Ingeniería Hidráulica en el México Prehistórico. Por: S. Christopher

Anuncio
Ingeniería Hidráulica en el México Prehistórico.
Por: S. Christopher Caran y James E. Nelly.
Investigación y Ciencia, Diciembre 2006
Los agricultores prehistóricos del
sur de México debieron de anhelar
un milagro. El clima tropical hacía
que los fértiles valles de la región
fuesen casi ideales para el cultivo,
a pesar de hallarse a poco menos
de 2000 metros de altitud; las
intensas
lluvias
aseguraban
cosechas abundantes durante los
seis meses de la estación
monzónica.
Tan
favorables
condiciones hicieron de esta
región la cuna de la agricultura del
Nuevo Mundo y el suelo natal del
maíz. Pero aquellos campesinos
primitivos tenían que afrontar una
limitación crucial: durante medio
año, el tiempo era demasiado seco
para cultivar. Si dispusieran de
agua durante todo el año, sus
campos, que roturaban a mano, les
proporcionarían dos -e incluso
tres- cosechas anuales. Mas,
¿cómo obtener esa agua?
La solución no llegó de un
milagro, sino de una maravilla del
ingenio humano, de obras de
ingeniería a gran escala, pensadas para
almacenar y transportar agua. Su construcción,
de cuyos modestos orígenes apenas quedan
rastros, fue progresando gradualmente hasta
alcanzar una escala monumental. La presa de
Purrón, por ejemplo, construida en el valle de
i Los agricultores prehistóricos del sur de
México tenían que afrontar todos los años una
sequía de seis meses.
m Para lograr sus cosechas anuales, los
campesinos desarrollaron ingeniosos
procedimientos de transporte del agua hasta los
huertos. Crearon represas, pozos, canales,
acueductos y terrazas de cultivo.
i Dos de esos sistemas de riego dan fe de la
capacidad de aquellos ingenieros: una red de
canales en el valle de Tehuacán y un sistema de
terrazas en el valle de Oaxaca regadas desde
canales construidos en lo alto de los muretes de
contención.
Tehuacán hacia 750 a.c., tenía una longitud de
400 metros, 100 de anchura y su alzado era de
casi 25 metros. Los obreros transportaron a
mano, a razón de unos cuantos kilos en cada
viaje, unos 2,64 millones de metros cúbicos de
tierra. Es probable que esta presa fuese la mayor
estructura de retención de agua de América hasta
el siglo xviii. Los antiguos ingenieros
construyeron en sus aledaños miles de
kilómetros de canales y acueductos, que
precedieron en dos milenios la llegada de los
europeos a México. Desviaron y canalizaron las
aguas de manantiales y avenidas, las condujeron
a través de las divisorias de escorrentía y las
hicieron contornear cañones o bajar por
empinadas laderas. Otras ingeniosas obras
recogían el agua de lluvia en edificios y plazas.
Los pueblos del México meridional sacaron
provecho de todas las formas de aprovisionarse
de agua que ofrecía su entorno.
Muchas de aquellas estructuras de recogida y
riego sobrevivieron en un estado excelente
durante 1500 años, si no más; en ciertos lugares
hasta casi 3000, lo que atestigua la excelencia de
su diseño y construcción. Tales proezas serían
extraordinarias desde cualquier punto de vista,
pero resultan todavía más notables teniendo en
cuenta que los constructores carecían de
herramientas de metal, de transporte rodado y de
animales de tiro. Los restos más antiguos que
han sobrevivido dejan ver un muy alto grado de
innovación técnica y hacen sospechar que debió
de existir un sistema muy elaborado de
administración y mantenimiento de esta masiva
infraestmctura. Se han descubierto Sistemas
prehistóricos de gestión del agua en buen número
de localidades mexicanas; un examen atento de
un par de ellas -los grandes canales del valle de
Tehuacán y la fantástica red de riego en terrazas
del valle de Oaxaca- arrojará luz sobre el ingenio
de los antiguos ingenieros hidráulicos.
