El HUMANISMO - Contenidos Educativos Digitales

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HUMANISMO
Y
HUMANISTAS
ÍNDICE
1. HUMANISMO
Concepto
Orígenes
La perfección humana
La educación
Características del espíritu humanista
2. El HUMANISMO EN EXTREMADURA
Focos prehumanísticos en la Baja Extremadura
Focos prehumanísticos en la Alta Extremadura
Conclusión
3. PEDRO DE VALENCIA (1555-1620)
Vida y perfil humano
Obra:
Escritos bíblicos y religiosos
Escritos filosóficos
Escritos de crítica literaria
Escritos sociales y económicos
Conclusión
4. GONZALO CORREAS (1571-1631)
Vida y perfil humano
Obra
Conclusión
5. LA TRADUCCIÓN Y DIEGO LÓPEZ
6. HUMANISTAS MENORES
7. LOS CLÁSICOS EN EL RENACIMIENTO
7.1. AUTORES GRIEGOS
7.1.1. HOMERO
La Iliada
La Odisea
Los himnos homéricos
La cuestión homérica
Influencia
7.1.2. SÓFOCLES
Vida
Obras dramáticas
Influencia
7.1.3. PLATÓN
Vida
Obra
Teoría del conocimiento
Teoría política
Ética
Arte
Influencia
7.2. AUTORES LATINOS
7.2.1. VIRGILIO
Vida
Las Bucólicas
Las Geórgicas
La Eneida
7.2.2. HORACIO
Vida
Epodos
Las Odas (Carmina)
7.2.3. CICERÓN
Vida
Oratoria
Filosofía
Epistolografía
1. EL HUMANISMO
Concepto
El término "humanismo" se emplea hoy para designar dos realidades diferentes. Por
una parte, humanismo significa el cultivo y el conocimiento de las letras humanas en general,
en oposición al estudio técnico y científico. Pero, por otra parte, Humanismo se denomina
también al movimiento cultural que se desarrolla en la Europa de los siglos XV, XVI e incluso
XVII. A este movimiento se le denomina con más frecuencia Humanismo Renacentista. En
ambos casos se ponen los problemas humanos por encima de cualquier otra consideración.
Pero, a diferencia del humanismo contemporáneo, Humanismo Renacentista insiste en los
valores humanos a través de la cultura clásica en continua referencia a la Antigüedad
grecolatina, hoy día menos perceptible, que constituye la característica más ostensible de este
Humanismo.
En lo que concierne a la definición de Humanismo renacentista, las investigaciones
contemporáneas están aún lejos de poder ofrecer una síntesis final.
Para Garin el Humanismo es el resultado de una conciencia histórica bien definida.
Es una revolución que transforma sustancialmente el pensamiento de la época, afectando a la
educación del género humano, a la organización de la sociedad y a la construcción de la
ciencia. El Humanismo, en fin, contribuye decisivamente a la formación de una conciencia
europea y constituye el núcleo y el paradigma de las innovaciones renacentistas. Su opinión se
resume en la conocida identificación entre Humanismo y filosofía. El Humanismo, afirma
Garin, es la filosofía del Renacimiento.
La interpretación de Kristeller es muy distinta. Piensa que la revolución de la que
habla Garin no es sino la renovación de los studia humanitatis, es decir, la renovación de las
disciplinas universitarias que se enseñan en los primeros cursos de las Facultades de artes.
Esta renovación es posible por el descubrimiento de nuevos textos antiguos, por su mayor
difusión y por la introducción de la lengua griega, poco conocida durante el Medievo. Con
estos presupuestos Kristeller propone entender el Humanismo renacentista como los
ideales profesionales, los intereses intelectuales y las producciones literarias de los
humanistas.
A pesar de tan evidente oposición, las dos interpretaciones coinciden en subrayar la
importancia que tuvo en la época lo que hoy llamamos filología. Garin y Kristeller están de
acuerdo en que la recuperación de los textos antiguos, la interpretación de los autores
grecolatinos en su contexto original y la posibilidad de imitar y emular las formas y
contenidos del pensamiento antiguo, para aprehenderlo en su totalidad y proyectarlo en la
mentalidad de la época, no hubieran sido posibles sin el desarrollo de la filología.
Orígenes
El movimiento humanista comenzó en Italia, donde los escritores de finales de la
Edad Media Dante, Giovanni Boccaccio y Francesco de Petrarca contribuyeron en gran
medida al descubrimiento y a la conservación de las obras clásicas. Los ideales humanistas
fueron expresados con fuerza por otro estudioso italiano, Giovanni Pico della Mirandola, en
su Oración, obra que trata sobre la dignidad del ser humano. El movimiento avanzó aún más
por la influencia de los estudiosos bizantinos llegados a Roma después de la caída de
Constantinopla a manos de los turcos en 1453, y por la creación de la Academia platónica en
Florencia. La Academia, cuyo principal pensador fue Marsilio Ficino, fue fundada por el
hombre de Estado y mecenas florentino Cosme I de Medici. Deseaba revivir el platonismo y
tuvo gran influencia en la literatura, la pintura y la arquitectura de la época.
La recopilación y traducción de manuscritos clásicos se generalizó de modo muy
significativo entre el alto clero y la nobleza. La invención de la imprenta de tipos móviles, a
mediados del siglo XV, otorgó un nuevo impulso al humanismo mediante la difusión de
ediciones de los clásicos. Aunque en Italia el humanismo se desarrolló sobre todo en campos
como la literatura y el arte, en Europa central, donde fue introducido por los estudiosos
alemanes Johannes Reuchlin y Philip Melanchthon, el movimiento penetró en ámbitos como
la teología y la educación, con lo que se convirtió en una de las principales causas
subyacentes de la Reforma.
Uno de los hombres más importantes en la introducción del humanismo en toda
Europa fue Erasmo de Rotterdam, cuyas ideas también proliferaron en España.
La perfección humana
El humanismo del Renacimiento desarrolla un ideal de perfección humana expresado
en el discurso De dignitate hominis de Pico de la Mirandola (1486) y más tarde en el del
rector de la universidad de Salamanca Hernán Pérez de Oliva. Ideal de orden ético en los
moralistas, pedagogos y filósofos; de orden estético en los artistas; de orden social en los
juristas y políticos y de orden espiritual en los místicos. Ese modelo es producto no tanto de
intuición como de estudio, o si se prefiere de retorno a las fuentes de la cultura grecolatina y
cristiana. Se manifiesta en ediciones de autores clásicos, de la Biblia y de Santos Padres, en
estudio de las lenguas sacras, retorno al evangelio y a las fuentes de los saberes, y cultivo de
las ciencias del espíritu, como contrapunto en algún modo a las ciencias de la naturaleza. La
palabra humanista expresa la idea de hombre que se realiza a sí mismo en lo intelectual,
moral, religioso y estético, en síntesis armoniosa de ciencia y sabiduría, saber y virtud. En ese
concepto entra lo espiritual y místico, como suprema realización de la persona que alcanza la
más alta dignidad en la transformación en Dios por amor.
La educación
En el humanismo renacentista revisten especial preocupación los centros de
formación de niños y jóvenes, los "studia humanitatis", colegios y universidades que se
multiplicaron de forma insospechada. España, por poner un ejemplo, contaba con cinco
universidades en 1500 y con treinta en 1600, en las que se enseñaba con métodos nuevos o
muy renovados. La de Alcalá, donde estudió Arias Montano, ofrecía una docena de cátedras
de lenguas, que abrían al estudio de las facultades superiores. La Teología se enseñaba por el
método de las tres vías, o sea, por el magisterio de tres profesores que, con los mismos
derechos universitarios y a la misma hora, explicaban Escoto, Santo Tomás y un autor
nominalista.
La preocupación primera del humanista se centraba en la formación del orador, vir
bonus dicendi peritus, maestro de la palabra, tanto en el mundo civil como en el eclesiástico.
De ahí el cultivo fundamental de la gramática y la retórica.
Características del espíritu humanista
Caracteriza al espíritu humanista el universalismo cultural, el cosmopolitismo, el
pacifismo, o deseo de armonía, paz y equilibrio de poderes y de una filosofía política que
responda a los problemas de Enrique VIII, Francisco I y Carlos V. Pero en este campo se
produce en España, al principio de la década 1520-1530, algo nuevo y maravilloso: la primera
vuelta al mundo de Magallanes-Elcano. Ella prueba experimentalmente la redondez del globo
y la unidad de la especie humana, confirmada por los misioneros. No existen hombres con
cabeza de perro (cinocéfalos), ni con un solo ojo (cíclopes), ni con un solo pie (unípodos), ni
con pezuña de caballos (hipópodos) ni de otras especies que todavía reitera en sus grabados
fantásticos Sebastián Münster a mediados del siglo XVI.
De esa realidad surge la escuela teológico-jurídica de Salamanca en la que confluye el
realismo de escotistas y tomistas con el nominalismo. Ella desarrolla la moral de los derechos
humanos y pone los fundamentos del derecho internacional en la unidad esencial de la especie
y en la igualdad consiguiente de derechos. El humanismo español se afianza en tiempo de los
Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II. Arias Montano es una de las figuras de mayor relieve.
2. El HUMANISMO EN EXTREMADURA
¿Puede hablarse de Humanismo extremeño? Está claro que no. Para aceptar la
existencia de un Humanismo extremeño es preciso demostrar la existencia de un grupo de
humanistas cuyo entorno sociopolítico, cuyas pretensiones intelectuales les diferencien
notablemente de otros grupos o bien de la comunidad general de humanistas, por incluir, entre
otros rasgos diferenciales, un componente genuinamente nacional o regional.
La aplicación del criterio sociopolítico permite hablar de "Humanismo español" en
oposición, por ejemplo, al "Humanismo francés". Pero dentro del Humanismo español no hay
otros humanismos, al menos desde el punto de vista sociopolítico.
Es cierto que Francisco Sánchez, de Brozas, Benito Arias Montano, de Fregenal de la
Sierra, y Diego López, de Valencia de Alcántara, tienen en común un mismo origen
extremeño, pero, en realidad, ni la Extremadura de entonces era la de ahora, ni lo humanistas
de origen extremeño tenían conciencia de pertenecer a un grupo que se definía por su origen
geográfico.
El pensamiento de los humanistas en cuanto tales humanistas, no se supedita a
conceptos del tipo patria, nación o estado. Sean de donde sean y vivan donde vivan, todos los
humanistas comparten una comunidad de intereses que, en última instancia, tiene poco que
ver con las estructuras sociales, políticas y económicas. El Humanismo, entendido como
filosofía o como programa educativo, constituye una patria común, una comunidad de
intereses, una especie de república literaria gobernada por los autores antiguos y a la que se
accede mediante el ejercicio de la filología.
Focos prehumanísticos en la Baja Extremadura
Una vez aclarado esto, hay sin embargo en Extremadura algunos focos que propician
el surgimiento del movimiento humanista.
El Humanismo vino a España desde Italia, de donde lo trajo el primer gran humanista
español, Antonio de Nebrija, quien, tras diez años de estancia en aquel país, volvió a su patria,
como él mismo dice, "para desarraigar la barbarie de los hombres de nuestra nación ...",
jactándose de haber sido "el primero en abrir tienda de lengua latina" y de haber erradicado
hasta el fondo a los bárbaros gramáticos medievales".
Pues bien, Nebrija tuvo durante 19 años (desde 1486 hasta 1504) una estrechísima
relación con Extremadura, como protegido de D. Juan de Zúñiga, Maestre de Alcántara. En la
Repetitio leída en Salamanca en 1506 afirma el propio Nebrija: "Como éste me solicitaba de
continuo para que me fuese con él y formase parte de su familia, interrumpí por espacio de 19
años las tareas escolares y me consagré enteramente a su servicio". El humanista renunció a su
cátedra de Salamanca y, durante los años antedichos, visitó continuamente la Serena
Extremeña, pasando en ella largas temporadas, sobre todo en Zalamea y en Villanueva,
lugares de residencia del Maestre.
En Zalamea funcionaba una especie de Academia o Estudio, donde Nebrija impartía
sus lecciones, como se ve en la bella ilustración de un códice de las Introductiones Latinae,
donde aparece el humanista en un estrado y, entre los alumnos que escuchan, tal vez su hijo
Marcelo y el propio D. Juan de Zúñiga. Al Maestre dedicó Nebrija varias de sus obras, como
el Vocabulario español-latino, el Comentario a las Sátiras de Persio y la Repetitio de ui ac
de potestate litterarum. Y en Extremadura debió de escribir esas y otras muchas obras, tal vez
incluso su famosa Gramática castellana, compuesta en esa época bajo el suculento
mecenazgo de Zúñiga, que proporcionaba al humanista, en sus propias palabras, "muchas y
muy honoríficas mercedes dándome ocio y sosiego de mi vida".
