cuentas que no cierran

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Junio
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Ilustración: Juan Atacho
Un balance K para los tiempos que corren
cuentas que no cierran
GASTÓN REMY
Economista, docente UNJu.
ESTEBAN MERCATANTE
Comité de redacción.
En Los tres kirchnerismos, una historia de
la economía argentina, 2003-2015, de reciente aparición, Matías Kulfas busca ofrecer una
mirada de lo que fue (y lo que no) el desenvolvimiento de la economía durante ese período. Sus logros, los motivos de los mismos,
y las deudas pendientes que dejaron abiertas
los 12 años del kirchnerismo en el poder, son
algunos de los temas centrales en los que se
indaga.
El autor fue un protagonista directo de la
gestión de parte de estos años (2006-2013),
desempeñándose sucesivamente en la subsecretaría de Pequeña y Mediana Industria y
Desarrollo Regional, en el Banco Nación y en
el Banco Central.
Su planteo intenta escapar de lo que él considera un debate poco fructífero entre quienes
consideran que se trató de una “década ganada” y quienes afirman que fue una “década
desperdiciada”. Kulfas realiza una valoración
positiva de conjunto, pero considera necesario señalar los límites que se expresaron para
mantener a lo largo del tiempo lo que desde
su punto de vista son importantes logros.
Tres mandatos, ¿tres “modelos”?
Kulfas argumenta que estos doce años pueden dividirse en tres períodos marcados por
condiciones e instrumentos de política bien
diferenciados. Cada uno de ellos se correspondería de manera más o menos exacta con
el mandato presidencial de Néstor Kirchner y los dos de Cristina Fernández. Tomando de conjunto el período, en el terreno de
las condiciones objetivas, se pasaría de una
situación inicial excepcionalmente favorable
lograda mediante el ajuste de 2002 –cuyos
impactos sociales e importancia para los años
“virtuosos” del kirchnerismo no son sopesados enteramente por Kulfas–, a un paulatino
deterioro de las mismas durante el “segundo kirchnerismo”, cruzado por el impacto de
la crisis mundial en 2008/09 y, finalmente, a
un salto en los desajustes durante el “tercer
kirchnerismo”.
En el terreno de las políticas, el primer momento estaría caracterizado por la búsqueda
de la “normalidad”. Los puntos de apoyo para ésta estaban dados por algunas de las medidas tomadas por Duhalde:
La fuerte devaluación en un contexto recesivo y de alto desempleo había generado una
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ECONOMíA
nueva paridad cambiaria real muy elevada. El
resultado inicial fue un verdadero shock positivo en la actividad productiva: los márgenes de ganancia crecieron muchísimo debido
a los salarios bajos… (p. 109).
Se nota a Kulfas apurado por pasar rápido por
este detalle de la economía política kirchnerista: entre las “medidas de política” que contribuyeron al crecimiento junto al viento de cola
internacional, pocas más importantes que la
formidable transferencia de ingresos que permitió la devaluación, golpeando sobre los ingresos
de la clase trabajadora para mejorar los márgenes. Pero no resulta simpático reconocer esto
muy explícitamente si de defender un “modelo
de crecimiento con inclusión” se trata.
De esta primera etapa, el autor destaca el
alejamiento de la ortodoxia y sus restricciones, expresada sobre todo en la política
cambiaria competitiva, las retenciones que
“redistribuyeron” la renta petrolera y agraria (y que como señala Kulfas habían llegado
con Duhalde) –en beneficio de otros sectores
del empresariado–, ciertos controles al ingreso de capitales (que apuntaban sobre todo a
evitar la sobrevaluación cambiaria), la reestructuración de la deuda y el congelamiento
de las tarifas de los servicios públicos privatizados. Esto último fue para Kulfas positivo en
este primer momento, como parte de salir de
las “restricciones” legadas por la convertibilidad, aunque criticará la irresolución del esquema tarifario a lo largo del tiempo. Lo que
considera como el mayor déficit de este primer momento, es que expresó una dificultad
para “planificar a largo plazo”.
