derecho marítimo (aplicable por analogía –art. 2 C.Aer.-), no puede ser aceptada en tanto capricho del legislador u olvido del legislador para privar a las personas físicas que dieron la asistencia concreta, real y efectiva –permitiendo a una aeronave en vuelo, en estado de emergencia declarada, arribar sana y salva al aeropuerto alterno indicado- su participación en los sacrificios y su participación en los beneficios. Y a esto no se opone que asistir a una aeronave sea un deber legal del comandante (lo es también del explotador), porque la observancia de ese deber no excluye los derechos y beneficios previstos por su cumplimiento (también el que halla una cosa perdida tiene ciertos deberes legales –y morales- y si los observa, no obstante ser deberes legales, se hace acreedor a una recompensa; confr. Código Civil, Libro Tercero, Título V, arts. 2511 y sgtes,). Reitero: el art. 179 C.Aer. no menciona expressis verbis al comandante y otros colaboradores, pero nada hay en su texto que disponga su exclusión; exclusión que se hallaría desprovista de razón jurídica seria pues nada justificaría que una de las partes que intervienen en la asistencia y salvamento –la parte propiamente activa- sea precisamente la marginada de la recompensa legal por el socorro exitoso. Consecuentemente, no prevista la situación del comandante y sus colaboradores en el citado el art. 179 C.Aer., se adecua a pautas de razonabilidad integrar la norma (salvar su omisión) recurriendo –como expresamente lo dispuso el art. 2 del código de las disposiciones análogas del derecho de la navegación por agua. Conclusión particularmente apropiada en la situación en examen ponderando, por un lado, que el instituto de la “asistencia y salvamento” tienen su origen en el derecho marítimo (como lo ha admitido, y no podía ser de otra manera, la propia demandada), que sus notas esenciales tienen marcada similitud, y que el recurso a la analogía permite salvar una solución de notoria injusticia al incluir entre los legitimados activos para reclamar la recompensa al comandante y los tripulantes que con él colaboraron. A lo que cabe agregar que también la analogía (aplicación integradora del derecho marítimo a la disciplina jurídica de la aeronavegación) justifica reconocer que la asistencia exitosa –que implica salvar vidas humanas y preservar bienes de significativo valor económico-, aparte de dar derecho a recuperar los gastos y a que sean indemnizados los gastos, origine también el derecho a un salario o recompensa, del mismo modo que está previsto para el instituto del salvamento aeronáutico. Si la colaboración en el recupero de “lo que queda” del siniestro aéreo da lugar a ese salario, con mayor motivo debe ser aceptado en la asistencia, que es la colaboración útil dada a una aeronave “en emergencia”, que la solicita, y que conduce a evitarle daños cuantiosos llenándola a buen término. Desde las primeras normas relacionadas con el derecho de la navegación marítimo-fluvial se reconoció, como estímulo para que la colaboración no fuera retaceada, el derecho del armador y del capitán y la tripulación a un “salario” de asistencia (art. 371 Ley 20.094). Ya lo escribí antes y lo repito ahora, abusando de la paciencia de mis distinguidos colegas de Sala, cuán injusto sería –por no realizar una interpretación armonizadora y sistemática del orden jurídico positivo- que el “explotador” de SOUTHERN WINDS fuera recompensado en el caso –cuando muy probablemente no tuvo ni noticias del episodio- y se negara ese derecho al comandante Porchetto, respecto de cuya actuación dijo el comandante Montoya Builes –del avión Boeing 767” con 120 pasajeros a bordo- que. “Su ayuda fue trascendental pues el aeropuerto de La Rioja no es muy conocido y además las aerolíneas no lo tienen contemplasdo como aeropuerto alterno... Sí nos salvó la vida. Fue como si se nos hubiera aparecido la virgen” (véase fs. 60; énfasis agregado). Mediante la interpretación integradora (por virtud de la analogía de complementación) se logran soluciones similares para situaciones semejantes; se concreta en una decisión realista el principio general del Derecho que los romanos sintetizaban en la locución “ubi eadem est legis ratio, ibi eadem est legis dispositio” (donde existe la misma razón de la ley, existe la misma aplicación de la ley”) y, además, se salva la injusticia a la que conducía el apego a la letra de la ley respetando otro de los grandes principios generales del Derecho resumido en el proloquio latino: “placuit in omnibus rebus praecipuan esse justitiae aequitatisque, quam strict iuris rationen” (ha parecido bien que en todas las cuestiones prevaleciera el criterio de justicia y equidad, sobre el derecho escrito). La metodología interpretativa precedente se basa, en una instancia superior, según la cual “La misma ley no es el derecho sino aliqualis ratio iuris” (STheol, I-II, Q.57. a 1°, ad. 2 m... “ley non est ipsum ius, proprie loquendo, sed aliqualis ratio iuris”). Porque de esta forma se da al otro lo que es del otro (su cosa), no pareciendo odioso recordar la clásica definición de ULPIANO sobre la justicia: “... ius suum unicuique tribuens” (Digesto L. 1°, Tít. 1°, N° 10:...dar a cada uno su derecho, lo suyo”). El recurso a la “equidad”, que la demandada critica como si fuese una dádiva o una aplicación “bondadosa” de la ley –una especie de intromisión de la indulgencia, la benevolencia o la lástima en el ámbito del derecho- no está mal sino bien si es rectamente entendida, puesto que no juzga a la ley, no es juez de la ley sino que juzga del caso particular de la ley –por razón de su generalidad- no estuvo en condiciones de contemplar. No es tampoco una regla de interpretación de la ley positiva, no suple sus lagunas, no amengua la obligación que surge de una ley rigurosa, no es un manipuleo indulgente y benigno de la ley basado en la “piedad” con el deudor o el delincuente... No hay que recurrir a valores de otro tipo (misericordia, magnanimidad, indulgencia”, etc.) para que la epiqueya sea aplicable: basta la justicia. El derecho tiene en sí mismo el remedio para curar sus propias deficiencias e imperfecciones, ínsitas en su naturaleza. Es que “ubi ius legalis deficit aequitas supplet”. Ahí donde el derecho positivo resulta insuficiente por sus propias características, la equidad lo suple (párrafos éstos tomados del doctor Abelardo ROSSI, ex minmistro de la Corte Suprema Nacional en “Aproximación a la justicia y a la Equidad”, ediciones de la Universidad Católica Argentina, Buenos Aires, 1999, passim). Las razones de justicia y de equidad que la demandada juzga ajenas al régimen del derecho positivo –y por cuya mención en el fallo apelado lo tacha de carente de fundamento jurídico- no son en mi criterio “ajenas” al régimen del derecho positivo, sino que son su cimiento y espíritu, su esencia y causa. Porque conforman, y me limito a dar mi juicio en este caso, un medio –tomado del mismo ordenamiento positivo (arts. 2 y 179 Cód.Aer. y de los arts. 371 y ss de la Ley de la Navegación)- para hacer que la ley se cumpla en el orden de sus fines, supliendo el defecto de su literalidad huérfana de razón de ser. Y este proceder, aquí tan criticado, responde a las directivas de la Corte Suprema de Justicia de la Nación; nada excusa la indiferencia de los jueces sobre la justicia de la decisión... Y concluyo con estas reflexiones recordando, con el doctor Abelardo ROSSI, que el juez debe estar prevenido y ser sumamente prudente (sabio) al decidir un caso particular sometido a su juzgamiento según la justicia y la equidad (lo justo concreto o la justicia del caso). Porque frente al vicio del “legalismo literal” se presenta el vicio de la “aequitas cerebrina” (una degeneración de la equidad stricto sensu); basada en criterios meramente subjetivos que configuran un laxismo jurídico, que –como dice el dignísimo profesor citado“tiñe a la sentencia del juez de una debilidad lastimera y condescendiente... sin más fundamento que su propia voluntad... porque lleva en su seno la semilla de la arbitrariedad...” USO OFICIAL Poder Judicial de la Nación (confr. op. cit., pág. 185/188). XIII.- Es argumento válido para apoyar la conclusión alcanzada en los párrafos precedentes, como con acierto lo plantea el letrado de la parte actora, lo establecido en el art. 184 del Cód. Aer.; norma ésta que dispone que los preceptos del Título VIII (BÚSQUEDA – ASISTENCIA – SALVAMENTO) serán aplicables a la búsqueda, asistencia y salvamento de aeronaves realizadas por medios terrestres o marítimos (La Comisión Redactora del “proyecto”, en su Exposición de Motivos, explicó que con este artículo “Se contempla la posibilidad de que la búsqueda, asistencia y el salvamento de aeronaves se realicen por medios terrestres o marítimos, hipótesis que tampoco estaba prevista en la Ley N° 14.307”). En el mismo sentido, el art. 384 L.de la Navegación prevé, en el párrafo segundo, el reparto de una porción del salario a personas ajenas a la tripulación que hayan cooperado en el auxilio, como los buzos, agentes de seguros generales, etc. (confr. J.D. RAY, Derecho de la Navegación”, ed. Abeledo-Perrot, Bs.As. 1997, t. III, pág. 113; O.B. SIMONE, L.L. 1198-D, 388; O.A. RAVINA, Est. Der.Mar., n° 34/35, p. 44; A.A. CASTELLANOS, “La Justicia, derecho prudentemente obrado por los jueces”, E.D. n° 10.965, 16.1.2004, etc.). El referido texto del art. 184, como a su vez el art. 384 ley 20.094, no han podido dejar de contemplar una situación que es perfectamente posible: que terceros, ajenos a la aeronave asistente o al buque auxiliador, colaboren en las tareas de socorro, por lo que comportaría una flagrante injusticia que fueran marginados del salario o recompensa. Así, con los medios técnicos actuales particularmente en el ámbito de las comunicaciones-, la asistencia que se halla prestando una aeronave a otra “en emergencia” puede ser complementada con eficacia por comunicaciones emanadas de equipos en tierra o buques, lográndose en definitiva por la complementación de datos emanados de una y otra fuente cooperar con éxito en la asistencia (por ej.: las informaciones que proporcionó el comandante Porchetto bien podrían haber sido –no lo fueron según las constancias de autos- perfeccionadas por equipos radiales en tierra y de muchos otros modos, v.gr., con avisos fieles y concretos sobre la disponibilidad de la pista de aterrizaje, sus eventuales defectos, la forma de encarar la cabecera de pista, etc.). Se demuestra, de tal manera, que no estuvo en el espíritu de la Comisión Redactora limitar estrictamente la recompensa al “explotador” de la aeronave, sino el principio de justicia de recompensar a otros que participaron en la asistencia (medios terrestres y marítimos y personal de ambos). Y si esto es así, como indudablemente lo es, no se puede sostener que por el “legalismo literal” se ciña el alcance del art. 179 C.Aer. sólo al “explotador”, sin tener en cuenta -como sí lo hace el art. 184- a otras personas que participaron en la asistencia. De donde se sigue que la integración del derecho aeronáutico (en este instituto) con los preceptos de la Ley de la Navegación, a tenor del art. 2 del primero y de razones históricas insoslayables, es una vía para otorgar al art. 179 cit. un sentido y alcances razonables, concordes con el espíritu y la finalidad que inspiran la norma. Y otra vía que conduce al mismo resultado es meritar que, por el juego de los mismos preceptos del Código Aeronáutico, es perfectamente legítimo que se otorgue a todos los que participaron en la asistencia o salvamento –se hallen a bordo de la aeronave que presta el socorro, o en un medio terrestre o en un artefacto marítimouna cierta porción de la recompensa por la actitud útil desplegada. La recompensa o salario, o la parte de él que sea pertinente, corresponderá por tanto al que prestó la asistencia aérea, sea quien fuere. La valiosidad de esta interpretación, cuya justicia no parece que pueda ser discutida sin espíritu movido por intereses económicos empresariales y personales, fue reconocida por el Proyecto de Código Aeronáutico Latinoamericano (1990), como asimismo por el Proyecto de Código Aeronáutico Internacional (ed. Abeledo-Perrot, 1992), elaborado bajo la dirección de mi muy estimado ex-colega de esta Cámara y profesor de destacada actuación en el derecho aeronáutico, doctor Agustín RODRÍGUEZ JURADO). XIV.