HUMANISMO Y HUMANISTAS ÍNDICE 1. HUMANISMO Concepto Orígenes La perfección humana La educación Características del espíritu humanista 2. El HUMANISMO EN EXTREMADURA Focos prehumanísticos en la Baja Extremadura Focos prehumanísticos en la Alta Extremadura Conclusión 3. PEDRO DE VALENCIA (1555-1620) Vida y perfil humano Obra: Escritos bíblicos y religiosos Escritos filosóficos Escritos de crítica literaria Escritos sociales y económicos Conclusión 4. GONZALO CORREAS (1571-1631) Vida y perfil humano Obra Conclusión 5. LA TRADUCCIÓN Y DIEGO LÓPEZ 6. HUMANISTAS MENORES 7. LOS CLÁSICOS EN EL RENACIMIENTO 7.1. AUTORES GRIEGOS 7.1.1. HOMERO La Iliada La Odisea Los himnos homéricos La cuestión homérica Influencia 7.1.2. SÓFOCLES Vida Obras dramáticas Influencia 7.1.3. PLATÓN Vida Obra Teoría del conocimiento Teoría política Ética Arte Influencia 7.2. AUTORES LATINOS 7.2.1. VIRGILIO Vida Las Bucólicas Las Geórgicas La Eneida 7.2.2. HORACIO Vida Epodos Las Odas (Carmina) 7.2.3. CICERÓN Vida Oratoria Filosofía Epistolografía 1. EL HUMANISMO Concepto El término "humanismo" se emplea hoy para designar dos realidades diferentes. Por una parte, humanismo significa el cultivo y el conocimiento de las letras humanas en general, en oposición al estudio técnico y científico. Pero, por otra parte, Humanismo se denomina también al movimiento cultural que se desarrolla en la Europa de los siglos XV, XVI e incluso XVII. A este movimiento se le denomina con más frecuencia Humanismo Renacentista. En ambos casos se ponen los problemas humanos por encima de cualquier otra consideración. Pero, a diferencia del humanismo contemporáneo, Humanismo Renacentista insiste en los valores humanos a través de la cultura clásica en continua referencia a la Antigüedad grecolatina, hoy día menos perceptible, que constituye la característica más ostensible de este Humanismo. En lo que concierne a la definición de Humanismo renacentista, las investigaciones contemporáneas están aún lejos de poder ofrecer una síntesis final. Para Garin el Humanismo es el resultado de una conciencia histórica bien definida. Es una revolución que transforma sustancialmente el pensamiento de la época, afectando a la educación del género humano, a la organización de la sociedad y a la construcción de la ciencia. El Humanismo, en fin, contribuye decisivamente a la formación de una conciencia europea y constituye el núcleo y el paradigma de las innovaciones renacentistas. Su opinión se resume en la conocida identificación entre Humanismo y filosofía. El Humanismo, afirma Garin, es la filosofía del Renacimiento. La interpretación de Kristeller es muy distinta. Piensa que la revolución de la que habla Garin no es sino la renovación de los studia humanitatis, es decir, la renovación de las disciplinas universitarias que se enseñan en los primeros cursos de las Facultades de artes. Esta renovación es posible por el descubrimiento de nuevos textos antiguos, por su mayor difusión y por la introducción de la lengua griega, poco conocida durante el Medievo. Con estos presupuestos Kristeller propone entender el Humanismo renacentista como los ideales profesionales, los intereses intelectuales y las producciones literarias de los humanistas. A pesar de tan evidente oposición, las dos interpretaciones coinciden en subrayar la importancia que tuvo en la época lo que hoy llamamos filología. Garin y Kristeller están de acuerdo en que la recuperación de los textos antiguos, la interpretación de los autores grecolatinos en su contexto original y la posibilidad de imitar y emular las formas y contenidos del pensamiento antiguo, para aprehenderlo en su totalidad y proyectarlo en la mentalidad de la época, no hubieran sido posibles sin el desarrollo de la filología. Orígenes El movimiento humanista comenzó en Italia, donde los escritores de finales de la Edad Media Dante, Giovanni Boccaccio y Francesco de Petrarca contribuyeron en gran medida al descubrimiento y a la conservación de las obras clásicas. Los ideales humanistas fueron expresados con fuerza por otro estudioso italiano, Giovanni Pico della Mirandola, en su Oración, obra que trata sobre la dignidad del ser humano. El movimiento avanzó aún más por la influencia de los estudiosos bizantinos llegados a Roma después de la caída de Constantinopla a manos de los turcos en 1453, y por la creación de la Academia platónica en Florencia. La Academia, cuyo principal pensador fue Marsilio Ficino, fue fundada por el hombre de Estado y mecenas florentino Cosme I de Medici. Deseaba revivir el platonismo y tuvo gran influencia en la literatura, la pintura y la arquitectura de la época. La recopilación y traducción de manuscritos clásicos se generalizó de modo muy significativo entre el alto clero y la nobleza. La invención de la imprenta de tipos móviles, a mediados del siglo XV, otorgó un nuevo impulso al humanismo mediante la difusión de ediciones de los clásicos. Aunque en Italia el humanismo se desarrolló sobre todo en campos como la literatura y el arte, en Europa central, donde fue introducido por los estudiosos alemanes Johannes Reuchlin y Philip Melanchthon, el movimiento penetró en ámbitos como la teología y la educación, con lo que se convirtió en una de las principales causas subyacentes de la Reforma. Uno de los hombres más importantes en la introducción del humanismo en toda Europa fue Erasmo de Rotterdam, cuyas ideas también proliferaron en España. La perfección humana El humanismo del Renacimiento desarrolla un ideal de perfección humana expresado en el discurso De dignitate hominis de Pico de la Mirandola (1486) y más tarde en el del rector de la universidad de Salamanca Hernán Pérez de Oliva. Ideal de orden ético en los moralistas, pedagogos y filósofos; de orden estético en los artistas; de orden social en los juristas y políticos y de orden espiritual en los místicos. Ese modelo es producto no tanto de intuición como de estudio, o si se prefiere de retorno a las fuentes de la cultura grecolatina y cristiana. Se manifiesta en ediciones de autores clásicos, de la Biblia y de Santos Padres, en estudio de las lenguas sacras, retorno al evangelio y a las fuentes de los saberes, y cultivo de las ciencias del espíritu, como contrapunto en algún modo a las ciencias de la naturaleza. La palabra humanista expresa la idea de hombre que se realiza a sí mismo en lo intelectual, moral, religioso y estético, en síntesis armoniosa de ciencia y sabiduría, saber y virtud. En ese concepto entra lo espiritual y místico, como suprema realización de la persona que alcanza la más alta dignidad en la transformación en Dios por amor. La educación En el humanismo renacentista revisten especial preocupación los centros de formación de niños y jóvenes, los "studia humanitatis", colegios y universidades que se multiplicaron de forma insospechada. España, por poner un ejemplo, contaba con cinco universidades en 1500 y con treinta en 1600, en las que se enseñaba con métodos nuevos o muy renovados. La de Alcalá, donde estudió Arias Montano, ofrecía una docena de cátedras de lenguas, que abrían al estudio de las facultades superiores. La Teología se enseñaba por el método de las tres vías, o sea, por el magisterio de tres profesores que, con los mismos derechos universitarios y a la misma hora, explicaban Escoto, Santo Tomás y un autor nominalista. La preocupación primera del humanista se centraba en la formación del orador, vir bonus dicendi peritus, maestro de la palabra, tanto en el mundo civil como en el eclesiástico. De ahí el cultivo fundamental de la gramática y la retórica. Características del espíritu humanista Caracteriza al espíritu humanista el universalismo cultural, el cosmopolitismo, el pacifismo, o deseo de armonía, paz y equilibrio de poderes y de una filosofía política que responda a los problemas de Enrique VIII, Francisco I y Carlos V. Pero en este campo se produce en España, al principio de la década 1520-1530, algo nuevo y maravilloso: la primera vuelta al mundo de Magallanes-Elcano. Ella prueba experimentalmente la redondez del globo y la unidad de la especie humana, confirmada por los misioneros. No existen hombres con cabeza de perro (cinocéfalos), ni con un solo ojo (cíclopes), ni con un solo pie (unípodos), ni con pezuña de caballos (hipópodos) ni de otras especies que todavía reitera en sus grabados fantásticos Sebastián Münster a mediados del siglo XVI. De esa realidad surge la escuela teológico-jurídica de Salamanca en la que confluye el realismo de escotistas y tomistas con el nominalismo. Ella desarrolla la moral de los derechos humanos y pone los fundamentos del derecho internacional en la unidad esencial de la especie y en la igualdad consiguiente de derechos. El humanismo español se afianza en tiempo de los Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II. Arias Montano es una de las figuras de mayor relieve. 2. El HUMANISMO EN EXTREMADURA ¿Puede hablarse de Humanismo extremeño? Está claro que no. Para aceptar la existencia de un Humanismo extremeño es preciso demostrar la existencia de un grupo de humanistas cuyo entorno sociopolítico, cuyas pretensiones intelectuales les diferencien notablemente de otros grupos o bien de la comunidad general de humanistas, por incluir, entre otros rasgos diferenciales, un componente genuinamente nacional o regional. La aplicación del criterio sociopolítico permite hablar de "Humanismo español" en oposición, por ejemplo, al "Humanismo francés". Pero dentro del Humanismo español no hay otros humanismos, al menos desde el punto de vista sociopolítico. Es cierto que Francisco Sánchez, de Brozas, Benito Arias Montano, de Fregenal de la Sierra, y Diego López, de Valencia de Alcántara, tienen en común un mismo origen extremeño, pero, en realidad, ni la Extremadura de entonces era la de ahora, ni lo humanistas de origen extremeño tenían conciencia de pertenecer a un grupo que se definía por su origen geográfico. El pensamiento de los humanistas en cuanto tales humanistas, no se supedita a conceptos del tipo patria, nación o estado. Sean de donde sean y vivan donde vivan, todos los humanistas comparten una comunidad de intereses que, en última instancia, tiene poco que ver con las estructuras sociales, políticas y económicas. El Humanismo, entendido como filosofía o como programa educativo, constituye una patria común, una comunidad de intereses, una especie de república literaria gobernada por los autores antiguos y a la que se accede mediante el ejercicio de la filología. Focos prehumanísticos en la Baja Extremadura Una vez aclarado esto, hay sin embargo en Extremadura algunos focos que propician el surgimiento del movimiento humanista. El Humanismo vino a España desde Italia, de donde lo trajo el primer gran humanista español, Antonio de Nebrija, quien, tras diez años de estancia en aquel país, volvió a su patria, como él mismo dice, "para desarraigar la barbarie de los hombres de nuestra nación ...", jactándose de haber sido "el primero en abrir tienda de lengua latina" y de haber erradicado hasta el fondo a los bárbaros gramáticos medievales". Pues bien, Nebrija tuvo durante 19 años (desde 1486 hasta 1504) una estrechísima relación con Extremadura, como protegido de D. Juan de Zúñiga, Maestre de Alcántara. En la Repetitio leída en Salamanca en 1506 afirma el propio Nebrija: "Como éste me solicitaba de continuo para que me fuese con él y formase parte de su familia, interrumpí por espacio de 19 años las tareas escolares y me consagré enteramente a su servicio". El humanista renunció a su cátedra de Salamanca y, durante los años antedichos, visitó continuamente la Serena Extremeña, pasando en ella largas temporadas, sobre todo en Zalamea y en Villanueva, lugares de residencia del Maestre. En Zalamea funcionaba una especie de Academia o Estudio, donde Nebrija impartía sus lecciones, como se ve en la bella ilustración de un códice de las Introductiones Latinae, donde aparece el humanista en un estrado y, entre los alumnos que escuchan, tal vez su hijo Marcelo y el propio D. Juan de Zúñiga. Al Maestre dedicó Nebrija varias de sus obras, como el Vocabulario español-latino, el Comentario a las Sátiras de Persio y la Repetitio de ui ac de potestate litterarum. Y en Extremadura debió de escribir esas y otras muchas obras, tal vez incluso su famosa Gramática castellana, compuesta en esa época bajo el suculento