La investigación moderna de estos dos
yacimientos dio comienzo a finales del decenio
de 1960 y principios del siguiente, en sendas
excavaciones dirigidas por dos figuras
legendarias de la arqueología, Richard S. MacNeish (apodado "Scotty") en el valle de
Tehuacán y Kent V. Flannery en el de Oaxaca.
Uno de los autores (Neely) era a la sazón un
joven que acababa de terminar la carrera y tuvo
el privilegio de participar en ambos estudios.
Ninguna de aquellas excavaciones estaba
enfocada al estudio de la gestión hidráulica; a
pesar de la evidente importancia de tales
sistemas, tras unas someras evaluaciones hubo
un prolongado hiato. Sin embargo, la fascinación
de Neely por el agua fue persistente. Veinte años
después, invitaba a un geólogo (Caran, coautor
de este artículo) a sumarse a un análisis más
exhaustivo de aquellas obras hidráulicas. Sus
hallazgos, como se verá, resultaron asombrosos.
Canales, acueductos y tecoatles
La red de canales del valle de Tehuacán, en el
sur de México, resultó ser el mayor de los
sistemas de gestión hidráulica prehistórica del
Nuevo Mundo. Estos canales suman más de
1200 kilómetros de longitud. Suministraban agua
a 330 kilómetros cuadrados de tierra cultivable
—una región cuyo tamaño es casi el de la franja
de Gaza—, y ello hace más de 2500 años. Los
regantes creaban canales excavando un surco en
el suelo; debían de construir pequeños caballones
a cada lado. Cada canal se surtía de un punto
situado en zonas más elevadas y conducía el
agua hasta campos más abajo, siguiendo a
menudo una trayectoria sinuosa para mantener
un ligero gradiente de 2 grados o menos.
Casi toda el agua de riego se tomaba de grandes
manantiales. Era rica en minerales disueltos,
especialmente, en calcita, que es una forma de
carbonato de calcio. Estos minerales, al
depositarse en los canales, contribuían a su
conservación, revistiéndolos de un recubrimiento
impermeable, pero a la larga acababan
amenazando su supervivencia. Al tiempo que el
agua de las fuentes fluía por los canales, la
evaporación y los cambios de temperatura
provocaban que los compuestos en disolución se
concentrasen tanto, que en la superficie interior
del canal se depositaba una delgada película de
minerales cristalizados. La contribución mineral
de cada litro de agua era diminuta, pero es
probable que el gasto de algunos de los grandes
canales superase los 500 metros cúbicos diarios.
Una capa tras otra se sedimentaba y endurecía,
formando un revestimiento pétreo de travertino
calcáreo, un material similar al de las estalactitas
y las estalagmitas de las cuevas. Estos estratos se
iban acumulando a razón, por término medio, de
un centímetro al año, es decir, un metro en cada
siglo.
La sedimentación fue tan amplia que muchos de
los canales empezaron a cegarse. No obstante, el
flujo continuó, porque el travertino se depositaba
no sólo en el lecho del canal, sino también allí
por donde el agua se desbordase. En
consecuencia, las paredes del canal se fueron
elevando, formando diques que por lo general
conservaban el agua en su seno, incluso por
encima del nivel del suelo. El agua continuaba
desbordándose en ocasiones, depositando al
hacerlo capas minerales situadas fuera del canal
primitivo. De esta forma, lo que inicialmenle fue
un pequeño canal excavado en el suelo se
convertía en una loma de hasta 5 metros de altura
y de 30 metros de anchura en su base, con un
canal que corría a lo largo de su cresta. Ayudado,
posiblemente, por mantenimientos periódicos, el
canal conservaba su sección transversal en U y
seguía elevándose y funcionando.
