Loza Vázquez, Marta G.

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EL INTEGRACIONISMO EN AMÉRICA LATINA:
NEOBOLIVARISMO Y NEOPANAMERICANISMO
Marta G. Loza Vázquez
Departamento de Estudios
Ibéricos y Latinoamericanos
Universidad de Guadalajara
México
Preparado para presentarse en el
XXII Congreso Internacional
de la
Asociación de Estudios Latinoamericanos
Miami 2000
Miami, Florida
EL INTEGRACIONISMO EN AMÉRICA LATINA:
NEOBOLIVARISMO Y NEOPANAMERICANISMO
Marta G. Loza Vázquez
Introducción
La idea de integrar en una sola las diferentes regiones de América Latina, surgió
desde la misma lucha por la autonomía económica-política de la América española, cuando
las gestas independentistas del siglo XIX proclamaban liberar a cada unidad administrativa
virreinal y consolidar una basta extensión formada por territorio unidos y a la vez
autónomos entre sí. Un poco después, con la aparición de los Estados nacionales, se inician
los esfuerzos de coordinación, tratando de alcanzar la legendaria "Gran Colombia", el
sueño de la máxima figura independentista del subcontinente, Simón Bolívar.
Sin embargo, América Latina ha desarrollado su historia en medio de condiciones
geopolíticas específicas, fundamentalmente la presencia en el continente de la potencia
considerada por muchos años como la más poderosa, Estados Unidos, lo que ha influido
necesariamente, desde su aparición como Estado-nación en el siglo XVIII, a los caminos de
Latinoamérica; en el sentido integracionista, la necesidad de unir criterios y acciones
continentales ha partido también desde aquella nación, conociéndose como
Panamericanismo su iniciativa y, por obvias razones, ha tenido mayores alcances que la
iniciativa latinoamericana.
De esta manera, el Integracionismo no es una experiencia inédita en América
Latina; aunque el esfuerzo bolivariano no cuajó en el siglo pasado, ni tampoco los planes
panamericanos, en la década de 1950 se generó una nueva experiencia integracionista en
nuestra región, cuando aparece la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio
(ALALC), referida a aspectos prioritariamente económicos, inspirada por la experiencia de
unificación europea después de la Segunda Guerra, y que motivó la aparición de diferentes
esquemas pro-integración en nuestra región. Sin embargo, esta experiencia, pese a los
grandes esfuerzos y costos que significó, se consideró un fracaso al finalizar los años
setentas, y aunque quiso reactivarse con la transformación de ALALC en ALADI, en la
práctica el integracionismo fue abandonado.
Es hasta la década pasada, en el marco consabido de globalización, que los intentos
de integración latinoamericana vuelven a impulsarse con mayor fuerza, pero con resultados
diversos. Nuestro subcontinente ha visto modificadas tanto sus políticas comerciales hacia
el exterior, como sus planteamientos económicos al seno de sus Estados. La integración,
como el mecanismo que facilita la expansión del mercado internacional, se ha adoptado
entre la comunidad latinoamericana aproximadamente de la misma forma, a excepción de
Cuba.
Las características actuales, dado el contexto de apertura hacia el mercado global
fundamentalmente, permiten anteceder el prefijo Neo a ambas visiones integracionistas, por
lo tanto, se puede hablar de un Neobolivarismo y un Neopanamericanismo que establecen
una relación de poder y que se manifiestan a través de los esquemas representativos de cada
visión en pro de la conjunción de políticas económicas en el continente: el Mercado Común
1
del Sur, MERCOSUR y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN),
respectivamente.
La intención de éste material es presentar algunos avances de mi trabajo
investigativo, que se sustenta en la siguiente idea central:
Las formas que ha asumido el Integracionismo de fin de siglo, permite apreciar que
los planteamientos bolivariano y panamericano siguen presentes, y que es notorio en primer
lugar, que durante la primera mitad de la década, existía la intención clara de supeditar el
proyecto latinoamericanista al anglosajón, al que podemos resumir bajo el término de
integración subordinada1, objetivo que se ha logrado sólo parcialmente; en segundo lugar,
después del camino que los intentos integracionistas tomaron en la segunda mitad de los
noventa, se perfilan con claridad los dos modelos en el continente, el neopanamericanista
representado por el TLCAN y el neobolivarista, a su vez representado por el MERCOSUR.