mecenazgo de Zúñiga, que proporcionaba al humanista, en sus propias palabras, "muchas y muy honoríficas mercedes dándome ocio y sosiego de mi vida". Finalmente, la relación de Nebrija en sus últimos años con Brozas, donde residía su hijo Marcelo, lo enlaza en línea directa con el Brocense, cuya niñez se mueve así en un ambiente de recuerdos nebrijenses que pudieron influir en su vocación humanística. Focos prehumanísticos en la Alta Extremadura Además del magisterio de Nebrija y su irradiación cultural desde La Serena, existieron en Extremadura, en la segunda mitad del siglo XV, otros focos que podríamos llamar prehumanísticos ubicados en la Alta Extremadura, que debieron de tener relaciones, aún no estudiadas, con la Academia de Zalamea: el convento de San Vicente de Plasencia, fundado por los padres del propio D. Juan de Zúñiga, y el convento de la Encarnación de Trujillo, donde se estudiaba, como en el anterior, teología, gramática y retórica, y que fue fundado por el trujillano D. Juan de Carvajal, Cardenal ilustre y más que aceptable escritor latino. Conclusión La semilla dejada en la Baja Extremadura por Nebrija y por otras figuras que pasaron por el Estudio de Zalamea, y en la Alta Extremadura por los citados focos de Plasencia y Trujillo, prepararon el ambiente en el que surgirán los grandes humanistas extremeños del Siglo de Oro. Desgraciadamente, cuando a lo largo del siglo XVI toda España se va llenando de Universidades o Estudios, Extremadura es el único espacio vacío en el mapa universitario español. Por ello los humanistas extremeños se formarán y desarrollarán su actividad fuera de la región. En el panorama del humanismo extremeño, cuatro figuras descuellan netamente por encima de las demás. Son los "cuatro grandes". Dos de ellos nacen y mueren en el siglo XVI: Arias Montano y el Brocense. Los otros dos, en relación discipular con los anteriores, mueren ya bien entrado el siglo XVII: Pedro de Valencia y Gonzalo Correas. 3. PEDRO DE VALENCIA (1555-1620) Pedro de Valencia fue discípulo de el Brocense y Arias Montano. El Brocense se enorgullecía de su discípulo Pedro de Valencia, "diciendo que demás de sus ciencias sabia tanto Hebreo como San Hierónimo y más Griego que Erasmo". Es probablemente el elogio mayor y más sincero que el Brocense hizo de alguien. En cuanto a su otro maestro, Arias Montano, con quien le unió durante muchos años una relación, más que de discípulo, de verdadero hijo, el concepto que de él tenía era insuperable. Dice Montano que Valencia, entregado desde niño al estudio de las humaniores disciplinae, ha alcanzado, tanto en éstas como en la honestidad de costumbres, una altura que ninguno de sus contemporáneos ha sobrepasado. Era tal la confianza paternal de Montano con Valencia que hasta lo utilizaba de amanuense, fiándose sólo de su pericia, para pasar a limpio los difíciles borradores de sus obras escriturarias. Y a él y a su cuñado Juan Ramírez Moreno les donará, un año antes de su muerte, muchos de los tesoros que había acumulado a lo largo de su vida: cuadros, esculturas, medallas y buena parte de sus libros. Vida y perfil humano Pedro de Valencia nació en Zafra el 17 de noviembre de 1555. Su padre, Melchor de Valencia, era de Córdoba, y su madre, Ana Vázquez, de Segura de León (Badajoz). En Zafra se crió y estudió las primeras letras y los primeros rudimentos de latín con Antonio Márquez. Prosiguió sus estudios en Córdoba, con los jesuitas, donde empezó a estudiar también teología. Pero sus padres lo enviaron a Salamanca a cursar leyes. Allí destacó enseguida, aparte de las leyes, por su preparación en teología y en humanidades clásicas "y así era muy conocido entre los demás estudiantes, y los libreros, cuyas librerías él frecuentaba mucho, conocían su afición a estos estudios". Habiendo llegado a sus manos una edición de los poetas épicos griegos, pidió a el Brocense que le enseñase bien esta lengua. Por entonces compró también la traducción de los Salmos en versos latinos por Arias Montano, al que enseguida empezó a admirar. Tras graduarse en leyes, y habiendo muerto entretanto su padre, vuelve a Zafra, donde sigue estudiando a los autores grecolatinos, "sin olvidar las leyes". Cuando salió la Biblia Regia, creció su admiración por Arias Montano, con el que se puso en contacto a través de un amigo común. A requerimiento del frexnense marchó a la Peña, donde "introdújole Arias Montano en la lección de la Sagrada Escritura y enseñóle lengua hebrea". En 1587 a los 32 años contrajo matrimonio con su prima hermana Inés de Ballesteros con dispensa de Roma que les consiguió directamente Arias Montano. En cuanto a sus hijos, Antonio Holgado afirma que Pedro de Valencia tuvo, al menos, 7 hijos. La lista de sus mejores amigos es larga, empezando por Arias Montano, siguiendo, entre otros, por los hermanos Machado (Hernando, Francisco y Juan Alonso), Alonso Ramírez de Prado y su hijo Lorenzo, Juan Alonso Curiel, el Padre Sigüenza, el Doctor Terrones, Obispo de León, Francisco Sánchez de Oropesa, Hortensio Félix Paravicino.... y terminando con el Cardenal de Toledo D. Bernardo de Sandoval y Rojas, el Duque de Feria, el Conde de Lemos, etc. Vivió 64 años, con muy buena salud, hasta un año antes de morir que se fue enflaqueciendo y melancolizando de manera que pasaba con desconsuelo y desaliento, que fue creciendo hasta que murió. Faltan, además de la fecha de su muerte, las noticias sobre sus últimos años, que se podrían resumir así: en 1607 Felipe III lo nombró Cronista regio, tal vez por influjo de Sigüenza, y se trasladó de Zafra a Madrid, a la Corte, pese a que años antes había escrito al dicho Sigüenza sobre "la poca fe que tengo en los cortesanos". Desempeñó durante 13 años su cargo de "cronista historiógrafo general de las Indias", del que comenzó a gozar desde el 15 de mayo de 1607, en contacto con políticos, teólogos y hombres de letras, escribiendo tratados, "discursos" y dictámenes sobre materias diversas, dada su condición de hombre de leyes, biblista, filólogo clásico y experto en filosofía y literatura. Otorgó testamento el 25 de marzo de 1620 ante el escribano Juan Vázquez Román, y murió el 10 de abril del mismo año. Como su maestro Montano, Valencia fue un hombre de saberes enciclopédicos y bien asimilados. En efecto, no sólo conocía los escritores grecolatinos importantes, los clásicos por excelencia, sino todos, hasta los de segunda y tercera fila, y desde los más arcaicos a los más tardíos. Esta erudición inmensa era de por sí razón suficiente para que, primero su casa de Zafra, y luego, con mucha mayor intensidad por la ampliación del círculo de sus relaciones, su domicilio madrileño de la calle de Leganitos, se convirtiera en una especie de Delfos, en un lugar de peregrinaje, personal o epistolar, para solicitar un dictamen de experto, una opinión autorizada, un consejo razonado y certero o la resolución de un problema arduo, bien de tipo legal, bien de carácter filológico o filosófico, o literario, o bíblico, o de índole social, política o económica. A todo respondía con rigor conceptual, basado en sus oceánicos conocimientos y, a la vez, lo que es más raro en un sabio, con un monumental "sentido común", asociado en él estrechamente a un envidiable "sentido crítico". Erudición enciclopédica, enorme sentido común y gran capacidad crítica lo hacían especialmente capacitado para el "don de consejo", aunque su modestia innata le impedía considerarse otra cosa que un simple aprendiz. Obra Sus escritos, que, dada su vasta erudición, no podían menos que abarcar un anchuroso campo de temas y contenidos, han corrido una suerte cuya desdicha sólo tiene parangón con la excelencia de los mismos. Sus obras (excepto sus Académica) no fueron publicadas ni en vida del autor ni en los siglos posteriores. Ha habido que esperar al siglo XX para que salgan a la luz algunos de sus escritos, siguiendo inéditos en su mayor parte. De ellos podríamos decir, con Juan de Mena, que "yaze en tinieblas dormida su fama,/ dañada de olvido por falta de auctores". ¿A qué puede deberse el que escribiera tanto y no publicara nada, aunque con su puesto relevante en la Corte durante sus últimos años debió de tener razonablemente accesibles las imprentas y el costo de las ediciones? El motivo fundamental fue su innata modestia. Estaba convencido de que sus escritos carecían de valor. Tal vez lo abrumaba su admiración y veneración por Arias Montano, y se creía muy por debajo de él. Dedicó sus esfuerzos a publicar las obras inéditas de su "señor maestro y padre", como lo llamaba, y no se preocupó de publicar las propias; un caso de desprendimiento y de modestia nada comunes. El caso es que ya Nicolás Antonio, a finales del mismo siglo XVII, se lamentaba de que los escritos del zafrense permanecieran ocultos en la oscuridad. Se acentúan las lamentaciones en Menéndez Pelayo, ferviente admirador de nuestro humanista, que constata desolado cómo "sus obras, todavía no bien aquilatadas por la crítica y desconocidas en su mayor parte, proporcionan hartos motivos de alabanza y admiración a la posteridad. Útil sería recogerlas en colección, pero hoy ¿quién se acuerda de su nombre? ¿Quién conoce sus escritos?". Y llegan las quejas hasta hoy mismo, con M. Pecellín, que considera la no publicación de las obras del zafrense como "el caso de mayor abulia fácilmente remediable, para más desolación existente en el panorama intelectual extremeño". La abultada producción de Pedro de Valencia está contenida en una veintena de manuscritos de la Biblioteca Nacional. Estos, como los de Arias Montano, están todos ellos empedrados de citas de autores clásicos, que son el basamento de su erudición y el manantial de sus reflexiones. Un catálogo bastante completo de dichos escritos figura ya, como hemos apuntado, en Nicolás Antonio. Después, con especificación de los manuscritos, en los "Apuntamientos..." de Menéndez Pelayo y en el libro de Serrano y Sanz. Se reseñarán a continuación los más destacados, clasificándolos en cuatro apartados. Escritos bíblicos y religiosos Entre ellos podemos destacar los que siguen: - Exposición del primer capítulo del Génesis. - Comentarios al versículo de San Lucas 1, 66. - Comentario sobre el Padre Nuestro. - De los autores de los Libros Sagrados y del tiempo en que se escribieron. - De la tristeza según Dios y según el mundo. - Ejemplos de Príncipes, Prelados y otros varones ilustres que dejaron oficios y dignidades y se retiraron. - Para declaración de una gran parte de la historia apostólica en los Actos y en la Epístola ad Galatas. - Explicación de dos lugares de San Pablo. - Sobre la paráfrasis caldaica del P. Andrés de León. En todos estos escritos, que están inéditos, Valencia sigue las huellas de Montano: método rigurosamente filológico, basado en el estudio de los textos originales griego y hebreo; sentido crítico exigente; abrumadores conocimientos bíblicos, combinados con vastísima erudición en autores griegos y latinos. Puede servir como paradigma de todo esto el último de los escritos citados, en colaboración con su cuñado Juan Moreno Ramírez. Aquí se combina la erudición fastuosa con el afecto entrañable a su maestro, a quien defienden. Porque a Arias Montano no lo dejaron tranquilo sus enemigos ni después de muerto. Nueve años después de su muerte, el jesuita Juan de Pineda, al que se considera el más duro censor inquisitorial de todos los tiempos, volviendo a criterios cerrados y estrechos, prohibió en el Index de 1607 todas las obras de Montano, en un acto de cerrilismo poco común. Pedro de Valencia saltó como un tigre en defensa de su maestro, presentó un alegato ante la Inquisición y logró que en el Index de 1612 se le restituyera su buen nombre, manteniendo sólo algunas reservas sobre algunos pasajes aislados de sus obras. Pero un nuevo adversario salió a la palestra: Andrés de León, que quería sacar una nueva edición de la Biblia y fustigó duramente la paráfrasis caldaica de la Políglota de Montano. Y otra vez Pedro de Valencia, con ayuda de su cuñado, reivindicó fieramente, en el escrito arriba aludido, denso de erudición bíblica y clásica y en el que trabajó más de un año, la obra cumbre de su maestro, salvando una vez más la Políglota de los que querían quitarla de la circulación. Escritos filosóficos En este apartado es suficiente citar su obra más famosa, la única publicada