LOS ÚLTIMOS SIGLOS DE BIZANCIO

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Trabajo en el marco de la web Bizancio!!! www.imperiobizantino.com de Rolando Castillo
Homenaje al cumplirse los 550 años desde la caída de la milenaria ciudad ante los
turcos en 1453.
La caída de Constantinopla
o la crónica de una batalla sin igual en la historia
El final del sueño de la recuperación del imperio bizantino
Trabajo efectuado por José Marín, Hilario Gómez, Guilhem de Encausse, Rolando
Castillo, Francisco Aguado, Eva Latorre, y que incluye un reportaje a Eusebi
Ayensa. Dirección Rolando Castillo.
Estudios realizados.
Los Últimos Siglos
Constantinopla
Fatih Mehmet
Crónica de la
de Bizancio.
1453: Sitiadores y II. El Campeón
Caída de
Por José Marín
Sitiados. Por
del Islam. Por Constantinopla.
Hilario Gómez
Guilhem de
Por Rolando
Saafigueroa
Encausse.
Castillo.
Crónica de la
Caída de
Constantinopla.
Por Rolando
Castillo.
Constantinopla La última caída
Reportaje a
después de
de
Eusebi Ayensa
Constantinopla. Constantinopla.
(sobre mitos y
Por Francisco
1923
leyendas
Por Eva
Aguado.
originados a
Latorre.
partir de la caída).
Por Rolando
Castillo
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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LOS ÚLTIMOS SIGLOS DE BIZANCIO
José Marín Riveros
I. La contracción territorial
II. La crisis económica
III. Las Cruzadas: una herida mortal
IV. Luces y sombras.
a. Las letras y las artes
b. Belisario y el desastre
La muerte del Imperio Bizantino fue precedida de una larga
y dolorosa enfermedad, que poco a poco fue minando
política, económica y militarmente sus cimientos. Después
del glorioso período de la dinastía Macedónica, y desde la
segunda mitad del siglo XI, Bizancio sufre pérdidas de
territorios y desmembramiento del estado, confusas luchas
dinásticas, agresión de extranjeros (latinos y turcos) y una
aguda crisis económica.
I. La contracción territorial
El desastre de Mantzikert, en 1071, marca el inicio de un
drama que tendrá un punto álgido en 1204 -la Cuarta
Cruzada- para finalizar en un fatídico epílogo en 1453, uno
de esos "momentos estelares de la Humanidad", en palabras
de Stefan Zweig.
Bóveda de mosaico de
Santa Sofía
Mantzikert puso en evidencia, de manera rotunda, que el aparato militar bizantino
ya no estaba para grandes conquistas; en la práctica, por lo demás, el ejército
estaba formado por mercenarios, de dudosa lealtad y escasa disciplina. El mismo
emperador, Romano Diógenes había sido capturado por los turcos infieles, lo que
le valió perder la corona y ser cegado cuando volvió a la Capital, falleciendo al
poco tiempo a causa de las heridas. Al mismo tiempo, pero en el flanco occidental,
el reino normando de Sicilia arrebataba a Constantinopla sus últimas posesiones
en Italia, al apoderarse del estratégico puerto de Bari.
La historia del Imperio ya no volvería a ser la misma; Bizancio no sólo no pudo
reconquistar todos los territorios perdidos, sino que, incluso, en las centurias
siguientes tuvo que ver a su Corte Imperial instalada en el exilio, ser testigo del
desmembramiento progresivo de sus dominios (por ejemplo, el Despotado de
Morea o del Epiro, y presenciar, sin gran poder de intervención en el proceso,
cómo sus dominios directos se reducían cada vez más en manos de los turcos,
primero selyuquíes y luego otomanos, hasta que finalmente la Capital se confunde
con el Imperio todo, quedando como una ínsula cristiana en medio de un océano
islámico. El Imperio había ido cayendo poco a poco, igual que algunos de sus
vecinos, varios de ellos otrora poderosos estados rivales. Asia Menor, zona clave
desde el punto de vista estratégico y económico, ya en el siglo XIV está en poder
de los turcos, quienes también avanzan ya sobre Europa conquistando la región de
los estrechos; la caída de la importante ciudad de Adrianópolis, era cuestión de
tiempo, y desde allí el camino quedaba abierto hacia la Europa Balcánica: Serbia y
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Bulgaria debieron aceptar el yugo otomano, que ya entonces se empinaba como un
Imperio eurasiático.
Permítasenos ahora una pequeña digresión con el objeto de comprender mejor una
noción que puede ser confusa para el público lego en la materia: ¿Es posible,
cuando Bizancio ya no es más que una Capital sitiada, seguir hablando de
Imperio? De hecho, el espacio geográfico no basta para definir un Imperio, aunque
tendemos a asociar este concepto con enormes extensiones de territorio que
obedecen a un monarca único. Aparte del aspecto geográfico, es preciso agregar
una conciencia que tiene que ver con una tarea histórica y misional, lo que está
siempre detrás de la pretensión universal de los imperios. Esa convicción es la
que lleva y empuja a civilizar el resto del orbe para integrarlo a un orden superior.
Es necesario considerar aquí, como motor y fuerza generadora, la identificación
con una religión superior, con una fe que igualmente tiene pretensiones
universales.
La realidad del Imperio es, además, mimética, ya que imita, aquí en la tierra, el
mundo celeste, único, firme e inconmovible. De allí que al cielo se le llame,
justamente, "firmamento", que contrasta con las realidades siempre cambiantes
del mundo histórico. Así como existe un Dios en lo alto, y un Reino Celeste, así
también debe existir un emperador que gobierna sobre un reino terrestre. De allí
que la tarea histórica y misional del emperador no es sólo garantizar el bienestar
material (que, de suyo, es importante), sino conducir a la humanidad que le ha
sido encomendada, a la salvación eterna.
Así, pues, mientras esos imperativos estén vigentes, el
Imperio existe, independientemente de su extensión
geográfica. El caso bizantino, precisamente, es ejemplar
al respecto: a lo largo de su milenaria historia, en el siglo
VI llegó a dominar todo el Mediterráneo; más tarde,
debido a invasiones de diversa índole (lombardos, ávaros,
eslavos,
musulmanes),
su
territorio
se
redujo
notablemente, para lograr luego una cierta recuperación
(en el ámbito del Mediterráneo Oriental) con la dinastía
Macedónica; finalmente, en vísperas del asalto otomano,
el Imperio no es más que Constantinopla, y sin embargo
podemos afirmar que éste existe, porque allí están, en la
Capital, el emperador y el patriarca, convencidos de su
misión histórica. No importa, en verdad, si ya no es más
que una cabeza sin cuerpo; lo que de verdad es relevante
es que, frente a los avatares históricos, la convicción
imperial sigue vigente: y es que muchas veces el Imperio
pareció sucumbir y, no obstante, se vivieron luego épocas
de recuperación. En definitiva, no se claudica de los Columna en el flanco norte
ideales sino que se confía en la Providencia.
de Santa Sofía.
II. La crisis económica
Por otro lado, mientras Bizancio tambaleaba, en el oeste del Mediterráneo se
encumbraban nuevas potencias, como Venecia, Génova o, más tarde, Aragón y
Cataluña. Ya en el siglo XI, y antes de la Primera Cruzada, el Imperio (obligado por
sus necesidades militares) había firmado tratados desfavorables con las potencias
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italianas, de modo que, poco a poco, el comercio fue pasando a manos
occidentales. En el siglo XII, por ejemplo, la aduana veneciana de Constantinopla,
recaudaba 300 mil libras de oro, mientras que la aduana bizantina, sólo 20 mil.
"En el siglo XI se revitalizan las líneas comerciales mediterráneas, favorecidas por
el impulso de ciudades como Amalfi, Palermo, Génova, Pisa, Venecia, Barcelona,
Mallorca o Ragusa. (…) La capitalidad comercial se libra a Génova o Venecia, dos
verdaderas repúblicas comerciales de distinto sesgo… Controlan el mercado
oriental, mediatizando la "Rumania", es decir, el agónico Imperio romano oriental,
de modo claro tras el asalto de su capital en 1204, acentuando una tendencia
suficientemente nítida ya en 1180, cuando Bizancio acogía 60.000 italianos,
principales gestores de la comercialización, tanto de los productos orientales
como de la elevada producción bajo control estatal destinada a la exportación."
El Imperio de Constantinopla se empobrecía, mientras sus vecinos se enriquecían.
Así, pues, a la debilidad militar y a la contracción territorial, debe sumársele la
crisis económica. La época en que todo el Mediterráneo transaba con la moneda
bizantina, el solidus, quedaba atrás.
Antaño, en el siglo VI, Cosmas Indicopleustes había señalado que todas las
naciones hacen el comercio con la moneda romana, que es "signo del poder que
Dios ha concedido a los romanos". En el siglo X, Liutprando, obispo de Cremona,
escuchó decir a un dignatario bizantino: "Nosotros tenemos el oro, y con ese oro
podemos sublevar a todos los pueblos contra ustedes, y destruirlos como a una
vasija de barro, que, una vez rota, no se puede componer".
Después de ocho siglos de estabilidad monetaria -cosa ciertamente inédita en la
historia-, en la segunda mitad del siglo XI se produce la primera gran devaluación
de la moneda, lo que acarreó inflación y desequilibrio en la balanza fiscal. La
reforma monetaria del 1080 llevó a que el hyperpyron tuviera sólo 1/3 del valor
original. Llega un momento en que el Imperio, cada vez más dependiente
económicamente, debe responder a sus compromisos externos en moneda "dura",
esto es, en oro fino, mientras que los impuestos se perciben en moneda
devaluada, lo que a la larga generó un déficit fiscal.
En buena medida, el deterioro económico tuvo que ver con el abandono de las
prudentes políticas de protección del pequeño campesinado que se había aplicado
en época Macedónica, cuando el Imperio alcanzó el pináculo de su poderío. Las
políticas económicas entonces buscaban fomentar la producción del pequeño
propietario, asegurando de paso el servicio militar y el pago de impuestos. En el
siglo XI la llegada de los Comneno al poder supuso el triunfo de la aristocracia
bizantina latifundista (los llamados dynatoi), frente al cual el pequeño propietario
derivó en un paroiko, una suerte de vasallo. Si el sistema macedónico garantizaba
producción, defensa e impuestos, el nuevo implicaba desincentiva al pequeño
productor, cuyo servicio militar quedó ligado al señor, así como el pago de los
impuestos, cuestión que se agrava al considerar la excoussía, esto es, la excención
del pago de los tributos que a veces se concedía a los dynatoi.
Debilitada su base económica, Bizancio entró en un lento proceso de declinación,
sin que hubiese ningún plan de conjunto para hacerle frente. Si los mercados
internos sufrieron una contracción, los externos se vieron afectados por las
frecuentes guerras.
El testimonio de algunos cronistas del siglo XIV es elocuente. Nicéforo Gregoras,
dice: "La tierra ha quedado sin cultivar, la campiña está completamente desierta
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y, por así decirlo, en estado salvaje. Los latinos se han apoderado no sólo de toda
la riqueza de los bizantinos y de casi todos los productos del mar, sino también de
todos los recursos que alimentaban el tesoro imperial." Juan Cantacuceno, por su
parte, señala: "Ya no hay dinero en ninguna parte. Las reservas se han agotado, las
joyas imperiales han sido vendidas, los impuestos no producen nada porque el
país está en la ruina."
El broche de oro habría de ser la imprudente visita de Juan V, en 1369, a Venecia,
después de haber pasado por Roma para tratar cuestiones relativas a la unión de
la Iglesia. El Dogo de Venecia retuvo -preso, en la práctica- al emperador por
empréstitos no satisfechos. Hasta 1371, cuando su hijo Manuel acudió en su
rescate con el dinero suficiente, no pudo Juan regresar a Constantinopla. La
afrenta tiene dimensiones económicas y políticas, pero también, por así decir,
psicológicas, por lo que significó ver al emperador comprometido en tan penosa
situación. Cabe recordar que, a la muerte de Juan en 1391, la Capital era
prácticamente ya una ciudad sitiada.
III. Las Cruzadas: una herida mortal
Comencemos recordando la célebre Alexíada de la
princesa Ana Comnena (1083-1153/54), hija
mayor del emperador Alejo I Comneno, testimonio
de inigualable valor a la hora de ponderar las
actitudes y sentimientos de la corte bizantina
frente a la Cruzada. La princesa manifiesta
claramente un sentimiento antilatino, y no deja
de ser sintomático que escriba, precisamente, en
una época de acercamiento a Occidente, como fue
la de Manuel Comneno (1143-1180).
Maravillosa cúpula de Santa Sofía.
Ana llegó a decir que la captura de la Capital por los cruzados sería cuestión de
tiempo, y tenía razón. Su padre había pedido ejércitos a Occidente, pero jamás
imaginó que llegarían en tal magnitud y con tales ambiciones.
No es éste el momento para detenerse en detalle en el origen y desarrollo de la
Cuarta Cruzada, tema complejo y difícil de abordar que ha suscitado gran
controversia entre los historiadores. Pero sí subrayar que la Cuarta Cruzada no
sólo distanció a la Cristiandad Latina de la Griega, sino que además implicó un
golpe mortal al corazón de Bizancio.
Después de pasar por Corfú y Scutari, en Julio de 1203, los cruzados llegaron a
Constantinopla. Tras un breve sitio, la ciudad capituló y los latinos pusieron en el
trono a Alexis, junto a Isaac II Angel, todo lo cual -promesas de ayuda incluidasno pudo evitar las disputas entre griegos y latinos ni el saqueo de buena parte de
la ciudad. Las rivalidades entre cruzados y bizantinos, las ambiciones venecianas,
las promesas no cumplidas, las intrigas palaciegas en Constantinopla, se sumaron
para dar ventaja a los cruzados que, en 1204, terminan por imponer un emperador
latino en la Capital Imperial. Ese fue el equívoco destino de la IV Cruzada, que
culminó con la destrucción del Imperio Griego -cuyo emperador hubo de
permanecer en el exilio en Nicea hasta 1261-, sin haberse siquiera aproximado a
Tierra Santa.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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El cronista Villehardouin da cuenta del enorme botín capturado en el sitio y
saqueo de Constantinopla: "Igual que este palacio se rindió al marqués Bonifacio
de Montferrato, el de las Blaquernas se rindió a Enrique, hermano del conde
Balduíno de Flandes, salvando igualmente las vidas de los que estaban dentro.
También allí fue encontrado un tesoro muy grande, no menor que el de Bucoleón.
Cada uno llenó con sus gentes el castillo que le fue entregado e hizo custodiar el
tesoro; y las otras gentes que estaban dispersas por la ciudad hicieron también
gran botín; y el botín fue tan grande que nadie os podría hacer la cuenta: oro y
plata, vajillas, piedras preciosas, satenes, vestidos de seda, capas de cibelina, de
gris y de armiño y toda clase de objetos preciosos como nunca se encontraron en
la tierra. Godofredo, mariscal de Champagne, da testimonio según la verdad y en
su conciencia que, desde que el mundo fue creado, nunca se hizo tanto botín en
una ciudad".
La brutalidad con que cristianos saquearon una ciudad de cristianos, según
relatan los cronistas, fue un golpe del cual los bizantinos no pudieron recuperarse,
y que dejó abierta una herida que sangra hasta el día de hoy. Nunca en Europa se
había saqueado una ciudad tan sistemáticamente y nunca un ejército cristiano
había obrado de tal manera. A los muertos y heridos, a la deshonra perpetrada
contra laicos y eclesiásticos, mujeres y niños, se agregó un pillaje despiadado que
no respetó ni palacios ni iglesias ni casas. Una prostituta ebria se sentó en el sitial
reservado al patriarca en la iglesia de Santa Sofía, y cantaba obscenidades
mientras soldados borrachos saqueaban el templo. Evidentemente, los bizantinos
nunca podrían entender cómo cristianos, que habían hecho votos de peregrinar a
los Santos Lugares para rescatarlos de manos de infieles, habían sido capaces de
cometer tales tropelías contra hermanos de fe; la brecha entre la cristiandad
oriental y occidental quedaba abierta, y esta vez era definitivo. El saqueo de 1204,
como dice Frolow, parece aún más impío si se toma en cuenta que se hizo bajo el
signo de la Cruz.
Entre el año 1095 y el año 1204, cuando las Cruzadas pusieron en contacto
directo por primera vez a ambos mundos, las diferencias fueron poco a poco
agudizándose, hasta llegar al colapso final con la instauración del Imperio Latino
de Constantinopla. Para los bizantinos era prácticamente algo esperado, puesto
que desde un comienzo dudaron de los fines reales de los cruzados, como bien
señala tempranamente Ana Comneno. Para los occidentales, era terminar con un
gravoso problema, el imperio oriental, que entrababa sus planes en el Cercano
Oriente. Charles Diehl ha trazado, con la fineza que caracteriza a su pluma, el
cuadro de las sociedades que se dieron cita en Constantinopla con ocasión de las
Cruzadas. "En el momento -escribe- en que las bandas indisciplinadas de la
Cruzada desbordaban sobre el imperio griego su flota de invasores, Constantinopla
era aún una de las más admirables ciudades del universo. En sus mercados,
verdadero centro del mundo civilizado, se acumulaban y se intercambiaban
productos de todos los rincones de la tierra. De las manos de sus artesanos salía
todo aquello que la Edad Media conoció de lujo precioso y refinado. En sus calles
circulaba una multitud abigarrada y bulliciosa, en suntuosas y pintorescas
vestimentas..." Los cronistas de la época no escatimaron palabras para expresar su
admiración por la ciudad que Villehardouin llamó "reina de las ciudades". Era
notorio el contraste, que los cronistas bizantinos hicieron notar, con los rudos
caballeros occidentales, cuyas diversiones consistían en la caza y la guerra, y que
poco entendían de refinamiento y protocolo. Para los bizantinos no eran sino
bárbaros despreciables (keltoí, los llama Ana Comneno, esto es: celtas), que
amenazaban con querer apoderarse de la Ciudad; los occidentales, por su parte,
sentían su orgullo herido por el desprecio. "Así -anota Diehl- desde el primer
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contacto, Latinos y Griegos se miraron con desconfianza, y el antagonismo
fundamental que separaba las dos civilizaciones, se hizo manifiesto en sospechas
mutuas, continuas dificultades, incesantes conflictos, acusaciones recíprocas de
violencia y traición".
La exacerbación de los sentimientos mutuos de hostilidad tuvo su culminación en
la ya referida desviación de la Cuarta Cruzada, la que, por no contar con la
bendición del Papa Inocencio III, no podría considerarse como una "guerra santa".
Aún más, esta desafortunada Cruzada aparecerá sólo como una expedición de
carácter militar cuyo fin es el dominio político y económico del Imperio. No es
que los motivos religiosos ya no estuviesen presentes; sin embargo, se estaban
disociando las dos sociedades que conviven en la Cruzada, peregrinos y milites,
por cuanto estos últimos, los caballeros, ya no luchan solamente por los primeros,
que sí conservan un ideal religioso, sino por intereses propios y mundanos. Éstos,
que son legítimos en último término, habían sido siempre aceptados, pero
considerados totalmente secundarios respecto del fin religioso; a comienzos del
siglo XIII, tales intereses se habían transformado en las verdaderas motivaciones,
al menos de los dirigentes de la Cruzada. Inocencio III, tristemente célebre por
estos acontecimientos, en realidad condenó la acción de los cruzados, tanto en
Zara como en Constantinopla, por lo cual, como ha señalado Gill , atribuir a este
Papa el destino de la IV Cruzada es una injusticia para con su reputación. No
obstante, es preciso señalar que el Papa, una vez consumados la toma y saqueo de
Constantinopla, como apunta la historiadora argentina Sara de Mundo Lo , "alabó
al Señor que milagro tan grande se había dignado operar" , puesto que, entre otros
motivos, no se debe olvidar que la Cruzada contemplaba la existencia de una
Iglesia Católica Universal, con centro en Roma. En carta dirigida a los
eclesiásticos de Constantinopla, y fechada el 13 de noviembre de 1204, Inocencio
III señalaba que Dios "ha transferido el Imperio de Constantinopla del orgulloso al
humilde, del desobediente al devoto, del cismático al católico, esto es, de los
griegos a los latinos... la recta mano del Señor ha dado hechos de valor para
exaltar la Santa Iglesia Romana, como haciendo regresar la hija a la madre, la
parte al todo, y el miembro a la cabeza" . Siendo justos, hay que reconocer que el
Papa no podía obrar de otra manera, es decir, después de condenar a los cruzados,
perdonarlos y aceptar los hechos consumados. Como sea, la IV Cruzada aceleró
irremediablemente el proceso de desintegración del Imperio Bizantino . Al mismo
tiempo, dado el traumatismo causado por el comportamiento de los cruzados y la
frustración griega, nació un nuevo "patriotismo bizantino", marcado por el odio
antilatino y los sueños de restauración del Imperio.
IV. Luces y sombras.
a. Las letras y las artes
En los siglos que marcan el fin de la civilización bizantina, hubo
también momentos brillantes, que llevaron a los romanos a
confiar nuevamente en la grandeza imperial.
En 1261 se recuperó la Capital, después del exilio en Nicea,
época en la cual la labor de los Lascáridas fue notable,
destacándose como buenos gobernantes que supieron mantener
viva la idea imperial.
El interior de la
cúpula de Santa
Sofía
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"Revitalizaron la economía agraria y el comercio, frenando, al menos
momentáneamente, la creciente presencia en el Mediterráneo oriental de las
ciudades-repúblicas italianas, protegiendo los productos autóctonos, sobre todo de
la industria textil. Sin duda la recuperación de Constantinopla y el paso a Europa
de contingentes importantes del antiguo Imperio de Nicea fueron factores que
debilitaron considerablemente la fuerza del elemento griego en el norte de Asia
Menor, facilitando posteriormente la conquista de los turcos otomanos" .
Es interesante, hacer mención de una obra de carácter político, del bizantino
Nicéphoro Blemmydes († c. 1272), quien supo mantener en alto la noción de
Imperio en medio de los avatares del exilio en Nicea, llamando la atención acerca
del ser y deber ser de la dignidad imperial, testimonio elocuente de la vigencia de
los ideales bizantinos aun en los momentos más dramáticos de su existencia.
Nicéphoro Blemmydes fue un cristiano, filósofo y poeta de una personalidad fuerte
y polémica. Su tratado político es el Andrias Basilikon, obra en la cual se preocupa
de las virtudes del emperador y el fin del Imperio. También fue un hombre de
acción en materia política .
En el tratado de Blemmydes, dirigido al emperador Theodoro II, y que consta de
14 capítulos , se nos presenta una colección de lugares comunes y principios
moralizantes, que ubican a su autor en la larga tradición política bizantina.
Bizancio no produjo una teoría política muy original, sino que, preservando la
herencia griega, helénica y helenística, desarrolló y expandió su propia teoría
política sobre lo que el emperador es y debe ser . En esta tradición, en esta labor
de recapitulación y restauración del saber antiguo , la obra de Blemmydes hay que
situarla dentro de los "espejos de los príncipes", escritos de elogio y consejo .
Grosso modo, los argumentos que desarrolla Blemmydes en su Andrias Basilikon
son los que siguen. Se define al rey como "cabeza y cerebro del cuerpo político" .
El rey debe preocuparse del bien común y, como no tiene nada propio, debe velar
por la seguridad y la propiedad de sus súbditos. Se preocupa de la inteligencia del
emperador: "Grandes pensamientos -dice- son adecuados para aquellos que son
grandes, altos pensamientos son los más propios de los pensamientos para
aquellos que son altos" . El rey debe ser virtuoso y de conducta ejemplar : "¿Cómo
puede ser el rey llamado justamente base y fundación (de su pueblo) -se preguntasi cae en deseos irracionales y es víctima de desordenadas e indecorosas
pasiones?" ; éste debe guiarse, primero, por la razón, pero debe ser capaz de
actuar resueltamente si es necesario . Continúa luego enumerando las virtudes del
monarca: temperancia y cordura, clemencia , debe preservarse de la avaricia y la
vanagloria , debe guiarse por la verdad , y preocuparse del cuidado de toda la
administración . Es fundamental, pues, y el caso de Blemmydes es ejemplar, que
en momentos tan aciago, haya habido voces autorizadas capaces de recordar al
emperador su tarea histórica.
En fin, la inesperada recuperación de la Capital fue vista, casi, como un milagro.
Constantinopla seguía confiando en la defensa sobrenatural de su Imperio, como
se aprecia, por una parte, en la acuñación de monedas en 1261 (en las que, sobre
el fondo de la ciudad amurallada, se representa a la Virgen en actitud orante) o,
por otra, en la magnífica deesis de Santa Sofía, que dan cuenta de este singular
momento en el cual se mezcla la tragedia con el drama, en medio de la alegría.
Finalmente, en los siglos XIII y XIV se vuelven a estudiar los autores clásicos y
cristianos con renovado vigor, tal vez debido a que se tuvo conciencia del desastre
que se aproximaba, de modo que se buscaba intensamente, frente a los tiempos
adversos, un consuelo en aquel pasado esplendoroso, buscando allí las respuestas
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para las dramáticas interrogantes del momento. Sabios bizantinos de renombre,
como Crisolaras o Gemistus Plethon, emigraron a Italia impulsando allí los
estudios clásicos, primeros pasos del Renacimiento Occidental de los siglos XIV,
XV y XVI, mientras que otros sabios griegos fueron acogidos en diversas cortes
occidentales.