Finalmente, la relación de Nebrija en sus últimos años con Brozas, donde residía su
hijo Marcelo, lo enlaza en línea directa con el Brocense, cuya niñez se mueve así en un
ambiente de recuerdos nebrijenses que pudieron influir en su vocación humanística.
Focos prehumanísticos en la Alta Extremadura
Además del magisterio de Nebrija y su irradiación cultural desde La Serena, existieron
en Extremadura, en la segunda mitad del siglo XV, otros focos que podríamos llamar
prehumanísticos ubicados en la Alta Extremadura, que debieron de tener relaciones, aún no
estudiadas, con la Academia de Zalamea: el convento de San Vicente de Plasencia, fundado
por los padres del propio D. Juan de Zúñiga, y el convento de la Encarnación de Trujillo,
donde se estudiaba, como en el anterior, teología, gramática y retórica, y que fue fundado por
el trujillano D. Juan de Carvajal, Cardenal ilustre y más que aceptable escritor latino.
Conclusión
La semilla dejada en la Baja Extremadura por Nebrija y por otras figuras que pasaron
por el Estudio de Zalamea, y en la Alta Extremadura por los citados focos de Plasencia y
Trujillo, prepararon el ambiente en el que surgirán los grandes humanistas extremeños del
Siglo de Oro. Desgraciadamente, cuando a lo largo del siglo XVI toda España se va llenando
de Universidades o Estudios, Extremadura es el único espacio vacío en el mapa universitario
español. Por ello los humanistas extremeños se formarán y desarrollarán su actividad fuera de
la región.
En el panorama del humanismo extremeño, cuatro figuras descuellan netamente por
encima de las demás. Son los "cuatro grandes". Dos de ellos nacen y mueren en el siglo XVI:
Arias Montano y el Brocense. Los otros dos, en relación discipular con los anteriores, mueren
ya bien entrado el siglo XVII: Pedro de Valencia y Gonzalo Correas.
3. PEDRO DE VALENCIA (1555-1620)
Pedro de Valencia fue discípulo de el Brocense y Arias Montano. El Brocense se
enorgullecía de su discípulo Pedro de Valencia, "diciendo que demás de sus ciencias sabia
tanto Hebreo como San Hierónimo y más Griego que Erasmo". Es probablemente el elogio
mayor y más sincero que el Brocense hizo de alguien. En cuanto a su otro maestro, Arias
Montano, con quien le unió durante muchos años una relación, más que de discípulo, de
verdadero hijo, el concepto que de él tenía era insuperable. Dice Montano que Valencia,
entregado desde niño al estudio de las humaniores disciplinae, ha alcanzado, tanto en éstas
como en la honestidad de costumbres, una altura que ninguno de sus contemporáneos ha
sobrepasado. Era tal la confianza paternal de Montano con Valencia que hasta lo utilizaba de
amanuense, fiándose sólo de su pericia, para pasar a limpio los difíciles borradores de sus
obras escriturarias. Y a él y a su cuñado Juan Ramírez Moreno les donará, un año antes de su
muerte, muchos de los tesoros que había acumulado a lo largo de su vida: cuadros, esculturas,
medallas y buena parte de sus libros.
Vida y perfil humano
Pedro de Valencia nació en Zafra el 17 de noviembre de 1555. Su padre, Melchor de
Valencia, era de Córdoba, y su madre, Ana Vázquez, de Segura de León (Badajoz). En Zafra
se crió y estudió las primeras letras y los primeros rudimentos de latín con Antonio Márquez.
Prosiguió sus estudios en Córdoba, con los jesuitas, donde empezó a estudiar también
teología. Pero sus padres lo enviaron a Salamanca a cursar leyes. Allí destacó enseguida,
aparte de las leyes, por su preparación en teología y en humanidades clásicas "y así era muy
conocido entre los demás estudiantes, y los libreros, cuyas librerías él frecuentaba mucho,
conocían su afición a estos estudios". Habiendo llegado a sus manos una edición de los poetas
épicos griegos, pidió a el Brocense que le enseñase bien esta lengua. Por entonces compró
también la traducción de los Salmos en versos latinos por Arias Montano, al que enseguida
empezó a admirar. Tras graduarse en leyes, y habiendo muerto entretanto su padre, vuelve a
Zafra, donde sigue estudiando a los autores grecolatinos, "sin olvidar las leyes". Cuando salió
la Biblia Regia, creció su admiración por Arias Montano, con el que se puso en contacto a
través de un amigo común. A requerimiento del frexnense marchó a la Peña, donde
"introdújole Arias Montano en la lección de la Sagrada Escritura y enseñóle lengua hebrea".
En 1587 a los 32 años contrajo matrimonio con su prima hermana Inés de Ballesteros
con dispensa de Roma que les consiguió directamente Arias Montano. En cuanto a sus hijos,
Antonio Holgado afirma que Pedro de Valencia tuvo, al menos, 7 hijos.
La lista de sus mejores amigos es larga, empezando por Arias Montano, siguiendo,
entre otros, por los hermanos Machado (Hernando, Francisco y Juan Alonso), Alonso Ramírez
de Prado y su hijo Lorenzo, Juan Alonso Curiel, el Padre Sigüenza, el Doctor Terrones,
Obispo de León, Francisco Sánchez de Oropesa, Hortensio Félix Paravicino.... y terminando
con el Cardenal de Toledo D. Bernardo de Sandoval y Rojas, el Duque de Feria, el Conde de
Lemos, etc.
Vivió 64 años, con muy buena salud, hasta un año antes de morir que se fue
enflaqueciendo y melancolizando de manera que pasaba con desconsuelo y desaliento, que fue
creciendo hasta que murió.
Faltan, además de la fecha de su muerte, las noticias sobre sus últimos años, que se
podrían resumir así: en 1607 Felipe III lo nombró Cronista regio, tal vez por influjo de
Sigüenza, y se trasladó de Zafra a Madrid, a la Corte, pese a que años antes había escrito al
dicho Sigüenza sobre "la poca fe que tengo en los cortesanos". Desempeñó durante 13 años su
cargo de "cronista historiógrafo general de las Indias", del que comenzó a gozar desde el 15 de
mayo de 1607, en contacto con políticos, teólogos y hombres de letras, escribiendo tratados,
"discursos" y dictámenes sobre materias diversas, dada su condición de hombre de leyes,
biblista, filólogo clásico y experto en filosofía y literatura. Otorgó testamento el 25 de marzo
de 1620 ante el escribano Juan Vázquez Román, y murió el 10 de abril del mismo año.
Como su maestro Montano, Valencia fue un hombre de saberes enciclopédicos y bien
asimilados. En efecto, no sólo conocía los escritores grecolatinos importantes, los clásicos por
excelencia, sino todos, hasta los de segunda y tercera fila, y desde los más arcaicos a los más
tardíos.
Esta erudición inmensa era de por sí razón suficiente para que, primero su casa de
Zafra, y luego, con mucha mayor intensidad por la ampliación del círculo de sus relaciones, su
domicilio madrileño de la calle de Leganitos, se convirtiera en una especie de Delfos, en un
lugar de peregrinaje, personal o epistolar, para solicitar un dictamen de experto, una opinión
autorizada, un consejo razonado y certero o la resolución de un problema arduo, bien de tipo
legal, bien de carácter filológico o filosófico, o literario, o bíblico, o de índole social, política
o económica.
A todo respondía con rigor conceptual, basado en sus oceánicos conocimientos y, a la
vez, lo que es más raro en un sabio, con un monumental "sentido común", asociado en él
estrechamente a un envidiable "sentido crítico". Erudición enciclopédica, enorme sentido
común y gran capacidad crítica lo hacían especialmente capacitado para el "don de consejo",
aunque su modestia innata le impedía considerarse otra cosa que un simple aprendiz.
Obra
Sus escritos, que, dada su vasta erudición, no podían menos que abarcar un anchuroso
campo de temas y contenidos, han corrido una suerte cuya desdicha sólo tiene parangón con la
excelencia de los mismos. Sus obras (excepto sus Académica) no fueron publicadas ni en vida
del autor ni en los siglos posteriores.
Ha habido que esperar al siglo XX para que salgan a la luz algunos de sus escritos,
siguiendo inéditos en su mayor parte. De ellos podríamos decir, con Juan de Mena, que "yaze
en tinieblas dormida su fama,/ dañada de olvido por falta de auctores".
¿A qué puede deberse el que escribiera tanto y no publicara nada, aunque con su
puesto relevante en la Corte durante sus últimos años debió de tener razonablemente
accesibles las imprentas y el costo de las ediciones? El motivo fundamental fue su innata
modestia. Estaba convencido de que sus escritos carecían de valor. Tal vez lo abrumaba su
admiración y veneración por Arias Montano, y se creía muy por debajo de él. Dedicó sus
esfuerzos a publicar las obras inéditas de su "señor maestro y padre", como lo llamaba, y no se
preocupó de publicar las propias; un caso de desprendimiento y de modestia nada comunes.
El caso es que ya Nicolás Antonio, a finales del mismo siglo XVII, se lamentaba de
que los escritos del zafrense permanecieran ocultos en la oscuridad. Se acentúan las
lamentaciones en Menéndez Pelayo, ferviente admirador de nuestro humanista, que constata
desolado cómo "sus obras, todavía no bien aquilatadas por la crítica y desconocidas en su
mayor parte, proporcionan hartos motivos de alabanza y admiración a la posteridad. Útil sería
recogerlas en colección, pero hoy ¿quién se acuerda de su nombre? ¿Quién conoce sus
escritos?". Y llegan las quejas hasta hoy mismo, con M. Pecellín, que considera la no
publicación de las obras del zafrense como "el caso de mayor abulia fácilmente remediable,
para más desolación existente en el panorama intelectual extremeño".
La abultada producción de Pedro de Valencia está contenida en una veintena de
manuscritos de la Biblioteca Nacional. Estos, como los de Arias Montano, están todos ellos
empedrados de citas de autores clásicos, que son el basamento de su erudición y el manantial
de sus reflexiones. Un catálogo bastante completo de dichos escritos figura ya, como hemos
apuntado, en Nicolás Antonio. Después, con especificación de los manuscritos, en los
"Apuntamientos..." de Menéndez Pelayo y en el libro de Serrano y Sanz.
Se reseñarán a continuación los más destacados, clasificándolos en cuatro apartados.
Escritos bíblicos y religiosos
Entre ellos podemos destacar los que siguen:
- Exposición del primer capítulo del Génesis.
- Comentarios al versículo de San Lucas 1, 66.
- Comentario sobre el Padre Nuestro.
- De los autores de los Libros Sagrados y del tiempo en que se escribieron.
- De la tristeza según Dios y según el mundo.
- Ejemplos de Príncipes, Prelados y otros varones ilustres que dejaron oficios y dignidades y
se retiraron.
- Para declaración de una gran parte de la historia apostólica en los Actos y en la Epístola
ad Galatas.
- Explicación de dos lugares de San Pablo.
- Sobre la paráfrasis caldaica del P. Andrés de León.
En todos estos escritos, que están inéditos, Valencia sigue las huellas de Montano:
método rigurosamente filológico, basado en el estudio de los textos originales griego y
hebreo; sentido crítico exigente; abrumadores conocimientos bíblicos, combinados con
vastísima erudición en autores griegos y latinos.
Puede servir como paradigma de todo esto el último de los escritos citados, en
colaboración con su cuñado Juan Moreno Ramírez. Aquí se combina la erudición fastuosa con
el afecto entrañable a su maestro, a quien defienden. Porque a Arias Montano no lo dejaron
tranquilo sus enemigos ni después de muerto. Nueve años después de su muerte, el jesuita
Juan de Pineda, al que se considera el más duro censor inquisitorial de todos los tiempos,
volviendo a criterios cerrados y estrechos, prohibió en el Index de 1607 todas las obras de
Montano, en un acto de cerrilismo poco común. Pedro de Valencia saltó como un tigre en
defensa de su maestro, presentó un alegato ante la Inquisición y logró que en el Index de 1612
se le restituyera su buen nombre, manteniendo sólo algunas reservas sobre algunos pasajes
aislados de sus obras. Pero un nuevo adversario salió a la palestra: Andrés de León, que quería
sacar una nueva edición de la Biblia y fustigó duramente la paráfrasis caldaica de la Políglota
de Montano. Y otra vez Pedro de Valencia, con ayuda de su cuñado, reivindicó fieramente, en
el escrito arriba aludido, denso de erudición bíblica y clásica y en el que trabajó más de un
año, la obra cumbre de su maestro, salvando una vez más la Políglota de los que querían
quitarla de la circulación.