en vida del autor, y la única que escribió en latín: Academica sive de indicio erga vertan. (Amberes, 1596). En cartas a Sigüenza la llama "librito" y "tratadillo"; en la del 5 de septiembre de 1594 le dice que "los amigos de Sevilla me forzaban que lo enviásemos a imprimir; y en otra de 1 de mayo de 1597, ya impreso, insiste en que "los amigos de Sevilla lo enviaron a Flandes a imprimir contra mi voluntad, al menos contra mi gusto. Fue obra de 20 días". Este "librito", escrito en "20 días" y que su autor, con modestia excesiva, sólo permitió a regañadientes que sus amigos lo "enviaran a imprimir", ha resultado ser, por el dominio consumado del autor en el manejo de los textos griegos, por la penetrante indagación de la doctrina en su conjunto y de la de cada filósofo en particular, por la sabia sencillez de la estructuración y por la transparente claridad expositiva, una de las mejores síntesis que se han escrito sobre el problema filosófico planteado. No es su intención tratar de toda la filosofía, ni siquiera de la filosofía académica en su conjunto, sino que pretende sólo "seguir el curso de un arroyuelo" desde su nacimiento en Sócrates hasta su desembocadura en Cicerón; ese arroyuelo es el problema del conocimiento, esto es, el criterio de la verdad. La obra está hormigueante de citas griegas, además de las latinas, sobre todo Cicerón, ya que el autor afirma expresamente que la concibió como una especie de introducción para entender las Académica priora o Lucullus del arpinate ("pienso que ha de prestar gran ayuda a los que emprenden la lectura de la obra filosófica de Marco Tulio, en especial el Lucullus"). Escritos de crítica literaria También aquí, como en el apartado anterior, sobresale netamente un famosísimo escrito: la Carta a D. Luis de Góngora en censura de sus poesías, es decir, sobre el Polifemo y las Soledades; carta de la que existen dos versiones con variantes, ambas autógrafas del zafrense, en sendos Manuscritos de la Biblioteca Nacional (3.906 y 5.585). Serrano y Sanz publicó entre los Apéndices de su libro una de las versiones, poniendo en nota las variantes más llamativas de la otra. Luego han sido publicadas ambas en ediciones de las Obras de Góngora y sobre el contenido hay un trabajo magistral de Dámaso Alonso. Menéndez Pelayo, al referirse al tema, afirma que Góngora "quiso abroquelarse con el parecer de los más doctos y respetados varones de su tiempo, y acudió en fingida demanda de consejo al oráculo de aquella edad, al sapientísimo hebraizante y helenista Pedro de Valencia", y que éste escribió una censura desaprobadora. Es verdad que, dada la formación eminentemente clásica de Valencia (y clásico es tanto como equilibrio, contención y decoro), parece que deberían disonarle las piruetas verbales y la retorcida afectación gongorina de los citados poemas. Pero no es exactamente así. Dámaso Alonso ha reivindicado briosamente, frente a Menéndez Pelayo, la comprensión del zafrense, hombre abierto y moderno, respecto a las innovaciones del poeta cordobés. Es evidente que en la carta hay grandes elogios de Góngora y su poesía, en frases como ésta: "sus poesías, que se aventajan con grande exceso a todo lo mejor que he leído de griegos y latinos en aquel género, por lo nativo, generoso, ingenioso, claro, gracioso y de gusto honesto"; o esta otra: "reconozca la excelencia y lozanía del ingenio de v.m., que se levanta sobre todos, señaladamente en estas Soledades". Sin embargo, no deja de ponerle, "con llaneza y verdad", unos cuantos reparos, dirigidos a la oscuridad y afectación de ciertas expresiones "que nacen, no del ingenio de v.m., sino de cuidado y afectación contrario a su natural"; y le aconseja que "no se desfigure por agradar al vulgo diciendo gracias y juegos del vocablo en poema grave y que va de veras". Que Góngora no acudió a Valencia "en fingida demanda de consejo", sino por el alto aprecio que tenía de sus juicios, lo prueba claramente el hecho de que los cuatro pasajes concretos que le critica el zafrense fueron todos ellos cambiados por el cordobés en una segunda redacción, como ha probado Dámaso Alonso. Y la amistad entre ambos se mantuvo firme hasta la muerte del humanista, lamentada por el poeta en una sentida carta a Francisco del Corral a raíz de dicha muerte. Quizá la mejor síntesis de la concepción del zafrense respecto a la poesía en general, y a la de Góngora en particular, se cifre en estas palabras de su escrito: "La principal regla es que el pensamiento sea grande, que si no lo es, mientras más se quiere engrandecer y extrañar con estruendo de palabras, más hinchada y ridícula sale la fealdad". Escritos sociales y económicos Estos son los que constituyen, sin duda alguna, la faceta de Pedro de Valencia más interesante y atractiva para el hombre de hoy. Con ellos se desvía un tanto de las preocupaciones generalmente filológicas de los humanistas más estrictos y se alinea en el grupo de los denunciadores sociales más modernos y avanzados. Estos escritos suelen llevar el rótulo de Discursos, que es tanto como decir ensayos, tratados o dictámenes. Se reseñarán los tratados más importantes, con un muy breve resumen de su contenido y significación. - Tratado acerca de los moriscos de España (inédito; Ms. 8.888 de la Biblioteca Nacional). Fue escrito a instancias del confesor del rey Fr. Diego de Mardones, al que dirige una carta que precede al escrito y en la que le asegura: "Digo en este Papel mis sentimientos sin afición, ni odio, ni otra pasión culpable". En este problema de los moriscos, enconado desde más de un siglo atrás, Valencia está muy lejos de las propuestas brutales de ciertos personajes, incluso eclesiásticos: pasarlos a cuchillo o castrarlos y llevarlos a Terranova para que murieran allí de frío y de hambre. Tampoco es partidario de la expulsión, que afectaría a niños y a personas inocentes. Como cristianos, dice, "nos conocemos obligados... a amarlos de corazón, guardarles fe y palabra, y desearles y procurarles todo bien, no castigarles...no matarlos ni herirlos. Propone que se les haga bajar de las montañas al llano; que se les disperse por España, evitando concentraciones; que se les deje enriquecerse, pues "las riquezas hacen a los hombres cobardes", por miedo a perderlas; que se permitan los matrimonios mixtos y se intente, con actitud "mansa, no rigorosa", integrarlos y asimilarlos, "sin compelerlos a oir misas ni sermones y aprender la doctrina". Propuestas sensatísimas, tanto desde el punto de vista político como humano, que desgraciadamente cayeron en el vacío. - Discurso acerca de los cuentos de las brujas y cosas tocantes a magia. Lo dirigió a D. Bernardo de Sandoval, Arzobispo de Toledo e Inquisidor General, después de leer "con horror y asco" el auto de fe de Logroño de 1610. Aboga por la no publicación de dichos autos, cuya lectura produce escándalo y morbosidad. Afirma que las brujerías y los aquelarres pueden explicarse de varias maneras, pero todas ellas naturales. Su erudición clásica sale a relucir continuamente: evoca en sus explicaciones los misterios de Eleusis y las Bacanales, cita a una larga ristra de autores griegos y latinos y hasta traduce en endecasílabos una treintena de versos de las Bacantes de Eurípides. Pero la erudición no se agota en sí, ni es un mero adorno, sino sustancia misma de sus reflexiones. Critica los métodos de la Inquisición, que carecen a menudo de garantías jurídicas, y rechaza como nulas las declaraciones arrancadas bajo presión o tortura. Caro Baroja considera las observaciones de Valencia "llenas de tacto y diplomacia" y elogia su racionalidad, al creer que todas las actividades de las sesiones de brujería "son humanas y naturales, sin más intervención diabólica que la que hay en cada acto humano que comete el hombre"'. Menéndez Pelayo, por su parte, piensa que este escrito del zafrense influyó en la benignidad de la Inquisición para los casos de brujería posteriores. - Discurso sobre el pergamino y láminas de Granada (inédito). La polémica, que duró muchos años, sobre el pergamino de la torre Turpiana y, luego, sobre las láminas de plomo del Sacromonte, la contó muy bien en el siglo pasado Godoy Alcántara, y recientemente lo ha hecho Hagerty en su introducción a su edición castellana de dichos textos. Se trataba de textos de contenido religioso, supuestamente antiquísimos, encontrados en excavaciones casuales (?). Era una clara falsificación moderna, pero el Arzobispo de Granada, Pedro de Castro, alentó a los partidarios de la autenticidad, que hacían demagogia sobre el pueblo llano, y el problema se enconó gravemente, teniendo que intervenir la propia Roma. Uno de los primeros consultados por el Arzobispo fue Arias Montano, a quien instó repetidas veces para que se desplazara a Granada y emitiera un informe autorizado. El sabio frexnense, que vivía sus últimos años en Sevilla y estaba cansado de polémicas, se excusó con diplomacia, pretextando achaques de salud. Pero cuando le llevaron personalmente el texto original, dio su opinión razonada sobre el pergamino en 1593, siendo el primero, junto con Luis del Mármol Carvajal, que denunció abiertamente la falsificación, tras un estudio detallado de la textura misma del pergamino, así como de la letra, la tinta, la lengua y el estilo. Nada escapó a su sagacidad. Y lo mismo hizo dos años más tarde respecto a los libros plúmbeos o láminas de plomo. Tras la muerte de Montano siguió viva la polémica. Y fue entonces Pedro de Valencia, quien, a petición del Inquisidor Sandoval, redactó un nuevo informe magistral, en la línea de su maestro, con erudición contundente y hasta salpicado con gotas de humor ante la evidente ignorancia del o de los falsarios. Su conclusión es clara: "Tengo para mí que es todo ello impostura y engaño muy reciente, compuesto por hombres que por ventura viven hoy, y por hombres indoctos en la historia y doctrina eclesiástica y en las letras humanas y lenguas antiguas.... que si hubieran tenido aparato de erudición, muy más verosímil podrían haber hecho el engaño". - Discurso contra la ociosidad. Divide la sociedad en tres estamentos: los gobernantes civiles y eclesiásticos, los soldados y el pueblo llano (labradores y artesanos). Pasa revista a cada estamento y arremete contra el crecido número de clérigos y frailes ("lo que con mayor exceso ha crecido" y que más grava la comunidad es el número de clérigos y frailes") y contra los estudiantes superiores que no estudian ni tienen capacidad para ello ("aunque sea un leño, lo han de graduar"). Unos y otros constituyen un claro parasitismo social, que debe eliminarse, aplicando toda esa masa improductiva a "oficios útiles" (labradores, ganaderos, pescadores, herreros, carpinteros ...). Ataca también a los rentistas ociosos ("cada uno habría de labrar su parte; ahora los que se sustentan con dinero dado a renta, inútiles y ociosos son, que quedan para comer lo que otros siembran y trabajan"). Aboga por el trabajo femenino, incluidas las mujeres de la nobleza, que no deben ser "como juguetes o joyas o para solo deleite", sino que deben amasar el pan, tejer, cocinar, etc. Y también sus maridos, los nobles ociosos, deben aprender algún arte, "para no ser como leznes o gusanos, del todo inertes en el mundo". Es uno de los escritos más sugestivos del zafrense, en muchos puntos de una modernidad palpitante; y de los más ambiciosos socialmente, ya que lo que en él se propone es una reforma de la sociedad entera. - Discurso sobre el acrecentamiento de la labor de la tierra. Expone la necesidad de una profunda reforma agraria para corregir las desigualdades económicas. Hay que roturar los baldíos y sembrar todas las tierras susceptibles de ello ("dejando solamente la tierra necesaria para pastos y montes de leña, y toda la demás se rompa para ser cultivada"); reducir las grandes propiedades y distribuir la tierra de modo que "todos tengan tierras que labrar", pues "aquesta desigualdad de la posesión de la tierra, con que unos pocos son señores de dehesas larguísimas, y otros, o casi todos, no alcanzan ni un palmo ni un terrón, es la cosa más perniciosa a la comunidad". Y hay que dar estabilidad a los colonos con la concesión de tierras en enfiteusis. Un programa casi revolucionario. - Discurso sobre el precio del trigo y Respuesta a algunas réplicas al discurso anterior. Son los dos escritos más