Máster en Democracia y Gobierno Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales Universidad Autónoma de Madrid !"#$%&'()*+,#-(.&/%&,(0,#%,-! http://portal.uam.es/portal/page/portal/UAM_ORGANIZATIVO/Departamentos/CienciaPoliticaRelacionesInternacionales/ publicaciones%20en%20red/working_papers Estudio/Working Paper 106/2009 “Cicerón y el republicanismo” Pablo Badillo O’Farrell (Universidad de Sevilla) Profesor Visitante en la UAM E-mail: [email protected] Work in progress: please check with the author before citation La pretensión de este trabajo es intentar seguir la línea que, a través de una figura señera del pensamiento republicano, Maquiavelo en concreto, nos puede llevar a encontrar la clara influencia y reflejo del pensamiento ciceroniano en esta forma del pensar político. Si nos detenemos inicialmente en la figura de Platón, que va a tener una clara y profunda influencia en la obra ciceroniana, nos podemos percatar de cómo en su República, al margen del papel esencial concedido a la virtud suma, o suma de virtudes, la justicia, otorga lugar de excepción a aquellos que obran conforme a las líneas maestras de esa manera de entender la política, conforme a los ideales sobre los que trazó la arquitectura de esta ciudad ideal. Posteriormente se podrá apreciar cómo el platonismo es una herencia claramente presente en el desarrollo de la concepción política de Cicerón, y de forma muy especial cuando lleva a cabo la culminación idealizada de la política, que se plasma de forma muy llamativa en el Somnum Scipionis. Es bien sabido cómo Aristóteles en su Política dedicó especial atención a las diferentes formas de regímenes políticos sin que pudiera decirse de forma taxativa que, dentro de las mejores opciones, tomase partido claro por ninguno en concreto y de manera especial. Es también casi lugar común la idea de que todos los regímenes pueden tener una variante aceptable y otra en la que se aprecia una desviación o degeneración de los mismos. Por ello es por lo que se puede afirmar, sin temor a equivocarnos, que ya en Aristóteles, cuando se ocupa de la forma que puede considerarse más encomiable, la politeia, que podíamos traducir por Constitución, nos encontramos con el dato de que la forma en la que ésta se articula es en base a la existencia y armonización de las diversas magistraturas o poderes que conviven dentro de ella. Puede decirse que quizás a la primera obra de Cicerón a la que hay que acercarse para entender debidamente su concepción de la política es De Oratore, en la que, como el buen retórico que fue, en la teoría y en la práctica, establece como primera necesidad para que la política pueda desarrollarse con posibilidades de éxito que los que van a ser ciudadanos tengan un dominio de los recursos de la oratoria y la argumentación. Cicerón, con ello, se está situando en forma llamativa en la línea de toda la tradición grecolatina, que insistió en la necesidad de que todos los miembros de la comunidad política poseyeran los recursos necesarios para participar activamente en la gestión de la cosa pública. Cuando Cicerón se plantea el debate entre Grecia y Roma, que está presente en varios momentos de su obra, arguye que mientras que la primera aportó la filosofía, la segunda lo hizo con la oratoria, detalle no cierto, pero en el que él insiste. Pero el problema es hasta qué punto ambos saberes deben o no marchar unidos, y cuando tal cuestión se plantea en De Oratore Cicerón defiende, frente a la opinión de Craso, que el orador ideal debe unir saber y persuasión, contenido y forma. Pero asimismo se plantea otra cuestión que, en determinados momentos ulteriores, iba tener un largo alcance y que se refiere a cuáles han de ser las funciones del orador, y establece inicialmente tres, como son las de ganarse la buena voluntad, educar la mente y cambiar las emociones. El problema, para algunos, reside en el tercer ámbito ya que éste lleva a la filosofía y a la retórica, a la política ideal y a la práctica a estar en claro desacuerdo. Éste reside en que, de acuerdo con el filósofo, la persuasión debe apelar sólo al intelecto y no a las emociones. Pero el problema reside en que la labor del orador no es solamente la de estructurar la política, sino que también, en una constitución con una forma democrática, él debe además persuadir al ciudadano ordinario, bien sea en las asambleas o en los tribunales de justicia. La oratoria es el medio por el que el pueblo se otorga a sí mismo el ser conducido y dirigido por el Senado, a la par que confía su libertad a su cuidado 1. Con ello se pone de manifiesto, en una obra que puede considerarse como “propedéutica” a las de estricto carácter político, no sólo la importancia de la palabra, sino cómo a través de ella se produce una mutua relación de confianza entre dos ámbitos o estratos muy diferentes de una determinada sociedad, y cómo se da una relación de confianza y de protección respectivamente entre ellos. En este rasgo se pueden atisbar, como va a subrayar Remer, las posibles coincidencias o diferencias entre la importancia esencial otorgada a la palabra en la obra ciceroniana –por otra parte, piedra angular de la democracia romana– y su posible paralelismo con las rasgos característicos de la actual democracia deliberativa2. El