Escritos filosóficos
En este apartado es suficiente citar su obra más famosa, la única publicada en vida del
autor, y la única que escribió en latín: Academica sive de indicio erga vertan. (Amberes,
1596). En cartas a Sigüenza la llama "librito" y "tratadillo"; en la del 5 de septiembre de 1594
le dice que "los amigos de Sevilla me forzaban que lo enviásemos a imprimir; y en otra de 1
de mayo de 1597, ya impreso, insiste en que "los amigos de Sevilla lo enviaron a Flandes a
imprimir contra mi voluntad, al menos contra mi gusto. Fue obra de 20 días".
Este "librito", escrito en "20 días" y que su autor, con modestia excesiva, sólo permitió
a regañadientes que sus amigos lo "enviaran a imprimir", ha resultado ser, por el dominio
consumado del autor en el manejo de los textos griegos, por la penetrante indagación de la
doctrina en su conjunto y de la de cada filósofo en particular, por la sabia sencillez de la
estructuración y por la transparente claridad expositiva, una de las mejores síntesis que se han
escrito sobre el problema filosófico planteado. No es su intención tratar de toda la filosofía, ni
siquiera de la filosofía académica en su conjunto, sino que pretende sólo "seguir el curso de
un arroyuelo" desde su nacimiento en Sócrates hasta su desembocadura en Cicerón; ese
arroyuelo es el problema del conocimiento, esto es, el criterio de la verdad.
La obra está hormigueante de citas griegas, además de las latinas, sobre todo Cicerón,
ya que el autor afirma expresamente que la concibió como una especie de introducción para
entender las Académica priora o Lucullus del arpinate ("pienso que ha de prestar gran ayuda a
los que emprenden la lectura de la obra filosófica de Marco Tulio, en especial el Lucullus").
Escritos de crítica literaria
También aquí, como en el apartado anterior, sobresale netamente un famosísimo
escrito: la Carta a D. Luis de Góngora en censura de sus poesías, es decir, sobre el Polifemo
y las Soledades; carta de la que existen dos versiones con variantes, ambas autógrafas del
zafrense, en sendos Manuscritos de la Biblioteca Nacional (3.906 y 5.585). Serrano y Sanz
publicó entre los Apéndices de su libro una de las versiones, poniendo en nota las variantes
más llamativas de la otra. Luego han sido publicadas ambas en ediciones de las Obras de
Góngora y sobre el contenido hay un trabajo magistral de Dámaso Alonso.
Menéndez Pelayo, al referirse al tema, afirma que Góngora "quiso abroquelarse con el
parecer de los más doctos y respetados varones de su tiempo, y acudió en fingida demanda de
consejo al oráculo de aquella edad, al sapientísimo hebraizante y helenista Pedro de
Valencia", y que éste escribió una censura desaprobadora.
Es verdad que, dada la formación eminentemente clásica de Valencia (y clásico es
tanto como equilibrio, contención y decoro), parece que deberían disonarle las piruetas
verbales y la retorcida afectación gongorina de los citados poemas.
Pero no es exactamente así. Dámaso Alonso ha reivindicado briosamente, frente a
Menéndez Pelayo, la comprensión del zafrense, hombre abierto y moderno, respecto a las
innovaciones del poeta cordobés. Es evidente que en la carta hay grandes elogios de Góngora
y su poesía, en frases como ésta: "sus poesías, que se aventajan con grande exceso a todo lo
mejor que he leído de griegos y latinos en aquel género, por lo nativo, generoso, ingenioso,
claro, gracioso y de gusto honesto"; o esta otra: "reconozca la excelencia y lozanía del ingenio
de v.m., que se levanta sobre todos, señaladamente en estas Soledades". Sin embargo, no deja
de ponerle, "con llaneza y verdad", unos cuantos reparos, dirigidos a la oscuridad y afectación
de ciertas expresiones "que nacen, no del ingenio de v.m., sino de cuidado y afectación
contrario a su natural"; y le aconseja que "no se desfigure por agradar al vulgo diciendo
gracias y juegos del vocablo en poema grave y que va de veras".
Que Góngora no acudió a Valencia "en fingida demanda de consejo", sino por el alto
aprecio que tenía de sus juicios, lo prueba claramente el hecho de que los cuatro pasajes
concretos que le critica el zafrense fueron todos ellos cambiados por el cordobés en una
segunda redacción, como ha probado Dámaso Alonso. Y la amistad entre ambos se mantuvo
firme hasta la muerte del humanista, lamentada por el poeta en una sentida carta a Francisco
del Corral a raíz de dicha muerte. Quizá la mejor síntesis de la concepción del zafrense
respecto a la poesía en general, y a la de Góngora en particular, se cifre en estas palabras de su
escrito: "La principal regla es que el pensamiento sea grande, que si no lo es, mientras más se
quiere engrandecer y extrañar con estruendo de palabras, más hinchada y ridícula sale la
fealdad".
Escritos sociales y económicos
Estos son los que constituyen, sin duda alguna, la faceta de Pedro de Valencia más
interesante y atractiva para el hombre de hoy. Con ellos se desvía un tanto de las
preocupaciones generalmente filológicas de los humanistas más estrictos y se alinea en el
grupo de los denunciadores sociales más modernos y avanzados.
Estos escritos suelen llevar el rótulo de Discursos, que es tanto como decir ensayos,
tratados o dictámenes.
Se reseñarán los tratados más importantes, con un muy breve resumen de su contenido
y significación.
- Tratado acerca de los moriscos de España (inédito; Ms. 8.888 de la Biblioteca Nacional).
Fue escrito a instancias del confesor del rey Fr. Diego de Mardones, al que dirige una
carta que precede al escrito y en la que le asegura: "Digo en este Papel mis sentimientos sin
afición, ni odio, ni otra pasión culpable".
En este problema de los moriscos, enconado desde más de un siglo atrás, Valencia está
muy lejos de las propuestas brutales de ciertos personajes, incluso eclesiásticos: pasarlos a
cuchillo o castrarlos y llevarlos a Terranova para que murieran allí de frío y de hambre.
Tampoco es partidario de la expulsión, que afectaría a niños y a personas inocentes. Como
cristianos, dice, "nos conocemos obligados... a amarlos de corazón, guardarles fe y palabra, y
desearles y procurarles todo bien, no castigarles...no matarlos ni herirlos. Propone que se les
haga bajar de las montañas al llano; que se les disperse por España, evitando concentraciones;
que se les deje enriquecerse, pues "las riquezas hacen a los hombres cobardes", por miedo a
perderlas; que se permitan los matrimonios mixtos y se intente, con actitud "mansa, no
rigorosa", integrarlos y asimilarlos, "sin compelerlos a oir misas ni sermones y aprender la
doctrina". Propuestas sensatísimas, tanto desde el punto de vista político como humano, que
desgraciadamente cayeron en el vacío.
- Discurso acerca de los cuentos de las brujas y cosas tocantes a magia.
Lo dirigió a D. Bernardo de Sandoval, Arzobispo de Toledo e Inquisidor General,
después de leer "con horror y asco" el auto de fe de Logroño de 1610. Aboga por la no
publicación de dichos autos, cuya lectura produce escándalo y morbosidad. Afirma que las
brujerías y los aquelarres pueden explicarse de varias maneras, pero todas ellas naturales. Su
erudición clásica sale a relucir continuamente: evoca en sus explicaciones los misterios de
Eleusis y las Bacanales, cita a una larga ristra de autores griegos y latinos y hasta traduce en
endecasílabos una treintena de versos de las Bacantes de Eurípides.
Pero la erudición no se agota en sí, ni es un mero adorno, sino sustancia misma de sus
reflexiones. Critica los métodos de la Inquisición, que carecen a menudo de garantías
jurídicas, y rechaza como nulas las declaraciones arrancadas bajo presión o tortura. Caro
Baroja considera las observaciones de Valencia "llenas de tacto y diplomacia" y elogia su
racionalidad, al creer que todas las actividades de las sesiones de brujería "son humanas y
naturales, sin más intervención diabólica que la que hay en cada acto humano que comete el
hombre"'. Menéndez Pelayo, por su parte, piensa que este escrito del zafrense influyó en la
benignidad de la Inquisición para los casos de brujería posteriores.
- Discurso sobre el pergamino y láminas de Granada (inédito).
La polémica, que duró muchos años, sobre el pergamino de la torre Turpiana y, luego,
sobre las láminas de plomo del Sacromonte, la contó muy bien en el siglo pasado Godoy
Alcántara, y recientemente lo ha hecho Hagerty en su introducción a su edición castellana de
dichos textos.
Se trataba de textos de contenido religioso, supuestamente antiquísimos, encontrados
en excavaciones casuales (?). Era una clara falsificación moderna, pero el Arzobispo de
Granada, Pedro de Castro, alentó a los partidarios de la autenticidad, que hacían demagogia
sobre el pueblo llano, y el problema se enconó gravemente, teniendo que intervenir la propia
Roma.
Uno de los primeros consultados por el Arzobispo fue Arias Montano, a quien instó
repetidas veces para que se desplazara a Granada y emitiera un informe autorizado. El sabio
frexnense, que vivía sus últimos años en Sevilla y estaba cansado de polémicas, se excusó con
diplomacia, pretextando achaques de salud. Pero cuando le llevaron personalmente el texto
original, dio su opinión razonada sobre el pergamino en 1593, siendo el primero, junto con
Luis del Mármol Carvajal, que denunció abiertamente la falsificación, tras un estudio
detallado de la textura misma del pergamino, así como de la letra, la tinta, la lengua y el estilo.
Nada escapó a su sagacidad. Y lo mismo hizo dos años más tarde respecto a los libros
plúmbeos o láminas de plomo.
Tras la muerte de Montano siguió viva la polémica. Y fue entonces Pedro de Valencia,
quien, a petición del Inquisidor Sandoval, redactó un nuevo informe magistral, en la línea de
su maestro, con erudición contundente y hasta salpicado con gotas de humor ante la evidente
ignorancia del o de los falsarios. Su conclusión es clara: "Tengo para mí que es todo ello
impostura y engaño muy reciente, compuesto por hombres que por ventura viven hoy, y por
hombres indoctos en la historia y doctrina eclesiástica y en las letras humanas y lenguas
antiguas.... que si hubieran tenido aparato de erudición, muy más verosímil podrían haber
hecho el engaño".
- Discurso contra la ociosidad.
Divide la sociedad en tres estamentos: los gobernantes civiles y eclesiásticos, los
soldados y el pueblo llano (labradores y artesanos). Pasa revista a cada estamento y arremete
contra el crecido número de clérigos y frailes ("lo que con mayor exceso ha crecido" y que
más grava la comunidad es el número de clérigos y frailes") y contra los estudiantes superiores
que no estudian ni tienen capacidad para ello ("aunque sea un leño, lo han de graduar"). Unos
y otros constituyen un claro parasitismo social, que debe eliminarse, aplicando toda esa masa
improductiva a "oficios útiles" (labradores, ganaderos, pescadores, herreros, carpinteros ...).
Ataca también a los rentistas ociosos ("cada uno habría de labrar su parte; ahora los
que se sustentan con dinero dado a renta, inútiles y ociosos son, que quedan para comer lo que
otros siembran y trabajan").
Aboga por el trabajo femenino, incluidas las mujeres de la nobleza, que no deben ser
"como juguetes o joyas o para solo deleite", sino que deben amasar el pan, tejer, cocinar, etc.
Y también sus maridos, los nobles ociosos, deben aprender algún arte, "para no ser como
leznes o gusanos, del todo inertes en el mundo".
Es uno de los escritos más sugestivos del zafrense, en muchos puntos de una
modernidad palpitante; y de los más ambiciosos socialmente, ya que lo que en él se propone
es una reforma de la sociedad entera.
- Discurso sobre el acrecentamiento de la labor de la tierra.
Expone la necesidad de una profunda reforma agraria para corregir las desigualdades
económicas. Hay que roturar los baldíos y sembrar todas las tierras susceptibles de ello
("dejando solamente la tierra necesaria para pastos y montes de leña, y toda la demás se rompa
para ser cultivada"); reducir las grandes propiedades y distribuir la tierra de modo que "todos
tengan tierras que labrar", pues "aquesta desigualdad de la posesión de la tierra, con que unos
pocos son señores de dehesas larguísimas, y otros, o casi todos, no alcanzan ni un palmo ni un
terrón, es la cosa más perniciosa a la comunidad". Y hay que dar estabilidad a los colonos con
la concesión de tierras en enfiteusis. Un programa casi revolucionario.