violentamente críticos del autor, con una preocupación social exacerbada, que linda con la demagogia. Habla de "esta tiranía y fiereza inhumana de los poderosos", que sólo piensan en "henchir los talegos" y "se enojan como las fieras cuando les quieren quitar la presa en que están encarnizados". No puede permitirse "que los muchos... perezcan de hambre y se acaben, y los pocos... engorden y enriquezcan contra toda razón y justicia". A los ricos explotadores llega hasta llamarlos antropófagos y homicidas: "comen carne humana"; el rey "no disimule ni consienta más esta violencia y antropofagia en sus reinos"; "comen a los pequeños"; su avaricia "se deleita con efusión de sangre, y come de buena gana sustancia de hombres"; "estamos tratando de persuadir a los cíclopes que no se coman a estos pequeños y pobres trabajadores, y gente miserable de España"; son "como salteadores y matadores de sus prójimos"; "claro está que los que quitan al hombre el mantenimiento necesario que son homicidas"; etc. Su tesis es que no debe dejarse el precio del trigo a la ley salvaje de la oferta y la demanda, pues los ricos explotarían a los pobres en un alimento tan esencial como el pan, con precios prohibitivos. Hace falta un claro intervencionismo del Estado en favor de "la gente ordinaria y popular que es la mayor parte de la República"; hay que "poner y tasar un precio justo al pan, que nunca se exceda", para que "los trabajadores no se mueran de hambre". El primer discurso levantó, como era de esperar, una oleada de protestas y réplicas, y Pedro de Valencia respondió a ellas con el segundo, en la misma línea de dureza y de defensa de los oprimidos: "Me alentaré para proseguir en la advocación y defensa de los pequeños". Estos y otros discursos y cartas en la misma dirección social y económica (sobre la moneda de vellón, sobre los inconvenientes de subir la moneda de plata, sobre impuestos y tributos ... ) han hecho que ya Costa lo calificara de "socialista templado"; que Maravall hable de su "inspiración socialista" y de "gran reformador social, inspirado por un profundo sentido crítico e inconformista"; y que Viñas lo llame "apóstol social", que escribe "páginas llameantes de justiciera solidaridad por los débiles y de encendida vindicta contra los poderosos". Conclusión Pedro de Valencia, que poseía la misma erudición inmensa que sus dos maestros también extremeños, el Brocense y Arias Montano, y que era casi tan gran filólogo como el primero y casi tan gran escriturario como el segundo, supera con mucho a ambos y, a la vez, se distingue de ellos en su casi obsesiva preocupación por los problemas sociales de su entorno. Nadie más lejos que el zafrense del prototipo del sabio distraído, en las nubes o emparedado en las bibliotecas. Nadie con los pies más en el suelo y más atento a los latidos de la sociedad circundante. 4. GONZALO CORREAS (1571-1631) El cuarto gran humanista extremeño, nacido en Jaraíz, en la comarca de la Vera, de Cáceres, presenta vinculaciones y comparte varios rasgos comunes con el Brocense: la condición de cacereño; el haber sido discípulo, seguidor y admirador del de Brozas; el haber pasado, como él, toda su vida académica en Salamanca, con idénticas dedicaciones profesionales, en los mismos Centros y enseñando, en parte, las mismas disciplinas; y el poseer, como su maestro y paisano, un indomable espíritu combativo e independiente. Vida y perfil humano No se sabe nada de sus primeros años, pero sí que en 1589 se matricula en Artes (filosofía) en Salamanca, graduándose de Bachiller tres años después. Al mismo tiempo estudia afanosamente griego y latín y, al terminar Artes, se matricula enseguida en Teología. En 1594, al reabrirse, tras seis años de cierre, el Colegio Trilingüe (donde años atrás cuando se fundó, había iniciado el Brocense su carrera profesoral), oposita y gana una beca de colegial de griego. Allí perfeccionó sus conocimientos de esta lengua y, a la vez, profundiza en el latín y empieza a estudiar hebreo, sin abandonar sus iniciados estudios de Teología. En 1598, por dificultades económicas insalvables, se cierra de nuevo el Trilingüe, no sin que Correas luche bravamente contra esta decisión, ganando batallas parciales, y, para compensar la pérdida de su beca, se le concede una "catedrilla" de griego de menores (es decir, de primer curso) por cuatro años; así comienza su carrera docente. En 1601, terminados dos años antes sus estudios de Teología, se ordena sacerdote; y ese mismo año obtiene por oposición (pero con carácter temporal) una cátedra de griego de medianos, donde explica ya, a un nivel más alto, autores como Homero, Esopo, Tucídides, Demóstenes... Los visitadores de cátedra elogian una y otra vez la preparación de Correas, así como su puntualidad y asistencia, virtudes que conservará siempre; no tiene multas por faltar a clase (cosa corriente en los profesores de la época) y siempre se constata que "lee bien y a probecho, y entra y sale con la ora". Tal vez por eso el Claustro suele acceder a sus no infrecuentes peticiones de aumento de sueldo. En 1610, a punto de cumplir los.40 años, consigue finalmente Correas ser catedrático en propiedad; pero no de una cátedra de griego, materia a la que se había dedicado con gran intensidad, sino de una cátedra de hebreo, también llamada "De Lenguas" (hebreo y caldeo), no sin antes tener que vencer los obstáculos malignos de un miembro influyente del Tribunal examinador, pero que él logró superar con su combatividad acostumbrada. Cinco años después, en 1615, al vacar, por muerte del Maestro Céspedes, la cátedra de griego de mayores, otra vez tenemos a Correas opositando, ahora a la disciplina de sus amores. Gana la cátedra, también en propiedad, y consigue del Consejo de Castilla (luchador, una vez más) la compatibilidad para desempeñar ambas cátedras. Por si fuera poco, era desde años atrás, y siguió siéndolo, capellán del Hospital del Estudio, y pocos años después le concede el Claustro el cargo de corrector de imprenta, oficio apetecible y solicitado. Para todo esto, y para otros muchos encargos que le encomendaba ocasionalmente la Universidad, sacaba tiempo este trabajador infatigable (bien es verdad que no tenía una casa llena de hijos, como el Brocense). En 1630 se jubila de sus cátedras, y muere al año siguiente, dejando todos sus libros al Colegio Trilingüe, que nunca consiguió ver abierto de nuevo, pese a sus denodados esfuerzos (una de sus pocas batallas perdidas). Su biblioteca, como la de cualquier humanista de altura, contenía libros de muy diversas disciplinas: gramáticas y diccionarios de diferentes lenguas, filosofía, teología, ciencia bíblica, literatura, historia... ; autores antiguos, pero también modernos: desde Nebrija, Erasmo, el Brocense, Simón Abril o Jiménez Patón hasta Gómez Manrique, Garcilaso, La Celestina, el Quijote, Ronsard o Guicciardini... Obra La producción de Correas se inicia con una obra menor: Prototupi in graicam linguam Grammatici Canones (1600). La escribió cuando impartía su "catedrilla" de griego a los principiantes; tiene, por tanto, una finalidad eminentemente pedagógica, para enseñar los primeros rudimentos de esta lengua. Se reduce fundamentalmente a fonética y morfología lo que se enseñaba en primer curso, es decir, pronunciación, grafía y flexión nominal y verbal. Consta de dos partes, la segunda de las cuales es una especie de "repetición con ampliación" de la primera, excelente método pedagógico. Sigue en buena medida a el Brocense, cuya gramática griega, confiesa el propio Correas, "he intentado desarrollar e ilustrar con ejemplos". Pero la obrita posee un indudable sello personal, incluso ya con alguna que otra extravagancia, como la de no admitir, por considerarlos inútiles, el acento grave y el espíritu suave. Tras esta primera salida editorial, y dejando aparte estudios menores del autor, se comentarán brevemente las cuatro obras mayores de Correas, que son las siguientes: - Trilingüe de tres artes de las tres lenguas Castellana, Latina i Griega, todas en Romance (1627). Partiendo del principio, falso, de que todas las lenguas coinciden "en lo xeneral i maior parte de la Gramática", aunque difieran en "sus frases i vocablos", expone, en el mismo orden en que aparecen en el título, las gramáticas de las tres lenguas, a las que pensaba agregar la hebrea, pero no lo hizo por el motivo que declara en la dedicatoria a Felipe IV: "desde mi juventud me dediqué en el Colegio Trilingüe desta Universidad de Salamanca al estudio de las lenguas Latina, Griega i Hebrea, i enseñándolas por largos años alcanzé méthodo i facilidad para disponer sus Gramáticas más breves, cumplidas i claras que yo las hallé. La resulta desde trabajo i esperiencias es un breve volumen de tres artes Castellana, Latina i Griega, que ofrezco a VM.: porque la Hebrea no he tenido letras con que imprimirla para que fuera junta con ellas". También aquí mueve a Correas un propósito exclusiva o predominantemente pedagógico, que es el acceso rápido de los estudiantes a los textos latinos y griegos; y, en cuanto a la gramática castellana, la misma función para los extranjeros, y la adquisición, por parte de los hablantes españoles, de explicaciones racionales respecto a la lengua que han aprendido de forma natural, "sin atender a prezetos ni saber que los ai". Ahora ya aparece, tras la fonética y la morfología, el correspondiente apartado de sintaxis; y pura finalidad pedagógica tiene por ejemplo, al final de la gramática griega, la impresión del Padrenuestro, el Ave María, el Credo y la Salve en griego, así como dos sonetos y una oda en griego, de rima perfecta conforme a las reglas de la métrica española, no de la métrica griega, y traducidos luego los tres en prosa latina. La originalidad de Correas, su marca personal, aparece en numerosas ocasiones, pese a que, en el conjunto, siga la doctrina tradicional, sobre todo recogida de Nebrija y el Brocense. Como este último, Correas no admite los argumentos de autoridad cuando chocan con su razón o su punto de vista personal. Un eco de la frase del Brocense "no hay que creer a los maestros" parece ésta de Correas en su Aviso al lector: "no se a de tener por lei inviolable lo ke primero nos enseñaron; antes siempre se a de buscar lo mexor, i ansi lo é io hecho". Y un poco antes advierte que él no se ha dejado ir por caminos viejos "sighiendo axenas pisadas". Y así, en la gramática latina, funde las dos primeras declinaciones en una sola, considerando luego la tercera como segunda, etc., con lo que se reducen a cuatro; y cambia el orden de las conjugaciones, invirtiendo los puestos de la segunda y la tercera, para que vaya lego después de amo, por acabar los dos "en sola o", y se junten moneo y audio, en las que a la o precede otra vocal. Aunque algunas de sus opiniones sean chocantes, no cabe duda de que sus argumentos tienen sentido; y desde luego no tiene miedo a las innovaciones. - Ortografia Kastellana, nueva y perfeta (1630). Defiende en ella el sistema fonético de escribir como se habla y propone las siguientes diferencias fundamentales respecto al sistema vigente: suprimir la c, sustituyéndola por k, ante a, e, o, y por Z, ante e, i; suprimir también qu y utilizar, en su lugar, k; emplear g siempre con sonido suave o velar (con lo que ge, gi sustituyen a gue, gui) y, para el sonido fuerte, utilizar la x en lugar de la j que también queda eliminada. Convencido de la bondad de su sistema, piensa que también lo están los demás, y no lo aceptan por inercia y por miedo al ridículo: "Porke aunke todos tienen por buena esta ortografia, i konfiesan ke tengo rrazon en ella, su viexa kostunbre tiene a muchos entumidos, i perezosos para moverse a lo bueno"; nadie "kiere ser el primero, i espera ke lo sea el otro". Pide a Felipe IV que implante obligatoriamente su sistema: "I si la mandase hazer komun, seria de onrra desta nazion. Ninguna de estas innovaciones ha tenido éxito; pero el libro está lleno de perspicaces observaciones sobre muchos fenómenos fonéticos y lingüísticos en general. Al final del libro incluye una traducción castellana, desde el original griego, del Manual de Epicteto y de la Tabla de Cebes, dos obras muy utilizadas en las clases de griego de entonces. Las otras dos obras de Correas, sin duda las más importantes, no han sido publicadas hasta este siglo, pues el humanista las dejó