bloque que, por su parte, puede considerarse de más estricta dedicación a lo político está compuesto por tres obras esenciales, como son De Re publica, De Legibus y De Officis. El primero de los títulos trae inmediatamente a nuestra mente el reflejo de la obra platónica del mismo título, a la que ya antes nos referimos, pero sucede que tal recepción por parte de Cicerón, aun siendo innegable, se va a realizar con una perspectiva auto conscientemente crítica. El primer dato que puede subrayarse es que su seguimiento de la obra platónica lo es en un sentido bastante amplio, en cuanto los grandes temas de aquella son incluso seguidos como las grandes líneas en la obra ciceroniana del mismo título. Así se sitúa como gran asunto central la idea de la justicia, y se pueden también hallar similares referencias a asuntos como los orígenes de la mejor ciudad, los principios filosóficos que subyacen a todo ello, el papel esencial de la educación para la buena marcha de la ciudad y otros extremos conexos. Pero es que, a mayor abundamiento, adopta dos elementos esenciales de la obra platónica, cuales son que la estabilidad es el criterio fundamental para el éxito de una república y que el florecimiento de ella depende de forma directa de la educación de sus líderes. El gran asunto de De Re publica es, como Cicerón escribe en las Cartas a su hermano Quinto, “la mejor condición de la ciudad, y el mejor ciudadano”. En este sentido se puede afirmar que, en buena forma, el ideal de la mejor forma de gobierno es la gran cuestión que subyace a toda esta obra ciceroniana. De todas formas, como subraya Walter Nicgorski, en esta obra Cicerón, cuando trata la idea del mejor régimen, no lleva adelante un desarrollo igual al realizado por Platón, sino que se centra mucho más en la figura del político, como hombre de “Estado”, con las virtudes y peculiaridades que le deben caracterizar. De esta manera, se puede decir, sin temor a error, que cuando se analiza la posible relación entre el eros filosófico y el deber político, con el correspondiente control del primero por el segundo, en las perspectivas platónica y aristotélica no se puede decir que sea desconocida, pero en la visión ciceroniana es mucho más manifiesta, lo que supone la clara primacía de la cuestión del político sobre todo lo restante 3. Es bien conocida la estructura de esta obra de Cicerón, y es de destacar cómo en el primero de sus libros discute los aspectos fuertes y débiles de las tres constituciones simples, como son la democracia, la aristocracia y la monarquía. Y, a la vista de las peculiaridades de ellas, se llega a la conclusión de que quizás la más idónea de todas y la que proporcionará una mayor estabilidad a la sociedad será la constitución mixta, o sea una moderada mezcla de los tres tipos, por utilizar las palabras de Escipión en la obra 4. La idea de la constitución mixta no es una idea absolutamente nueva, ya que de ella podemos hallar claros precedentes en el pensamiento griego, en concreto en las Leyes de Platón y en la Política de Aristóteles, y en la que se recomienda incorporar elementos o rasgos de más de una constitución, para hacerla más plena. Pero quizás, por proximidad en el tiempo, el autor que puede resultar más cercano a los planteamientos ciceronianos es Polibio. Cuando escribe sus Historias uno de los puntos que analiza con detalle es el de la forma del gobierno de Roma, que había probado su capacidad para, con sus rasgos y peculiaridades, durar y mantenerse. Esta rasgo de perdurabilidad de la forma del gobierno de Roma la atribuye de manera muy esencial a la separación de poderes; así el Senado, los cónsules y las asambleas populares tienen atribuidos papeles y funciones claramente diferenciadas. Cada una de las tres partes de la res publica cooperan con las otras dos, pero también cabe el caso de que la oposición de dos de ellas al posible intento de un exceso de atribuciones de poder por la tercera sirva para evitar este posible abuso o crecimiento de poder. Se puede afirmar, con Neal Wood, que la doctrina de la Constitución mixta es sin duda una de las mayores aportaciones de la teoría política antigua a los tiempos modernos, como se analizará con posterioridad. Porque, no sólo tuvo un impacto decisivo en el desarrollo general del constitucionalismo desde la Edad Media, como ha estudiado con gran extensión James Blythe, sino que asimismo, en los períodos de la Edad Moderna, se puede apreciar su reflejo en la teoría de la monarquía mixta, los republicanos clásicos ingleses y en Montesquieu y en los Padres fundadores americanos, quienes instituyeron y nos legaron la teoría de la separación de poderes 5. No obstante todo ello, resulta bastante claro que la perspectiva ciceroniana se centra, conforme a alguno de sus intérpretes, más que en la búsqueda del mejor régimen en marcar las características que debe poseer el político modelo, o en buscar el mejor posible para la república. Así podemos hallarnos con tipificaciones en las que aparecen de forma manifiesta las diferencias entre el buen y el mal gobernante, con unos rasgos que son muy distintos de los que, por ejemplo, había trazado Platón. Por citar un arquetipo emblemático en toda la Antigüedad clásica es notable la variante tomada por Platón