I.
El fenómeno de la Integración subordinada es resultado de la realidad geopolítica
del continente, caracterizado por la confrontación entre las subregiones periféricas y el
Estado hegemónico. La tendencia hacia la creación de bloques y regiones atiende a
intereses políticos y económicos que despliegan los centros hegemónicos entre sí y hacia
sus áreas de influencia. Este desarrollo geopolítico se ha hecho evidente a lo largo de la
historia y ha tomado características particulares de acuerdo con las circunstancias de las
diferentes épocas. En el caso americano, y a partir de la consolidación independentista,
generó la aparición en el siglo XIX, de dos tipos de modelos integracionistas: el
Bolivariano o Latinoamericanista y el Panamericano o Anglosajón.
El proceso de integración actual en el que toda América se ve inmersa, es, por tanto,
producto histórico de la relación contradictoria entre ambas concepciones geopolíticas
sobre integración.
El primer proyecto surgió en Latinoamérica, cuando Simón Bolívar lanzó la
iniciativa de construir la “Gran Colombia”, en 1822, con la intención de crear una gran
confederación de los Estados recientemente independizados. El plan Bolivariano se intentó
materializar en el Congreso de Panamá en 1826, llamando a conjuntar los esfuerzos de los
países nacientes para insertarse en el mundo, apoyados en una identidad histórica, cultural,
social, política y económica que compartían.
Frente a este proyecto, y en el mismo periodo, surgió aquel elaborado desde los
Estados Unidos, sustentado en llamamiento que hacía la llamada “Doctrina Monroe”, en
1823, cuya intención fue acrecentar el papel hegemónico de ésta nación en América. Al
igual que el Congreso de Panamá, la iniciativa anglosajona convocó una reunión
continental, llamada Primera Conferencia Internacional Americana, sólo que ese evento
sucedió hasta en año de 1890, luego de una serie de altas y bajas en la política exterior
norteamericana hacia Latinoamérica, que iba desde la aplicación del “big stick” hasta la
política del “buen vecino”; a pesar de esto, las inversiones, la potencial ayuda económica
1
El concepto Integración Subordinada es propuesto por la socióloga Aline Frambes-Buxeda en su artículo
publicado por la revista Nueva Sociedad: “La Integración Subordinada en América Latina”; lo construye a
partir de la manera en que las administraciones regionales se vinculan a la economía mundo, sobre todo la
tecnocracia mexicana, establece las caracteríticas de este modelo integrador y sienta las bases para enriquecer
el concepto, propuesta que retomo en mi tesis de maestría: “La izquierda ante la integración subordinada en
América Latina: propuesta del Foro de Sao Paulo 1994-1996”
2
que podrían brindar, la consolidación de su régimen demócrata liberal y su espíritu
nacional, lograron paulatinamente hacer que Estados Unidos fuera aceptado por los
gobiernos latinoamericanos como ejemplo a seguir. En este contexto, la reunión
panamericana mostró la aceptación hegemónica de la potencia en nuestro continente.
Ambos proyectos han modificado su objetivo original a lo largo de la historia: el
bolivarísmo y el panamericanismo pretendieron formar una gran asociación políticoeconómica entre Estados, sin embargo, las condiciones histórico-políticas no fueron las
propicias.
El siglo XIX se caracteriza por la necesidad de conformar estados nacionales
independientes; en cada nación se presentaba la lucha dinámica por establecer territorios
bien definidos y su consiguiente soberanía, la población se reacomodaba a las nuevas
circunstancias y naturalmente, la formación de gobiernos, a través sobre todo de la lucha
entre liberales y conservadores, se estaba dando con la creación de las instituciones
necesarias para consolidar la personalidad de estados-nación. Adecuar un gobierno y un
mercado contenidos dentro de un territorio autónomo con fronteras bien delimitadas
(Rocha, 1995:4), generaban entonces un ambiente social y político que no permitía la
creación de unidades supranacionales sin antes tener consolidadas las naciones.