en manuscritos entre los libros cedidos al Trilingüe. Son las siguientes: - Arte de la lengua Española Castellana. Después de una introducción en la que expone su propósito, Correas va tratando sucesivamente del origen de la lengua española, del de la escritura en general y las letras españolas en particular, del alfabeto castellano... de las sílabas y diptongos, del acento y puntos de la oración, del concepto y división de la Gramática, de cada una de las partes de la oración..., mezclando observaciones morfológicas, prosódicas, semánticas y sintácticas; de la concordancia y la construcción, de los vicios de dicción y construcción, de los tropos y figuras, de la versificación en castellano, de las excelencias de nuestra lengua en parangón con la latina. La estructura y el plan general es similar al de las gramáticas del Trilingüe, pero ésta es su Arte Grande, y aquí embute todo lo que sabe sobre el idioma, que es mucho, y todas sus opiniones personales sobre el tema, incluidas sus extravagancias, que no le faltan. Recoge el inmenso acervo de la doctrina gramatical desde los griegos hasta los humanistas que le preceden, lo pone en orden, lo clasifica y lo espolvorea todo con personalísimos puntos de vista, disintiendo, con vanidoso deleite, de Nebrija, de el Brocense y de otros en tal o cual doctrina concreta. Muchas de sus supuestas originalidades no lo son en sentido estricto, pero sí en cuanto que él destaca y expresa con claridad lo que otros habían dejado en penumbra. Por ejemplo: no es del todo original, aunque él diga que sí, su doctrina sobre la versificación, su distinción entre "azento versal" o "ridmico" y "azento natural". Pero nadie había puesto tanto énfasis en que el acento es "alma i fundamento de la armonía i conzento del verso". Correas es un gran observador del idioma "en vivo" y tiene una mente lingüística muy despierta para captar latidos y detalles imperceptibles por el hablante común, e incluso por los estudiosos. - Vokabulario de Refranes, i Frases Proverbiales. El Vokabulario es una obra extraordinaria; basada en colecciones paremiológicas anteriores, como las de Pedro Vallés, Hernán Núñez o Juan de Mal Lara, las supera a todas, siendo, en palabras del autor, "el mas copioso que á salido". Aquí está, como en ninguna otra de sus obras, su amor a la lengua recogida de boca de las gentes. Dice Gallardo, en carta publicada por Moñino, que, según era fama en Salamanca, el Maestro Correas, con buen humor, solía sentarse los días de mercado en un sillón, a la entrada del puente, "i al charro que le dezia un Refrán que él no tuviese en su Coleczion, le daba un cuarto por cada uno". Es esta obra, dice el P. Mir, en el prólogo a la primera edición de la Academia, "lo más útil e importante que dejó el famoso catedrático tocante a la lengua castellana"; y la califica de "tesoro de sabiduría popular archivo de lo más castizo y genial que tiene nuestra lengua, cuerpo inmenso de doctrina en que vive y palpita, como en ningún otro cuerpo el alma de la gente de España". Conclusión Los dos grandes amores de Correas fueron la lengua griega y la española; de la primera dice que "fue la mexor de las humanas que hablaron los onbres"; de la española que "es la segunda, i la primera de las que oi se hablan". De ahí que aceptara la teoría del doctor Madera de que el castellano no procedía del latín, sino que era muy anterior, una de las lenguas resultantes de la confusión de Babel. Este y otros empecinamientos lo hicieron poco simpático a la mayoría de sus colegas. Hoy, sin embargo, la figura del Maestro extremeño resulta llena de atractiva simpatía, por su condición de luchador, su fervoroso amor al idioma, su desdén hacia los convencionalismos científicos y su insobornable independencia. 5. LA TRADUCCIÓN Y DIEGO LÓPEZ La introducción del pensamiento antiguo en la mentalidad de los siglos XVI y XVII no es definitiva hasta la consolidación de la traducción y del comentario de los textos griegos y latinos. La divulgación definitiva de las obras clásicas sólo es posible cuando se traducen a las lenguas modernas y cuando se las somete a una exégesis sistemática. En el caso concreto de la traducción de textos latinos al castellano, sobresale un discípulo del Brocense, Diego López de Valencia de Alcántara. Diego López tradujo y comentó numerosos textos antiguos, algunos de ellos de cierta dificultad, como las Sátiras de Persio y las de Juvenal. Pero, sobre todas, merece especial atención su traducción de las obras de Virgilio. Su traducción de la Eneida, de las Bucólicas y de las Geórgicas tuvo un elevado número de ediciones y recorrió las bibliotecas de toda la España del siglo XVIII. La extraordinaria difusión del Virgilio traducido por Diego López recibió, no obstante, la severa condena de algunos eruditos del siglo XVIII. De esta traducción dijo en una ocasión Gregorio Mayans que "no corresponde a la dignidad de Virgilio, por averla desfigurado López, desechando muchas palabras escogidas, y sustituyendo otras impropias, y trastomando la colocación". Más negativa es la opinión de Menéndez Pelayo en el siglo XIX, cuando, burlándose de quienes atribuyen la paternidad de esta traducción a Fray Luis de León, afirma: "Diego López, escritor infeliz, pero buen gramático, no necesitó ajenos auxilios para hacer una detestable traducción de la Eneida, verdadero sacrilegio cometido contra los divinos versos virgilianos". Las críticas hechas son respetables, pero injustas, porque exigen a la traducción de López la conquista de unos ideales artísticos a los que nunca aspiró el traductor. El propósito de Diego López no era superar en castellano el texto latino original. El humanista había renunciado con antelación a lo que hoy llamamos traducción libre o recreación artística. Su objetivo no iba más allá de facilitar, en lo posible, la lectura y la comprensión inmediata del texto escrito por el gran poeta latino. De allí la estricta literalidad que los críticos de siglos posteriores condenan por indigna y sacrílega. Esta literalidad, sin embargo, se explica y justifica desde dos puntos de vista. En primer lugar, como se ha señalado ya, por el carácter escolar y propedéutico que tiene la traducción. La suya es una traducción para estudiantes que aprenden latín, no para latinistas. En segundo lugar, la evaluación de la traducción de Diego López debe situarse en su contexto original, es decir, en el marco de las teorías humanistas sobre la traducción y su aplicación en el Barroco. Los humanistas del siglo XVI plantean el problema de la traducción desde un punto de vista teórico y formulan principios metodológicos de fácil aplicación. Como es lógico, la fidelidad al texto original constituye la cuestión principal. Según la teoría humanista, la traducción implica el contacto entre dos lenguas, la de partida y la de llegada, decimos hoy. La fidelidad a la lengua que se traduce sólo puede estar limitada por la inteligibilidad de la lengua a la que se traduce. Y la inteligibilidad de la traducción de Diego López en el siglo XVII no puede ponerse en duda, cuando fueron varias las ediciones que se publicaron. En fin, el propósito didáctico, por una parte, y, por otra, la rigurosa aplicación del principio de fidelidad literal explican las características de la traducción de Diego López y nos la presentan como un producto típico de su época. El estudio de la recepción de Virgilio no puede realizarse sin tener en cuenta las características de la traducción de Diego López, la más leída y enseñada en la España del siglo XVII. 6. HUMANISTAS MENORES Entre los autores de los siglos XVI y XVII destaca, sin duda, como se ha mencionado en el apartado anterior, Diego López, de Valencia de Alcántara, cercano en categoría a los cuatro grandes, magnífico traductor y comentador de Virgilio, Persio, Juvenal, Valerio Máximo, los Emblemas de Alciato, etc., y autor de una égloga a la muerte del Brocense. Merecen citarse también: Juan Maldonado, de Casas de Reina, discípulo de griego de Hernán Núñez, con sólida formación clásica, profesor de filosofía y teología en París y notable por sus conocimientos escriturarios y sus numerosos comentarios bíblicos. Cristóbal de Mesa, de Zafra, fanático de los clásicos, imitador de ellos y traductor de Virgilio. Luis de Zapata, de Llerena, frecuentador de los autores antiguos y traductor, no muy afortunado, del Arte Poética de Horacio. Juan Sorapán de Rieros, de Logrosán, cuya Medicina en proverbios está erizada de citas y textos clásicos bien asimilados. Bernabé Moreno de Vargas, de Mérida, historiador de las antigüedades de su ciudad natal. Baste con estos nombres entre la docena de ellos que podrían citarse. Pero hay dos humanistas de más talla que los anteriores en cuanto humanistas estrictos, pese a que se trata de humanistas "tardíos", posteriores al periodo clásico del Humanismo. El primero de ellos es FAUSTINO DE ARÉVALO. Nacido en Campanario en 1747, ingresó en la Compañía de Jesús en 1761. La expulsión de los jesuitas lo llevó a Italia en 1767, donde se entregó ardorosamente al estudio de los clásicos latinos, y sobre todo latinocristianos, bajo los auspicios de su protector el Cardenal Lorenzana. Fue en Roma Censor de la Academia de la Religión Católica, Teólogo de la Penitenciaría e Himnógrafo Pontificio, título que le confirió Pío VII en 1800. Restablecida la Compañía, y pese a los esfuerzos por retenerlo en Roma, volvió a España en 1815, siendo Rector del Colegio de Loyola. Murió en Madrid en 1824. Su primera gran obra fue Hymnodia Hispánica (Roma, 1786), una edición con enjundioso comentario de más de un centenar de himnos litúrgicos siguiendo las festividades eclesiásticas, desde el 8 de diciembre hasta el 15 de noviembre. Precede una eruditísima disertación de 224 páginas sobre el origen y evolución de los himnos cristianos. Además, una docena de los himnos de esta obra tienen por autor al propio Arévalo, que demuestra su condición de buen poeta latino. Esta sensibilidad lo hacía especialmente apto para sintonizar con los poetas 1atinocristianos. Y editó a cuatro de ellos, de los más grandes: Prudencio, Draconcio, Juvenco y Sedulio. Todas estas ediciones llevan unos larguísimos y eruditísimos Prolegomena en los que se tratan de forma exhaustiva la biografía y la producción del autor, los problemas principales relacionados con su obra, los manuscritos, las ediciones, la prosodia y la métrica, el estilo, la calidad de su latinitas, etc. Y la edición del texto va acompañada de numerosas notas con explicaciones de todo tipo. Un modelo perfecto de edición crítica y comentada, incluso con unos magníficos Indices rerum, nominum et verborum al final. Mas, a pesar de los valiosísimos méritos de estas ediciones, su mayor gloria filológica descansa en su magna edición de San Isidoro, edición que tuvo el honor de pasar a la Patrología Latina de Migne. Sólo los Prolegomena de esta obra abarcan los dos primeros volúmenes, con más de 1.300 páginas, y constituyen una portentosa muestra de erudición histórica y filológica. Huelga decir que todos los Prolegomena citados están escritos en latín, lo mismo que las notas de los comentarios, en un latín impecablemente clásico. Especialmente cuidado es el latín de su Laudatio funebris en la muerte de su amigo y protector Lorenzana, que lo nombró su albacea testamentario, laudatio que fue leída por el autor en la citada Academia de la Religión Católica. Estas son sus obras más sobresalientes, pero tiene algunas más publicadas y numerosas inéditas. Si Arévalo hubiera vivido un siglo y medio o dos antes sería probablemente tan famoso e importante como Arias Montano o el Brocense. El segundo de estos humanistas tardíos que merece destacarse, aunque de menor talla que Arévalo, es FRANCISCO PATRICIO DE BERGUIZAS. Se sabe muy poco de su vida. Nacido en Valle de Santa Ana en torno a 1750, fue sacerdote, miembro de la Real Academia Española y bibliotecario de la entonces Biblioteca Real. Dominaba con maestría el latín, el griego y el hebreo. Salió de Madrid en 1808 huyendo de los franceses y murió en Cádiz en 1810; tal vez fuera un liberal ilustrado. Su mérito de humanista insigne estriba en haber sido el primer traductor de Píndaro al castellano (antes, sólo Fr. Luis de León había traducido la primera Olímpica, y con no muy buena fortuna, lo que demuestra la dificultad de la tarea), y en que