- Discurso sobre el precio del trigo y Respuesta a algunas réplicas al discurso anterior.
Son los dos escritos más violentamente críticos del autor, con una preocupación social
exacerbada, que linda con la demagogia. Habla de "esta tiranía y fiereza inhumana de los
poderosos", que sólo piensan en "henchir los talegos" y "se enojan como las fieras cuando les
quieren quitar la presa en que están encarnizados". No puede permitirse "que los muchos...
perezcan de hambre y se acaben, y los pocos... engorden y enriquezcan contra toda razón y
justicia".
A los ricos explotadores llega hasta llamarlos antropófagos y homicidas: "comen carne
humana"; el rey "no disimule ni consienta más esta violencia y antropofagia en sus reinos";
"comen a los pequeños"; su avaricia "se deleita con efusión de sangre, y come de buena gana
sustancia de hombres"; "estamos tratando de persuadir a los cíclopes que no se coman a estos
pequeños y pobres trabajadores, y gente miserable de España"; son "como salteadores y
matadores de sus prójimos"; "claro está que los que quitan al hombre el mantenimiento
necesario que son homicidas"; etc.
Su tesis es que no debe dejarse el precio del trigo a la ley salvaje de la oferta y la
demanda, pues los ricos explotarían a los pobres en un alimento tan esencial como el pan, con
precios prohibitivos. Hace falta un claro intervencionismo del Estado en favor de "la gente
ordinaria y popular que es la mayor parte de la República"; hay que "poner y tasar un precio
justo al pan, que nunca se exceda", para que "los trabajadores no se mueran de hambre".
El primer discurso levantó, como era de esperar, una oleada de protestas y réplicas, y
Pedro de Valencia respondió a ellas con el segundo, en la misma línea de dureza y de defensa
de los oprimidos: "Me alentaré para proseguir en la advocación y defensa de los pequeños".
Estos y otros discursos y cartas en la misma dirección social y económica (sobre la
moneda de vellón, sobre los inconvenientes de subir la moneda de plata, sobre impuestos y
tributos ... ) han hecho que ya Costa lo calificara de "socialista templado"; que Maravall hable
de su "inspiración socialista" y de "gran reformador social, inspirado por un profundo sentido
crítico e inconformista"; y que Viñas lo llame "apóstol social", que escribe "páginas
llameantes de justiciera solidaridad por los débiles y de encendida vindicta contra los
poderosos".
Conclusión
Pedro de Valencia, que poseía la misma erudición inmensa que sus dos maestros
también extremeños, el Brocense y Arias Montano, y que era casi tan gran filólogo como el
primero y casi tan gran escriturario como el segundo, supera con mucho a ambos y, a la vez,
se distingue de ellos en su casi obsesiva preocupación por los problemas sociales de su
entorno.
Nadie más lejos que el zafrense del prototipo del sabio distraído, en las nubes o
emparedado en las bibliotecas. Nadie con los pies más en el suelo y más atento a los latidos de
la sociedad circundante.
4. GONZALO CORREAS (1571-1631)
El cuarto gran humanista extremeño, nacido en Jaraíz, en la comarca de la Vera, de
Cáceres, presenta vinculaciones y comparte varios rasgos comunes con el Brocense: la
condición de cacereño; el haber sido discípulo, seguidor y admirador del de Brozas; el haber
pasado, como él, toda su vida académica en Salamanca, con idénticas dedicaciones
profesionales, en los mismos Centros y enseñando, en parte, las mismas disciplinas; y el
poseer, como su maestro y paisano, un indomable espíritu combativo e independiente.
Vida y perfil humano
No se sabe nada de sus primeros años, pero sí que en 1589 se matricula en Artes
(filosofía) en Salamanca, graduándose de Bachiller tres años después. Al mismo tiempo
estudia afanosamente griego y latín y, al terminar Artes, se matricula enseguida en Teología.
En 1594, al reabrirse, tras seis años de cierre, el Colegio Trilingüe (donde años atrás cuando
se fundó, había iniciado el Brocense su carrera profesoral), oposita y gana una beca de
colegial de griego. Allí perfeccionó sus conocimientos de esta lengua y, a la vez, profundiza
en el latín y empieza a estudiar hebreo, sin abandonar sus iniciados estudios de Teología.
En 1598, por dificultades económicas insalvables, se cierra de nuevo el Trilingüe, no
sin que Correas luche bravamente contra esta decisión, ganando batallas parciales, y, para
compensar la pérdida de su beca, se le concede una "catedrilla" de griego de menores (es
decir, de primer curso) por cuatro años; así comienza su carrera docente.
En 1601, terminados dos años antes sus estudios de Teología, se ordena sacerdote; y
ese mismo año obtiene por oposición (pero con carácter temporal) una cátedra de griego de
medianos, donde explica ya, a un nivel más alto, autores como Homero, Esopo, Tucídides,
Demóstenes... Los visitadores de cátedra elogian una y otra vez la preparación de Correas, así
como su puntualidad y asistencia, virtudes que conservará siempre; no tiene multas por faltar
a clase (cosa corriente en los profesores de la época) y siempre se constata que "lee bien y a
probecho, y entra y sale con la ora". Tal vez por eso el Claustro suele acceder a sus no
infrecuentes peticiones de aumento de sueldo.
En 1610, a punto de cumplir los.40 años, consigue finalmente Correas ser catedrático
en propiedad; pero no de una cátedra de griego, materia a la que se había dedicado con gran
intensidad, sino de una cátedra de hebreo, también llamada "De Lenguas" (hebreo y caldeo),
no sin antes tener que vencer los obstáculos malignos de un miembro influyente del Tribunal
examinador, pero que él logró superar con su combatividad acostumbrada.
Cinco años después, en 1615, al vacar, por muerte del Maestro Céspedes, la cátedra de
griego de mayores, otra vez tenemos a Correas opositando, ahora a la disciplina de sus
amores. Gana la cátedra, también en propiedad, y consigue del Consejo de Castilla (luchador,
una vez más) la compatibilidad para desempeñar ambas cátedras. Por si fuera poco, era desde
años atrás, y siguió siéndolo, capellán del Hospital del Estudio, y pocos años después le
concede el Claustro el cargo de corrector de imprenta, oficio apetecible y solicitado.
Para todo esto, y para otros muchos encargos que le encomendaba ocasionalmente la
Universidad, sacaba tiempo este trabajador infatigable (bien es verdad que no tenía una casa
llena de hijos, como el Brocense). En 1630 se jubila de sus cátedras, y muere al año siguiente,
dejando todos sus libros al Colegio Trilingüe, que nunca consiguió ver abierto de nuevo, pese
a sus denodados esfuerzos (una de sus pocas batallas perdidas). Su biblioteca, como la de
cualquier humanista de altura, contenía libros de muy diversas disciplinas: gramáticas y
diccionarios de diferentes lenguas, filosofía, teología, ciencia bíblica, literatura, historia... ;
autores antiguos, pero también modernos: desde Nebrija, Erasmo, el Brocense, Simón Abril o
Jiménez Patón hasta Gómez Manrique, Garcilaso, La Celestina, el Quijote, Ronsard o
Guicciardini...
Obra
La producción de Correas se inicia con una obra menor: Prototupi in graicam linguam
Grammatici Canones (1600). La escribió cuando impartía su "catedrilla" de griego a los
principiantes; tiene, por tanto, una finalidad eminentemente pedagógica, para enseñar los
primeros rudimentos de esta lengua. Se reduce fundamentalmente a fonética y morfología lo
que se enseñaba en primer curso, es decir, pronunciación, grafía y flexión nominal y verbal.
Consta de dos partes, la segunda de las cuales es una especie de "repetición con ampliación"
de la primera, excelente método pedagógico. Sigue en buena medida a el Brocense, cuya
gramática griega, confiesa el propio Correas, "he intentado desarrollar e ilustrar con
ejemplos". Pero la obrita posee un indudable sello personal, incluso ya con alguna que otra
extravagancia, como la de no admitir, por considerarlos inútiles, el acento grave y el espíritu
suave.
Tras esta primera salida editorial, y dejando aparte estudios menores del autor, se
comentarán brevemente las cuatro obras mayores de Correas, que son las siguientes:
- Trilingüe de tres artes de las tres lenguas Castellana, Latina i Griega, todas en Romance
(1627). Partiendo del principio, falso, de que todas las lenguas coinciden "en lo xeneral i
maior parte de la Gramática", aunque difieran en "sus frases i vocablos", expone, en el mismo
orden en que aparecen en el título, las gramáticas de las tres lenguas, a las que pensaba
agregar la hebrea, pero no lo hizo por el motivo que declara en la dedicatoria a Felipe IV:
"desde mi juventud me dediqué en el Colegio Trilingüe desta Universidad de Salamanca al
estudio de las lenguas Latina, Griega i Hebrea, i enseñándolas por largos años alcanzé
méthodo i facilidad para disponer sus Gramáticas más breves, cumplidas i claras que yo las
hallé. La resulta desde trabajo i esperiencias es un breve volumen de tres artes Castellana,
Latina i Griega, que ofrezco a VM.: porque la Hebrea no he tenido letras con que imprimirla
para que fuera junta con ellas".
También aquí mueve a Correas un propósito exclusiva o predominantemente
pedagógico, que es el acceso rápido de los estudiantes a los textos latinos y griegos; y, en
cuanto a la gramática castellana, la misma función para los extranjeros, y la adquisición, por
parte de los hablantes españoles, de explicaciones racionales respecto a la lengua que han
aprendido de forma natural, "sin atender a prezetos ni saber que los ai".
Ahora ya aparece, tras la fonética y la morfología, el correspondiente apartado de
sintaxis; y pura finalidad pedagógica tiene por ejemplo, al final de la gramática griega, la
impresión del Padrenuestro, el Ave María, el Credo y la Salve en griego, así como dos sonetos
y una oda en griego, de rima perfecta conforme a las reglas de la métrica española, no de la
métrica griega, y traducidos luego los tres en prosa latina.
La originalidad de Correas, su marca personal, aparece en numerosas ocasiones, pese a
que, en el conjunto, siga la doctrina tradicional, sobre todo recogida de Nebrija y el Brocense.
Como este último, Correas no admite los argumentos de autoridad cuando chocan con
su razón o su punto de vista personal. Un eco de la frase del Brocense "no hay que creer a los
maestros" parece ésta de Correas en su Aviso al lector: "no se a de tener por lei inviolable lo
ke primero nos enseñaron; antes siempre se a de buscar lo mexor, i ansi lo é io hecho". Y un
poco antes advierte que él no se ha dejado ir por caminos viejos "sighiendo axenas pisadas".
Y así, en la gramática latina, funde las dos primeras declinaciones en una sola,
considerando luego la tercera como segunda, etc., con lo que se reducen a cuatro; y cambia el
orden de las conjugaciones, invirtiendo los puestos de la segunda y la tercera, para que vaya
lego después de amo, por acabar los dos "en sola o", y se junten moneo y audio, en las que a la
o precede otra vocal. Aunque algunas de sus opiniones sean chocantes, no cabe duda de que
sus argumentos tienen sentido; y desde luego no tiene miedo a las innovaciones.
- Ortografia Kastellana, nueva y perfeta (1630). Defiende en ella el sistema fonético de
escribir como se habla y propone las siguientes diferencias fundamentales respecto al sistema
vigente: suprimir la c, sustituyéndola por k, ante a, e, o, y por Z, ante e, i; suprimir también qu
y utilizar, en su lugar, k; emplear g siempre con sonido suave o velar (con lo que ge, gi
sustituyen a gue, gui) y, para el sonido fuerte, utilizar la x en lugar de la j que también queda
eliminada.
Convencido de la bondad de su sistema, piensa que también lo están los demás, y no lo
aceptan por inercia y por miedo al ridículo: "Porke aunke todos tienen por buena esta
ortografia, i konfiesan ke tengo rrazon en ella, su viexa kostunbre tiene a muchos entumidos, i
perezosos para moverse a lo bueno"; nadie "kiere ser el primero, i espera ke lo sea el otro".
Pide a Felipe IV que implante obligatoriamente su sistema: "I si la mandase hazer
komun, seria de onrra desta nazion. Ninguna de estas innovaciones ha tenido éxito; pero el
libro está lleno de perspicaces observaciones sobre muchos fenómenos fonéticos y lingüísticos
en general.
