Lunes 4 de noviembre, 2013 Gerardo René Herrera Huízar Estados excepcionales Sabio, con vocación liberal, garantista y social, el constituyente de 1917 plasmó en nuestra Magna Carta, en su artículo 1º Que “En los Estados Unidos Mexicanos todo individuo gozará de las garantías que otorga esta Constitución, las cuales no podrán restringirse ni suspenderse, sino en los casos y con las condiciones que ella misma establece.” De igual forma, consecuente con esta declaración, en su artículo 29, comprendido aún en el Título Primero, Capítulo I, De las Garantías individuales, el propio texto constitucional estableció que tales garantías pueden suspenderse en casos determinados, como son: “la perturbación grave de la paz pública, o de cualquier otro que ponga a la sociedad en grave peligro o conflicto…”esto con la finalidad de eliminar los obstáculos para “…hacer frente, rápida y fácilmente a la situación…” Lo anterior se traduce, en términos coloquiales, en el establecimiento de zonas específicas, geográficamente delimitadas, ante una alteración sensible y percibida como grave de la vida colectiva , en las cuales, debe actuar el estado de una manera más ágil y pragmática, eliminando temporalmente aquellas ataduras legales que pudieran ser limitante para atacar el problema existente y devolver a la sociedad afectada la paz y la tranquilidad de la manera más expedita. El supuesto en que se basa la norma, como puede apreciarse, es desde luego, que la situación general del país sea de estabilidad, paz y armonía social. Donde el estado hace sentir su acción directiva, facilitadora y reguladora de la dinámica colectiva, orientando los esfuerzos comunitarios hacia fines de bien generalizado, donde la autoridad ejerce sus facultades y cumple sus obligaciones de manera responsable frente al ciudadano. Bajo este escenario, la suspensión temporal de garantías en un espacio territorial y en un periodo determinado, constituiría una excepción. Pero cuando la perturbación de la paz pública es la constante, cuando la afectación de la armonía social, la zozobra y el temor son cotidianos y grupos criminales demuestran gran libertad de acción, flexibilidad y organización para atentar sorpresivamente, en actos coordinados, contra la sociedad y desafiar abiertamente al estado, sin que la acción de la autoridad se manifieste eficaz y contundente para neutralizarlos, lo que debiera ser excepción es la regla. Los recientes acontecimientos violentos en Michoacán, con el ataque de grupos armados ligados al crimen organizado a instalaciones estratégicas y estaciones de servicio de combustibles, son graves por sí mismos y más graves si se adicionan a ellos las declaraciones de la señora Calderón respecto al involucramiento de autoridades estatales con las bandas de delincuentes. Pero si hacemos memoria, no son sino la réplica de situaciones que hemos vivido durante los últimos años en otras entidades, en condiciones similares: Sinaloa, Tamaulipas, Chihuahua, Jalisco, Veracruz o Morelos. Pero que han venido subiendo de tono y magnitud en una mutación catalizada por la impunidad. Las acusaciones de la señora Calderón se suman a añejas denuncias y rumores sobre la colusión de autoridades con grupos criminales (como las recientemente desenterradas revelaciones de exagentes norteamericanos sobre el caso Camarena) ante ellas, el caso Michoacán no es una novedad, ni por su relevancia ni actualidad y sugerir la aplicación del artículo 29 constitucional para la cesación temporal de las garantías individuales o la suspensión de los poderes como se ha expresado por algunos legisladores en el Congreso Federal, parece no ser la mejor receta. Cuando el poder del estado se mimetiza con el poder criminal, cuando se tuerce la ley impunemente en beneficio personal, cuando el interés social se subordina a la ambición grupal y la justicia es, por vocación o compromiso, ausente ante la demanda ciudadana, haciendo imposible, por sistema, el goce pleno de las referidas garantías, lo que encontramos son, culturalmente, estados excepcionales. Difícil resulta, si no imposible, ante esta circunstancia generalizada, cotidiana y recurrente de ausencia de garantías, establecer en ellos un estado de excepción. [email protected]