Conferencia del Gran Canciller

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CONFERENCIA: LAS RECOMPENSAS MILITARES, DEPOSITARIAS DE LA TRADICIÓN DE LOS
EJÉRCITOS:
Por el Excmo. Sr. General del Aire Don FRANCISCO JOSE GARCIA DE LA VEGA,
GRAN CANCILLER DE LA REAL Y MILITAR ORDEN DE SAN HERMENEGILDO.
Pronunciada en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de Madrid el
día 13 de mayo de 2014.
Excmo. Sr. Ministro de Defensa, Sr, Presidente de la Sección de Derecho
Premial de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, Señoras y Señores:
SALUDOS Y AGRADECIMIENTOS:
En primer lugar, quiero agradecer a esta Real Academia la oportunidad que me ha dado
para presentar un tema que se me antoja acaso desconocido fuera del ámbito castrense, pero que,
en todo caso, entiendo de interés, cual es el de las recompensas militares depositarias de la
tradición de los ejércitos.
Hago esta presentación en nombre de las Reales y Militares Ordenes de San Fernando y
San Hermenegildo de las que S. M el Rey (q.d.g) es duodécimo Soberano y que fueron constituidas
en el año 1811 la primera de ellas y en 1814, la segunda.
El General del Aire que les habla en representación de la dignidad del Soberano, preside la
Asamblea de la Real y Militar Orden de San Fernando en ausencia de un Caballero o Dama que
ostente la Gran Cruz Laureada, Cruz Laureada o Medalla Militar nombrado expresamente, según
dispone el artículo 3.1 del Reglamento regulador de la Orden, aprobado por Real Decreto
899/2001 de 27 de junio y que pueda desempeñar el cargo y la dignidad de Gran Maestre; y es,
por resolución ministerial, Gran Canciller de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo.
Tras este preámbulo, quiero poner de manifiesto que es mi intención recorrer el camino que
va a conducirnos hasta los vigentes Reglamentos reguladores de ambas Reales y Militares Ordenes
y las razones y supuestos por los que, en la actualidad, se puede llegar a formar parte de ellas al
reconocer y honrar el valor heroico y muy distinguido en la primera y la intachable conducta y la
constancia en el servicio en la segunda.
EL DERECHO PREMIAL.
Es obligado, para seguir el camino propuesto, iniciar el análisis de los extremos que van a ser
objeto de mis palabras con una referencia, siquiera breve, al denominado y conocido como
Derecho Premial en su acepción más genérica. Y para ello, nada mejor que permitirme utilizar unas
citas y reflexiones expuestas en el estudio de esta materia llevado a cabo por expertos que,
además, se encuentran entre nosotros. Al citarlos, solo pretendo estimular la reflexión sobre el
enunciado.
Entre tales citas y reflexiones es de justicia hacer referencia al estudio de Don FERNANDO
GARCIA MERCADAL Y GARCIA LOYGORRI titulado Penas, distinciones y recompensas: nuevas
reflexiones en torno al Derecho Premial; en dicho estudio, el autor destaca la conclusión a la que
llegó el Marqués de Beccaría, autor de la trascendental obra para el Derecho Penal De los delitos y
de las Penas, que le permitía afirmar que un medio para evitar los delitos era recompensar la
virtud.
Pero este punto de partida, de clara referencia al establecimiento de recompensas que
actuaran como contrapeso a la comisión de acciones delictivas, no obtuvo la debida articulación
sistemática y conceptual propia de un verdadero Derecho Premial o de recompensas que
equilibrase, mediante estímulos, los efectos meramente represores en la época a la que nos
referimos del Derecho Penal, a pesar del indudable esfuerzo de los enciclopedistas. La conclusión
va incluso más lejos pues entiende que esa pretensión no ha llegado a buen puerto prácticamente
en ningún país.
Añadiremos ciertas reflexiones sobre el tema.
Me parece acertada la afirmación que el autor lleva a cabo en el estudio de referencia en
relación con la multiplicación y proliferación en España y en los dos últimos siglos de distinciones
cuya ubicación dentro del ámbito del Derecho resulta problemática, dado lo asistemático de la
normativa. En este orden de cosas y en el precitado estudio, menciona el autor al penalista LUIS
JIMENEZ DE ASUA quien en su obra Las recompensas y castigos como prevención general: el
derecho premial, afirmaba que “las recompensas son palancas que mueven la voluntad”, al
tiempo que se mostraba partidario de la necesidad de un juicio contradictorio para su concesión,
para evitar dificultades y abusos pues -decía- “de otra manera la concesión de la recompensa se
degrada”. Por su parte, LUIS JORDANA DE POZAS concebía el Derecho Premial como parte de la
Administración de Fomento perfectamente diferenciado de la de Policía y de los Servicios Públicos.