o Cicerón, por boca de Escipión, respecto a la figura del tirano, y así, a diferencia del primero que contrastaría esta figura con la del rey-filósofo, él lo hace con la figura de un hombre sabio y prudente que conoce bien los resortes para el buen gobierno de la cosa pública 6. Es verdad que Cicerón en De legibus puede hablar de controles y compensaciones o contrapesos de poder, pero no obstante su metáfora favorita para esta cuestión se refiere más bien a la armonía musical. Y ello es así porque para él el gran valor de la constitución mixta radica en que ella permanece estable porque preserva los elementos de más valor de cada una de las tres constituciones simples. Partiendo de los elementos más llamativos de cada una de ellas, se puede afirmar que quizás los tres elementos claves que peculiarizan a la res publica romana son el consilium, la libertas y el imperium. Hay que subrayar otros dos elementos que Cicerón se encarga de enfatizar, cuales son el que el consilium acaba caracterizando a cada constitución por su correspondiente situación, y a su vez que el mismo preserva a la res publica. Así Cicerón llega a sostener en De legibus que “toda res publica...debe ser regulada por un determinado consilium, de tal manera que será permanente” 7. Pero es que, además, para nuestro autor no será el poder sino la autoridad (auctoritas) el elemento más importante de la vida política. Escipión, en cierta forma alter ego de Cicerón, arguye en un determinado momento que un consejo (consilium) aristocrático será mucho más capaz de dar forma a una determinada política que un individuo en particular, y es más sabio que el pueblo entendido como un conjunto 8. Tal consejo debe ser elegido y los criterios propios para dicha selección son la virtud y el saber, y no la riqueza o el nacimiento. Por otra parte, Cicerón marca la idea de que el hombre de Estado debe tener capacidad para persuadir al pueblo, y los argumentos en favor de la democracia enfatizan el dato de que la libertad debe tener una sustancia real: el acceso a los cargos y a la judicatura no debe ser limitado por motivos de riqueza o de familia. Pero, a su vez, la constitución mixta es vista como un instrumento capaz de atemperar los posibles excesos de la democracia; pero es discutible qué elementos democráticos significativos permanezcan. Mientras que en la tradición griega las elecciones eran vistas como aristocráticas, en Roma, según sobreentiende Cicerón, son las elecciones las que constituyen el ejercicio de elección del pueblo. El De Re publica toma la libertad en serio, ya que por parte de Cicerón se reconocen los peligros de la inestabilidad que puede acarrear el privar al pueblo de ésta, y destaca de forma enfática el papel de los tribunos en proteger su libertad y en canalizar su poder potencialmente subversivo. El papel que se otorga a las elecciones es proporcionar el mecanismo para integrar la libertad del pueblo con la guía por parte de unos pocos. Por ello es por lo que Escipión, al comienzo de la discusión, definió las palabras res publica como res populi, que se puede entender como cosa o propiedad del pueblo. Una verdadera constitución es la propiedad del pueblo. En este planteamiento se encuentra una visión en la que se estima que estamos ante una especie de posible acuerdo “comercial” entre la república y los ciudadanos, en el que cada una de las partes da y recibe una serie de elementos y beneficios respectivos, lo que supone un acuerdo bilateral con sus respectivos derechos y deberes mutuos. Cicerón piensa además que en una democracia extrema las masas no sirven necesariamente al verdadero bien del conjunto. Este problema es resuelto por Escipión al explotar la metáfora de la res publica como propiedad. El gobierno es entendido como un crédito que es ofrecido libremente por el pueblo a los magistrados para que sea utilizado en beneficio de aquél. El elemento democrático en la constitución mixta resulta genuino: porque por medio de la elección se legitima la deliberación autorizativa del Senado y el poder ejecutivo de los magistrados. Hay que subrayar que para Cicerón los magistrados, y en particular los cónsules, proporcionan los elementos monárquicos a la constitución. Bien es cierto que Escipión, al final del libro I de De re publica, explica el por qué, si él tuviera que escoger, elegiría la monarquía. Ello es así porque, al margen de que puede proporcionar el afecto de los gobernados, también permite llevar adelante las labores de gobierno con mayor eficacia y operatividad, especialmente en las grandes situaciones de crisis. Pero, como contrapartida, es cierto que también la monarquía tiende con mayor facilidad que los otros regímenes a degenerarse, es decir a convertirse en tiranía. Uniendo ambos datos se entiende el porqué de la alabanza de la figura del magistrado, y especialmente de la consular, ya que ésta tiene las ventajas de la representación del rey, pero al ser su mandato limitado a un período reducido de tiempo, sólo un año, se obvia de esta forma la posibilidad de que se produzca una degeneración. Todo ello hay que conjuntarlo con la importancia de la justicia para la vida de la república, de tal manera que Cicerón enfatiza el hecho de que una constitución mixta armoniosa no puede