De esta época data también uno de los monumentos artísticos más
impresionantes de Bizancio: la iglesia de San Salvador in Chora, verdadero
relicario donde se guardaba el ícono milagroso de la Panagia Hodigitria, atribuido
al apóstol san Lucas. Los mosaicos y pinturas de esta iglesia constituyen uno de
los más egregios testimonios del arte bizantino, por la solidez conceptual de su
programa iconográfico, su fino acabado artístico y la exposición clara de las
tendencias clásicas del llamado "Renacimiento Paleólogo"; es uno de los más
logrados y famosos monumentos de Constantinopla, y una de las galerías de arte
más interesantes del mundo.
b. Belisario y el desastre
Hacia 1395 debió redactarse un poema singular, que ha
llegado hasta nosotros en una versión realizada hacia el
año 1450, y que nos pone en contacto con deseos y
aspiraciones de la sociedad bizantina de la época. En esta
obra literaria su autor anónimo, frente a la adversa
realidad que le toca vivir, vuelve sus ojos hacia un pasado
especialmente glorioso, cuando Constantinopla era el
centro del mundo mediterráneo, y éste, un lago dominado
por la thalassocracia bizantina. Es la época del gran
Justiniano, destacado emperador que no sólo emprendió la
Reconquista, sino que reconstruyó la Capital y dejó como
legado una obra legislativa de inestimable valor.
Puerta real de Santa Sofía
Pero el poema no está dedicado a Justiniano, sino a Belisario, su general, cuya
figura histórica entró en la leyenda, desdibujándose y redibujándose, fundiéndose
con otros personajes y tradiciones legendarias. En definitiva, en este escrito nos
encontramos con un personaje que se ha salido de la historia, pero que tiene algo
que decirle a esa misma historia.
El poema celebra, evidentemente, la figura del general, pero desde los primeros
versos anuncia su sino trágico:
"¡Oh, paradoja increíble! ¡Oh, enorme desgracia, inconsolable tristeza, y dolor y
amargura! En tiempos de los romanos, en los días felices del emperador
Justiniano, el gran rey, vino a instalarse entre ellos una envidia peor que la
muerte -la envidia, que prendiendo en todos desde el principio, no abandona ni a
emperadores ni a príncipes, ni a pobres ni a ricos: ciudades y castillos han
arruinado las habladurías de la gente-, y por esa envidia desaforada hubo quienes
perdieron la vida."
A juicio del poeta, en la envidia la que está corroyendo al Imperio; es ella la que,
mediante el engaño y la maledicencia, lleva a que hombres viles sean capaces de
abatir a los virtuosos. Ese es justamente el drama de Belisario, a quien llegan a
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indisponer delante del emperador que le manda a encarcelar, después de haber
dado tanta gloria a su corona.
Sin embargo, enfrentado después el Imperio a una armada enemiga, el pueblo de
Constantinopla pide a su héroe y, liberado Belisario de su injusto cautiverio, logra
vencer al enemigo. La trama es más imaginaria que real, pero el mensaje del poeta
en relación a las tensiones de su propio mundo, es claro: a pesar de las intrigas
palaciegas, urdidas por la envidia de algunos nobles, el pueblo bizantino confía en
un caudillo popular.
No obstante, la tragedia persigue a Belisario, como al Imperio en el siglo XV. Su
brillante triunfo no hace sino aumentar la envidia y los nobles calumnian al
general, hasta que Justiniano lo manda cegar.
Al final del poema, después de narrar una victoria de Alexios, hijo de Belisario que
actuó siguiendo los consejos de su padre, se nos dice que, cuando Justiniano
recibe unos embajadores, aparece el antaño gran general, ahora como un
menesteroso, casi como una imagen del Imperio en sus últimos años.
"El emperador, recibiéndoles con gran agasajo, solicitó a los embajadores que se
sentaran en unos valiosos asientos. Mas he aquí que los nobles señores
comenzaron a preguntarse entre sí: "¿Quién de éstos es Belisario, ese señalado
varón que ha sometido ciudades y fortalezas, la gloria de los romanos? Sabemos
de oídas que es muy leal al Imperio" En ese momento, Belisario se acercó hasta el
centro de la sala; en una mano llevaba la escudilla de las limosnas, y en la otra
mano portaba un bastón. Se paseaba entre aquellos nobles señores, ante el
emperador y ante los embajadores, pronunciando entre lágrimas palabras que
inflamaban el corazón: "Poned a Belisario un óbolo en su escudilla, a quien el
tiempo encumbró y la envidia ha cegado". Los nobles señores miraban,
contemplaban y observaban al gran Belisario, presos de una increíble extrañeza; se
estremecían los príncipes, temblaban, no alcanzaban a comprender cómo de una
forma tan inicua le habían destruido y cegado. Belisario lo había hecho de cara al
emperador, para que probara ante aquella insigne embajada censura y baldón,
deshonra y reproche. Así pues, comenzó a pasearse de nuevo escudilla en mano, y,
entre lamentos y suspiros, les iba diciendo a los nobles señores: "Poned a Belisario
un óbolo en su escudilla, a quien el tiempo encumbró y la envidia ha cegado". Los
capitostes, al oír sus palabras, lloraron y se entristecieron, censuraron e hicieron
reproches al magnífico emperador."
Y concluye el drama así el poeta:
"De incuria adolecen los romanos, de envidia mucha y grande, en cambio, sierva
de un solo amo y muy esforzada es la estirpe de los agarenos, rinden culto a un
solo Dios, y tiemblan ante un solo dueño, y profesan hacia su caudillo una
inclinación y una lealtad admirable. Nunca tal lealtad entre los romanos, nunca un
solo señor, pues nunca podrán ver a los hombres honestos recuperando su honra".
La tragedia de Bizancio en el siglo XV está, por un lado, en las divisiones internas
que han debilitado al Imperio, y por otro, en necesitar a hombres de la talla de
Belisario, sin contar ya con ellos.
El 29 de mayo de 1453 se cerraba un capítulo de la Historia. Después de ser
sometidas las murallas de la ciudad a un incesante cañoneo que duró un largo
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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mes, ella cedió ante el enemigo. Constantino Paleólogo, último emperador y héroe
nacional griego, antes de morir había arengado así a sus tropas:
"(Los turcos) se apoyan en las armas, la caballería, la infantería y el número,
mientras nosotros nos entregamos al Señor, Dios y salvador nuestro, y después a
nuestras manos y nuestras fuerzas con que nos ha gratificado el poder divino. Os
ruego y suplico hagáis honor y obediencia debida a vuestros jefes, cada uno según
su categoría, grado y servicio. Sabed bien que, si observáis sinceramente cuanto
os he dicho, yo espero, con ayuda de Dios, evitar el justo castigo que Dios nos
envía"
Pero ya nada pudo evitar que el sultán Mehmet II entrara a la Capital y, en Santa
Sofía, gloria de la ortodoxia, diera gracias a Alá por la victoria.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Constantinopla, 1453: sitiadores y sitiados
Por Hilario Gómez Saafigueroa
Quizás una de las cosas más sorprendentes de la etapa final de la historia del
Imperio bizantino es la extremadamente larga y patética agonía a la que se vio
sometido. Arruinado por las guerras civiles y la peste, despedazado por las
ambiciones de serbios, búlgaros, latinos y turcos otomanos, víctima de una
imparable desvertebración social y, en consecuencia, privado de los mínimos
recursos económicos y humanos necesarios para asegurar su supervivencia, el
Imperio de Bizancio entró en el siglo XV reducido a lo que quedaba de una capital
una vez esplendorosa, algunas ciudades tracias y parte del Peloponeso. Fuera de la
autoridad del basileo quedaban el ducado de Atenas, unas cuantas islas en manos
italianas y el imperio de Trebisonda.
Con los turcos expandiéndose a su antojo en todas direcciones desde mediados del
siglo anterior, y sin una acción militar coordinada, contundente y decisiva por
parte de las potencias cristianas, el fin de la Romania parecía inminente, y sólo se
salvó in extremis del sitio turco en 1402 gracias a la providencial irrupción de los
mongoles en Asia Menor, que desarticuló el dominio otomano en Anatolia y
provocó una crisis sucesoria entre los hijos del sultán Bayaceto que tardaría
veinte años en resolverse a favor de Murad II (1421-1451). Asentado en el trono,
Murad lanzó a sus soldados contra Constantinopla en 1423, pero la falta de
máquinas de asedio, la insuficiencia naval y los problemas internos hicieron que
el desfalleciente Imperio pudiese mantenerse precariamente a flote tres décadas
más. Sería el hijo y sucesor de Murad, el joven Mohamed II (1451-1481), el que decidido a poner punto y final a aquel anacronismo histórico situado en el centro
de sus dominios- movilizase todos sus recursos económicos y militares con un
único objetivo: tomar Constantinopla. Iniciado el asedio por mar y tierra a
principios de abril de 1453, la ciudad fue tomada al asalto el 29 de mayo de 1453.
¿Cómo eran las fuerzas enfrentadas en esas dramáticas jornadas? ¿Cuántos
hombres se vieron implicados? Vamos a trazar un breve esbozo sobre los ejércitos
turco y cristiano en los últimos días de la Constantinopla bizantina de la
primavera de 1453.
LOS SITIADORES
El ejército otomano
Jenízaro turco
(Bellini, siglo XV)
El creador del ejército turco que protagonizó la primera
expansión otomana en Europa fue Orján (1326-1369), que
además reestructuró el Estado otomano y creó una moneda
propia. En lo que al ejército respecta, su objetivo era el de
disponer de una fuerza militar eficiente y profesional, un
paso adelante con respecto a la caballería ligera irregular
que hasta ese momento habían formado la base de la fuerzas
turcas. Orján las reorganizó sobre cuatro pilares: una milicia
regular de carácter feudal (los timar y ziamet), en cierta
manera similar a las antiguas milicias de los themas
bizantinos; los contingentes sipahis, que constituían el
grueso del ejército (infantería, servicios generales...); los
bashi-bazuk o irregulares dedicados al pillaje, y finalmente
los famosos regimientos jenízaros, la élite del ejército.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Estos últimos constituían una fuerza permanente y profesional de infantería,
formada por jóvenes cristianos entregados por sus familias como tributo forzoso.
Educados en una estricta fe islámica y una férrea formación militar, dependían
única y exclusivamente del sultán, por el que luchaban con fanatismo.
Los jenízaros participaron tanto en las campañas de conquista como en las
guerras civiles bizantinas del siglo XIV, y fueron reorganizados por Murad, quien
fijó su número en 20.000. En la toma de Constantinopla participaron -según el
arzobispo de Lesbos, Leonardo de Quíos, contemporáneo y testigo directo de los
hechos- unos 15.000, siendo su papel determinante, como en tantas otras
ocasiones.
¿Cuántos hombres llevó Mohamed II ante las murallas de Constantinopla?
Tomemos como guía el clásico de Runciman La caída de Constantinopla -cuyas
notas son tan interesantes como el texto principal- y veremos que las fuentes
medievales, en especial las griegas, dan cifras desorbitadas: Miguel Ducas da un
total de 400.000; otro cronista bizantino, Critóbulo, cuenta 300.000, excluidos los
no combatientes; el cortesano Jorge Frantzés -el único cronista que estuvo en
Constantinopla durante el asedio- informa de no menos de 262.000; el ya
mencionado Leonardo de Quíos estima en unos 300.000 el total de hombres
puestos sobre el campo de batalla por el sultán; finalmente, el veneciano Nicolò
Barbaro (también testigo de los acontecimientos) se muestra más moderado y
reduce la cifra a 160.000.
Pues bien, excepto en el caso de Barbaro, todas las cantidades que acabamos de
ver son manifiestamente exageradas; tal y como afirma F. Babinger, un estudioso
alemán de la primera mitad del siglo XX, por simples razones demográficas los
turcos otomanos no podrían haber movilizado más de 80.000 efectivos regulares
para una campaña.
¿Sólo 80.000? Puede que se antojen pocos, pero basta recordar que en 1349 a
Juan VI Cantacuceno (1347-1354) le bastaron 20.000 otomanos aliados para
arrebatar Tesalónica a los serbios, y que una cifra similar fue la empleada unos
años después, en 1354, para tomar Gallípoli. Un ejército de unos 80.000 hombres
es una fuerza muy considerable, tanto entonces como ahora, que obliga a un
notable esfuerzo logístico y organizativo, y para los otomanos su movilización
debió suponer un gran desafío. En Tracia se concentraron tropas regulares y
contingentes feudales procedentes de todas las provincias, en las que sólo
quedaron las guarniciones imprescindibles. A ellas -como bien señala Runcimanse añadieron millares de irregulares y aventureros de muchas nacionalidades:
turcos, eslavos, húngaros, alemanes, italianos, griegos...
Aunque siempre es difícil hacer estimaciones demográficas rigurosas para la época
medieval, sabemos que a mediados del siglo XV la extensión de los dominios
turcos en Asia Menor era inferior a la del Imperio romano de Oriente en el siglo
IX, época en la que se estima que el ejército bizantino estaba formado por unos
120-130.000 hombres para una población total de unos 12 millones de habitantes,
según las estimaciones de J. C. Russell en Late Ancient and Medieval Population
(1958). Es dudoso que bajo la soberanía otomana vivieran más de 10 millones de
personas en Anatolia y Europa, así que no parece demasiado aventurado decir que
el total del ejército turco regular debía estar formado por unos 100.000 hombres,
lo que equivaldría a un 4% de la población masculina adulta. Esto significaría que
la toma de Constantinopla movilizó a un 80% de los recursos militares regulares
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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(los aventureros e irregulares debían apañárselas por su cuenta). Pero además hay
que tener en cuenta que en un dispositivo militar relativamente sofisticado como
el otomano, no todos los integrantes de un ejército eran combatientes.
Soldados otomanos
(Braun & Schneider,
siglo XIX)
Un porcentaje nada desdeñable estaba compuesto por
vivanderos, ingenieros militares, herreros, médicos,
marinos, peones, caballerizos, carpinteros, forrajeros,
escribas, ordenanzas...; así que quizás no fuesen muchos
más de 60.000 los combatientes regulares disponibles
para operaciones militares, y de éstos una parte también
importante estaría comprometida en tareas secundarias
de patrulla en la retaguardia, vigilancia de caminos y
estrechos, protección de campamentos, etc. Teniendo en
cuenta que las murallas terrestres de Constantinopla se
extendían a lo largo de 5,6 km., y que era preciso
controlar también el frente marítimo y sectores anexos
como Galata (en manos de los genoveses, que procuraron
mantenerse neutrales), no causa ya tanta extrañeza que
los defensores pudieran resistir casi dos meses.
La artillería otomana
Y también se entiende que el sultán tuviese la precaución de lanzar siempre por
delante de sus valiosas tropas regulares a los irregulares a los que hemos hecho
mención con anterioridad, auténtica carne de cañón desechable. Y hablando de
cañones...
Mohamed II no dejaba de interesarse por las novedades de la tecnología militar y
el poder de la flamante artillería no le pasó por alto. El antes mencionado Nicolò
Barbaro afirma que los otomanos disponían de unos 12 grandes cañones.
El mayor de ellos era tan pesado (aproximadamente, unas 9 toneladas) que su
desplazamiento desde la fundición de Adrianópolis hasta Constantinopla fue
encomendado a una compañía de 100 hombres y a un tiro de 15 pares de bueyes.
Este monstruo de bronce tenía una longitud de 8 metros, su grosor era de 20
centímetros y su diámetro oscilaba entre los 80 centímetros en la culata a 240
centímetros en la boca. Aunque sea difícil de creer, las fuentes aseguran que podía
lanzar proyectiles de 850 kilogramos a 1,6 kilómetros de distancia, y que el
estruendo del disparo podía escucharse en 15 kilómetros a la redonda. Este cañón
fue diseñado por el ingeniero húngaro Orbón, que primero ofreció sus servicios a
los bizantinos, pero la impotencia técnica y económica del Imperio hizo que
Orbón decidiese vender sus habilidades al sultán.
La artillería otomana comenzó a bombardear las murallas el 6 de abril y no dejó de
hacerlo hasta el final del sitio, realizando una media de 100-120 disparos al día.
Como consecuencia, considerables porciones de la muralla exterior fueron
reducidas a ruinas, a lo que se sumó el efecto de las operaciones de minado y
contraminado practicadas por los contendientes. A pesar de todo, la resistencia
del triple cinturón de murallas y la determinación de los defensores hizo que, al
final, la toma de Constantinopla tuviera que decidirse en el cuerpo a cuerpo.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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La flota turca
Una de las bazas que permitió a los bizantinos sortear los múltiples asedios a los
que se vio sometida la capital a lo largo de los siglos fue su dominio del entorno
marítimo. Pero en esta ocasión Mohamed -que siempre sintió gran interés por el
estado de su flota y procuraba nombrar él mismo a los oficiales de ésta- no estaba
dispuesto a que el flanco naval escapase a su control y se convirtiese en su talón
de Aquiles, así que, antes de iniciar el sitio de Constantinopla, dispuso que una
gran flota se concentrase en Gallípoli. Allí había de todo: viejos navíos y flamantes
bajeles, fustas (botes grandes dotados de una vela), birremes, trirremes, galeras
con remos y sin remos, grandes barcazas de transporte, mercantes... Barbaro
informa que la flota otomana estaba formada por 12 galeras y unos 80 navíos,
mientras que Leonardo de Quíos dice que la componían 6 trirremes, 10 birremes y
un total de 250 barcos; por su parte, Frantzés cuenta 30 grandes navíos y 330
pequeños. Otro testimonio muy interesante es el de marineros italianos que
aseguraron que los turcos desplegaron 6 trirremes, 10 birremes, 15 galeras con
remos, 75 fustas, 20 pandarias y gran cantidad de chalupas y embarcaciones
menores.
Conviene mencionar aquí como curiosidad un dato que suele desconocerse, y es
que buena parte de los remeros de los barcos turcos no eran esclavos cristianos,
sino voluntarios atraídos por la paga que recibían.
LOS SITIADOS
Cuando comenzó a hacerse evidente la voluntad otomana de tomar
Constantinopla, el emperador Constantino XI (1448-1453) ordenó que se realizara
un rápido censo con el objetivo de evaluar los recursos humanos disponibles para
la defensa. El resultado fue desolador. En aquel momento, Constantinopla estaba
habitada por apenas 50.000 personas, dispersas en núcleos de población aislados
por campos de cultivo y descampados, cuando en sus momentos de gloria, en los
siglos VI y XII, había alcanzado los 500.000 habitantes. Lo que antaño había sido
un poderoso ejército imperial de más de 150.000 hombres estaba ahora reducido a
una pequeña fuerza de entre 1.000 y 1.500 soldados, a lo que se sumaban
pequeños contingentes de las colonias latinas. Con grandes esfuerzos pudo
levantarse una fuerza de unos 8.000 hombres, de los cuales -según Frantzés4.983 eran propiamente romanos; el resto (unos 2.000 si hacemos caso a Frantzés
y 3.000, según Leonardo de Quíos) eran voluntarios extranjeros y mercenarios,
principalmente venecianos, genoveses de Gálata (aunque ya hemos dicho que este
suburbio procuró mantenerse al margen del conflicto) y catalanes. Sin embargo,
puede que estas cifras sean exageradas y la cifra de defensores no fuera más allá
de 5.000. Algunos cañones de escaso calibre y dos o tres docenas de barcos
completaban el magro conjunto de recursos defensivos.
Uno de los personajes más destacados del bando cristiano fue el genovés Giovanni
Giustiniani Longo, que financió de su bolsillo una fuerza compuesta por dos
galeras armadas y 700 hombres, y que recibió el cargo de protostrator y jefe de las
defensas de Constantinopla. También notable fue la aportación del veneciano
Girolamo Minotto, que contribuyó con cinco barcos y unos 1.000 hombres. Otro
contingente italiano a destacar fue encabezado por el cardenal Isidoro, legado
papal, que mandaba una fuerza de 200 hombres.
Tampoco podemos dejar de señalar a los miembros de la colonia catalana,
agrupados en torno a su cónsul Peré Juliá, que se desplegaron en los alrededores
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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de las ruinas del Hipódromo y del antiguo Palacio imperial; a valerosos y
peculiares individuos, como el noble castellano Francisco de Toledo -que
pretendía estar emparentado con la familia imperial de los Comnenos-; al
ingeniero escocés (otros dicen que alemán) Juan Grant o al príncipe otomano
Orchán, pretendiente al trono otomano refugiado en Constantinopla. Claro que
también hubo griegos y occidentales menos aguerridos que, en cuanto las
intenciones otomanas se vieron claras, decidieron poner pies en polvorosa y
escapar del inminente asedio. Es lo que ocurrió con los 700 italianos de Pietro
Davanzo, que se embarcaron en la noche del 26 de febrero en media docena de
barcos.
Y esto era todo. La desproporción entre los dos bandos era abismal, pero los
defensores sabían que tenían muy poco que perder una vez que Constantinopla
rechazó la rendición incondicional. Según la tradición islámica, las poblaciones
que se rendían sin oponer resistencia eran respetadas y todo se arreglaba con una
indemnización de guerra, pero cuando había resistencia no se daba cuartel y a los
vencidos sólo les esperaba el pillaje, la esclavitud y la muerte. Por eso lucharon
con tanta fiereza, haciendo morder el polvo en más de una ocasión a las tropas del
sultán.
Pero el 24 de abril los turcos transportaron por tierra sobre
plataformas tiradas por yuntas de bueyes casi la mitad de sus
barcos hasta el Cuerno de Oro, permitiendo así un bloqueo
más eficaz. En la madrugada del 29 de mayo de 1453, tras el
fracaso de un ataque turco en las cercanías de la Puerta de
San Romano, Mohamed decidió que había llegado el
momento del asalto final. Las primeras embestidas de los
jenízaros fueron rechazadas, pero un error de los defensores
(un portón en la muralla de Blaquernas que quedó mal
cerrado tras una salida de hostigamiento de los defensores)
El sitio de
fue aprovechado por los otomanos para introducir un
Constantinopla
pequeño contingente, cuya presencia desconcertó a los
Manuscrito francés
cristianos.
de1455
En ese momento Giustiniani resultó herido y su ánimo se quebró. Considerando
que ya había hecho más que suficiente y que toda resistencia era fútil, ordenó a
sus hombres que le retiraran del campo de batalla, a pesar de los ruegos del
emperador. Conocida la noticia, cundió el pánico, la resistencia se desorganizó y
los turcos ampliaron la brecha, penetrando en masa. Fue el fin de Bizancio.
Los que pudieron (entre ellos Giustiniani, que moriría en Quíos a consecuencia de
sus graves heridas), escaparon en unos pocos barcos que se las arreglaron para
sortear el bloqueo otomano, pero otros decidieron combatir hasta el final, entre
ellos el propio emperador Constantino que, en un gesto poco frecuente en la
historia y que dignificó a toda su dinastía, se desprendió de las insignias
imperiales y se lanzó contra las fuerzas enemigas en compañía de su primo Teófilo
Paleólogo, de su amigo Juan Dálmata y de Francisco de Toledo. Murió
combatiendo, junto a otros 3.000 ó 4.000 bizantinos y latinos que sucumbieron
ese día, según la fuente que se escoja. A pesar de los intentos del sultán, su
cuerpo nunca pudo ser identificado con seguridad.
Otros combatientes tuvieron una suerte dispar. Los catalanes que defendían el
sector del viejo Palacio imperial continuaron combatiendo hasta que todos
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murieron o fueron hechos prisioneros; cerca de ellos, donde antaño estuviera el
puerto Eleuterio, los turcos de Orchán se batieron también bravamente, hasta que
Orchán decidió poner fin a la resistencia y trató de escapar disfrazado de monje
griego, pero finalmente fue descubierto y ejecutado, como lo fue el cónsul Peré
Juliá y varios de sus hombres. En cuanto al cardenal Isidoro, tuvo más suerte,
pues intercambió vestimentas con un mendigo y logró ponerse a salvo en Pera,
mientras que el pobre pedigüeño fue apresado y decapitado en su lugar. Durante
tres días se sucedieron el pillaje y los asesinatos. Sólo fueron respetadas las zonas
de Constantinopla que se rindieron sin oponer resistencia. Pero una vez saciadas
las tropas, Mohamed decidió que ya había sido suficiente y que tocaba la hora de
la reconstrucción. No había prisa para hacerse con el resto de los diminutos
territorios griegos y latinos, que serían tomados en los años siguientes. El Imperio
Romano de Oriente había muerto, pero de sus cenizas surgió otro, el Imperio
Otomano, que perduraría casi cinco siglos.
© Hilario Gómez Saafigueroa, julio de 2003 [email protected]
Hilario Gómez Saafigueroa es licenciado en Ciencias Políticas y Sociología (UCM) Administrador de
la lista de correo El Mundo Medieval http://es.geocities.com/mundo_medieval Webmaster de Los
ejércitos de Bizancio http://inicia.es/de/bizantino
Bibliografía
Este breve trabajo no habría sido posible sin la consulta de las siguientes obras:
· LA CAÍDA DE CONSTANTINOPLA, de Steven Runciman. Colección Austral. Espasa-Calpe,
Madrid, 1973.
· BIZANCIO, de Franz Georg Maier. Siglo XXI Editores. S.A. Madrid,1987.
· EL MUNDO BIZANTINO, de Luis Bréhier. Volumen 1: Vida y muerte de Bizancio. Unión
Tipográfica Hispano Americana, México,1956.
· BYZANTINE ARMIES, 1118-1461. Men-at-Arms Series. Osprey Military, Londres, 1995.
THE FALL OF CONSTANTINOPLE, de Dionysios Hatzopoulos (Universidad de Montreal),
disponible en la dirección web.
http://www.greece.org/Romiosini/fall.html ·
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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CONSTANTINO XI PALEÓLOGO
Por Eva Latorre.
Constantino Paleólogo Dragases, infancia y juventud
La fecha de nacimiento de Constantino Paleólogo
Dragases que se considera más verosímil es el 8 de
febrero de 1405, aunque algunas fuentes afirman
que nació el año anterior, en 1404. Fue el cuarto
de los siete hijos del emperador Manuel II
Paleólogo. Su madre fue Elena Dragases, hija del
príncipe serbio Constantino Dragases, a quien
siempre se sintió especialmente unido, lo que
viene demostrado por el hecho de que siempre
utilizó su apellido serbio con gran orgullo. Poco se
sabe de su infancia y juventud. Al parecer, era un
gran cazador además de un excelente jinete, y se
entregaba con devoción a su entrenamiento en el
manejo de las armas. Su tutor fue el tío de Jorge
Esfrantzés, y gracias a eso entabló desde muy
joven una profunda relación de amistad con el
futuro cronista que duraría hasta la muerte.