La necesaria afirmación de la soberanía, en detrimento del proyecto bolivariano, no
sólo echó por tierra el ideal de unidad, sino que llevó a múltiples confrontaciones
fronterizas entre los países de la región2, y a negociar por separado la entrada de cada país
latinoamericano a la comunidad internacional; esto último, en numerosas ocasiones les ha
significado aceptar las condiciones desventajosas, sobre todo en los aspectos comerciales y
en general económicos.
Contra la idea panamericana, las mismas condiciones históricas no hicieron posible
que los países americanos aceptaran la primera unión aduanera propuesta por los
estadounidenses en la Conferencia de 1890, aunque cada nación por separado, negocio y
creo los lazos de supeditación económico-comercial con los EE.UU.
Ambas versiones integracionistas han sobrevivido, aunque en algunos momentos
históricos modificando su objetivo de unidad para responder a “. la realidad moderna de
sistemas nacionales..” (Rocha, 1995). El proyecto latinoamericanista hizo llamados sólo a
la convergencia política de Estados nacionales independientes, haciendo a un lado el
proyecto de conseguir un “Estado supranacional” - en sentido contemporáneo-, para no
herir la susceptibilidad nacionalista. Por su parte, el proyecto anglosajón tuvo que renunciar
a la propuesta de formar un mercado continental, pero continúo fortaleciendo su presencia
económica de manera unilateral con cada país latinoamericano, aunque dando posibilidad
en su discurso, de que a futuro la unión fuera posible.
Es oportuno señalar, como situación de contraste, que las experiencias
integracionistas adecuadas a los marcos del Estado-nación, resultan en estos momentos
caducas, porque en muchos sentidos, principalmente en lo comercial, se están rompiendo
los marcos nacionales.
A lo largo del siglo XX, en algunas ocasiones se intentó activar ambos proyectos,
sin embargo, de nueva cuenta, las circunstancias históricas no permitieron desarrollarlo; el
intento bolivariano se experimentó entre la década de los cincuenta y ochenta, cuando
2
Aún en el siglo XX los conflictos fronterizos no fueron superados del todo, se han evidenciado problemas
como la confrontación entre El Salvador y Honduras, en los años sesenta, y ya en los noventa, los altercados
entre Perú y Ecuador o Colombia y Venezuela.
3
surgieron los diversos esquemas integracionistas que aún hoy conservan casi sus nombres
originales3; en los sesentas, la famosa “Alianza para el progreso”, del Presidente Kennedy
tuvo el perfil panamericano; en estas ocasiones, la Guerra Fría, la actitud proteccionista y la
debilidad de las economías latinoamericanas, evitaron que abiertamente se diera la
integración de uno y otro matiz.
II.
En este fin de siglo, se ha vuelto a poner en relieve la necesidad de la unidad
supranacional, dadas las características del capital globalizado y la regionalización, por lo
que el panamericanismo y el bolivarísmo cobran de nuevo importancia. Ahora, ambos
proyectos tienden a readecuarse a las circunstancias actuales, es decir, ante las francas
expectativas que se abren para crear verdaderos espacios supranacionales.
Vino con el comienzo de la década la reactivación de esquemas integracionistas del
pasado: regionalmente: ALADI, a nivel subregional: MCCA-SICA, Pacto AndinoComunidad Andina, CARICOM. La creación de alianzas nuevas: regionales: Asociación de
Libre Comercio de las Américas, ALCA; subregionales: TLCAN, MERCOSUR,
Asociación de Estados del Caribe, AEC. Además, un numeroso guión de pactos tri y
bilaterales, en que sobresalen el Grupo de los 3, G-3 o el acuerdo México- Chile.
Existe entonces la necesidad de diferenciar a ambos de las características del
pasado; es por eso que éste análisis adopta los términos Neobolivarismo y
neopanamericanismo, propuestos por Alberto Rocha.
Ambos conceptos dan cuenta de las transformaciones que los Estado-nación
experimentan, abriéndose hacia el comercio internacional, en el juego de la globalización y
con la tendencia de fortalecer el bloque continental apoyando la competencia que el
gobierno y las transnacionales estadounidenses emprenden frente a Asia y Europa.