Mas lo cierto es que el Derecho Premial español se halla desubicado en una zona de
contornos difusos y zona de “nadie”; o más bien acotando áreas del Derecho Constitucional, del
Civil y del Administrativo. Y en la actualidad, la dispersión de la gestión administrativa no
contribuye precisamente a la formación de un orden normativo correctamente reglado. La cuestión
de cómo establecer una adecuada normativa de las recompensas abarca desde la tipificación de
las conductas que hacen merecedor a un determinado sujeto de ellas hasta establecer
paralelismo entre el mérito y la recompensa, similar a delito-pena y su tipificación.
un
En el orden normativo, es el artículo 62 f) de la Constitución Española el que atribuye a S. M
el Rey amplios poderes para conceder honores y distinciones con arreglo a las leyes. Estas
distinciones y honores pueden establecerse a tres niveles, cual son los Títulos Nobiliarios, Reales
Ordenes y Condecoraciones. S.M el Rey tiene amplias prerrogativas respecto a los títulos
nobiliarios. Las distintas reglamentaciones le constituyen en Gran Maestre o Soberano de diversas
Órdenes, entre ellas las Militares de San Fernando y San Hermenegildo.
También S.M el Rey es Jefe y Soberano del Toisón de Oro (creada en el año 1430) y de la
Orden de Carlos III, de 1771; es Gran Maestre de Santiago (año 1.170), Calatrava (1.158),
Alcántara (1.177) y Montesa (1.317), todas ellas Ordenes Militares de Caballería de origen
medieval.
Estas Reales Ordenes y las Reales Maestranzas con antigüedades del siglo XVI se hallan
provistas del correspondiente estatuto y ceremonial y hoy nos honramos con la presencia de
algunos de sus representantes.
En el estudio citado, GARCIA MERCADAL llega a afirmar que “se halla presente una
sensación de inflación honorífica” y que “falta difusión en relación con la razón de ser de las
distinciones honoríficas” al tiempo que echa de menos una mayor simplificación de las distinciones
así como “una mayor valoración y liturgia respecto de las más prestigiosas”, como son la Orden del
Toisón de Oro, Carlos III, Isabel la Católica y la Medalla de Alfonso X el Sabio, Cruz de San Raimundo
de Peñafort; y una larga lista que podía ser sustituida por diversos grados de la Orden del Mérito
Civil. También echa de menos la existencia de una Cancillería de Títulos, Órdenes y
Condecoraciones como sí tiene la Legión de Honor francesa para mejor controlar y registrar todo
tipo de recompensas.
Ha llamado mi atención la cita del escritor ANTONIO MUÑOZ MOLINA cuando afirma que
“también el premio se concede a la misma institución que lo ha convocado, al condecorarse de
forma parásita con el prestigio del ganador”. La lógica permite admitir que así sea, sobre todo en el
ámbito premial militar en el que el ganador es depositario en grado sumo del conjunto de valores
que rigen la Institución.
Y es que una Institución jerarquizada, unida por un Código deontológico de valores muy
específicos entre los que la disciplina es exigida de forma estricta mediante un Código Penal
Militar y una Ley de Régimen Disciplinario no podía dejar de equilibrar con reconocimientos y
estímulos el cumplimiento del deber. Un cumplimiento basado en principios sencillos, pero
exigentes, debe especialmente reconocer y recompensar conductas que, a veces, exceden en
mucho de su cumplimiento, como ocurre en los casos del valor heroico y muy distinguido.
EL DERECHO PREMIAL MILITAR.
En contraste con lo hasta ahora expuesto, sí podemos afirmar que existe un “Derecho
Premial Militar” motivado y reglado, justificado y que conserva un relevante ceremonial al que me
referiré a continuación.
Podemos también aceptar que el Derecho Premial en las Fuerzas Armadas es un acto de
justicia, de estímulo y que contribuye a un proceso de selección. Tiene, además, un largo recorrido
histórico, conserva el ceremonial que le añade valor y está dotado del correspondiente régimen
jurídico. El Derecho Premial Militar emana del artículo 62 de la Constitución. La Ley Orgánica 5/
2005 de la Defensa Nacional en sus artículo 20 establece que mediante ley y de acuerdo con la
Constitución se desarrollarán las reglas esenciales del comportamiento de los militares y que
mediante Real Decreto desarrollará estas por medio de las Ordenanzas. El artículo 21 proyecta la
conexión entre comportamiento y disciplina.
La Ley 39/2007 de 19 de noviembre conocida como Ley de la Carrera Militar viene a
establecer las reglas de comportamiento que todo militar debe observar. Bueno será llevar a cabo,
siquiera someramente, un extracto de estas reglas que conforman el “código ético” de la profesión
militar.