Cuando su hermano Juan VIII ascendió al trono de
Constantinopla, se mostró reticente a que
Constantino conservara a Esfrantzés para su exclusivo servicio, ya que era un
elemento de incalculable valor como embajador, diplomático y consejero imperial,
pero el mismo Esfrantzés renunció a todos esos honores en pro de servir a
Constantino, quien desde la infancia había despertado en él la más profunda
admiración. Cuando el sultán Murad II lanzó el asalto sobre Constantinopla en
junio de 1422, un Constantino de diecisiete años tuvo ocasión de revelar el valor
y coraje que le caracterizarían hasta el mismo momento de su muerte. Cuando en
septiembre de ese mismo año el emperador Manuel sufrió un ataque de apoplejía
que le paralizó un lado del cuerpo, Juan, quien había sido previamente designado
coemperador, asumió ya por completo todas las responsabilidades del trono. En
noviembre de 1423 emprendió viaje hacia Hungría y Venecia para pedir ayuda
contra el sultán, y nombró a Constantino regente del imperio otorgándole el título
de Déspota. Aconsejado por su padre, Constantino desempeñó sus obligaciones
con dignidad y relativo éxito, ya que en 1424 firmó un tratado de paz con Murad
que, aunque resultaba humillante por tener que aceptar el vasallaje hacia el
sultán, otorgaba a los bizantinos el dominio de una franja de la costa del Mar
Negro con capital en Mesembria además del puerto de Selimbria, enclaves
fundamentales para al menos tener vigilados los movimientos turcos en los
alrededores de la Capital. Juan regresó de su viaje en noviembre de 1424, y
cuando en julio de 1425 murió el emperador Manuel, Constantino pasó a hacerse
cargo de Mesembria.
Constantino Paleólogo Dragases, déspota de la Morea
Teodoro, el hermano que ostentaba el cargo de déspota de la Morea, había hecho
saber repetidamente su intención de abrazar la vida monástica y abandonar las
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obligaciones políticas. Juan consideró que su hermano Constantino desempeñaría
una excelente labor como gobernador del Peloponeso, pero cuando se tomó la
decisión de que Constantino sucediera como déspota a su hermano, Teodoro había
cambiado de opinión. Sin embargo, el desembarco de Carolo Tocco, conde de
Cefalonia y del Epiro, en la costa nordoccidental del Peloponeso, ocupando
Clarenza y la Élide, provocó que Juan acudiera al Peloponeso en 1427
acompañado de Constantino para expulsar a Tocco de las regiones recién
tomadas. La expedición fue un éxito y Carolo Tocco fue vencido, pero ante el
amargor de la derrota propuso un trato que intentaba evitar la vergüenza de haber
perdido toda su flota, y ofreció a su sobrina Madalena Tocco como esposa para
Constantino otorgándole como dote tanto la Élide como Clarenza. Constantino
aceptó y se casó con Madalena, que adoptó el nombre de Teodora, el 1 de julio de
1428 en un pueblecito cercano a Patras. Por su parte, Teodoro ofreció a su
hermano como regalo de bodas las regiones de Mesenia y Maina, y al hermano más
joven, Tomás, le cedió la región de Calavrita, con lo que el Despotado pasó a ser
compartido por los tres hermanos. El 1 de marzo de 1429 Constantino organiza el
sitio de Patras para arrebatarla de manos venecianas. En el ataque definitivo que
lanzó contra la ciudad el 20 de marzo, un soldado hirió a su caballo desde abajo y
Constantino cayó quedando malherido. Su amigo Esfrantzés le salvó la vida
aunque le costó que le hicieran prisionero, siendo liberado un mes más tarde en
un estado lamentable. Al final, debido al abandono del gobernador veneciano
Pandolfo Malatesta, Patras terminó entregándose.
En noviembre de ese mismo año, muere en la Élide la esposa de Constantino,
sumiéndolo en una gran pena ya que había llegado a amarla sinceramente a pesar
de su breve convivencia. Fue enterrada primero en Clarenza, aunque luego sus
restos fueron trasladados al monasterio de Cristo Zoodotes de Mistra, la actual
iglesia de Santa Sofía. La toma de Patras irritó tanto al papa y a Venecia como al
sultán, por lo que Esfrantzés se vio obligado a ejercer durante los meses
siguientes una frenética actividad diplomática, y cuando en 1430 ya se había
calmado la tormenta, el fiel amigo de Constantino recibió su recompensa siendo
designado gobernador de Patras. En ese momento, pues, prácticamente todo el
Peloponeso se hallaba en manos bizantinas. El sultán, molesto por esta repentina
expansión griega, mandó a Turaján Bey para que demoliera lo poco que quedaba
del Hexamilion y recordara a los déspotas que, lo quisieran o no, seguían siendo
sus vasallos. El emperador Juan no había tenido descendencia a pesar de sus tres
matrimonios, con lo que quedaba claro que debería sucederle uno de sus
hermanos. En 1435 llamó a Constantino a la Capital para hablar con él el tema, ya
que era su favorito, pero Teodoro, que como hermano mayor se consideraba el
legítimo heredero, sospechando de qué se trataba, acudió también a
Constantinopla para reclamar sus derechos. La disputa entre los dos fue tan fuerte
que rompieron relaciones, regresando por separado al Peloponeso, y el emperador
Juan, para evitar un guerra civil en el despotado, envió después a dos mediadores
para que calmaran los ánimos. Cuando en 1437 Juan debió marchar a Italia para
acudir al Concilio de Florencia, se consiguió que Teodoro consintiera en
encargarse él de la administración de las tierras de Constantino para que éste
fuera a Constantinopla en calidad de regente. El 1 de febrero de 1440 Juan
regresó del Concilio habiendo sellado la unión de las Iglesias, y obtuvo un frío
recibimiento por parte del pueblo, que lo consideraba un chantaje de los latinos y
un abandono de la propia fe que resultaba vendida por cuestiones materiales.
Constantino apoyaba la unión más que por convicciones teológicas porque, como
su hermano, sabía que ése era el único clavo ardiendo al que se podían agarrar. No
pensaba así Demetrio, otro de los hermanos, quien incluso llegó a hablar con el
sultán para que apoyara su candidatura al trono y gozaba de un buen número de
adeptos entre el pueblo por su ardiente postura en contra de la unión. Las
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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obligaciones de Constantino como regente terminaron, pues, en febrero de 1440,
aunque permaneció en la Ciudad durante algunos meses más con el objetivo de
encontrar una nueva esposa. La elegida fue Catalina Gattilusi, la hija del
gobernador genovés de Lesbos.
La boda se celebró en agosto de 1441, y en septiembre Constantino parte hacia la
Morea dejando a su esposa al cuidado de su padre. Sin embargo, Constantino
debió volver rápidamente a la capital en abril de 1442 ante la llamada de auxilio
de su hermano Juan, ya que Demetrio se disponía a atacar la Ciudad con tropas
que le había suministrado el sultán. De camino, paró en Lesbos para recoger a
Catalina y llevarla consigo, pero los turcos recibieron noticia de su llegada y
acudieron a su encuentro acorralándolo en la isla de Lemnos durante varios
meses. Durante ese tiempo, Catalina enfermó para terminar muriendo en agosto
de ese año. Junto a todos los demás desastres, Constantino volvió a sufrir la
pérdida de su esposa y el dolor de no haber alcanzado descendencia. Cuando
Constantino consiguió llegar a la Capital en noviembre, Juan ya había puesto a
Demetrio bajo control, aunque designó gobernador de Selimbria a su hermano
favorito para tenerle cerca en caso de apuro. Entretanto, Teodoro, celoso de sus
derechos como heredero, propuso intercambiar con Constantino sus respectivas
propiedades, ya que deseaba encontrarse lo más cerca posible de Constantinopla.
Aceptado el trato, en octubre de 1443, Constantino partió para hacerse cargo del
Despotado de la Morea, esta vez desde su centro, Mistra. Tomás mantenía el
gobierno de la región del norte del Peloponeso. Con Constantino Dragases al cargo
de la Morea, el Imperio Bizantino conoció la que sería su última expansión
territorial. Sus buenas relaciones con Tomás despertaron en Constantino un gran
optimismo que le llevó a reconstruir el Hexamilion en 1444. Por otra parte, sabía
lo difícil que resultaba gobernar la Morea y las continuas insurrecciones que
habían sufrido los anteriores déspotas por parte de la aristocracia local, por lo que
intentó ganarse su confianza y fidelidad otorgándoles prebendas y rentas que han
quedado registradas en varias argirobulas. No obstante, esto no le impidió dejar
las ciudades más importantes a cargo de personas de su entera confianza como
por ejemplo Esfrantzés, quien fue nombrado gobernador de Mistra y su provincia.
Al parecer, incluso intentó despertar entre la población el espíritu de lucha
organizando juegos atléticos que fomentaran la convivencia y el conocimiento
entre todos los súbditos del Despotado. En el plano personal, intentó tomar una
tercera esposa, pero las negociaciones que emprendió con el príncipe de Tarento
para casarse con su hermana Isabel Orsini no alcanzaron resultado alguno. A pesar
de los sabios consejos que el cardenal Besarión le dirigía desde Roma, con los que
calmaba el irrefrenable carácter de Constantino diciéndole que se mantuviera
dentro del Peloponeso y que intentara afianzar allí su posición, el déspota
arremetió contra sus vecinos cristianos del ducado de Atenas y Tebas bajo el
gobierno del florentino Acciaiuoli, quien a su vez era también súbdito del sultán.
Encontró una inesperada ayuda en Felipe V, duque de Borgoña, que en 1445 le
envió una compañía de 300 soldados con la que Constantino emprendió la
conquista de Beocia y la Fócide hasta llegar al Pindo, donde al parecer su
autoridad fue muy bien recibida por las distintas comunidades que habitaban esas
tierras, valacos, albaneses y, por supuesto, griegos. No obstante, poco duró la
gloria de esta repentina expansión griega por la Grecia central. En el invierno de
1446, Murad reunió una fuerza de 60.000 hombres y emprendió el camino hacia la
Morea. Constantino se vio obligado a replegarse detrás del Hexamilion, y después
de una afanosa resistencia, envió un mensajero al sultán para tratar los términos
de la paz. El sultán exigió que el muro fuera demolido, a lo que Constantino se
negó, aunque sin servirle de nada, ya que el 10 de diciembre el Hexamilion volvía
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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a ser un montón de ruinas y los déspotas a duras penas consiguieron escapar de la
masacre. Las consecuencias del castigo turco fueron arrasadoras para todo el
Peloponeso, aunque al parecer la capital Mistra se salvó de la debacle gracias a
que en invierno al ejército turco le resultaba muy arriesgado atravesar las
montañas. En 1447 la necesidad de tomar una tercera esposa se imponía, por lo
que envió a Esfrantzés a Constantinopla para tantear las posibilidades que
ofrecían el Imperio de Trebisonda y el Reino de Georgia. Sin embargo, los
acontecimientos que siguieron dejaron este tema en un segundo plano. En junio
de 1448 muere su hermano Teodoro en su principado de Selimbria, y en octubre
de ese mismo año muere el emperador Juan. Constantino, que había designado
heredero del trono imperial por su hermano en el lecho de muerte y que contaba
con el total apoyo de su madre Elena Dragases, supo que sería el nuevo
emperador. Sin embargo, Demetrio contaba con un nutrido número de partidarios
que estaban de acuerdo con sus ideas antiunionistas. La emperatriz madre,
afrontando una crisis que podía llevar a una guerra civil, asumió su derecho de
ostentar la regencia hasta que llegara a Constantinopla el legítimo emperador.
Esto aplacó los ánimos de las distintas facciones, y en diciembre de 1448
Esfrantzés es enviado a la corte de Murad II con el objeto de pedir su aprobación
para la coronación de Constantino. Al mismo tiempo, la emperatriz envía dos
emisarios a Mistra para que le proclamen emperador.
Constantino XI Paleólogo, emperador de Constantinopla
El tema de la coronación de Constantino es controvertido. La tradición quiere que
fuera coronado en San Demetrio, la catedral de Mistra, donde hoy se puede
apreciar una losa encastrada en el suelo frente al altar que ostenta el águila
bicéfala, emblema de los Paleólogos. Sin embargo, la coronación de un emperador
debe ser hecha por un patriarca, y en ese momento no había ninguno en Mistra.
Así pues, aunque hubiera habido ceremonia religiosa ésta no habría sido válida, y
aunque hubiera habido una ceremonia civil en el Palacio de los Déspotas, ésta
tampoco habría validado plenamente la investidura de Constantino como
emperador. Esfrantzés, sabiamente, pasa de puntillas sobre el tema diciendo que
los dos legados enviados a Mistra «hicieron emperador a Constantino», y otras
fuentes, como Ducas afirman que, dado que Constantino nunca fue coronado, el
último emperador de los romanos fue Juan VIII. En cualquier caso, la fecha que se
da para la investidura de Constantino como emperador es el 6 de enero de 1449.
Por otra parte, de haberse celebrado la ceremonia religiosa por parte del entonces
patriarca Gregorio III a su llegada a la Ciudad, se hubieran causado con seguridad
serias revueltas entre la población, ya que al ser Gregorio prounionista, la mayoría
de los griegos no lo tenían en cuenta como autoridad espiritual, y mucho menos
como patriarca. Intentando evitar la abierta provocación al pueblo que supondría
este acto, la ceremonia religiosa de coronación se dejó correr, aunque exaltados
antiunionistas como Juan Eugénico se quejaran de que tenían un emperador sin
corona y le exhortaran a abrazar la fe verdadera de la Ortodoxia. Tal era entonces
el lamentable estado del Imperio que Constantino tuvo que pedir prestado un
barco al capitán veneciano de Candía para poder viajar desde Mistra hasta
Constantinopla. El capitán veneciano se lo negó muy cortésmente, y el nuevo
emperador se vio obligado a llegar hasta su capital en un barco catalán, llegando a
su destino el 12 de marzo de 1449. La primera gestión que lleva a cabo después de
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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su llegada consistió en asegurarse unas relaciones pacíficas con el sultán,
solicitando la paz también para sus hermanos Tomás y Demetrio, que quedaron
compartiendo el Despotado de la Morea. El asunto de la descendencia cobraba
ahora más urgencia que nunca. Esfrantzés, que ya había iniciado investigaciones
para conseguir una nueva esposa, fue enviado en 1449 como emisario a
Trebizonda y Georgia en un largo viaje que duró dos años. La noticia de la muerte
del sultán Murad en febrero de 1451 le llegó cuando estaba en Trebisonda, por lo
que se apresuró a escribir a su amigo el emperador para sugerirle que tomara
como esposa a la viuda del sultán, Mara Brancovic, hija del déspota de Serbia, con
el objeto de estrechar lazos de parentesco con la corte del nuevo sultán. Esta
solución pareció agradar a todos excepto a la propia Mara, quien había prometido
que si enviudaba se consagraría a la vida religiosa, y nada pudo hacerla cambiar de
opinión. Ante esta negativa, Esfrantzés decidió que su señor debía tomar por
esposa a una dama de la corte de Georgia, cuyo nombre no se ha conservado y
que, al parecer, poseía mayores atractivos y ventajas que la princesa propuesta
por Juan Comneno de Trebisonda. El 14 de septiembre de 1451, Esfrantzés
desembarca en Constantinopla acompañado de un emisario georgiano al que
otorga el documento de compromiso matrimonial, y el trato quedó cerrado con la
promesa de que Esfrantzés volvería a Georgia para recoger a su prometida durante
la primavera siguiente. Entretanto, Constantino se dedicaría a pedir ayuda a
Occidente para asegurar su posición. Nadie le atendió. Venecia, más preocupada
por sus propios intereses económicos que por los de la Cristiandad en general,
desatendió la llamada mientras intentaba ganarse las simpatías del nuevo sultán
Mehmet II al mismo tiempo que amenazaba al emperador con trasladar sus puntos
de comercio a otros puertos bajo el dominio turco si Constantino insistía en subir
las tasas sobre sus mercancías. Incluso ofreció a la comunidad de Ragusa la
posibilidad de comerciar libremente y con impuestos bajos con el fin de atraer
hacia allí algún contingente militar. Alfonso V de Aragón y Nápoles le respondió
diciendo que su gran ilusión sería convertirse en Emperador de Constantinopla.
Para colmo, el nuevo papa Nicolás V, a quien Constantino recordó todos los
problemas que le había generado la aceptación de la unión de las Iglesias, le
contestó que no se había esforzado lo suficiente en convencer a su pueblo para
que aceptara el catolicismo, y que todos los clérigos reacios a la unión debían ser
enviados a Roma para recibir un curso de formación en los nuevos dogmas. La
renuncia del patriarca católico de Constantinopla Gregorio III, que no pudo
soportar la intimidación a la que se vio sometido, tampoco ayudó a que la Santa
Sede se preocupara entonces ni lo más mínimo por la situación del agonizante
imperio. Para aumentar aún más la presión haciendo si cabe más difícil la
posición de Constantino frente al pueblo, Nicolás V se empeñó en enviar un legado
para que celebrara oficialmente la unión de las Iglesias en Santa Sofía.
El joven sultán Mehmet II fue infravalorado desde el primer momento por todos al
ser considerado de una manera precipitada como un joven incompetente al que
sería fácil manejar. No mucho más tarde, esta idea sobre Mehmet se demostraría
equivocada, pero las consecuencias ya serían irreparables. En el otoño de 1451,
los emiratos musulmanes de Asia Menor se alzaron contra el nuevo sultán para
intentar recuperar su independencia, pero fueron aplastados de manera inmediata
por Mehmet. No obstante, Constantino, al ver que los turcos afrontaban problemas
internos, recordó que su padre, el emperador Manuel II, se había encontrado en la
misma situación cuando los hijos de Bayaceto luchaban por el poder después de la
muerte de éste, y que apostando por Mehmet I ganó unos años de tranquilidad
para el Imperio. Así pues, Constantino se apresuró a recordar al sultán que en
Constantinopla se encontraba Orján, el único competidor legítimo que tenía
Mehmet por el poder en el Imperio Otomano, quien era mantenido con una
pensión que debía ser doblada si quería mantener la situación como estaba.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Constantino jugó demasiado fuerte y perdió. Mehmet encontró en esta
imprudente provocación de Constantino la excusa perfecta para declarar rota la
paz entre ambos, y a su regreso de Asia Menor desembarcó en la costa europea del
Bósforo sin pedir permiso aunque era oficialmente bizantina. No perdió tiempo en
edificar allí precisamente el Rumeli Hissar en la primavera de 1452. A
Constantino sólo le quedó protestar ante la construcción de un enclave cuyo
objetivo inmediato era aislar a la Ciudad, pero que más adelante sería la base
desde donde se lanzara un nuevo asedio. Comenzado el 15 de abril, la fortaleza fue
terminada en el mes de agosto de ese mismo año no sin que su construcción
generara incidentes violentos con los habitantes de la zona. Estos altercados
fueron vistos en Constantinopla como el principio de una guerra, lo que provocó
que se cerraran todas las puertas encontrándose dentro algunos oficiales del
sultán. Aunque fueron liberados con escoltas y sin haber sufrido daño alguno,
Mehmet estaba enfadado, y pronunció su primera amenaza: "Entregad la Ciudad o
preparaos para la batalla". Lo único que se pudo hacer entonces fue comenzar a
almacenar la mayor cantidad posible de víveres y de armamento y prepararse para
un nuevo asedio. Constantino volvió a hacer promesas desesperadas de
recompensas a todo aquel que le enviara ayuda y refuerzos, pero las respuestas
que obtuvo fueron desesperanzadoras. Ninguna potencia extranjera ayudaría si no
ayudaban las restantes, y ninguna estaba interesada en dar el primer paso. El papa
Nicolás V sí que había intentado conseguir ayuda, pero atendiendo a su orden de
prioridades, en octubre de 1452 envió al cardenal Isidoro para que confirmara la
unión de las Iglesias mediante una misa solemne en Santa Sofía. Isidoro trajo con
él una fuerza de 200 arqueros como si fueran la avanzadilla de la futura ayuda
para camuflar ligeramente su primera intención, lo que no consiguió ante los
exaltados ojos de los antiunionistas liderados por Genadio que emprendieron una
apasionada campaña de propaganda que puso a Constantino en una difícil
situación. Para intentar acercar posiciones, en el mes de noviembre convocó una
reunión conciliatoria en la que los antiunionistas expusieron todas sus objeciones
contra los latinos. Unos días después, los turcos hundieron el primer barco
veneciano que se atrevió a pasar por delante del Rumeli Hissar sin detenerse y
pagar tributo. La materialización de las amenazas y la exhibición de fuerza de
Mehmet despertaron tal pánico entre toda la población que Isidoro creyó llegado
el momento de celebrar en Santa Sofía la solemne misa de la proclamación de la
Unión entre las Iglesias. Con la aquiescencia del emperador, la misa se celebró el
12 de diciembre de 1452. A lo largo del invierno, Mehmet empezó a tomar
posiciones para lanzar el que sería el ataque definitivo contra la Reina de las
Ciudades. Los acontecimientos que se vivieron allí durante los últimos meses
antes de la caída son ampliamente conocidos. No obstante, aunque aquí no
hagamos referencia a ellos, no podemos pasar por alto la constante valentía y
serenidad del emperador, inasequible al desaliento, animando a su pueblo a
trabajar día y noche para reforzar las murallas sin mostrar ni sus dudas ni su
desesperanza, y consiguiendo que los grupos más variopintos, y a veces
enfrentados entre sí, como las propias familias de los Paleólogos y los
Cantacuzenos, venecianos y genoveses, o unionistas y antiunionistas, sumaran
sus fuerzas en pro de la defensa común.
A finales de abril Constantino solicitó la paz a Mehmet, pero el sultán veía
demasiado clara su victoria como para ceder. Le ofreció la vida y la paz a cambio
de entregarle la Ciudad, pero el emperador ni se molestó en responder. Días
después llegó un mensajero turco reiterando la proposición: los griegos podrían
quedarse donde estaban pagando un tributo anual de 100.000 monedas de oro o
podrían abandonar Constantinopla con todos sus bienes sin ser importunados.
Consultando a los miembros de su Consejo sobre la propuesta, algunos le
impelieron para que huyera mientras todavía estuviera a tiempo y reorganizara la
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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defensa desde otras regiones aún libres, como era el Peloponeso. Constantino se
negó. Si la Ciudad caía bajo los turcos, sería por la voluntad de Dios, y él caería
con ella.
Mehmet tendría todo lo que él quisiera excepto la Ciudad. Ésta fue la última
comunicación entre el emperador y el sultán. La noche del 28 de mayo
Constantino se dirigió a su pueblo con un discurso que Gibbon llamó "oración
fúnebre por el Imperio Romano", después del cual se dirigieron todos a Santa Sofía
para celebrar allí la que sería la última liturgia. Cuando el ataque definitivo
comenzó en la madrugada del 29 de mayo, Constantino se encontraba en la
muralla de tierra reforzando las unidades del genovés Giustiniani. Cuando éste
cayó herido y pidió ser retirado del combate, el emperador le rogó que no se
marchara, sabedor del efecto psicológico que el abandono del valiente capitán
tendría entre los defensores de la Ciudad. A esto se sumó la entrada de algunos
jenízaros por el portón llamado Kerkoporta, que presuntamente alguien había
olvidado abierto. Cuando los defensores vieron la bandera turca ondeando sobre el
Palacio de Blaquernas, todo se perdió. El pánico se apoderó del pueblo. Los turcos
habían entrado. La Ciudad había sido tomada.
La muerte de Constantino XI Paleólogo Defendiendo una causa perdida,
Constantino fue visto vivo por última vez luchando cuerpo a cuerpo cerca de la
Puerta de San Román. La muerte del último emperador de los romanos es
controvertida por la gran cantidad de versiones que se conservan sobre ella. En el
informe que Leonardo de Quíos escribió al Nicolás V el 16 de agosto de 1453, el
arzobispo cuenta que cuando Constantino vio que Giustiniani abandonaba la
batalla, su entereza se vino abajo y pidió a uno de sus oficiales que le atravesara
con su espada para no ser capturado vivo. Nadie tuvo valor para hacerlo, y
entretanto los turcos entraron en multitud y Constantino cayó entre la turba. El
cardenal Isidoro, que escribía desde Creta al cardenal Besarión el 6 de julio de
1453, decía que Constantino había luchado hasta la muerte añadiendo un nuevo
detalle: que su cabeza había sido cortada y entregada como regalo al sultán, quien
la llenó de insultos llevándola como un trofeo a Adrianópolis. Este relato aparece
también, aunque más elaborado, en los historiadores Ducas y Calcocondilas. La
narración de los hechos que se ha transmitido en el testimonio de un jenízaro
polaco del contingente serbio coincide en su mayor parte con esta versión. El
emperador fue muerto luchando en una brecha de la muralla. Un jenízaro llamado
Sarielles cortó su cabeza para llevarla ante el sultán. Arrojándola a sus pies, le dijo
que era la cabeza de su peor enemigo, y Mehmet, para confirmarlo, llamó a
algunos de sus prisioneros griegos. Cuando éstos hubieron reconocido la cabeza
como la de Constantino, el sultán premió al jenízaro con enormes recompensas, la
península de Anatolia entre otras. Si bien la gratificación es exagerada, el resto de
detalles de esta narración se repite como una constante entre las versiones turcas
de la conquista, y desde luego, no podemos perder de vista el especial interés que
tendría Mehmet en confirmar y difundir la muerte del emperador para que nada ya
le hiciera sombra. Otras versiones turcas pintan menos gloriosa la muerte de
Constantino, como por ejemplo la de Tursun Bey, que estuvo presente en la toma
de la Ciudad y cuenta que el emperador huyó aterrorizado buscando un barco en
el que escapar. Por el camino se encontró a un grupo de marineros turcos que le
interceptaron el paso. Constantino atacó a uno de ellos desde lo alto de su caballo
dejándole malherido, pero a pesar de todo el turco consiguió derribarlo, matarlo y
cortarle la cabeza para enviarla al sultán. No obstante, las narraciones
occidentales siguen defendiendo el heroísmo del emperador. El veneciano Nicola
Sagundino insiste en el informe que envió a Alfonso V de Aragón en la
circunstancia de que Constantino pedía a los suyos que le mataran y que nadie
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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tuvo valor suficiente para ello. No obstante, Sagundino aumenta la versión con el
romántico detalle de que el emperador se arrancó las insignias imperiales y se
lanzó a morir matando, aunque luego su cuerpo fue encontrado entre los
montones de cadáveres que cubrían la Ciudad y decapitado.