desarrollarse debidamente si carece de unos fundamentos de justicia. El tipo de régimen descrito y analizado por Cicerón es, como se ha venido afirmando, la constitución mixta, en la forma que presenta en la República romana, a la que él juzga como el mejor posible, y además con mucho. Su rechazo a las constituciones simples se deriva de su idea de que las mismas pueden degenerar con facilidad en tiranías, prefiriendo en cambio la constitución mixta, en cuanto en ella se combinan lo mejor de los tres regímenes, y se halla así una “moderada y equilibrada forma de gobierno” 9. Por todo ello, y de forma muy sintética, se ha podido apreciar cómo la primera parte de De re publica está dedicada a analizar y glosar las formas de gobierno y los diversos regímenes, poniendo un claro énfasis en las ventajas del régimen mixto, mientras que la segunda parte va a centrarse primordialmente en la búsqueda del mejor ciudadano. Hemos analizado todos los puntos previos, sin hacer referencia al dato de que el primer fragmento del libro I se centra justamente en el compromiso del ciudadano con la res publica, cuando se afirma que “así como son más los beneficios de la patria, y es ésta más antigua que un progenitor particular, así también se debe más gratitud a ella que a un padre” 10. La pretensión de Cicerón consiste en lograr la felicidad de los ciudadanos, la cual consistirá en poseer riqueza, gloria y virtud, pero ello se adquirirá inculcándoles un sentido de la vergüenza adquirida por medio de educar a la opinión pública. Pero es que además la educación del ciudadano y su propio desarrollo pasa porque esté muy familiarizado con los principios de la justicia. Los problemas que se plantean en la vida política puede decirse que se resumen bien en las respuestas a una serie de cuestiones que se acomodan con mucha coherencia al aristocrático programa trazado por Cicerón en el Pro Sestio. Ello es así, debido a que el libre debate senatorial y el liderazgo se suman para producir el consilium, el cual resulta esencial para la vida de la res publica. Pero junto a ello, vemos a Cicerón sumamente implicado en la defensa de un grado de libertad popular así como en defender, frente el uso de la fuerza o la corrupción, el mecanismo propio de expresión de la voluntad popular, que no es otro que la realización de elecciones. Aunque Cicerón, en relación a los medios y métodos para el buen funcionamiento de la república, utiliza principios heredados de la tradición, resulta evidente que también aporta elementos propios que buscan innovar. Cuando habla de la idea de otium cum dignitate se está refiriendo a la paz con una honorable reputación. Pero la paz pertenece al pueblo, mientras la reputación a los senadores. Y así Cicerón no selecciona de la tradición moral romana, como ejemplo representativo, la glorificación del éxito militar, sino más bien el respeto por un consejo político sabio. En relación con las diversas perspectivas ciceronianas respecto a la vida pública cabe apreciar cómo, en buena parte, ella se sustenta en la idea de la confianza que despierta un determinado acuerdo entre los diferentes miembros que constituyen la res publica. Esto ha hecho que muchos estudiosos de su obra encuentren el fundamento de su teoría política en la mutua confianza que se despierta y mantiene entre las diferentes partes de la república, gobernantes y gobernados. Pero es que Cicerón llega a más, en el sentido de entender la república como una sociedad, habiéndose de tener en cuenta que las obligaciones que surgen para los socios dependen de la norma con respecto a la que dicha sociedad ha sido constituida. En el Derecho romano, como subraya Elizabeth Asmis, las sociedades se clasifican en base a un tipo determinado de obligación surgida de un determinado contrato. En este sentido se puede apreciar la perspectiva comercial que anteriormente subrayábamos en la manera de entender los acuerdos entre el poder público y los ciudadanos 11. No obstante, y como destaca Tom Stevenson, trayendo a colación entre otras la obra de Sir Ronald Syme, las relaciones políticas en la república romana se caracterizan, como se pone de manifiesto en De re publica, porque filosofía y política no se entienden como dos ámbitos discretos del saber sino como formas de buscar un status aristocrático, lo que muestra que lo que subyace a estas relaciones políticas no eran relaciones entre grupos políticos organizados, ni siquiera entre ideologías o programas contrapuestos, sino entre personalidades o facciones porque, como destacaba Syme, el enfrentamiento no es que no tenga paralelismo –como era de esperar– con los clásicos enfrentamientos parlamentarios modernos, es que ni siquiera lo era entre Senado y pueblo, entre optimates y populares, entre nobiles y novi homines, sino sencillamente se daba una lucha por el poder, la riqueza y la gloria12. Pero, asimismo, debemos prestar una clara atención a aspectos que Cicerón enfatiza de forma muy clara como esenciales y consustanciales a la idea de república, que no sólo cabe hallar en la obra del mismo nombre sino también, y de manera muy especial, en De officiis. En esta obra el asunto de los deberes ocupa el lugar de privilegio que corresponde a cualquier perspectiva republicana, en cuanto de esta manera