Estas Reglas tienen como punto de partida la disposición permanente del militar de
defender a España con la propia vida, siendo este el deber fundamental. La diaria expresión de
este deber es el exacto cumplimiento de la Constitución y el servicio a la seguridad y el bienestar
de los ciudadanos. Al que se añade el “como” ha de llevarse a cabo: con valor, abnegación, espíritu
de servicio y respeto a las personas, bien común y Derecho Internacional; con el uso proporcionado
y graduado de la fuerza; con una disciplina y liderazgo que son especificadas y con lealtad y
compañerismo.
Las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas que se hallan en vigor en virtud del Real
Decreto 96/ 2009 de 6 de febrero quieren adaptar a nuestro tiempo, en el siglo XXI y partiendo de
las anteriores, los principios éticos y normas de comportamiento que deben guardar y observar los
militares.
Parten estas Ordenanzas de una tradición de más de dos siglos de antigüedad, siendo sus
precedentes las Reales Ordenanzas de la Armada de Fernando VI de 1748 y las del Ejército de
Carlos III de 1768. La Constitución, la Ley de Carrera Militar y las características de las operaciones y
conflictos en que se pueden ver envueltas las Fuerzas Armadas han dado origen a una evolución en
cuanto a su consideración institucional y la de sus componentes. A título de ejemplo de cuanto
digo, dos preceptos de las Ordenanzas que, en versiones anteriores iban dirigidos al “Oficial” y “al
Cabo” (preceptos seguramente conocidos por todos ustedes), se extienden hoy a “todo militar” al
representar una síntesis del espíritu militar en un caso y la forma de entender el mando en otro.
Así, el artículo 14, como principalísima premisa del conjunto de virtudes que deben adornar al
militar pero que antes tan solo eran exigibles al Oficial expone que el militar cuyo propio honor y
espíritu no le estimulen a obrar siempre bien, vale muy poco para el servicio; el llegar tarde a su
obligación, aunque sea de minutos y el excusarse con males imaginarios o supuestos de las fatigas
que le corresponden; contentarse regularmente con hacer lo preciso de su deber, sin que su propia
voluntad adelante cosa alguna, son pruebas de gran desidia e ineptitud para la carrera de las
armas.
El artículo 53 extiende a “todo militar” que ejerza mando las exigencias que antes se
predicaban tan solo respecto del Cabo, como inmediato superior del soldado. Dispone pues el
precepto que el militar que ejerza el mando se hará querer y respetar por sus subordinados; no les
disimulará jamás las faltas de subordinación; les infundirá amor al servicio y exactitud en el
desempeño de sus obligaciones; será firme en el mando, graciable en lo que pueda y comedido en
su actitud y palabras aun cuando amoneste o sancione.
El artículo 90 es determinante en cuanto a la exigencia de sacrificio en el militar y resulta
concordante, tanto con la tradición de las Ordenanzas como con el consagrado deber de defender a
España con la propia vida que veíamos proclamado en la Ley de la Carrera Militar. Por esa razón no
ha admitido cambios en su redacción y expone que el que tuviera orden de conservar su puesto a
toda costa, lo hará.
La Ley Orgánica 9/2011 de 27 de julio de “Derechos y Deberes de los miembros de las
Fuerzas Armadas”, en su Exposición de Motivos, destaca el deber del militar de actuar siempre
conforme a las reglas de comportamiento que se basan en los valores tradicionales de la milicia y a
su integración en el escenario internacional. También pone de relieve la introducción de dos
novedades en relación con las reglas de comportamiento del militar definidas en el artículo 4º de la
Ley de la Carrera Militar. La primera de ellas, que figura también en las Reales Ordenanzas, consiste
en la incorporación a la Regla Séptima del artículo 6.1 de esta Ley del esencial principio de unidad,
indispensable junto con los de jerarquía y disciplina para conseguir la máxima eficacia en la acción
de las Fuerzas Armadas. La segunda, que se materializa en la Regla Cuarta del mismo artículo 6.1
es una referencia explícita a los diferentes escenarios de crisis, conflicto o guerra en los que el
militar puede desempeñar sus cometidos y tener que afrontar situaciones de combate. Y se le exige,
consecuentemente, “estar preparado para afrontar con valor, abnegación y espíritu de servicio
situaciones de combate, cualesquiera que sean las misiones de las Fuerzas armadas y los
escenarios de crisis, conflicto o guerra en los que desempeñe sus cometidos o ejerza sus
funciones”.