esta traducción de Berguizas, en verso, es de una calidad difícilmente superable. Aunque tradujo a Píndaro completo, sólo publicó el tomo 1, es decir, las 14 Olímpicas, con el título de Obras poéticas de Píndaro en metro castellano con el texto griego y notas críticas, Madrid, Imprenta Real, 1798. La traducción va precedida de un largo Discurso sobre el carácter de Píndaro de 104 páginas, que es, para Menéndez Pelayo, "el trozo de crítica más notable del Siglo XVIII. En efecto, en él se revela el autor como un crítico literario excepcional. Algunos de los puntos que desarrolla magistralmente son: comparación de Píndaro con los poetas hebreos de la Biblia (Moisés, David... ); frente a la opinión general, Píndaro es un poeta lacónico, no verboso, ya que la abundancia está en los pensamientos e imágenes, pero expresados concisamente; las digresiones no desentonan, pues su función es realzar un personaje o un hecho ("los grandes líricos no hablan al entendimiento en derechura..."); la índole de la composición lírica no consiste en la expresión metódica, sino en el "orden confuso y trastornado" con que los hechos aparecen a la mente exaltada, y que es un "orden trastornado, pero natural"; en la alta poesía hay que evitar las expresiones vulgares y conservar sostenido el lenguaje, el tono y el decoro poético". En cuanto a su traducción, sus versos castellanos son sonoros y en general reproducen el sentido de su modelo griego. Sus versos son de una calidad muy elevada, que no desmerece de la del original. Él mismo dice lo que intentó conseguir, y el resultado se acerca bastante a sus intenciones: "Dediqué el mayor esmero a trasladar del griego al castellano las gracias y bellezas del original y conservarlas literalmente siempre que lo permitía la diferente índole de los dos idiomas, y cuando no, sustituyendo otras semejantes; ejecutándolo con solicitud cuidadosa no sólo en los pensamientos, las figuras, las imágenes, las oraciones y cláusulas inversas, las frases cortadas, las sentencias sueltas, las transiciones prontas e inesperadas, las comparaciones suspensas, las alegorías frecuentes, las metáforas atrevidas, los epítetos aglomerados, el estilo rápido, el lenguaje lírico, el dialecto poético; sino aun en las enérgicas y armoniosas onomatopeyas, o expresiones imitativas, esforzándome a conservar en lo posible hasta la armonía y los sonidos de las palabras originales. Es una lástima que no se publicara, ni se sepa dónde está, la traducción de las Píticas, Nemeas e Istmicas, así como otras traducciones que el autor hizo del latín, del griego y del hebreo, según él mismo asegura: "los Profetas menores, los Trenos de Jeremías, varios Cánticos y Salmos, Oraciones de S. Basilio y de S. Juan Crisóstomo, de Tulio y Demóstenes, varias Odas de Horacio, etc. Además de éstos, habría que citar, para que quedara más completa la visión panorámica del humanismo extremeño, a escritores dieciochescos como el zafrense Vicente García de la Huerta, autor de estimables dísticos latinos y traductor ocasional, en verso, de Horacio y Ovidio. O como el emeritense Juan Pablo Forner, que, en su Oración Apologética y en múltiples pasajes de sus obras demuestra poseer enorme erudición, así como profundos conocimientos y encendida afición a los autores antiguos. Y, para cerrar el capítulo, no es mal nombre el de Bartolomé José Gallardo, que nos ha dejado en su voluminoso Ensayo... un verdadero tesoro de noticias sobre la antigüedad a través de libros inencontrables, y que, por su universal erudición y su insaciable curiosidad intelectual, es una figura asimilable a los humanistas grandes. En estos nombres puede verse cómo la semilla arrojada por los humanistas extremeños de la Edad de oro siguió fructificando en una línea de continuidad ininterrumpida. 7. LOS CLÁSICOS EN EL RENACIMIENTO Si hay algo que caracteriza a los humanistas es la búsqueda del ideal humano en las fuentes clásicas. Se vuelve la mirada hacia los autores clásicos, editando sus obras, traduciéndolas, comentándolas. Se produce un verdadero renacer de la cultura clásica y la filología se convierte en punto de referencia para todos los humanistas. Muchos son los autores clásicos estudiados y comentados por los humanistas. A continuación se presentan algunos de los más importantes, tanto griegos como latinos. 7.1. AUTORES GRIEGOS 7.1.1. HOMERO Nombre tradicionalmente asignado al famoso autor de la Iliada y la Odisea, las dos grandes epopeyas de la antigüedad griega. Nada se sabe de su persona, y de hecho algunos ponen en duda que sean de él estas dos obras. Sin embargo, los datos lingüísticos e históricos de que se dispone, permiten suponer que los poemas fueron escritos en los asentamientos griegos de la costa oeste de Asia Menor, hacia el siglo IX a.C. La Iliada Las dos epopeyas narran hechos legendarios que supuestamente ocurrieron muchos siglos antes de la época en que fueron escritas. La Iliada se sitúa en el último año de la guerra de Troya. Narra la historia de la cólera del héroe griego Aquiles. Insultado por su comandante en jefe, Agamenón, el joven guerrero Aquiles se retira de la batalla, abandonando a su suerte a sus compatriotas griegos, que sufren terribles derrotas a manos de los troyanos. Aquiles rechaza todos los intentos de reconciliación por parte de los griegos, aunque finalmente cede en cierto modo al permitir a su compañero Patroclo ponerse a la cabeza de sus tropas. Patroclo muere en el combate, y Aquiles, presa de furia y rencor, dirige su odio hacia los troyanos, a cuyo líder, Héctor (hijo del rey Príamo), derrota en combate singular. El poema concluye cuando Aquiles entrega el cadáver de Héctor a Príamo, para que éste lo entierre, reconociendo así cierta afinidad con el rey troyano, puesto que ambos deben enfrentarse a la tragedia de la muerte y el luto. La Odisea La Odisea narra el regreso del héroe griego Odiseo (Ulises en la tradición latina) de la guerra de Troya. En las escenas iniciales se relata el desorden en que ha quedado sumida la casa de Odiseo tras su larga ausencia. Un grupo de pretendientes de su esposa Penélope está acabando con sus propiedades. A continuación, la historia se centra en el propio héroe. El relato abarca sus diez años de viajes, en el curso de los cuales se enfrenta a diversos peligros, como el cíclope devorador de hombres, Polifemo, y a amenazas tan sutiles como la que representa la diosa Calipso, que le promete la inmortalidad si renuncia a volver a casa. La segunda mitad del poema comienza con la llegada de Odiseo a su isla natal, Ítaca. Aquí, haciendo gala de una sangre fría y una paciencia infinitas, pone a prueba la lealtad de sus sirvientes, trama y lleva a efecto una sangrienta venganza contra los pretendientes de Penélope, y se reúne de nuevo con su hijo, su esposa y su anciano padre. Los himnos homéricos Junto a la Iliada y la Odisea figuran los llamados himnos homéricos, una serie de poemas relativamente breves, que celebran las hazañas de diversos dioses, compuestos en un estilo épico similar, y también atribuidos a Homero. La cuestión homérica El texto moderno de los poemas homéricos se transmitió a través de los manuscritos medievales y renacentistas, que a su vez son copias de antiguos manuscritos, hoy perdidos. Pese a las numerosas dudas que existen sobre la identidad de Homero (algunos lo describen como un bardo ciego de Quíos) o sobre la autoría de determinadas partes del texto, la mayoría de sus lectores, creyeron que Homero fue un poeta (o como mucho, dos poetas) muy parecido a los demás. Es decir la Iliada y la Odisea, aunque basadas en materiales tradicionales, son obras independientes, originales y en gran medida ficticias. Sin embargo, durante los últimos doscientos años, esta visión ha cambiado radicalmente, tras la aparición de la interminable cuestión homérica: ¿Quién, cómo y cuándo compuso la Iliada y la Odisea? Aún no se ha encontrado una respuesta que satisfaga a todas las partes. En los siglos XIX y XX los estudiosos han afirmado que ciertas inconsistencias internas venían a demostrar que los poemas no eran sino recopilaciones, o añadidos, de poemas líricos breves e independientes (lays); los unitaristas, por su parte, consideraban que estas inconsistencias eran insignificantes o imaginarias y que la unidad global de los poemas demostraba que ambos eran producto de una sola mente. Recientemente, la discusión académica se ha centrado en la teoría de la composición oral-formularia, según la cual la base de los poemas tal y como hoy los conocemos es un complejo sistema de dicción poética tradicional (por ejemplo, combinaciones de sustantivo-epíteto: Aquiles, el de los pies ligeros) que sólo puede ser producto del esfuerzo común de varias generaciones de bardos heroicos. Ninguna de estas interpretaciones es determinante, pero sería justo afirmar que prácticamente todos los comentaristas coinciden en que, por un lado, la tradición tiene un gran peso en la composición de los poemas y, por otro, que en lo fundamental ambos parecen obra de un mismo creador. Entretanto, los hallazgos arqueológicos realizados en el curso de los últimos 125 años, en particular los de Heinrich Schliemann, han demostrado que gran parte de la civilización descrita por Homero no era ficticia. Los poemas son pues, en cierto modo, documentos históricos, y la discusión de este aspecto ha estado presente en todo momento en el debate sobre su creación. Influencia Homero es, de manera directa, el padre de toda la literatura griega posterior: el teatro, la historiografía e incluso la filosofía, llevan la huella de los temas planteados en estas epopeyas, así como de las técnicas homéricas. Para los últimos poetas épicos de la literatura occidental Homero ha sido siempre el maestro indiscutible. 7.1.2. SÓFOCLES Vida Uno de los tres grandes dramaturgos de la antigua Atenas, (496-406 a.C.), junto con Esquilo y Eurípides. Nació en Colono Hípico (hoy parte de Atenas) alrededor del año 496 a.C. Sófocles recibió la mejor educación aristocrática tradicional. De joven fue llamado a dirigir el coro de muchachos para celebrar la victoria naval de Salamina en el año 480 a.C. En el 468 a.C., a la edad de 28 años, derrotó a Esquilo, cuya preeminencia como poeta trágico había sido indiscutible hasta entonces, en el curso de un concurso dramático. En el 441 a.C. fue derrotado a su vez por Eurípides en uno de los concursos dramáticos que se celebraban anualmente en Atenas. Sin embargo, a partir del 468 a.C., Sófocles ganó el primer premio en veinte ocasiones, y obtuvo en muchas otras el segundo. Su vida, que concluyó en el año 406 a.C., cuando el escritor contaba casi noventa años, coincidió con el periodo de esplendor de Atenas. Entre sus amigos figuran el historiador Herodoto y el estadista Pericles. Obras dramáticas Sófocles escribió más de cien piezas dramáticas, de las cuales se conservan siete tragedias completas y fragmentos de otras ochenta o noventa. Las siete obras conservadas son Antígona, Edipo Rey, Electra, Áyax, Las Traquinias, Filoctetes y Edipo en Colono (producida póstumamente en el año 401 a.C.). Estas siete tragedias se consideran sobresalientes por la fuerza y la complejidad de su trama y su estilo dramático, y al menos tres de ellas, Antígona, Edipo Rey y Edipo en Colono, son consideradas unánimemente como obras maestras. Antígona propone uno de los principales temas del autor: el carácter de los protagonistas, las decisiones que toman y las consecuencias, a menudo dolorosas, de estos dictados de la voluntad personal. Antígona relata el rito funerario de su hermano Polinices, muerto en combate al desobedecer el edicto de Creonte, gobernador de Tebas. El entierro del hermano acarrea para Antígona su propia muerte, la muerte de su amante, Hemón, que no es otro que el hijo de Creonte, y la muerte de Eurídice, esposa de Creonte. Áyax, Filoctetes, Electra y Las Traquinias, repiten, en mayor o menor grado, los temas ya expuestos en Antígona. Edipo Rey, merecidamente famosa por su impecable construcción, su fuerza dramática y su eficaz ironía, fue considerada por Aristóteles en su Poética, como la más representativa, y en muchos aspectos la más perfecta, de las tragedias griegas. La trama gira en torno al héroe mitológico Edipo, que poco a poco descubre la terrible verdad de haber ascendido al cargo de gobernador de Tebas tras haber asesinado involuntariamente a su padre, primero, y casándose con su madre, la reina Yocasta, después. Edipo en Colono describe la reconciliación del ciego y anciano Edipo con su destino, y su sublime y misteriosa muerte en Colono, tras vagar durante años en el exilio, apoyado por el amor de su hija Antígona. Influencia Sófocles es considerado hoy por muchos estudiosos como el mayor de los dramaturgos griegos, por haber alcanzado un equilibrio expresivo que está ausente tanto en el pesado simbolismo de Esquilo como en el realismo teórico de Eurípides. Se le atribuyen numerosas aportaciones a la técnica dramática, y dos importantes innovaciones: la introducción de un tercer actor en escena, lo que permite complicar notablemente la trama y realzar el contraste entre los distintos personajes, y la ruptura con la moda de las trilogías, impuesta por Esquilo, que convierte cada obra en una unidad dramática y psicológica independiente, y no en parte de un mito o tema central. Sófocles también transformó el espíritu y la importancia de la tragedia; en lo sucesivo, aunque la religión y la moral siguieron siendo los principales temas dramáticos, la voluntad, las decisiones y el destino de los individuos pasaron a ocupar el centro de interés de la tragedia griega. 