se hace posible la integración plena de los ciudadanos en la gestión de la cosa pública. Como es bien sabido el De officiis consta de tres libros, el primero de los cuales se centra en el análisis del concepto de lo honestum, el segundo se ocupa de lo utile y el tercero intenta conjugar, dentro de lo posible, ambos conceptos. Como ha subrayado con acierto Marcia Colish, la distribución y las perspectivas iniciales que se encuentran en dicha obra son de clara inspiración estoica, aunque también en otros aspectos se puede atisbar el reflejo del epicureismo, de tal manera que parece que de entrada había considerado lo honestum como la más alta y excelsa de las virtudes –summum et unicum bonum–, mientras que lo útil era considerado, dentro de los bienes preferibles por los estoicos, como adiafórico, en el sentido de conducir a la virtud bajo determinadas circunstancias. La reconciliación de lo honesto y lo útil sólo será factible, en tanto que al afirmar la idea de lo primero como intrínsecamente bueno y como un fin en sí mismo, sólo se admitirá que se produzcan cambios en él en tanto fuera el criterio cambiable en base al cual lo útil puede ser juzgado 13. Sin embargo, esta perspectiva estoica no es asumida por Cicerón en su plenitud, sino que es claramente transformada, ya que eleva lo útil al rango de criterio ético por derecho propio, de tal forma que incluso se puede convertir en una especie de norma de lo honesto, al cual también se encarga de redefinir, ya que lo considera como inhumano e inalcanzable en la práctica, pero en cambio sí como el medium officium, el deber intermedio del hombre público que debe ser alcanzado en el mundo real, y que pertenece al usus vitae, a las necesidades de la vida cotidiana 14. Cicerón además comienza su redefinición de lo honesto en el libro 1, ya que para él hay que reconsiderar el papel que las virtudes cardinales juegan en la conformación aquél, en cuanto que el papel de la sabiduría no debe ocupar el lugar primero y de privilegio que normalmente se le atribuye, sino que hay otras virtudes con las que la perspectiva cercana de la vida práctica tienen más contacto, en el sentido de que las cuestiones cotidianas dependen mucho de ellas. Pero hay una cuestión que debemos plantearnos, y que constituye la segunda parte de la pretensión de este escrito, como es la proyección del planteamiento ciceroniano sobre el republicanismo moderno, para lo que nos vamos a centrar esencialmente en el Renacimiento italiano. Aunque ya en el punto de arranque en relación a este reflejo ciceroniano, especialmente centrado en la obra de Maquiavelo, nos vamos a encontrar con dos perspectivas muy distintas, en cuanto veremos una primera en la que se va a enfatizar una línea de pensamiento moral en Cicerón, con una raíz de corte estoico, para quien Dios es lo primero y las consideraciones de carácter moral tienen más peso que aquellas otras en las que priman los intereses por encima de todo. Frente a esta postura nos encontramos con una segunda visión en la que la perspectiva moralista ciceroniana es menos rígida, de tal manera que sería más factible la compatibilización con la visión convencional de la perspectiva maquiaveliana, en la que sería preciso aprender a no ser bueno en determinadas circunstancias. Y para llevar adelante esta posible doble lectura se hará necesaria una nueva interpretación del De officiis, en la que habrá que preguntarse cual de ellas es más acorde con la posición teórico-práctica de Maquiavelo. Es bien cierto que buscar como obra de referencia cieroniana el De officiis en la recepción por los autores del Humanismo y del Renacimiento, y de forma muy especial los teóricos políticos, resulta en buena forma una posición un poco distinta a la más convencional. Parece una verdad bastante constrastada que los humanistas que leyeron y citaron la antedicha obra de Cicerón lo hicieron buscando en ella, de manera muy clara y destacada, una línea que les sirviera de fundamento en la búsqueda de la teoría de la ley natural. La lectura que Maquiavelo, por su parte, hace de esta obra ciceroniana parece ir por un camino muy distinto, como se han encargado de destacar estudiosos de la talla de Marcia Colish y J.J. Barlow, ya que la primera parte de la interpretación que el florentino hace de esta obra no está encaminada en modo alguno a fijar esa línea de continuidad, sino a intentar encontrar en ella el intento de establecer una terminología ética y el marco estructural adecuado para el análisis de la ética de la vida pública 15. Intenta demostrar que Cicerón buscó presentar lo usual como el estándar de lo bueno, y asimismo el intentar interpretar lo político por sí mismo, sin tener necesidad de explicar el porqué de las explicaciones de Cicerón respecto a esta posición, facilita el establecer un cierto paralelismo entre Cicerón y Maquiavelo, eliminando las áreas de desacuerdo entre ambos autores en especial relación a este ámbito. Desde esta perspectiva de partida, se puede apreciar la existencia de claros paralelismos entre De officiis e Il Principe, en cuanto ambas tienen el rasgo común de estar dirigidas a personas más jóvenes y con una menor experiencia política que los autores de las mismas, ya que Cicerón dedica esta obra a su hijo Marco y