Tras este periplo en el que he pretendido poner de relieve las reglas de comportamiento
que el Ordenamiento Jurídico exige a todo militar, así como los valores propios de la profesión
militar, también recogidos en gran medida por ese mismo Ordenamiento, parece llegado el
momento de abordar la temática de las RECOMPENSAS, como acto de justicia y de estímulo ante
las exigencias en el cumplimiento de tan estrictos deberes, según anunciaba en un momento
anterior.
Comencemos por afirmar que el Reglamento de Recompensas Militares que estuvo vigente
hasta 1999 clasificaba las recompensas militares en dos grupos: las que precisaban para su
concesión una situación de guerra y las que podían otorgarse en tiempo de paz. Las primeras eran
la Cruz Laureada de San Fernando, la Medalla Militar, la Cruz de Guerra y la Cruz del Mérito Militar,
Naval y Aeronáutico con distintivo rojo. Respecto de ellas hay que decir que hoy día resulta
improbable una declaración formal de guerra por lo que su obtención es más propia de la
presencia en operaciones que impliquen el uso de las armas.
El vigente Reglamento General de Recompensas Militares, aprobado por Real Decreto
1040/2003, revisado el 7 de febrero de 2013 establece las siguientes recompensas cuyo orden de
prelación es el siguiente: Cruz Laureada de San Fernando, Medalla Militar, Cruz de Guerra, Medalla
del Ejército, Naval y Aérea, Cruces del Mérito Militar, Naval y Aeronáutico con los distintivos rojo,
azul, amarillo y blanco, citación en la Orden General y Mención Honorífica dando derecho tres
menciones honoríficas a la obtención de la correspondiente Cruz con distintivo blanco.
Aquéllas que señalé a la vista de las disposiciones del Reglamento anterior como obtenidas
“en guerra”, implican ahora en el vigente el uso de la fuerza armada o conflicto armado y
acreditación de valor militar.
La “intachable conducta”, es decir, la trayectoria impecable del militar a través del tiempo
en relación con los principios y valores enunciados, así como el estricto cumplimiento de las reglas
de comportamiento como la constancia en el servicio, son premiadas con el ingreso y ascenso en la
Real y Militar Orden de San Hermenegildo y Cruz de la Constancia para los individuos de las Clases
de Tropa y números de la Guardia Civil.
Las recompensas obedientes a la intachable conducta y constancia en el servicio vienen
reguladas, además de la ya citada norma (Reglamento General de Recompensas Militares), por el
que rige la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, aprobado por Real Decreto 11/89/ 2000 de
23 de junio. Las concesiones de Cruces Laureadas Y Medallas Militares se rigen por las
disposiciones del Reglamento de la Real y Militar Orden de San Fernando aprobado por Real
Decreto 899/2001 de 27 de junio.
La FINALIDAD de estas recompensas militares, según he anticipado, es premiar hechos o
servicios que impliquen un reconocido valor o mérito para las Fuerzas Armadas o la Defensa
Nacional. Las normas reglamentarias que regulan las recompensas establecen los cauces de
procedimiento, la instrucción de expediente, la imposición y los derechos inherentes a la concesión.
EL PREMIO AL VALOR Y AL HEROISMO:
El objeto de las distinciones que inciden en el valor y el heroísmo es premiar el valor
heroico y muy distinguido en beneficio de la Patria o de la Paz y Seguridad de la Comunidad
Internacional, virtud definida en el artículo primero del Real Decreto 899/2001 de 27 de junio por
el que se aprueba el Reglamento de la Real y Militar Orden de San Fernando.
Entender hoy día el significado de lo que es el valor heroico, el sacrificio hasta dar la vida o
con riesgo de perderla realizando una hazaña que se reconoce al ser conocida y que significa un
beneficio, una economía de otras vidas o una ventaja táctica o estratégica de gran alcance y hacerlo
dentro del orden de combate, requiere algo más que una reflexión superficial. El honor militar,
como suma de valores vividos que han de ser sentidos por el soldado, el valor en el orden de
combate y unas reglas, han sido conceptos cambiantes en la Historia, así como las razones por las
que lucha el soldado a través de los tiempos. Esta reflexión merece, al menos para los que somos
soldados, un largo paseo por la Historia y una cumplida meditación.
