figura de un amigo o amiga, o de una hermana o prima mayor. Esto quizá hable de la falta de comunicación con abuelos y abuelas, y el hecho de que los padres no “tienen” tiempo para compartir y perpetuar estas tradiciones. Soy consciente que a través de los jardines preescolares se trabaja duro para incluir poesías y canciones en el repertorio de los niños, yo misma he aprendido muchas canciones de mi hijo mayor. Sin embargo, es notorio que al pasar los niños a la escuela, si bien se siguen enseñando canciones tradicionales, prevalecen las canciones que difunden la radio y la televisión, en su mayoría de autores extranjeros. Son éstas las canciones que cantan en sus horas de recreo, en los cumpleaños, etc. Parecería que el único cantautor nacional que es disfrutado en este ámbito es Ruben Rada. A pesar de que existen otros, parecería que son considerados “de chiquitos”. segundo y tercer grado y vi que aparecen tanto la literatura autoral como la tradición oral. Esto es importante ya que un espacio para la literatura oral, permitirá al niño, entre otros aspectos: promocionar la lectura y la escritura, relacionarse con la lengua de manera creativa y pasarla muy pero muy bien. Paula Cadenas Coordinadora del Área Digital del Banco del Libro, investigadora especializada en nuevas tecnologías, cultura escrita y crítica literaria. Imparte cursos en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela como profesora invitada. Gerencia de Información Documentación y Estudio Gerente Brenda Bellorín Jefa de la unidad de investigación Maité Dautant Edición Clementina Pifano Diseño Ana Palmero Diagramación Analiesse Ibarra Impresión Arte Tip San Juan, Argentina Reflexión crítica de Monasterio Anamaría sábado, 15 de octubre de 2005, 20:37 Sin duda la tradición oral, a través de nanas, retahílas, canciones, trabalenguas y adivinanzas, entre otros, es un acercamiento del niño a la literatura. Estas manifestaciones son voces que evocan y tratan de recuperar un bagaje cultural tradicional. Así mantener la tradición oral es una manera de no perder la memoria de un pueblo. A partir del trabajo propuesto consulté con maestras de nivel inicial y de los tres primeros años del nivel primario cómo abordan la tradición oral en las aulas. Ellas afirmaron que trabajan la tradición oral, incluyendo además del repertorio dado en el curso, colmos, tantanes, apodos y chistes. Además me facilitaron los contenidos curriculares y en el eje DISCURSO LITERARIO aparece “Literatura oral: Escucha, recopilación, memorización y reproducción oral de textos de la literatura oral: juegos con el lenguaje, chistes, disparates, coplas, retahílas, refranes, cuentos de nunca acabar, canciones, rondas, etc.” También visité librerías donde tuve acceso a distintas y últimas propuestas editoriales para primero, Depósito Legal pp 200003CS203 ISSN 1317-3146 ©2005, Banco del Libro Av. Luis Roche, Altamira Sur Caracas, Venezuela Teléfono : 265-3990 / 2673785 Fax: 266-3621 e-mail:centrodeestudios@ bancodellibro.org.ve www.bancodellibro.org.ve Tinta indeleble para palabras al viento La escritura: ese acto de desnudez • Norma González Una extranjera entre islas y palabras • Irene Savino La Palabra hablada y la palabra escrita • Ellen Waungana ¿Qué hay de la oralidad en el siglo XXI? • Paula Cadenas Editorial En esta entrega, ofrecemos cuatro visiones de lo que significa fijar en la escritura el complejo sentido cultural de la oralidad. Este conjunto de textos nos lleva a reflexionar acerca de la importancia de la musicalidad y la inmediatez del intercambio oral en un mundo donde la información escrita ha cobrado una supremacía innegable. El atributo rítmico que nace de las palabras en el viento es una fuente infinita de significados y exige, a la hora de su registro escrito o gráfico, una aguda mirada capaz de traducir la profundidad de ese sentido que nace de lo efímero. Hemos puesto la lupa sobre cuatro experiencias de esa transformación que lleva el habla a nuevos soportes: Norma González Viloria, Enla c es con la c rítica en una magistral crónica de su trabajo de campo, nos narra lo que fue la aventura de “despojarse de los conocimientos”, en su artículo: La escritura: ese acto de desnudez; mientras que la ilustradora Irene Savino, en su artículo: Una extranjera entre islas y palabras, nos ofrece su experiencia de percepción visual en un viaje sensorial para “traducir palabras al idioma de las imágenes”. El tercer artículo, La palabra hablada y la palabra escrita, recoge la extraordinaria número 11 enero-mayo, 2005 experiencia en Zimbabwe de Ellen Waungana. Y por último, Paula Cadenas nos presenta algunos testimonios de lo que ha sido el intercambio "oral" en el aula virtual del Curso en línea de promotores de lectura que ofrece el Banco del Libro. Esperamos, con esto, que el lector pueda saborear un panorama crítico de lo que, al decir de Carlos Pacheco en su libro La comarca oral, significa “preservar la estructura narrativa y el estilo peculiar de la fuente oral popular”. Clementina Pifano