¿Nación de naciones? Sobre el derecho de

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¿Nación de naciones? Sobre el
derecho de autodeterminación.
Debate
Xavier Domènech Daniel Escribano 20/03/2016
Soberanías y democracia
Xavier Domènech
Hay que superar el viejo concepto de Estado nación para aceptar la realidad plurinacional
Estas semanas, y las que seguirán, esperemos que cada vez más como un eco que como un rugido,
hemos oído hablar mucho de la ruptura de la soberanía. Todo ello en relación a la propuesta del
referéndum en Cataluña y en la misma enunciación de la concepción plurinacional del Estado. En el
mismo momento que Sánchez recibía el encargo de investidura, Rivera avisaba contra el peligro de
cualquier alianza con nosotros, ya que defendíamos un concepto tan disgregador como el de España
como una “nación de naciones”.
Este concepto no lo hemos utilizado, pero la ignorancia de Rivera sobre lo que hablaba nos indica
uno de los problemas para el desarrollo del debate. El concepto “nación de naciones” es
precisamente uno de los que fundó el debate constitucional y no una rompedora aportación
“catalano-iraní”. Para el ponente Peces-Barba, “la existencia de España como nación no excluye la
existencia de naciones en el interior (…) de la nación de naciones que es España”. De hecho, es en
este mismo debate donde se manejan principios que ahora harían rasgar las vestiduras de nuestros
aprendices de Adolfo Suárez. Si para Peces-Barba existían varias naciones, para Miquel Roca en el
articulado constitucional se aceptaba “toda una realidad: que España es un Estado plurinacional y
por tanto estas nacionalidades que integran España tienen una soberanía originaria y que en la
cesión de parte de su soberanía se define la soberanía del Estado”.
El concepto “nación de naciones” es precisamente uno de los que fundó el debate constitucional
Aunque el problema no reside solo en esta ignorancia sobre los propios orígenes, sino que en ellos
también hubo tensiones alejadas de todo criterio democrático. Si de lo que se trataba era de
reconocer una realidad plurinacional lo cierto es que esta vivirá en permanente tensión con el intento
de construir el Estado a partir de los preceptos del Estado nación del XIX, subordinando las
realidades nacionales a una única nación de referencia. Tensión que tendrá como correlato las
sucesivas fases de descentralización y recentralización competencial como forma de sublimar un
problema de fondo no resuelto. Este problema ha devenido central en la crisis democrática y de
soberanías que venimos viviendo desde 2008: la imposición de políticas de recortes opera desde la
troika hacia los Estados y desde el Estado central hacia las comunidades autónomas. Proceso que
cumple una doble función: colmar las pulsiones centralistas y asegurar que los recortes se hagan
sobre los derechos sociales garantizados por las comunidades autónomas.
Siguiendo el camino inverso, el desafío ante esta agresión se planteó de abajo arriba y desde las
periferias hacia el centro, se planteó como un problema de democracia, como un problema de
soberanías. Proceso en el que las soberanías no se fragmentan ni se destruyen, se reconstruyen
sobre nuevos principios. Los responsables de su destrucción son todos los que olvidaron que
servían al pueblo, para pensar que servían mejor a un futuro puesto en un consejo de
administración. Aquellos que se quieren agrupar en torno a un gran Partido Patriota, que en realidad
ha estado al servicio de un partido, ese sí real, del exterior, destruyendo con cada nueva decisión la
soberanía popular, como así se hizo con la modificación del artículo 135. Herrero de Miñón decía en
el debate constitucional que la realidad nacional era ante todo “la voluntad de vivir juntos”. Un
proyecto difuminado al olvidar gran parte de los dirigentes políticos que la nación es un “plebiscito
diario” y en el que la realidad de las naciones subordinadas emerge con toda su fuerza. De hecho,
en este mismo debate lo planteaba mejor que nadie otro diputado de UCD, Martín de Oviedo:
“Digámoslo con toda claridad, en la hipótesis de que un pueblo de España pretendiera ciertamente
su supuesto constitucional a la autodeterminación, ninguna Constitución podrá impedírselo”.
Pero si eso ha sucedido por arriba, por abajo se ha generado una nueva realidad dinámica de
cambio, más conectada con las transformaciones del siglo XXI que con el viejo Estado nación al
servicio de encorsetar soberanías hacia abajo mientras se venden hacia arriba. Nueva realidad que
desde la fraternidad construye proyectos de nuevo compartidos mucho más acordes con las
dinámicas económicas y sociales actuales que atraviesan viejas fronteras. En ese conjunto de
propuestas se supera la vieja concepción del Estado nación para caminar hacia la aceptación plena
de la realidad plurinacional, que pasa por la asunción del derecho a decidir, en un marco de
soberanías plenas y compartidas.