Es menester llevar a cabo un repaso al significado del término “valor “en los hombres de
armas a través de los tiempos. Y así, en la Grecia de influencia homérica, “valor” viene a atribuirse,
casi en exclusiva, al héroe al que Homero considera hombre libre, de valor y fortaleza
extraordinarios y cercano a un semidiós. En el Canto XII de la Ilíada y en clara referencia a un héroe
defensor de Troya, Héctor, dirá el poeta que mientras Héctor vivió no fue posible asaltar las
murallas de Troya. Ya en otra época, en la Grecia Clásica, es el guerrero- ciudadano el que toma el
relevo del héroe legendario; importa ya la disciplina y la táctica pues la victoria ya no depende de
un héroe, sino del conjunto del ejército; por eso, debe conservarse, en los ejércitos hoplitas y las
falanges macedónicas, el puesto en formación, cuya permanencia en el mismo es muestra de valor
en el combate. JENOFONTE, en su obra Ciropedia, definía las bases de la ética militar, a saber:
autodominio y disciplina y subrayaba el ejemplo que debía dar el jefe, tanto por su sangre fría
como por la seguridad de sus conocimientos. Ese “sentido del valor” del guerrero ciudadano de la
Grecia clásica se lo da la lucha por su patria, entendida esta como el lugar en que se ha nacido, por
la libertad propia y de la familia y por la “politeia” o sistema político democrático. Por eso Pericles
afirmaba que Atenas es la única de las ciudades de ahora que van a la guerra superando su propia
fama y la única que en el enemigo que ataca no provoca disgusto y no suscita reproche al sometido,
pensando que no es gobernada por gente digna.
Roma carece del idealismo de los griegos y por eso es un ejército con culto y funciones
políticas. Nos lega, fundamentalmente, el concepto de disciplina y el orden de combate en el
ejército y el espíritu de unidad de la que uno se siente orgulloso. Como premios al valor se
establecen el “Triunfo”, que consistía en una fiesta o celebración civil y religiosa en el curso de la
cual el jefe militar, vestido como Júpiter y coronado de laurel, recorría en procesión la ciudad
acompañado de sus tropas y de los prisioneros hechos en campaña; la concesión de este premio
dependía del quantum de la victoria que el romanista MOMMSEN llega a fijar en que la contienda
hubiera originado al menos cinco mil víctimas. La ovatio era un reconocimiento público en el
Senado de tono menor.
Roma conoció y fue la principal transmisora, conjuntamente con los premios al valor
individual, de las distinciones y condecoraciones colectivas que podían colocarse en las enseñas. La
laudatio colectiva podía concederse, bien a unidades concretas, bien a todos los que habían
intervenido en una campaña. DIGESTO XLX, XVI, 3.1 contempla, por el contrario, la imposición de la
pena de la missio ignominiosa a Cuerpos enteros del ejército por conductas cobardes en la batalla,
ante el enemigo o por la pérdida de los estandartes.
La Edad Media puede concebirse como una época de sociedades militarizadas, sobre todo
en España por razón de la Reconquista. Las recompensas para las milicias concejiles o los
componentes de huestes nobiliarias constituyen parte del botín. Así, el caballero o peón que
derribase a otro recibía como premio el caballo del vencido siempre que la victoria se llevase a cabo
en la puerta del castillo o de la villa; fuera de este lugar, el vencedor podía optar entre el escudo, la
silla o la espada del desmontado. Esta posibilidad de acrecer en el patrimonio viene reconocida por
los Fueros Municipales y, en el supuesto descrito, en el Fuero de Cuenca. Por el contrario los
Fueros de Plasencia, Teruel y Albarracín castigaban las conductas ignominiosas de cobardía. Sin
embargo, para los monjes-soldados
de las Ordenes Militares, la recompensa por el
comportamiento valeroso en el combate es meramente espiritual.
La aparición de los ejércitos permanentes en tiempos de la Monarquía Absoluta exige
valores aplicables a ejércitos estables. El Antiguo Régimen hereda en gran medida las instituciones
premiales de la Edad Media. Todo título, honor y preeminencia tenía como única fons honorum al
Rey de España y de las Indias y dichos honores premiales estaban reservados a la nobleza. Acaso
por ello, por ser el Rey la única fuente de concesión de honores y por el teologismo heredado de la
época medieval puede afirmarse que los valores que animarán a los componentes de estos
ejércitos serán la fe en Dios (origen, en definitiva de la Monarquía), el servicio al Rey y el sentido de
honra y honor personal y militar. Así y en referencia a estos valores, al sentido de la honradez,
virtud que debe adornar a todo militar y a la nobleza que supone la dedicación a la profesión de las
armas, brinda CALDERON DE LA BARCA los siguientes versos: aquí la necesidad no es infamia y, si es
honrado, pobre y desnudo un soldado tiene mayor calidad que el más galán y lucido. Es decir, el
hecho de no tener el hombre de armas más fortuna que su fama, honor y vida, hace de la milicia
una religión en sí misma que precisa una grandeza de espíritu y altitud de miras propias de nobles
gentes que ejercen igual noble actividad.