A. E ditor a La escritura: ese acto de desnudez Por No r m a G o n z á l e z V i l o r i a U n día, hace mucho tiempo, me acerqué al Instituto Interamericano de Etnomusicología y Folklore. Ofrecían unos cursos para estudiar folklore. Yo tenía una enorme curiosidad por esa materia, por mis padres sabía que existían unas costumbres distintas a las que se practicaban en la ciudad. Estaba recién graduada de profesora de literatura y el encuentro con los juglares, incluso con los aedas y rapsodas y la existencia de una literatura oral, habían sido de las cosas más interesantes que me habían pasado durante mi carrera, entonces fui al INIDEF y allí comenzó todo. Primero como estudiante y luego como profesora e investigadora me entregué de lleno a una pasión que me consumió durante casi veinte años: la investigación de la tradición oral, del folklore y luego de la cultura popular. Fui “diletante”. El placer y la satisfacción estaban en el trabajo de campo en el que algunas veces fui participante, otras, las más, observadora. Los caminos de Venezuela primero y luego de América Latina se abrieron ante mis ojos y mis pies. Caminé por ellos. Me interné por sus veredas y miré lo que hacía la gente. Aprendí. Sobre lo que hacían, pregunté. Luego indagué porqué lo hacían. Y de nuevo estuve en otros caminos, esta vez inversos, averiguando los orígenes, de dónde venían esas costumbres. Fueron viajes maravillosos. Páginas y páginas de lecturas. 2 Otras veces compartí sendas, sin huellas. Me planteaba qué iba a pasar, cómo preservar, divulgar, cómo evitar el olvido, el desuso. Entonces valoré el registro de la observación, llevar un diario de viaje y la transcripción del corpus grabado. La escritura: ese acto de desnudez, de despojarse de lo propio, de lo íntimo, de tus pensamientos, para que los demás comprendan, interpreten, transformen, manoseen. Es tu mirada de la realidad, representada en esos textos y aún cuando te propongas ser neutro, imparcial, objetivo, es tu mirada, no la de otro, y eso ya implicaba una contradicción. Pero, eso es la vida. He aquí un lugar común: la vida está llena de contradicciones. Y debemos asumirlas honestamente, con un mínimo de dignidad. Entre las primeras enseñanzas para lograr un trabajo de campo serio y responsable estuvo siempre la de no intervenir, no expresar juicios de valores que pudiesen alterar la manifestación cultural que estábamos estudiando en ese momento. Esto fue al principio, cuando hacíamos “relevamientos panorámicos”. Es decir, cuando delimitábamos un espacio geográfico determinado y reseñábamos lo que había allí, con una buena descripción de cada uno de los elementos constitutivos de las manifestaciones encontradas. El espacio y el tiempo podían ser largos: una vez hice un viaje de trabajo de campo como parte de un programa de recolección de folklore y etnomúsica en América Latina, en el que durante tres meses abarcamos dos provincias de Bolivia (Chuquisaca y Tarija); pero los viajes también podían ser más reducidos: Sanare, en el estado Lara (sólo una semana). Pero como siempre, cuando se trata de las cosas del hombre, la relatividad de las afirmaciones se hace patente: en Bolivia éramos un equipo de tres investigadores, en Sanare, diez. En estos viajes lo apasionante comenzaba desde su preparación. Al igual que los griegos creíamos firmemente en prepararnos física y mentalmente para las tareas a cumplir. Subíamos El Ávila y hacíamos largas caminatas para preparar nuestro cuerpo. Aprendimos primeros auxilios, incluso a usar suero antiofídico y, personalmente, logré comprender algo de quechua. A estas actividades sumábamos la investigación documental. Escuchábamos las grabaciones que Luis Felipe Ramón y Rivera e Isabel Aretz compartían con nosotros, suyas o de otros etnomusicólogos. Leíamos informes de viajes realizados a esos mismos lugares, hacía muchos o pocos años, revisábamos libros escritos por pioneros. Aprendíamos de las anécdotas que les oíamos. Estábamos inmersos en una atmósfera, en una escuela. A esta etapa siguió otra, la de profundizar un aspecto, un tema en particular. Y una puerta se abrió, la de la investigación participante, con todas las interrogantes éticas relativas a la influencia que podíamos estar dejando en los otros. Resultó ser una tarea digna de un sufi; despojarse de los conocimientos aprendidos anteriormente para acercarse a la manifestación objeto de la participación. Estar alerta sin tensión. Alerta ante ti mismo, ante tus conocimientos previos, sin tensión ante los demás porque “para descubrir un mundo nuevo, hay que saber olvidar el propio mundo, de lo contrario no se hace más que transportar el mundo con uno mismo sin que se esté ‘a la escucha’”(A. Hampaté Ba, 1982). La experiencia fue intensa, produjo cambios en mi vida. Durante largo tiempo me quedé en un lugar, fue mi terruño. Viví, dormí y creí en Sanare muchos días, muchos. Y escribía durante ese tiempo. Luchando con el lápiz porque me percataba que, como dijo una vez el tradicionalista africano Tierno Bokar, sabio y