Maquiavelo lo hace a un veinteañero Lorenzo de Medici. Asimismo, hay otro rasgo común cual es que Cicerón le escribe a su hijo no con la autoridad paterna, sino como pater patriae, ello es, haciendo primar esta segunda condición sobre la primera, pero asimismo mostrando el claro paralelismo perceptible entre el necesario respeto y amor, pietas, mayor respecto al que ha dado su vida por la patria que al propio padre carnal. El florentino, por su parte, escribe el libro basando su conocimiento y capacidad de análisis y consejo en la experiencia adquirida en la acción política. Pero, asimismo, no sólo cabe apreciar el paralelismo en este ámbito sino que también se aprecia una clara igualdad en el hecho de que ambos intentan suscitar en los jóvenes a quienes van dirigidos sus escritos un deseo de regeneración de la vida política, para lo que será altamente necesario el cultivo de una serie de determinadas virtudes que se orientan primordialmente a la denominada vita activa, lo que nos plantea un cierto problema. Hemos referido anteriormente que el pensamiento estoico tiene una clara importancia en la recepción de Cicerón por Maquiavelo, y ello nos podía conducir a analizar el planteamiento de dicha escuela en defensa de la buena vida como algo separado de la acción política, lo que nos lleva al asunto de si es o no superior la vida política o la vida contemplativa. Tal posibilidad queda clara y rápidamente superada desde el punto y hora que en el opus ciceroniano se puede apreciar como una constante la defensa de la necesidad de la implicación del individuo en la cosa pública, res publica, en cuanto que ella es tanto o más importante y loable que el amor y la consideración a los miembros de la propia familia, que podía ser el lugar más idóneo para desarrollar con plenitud la vida contemplativa. Una vez que se analiza la vita activa como elemento imprescindible para la realización plena del individuo, nos percatamos cómo la búsqueda del éxito en la política supone el hilo conductor básico y común a ambas obras, en las que queda asimismo plenamente probado, de forma más llamativa si cabe en la de Maquiavelo, que dicha persecución es común tanto a los ciudadanos republicanos, como a los príncipes, tal como han subrayado una notable serie de estudiosos de la obra del florentino 16. Nos podemos percatar además de otro interesante paralelismo entre ambos, en cuanto Cicerón en esta obra no considera la idea de lo bueno o de las virtudes entendidas como fines en sí mismas o como otorgadoras de la recompensa, sino más bien como instrumentos que hacen factible y mejor la acción política. Porque se demuestra con abundantes ejemplos que la desnuda consideración del bien como fin en sí mismo, de espalda a la realidad política cotidiana, conduce en múltiples ocasiones, por no decir casi siempre, a la ruina. Pero, volviendo a un asunto tratado en los primeros compases de este trabajo, resulta muy claro que Cicerón subraya la importancia del arte de la retórica o de la persuasión para alcanzar el éxito político, pero asimismo destaca que existen otros métodos para alcanzar determinadas metas o el éxito en política. Con ello quiere dejar sentado que puede encontrarse una especie de jerarquía de instrumentos que cabe utilizar o poner en práctica para alcanzar un fin concreto, para lo que habrá que cuestionarse qué lugar ocupa cada método en dicha tabla jerárquica, lo que se producirá de manera acorde con la capacidad de lograr unos determinados fines 17. Un ejemplo que puede resultar muy ilustrativo, y sobre todo en su posible proyección a la obra maquiaveliana, es el planteamiento de Cicerón de que la utilización de un método determinado para conseguir un buen fin, aunque aquél no sea muy correcto, puede ser aceptable en nombre de la búsqueda de dicho fin; no puede afirmarse de entrada que Cicerón acepte la utilización de estas actuaciones en la búsqueda del buen fin, pero lo que sí se plantea es la consideración de dicho método como una más de las posibles técnicas para el logro del éxito político 18. Si continuamos en esta clara influencia, o paralelismo si se prefiere, entre las obras de Cicerón y Maquiavelo, podemos apreciar cómo en la obra del primero se puede apreciar una relación destacada entre dos conceptos de suma importancia para ambos, y para la vida política en particular, como son el odio y el miedo. Ambos resultan imprescindibles para una visión realista de lo político, en cuanto la vida dentro de la ciudad y las relaciones que en ella se producen tienen en muchos de sus casos estos dos elementos como esenciales. De manera tópica se puede afirmar que dicha relación aparece llamativamente en la obra del florentino, pero se puede comprobar que dicha relación ya se subraya, de forma muy llamativa, también por Cicerón, cuando afirma que el miedo es un mal guardián y acompañante para retener el poder 19, si bien la ecuación sostenida por él es contradicha por Maquiavelo, cuando afirma que ser temido y no ser odiado son ideas que pueden ir juntas 20, aunque para él, y de forma mucho más importante, el miedo y el odio dependen menos de las disposiciones internas o de la bondad privada de uno, que de las acciones de uno. Nos encontramos, por el contrario, con la opinión contrapuesta entre