- Vaya un breve párrafo que explica perfectamente que el recordado maestro F. VIDELA ESCALADA haya expresado dos opiniones “en apariencia” contradictorias sobre el legitimado activo para reclamar el salario que se discute: a) en su obra “Derecho Aeronáutico”, t. 4-A, págs. 102/3, admitió que, dadas las notas singulares de la aeronavegación y del derecho marítimo –“quizás por causa de la diferente naturaleza jurídica de las figuras del capitán del buque y del Comandante de la aeronave”- se justifica la diferencia de los preceptos que juegan en el mar y en el aire y acepta “como justo” que en el derecho aeronáutico la titularidad del derecho a indemnización y retribución corresponda al explotador de la aeronave”. Habla allí el profesor de derecho y lo hace, como corresponde, desde una óptica que es totalmente distinta a la del juez: se mueve en el campo de los principios generales y desde ese enfoque encuentra bueno que sea el explotador el titular del derecho a indemnización y recompensa. Le ocurre al distinguido maestro lo que le sucedería al legislador: toma en cuenta lo que normalmente acontece; la generalidad de las situaciones y aunque sea detallista y abarque una pluralidad de supuestos, siempre se encontrará con que la realidad y la vida son más ricas y que pocos, varios o muchos hechos se escapen de sus previsiones, como también que ésta haya sido formulada defectuosamente mente expresada. Profesor y legislador miran los temas desde sus órbitas específicas, que son muy diferentes a la óptica con que los debe abordar el juez. Los primeros obran o en el campo del saber teórico o en la esfera del ejercicio de la voluntad y movidos, teóricamente, por la virtud de la prudencia (que es la propia del gobernante). El juez, a diferencia de aquéllos, debe ejecutar una orden de adjudicación de lo justo, mas claro que no de lo justo en términos teóricos o de monto social general, sino resolver una cierta situación que le es planteada. Y para ello es menester que el juez conozca los principios primeros del mismo modo que las cosas concretas sobre las que deberá obrar, dotado del hábito (disposición virtuosa) de búsqueda de lo justo objetivo en el caso concreto. Y donde se observa la misión trascendente del juez es en el discernimiento de las “excepciones” (conjunto de hechos o circunstancias que no aparecen directamente contempladas en la ley, pero sí en el orden de su finalidad). Y entonces, su deber más íntimamente propio es buscar cuál habría sido la solución, inspirada por la prudencia y la justicia del gobernante, que éste le habría dado al caso de “excepción” si al tiempo de legislar lo hubiera tenido presente. Pues bien, como maestro del Derecho Aeronáutico, y moviéndose en el plano de la “ciencia jurídica”, el doctor Videla Escalada explicó el alcance de la normativa del Código en el aspecto que nos ocupa. Es cierto que las razones para justificar la norma en su literalidad fueron de una pobreza franciscana (con el máximo respeto y cariño hubiera conversado este tema con él y creo que habría terminado –perdón por la audacia de mis predicciones de ucronía- admitiendo que no hay tales “razones” sino un par de vaguedades genéricas, cuya inidoneidad para sustentar el precepto no le escapa a nadie que lea y reflexione sobre lo que lee), pero ese extremo no perjudicaba a nadie. En el concreto caso sub examen, se le planteó específicamente la situación vivida por las aeronaves de Southern Winds, comandada por Marcelo Patricio Porchetto, y la de AVIANCA, declarada por su comandante Montoya Builes “en emergencia”. Y colocado en la situación de “asesor” o más bien de “amicus curiae”, vistos los antecedentes del caso, no pudo dejar de advertir con su capacidad intelectual y su vocación de justicia –atendiendo a la naturaleza jurídica de la asistencia y a su finalidad- los siguientes aspectos: a) que era evidente que la situación planteada al comandante del aparato extranjero configuraba un ejemplo típico de necesidad de asistencia (fs. 76 y 79); b) que la asistencia reviste un carácter preventivo; c) que, en el caso sub examen, la intervención con el tiempo y las posibilidades necesarias para evitar la producción del siniestro, satisfizo los extremos que configuraban una “asistencia aeronáutica” pues la máquina y sus pasajeros no sufrieron daño alguno, ni personales ni patrimoniales (fs. 77/78); bien que haciendo notar que la aeronave asistente no experimentó tampoco costo alguno en la operación. Se encontró el doctor Videla Escalada, al elaborar el dictamen que estamos examinando, que debía pronunciarse sobre si el comandante Porchetto era acreedor a alguna clase de recompensa, es decir, el maestro se encontró aquí frente a un caso particular y singular y se le había requerido su opinión sobre un aspecto bien concreto (que, en términos generales, había tratado en su obra). Frente a ella, y prescindiendo por no ser necesario aquí referirme a los desarrollos completos del dictamen, su autor puntualiza –después de las consideraciones sucintamente expuestas- que Porchetto cumplió con su obligación de “asistencia” en los términos del art. 176 C. Aer. Y la cumplió “con plena eficacia” (fs. 80), sin alterar las obligaciones del transporte que le había encomendado el explotador de la aeronave que tenía a su cargo (fs. 80 cit., último párrafo). Seguidamente, transcribe los arts. 179 y 180 y anota que estos reconocen derecho a recompensa sólo al “explotador”, lo que le suscita una breve pero sustanciosa frase: “No aparece tan claro e igualmente equitativo lo establecido en el Código en relación con las obligaciones y los derechos de los comandantes de aeronaves” (confr. fs. 81: el subrayado me pertenece). Porque, añade, el Cód. Aer. –en el tratamiento de los deberes jurídicos impuestos USO OFICIAL Poder Judicial de la Nación en relación con el socorro aeronáutico trae las mismas prescripciones legales para los explotadores y para los comandantes (fs. 82, párrafo final), “pero no ocurre lo mismo en lo atiente a las retribuciones pecuniarias que les asigna los textos del Código”, situación que en el caso “plantea dudas manifiestas desde el punto de vista de la justicia de las soluciones consagradas por la ley” (fs. 82 bis). ¿Por qué las dudas frente a textos legales “en apariencia” tan categóricos? Porque el doctor Videla Escalada valora que toda la asistencia fue prestada con sumo cuidado y asegurando el éxito del socorro aeronáutico, ajustándose a las disposiciones de la ley “y logró los mejores resultados que podían alcanzarse”. Y aunque anota que Porchetto era dependiente del explotador –por lo que debía cumplir las instrucciones que éste le hubiese dado (afirmación, agrego, muy discutible, toda vez que sean cuales fueran esas instrucciones, en caso de necesidad de asistencia estaba, por ley, obligado ante todo a prestar el socorro necesario), hace mérito de que el comandante se ajustó a sus obligaciones de índole laboral y a las disposiciones de la ley aeronáutica, colaborando eficazmente en la asistencia “sin recurrir a contactos con el explotador de la aeronave...ni incurrir en cualquier demora”. Continua el siempre recordado maestro: Si la operación hubiera sido realizada por el explotador de la aeronave, “éste hubiera estado facultado para recibir una retribución por la asistencia prestada tan eficazmente” (fs. 83). Y si se hubiese opuesto el explotador a que se llevara adelante la asistencia, “el comandante de la aeronave debe cumplir con el deber de socorro que le impone el Código de la manera más pronta y eficaz posible”, añadiendo: “Esto ocurrió, precisamente, en este caso” (fs. 83). “La finalidad (del socorro aeronáutico: protección de la vida y la integridad física de los protagonistas y usuarios de la aviación, finalidad que requiere, substancialmente, salvar las aeronaves, sus tripulaciones y su pasaje...y a prevenirlo debidamente si existe peligro de que ocurra un accidente; fs. 83) se cumplió en el caso en análisis en el modo más perfecto, ya que ni existieron personas físicas dañadas ni se perdió la aeronave que protagonizó el vuelo que finalizó en La Rioja sin inconvenientes” (fs. 83). Y puesto que el doctor Videla Escalada a dar su conclusión jurídica sobre el tema que le fue sometido a dictamen, fue muy claro al contestar (no ya en calidad de doctrinario sino en situación de juzgador ante un caso concreto): “...si quien dispuso prestar la asistencia a una aeronave “accidentada fue su comandante, sin intervención del “explotador de la máquina, la lógica indica que la “indemnización en cuestión debe ser asignada al comandante “de la aeronave asistente. A esta solución se llega por “el simple análisis de las normas del Código Aeronáutico y “los principios de justicia que las inspiran...La solución “genérica (para la institución del socorro aeronáutico) no “es aplicable en el caso en consulta, ya que el explotador “de la máquina que prestó el socorro no tuvo participación “alguna en la decisión de prestar asistencia a la aeronave “en peligro” (confr. fs. 84). Juzgó entonces el autor del dictamen: “De acuerdo al desarrollo de estos hechos, es evidente que la situación previstas en el Código no puede realizarse íntegramente y se presenta una opción inevitable (personalmente creo que hay una tercera solución, que es la que propondré y sobre la que ya algo dije): o no se acuerda remuneración alguna por el socorro aeronáutico prestado o se la asigna al comandante de la aeronave asistente, quien obró como si hubiese sido su explotador y cumplió satisfactoriamente la prestación de la asistencia necesaria para permitir que la aeronave asistida superara el peligro que la amenazaba”. Y en definitiva, concluyó el doctor Videla Escalada, en los términos siguientes: “...ante la imposibilidad de cumplir íntegramente las “previsiones de la ley, parece lo más adecuado mantener la “obligación del beneficiado, el titular de la aeronave “asistida, de abonar una retribución justa por el “beneficio que ha recibido y que el destinatario de la “suma sea el comandante de la aeronave asistente, “prestador de la asistencia que posibilitó la feliz “culminación del vuelo en cuyo transcurso se produjeron “las denegaciones de las autorizaciones requeridas para “poder aterrizar en las estaciones aérea de Ezeiza y “Córdoba. En rigor, el comandante de la aeronave que “presto el socorro obró como si fuese su explotador y “diera cumplimiento a la obligación que incumbía, tanto a “él en su calidad de comandante de la aeronave como al “explotador de esta máquina” (vid. fs. 84/85). He querido poner de relieve que, en términos estrictos, no hay contradicción (no se trata de opiniones que son el opuesto contradictorio a algo desde un mismo punto de vista) en los extremos afirmados por el doctor F. VIDELA ESCALADA relativamente a la problemática sub examen. Estimo, en efecto, que la visión proporcionada en su Derecho Aeronáutico (t. IV-A) atiende a los textos legales, según están concebidos en términos literales, explicando –si cabe- las razones prácticas y jurídicas que motivaron que el derecho aeronáutico no reprodujera, para semejantes institutos jurídicos, las mismas soluciones normativas consagradas por la Ley de la Navegación. La posición adoptada por el respetado maestro, en esa oportunidad, respondió a un enfoque doctrinario y docente. Pero bien diferente es la función del juez, y puesto ante un caso concreto o posible conflicto de intereses, asumiendo una función parecida a la del juez, el doctor Videla Escalada se vio en el deber moral y profesional de emitir un dictamen sobre ese caso concreto –cuál era la solución que posibilitaba una interpretación de los preceptos del Código que consagraran una versión técnicamente elaborada y que se adecuara a los requerimientos de la justicia “del caso”-. Y si bien lo expuesto en términos doctrinarios y generales no es coincidente con la conclusión alcanzada en el referido dictamen, no hay en esa incoincidencia contradicción alguna desde el punto de vista de un razonamiento lógico desde que se trata