La naturaleza pétrea y las formas alargadas y
sinuosas de estos canales "fósiles" debió de
inspirar el nombre que recibieron en la lengua
azteca: Tecoatl, o "serpiente de piedra". Esas
tecoatles, que podían tener varios kilómetros de
longitud, transformaron el paisaje, creando
barricadas que afectaron a la alineación de los
caminos y la planificación de villas y ciudades
desde los tiempos prehístóricos y el período de la
colonización española hasta nuestros días.
En los lugares donde no era posible construir
canales (en laderas demasiado inclinadas, por
ejemplo), los regantes idearon canales alzados
sobre el suelo —acueductos—, construidos con
piedras sin sujeción de mortero y con tierra
compactada. En comparación con los acueductos
romanos más o menos coetáneos, se trataba de
estructuras bastante simples, pero no por ello
menos eficaces.
Tenemos un ejemplo interesante en el cañón del
río Xiquila. Este lugar cuenta con dos
acueductos, a distinta altura sobre el río. Ambos
tenían una anchura aproximada de un metro y un
gradiente casi constante, a pesar de las paredes
irregulares del cañón. La edad de estas
estructuras se ha determinado gracias a
fragmentos de cerámica de tipo y antigüedad
conocidos. El acueducto situado a menor altura,
que mide un kilómetro de longitud, se construyó
hacia el 400 de nuestra era y se eleva entre 4 y
12 metros sobre el río. Este segmento sufría por
las riadas y corrimientos de tierra y fue
abandonado hacia el año 700. El acueducto
superior, construido por esa época, se alzaba
entre 20 y 22 metros sobre el río y tenía una
longitud de más de 6 kilómetros. Estuvo en
servicio
hasta
1540 por lo
menos.
Estos
acueductos
transportaban
cantidades
no
muy grandes de
agua
de
manantial y no
llegaron
a
fosilizarse.
Los canales que
sí se fosilizaron
nos
proporcionan
una historia indeleble de la forma en que se
utilizaron y del ambiente en que funcionaron. En
las capas de travertino se hallan atrapados
abundantes restos de algas acuáticas, diatomeas y
musgos, así como plantas de humedal mucho
mayores, que crecieron dentro o a lo largo de los
canales. Al tratarse de organismos sensibles a los
cambios en las condiciones ambientales,
podemos hoy reconstruir la composición química
del agua, su carga de nutrientes, la velocidad con
que fluía y su claridad. El travertino ha
conservado también pólenes de plantas
cultivadas en las huertas cercanas, y así podemos
saber que los canales servían para la irrigación
de maíz, pimientos y tomates. La amaranta, o se
plantaba —hoy se cultiva, y muy posiblemente
también en los tiempos antiguos—, o crecía
silvestre en los contornos de los campos, Juncos
y cañas prosperaban a lo largo de los canales —
sin necesidad de cultivarse—; los antiguos
campesinos quizá recolectaron estas plantas
útiles como alimento, por sus fibras o para astas
de flecha.
Dado que los canales creaban un hábitat acuático
artificial muy dispar de sus alrededores
semiáridos. Podemos tener la seguridad de que
las plantas acuáticas que componen la mayoría
de los restos orgánicos del travertino eran
coetáneas con el período de utilización del canal.
La materia orgánica conservada nos ha
concedido una notable oportunidad: aplicar el
método de datación por carbono radiactivo, que
se basa en características del carbono procedente
de organismos vivos, para determinar
directamente la edad de
los
canales.
De
ordinario, la edad de los
sistemas hidráulicos de
la antigüedad, ha de
inferirse a partir de los
asentamientos humanos
y de los artefactos que
se encuentren en sus
cercanías,
método
plagado
de
ambigüedades, porque
no siempre es evidente
que esos indicadores
cronológicos
pertenezcan
a
una
misma
época.