Así pues, tanto de un lado como del otro parece seguro que Constantino murió en
la batalla y su cuerpo decapitado, aunque hay otras fuentes ?en concreto sólo
tres? que defienden que el emperador consiguió huir por mar como es el
testimonio de Samuel, un obispo griego que logró escapar a Transilvania. Esta
versión de los acontecimientos debe ser, por muchos otros detalles, desechada
como fruto de la esperanza popular que se negaba a darlo todo por perdido, esa
misma esperanza que terminó convirtiendo a Constantino en el Emperador de
Mármol que esperaría por los siglos de los siglos al ángel que viniera a despertarlo
cuando hubiera llegado el momento de recuperar el Imperio de manos de los
infieles. En el siglo XVI comienzan a aparecer versiones reelaboradas a partir de
las fuentes originales en las que se aprecia cómo la legenda va agrandando el mito
y enriqueciendo la historia con detalles novelescos, como es el caso del Treno de
Hierax, escrito en 1580, en el que se cuenta cómo Constantino confesó sus
pecados junto con su mujer y sus hijos, y una vez estuvieron todos en paz con
Dios, el mismo emperador mató a su familia para que no cayeran en manos turcas
y él se dirigió al encuentro de su propia muerte junto con sus compañeros. En la
batalla murió partido en dos por una espada enemiga. Otro lamento anónimo por
la toma de la Ciudad de época tardía cuenta cómo, cuando los turcos entraron en
bandadas por la Puerta de San Román, una Reina acompañada de eunucos se
dirigió hacia Constantino y le hizo entrar en la cercana iglesia de la Virgen. Allí, la
Reina, que no era otra que la Virgen María rodeada de ángeles, le confiesa que ha
defendido la Ciudad durante muchos siglos, pero que ahora ya no había
conseguido mantenerla más frente al Señor y a su Hijo debido a los grandes
pecados de los cristianos. Le pidió que le entregara el cetro y la corona imperiales
para que ella los guardara hasta que esos pecados se hubieran redimido y
entregárselos a otro emperador cuando Dios lo considerara oportuno. Constantino
mostró su obediencia ante los designios divinos y salió para volver a luchar hasta
la muerte. Pelearon valerosamente pero fueron vencidos. El cuerpo de
Constantino fue decapitado y su cabeza entregada al sultán quien dio enormes
muestras de júbilo. Estas refecciones legendarias de los hechos históricos son una
vez más el producto de esa esperanza en la recuperación futura de Constantinopla
y de esa visión ortodoxa de la existencia que justifica como castigo divino todas
las desgracias.
Desde luego, la Reina de las Ciudades nunca se dio por perdida, y esta visión se
fue transformando a lo largo de los siglos de dominación otomana hasta llegar a
cuajar social y políticamente en la formulación del Gran Ideal.
Aunque es generalmente alabado su porte en las fuentes de la época, nada en
concreto se sabe de su apariencia física pues no se conservan retratos
contemporáneos de él a excepción de las efigies que aparecen en algunas monedas
y sellos, pero éstas están tan estilizadas y estandarizadas que no se pueden
considerar verdaderos retratos. Sólo dos de sus sellos se conservan: el de la carta
que envió al marqués de Ferrara en abril de 1451, y el de la crisobula que envió a
Ragusa en junio de ese mismo año y que ahora se encuentra en Dubrovnik. En
ellos sin embargo se aprecia más el simbolismo de su imperial majestad que sus
rasgos verdaderos. Aparece representado con corona imperial y sosteniendo una
cruz en su mano derecha y un libro o un rollo en la izquierda. El único rasgo facial
destacable es su barba. No obstante, debido al carácter mítico que ha alcanzado la
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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figura de Constantino, ha sido uno de los emperadores bizantinos más recreados e
idealizados, siendo su heroica efigie modelo de inspiración de innumerables
artistas y de elevados sentimientos patrióticos.
Resumen extraído del libro de D. M. Nicol, The Immortal Emperor. The Life and
Legend of Constantine Palaiologos, Last Emperor of the Romans, Cambridge
University Press, 1992.
Como colofón a la vida de Constantino XI Paleólogo, y debido a que el tema de la
acuñación de moneda durante su breve pero intenso reinado saltó a la lista
algunos días atrás, os traduzco lo que Donald M. Nicol dice con referencia a este
tema en el libro del que me he servido durante estos días (The Immortal Emperor.
The Life and Legend of Constantine Palaiologos, Last Emperor of the Romans,
Cambridge University Press, 1992, pp. 71-72). "Otra de las obligaciones de un
emperador era acuñar moneda que portara su propia efigie. También era
costumbre distribuir estas monedas en la ceremonia de coronación, aunque
Constantino nunca tuvo oportunidad de hacer esto. No obstante, él acuñó su
propia moneda, aunque en cantidad muy limitada. Dos testigos del sitio de
Constantinopla, Niccolò Barbaro y Leonardo de Quíos, documentan que en los
meses más críticos Constantinó ordenó que los cálices sagrados fueran retirados
de las iglesias para ser fundidos y así poder acuñar moneda para pagar a los
soldados, zapadores y albañiles que estaban trabajando en la reparación de las
murallas. No nos es conocido qué cantidad de moneda fue producida, y, desde
luego, debió ser un fácil botín para los turcos después de la conquista. Incluso se
había llegado a creer que esa moneda no había existido hasta 1974, cuando una
pequeña y gastada pieza de plata fue identificada como perteneciente a su
reinado. Ésta muestra un tosco busto de un emperador barbado, coronado y
encerrado en una aura, y lleva la leyenda: "Const (antino) Pal (eólogo)". El reverso
muestra el busto de Cristo. Su valor facial es el de un cuarto de hyperpyron, lo
que tiempo atrás había sido la moneda de oro universal del Imperio Bizantino.
Durante el siglo XV el hyperpyron no volvió a acuñarse, siendo reemplazado por la
moneda de plata equivalente a la mitad de su valor y conocida como stavraton. En
estos últimos años han salido a la luz muchas más monedas de Constantino; en
concreto, en una colección de 154 monedas de la época de los últimos Paleólogos,
no menos de 86 pertenecen a su reinado. Entre ellas se encuentran los tres
valores faciales de stavraton, medio stavraton y un octavo de stavraton.
Representan el busto de un emperador barbado y coronado, y su leyenda, no
siempre enteramente legible, es como sigue: "Déspota Constantino Paleólogo
emperador de los Romanos por la Gracia de Dios". El título es exacto, pero la
imagen permanece confusa e indistinta. Su rareza les ha otorgado un enorme
valor en la actualidad, pero en realidad son una triste y elocuente constatación
del colapso de una civilización que tiempo atrás se había apoyado en una
avanzada economía monetaria."
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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FATIH MEHMET II: El campeón del Islam
Por Guilhem de Encausse
1. EL SIGLO XV: ¿ Época de cambios?
2. FATIH MEHMET II: El perfil de un conquistador
A) Consideraciones iniciales
B) En la piel del conquistador
C) El segundo reinado de Mehmet
D) El gran sitio de Constantinopla
E) El día después
3. DE CONQUISTADOR A SULTAN EMPERADOR
A) La reconstrucción de Constantinopla
B) De cara a Occidente
C) Las siguientes campañas
4. MEHMET II: El ser humano
5. CONCLUSIÓN
6. NOTAS ACLARATORIAS
7. TABLA DE TIEMPO
8. FUENTES BIBLIOGRÁFICAS
Imágenes y comentarios
·
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·
·
·
Retrato de Fatih Mehmet II, sultán otomano desde 1451 a 1481.
Constantinopla en 1420, por Christopher Buondelmonti.
Monedas otomanas de la época de Mehmet II.
Vista aérea del palacio de Topkapi.
Mapa del Imperio Otomano en 1481.
Retrato de Beyazid II, sultán otomano desde 1481 a 1512.
1 EL SIGLO XV: ¿Época de cambios?
Hacia mediados del Siglo XV, los serbios ya habían probado la consistencia de la
estrella creciente de los otomanos. La flor y nata de su nobleza habían sido
aplastadas en la batalla de Cirnomen, a orillas del río Maritza, en 1371, y luego, en
el Campo de los Mirlos (1389), una nueva derrota significó la tumba de la
independencia serbia. Un poco más hacia el Este, los búlgaros habían rendido
sucesivamente sus capitales de Vidín y Tirnovo a los sultanes, tras lo cual, se
vieron obligados a integrar los cuadros del ejército osmanlí en su nueva condición
de vasallos. Los húngaros, entretanto, no habían tenido mejor suerte, excepción
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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hecha de su ubicación geográfica. El gran río Danubio aún era un escollo
psicológico para los turcos, quienes, sin embargo, no habían tenido reparos en
vapulear una coalición cristiana en Nicópolis (1396), y en humillar a uno de sus
cabecillas, el monarca magiar Segismundo I (1387-1437). Heridos en su orgullo y
con graves pérdidas, los húngaros fueron empujados hacia el Norte y solo algunas
de sus fortalezas al otro lado del río resistieron a duras penas el embate de la
marejada otomana. En 1444 sufrieron un nuevo desastre en Varna, donde
perdieron la vida el rey Ladislao y un legado papal, llamado Cesarini.
Tampoco la pasaban mejor los estados turcos de Anatolia y los cristianos del Sur
de Grecia, lo mismo que el Imperio Bizantino. Como los otomanos, muchos de
ellos se habían interesado por la pólvora y hasta el diminuto estado de
Trebizonda, el Imperio hermano de Constantinopla, se había hecho de algunas
pequeñas piezas de artillería para defender su precaria posición. Además del
temor y la aversión hacia los descendientes de Osman, los Balcanes y el Asia
Menor tenían en común una inusual dispersión de la autoridad, repartida en
decenas de señoríos, principados, emiratos, reinos, imperios y despotados. Tal
cual parecía, las tenían todas en contra.
Por el lado de Occidente, también existía una noción cabal del peligro que
personificaban los turcos otomanos, expandiéndose a expensas de sus vecinos,
como una mano abriéndose desde la muñeca de Tracia y el Helesponto. Génova y
Venecia, luego de probar fuerzas en diferentes puntos del Egeo, se habían dado
cuenta que al final del túnel no había más que oscuridad. Pero de momento, se
aferraban con uñas y dientes, a sus terruños orientales de Grecia y Crimea. Los
Papas, por su parte, seguían soñando con la posibilidad de una nueva cruzada, a
imagen y semejanza de la Primera, en su efectividad y alcance. No pasaba de ser
un espejismo. La Cristiandad hacía tiempo que había perdido el entusiasmo por
semejantes empresas y tan solo los pueblos directamente amenazados por el
avance otomano, se acoplaban perfectamente a los sueños papales.
Quizá de todas las naciones occidentales, quien más conocía al enemigo turco y
musulmán, era Francia. Sus hijos habían participado en la lucha contra el "Infiel"
desde los tiempos de Pedro el Ermitaño, paseándose por Asia Menor, Armenia,
Siria, Palestina, Egipto e inclusive Túnez y Arabia. Mas hasta los días de Nicópolis,
los francos jamás parecieron aprender de sus errores. Los ideales de caballería y la
sed de vanagloria traicionaron su última carga, y fueron el epitafio de las tumbas
de muchos nobles que perdieron la vida en esa plaza fuerte de Bulgaria, en 1396.
La misma Inglaterra estaba al tanto del asunto, gracias a una visita del emperador
bizantino Manuel II Paleólogo (1391-1425) que, desesperado, había acudido a
Londres a finales de 1400, para solicitar ayuda militar. Entonces, si casi todo el
mundo conocido al Oeste de Georgia y Armenia tenía una mínima idea de la
erupción que estaba a punto de ocurrir desde el volcán de Tracia, ¿porqué la caída
de Constantinopla causó tanta conmoción, al punto de que hasta los libros de
historia la tomaron como referencia para señalar el final del Medioevo? ¿Qué
cambios tan profundos tuvieron lugar con la desaparición de lo que restaba del
Imperio Romano de Oriente?
A mi entender, la respuesta no hay que buscarla sino desde la óptica del Islam.
Allí está la clave. Para comprenderlo, pensemos en lo que significó para la
Cristiandad, la reconquista de Jerusalén en 1099. ¿Cuánto ardor y cuanta pasión
encendió este hecho en las crédulas mentes de los habitantes de Occidente?
Multipliquémoslo por la sed de venganza y el fanatismo que generaron las
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Cruzadas entre los musulmanes, y entenderemos la significación que tuvo la
conquista de Constantinopla para el mundo islámico. Y no se trata solo de una
cuestión de fervor religioso, sino también de una materia que los seguidores de
Mahoma tenían pendiente desde días en que los árabes intentaran por primera vez
conquistar la Segunda Roma, la ciudad de Constantino, allá por el año 673. Al
cambiar de manos Constantinopla, el Islam experimentó una sensación similar a
la que había sentido la Cristiandad tras la Primera Cruzada. Y el artífice de ello fue
un joven sultán, quien, el 29 de mayo de 1453, el día que tomaba Constantinopla
y ponía término al Imperio Bizantino, cumplía 21 años y 2 meses: Fatih Mehmet
II, más conocido para Occidente como Mahomet II el Conquistador.
El siglo XIV, es cierto, fue una época de calamidades indescriptibles (peste
bubónica, inundaciones y lluvias incesantes, cisma de Aviñón, usura, sublevación
burguesa y jacquerie proceso contra los templarios, guerras civiles, por citar
algunas). Nacido del dolor, el siglo XV trajo vientos de cambio en todos los campos
de la ciencia y de la política. Pero es innegable que la toma de Constantinopla fue
el detonante de todas las transformaciones, Humanismo, Renacimiento y una
nueva onda expansiva del Islam incluidos.
Retrato de Fatih Mehmet
II, sultán otomano desde
1451 hasta 1481. Hijo de
Murat II (1421-1451),
reemplazó a su padre
durante un efímero reinado
de casi dos años (agosto de
1444 a mayo de 1446) antes
de tomar en forma
definitiva las riendas del
Imperio Otomano, en 1451.
2 FATIH MEHMET II El perfil de un conquistador
A) Consideraciones iniciales:
¿Un Alejandro Magno con derrotero inverso? ¿O tal vez un nuevo Constantino,
aprovechando una Bizancio huérfana de Imperio, para proclamarla su nueva
capital? ¿Quién fue Fatih Mehmet II en realidad? Comparar personajes de páginas
distantes de la Historia es como tratar de adivinar cuál estrella del cielo es mayor
en tamaño, sin un apropiado telescopio. Vayamos entonces a los hechos. Pero
hagámoslo con sumo cuidado: la Historia muchas veces es el trofeo de los
vencedores.
Fatih Mehmet II o Mahomet II, el Conquistador. Lo primero que nos viene a la
mente al escuchar este nombre son, como máximo, dos líneas borrosas de un viejo
manual de Historia o de la raída enciclopedia de nuestra biblioteca: "Mahomet II,
sultán turco desde 1451 a 1481. Conquistó Constantinopla en 1453". ¿Y qué
más?. Tal vez tengamos un conocimiento más acabado de Lorenzo de Médici que
del inefable verdugo del Imperio Romano de Oriente.
B) En la piel del conquistador:
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Mehmet II nació el 29 de marzo de 1432 en Adrinópolis, la actual Edirne turca,
otrora capital del Imperio Otomano (1365-1453). Entonces, su padre, Murat II,
regía los destinos del país paseando a los destacamentos otomanos casi a voluntad
por las tierras que una vez habían sido provincias del Imperio Bizantino. Pero pese
a su sangre real y a la reconfortante sombra que sobre él proyectaba un personaje
de la talla de Murat II, Mehmet no las tenía todas consigo. Todo lo contrario. Su
madre, Huma Hatun, había sido una "gediklis" (que en turco significa "en el ojo del
sultán"), hasta que Murat II la llevó a su harén, convirtiéndola en una "ikbal".
Luego, cuando en 1432 dio a luz a Mehmet, la muchacha se convirtió en una
"kadin" o esposa (1). Pero desdichadamente no fue la primera en dar un hijo varón
al sultán, porque en dicho caso habría sido una "bas-kadin", es decir, la madre del
futuro sultán. ¿Qué significaba todo ésto?. Ni más ni menos que Mehmet,
teniendo medios hermanos mayores, entraba en una lista de espera donde la
prioridad de la herencia la tenían otros (2).
Así, pues, en 1432 Mehmet vino al mundo como el tercer hijo varón de Murat,
después de Ahmed, de trece años de edad, primogénito y heredero del trono, y
Alaeddin o Ali. Su infancia no fue de las mejores, dado que su padre sentía cierta
predilección por Ahmed y Ali, quizá por tratarse de niños de sangre noble cien por
cien (la madre de Mehmet, en cambio, había sido esclava antes de convertirse en
"ikbal") o porque estaban más cerca de sucederle al trono en la lista de los
herederos. Lo cierto es que Mehmet creció bajo la aureola de sus dos hermanos
mayores, padeciendo en carne propia las discriminaciones de sus linajudas
madrastras y la indiferencia de su enérgico padre.
No obstante, en 1439 las tornas empezaron a cambiar en el palacio otomano de
Adrinópolis. Ahmed murió repentinamente cuando Mehmet apenas tenía 7 años
de edad y solamente cinco años después, Ali fue encontrado estrangulado en su
habitación. Murad II no tuvo más alternativa que volver su mirada y enfocarla
sobre Mehmet. No tardó mucho en darse cuenta que su tercer hijo, el de segunda
clase, era un muchacho tan inteligente como encantador. Sin perder tiempo, el
sultán despachó a su hijo hacia Manisa (Magnesia), donde le aguardaban dos de los
tutores más renombrados de su corte, Zaganos y Sihabeddin. En esa ciudad del
Asia Menor, Mehmet recibió la educación que la tradición exigía para un sultán.
Cuando en agosto de 1444 su padre le mandó a llamar para reemplazarle en el
trono, su joven hijo hablaba fluidamente nada menos que cinco lenguas además
del turco nativo: griego, persa, hebreo, árabe y latín. Esto, sin mencionar sus
conocimientos sobre historia, filosofía, retórica, literatura y matemáticas. Tal cual
parecía, el fruto había madurado y estaba listo para ser cosechado.
Habiendo abdicado, Murat II se retiró a la lejana Brusa, la primera capital
imperial, dejando todo el poder en manos de Mehmet. A la corta fue una mala
decisión. Muy pronto se presentaron problemas tanto internos como externos, que
probaron que Mehmet aún no estaba en condiciones de llevar a buen puerto los
destinos del Imperio. A los pocos días de asumir, sus tutores entraron en conflicto
con el gran visir Candarli Halil (o Jalil Pachá)y para colmo de males, una gran
expedición cristiana comandada por el rey de Hungría, bajó por el litoral de
Bulgaria, en dirección a Varna (3).
La noticia de la invasión húngara, último experimento de una Cruzada que
registraron los anales de la Historia, provocó en la capital otomana una atmósfera
de recelo hacia los cristianos indígenas. En septiembre, cuando el ejército
occidental se desplegaba en torno de Varna, la secta de los Hurufi desató el caos
en las calles de Adrinópolis, con matanzas de griegos ortodoxos inclusive. Fue la
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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gota que colmó el vaso. Hacia mediados de mes, Murat estaba de regreso en la
capital, poniéndose inmediatamente al frente de las huestes de jenízaros y
sipahis. Después habría tiempo de ajustar cuentas con su irresponsable hijo y sus
ambiciosos visires.
Cuando el temporal capeó tras la completa derrota de las fuerzas cristianas, el 10
de noviembre de 1444, Murat II regresó con todos los laureles a Adrinópolis y
reprendió severamente a sus funcionarios. Pero permitió a Mehmet seguir
ejerciendo el gobierno, en una muestra de paciencia y tolerancia que sorprendió a
propios y extraños. Sin haber resuelto los problemas cortesanos, el viejo sultán se
marchó una vez más a Brusa, ansioso por restablecerse de los avatares de su
última campaña.
Con las manos nuevamente libres, Candarli Halil, Zaganos y Sihabeddin volvieron
a enfrentarse entre sí, para conseguir el favor de Mehmet. Fue un período durante
el cual los antiguos tutores se esforzaron por hacerle ver a su pupilo, las ventajas
que se podían lograr con la conquista de Constantinopla. Tanto insistieron en ello
que terminaron estigmatizando al inexperto sultán. Pronto, el sueño de arrebatar
a los emperadores romanos la vieja ciudad se convirtió en una obsesión para
Mehmet.
Candarli Halil, entretanto, molesto por el ascendiente que habían logrado sobre
Mehmet sus adversarios, empezó a mandar correos a Brusa para advertir a Murat
de los desplantes de su hijo. Las actitudes de Mehmet no tardaron en justificar
sus quejas. En 1445, las cicatrices psicológicas del abandono a que le había
sometido Murat durante la niñez, comenzaron a abrirse en el muchacho.
Desconfiado, receloso y taciturno, Mehmet se lanzó a gobernar sin consultar a sus
visires, y lo que era peor, sin medir las consecuencias de sus actos. Durante los
primeros meses de 1446, Candarli Halil se las ingenió para montar una supuesta
rebelión de jenízaros que finalmente colmó la paciencia de Murat. En mayo
Mehmet fue desplazado y confinado de nuevo en Manisa para completar su
instrucción. Zaganos y Sihabeddin le acompañaron en el "exilio".
C) El segundo reinado de Mehmet:
El ostracismo en Manisa duró casi cinco años. En febrero de 1451, la muerte de
Murat II condujo a Mehmet, ahora con diecinueve años, directamente al trono.
Pero a diferencia de la anterior, esta ascensión estuvo signada por la firmeza y el
buen tino que demostró casi de inmediato el joven sultán. Su primera medida fue
reprimir a los jenízaros y reorganizar las fuerzas armadas del Imperio, lo que a la
postre sería el basamento de los futuros éxitos militares. La segunda y más
trascendental, la conquista de Constantinopla, había estado madurando en su
mente durante los años de instrucción en la remota Manisa, siempre patrocinada
por los obsecuentes Zaganos y Sihabeddin.
Bogaskezen o Rumeli Hizar (el Estrangulador del Estrecho), empezó a construirse
casi al mismo tiempo que los emisarios de Mehmet II cerraban un tratado de noagresión con los venecianos y los húngaros. Con la retaguardia asegurada, el
siguiente paso del sultán fue mandar a buscar a un ingeniero húngaro, de quién se
decía, podía construir piezas de artillería imposibles de imaginar para sus colegas
occidentales. Urban como se llamaba, había visitado ya al emperador Constantino
XI en Constantinopla, para ofrecerles sus servicios, pero el empobrecido soberano
no había podido cubrir sus demandas económicas. Mehmet se alegró por ello y le
contrató en el acto. Poco tiempo después, Urban se abocaba en Adrinópolis a
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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forjar los metales que habrían de constituir el primer regimiento de artillería
"pesada" de la Historia. Uno de sus cañones llegaría a medir casi ocho metros de
largo y a disparar balas de mármol que pesaban cerca de seiscientos kilos.
D) El gran sitio de Constantinopla:
Según cuentan las crónicas de la época, el 6 de abril de 1453, entre redobles de
tambores y toques de trompeta, el sultán Mehmet II se presentó al frente de una
enorme hueste ante las murallas de Constantinopla y acampó frente a la puerta de
San Romano. Desde el primer día del sitio, los bandos rivales del gran visir
Candarli Halil y de los tutores Zaganos y Sihabeddin, trataron de imponer sus
puntos de vista acerca de la empresa. Mientras que el primero se oponía al asedio,
los segundos lo propiciaban, rechazando tozudamente cada sugerencia de
aplazamiento que proponía el gran visir, cada vez que los bizantinos repelían el
asalto de los bashi-bazouks y de las fuerzas regulares turcas. Pero Mehmet estaba
decidido, y la prueba de su firmeza la dio cuando en un golpe de efecto tremendo
para los sitiados, transportó por tierra, sobre plataformas rodantes, a unos setenta
barcos de su flamante flota para acometer las defensas del Cuerno de Oro, hasta
entonces cerradas desde el mar por una gruesa cadena.
El 23 de mayo en el cuartel general turco se resolvió la fecha del asalto general: el
ataque a gran escala tendría lugar el martes 29 de mayo, al amanecer. Los
preparativos del mismo fueron encomendados por el sultán al omnipresente
Zaganos. Sin pérdida de tiempo, los soldados turcos se pusieron a bruñir sus
escudos y los carpinteros, a preparar las escalas. Mientras tanto, los grandes
cañones seguían machacando las enormes murallas teodosianas, derribando
grandes trozos de mampostería.
Llegado el día señalado, el sonido de los atabales, de los címbalos y de las
trompetas hizo estallar el mundo. Unos 100.000 andrajosos bashi-bazouks
arremetieron contra las fortificaciones pero fueron rechazados ignominiosamente
a saetazos y fuego griego. El segundo asalto, realizado con tropas de línea,
tampoco pudo hacer pie en lo alto de las almenas. Recién cuando Mehmet mandó
a los jenízaros en la tercera oleada, las defensas bizantinas flaquearon, titubearon
y finalmente se desmoronaron. En quince minutos, por lo menos 30.000 turcos
penetraron en la gran ciudad cristiana y empezaron a matar a hombres, niños y
mujeres sin distinción.