de respuestas a aspectos propuestos desde ángulos diferentes; y en la dada en el dictamen contempla una serie de circunstancias fácticas –que fueron puestas con toda claridad de relieve- que no aparecen contempladas en los textos legales de vigencia general. Una hermenéutica de dichas normas, adecuada a los hechos e inspirada en la necesidad de proponer una solución justa, otorga sustento jurídico razonable a la diversidad de opiniones que –no sin cierta ligereza- critica la demandada recurrente. Por lo demás, la presentación de casos novedosos o de circunstancias diferentes pueden justificar –y no hay en esto nada reprochable sino en todo caso un loable reconocimiento del mejor criterio actual- un cambio de criterio, cosa que no es desusada en el campo del derecho judicial y doctrinario. La época del derecho pétreo, a Dios gracias, ha quedado francamente superada y los cambios vertiginosos que se viven en el mundo globalizado del presente han provocado que también, o al menos un poco, le sean aplicables al mundo jurídico los conceptos de Zygmunt Baumann sobre la pérdida de consistencia y permanencia de las relaciones humanas contemporáneas. Tengo para mí que, a esta altura, hablar de un “derecho líquido” no constituiría una transpolación ideológica o conceptual desprovista de ciertos fundamentos. Han sido tantos y tantos lo cambios jurisprudenciales, en materias relevantes y con apartamiento del “legalismo literal” (que bien podría ser llamado “terrosimo interpretativo”, por sus resultados desalentadores); nadie se rasga las vestiduras por los cambios hermenéuticos de determinados preceptos o funcionamiento de ciertos institutos, como se puede ver en algunos pocos ejemplos que daré a continuación: a) vigente el “principio nominalista” (art. 619 C.C.) y frente a la realidad de una inflación galopante y la presión de la jurisprudencia de los tribunales inferiores que admitían la “indexación” del crédito, la Corte Suprema hizo lugar a la actuación monetaria (el art. 619 cit. seguía vigente) y hasta ese momento el Alto Tribunal –pese a la pérdida notable del poder adquisitivo del peso- mantenía a rajatablas la vigencia del referido principio nominalista (confr. Fallos: 295:973); b) En Fallos: 300:1284, no obstante señalar el Alto Tribunal que el tema que se le planteaba era ajeno a su competencia, adoptó medidas tendientes al esclarecimiento de los hechos denunciados, que se vinculaban con la libertad, integridad física y la vida de detenidos; c) Para la procedencia de una demanda resarcitoria por pérdida de mercaderías o equipajes, el Convenio Varsovia-La Haya de 1955 exige la formulación de una “protesta” como requisito sine qua non. Sin embargo, las tres Salas de esta Cámara aceptaron la tesis que propuse en el sentido de que ése recaudo no era exigible cuando las partes (transportista y consignatario) habían, dentro del plazo fijado por el ordenamiento internacional, habían efectuado la revisación bilateral de las cosas y habían extendido una nota de carga revisada (confr. causa 5519 del 12.8.77; innovación que contó con el apoyo de caracterizada doctrina, entre cuyos autores se cuenta el apoderado de la demandada en su obra sobre la USO OFICIAL Poder Judicial de la Nación responsabilidad en el transporte aéreo); d) el Cód. Civil otorga efectos interruptivos de la prescripción a la “demanda”; concepto que, en la doctrina y jurisprudencia dominantes, es comprensivo de cualquier acto procesal que demuestre, de alguna manera, el interés de la parte en mantener vivo su derecho (confr. causa nº 2388/00 “Mapfre Argentina de Seguros S.A. c/ buque INDIAN EXPRESS”, del 17.12.08 y sus citas de doctrina y jurisprudencia); e) La Corte Suprema, que aplica a las deudas en mora la “tasa pasiva” del B.N.A., durante años consideró que el tema revestía carácter federal; abría los recursos extraordinarios o de queja contra sentencias que habían adoptado la “tasa activa” y dejaba sin efecto el pronunciamiento en ese aspecto. Pero fueron tantos los expedientes que le llegaban por ese motivo que terminó, en definitiva, desfederalizando el tema de los intereses y dejando librada la elección del tipo aplicable a los tribunales de la causa (confr. causa “Banco Sudameris c/ Belcam”, sentencia del 17.5.94); f) La Ley de Procedimientos Administrativos prevé que, para demandar al Estado Nacional, debe formularse previamente un reclamo en sede administrativa (art. 31, 32 y 33), mas la jurisprudencia en general se aparta de exigirlo o es declarado improcedente el planteamiento de que en el caso no se formuló dicho reclamo, cuando al presentarse el Estado propone la cuestión pero, al propio tiempo, formula una negativa categórica del derecho invocado por el actor, con lo que demuestra que el requisito aludido configuraría un formalismo ritual estéril; g) El art. 313, inc. 3, CPCC establece que no se producirá la caducidad de la instancia cuando la prosecución del trámite dependiere de una actividad impuesta al secretario o al oficial primero (v.gr. elevar los autos a alzada una vez concedido un recurso); sin embargo, esta Cámara –en concordancia con la doctrina judicial dominante en otros fueros- admite la perención si, a la pasividad del funcionario –que compromete su responsabilidad administrativa- se le une un lapso superior al que prevé la ley para que opere el instituto si el interesado en activar los trámite observa una desatención del expediente que otorga sustento a la presunción de abandono; h) Sin que hubiera variado un ápice la legislación, la Corte Suprema primeramente negaba toda indemnización a los miembros de las fuerzas armadas o de seguridad incapacitados en y por actos del servicio (ésa era su doctrina tradicional, reiterada en numerosos casos). En la década del 90 cambió la jurisprudencia y admitió dicha indemnización a aquéllos, según las normas del derecho común, cuando sus respectivas leyes orgánicas sólo les reconocían un “haber de retiro”, de naturaleza previsional (causas “Luján”, “Mengual” y otras). Poco tiempo después, retomó su posición originaria (exps. “Valenzuela” y “Bertinotti”). Mas la vigencia de ésta fue escasa y se volvió a admitir el derecho al resarcimiento según las normas civiles al referido personal (v.gra. exps. “Lapegna”, “Lupia” otros), doctrina que perduró un tiempo considerable. Mas, el año pasado, para ser preciso del 27.12.07, retomó parcialmente la jurisprudencia primera y sólo reconoció derecho a ser indemnizado por la ley civil al militar o miembro de fuerza de seguridad herido o incapacitado por un “hecho típicamente accidental”; nada de resarcimiento, en cambio, cuando ese funcionario del Estado es herido o incapacitado cumpliendo las funciones propias de la fuerza (causa “Aragón”, que precisó y amplió lo decidido en “Azzetti”). De tal modo, el agente de policía que pisa un trozo de muzzarella en una comisaría o el detritus de un perro de la sección que los emplea y queda inmovilizado de la cintura para abajo por una lesión medular es acreedor al resarcimiento integral de los daños (incapacidad, pérdida de la chance de ascender, gastos médicos y de tratamientos, asistencia psicológica, daño moral); pero si sufre igual daño y queda igualmente inmovilizado al perseguir a una banda de delincuentes, el derecho del afectado se agota en la percepción de su “haber de retiro” (distinción que los tribunales federales debemos acatar por evidentes razones de economía procesal y como medio de propender a la seguridad jurídica, pero que carece totalmente de sustento normativo y es, obviamente, de una injusticia manifiesta). i) Podría seguir enunciando aparentes o reales contradicciones, pero a los fines buscados me parece bastante con los ejemplos que anteceden. Y los fines perseguidos con la enumeración precedente es mostrar que no es nada insólito que un jurista o un tribunal cambie su opinión respecto de ciertos temas que presentan más de una arista de solución opinable. Sobre todo, cuando se trata de enfocarlos desde perspectivas diferentes y en planos también diversos: una actividad puede ser perfectamente legítima (lo que no equivale a “acertada”) en el plano del discurso teórico y general; y esa posición frente al problema transformado en caso a resolver –donde los principios deben jugar en un contexto de circunstancias particulares- es susceptible de ser objeto de modificaciones o matices no por alteración de aquellos principios abstractos sino por la variación de la materia a tratar, teñida de connotaciones de hechos que muestran –a veces con la fuerza de la evidencia- que la descarnada sumisión al “legalismo literal” (dura lex, sed lex) conduce, en ese específico caso a resolver a una manifiesta iniquidad. La variación de criterio que se le acusa al doctor VIDELA ESCALADA (obra doctrinaria vs. resolución de un caso concreto, singularizado por una serie de circunstancias específicas) no disminuye un ápice ni su autoridad como uno de los juristas más destacados e inolvidables en el afecto ni la bondad o el acierto de la conclusión propugnada para este entonces eventual conflicto. Demuestra para mí, porque tengo bien presente su hombría de bien y su ejemplo, más bien su honestidad intelectual y la humildad de cambiar la enseñanza magistral que es propia de los hombres sabios. Le sometieron una situación conflictiva a dictamen y expuso para ella su tesis admitiendo que las normas generales (arts. 179 y 180 C.Aer.), que en su hora y teóricamente consideró “justas”, en su aplicación a determinados supuestos resultaban el vehículo de la injusticia; por eso, descartó su aplicación lisa y llana y ensayó una interpretación posible guiado por la acuciante tensión propia del varón justo. En este agravio, relacionado con la “contradicción” estudiada, nada puede fundar en su favor la demandada-recurrente. Porque, si se estuviera con la posición que en su “Derecho Aeronáutico” (t. IV-A, págs. 102/103) sostuvo el jurista recordado, su improcedencia respecto de la solución de esta concreta controversia ya fue antes analizada. Y si en cambio se tomara por buena la interpretación que propone para el sub examen en el dictamen incorporado a estos autos, la solución no favorecería a la empresa demandada (confr. fs. 74/85). Doy por concluido en este voto, que no puede exceder el ámbito de la competencia devuelta –porque ello implicaría afectar del derecho a la jurisdicción y la garantía constitucional de la defensa en juicio, conforme con nutridos precedentes del más Tribunal de la República-, pues ya han quedado estudiados y desestimados –en mi criterio, naturalmentelos planteamientos relacionados con: a) el alcance de la normativa del Código Aeronáutico (arts. 176, 179, 180 y 184, a más del art. 2º); b) la interpretación razonable y justa de esa normativa a la luz de sus antecedentes, finalidad y fundamentos; c) el concepto estricto que le corresponde a la “equidad” en tanto la justicia del caso concreto y no como un proceder arbitrario, “light”, bondadoso de la justicia según la ley, pues dicho concepto viene de la ley y de la justicia y no de valoraciones extra o metajurídicas; d) la inexistencia de “contradictio in terminis” atribuida ligeramente al doctor Videla Escalada por sus diferentes opiniones, ante situaciones distintas, respecto de la procedencia del salario en los socorros aeronáuticos. A ello se suma que, de acuerdo con lo expuesto en los primeros considerandos, debe estimarse que en lo referente a los hechos del caso y a la conclusión del el señor Magistrado acerca de que medió efectivamente un casos de “asistencia aeronáutica”, la sentencia de primera instancia debe ser considerada firme e irrevisable en la alzada por ausencia de fundamentación –crítica concreta y razonada- en la expresión de agravios (arts. 265 y 266, CPCC). XV.- El tema siguiente a considerar está desarrollado por AVIANCA en las tres carillas y media, que comienzan a fs. 852 bajo el número y título: “V.