Hay que advertir ya en esta época la existencia de distinciones militares o condecoraciones
en el sentido moderno del término, tales como las Medallas de distinción concedidas por el Rey
Felipe IV en 1636 a los defensores de la plaza y ciudad de Dole, en el Franco Condado contra el
asedio francés. Pero la primera condecoración española y europea propiamente dicha fue la
establecida hacia 1666 por la Reina Gobernadora Doña Mariana de Austria durante la minoría de
su hijo el Rey Carlos II; estaba destinada a premiar la constancia de los jefes y oficiales de los Reales
ejércitos que hubieran permanecido en servicio activo durante más de veinte años. Distinguir actos
heroicos de la constancia en el servicio era potestad Real. Sin embargo, la concesión de esta
Medalla denominada Medalla de la Real Efigie del Rey Nuestro Señor estuvo perfectamente
reglada y consta su efectiva distribución todavía en los reinados de Carlos IV y Fernando VII.
En aras a la admiración que en la época suscitaba el ejemplo de disciplina que habían dado
los ejércitos romanos, quiero destacar la obra de ALFONSO FERNANDEZ DE PALENCIA denominada
El tratado de la perfección del Triunfo militar; en ella, el autor se plantea, a través del ejemplo
romano, la solución de los males españoles. Conclusión a la que también llegaron, entre otros,
CASTILLO DE BOVADILLA y MARCOS DE ISABA.
Pero quizás la obra en la que mejor se expone lo que en estos tiempos fueron el valor y la
valentía de los militares españoles es en el poema La Araucana de ALONSO DE ERCILLA en la que el
autor se propone cantar los hechos extraordinarios e inauditos de quienes los ejecutaron y no las
acciones comunes de los soldados durante la conquista de Chile.
Y en relación al valor, como distinción personal que desplaza incluso a la nobleza de cuna,
Don PEDRO CALDERON DE LA BARCA, escribió en 1650, después de haber sido soldado en Italia,
Flandes y Cataluña y de haber estado en el sitio de Fuenterrabía, lo siguiente: nadie espere que ser
preferido pueda por la nobleza que hereda sino por la que él adquiere; porque aquí a la sangre
excede el lugar que no se hace y, sin mirar cómo nace, se mira cómo procede.
La Revolución francesa proyecta la idea (luego realidad) del pueblo en armas, los ejércitos
nacionales y el patriotismo. Este tipo de ejércitos dan lugar finalmente a la guerra total.
En Europa en 1789 se preconizaba una sociedad liberal, igualitaria y meritocrática frente al
sistema estamental y nobiliario del Antiguo Régimen. La generación de estos ejércitos “nacionales”
da lugar a una transformación del Derecho premial en cuanto a la concesión de recompensas. Y así,
en nuestra patria, la Orden Nacional de San Fernando fue creada por las Cortes de Cádiz en 1811.
Fue también la primera condecoración que se basó exclusivamente en los méritos demostrados en
el campo de batalla, en el valor heroico y muy distinguido, sin ninguna otra condición de empleo u
origen.
En los países de nuestro entorno, la Legión de Honor se había creado en Francia en 1790
con similares criterios. Fue sucesora de la Orden de San Luis, (Luis XIV). Fue primero Sociedad de
Gentes Distinguidas, antes de convertirse en Orden.
En el Reino Unido y entre 1793 y 1815 (guerras napoleónicas) fue creada la Army Gold
Medall. De mayor rango es la Victoria Cross, creada en 1856 con un grado único. De esta
distinción, que no tiene el carácter de Orden militar, tan solo constan concedidas mil trescientas
cincuenta y cuatro.
En Prusia se crea en 1.813, para premiar el valor militar, con el carácter de Orden, la Cruz
de Hierro. Y en Rusia la de San Jorge y herederas.
Pero ha llegado el momento de detenerse en la historia de la que es nuestra más
prestigiosa Orden Militar: La Real y Militar Orden de San Fernando.
Al comienzo del año 1808 había en España unos 65.000 soldados franceses y en septiembre
de ese mismo año unos 250.000. De suerte que en 1811 la situación de España era desesperada,
con riesgo incluso de desaparecer como nación libre e independiente. Pese a ello, el ejército
español nunca se rindió y con la cooperación de las guerrillas, los aliados británicos y Portugal logró
expulsar al enemigo fuera de España.
En ese momento se crea nuestra más prestigiosa Orden Militar y la Cruz Laureada de San
Fernando (Reglamento de 28 de noviembre de 1814). La Orden Nacional de San Fernando tiene su
origen el 31 de agosto de 1811). En las veinticinco campañas en las que, desde entonces, han
participado los ejércitos de España se han concedido las siguientes distinciones: 275 Grandes
Cruces, 1.975 Cruces Laureadas Individuales a individuos de toda distinción, 89 Laureadas
Colectivas y 12.993 Cruces de San Fernando Sencillas que recompensan el valor distinguido.