maestro musulmán, “la escritura es una cosa y el saber es otra”. Allí, en esa convivencia aprendí a respetar al otro. Y de la escritura, en ese momento, me gustó la posibilidad de sistematizar conocimientos e información. Pero nada es absoluto. Todo es proceso. Y algo tan sencillo como una transcripción de “letras”, del texto, de algunos cantos grabados resultó complicado. Porque no se trataba de una transcripción fonética sino de una transcripción para ser leída por muchos, por todos. La primera versión de la transcripción es textual, literal. Se escribe lo que se dice, lo que se escucha. Cuando hay palabras o frases completas que no se entienden o descifran en las primeras “oídas” se suele dejar el espacio en blanco pensando que en una segunda o tercera vez se logre escuchar, desentrañar el texto y rellenar el vacío. Mientras más cerca estás del cultor, cuanto más dentro estés del hecho cultural y social, más rápido encontrarás lo que ocupa ese espacio en blanco. De cualquier forma es una tarea dura, difícil. Se trata de horas y horas dedicadas a escuchar, a escribir, a transcribir lo que oyes, a parar y continuar, a retroceder y volver a oír. El resultado de esta transcripción debe sufrir un proceso de “limpieza”. Se sacan las repeticiones, las muletillas, los silencios. Se revisan los signos de puntuación, pueden colocarse entre comillas o en cursiva aquellos vocablos o giros, locales o propios del informante. Algunos de ellos sin sentido, otros en el límite, todo por satisfacer la rima en el caso del verso, o la inventiva del cultor que crea nuevas palabras para hablarnos de sus temas favoritos. 3 Busquemos un ejemplo, he aquí unas décimas que recogimos Luis Zelkowicz y yo, en un trabajo de campo realizado en Caraballeda, en 1977: Décimas en poesía No es soplar ni hacer botellas Hay que usar para ellas Ritmo y almalogía. Son palabras silabarias que se deben empleal para así poderles dal acentuación más sectaria y no octosilabarias porque la frase varía porque hay que darle melodía a diez palabras o vocal para poder pronuncial décimas en poesía. La décima si no es completa si no lleva cooldinados sus cuatro pies bien grabados con su primera cualteta observen bien mi receta y aprovéchense de ella para cuando entren en querella no usen paradinoría polque eso de la poesía no es soplal ni hacel botellas. Hay que cogel de la gramática el velbo de mitología y tenel oltografía con muchos saberes prácticos y el olden de matemáticas como el diccionario sella para así dal-le querella en todos los silabarios y en el buen vocabulario que hay que usar para ella. Cuando vayamos a troval en un público notorio palticulalmente en velorio hay que saber pronuncial para que puedan alabal a nuestras poesías otra cosa: tenel medía para levantal la voz así como canto yo con ritmo y almalogía. 4 Para la lectura o uso escrito desde la voz no del investigador sino del público en general, esta glosa deberá reescribirse colocando la ere en el lugar de esa ele, ya que tal cual aparece es propio de la zona dialectal a la cual perteneció el poeta Víctor Liendo, cultor de la décima y asiduo participante en Velorios de Cruz de mayo y de Niño Jesús en la costa central del país. Deviene así una segunda versión escrita del texto oral, en la cual se respetan la estructura de su texto y sus creaciones de vocabulario (velbo de mitología, paradinoría, almalogía, entre otras). Tal y como mantenemos Luis y yo en unas notas que publicamos en Folklore Americano, en el mismo año 1977, independientemente “de que estos vocablos puedan tener un significado para el informante son inexistentes dentro del sistema de signos pues no poseen referente conocido y podemos asegurar que son creados con el simple propósito de lograr la perfección fónica”, se trata pues de una codificación tanto morfo-sintáctica como semántica. La situación es más o menos similar cuando estamos trabajando historia oral, como sucedió con la segunda parte del libro Manuel Piar. El héroe de múltiples rostros que decidimos, Yolanda Salas y yo, hacer una antología de testimonios. Fue un trabajo de enormes proporciones, primero la selección de los textos ya transcritos (teníamos alrededor de 150 horas de grabaciones con nuestros informantes) y luego la limpieza a la que sometimos dichos textos. Decidimos “tocarlos” lo menos posible. Veamos un fragmento: Los auténticos guayaneses, porque se puede decir que ya en Ciudad Bolívar no hay guayaneses, guayaneses de pura cepa, pues, puede haber hijos de los que han venido de fuera, que hayan nacido aquí. Pero de cepa, por ejemplo como los Afanador, los Siegert, que fueron fundadores de esta ciudad... porque, mi bisabuelo, el alemán, ese fue médico del Libertador aquí en Ciudad Bolívar. Siempre estuvieron formando parte de los partidos: ahí hubo un Afanador que fue el primer Gobernador Constituyente que tuvo el Estado Bolívar, que tuvo la región de Guayana. Las Partidas de Alfonso El sabio Los guayaneses de pura cepa son unos grandes defensores de Piar. Grandes defensores, y estamos