El País, 2 de marzo de 2016
Nuevas retóricas, viejos discursos
A vueltas con los reinventores de la nación
plurinacional
Daniel Escribano
En un artículo reciente, el historiador y diputado y portavoz de En Comú-Podem en el Congreso,
Xavier Domènech, polemizaba con el número uno de Ciudadanos, Albert Rivera, en torno a los
orígenes del pretendido concepto de naciones de naciones. Celebro que Domènech nos aclare que
“[e]ste concepto no lo hemos utilizado”, si bien omite que a menudo hemos oído de labios de
dirigentes podemitas el sintagma, aun más pueril, país de países. Por lo demás, el antiguo teórico
del grupo Procés Constituent no aclaraba si el no uso de ese significante por parte de Podemos
implicaba también el desacuerdo con el significado. Con todo, acaso indique algo el que, apenas
concluida su excusatio, Domènech intente una exégesis del mencionado vocablo, donde sus
silencios —ya determinados por documentación insuficiente, ya por intención política— son tanto o
más elocuentes que las pretendidas explicaciones.
La “nación de naciones” y la Constitución de 1978
El historiador nos retrotrae a los debates constituyentes de 1978 y menciona al ponente
socialdemócrata, Gregorio Peces-Barba, a cuyo juicio “la existencia de España como nación no
excluye la existencia de naciones en el interior […] de la nación de naciones que es España”.(1)
Ciertamente, el sintagma nación de naciones no aparece en el texto del artículo segundo de la
Constitución de la monarquía reinstaurada, pero sí fue utilizado profusamente por parte de voces
autorizadas de la ponencia para explicar el significado de los términos nación y nacionalidades que
sí aparecen en dicho artículo,(2) tal y como se colige de la propia citación aportada por Domènech.
El propio Peces-Barba, en la misma sesión de la que probablemente Domènech ha extraído la
citación, aportó algunas claves para la comprensión del alcance de la nación y de las naciones
(“nacionalidades”, en el texto constitucional): “La comunidad nación [la que constituyen las
“nacionalidades”] no conduce inexorablemente al Estado independiente, porque el Estado [la nación
stricto sensu] es del orden de las sociedades —que exige un fin a realizar— y no de las
comunidades; la nación de naciones puede ser un solo Estado”.(3)
Domènech reproduce del siguiente modo unas palabras pronunciadas en esa misma sesión por el
diputado ucedista Martín Oviedo: “Digámoslo con toda claridad, en la hipótesis de que un pueblo de
España pretendiera ciertamente su [sic; en realidad dijo un] supuesto constitucional a la
autodeterminación, ninguna Constitución podrá impedírselo”. Eso es un juicio de hecho, que, por lo
mismo, no entraña per se toma de posición alguna por parte del diputado. Antes bien, la posición de
Martín de Oviedo era exactamente la contraria a la que sugiere Domènech (especialmente mediante
la sustitución del indeterminado por el posesivo), que significativamente omite el meollo de su
intervención sobre el texto del artículo que se aprobaría, que concretaba el supuesto formulado por
Peces-Barba:
Unión de Centro Democrático, al debatirse en la Comisión este precepto, entendió,
como conclusiones básicas, que la inclusión del término 'nacionalidades' significaba
lo siguiente: en primer término, la concepción de España comunidad política y
soberana indivisible y de la Nación española como realidad histórica y actual
indisoluble.
En segundo término, esta concepción —entendíamos y seguimos entendiendo— de
España y de la Nación española, al tiempo que se constitucionaliza, representa el
fundamento real y sociológico, es decir, metaconstitucional de la Constitución misma.
En tercer lugar, esta definición de la organización regional del Estado, articulada
sobre la base del reconocimiento a la autonomía. Y, en cuarto lugar, la imposibilidad
de que las comunidades autónomas se organicen y puedan ser titulares directas, o
realizar actos de soberanía, que deberán proceder siempre del Estado”.(4)
Por todo ello, el diputado centrista iba más allá y proclamaba la incompatibilidad del contenido del
artículo con cualquier modelo de organización territorial de España de tipo federal: “Establézcanse,
como el dictamen hace, instrumentos eficaces de salvaguardia de esa unidad real y centenaria de
España que sólo minorías marginales pretenden destruir. Pero no se invoque en vano el término
'nacionalidades' como la piedra filosofal que haga de nuestro Estado una unión federal y hasta una
pluralidad de Estados independientes.”(5)
La inclusión del término nacionalidades fue una concesión puramente simbólica de las fuerzas de
origen franquista a los partidos de izquierda y a los nacionalismos alternativos al español. Ello es así
por el carácter jurídicamente irrelevante del término, que es perfectamente reductible al concepto de
regiones, por cuanto ni el artículo segundo ni ninguno otro de la ley fundamental española establece
diferencia sustantiva alguna entre ambos términos. En realidad, el término nacionalidades, lo mismo
que naciones (en plural) en el sintagma nación de naciones, se enmarca en la contraposición entre
nación política y nación cultural o entre nación y pueblo. Por una parte tendríamos el polo
nacionalidad-nación cultural-pueblo y, por la otra, nación-nación política-nación. El contenido de
cada polo lo ha expuesto perspicuamente Xacobe Bastida:
Por una parte, la nación es concebida como aquella agrupación orgánica que opera,
mediante su transustanciación en Estado, de agente histórico. Sólo la nación está
revestida de ese carácter político que se revela necesario para servir de hilo
conductor del devenir histórico. Muy al contrario, los pueblos [nacionalidadesnaciones culturales] no son sino resabios inerciales de un germen nacional que no
pudo llegar a ser y que el escalpelo de la historia se encargó de seccionar. Esas
puras manías acumuladas al azar que son los pueblos se ven abocadas,
precisamente por la carencia de un aparato estatal que les sirva de respaldo, a existir
como entidades meramente culturales, ajenas a cualquier intervención en el terreno
de las decisiones políticas.(6)
A eso mismo aludía Peces-Barba con aun otra dicotomía: la que contrapone comunidad a sociedad.