Los
análisis
mediante
carbono
radiactivo
resolvieron
este
problema; demostraron
que algunos de los
canales se construyeron en 800 a.C. y que los
trabajos en esas estructuras prosiguieron hasta
los primeros decenios del siglo xvi.
Regadío de las terrazas
A unos 170 kilómetros al sureste del valle de
Tehuacán, en las montañas del extremo
meridional del valle de Oaxaca, existe un
yacimiento arqueológico, muy notable, que
ilustra el ingenio y la adaptabilidad de los
ingenieros hidráulicos prehistóricos de México.
En el lugar llamado Hierve el Agua, el regadío
permitió la agricultura continuada durante
dieciocho siglos cuando menos, desde 500 a.C.
hasta 1350. El agua de riego era suministrada por
varios manantiales perennes de flujo poderoso,
dotados además de propiedades poco corrientes.
A pesar de su nombre, las aguas de Hierve el
Agua no están calientes; son, en cambio, aguas
naturales carbónicas, como el agua de Vichy. El
agua carbónica natural contiene en disolución
una cantidad elevada de dióxido de carbono
gaseoso, procedente del magma subterráneo, de
la metamorfosis de las calizas o de otros
procesos complejos. El agua en lo más profundo
del subsuelo, se encuentra confinada a una
enorme presión, que mantiene al gas en
disolución, lo mismo que un recipiente
hermético mantiene a presión las bebidas
carbónicas.
En Hierve el Agua, las fracturas de la roca
proporcionan vías de escape por donde emerge
rápidamente hasta la superficie el agua
subterránea. Esta rápida emersión provoca la
descompresión súbita del gas. El agua hace
efervescencia
espontáneamente,
liberando
grandes burbujas de gas que provocan pequeños
geiseres; el agua del manantial se agita como si
hirviera. El dióxido de carbono en disolución es
responsable también de la acidez del agua del
manantial, que descompone el lecho rocoso,
predominantemente calcáreo. La caliza, lo
mismo que el travertino del valle de Tehuacán,
está compuesta por calcita. El agua del manantial
de Hierve el Agua contiene en disolución
concentraciones elevadas de iones de calcio y de
bicarbonato. Por este motivo, las capas de
travertino depositadas por el agua han
preservado los registros arqueológicos de Hierve
el Agua de forma muy similar a como hicieron
en el valle de Tehuacán.
Un lugar donde el agua fría parece hervir tuvo
que despertar la curiosidad de los habitantes de
la región, que descubrieron que podían utilizar el
agua para regar durante meses, cuando pasados
los monzones faltaba la lluvia. Sin embargo, las
pronunciadas pendientes justo debajo del
manantial no tienen la capa de tierra necesaria
para el cultivo, por lo que los agricultores
movieron a brazo cinco millones de metros
cúbicos de tierra hasta aquel lugar y prepararon
casi dos kilómetros cuadrados de huertos en
terrazas. Todo indica que debieron de seleccionar
la tierra cuidadosamente, tamizándola incluso,
con el fin de preparar una textura uniforme y
porosa que mejorara el drenaje. Construyeron las
terrazas colocando a través de las pendientes
desnudas muretes de retención regularmente
espaciados, hechos con piedras montadas en
seco. Después llenaron de tierra las cavidades
definidas por la ladera y las paredes, creando
estrechas terrazas a nivel con el borde del
múrete. Por último, construyeron pequeños
canales que discurrían por lo alto de los muretes.
En total, construyeron y mantuvieron más de
6500 metros de canalización.
Los canales de los muretes tenían una leve
inclinación, lo que permitía derivar agua desde
otros canales de suministro, mucho mayores, que
corrían directamente ladera abajo desde los
manantiales. Otros pequeños canales conectaban
los extremos de salida de los canalillos de los
muretes y conducían el agua hacia las terrazas
situadas más abajo, o devolvían flujo a los
canales de suministro. Al pasar el agua por un
canal de murete, se remansaba en pequeños
cuencos circulares, los potitos, situados cada
pocos metros a lo largo del lecho del canal. Los
agricultores extraían a mano, mediante pequeños
recipientes, el agua de riego para las plantas
situadas en una u otra de las terrazas adyacentes.
