PALABRAS PRONUNCIADAS POR EL RECTOR DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, GUILLERMO JAIM ETCHEVERRY, DURANTE EL ACTO DE ENTREGA DE DIPLOMAS A PROFESORES EMÉRITOS Salón de Consejo Superior, diciembre 20 de 2004 Esta ceremonia de entrega de diplomas a profesores eméritos de nuestra universidad reviste un profundo significado. Más allá del homenaje que nos proponemos rendir a nuestros profesores que han alcanzado esta, la máxima jerarquía de la universidad, este encuentro señala la clara vocación de la comunidad universitaria de materializar ese reconocimiento sobre la base exclusiva de los méritos académicos. De la voluntad de afirmar esos valores por sobre toda otra consideración circunstancial. Para quienes no conozcan las normas de nuestra universidad, es preciso recordar que su Estatuto, en el artículo 56, define: “Profesor emérito es el profesor titular plenario o profesor titular que ha llegado a la edad de sesenta y cinco años y a quien, en virtud de haber revelado condiciones extraordinarias tanto en la docencia como en la investigación, lo propone para esa categoría el Consejo Directivo de la respectiva facultad por el voto unánime de sus componentes”. Quisiera comenzar recordando una situación que se produjo el 27 de septiembre de 1989 durante una sesión del Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires celebrada en este mismo recinto. Se trataba entonces la designación como profesor consulto de la Facultad de Medicina del doctor Roberto Soto. Una de las figuras más destacadas de la medicina argentina, el profesor Soto, en un gesto de grandeza que lo enalteció, aceptó el ofrecimiento que le hice en 1986 como decano de la Facultad de Medicina, acompañándome como director de nuestro “Hospital de Clínicas José de San Martín.” Fue una etapa difícil durante la que se introdujeron cambios muy profundos en la estructura académica y asistencial del Hospital, algunos de los cuales aún perduran. Roberto Soto no solo desarrollaba una destacada actividad profesional en el campo de la endocrinología, sino que también tenía una prolongada Página 1 carrera docente – era profesor titular de Medicina Interna – y había llevado a cabo una importante tarea en la investigación científica, cualidades que no siempre se encuentran integradas en un académico. Por eso, personificaba como nadie la idea del cambio que deseábamos concretar en el hospital. Como dije, no fueron esos años sencillos y, lógicamente, se despertaron muchas resistencias. Cuando por razones de edad, el profesor Soto debió retirarse de su cargo de profesor titular y fue lógicamente propuesto como profesor emérito, afloró esa resistencia y algunos miembros del Consejo Directivo de entonces se opusieron a su designación, explicitando que se trataba de una manera de repudiar su tarea en el Hospital de Clínicas. Al no contarse con la unanimidad de los votos requerida por el artículo citado, se elevó la propuesta de designación como profesor consulto. Algunos de los aquí presentes, que integraban aquel Consejo Superior, recordarán que, en mi condición de decano de la Facultad de Medicina, e aquella ocasión puse en conocimiento del cuerpo esa situación ya que quería compartir mi indignación ante del hecho de que los méritos acumulados por una persona durante su vida académica –reconocidos por todos – fueran postergados por una consideración circunstancial. Se generó entonces un debate durante el que muchos consejeros compartieron su sorpresa ante tan manifiesta injusticia. Durante esa discusión, advertimos que el mismo Estatuto, en su artículo 55 señala: “Los profesores extraordinarios son nombrados por el Consejo Superior de la Universidad a propuesta fundada de alguno de sus componentes o a propuesta de una Facultad sobre la base de méritos de excepción. Son de dos categorías: eméritos y honorarios”. En otras palabras, el Estatuto posibilitaba que alguno de los integrantes del Consejo Superior propusiera la designación de un profesor que reuniera las condiciones requeridas para ser nombrado emérito. Así se hizo entonces y el profesor Roberto Soto fue designado profesor emérito de esta Universidad por su Consejo Superior. Página 2 Sobre la base de ese antecedente, durante el año 2003 propusimos al Consejo Superior reglamentar ese artículo del Estatuto, señalando que el requisito de la unanimidad de los miembros de los Consejos Directivos hace que la propuesta pueda llegar a verse impedida por la voluntad de un solo consejero, con lo que este ejercería un poder de veto, que puede o no responder a razones vinculadas con el “mérito de excepción” que el Estatuto exige para designar a los profesores extraordinarios. En base a esa y a otras consideraciones, el Consejo Superior estableció un mecanismo para el tratamiento de las propuestas de designación de profesores eméritos que fueran realizadas por miembros del cuerpo. En esencia, las mismas son sometidas, previamente al tratamiento por parte de las comisiones