Por ello, la soberanía pertenece exclusivamente a la nación política-sociedad, mientras que los
pueblos-naciones culturales-comunidades-nacionalidades pueden aspirar, a lo sumo, a la
autonomía, tal y como apuntaba Martín de Oviedo. Por si había alguna duda, el ministro de Justicia,
Landelino Lavilla, insistió ante la Comisión de Asuntos Constitucionales y Libertades Públicas en que
“la utilización del término nacionalidades [...] desde el punto de vista del Gobierno y de la
responsabilidad que supone en una visión dinámica de la historia y de la política sólo es aceptable
como expresión de identidades históricas y culturales que, para hacer auténticamente viable la
organización racional del Estado, han de ser reconocidas y respetadas incluso en la propia
dimensión política que les corresponde, en la fecunda y superior unidad de España”.(7)
No debe sorprender, por lo tanto, que el ponente de Alianza Popular y ex ministro de Franco y del
primer gobierno de la monarquía reinstaurada, Manuel Fraga, afirmara complacido que “[a] mí me
gusta la expresión «nación de naciones»”.
(8) Por todo ello —sonroja decirlo—, en el contexto español
el concepto de “nación de naciones” carece de la menor connotación federalizante y, por el contrario,
tiene mucho de claudicación de las fuerzas de izquierda y de la minoría catalana en punto al
reconocimiento constitucional de la realidad plurinacional de España, bajo el señuelo de un
reconocimiento terminológico puramente aparente.(9) Pone el dedo en la llaga Xacobe Bastida al
concluir que “[e]l cuño nación de naciones es la contradictoria fórmula empleada para aplacar la
mala conciencia del desistimiento y, a la vez, simular un triunfo”.(10) Con toda crudeza lo expuso
durante la discusión de este mismo artículo en el Congreso el diputado de Euskadiko Ezkerra
Francisco Letamendia: “Hemos comprobado que el consenso, en definitiva, no ha sido sino una
retirada de las reivindicaciones de las fuerzas de la izquierda ante las exigencias de las fuerzas de la
derecha”.(11) No en vano, este mismo diputado presentaría semanas después una enmienda en que
proponía la adición de un título «Del ejercicio del derecho de autodeterminación» (VIIIbis), contra la
que votarían también PSOE y PCE.(12)
El fundamento normativo de la “nación de naciones”: un plebiscito transgeneracional
Por todo ello, provoca estupor que el historiador Domènech se refiera al concepto de “nación de
naciones” ínsito en el espíritu del artículo segundo de la Constitución como “[u]n proyecto difuminado
al olvidar gran parte de los dirigentes políticos que la nación es un «plebiscito diario» y en el que la
realidad de las naciones subordinadas emerge con toda su fuerza”.
De entrada, sorprende la ligereza y el acriticismo con que nuestro historiador emplea la falsa y
oportunista metáfora del polígrafo monárquico, conservador y racista Ernest Renan del “plebiscito de
todos los días” (que éste solamente aplicaba a las provincias, a la sazón bajo soberanía alemana, de
Alsacia y Lorena, pero no a las colonias ni las colectividades nacionales sin estado de la République
). En segundo lugar, la retórica voluntarista era en las fuerzas participantes del “consenso
constitucional” español tan especiosa como en el propio Renan. Tal y como apunta Bastida, tan
pronto como Letamendia “planteó una alternativa de construcción nacional verdaderamente
voluntarista, esto es, una opción en la que las voluntades de los asociados determinan la formación
de la nación, los antiguos fervores se diluyen calladamente”. Y es que “[f]rente a la ampulosa
declaración del plebiscito cotidiano, el nacionalismo radical [vasco] tan sólo anhelaba —pretensión
mucho más modesta— la posibilidad de celebrar el plebiscito en una jornada”. Fue entonces cuando
“los cancerberos de la unidad” mostraron “sus verdaderos argumentos”.(13) Y estos argumentos los
encontramos, para empezar, en la propia dicción del artículo segundo, en lo tocante a la
fundamentación de la unidad de la “Nación española”. En contra de lo previsto en el primer borrador
filtrado a la prensa (“La Constitución reconoce y la Monarquía garantiza el derecho a la autonomía
de las diferentes nacionalidades y regiones que integran España, la unidad del Estado y la
solidaridad entre sus pueblos”)(14), el Anteproyecto ya recogía que “[l]a Constitución se fundamenta
en la unidad de España”(15). El énfasis es añadido.