convencidos que eso no fue sino intrigas, intrigas de Soublette y Mariño, que querían... Mariño, me imagino yo que sería hasta por envidia que metió cizaña, y Soublette... fíjate que en Los anales de Guayana, la esposa de Soublette le dice que cómo es posible que él fuera a firmar el fusilamiento de Piar, de su primo Manuel Carlos, porque ellos eran primos: Soublette y Piar (p. 162). Obsérvese cómo en las primeras palabras el informante se refiere a los guayaneses auténticos, los de pura cepa, pero se detienen en una suerte de amplio paréntesis hasta que en el siguiente párrafo logra concretar su idea inicial. Suprimir ese primer párrafo nos dejaría sin el “sabor” del ritmo de la conversación del entrevistado, ese primer párrafo nos permite aproximarnos a su oralidad. Se trata, entonces, de mantener el ritmo de lo oral escriturado y hacerlo accesible a un mayor número de personas. Este podría ser el objetivo de cualquier compilación de literatura oral: fijar lo más fiel posible nuestro acervo cultural en un momento dado. Un reto y una tarea. Pienso en un equipo porque no es trabajo para un solo ser. Multidisciplinario, claro. Una alianza entre lo privado y lo público. Una gran convocatoria para especialistas e investigadores. Una obra como Las Partidas de Alfonso El sabio. Un todos para uno y uno para todos, sin distingo de credos ni de colores, con intérpretes -si fuera necesario- para entendernos los unos con los otros. Es una senda por hacer. Norma González Vitoria Profesora de Literatura Infantil y Juvenil. Investigadora en el campo de la literatura de tradición oral y de1 historia oral. Cuentacuentos. Graduada en el Instituto Pedagógico de Caracas, como profesora de Castellano, Literatura y Latín. Folkloróloga, egresada del Instituto Interamericano de Etnomusicología y Folklore (INIDEF), con Maestría en Literatura Latinoamericana Contemporánea. Se desempeña como profesora de Literatura Venezolana Y Literatura Infantil en el Departamento de Castellano del Pedagógico de Caracas. Fue durante 12 años (1990-2002) Secretaria Ejecutiva de Fundalectura. Actualmente es Coordinadora de la Maestría y la Especialización de Lectura y Escritura del Instituto Pedagógico de Caracas. 5 El Dueño de la Luz Ilust: Irene Savino Una extranjera entre islas y palabras Por I r e n e C “Por los caminos de la fantasía y de las maravillas, por la ruta de la ficción y de las inciertas neblinas de la leyenda, el relato oral trata de abrir una ventana en nuestra mente, a través de la cual nos será posible ver otro universo, un paisaje de colores cambiantes, poblado de imprevisibles criaturas que salen, extrañas e inquietas, a nuestro encuentro.” Infancias soñadas y otros ensayos. Gabriel Janer Manila Fundación Germán Sánchez Ruiperez, 2002 Citando a Pierre Péju. La petite fille dans la foret des contes. Robert Lafont, Paris, 1981 6 s av i n o uando el ilustrador no es autor de la historia que ilustra, entra como un extraño en un mundo ya creado, toma el texto ajeno, sustrato de su obra, y lo hace suyo traduciéndolo en imágenes. Es un extranjero en el país de las palabras de otro. Con su trabajo, al traducir palabras al idioma de las imágenes, encuentra su espacio. El texto del libro para niños que va a ilustrar puede resultarle cercano por experiencias cotidianas desarrolladas en lugares conocidos. O por ser ficciones que le permiten apelar a sus propias fantasías. Pero hay casos en los que el ilustrador tendrá que recrear una historia que tiene origen en tiempos inmemoriales, ocurrida en un lugar lejano cuyos protagonistas le son desconocidos. Una historia antigua que antes de ser texto escrito, ha sido contada por los padres a sus hijos durante muchas generaciones para narrarles hechos que explican el origen del mundo. Los mitos indígenas son la metáfora de una colectividad para representar su visión del mundo, sobre ella el ilustrador deberá crear otra metáfora visual construyendo un mundo alternativo cuya apariencia establezca una sintonía con la metáfora original. Los mitos, a pesar de estar situados lejos de nuestra cotidianidad, no sólo en otro tiempo y en otro espacio sino en otra estructura social y cultural, permiten que el observador lejano, el extranjero que trata de entenderlos, se remita a la esencia de esos mitos, aquella que todos, de alguna manera, sabemos interpretar. Para ilustrarlos, una garantía de éxito puede estar en encontrar lo que “nos une” a la otra cultura y en respetar lo que “nos oculta”. Desde su mirada de extranjero, el ilustrador deberá cuidar de ser veraz en la recreación. Posiblemente será un proceso largo y laborioso, en cuya base, para que se fundamente con solidez, hay que encontrar la resonancia personal con el texto, una evocación de algo vivido o conocido. Si no la tiene, el ilustrador tendrá que buscar la manera de adquirir esa experiencia. Hace doce años ilustré El Dueño de la Luz, un mito warao sobre el origen de ese fenómeno natural. Inicié mi trabajo buscando información en libros y fotografías del Delta del Orinoco, manipulando