A partir de 1918 y, en concreto, en el Quinto Reglamento de la Orden, de 1920, se crea la
Medalla Militar Individual que sustituye a la Cruz de San Fernando Sencilla. De ella se han otorgado
1.550 Medallas Militares Individuales y 25 Colectivas.
En el año 2001 (Octavo Reglamento) la Medalla Militar que había sustituido a la Cruz de San
Fernando Sencilla pero que había tenido una regulación independiente, regresa a la Real Y Militar
Orden de San Fernando. Condecorados a día de hoy con esta distinción y con vida solo podemos
contar diez, de los cuales el más antiguo es el Teniente General González del Hierro, con 97 años
de edad.
En 1.856 y previo Consejo de Ministros, O’ Donnell reformó el juicio contradictorio para la
concesión de estas distinciones, con el objeto de prestigiarlas. Al endurecer los procedimientos de
concesión, desde entonces solo ha habido cuatro caballeros bilaureados, todos en las campañas de
Africa. Citamos como distinguidos a Sanjurjo, Varela, Rodríguez Bescasa y Arredondo como
perteneciente a La Legión. El primero en obtener la Gran Cruz Laureada de San Fernando fue
Wellington en 1812 y los últimos por la fecha de la acción, el Brigada Fadrique y el Cabo Maderal en
la Campaña de Ifni de 1958, ambos legionarios.
Hay que señalar que la Medalla al Mérito Militar con distintivos rojo y blanco data del año
1.864, del reinado de Isabel II y de 1.866 la Medalla Naval, también con distintivos rojo y blanco. La
Cruz de Guerra tiene su origen en el año 1.890 durante la Regencia de la Reina María Cristina,
antecedente de la Cruz de Guerra de 1.937. En 1.945 tiene lugar la creación de la Medalla al Mérito
Aeronáutico y en el año 1.976 se crea la Orden del Mérito de la Guardia Civil.
Estas condecoraciones deben a su aparición a un afán de evitar la devaluación de la Cruz
Laureada que se había producido con la entrada en España de los Cien Mil Hijos de San Luis,
periodo en el cual se multiplicó el número de concesiones, así como en las Guerras Carlistas en las
que, después de Vergara, fueron reconocidas como válidas las obtenidas por ambos bandos.
Hoy día, la Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo, además de reconocer el valor, tiene
por finalidad premiar, tanto las dotes de mando como los servicios eficaces, así como los
fallecimientos en campaña.
Ya que estamos tratando de las distinciones militares al valor y al heroísmo, permítaseme
una breve reflexión sobre estas virtudes esenciales del militar, para evitar equívocos acerca de su
verdadera naturaleza.
Hay que empezar por decir que el héroe militar no busca la muerte de un modo fanático; va
a pelear como soldado de un ejército dentro de un orden de combate y unas estrictas normas de
comportamiento. Combate contra los riesgos de la guerra, incluido el miedo y se sobrepone a ellos.
Es el protagonista de una hazaña que, según CHERSTERTON, se identifica como tal al conocerse. En
esa hazaña, hay un sacrificio de sí mismo en beneficio de otros. Su acción, en beneficio de la patria,
la paz o de la sociedad o de la comunidad internacional es cuantificable. Las situaciones en las que
pueden darse estas circunstancias son probables cuando está en juego la supervivencia de las
Fuerzas Armadas propias o un éxito táctico o estratégico decisivo para las operaciones o la libertad
e independencia de la patria. No obstante, no hay que excluir otras situaciones menos críticas en
las que se puede manifestar el valor heroico. Pero sí hay que excluir aquí otras situaciones que no
merecen ser reconocidas bajo el concepto del valor heroico tales como aquéllas acciones que no
resultan obedientes a las reglas de comportamiento en el orden de combate, o que son meros
actos de indisciplina o temeridad.
No quisiera finalizar este apartado dedicado al valor heroico sin hacer a la siguiente
reflexión: los buenos soldados nunca mueren, solo se desvanecen en la distancia y están allí, en la
distancia les podemos ver, pero es preciso mirar.
Les invito a hacerlo como lo hacemos en las Reales Ordenes; pueden encontrarlos en
nuestros archivos, por sus nombres o en los lugares de sus hazañas: En San Juan de Ulua (Veracruz);
en la Torre óptica de Colón (Cuba), en el Fuerte de El Caney (Cuba), en Baler (Filipinas). O en sus
nombres: Villacampa, Copons, Lacy, Gomez de Liaño, Ceballos Escalera, Gutierrez de la Concha,
Espartero, Serrano, Prim, O’ Donell, Narváez, Rios Angüeso, Barreir, Capitán Cortés… Y, en un
futuro próximo en datos para cualquier internauta al hacerse accesible nuestra base de datos a
internet.