Puede decirse que ambos proyectos se distinguen, uno, buscando la unidad de
América Latina y el Caribe y otro, la unidad de todo el continente; sin embargo, aunque
sean proyectos antagónicos en su origen, hoy asumen tres características que justifican el
término neo aplicado a los dos: a) la apertura al capital internacional, b) la aceptación de
reglas de industrias y empresas transnacionales y c) la coincidencia de formar un bloque
continental: además éstas son tres facetas que unen ambos proyectos, situación no dada en
el pasado.
En el contexto contemporáneo, existe una cuarta característica que es fundamental:
la inserción de México al TLCAN, muestra por un lado que el panamericanismo se ha
impuesto al bolivarísmo parcialmente, al arrebatar a un miembro muy importante de la
comunidad latinoamericana, y por otro lado, que impone el modelo a seguir de los tratados
3
El bolivarísmo tuvo una oportunidad de desarrollo en 1950, cuando comienza a plantearse la necesidad de
una integración Latinoamericana; a instancias de la recientemente creada CEPAL, a partir de 1960, aparecen
en escena los esquemas integracionistas en América Latina: Asociación latinoamericana de Libre Comercio,
ALALC (18/02/60); Mercado Común Centroamericano, MCCA (13/12/60), que en 1996 cambia a Sistema de
Integración Centroamericana (SICA), Grupo Andino, GA (26/05/69), luego Pacto Andino, PA, que también
cambia en 1997 a Comunidad Andina (CA) y Comunidad del Caribe, CARICOM (04/07/73); la ALALC se
transformaría en Asociación Latinoamericana de Integración, ALADI (12/08/80) en un esfuerzo por rescatar
las políticas integracionistas. Durante sus primeros años, los esquemas fueron apoyados por los Estados
latinoamericanos y las instancias de apoyo creadas para ello (Banco Interamericano de Desarrollo –BID-,
Sistema Económico Latinoamericano –SELA- y la propia CEPAL).
4
latinoamericanos, en el amplio sentido de buscar la negociación prioritaria con la potencia
del norte; en este sentido, el proyecto regido por Estados Unidos paulatinamente ha
afianzado su vocación hegemónica.
El modelo de integración subordinada se revela claramente en la manera que
México se involucra en el TLCAN con Estados Unidos y Canadá, sus aliados comerciales.
La subordinación se presenta en dos grandes niveles:
1. Subordinación Externa, hacia los criterios hegemónicos de Estados Unidos y
hacia los Organismos Transnacionales; ambos actores pusieron las bases y las
normas para su firma, en medio de negociaciones complejas, muchas veces ásperas
por la intransigencia de los sectores económicos poderosos sobre todo
estadounidenses; sin embargo los negociadores mexicanos fueron superados y
tuvieron que aceptar la postura norteamericana, puesto que para su criterio, era la
oportunidad de formar parte de la prometedora alianza.
2. Subordinación Interna de agentes económicos no estratégicos quienes fueron
excluidos de las negociaciones; esta exclusión se da sobre todo hacia la pequeña y
mediana empresa, en especial la agrícola, pero también comercial e industrial,
sectores en que tradicionalmente se sustentaba una parte importante de la economía
mexicana, bajo el argumento de que no demostraron ser eficientes y eficaces para
involucrarse en la competencia trilateral. De esa manera se privilegió a aquellas
industrias y empresas de élite, quienes tenían experiencia en negociación
internacional. Pero también se discriminó a organizaciones, partidos y posturas
opositoras a las políticas neoliberales, estrategia de la integración subordinada.
Estos conflictos han pretendido ser solucionados bajo los marcos de una democracia
formal4 impulsada fuertemente, pero sin embargo, la capacidad de participación en
las grandes negociaciones, se ve limitada al permitirse solo a través de los debates
en las cámaras, debate que la oposición pierde ante la mayoría priísta oficial.
Éstos dos niveles generan las siguientes características, que tienden a ser comunes en
otras experiencias de integración:
a. Raíces históricas de confrontación geopolítica
b. Fracaso de los intentos de integración bolivariana.
c. Bajo la hegemonía neopanamericana
d. Moldeada por las políticas neoliberales.
e. Bajo las directrices de la competencia indiscriminada hacia el exterior
f. La búsqueda del desarrollo y la modernización bajo criterios centralistas.
g. La paulatina discriminación del Estado.
h. La exclusión de opiniones y actores discordantes
i. Apoyadas en campañas de información sesgadas5
Vale repetir que estas situaciones se han presentado en la experiencia mexicana
frente al TLCAN, sin embargo, países centroamericanos se han visto afectados por los
cambios de sus políticas internas, que preparan el terreno para su propia integración y la
4
Por criterios formales de la democracia, se entienden las modificaciones constitucionales, las reformas
políticas, la búsqueda de consensos entre partidos políticos y Estado, tendientes a fortalecer los mecanismos
electorales para un mejor funcionamiento de los poderes republicanos, sobre todo aspiran a una mayor
representación de la sociedad a través del poder legislativo.