Al final del libro incluye una traducción castellana, desde el original griego, del
Manual de Epicteto y de la Tabla de Cebes, dos obras muy utilizadas en las clases de griego
de entonces.
Las otras dos obras de Correas, sin duda las más importantes, no han sido publicadas
hasta este siglo, pues el humanista las dejó en manuscritos entre los libros cedidos al
Trilingüe. Son las siguientes:
- Arte de la lengua Española Castellana. Después de una introducción en la que expone su
propósito, Correas va tratando sucesivamente del origen de la lengua española, del de la
escritura en general y las letras españolas en particular, del alfabeto castellano... de las sílabas
y diptongos, del acento y puntos de la oración, del concepto y división de la Gramática, de
cada una de las partes de la oración..., mezclando observaciones morfológicas, prosódicas,
semánticas y sintácticas; de la concordancia y la construcción, de los vicios de dicción y
construcción, de los tropos y figuras, de la versificación en castellano, de las excelencias de
nuestra lengua en parangón con la latina.
La estructura y el plan general es similar al de las gramáticas del Trilingüe, pero ésta es
su Arte Grande, y aquí embute todo lo que sabe sobre el idioma, que es mucho, y todas sus
opiniones personales sobre el tema, incluidas sus extravagancias, que no le faltan. Recoge el
inmenso acervo de la doctrina gramatical desde los griegos hasta los humanistas que le
preceden, lo pone en orden, lo clasifica y lo espolvorea todo con personalísimos puntos de
vista, disintiendo, con vanidoso deleite, de Nebrija, de el Brocense y de otros en tal o cual
doctrina concreta.
Muchas de sus supuestas originalidades no lo son en sentido estricto, pero sí en cuanto
que él destaca y expresa con claridad lo que otros habían dejado en penumbra. Por ejemplo:
no es del todo original, aunque él diga que sí, su doctrina sobre la versificación, su distinción
entre "azento versal" o "ridmico" y "azento natural". Pero nadie había puesto tanto énfasis en
que el acento es "alma i fundamento de la armonía i conzento del verso".
Correas es un gran observador del idioma "en vivo" y tiene una mente lingüística muy
despierta para captar latidos y detalles imperceptibles por el hablante común, e incluso por los
estudiosos.
- Vokabulario de Refranes, i Frases Proverbiales. El Vokabulario es una obra extraordinaria;
basada en colecciones paremiológicas anteriores, como las de Pedro Vallés, Hernán Núñez o
Juan de Mal Lara, las supera a todas, siendo, en palabras del autor, "el mas copioso que á
salido". Aquí está, como en ninguna otra de sus obras, su amor a la lengua recogida de boca
de las gentes. Dice Gallardo, en carta publicada por Moñino, que, según era fama en
Salamanca, el Maestro Correas, con buen humor, solía sentarse los días de mercado en un
sillón, a la entrada del puente, "i al charro que le dezia un Refrán que él no tuviese en su
Coleczion, le daba un cuarto por cada uno". Es esta obra, dice el P. Mir, en el prólogo a la
primera edición de la Academia, "lo más útil e importante que dejó el famoso catedrático
tocante a la lengua castellana"; y la califica de "tesoro de sabiduría popular archivo de lo más
castizo y genial que tiene nuestra lengua, cuerpo inmenso de doctrina en que vive y palpita,
como en ningún otro cuerpo el alma de la gente de España".
Conclusión
Los dos grandes amores de Correas fueron la lengua griega y la española; de la
primera dice que "fue la mexor de las humanas que hablaron los onbres"; de la española que
"es la segunda, i la primera de las que oi se hablan". De ahí que aceptara la teoría del doctor
Madera de que el castellano no procedía del latín, sino que era muy anterior, una de las
lenguas resultantes de la confusión de Babel. Este y otros empecinamientos lo hicieron poco
simpático a la mayoría de sus colegas. Hoy, sin embargo, la figura del Maestro extremeño
resulta llena de atractiva simpatía, por su condición de luchador, su fervoroso amor al idioma,
su desdén hacia los convencionalismos científicos y su insobornable independencia.
5. LA TRADUCCIÓN Y DIEGO LÓPEZ
La introducción del pensamiento antiguo en la mentalidad de los siglos XVI y XVII no
es definitiva hasta la consolidación de la traducción y del comentario de los textos griegos y
latinos. La divulgación definitiva de las obras clásicas sólo es posible cuando se traducen a las
lenguas modernas y cuando se las somete a una exégesis sistemática.
En el caso concreto de la traducción de textos latinos al castellano, sobresale un
discípulo del Brocense, Diego López de Valencia de Alcántara.
Diego López tradujo y comentó numerosos textos antiguos, algunos de ellos de cierta
dificultad, como las Sátiras de Persio y las de Juvenal. Pero, sobre todas, merece especial
atención su traducción de las obras de Virgilio. Su traducción de la Eneida, de las Bucólicas y
de las Geórgicas tuvo un elevado número de ediciones y recorrió las bibliotecas de toda la
España del siglo XVIII. La extraordinaria difusión del Virgilio traducido por Diego López
recibió, no obstante, la severa condena de algunos eruditos del siglo XVIII. De esta traducción
dijo en una ocasión Gregorio Mayans que "no corresponde a la dignidad de Virgilio, por
averla desfigurado López, desechando muchas palabras escogidas, y sustituyendo otras
impropias, y trastomando la colocación". Más negativa es la opinión de Menéndez Pelayo en
el siglo XIX, cuando, burlándose de quienes atribuyen la paternidad de esta traducción a Fray
Luis de León, afirma: "Diego López, escritor infeliz, pero buen gramático, no necesitó ajenos
auxilios para hacer una detestable traducción de la Eneida, verdadero sacrilegio cometido
contra los divinos versos virgilianos".
Las críticas hechas son respetables, pero injustas, porque exigen a la traducción de
López la conquista de unos ideales artísticos a los que nunca aspiró el traductor. El propósito
de Diego López no era superar en castellano el texto latino original. El humanista había
renunciado con antelación a lo que hoy llamamos traducción libre o recreación artística. Su
objetivo no iba más allá de facilitar, en lo posible, la lectura y la comprensión inmediata del
texto escrito por el gran poeta latino. De allí la estricta literalidad que los críticos de siglos
posteriores condenan por indigna y sacrílega.
Esta literalidad, sin embargo, se explica y justifica desde dos puntos de vista. En
primer lugar, como se ha señalado ya, por el carácter escolar y propedéutico que tiene la
traducción. La suya es una traducción para estudiantes que aprenden latín, no para latinistas.
En segundo lugar, la evaluación de la traducción de Diego López debe situarse en su contexto
original, es decir, en el marco de las teorías humanistas sobre la traducción y su aplicación en
el Barroco. Los humanistas del siglo XVI plantean el problema de la traducción desde un
punto de vista teórico y formulan principios metodológicos de fácil aplicación. Como es
lógico, la fidelidad al texto original constituye la cuestión principal. Según la teoría
humanista, la traducción implica el contacto entre dos lenguas, la de partida y la de llegada,
decimos hoy. La fidelidad a la lengua que se traduce sólo puede estar limitada por la
inteligibilidad de la lengua a la que se traduce. Y la inteligibilidad de la traducción de Diego
López en el siglo XVII no puede ponerse en duda, cuando fueron varias las ediciones que se
publicaron.
En fin, el propósito didáctico, por una parte, y, por otra, la rigurosa aplicación del
principio de fidelidad literal explican las características de la traducción de Diego López y nos
la presentan como un producto típico de su época. El estudio de la recepción de Virgilio no
puede realizarse sin tener en cuenta las características de la traducción de Diego López, la más
leída y enseñada en la España del siglo XVII.
6. HUMANISTAS MENORES
Entre los autores de los siglos XVI y XVII destaca, sin duda, como se ha mencionado
en el apartado anterior, Diego López, de Valencia de Alcántara, cercano en categoría a los
cuatro grandes, magnífico traductor y comentador de Virgilio, Persio, Juvenal, Valerio
Máximo, los Emblemas de Alciato, etc., y autor de una égloga a la muerte del Brocense.
Merecen citarse también: Juan Maldonado, de Casas de Reina, discípulo de griego de
Hernán Núñez, con sólida formación clásica, profesor de filosofía y teología en París y
notable por sus conocimientos escriturarios y sus numerosos comentarios bíblicos. Cristóbal
de Mesa, de Zafra, fanático de los clásicos, imitador de ellos y traductor de Virgilio. Luis de
Zapata, de Llerena, frecuentador de los autores antiguos y traductor, no muy afortunado, del
Arte Poética de Horacio. Juan Sorapán de Rieros, de Logrosán, cuya Medicina en
proverbios está erizada de citas y textos clásicos bien asimilados. Bernabé Moreno de
Vargas, de Mérida, historiador de las antigüedades de su ciudad natal. Baste con estos
nombres entre la docena de ellos que podrían citarse.
Pero hay dos humanistas de más talla que los anteriores en cuanto humanistas
estrictos, pese a que se trata de humanistas "tardíos", posteriores al periodo clásico del
Humanismo.
El primero de ellos es FAUSTINO DE ARÉVALO. Nacido en Campanario en 1747,
ingresó en la Compañía de Jesús en 1761. La expulsión de los jesuitas lo llevó a Italia en
1767, donde se entregó ardorosamente al estudio de los clásicos latinos, y sobre todo latinocristianos, bajo los auspicios de su protector el Cardenal Lorenzana. Fue en Roma Censor de
la Academia de la Religión Católica, Teólogo de la Penitenciaría e Himnógrafo Pontificio,
título que le confirió Pío VII en 1800. Restablecida la Compañía, y pese a los esfuerzos por
retenerlo en Roma, volvió a España en 1815, siendo Rector del Colegio de Loyola. Murió en
Madrid en 1824.
Su primera gran obra fue Hymnodia Hispánica (Roma, 1786), una edición con
enjundioso comentario de más de un centenar de himnos litúrgicos siguiendo las festividades
eclesiásticas, desde el 8 de diciembre hasta el 15 de noviembre. Precede una eruditísima
disertación de 224 páginas sobre el origen y evolución de los himnos cristianos. Además, una
docena de los himnos de esta obra tienen por autor al propio Arévalo, que demuestra su
condición de buen poeta latino.
Esta sensibilidad lo hacía especialmente apto para sintonizar con los poetas 1atinocristianos. Y editó a cuatro de ellos, de los más grandes: Prudencio, Draconcio, Juvenco y
Sedulio. Todas estas ediciones llevan unos larguísimos y eruditísimos Prolegomena en los
que se tratan de forma exhaustiva la biografía y la producción del autor, los problemas
principales relacionados con su obra, los manuscritos, las ediciones, la prosodia y la métrica,
el estilo, la calidad de su latinitas, etc. Y la edición del texto va acompañada de numerosas
notas con explicaciones de todo tipo. Un modelo perfecto de edición crítica y comentada,
incluso con unos magníficos Indices rerum, nominum et verborum al final.
Mas, a pesar de los valiosísimos méritos de estas ediciones, su mayor gloria filológica
descansa en su magna edición de San Isidoro, edición que tuvo el honor de pasar a la
Patrología Latina de Migne. Sólo los Prolegomena de esta obra abarcan los dos primeros
volúmenes, con más de 1.300 páginas, y constituyen una portentosa muestra de erudición
histórica y filológica. Huelga decir que todos los Prolegomena citados están escritos en latín,
lo mismo que las notas de los comentarios, en un latín impecablemente clásico. Especialmente
cuidado es el latín de su Laudatio funebris en la muerte de su amigo y protector Lorenzana,
que lo nombró su albacea testamentario, laudatio que fue leída por el autor en la citada
Academia de la Religión Católica.
Estas son sus obras más sobresalientes, pero tiene algunas más publicadas y numerosas
inéditas. Si Arévalo hubiera vivido un siglo y medio o dos antes sería probablemente tan
famoso e importante como Arias Montano o el Brocense.
El segundo de estos humanistas tardíos que merece destacarse, aunque de menor talla
que Arévalo, es FRANCISCO PATRICIO DE BERGUIZAS. Se sabe muy poco de su vida.
Nacido en Valle de Santa Ana en torno a 1750, fue sacerdote, miembro de la Real Academia
Española y bibliotecario de la entonces Biblioteca Real. Dominaba con maestría el latín, el
griego y el hebreo. Salió de Madrid en 1808 huyendo de los franceses y murió en Cádiz en
1810; tal vez fuera un liberal ilustrado.