- La magnitud de la compensación”. Se vuelve sobre el tema de la improcedencia de retribuir el socorro aeronáutico poniendo el énfasis en las declaraciones del testigo calificado M.G. Nieto Valenzuela, comandante Jefe de Pilotos de Avianca (fs. 741, 4º cuerpo). Y al respecto surgen dos tropos para restarle la trascendencia que le asigna a esa declaración la empresa AVIANCA recurrente: 1º) que el testigo, sin que esto sea una tacha decisiva, es dependiente de la referida compañía de aviaación, de modo que es prudente tomar sus dichos con cautela (arts. 386 y 456 CPCC); y 2º) que el testigo, en el que es lógico presumir una significativa experiencia en la materia del vuelo y pilotaje aéreo, afirma que “lleva 37 años como piloto profesional y hasta el momento no conoce que una ayuda prestada por otro piloto haya sido remunerada”; bien, cabe anotar que el aludido técnico no ha dicho que esté al tanto de lo que sucede en todo el planeta en la materia (él desconoce), de manera que su experiencia de años se ha desenvuelto en un limitado ámbito geográfico y por tanto que él ignore otros casos no significa que no hayan podido existir ni su desconocimiento puede ser elevado a método interpretativo de los regímenes legales vigentes en derecho aeronáutico en USO OFICIAL Poder Judicial de la Nación todos los países del mundo. Agregó el citado Jefe de Pilotos de Avianca “que considera que es ético y profesional estar atento para prestar ayuda a la aeronave que lo solicite”; afirmación esta última que suscita tres reflexiones: a) el testigo está dando una opinión, pero ésa no es la función del testigo, sino declarar aquello que pasa bajo sus sentidos; b) que, de todos modos, el cumplimiento de un deber ético profesional –más todavía, un deber legal cuya inobservancia se paga con penas privativas de la libertad e inhabilitación- no es obstáculo a la procedencia del reclamo, como no lo es en el derecho de la navegación según nuestro derecho interno y los tratados internacionales vigentes; y c) que también es un deber legal prestar la asistencia a cargo del explotador de la aeronave, y sin embargo la ley le concede indemnizaciones y retribuciones (arts. 179 y 180 C.Aer.), de modo tal que deber moral, profesional o legal no son impedimentos de especie alguna a la pretensión en juzgamiento. El Jefe de Pilotos de Avianca, con lo declarado en el expediente, no quita ni pone a la solución del conflicto. Es personal jerárquico de la demandada apelante (arts. 186 y 456 CPCC); describe su larga experiencia como piloto, pero “no conoce” (es decir, desconoce, ignora, no sabe) casos de remuneración por asistencia aérea prestada; c) su limitada experiencia como piloto –limitada porque no hay el más mínimo elemento de prueba acerca de que haya participado en vuelos por todos los países o por los más importante de la aeronavegación- nada nos dice sobre la interpretación jurídica que corresponde a la legislación específica de la materia; d) la opinión del testigo –lo que él considera- comporta un exceso respecto de sus límites, pues la prueba testimonial versará sobre “los hechos controvertidos” y no sobre sus opiniones subjetivas; y e) que, no obstante su extralimitación, lo que el testigo “considera” como adecuado no es idóneo como pauta jurídica de interpretación de la ley y, por lo demás, su valoración choca abiertamente con soluciones de la propia ley aeronáutica y de la normativa análoga de la ley de la navegación por agua. Poco o nada, como se ve, hemos avanzada con lo que la recurrente AVIANCA denomina “las relevantes declaraciones testimonial” (sic) a fs. 852 vta. Agrega la apelante, seguidamente, que comportando la asistencia un deber legal del comandante –cuyo incumplimiento es reprimido con pena de prisión e inhabilitación (art. 176 C.Aer.)- no puede ser fuente de remuneración, menos un medio de resarcir el “daño psicológico” que habría experimentado el comandante Porchetto como consecuencia de la responsabilidad que asumió en agosto de 1997. Advierto, sobre este punto, que el actor no ha reclamado indemnización alguna del “daño psicológico” sobre el que se pronuncia el dictamen de la licenciada Silvana María Cursaro, de modo que nada cabría resolver aquí más que la anulación del fallo de primera instancia por razón de su incongruencia (aspecto sobre el que ya dí mi opinión). Pero, para que no quede sin aclarar, destaco que el daño psicológico no coincide exactamente con el “daño moral”, sea por la vía del art. 522 o del 1078 C.C. No se trata de una categoría autónoma de daño, en tanto o tiene repercusiones patrimoniales (v.gr. imposibilitando al piloto continuar su oficio y privándolo de los ingresos que por él obtenía) y en ese caso es indemnizable a título de perjuicio económico; o tiene proyecciones mortificantes en el orden de la vida en general, con abstracción de su incidencia en la faz productiva, y en tal supuesto el resarcimiento responderá sí al concepto del “daño moral”. Y también suele suceder, con frecuencia, que los trastornos psíquicos tengan consecuencias en el orden productivo y en el anímico, en cuyo supuesto la indemnización debe contemplar tanto el “daño económico” como el “daño moral”. Como principio, entonces, daño psicológico no es un concepto equivalente a daño moral. Pero todas estas consideraciones son estériles para resolver el diferendo porque en la relación procesal anudada por demanda y contestación no existe reclamo alguno de indemnización del daño psicológico, en ninguna de las esferas en que pudo o puede tener incidencia negativa. Concluye la demandada (fs. 853 vta., párrafo V.3 –el último de su expresión de agravios-) afirmando, “nada más que una precisión”, que las consideraciones genéricas del fallo en recurso son insuficientes para justificar un salario o recompensa de $ 80.000, remarcando que en definitiva la aeronave asistida (su Boeing 767, vuelo AV-087) no tuvo ningún daño y “aterrizó normalmente en el aeropuerto de La Rioja preservando la integridad de sus pasajeros y evitando los daños a los equipajes y mercaderías transportadas”. XVI.- Antes de continuar, reitero que la demanda –que está integrada por sucesivas presentaciones- no incluye reclamo de resarcimiento del daño moral en ninguno de los escritos que la constituyen como conjunto: véase fs. 5/6, 12/13, 86/92 vta. y 112 y vta. En esta última ampliación, a los efectos de la graduación de la recompensa, el actor Porchetto invoca que, como consecuencia, del hecho de la asistencia y la responsabilidad en él asumida, “tiene dificultades para controlar un estado constante de preocupación...excesiva ansiedad y la expectación aprensiva...consecuencias perjudiciales del estrés soportado”. Y pone de relieve esos trastornos de orden psíquico aduciendo que el art. 180 C.Aer. alude a los riesgos corridos, los gastos y las averías sufridas por el salvador. Esto es todo lo dicho sobre el daño psicológico. No hay reclamo indemnizatorio directo alguno; sólo una especie de recordatorio para el juez de que tenga en cuenta, que no se olvide, que el art. 180 C.Aer. gradua o establece como pautas para la fijación del salario de salvamento los riesgos, gastos y averías. XVII.- Se ha visto ya que la relación de hechos contenida en la sentencia y el encuadre de la situación del caso en la figura de la “asistencia aeronáutica” han quedado firmes. Resalto que, en esta instancia, no media agravio –concebido como una crítica concreta y razonada o como un planteamiento para suplir una omisión del juez (art. 278 CPCC)- acerca de que el instituto de la “asistencia aeronáutica” da lugar, como el salvamento, a una recompensa por los bines y personas salvadas del desastre. Y quedó explicado –no se si con la claridad que pretendía- que el comandante Marcelo Patricio Porchetto proporcionó efectivamente un socorro aéreo, en grado de “asistencia” notablemente exitoso, al punto de que se salvaron íntegramente tripulantes, pasajeros, bienes y aeronave. Reproduciré, una vez más por su significativa relevancia, lo declarado por el comandante Montoya Builes al periódico “Internacional” de Bogotá, Colombia, sobre lo sucedido en la emergencia que pasó sobre el aeropuerto de Córdoba el 16.08.97 y el juicio que le mereció la actuación del actor Porchetto. Pido excusas por la reiteración, pero ésta es casi una característica de los viejos y me alcanza de lleno (mis distinguidos colegas doctores Guarinoni y Gusman, espero, tengan la paciencia suficiente para tolerar estos defectos y achaques propios de una senilidad no precoz): Pregunta el periodista: ¿Cuándo y cómo interviene Marcelo Porchetto? Responde Montoya Builes: “Intervino en el mismo “momento en que nos declaramos en estado de “emergencia y pedimos asistencia a la torre de “control de Córdoba. El estaba volando en la misma “frecuencia y al oir nuestro llamado empezó a dar “información. Lo primero que nos dijo fue cuál era el “aeropuerto que estaba más cerca. Y a partir de allí “nos acompañó permanentemente hasta que aterrizamos, “hecho que nos tranquilizó muchísimo”. “ Su ayuda fue trascendental pues el “aeropuerto de Rioja no es muy conocido y además las “aerolíneas no lo tienen contemplado como aeropuerto “alterno”. Pregunta: ¿Considera que este hombre le salvó la vida a usted y a sus pasajeros? Montoya Builes: “Sí nos salvó la vida. Fue como si se nos hubiera aparecido la virgen”. Pregunta: ¿Sintió miedo en algún momento? Montoya Builes: “Sentí mucha tensión. La verdad es “que llegué a temer por la seguridad del avión y de “los pasajeros” (1) El subrayado no figura en el ejemplar del periódico Nada más apropiado para acreditar la realidad de la emergencia y el socorro prestado que esas declaraciones del comandante del Boeing 767 (AVI-vuelo 087): ayuda trascendental... nos salvó la vida. Declaraciones que, además de por su contenido intrínseco, son singularmente valiosas porque fueron efectuadas a tan sólo trece días de los hechos y cuando no se barruntaba todavía la posterior existencia del reclamo de autos, formulado en la audiencia de mediación (ley 24.573) cuando ya habían transcurrido casi dos años (el 10 de agosto de 1999; confr. acta de fs. 7). Agrego que otros detalles técnicos y valoraciones sobre la oportunidad y eficacia de la asistencia prestada surgen de la peritación técnica de fs. 647/684 y de su concordancia con el informe del consultor propuesto por el actor (fs. 178/186), como también del plexo de constancias que fueron debidamente ponderadas y expresadas con fundamentación convincente (arts. 386 y 477 CPCC); bien entendido que tomo en cuenta los elementos sustanciales de la experticia y no hago mérito de ciertas consideraciones que escapaban a las incumbencias del perito. No me extiendo sobre esto USO OFICIAL Poder Judicial de la Nación porque es un tema actualmente superado. Ello establecido, es hora de entrar en la temática del monto del salario o recompensa que, por las actuaciones descriptas, es acreedor el Comandante Marcelo Patricio Porchetto, cuestión que no está exenta de dificultades jurídicas y en la que el juez está obligado a extremar la delicadeza de juicio por cuanto, no hay como evitarlo, la fijación de aquel monto dependerá de una apreciación prudencial de las circunstancias que especifican la causa (art. 165, última parte, CPCC). XVIII.