del Consejo, a una comisión de profesores eméritos. Luego de analizar los antecedentes de los propuestos, requiriendo las opiniones expertas que estime necesarias, esta comisión aconseja acerca de la conveniencia de proceder a la designación. Los nueve diplomas que hoy entregamos corresponden a los primeros profesores eméritos cuya designación ha seguido ese trámite y que ha contado con el dictamen unánime de la Comisión de Eméritos, de la Comisión de Enseñanza y del Consejo Superior. Ha quedado así demostrada la vocación de la universidad de reconocer los méritos de estos profesores quienes, por razones que no es del caso analizar, no habían logrado la unanimidad de los Consejos Directivos de sus facultades. En todo caso, ha quedado claro que, como en oportunidad de lo acontecido hace quince años, esa reticencia nada tenía que ver con razones académicas. Por eso señalaba al comienzo que esta ceremonia adquiere una especial significación al afirmar la voluntad de la universidad de guiarse para sus decisiones por razones fundadas en los méritos académicos lo que, lamentablemente, no siempre ha sido así. Estoy seguro de que esto constituye un motivo de júbilo para todos nosotros. Deseo agradecer muy sinceramente la entusiasta colaboración que nos han prestado los integrantes de la comisión de eméritos que ha deliberado en Página 3 presencia del presidente de la Comisión de Enseñanza del Consejo Superior, el decano de la Facultad de Agronomía Ingeniero Fernando Vilella, comisión que fue la que luego trató el informe elaborado. Vaya pues nuestro más sincero reconocimiento por su apoyo y su dedicación a los profesores Enrique Beveraggi, Pablo Bazerque, Juan Manuel Borthagaray, Eugenio Bulygin, Héctor Camberos, Rolando León, Gregorio Klimovsky, Rosa Muchnik de Lederkremer, Julio Olivera y Alejandro Paladini, comisión a la que el Consejo Superior acaba de incorporar a los profesores Humberto Ciancaglini y Juan Carlos Portantiero. Señores profesores eméritos: Hoy reciben ustedes el testimonio del reconocimiento de esta, vuestra universidad, a toda una vida dedicada a enseñar y a investigar. En ustedes se materializa el respeto de nuestra comunidad universitaria a lo que hacen y a la calidad singular con que lo han hecho. Es también un reconocimiento a nuestra propia historia como institución, una afirmación de nuestra confianza en la tradición. Porque ninguna gran universidad deja de mirar a su pasado. En una época como la actual, cuando sólo parece contar el presente, no mirar hacia atrás supone comprometer la posibilidad de evolucionar hacia adelante. Por eso valoramos lo que ustedes tengan para decir, contamos con su consejo, su opinión, sobre todo, con su sabiduría. Porque hoy que tanto valoramos la información, prestamos cada vez menos atención a la sabiduría. Sabemos el “qué hay” (la información) y el “qué es posible hacer” (el conocimiento). Muchas veces nos falta definir “qué se debe hacer” (la sabiduría). Esta universidad espera de ustedes esa sabiduría, esa orientación, esa experiencia. La circunstancia que hoy nos convoca cumple, además, el propósito de recordar una de los proyectos que me proponía concretar al asumir el rectorado. Como con tantas otras ideas, esta fue quedando sepultada por las exigencias de una cotidianeidad que muchas veces dista de centrarse en lo académico. Quería entonces conformar una suerte de Colegio de Eméritos en la que nuestros profesores extraordinarios pudieran nuclearse Página 4 y desarrollar programas educativos abiertos a la comunidad universitaria, aún trascendiendo a sus propias facultades de pertenencia. Creo que la UBA cuenta con un inestimable capital de experiencia y que debería aprovechar aún más. Es este un momento apropiado para recordar aquél propósito con el objeto de concretarlo. Somos conscientes de que, al honrarlos, la UBA se honra a si misma. Es gracias a ustedes y a tantos otros como ustedes que a pesar de todas las dificultades, sigue siendo la gran universidad argentina. Un paradigma de distorsiones pero también de logros impensados como lo testimonian las carreras académicas de cada uno de ustedes. Al repasar los antecedentes de estos nuevos profesores se advierte que, en todos los campos del saber humano, hemos realizado contribuciones fundamentales y lo seguimos haciendo. La Universidad de Buenos Aires es un patrimonio a defender porque encierra el germen del futuro. Porque contamos con profesores como ustedes es que podemos mirar con algo más de optimismo a ese porvenir. Este reconocimiento es una apuesta a que se concrete en la realidad a leyenda que figura en la medalla que van a recibir con el escudo de la universidad: “La virtud de la Argentina es el trabajo y el estudio”. Al menos ha sido la virtud de la vida de cada uno de estos profesores a quienes hoy honramos. No es poco saldo en el balance de cualquier vida. Muchas, muchas gracias por lo que han dado y por lo que sin duda seguirán dando a esta universidad. Página 5