Por la tarde, después de 53 días de sangrienta lucha, Mehmet hizo su entrada
triunfal, vitoreado frenéticamente por sus soldados. En el camino de Santa Sofía
hacia el palacio imperial, preguntó con insistencia por Constantino XI Paleólogo.
Dos hombres le mostraron una cabeza que algunos griegos habían identificado
como la de su señor. Ya en el palacio, caminando por las desoladas salas, masculló
algunos versos de un poema persa:
La araña ha tejido su tela en el palacio imperial
y el búho ha cantado su canción de vigilia
en las torres de Afrasiab.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Constantinopla en 1420. Al
norte, separadas por el
Cuerno de Oro, las colonias
mercantiles italianas de
Pera (genovesa) y Gálata
(veneciana). La ciudad, que
había llegado a tener más
de 500.000 habitantes, era
una sombra enteca de su
anterior grandeza, cuando
los turcos la sitiaron en
1453.
E) El día después:
Finalizada la gran batalla, la visión de Constantinopla era verdaderamente
desoladora. Los cuerpos de los combatientes muertos yacían regados por todas las
calles, apiñados o dispersos, según habían intentado resistir o huir en el último
momento. La sangre había formado charcos y lodazales, y en las partes bajas de la
ciudad, se escurría zigzagueando entre la inmundicia y los cadáveres hacia los
muelles y embarcaderos. Muchos soldados turcos corrían sin rumbo, saqueando
indiscriminadamente las iglesias y monasterios que hallaban a su paso. Recién
dejaron de matar cuando se percataron que era más valioso tomar prisioneros
para venderlos como esclavos en los mercados de Anatolia. El sultán, que les
había prometido tres días de pillaje y saqueo antes del último asalto, pronto se
desdijo de sus palabras. Pensaba en hacer de Constantinopla su nueva capital así
que se debió haber preguntado para qué destruir lo que después debería ser
reedificado. Inmediatamente envió a sus jenízaros a detener la marcha de los
desenfrenados soldados de línea y de los bashi-bazouks. Pero ya era demasiado
tarde. Todas las grandes basílicas, los palacios, los monumentos, las estatuas y los
monasterios habían sido despojados de sus tesoros, ornamentos, cálices y
relicarios. De las arcaicas iglesias de los Santos Apóstoles, Santos Sergio y Baco,
San Teodoro, Santa Irene y Santa Eufemia, no quedaban más que paredes vacías y
púlpitos desordenados. La misma suerte corrieron los famosos monasterios de
Myrelaion, Jesucristo Pantócrator, San Juan Bautista de Trullo, Theotokos
Pammakaristos, San Juan de Studius, San Jorge de Mangana, Jesucristo
Pentepoptes, etc. La lista era interminable.
A las imágenes de ruina, humo y desolación se agregaba en la lejanía, la de los
pocos barcos, casi todos italianos, que habían conseguido escapar minutos antes
de generalizarse los saqueos. Iban colmados de tripulación y pasajeros, hasta el
punto casi de zozobrar. Pero en sus cubiertas los afortunados fugitivos daban
gracias a Dios, mientras miraban, a la distancia, como la silueta de Constantinopla
se empequeñecía hasta perderse en el horizonte, como el Imperio Romano de
Oriente en las gavetas de la Historia.
Los desdichados griegos que habían quedado a la buena de Dios en la vieja capital
bizantina, fueron arreados como ganado y agrupados en los lugares que los visires
y altos dignatarios otomanos habían escogido como nuevas residencias. Entre
ellos marchaba, a golpes de bastón y latigazos, el teólogo bizantino Jorge
Scolarios (o Genadio II), que bajo el reinado del emperador Juan VIII Paleólogo,
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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había llegado a ocupar el cargo de secretario y predicador del palacio. Los
siguientes tres meses los pasaría como esclavo en la ciudad de Adrinópolis.
3 DE CONQUISTADOR A SULTÁN EMPERADOR
A) La reconstrucción de Constantinopla:
La conquista de la antigua Bizancio le valió a Mehmet II el mote de Fatih o
Conquistador. Y bien ganado se lo tenía. En sus casi once siglos y medio, la ciudad
nunca había sido tomada por asalto, excepto vilmente y a traición por la IV
Cruzada. Pero Mehmet, que tanta Historia había estudiado en su período de
instrucción en Manisa, sabía perfectamente que la sola conquista no garantizaba
la gobernabilidad de los territorios sometidos. Había que tomar decisiones, y
rápido.
El Imperio Bizantino siempre había sido una obsesión para el sultán, lo mismo que
la idea de imitar a los emperadores romanos, entre los cuales los Comnenos eran
sus predilectos. Cuando decidió el arresto y la posterior ejecución de Candarli
Halil, el gran visir de Murat II que tanto le había incomodado durante el sitio,
empezó a vislumbrarse en su figura de sultán, la autocracia de los viejos basileus.
En septiembre de 1453, Mehmet II empezó a levantar a Constantinopla de las
cenizas. La ciudad estaba casi deshabitada desde mayo, así que hubo que deportar
a grupos de musulmanes y cristianos del Asia Menor y de los Balcanes y
establecerlos en los barrios abandonados. También alentó el regreso de los griegos
y genoveses, para ocupar el cuarto comercial de Gálata y Pera, pero en este caso,
el sultán debió darles garantías de seguridad. Mientras tanto, la gran catedral de
Santa Sofía fue transformada en mezquita, recibiendo de Mehmet un subsidio
anual de 14000 ducados de oro para mantenimiento y servicios.
La suerte corrida por la iglesia de Justiniano horrorizó a los griegos ortodoxos,
que poco antes de la caída de Constantinopla, también se habían quedado sin
patriarca. A fin congraciarse con ellos, Mehmet hizo reunir al clero bizantino para
que eligieran uno nuevo, y de la asamblea surgió el nombre de un antiguo
secretario de Juan VIII paleólogo, llamado Jorge Scolarios. Pero Jorge no aparecía
por ningún lado, hasta que alguien se acordó que había sido llevado, engrillado, a
Adrinópolis. Mehmet le hizo regresar con todos los honores y luego de ser
ordenado diácono, presbítero y obispo, el brillante teólogo fue investido patriarca,
cargo que desempeñó con el nombre de Genadio II Scolarios (1453-1456, 1463 y
1464-1465). Para la misma época, en consonancia con su política de tolerancia
religiosa, Mehmet también hacía designar a un gran rabino y a un patriarca
armenio.
Pero la piedra fundamental del resurgimiento de Constantinopla fue el
emplazamiento de numerosas instituciones musulmanas e instalaciones
comerciales en los principales barrios. A partir de este núcleo, la urbe se
desarrollaría rápidamente y en un breve lapso de tiempo, casi cincuenta años,
volvería a ser la ciudad más populosa de Europa. Se la conocería desde entonces
como Estambul, una deformación de las palabras griegas eis tin polin ("en la
ciudad").
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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B) De cara a Occidente:
Aunque la noticia no fue inesperada, Occidente la recibió con amargura y
aprensión. La extinción del Imperio Romano de Oriente provocó reproches
mutuos pero esencialmente demostró la inutilidad del movimiento cruzado para
salvar a la cristiandad oriental de los embates del Islam, revitalizados desde
finales del siglo XI tras el advenimiento de los turcos.
En Oriente, el mundo musulmán celebró la conquista de Constantinopla como su
mayor y más importante victoria. El prestigio de Mehmet II creció hasta el punto
de opacar a los poderes rivales de Egipto, Teke, Karaman, Erzincan y a las
federaciones de los carneros blancos y negros. Al sultán, la fama se le subió a la
cabeza y pronto empezó a considerarse a sí mismo como el heredero de los
cesares romanos y el campeón del Islam en la guerra santa contra el infiel. Se
auto proclamó Kaiser-i Rum, es decir, emperador romano y "Señor de las dos
tierras y de los dos mares", en alusión a Anatolia y los Balcanes, por un lado, y al
Egeo y el Mar Negro (en adelante, Karadenis), por el otro.
C) Las siguientes campañas:
Luego de trasladar la capital de su creciente imperio de Adrinópolis, en el corazón
de Tracia, hacia Constantinopla, Mehmet volteó su mirada hacia Serbia. Para ese
momento, el dominio de los príncipes de Rascia estaba resquebrajado, pese a que
Esteban Lazarevic (1389-1427, déspota desde 1402), había podido liberarse del
vasallaje impuesto por los otomanos tras la batalla del Campo de los Mirlos (1389).
Su sucesor, Jorge Brancovic (1427-1456), aunque había dado la mano de su hija al
sultán Murat, también se había protegido de él, aliándose a Hungría y edificando
una gran fortaleza en Smederevo, a orillas del Danubio. La decisiva derrota de
Varna en 1444 echó por tierra con las aspiraciones de independencia de Jorge y
en 1453 el déspota debió colaborar con tropas en el sitio de Constantinopla. De
manera que hacia 1456, cuando murió Brancovic, Serbia estaba ya virtualmente
anexionada al Imperio otomano. En ese mismo año, las fuerzas de Mehmet fueron
derrotadas ante las murallas de Belgrado por el general húngaro Juan Hunyadi,
pero tres años después, el sultán volvió y asestó a los serbios el golpe de gracia
conquistándoles Smederevo (Junio de 1459).
La batalla de Belgrado, que tuvo lugar en julio de 1456, merece un párrafo aparte
por ser la única mancha negra en la historia militar de Mehmet II. Quizá para
probar la consistencia de las defensas húngaras o tal vez con el fin de medir sus
propios límites, Mehmet condujo una hueste integrada por unos 70.000 soldados
contra la gran ciudad del Danubio. En ella le esperaba el regente de Hungría, Juan
Hunyadi, al frente de una horda de 25.000 hombres harapientos, atraídos al lugar
por la arenga y los sermones del franciscano San Juan de Capistrano.
Belgrado era una ciudad pequeña, aunque sumamente importante en el sistema
defensivo establecido por los monarcas húngaros para contener el avance
otomano. Mehmet sabía que debía someterla si no quería dejar una posición
enemiga intacta a sus espaldas, en el caso de una invasión sistemática a Hungría.
Por este motivo, había llevado consigo parte de las colosales piezas de artillería
que le habían ayudado a derribar los muros de Constantinopla, tres años antes.
Las diferencias abismales de fuerzas parecían augurar de nuevo la derrota de los
cristianos. Pero Juan Hunyadi se sobrepuso al espectáculo de los cañones
rugiendo sus salvas, y en una espectacular batalla derrotó completamente a
Mehmet. Al decir del historiador Engel (4), tal fue la magnitud del desastre, que la
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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invasión y conquista de Hungría por los otomanos se demorarían 65 años más. Sin
embargo, los héroes de la jornada, Juan Hunyadi y San Juan Capistrano, acabaron
muertos al finalizar el año, debido a una enfermedad que contrajeron como
resultado de una plaga desatada en el campamento cristiano después de la batalla.
Al sur, entretanto, las tropas otomanas parecían imparables. Luego de penetrar en
Tesalia, acabaron con el Ducado de Atenas (1456) y de allí bajaron hasta el
Despotado de Morea, que tan obstinadamente se habían disputado entre sí los
hermanos del último emperador bizantino Constantino XI. Tomás Paleólogo huyó
a Italia y Demetrio, acérrimo enemigo de los latinos, se estableció en la corte del
sultán. Con su partida, en 1460, desapareció el último vestigio de soberanía
bizantina en Grecia.
Al año siguiente, Mehmet II, con la mayor parte de los Balcanes en su poder, se
internó de nuevo en Anatolia y, avanzando al frente de una fuerza compuesta por
unos 60.000 jinetes, 80.000 infantes y 300 barcos de guerra, fue sometiendo uno
a uno a los emires de la región. Sínope fue conquistada y la confederación de los
turcomanos del Carnero Blanco duramente derrotada.
A principios de octubre el ejército otomano y una armada de varios cientos de
navíos, se presentaron ante Trebizonda, morada de los emperadores Comneno
desde los días de la IV Cruzada. El asedio se prolongó durante 21 agotadores días,
hasta que finalmente el basileus David, a través de un emisario, arregló la
rendición de su capital. Mehmet le permitió retirarse con sus bienes e instalarse
en el territorio de Serrés. En 1463 David se encontró en Adrinópolis con Demetrio
Paleólogo, el desposeído Déspota de Morea, lo cual fue interpretado como una
conspiración por el sultán, que ordenó inmediatamente su ejecución y la de siete
de sus ocho hijos.
Con el colapso del imperio de Trebizonda, Asia Menor cayó definitivamente en
manos del Islam, El mar Negro se convirtió en un lago musulmán, otomano en
realidad, el helenismo debió recluirse en las sombras y los cristianos de Asia no
tuvieron más remedio que sentarse a esperar el retorno de los gloriosos años de
antaño, una espera que apenas tuvo un atisbo de finalización, con la
independencia de la Grecia moderna. En sus mentes se mantuvo para siempre
vívido el recuerdo de los Comnenos, de Alejo I, Juan II y Manuel I, y por supuesto,
de los "Grandes" Comnenos, bajo los cuales respiraron sus últimos años de
libertad.
Después de la conquista de Trebizonda, Mehmet se dedicó a someter los emiratos
rivales del sur de Asia Menor, Teke y Karaman, mientras parte de sus fuerzas
eliminaban la última resistencia en los Balcanes, encabezada en Albania por Jorge
Castriota o Skanderbeg (1468). El 11 de agosto de 1473, en la batalla de Bashkent,
cerca de Erzincan, el ejército otomano derrotó a Uzun Hasan, el líder de los
turcomanos de Akkoyunlus. La impresionante carrera de éxitos de Mehmet siguió
con las colonias genovesas de Karadenis (Mar Negro) y la isla de Eubea, que
arrebató a Venecia. En 1479, habiendo cumplido los cuarenta y cinco años, el
inquieto sultán se lanzó contra la isla de Rodas, que fue defendida brillantemente
por los caballeros de San Juan. Al año siguiente su mesnada pasó de Albania a
Italia, donde la ciudad de Otranto padeció una durísima devastación. Fue la
última acción de envergadura realizada por Mehmet: el sultán murió (algunos
dicen de gota, otros, envenenado) mientras preparaba una nueva campaña en
Anatolia, el 3 de mayo de 1481.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Monedas
otomanas
puestas
en
circulación por el sultán Fatih Mehmet II
(1444-1446 y 1451-1481) luego de la
conquista de Constantinopla.
4 MEHMET II: El ser humano
Mehmet, pese a sus 25 campañas militares, no fue únicamente un gran soldado.
Su pasión por el arte se reflejó en su amor por la poesía; su fe en los versículos del
Corán, en sus magníficas mezquitas (Eyup Sultán, mezquita de Fatih);
arquitectónicamente intentó emular a los grandes emperadores bizantinos
erigiendo el palacio de Topkapi, cuya construcción se inició para la época de la
batalla de Bashkent. La tolerancia religiosa del sultán quedó de manifiesto cuando
en tres ocasiones visitó al patriarca de Constantinopla, Genadio II Scolarios, con
el fin de informarse de la religión de los cristianos. Sus relaciones con las
repúblicas mercantiles de Italia (5) no fueron de las mejores, pero especialmente
con Venecia mantuvo contactos culturales que llegaron a su punto culminante
con la visita de Matteo di Pasti y Constanzio da Ferrara, quienes trabajaron en el
palacio imperial de Estambul, entre 1478 y 1481. En 1479, el dux veneciano
Giovanni Mocenigo (1478-1485) le envió a Gentile Bellini, el más prestigioso
pintor de la época, que inmortalizó a Mehmet en un cuadro que se conserva
actualmente en la Galería Nacional de Londres (¿?), aunque se duda de la
autenticidad de la obra. Gentile Bellini también se encargó del diseño de las
decoraciones y de los frescos en los muros del palacio de Mehmet. Al mismo
tiempo, Sinan Bey, que era el jefe de los decoradores otomanos, fue enviado a
Venecia, donde estudió a la sombra de Matrosis Pavli y Pavli de Damion. Toda la
corriente de artistas extranjeros que arribó a Constantinopla en tiempos de
Mehmet II dejó una huella profunda entre los artistas locales.
En el campo del derecho, Mehmet también paseó su liderazgo, al concentrar en un
solo código la ley criminal y todas las materias relacionadas con la misma. Su obra
sirvió ulteriormente como núcleo de las subsecuentes legislaciones. La palabra del
sultán era ley y el mismo Mehmet se ocupaba personalmente de que fuera
cumplida con un rigor extremo. Tanta fue la influencia que ejerció sobre él el
mundo romano, que hasta los límites de su Imperio casi coincidieron en un
momento dado con los del Imperio Bizantino.
Además de guerrero, poeta y patrono de las artes, el conquistador de
Constantinopla fue también un acérrimo aficionado de la jardinería. Tenía una
especial predilección por las rosas, a punto tal que, en uno de los retratos con que
se le conoce, aparece con una de ellas en sus manos.
Teología, filosofía y religión se contaron asimismo entre las obsesiones del sultán,
que siempre se interesaba por los trabajos de los sabios bizantinos, fueran estos
contemporáneos o no. Su corte se ocupó en este sentido de hacer traducir algunas
de las obras o tratados de teólogos de la talla de Georgios Gemistos Plethon,
Georgios Amirutzes, Jorge de Trebizonda, Miguel Critoboulos de Imbros y Jorge
Scolarios (6). Aunque siempre los traductores se encontraron con que bajo una
sutil apariencia "aristotélica", se escondía un más racional instrumento de
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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enseñanza del dogma cristiano (a Jorge de Trebizonda se le imputa la ocurrencia
de tratar de convertir al sultán al cristianismo, en su deseo de reintaurar el "Reino
Universal" - fe, iglesia e imperio - de los tiempos de Constantino el Grande, a
través de la figura ascendente de Mehmet II). La tolerancia religiosa de Mehmet
aún puede apreciarse leyendo su "Ahdnama" o juramento:
"Mehmet, hijo del sultán Murat siempre victorioso. La orden de la honorable y
sublime firma del sultán y del brillante sello del conquistador del mundo es la
siguiente: Yo, el sultán Mehmet informo a todo el mundo que a aquellos a
quienes se da el beneficio de este edicto imperial, los franciscanos bosnios, han
caído en la gracia de mi Dios, por lo que ordeno: No molestar ni incomodar a los
mencionados ni a sus iglesias. Dejarlos habitar en paz en mi imperio...
Permitirles retornar y establecerse sin temor en sus monasterios, en todos los
países de mi Imperio. Ni mis altos dignatarios, ni mis visires o empleados, ni
siquiera mis sirvientes y aún tampoco los ciudadanos de mi imperio, deberán
insultarles o molestarles. No dejar que nadie ataque, insulte o haga daño tanto
a sus vidas como a las propiedades de sus iglesias, aún cuando traigan a
alguien del exterior. Ellos tienen permitido eso. En consecuencia, teniendo por la
gracia estatuido el presente edicto, yo tomo mi gran juramento o declaración. En
el nombre del creador de la Tierra y del Cielo, el único que alimenta a las
criaturas y en el nombre de los siete Mustafas y de nuestro Gran Mensajero,...,
nadie debe contradecir lo que ha sido escrito ...mientras ellos sean obedientes y
respetuosos a mis órdenes." 1463
Esta "Ahdnama", que trajo tolerancia y autonomía a las naciones conquistadas,
fue decretada en un primer momento después de la conquista de Bosnia
Herzegovina, el 28 de mayo de 1463, para beneficiar a la iglesia católica
franciscana de Foznica. Justo es reconocer que se trata de la primera declaración
de derechos humanos de la Historia y que fue estatuida exactamente 326 años
antes de la Revolución Francesa de 1789 y 485 años antes de la declaración
internacional de derechos humanos, realizada en 1948.
Vista aérea del palacio de
Topkapi, erigido al tope de una
ladera que se levanta desde
Sarayburnu,
frente
a
la
confluencia del Bósforo, el
Cuerno de Oro y el Mar de
Mármara. Mehmet II lo utilizó
para la recepción de embajadas,
la celebración de concilios con
sus visires, etc. Como residencia
fue abandonada gradualmente
por los sultanes desde 1850.
5 CONCLUSIÓN
La obra de Fatih Mehmet II, como se ha visto, fue pródiga en todo sentido. Aún
así, solo su faceta militar ha trascendido en el tiempo, a causa del dramático sitio
de Constantinopla. A Mehmet, la destrucción del Imperio Bizantino, le granjeó en
Occidente más detractores que simpatizantes. Sin embargo, la justa medida con
que la Historia debería analizar el principal hecho por el que se lo conoce no
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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tendría que dejar lugar a dudas: Mehmet II se apiadó de un estado que llevaba más
de mil años a cuestas con casi doscientos cincuenta de miserable decadencia,
causada por los necios comandantes de la IV Cruzada, que se decían cristianos. La
posibilidad que le dio el sultán a Constantinopla, tras su conquista, de renacer
desde las cenizas y convertirse de nuevo en la capital de un imperio que llegaría a
medir tanto como el de Justiniano I, o más, no la tuvo ni la misma Roma, desde
su ocaso en 476. Para el Islam, entretanto, Mehmet II fue uno de sus mayores
campeones, solo comparable a Salah ed-Din Yusuf (Saladino) y Suleyman II
(Solimán el Magnífico). Si bien el estado que encontró al ascender al trono tras la
muerte de Murat II era un imperio consolidado, él lo convirtió en una potencia de
primera línea. Con sus sucesores, el Imperio Otomano llegaría a constituirse en el
azote de la Cristiandad, no ya en las remotas tierras de Anatolia o Palestina, ni
aún en los más cercanos Balcanes, sino en las mismísimas puertas de Viena, en el
corazón de Europa.
El Imperio Otomano a la muerte de Fatih Mehmet II
6 NOTAS ACLARATORIAS
(1) En aquellos tiempos, las mujeres del harén eran importadas de los más
recónditos rincones de la tierra. Algunas eran capturadas por piratas turcos que
eran el azote de las costas del Egeo, del Jónico y del Adriático, otras eran
vendidas por ambiciosos campesinos que se hacían de circulante gracias a las
virtudes de sus hijas. Ningún sultán se casaba oficialmente. Pero la mujer que
conseguía darle un hijo varón, ascendía a un estrato superior.
(2) Las "esposas" o "kadin" de Murat II eran Alime Hatun, Yeni Hatun, Huma Hatun
(la madre de Mehmet II), Tacunnisa Hatice Halime Hatun y Mara Hatun. De éstas
engendró los siguientes hijos varones: Ahmed, Alaeddin o Ali, Fatih Mehmet II,
Orhan, Hasan y Ahmed. Sus hijas fueron Sehzade y Fatma Sultana. Por su parte,
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Mehmet tuvo las siguientes "kadin": Gulbahar Hatun, Gulshah Hatun, Sitti
Mukrime Hatun, Cicek Hatun, Helene Hatun, Anna Hatun y Alexias Hatun. Con
ellas engendró a Mustafá, Beyazid II (1481-1512), Cem, Korut y a su hija Gevehan
Sultana.
(3) La batalla de Varna, sin ninguna duda, puede considerarse como el último
esfuerzo serio y organizado, realizado por la Cristiandad, para salvar Europa
oriental, incluyendo a Constantinopla, de la amenaza del Islam. Dirigidas por jefes
nacionales locales de la talla de Ladislao de Hungría y el general magiar Juan
Hunyadi, las huestes cruzadas se proponían bajar por el litoral de Bulgaria, liberar
a Constantinopla y limpiar de turcos la península Balcánica. Contaban para ello
con el beneplácito del Papa, a través de su legado, el cardenal Cesarini. Pero el
sultán Murat II acudió con presteza y con una fuerza tres veces mayor a la de los
cristianos, los derrotó completamente delante de Varna, matando al rey de
Hungría y al delegado papal (10 de noviembre de 1444). Lo llamativo del caso fue
que las Repúblicas de Génova y Venecia, temerosas de perder sus "franquicias"
respecto a las rutas comerciales hacia Oriente, no se comprometieron con la
aventura de la desafortunada Cruzada. Con el correr de los años lo lamentarían.
Los sultanes otomanos acabarían confinándolas progresivamente en el
Mediterráneo occidental, arrancándoles de sus manos los bastiones y emporios
comerciales de Crimea, Creta y de las islas griegas.
(4) Pal Engel, "El reino de San Esteban. Historia de Hungría Medieval (895-1526)"
trans. Tamas Palosfalvi (London: I.B. Tauris, 2001), 296.
(5) Las relaciones de las repúblicas mercantiles italianas con el Imperio Otomano
tuvieron diferentes facetas a partir de la caída de Constantinopla, en manos de
Mehmet II. Hasta entonces, los italianos se habían mantenido expectantes,
favorecidos por el hecho de que los otomanos aún no habían construido una
armada para acometer sus posiciones insulares en el Egeo y sus colonias en
Crimea. Pero cuando el sultán pudo disponer de una, los años dorados de las
repúblicas, que tanto habían arruinado comercialmente al Imperio Bizantino,
acabaron indefectiblemente. Lentamente se fueron replegando, mientras trataban
de salvar sus posesiones con una política dubitativa. Génova buscó aliviar su
situación, uniéndose a España, mientras Venecia, mas amenazada por su
ubicación geográfica, recobró algo de valor y ofreció una resistencia mucho más
consistente y enérgica.
(6) La biografía de Jorge Scolarios o Genadio II amerita un párrafo aparte. El
teólogo bizantino nació en Constantinopla hacia los días de la batalla de Ankara.