Su mérito de humanista insigne estriba en haber sido el primer traductor de Píndaro al
castellano (antes, sólo Fr. Luis de León había traducido la primera Olímpica, y con no muy
buena fortuna, lo que demuestra la dificultad de la tarea), y en que esta traducción de
Berguizas, en verso, es de una calidad difícilmente superable. Aunque tradujo a Píndaro
completo, sólo publicó el tomo 1, es decir, las 14 Olímpicas, con el título de Obras poéticas
de Píndaro en metro castellano con el texto griego y notas críticas, Madrid, Imprenta Real,
1798. La traducción va precedida de un largo Discurso sobre el carácter de Píndaro de 104
páginas, que es, para Menéndez Pelayo, "el trozo de crítica más notable del Siglo XVIII. En
efecto, en él se revela el autor como un crítico literario excepcional. Algunos de los puntos
que desarrolla magistralmente son: comparación de Píndaro con los poetas hebreos de la
Biblia (Moisés, David... ); frente a la opinión general, Píndaro es un poeta lacónico, no
verboso, ya que la abundancia está en los pensamientos e imágenes, pero expresados
concisamente; las digresiones no desentonan, pues su función es realzar un personaje o un
hecho ("los grandes líricos no hablan al entendimiento en derechura..."); la índole de la
composición lírica no consiste en la expresión metódica, sino en el "orden confuso y
trastornado" con que los hechos aparecen a la mente exaltada, y que es un "orden trastornado,
pero natural"; en la alta poesía hay que evitar las expresiones vulgares y conservar sostenido el
lenguaje, el tono y el decoro poético".
En cuanto a su traducción, sus versos castellanos son sonoros y en general reproducen
el sentido de su modelo griego. Sus versos son de una calidad muy elevada, que no desmerece
de la del original. Él mismo dice lo que intentó conseguir, y el resultado se acerca bastante a
sus intenciones: "Dediqué el mayor esmero a trasladar del griego al castellano las gracias y
bellezas del original y conservarlas literalmente siempre que lo permitía la diferente índole de
los dos idiomas, y cuando no, sustituyendo otras semejantes; ejecutándolo con solicitud
cuidadosa no sólo en los pensamientos, las figuras, las imágenes, las oraciones y cláusulas
inversas, las frases cortadas, las sentencias sueltas, las transiciones prontas e inesperadas, las
comparaciones suspensas, las alegorías frecuentes, las metáforas atrevidas, los epítetos
aglomerados, el estilo rápido, el lenguaje lírico, el dialecto poético; sino aun en las enérgicas y
armoniosas onomatopeyas, o expresiones imitativas, esforzándome a conservar en lo posible
hasta la armonía y los sonidos de las palabras originales.
Es una lástima que no se publicara, ni se sepa dónde está, la traducción de las Píticas,
Nemeas e Istmicas, así como otras traducciones que el autor hizo del latín, del griego y del
hebreo, según él mismo asegura: "los Profetas menores, los Trenos de Jeremías, varios
Cánticos y Salmos, Oraciones de S. Basilio y de S. Juan Crisóstomo, de Tulio y Demóstenes,
varias Odas de Horacio, etc.
Además de éstos, habría que citar, para que quedara más completa la visión
panorámica del humanismo extremeño, a escritores dieciochescos como el zafrense Vicente
García de la Huerta, autor de estimables dísticos latinos y traductor ocasional, en verso, de
Horacio y Ovidio. O como el emeritense Juan Pablo Forner, que, en su Oración Apologética
y en múltiples pasajes de sus obras demuestra poseer enorme erudición, así como profundos
conocimientos y encendida afición a los autores antiguos. Y, para cerrar el capítulo, no es mal
nombre el de Bartolomé José Gallardo, que nos ha dejado en su voluminoso Ensayo... un
verdadero tesoro de noticias sobre la antigüedad a través de libros inencontrables, y que, por
su universal erudición y su insaciable curiosidad intelectual, es una figura asimilable a los
humanistas grandes.
En estos nombres puede verse cómo la semilla arrojada por los humanistas extremeños
de la Edad de oro siguió fructificando en una línea de continuidad ininterrumpida.
7. LOS CLÁSICOS EN EL RENACIMIENTO
Si hay algo que caracteriza a los humanistas es la búsqueda del ideal humano en las
fuentes clásicas. Se vuelve la mirada hacia los autores clásicos, editando sus obras,
traduciéndolas, comentándolas. Se produce un verdadero renacer de la cultura clásica y la
filología se convierte en punto de referencia para todos los humanistas.
Muchos son los autores clásicos estudiados y comentados por los humanistas. A
continuación se presentan algunos de los más importantes, tanto griegos como latinos.
7.1. AUTORES GRIEGOS
7.1.1. HOMERO
Nombre tradicionalmente asignado al famoso autor de la Iliada y la Odisea, las dos
grandes epopeyas de la antigüedad griega. Nada se sabe de su persona, y de hecho algunos
ponen en duda que sean de él estas dos obras. Sin embargo, los datos lingüísticos e
históricos de que se dispone, permiten suponer que los poemas fueron escritos en los
asentamientos griegos de la costa oeste de Asia Menor, hacia el siglo IX a.C.
La Iliada
Las dos epopeyas narran hechos legendarios que supuestamente ocurrieron muchos
siglos antes de la época en que fueron escritas. La Iliada se sitúa en el último año de la
guerra de Troya. Narra la historia de la cólera del héroe griego Aquiles. Insultado por su
comandante en jefe, Agamenón, el joven guerrero Aquiles se retira de la batalla,
abandonando a su suerte a sus compatriotas griegos, que sufren terribles derrotas a manos de
los troyanos. Aquiles rechaza todos los intentos de reconciliación por parte de los griegos,
aunque finalmente cede en cierto modo al permitir a su compañero Patroclo ponerse a la
cabeza de sus tropas. Patroclo muere en el combate, y Aquiles, presa de furia y rencor,
dirige su odio hacia los troyanos, a cuyo líder, Héctor (hijo del rey Príamo), derrota en
combate singular. El poema concluye cuando Aquiles entrega el cadáver de Héctor a
Príamo, para que éste lo entierre, reconociendo así cierta afinidad con el rey troyano, puesto
que ambos deben enfrentarse a la tragedia de la muerte y el luto.
La Odisea
La Odisea narra el regreso del héroe griego Odiseo (Ulises en la tradición latina) de
la guerra de Troya. En las escenas iniciales se relata el desorden en que ha quedado sumida
la casa de Odiseo tras su larga ausencia. Un grupo de pretendientes de su esposa Penélope
está acabando con sus propiedades. A continuación, la historia se centra en el propio héroe.
El relato abarca sus diez años de viajes, en el curso de los cuales se enfrenta a diversos
peligros, como el cíclope devorador de hombres, Polifemo, y a amenazas tan sutiles como la
que representa la diosa Calipso, que le promete la inmortalidad si renuncia a volver a casa.
La segunda mitad del poema comienza con la llegada de Odiseo a su isla natal, Ítaca. Aquí,
haciendo gala de una sangre fría y una paciencia infinitas, pone a prueba la lealtad de sus
sirvientes, trama y lleva a efecto una sangrienta venganza contra los pretendientes de
Penélope, y se reúne de nuevo con su hijo, su esposa y su anciano padre.
Los himnos homéricos
Junto a la Iliada y la Odisea figuran los llamados himnos homéricos, una serie de
poemas relativamente breves, que celebran las hazañas de diversos dioses, compuestos en
un estilo épico similar, y también atribuidos a Homero.
La cuestión homérica
El texto moderno de los poemas homéricos se transmitió a través de los manuscritos
medievales y renacentistas, que a su vez son copias de antiguos manuscritos, hoy perdidos.
Pese a las numerosas dudas que existen sobre la identidad de Homero (algunos lo describen
como un bardo ciego de Quíos) o sobre la autoría de determinadas partes del texto, la
mayoría de sus lectores, creyeron que Homero fue un poeta (o como mucho, dos poetas)
muy parecido a los demás. Es decir la Iliada y la Odisea, aunque basadas en materiales
tradicionales, son obras independientes, originales y en gran medida ficticias.
Sin embargo, durante los últimos doscientos años, esta visión ha cambiado
radicalmente, tras la aparición de la interminable cuestión homérica: ¿Quién, cómo y cuándo
compuso la Iliada y la Odisea? Aún no se ha encontrado una respuesta que satisfaga a todas
las partes. En los siglos XIX y XX los estudiosos han afirmado que ciertas inconsistencias
internas venían a demostrar que los poemas no eran sino recopilaciones, o añadidos, de
poemas líricos breves e independientes (lays); los unitaristas, por su parte, consideraban que
estas inconsistencias eran insignificantes o imaginarias y que la unidad global de los poemas
demostraba que ambos eran producto de una sola mente. Recientemente, la discusión
académica se ha centrado en la teoría de la composición oral-formularia, según la cual la
base de los poemas tal y como hoy los conocemos es un complejo sistema de dicción
poética tradicional (por ejemplo, combinaciones de sustantivo-epíteto: Aquiles, el de los
pies ligeros) que sólo puede ser producto del esfuerzo común de varias generaciones de
bardos heroicos.
Ninguna de estas interpretaciones es determinante, pero sería justo afirmar que
prácticamente todos los comentaristas coinciden en que, por un lado, la tradición tiene un
gran peso en la composición de los poemas y, por otro, que en lo fundamental ambos
parecen obra de un mismo creador. Entretanto, los hallazgos arqueológicos realizados en el
curso de los últimos 125 años, en particular los de Heinrich Schliemann, han demostrado
que gran parte de la civilización descrita por Homero no era ficticia. Los poemas son pues,
en cierto modo, documentos históricos, y la discusión de este aspecto ha estado presente en
todo momento en el debate sobre su creación.
Influencia
Homero es, de manera directa, el padre de toda la literatura griega posterior: el
teatro, la historiografía e incluso la filosofía, llevan la huella de los temas planteados en
estas epopeyas, así como de las técnicas homéricas. Para los últimos poetas épicos de la
literatura occidental Homero ha sido siempre el maestro indiscutible.
7.1.2. SÓFOCLES
Vida
Uno de los tres grandes dramaturgos de la antigua Atenas, (496-406 a.C.), junto con
Esquilo y Eurípides. Nació en Colono Hípico (hoy parte de Atenas) alrededor del año 496
a.C. Sófocles recibió la mejor educación aristocrática tradicional. De joven fue llamado a
dirigir el coro de muchachos para celebrar la victoria naval de Salamina en el año 480 a.C.
En el 468 a.C., a la edad de 28 años, derrotó a Esquilo, cuya preeminencia como poeta
trágico había sido indiscutible hasta entonces, en el curso de un concurso dramático. En el
441 a.C. fue derrotado a su vez por Eurípides en uno de los concursos dramáticos que se
celebraban anualmente en Atenas. Sin embargo, a partir del 468 a.C., Sófocles ganó el
primer premio en veinte ocasiones, y obtuvo en muchas otras el segundo. Su vida, que
concluyó en el año 406 a.C., cuando el escritor contaba casi noventa años, coincidió con el
periodo de esplendor de Atenas. Entre sus amigos figuran el historiador Herodoto y el
estadista Pericles.
Obras dramáticas
Sófocles escribió más de cien piezas dramáticas, de las cuales se conservan siete
tragedias completas y fragmentos de otras ochenta o noventa. Las siete obras conservadas
son Antígona, Edipo Rey, Electra, Áyax, Las Traquinias, Filoctetes y Edipo en Colono
(producida póstumamente en el año 401 a.C.).
Estas siete tragedias se consideran sobresalientes por la fuerza y la complejidad de su
trama y su estilo dramático, y al menos tres de ellas, Antígona, Edipo Rey y Edipo en
Colono, son consideradas unánimemente como obras maestras. Antígona propone uno de
los principales temas del autor: el carácter de los protagonistas, las decisiones que toman y
las consecuencias, a menudo dolorosas, de estos dictados de la voluntad personal. Antígona
relata el rito funerario de su hermano Polinices, muerto en combate al desobedecer el edicto
de Creonte, gobernador de Tebas. El entierro del hermano acarrea para Antígona su propia
muerte, la muerte de su amante, Hemón, que no es otro que el hijo de Creonte, y la muerte
de Eurídice, esposa de Creonte.
Áyax, Filoctetes, Electra y Las Traquinias, repiten, en mayor o menor grado, los
temas ya expuestos en Antígona. Edipo Rey, merecidamente famosa por su impecable
construcción, su fuerza dramática y su eficaz ironía, fue considerada por Aristóteles en su
Poética, como la más representativa, y en muchos aspectos la más perfecta, de las tragedias
griegas. La trama gira en torno al héroe mitológico Edipo, que poco a poco descubre la
terrible verdad de haber ascendido al cargo de gobernador de Tebas tras haber asesinado
involuntariamente a su padre, primero, y casándose con su madre, la reina Yocasta, después.