objetos waraos y conversando con especialistas que habían trabajado en la zona. Pronto me di cuenta de que los materiales de referencia que había acumulado no me bastaban para encontrar las claves del tono visual adecuado para el libro. El Dueño de la Luz Ilust: Irene Savino Para mí fue imprescindible viajar al Delta. Para ilustrar un mito de otra cultura es fundamental investigar sobre ella, cada ilustrador guiará su “familiarización” con ese otro mundo de manera diferente. En mi caso particular buscaba información sobre la apariencia de las cosas: cómo es la vegetación, cómo es un palafito o una curiara. Toda esa información visual me fue muy útil para realizar los dibujos finales. Pero sólo la experiencia directa de estar en el lugar donde transcurría la historia me permitió encontrar el registro adecuado donde desarrollar mis imágenes. Sin navegar durante horas por los caños, no hubiese podido pintar el agua. Sentir su fluidez. Ver cómo se colorea con todo lo que refleja, donde plantas, islas y nubes tienen su imagen análoga invertida. 7 El cielo estaba sobre mi cabeza y también abajo, en el agua que surcaba la embarcación. Y fue allí donde identifiqué el patrón visual de sus ondas que finalmente derivó en la forma gráfica característica del libro que ilustré. Empapándome con cada chaparrón que se alterna en cuestión de minutos con el sol radiante construí mi versión de ese entorno acuático, que es el escenario de la cultura de los waraos. El dueño de la luz se inicia en una noche eterna, en un tiempo donde no hay día ni noche. La oscura noche del Delta me permitió ver la gama de grises y sus contrastes definiendo el paisaje nocturno. Negro intenso en las siluetas de las islas, el gris oscuro en el agua y gris medio en el cielo. Esa gradación tonal, trasladada al color, pasó a mis ilustraciones. No tengo ninguna formación en disciplinas que estudian las diferentes culturas y los procesos de intercambio entre unas y otras. Como ilustradora, mi relación con la cultura warao se basó en buscar la forma de representar visualmente uno de sus mitos. 8 En el Delta, además de experimentar la singularidad del paisaje, pude confrontar una manera de vivir muy diferente a la mía. Creo que esto influyó en el resultado final del libro aunque no podría decir de qué manera. Pasé algunos días en el caño Waranoko, donde viven varias familias warao. Al igual que en la historia que estaba ilustrando, en sus palafitos no existen objetos que para nosotros son tan comunes como las sillas, mesas o camas. No los necesitan ya que tienen en el chinchorro un único y polifacético mobiliario que les sirve para sentarse, cocinar, comer, dormir y que finalmente, los amortaja al morir. No hay armarios, para guardar sus enseres. Tejen cestas iguales al mapire de la muchacha del mito de EL Dueño de la Luz. Tampoco tienen luz eléctrica para alumbrarse de noche –ahora no es necesario que el padre mande a la hija a buscarla donde el joven dueño de la luz–. Al hacerse de noche, desde mi chinchorro podía ver la imagen fantasmal de los hombres warao desplazándose por los palafitos con luces sobre las cabezas. El Dueño de la Luz Ilust: Irene Savino Como mineros llevaban cascos con linternas, adquiridos en algún mercado de Tucupita tras vender sus artesanías. En una radio a pilas del palafito vecino al mío sonaba una música. Eran Simon y Garfunkel con su canción “Bridge Over Troubled Waters” que paradójicamente sentí familiar. La interpretación del ilustrador, fruto de muchas decisiones conscientes y de otras que no lo son tanto, amplía la forma de imaginar el mundo del mito al que están referidas. Junto al escritor recopilador del mito y al equipo de la editorial (el editor a cargo y el director de arte) el ilustrador aporta su trabajo creativo y contribuye a contar a los niños una historia que ha sobrevivido de boca en boca durante muchos años y que ahora toma el formato de libro. Esa es una perspectiva que no puede perderse en el proceso de elaboración de las imágenes. Irene Savino Estudió Diseño Gráfico en el Instituto de Diseño Neumann. Posteriormente, realizó una Maestría en Ilustración en Parson’s School of Design de New York. Trabajó como diseñadora en el Estudio Pinaud-Savino. A partir de 1985, es Directora de Arte de Ediciones Ekaré. Fue profesora de Color e ilustración en el Instituto de Diseño Neumann y profesora de Ilustración en la Asociación Prodiseño. Sus ilustraciones para El Dueño de la Luz obtuvieron mención en el Concurso Noma de Ilustración en 1996; el Premio al Mejor Libro Infantil del Año de Fundalibro, Caracas y el mismo libro fue seleccionado entre “Los Mejores libros para niños 1996” del Banco del Libro. Actualmente, reside en Barcelona, España y es profesora del Master en Libros y literatura para niños y jóvenes que imparte la Universidad Autónoma de Barcelona en conjunto con el Banco del Libro de Venezuela. 