7.1.3. PLATÓN Vida Filósofo griego (428 a.C.- 347 a.C.), uno de los pensadores más creativos e influyentes de la filosofía occidental. Nació en el seno de una familia aristocrática en Atenas. Su padre murió cuando aún era un niño. De joven, Platón tuvo ambiciones políticas pero se desilusionó con los gobernantes de Atenas. Más tarde se proclamó discípulo de Sócrates, aceptó su filosofía y su forma dialéctica de debate: la obtención de la verdad mediante preguntas, respuestas y más preguntas. Temiendo tal vez por su vida, abandonó Atenas algún tiempo y viajó a Italia, Sicilia y Egipto. En el año 387 Platón fundó en Atenas la Academia, institución a menudo considerada como la primera universidad europea. Ofrecía un amplio plan de estudios, que incluía materias como astronomía, biología, matemáticas, teoría política y filosofía. Aristóteles fue su alumno más destacado. Ante la posibilidad de conjugar la filosofía y la práctica política, Platón viajó a Sicilia en el año 367 a.C. para ser tutor del nuevo gobernante de Siracusa Dionisio el Joven. El experimento fracasó. Platón regresó a Siracusa en el año 361 a.C., pero una vez más su participación en los acontecimientos sicilianos tuvo poco éxito. Pasó los últimos años de su vida dando conferencias en la Academia y escribiendo. Murió próximo a los 80 años en Atenas en el año 348 o 347 a.C. Obra Los escritos de Platón adoptaban la forma de diálogos, donde se exponían ideas filosóficas, se discutían y se criticaban en el contexto de una conversación o un debate en el que participaban dos o más personas. El primer grupo de escritos de Platón incluye 35 diálogos y 13 cartas, aunque se ha cuestionado la autenticidad de algunos diálogos y de la mayoría de las cartas. Primeros diálogos Los diálogos se pueden dividir en tres etapas de composición. La primera representa el intento que hizo Platón de comunicar la filosofía y el estilo dialéctico de Sócrates. Dentro de este grupo de diálogos se encuentran Cármides (un intento por definir la templanza), Lisis (una discusión sobre la amistad), Laques (una búsqueda del significado del valor), Protágoras (una defensa de la tesis de que la virtud es conocimiento y que es posible aprenderla), Eutifrón (una consideración sobre la naturaleza de la piedad), y el libro I de La República (una discusión sobre la justicia). Diálogos intermedios y últimos Los diálogos de los periodos intermedio y último de la vida de Platón reflejan su propia evolución filosófica. Las ideas de esas obras se atribuyen al propio Platón, aunque Sócrates sigue siendo el personaje principal en muchos diálogos. Los escritos del periodo intermedio abarcan los de Gorgias (una reflexión sobre distintas cuestiones éticas), Menón (una discusión sobre la naturaleza del conocimiento), Apología (la defensa que hizo Sócrates de sí mismo durante el juicio en el que fue acusado de ateísmo y corrupción de la juventud ateniense), Crátilo (la defensa de Sócrates de la obediencia a las leyes del Estado), Fedro (escena de la muerte de Sócrates, en la que discute sobre la teoría de las ideas, la naturaleza del alma y la cuestión de la inmortalidad), El Banquete (destacada realización dramática de Platón que contiene varios discursos sobre la belleza y el amor) y La República (máxima obra filosófica de Platón, que es una detallada discusión sobre la naturaleza de la justicia). Entre los trabajos del último periodo se encuentran Teeteto (una negación de que el conocimiento tiene que ser identificado con el sentido de percepción), Parménides (una evaluación crítica de la teoría de las ideas), Sofista (una reflexión posterior sobre las ideas o las formas), Filebo (discusión sobre la relación entre el placer y el bien), Timeo (ideas de Platón sobre las ciencias naturales y la cosmología), y Leyes (un análisis más práctico de las cuestiones políticas y sociales). Teoría del conocimiento En el centro de la filosofía de Platón está su teoría de las formas o de las ideas. En el fondo, su idea del conocimiento, su teoría ética, su psicología, su concepto del Estado y su perspectiva del arte deben ser entendidos desde esta perspectiva. La teoría de las ideas de Platón y su teoría del conocimiento están tan interrelacionadas que deben tratarse juntas. Influido por Sócrates, Platón estaba persuadido de que el conocimiento se puede alcanzar. También estaba convencido de dos características esenciales del conocimiento. Primera, el conocimiento debe ser certero e infalible. Segunda, el conocimiento debe tener como objeto lo que es en verdad real en contraste con lo que lo es sólo en apariencia. La teoría del conocimiento de Platón se expone en La República, en concreto en su discusión sobre la imagen de la línea divisible y el mito de la caverna. En la primera, Platón distingue entre dos niveles de saber: opinión y conocimiento. El mito de la caverna describe a personas encadenadas en la parte más profunda de una caverna. Atados de cara a la pared, su visión está limitada y por lo tanto no pueden distinguir a nadie. Lo único que se ve es la pared de la caverna sobre la que se reflejan modelos o estatuas de animales y objetos que pasan delante de una gran hoguera resplandeciente. Uno de los individuos huye y sale a la luz del día. Con la ayuda del sol, esta persona ve por primera vez el mundo real y regresa a la caverna diciendo que las únicas cosas que han visto hasta ese momento son sombras y apariencias y que el mundo real les espera en el exterior si quieren liberarse de sus ataduras. El mundo de sombras de la caverna simboliza para Platón el mundo físico de las apariencias. La escapada al mundo soleado fuera de la caverna simboliza la transición hacia el mundo real, el universo de la existencia plena y perfecta, que es el objeto propio del conocimiento. Teoría política La República, la mayor obra política de Platón, trata de la cuestión de la justicia y por lo tanto de las preguntas ¿qué es un Estado justo? y ¿quién es un individuo justo?. El Estado ideal, según Platón, se compone de tres clases. La estructura económica del Estado reposa en la clase de los comerciantes. La seguridad, en los militares y el liderazgo político es asumido por los filósofos-reyes. La clase de una persona viene determinada por un proceso educativo que empieza en el nacimiento y continúa hasta que esa persona ha alcanzado el máximo grado de educación compatible con sus intereses y habilidades. Los que completan todo el proceso educacional se convierten en filósofosreyes. Platón aplica al análisis del alma humana un esquema semejante: la racional, la voluntad y los apetitos. Una persona justa es aquella cuyo elemento racional, ayudado por la voluntad, controla los apetitos. Existe una evidente analogía con la estructura del Estado anterior, en la que los filósofos-reyes sabios, ayudados por los soldados, gobiernan el resto de la sociedad. Ética La teoría ética de Platón descansa en la suposición de que la virtud es conocimiento y que éste puede ser aprendido. Dicha doctrina debe entenderse en el conjunto de su teoría de las ideas. Como ya se ha dicho, la idea última para Platón es la idea de Dios, y el conocimiento de esa idea es la guía en el trance de adoptar una decisión moral. Platón mantenía que conocer a Dios es hacer el bien. La consecuencia de esto es que aquel que se comporta de forma inmoral lo hace desde la ignorancia. Arte Platón tenía una idea antagónica del arte y del artista aunque aprobara algunos tipos de arte religioso y moralista. Su enfoque tiene que ver una vez más con su teoría de las ideas. Una flor bonita, por ejemplo, es una copia o imitación de las ideas universales de flor y belleza. La flor física es una reproducción de la realidad, es decir, de las ideas. Un cuadro de la flor es, por lo tanto, una reproducción secundaria de la realidad. Influencia La influencia de Platón a través de la historia de la filosofía ha sido inmensa. Su Academia existió hasta el año 529 d.C., en que fue cerrada por orden del emperador bizantino Justiniano I, que se oponía a la difusión de sus enseñanzas paganas. El impacto de Platón en el pensamiento judío es obvio en la obra del filósofo alejandrino del siglo I Filón de Alejandría. El neoplatonismo, fundado en el siglo III por el filósofo Plotino, fue un importante desarrollo posterior de las ideas de Platón. Los teólogos Clemente de Alejandría, Orígenes y san Agustín fueron los primeros exponentes cristianos de una perspectiva platónica. Las ideas platónicas tuvieron un papel crucial en el desarrollo del cristianismo y también en el pensamiento islámico medieval. Durante el renacimiento, el primer centro de influencia platónica fue la academia florentina, fundada en el siglo XV cerca de Florencia. Bajo la dirección de Marsilio Ficino, los miembros de la academia estudiaron a Platón en griego antiguo. En Inglaterra, el platonismo fue recuperado en el siglo XVII por Ralph Cudworth y otros que se dieron a conocer como la escuela de Cambridge. La influencia de Platón ha llegado al siglo XX de la mano de pensadores como Alfred North Whitehead. 7.2. AUTORES LATINOS 7.2.1. VIRGILIO Vida Virgilio nace en una aldea cercana a Mantua, en la Italia del Norte, el año 70 a. C., de una familia de clase media. Estudia en Cremona, en Milán y después en Roma. No va con su carácter la dedicación a la retórica, que le parece ampulosa y vacía, y marcha a Nápoles, donde estudia filosofía con el epicúreo Sirón. Pero pronto le puede su inspiración poética y compone sus Bucólicas. Vuelve a Roma y logra entrar en el círculo literario de Mecenas y de Augusto, con cuyas ideas y proyectos se identifica. En esta línea escribe sus Geórgicas y después su Eneida. Muere en Brindisi el año 19 a. C., a su vuelta de un viaje a Grecia y Troya, para visitar los lugares cantados en su poema. No terminó la Eneida a su gusto y ordenó que la quemaran, pero sus amigos no le hicieron caso y la publicaron tal como él la dejó. Las Bucólicas Las Bucólicas de Virgilio, compuestas entre los años 42 al 39 a. C., son el primer brote de poesía augústea. El poeta, joven, recoge la herencia de los neotéricos en cuanto a erudición, técnica y búsqueda de la perfección formal; pero la reelabora y la supera con aportaciones propias e innovadoras. Son diez composiciones de tema pastoril, género que Virgilio imitó (otra influencia neotérica) del poeta alejandrino Teócrito, autor de unos cuadros a la vez realistas y refinados, sobre la vida de los pastores de Sicilia. De Teócrito toma Virgilio motivos poéticos, escenas y hasta nombres de pastores. Pero todo está trasplantado a un escenario italiano: paisajes, húmedas praderas, valles y riscos, incluso el río Mincio cercano a Mantua, siendo todo una mezcla de los recuerdos de su infancia y sus idealizaciones de una Arcadia feliz. También se distingue del escritor alejandrino en que alude a la actualidad y a personajes reales, aunque de forma alegórica. Los temas de las Bucólicas son: los concursos poéticos, los orígenes del mundo, las confiscaciones de tierras hechas por Augusto a favor de los veteranos, la vuelta de la edad de oro con el