5
Tanto los niveles de integración subordinada como sus características, están desarrolladas en la Tesis de
maestría citada.
5
futura con el TLCAN –aunque por parte de él no haya un acercamiento real. De igual
manera, las negociaciones en el seno del MERCOSUR presentan características parecidas
de exclusión, internas que afectan a los sectores no prioritarios nacionales, y externas entre
la disparidad de las economías, las débiles de Uruguay y Paraguay, frente a las fuertes de
Brasil y Argentina.
Todos los países de América Latina –a excepción de Cuba-, se ven afectados sobre
todo en su organización interna, puesto que la transformación económica y política guiada a
través del neoliberalismo, afecta negativamente a sus sociedades, en pos de alcanzar la
integración externa. Además, al enfrentarse a negociaciones supranacionales, los mismos
criterios hegemónicos son impuestos.
Es en el TLCAN donde la subordinación y las desventajas que esto trae consigo,
muestran claramente la supeditación neobolivariana al panamericanismo; aún más, con este
hecho, México rompe con su tradición retórica proclive a la unidad latinoamericana,
presente siempre en su historia. La ausencia de México de algún tratado importante
Latinoamericano, es un fuerte golpe al neobolivarísmo. La firma de diversos tratados bi y
trilaterales con países de América Latina –G-3, Chile, Colombia, etc., habla de un recurso
aún más retórico que sus pronunciamientos del pasado.
La tendencia a la supeditación neobolivariana al neopanamericanismo, fue muy
fuerte durante los primeros años de la década: en 1993, el neopanamericanismo convocó la
llamada Cumbre de las Américas, celebrada en la ciudad de Miami, con la asistencia de
todas las naciones de América Latina. En este marco, El proyecto neopanamericano lanzó
su invitación a crear una gran zona de libre comercio continental, la Asociación de Libre
Comercio de las Américas, ALCA, al que le precede la llamada “Iniciativa para las
Américas”6, En este sentido, el ALCA lanzó como punta de lanza al TLCAN, poniendo a
México como el ejemplo a seguir.
Fue tan fuerte la influencia neopanamericana y el ejemplo del TLCAN, que los
acuerdos de fundación y refundación de los esquemas latinoamericanos, dan cuenta del
interés por participar del proyecto ALCA: el tratado de Tegucigalpa, del SICA, lo establece
abiertamente, aún el propio tratado de Asunción, del MERCOSUR, reconoce la tendencia
de aliarse al gran pacto del norte.
Se debe resaltar que el MERCOSUR es un tratado eminentemente neobolivariano
porque parte de un llamamiento a la unidad de países latinoamericanos, pero no para un
crecimiento autónomo como en el pasado - y no por eso mejor-, sino vinculado a los
criterios del capital internacional; es aquí donde se puede notar que esta en riesgo de acatar
los criterios de una integración subordinada a los criterios hegemónicos mundiales en
general, y estadounidenses en particular.
El discurso político de los gobiernos latinoamericanos de corte eminentemente
neoliberal, apoyándose fundamentalmente en los medios masivos de información, manejó a
lo largo de la década de los noventa, que las estrategias de integración a través de la
apertura comercial acelerada, eran procesos inevitables y sin marcha atrás, donde el
elemento central del discurso era convencer a las poblaciones de nuestros países, de que sus
resultados finales serían benéficos para todos (Gutiérrez, 1995:57); aunque tal argumento
ha sido rebatido por los escasos resultados obtenidos - fundamentalmente no se ha visto que
6
En 1990 fue propuesta por la administración del republicano George Bush , donde se propusieron una serie
de puntos en los cuales se perfilaba la unión comercial continental, y durante los dos años siguientes, trabajó
incansablemente hasta lograr la firma del TLC entre EE.UU., Canadá y México.