9 La palabra hablada y la palabra escrita Por E l l e n W a u n g a n a H ace muchos años, antes de que existiera ninguna industria editorial, los mismos relatos eran contados una y otra vez por narradores que jugaban un papel importante en la comunidad. Tomándolas de la vida misma, el narrador tejía las verdades de la civilización y armaba con ellas un todo que tenía significado y sentido. A lo largo de los siglos, los hombres han compartido sus experiencias y sus sentimientos mediante la palabra hablada, a medida que a cada generación se le contaban las hazañas de sus antepasados. A los hijos de Israel, en su viaje hacia la tierra prometida, Canaan les narraba las historias que había escuchado durante sus viajes. Muchas de las hazañas eran contadas como relatos y canciones, para entretener e informar. Estas historias se mantuvieron vivas en la tradición oral y, eventualmente, en otros países fueron puestas por escrito. Todavía hoy encontramos en todos los continentes personas aficionadas a narrar cuentos. He escuchado decir que en África Occidental hay un narrador que lleva un sombrero de paja. Es un sombrero de paja de maíz de Guinea y de su ala cuelgan muchas miniaturas talladas en madera y en marfil. Entre ellas cuelgan también pedacitos de piel, de plumas, un diente de leopardo. Cuando alguno quiere que le narren un cuento, escoge uno de los objetos, y el narrador empieza entonces con el relato que el objeto representa. Este narrador lleva los relatos en su cabeza y la tabla de contenidos en su sombrero. 10 Aunque estos cuentos responden a las creencias y costumbres de una determinada nación o cultura, bajo ellos subyace la semilla de la verdad, un pedacito de filosofía que trasciende fronteras nacionales. De país a país, algunos relatos, ya sean de tiempos históricos o de tiempos contemporáneos, contienen elementos similares y están cargados de un atractivo que los hace universales. En cada idioma, en cada lugar del mundo, el cuento es la gramática fundamental de todo pensamiento y de toda comunicación. Cuando nos contamos a nosotros mismos qué sucedió, a quién, cuándo y por qué, no sólo nos descubrimos a nosotros mismos y al mundo, sino que también nos transformamos y nos recreamos a nosotros mismos y al mundo. Todas las culturas, en un momento o en otro, fueron culturas en donde el libro y la letra estaban ausentes. Y sin embargo, en el mundo de hoy, las naciones pueden ser diferenciadas unas de otras por la comparación de los porcentajes de población alfabetizada y de uso de los libros y la lectura. Un análisis más profundo de la población alfabetizada muestra hasta qué punto una sociedad y una cultura pueden o no estar basadas en el libro y la lectura. Hasta donde yo sé, los países desarrollados (como son llamados comúnmente) como Gran Bretaña, Estados Unidos y Rusia pueden ser clasificados como países con culturas basadas en el libro. En cuanto a los así llamados países en desarrollo y muchos de los llamados países del Tercer Mundo, puede decirse que tienen culturas en donde los libros tienen poca o ninguna relevancia. En estas culturas las personas llevan las tradiciones en sus vidas cotidianas, sin prestar mucha atención a los libros, y la educación depende fundamentalmente de actividades y sistemas que no consideran conscientemente la contribución de los libros. 11 Literatura oral, educación y lectura Las sociedades tradicionales tienen sus propias maneras de criar a los niños y de prepararlos para asumir ciertos roles en la vida. La educación de los niños se da en la vida diaria a través de los padres, los familiares y la comunidad. Esto se logra mediante cuentos, relatos folklóricos, y otras formas de la literatura oral en un proceso educativo continuo que combina el conocimiento tradicional y las demostraciones prácticas. Todos estos procesos que tienen lugar en las sociedades tradicionales, también se dan en las sociedades modernas. Pero las sociedades modernas utilizan mucho la palabra escrita, además de la literatura oral. De hecho, algunas culturas se apoyan tanto en los libros que el rico arte de la literatura oral ha caído en el olvido en los últimos años. Antes de hablar de la importancia de la tradición oral en relación con la lectura, es importante discutir acerca de lo que es la lectura y de su importancia en la enseñanza y el aprendizaje. La lectura se identifica con muchas cosas, como la alfabetización, el lenguaje y las artes del lenguaje. Algunas personas consideran a la lectura como una tarea de orden fundamentalmente visual, y el estudio de su desarrollo se basa en equipos para registrar los movimientos oculares y para aumentar la velocidad de lectura expandiendo la capacidad ocular de abarcar símbolos impresos. Otras personas ven la lectura como un problema de pronunciación adecuada y enfatizan la instrucción fonética o modifican la ortografía para asegurar una mayor precisión en las relaciones entre signos y sonidos. Pocos ven la lectura como un proceso complejo que integra todos los aspectos de la conducta humana. Pocos se dan cuenta de que sólo una instrucción variada y continua puede garantizar una lectura precisa y eficiente. 