nacimiento de un niño divino que desterrará del mundo la injusticia, etc. En esta obra está ya lo esencial de la inspiración virgiliana: su sentido de la armonía y el equilibrio, su sobriedad, el pathos, su simpatía con la naturaleza entera. También apuntan ya los rasgos de toda literatura augústea: clasicismo formal y sintonía con las realidades políticas y sociales. Las Geórgicas Las Geórgicas comenzó a escribirlas años antes de que Augusto asumiera el poder y las terminó el año 30 a. C. El contenido sintonizaba con las inclinaciones de Virgilio, hijo de campesinos y enamorado del campo. Cuando se publican sintonizan con el programa social, agrario y religiosos de Augusto, que se proponía la vuelta de los romanos al cultivo de la tierra y a las tradiciones religiosas campesinas. Virgilio se inspira en Los trabajos y los días de Hesíodo y en los tratados latinos de agricultura escritos por Catón y Varrón. Mezcla de ciencia y de poesía, es esta última la que prevalece. Para muchos autores esta obra que pudo acabar a su gusto, a diferencia de la Eneida, es la cumbre de su poesía en cuanto a perfección formal. La Eneida La Eneida es la gran epopeya nacional romana. Consta de doce libros y de cerca de deiz mil hexámetros. Virgilio, siguiendo las huellas de Homero, emula en los seis primeros libros la Odisea y en los seis últimos la Ilíada. Aparte de esta división en dos mitades, se ha observado también otra en tres bloques, cada uno de ellos con un protagonista parcial, aunque el héroe absoluto sea Eneas: libros I-IV, con Dido como figura principal; libros V-VIII, el bloque central, con total protagonismo de Eneas; y libros IX-XII, en los que destaca la figura de Turno. Parece que Virgilio, a instancias de Mecenas y de Augusto, pensó primero en la posibilidad de componer un poema épico cantando las gestas de Augusto; pero afortunadamente se decidió por un tema más grandioso y más acorde con su robusta inspiración y su independencia artística: la "exaltación de Roma" en sus orígenes mitológicos. Nevio había cantado un suceso contemporáneo. Ennio, la historia de Roma hasta su tiempo. Ambos habían tocado los orígenes, pero como una digresión. Virgilio los convierte en el tema fundamental de su epopeya. Sin embargo, consigue hábilmente insertar en la Eneida la glorificación de Augusto, de su familia y de otros personajes y familias ilustres. En la bajada de Eneas a los infiernos, Anquises hace desfilar ante sus ojos, como en una procesión, los héroes gloriosos que va a engendrar Roma; y Virgilio aprovecha para ensalzar a la familia de Augusto, la familia Julia, a la que hace descender de Julo, hijo de Eneas. En el libro VI, Venus, madre de Eneas, pide a Vulcano que forje un escudo para su hijo; Vulcano graba en el escudo una sucinta historia de Roma y, como motivo central, la gloria de Augusto en la batalla de Accio. De este modo Virgilio identifica, en una hábil síntesis, la historia nacional con la historia de la dinastía imperial. Virgilio, aunque sigue las huellas de Homero e imita episodios homéricos, abre una etapa nueva en la poesía épica. La Eneida es una obra con un objetivo: la glorificación de Roma. Se distingue además la épica virgiliana por su subjetividad, nacida de su simpatía con la naturaleza entera, los seres animados y los inanimados. El propio héroe del poema, Eneas, no es un puro guerrero, como Aquiles, sino el pius Eneas, el héroe religioso y humano desgarrado por una tragedia interior: tiene que obedecer a los dioses, y por ello abandona contra su voluntad a Dido; y por ello mata, contra su voluntad y tras dudarlo mucho, a Turno, su antagonista. La Eneida respira, en sus personajes, en su desarrollo, en sus descripciones y digresiones, un perfecto equilibrio y una perfecta armonía, que es la virtud más excelsa de los verdaderos clásicos. Estas virtudes fueron, entre otras, las que posteriormente llamaron la atención de los humanistas. 7.2.2. HORACIO Vida Quinto Horacio Flaco (65-8 a.C.), natural de Venusa, en el sur de Italia, hijo de un liberto, tuvo una esmerada educación, primero en Roma y después en Atenas, donde se alistó en las filas de Bruto, el asesino de César, y participó con más pena que gloria en la batalla de Filipos. Vuelto a Roma, desempeña un cargo administrativo en la oficina de los cuestores, hasta que, por medio de Virgilio y Vario, entra en el círculo de amigos de Mecenas, el ministro de Augusto para la cultura, con el que le unirá ya siempre una entrañable amistad, que le hará posible vivir desde entonces dedicado íntegramente a la poesía. De pequeña estatura, prematuramente cano, carácter sanguíneo, fácilmente irritable, pero pronto calmado, y talante epicúreo, fue Horacio exigentísimo en cuanto a la perfección formal de su poesía. Es el más grande de los líricos latinos. Epodos Frente a los neotéricos, Horacio no imita a los poetas alejandrinos, sino a los líricos griegos de los siglos VIl y VI a.C. Entre el 40 y el 30 a.C., escribió, siguiendo a Arquíloco, un libro de Yambos (Iambi), 17 composiciones que los gramáticos posteriores llamaron Epodos. A diferencia de Arquíloco, cuyos yambos iban cargados de agresividad, Horacio, sin dejar de usar la invectiva, es menos duro y más variado: el epodo I constituye un canto de amistad a Mecenas. El II, el famoso Beatus ille, imitado por Fray Luis de León ("Qué descansada vida..."), es un precioso elogio del campo, pero con la sorpresa final de estar en boca de un usurero, que no piensa dejar la ciudad y la usura. El VII, de los mejores, es una apasionada invocación a sus conciudadanos para que pongan fin a las guerras civiles que los llevan a la destrucción. Los Epodos no son una obra genial, pero con ellos Horacio mide sus fuerzas como poeta y le sirven de entrenamiento, ya logrado en muchos aspectos, para su gran obra lírica: las Odas. Las Odas (Carmina) Constituyen la obra cumbre de la lírica latina. Son cuatro libros con un total de 104 odas. Los tres primeros libros fueron escritos entre los años 30 y 23 a.C., y luego se añadió el cuarto libro. La oda I (como el epodo I) está dedicada a Mecenas y en ella reafirma Horacio su vocación por la poesía y su deseo de que se le cuente "entre los líricos inspirados". Horacio tiene conciencia de que sus odas son lo mejor de su obra y afirma que serán más duraderas que el bronce (exegi monumentum aere perennius). Los temas y los motivos de las Odas son muy variados, desde la efusión del sentimiento personal hasta escenas de la vida diaria y manifestaciones de patriotismo. Las mejores son las de tipo filosófico, en las que, desarrollando ideas estoicas y epicúreas, une reflexiones llenas de melancolía sobre el paso del tiempo, la muerte inexorable, e invita a gozar (carpe diem) de los pocos años que nos concede la vida. Pero la verdadera felicidad consiste para Horacio, no en la ambición de riquezas ni de poder, sino en conformarse con un suficiente pero modesto pasar, sin penas ni ansiedades. En cuanto a las odas de amor, frente a la pasión de Catulo, nuestro poeta muestra la misma templanza que en las otras facetas de su vida. Horacio comparte con Virgilio la condición de "clásico" por excelencia de la poesía latina. Sus características son igualmente el equilibrio, la contención y la perfecta concordancia entre el pensamiento y la expresión. 7.2.3. CICERÓN Vida Nació en Arpino, al sur del Lacio, de una familia de clase media; recibió su formación en Roma y la completó en Grecia. Vive en el medio siglo final de la república, época de grandes convulsiones internas: guerras civiles, rebelión de Espartaco, conjuración de Catilina, guerra entre César y Pompeyo... Todos estos sucesos los vive de cerca, interviniendo decisivamente en algunos de ellos. Tras el asesinato de César, Cicerón, ardiente republicano, creyó erróneamente que era posible la plena restauración de la república, sinónimo en Roma de libertad. Y vuelve a la palestra política pronunciando sus Filípicas contra Marco Antonio, que había recogido la herencia de César. Esto le costó la vida a manos de los sicarios de aquél, que tras darle muerte, clavaron su cabeza en una pica y la pasearon por el foro. Cicerón ostenta de forma insuperable las características que pueden apreciarse en otros muchos personajes romanos: aúna a la perfección el otium y el negotium, es decir, el pensamiento y la acción. Desarrolla una actividad política intensa y, a la vez, una actividad intelectual incesante. Su producción literaria se despliega en tres campos: oratoria, filosofía, y epistolografía. Oratoria Sus discursos pueden dividirse en judiciales, pronunciados ante un tribunal como abogado defensor (discursos pro - en defensa de...) o acusador (discursos in - contra...) y políticos, pronunciados en el Senado o en el Foro (igualmente en defensa o en contra de alguien). Veamos, por orden cronológico, algunos especialmente importantes: In C. Verrem (Discursos contra Verres o Verrinas; año 70 a.C.), obra maestra de la oratoria por la solidez argumental y la brillantez de expresión, dispararon definitivamente a Cicerón hacia la fama. Pro lege Manilia o De imperio Cn. Pompei (66 a. C). Este discurso, que anuda la amistad entre el orador y el general, contiene el mayor elogio conocido de las cualidades militares y personales de Pompeyo. In L. Catilinam (63 a. C.). Catilina, candidato al consulado, junto con Cicerón, no es elegido. Y trama una conjuración para hacerse con el poder, incluyendo en ella el asesinato de Cicerón. Este, al tanto de todas las maquinaciones por la información que recibe de uno de los conjurados, pronuncia contra Catilina cuatro discursos en el senado, el primero de ellos (que comienza con el famoso "Quousque tandem, Catilina..?"). La actuación de Cicerón le acarreó una gloria apoteósica y el apelativo de "padre de la patria". Pero esta misma actuación, en la que mandó ejecutar a los cómplices de Catilina sin concederles el derecho de apelar al pueblo, le había de ser más tarde funesta, ya que en ella se fundará su mortal enemigo Clodio para enviarlo al destierro donde pasó un año de amarga desesperación. Pro Archia poeta (62 a. C.). Toma como pretexto la defensa del poeta griego Arquías para hacer un elogio encendido y entusiasta de las letras en general y de la poesía en particular. Pro Marcello y Pro Ligario (46 a. C.). Tras el triunfo de César, Cicerón, perdonado, pronunció algunos discursos en defensa de personajes que habían sido, como él, enemigos del dictador. In M. Antonium orationes Philippicae (Filípicas contra Marco Antonio; años 44-43 a. C.). Fueron su canto de cisne como orador y, para muchos, sus mejores piezas oratorias. Además de los discursos más perfectos, Cicerón nos ha dejado las mejores obras sobre oratoria; ha sabido enseñar como nadie cómo se forma un orador y cómo se compone un discurso; teoría y práctica se funden en él de manera admirable. Tres son sus principales obras retóricas: Brutus, De oratore y Orator. Revela en su obra oratoria el arte de la palabra justa, de la fina ironía, de la elegancia, del ritmo y de la armonía. Todo esto lo convirtió en el punto cumbre de la oratoria romana y de todos los tiempos. Filosofía Después de su agitada vida política, Cicerón se retiró a la vida privada y escribió la mayoría de sus obras filosóficas. Esta afición la tuvo desde su adolescencia, en la que fue discípulo de Filón de Larisa. Las obras conservadas de Cicerón son fundamentalmente las que siguen: Academica, centro de la filosofía ciceroniana, en la que refleja una teoría del conocimiento, sobre si es posible alcanzar con certeza la verdad o sólo puede llegarse a una verdad probable. Tratados políticos: De Republica (Sobre la República), en los que se expone cuál es la mejor forma de gobierno; De legibus (Sobre las leyes), continuación del anterior. Tratados morales: De finibus bonorum et malorum (Sobre los límites de los bienes y de los males, Tusculanae disputationes (Las Tusculanas), De officiis (Sobre los deberes) y, finalmente, De senectute (Sobre la vejez) y De amicitia (Sobre la amistad), dos pequeñas joyas del pensamiento y del estilo ciceroniano. Epistolografía Las Cartas de Cicerón constituyen la más extensa y la más importante colección de la epistolografía latina. Se nos han conservado 900 cartas. Se publican agrupadas en cuatro colecciones: Ad familiares, Ad Atticum, Ad Quintum fratrem y Ad Brutum.