No se ha podido acreditar sin embargo que, a pesar de sus conocidas gestas, recibieran
distinciones al valor, tanto el Sargento Antonio García, conocido como el Inmortal o el
Arcabuceado, así como Eloy Gonzalo, el famoso y conocido héroe de Cascorro. Lo que es un
indicador de la dificultad que implica ser Caballero Laureado.
EL PREMIO A LA CONSTANCIA EN EL SERVICIO
Como quiera que ha sido el bicentenario de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo
el que nos ha traído hasta aquí, quiero terminar mi exposición con algunos datos y una valoración
sobre esta Orden.
Terminada la Guerra de la Independencia y al regresar el Rey Fernando VII, deseó distinguir
a los que habían contribuido a la victoria. Tras una consulta con el General Wellington en 18 de
marzo de 1814 propone que la Real y Militar Orden de San Fernando premie la constancia en el
servicio por más de veinticinco años. Es el Consejo Supremo de Guerra y Marina el que propone la
creación de una Orden nueva diferente de la de San Fernando, con la denominación de San
Hermenegildo o Recaredo. La propuesta decía así: a dicha Orden pertenecen aquéllos dignos
oficiales que dedicando lo mejor de su vida y sacrificando su libertad contribuyen con su larga
permanencia al buen orden, disciplina y subordinación de los ejércitos. Solo será concedida a
oficiales que tengan una buena conducta, sin nota fea ni haber sido procesados por ningún delito.
Fernando VII escogió el nombre de San Hermenegildo, el Rey Mártir del que era devoto el
Rey Felipe II y cuya reliquia está depositada en El Escorial. Por Orden de 28 de noviembre de 1814
se crea esta Real Orden. El primer Reglamento admite tan solo como miembros de la misma a los
Oficiales de los Cuerpos combatientes. El reglamento de 1918 da entrada a los miembros de los hoy
conocidos como Cuerpos Comunes. En 1987 se suprime el Consejo Supremo de Justicia Militar y se
crea la Cancillería de la Orden. El quinto Reglamento de 1994 admite el ingreso de Suboficiales y
Damas y crea la Encomienda. En el artículo 9º ,2.e del Reglamento del año 2000, aprobado por
Real Decreto 1189/2000 de 23 de junio, se otorga al Gran Canciller de esta Orden la Presidencia de
la Asamblea de la Real y Militar Orden de San Fernando a falta de nombramiento expreso.
La Orden tiene como indudable finalidad recompensar y distinguir la constancia en el
servicio e intachable conducta a tenor de lo que establecen las Reales Ordenanzas para las Fuerzas
Armadas. Parece claro que el ingreso y los ascensos en la Orden suponen un estímulo para el
distinguido y además, tiene influencia en su proceso evaluador. Pero también supone un gran
beneficio para la Institución puesto que permite medir el grado de aceptación y cumplimiento de
los valores que son su fundamento, y contribuye por lo tanto, a una mejor valoración.
Como ya he dejado expuesto, la Cruz Laureada y la Medalla Militar que conforman la
cúspide de las condecoraciones militares se conceden cuando concurren las circunstancias que han
sido reseñadas. Pero son las contingencias del día a día las que muestran y demuestran las señas
de identidad de un ejército. Pues si la mayoría de hombres y mujeres que aspiran al ingreso en esta
Orden lo consiguen, esto quiere decir que han entendido que aquí la principal hazaña es obedecer;
que están convencidos que guardando su puesto en formación y siguiendo el liderazgo de sus jefes
se alcanzan los objetivos; que han subordinado la ambición personal a la satisfacción del deber
cumplido; que la disciplina es una valor fundamental al que el militar nunca debe faltar. En suma,
que en veinte años de profesión han demostrado y se han impregnado con los valores que
identifican al soldado y capacitan a las Fuerzas Armadas y a la Guardia Civil para cumplir sus
misiones de proporcionar paz, seguridad y bienestar a los españoles.
Tenía razón ANTONIO MUÑOZ MOLINA; al distinguir con su ingreso y ascenso a los
caballeros y damas que lo hacen, la Institución se distingue a sí misma y tiene motivos de orgullo
por los valores que la hacen útil.
Incluso si algunos no reconocen la importancia que merece esta distinción, también se
cumple en ellos lo que dicen los versos de Calderón que antes hemos citado: Porque aquí, a lo que
sospecho, no adorna el vestido al pecho, que el pecho adorna al vestido. Entonces es que han
comprendido que el perseverante cumplimiento de su deber sin tacha es para ellos lo natural.
Este es el valor, este es el sentido de las recompensas militares, depositarias de la tradición
de los soldados de los Ejércitos españoles de todos los tiempos.
En nombre de las Reales y Militares Ordenes de San Fernando y San Hermenegildo
Muchas gracias por su atención.
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