12 La capacidad de apreciar y ponderar lo que se lee, y de relacionar lo que se lee de una manera significativa, es la llave hacia una rica experiencia que vincula a las personas de una forma que no está limitada por la distancia y el tiempo. Ruth Strang ha dicho: “La lectura ofrece una experiencia a través de la cual el individuo puede ampliar sus horizontes, identificar, extender e intensificar sus intereses, y obtener una mayor comprensión de sí mismo, de los demás hombres, y de su mundo”. Una experiencia en Zimbabwe Entendiendo a la lectura desde esta perspectiva es que desde hace unos años, junto a otras personas, he estado promoviendo un movimiento en mi país, para el desarrollo de una cultura basada en el libro, como una estrategia para el mejoramiento de la calidad de la vida de todas las personas. Sin embargo, también estoy extremadamente consciente del importante papel que la tradición oral juega en el mejoramiento de la calidad de la vida. En otras palabras, en mi trabajo quisiera enfatizar la relación complementaria que existe entre la tradición oral y la lectura. Aunque la transición de la literatura oral popular hacia la alfabetización y la lectura ha tenido y todavía está teniendo lugar en muchos países, el uso de la tradición oral como medio para ofrecer una educación para la vida no debería ser subestimado. La tradición oral puede combinarse exitosamente con la lectura y la palabra escrita y esto puede lograrse a través del establecimiento de grupos de narración oral y de bibliotecas caseras. Recientemente, en una publicación especializada estadounidense apareció un artículo acerca del antiguo arte de la narración de cuentos. Se decía allí: “Hubo un tiempo cuando casi todos los pequeños pueblos del país tenían al menos dos o tres venerables ciudadanos que se deleitaban en narrar los relatos folklóricos que habían circulado en sus localidades por generaciones. Algunos de estos narradores eran intérpretes consumados, y las historias que contaban eran parte verdadera de la cultura nacional. Como tantas otras tradiciones rurales, este rico arte de la narración ha caído últimamente en el olvido. Pero no todo está perdido. En 1973, un puñado de narradores se reunió en el pueblo sureño de Jonesbore, Tennessee, para entretenerse unos a otros y a un pequeño público… nació así un grupo llamado Asociación Nacional para la Preservación y Perpetuación de la narración de Cuentos”. Me pareció muy interesante esta noticia, ya que en 1979, inicié el establecimiento de grupos de narración de cuentos y de bibliotecas caseras en mi vecindario, en Zimbabwe, para promocionar aspectos tales como la transmisión de la cultura, el estímulo a la lectura como placer y como medio de información, la transmisión de la historia de una generación a otra y, en general, el proporcionar una educación para la vida. Estos grupos están destinados fundamentalmente a niños entre tres y trece años. El modelo típico de un grupo de narración oral y biblioteca casera de cualquier vecindario consiste en un grupo de niños y algunos adultos, que se reúnen una vez a la semana y a veces más, dependiendo de lo que convenga a la mayoría del grupo. Se reúnen en cualquier parte: una habitación, bajo un árbol, a pleno sol, donde sea. Es esencial que exista un líder del grupo que sea responsable de su funcionamiento, del préstamo de libros y otras cosas. Las abuelas y otras personas ricas en tradición oral son estimuladas a incorporarse al grupo para enriquecer las actividades a través de la narración oral y otras costumbres de la tradición. Estoy segura de que la tradición oral y la lectura pueden ser promovidas conjuntamente con éxito para la transmisión de la cultura y de la historia, tanto en las culturas basadas en el libro como en las culturas no basadas en el libro. Una manera de hacer esto es estableciendo grupos de narración oral y bibliotecas caseras en las comunidades. Hacerlo, sería también establecer una base sólida para una educación para la vida. Y esto es todo lo que queremos ¿no es así? Ellen Waungana Coordinadora del Proyecto Kudyara Mbeu Yedzidzo, desarrollado en Zimbabwe. El proyecto contempla la instalación de bibliotecas caseras en varias comunidades en donde se llevan a cabo actividades regulares de lectura y de narración de cuentos. Este artículo, resume la ponencia que Ellen Waungana presentó en la Conferencia General de IFLA celebrada en Nairobi en 1984. 