Crítica y sabotaje*

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NOTAS Y RESEÑAS
Crítica
y sabotaje*
Núria Calafell Sala**
Afirma Julia Kristeva que “[u]no no se pregunta por los sistemas de comunicación”, perdiéndose así “(…) el lugar de interrogación de la persona” (2001: 8).
En un gesto que viene a rebatir ambas consideraciones, Manuel Asensi ofrece
en este último ensayo una de las líneas de cuestionamiento más estimulantes
de los últimos años. No sólo porque asume el riesgo implícito que la propuesta de la búlgara conlleva –ese re-volverse hacia el pasado para re-crear, desde el presente, nuevos ideales que se orienten hacia el futuro-, sino porque lo
hace desde un lugar de problematización subjetiva que acaba por transformar
su identidad –crítica- y su voluntad –saboteadora- en dos instancias de acción
copulativas y, en la mayoría de los casos planteados como ejemplos, intercambiables. Quizá por ello, la brevedad de la enumeración del título se convierte,
ya en el cuerpo textual, en una articulación representacional de ambos términos: porque se trata de un libro sobre Crítica y sobre sabotaje, sí, pero también
sobre cómo la crítica –digamos: el pensamiento- puede devenir sabotaje –convengamos: acción- y viceversa, sobre cómo el sabotaje puede ser una arma sobrecargada ideológicamente que atenta contra el pensamiento y revulsiona las
subjetividades que lo sus/ostentan.
En este sentido, resulta imprescindible el primer capítulo, “Fundamentos de
una crítica como sabotaje”, donde el teórico construye las bases de esta nueva
propuesta sobre una serie de nociones que, a su vez, va re-visitando y re-significando. La principal de todas ellas es la literatura, verdadero objeto de estudio de todo el trabajo, y a la que define como una “(…) lámpara deformante
que convive o entra en conflicto con otro tipo de lámparas deformantes” (Asensi, 2011: 9). Más allá del homenaje a Valle-Inclán y a sus espejos de la calle del
Gato, a nadie puede escapársele la sutileza que esta reflexión suscita a la hora
de reinterpretar este discurso, entre otras cosas porque señala el desplazamiento de una visión propiamente especular –ese espejo en la mitad del camino que,
para muchos todavía hoy, representa la realidad reflejada– hacia una visión sustitutoria y, por lo mismo, agentiva: hay espejo, en efecto, pero este deforma, es
decir, ejerce una acción –aunque aparentemente negativa– sobre el objeto, poniendo así en duda la naturaleza representacional del mismo.
Entendida como cualquier otro discurso de orden simbólico y analizada,
pues, como uno de los tantos sistemas modelizantes que apelan a los indivi-
* Manuel Asensi Pérez. Crítica y sabotaje, Anthropos. Barcelona. 2011. 327 pp.
** Becaria SECyT-UNC
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duos y los incitan a realizar acciones determinadas, Manuel Asensi bucea por
aquellos elementos que pautan su diferencia –o su radicalidad, por seguir con
su terminología-, y no duda en detenerse en el que la condena a un lugar de
irrelevancia política e ideológica, a saber: un lenguaje auto-reflexivo y metafórico que, por su propia estructura analógica, cortocircuita la, de por sí, confusa
relación entre la realidad lingüística y la natural.
Ahora bien, considerando que la analogía es, ya lo decía Averroes, una estructura lógica de pensamiento que se sirve del silogismo para significarse,
desde otra perspectiva cabe considerar la metodología retórica empleada por
la literatura. Mas si se acepta que el silogismo es, en su función ejemplar, el resorte connotativo por medio del cual se genera placer o dolor, agrado o rechazo, pero en cualquier caso alteración, movimiento; mientras que, en su función
referencial, es aquello que abre la dimensión incitativa y performativa del discurso literario y/o artístico. No en vano, es su estructura tropológica la que lo
circunscribe al ámbito de lo lingüístico-semiótico, siendo así que no es posible
pensar cualquier obra separada de su articulación significante, del mismo modo
que ya no es operativo a estas alturas pretender comprenderla en toda su complejidad sin tener en cuenta la relación conflictiva que se establece entre esta
misma organización lingüístico-semiótica, y su construcción discursiva y subjetiva. Piénsese, si no, en cómo muchas veces la capacidad de una obra de llegar
al espectador y /o lector está en proporción directa a la distancia que separa lo
figural del sentido lógico, de manera que cuanto más cerca estén uno del otro,
más efectiva será la imposición de un modelo de mundo, es decir, más naturalizada estará la puesta en práctica del entimema (des)figurador (el silogismo).