Este tipo de riego se denomina riego a brazo; se
sigue practicando en la región.
Una inspección atenta de las terrazas y los
canales permite apreciar el ingenio con que
fueron concebidos. Gracias al espaciamiento
regular y la estrechez de las terrazas se reducía la
cantidad de tierra necesaria para crear cada
terraza, mientras que la inmediata proximidad de
los canalillos de los múreles y los pocitos
permitía regar sin demasiado esfuerzo. Incluso
en las pendientes más pronunciadas, donde la
altura de los muros de retención podía ser de
hasta 2,4 metros, la anchura de las terrazas se
mantenía bastante constante. La mayoría tenían
entre 2,4 y 3 metros de anchura, medida
conveniente, pues corresponde a dos veces la
envergadura de una persona de estatura
comprendida entre 140 y 170 cm; como hacen
ver los restos óseos de la región, ésas eran las
estaturas normales de los antiguos campesinos.
En la base de cada terraza se hacían pequeños
orificios para facilitar el drenaje y la recaptación
de la humedad del suelo. El riego a brazo y el
adecuado drenaje eran de gran importancia, por
estar el agua muy mineralizada. Si la cantidad de
agua fuese excesiva o no tuviese un drenaje
correcto
se
producirían
rápidamente
concreciones calcáreas, la tierra dejaría de ser
porosa y se endurecería demasiado para
trabajarla a mano o para permitir el crecimiento
de las raíces.
El flujo de agua se reconducía sin cesar por toda
la red de canales; llegaba agua sólo a los
canalillos de muro donde fuera necesaria en cada
momento. En consecuencia, ninguno de estos
canales llevaba por sí solo agua suficiente para
convertirse en una gran teacoatl. Quedaban
revestidos, eso sí, de una delgada capa de
travertino, que ha preservado muchos de los
detalles de su construcción. Particularmente
interesante es la ausencia de compuertas o
huecos por donde se hubiera podido desviar el
agua desde los canales hacia las terrazas en
cantidad grande: esas inundaciones habrían
dejado las terrazas cubiertas de costras de
travertino o infiltradas por ese mineral al cabo de
unas pocas aplicaciones. Los agricultores, al
adoptar un método de regadío tan eficiente,
redujeron la acumulación de minerales en la
tierra, al tiempo que minimizaban la cantidad de
agua necesaria para la vida de las plantas de cada
terraza; aumentaron así la superficie total de
irrigación.
El riego se practicaba casi exclusivamente en la
estación seca. Durante el resto del año, el agua
de la lluvia contribuía a limpiar el suelo poroso
de los minerales acumulados. Este proceso se
facilitaba por la descomposición del material
orgánico contenido en el mantillo de la terraza.
Tal materia orgánica pudo haber estado
compuesta, además de los rastrojos no
recolectados, los excrementos humanos y otros
desechos domésticos, que se mezclaban con la
tierra de forma sistemática para mantener la
fertilidad del suelo.
También encontramos que se utilizaron restos
domésticos para corregir el suelo: hay
fragmentos de cerámica de distintas épocas
enterradas en la tierra de las terrazas, en orden
cronológico, desde el fondo hacia lo alto del
relleno. En ocasiones resulta posible la datación
directa de los recipientes de cerámica mediante
técnicas de radiocarbono; o la indirecta, por sus
formas, motivos y colores, si es de un tipo que ha
sido hallado antes en un yacimiento de
cronología establecida. Además de proporcionar
un registro del proceso de eliminación de
desechos, la cerámica de Hierve el Agua ofreció
el beneficio arqueológico adicional, no
pretendido, de definir cuáles eran los tipos de
recipientes utilizados a diario y, por
consiguiente, con mayor probabilidad de que se
rompieran. Pudimos saber así que los
trabajadores del campo se deshacían de
desperdicios que incluían tanto cerámicas bastas
de uso diario como otras "vajillas" más finas,
mientras que los recipientes de gran calidad se
encontraron solamente en un pequeño templo allí
erigido.