13 ¿Qué hay de la oralidad en el siglo XXI? Por Paula C adenas E ntre las muchas curiosidades de esta era digital está su carácter ambiguo, permanente fugitivo de clasificaciones. Se dice que los jóvenes se aíslan frente al computador, pero el número de ‘centros de comunicación’ va en aumento, mientras que allí se reúnen a jugar en equipo, con pleno espíritu de cooperación; se dice que se está generando una nueva forma de analfabetismo, sin embargo, parece nacer una curiosa fusión entre escritura y oralidad; se dice que cada vez leemos menos, pero Internet se abre como un inmenso océano textual. En el Banco del Libro hemos disfrutado de la abismal experiencia de la educación a distancia: el Curso en línea de formación de promotores de lectura, donde se reflexiona sobre la lectura leyendo y escribiendo. Durante el Curso en línea, se solicitan trabajos de campo, el alumno sale a explorar su realidad y trae a este espacio virtual los hallazgos. Y en una de las tareas de la “Unidad cuatro”, por ejemplo, debía recopilar muestras de géneros orales que se manifestaran en su entorno. Luego los resultados componen una valiosa antología de distintas partes del mundo. Cada uno debe leer todos los trabajos, y cada quien escribe en el “Foro” sus reflexiones críticas posteriores al trabajo de campo. 14 Profesores y alumnos se encuentran a destiempo a partir de mensajes dejados allí. En estas aulas, nadie puede permanecer callado; pues el carácter oral del intercambio intenta ser alivio a la ausencia. Aquí les extendemos entonces, fragmentos de esta especie de conversación diacrónica que es el Foro… BL » BL2005-03 » Foros » Reflexión crítica sobre el trabajo de campo: Manifestaciones de la Tradición Oral. Géneros presentes en el entorno » Ciudad Juárez, México Migración y tradición oral de Ortiz Gerardo - domingo, 16 de octubre de 2005, 23:18 Al elaborar al trabajo me encontré con detalles interesantes dado que recurrí principalmente a mi entorno familiar, que por cierto es bastante grande, por ejemplo en el caso de la familia de mi esposa, las narraciones encontradas son más bien cultas y con cierto laicismo, ellos provienen de una familia donde hubo presencia de maestros y además el origen cercano está en el estado de Durango, en el norte del país donde el nivel de religiosidad no es muy alto; por otro lado, en mi núcleo familiar las aportaciones fueron principalmente narraciones vinculadas con un contexto religioso muy concreto, existen oraciones ligadas con la infancia y con la vida cotidiana, es curioso como se constata que los fenómenos geográfico culturales son determinantes en las historias que se van generando. Un aspecto común fue el goce de contar, el gusto de darse cuenta de que historias que aparentemente corresponden a un ámbito privado son motivo de un registro para un estudio determinado, algunos no conciben que esas historias que nos fueron contadas de pequeños y vemos como algo natural, sean parte de eso que llamamos cultura. El migrante que tiene ya 20 o 30 años en nuestra ciudad, se resiste a dejar sus costumbres y sus historias y hace constante referencia a lo vivido en su pueblo de origen, como que cuesta trabajo desprenderse de su origen de pueblo, de rancho. Me parece interesante la posibilidad de registrar la forma en que una persona conserva determinada historia después de vivir en un sitio que aparentemente no es su hogar. Considero que lo que dice y cuenta el migrante tiene derecho a ser registrado y valorado, aún considerando la posibilidad de relatos, por decirlo así, híbridos en el sentido de resultar de una mezcla de ciudad y de pueblo, mezcla de regresar al hogar de origen y el nuevo hogar, la nueva casa que les ha abierto las puertas. Queda todavía pendiente la configuración de esta historia oral de la frontera, de quienes se fueron, de los que se quedan, de los que no pudieron cruzar al otro país, de los que no tuvieron acceso al primer mundo. La historia oral de la frontera México-Estados Unidos, es una historia por contarse, y hay quienes queremos estar ahí para colaborar a contarla o bien para escucharla con atención. Melo, Uruguay Reflexión crítica de Brown Virginia - viernes, 14 de octubre de 2005, 14:31 La tradición oral en Melo es muy rica: conviven aquí las expresiones del medio rural con las de la ciudad y las externas que nos llegan a través de los medios de comunicación audiovisual. Al pedirles ayuda para esta tarea, comprobé que los niños se entusiasman rápidamente por mostrar sus conocimientos, armaron rápidamente un repertorio que incluyó desde bromas y juegos de palmas a canciones de Shakira. Se pusieron incluso a bailar en la biblioteca (“porque esta canción hay que bailarla”), nunca había estado el ambiente tan movido y festivo y realmente esta “tarea” dejó de parecer tal... Tanto en la biblioteca escolar como en la caja de libros, se han incluido publicaciones que recogen no sólo poesías de autor, sino también rimas, adivinanzas y canciones tradicionales, etc. He notado que en cuanto nos ponemos a compartir un texto con este tipo de recopilación, los niños inmediatamente me sacan el libro y se lo llevan para poder leérselo a otro, o hacerles un chiste de los que se incluyen en el libro, lo cual me muestra que es un gran incentivo para la lectura independiente. Asimismo, los preadolescentes disfrutan enormemente las coplas, y con frecuencia se llevan este tipo de libro y se sientan en grupo a compartirlas, o las copian a sus cuadernos para luego decírselas a un novio o una novia. En cuanto a los juegos, bromas, trabalenguas y adivinanzas, he preguntado a los niños quién les enseño, e invariablemente ha aparecido la 15