ambos respecto a la posible liberalidad del gobernante respecto de sus súbditos, y la posible reacción de gratitud que ello puede despertar en sus destinatarios. El florentino, por su parte, estima que dicha perspectiva resulta muy inocente, ya que normalmente aquellos que reciben beneficios suelen considerar éstos como absolutamente merecidos y debidos a sus méritos. Por ello parece evidente que la liberalidad engendra buena voluntad en aquellos que reciben dichos bienes, aunque Cicerón subraya que la misma por sí sola, sin la presencia de otras virtudes, se puede considerar insuficiente. De todas formas, y respecto a nuestra pretensión esencial, parece claro que la incidencia mayor de la obra ciceroniana en el pensamiento del florentino, al margen de los rasgos recién enumerados, se puede encontrar esencialmente aromas del pensamiento clásico latino en muchos de los aspectos del Maquiavelo republicano, y aquí va a resultar muy destacada la proyección de la obra de Cicerón. Un rasgo digno de destacarse radica en el hecho, enfatizado por Cicerón, de que es la ley la que otorga unidad y realidad a un determinado “Estado”, ya que los ciudadanos que viven en él tienen a dicha norma como el criterio unificador y puede entenderse como el cemento de dicha colectividad. Y aquí Maquiavelo trata de describir la idea de libertad de la ciudad, y como reflejo de sus ciudadanos, desde el punto y hora en que la primera pueda ser entendida como autónoma. Y sólo será así cuando ella se gobierne de acuerdo con sus propias leyes. En cierta forma, y como ha destacado Marcia Colish, cuando Maquiavelo se refiere a la libertad está en buena forma refiriéndose a las libertades en sentido plural, lo que sería una herencia de la forma corporativa medieval de entender la sociedad y sus respectivos valores, que a su vez había sido una continuación de la idea romana de corporación. Ciertamente es la descripción de la ciudad autónoma y libre, en cuanto gobernada por sus propias leyes, y por lo mismo totalmente ajena a la servidumbre de la legislación de extranjeros (servitú), lo que le proporciona condición de una clara soberanía propia (principe di se stessa), que nos trae al recuerdo tesis muy similares planteadas por autores medievales como Bartolo de Sassoferrato con su famosa fórmula de su civitas sibi princeps 21. Esta genealogía del republicanismo de Maquiavelo ha conducido a algunos a indagar cómo la obra de Juan de Viterbo, Liber de regimine civitatum, es fácilmente perceptible en los aspectos en los que el florentino incide en la necesariedad de la concordia civil, como elemento básico de una acertada comprensión del régimen republicano. Pero, además, hay que enfatizar el hecho de que tanto el autor citado como otros autores medievales recurren a Cicerón como la autoridad en la que basar sus planteamientos, y en concreto a sus posiciones teórico-prácticas sostenidas en el De officiis. Es cierto que también la obra de Salustio juega un papel muy importante en la fundamentación de los orígenes pre-humanistas de las ideas republicanas, pero vuelve a ser Cicerón el que reaparece como fuente fundamental en dicho planteamiento, y así Quentin Skinner trae a colación la opinión de Brunetto Latini, en su Li Livres du Trésor, que se refiere a nuestro autor cuando al introducir el tópico de la justicia como el medio primero a través del que la comunidad de hombres, y su unidad común, resultan preservadas, lo que supone considerar el gobierno de la ciudad basado en una administración en la que el primer deber de los magistrados sea el de interpretar a cada persona su derecho para que la ciudad pueda ser gobernada en justicia y equidad 22. De todo lo hasta aquí dicho parece muy clara la idea de que la línea de influencia de Cicerón en buena parte de los planteamientos republicanos sostenidos por Maquiavelo resulta innegable, no sólo a través de la intermediación de algunos autores bajo medievales o de los comienzos del Humanismo, sino que se va a poder percibir muy claramente la lectura y la influencia directa del autor latino en el florentino. Así, cuando éste se plantea y desarrolla el gran asunto característico de la vida política en las ciudades-repúblicas, y afronta cuestiones como la del vivere politico, se cuestiona si para mantener éste de la forma más ordenada posible será suficiente la norma jurídica, pero se percata de que ésta no lo es porque, a pesar de tener como meta, o al menos deber tenerla, la búsqueda del bien de la colectividad, a veces ésta puede ponerse al servicio de determinados grupos o facciones, por lo que se hará preciso que se haga realidad otro elemento esencial de lo político, según Maquiavelo, que no será otra cosa que la puesta en práctica de la igualdad civil, asunto realmente nodal de cualquier perspectiva republicana. Y al conectar lo politico con la idea de igualdad civil, nos percatamos de cómo Maquiavelo siguió una convención del lenguaje político republicano de su época, pero, a la vez, restauró –como se pretende demostrar desde el principio de este trabajo– un principio que autores como Tito Livio y, sobre todo, Cicerón recomendaron como la fundamentación necesaria de la res publica. En el vocabulario republicano es obvio que igualdad civil es equiparable sobre todo