- Destaco, por lo pronto, que si bien en la audiencia del art. 360 CPCC las partes optaron por la determinación de la procedencia del reclamo y para el supuesto de prosperar que el quantum se estableciera en la etapa de ejecución de sentencia (confr. fs. 501), ello fue así en la inteligencia de que –conforme con el pedimento del actor- el salario habría de ser fijado en un porcentaje del valor de la aeronave y su equipamiento. Procuró la demandada, que se oponía a la pretensión sustancial, evitar el costo significativo de un peritaje de tasación de una aeronave Boeing 767 que, como es obvio, encarecería grandemente los gastos causídicos. Adviértase que una de las pruebas ofrecidas por el comandante Porchetto era el peritaje mencionado, resultando razonable la posición adoptada por AVIANCA de solicitar se postergara dicha tasación para el supuesto de prosperar la demanda con el alcance con que había sido formulada: un 10 % del valor de dicha aeronave. El juez, que alteró en su fallo los términos de la acción promovida, fijó la indemnización del daño psicológico de Porchetto en la suma de $ 80.000; aspecto que suscitó los agravios de ambas partes: a) coincidentemente, en cuanto a la improcedencia de marginar el principio de congruencia y fallar al margen de los términos de la relación procesal (agravio en el que ambas partes están de acuerdo y al que ya me he referido); y b) disconformidad con el monto de la condena, tachado de exiguo por el actor y de falto de sustento en razones serias por la demandada. Trátase, pues, de establecer ese monto. Mas para ello, vistas las circunstancias del caso y el enfoque que estimo corresponde adoptar, tornan innecesario tener el dato del costo exacto del Boeing 767, porque suponer que la recompensa habrá de ser fijada en un tanto por ciento de su valor constituye, cuando menos, una reclamación de exorbitancia manifiesta, teniendo presente que el salario de “asistencia” (no se trata acá “salvamento”) debe considerar los riesgos corridos por el salvador, sus gastos y averías, las dificultades del salvamento, el peligro corrido por el auxiliado y el valor de los bienes salvados. Es decir que este valor conforma una de las posibles pautas a considerar en la fijación del salario, sin que sea ni la única ni la más importante. Es la valoración de todo el contexto de las circunstancias lo que permitirá, con suma cautela, definir la recompensa. Y a ese objeto no resulta indispensable –a mi juicio- contar con una tasación del Boeing 767 de Avianca, pues su valor fue estimado por la propia explotadora (confr. fs. 870 vta.) y no encuentro razón para dudar de su sinceridad atendiendo a la magnitud en que fue calculado el valor promedio de la aeronave (u$s 35.000.000). Por lo demás, la fijación según pautas de prudente razonabilidad del crédito del accionante no puede desentenderse del fundamento de justicia, conforme con el cual procede dar a cada uno lo suyo, pero no más. De acuerdo con lo dicho, procederé a estimar el monto de la condena al margen de lo que las partes acordaron en el acta de la audiencia del art. 360 CPCC (fs. 501), habida cuenta de las razones que motivaron que se decidiera postergar la peritación técnica de la tasación para la etapa posterior al fallo definitivo, razones ésas que, como será demostrado, han perdido su razón de ser, recuperando el sentenciante, la facultad de establecer el derecho según las acciones deducidas, calificadas como por ley correspondiere (art. 163, inc. 6º, del Código Procesal). Hecha la aclaración precedente, voy directo al tema. La parte actora le ha dedicado en su expresión de agravios cuatro carillas – fs. 862 (punto 4.5 Quinto agravio. Reducido monto de la condena), mitad de carilla, a fs. 864, un tercio de la página-. Seré puntilloso: desde el comienzo indicado hasta casi el final de la foja 862 vta. el accionante critica el trastocamiento de acciones en que incurrió el a quo y luego pide se postergue la fijación del rubro en la etapa de ejecución. El primer aspecto ya ha sido tratado y aquí no tiene ninguna incidencia; el segundo fue objeto de las reflexiones que formulé hace un par de párrafos y dí mi opinión en el sentido de que la petición es improcedente. A continuación anota el recurrente que la suma de $ 80.000 no guarda proporción alguna con el valor de la aeronave Y mucho menos con lo que hubiera debido pagar Avianca ante “la muerte segura” de los 108 pasajeros que viajaban en el Boeing, calculados en el importe de 27.000.000 de francos oro; moneda ideal que, cotizada según la onza troy –dice Porchetto- “equivale a la astronómica suma de 15.351.818,70 dólares” (agrego: a $ 1,40 por dólar, estaríamos en la cifra galáxica de nada menos que de $ 52.196.183,58). Y ello, añade el actor, “sin computar las indemnizaciones a terceros superficiarios por los daños que hubiere podido provocar la aeronave, la repatriación de los cadáveres, los gastos de remoción de los restos del avión, el estudio de las causas del accidente, etc. etc.” (confr. fs. 863). Y tras asentar esos guarismos, recuerda el apelante el caso resuelto por la Corte Suprema de Justicia de la Nación (leading case: “Ballester Fernando y otros c/ Esso S.A.”, del 30.08.85), en el que se pasó revista a los pleitos internacionales o extranjeros en los que por “asistencia y salvamento marítimo” se comprobó que una retribución compensatoria se ubicaba en el orden del 13,66 %; porcentaje que el demandante Porchetto juzga razonable, como también el 11,67 % promedio que arrojan otros precedentes tomados de la “American Maritime Cases”. Apunta, asimismo, que en el fuero civil se fija la recompensa por el hallazgo de cosas perdidas entre un 5 y un 10 % (claro es que nadie encuentra una aeronave perdida, con l08 personas muertas en su interior y con sus parientes decididos a cobrar las pertinentes indemnizaciones). (Tengo para mí que en toda la historia del fuero civil nunca se encontraron cosas perdidas por un valor ubicado en más de $ 50.000.000, a no ser algún automotor “olvidado” por quien, con unos whiskyes de más, prefirió dejarlo estacionado al costado de la vereda; supuesto en el que no funciona la recompensa de que habla el memorial de agravios). Afirma, por otra parte, que la suma de $ 80.000 no constituye un incentivo para la prestación del socorro aeronáutico, que es uno de los fines que con el salario se persigue. Y a continuación, el actor dedica una carilla (fs. 863) para recordar que tres Convenios internacionales expresamente tienen en cuenta que es necesario incentivar a las personas para que realicen tareas de salvamento a través de mecanismos diversos. De lo cual no se duda, por cierto. Y concluye la foja 864 –el agravio sobre el monto de la condena- trayendo otros antecedentes internacionales que contemplan el propósito de alentar las tareas tendientes a evitar o disminuir las consecuencias de un siniestro. En definitiva, nos dice el recurrente: No dudamos en que V.S. al momento de fijar las bases de la retribución que en justicia corresponde recibir a mi parte, compartirá el criterio universalmente aceptado de que el salario debe constituir un incentivo para las operaciones de asistencia y salvamento, toda vez que éstas contribuyen a preservar valores de especial significación para la comunidad internacional (seguridad de la navegación aérea, salvaguarda de la vida humana, conservación del medio ambiente, etc.). Creo haber reflejado con precisión y en su totalidad los planteamientos del señor Marcelo Patricio Porchetto, los cuales giran exclusivamente sobre dos aspectos: a) valor de la aeronave y eventual indemnización por 108 cadáveres, con más un conjunto de gastos inevitables en caso de caída de una aeronave de gran porte; y b) necesidad de que el salario o recompensa tenga entidad tal que constituya un verdadero incentivo para las tareas de asistencia y salvamento aeronáutico, considerando que el 13,66 % o el 11,67 sobre el valor de lo “asistido” configuran una retribución razonable. Ninguna otra mención sobre los hechos (peligro corrido por el asistente, gastos e indemnizaciones devengadas a su favor, duración de la asistencia, etc., eventualidad de que la aeronave asistida pudiera -quien puede afirmar lo contrario con certeza- efectuar un aterrizaje de emergencia con disminución de los daños y sólo algunos pasajeros contusos o un poco de muertos apenas). Bien. Se cuenta con los elementos suficientes para definir la cuestión, que exige algunas reflexiones introductorias y que van seguidamente. XIX.- En los treinta y tantos años que llevo como juez de esta Sala he intervenido en un considerable número de asistencias (algunas sólo presuntas) y en un menor número de salvamentos marítimos (más bien pocos). Concretándome al tema de la “asistencia” han consistido, en su gran mayoría, en dos clases de buques en situación “de emergencia”: 1°) los buques de gran porte y calado –muchos de ellos, petroleros- que encallaron en el veril del canal de entrada al puerto de Buenos Aires; y 2°) los peligros corridos por buques pesqueros en el Atlántico Sur, por quedarse sin propulsión y afrontar USO OFICIAL Poder Judicial de la Nación malos tiempos (vientos de hasta 10 y 12 en la escala de Beaufort; olas de gran altura) o por la razón que fuera (por lo general, fisuras en el casco y anegamiento de bodegas, en algunos supuestos por causa de un abordaje con otro pesquero). El encallamiento de los grandes buques en el veril del canal, particularmente cuando se asocian marejadas y mal clima, exigen una serie de maniobras (como ser, el trasvasamiento de todo el combustible para que el buque encallado recupere la flotación) que insumen numerosos trabajos y la participación de otro buque de un porte similar y el auxilio indispensable de dos o tres remolcadores de propulsión. La tarea de asistencia es ardua, pero – salvo en el caso de los movimientos de combustibles- el peligro corrido por la embarcación no alcanza proporciones mayúsculas. Y en una labor constante y condiciones meteorológicas adversas, la tarea de asistencia suele insumir dos y tres días con sus noches. Reitero que, normalmente participan en el auxilio otro navío de gran porte e indispensablemente dos a tres remolcadores que tiran con su gran potencia, a través de cabos, para procurar que el casco del buque no se entierre más en el fango del río y corra el riesgo de un escoramiento. Intervienen, como es sabido, numerosos personas (desde el capitán y la tripulación del buque asistente, los miembros de los remolcadores y, por lo general, un práctico de puerto que dirige la maniobra). Son horas y días, muchas personas y riesgos a veces para nada desdeñables. El salario de asistencia –en estos casos, que no son infrecuentes- debe atender a riesgos corridos, malos tiempos, número de embarcaciones afectadas a la tarea, tiempo de duración, cantidad de tripulantes que participan en ella. Y ese plexo de factores hace que la recompensa tenga una magnitud significativa, especialmente porque se trabaja a destajo para liberar el canal y permitir el pase de otros buques que se ven obligados a esperar la culminación del opus. Las asistencias en el Atlántico sur suelen ser mucho más peligrosas y difíciles, porque los fuertes vientos y las grandes olas son allí moneda corriente y a ello se suma que los pesqueros en peligro –en general- son embarcaciones más frágiles y cuyas emergencias se presentan muchas veces –no siempre- a una distancia considerable de la costa (100/120 millas es una estimación cauta). El auxilio es prestado, por lo común, por algún otro pesquero que se encuentra en la zona (a millas) y la ayuda de algún remolcador que envía la Prefectura Naval Marìtima, embarcación de motor poderoso pero cuya actividad y capacidad de maniobra se resiente con el clima adverso. El pesquero asistente ve dificultada su tarea porque no es buque preparado para asistir sino para pescar. La asistencia, reitero, muchas veces a una considerable distancia de la costa y con condiciones meteorológicas seriamente comprometedoras puede insumir varios días y en los acercamientos de los buques para cruzar lazos se corre el grave riesgo de que se produzca un abordaje. Hay, ciertamente, algunas asistencias más sencillas, pero lo habitual es que exijan grandes sacrificios, trabajos agotadores y un tiempo considerable, corriendo ambos buques peligros y riesgos concretos. Ese conjunto de circunstancias fácticas son valoradas al tiempo de fijar los salarios de asistencia, a veces de una entidad significativa porque -en los movimientos en el medio del mar y con alto oleaje y vientos casi máximos- se producen graves traumatismos a las personas que cumplen las tareas que exige la asistencia para tener éxito. En el sub iudice, como ya quedó asentado, la “asistencia” presentado por el comandante Porchetto –teniendo en cuenta el poco combustible del que disponía la aeronave de Avianca- debió ser de corta duración (recuérdese que la comunicación radial se da sobre el aeropuerto de Córdoba y las informaciones fueron dirigirse al de La Rioja, ubicado a unas 177 millas, distancia que un Boeing 767 sin desperfectos (porque la emergencia estuvo dada por la escasez de combustible y la dificultad de Montoya Builes de no saber qué aeropuerto alternativo elegir) recorre en un tiempo relativamente breve. Y constituye un factor a tener en cuenta especialmente el hecho de que la aeronave de Southern Winds no corrió el más mínimo riesgo con motivo de la