De joven aprendió latín y estudió apasionadamente a los teólogos y filósofos
occidentales. Abrió una escuela en su propia casa, adonde acudían
indistintamente pupilos griegos e italianos, los primeros para iniciarse en los
escritos de Santo Tomás de Aquino y los segundos, para estudiar a Aristóteles. La
fama creciente de Scolarios llegó a oídos del emperador Juan VIII Paleólogo, que
acabó por nombrarle su secretario. Tiempo después el basileus le encomendó la
ardua tarea de asesorarle en los asuntos de la unión de las Iglesias. Con ese
motivo, Juan lo llevó consigo al Concilio de Florencia (1435). Sin embargo, entre
1444 y 1453, cambió radicalmente de postura y apoyó su nueva tesitura con una
serie de escritos dirigidos contra el dogma latino y el Concilio de Florencia. Hacia
1450, reinando Constantino XI Paleólogo, Scolarios se inclinó por la vida
monástica, se retiró al claustro, adoptó el nombre de Genadio y continuó la lucha
contra los uniatas de la capital y contra los latinos. Defendiendo enérgicamente
su posición, fue una de las pocas figuras de relieve que criticó con dureza la
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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proclamación del decreto de unión, realizada por el cardenal Isidoro de Kiev, el 12
de diciembre de 1452. La caída de Constantinopla en 1453 le significó la
esclavitud en Adrinópolis, de donde lo rescató Mehmet II, luego de que un sínodo
de clérigos griegos le proclamara nuevo patriarca bizantino. Entonces Genadio II
fue ordenado diácono, presbítero y obispo, nombramiento que fue confirmado por
un nuevo conciliábulo, realizado con obispos procedentes de Asia y Los Balcanes.
En 1455, Genadio retornó a la vida monástica, estableciéndose en las
instalaciones del Monte Athos. Pero fue llamado para ejercer el patriarcado en dos
oportunidades más: 1463 y 1464-1465. En 1472 falleció, mientras se hallaba
consagrado a sus trabajos de teología, en el convento de Prodromos, donde fue
sepultado. El mérito indiscutible de Genadio II fue, sin ninguna duda, haber
asumido el patriarcado en un momento en que el futuro se presentaba negro para
la población griega, con las pérdidas simultáneas de su Imperio, su capital y su
independencia. La conciencia nacional, sabiamente mantenida y cultivada tanto
por Genadio como por sus sucesores, salvaría a los greco-bizantinos de la
disgregación definitiva como pueblo y aportaría los elementos necesarios para la
resurrección acontecida durante el siglo XIX. En 1830, la frontera de Volo a Arta
sería una base de partida para la Megali Idea, que propiciaba la restauración del
Imperio Bizantino.
7 TABLA DE TIEMPO
8 FUENTES BIBLIOGRAFICAS
a) Sin traducción al castellano:
1. G. Hoffman, "Giorgios Scolarios", en Enciclopedia Católica, VI, 448-449, 1951.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
41
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2. Th. Aarnold y Guillaume A., "The Legacy of Islam", Oxford, 1931.
3. Miller W., "Trebizond, the last Greek Empire", London, 1926.
4. David Nicolle, "Constantinople 1453. The end of Byzantium", 2000.
5. Vasiliev A.A, "The foundation of the Empire of Trebizond, Speculum", XI(1936),
págs.3-37
6. Vasiliev A.A., "The Empire of Trebizond in history and literature, Byzantion, XV
" (1940- 1941), págs.. 316-377.
7. Pal Engel, "The Realm of St. Stephen. A History of Medieval Hungary (8951526)" trans. Tamas Palosfalvi (London: I.B. Tauris, 2001), 296.
8. Bryer Anthony A.M., "The Empire of Trebizond and the Pontos", 1980.
9. M. Jugie, "Georges Scolario", Roma, 1939. 10. Dominic G. Kosary, "A History of
Hungary", 1941. 11. The Library of Congress Country Studies, "The Otoman
Empire", 1995.
b) Con traducción al castellano:
12. Duby Georges, "Atlas Histórico Universal", 1987.
13. Runciman Steven, "Historia de las Cruzadas", volúmenes II y III, 1973
(castellano).
14. Cahen Claude, "El Islam" (desde los orígenes hasta el Imperio Otomano), 1972
(castellano).
15. G. Ostrogorsky, "Historia del Estado Bizantino", 1963 y 1984.
16. Tuchman, B., "Un Espejo Lejano", 1979 (castellano).
17. Maier Franz G., "Bizancio", 1973 (en alemán).
18. Norwich, J. J., "La Caída de Constantinopla" (castellano).
GUILHEM DE ENCAUSSE Septiembre de 2003
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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La Caída de Constantinopla
Por Rolando Castillo
Introducción
Breve historia de La Ciudad
Qué significó Constantinopla para el mundo
Los ejércitos que sitiaron Constantinopla a través
de los siglos
La catástrofe de 1204 y sus consecuencias
La reconquista de 1261
Los intentos turcos antes de 1453
En qué estado se encontraba la capital bizantina en
1453
Mahomet II
Constantino XI Paleólogo
La temible triple muralla de Teodosio II
Crónica del sitio de Constantinopla
La suerte del último emperador
Las consecuencias de la caída para el mundo
europeo y cristiano
Qué perdió el mundo cuando cayó La Ciudad
Bibliografía
Introducción.
"Apenas salido de la infancia y antes de alcanzar la edad viril, fui arrojado en
una vida llena de males y turbulencias, pero que permitía prever que el porvenir
nos haría considerar el pasado como una época de serena tranquilidad," Manuel
II Paleólogo, emperador (1391-1425).
Ya han pasado exactamente 550 años de uno de los sucesos más importantes de la
historia de la humanidad, tan fundamental que luego de sucedido el mundo
pareció cambiar para siempre, y probablemente la fecha del acontecimiento sea la
mejor para separar dos épocas distintas de la historia mundial, ya que el mundo a
partir de allí jamás sería como antes.
Es este trabajo un homenaje a todos los habitantes del imperio bizantino que han
luchado por mantener sus formas de vida, por sobrevivir, por defender sus tierras,
por conquistar tierras perdidas, es un homenaje a esas personas que vivieron
libres durante 1.123 años en la ciudad más hermosa que la tierra haya visto
jamás, la ciudad donde se representaba en el ámbito terrenal el mismo orden que
en el venerable Cielo donde moraba Dios con su propia corte celestial.
Ya hace 550 años que no está el emperador para dirigir los asuntos terrenales; ya
no hay logotetas ni strategos ni drungarios, y ningún sebastocrátor cruza a caballo
con su guardia Macedonia para dar órdenes directas del emperador a los
gobernadores de Bulgaria o Serbia o el Peloponeso; ya no hay monjes en los
monasterios de la capital que discutan sobre la naturaleza de Cristo o sobre el
significado de los íconos mientras pasean por los jardines aledaños; no hay más
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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soldados que se apresten a defender sus tierras de las invasiones enemigas; no
están más los ricos estancieros de Anatolia que proporcionaban enormes
contingentes de tropas y los mejores generales nacidos en sus propias familias a
los emperadores; nunca más el pueblo bizantino entraría a Santa Sofía para sentir
esa emoción indescriptible de encontrarse con Dios, el emperador y el patriarca
todos juntos, y disfrutar de esas luces cambiantes a cada minuto que entraban por
las aberturas de la famosa cúpula, de los colores indescriptibles e iluminados de
las cuentas de los hermosos mosaicos de sus paredes, de ese sonido único cuando
todos están rezando y el eco vuelve enternecedor y soberbio; no están ya los
marineros que prestos acudían de puerto en puerto combatiendo a todos los que
osaban entrar en aguas del imperio; ya no habrá casas libres con íconos en su
interior a los cuales poder rezar largamente y pedirles salud, bienestar y solución
a sus problemas; no hay más sublevaciones contra los emperadores injustos o
pecadores; no hay más embajadores con regalos para los potenciales aliados, no
hay más romanos en este mundo.
Cómo se puede expresar el significado de un derrumbe tan cruel para los
sobrevivientes de un imperio que había dominado la política mundial durante
siglos? De qué manera se pueden encontrar las razones de un hecho tan aterrador
como la desaparición del mundo para el ánimo de los últimos bizantinos libres que
habitaban la milenaria ciudad de Constantino?
Es un hecho que los habitantes de Constantinopla de 1453, me refiero a los
genuinos bizantinos, que tal vez no llegaran al número de cuarenta o cincuenta
mil personas en total dentro de las murallas de la gran urbe, todavía creían en lo
que sus mayores les enseñaron, o sea que eran súbditos de un emperador
descendiente de Augusto y de Constantino el Grande, que eran miembros de un
imperio glorioso y universal, y que de alguna manera se salvarían de esta
catástrofe que se avecinaba, para renacer de las cenizas como tantas otras veces a
lo largo de la dilatada historia que tenían sobre sus espaldas, todo gracias a la
protección de Cristo y de la Sagrada Virgen.
Por otro lado, también es un hecho que los griegos que habitaban la ciudad habían
nacido en su mayoría en el siglo XV, que estaba comenzando su segunda mitad, y
que durante lo que iba del siglo Bizancio apenas dominaba pequeños territorios en
Tracia y un poco mas extensos en el Peloponeso, donde Mistra era la máxima
expresión de la cultura bizantina y donde se podía sentir que la historia podría ser
otra, siendo miembros de una cultura y de un pueblo extraordinariamente
instruido, ilustrado y desarrollado intelectualmente.
Pero la realidad golpeaba duramente a esta pequeña comunidad de bizantinos que
se negaban a perder lo suyo, o sea su cultura, su personalidad, su forma de vida,
su derecho a ser libres y de rezar a su Dios en sus propias iglesias.
En esos años que promediaban el siglo XV Bizancio no existía prácticamente en
materia política, no tenía para ese entonces casi ninguna importancia en el marco
de las nuevas relaciones entre las potencias europeas; no obstante
económicamente su capital todavía demostraba su importancia como puerto
internacional, aunque los beneficios se los llevaran las repúblicas italianas, como
en los últimos tres siglos y medio...
A pesar de ello, la historia parecía favorable a quienes decían que podrían salir de
este difícil trance, por eso conviene antes de estudiar los hechos de la caída,
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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revisar muy rápidamente lo que pasó en La Ciudad durante los mil ciento
veintitrés años anteriores.
Breve Historia de La Ciudad.
Cuando Constantino decide fundar en 324 Constantinopla sobre lo que era la
antigua Bizancio, una colonia fundada por los colonos griegos de Megara unos diez
siglos antes y que con el tiempo se había transformado en ciudad imperial
romana, tal vez no imaginara que ponía la piedra basal de un edificio que tomó
como tradición sentirse el centro del universo y que muchas veces cuando estaba
por caer se volvía a levantar con la fuerza de un coloso.
Tras dos primeros y problemáticos siglos dominados por elementos godos e
isaurios en las altas esferas de la corte, con Anastasio y Justiniano el imperio se
acomoda definitivamente en un primer orden mundial, primero financieramente y
luego políticamente.
Pasada la efímera reconstrucción romana de Justiniano, sus
sucesores hacen lo imposible por mantener la gloria del
imperio, pero la desgracia cae sobre él durante la usurpación
de Focas, y en el transcurso de solo ocho años los persas se
quedan con la mitad de sus territorios.
En esta dramática hora, Heraclio es el héroe que recupera
todas las regiones perdidas y que pudo quedarse con toda la
Persia misma, pero decidió perdonar y festejar su triunfo en
Jerusalén y Constantinopla.
Luego el Islam derrotará al ejército imperial en Yarmuk en
636 y finalmente le arrebatará en los próximos años los mejores territorios de
Asia y África, dejando al imperio golpeado y herido.
El mundo islámico trata de tomar Constantinopla (y con ella la totalidad del
imperio) pero choca varias veces contra sus murallas, en 674, 675, 676, 677, 678,
y muy especialmente en 717/718, cuando un impresionante ejército parece que
va a derrotar definitivamente a los cristianos.
Ahora le tocaba el turno de mantener vivo al imperio a León III, que defendió la
ciudad con ahínco e inteligencia y resultó vencedor e incluso en sus últimos años
pasó al ataque y venció a los árabes en Akroinón, en 641.
Siguieron luego los avatares del imperio por caminos de gloria y recuperaron el
dominio de amplias zonas europeas y asiáticas, llegando incluso a abrigar
esperanzas de reconquistar Jerusalén, y sometiendo y convirtiendo al
cristianismo a pueblos enteros como los búlgaros, servios y por un tiempo a los
croatas, llegando su civilización inigualable a influenciar a pueblos como los
húngaros y los rusos, aunque prontamente la diplomacia del Papado le arrebató
Hungría y Croacia para siempre... Bizancio demostraba que podía convertir en
civilizados a todos los pueblos de este mundo.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Pero una vez más el destino del imperio se debatió entre la vida y la muerte luego
de la batalla de Mantzikert en 1071 en Armenia, sobreviniendo diez años de caos
total, para ser salvados por otro gran personaje: Alejo Comneno, que junto a su
hijo Juan y su nieto Manuel tendrán cien años más de clara influencia política en
todo el mundo conocido, amplio prestigio y poder, los cuales por supuesto eran
ostentados desde la gran ciudad imperial.
No obstante, la adversidad quería caer sobre Bizancio, que desde Mantzikert no
dominaba amplias regiones del Asia Menor, las que estaban en manos de los
turcos selyúcidas: en Miriokephalón Manuel Comneno sufre una terrible derrota
en 1176 y cuando el viejo emperador muere en 1180 vuelve a tambalear el edificio
de Constantino.
Fueron años de violencia, crisis, guerras civiles y en los cuales se perdieron las
influencias sobre búlgaros y servios, que se independizaron, reduciendo de manera
drástica al imperio, que se quedaba con Tracia, Macedonia, Grecia y las costas del
Asia Menor.
La traición de la cuarta cruzada de 1204 que penetró en la ciudad y la convirtió
en una ciudad franco veneciana a sangre y fuego fue el golpe de gracia dado a la
ciudad y su imperio, porque luego de penetrar en la ciudad y saquearla se
repartieron los territorios como parte de un grandioso botín.
El imperio se dividió en tres: Epiro, Trebizonda y Nicea, pero en realidad la
continuación natural fue esta última metrópoli, con los Láscaris, desde donde se
preparó para dar el salto y recuperar La Ciudad, cosa que consiguió Miguel VIII
Paleólogo cincuenta y ocho años después, en 1261, y se consolidó luego gracias a
la colaboración de los genoveses, que estaban siempre bien dispuestos a dar una
paliza a los venecianos.
Aunque Constantinopla fue encontrada por el emperador y los suyos en un estado
atroz, se vio que el imperio todavía tenía con qué responder a las agresiones,
todavía se podía volver a renovar, cosa que el mismo Miguel se encargó de
demostrar, recuperando vastas posesiones para el imperio, y aunque murió en
1282 sin haber podido reconquistar parte del Peloponeso, Atenas, Creta,
Trebizonda y varios puertos que quedaron en manos venecianas, Bizancio podía
contar una vez más que había renacido de sus cenizas, y Constantinopla
recuperaba algunos barrios que se reorganizaban, aunque muchas zonas seguían
abandonadas y en estado de ruina.
Pero a partir de allí la desventura se abatió sobre Bizancio de manera inexorable,
especialmente cuando surgió un nuevo pueblo destinado a transformarse en el
flamante imperio señorial de Oriente: los turcos otomanos.
Poco a poco Bizancio perdió territorios que quedaban bajo el dominio otomano,
incluso ya a mediados del siglo XIV en sus provincias europeas, y esto era lo
alarmante, mientras que las guerras civiles consumían sus pocas fuerzas, y la poca
ayuda recibida de occidente se vio neutralizada por la eficacia de la acción de los
ejércitos turcos, que paralelamente sometieron a búlgaros, servios y albaneses,
creando prácticamente un cerco sobre Tracia, aislando a la capital del resto del
mundo.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Sin embargo, esos ejércitos turcos no podían penetrar la triple muralla, a pesar de
sus reiterados intentos.
Por toda esta enorme historia de caídas y renacimientos, cuando la marea turca
rodeó Constantinopla, cuando el vasallaje rendido a los turcos oprimió los
corazones de sus habitantes, cuando todo parecía perdido nuevamente, a pesar de
ello se pensaba en la capital bizantina que otro milagro ocurriría, que otra vez
acudiría la salvación para determinar una nueva resurrección del imperio.
Por supuesto no era esta la opinión de muchos bizantinos que huyeron porque ya
no encontraban donde establecerse con seguridad en su territorio y que ahora se
encontraban dejando todo su bagaje de conocimientos en occidente.
Qué significó Constantinopla
para el mundo?
Constantinopla fue llamada desde
el principio Nueva Roma, por haber
heredado la capitalidad de un
imperio en un momento de crisis
de la ciudad de Roma, que se había
vuelto ingobernable, llegando a
ejercer su poder sobre todo el
imperio.
También
fue
apodada
Nueva
Jerusalén, porque luego de la caída
de esta población ante el Islam
Constantinopla
fue
el
nuevo
baluarte del cristianismo en su
máxima expresión, y su pueblo se
creía
el
más
profundamente
cristiano del mundo.
Nave derecha desde otro ángulo. Santa Sofía.
Igualmente era una localidad cosmopolita, donde se podían encontrar mercaderes
persas, armenios, árabes, gente que traía mercancías de la lejana China, de la
India, de Etiopía, de Rusia, de la Europa Occidental, etc, era por tanto una urbe
que se transformó en el punto de encuentro de culturas nuevas y milenarias, un
verdadero paraíso para el alma inquieta que deseara bucear en el conocimiento
humano.
Esta trilogía transformaba a Constantinopla en capital del mundo, tanto en
materia administrativa, como en asuntos religiosos o económico financieros.
Por lo tanto la visión que el mundo tenía de Constantinopla era la de una
metrópoli de oro, una ciudad santa o una capital de las oportunidades, según
quien pensara en ella.
Desde las costas de Al Andalus o desde los fríos bosques de Irlanda hasta las
inmensas estepas euroasiáticas, y desde las tierras frías de los vikingos hasta las
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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arenas ardientes de Etiopía o de Arabia, no hubo quien fuera indiferente a la
seducción que esta urbe ejercía sobre el mundo entero.
Los mercaderes querían acceder a sus puertos y mercados para poder participar de
su inmenso intercambio y algún día llegar a ser ricos, los fieles cristianos la
tenían por centro de peregrinación debido a la inmensa cantidad de reliquias que
tenían sus iglesias y a la fama de éstas de ser majestuosas e imponentes, y
muchos, aún los extranjeros (nadie era extranjero si hablaba griego, se convertía
al cristianismo ortodoxo y reconocía al emperador como su gobernante máximo),
querían ganarse un lugar en la administración o llegar a formar parte de la corte
imperial para participar de su inmenso poder.
Es por estas razones que podemos decir que en el imaginario medieval
Constantinopla fascinaba a todo el mundo conocido, era no solamente una enorme
metrópoli sino que era La Ciudad.
Pero también fue ampliamente envidiada por muchos pueblos, y por eso mismo
era el objeto del deseo de distintas civilizaciones que intentaron tomarla por la
fuerza durante el transcurso de tantos siglos de vida, y en esas ocasiones
Constantinopla tenía que estar muy bien preparada, con sus murallas en buen
estado y con sus famosas divisiones de ejército que superaban todo lo conocido en
materia bélica.
Por eso no era una urbe paradisíaca, ya que siempre había revueltas y el ejército
controlaba cualquier disturbio y efectuaba permanentemente tareas de policía,
necesarias también para reprimir las habituales revoluciones de su inquieto
pueblo y mantener un cierto orden que era fundamental para responder a las
agresiones exteriores.
De todas formas, la envidia y la codicia fueron triunfando sobre la admiración con
el correr de los siglos, especialmente luego del cisma de 1054, transformando a La
Ciudad en una joya hereje pretendida por muchos, especialmente por los latinos
que durante las cruzadas pudieron comprobar lo maravillosa que era y lo cerca
que habían estado como para derrotarla y saquearla.
Podemos concluir que asombro, admiración, esperanza, codicia, envidia, odio,
eran los sentimientos que más comúnmente sentían los pueblos del mundo con
respecto a La Ciudad, y que Constantinopla no es comparable a ninguna ciudad de
su época.
Los ejércitos que sitiaron Constantinopla a través de los siglos.
Muchos fueron quienes intentaron tomar la ciudad
por asalto y de esa manera destruir al imperio, y
casi todos ellos sufrieron estrepitosos fracasos,
hasta 1204.
Estos son solo los más significativos, e incluyen
ataques exteriores y sublevaciones o revoluciones
locales, porque los propios bizantinos a veces con
ayuda mercenaria también trataban a veces de
conquistar su propia capital, ya que sabían que
quien tuviera la capital tenía el imperio.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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En 626, persas y ávaros (éstos junto a miles de eslavos) juntan sus fuerzas y
atacan la ciudad desde Asia y Europa, por tierra y por mar, y permaneciendo
Heraclio muy lejos en campaña contra Persia se hace cargo de la dramática
situación el patriarca Sergio y defiende Constantinopla exitosamente con la
colaboración de toda la población.
En 674 los árabes triunfadores en su propósito de conquistar el imperio completo
aparecen frente a las murallas e inician un violento ataque que dura años, siendo
el gran defensor de la ciudad Constantino IV, que solamente en 678, gracias a la
acción de la marina bizantina, puede alejar a sus efusivos rivales.
En 705 El khan búlgaro Tervel con sus huestes acompaña a Justiniano II, antiguo
emperador depuesto, y sitia la ciudad. Luego de tres días son objeto de las burlas
de los guerreros defensores porque no tienen experiencia en asaltar grandes
muros y su torpeza es aún mayor frente a la temible triple muralla, pero el ex
emperador logra penetrar con sus lugartenientes por unas tuberías del acueducto
y una vez dentro se las arregla para retomar el gobierno. Un traspié que terminó
con el gobierno de Tiberio II, pero que en realidad fue un sitio de características
locales.
En 717 León III usurpa el poder y defiende La Ciudad frente a un enorme ejército
árabe que un año más tarde se retirará vencido irremediablemente por la
excelente organización y bravura de las tropas terrestres y marítimas bizantinas.
El khan búlgaro Tervel pactó con el emperador para hostigar a los árabes.
En 742 Artavasdo pide a Teófanes Monutes, regente en nombre de Constantino V,
que le abra las puertas de la ciudad, a lo que Monutes accede entregando la capital
al usurpador. Otra toma de la ciudad de características y consecuencias
exclusivamente locales, y que dio a Artavasdo la ilusión de ser emperador por
dieciséis meses.
En 813, el búlgaro Krum, vencedor en 811 del emperador Nicéforo I, del cual
había hecho una copa de oro con su cráneo, apareció ante las murallas defendidas
por León el Armenio; fue fracaso del khan búlgaro, que no pudo siquiera pensar en
entrar a la urbe, pero hubo una enorme devastación de las tierras cercanas, a la
manera que luego acostumbrarían hacer los turcos.
En 821 Tomás el Eslavo, que había iniciado una verdadera revolución interna,
sitió con sus tropas Constantinopla, y la mantuvo cercada por un año, hasta que
se rindió ante la evidente superioridad de las murallas y sus protectores, bajo el
mando del emperador Miguel II. El búlgaro Omurtag ayudó con sus tropas al
emperador.
En 860 se presentan los primeros rusos ante la ciudad y pretenden entrar en la
misma, pero ante su fracaso se entretienen con incendiar sus alrededores
extramuros, en época de Miguel III.
En 907 Oleg, el primer príncipe ruso que une a toda la región con todos los
príncipes y señores rusos bajo su mando, llega desde Kiev con sus naves y
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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guerreros y provoca otro sitio de la ciudad, defendida por León VI, pero se
contenta con obligar a Bizancio a firmar un respetable pacto comercial y se retira.
En 913 Simeón, el gran zar del reino macedónico de Bulgaria, apareció frente a los
muros con la pretensión de ser nombrado Basileus de los romanos, pero no pudo
con sus murallas y se conformó con su coronación como Basileus de los búlgaros.
En 924 vuelve Simeón a intentar tomar Constantinopla, pero Romano Lecapeno
hace una excelente defensa y el zar búlgaro, luego de un encuentro con el
emperador, parece que abandona definitivamente sus aspiraciones a la corona
imperial de los romanos.
En 963 Nicéforo Focas toma la ciudad y en una verdadera batalla en las calles
vence a José Bringas, con la complicidad de la emperatriz Teófano, con la cual se
casa y obtiene la legitimidad para ser coronado emperador.
En 1047 el general armenio bizantino León Tornikes se subleva contra
Constantino IX Monómaco y estuvo a punto de tomar la capital, pero no llegó a
hacerlo, tal vez por mala suerte, o por haber tenido cierta vacilación, porque
muchos ciudadanos parecían apoyarlo.
En 1081 Alejo Comneno apareció ante las murallas que sostenían a Nicéforo III
Botaniates, y pudo entrar gracias a un acuerdo con el jefe de los germanos que
guardaban la misma, y en las calles de la ciudad se produjo la lucha con las tropas
del emperador, de la cual salió victorioso y fue coronado como Alejo I. Sin
embargo, sus tropas, extranjeras en su mayoría, se dedicaron a saquear y destruir
la ciudad durante tres días sin descanso, con lo cual ésta quedó en un estado
bastante ruinoso, lo que hizo que Alejo sintiera verdaderos remordimientos por la
destrucción de una ciudad tan preciada para él e intentara su reconstrucción
inmediatamente.
En 1090 los pechenegos, pueblo turco que llegaba desde el Danubio, se aliaron con
los herejes bogomilitas que vivían en el imperio y llegaron hasta Constantinopla, y
más aún, el emir de Esmirna envió una vigorosa flota que envolvió a la ciudad por
el mar, haciendo que el hambre y la miseria se apoderaran de esta. Solamente el
auxilio pedido por el emperador Alejo I a los cumanos, fervoroso pueblo de origen
turco, salvó a la ciudad del desastre, en cuya batalla se masacró al pueblo
pechenego casi en su totalidad.
Luego vendrá la época de las primeras cruzadas entre 1098 y 1204, durante las
cuales repetidamente los cruzados de cada época pensaron en sitiar y tomar la
ciudad hereje por asalto, pero siempre se impuso a último momento en los reyes,
nobles o generales que las dirigían la obligación de combatir a los musulmanes, no
sin haber por eso fricciones, batallas, muertes y deseos reales de combatir a los
bizantinos.