El segundo kirchnerismo, iniciado en diciembre de 2007, estaría caracterizado por el
surgimiento de dificultades que obligaban a
la búsqueda de nuevas herramientas. La inflación, que había surgido en 2005 y desde
entonces se buscaría frenarla mediante controles/acuerdos de precios (y ocultar con estadísticas truchas desde 2007), fue una de
estas cuestiones. El conflicto con las patronales agrarias suscitado por el intento de aplicar
retenciones móviles fue un parteaguas de este
período. Para el autor se trató de una medida
adecuada (otorgaba mayor “previsibilidad”)
tomada en un momento inoportuno (en el
medio de la cosecha, cambiando las “reglas
del juego”), aunque se interroga si otra medida distinta hubiera evitado el conflicto, lo
que, admite, no es posible responder. Este período también estuvo cruzado por el impacto de la crisis mundial y en las respuestas que
tuvo que ensayar CFK. Observa que gracias
a la política fiscal expansiva, combinada con
devaluaciones y subas de las tasas de interés,
un shock externo de esta magnitud no generó
una crisis de la balanza de pagos. Otras medidas de magnitud de estos años que valora
positivamente son la estatización de las AFJP,
que llevó al pleno restablecimiento de un
sistema de reparto, el establecimiento de la
AUH y la decisión de utilizar las reservas del
Banco Central (BCRA) para pagar deuda, decisión que en ese momento se justificaba en
su opinión por la abundante disponibilidad
de reservas y la tendencia a su aumento.
El “tercer kirchnerismo”, iniciado en diciembre de 2011, “operaría con restricciones inéditas”, panorama que “no brindaba un
marco adecuado para la profundización del
modelo” (p. 157). Los obstáculos vendrían sobre todo por el lado externo, vinculados a las
limitaciones en la política industrial y energética durante los años previos. También en el
gasto público, cuyo aumento “superaba con
creces el incremento de los ingresos fiscales”
(p.158). El autor considera que esta sumatoria de desajustes macroeconómicos “conducía a pensar en implementar un esquema de
reacomodamiento o ajuste”, pero el gobierno
solo adoptó medidas, como la devaluación de
2014, “ante situaciones extremas”. En vez de
profundizar, “debió contentarse con ‘aguantar el modelo’” (p. 158). Kulfas considera que
el tercer kirchnerismo tendió a “ideologizar
los instrumentos”. Un ejemplo de esto lo encuentra en la decisión de seguir usando reservas para pagar deuda; idea buena en 2010
que ya no lo era en 2012, cuando las reservas se reducían dramáticamente y en cambio
el financiamiento externo podía ser barato si
el país hacía los deberes. También lo observa en el control de cambios implementado a
fines de 2011 y reforzado luego, que para el
autor podría ser una medida momentánea,
se transformó en permanente, atacando las
consecuencias en vez de las causas (asociadas a una expectativa de devaluación). Y así
sucesivamente.
Estas decisiones alteraron profundamente
las condiciones de los primeros años. Kulfas
lamenta que
El eje de la actividad económica se desplazó
negativamente: de una economía que había
alcanzado récords de inversión productiva1 a
otra en que la especulación y el arbitraje financiero tenían un inusitado protagonismo
(p. 167).
La apreciación del tipo de cambio restaba
rentabilidad a los empresarios y competitividad a las exportaciones, la falta creciente
de dólares para realizar las importaciones, y
una economía con un marcado descenso del
crecimiento y con problemas cada vez mayores para crear empleo, retracción del salario
real, en un contexto de mayor inflación y déficit fiscal, configuró una administración de las
restricciones que terminó gestando un estancamiento severo. Después de ajustar con la
devaluación en 2014 (año en que los salarios
perdieron en promedio 5 puntos, dato que
Kulfas no menciona), e intentar fallidamente
ese año cumplir con la agenda para volver a
los mercados (pagando al Club de París, cumpliendo los fallos del Ciadi a billetazo limpio,
y entregando otra millonada a Repsol), intento frustrado por Griesa y los buitres, la Presidenta se concentró en llegar a diciembre
de 2015 “con lo justo”, dejando al sucesor la
“profundización”, en este caso, del ajuste.
Memoria y balance
Kulfas concluye que el cierre del tercer período de gobiernos kirchneristas se ubica “en
la zona de los grises”, lejos de las promesas
iniciales de “profundización del modelo” y
de “mayores avances en la inclusión sociolaboral y desarrollo productivo”, pero “lejos también de los pronósticos apocalípticos
que empezaron a proliferar en vastos sectores opositores” (p. 176). El tercer kirchnerismo “no pudo reflejar avances de relevancia”
y, por el contrario, muestra índices con mayor heterogeneidad, “caída en los salarios
reales y un menor nivel de empleo” (p. 178).
Pero si no fue un período de nuevos logros,
sí fue –dice el autor– “de sostenimiento con
fórceps de los avances de los períodos anteriores”. El tercer período estuvo “lejos de los
daños que suelen generar las crisis, así como
de encontrar los mecanismos para recuperar la senda ascendente”. Pero además, puso
en evidencia “las limitaciones de las políticas
destinadas a operar sobre la estructura productiva, y los excesos de voluntarismo en la
gestión macroeconómica” (p. 178).