6
el crecimiento macroeconómico descienda hacia la microeconomía-, la negociación de la
apertura acelerada, que podría traducirse en indiscriminada, sigue buscándose7.
De igual manera, pesa con fuerza la tendencia en el TLCAN y en el ALCA, de que a
través de la apertura comercial de América Latina hacia los Estados Unidos, se irá
generando el crecimiento conjunto de las economías subordinadas y la potencia del norte:
la idea de lograr “el mercado más grande del mundo”, como pregonaba la campaña
propagandística del TLCAN, sigue siendo la invitación fundamental, a México primero y a
América Latina después, para participar en el modelo neopanamericanista de integración.
Esta iniciativa ha sido recogida abiertamente por el Sistema de Integración
Centroamericana (SICA), como el caso más evidente.
Puede pensarse que ante las circunstancias actuales de globalización, Estados
Unidos y América Latina son mutuamente dependientes; para Estados Unidos esta alianza
representa presentarse con fuerza al frente de un área geográfica estratégica para la
competencia con Europa y Asia; para América Latina, significa no quedarse aislada del
proceso de mundialización económica; aún así, Latinoamérica se presenta con desventajas,
porque comenzó vinculandose bajo un esfuerzo acelerado para no quedarse atrás.
Al inicio de estos procesos, existía en los discursos oficiales una visión positiva
hacia la interdependencia “racional”, sin conflictos, tanto entre los países como al interior
de ellos, avalándose en la llevada y traída justificación del fin de la confrontación bipolar,
por un lado, y sobre todo, en la confianza ingenua de los ministros de economía, de que la
mano benevolente del mercado actuaría para desarrollar la capacidad de decisión, pero la
realidad fue otra.
III.
La segunda mitad de la década cambió el escenario de la integración en el
continente en general y en América Latina en particular.
Por un lado hubo una reacción evidente contra las políticas aplicadas por las
tecnocracias nacionales, cuestionando con esto la subordinación interna de las élites
locales. La protesta de sectores sociales y económicos excluidos cuestionaron severamente
los modelos de recorte presupuestal hacia lo social, el cambio de prioridades económicas, el
retroceso de la negociación política, entre otros cambios perjudiciales. Sobresale
naturalmente la exigencia de los indios de Chiapas, los pobres entre los pobres, a partir de
1994 por ser reconocidos en todos sus derechos.
Además no sólo la crisis política y social se evidenció, sino que vinieron los
quiebres espectaculares de las tres economías más importantes de América Latina,
Argentina, México y Brasil y las difíciles negociaciones arancelarias y comerciales entre
los aliados, por mencionar algunos sucesos determinantes en economía que han tenido
severas repercusiones para las políticas de integración.
Es evidente que el entusiasmo integracionista ha disminuido su nivel inicial, y ahí
tenemos el congelamiento de algunos tratados bilaterales, o el estancamiento del G-3, o la
vuelta atrás de la entrada de Chile al TLCAN.
Como una manera de destrabar algunos de los obstáculos integracionistas, lo que se
ha hecho es una serie de complejos anexos, artículos y puntos específicos de los tratados
7
En los tratados fundacionales de los esquemas de integración latinoamericana, no se han modificado los
objetivos de lograr, en el menor tiempo posible, zonas de libre comercio.
7
integracionistas, que se concentran en solucionar problemas comerciales, pero no ha habido
una clara intención por transformar el sentido supeditado de las economías
latinoamericanas, es decir, iniciando con una crítica al modelo económico vigente y la
manera como se adhieren a los pactos regionales y subregionales; en este sentido se han
reconocido algunos errores cometidos, que hasta ha llegado a una especie de
desconocimiento del neoliberalismo a nivel discursivo, pero sin la intención de abandonar
el modelo económico, como lo muestran las élites económicas de México y Argentina, por
ejemplo.
Otro factor muy importante, son las negociaciones entre la ya creada Unión Europea
con el MERCOSUR y México; un panorama nuevo se presenta para el integracionismo en
general de América Latina, pero sobre todo para el neobolivarismo. ¿Podré reactivarse la
iniciativa latinoamericana? ¿Con qué criterios se negociará? ¿Cuáles serán las reacciones
de EE.UU. y las repercusiones en los tratados firmados?, Esta diversificación del comercio
latinoamericano abre nuevas líneas de investigación.