Como se podrá apreciar, es muy amplia la lista, y muy variada (y no es la lista
definitiva), pero la constante histórica hasta aquí es la impotencia del sitiador, la
victoria final siempre para los defensores, exceptuando algunos casos especiales
de rencillas locales que fueron resueltas a favor de los sitiadores, como el caso de
la toma de la ciudad por parte de Alejo I Comneno.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Conclusión final: Constantinopla era una ciudad absolutamente invulnerable para
cualquier ejército extranjero que viniera con el propósito de tomarla a la fuerza,
no así para los ejércitos rebeldes locales que bien podían aprovechar las simpatías
que pudieran generar en el pueblo o en los defensores de la ciudad, que a veces
ayudaba a sus hermanos rebelados contra el poder reinante en el imperio.
La catástrofe de 1204 y sus consecuencias.
Y así llegamos a 1204, año en el cual Constantinopla es
tomada por las tropas de los cruzados latinos, en su mayoría
francos y venecianos, y destruyeron, entre otras muchas
cosas, la imagen de invulnerable e impenetrable que tenía la
gran metrópoli.
Galería Norte de Santa
Sofía.
Si tenemos que analizar esta situación y compararla con los sitios anteriores,
podemos aceptar que fue una especie de mezcla de las dos situaciones: había un
ejército extranjero hostil, pero que en un principio fue utilizado por el hijo del
emperador Isaac Ángel, Alejo IV, que había prometido enorme tesoro a los
cruzados para obtener el mando del imperio.
Como el dinero nunca fue dado a los cruzados, porque seguramente no existía tal
suma en toda la corte bizantina, y a eso se le sumó el asesinato de los
emperadores por medio de las masas enfurecidas, que proclamaron finalmente a
Alejo Murzuflo como nuevo emperador, los cruzados sintieron que habían sido
estafados y acometieron con un sitio vigoroso a la ciudad, que en principio fue
rechazado aunque no sin dificultad.
Pero había habido fatalmente tantos cambios en el poder que había bajado mucho
la moral de los defensores, y Alejo V Murzuflo no era una persona que pudiera
darles confianza porque, aunque tenía dotes personales como una gran energía y
empeño para lograr administrar la terrible crisis, no era muy querido, y el poco
tiempo que estuvo no pudo tener un gobierno estable, ya que daba cargos y ante la
menor sospecha de traición, los revocaba, provocando solamente más confusión
en sus colaboradores y en el pueblo, que ya no sabía a quien responder.
Aparentemente los venecianos tenían muchos contactos dentro de la ciudad, lo
que facilitó el trabajo de los sitiadores, que entraron unos días después por una
abertura producida en las murallas de la costa del Cuerno de Oro en el mismo
instante en que un incendio presumiblemente provocado desde adentro tomaba a
los defensores por sorpresa, entrando fatalmente los contingentes de cruzados en
la capital.
La toma de la ciudad ya era un hecho, solo había que dejar pasar las horas y la
ciudad sería latina por primera vez en la historia.
Hasta aquí la explicación de una derrota que lo fue esencialmente porque los
bizantinos se hallaban divididos y porque una de las facciones se quiso servir de
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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los cruzados para obtener la victoria, error que costó a Bizancio el golpe mas duro
de su historia, ya que fue lo que vino después lo que derrumbó a la mas hermosa
ciudad del mundo, a la ciudad de oro que no tenía igual en el planeta.
Saqueos constantes, anarquía, incendios, asesinatos, caos, robos, y finalmente el
reparto de la metrópoli y del imperio en manos francas y venecianas terminaron
con la gloria de la gran urbe y con los tesoros artísticos y arquitectónicos que
había en ella, redujeron barrios enteros a la ruina y al abandono absoluto, porque
muchos habitantes (los que pudieron escapar de la masacre, como Nicetas
Coniates) sencillamente huyeron al interior del país, especialmente a la ciudad de
Nicea, y los que pudieron se fueron a Italia, Hungría, Rusia, Francia o Alemania.
La gran ciudad quedó reducida a un grupo de barrios en estado catastrófico y casi
deshabitados con algunos palacios o iglesias que fueron confiscados por los
cruzados para establecerse en ellos, y ya de esa desolación la capital no se
recuperaría jamás, porque todo el oro, la plata, las piedras preciosas, el tesoro del
Estado, las reliquias religiosas, los altares de las iglesias, las obras de arte, todo
fue robado y llevado a países occidentales o vendido al mejor postor.
Este es el punto de importancia de los hechos acaecidos en 1204: la completa
destrucción de la antigua Constantinopla, que durante cincuenta y siete años
observa silenciosamente cómo lo que había construido durante casi nueve siglos
le era arrebatado sin piedad alguna, y esto marcó un antes y un después en la
historia de la ciudad: antes, arrogante, orgullosa, altiva e invulnerable, la ciudad
imperial era la dueña del mundo; después, vencida, sometida, destruida y
vulnerable, era una ciudad fantasma, con rencores insalvables y dominada por los
occidentales de forma irremediable, aún después de la recuperación por parte de
Miguel VIII Paleólogo.
La reconquista de 1261.
"Constantinopla, Acrópolis del Universo, capital del Imperio Romano, que había
estado, por la voluntad de Dios, bajo el poder de los latinos, se encontró de
nuevo bajo el poder de los romanos, y esto les fue concedido por nuestra
mediación." Miguel VIII Paleólogo.
En 1261 Miguel VIII Paleólogo inicia el sitio de la ciudad que
los bizantinos de Nicea querían reconquistar, pero después
de prolongadas escaramuzas también sus murallas le son
imposibles de traspasar, y termina haciendo un pacto con el
emperador latino Balduino II, en espera de otra oportunidad.
Tiempo después sabía que tenía mejores posibilidades,
porque había conseguido la ayuda de los genoveses, que,
movidos por los mismos intereses que los venecianos venían
defendiendo hacía siglos en Bizancio, decidieron que era una
buena oportunidad para extender sus negocios y aplicar un
buen golpe a sus rivales venecianos y pisanos y a cambio de
los consabidos privilegios comerciales ofrecieron su marina
para sitiar a la capital por mar, algo fundamental para quien
quisiese tomarla.
Flanco Norte Santa
Sofía.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Sin embargo, la fortuna quiso que algunos soldados de las tropas bizantinas que
estaban desolando Tracia preparando el camino para un futuro asedio,
comandadas por Alejo Strategopulos, se enteren mediante sus informantes de que
los defensores no estaban en las murallas esa noche porque los venecianos se los
habían llevado a atacar posiciones griegas en una isla del Bósforo, y aprovechan la
ocasión para investigar, encontrando una puerta accesible y forzando por ella la
entrada a la ciudad, provocando finalmente ante la ausencia de tropas latinas la
huída del emperador latino y su corte.
Unos meses después, el emperador Miguel VIII, que se hallaba
en Asia al momento de la toma de la ciudad, hace una entrada
triunfal en Constantinopla, y poco después es coronado en
Santa Sofía, con cuyo acto se volvía a la ya centenaria
tradición bizantina de la coronación del emperador por el
patriarca en la iglesia mas bella de la cristiandad, y en
definitiva se restauraba en el imperio su capital tradicional.
Por lo tanto, luego de 1261, Constantinopla vuelve a ser
bizantina, pero su vulnerabilidad había sido evidenciada, y por
lo tanto otra época comenzaba para Bizancio, llena de
inseguridades y sin poder lograr ya nunca más el prestigio ni el poder de antaño.
Los intentos turcos anteriores a 1453.
¿No estamos perdidos? ¿No estamos entre los muros como en una especie de red
tendida por los bárbaros? ¿No es feliz el que ha abandonado la ciudad ante el
peligro? Todos se apresuran a marchar a Italia, a España y aun más lejos,
hacia el mar situado allende las Columnas (Inglaterra), para escapar a la
esclavitud" Demetrio Cidonio.
Lo que nos hace pensar que la caída del imperio fue acelerada e incluso provocada
por el golpe fatal de 1204 es el hecho de que a pesar de todos los problemas que
atravesaba el imperio los turcos recién pudieron establecerse firmemente en suelo
europeo en el año 1354, cuando se apoderan de Gallípoli, y esto gracias a un
temblor del suelo que obligó a los bizantinos a abandonar la zona, y si sumamos a
esto el hecho de que el imperio mongol de Tamerlán en 1402 derrotaba
catastróficamente a los turcos de Bayaceto, podemos darnos cuenta de lo
importante que fue para la supervivencia de los otomanos encontrarse con un
imperio tan resquebrajado y fundamentalmente pobre, no olvidemos que todos los
tesoros de la capital fueron sustraídos por los latinos, ya no cabía la posibilidad
que siempre hubo en Bizancio de poder fundir el oro de las iglesias y de los
monumentos para obtener fondos, y todo el dinero que había en la capital ya sea
público o privado se lo habían llevado los latinos, con lo cual el elemento más
importante en la política del imperio se había esfumado.
Fue en 1359 cuando los otomanos se atrevieron a enfrentar las murallas de la
ciudad por primera vez, pero fracasaron absolutamente a pesar de la debilidad
manifiesta de los bizantinos, que habían abandonado Tracia a su suerte una vez
que los invasores se acercaban a la capital.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Los turcos podían hacer caer una a una las ciudades bizantinas ahora que estaban
asentados en Europa, pero la capital seguía siendo intocable.
En 1394 el sultán Bayaceto decreta el bloqueo total de Constantinopla, donde
reinaba Manuel II, y la ciudad desfallece entre el hambre y la pobreza, pero no
intentó un asalto a la misma, quizás porque no esperaba poder tomarla todavía,
contentándose con preparar el camino a un asalto que al final no se produjo
porque el sultán fue derrotado y capturado en la batalla de Ankara en 1402 frente
a los mongoles de Tamerlán.
En 1411 Musa pone sitio a Constantinopla en venganza ante la ayuda bizantina a
su hermano Solimán en medio de una guerra civil de los otomanos, y otra vez se
produce el fracaso de los sitiadores.
En 1422 Murad II en una dura réplica al apoyo que los bizantinos dieron a
Mustafá, que pretendía ser el heredero del sultanato otomano, rodeó la capital y
con todas sus fuerzas intentó un asalto fulminante y con un monumental empuje,
que costó mucho neutralizar y cuya violencia era enormemente atemorizadora,
pero luego de tres meses de intensa actividad tuvo que retirar la maquinaria de
guerra turca, que con todas las posibilidades a su favor no pudo penetrar en la
gran ciudad en un apreciable espacio de tiempo, y debió trasladarse para luchar
con un nuevo pretendiente al trono, mientras Constantinopla seguía siendo
orgullosamente bizantina, aunque en realidad ahora era una isla en medio de la
marea turca que había conseguido ya conquistar una gran parte de los Balcanes.
En 1453, por lo tanto, como si fuera una costumbre milenaria, se renovaba la
historia de los sitios a Constantinopla.
En qué estado se encontraba la capital bizantina en 1453.
"Ya no hay dinero en ninguna parte. Las reservas se han
agotado, las joyas imperiales han sido vendidas, los
impuestos no producen nada porque el país está en la
ruina" Juan VI Cantacuzeno, emperador (1347-1354).
Sin ningún temor a equivocarnos, podemos afirmar que la
más bella ciudad de la Edad Media estaba en el año 1453 en
estado lamentable, ocasionado por una multiplicidad de
factores que harán que ese estado sea el peor en toda su
larga historia.
Galería de la Emperatriz
en Santa Sofía.
Los relatos de los viajeros son realmente asombrosos, porque cuando hasta 1204
solo hablaban del inmenso lujo, las casas hermosas, las avenidas, los puertos, los
edificios públicos, los palacios, las iglesias y los monasterios, luego de esa fecha y
cada vez más seguido relatarán sobre casas abandonadas, calles desiertas, barrios
destruidos, abandono, suciedad, pobreza y muerte.
En 1453 Constantinopla estaba sitiada mucho antes de que el ejército del sultán
se acercara a sus murallas.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Durante todo el año se impuso por parte de los otomanos un bloqueo que limitó la
posibilidad de visitar la ciudad, así como también dificultó su abastecimiento, que
no podía ser más problemático con los barcos y los soldados turcos ejerciendo una
continua vigilancia por orden de Mahomet II.
Por lo tanto, ya era difícil conseguir comida, bebida y ropa, por hablar solamente
de elementos indispensables para la vida de una ciudad.
Sabemos por los relatos mencionados que en pleno centro de la ciudad había
terrenos cultivados para la subsistencia de los ciudadanos, tal como si fueran
granjas, pero en medio de los edificios públicos y de las iglesias más grandes y
hermosas como la de Santa Sofía.
Los escombros estaban por toda la ciudad, los edificios se estaban viniendo abajo
constantemente y dejaban en ruinas barrios enteros, y los terrenos que se podían
limpiar se utilizaban como pequeños huertos de cultivo para paliar el hambre.
Sin embargo los terrenos baldíos y las casas abandonadas eran las estrellas de la
nueva ciudad, ya que donde habían vivido más de 500.000 almas con toda
seguridad, ahora, luego de que una trágica peste azotara la ciudad en 1448 (por si
tuviera pocos males que soportar) habría apenas poco más de 40.000, dando lugar
al abandono de gran cantidad de barrios que antes eran populosos y bulliciosos y
donde ahora solo vivía el recuerdo de lo que había sido una urbe maravillosa.
El Gran Palacio, que había sido reemplazado por el palacio de las Blaquernas,
descuidado y transformado en cárcel en época de los Comneno, a fines del siglo
XI, era ahora una especie de campo donde había vacas pastando y también se
utilizaba como cementerio improvisado.
Las avenidas, que solían estar llenas de estatuas y adornos, y con magníficos
pórticos que proporcionaban protección contra el calor y los temporales, repletas
de negocios y tabernas bulliciosas y con gran cantidad de gente paseando y
tratando de hacer negocios o pasar simplemente un buen rato, ahora se veían con
un aspecto desolador, desiertas, con los pórticos destruidos o simplemente
desaparecidos, y adornados solamente con los pedestales de las antiguas estatuas.
Las tabernas eran regenteadas también en su mayoría por comerciantes italianos,
pero a esa altura no eran más de diez o doce en toda la ciudad.
Por si todo esto fuera insuficiente, los pocos bizantinos habitantes de
Constantinopla en 1453 eran absolutamente miserables, vestían lo que podían
encontrar, porque el bloqueo y la indigencia se habían hecho una costumbre, y la
población puramente bizantina solamente podía alcanzar cierta dignidad si eran
cambistas (pequeños, nada que ver con los de origen italiano) o escribanos, y la
mayoría se dedicaba a la pesca, a ofrecer servicios como marineros o a ser
pequeños comerciantes, mucho más pequeños si se los compara con los
comerciantes genoveses de Pera.
La corte estaba en la miseria total, y con una corte en bancarrota, los potentados,
los nobles, los aristócratas, que los había en el país, y muy ricos, escaparon de la
ciudad ya desde mitad del siglo XIV, o poco después, y las últimas ciudades que
vieron nobles o potentados griegos en territorio libre fueron las ciudades del
Peloponeso o Trebizonda, feudo de la familia Comneno.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Era por lo tanto Constantinopla una ciudad abandonada a su suerte por propios y
extraños, donde los bizantinos que la habitaban soportaban estoicamente a los
genoveses, venecianos o pisanos, que eran los dueños de todo lo que podía dar un
cierto bienestar, y a los turcos que los bloqueaban e impedían la salida o la
entrada a la ciudad de las mercaderías, el dinero o de las personas que deseaban
hacerlo.
En los huecos enormes en su estructura edilicia, abandonados completamente los
terrenos y edificios o utilizados para plantar hortalizas que satisfagan el hambre
producida por los frecuentes sitios y bloqueos, había casas de madera
precariamente construidas para albergar a los infortunados habitantes de la
ciudad cristiana por excelencia.
A pesar de todo esto la angustia de su gente y los males que soportaban sin
embargo no fueron bastantes para que se avale la unión de las iglesias realizada
formalmente en Santa Sofía en 1452, y la población seguía concurriendo a los
templos en los cuales se realizaba el rito bizantino como la tradición lo
determinaba.
Es este un gran ejemplo que nos da un pueblo que hasta la muerte se aferra a sus
creencias, hasta la muerte cree que será salvado, hasta la muerte pelea por sus
convicciones, aún cuando ese valiente soldado que era su emperador, Constantino
XI Paleólogo, intentara una unión con la iglesia latina una vez más, solamente
para ver que el pueblo no lo acompañaba por primera y única vez, igual que a sus
predecesores que intentaron lo mismo.
Solo que ahora el imperio era un pequeño conjunto de unos miles de personas, ya
incapaces de generar una revuelta, pero suficientes para decir que no a esas
pretensiones que siempre vieron como ajenas a su real sentimiento.
Como conclusión final podemos decir que Constantinopla en 1453 era una ciudad
casi fantasma, pero con un pueblo decidido a enfrentar en soledad a los turcos, sin
ayuda de los insufribles y odiados latinos (salvo honrosas excepciones que ya
destacaremos), y que se apoyaba firmemente en sus creencias religiosas para
tener fe en un futuro salvador.
A los turcos los esperaban, entonces, con un cierto optimismo basado en su fe
religiosa, con muy pocos medios y hombres disponibles, pero con el corazón
hinchado por una gran fe, la fe de ser los últimos ciudadanos, aunque solitarios y
desprotegidos, de lo que había sido la ciudad más hermosa, lujosa y poderosa del
mundo conocido, y de pensar que su Dios no los abandonaría nunca.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Mahomet II
Los turcos fueron ahogando con el correr del tiempo a
Bizancio, ya que una vez instalados en Europa no pudieron ser
desalojados, y, por el contrario, se fueron extendiendo sin
prisa pero sin pausa sobre todo el territorio de los Balcanes, a
pesar de las cruzadas de los occidentales para destruirlos, que
terminaron en victorias de los sultanes, especialmente en
Nicópolis y en Varna, donde el futuro de los Balcanes quedó
prácticamente sellado. Sitiaron varias veces la gran ciudad, y
especialmente el sitio de Murad II fue peligroso y estuvieron a
punto de tomarla, pero por distintas circunstancias que los Capitel y mosaicos en
bizantinos atribuían a Dios y a la Virgen, nunca habían podido
Santa Sofía.
poner un pie en ella.
En 1451 se hace cargo definitivamente del nuevo imperio Mahomet II, una figura
especialmente controvertida para todos los historiadores, que es tratado por unos
como un ser magníficamente dotado intelectualmente, hábil guerrero y también
poeta y fino admirador de las artes, mientras que otros solamente ven a un
bárbaro que no dudó en mandar matar a su hermano para que no le discutiera el
trono y que instruyó la famosa ley que los turcos siguieron por siglos, según la
cual el nuevo gobernante debía mandar matar a todos sus parientes para evitar
conflictos de sucesión, además de ser terriblemente cruel cuando no estaba de
humor.
Fuera de una forma o de otra, creo que corresponde por lo menos darle el mérito
de ser quien finalmente pudo doblegar a la Ciudad mediante su excelente
organización, su numeroso ejército, su parque de artillería (arma fundamental sin
la cual no se sabe si hubiera podido tomar la ciudad), sus hábiles estrategias y su
paciencia, virtud no menor que las otras, para ejecutar los planes a su debido
tiempo.
Con Mahomet II los turcos tuvieron un gobernante joven, fuerte, decidido, audaz y
sobre todo un excelente político, que consiguió la relativa neutralidad de Venecia
en el conflicto mediante tratados comerciales que comprometían a la República, y
también ganó la neutralidad de los genoveses de Pera prometiéndoles (de una
forma bastante amenazadora) no hacerles daño si no se interponían en su camino,
y respetar sus derechos en el futuro.
También tuvieron los otomanos con Mahomet a un guía que los llevaría a la mayor
victoria del Islam en toda su historia, ya que se dice que el sultán estaba
obsesionado con la toma de Constantinopla, quería fervientemente conquistarla,
era casi la meta de su vida, pero la quería no para destruirla e incendiarla, no para
robar sus tesoros, sino que la quería porque había interpretado perfectamente su
importancia, su perfecto papel de ciudad capital del mundo, y la quería también
por el honor de ser la persona que consiguiera hacerse con ella.
Innegablemente la quería para hacer de ella la ciudad capital del imperio que el
había soñado, el imperio otomano que sustituiría definitivamente al imperio
cristiano de Bizancio.
En definitiva, de lo que no se habían dado cuenta los occidentales, que nunca se
unieron con una fuerza suficiente para acudir en su ayuda, se dio cuenta el sultán,
con lo que se puede deducir su mayor inteligencia y oportunidad.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Fue por eso que cuando Mahomet se acercó a la ciudad en Abril de 1453 las
circunstancias no eran las mismas de siempre: ahora había un gobernante que no
deseaba tomar y destruir la ciudad y quedarse con sus riquezas, ahora había un
sultán que deseaba conquistar la ciudad para convertirla en la perla del Islam, y
que con todas sus fuerzas y su inteligencia dejaría todo para conseguirlo.
Constantino XI Paleólogo.
Mucho es lo que puede decirse del último
representante de la Dinastía de los Paleólogos, del
último
emperador
bizantino,
del
último
emperador romano.
No era un emperador más, era un habitante del
Peloponeso, un hombre nacido y educado en un
ambiente de libertad, donde renacía el helenismo,
donde los intelectuales trataban de conseguir un
espacio para la creación de un Estado que hiciera Panorámica del espléndido edificio de
Santa Sofía.
renacer de las cenizas el esplendor de Bizancio.
Ya en 1430 había conquistado Patrás, con lo cual se ampliaba el dominio de los
griegos en la Morea, y renacían las esperanzas de sobrevivir al delicado momento
y volver a la gloria.
Posteriormente, siendo Déspota del Peloponeso, reconstruía el Hexamilion,
maravillosa muralla que protegía toda la península, e incluso atravesándolo pudo
someter al duque de Atenas, Nerio II Acciaiuoli, y hacerlo su vasallo.
Esa creación propia de los Paleólogo, la Morea griega donde renacía el helenismo,
era la patria real de Constantino, por la cual luchó y a la cual sirvió y extendió en
territorio en plena época desfavorable, demostrando su enorme valor como
soldado y conductor, y a la cual dejó solo al ser coronado emperador y viajar a la
capital, a la cual venía a dar una dosis de valentía y sacrificio.
Constantino advirtió a todo occidente, sin ser escuchado, del peligro que para
ellos representaba la expansión turca, escribió casi desesperadamente cartas y
más cartas para los gobernantes occidentales, que eran su única débil esperanza
de ayuda, pero éstos y el Papa estaban demasiado ocupados en pelear entre sí y en
disputarse espacios de poder para lograr entender los mensajes que el emperador
enviaba.
Tal vez la única decisión de Constantino que no tomó bien el pueblo de Bizancio
fuera la unión que se cumplió en Santa Sofía, a la cual se creía obligado por las
decisiones de su hermano y anterior emperador, Juan VIII.
Cuando las cosas no parecían mejorar, cuando se vio que Mahomet iba a atacar
irremediablemente, Constantino abasteció a la ciudad con todas las provisiones
que pudo encontrar en los alrededores, fortificó las murallas con un gran esfuerzo
de sus hombres, y esperó pacientemente al atrevido sultán que quería doblegarlo.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Constantino fue la fuerza de los defensores, fue la moral alta y la virtud de
sostener en pie su estandarte hasta el final, representó el honor y la creencia en la
bondad de su Dios hasta último momento.
Fue guía de su pueblo y supo hacerse respetar de tal forma que todos trabajaran al
máximo de sus esfuerzos para hacer las enormes tareas que el emperador
requería.
Constantino XI Paleólogo, o Dragasés, como a él le gustaba que lo llamaran por el
nombre de la familia servia de su madre, fue el emperador que pudo organizar una
defensa coordinada de gentes que se odiaban entre sí, como los genoveses, los
venecianos y los propios griegos, e hizo que todos pudieran luchar en armonía en
base a su enorme personalidad que solía generar adhesiones incondicionales.
La temible triple muralla de Teodosio II.
Sin duda alguna había un factor
enorme en el medio de esta
historia
que
ya
hemos
mencionado más de una vez; se
trata de la muralla de la capital,
que era de unas dimensiones
colosales, obra de ingeniería
única en el mundo que no por
haber sido construida hacía más
de mil años había perdido su
importancia en 1453.
Vista de la Crisoporta una de tantas puertas
que daban entrada a la Ciudad.
La obra pertenece al periodo del emperador Teodosio II (408-450) y dio fama a
Constantinopla de invencible e inexpugnable, comenzando el trabajo en el año
412, con miles de obreros probablemente en su mayoría godos o bárbaros de
distintas procedencias al mando del prefecto Antemio, y este trabajo no fue
terminado hasta 447, aunque siglo tras siglo todos los emperadores, quien más
quien menos, se ocuparon de su mantenimiento y reconstrucción después de cada
sitio, los cuales las dejaban a veces en estado lamentable en alguna de sus partes.
Las murallas terrestres tenían más de seis kilómetros de longitud y comenzaban
en la costa del Mar de Mármara, formando una especie de curva y terminando en
el Cuerno de Oro. En realidad era un verdadero sistema defensivo que estaba
constituido por una triple línea defensiva, de dos murallas y un enorme foso
provisto de un parapeto.
Lo primero que se encontraba el enemigo cuya ambición era entrar en la ciudad a
la fuerza era el amplio foso parapetado de cerca de 20 metros de ancho. El foso
mismo había constituido antaño un espacio imposible de atravesar para muchos
grupos de aventureros que luego de alguna escaramuza decidía retirarse sin
siquiera atravesarlo.
Luego del foso, si el enemigo lograba atravesarlo luego de mucho esfuerzo y bajo
los proyectiles de los defensores, se encontraba con una franja de 15 metros de
ancho que lo separaba de una primera línea de murallas. Esa primera línea, la
muralla exterior, era de muros de 2 metros de espesor y 8 metros de alto, con más
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de 80 torres estratégicamente colocadas a través de los más de seis kilómetros
que la hacían ya bastante dificultosa de franquear para los indeseables visitantes.