Edipo en Colono describe la reconciliación del ciego y anciano Edipo con su destino, y su
sublime y misteriosa muerte en Colono, tras vagar durante años en el exilio, apoyado por el
amor de su hija Antígona.
Influencia
Sófocles es considerado hoy por muchos estudiosos como el mayor de los
dramaturgos griegos, por haber alcanzado un equilibrio expresivo que está ausente tanto en
el pesado simbolismo de Esquilo como en el realismo teórico de Eurípides. Se le atribuyen
numerosas aportaciones a la técnica dramática, y dos importantes innovaciones: la
introducción de un tercer actor en escena, lo que permite complicar notablemente la trama y
realzar el contraste entre los distintos personajes, y la ruptura con la moda de las trilogías,
impuesta por Esquilo, que convierte cada obra en una unidad dramática y psicológica
independiente, y no en parte de un mito o tema central. Sófocles también transformó el
espíritu y la importancia de la tragedia; en lo sucesivo, aunque la religión y la moral
siguieron siendo los principales temas dramáticos, la voluntad, las decisiones y el destino de
los individuos pasaron a ocupar el centro de interés de la tragedia griega.
7.1.3. PLATÓN
Vida
Filósofo griego (428 a.C.- 347 a.C.), uno de los pensadores más creativos e
influyentes de la filosofía occidental. Nació en el seno de una familia aristocrática en
Atenas. Su padre murió cuando aún era un niño. De joven, Platón tuvo ambiciones políticas
pero se desilusionó con los gobernantes de Atenas. Más tarde se proclamó discípulo de
Sócrates, aceptó su filosofía y su forma dialéctica de debate: la obtención de la verdad
mediante preguntas, respuestas y más preguntas. Temiendo tal vez por su vida, abandonó
Atenas algún tiempo y viajó a Italia, Sicilia y Egipto.
En el año 387 Platón fundó en Atenas la Academia, institución a menudo
considerada como la primera universidad europea. Ofrecía un amplio plan de estudios, que
incluía materias como astronomía, biología, matemáticas, teoría política y filosofía.
Aristóteles fue su alumno más destacado.
Ante la posibilidad de conjugar la filosofía y la práctica política, Platón viajó a
Sicilia en el año 367 a.C. para ser tutor del nuevo gobernante de Siracusa Dionisio el Joven.
El experimento fracasó. Platón regresó a Siracusa en el año 361 a.C., pero una vez más su
participación en los acontecimientos sicilianos tuvo poco éxito. Pasó los últimos años de su
vida dando conferencias en la Academia y escribiendo. Murió próximo a los 80 años en
Atenas en el año 348 o 347 a.C.
Obra
Los escritos de Platón adoptaban la forma de diálogos, donde se exponían ideas
filosóficas, se discutían y se criticaban en el contexto de una conversación o un debate en el
que participaban dos o más personas. El primer grupo de escritos de Platón incluye 35
diálogos y 13 cartas, aunque se ha cuestionado la autenticidad de algunos diálogos y de la
mayoría de las cartas.
Primeros diálogos
Los diálogos se pueden dividir en tres etapas de composición. La primera representa
el intento que hizo Platón de comunicar la filosofía y el estilo dialéctico de Sócrates. Dentro
de este grupo de diálogos se encuentran Cármides (un intento por definir la templanza),
Lisis (una discusión sobre la amistad), Laques (una búsqueda del significado del valor),
Protágoras (una defensa de la tesis de que la virtud es conocimiento y que es posible
aprenderla), Eutifrón (una consideración sobre la naturaleza de la piedad), y el libro I de La
República (una discusión sobre la justicia).
Diálogos intermedios y últimos
Los diálogos de los periodos intermedio y último de la vida de Platón reflejan su
propia evolución filosófica. Las ideas de esas obras se atribuyen al propio Platón, aunque
Sócrates sigue siendo el personaje principal en muchos diálogos. Los escritos del periodo
intermedio abarcan los de Gorgias (una reflexión sobre distintas cuestiones éticas), Menón
(una discusión sobre la naturaleza del conocimiento), Apología (la defensa que hizo
Sócrates de sí mismo durante el juicio en el que fue acusado de ateísmo y corrupción de la
juventud ateniense), Crátilo (la defensa de Sócrates de la obediencia a las leyes del Estado),
Fedro (escena de la muerte de Sócrates, en la que discute sobre la teoría de las ideas, la
naturaleza del alma y la cuestión de la inmortalidad), El Banquete (destacada realización
dramática de Platón que contiene varios discursos sobre la belleza y el amor) y La
República (máxima obra filosófica de Platón, que es una detallada discusión sobre la
naturaleza de la justicia).
Entre los trabajos del último periodo se encuentran Teeteto (una negación de que el
conocimiento tiene que ser identificado con el sentido de percepción), Parménides (una
evaluación crítica de la teoría de las ideas), Sofista (una reflexión posterior sobre las ideas o
las formas), Filebo (discusión sobre la relación entre el placer y el bien), Timeo (ideas de
Platón sobre las ciencias naturales y la cosmología), y Leyes (un análisis más práctico de las
cuestiones políticas y sociales).
Teoría del conocimiento
En el centro de la filosofía de Platón está su teoría de las formas o de las ideas. En el
fondo, su idea del conocimiento, su teoría ética, su psicología, su concepto del Estado y su
perspectiva del arte deben ser entendidos desde esta perspectiva.
La teoría de las ideas de Platón y su teoría del conocimiento están tan
interrelacionadas que deben tratarse juntas. Influido por Sócrates, Platón estaba persuadido
de que el conocimiento se puede alcanzar. También estaba convencido de dos características
esenciales del conocimiento. Primera, el conocimiento debe ser certero e infalible. Segunda,
el conocimiento debe tener como objeto lo que es en verdad real en contraste con lo que lo
es sólo en apariencia.
La teoría del conocimiento de Platón se expone en La República, en concreto en su
discusión sobre la imagen de la línea divisible y el mito de la caverna. En la primera, Platón
distingue entre dos niveles de saber: opinión y conocimiento.
El mito de la caverna describe a personas encadenadas en la parte más profunda de
una caverna. Atados de cara a la pared, su visión está limitada y por lo tanto no pueden
distinguir a nadie. Lo único que se ve es la pared de la caverna sobre la que se reflejan
modelos o estatuas de animales y objetos que pasan delante de una gran hoguera
resplandeciente. Uno de los individuos huye y sale a la luz del día. Con la ayuda del sol, esta
persona ve por primera vez el mundo real y regresa a la caverna diciendo que las únicas
cosas que han visto hasta ese momento son sombras y apariencias y que el mundo real les
espera en el exterior si quieren liberarse de sus ataduras. El mundo de sombras de la caverna
simboliza para Platón el mundo físico de las apariencias. La escapada al mundo soleado
fuera de la caverna simboliza la transición hacia el mundo real, el universo de la existencia
plena y perfecta, que es el objeto propio del conocimiento.
Teoría política
La República, la mayor obra política de Platón, trata de la cuestión de la justicia y
por lo tanto de las preguntas ¿qué es un Estado justo? y ¿quién es un individuo justo?.
El Estado ideal, según Platón, se compone de tres clases. La estructura económica
del Estado reposa en la clase de los comerciantes. La seguridad, en los militares y el
liderazgo político es asumido por los filósofos-reyes. La clase de una persona viene
determinada por un proceso educativo que empieza en el nacimiento y continúa hasta que
esa persona ha alcanzado el máximo grado de educación compatible con sus intereses y
habilidades. Los que completan todo el proceso educacional se convierten en filósofosreyes.
Platón aplica al análisis del alma humana un esquema semejante: la racional, la
voluntad y los apetitos. Una persona justa es aquella cuyo elemento racional, ayudado por la
voluntad, controla los apetitos. Existe una evidente analogía con la estructura del Estado
anterior, en la que los filósofos-reyes sabios, ayudados por los soldados, gobiernan el resto
de la sociedad.
Ética
La teoría ética de Platón descansa en la suposición de que la virtud es conocimiento
y que éste puede ser aprendido. Dicha doctrina debe entenderse en el conjunto de su teoría
de las ideas. Como ya se ha dicho, la idea última para Platón es la idea de Dios, y el
conocimiento de esa idea es la guía en el trance de adoptar una decisión moral. Platón
mantenía que conocer a Dios es hacer el bien. La consecuencia de esto es que aquel que se
comporta de forma inmoral lo hace desde la ignorancia.
Arte
Platón tenía una idea antagónica del arte y del artista aunque aprobara algunos tipos
de arte religioso y moralista. Su enfoque tiene que ver una vez más con su teoría de las
ideas. Una flor bonita, por ejemplo, es una copia o imitación de las ideas universales de flor
y belleza. La flor física es una reproducción de la realidad, es decir, de las ideas. Un cuadro
de la flor es, por lo tanto, una reproducción secundaria de la realidad.
Influencia
La influencia de Platón a través de la historia de la filosofía ha sido inmensa. Su
Academia existió hasta el año 529 d.C., en que fue cerrada por orden del emperador
bizantino Justiniano I, que se oponía a la difusión de sus enseñanzas paganas. El impacto de
Platón en el pensamiento judío es obvio en la obra del filósofo alejandrino del siglo I Filón
de Alejandría. El neoplatonismo, fundado en el siglo III por el filósofo Plotino, fue un
importante desarrollo posterior de las ideas de Platón. Los teólogos Clemente de Alejandría,
Orígenes y san Agustín fueron los primeros exponentes cristianos de una perspectiva
platónica. Las ideas platónicas tuvieron un papel crucial en el desarrollo del cristianismo y
también en el pensamiento islámico medieval.
Durante el renacimiento, el primer centro de influencia platónica fue la academia
florentina, fundada en el siglo XV cerca de Florencia. Bajo la dirección de Marsilio Ficino,
los miembros de la academia estudiaron a Platón en griego antiguo. En Inglaterra, el
platonismo fue recuperado en el siglo XVII por Ralph Cudworth y otros que se dieron a
conocer como la escuela de Cambridge. La influencia de Platón ha llegado al siglo XX de la
mano de pensadores como Alfred North Whitehead.
7.2. AUTORES LATINOS
7.2.1. VIRGILIO
Vida
Virgilio nace en una aldea cercana a Mantua, en la Italia del Norte, el año 70 a. C., de
una familia de clase media. Estudia en Cremona, en Milán y después en Roma. No va con su
carácter la dedicación a la retórica, que le parece ampulosa y vacía, y marcha a Nápoles,
donde estudia filosofía con el epicúreo Sirón. Pero pronto le puede su inspiración poética y
compone sus Bucólicas. Vuelve a Roma y logra entrar en el círculo literario de Mecenas y de
Augusto, con cuyas ideas y proyectos se identifica. En esta línea escribe sus Geórgicas y
después su Eneida. Muere en Brindisi el año 19 a. C., a su vuelta de un viaje a Grecia y Troya,
para visitar los lugares cantados en su poema. No terminó la Eneida a su gusto y ordenó que la
quemaran, pero sus amigos no le hicieron caso y la publicaron tal como él la dejó.
Las Bucólicas
Las Bucólicas de Virgilio, compuestas entre los años 42 al 39 a. C., son el primer
brote de poesía augústea. El poeta, joven, recoge la herencia de los neotéricos en cuanto a
erudición, técnica y búsqueda de la perfección formal; pero la reelabora y la supera con
aportaciones propias e innovadoras.
Son diez composiciones de tema pastoril, género que Virgilio imitó (otra influencia
neotérica) del poeta alejandrino Teócrito, autor de unos cuadros a la vez realistas y refinados,
sobre la vida de los pastores de Sicilia.
De Teócrito toma Virgilio motivos poéticos, escenas y hasta nombres de pastores. Pero
todo está trasplantado a un escenario italiano: paisajes, húmedas praderas, valles y riscos,
incluso el río Mincio cercano a Mantua, siendo todo una mezcla de los recuerdos de su
infancia y sus idealizaciones de una Arcadia feliz. También se distingue del escritor
alejandrino en que alude a la actualidad y a personajes reales, aunque de forma alegórica.
Los temas de las Bucólicas son: los concursos poéticos, los orígenes del mundo, las
confiscaciones de tierras hechas por Augusto a favor de los veteranos, la vuelta de la edad de
oro con el nacimiento de un niño divino que desterrará del mundo la injusticia, etc.