Las críticas del autor, como evidencia lo
que ya hemos señalado, apuntan a señalar falencias o debilidades, pero no se dirigen a la
orientación básica de los gobiernos kirchneristas. Opina que le faltó más y mejor política, especialmente en el terreno del desarrollo
industrial, y que fue tardío en la aplicación de
la sintonía fina.
En el balance realizado por Kulfas, se nota un salto formidable entre las cuestiones
más importantes que en su opinión quedaron en el tintero, y las medidas de política
“alternativas” que sugiere a lo largo del libro,
con las cuáles sería impensable aproximarse
a esos objetivos. El autor lamenta la ausencia de políticas tendientes al “cambio estructural”. Pero este nuevo esquema debe pasar,
si nos atenemos a lo que dice en su libro, por
una serie de políticas “micro” más eficaces y
consistentes, pero dando por “buenas” todas
las limitaciones “estructurales” más importantes que pesan sobre la economía argentina. Llama la atención, por ejemplo, pretender
discutir el cambio estructural sin posar la mirada sobre la dinámica que tuvieron los grandes grupos capitalistas durante estos años y
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cómo el kirchnerismo se acomodó a ellos. La
complacencia evidenciada durante los “tres”
kirchnerismos para con el mantenimiento de
un aparato industrial desarticulado, al cual
el Estado subsidió por múltiples vías sin impulsar cambios estructurales, y la tolerancia
para con la evidente desinversión de las principales empresas2 durante estos años, que la
“juntaban con pala”, según declaró varias veces la presidenta Cristina Fernández, no merecen la atención de Kulfas. En el regreso de
la “restricción externa”, tampoco incluye una
mención de cómo durante los años de mayor crecimiento y holgura externa el kirchnerismo dejó hacer libremente a los capitalistas
nacionales y extranjeros que giraron al exterior más de 140 mil millones de dólares (un
cuarto de la economía hoy), si sumamos remisión de utilidades de empresas extranjeras,
pagos de deudas (muchas veces una forma
encubierta de girar utilidades) y la lisa y llana
fuga de capitales. Si sumamos a esto el “pago
serial” de la deuda, se explica la mayor parte
del drenaje de divisas que condujo a su escasez y las restricciones aplicadas desde 2012.
Kulfas tiene una mirada crítica sobre la ausencia de una política industrial o el manejo de la política energética, pero sus planteos
alternativos aceptan las principales restricciones dentro de las cuales se manejó el kirchnerismo. Cuando evalúa la relación con
las empresas concesionarias de los servicios
públicos privatizados, señala que el kirchnerismo se salió por fuera del “teorema de la imposibilidad” (p. 111), es decir de la aceptación
de las restricciones heredadas por los contratos de los ‘90 y la “seguridad jurídica”, pero
esto no da cuenta de la mala combinación
que hizo el kirchnerismo entre congelamiento de tarifas y preservación de las concesiones y de los nudos centrales de sus marcos
regulatorios, que está en la raíz del descalabro
energético con el que concluyó el período3.
La ausencia de denuncia de los Tratados Bilaterales de Inversión y sus cláusulas restrictivas –que otorgan garantías de impunidad
para el saqueo de las multinacionales imperialistas–, algo que desde 2003 fue planteado
como urgente incluso por sectores que apoyaban al oficialismo4, también es otra muestra de cómo, a contramano de los discursos
de soberanía, el kirchnerismo se acomodó a
las restricciones impuestas por las exigencias
de “clima de negocios” y “seguridad jurídica” del gran capital y del imperialismo. Los
acuerdos con mineras y petroleras como Chevron, este último después del supuesto ataque
de soberanía que llevó a la recompra Repsol
(aunque desde el vamos estaba la idea de asociar la recomprada YPF a otros pulpos petroleros), muestran que este patrón de conducta
estuvo en el ADN del kirchnerismo de principio a fin.
Si el balance de Kulfas exagera la posibilidad de alguna batería de políticas para superar los condicionantes estructurales, al mismo
tiempo cuando llega la hora de evaluar cómo podría haberse salido de la encerrona en
la que entró el “modelo” desde fines de 2011
termina realizando prescripciones que lejos
de ir en ese camino hubieran significado acelerar los ritmos de un ajuste “ortodoxo”, encarando la prometida “sintonía fina” para
“sincerar” la economía en tiempos de Cristina Fernández.