Por el contrario, cuanto más alejados se muestren uno del otro, más crítica será
la articulación del dispositivo performático y, en consecuencia, más transparente será la composición silogística.
Lo que Manuel Asensi denomina “afepto” –“(…) una palabra que trata de
conjugar y aunar la dimensión afectiva y conceptual de una obra” (Asensi, 2011:
37) –no es sino la consecuencia de detenerse en esta paradoja, y en el peso ético y político que ella misma acarrea. Si Gracián, en el siglo xvii, elaboraba todo
un trabajo teórico alrededor de los conceptos, y Gilles Deleuze y Félix Guattari, ya en el siglo xx, se dedicaron a separar estos últimos –más adecuados a la
interpretación filosófica, según ellos– de los perceptos y afectos propios del
arte, es porque obliteraron el hecho de que toda organización del mundo viene
pautada por una manera de verlo subjetiva e ideológica. Y es en esta “manera
de” donde se instala el mecanismo performativo para operar en la configuración de las subjetividades y dotarlas de efectividad y de afectividad, de manera
que no es válido ya hablar de sujetos, sino de efectos de sujeto producidos por
la gama de simulacros representacionales (cuerpos, gestos, discursos, etc.) que
los determinan y los identifican.
Según esto, es la facultad simuladora que posee cualquier obra de arte en
tanto que máquina textual, lo que le otorga la base perceptivo-ideológica necesaria para apelar a las distintas individualidades, e incitarlas a encararse a sus
propias bases perceptivo-ideológicas, ya sean estas anteriores o contemporáneas. Desde qué lugar lo hagan –reforzándolas o desmintiéndolas- es lo que, a
su vez, sobrecargará al silogismo de una dimensión afectiva que habrá de subrayar su efectividad. Por eso, el teórico señala: “el arte es una ficción, esto es,
una deformación-modelización de la realidad fenoménica (una ideología), que
produce efectos de realidad. Al hablar de «efectos de realidad» quiero decir
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que el espectador o lector adquiere una percepción del mundo que en muchos
casos le conducirá a actuar de un modo determinado en el mundo empírico. Y
es claro que la actuación queda automáticamente ligada a la dimensión ética y
política”. (Asensi, 2011: 37)
Y es en relación a esto último donde observo la originalidad del libro aquí
reseñado, puesto que poner en un primer plano de significación el modo semiótico de representación, en vez de incidir sobre la representación misma, implica
ubicarse en un espacio de ficcionalidad donde la metáfora antecede a la metonimia y el significado al significante. En palabras demanianas, se podría decir
que Manuel Asensi asume conscientemente la contradicción propia de todo acto
escritural, esa que genera una fricción entre el nivel constativo del texto –su
prédica- y su nivel más performativo –su práctica-. No obstante, y atendiendo
una vez más a sus propias palabras, pienso que arriesga un poco más, si cabe,
su propuesta y, focalizando toda su atención en el simulacro de la representación, genera una suerte de indecidibilidad decible por la que la analogía adquiere
los visos de una praxis crítica que la hace efectiva en su no referencialidad, en
su acción deformante, en definitiva, en su devenir ejemplo sustitutorio, pero
con fuerza performativa real.