En esta obra está ya lo esencial de la inspiración virgiliana: su sentido de la armonía y
el equilibrio, su sobriedad, el pathos, su simpatía con la naturaleza entera. También apuntan
ya los rasgos de toda literatura augústea: clasicismo formal y sintonía con las realidades
políticas y sociales.
Las Geórgicas
Las Geórgicas comenzó a escribirlas años antes de que Augusto asumiera el poder y
las terminó el año 30 a. C. El contenido sintonizaba con las inclinaciones de Virgilio, hijo de
campesinos y enamorado del campo. Cuando se publican sintonizan con el programa social,
agrario y religiosos de Augusto, que se proponía la vuelta de los romanos al cultivo de la tierra
y a las tradiciones religiosas campesinas.
Virgilio se inspira en Los trabajos y los días de Hesíodo y en los tratados latinos de
agricultura escritos por Catón y Varrón. Mezcla de ciencia y de poesía, es esta última la que
prevalece. Para muchos autores esta obra que pudo acabar a su gusto, a diferencia de la
Eneida, es la cumbre de su poesía en cuanto a perfección formal.
La Eneida
La Eneida es la gran epopeya nacional romana. Consta de doce libros y de cerca de
deiz mil hexámetros. Virgilio, siguiendo las huellas de Homero, emula en los seis primeros
libros la Odisea y en los seis últimos la Ilíada.
Aparte de esta división en dos mitades, se ha observado también otra en tres bloques,
cada uno de ellos con un protagonista parcial, aunque el héroe absoluto sea Eneas: libros I-IV,
con Dido como figura principal; libros V-VIII, el bloque central, con total protagonismo de
Eneas; y libros IX-XII, en los que destaca la figura de Turno.
Parece que Virgilio, a instancias de Mecenas y de Augusto, pensó primero en la
posibilidad de componer un poema épico cantando las gestas de Augusto; pero
afortunadamente se decidió por un tema más grandioso y más acorde con su robusta
inspiración y su independencia artística: la "exaltación de Roma" en sus orígenes mitológicos.
Nevio había cantado un suceso contemporáneo. Ennio, la historia de Roma hasta su
tiempo. Ambos habían tocado los orígenes, pero como una digresión. Virgilio los convierte en
el tema fundamental de su epopeya. Sin embargo, consigue hábilmente insertar en la Eneida la
glorificación de Augusto, de su familia y de otros personajes y familias ilustres. En la bajada
de Eneas a los infiernos, Anquises hace desfilar ante sus ojos, como en una procesión, los
héroes gloriosos que va a engendrar Roma; y Virgilio aprovecha para ensalzar a la familia de
Augusto, la familia Julia, a la que hace descender de Julo, hijo de Eneas. En el libro VI,
Venus, madre de Eneas, pide a Vulcano que forje un escudo para su hijo; Vulcano graba en el
escudo una sucinta historia de Roma y, como motivo central, la gloria de Augusto en la
batalla de Accio. De este modo Virgilio identifica, en una hábil síntesis, la historia nacional
con la historia de la dinastía imperial.
Virgilio, aunque sigue las huellas de Homero e imita episodios homéricos, abre una
etapa nueva en la poesía épica. La Eneida es una obra con un objetivo: la glorificación de
Roma. Se distingue además la épica virgiliana por su subjetividad, nacida de su simpatía con
la naturaleza entera, los seres animados y los inanimados. El propio héroe del poema, Eneas,
no es un puro guerrero, como Aquiles, sino el pius Eneas, el héroe religioso y humano
desgarrado por una tragedia interior: tiene que obedecer a los dioses, y por ello abandona
contra su voluntad a Dido; y por ello mata, contra su voluntad y tras dudarlo mucho, a Turno,
su antagonista. La Eneida respira, en sus personajes, en su desarrollo, en sus descripciones y
digresiones, un perfecto equilibrio y una perfecta armonía, que es la virtud más excelsa de los
verdaderos clásicos. Estas virtudes fueron, entre otras, las que posteriormente llamaron la
atención de los humanistas.
7.2.2. HORACIO
Vida
Quinto Horacio Flaco (65-8 a.C.), natural de Venusa, en el sur de Italia, hijo de un
liberto, tuvo una esmerada educación, primero en Roma y después en Atenas, donde se alistó
en las filas de Bruto, el asesino de César, y participó con más pena que gloria en la batalla de
Filipos. Vuelto a Roma, desempeña un cargo administrativo en la oficina de los cuestores,
hasta que, por medio de Virgilio y Vario, entra en el círculo de amigos de Mecenas, el
ministro de Augusto para la cultura, con el que le unirá ya siempre una entrañable amistad,
que le hará posible vivir desde entonces dedicado íntegramente a la poesía.
De pequeña estatura, prematuramente cano, carácter sanguíneo, fácilmente irritable,
pero pronto calmado, y talante epicúreo, fue Horacio exigentísimo en cuanto a la perfección
formal de su poesía. Es el más grande de los líricos latinos.
Epodos
Frente a los neotéricos, Horacio no imita a los poetas alejandrinos, sino a los líricos
griegos de los siglos VIl y VI a.C. Entre el 40 y el 30 a.C., escribió, siguiendo a Arquíloco, un
libro de Yambos (Iambi), 17 composiciones que los gramáticos posteriores llamaron Epodos.
A diferencia de Arquíloco, cuyos yambos iban cargados de agresividad, Horacio, sin
dejar de usar la invectiva, es menos duro y más variado: el epodo I constituye un canto de
amistad a Mecenas. El II, el famoso Beatus ille, imitado por Fray Luis de León ("Qué
descansada vida..."), es un precioso elogio del campo, pero con la sorpresa final de estar en
boca de un usurero, que no piensa dejar la ciudad y la usura. El VII, de los mejores, es una
apasionada invocación a sus conciudadanos para que pongan fin a las guerras civiles que los
llevan a la destrucción.
Los Epodos no son una obra genial, pero con ellos Horacio mide sus fuerzas como
poeta y le sirven de entrenamiento, ya logrado en muchos aspectos, para su gran obra lírica:
las Odas.
Las Odas (Carmina)
Constituyen la obra cumbre de la lírica latina. Son cuatro libros con un total de 104
odas. Los tres primeros libros fueron escritos entre los años 30 y 23 a.C., y luego se añadió el
cuarto libro. La oda I (como el epodo I) está dedicada a Mecenas y en ella reafirma Horacio su
vocación por la poesía y su deseo de que se le cuente "entre los líricos inspirados". Horacio
tiene conciencia de que sus odas son lo mejor de su obra y afirma que serán más duraderas
que el bronce (exegi monumentum aere perennius).
Los temas y los motivos de las Odas son muy variados, desde la efusión del
sentimiento personal hasta escenas de la vida diaria y manifestaciones de patriotismo. Las
mejores son las de tipo filosófico, en las que, desarrollando ideas estoicas y epicúreas, une
reflexiones llenas de melancolía sobre el paso del tiempo, la muerte inexorable, e invita a
gozar (carpe diem) de los pocos años que nos concede la vida. Pero la verdadera felicidad
consiste para Horacio, no en la ambición de riquezas ni de poder, sino en conformarse con un
suficiente pero modesto pasar, sin penas ni ansiedades. En cuanto a las odas de amor, frente a
la pasión de Catulo, nuestro poeta muestra la misma templanza que en las otras facetas de su
vida.
Horacio comparte con Virgilio la condición de "clásico" por excelencia de la poesía
latina. Sus características son igualmente el equilibrio, la contención y la perfecta
concordancia entre el pensamiento y la expresión.
7.2.3. CICERÓN
Vida
Nació en Arpino, al sur del Lacio, de una familia de clase media; recibió su formación
en Roma y la completó en Grecia. Vive en el medio siglo final de la república, época de
grandes convulsiones internas: guerras civiles, rebelión de Espartaco, conjuración de Catilina,
guerra entre César y Pompeyo... Todos estos sucesos los vive de cerca, interviniendo
decisivamente en algunos de ellos. Tras el asesinato de César, Cicerón, ardiente republicano,
creyó erróneamente que era posible la plena restauración de la república, sinónimo en Roma
de libertad. Y vuelve a la palestra política pronunciando sus Filípicas contra Marco Antonio,
que había recogido la herencia de César. Esto le costó la vida a manos de los sicarios de aquél,
que tras darle muerte, clavaron su cabeza en una pica y la pasearon por el foro.
Cicerón ostenta de forma insuperable las características que pueden apreciarse en otros
muchos personajes romanos: aúna a la perfección el otium y el negotium, es decir, el
pensamiento y la acción. Desarrolla una actividad política intensa y, a la vez, una actividad
intelectual incesante. Su producción literaria se despliega en tres campos: oratoria, filosofía, y
epistolografía.
Oratoria
Sus discursos pueden dividirse en judiciales, pronunciados ante un tribunal como abogado
defensor (discursos pro - en defensa de...) o acusador (discursos in - contra...) y políticos,
pronunciados en el Senado o en el Foro (igualmente en defensa o en contra de alguien).
Veamos, por orden cronológico, algunos especialmente importantes:
In C. Verrem (Discursos contra Verres o Verrinas; año 70 a.C.), obra maestra de la
oratoria por la solidez argumental y la brillantez de expresión, dispararon definitivamente a
Cicerón hacia la fama.
Pro lege Manilia o De imperio Cn. Pompei (66 a. C). Este discurso, que anuda la amistad
entre el orador y el general, contiene el mayor elogio conocido de las cualidades militares y
personales de Pompeyo.
In L. Catilinam (63 a. C.). Catilina, candidato al consulado, junto con Cicerón, no es
elegido. Y trama una conjuración para hacerse con el poder, incluyendo en ella el asesinato de
Cicerón. Este, al tanto de todas las maquinaciones por la información que recibe de uno de los
conjurados, pronuncia contra Catilina cuatro discursos en el senado, el primero de ellos (que
comienza con el famoso "Quousque tandem, Catilina..?"). La actuación de Cicerón le acarreó
una gloria apoteósica y el apelativo de "padre de la patria". Pero esta misma actuación, en la
que mandó ejecutar a los cómplices de Catilina sin concederles el derecho de apelar al pueblo,
le había de ser más tarde funesta, ya que en ella se fundará su mortal enemigo Clodio para
enviarlo al destierro donde pasó un año de amarga desesperación.
Pro Archia poeta (62 a. C.). Toma como pretexto la defensa del poeta griego Arquías para
hacer un elogio encendido y entusiasta de las letras en general y de la poesía en particular.
Pro Marcello y Pro Ligario (46 a. C.). Tras el triunfo de César, Cicerón, perdonado,
pronunció algunos discursos en defensa de personajes que habían sido, como él, enemigos del
dictador.
In M. Antonium orationes Philippicae (Filípicas contra Marco Antonio; años 44-43 a. C.).
Fueron su canto de cisne como orador y, para muchos, sus mejores piezas oratorias.
Además de los discursos más perfectos, Cicerón nos ha dejado las mejores obras sobre
oratoria; ha sabido enseñar como nadie cómo se forma un orador y cómo se compone un
discurso; teoría y práctica se funden en él de manera admirable. Tres son sus principales obras
retóricas: Brutus, De oratore y Orator. Revela en su obra oratoria el arte de la palabra justa,
de la fina ironía, de la elegancia, del ritmo y de la armonía. Todo esto lo convirtió en el punto
cumbre de la oratoria romana y de todos los tiempos.
Filosofía
Después de su agitada vida política, Cicerón se retiró a la vida privada y escribió la
mayoría de sus obras filosóficas. Esta afición la tuvo desde su adolescencia, en la que fue
discípulo de Filón de Larisa. Las obras conservadas de Cicerón son fundamentalmente las que
siguen:
Academica, centro de la filosofía ciceroniana, en la que refleja una teoría del
conocimiento, sobre si es posible alcanzar con certeza la verdad o sólo puede llegarse a una
verdad probable.
Tratados políticos: De Republica (Sobre la República), en los que se expone cuál es la
mejor forma de gobierno; De legibus (Sobre las leyes), continuación del anterior.
Tratados morales: De finibus bonorum et malorum (Sobre los límites de los bienes y
de los males, Tusculanae disputationes (Las Tusculanas), De officiis (Sobre los deberes) y,
finalmente, De senectute (Sobre la vejez) y De amicitia (Sobre la amistad), dos pequeñas
joyas del pensamiento y del estilo ciceroniano.
Epistolografía
Las Cartas de Cicerón constituyen la más extensa y la más importante colección de la
epistolografía latina. Se nos han conservado 900 cartas. Se publican agrupadas en cuatro
colecciones: Ad familiares, Ad Atticum, Ad Quintum fratrem y Ad Brutum.
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