asistencia –que fue, según la propia calificación del actor, una “asistencia intelectual” (confr. fs. 859)-, ni se desvió de su trayectoria, ni consumió más combustible del necesario, ni incurrió en demoras en arribar a su lugar de destino. Tampoco corrió riesgo físico de especie alguna la tripulación del asistente ni su comandante, bien que éste –a tenor del peritaje psicológico, que no resulta del todo convincente (fs. 608/640)-, al parecer, quedó tan impresionado por la responsabilidad asumida que, no obstante la especial preparación de un piloto de vuelo con muchos años de experiencia, se vio afectado –dice la licenciada Silvana María Cursaro- por cierto trastorno en su esfera psíquica, aunque al parecer –puesto que no se ha mencionado en momento alguno lo contrario- no le ha impedido mantener el suficiente equilibrio para continuar comandando aeronaves. Es cierto que la “asistencia intelectual” proporcionada por Porchetto permitió que la aeronave de Avianca (AV-vuelo 087) pudiera aterrizar en el aeropuerto de La Rioja, que el comandante Montoya Builes no tenía en sus planes puesto que no figuraba como aeropuerto alterno en las respectivas guías, sin inconvenientes, salvándose el aparato y sus pasajeros. Y es exacto, también, que la actuación de Porchetto –según el propio Montoya Builes- fue trascendental, a punto de considerar que les salvó la vida evitándoles una catástrofe (confr. declaraciones al periódico el “Internacional” a fs. 60, que transcribí antes). Se conjuga en el caso, entonces, una menguada labor del Comandante al dar su “asistencia intelectual” –sin riesgos, sin daños sin desviarse de su trayectoria y por un tiempo relativamente breve- pero, al propio tiempo, un éxito completo en la labor realizada, la que con gran probabilidad permitió evitar un siniestro que hubiera tenido proporciones trágicas. La asistencia en sí, mirada desde el punto de vista de la labor de Porchetto, no fue demasiado exigente, pero la asistencia, desde el enfoque de sus resultados, fue plenamente idónea y contribuyó a preservar la integridad de la aeronave declarada “en emergencia” por su comandante y de sus pasajeros. Pero existe otro factor, y en esto me aparto del recordado maestro VIDELA ESCALADA y de los términos de “legalismo literal” en la interpretación de las normas, porque la realidad impone considerar a aquél, sin cuya meditación lo que se resolviera no respondería a una asistencia completa. Me refiero a la participación –pasiva pero indudabledel explotador de la empresa Aerovías Nacional de Colombia (AVIANCA). Y es que la “asistencia en sí propia” fue dada por el comandante Porchetto transmitiéndole a su colega Montoya Builes las informaciones necesarias y adecuadas para salvar la emergencia, pero esa asistencia concreta -y no otras conjeturales que imagina el letrado del actor (como ser, dadas desde una aeronave propia, o desde un medio terrestre, etc.)- sólo fue posible por a) hallarse Porchetto, cumpliendo naturalmente las instrucciones recibidas de Southern Winds, en la zona del aeropuerto de Córdoba, es decir que, sin esas instrucciones, no hubiera estado en el lugar del episodio; b) la “asistencia intelectual” fue dada por Porchetto a Montoya Builes desde una aeronave en vuelo, del explorador Southern Winds, de manera que de no hallarse comandando dicho aeronave la asistencia no hubiera existido; c) todas las comunicaciones que mantuvo al actor con el comandante de la nave socorrida fueron, naturalmente, realizadas con el instrumental propio del avión que conducía. Con ello pretendo mostrar que Southern Winds, el explorador, aunque no tuvo intervención activa en la asistencia, no es totalmente ajeno a ella porque, en definitiva, ese socorro aeronáutico fue posibilitado porque Porchetto se encontraba volando sobre el aeropuerto de Córdoba –se supone que cumpliendo las directivas de su empleador-, que al estar allí y sobre una aeronave en vuelo pudo entrar en contacto con la nave en emergencia; que la aeronave que utilizaba Porchetto, en esa concreta ocasión, pertenecía a AVIANCA: y que el instrumental de la referida aeronave permitió el contacto entre Porchetto y Montoya Builes y la concreción de las asistencia “intelectual” de que se trata en autos. En resumidas cuentas, el comandante Marcelo Patricio Porchetto dio asistencia “intelectual” al comandante del Boeing 767 de Avianca y le permitió, con ella, superar la situación de emergencia declarada y aterrizar sin inconvenientes en el lugar que le aconsejó el primero, salvando la aeronave y la integridad total de los 108 pasajeros. En esto consistió la asistencia. Pero ella no hubiera sido posible, en las circunstancias en que estos hechos sucedieron (no en situación hipotéticas o conjeturales que en un ejercicio de agudeza intelectual insinúa el actor), si el señor Porchetto no hubiera comandado la aeronave por disposición de la empresa exploradora, si por instrucciones de ella no se hubiese encontrado en la zona, si por volar en la aeronave de Southern Winds no hubiera tomado contacto con Montoya Builes, y ninguna asistencia se habría concretado si la aeronave de la explotadora no contara con los instrumentos de comunicación que le permitieron a Porchetto ilustrar eficazmente al capitán de la aeronave “en emergencia”. La asistencia del caso es, por tanto, el resultado de la puesta de elementos materiales valiosos a disposición de Porchetto (aeronave e instrumental) por parte del explotador y por su relación de dependencia con dicha empresa –que lo colocó como comandante y le encargó el vuelo-. Sobre esos presupuestos, el actor estuvo en condiciones de dar la asistencia cuyo salario reclama, mas sin ellos no habría existido dicha asistencia ni este conflicto. No es, como dice VIDELA ESCALADA en el dictamen de fs. 74/85, que la USO OFICIAL Poder Judicial de la Nación asistencia fue dispuesta por el comandante sin intervención del explotador de la máquina y que, por consiguiente, la indemnización le debe ser asignada al primero, Porque el explotador fue quien puso los medios materiales (aeronaves e instrumental) y contractuales (ligamen con Porchetto e instrucciones de vuelo a éste) para que el actor, con tales medios y hallándose en el lugar por disposición de su principal, pudiera cumplir la asistencia eficazmente, aunque este hecho no fuese conocido por el explotador. Se deduce de lo expuesto que, habiéndose cumplido el socorro aéreo con la intervención pasiva del explotador (pasiva pero singularmente valiosa) y con la actuación del señor Marcelo Patricio Porchetto, el salario de asistencia debe ser repartido proporcionalmente entre ambos participantes y no otorgado únicamente al dependiente de Southern Winds. Solución que encuentra respaldo normativo en la interpretación que asigné al art. 179 del Cd. Aer,. que menciona como acreedor sólo al explotador pero que, por las razones que antes fueron dadas, comprende también a toda otra persona que es partícipe en el respectivo socorro. A esa solución no se opone, en modo alguno, el hecho de que Southern Winds negara en cierto sentido la figura de la asistencia y nada reclamara por ella. Porque de todos modos, lo que es claro es que el actor Marcelo Patricios Porchetto –por esa actitud del explotador de la aeronave- no puede pretender que se le entregue el 100% del salario de asistencia cuando ésta fue presentada por copartícipes (unos facilitando los medios para su realización; el otro, realizándola). El señor Porchetto, sobre la base de los hechos descriptos en la demanda (en esp. fs, 86/92), calificó su actitud de “asistencia aeronáutica” y reclamó el salario que estima le corresponde. Y aquí debe tenerse en consideración que es deber de los jueces la decisión expresa y positiva de las pretensiones de las partes, mas “calificadas según correspondiere por ley” (art. 163, inc. 6º, CPCC). Precisamente, para decidir el salario o recompensa asistencial reclamada, el sentenciante debe valorar al conjunto de circunstancias fácticas para hallarse en condiciones de calificar, según por ley correspondiere, la pretensión esgrimida en autos y de ese modo estar capacitado en forma adecuada para decidir expresa y positivamente sobre ellas. Una de las circunstancias a meritar, a los efectos que considero, es que en la prestación del socorro aeronáutico el señor Porchetto utilizó bienes valiosos del explotador de la empresa aérea y pudo cumplir la asistencia por responder a las órdenes de dicho explotador (en orden al vuelo, itinerario, etc.). Sin esas condiciones o presupuestos, que no son la “asistencia propiamente dicha” pero sí aportes que la posibilitaron, la asistencia al Boeing 767 de AVIANCA (AV-vuelo 087) no habría llegado a consumarse. De allí que impresione como justo y razonable, adecuado a los términos del art. 179 C.Aer. (varias veces invocado por la demandada), que la recompensa –no habiendo demandado el explotador sea asignada al comandante Porchetto en una proporción equitativa (entendida como lo justo del caso concreto). Su distribución porcentual entre explotador y comandante no es una cuestión de fácil dilucidación, mas atendiendo a la naturaleza de la participación que le cupo a cada uno en el socorro en análisis encuentro bueno atribuir al comandante Marcelo Patricio Porchetto el 70% del salario o recompensa, asignando el porcentaje restante a la coparticipación del explotador, que no es parte del proceso (art. 165, última previsión, del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación). ¿Cuál habría podido ser una base justa para definir el total del salario y luego el porcentaje que le corresponde al actor Porchetto (70%)? Desde ya, la pretensión de que se calcule el rubro sobre el valor de la aeronave y, además, del límite de responsabilidad que supondría partir de la muerte de los 108 pasajeros, comporta un verdadero despropósito. Según las declaraciones del comandante del avión colombiano, la intervención de Porchetto en el momento en que la aeronave era declarada “en emergencia” –por causa del consumo excesivo del combustible y la distancia pensada hasta el aeropuerto alternativo de Mendoza-, su ayuda, “fue trascendental… nos salvó la vida…” (confr. reportaje, fs. 60). Pero ese factor ciertamente dotado de relevancia pero no de incidencia definitoria- debe ser armonizado con los otros que ya mencionamos antes: brevedad de la asistencia, falta de todo riesgo para el asistente, inexistencia de gastos o daños” y debe ser conjugada con el hecho de que las directivas o instrucciones suministradas al comandante Montoya Builes consistieron, sustancialmente, en transmisión radial de indicaciones; extremo que el actor no desconoce y que califica bien al decir que su asistencia fue de carácter “intelectual” (comunicación de conocimiento adquiridos por la experiencia y dominio de la zona del noroeste argentino al menos en los aspectos vinculados con la aeronavegación). Por las características de esta asistencia “intelectual” es evidente que no puede ser asimilada a la que, en materia marítima, es prestada por un buque a otro buque en peligro, en cualquiera de las situaciones que recordé antes (petroleros o buques de gran porte encallados en el veril del canal de entrada al puerto de Buenos Aires o auxilio a buques pesqueros en la zona del Atlántico sur). Los trabajos en unos y otros casos son enteramente diversos y no se puede pretender que por el traspaso en breve tiempo de datos informativos – aunque hayan sido de gran utilidad y eficacia se fije una recompensa o salario que no guarde la más mínima proporción con el desempeño no riesgoso de la actividad de Porchetto. Es claramente inadmisible que, por ese lapso que habrá insumido como mucho una hora de comunicaciones radiales –sin correr el más mínimo riesgo- el comandante que proporcionó la información útil demande una suma (salario o recompensa) que, excede con creces, lo que puede ganar el presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación en toda su vida, con más alguna “reencarnación” futura. Está bien, y esto se halla fuera de discusión, que el salario o recompensa por los socorros marítimos y aeronáuticos deben tener una cierta entidad de manera que obren, a más de su sentido propio, como