a la idea de igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. Así Cicerón, especialmente el De officiis, había descrito el aequum ius, el equivalente latino de la igualdad civil, como el principio que debe dictar las relaciones entre los ciudadanos, de tal manera que cualquiera pueda tratar con sus otros conciudadanos sobre la base de la igualdad, sin ningún tipo de diferencias ni preeminencias 23. Nos podemos, por último, percatar de cómo en la obra maquiaveliana se concede lugar de privilegio a determinados valores para una ordenada vida dentro de la república, entre los que hay que considerar en primer lugar el papel otorgado al ethos en la misma, pero sobre todo cuando él traza los rasgos del vivere politico se está, en buena manera, remitiendo a los contornos de la antigua prudentia civilis. Asimismo cabe apreciar el énfasis puesto sobre la virtud cívica, que pone de manifiesto como otra convención recurrente del vocabulario de la política era la recomendación de preservar la concordia como uno de los fundamentos necesarios y primordiales del vivere politico 24. De esta manera hemos llegado al final de estas breves líneas, en las que se ha buscado comprobar la clara línea que partiendo de Cicerón, que por otra parte sirve como intermediario de buena parte de las teorías sostenidas por el pensamiento griego, establece una serie de rasgos identificadores de la vida republicana y de las virtudes peculiares y necesarias de ésta, y que llega hasta los autores más característicos de esta tendencia en el Renacimiento, de entre los que quizás el más emblemático sea Maquiavelo, en el que nos hemos detenido. Ello no obsta para que la línea genealógica que parte de Cicerón llegue hasta muchos, por no decir casi todos, autores de pensamiento republicano, desde los más característicos del pensamiento inglés o norteamericano de los siglos XVII y XVIII hasta los restauradores del republicanismo en nuestro días. Pero esa es cuestión que será tratada en otro lugar y sede. NOTAS 1 De Oratore, 1. 226. Sobre el concepto de la retórica en Cicerón, con especial consideración de la influencia platónica sobre él, hay que destacar la obra de Antonio Alberte González, Cicerón ante la Retórica. La auctoritas platónica en los criterios retóricos de Cicerón (Universidad de Valladolid, Valladolid, 1988), en la que se analiza la importancia otorgada por el filósofo griego, heredada por nuestro autor, que considera la retórica como necesariamente superpuesta a la filosofía, y defiende también la superposición de la condición del buen retórico con la vir bonus. 2 Gary Remer, “Political Oratory and Conversation: Cicero versus versus Deliberative Democracy”, en Political Theory, vol. 27, nº 1, 1999, pp. 39-64. Cita a las pp. 39-40. 3 Walter Nicgorski, “Cicero’s Focus: From the Best Regime to the Model Statesman”, en Political Theory, vol. 19, nº 2, 1991, pp. 230-251. Cita la pág. 245. 4 De re publica, 1.45 y 1.69. 5 Neal Wood, Cicero’s Social and Political Thought (University of California Press, Berkeley-Los Angeles-London, 1988), pág. 159. 6 Walter Nicgorski, op. cit., pág. 241. 7 De legibus, 1.41. 8 De legibus, 1.52; 11.15. 9 De re publica, 1, 69. Neal Wood, op. cit. , pág. 162. 10 De re publica, 1.1a. 11 Elizabeth Asmis, “The State as a Partnership: Cicero’s Definition of Res publica in his Work On the State”, en History of Political Thought, vol. XXV, nº 4, Winter 2004, pp. 569-599. Cita a las pp- 580-581, especialmente. 12 Sir Ronald Syme, The Roman Revolution (Oxford University Press, Oxford, 1939), pág. 11. Tom Stevenson, “Readings of Scipio’s Dictatorship in Cicero’s De re publica (6.12)”, en Classical Quarterly, 55. 1 (2005), pp. 140-152. Cita a la pág. 142. 13 Marcia L. Colish, “Cicero’s De officiis and Machiavelli’s Prince”, en Sixteenth Century Journal, vol. 9, nº 4, Winter 1978, pp. 80-93. Cita a la pág. 86. 14 De officiis, 1.3. 7-10. 15 J. J. Barlow, “The Fox and the Lion: Machiavelli replies to Cicero”, en History of Political Thought, vol. XX, nº 4, Winter 1999, pp. 627-645, y Marcia L. Colish, op. cit., pág. 82. 16 J. J. Barlow, op. cit., pág. 630. En la nota 19 de dicha página subraya el hecho de que, en el posible paralelismo entre el De officiis e Il Principe, se pone de manifiesto que para tener éxito en política, de acuerdo con el florentino, no hay diferencia entre las acciones de los ciudadanos republicanos y aquellas de los príncipes. 17 De officiis, II, 22. 18 J. J. Barlow, op. cit. , pág. 632. 19 De officiis, II, 23; II, 29. 20 Niccoló Machiavelli, Il Principe, capítulo 17. 21 Marcia L. Colish, “The Idea of Liberty in Machiavelli”, en Journal of the History of Ideas, vol. 32, nº 3, Jul-Sept. 1971, pp. 323-350. Cita a las pp. 327-328. 22 Quentin Skinner, “Machiavelli’s Discorsi and the prehumanists origins of republican ideas”, en Gisela Bock, Quentin Skinner and Mauricio Viroli (editors), Machiavelli and Republicanism, (Cambridge University Press, Cambridge,1990), pp. 121-141. Cita a las pp. 130-131. 23 De officiis, 1.34, 124. 24 Maurizio Viroli, “Machiavelli and the republican idea of politics”, en Gisela Bock, Quentin Skinner and Mauricio Viroli (editors), Machiavelli and Republicanism, (Cambridge University Press, Cambridge,1990), pp. 143-171. Cita a las pp. 156157.