En vano intentó el diputado del Grup Socialistes de Catalunya Joan Reventós eliminar el pronombre
reflexivo enfatizado(16), alegando principios elementales de la filosofía del derecho liberal: “¿Cómo
iba la Constitución a fundamentarse en algo si es ella misma el fundamento jurídico del Estado? Lo
que ocurre es que tal afirmación se refiere a una realidad social y política previa, algo que Cánovas
no hubiera vacilado en considerar como Constitución interna de España, algo que es la base del
nacionalismo metafísico de los iusnaturalistas que siguen defendiendo a unas fuerzas políticas en
España.” Por el contrario, establecer “que la Constitución fundamenta, ella, la unidad de España y el
derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones, quiere decir que efectivamente es la
Constitución la que decide democráticamente cómo va a ser la futura, la nueva unidad de España”.
De modo que “[l]a soberanía popular proclamada no puede permitir que la Constitución se
fundamente en la actual unidad de España, pues ésta es fruto de un unitarismo centralista de la
Administración y no un pacto patriótico entre españoles partidarios de crear una nueva unidad a
partir de las diversas nacionalidades y regiones”. Antes bien, “es justamente la Constitución ese
pacto entre todas ellas; sólo la Constitución puede ser la garantía de la solidaridad entre unas y otras
y es ella la que fundamenta la futura unidad, porque ella es la base jurídica del Estado, el fruto de la
soberanía popular”.(17)
La adherencia de las fuerzas de origen franquista a los postulados de dicho “nacionalismo
metafísico” —en la exacta definición de Reventós— se mostró también en los debates, y de modo
descarnado. Así, el ponente ucedista Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón —tan parcialmente
citado como erróneamente interpretado por el reconocido historiador— afirmaría sin ambages que “la
nación está por encima y antes de la Constitución”. A su juicio, “es claro que la Constitución no
puede echar los cimientos o fundamentos al edificio que es España, porque España es una magnitud
extensiva e intensiva que se sustrae a toda regulación constitucional”. “España era antes, y será
después de esta Constitución, una entidad permanente porque, parafraseando una frase famosa,
esta Constitución pasará, pero España no pasará”.(18) Y huelga decir que eso es incompatible con
plebiscito alguno, tal y como afirmaría el ex ministro Antonio Carro:
¿Cómo vamos, señores Diputados, a pensar que estos cinco siglos de vida en común
en la gloria y en las derrotas, en los aciertos y en los errores, en los sentimientos y en
los intereses, cómo vamos a pensar que estos cinco siglos puedan ser olvidados de
la noche a la mañana? ¿Qué legitimidad tenemos nosotros en este momento
histórico para derrochar este legado de tantas generaciones de españoles?(19)
Sin embargo, al caer la voluntad ciudadana expresada en el pacto constitucional como fundamento
de la unidad nacional, cae también la pretensión de hacer de España una nación política-sociedad
de naciones culturales-pueblos-comunidades-nacionalidades, por cuanto es precisamente la
voluntad ciudadana —y no criterios pretendidamente objetivables pero cuya principal objetividad es
su indisponibilidad por ella— el criterio determinante de la nacionalidad política.(20) Por el contrario,
la fundamentación de la nación en clave historicista, lo mismo que a partir de cualquier otro criterio
independiente de la mera voluntad ciudadana, es constitutivo de eso que la doctrina llama naciones
culturales, cuyo marco legitimatorio se inscribe en lo que Bastida denomina paradigma objetivo de la
construcción nacional.(21) Ocurre, no obstante, que ello implica la ausencia de nación (política) y la
reducción de la propia nación española a una nación cultural más, si bien elevada a la categoría de
sujeto de soberanía, pero no mediante criterios políticos (o subjetivos), sino culturales (“objetivos”).