un estímulo o incentivo para inclinar a las personas a colaborar rápida y eficazmente en los supuestos de emergencias (búsquedas, asistencias y salvamentos). Pero parece evidente que el estímulo no debe ser de una magnitud inmensa que lleve a que el auxiliador, por haberse incorporado a los ricos del primer mundo, abandonen la tarea u oficio para dedicarse a vivir de rentas. Es que también conserva valor, para el mundo jurídico contemporáneo, la anciana frase griega –escrita en muchos frontispicios- “todo en su medida y armoniosamente” (frase que le gustaba citar a J.L.Borges pero sin hacer ninguna referencia a su pertenencia al antiguo universo griego; confr. ALIFANO, R., “El humor de Borges”, edic. de la Urraca, 1996, pág. 59)Importa anotar, a esta altura, que los porcentajes que señala el actor en su memorial de agravios –relacionadas con el recordado por la Corte Suprema en el caso “Ballester c/ Esso S.A.” y con otros que habrían sido tomados de la revista “American Maritime Cases”, y que alcanzan al 13,67% y al 11,66%- son inaplicables al sub lite por varias razones, pero me limitaré a señalar dos que son decisivas: 1ª.) esos porcentajes están vinculados con asistencias y salvamentos marítimos, donde es frecuente que el navío auxiliador corra riesgos ciertos en su seguridad y la labor de su tripulación y otros buques de tiro colaboren en el auxilio (nada de lo cual se da en el presente caso); y 2ª.) porque los guarismos en su cruda desnudez no aportan elementos de juicio ponderables en tanto no se conocen en profundidad los hechos y características propias del socorro prestado, al extremo que no consta con claridad si se está en presencia de asistencia marítima o de salvamentos marítimos o de ambos sucesos a la vez. Y agrego el argumento tercero que reservé para el final: si aceptamos que el valor de mercado del Boeing 767 se sitúa en el orden de u$s 35.000.000 y que las indemnizaciones por el óbito de los 108 pasajeros, unos u$s 15.000.000 (red), la “asistencia intelectual” brindada habría impedido un daño de u$s 50.000.000. Prescindiendo de otros gastos que son inevitables en el caso de la caída de un avión de gran porte (como ser: traslados de cadáveres, recupero de restos de la aeronave, investigaciones, etc.), el reclamo del 10% de las cosas “asistenciadas” (no “salvadas”) alcanzaría nada más y nada menos que a CINCO MILLONES DE DOLARES ESTADOUNIDENSES; importe que convertido a moneda nacional a la paridad 1 dólar = $3,40, arrojaría el monto de DIECISIETE MILLONES DE PESOS. El solo enunciado de esa suma, por una asistencia exitosa pero que consistió prácticamente en un socorro “intelectual” (según la propia caracterización que de ella hizo el accionante, a fs. 859), de escasa duración y sin correr el más mínimo riesgo en la aeronave asistente (que no experimentó daños, ni gastos, ni debió alterar el trayecto establecido por el explotador) basta para demostrar, a la luz de la razón y del buen sentido, la exorbitancia de la pretensión lanzada por el actor al demandar; ello así, por más que se tomen en cuenta –como elementos referenciales -para ajustar los valores- la importancia económica que significó para AVIANCA el hecho de que la aeronave se hubiera salvado de un grave siniestro y que todo el pasaje y la tripulación resultara ilesa. Moviéndome, pues, dentro de las obvias dificultades que entraña la fijación prudencial de la recompensa –ya no discutible en esta instancia por más que el Código Aeronáutico legisla ese salario más bien con referencia al “salvamento”- y considerando la naturaleza de la asistencia “intelectual” prestada, el tiempo que pudo insumir, la falta de riesgo o peligro cierto USO OFICIAL Poder Judicial de la Nación para la nave asistente, el hecho de que no experimentó gasto alguno ni daños y que no debió apartarse del itinerario establecido de antemano por el explotador, como así también las circunstancias de que el socorro pudo ser proporcionado porque Southern Winds aportó la aeronave, su instrumental, sus funcionarios y diseñó el trayecto a recorrer, juzgo equitativo stricto sensu, es decir, como lo justo del caso concreto fijar la recompensa del señor Marcelo Patricio Porchetto –por todo concepto- en la suma actual de DOSCIENTOS OCHENTA MIL PESOS ($ 280.000); valor que resulta de estimar una cifra por las maniobras e instrucciones en sí y su reajuste tomando como elemento o pauta referencial el monto económico de los bienes que se salvaron muy probablemente –certeza no hay, pues acaso el piloto pudo haber intentado un aterrizaje de emergencia y reducir en grado sensible los daños- como consecuencia del obrar de Porchetto, según el juicio emitido por el comandante Montoya Builes al diario “Internacional”, de Bogotá, Colombia, a menos de dos semanas de ocurridos los sucesos. Para establecer la cantidad expresada he tenido en cuenta que, probado un daño o un crédito, pero no su monto, incumbe al juzgador su fijación según reglas de prudencia, entendida ésta no como una forma tímida de obrar sino como el ejercicio de la recta razón que discierne los medios adecuados para el cumplimiento del fin perseguido (art. 165, última parte, CPCC). XX.- Quéjase el actor porque el juez fijó el hito inicial de los intereses en la fecha (día siguiente) al de la notificación de la demanda (a la tasa que utiliza el B.N.A. en sus operaciones habituales de descuento a treinta días –tasa activa-). En su memorial de agravios, el señor Porchetto manifiesta a fs. 864 (punto 4.6. Sexto agravio. El dies a quo de los intereses; permítaseme la corrección de dos errores que hay en la escritura original de este título) que en realidad corresponde que dichos accesorios sean computados desde el 17 de junio de 1999 (y no desde el 9 y 12/3/2001, vid. cédulas de fs. 122 y vta. y 123 y vta.), porque en aquella fecha la demandada quedó constituida en mora mediante la recepción de la carta documento de fs. 31/32; extremo que fue expresamente requerido en el punto 2.3. del escrito de concreción de la demanda agregado a fs. 81/92. Considera el apelante que “Evidente se trata de un error inadvertido del Juzgador cuya enmienda dejo solicitada a V.E.”. No le asiste razón al quejoso. Es jurisprudencia reiterada de esta Sala –concorde con la doctrina general- que la interpelación extrajudicial, para que sea eficaz para colocar al deudor en mora, requiere –entre otras condiciones- ser apropiada en cuanto al objeto. Es inidónea para producir aquel efecto la intimación de pago por una suma que exceda considerablemente la real entidad del crédito (confr. causas: 7850 del 18.5.79; 1474 del 18.11.82; 5519/94 del 29.7.94, entre otras; ver J.J. LLAMBIAS, “Tratado de Derecho Civil, Obligaciones”, 2ª. ed., t. I, nº 115). Y la cartadocumento de la que pretende pevalerse el actor careció de virtualidad moratoria, toda vez que mediante ella se intimó a la deudora al pago de la cantidad de u$s 3.000.000 en concepto de retribución por la asistencia brindada (confr. fs. 11/32) y la demanda en primera instancia prosperó por $ 80.000 y de ser admitido este voto por mis distinguidos colegas de Sala, la condena alcanzaría una suma varias veces inferior a la que fue objeto de interpelación. Y como en la audiencia o formulario de la mediación no consta el monto que habría sido pretendido, resultando irrelevante el asentado en la solicitud de inicio de la mediación, se impone concluir que la demandada quedó constituida en mora con la notificación de la demanda (confr. causas 5286/97 “Elfman Sergio F. Y otros c/ American Airlines Inc. s/ daños y perjuicios”, del 18.7.2001; 1176 “Río Domingo y otro c/ Lufthansa LAA s/ devolución de pasaje”, del 19.6.2001, entre otras, v.gr. causa 148/00 “The Tokio Marine & Fire Insurance Co. Ltda. C/ Terminales Portuarios Argentinas S.A. s/ incumplimiento de contrato”, del 6.02.03). Por la razón precedente corresponde mantener lo decidió en primera instancia acerca de cuándo inician su curso los intereses moratorios del caso. XX.- El juez, en su fallo de fs. 813/825, resolvió que, en atención a las particularidades de la causa –que pudieron hacer creer razonablemente a la demandada que le asistía derecho para resistir la acción-, las costas serían soportadas por las partes por su orden y las comunes por mitades. Disconforme con esa solución se alza el demandante y en su memorial de agravios (confr. fs. 864 in fine/866), tras recordar diversos aspectos del proceso y argumentos propuestos por cada una de las contendientes, su pensamiento se puede sintetizar en sus puntos vitales del siguiente modo: a) media prescindencia injustificada del principio objetivo de la derrota que consagra el art. 68 del CPCC; b) la naturaleza de la cuestión debatida y las características que rodean a este conflicto no presentan dificultad u originalidad que justifique lo dicho sub a); c) que es internacionalmente aceptada en doctrina que la asistencia “intelectual” (consistente en consejos y asesoramiento al capitán) reviste la condición de “asistencia” y se halla prevista en el art. 184 C.Aer.; d) que la contraparte mantuvo su actitud reticente pese al dictamen del doctor Videla Escalada, que le daba la razón a su parte (reitera algunos conceptos de dicho dictamen); e) que la ayuda no fue prestada por la aeronave de Southern Winds sino por Porchetto exclusivamente “quien intervino a título personal y no en calidad de comandante de la aeronave de su explotador”; f) que la circunstancia de que el socorro aéreo (asistencia) configure un deber legal (art. 176 C. Aer) no es causa para que no proceda el salario reclamado; y g) que la sentencia de primera instancia, en este aspecto, carece de sustentación razonable. Entre tanta andanada de recordatorios, propone dos puntos dignos de análisis: 1º) “la cuestión jurídica debatida en la causa (no) reviste carácter complejo o de excepción, ni posee nota alguna de particularidad que justifique el apartamiento (del) principio general en materia de costas, solución que debe ser interpretada restrictivamente; y 2º) que Porchetto, al obtener el reconocimiento de su derecho, reviste la condición de vencedora sustancial, siendo del caso tener presente que las costas no son una penalidad para el vencido sino que importan tan sólo un resarcimiento de los gastos en que su parte debió incurrir para obtener el reconocimiento de sus derechos. No habré de volver sobre los temas del primer párrafo de este considerando –que han sido estudiados en anteriores-, salvo cuando resulte necesario para fundar la materia que ahora debe ser decidida: el agravio sobre el régimen de las costas. Conforme lo ha declarado esta Sala infinidad de veces, el Código Procesal Civil y Comercial de la Nación ha adoptado en materia de costas el criterio objetivo del vencimiento o derrota (art. 68, 69 y 558), lo cual no implica en términos generales una penalidad para el litigante vencido sino que tiene por objeto imponerle la obligación de resarcir al adversario los gastos en que su conducta lo obligó a incurrir para obtener el reconocimiento de sus derechos (confr. esta Sala, causas: 7056 del 5.12.90; 7455 del 22.2.91; 8697 del 14.10.92; 4323/92 del 23.6.93; 45926/95 del 24.9.98, entre muchas otras). Sólo para supuestos de excepción las aludidas normas prevén que las costas sean distribuidas por su orden, solución que es aplicable en casos que presentan significativa complejidad en los hechos o en temas jurídicos espinosos sobre los que no existe conformidad jurisprudencial o doctrinaria e, inclusive, en supuestos novedosos cuya definición provoca seria duda reflexiva. Por ello, se ha insistido en que es insuficiente para liberar de costas la creencia subjetiva del litigante de que le asistía derecho en la contienda (confr. causa 45926/95, antes citada; ver: O.A. GOZAINI, “Costas procesales”, edit. Ediar, Bs.As. 1991, p.79; PALACIO-ALVARADO VELLOSO, “Código Procesal Civil y Comercial”, t. III p.98). Es que la razón fundada para litigar debe apoyarse en extremos fácticos o jurídicos que demuestren suficientemente la razonabilidad del derecho sostenido en el pleito (ver: S.C.FASSI y C.YAÑEZ, “Código Procesal Civil y Comercial”, t.I p. 417). Se ha escrito, en ese sentido, que la exención de costas al vencido