Cuando el autor (re)plantea su trabajo como “(…) el ejercicio de un sabotaje de aquellas máquinas textuales lineales o no lineales (literarias, filosóficas,
políticas, éticas, fílmicas, arquitectónicas, discursivas en general) que presentan
una composición silogística entimemática como algo natural, transparente o mimética. O bien la práctica de una cartografía de aquellos textos que funcionan
como un sabotaje de un determinado modelo de mundo” (2011: 43), está apuntando en esta dirección, al tiempo que añade un interesante matiz que recoloca esta propuesta en un espacio de duda permanente o de bucle interrogativo
de consecuencias imprevisibles. Leyendo detenidamente el fragmento y añadiéndole otras declaraciones del estilo –como ésta de carácter deleuziano, en la
que se afirma el vaivén contradictorio en el que se inscribe: “El sabotaje busca
cartografiar los índices maquínicos de desterritorialización y, a la vez, provocarlos allí donde los silogismos constituyan configuraciones territorializadas”
(Asensi, 2011: 70-71)-, quien quiera acercarse a este ensayo se dará cuenta de la
latente contradicción que descansa en la articulación de esta nueva mirada crítica. Y es que, si bien es cierto que su función es detectar aquellos casos en los
que el silogismo entimemático se escenifica de manera persuasiva, esto es, con
una clara intención modalizadora de las subjetividades; no lo es menos que es
en el mismo acto de localizarlos y clarificarlos que esta misma crítica se apodera del valor isotópico que aquél imprime sobre la máquina textual en cuestión. Lo que, hasta aquí, implica tener en cuenta que la crítica como sabotaje y
el silogismo son y no son lo mismo, pero se manifiestan bajo la misma lógica
de sentido: debido al contacto, a la rigurosidad y al empeño por materializarse
en pensamiento, ambas propuestas se realizan como un instrumento analítico
que, en su funcionalidad, deriva en herramienta de comprensión, de persuasión y, lo que es más importante aun, de acción.
Por eso mismo, si algo caracterizará a esta nueva mirada crítica respecto a
otros modelos anteriores o contemporáneos –la deconstrucción, tanto en su versión derrideana como en la demaniana, pero también los estudios culturales o
el feminismo (Asensi, 2011: 16-19)-, será en la defensa de un posicionamiento
metacrítico que no dude en arrogarse la capacidad de decidir cuándo ejercerse y cuándo no, y desde qué lugar. Sus palabras son, a este nivel, reveladoras:
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“este modo crítico […] desconfía de las pautas y normas que la vida social le
impone a un individuo, también desconfía de la mera facticidad de los acontecimientos y estados de cosas, y aspira a instaurar una situación más justa entre
los hombres” (Asensi, 2001: 64-65). Teniendo esto bien presente se comprende
por qué el medio escogido por el teórico no es otro que la condición mutable,
variable y móvil de un grupo social como los subalternos, por cuanto significa
“(…) colocarse siempre y de forma constante en una posición crítica, en la negatividad” (Asensi, 2011: 69). Y léase que es la condición, y no el sujeto, lo que
se constituye en punto de atención, siendo así que, una vez más, es el modo semiótico de representación, y no la representación misma, lo que pauta la dinámica de su trabajo.
Buena muestra de ello son los cinco capítulos siguientes, donde se intenta,
según el autor, “poner de relieve cómo se sabotean determinados textos posicionales o no posicionales (téticos y no téticos, hemos dicho anteriormente), y
cómo se describen aquellos otros textos cuya capacidad saboteadora los ha convertido en máquinas de guerra admirables” (2011: 75): desde el discurso críticofilosófico que pauta las teorías educacionales y sobre los animales de Rancière
y Derrida respectivamente, hasta la lectura saboteadora de dos grandes clásicos
de las letras españolas como son el Quijote y el Lazarillo, pasando por los inolvidables análisis de Vértigo de Hitchcock y de Molloy de Samuel Beckett, Crítica y
sabotaje se convierte así en un ejemplo práctico de aquello que él mismo invoca
y convoca en las páginas de teoría previas. Que, a su vez, esto venga dado por
la riqueza de los discursos analizados –hay ensayo filosófico, novelas del pasado clásico y del presente contemporáneo, poemas y cine- es lo que, a mi juicio,
marca la necesidad y la actualidad de su –por qué no avisarlo: amena- lectura.
Bibliografía citada
Kristeva, Julia. “El lenguaje de la revuelta”. Entrevista exclusiva realizada por Mauro Libertilla. Revista de Cultura Ñ. 12 de noviembre de 2011. No. 424. Pp. 6-9.
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