Todo lo cual, huelga decirlo, muestra lo falaz del pseudoconcepto de “nación de naciones” y de la
fundamentación doctrinal del propio artículo segundo.(22)
Falsas difuminaciones y precedentes históricos
Llegados a este punto, es claro que no ha habido en el desarrollo de la Constitución y del bloque de
constitucionalidad subsiguiente proyecto “difuminado” alguno, sino el despliegue coherente de las
premisas contenidas en dicho artículo. Ciertamente, ha habido algún intento de avanzar hacia un
reconocimiento propiamente nacional de algunas naciones sin estado desde dentro del propio marco
jurídico-político del régimen vigente. El primero fue la propuesta de Estatuto político de la Comunidad
de Euskadi, aprobada por el Parlamento vasco el 30 de diciembre de 2004. Sin embargo, su
recorrido acabó tan pronto como la mayoría parlamentaria del Congreso votó en contra de su
admisión a trámite, el 1 de febrero de 2005. No estará de más recordar que la propuesta aprobada
por la mayoría parlamentaria de la Comunidad Autónoma Vasca (CAV) contó con la tierna
solidaridad internacionalista de IU, expresada en su voto contrario a la admisión a trámite del
proyecto, e ICV, manifestada en su fraternal lavado de manos abstencionista. Meses después, el 30
de septiembre, el Parlament de Catalunya aprobó la propuesta de reforma del Estatuto de
autonomía. En este caso, la mayoría parlamentaria del Congreso lo admitió a trámite, pero la
comisión encargada de elaborar el dictamen lo sometió a un virulento proceso de depuración —el
presidente de la comisión, el socialdemócrata Alfonso Guerra, habló de “cepillado”—, durante el cual
desapareció todo elemento de reconocimiento del hecho nacional catalán que sobrepasara el del
Estatuto en vías de reforma (esto es, el de nacionalidad-nación cultural-pueblo-comunidad),
empezando por el propio artículo primero, cuyo texto era tan claro como lacónico: “Catalunya és una
nació”(23). Como es harto sabido, el Tribunal Constitucional remató la faena del propio texto
aprobado por las Cortes, vaciando, entre otras cosas, el concepto de competencia exclusiva
—básico en todo estado de pretensiones federales— de las atribuciones de la Generalidad,
declarándolo conforme a la Constitución sólo al precio de considerarlo compatible con la intervención
de la Administración central mediante legislación básica en dichas materias (STC 31/2010, de 28 de
junio, FJ 59).
El desenlace, pues, de ambas propuestas es casi tan elocuente de la viabilidad de transformar en
sentido federal el régimen español actual como el olvido de nuestro historiador de ambos episodios.
Y aun más elocuente es su olvido de la última experiencia republicana como ejemplo de la
imposibilidad de transformar federalmente a España desde esquemas de mera descentralización
político-administrativa desde el centro, y no de integración política desde la previa soberanía.
Inicialmente, el 14 de abril de 1931, Francesc Macià proclamó el “Estat Català, sota el règim d'una
República Catalana, que lliurement i amb tota cordialitat anhela i demana als altres pobles d'Espanya
llur col·laboració en la creació d'una Confederació de pobles ibèrics”.(24) Tras intensas
negociaciones entre los gobiernos de las repúblicas catalana y española, aquél aceptó la disolución
de la República catalana y su sustitución por un régimen provisional de autonomía presidido por un
gobierno provisional provisto de las competencias de las diputaciones provinciales y denominado
Generalitat de Catalunya. A cambio de ello, la asamblea de ayuntamientos catalanes elaboraría un
proyecto de Estatuto que el gobierno provisional de la República española presentaría en las Cortes
como ponencia propia.(25) El 14 de julio la Diputación provisional de la Generalidad aprobó el
Proyecto de Estatuto,(26) y el 2 de agosto lo avaló en referéndum el pueblo masculino de Cataluña.
Asimismo, el 19 de junio también se presentó un Anteproyecto de Estatuto en las islas Baleares y
Pitiusas.(27) Significativamente, en ambos textos se presuponía que la Constitución de la República
adoptaría un modelo de organización territorial de carácter federal. En el caso catalán, el preámbulo
del Proyecto declaraba que “Catalunya vol que l'Estat espanyol s'estructuri d'una manera que faci
possible la federació entre tots els pobles hispànics” y el artículo primero definía a Catalunya como
“Estat autònom dintre la República espanyola” y establecía un régimen competencial (título II) y de
financiación típicamente federales (título IV).