Además, existe otra expectativa comercial para algunos países latinoamericanos,
donde México también ha trabajado para consolidarla, la participación en la llamada
Cuenca del Pacífico, la posibilidad de tender lazos comerciales con países de Asía,
fundamentalmente Japón; aunque un poco paralizado, ¿significará una diversificación
económica que a futuro sea una salida de la dependencia casi exclusiva de algunas zonas
latinoamericanas con Estados Unidos?
El MERCOSUR, después de ver los resultados poco favorecedores del TLCAN
hacia México, y al propio Estados Unidos, busque a través de acuerdos comerciales con la
Comunidad Europea, la inversión, el capital, las ganancias que necesita para reactivar y
fortalecer su alianza, y pueda, en primer lugar, consolidar la Unión Aduanera que tiene
como meta inicial, para después buscar el mercado común.
El MERCOSUR ha superado la imagen de ser otro acuerdo integracionista más,
desde su inicio, por reunir a dos de las economías más importantes de América Latina y
ahora con nuevas posibilidades, esta llamando poderosamente la atención.
Chile, después de haber sido rechazado en el TLCAN por la vía del “fast track”
aplicada a México, ha vuelto su interés prioritario al MERCOSUR, lo cual, aunque presenta
negociaciones complejas, fortalecerá indudablemente al esquema sudamericano.
De igual manera la Comunidad Andina ha mostrado su interés de hacer ciertas
negociaciones con MERCOSUR; y algo muy importante, México también ha mostrado su
interés de formar parte del pacto; naturalmente, hasta donde sus compromisos y el
avasallador nivel de intercambio comercial con EE.UU. se lo permitan. ¿Estará dispuesto a
romper su pacto neopanamericano? ; dadas las características de la élite económica que
dirige la nación, el acercamiento al MERCOSUR puede ser hasta este momento, un recurso
diplomático más.
Ante estas circunstancias, el MERCOSUR está en vías de fortalecimiento, y aunque
basado en criterios eminentemente neoliberales, y con los riesgos de adoptar criterios
hegemónicos de los que se hablaba en el apartado anterior, se puede hablar de una opción
neobolivariana real ante el neopanamericanismo, situación que al comienzo de los noventa
no se veía clara.
Hablando en términos de modelo geopolítico, la apuesta por el MERCOSUR es
necesaria, frente al modelo neopanamericano que implica una real integración subordinada;
sin embargo, los criterios de exclusión interna, deben ser profundamente cuestionados, y
comprometerse con un modelo económico, si puede decirse democrático, en que los actores
8
y sectores que tengan algo que decir y aportar para el beneficio de la economía
latinoamericana lo hagan. En tanto los criterios excluyentes sigan generándose
indiscriminadamente al interior de los estados, el riesgo a aceptar criterios excluyentes al
exterior seguirá estando presente.
Por demás están los argumentos en contra de la apertura comercial supranacional;
en América Latina, guste o no, con todos los riesgos y las consecuencias negativas que
implique, es ya una realidad ingenua de echar atrás, sin embargo, esta circunstancia no
exime de analizarse críticamente si se quiere sacar el alto potencial positivo que el
integracionismo y el intercambio supranacional, regional y subregional también trae
consigo, a través de su estudio serio y objetivo.
La dinámica neopanamericana y neobolivariana siguen, ahora más interesante con la
entrada de la Unión Europea a escena, y también siguen siendo válidos algunos
cuestionamientos: ¿qué significa para nuestra región ésta carrera hacia la integración
mundial? (Estay, 1995), cabe también preguntarse si ¿se puede pensar en una integración
interdependiente que aporte beneficios para las partes?, O por el contrario, ¿el beneficio
principal será para las potencias y nuestras economías se seguirán subordinando a los
requisitos y plazos que acuerden otros?. Puede retomarse también una interrogante que
hace Aline Frambes, cuando se pregunta si la integración aceptada en América Latina es
una “estrategia genuina de desarrollo o ... una estrategia de crecimiento para las
multinacionales en crisis” (Frambes, 1994:163).
Marzo ´00
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