Los orígenes de una técnica
A primera vista, e! establecimiento repentino de
un sistema de regadío a gran escala tan
desarrollado resulta desconcertante. Pero la
ausencia aparente de precursores más modestos
obedece, en realidad, a huecos en el registro
arqueológico. En 1993 descubrimos el que
posiblemente sea el pozo de agua más antiguo
del Nuevo Mundo. Tal hallazgo nos revelaba que
la administración del agua pudo haber tenido
unos albores, aunque fueran embrionarios,
mucho más antiguos de lo que hasta entonces se
suponía. Debió de ser excavado hace unos
10.000 años. Con una profundidad de unos 5
metros respecto al primitivo nivel del suelo y un
diámetro de 10, quedó posteriormente enterrado.
Pudo haber estado en servicio durante unos 2000
años. El pozo se encuentra en San Marcos
Necoxtla, pueblo del valle de Tehuacán; precedió
a la implantación de la agricultura en el Nuevo
Mundo. Aunque lo más probable es que no se
utilizara para el riego, sí da prueba de que la
gestión hidráulica en esta región comenzó muy
pronto.
No
hemos
encontrado
ejemplos
de
construcciones hidráulicas en los siglos que
median entre la excavación de este pozo y los
primeros canales que se han descubierto, cuya
antigüedad se remonta unos 3000 años. Durante
ese período se excavaron, a buen seguro, pozos
más pequeños, represas para desviar agua de los
riachuelos y otros sistemas sencillos de
aprovisionamiento de agua. Los cultivos más
antiguos debieron de recurrir al acarreo manual
del agua o a regadíos de pequeña escala
mediante canales que no se han conservado o no
se han descubierto todavía.
de la cárcava, se habría tenido que realzar la
tecoatl existente en al menos un metro, antes de
construir el nuevo ramal. Si se hubiera confiado
en la acreción normal de travertino, se habría
cumplido el objetivo en un siglo; en ese
momento los descendientes de los campesinos
que empezaron la obra podrían ya añadir al
sistema otro tramo de regadío.
Otra de las muchas cuestiones que apasionan a
los arqueólogos es la de si estos proyectos fueron
desarrolla- dos por usuarios individuales o por
una autoridad central. En los años cincuenta,
Karl A. Wittfogel formuló la hipótesis de que la
explotación y la distribución del agua a gran
escala constituían etapas esenciales para el
surgimiento de civilizaciones en cualquier parte
del mundo. De acuerdo con tal postulado, sólo
las "sociedades hidráulicas" alcanzaron los
rasgos que caracterizan a una cultura avanzada,
entre ellos una agricultura permanente, la
diversidad económica, la confección y
mantenimiento de registros documentales y la
administración jerarquizada. Una sociedad
hidráulica se civilizaba porque una fuente de
agua fiable proporcionaba el incentivo y la
capacidad para civilizarse.
Pero cómo lograron los primeros ingenieros
hidráulicos de México trazar, en un suelo
irregular, rutas de canalización de muchos
kilómetros de longitud, manteniendo gradientes
descendentes de menos de dos grados. Una
construcción tal sería imposible en nuestros días
sin instrumental topográfico de precisión. Los
antiguos egipcios se valieron de niveles y de
barras calibradas para la visualización de grandes
distancias. Aunque tales métodos e instrumentos,
sencillos pero eficaces, pudieron estar al alcance
de los ingenieros mexicanos, carecemos de
pruebas directas de que así fuera.