A pesar de la relativa influencia de este proyecto en el proceso de elaboración de la Constitución de
la República, el constituyente español rechazó toda pretensión federalista y redujo el modelo
territorial al de un “Estado integral, compatible con la autonomía de los Municipios y las Regiones”
(art. 1), proscribiendo además “la Federación de regiones autónomas” (art. 13), prohibición
significativamente reproducida en la Constitución de la monarquía reinstaurada (art. 145.1). Lo
expresó con toda claridad el presidente de la Comisión de Constitución, Luis Jiménez de Asúa, en su
discurso ante las Cortes, el 27 de agosto de 1931, con motivo de la presentación del Proyecto de
Constitución: “Deliberadamente no hemos querido decir en nuestra Constitución que España es una
República federal; no hemos querido declararlo, porque hoy tanto el unitarismo como el federalismo
están en franca crisis teórica y práctica. [...] Se han federado aquellos países que vivieron dispersos
y que más tarde quisieron vivir en régimen colectivo. El caso de España es inverso: Estado unitario
hasta ahora; varias de sus regiones pretenden autonomía”.(28) Por ello, el Proyecto de Estatuto de
Cataluña fue reelaborado por una comisión de las Cortes españolas, que depuró el texto de todo
contenido federalista, empezando por la definición de Cataluña, que quedaba reducida a “región
autónoma dentro del Estado español” (art. 1). Las rebajas más sensibles se dieron en el régimen
lingüístico, donde el Proyecto plebiscitado preveía un régimen territorial con el catalán como idioma
oficial y derechos lingüísticos individuales para los ciudadanos castellanohablantes (art. 5), mientras
que las Cortes impusieron la doble oficialidad con numerosos ámbitos de desoficialización del
catalán (art. 2); enseñanza, función en que la Generalidad perdía la legislación exclusiva y la
ejecución directa (art. 13) y tan sólo dispondría de la potestad de crear centros con sus propios
recursos (art. 7) y Hacienda, donde se invertía el criterio previsto en el proyecto, de modo que la
titularidad de los tributos correspondría a la Administración central y tan sólo se cederían a la
Generalidad en función de la cantidad necesaria para subvenir los costes del ejercicio de las
competencias reconocidas específicamente (art. 16). De la magnitud del recorte impuesto por las
Cortes da fe el que el proyecto plebiscitado contara con 52 artículos y el texto aprobado por las
Cortes se redujera a 18 y una disposición transitoria.
Nuevas palabras, viejos discursos
Hacer tabula rasa de todo eso y empecinarse en cifrar la consecución del derecho a la
autodeterminación nacional catalana en la llegada de un gobierno más o menos de izquierda a
escala española es una muy vieja política ensayada hasta la extenuación por todos los catalanismos
que han ejercido tareas de gobierno. Por el contrario, acaso la pretendida nueva política, tanto la
catalana como la española, haría mejor en empezar a plantearse la inversión del esquema y
considerar la estrategia de apoyar el proceso constituyente en la propia España en la iniciativa
independentista de sus periferias —y no boicotearla—, tal y como se le ha propuesto desde el
independentismo de izquierda. Por lo demás, quienes tengan como objetivo la transformación de
España en un estado federal deberían saber que la única vía posible para ello es la independización
de los pretendidos estados federados, toda vez que sólo la previa soberanía proporciona la fuerza
negociadora necesaria para diseñar en posición de igualdad la composición de las instituciones
federales y sus órganos jurisdiccionales, las haciendas federal y federadas y un marco competencial
que reconozca competencia realmente exclusiva para los estados federados.
El nuevo político Xavier Domènech dice querer “caminar hacia la aceptación plena de la realidad
plurinacional, que pasa por la asunción del derecho a decidir”, pero “en un marco de soberanías
plenas y compartidas”. Si bien la prosa de Domènech se suele caracterizar por su gran belleza y
penetración analítica, no acierto a comprender la función del oxímoron en el discurso político, si no
es para camuflar la falta de posición o una posición que no se quiere expresar abiertamente. Por lo
demás, me temo que Domènech confunde el ejercicio, ya sea contingente, de una competencia con
la soberanía (acaso definible a efectos prácticos como la competencia de distribuir competencias).
Los pueblos ibéricos pueden, ciertamente, delegar competencias en organismos mayores, pero eso
no significa que la soberanía sea compartida, sino que esas competencias están delegadas o
compartidas. El nuevo político puede pretender querer enmendar la teoría académica del estado,
elaborar una nueva teoría normativa del derecho constitucional, resignificar a voluntad los conceptos
de nación, soberanía y cualesquiera otros o, simplemente, superar poéticamente las antinomias de
su pensamiento o una realidad adversa. Sin embargo, en la prosaica práctica política suele suceder
que, al despertar, el dinosaurio de la realidad sigue ahí.