constituye un supuesto extraordinario que debe ser fundada circunstanciadamente (O.A.GOZAINI, op. Cit., pág.77), justificándose sobre la base de circunstancias objetivas y muy fundadas, que tornen manifiestamente injusta su imposición al perdedor en el caso particular (conf. R.G.LOUTAYF RANEA, “Condena en costas en el proceso civil”, ed.Astrea, Bs.As. 1998, ps.75/76 y jurisprudencia citada en sus notas 162 y 163), debiendo recurrirse a la solución excepcional restrictivamente (autor y ob. cits. p.76 y nota 164; MORELLO-SOSABERIZONCE, “Códigos Procesales”, t.II-A, p.52). Concordemente, la Sala III –en anterior integración- puntualizó: “La excepción al principio general en materia de costas debe ser interpretada restrictivamente y sobre la base de circunstancias objetivas y fundadas, que demuestren la injusticia de aplicar el mencionado principio. Y ello es así, pues, en caso contrario, se desnaturalizaría el fundamento objetivo del vencimiento para la condena en costas, convirtiendo la excepción en la regla, lo que no es admisible (L.L. 1994 C.573). Es atendiendo a su condición excepcional y de interpretación restrictiva que se ha afirmado con coherencia que en la duda corresponde estar al principio general e imponer las costas al vencido (v. MORELLO-SOSA-BERIZONCE,op y loc.cits.). Examinado y repensado el caso con el máximo celo a mi alcance, juzgo que la petición USO OFICIAL Poder Judicial de la Nación de que las costas sean impuestas a la demandada, en su totalidad, comporta una proposición inadmisible. Porque el principio general antes recordado no se aplica simpliciter, en todos los casos de derrota, sino secundum quid, esto es atendiendo si no concurren circunstancias excepcionales que presten sustento a la aplicación de la solución, también excepcional, que contempla el art. 68, segunda parte, CPCC. Un primer aspecto a considerar es que, en la historia de este fuero en lo civil y comercial federal –que por cierto tiene muchos años de existencia-, éste es el primer caso de “asistencia aeronáutica” que se presenta. Y se presenta con la particularidad o característica de que ella fue prestada “intelectualmente”; situación que nunca había sido juzgada por el Tribunal en materia de derecho de la navegación por agua. No hay dudas, por tanto, que la controversia aquí planteada tiene carácter novedoso y no está exenta de aristas complejas que suscitan no la duda espontánea que es habitual en muchos casos sino la duda reflexiva, esto es, el encuentro en el razonamiento y en la valoración de que existen buenas razones para negar en equivalencia con buenas razones para afirmar (que esto es la duda). Otro elemento que reviste trascendencia a los efectos que aquí se consideran es que –si mis distinguidos colegas de Sala compartieran mi voto-, el derecho al salario no le corresponde en su integridad al comandante de la aeronave Porchetto -sujeto activo de la asistencia-, sino que debe coparticiparlo en las proporciones antes señaladas con el explotador de su aeronave (no en autos pues éste no es parte sino en la determinación de su monto). Un tercer cuadro, al que asigno trascendencia relevante, está configurado por el manifiesto exceso del monto del reclamo, el que no pudo pasar inadvertido al accionante y su asesor letrado meritando los valores que maneja habitualmente el foro argentino. No estamos en Dubai ni tan siquiera en los EE.UU. de Norteamérica y la jurisprudencia –con criterio realista- se mueve en función de las circunstancias económicas que afectan a la Nación toda. En la Nación del norte, según las cadenas informativas y los repertorios de fallos que llegan – donde tienen funcionamiento los “daños punitivos” marginados de nuestro orden jurídico positivo- el uso de la imagen de un tercero o una manifestación calificada de injuriosa suelen dar lugar a condenas por u$s 1.000.000. En nuestro país, nación en vías de desarrollo (o arrollado, como decía mi maestro el Rdo. Padre Leonardo Castellani –e.u-), lesiones a la intimidad y al honor difícilmente superen los $ 100.000. El extremo apuntado en el párrafo que antecede tiene significativa importancia porque, sobre un reclamo del 10 % sobre el valor de la aeronave y de las indemnizaciones estimadas como límites de responsabilidad por la muerte presunta de 108 pasajeros, ubicaría el caso en valores cercanos a los u$s 50.000.000, cuyo 10% alcanzaría a u$s 5.000.000. Si se tiene en cuenta los hechos constitutivos de la asistencia “intelectual” (confr.fs. 859), su duración, medios, ausencia de riesgos y empleo de bienes de la empresa Southern Winds, al más pobre en sentido común se le presentará el reclamo como un exceso manifiesto e injustificable, por más que haya contribuido el actor –muy probablemente- a la superación de la “emergencia” del Boeing 767. Y, en el mismo orden de ideas, una comparación de cifras viene bien para afirmar que el señor Porchetto ganó la cuestión jurídica sub disputatio, mas lo hizo en una proporción muy inferior a lo pretendido. Pasando todos los valores a pesos, los u$s 5.000.000 reclamados (a razón aproximada de 1 dólar = $ 3,40) trepan al importe de $ 17.000.000 (por información verbal, sin riesgos, durante un lapso que, como mucho, podrá haber tenido una extensión de dos horas y menos también). Y con referencia a esa cifra, la que propongo como recompensa justa es $ 280.000, lo que equivale a decir que la demanda habría de prosperar por el 1,65 %. Con lo que se tiene que el caso, no obstante el reconocimiento de su derecho a una recompensa por parte de Marcelo Patricio Porchetto, escapa a la previsión general del art. 68 CPCC para encuadrarse en la norma del art. 71 del mismo Código: existencia de vencimiento parcial y mutuo. Porque la pretensión del señor Porchetto es admitida por un 1,65% con relación a lo demandado y es rechazada en el 98,35 %. A tenor del mencionado art. 71 CPCC, si el resultado del pleito o incidente fuere parcialmente favorable a ambos litigantes, las costas se compensarán o se distribuirán prudencialmente por el juez en proporción al éxito obtenido por cada uno de ellos. Y no es que el éxito que consigue el actor Porchetto no sea razonable ($ 280.000 por una labor informativa de excelentes resultados, pero sin clase alguna de riesgos, gastos y duración temporal limitada), sino que parece minúsculo por la desorbitada magnitud del reclamo inicial. Como resultado de ponderar los extremos que acabo de anotar, teniendo en cuenta que el tema planteado —dificultad de solución al margen— es novedoso desde todo punto de vista; que no está exento de aspectos jurídicos opinables aunque superados en la segunda instancia por la limitación de los agravios (pero anoto que el art. 179 no prevé para la asistencia, expressis verbis, un salario de recompensa sino el reembolso de gastos y la Indemnización de daños, mientras que el art. 180 que se refiere al salvamento sí contempla la remuneración por el servicio) ; que esa opinabilidad de la materia se muestra en las distintas posiciones defendidas por el recordado maestro Federico VIDELA ESCALADA; que, en mi criterio, visto que el comandante pudo realizar el socorro intelectual por los materiales provistos por Southern Winds, no parece irrazonable que su explotador sea partícipe en un tanto por ciento de la asistencia; que el monto peticionado en la demanda implicó, recordando las tareas cumplidas efectivamente por Porchetto y ajustándolas en función de considerar como pautas de referencia la importancia económica de lo “asistido”, un exceso carente de toda justificación razonable ($ 17.000.000 por una hora o una hora y media de dar directivas por radio) ; y que, en definitiva, con relación a lo pretendido se le reconocería —en este voto— $ 280.000 (con más los intereses a tasa activa B.N.A. desde el día siguiente al de la notificación de la demanda), equivalentes al 1,65% del reclamo; como resultado de ponderar esos aspectos, digo, encuentro razonable y legal que en primera instancia las costas sean distribuidas del modo que lo hizo el señor Juez: por su orden y las comunes por mitades (arts. 68, 2ª. parte, y 71 del Código Procesal). XXI.- En alzada, puesto que el recurso de la demandada no prosperó y fue vencido en todos sus planteos, las costas por él devengadas serán a su cargo (art. 68 CPCC); en la apelación del actor, que prospera parcialmente, juzgo que deben ser distribuidos los accesorios por su orden, pues militan al respecto muchas de las razones valoradas para decidir el tema en primera instancia (arts. 68, 2~. parte, y 71 Cód. cit.). XXII.— Voto, por los desarrollos precedentes, porque — declarando nulo el pronunciamiento de primera instancia por violar el principio de congruencia (arts. 34 inc. 4° y 161, inc. 6° CPCC y entrando a conocer del fondo del asunto, en los términos de los arts. 251 y 278 CPCC), se dicte sentencia condenando a los co-demandados a pagarle al señor Marcelo Patricio Porchetto la suma actual de DOSCIENTOS PESOS ($ 280.000), con intereses según lo decidido por el a quo (tasa activa B.N.A. desde la notificación de la demanda) y con las costas de primera instancia por su orden y las comunes por mitades. Propongo que en alzada, estos accesorios sigan el régimen señalado en el punto XXI del presente. Los señores jueces de Cámara doctores Alfredo Silverio Guzman y Ricardo Víctor Guarinoni, por razones análogas a las aducidas por el señor Juez de Cámara doctor Eduardo Vocos Conesa, adhieren a las conclusiones de su voto. Con lo que terminó el acto. EDUARDO VOCOS CONESA. ALFREDO SILVERIO GUSMAN. RICARDO VICTOR GUARINONI. Es copia fiel del acuerdo original que obra en las páginas n° 1913 a n° 1954 del Libro de Acuerdos de la Sala 2 de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y Comercial Federal. Buenos Aires, 22 de diciembre de 2008. Y VISTOS: por lo que resulta del acuerdo que antecede, téngase por resolución de la Sala lo propuesto en el punto XXII del primer voto. De conformidad con lo establecido en el art. 279 CPCC, mentando la naturaleza del asunto, su monto (conformado por el capital y los intereses; ver plenario “La Territorial de Seguros S.A. c/ Staf s/ incidente”, del 11.9.97), y la extensión, calidad e importancia de los trabajos realizados, así como las etapas cumplidas, fíjase los honorarios del letrado y USO OFICIAL Poder Judicial de la Nación apoderado de la parte actora, doctores Jorge Antonio Sica y Eduardo Carlos Márquez Smith en el 18 % y el 7,20 % respectivamente. Y determínase las retribuciones de los profesionales que actuaron por las co-demandadas en el 17 %, en conjunto (arts. 6, 7, 9, 10, 19, 37 y 38 de la ley 21.839, reformada por la ley 24.432). En atención al carácter de laá cuestiones sobre las que debieron expedirse los peritos, en vuelos señor Héctor Gerardo Racca y en psicología licenciada Silvana Marí Cursaro, y al mérito y extensión de sus dictámenes e incidencia en la solución de la causa, fíjase los honorarios del primero en el 7,5 % y los de la segunda en el 5,5 % de la base arancelaria arriba precisada. Y establécese las retribuciones de los consultores técnicos Alejandro Burello y Sonia Elizabeth Bordón en el 1,5 % para cada uno (art. 519, ley 20.094, aplicable por razón de analogía) Por alzada, considerando el resultado de los recursos y los intereses económicos involucrados en cada uno de ellos, así como también la extensión, calidad e importancia de los escritos presentados, regúlase: a) en el recurso de la demandada: en el 4,5% y el 1,80 %, sobre el quantum de la condena de primera instancia con más sus intereses los emolumentos de los doctores Jorge Antonio Sica y Eduardo Carlos Márquez Smith respectivamente, y en el 3% y el 1,2 % los que corresponden a los doctores Gualterio Truppel y Eduardo T. Cosentino, en ese orden; y b) en la apelación de la parte accionante: computando como base el monto por el que prospera el recurso (y sus intereses) , determínase los estipendios de los doctores Jorge Antonio Sica y Eduardo Carlos Márquez Smith en el 5,40 % y el 2,15 % los de los doctores Gualterio Truppel y Eduardo T. Cosentino (arts.14 y concs. del arancel). Regístrese, notifíquese y devuélvase. EDUARDO VOCOS CONESA - ALFREDO SILVERIO GUSMAN - RICARDO VICTOR GUARINONI