Esto se manifiesta en su opinión sobre lo que
debería haberse hecho en el plano del financiamiento externo. Es llamativo que no le merezca ningún comentario negativo el costoso
regalo a los bonistas que significó el cupón
atado al PBI, que le agregará a la deuda reestructurada un 25 % o más al valor de los nuevos títulos. Ni que hablar del mantenimiento
en los canjes de 2005 y 2010 de la cláusula
de “prórroga de soberanía” que se viene incorporando en emisiones de deuda desde los
años de la dictadura, que habilita la jurisdicción extranjera para litigios sobre la deuda local, sin la cual Griesa no podría haber frenado
en 2014 el pago de los bonos canjeados. Pero
además, al mismo tiempo que Kulfas considera que la política de desendeudamiento significó un cambio fundamental en la historia del
país, sostiene que a partir de 2012 debería haberse revisado la estrategia de pagar deuda
con reservas. “Una vez alcanzado cierto nivel
de desendeudamiento”, ante una situación de
escasez de divisas, era “recomendable estabilizar los niveles del endeudamiento antes que
continuar reduciéndolos a costa de sacrificar
divisas cada vez más escasas” (p. 31). Su opinión es que debería haberse intentado antes
la vuelta a los mercados financieros. Lo cual
significaba cumplir con todas las “tareas pendientes” para eso (Ciadi, Club de París, Repsol,
buitres), pero además encarar el ajuste de gasto público y levantamiento de cepos que viene
“sincerando” Macri. Nada que permita pensar
que se está más cerca del “cambio estructural”.
¿Por qué no empezar por frenar la sangría de
divisas que tuvo a los pagos de la deuda entre
sus capítulos centrales? Este interrogante no
pasa por las páginas de Los tres kirchnerismos.
Sincerar el legado
En su balance de “grises”, Kulfas toma una
foto de final de mandato de Cristina Fernández, y entonces puede decirnos que el agotamiento de los tres kirchnerismos tiene como
virtud no haber concluido con la regresión
social de otras crisis previas. Parece como si
lo que estamos viviendo desde diciembre se
debiera solo a la vocación de la CEOcracia y
nada tuviera que ver con la herencia recibida.
Tanto Macri que dice que es todo “sinceramiento” en el shock que está aplicando, como
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los kirchneristas que pintan un mundo idílico
hasta el 9 de diciembre pasado, tentación en
la que termina cayendo Kulfas a pesar de su
mirada distanciada, presentan una “herencia”
a su medida. Existe una responsabilidad compartida en el ajuste en marcha. La foto de diciembre se consiguió a fuerza de ajustar solo
lo necesario, como afirma Kulfas, pero pasa
por alto que esto significaba preparar conscientemente las condiciones para un ajuste
mayor en el futuro. La película de la que es
parte la foto que muestra Kulfas sigue con el
ajuste actual, aunque los ritmos y algunas decisiones para favorecer especialmente a los
sectores más ricos son de la propia cosecha
macrista y no se explican solo por la herencia.
El ajuste que unos prepararon y otros aplicaron, no era de ningún modo inevitable. Solo
lo era si aceptaba como presupuesto incuestionable la expoliación imperialista mediante
el control que realizan sus corporaciones en
la economía nacional, de sus principales resortes y de las decisiones de inversión (y de
desinversión) que realizan estas y los grandes
grupos locales, estrechamente unidos por mil
lazos al capital imperialista, y si se aceptan
las “reglas del juego”, subordinación al dictado de los centros financieros y la banca internacional. Este “teorema de la imposibilidad”
era un supuesto compartido entre los que se
fueron el 9 de diciembre y los que están al
frente de la administración desde entonces, y
por eso para unos y otros el “sinceramiento”
era la única alternativa posible, a lo sumo discutiendo sus ritmos.
Los tres kirchnerismos, con un balance positivo a medias del período que concluyó en diciembre de 2015, y un inventario de decisiones
con las cuáles todo podría haber ido (un poco)
mejor, nos invita a dar otra vuelta en la calesita de la alternancia entre neoliberales rabiosos
y estatalistas mercadointernistas. Para los trabajadores y los sectores populares, la clave está
en cortar ese círculo vicioso donde hay mucho
por perder y poco por ganar, imponiendo políticas de otra clase que rompan el “teorema de
la imposibilidad” de atacar de raíz las condiciones de la Argentina capitalista dependiente.
1. Esta afirmación es discutible. Como puede verse
en el análisis realizado en el capítulo 6 de La
economía argentina en su laberinto. Lo que dejan
doce años de kirchnerismo, de Esteban Mercatante
(Ediciones IPS-CEIP, 2015), la inversión mostró
durante estos años fuertes limitaciones, puesta en
relación con los recursos disponibles y las condiciones de rentabilidad registrada en la economía
argentina durante estos años.
2. Ídem.
3. Esteban Mercatante, “Régimen regulatorio de
hidrocarburos: Escenas de noventismo explícito”,
IdZ 2, agosto de 2013.
4. Alfredo Eric Calcagno y Eric Calcagno, “Renunciar soberanía es inconstitucional”, en Le Monde
Diplomatique Edición Cono Sur Nº 72, 2005.
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