Notas (1) Ignoro a qué sesión se refiere Domènech, si bien en la del Pleno del 4 de julio las palabras
recogidas en el Diario de Sesiones fueron las siguientes: “la nación, España, puede comprender en
su seno otras naciones o nacionalidades, comunidades como la comunidad España”. Diario de
Sesiones del Congreso de los Diputados (DSCD), 103, 4-07-1978, p. 3801. (2) Cuyo texto, en su
versión definitiva, es el siguiente: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la
Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el
derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas
ellas.” (3) DSCD, 103, 4-07-1978, p. 3802. (4) DSCD, 103, 4-07-1978, pp. 3804-3805. (5) DSCD,
103, 4-07-1978, p. 3804. En el mismo sentido el también ucedista Rafael Arias-Salgado había
afirmado ante la Comisión de Asuntos Constitucionales y Libertades Públicas que “estimamos que
en la redacción dada no caben ni restricciones o supresiones que excluirían a quienes defienden su
singularidad o nacionalidad, ni tampoco extensiones susceptibles de desembocar en una estructura
política federal inasimilable o de engendrar una dinámica disgregadora a la que nos opondremos
siempre y que daría sin duda al traste con nuestra incipiente democracia”. DSCD. Comisión de
Asuntos Constitucionales y Libertades Públicas (CAC), 66, 12-05-1978, p. 2267. (6) Xacobe Bastida,
La nación española y el nacionalismo constitucional, Barcelona: Ariel, 1998, p. 35. La reducción
culturalista del concepto de pueblo aparece en el propio texto constitucional: “La Nación española,
deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran,
en uso de su soberanía, proclama su voluntad de: […] Proteger a todos los españoles y pueblos de
España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones”
(preámbulo; los énfasis son añadidos); “Los poderes públicos garantizarán la conservación y
promoverán el enriquecimiento del patrimonio histórico, cultural y artístico de los pueblos de España”
(art. 46). (7) DSCD, CAC, 61, 9-05-1978, p. 2103. (8) DSCD, CAC, 61, 9-05-1978, p. 2111. (9) No en
vano el diputado de Alianza Popular y ministro de Presidencia del último gobierno de Franco, Antonio
Carro, admitió en la Comisión que “el texto que nos ofrece la Ponencia se ha mejorado en la medida
en que el concepto de nacionalidades ha quedado un poco desnaturalizado, ha quedado
desvirtuado”. DSCD, CAC, 66, 12-05-1978, p. 2278. En esta misma sesión, el diputado de
Socialistes de Catalunya Joan Reventós admitiría que “se ha mantenido la palabra [nacionalidades]
para contentarnos así a unos, dándose seguridad a otros mediante la pura acumulación retórica”.
DSCD, CAC, 66, 12-05-1978, p. 2299. (10) X. Bastida, La nación española, op. cit., p. 110. Al cabo,
con el pseudoconcepto de nación de naciones —y lo mismo me temo que ocurre con sus
sucedáneos sólo aptos para consumo infantil— sucede lo mismo que con el de bilingüismo en
contextos de conflicto lingüístico como los que padecen las mismas comunidades lingüísticas
minorizadas del Reino de España. Esto es, resulta un pseudoconcepto —que se asemeja más a una
metáfora oximorónica que a un concepto útil para el análisis político— cuya función no es otra que
encubrir mediante un falso halo de armonía igualitaria un conflicto real y, por lo mismo, mediante la
elusión meramente aparente de éste, apuntalar y legitimar la situación de dominación política ínsita
en el statu quo. (11) DSCD, 103, 4-07-1978, p. 3773. (12) DSCD, 116, 21-07-1978, p. 4564. Por ello,
así como por la ingestión del trágala monárquico y de su bandera o por su colaboración en el ataque
a la negociación colectiva, la autonomía sindical y el salario real que supusieron los Acuerdos de la
Moncloa, lleva razón Albert Rivera al apuntar el trascendental papel del PCE en la coronación de la
operación reinstauradora, aunque le escueza a Alberto Garzón —que parece manejar la historia del
Partido como si de una herencia personal se tratara— y acaso también al historiador que tantas
páginas le ha dedicado. No es casual que dirigentes de una de las federaciones más derechistas de
todo el PCE —el Partido Comunista de Euskadi (EPK), que, con toda justicia, jamás obtuvo diputado
alguno en las elecciones a Cortes— hayan acabado en formaciones ideológicamente indistinguibles
de Ciudadanos. (13) X. Bastida, La nación española, op. cit., pp. 163, 167. (14) El diario La
Vanguardia publicó el 23 de noviembre de 1977 (pp. 10-11) los 39 primeros artículos y el 25, el texto
íntegro del borrador (pp. 5-10). (15) “Anteproyecto de Constitución”, Boletín Oficial de las Cortes, 44,
5-01-1978, pp. 669-698. (16) “Enmienda núm. 247. Primer firmante: Grupo Parlamentario Socialistes
de Catalunya”, fechada el 31 de enero de 1978. Congreso de los Diputados: “Proyecto de ley: Al
Anteproyecto de Constitución. Enmiendas”. Trabajos parlamentarios, Madrid: Cortes Generales,
1980, I, p. 246. (17) DSCD, CAC, 66, 12-05-1978, p. 2299. (18) DSCD, CAC, 66, 12-05-1978, p.
2307. (19) DSCD, CAC, 66, 12-05-1978, p. 2279. Tal y como observa Bastida, el fundamento
normativo de este nacionalismo metafísico se compadece con el V principio del Movimiento
Nacional, a cuyo tenor la nación española se compone de “las generaciones pasadas, presentes y
futuras”, de las que los españoles vivos son tan sólo una “fracción infinitesimal”. X. Bastida, La
nación española, op. cit., p. 182. (20) Bastida denomina el marco discursivo que sirve de sustento a
la nación política paradigma subjetivo de la construcción nacional. Xacobe Bastida, “La búsqueda del
Grial. La teoría de la Nación en Ortega”, Revista de Estudios Políticos, 96, abril-junio de 1997, p. 44.