Disponemos de una respuesta parcial acerca de la
planificación del sistema de canales. En una
remota localidad del valle de Tehuacán, hay una
línea de piedras redondeadas que se aleja de un
pronunciado recodo de una tecoatl. Esta línea se
prolonga pendiente abajo por la cara más corta
de una cárcava abierta en una loma y sube por la
otra cara hasta un punto ligeramente más
elevado, que da a un valle sin canales.
La línea de piedras pudo haber sido un
"anteproyecto" para la futura construcción de un
canal. Para que el agua alcanzase la cara opuesta
Pero también parece implícita la proposición
recíproca: la construcción y mantenimiento de
una extensa infraestructura de gestión del agua
podría exigir la atenta mirada de un estado bien
organizado. Otras investigaciones han puesto en
entredicho ambas proposiciones, señalando que
pequeñas entidades sociopolíticas, de laxa
organización podrían construir y gestionar
sistemas hidráulicos, de modesta escala cuando
menos, tal vez en cooperación con
organizaciones vecinas similares, sin requerir
ninguna autoridad central.
Existen pruebas que respaldan una y otra
interpretaciones. Los regadíos modernos del
valle de Tehuacán, por ejemplo, están
gestionados
por
sociedades
del
agua
cooperativas, no gubernamentales, que se
remontan a tradiciones nativas. Incluso en
nuestros días, estos derechos de regadío,
sumamente codiciados, suelen tener origen
hereditario, práctica que puede seguirse hasta
tiempos precoloniales en los códices aztecas y en
los primeros documentos españoles, Cada una de
las pequeñas comunidades es responsable del
adecuado uso y mantenimiento de su parte de un
sistema más amplio de canales, pero la gestión
general se efectúa por consenso entre las diversas
comunidades asociadas. Así pues, el sistema
funciona tanto local como colectivamente,
El debate sobre la forma en que las sociedades
antiguas construye- ron y gestionaron sus
infraestructuras hidráulicas sigue abierto. No
cabe duda alguna, sin embargo, de que el sistema
del México meridional sobresale como una
maravilla de la ingeniería y que se cuenta entre
los máximos logros de los constructores
prehistóricos de cualquier parte del mundo.
Los autores
S. Christopher Caran y James A. Weely comparten desde antiguo un permanente interés por los
sistemas prehistóricos de gestión del agua en México y en el Suroeste de los EE.UU. Caran ha
sido geólogo de la Universidad de Texas en Austín; en la actualidad preside Quarternary
Analysis Laboratories, en Austin. Neely es profesor emérito del departamento de antropología de
la Universidad de Texas en Austin; descubrió en los años sesenta y setenta la mayor parte de los
sistemas de control del agua mencionados en este artículo. Desde entonces los ha estado
investigando, en parte con Caran, a partir de 1988.
Bibliografía complementaria
THE KEEPERS OF WATER AMD EARTH: MEXICAN RURAL ORGANIZATION AND
IRRIGATION. K. I. Engey Scott Whiteford. Uníversity of Texas Press, 1989.
IRRIGATED AGRICULTURE AT HIERVE EL AGUA, OAXACA, MÉXICO. J. A. Neely et al. en
Debating Oaxaca Archaeology, recopilación de J. Marcus. University of Michigan, Museum of
Anthropology, Anthropological Papers n.° 84, 1990.
A LATE PALEO-INDIAN/EARLY ARCHAIC WELL IN MÉXICO: POSSIBLE OLDEST WATERMANAGEMENT FEATURE IN THE NEW WORLD. S. C. Caran et al. en Geoarchaeology; An
International Journal, vol. 11, n.° 1, págs. 1-36, enero de 1996.
A CONTEXTUAL STUDY OF THE "FOSSILIZED" PREHISPANIC CANAL SYSTEMS OF THE
TEHUACÁN VALLEY, PUEBLA, MÉXICO. J. A. Neely en Antiquity, vol. 75, n. 289, págs. 505506;
Descargar