(21) X. Bastida, “La búsqueda del Grial”, p. 44. (22) Tal y como concluye irónicamente Bastida,
“[c]uando se concibe a la nación como un producto cultural, creer en serio en la posibilidad de una
nación de naciones equivale a no tener la más exigua noción de las naciones”. X. Bastida, La nación
española, op. cit., p. 216. (23) También aquí acierta la siempre afilada pluma de Bastida: “[L]a nación
de naciones operó de aglutinante para amalgamar las distintas críticas que PSOE y Partido Popular
(PP) hubieron de hacer a la «nación catalana». El PP se oponía a la consideración nacional de
Cataluña porque nación, lo que se dice nación —ya lo señala el artículo 2 [de la Constitución]—, sólo
hay una y es España. Ello no significa, se adujo, que Cataluña no tenga una marcada especificidad:
la tiene, pero queda recogida y agotada en su consideración autonómica como nacionalidad. España
es una nación de nacionalidades. Hablar de Cataluña como nación es confundir las cosas. La réplica
del PSOE, sobrada de talante y ausente de talento, consistió en la contemporización: Cataluña
—adujeron— es una nación... ¡cultural!, que se integra en la nación política que es España”. Xacobe
Bastida, “La senda constitucional. La nación española y la Constitución”, en Carlos Taibo (dir.),
Nacionalismo español. Esencias, memoria e instituciones, Madrid: Los Libros de la Catarata, 2007,
p. 130. Por lo demás, y a diferencia de la beatería indocumentada de la sedicente nueva política, en
el proyecto catalán no se hablaba de España en momento alguno como “nación de naciones”. Antes
bien, en la línea de la tradición de la izquierda, del nacionalismo catalán y del antifranquismo en
general, se afirmaba que “Catalunya considera que Espanya és un Estat plurinacional” (apartado
quinto del preámbulo) y se proclamaba el “principi de plurinacionalitat de l’Estat” (art. 3.1).
Significativamente, ambas proclamas fueron suprimidas en el proceso de “cepillado” del proyecto en
las Cortes del Reino. (24) «Decrets, nomenaments i ordres dictades pel president de la República
catalana, Francesc Macià, durant els dies 15, 15, 16 i 17 d'abril de 1931», 14-04-1931, Arxiu
Nacional de Catalunya (ANC), Generalitat de Catalunya, Segona República, c. 343. En cambio, en la
proclamación leída por el capitán Reylen (firmada por el propio Macià) en la madrugada del 14 al 15
se hablaba de «la República Catalana com Estat integrant de la Federació ibèrica». «República
Catalana», 14-05-1931, reproducido en Ferran Soldevila, “La República a Catalunya”, Revista de
Catalunya, 69, mayo de 1931, p. 409. (25) «Comunicat del resultat de les negociacions per les quals
la República Catalana esdevé Govern de la Generalitat de Catalunya», 17-04-1931, ANC, Fons
Generalitat de Catalunya (Segona República), República catalana. «Decrets, nomenaments i ordres
dictades pel president de la República catalana, Francesc Macià, durant els dies 15, 15, 16 i 17
d'abril de 1931», 343. (26) “Projecte de l’Estatut de Catalunya”, Butlletí de la Generalitat de
Catalunya, 6, 17-07-1931, pp. 103-109. (27) “Avantprojecte d'Estatut de les illes Balears. Presentat
per l'«Associació per la Cultura de Mallorca» amb l'assentiment de les Cambres de Comerç i Agrícola
en quant afecta les seves respectives esferes oficials d'acció”, La Nostra Terra, 42, junio de 1931,
pp. 204-212. Véase especialmente el artículo 23. (28) Luis Jiménez de Asúa, Proceso histórico de la
Constitución de la República española, Madrid: Editorial Reus, 1932, pp. 54-55.
www.sinpermiso.info, 20 de marzo de 2016
Xavier Domènech
es diputado y portavoz de En Comú Podem en el Congreso.
Daniel Escribano
es traductor y colaborador de Sin Permiso. Ex lector de lengua y literatura vascas de la
Universität Konstanz. Es coautor y traductor, entre otros libros, de la compilación de
artículos del pensador y activista socialista irlandés James Connolly, La causa obrera es
la causa de Irlanda. La causa de Irlanda es la causa obrera. Antología (1896-1916).
Fuente:
Varios
URL de origen (Obtenido en 26/11/2016 - 17:22):
http://www.sinpermiso.info/textos/nacion-de-naciones-sobre-el-derecho-deautodeterminacion-debate
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