Si las fuerzas de ataque hubieran tenido la inmensa fortuna y la suficiente fuerza
y hubiesen podido atravesar la primer muralla en alguno de sus puntos, se
encontraban luego con el peor de los infiernos, un "pasillo" bien abierto y libre de
aproximadamente unos 18 metros de ancho, tras el cual los esperaba la más
temible de estas construcciones: una muralla de nada menos que 5 metros de
ancho y 13 metros de altura, y que a lo largo de sus más de seis kilómetros de
largo contaba con alrededor de 100 torres de hasta 15 metros de altura, y desde
las cuales los defensores tenían todo el trabajo facilitado, dominando este pasillo
mortal para el enemigo y muy útil para el defensor, porque cuando éste se hallaba
en posesión de los dos muros servía a sus tropas para desplazarse cómodamente
de un lado a otro de las murallas y les daba otra notable ventaja sobre el ejército
enemigo.
Los muros y las torres estaban fuertemente edificados, recubiertos de pequeños
cubos de caliza y fortalecidos con líneas de ladrillo, con lo cual las enormes
piedras arrojadas podían dañarlo aquí o allá, pero era muy difícil que eso facilitara
su destrucción.
Para completar la obra del cerco alrededor de la ciudad entera, por las amplias
costas de sus territorios se construyeron murallas costeras enormemente eficaces,
de menor envergadura, ya que eran alrededor de 13 kilómetros de un muro único
de 12 metros de alto, pero con la inmensa ayuda de la inaccesibilidad gracias a la
presencia del mar y de la flota, y defendido por unas 300 torres aproximadamente.
Pero los defensores de 1453 eran tal vez menos de 8.000, y si imaginamos que
había nada menos que casi 500 torres para ocupar en la defensa total del
perímetro de la ciudad, podemos suponer que esa gran extensión de formidables
murallas también supuso un enorme problema para las tropas que protegían la
ciudad, ya que cubrirlas con la suficiente cantidad de gente y con suficientes
proyectiles para arrojar habrá sido una de las mayores preocupaciones del
emperador y sus generales.
La carencia de una enorme flota como en siglos pasados también supuso un gran
problema a solucionar por los defensores de Constantinopla, pero cuando la gran
cadena del Cuerno de Oro fue burlada por el camino terrestre de la armada de
Mahomet II, esto también significó mucho más trabajo para el emperador y los
suyos .
Por otra parte, las enormes piezas de artillería puestas en juego por Mahomet II
jugaron una carta fundamental a favor de los asaltantes, ya que con los
formidables proyectiles empleaban una táctica de tiro muy eficaz, disparando a la
base de las murallas hasta obtener un boquete de varios metros, y luego afinando
el tiro en una línea vertical que así al unirse con la abertura de la base provocaba
el derrumbamiento de una buena parte del muro, y obligaba a concurrir allí a todo
un destacamento para luchar y a muchos hombres para reconstruir con diversos
materiales el agujero.
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Plano de la ciudad en el momento de mayor actividad de la defensa ante el
insistente ataque de los turcos.
Crónica del Sitio de Constantinopla.
"Ya que has optado por la guerra y no puedo persuadirte con juramentos ni con
palabras halagüeñas, haz lo que quieras; en cuanto a mí, me refugio en Dios y si
está en su voluntad darte esta ciudad, quién podrá oponerse?... Yo, desde este
momento, he cerrado las puertas de la ciudad y protegeré a sus habitantes en la
medida de lo posible; tú ejerces tu poder oprimiendo pero llegará el día en que el
Buen Juez dicte a ambos, a mí y a ti, la justa sentencia." Ducas. Carta de
Constantino XI a Mahomet II.
Los preparativos.
El ejército turco estaba formado según los historiadores contemporáneos por
entre 80.000 y 160.000 hombres (Ducas habla exageradamente de 400.000),
mientras que los defensores serían aproximadamente 5.000 griegos, cifras que nos
dan la pauta de lo desigual de los ejércitos enfrentados, desigualdad que
solamente estaba salvada por las murallas de Constantinopla, barrera realmente
muy difícil de vencer.
Los turcos otomanos, además de la ventaja numérica, contaban con un parque de
artillería como no se había visto jamás sobre la tierra en tiempos anteriores, y que
incluía un poderoso cañón construido por un misterioso personaje, con lo que el
ejército de Mahomet II veía multiplicarse las posibilidades de triunfo, ante la
posibilidad de quebrar las formidables murallas del siglo V con el fuego de cañones
del siglo XV.
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Una de las enormes piezas de artillería del ejército sitiador.
Los bizantinos, por el contrario, contaban con lanzas, flechas y catapultas, y unos
pequeños cañones para los cuales ni siquiera contaban con proyectiles suficientes.
Además, unos 400 barcos de todo tipo formaban una impresionante flota turca,
contra unos 26 o 28 buques de guerra de los defensores que estaban en el Cuerno
de Oro y se preparaban a defender la ciudad amparados por la famosa cadena de
hierro extendida de costa a costa, y esto era fundamental porque impedía que los
varios kilómetros de muralla junto a la costa del Cuerno de Oro fueran atacados
por Mahomet, y así liberaban a muchos defensores que eran útiles en otras partes
de la batalla.
Sin embargo, los turcos tenían a su favor la construcción de la fortaleza de
Bogazkesen (Paso angosto), hoy denominado Rumeli Hisar, sobre la ribera europea
del Bósforo, que dominaba el paso y prevenía al sultán de cualquier ayuda naval
que los bizantinos pudieran recibir, además de disparar desde allí con los cañones
que no daban descanso a los líderes de la defensa.
Los protectores de la ciudad contaban con la inestimable ayuda de Giovanni
Giustiniani Longo, valeroso combatiente genovés que había llegado en los
primeros días de Abril en dos galeras con unos 700 compatriotas que venían de
Génova, Quíos y Rodas para colaborar en la defensa de la ciudad, de la cual su
República había aprovechado durante los últimos dos siglos una enormidad de
recursos en desmedro del imperio, con lo cual esta presencia tenía todo el valor
de un resarcimiento para los genoveses.
Fue una pena que los mezquinos comerciantes genoveses de Gálata se declararan
neutrales pro decisión del jefe de la colonia, Angelo Lomellino, prefiriendo ceder
ante el sultán y mantener sus beneficios antes que glorificar a la madre de sus
negocios; a pesar de ello, muchos ciudadanos de Pera decidieron cruzar el Cuerno
de Oro y colaborar con Giustiniani desde antes del ataque, atraídos por la
personalidad del gran capitán.
Otros genoveses llegaron también a la ciudad para luchar por ella, como por
ejemplo los hermanos Paolo, Troilo y Antonio Bocchiardi que trajeron a sus
propios soldados equipados.
También acudieron en ayuda de los defensores más de doscientos arqueros que
llegaron con el cardenal Isidoro y el obispo Leonardo de Quíos.
Los principales elementos de la colonia veneciana en Constantinopla, comandados
por el jefe de la comunidad, Girolamo Minotto, se ofrecieron para dar ayuda
incondicional al emperador, y había entre ellos dos recién llegados, capitanes de
navíos, Gabriel Trevisano y Alviso Diedo, que participaron también de los
combates ayudando a los bizantinos.
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Peré Juliá organizó a los mejores elementos entre los catalanes que residían en la
ciudad a los cuales se les unieron varios marineros compatriotas, con lo cual
conformaron un fuerte grupo que defendió una porción de las murallas marítimas
del Mármara.
Un ingeniero llamado John Grant, posiblemente inglés o escocés, fue muy
importante en la defensa con su experiencia en el minado de las murallas.
El emperador Constantino XI contaba con la ayuda de varios miembros de la
familia Cantacuzeno, su primo Teófilo y varios nobles bizantinos entre los que se
encontraba el megaduque Lucas Notaras que lo apoyaron en todo momento, así
como un noble castellano, don Francisco de Toledo, que afirmaba ser sin ninguna
duda primo del emperador.
Por último un antiguo aspirante al trono de los otomanos recluido desde su
infancia en Constantinopla, el príncipe Orján, se ofreció para participar de la
defensa con una pequeña cantidad de soldados leales.
No llegaron refuerzos de Mistra o del resto del Peloponeso porque Mahomet II,
tratando de asegurarse la victoria por todos los medios a su alcance, había
mandado a Turachán de Tesalia a devastar la región, con lo que los hermanos del
emperador no pudieron ayudarlo, porque estaban luchando por sus propias vidas.
Esta medida que pudo tomar Mahomet durante el sitio demuestra la cantidad
enorme de recursos de los que podía disponer, recursos que antes pertenecían al
imperio de Bizancio, como ser el disponer de ejércitos de los países vasallos,
servios, búlgaros, albaneses, etc, que participaban de todas sus acciones bélicas, e
incluso gran número de esclavos de estas y otras regiones sometidas.
El comienzo de las acciones.
El 2 de Abril de 1.453 los primeros destacamentos
turcos llegaban cerca de la ciudad, que ya estaba
preparada, abastecida al máximo posible, protegido el
Cuerno de Oro con la famosa cadena que el genovés
Bartolomeo Soligo había colocado por orden del
emperador, destruidos los puentes sobre el foso que
bordea la ciudad, y con las murallas en perfecto estado,
ya que habían sido reconstruidas de la mejor manera
posible, e inspeccionadas por el mismo Giustiniani.
Al llegar los primeros turcos ese día se producen
algunos enfrentamientos porque el emperador ordena
varias salidas del ejército bizantino, pero cuando los
enemigos demostraron ser una cantidad inmensa, los
destacamentos volvieron a encerrarse dentro de las
murallas. El 5 de Abril llegan los cuerpos principales
del ejército turco, comandados por el mismísimo
sultán, que al día siguiente se ubica en su tienda de
campaña, cerca del río Lycus, a unos quinientos metros
de las murallas y protegida por los destacamentos
preferidos de Mahomet, los jenízaros.
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Los defensores no eran los suficientes para resguardar las murallas del exterior y
del interior, con lo cual el emperador ordenó a las tropas ubicarse protegiendo las
murallas exteriores, con muy pocos efectivos en las interiores, los que se
dedicaban a lanzar proyectiles defendiendo a sus compañeros.
Que la moral de los defensores era alta al comienzo de las acciones lo demuestra
el hecho de que algunos destacamentos de los defensores hayan seguido haciendo
varias salidas fuera del recinto de la ciudad para agredir a los turcos sorprendidos,
pero luego de que se demostró que semejante táctica no llevaba a nada por la
enorme superioridad numérica de los sitiadores y se hacía peligrosa por la pérdida
del elemento sorpresa se dejaron de hacer.
El 6 de Abril, según lo mandaba la ley islámica, Mahomet envía mediante sus
embajadores un ultimátum a Constantino, el que es rechazado de plano.
El 7 de Abril de 1453 comienzan las agresiones, con un bombardeo que Mahomet
II ordena efectuar ante la Quinta Puerta Militar, también mencionada a veces
como Pempton, y conocida popularmente como Puerta Militar de San Romano,
ubicada a poco menos de doscientos metros al norte del río Lycus (no confundir
con la Puerta Civil de San Romano, al sur del río <ver mapa>), conformando en la
llanura del mismo un sector de las defensas denominado Mesoteichion que era
considerado el punto mas débil en la muralla terrestre, porque no estaba sobre un
cerro o altura, sino sobre el plano valle del río, y en la cual estaban al principio
apostadas las principales tropas bizantinas, que recibieron el refuerzo inmediato
(al darse cuenta el emperador de que Mahomet había preferido el ataque por ese
sector) de los genoveses de Giustiniani que en principio ocupaban el sector del
Miriandron, casi llegando a las Baquernas, sobre la Puerta Carisia o de
Adrianópolis.
El 9 de Abril los barcos turcos comandados por Balta Oghe acometieron la
empresa de traspasar la gran cadena y extender la lucha al Cuerno de Oro, pero se
vieron rechazados por la flota que defendía la ciudad.
Tal vez ese mismo día el sultán dio la orden de derribar a cañonazos varias
fortificaciones exteriores a las murallas, y a todos los prisioneros los hizo empalar
delante de los defensores de la ciudad, para que vieran el castigo que les estaba
reservado; la indignación del emperador y sus tropas por este acto de barbarie no
hizo otra cosa que darle más fuerzas para proseguir la lucha.
El 12 de Abril comenzó el cañoneo de forma regular sobre las murallas y a partir
de allí ya no se detendría, provocando aquí y allá enormes boquetes en la muralla
exterior defendida por el ejército del emperador; por eso todas las noches los
ciudadanos bizantinos, mujeres y niños incluidos, salían por las puertas de la
muralla interior y cavaban la tierra entre las murallas, llenando con ella sacos y
grandes barriles de madera que colocaban hasta cubrir cada hueco para comenzar
al día siguiente con la muralla al menos en parte restablecida.
Ese mismo día una flota turca acababa de llegar del Mar Negro y Balta Oghe
decidió volver a intentar sobrepasar la cadena, pero nuevamente fue rechazado,
merced a que los barcos cristianos eran de mucho mayor envergadura y sus
tripulantes verdaderos expertos en estas cuestiones; pronto la presión
incontenible del joven e inexperto sultán haría un pésimo efecto sobre el valiente
líder de la flota turca.
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Posiciones de las flotas turca y veneciana, cadena extendida,
entrada al Cuerno de Oro y principales puertos de la ciudad.
Recién el 18 de Abril, luego de que Balta Oghe intentara un débil ataque con su
flota y fuera nuevamente rechazado, y poco antes de que se ponga el sol,
Mahomet ordenó a sus tropas un asalto en toda regla contra las murallas; los
cañonazos ya hacía varios días que habían destruido casi por completo las
murallas exteriores frente al Mesoteichion, y aunque los defensores ayudados por
la gente de la ciudad, mujeres, monjas, niños, habían levantado una verdadera
muralla de barriles y sacos de tierra, maderas y todo otro material que tuvieran a
mano, ese sector se presentaba como más débil que nunca; al son de los tambores
y las trompetas haciendo un monumental ruido para animar a los atacantes que
gritaban como enloquecidos, comenzó el combate; Giustiniani se defendió
encarnizadamente al mando de griegos y genoveses, mientras Constantino
inspeccionaba el resto de la muralla temiendo que hubiera ataques simultáneos en
otras posiciones; luego de varias horas de intenso combate y ya bien cerrada la
noche los turcos recibieron la llamada a retirarse, dejando cientos de muertos al
borde de las murallas; había sido una victoria enorme del ejército del
emperador.Recién el 18 de Abril, luego de que Balta Oghe intentara un débil
ataque con su flota y fuera nuevamente rechazado, y poco antes de que se ponga
el sol, Mahomet ordenó a sus tropas un asalto en toda regla contra las murallas;
los cañonazos ya hacía varios días que habían destruido casi por completo las
murallas exteriores frente al Mesoteichion, y aunque los defensores ayudados por
la gente de la ciudad, mujeres, monjas, niños, habían levantado una verdadera
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muralla de barriles y sacos de tierra, maderas y todo otro material que tuvieran a
mano, ese sector se presentaba como más débil que nunca; al son de los tambores
y las trompetas haciendo un monumental ruido para animar a los atacantes que
gritaban como enloquecidos, comenzó el combate; Giustiniani se defendió
encarnizadamente al mando de griegos y genoveses, mientras Constantino
inspeccionaba el resto de la muralla temiendo que hubiera ataques simultáneos en
otras posiciones; luego de varias horas de intenso combate y ya bien cerrada la
noche los turcos recibieron la llamada a retirarse, dejando cientos de muertos al
borde de las murallas; había sido una victoria enorme del ejército del emperador.
El 20 de Abril un buque imperial de transporte cargado de alimentos comandado
por Flatanelas llega a Constantinopla escoltado por tres navíos genoveses y luego
de varias horas de escaramuzas y a veces encarnizada lucha atravesaron el
bloqueo de las numerosas naves turcas, que eran sin embargo inferiores en
tamaño, y cruzaron hacia el Cuerno de Oro para poder descargar tranquilamente
sus provisiones; en medio de la lucha Balta Oghe hizo lo imposible para parar a los
enormes barcos que lo superaban en tamaño, pero a pesar de su arrojo y valentía
perdió muchos barcos y cientos de hombres en la batalla y no pudo conseguir su
objetivo, ante la atenta mirada de un enfurecido sultán que lo insultaba desde la
costa; los soldados del emperador y el pueblo entero de Constantinopla asomado a
las colinas de la ciudad veía la batalla como podía y pudo disfrutar de un triunfo
memorable; Balta Oghe, que había perdido la visión de un ojo en el combate, pudo
salvar su vida gracias a que sus compañeros de armas ponderaron su valor, pero
fue despojado de todos sus bienes y deshonrado por el injusto sultán, tomando su
lugar un preferido de Mahomet, Hamza Bey.
El 21 de Abril, sin embargo, sin que decaiga su ánimo, el sultán, que disponía de
enormes recursos, ordenó la construcción de un camino de madera de plataforma
rodante a espaldas del barrio genovés de Pera, entre el Bósforo y el Cuerno de Oro,
mientras sus cañones bombardeaban a la flota cristiana para que no se acercase.
El día 24 de Abril, sin dar respiro a los defensores de la ciudad, el incansable
Mahomet consigue uno de los triunfos más grandes del sitio, pasando los barcos
hacia el Cuerno de Oro mediante ese camino especial de madera de 12 Km de
extensión, construido vertiginosamente del lado de Pera por ingenieros italianos,
y que recorría por detrás de las murallas del barrio genovés de Gálata desde la
costa del Bósforo hasta la costa del Cuerno de Oro evitando de esta manera la
cadena en la que los bizantinos habían puesto grandes esperanzas, y provocando
una nueva caída de la moral de los defensores de la ciudad, ya que por esa vía se
trasladaron unos 70 navíos, que ahora eran más del doble que los defensores en
ese lugar, y atrapaban a estos entre dos fuegos.
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Camino construido por ingenieros italianos que facilitó el traslado
de los barcos de la flota turca hacia el Cuerno de Oro.
Esto obligaba a los infortunados defensores de la ciudad a cuidarse de varios
kilómetros más de la muralla marítima que daba al Cuerno de Oro, y a la flota
exigua que defendía dicha porción de mar a entreverarse con una flota tres veces
superior en número, aunque no en envergadura ni experiencia, y muy
especialmente a multiplicar las acciones, con lo que el cansancio se hizo pronto
mucho más evidente.
El golpe de efecto de esta acción fue desastroso para la moral de los defensores, el
emperador se hallaba angustiado por la falta de hombres y la necesidad de
proteger ahora tantos kilómetros de murallas que antes no era necesario
custodiar, lo que le restaría fuerzas para defender el punto que obsesivamente
Mahomet quería franquear: el Mesoteichion.
La nula colaboración de la colonia genovesa de Gálata también fue determinante
para que los turcos pudieran permanecer en el Cuerno de Oro, ya que de haberse
contado con sus formidables barcos que estaban anclados en su puerto este
importante brazo de mar no hubiera sido conquistado, y con su colaboración
seguramente el camino terrestre de los barcos difícilmente hubiera podido ser
construido; pero a esta altura la colonia solo pensaba en su salvación,
manteniendo una neutralidad sospechosa tanto para bizantinos como para los
turcos, convirtiéndose el lugar en un nido de espías de ambos bandos.
El 28 de Abril un plan de los venecianos propuesto por Giacomo Coco para
incendiar los barcos turcos fracasó estrepitosamente; los turcos, avisados del
plan, que se había demorado inexplicablemente cuatro días, destruyeron varias
embarcaciones cristianas, Coco murió en la batalla y los soldados otomanos
capturaron a varios marineros que fueron decapitados a la vista de los pobladores
de Constantinopla a manera de escarmiento; contagiados de la crueldad del
sultán, los bizantinos tomaron a varios cientos de turcos prisioneros y los
degollaron a la vista de los soldados enemigos; ya no habría vuelta atrás en la
escala de agresiones.
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Los cañones mientras tanto bombardeaban las murallas y las llenaban de huecos
que luego los fervientes protectores de la ciudad trataban de cubrir para evitar
que quedaran opciones de paso a los turcos hacia dentro, y esto ocurría todos los
días y a toda hora.
De igual forma se producían permanentes incendios por los bombardeos que sufría
la ciudad cuando Mahomet mandaba a sus cañones que sobrepasaran la muralla y
bombardearan el interior, y los defensores corrían allí donde se los necesitara para
sofocar cada uno de ellos, y despejar las calles de escombros.
Asimismo cobraron mayor importancia los zapadores del ejército invasor,
formados específicamente por serbios expertos en cavar minas, que horadaban
bajo las murallas intentando lograr hacer túneles que los comunicaran con el
interior, y que hasta dentro de unos días no serían descubiertos.
El fatídico mes de Mayo.
Ya en los primeros días de Mayo los allegados al emperador le indicaron que
debería huir de la ciudad, porque, afirmaban, seguramente sería más útil desde la
Morea contraatacando junto a sus hermanos y juntando fuerzas rebeldes en los
Balcanes, que encerrado entre estas murallas donde el peligro de la muerte lo
acechaba día a día, pero Constantino no quiso oír hablar de ello, resignándose a su
suerte junto a los pobladores de Constantinopla.
En esos días también el gran cañón de los turcos se hallaba dañado, por lo que el
bombardeo disminuyó un poco, y tampoco Mahomet trató de intentar un asalto
sin contar con el inestimable apoyo de su artillería completa, y es así que
Constantinopla vivió una semana sin demasiadas novedades.
El 3 de Mayo zarpó un barco imperial disfrazado con bandera turca para ver si
podía localizar a la escuadra que había sido pedida a los venecianos, y en la cual
se basaban las grandes esperanzas del soberano.
El 6 de mayo el gran cañón volvió a la actividad y con él un intenso bombardeo
que mejoraba incluso la efectividad día a día, y que ya se hacía insufrible para el
ejército de Constantino, que soportaba estoico al pie de las murallas.
El 7 de Mayo, al atardecer, los turcos volvieron a atacar las murallas en el sector
del Mesoteichion, fueron varias horas de violenta lucha en la cual se destacaron
los soldados bizantinos que abatieron a muchos turcos estando únicamente
defendidos por una arruinada muralla exterior y parapetos improvisados.
El 9 de Mayo los venecianos que comandaban la flota en el Cuerno de Oro, ante la
sombría perspectiva que les esperaba en ese brazo de mar, decidieron anclar su
flota y trasladar a sus marineros a defender el sector de murallas de las
Blaquernas, que había sufrido graves daños debido al cañoneo; esta decisión fue
muy mal tomada por la tripulación, pero se avinieron a obedecer.
El 12 de mayo por la tarde el sultán mandó a sus tropas a una feroz embestida
hacia el sector de las Blaquernas, pero fueron derrotados no sin dificultades.
El 13 de Mayo llega la tripulación de las naves venecianas a ocupar sus puestos en
las murallas de las Blaquernas y a reparar los daños, y esa misma noche los turcos
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vuelven a atacar, pero luego de encarnizados combates son rechazados
nuevamente, con lo cual el sultán comienza a darse cuenta de que en el único
lugar en el que tiene ciertas posibilidades es el Mesoteichion.
Sin embargo, la preocupación por tener dos sectores de murallas afectados
(Mesoteichion y Blaquernas) y por haber abandonado prácticamente la lucha en el
Cuerno de Oro hacía que el ánimo del emperador y de sus colaboradores se
ensombreciera cada vez más.
El 14 de Mayo Mahomet resuelve insistir en su posición y trasladar más baterías
de cañones al sector de las Blaquernas, decidido a debilitar cada vez más esa parte
de la muralla; los días 15 y 16 de Mayo el bombardeo a ese barrio fue infernal,
pero sin embargo el mismo sultán pudo comprobar que no había sido lo
suficientemente efectivo, con lo cual ahora decidió por fin llevar los cañones
frente al Mesoteichion; desde el 17 de mayo, entonces, el sector del Mesoteichion
recibe un terrible bombardeo prácticamente ininterrumpido, que causa averías
mucho más graves todavía y obliga a trabajar día y noche con más energía a las
partidas de ciudadanos que reparaban los deterioros de las murallas.
El 16 de Mayo la flota turca trató de superar la gran cadena sin poder lograrlo,
volviendo a sus ubicaciones anteriores.
El mismo día los bizantinos descubrieron que las murallas de Blaquernas, a la
altura de la puerta Caligaria, estaban siendo minadas por los zapadores serbios
expertos en hacer excavaciones al servicio del sultán.
Un notable de la ciudad, el megaduque Lucas Notaras, que ya había actuado
sabiamente defendiendo las murallas marítimas y colaborando con la flota
veneciana en los primeros días del sitio, pidió la colaboración del ingeniero John
Grant, el cual se ocupó de dirigir la contramina y voló el túnel de los serbios con
todos adentro; siguieron Notaras y Grant en los días siguientes destruyendo las
minas de los serbios, a veces las inundaban, a veces las quemaban, las volaban e
incluso las llenaban de humo para hacer huir al enemigo.
El 18 de mayo una torre móvil de madera fue levantada por los turcos por sobre
las murallas del Mesoteichion; esa verdadera fortificación sobre ruedas, que estaba
recubierta de pieles y provista de escalas, tenía la misión de defender a los
soldados que trataban de llenar el foso de tierra y escombros; sin dudas el plan era
lograr aplanar un terraplén sobre la fosa para trasladar la torre hacia las murallas
y facilitar el asalto; sin embargo, esa noche los bizantinos enviaron un
contingente que consiguió trasladar barriles de pólvora hacia la torre y hacerla
explotar; idéntica suerte corrieron otras torres construidas por los otomanos en
distintos lugares de las murallas.
El 21 de Mayo nuevamente la flota de Hamza Bey trató de doblegar a la gran
cadena, pero esta vez fue un movimiento espectacular al son de las trompetas y
los tambores, y con la participación de una enorme cantidad de barcos que
recorrieron la cadena de un lado a otro; la ciudad estaba realmente alarmada, pero
nuevamente los barcos, luego de ver que no podían ingresar al Cuerno de Oro, se
desalentaron y volvieron a sus puestos originales; con este hecho podemos darnos
cuenta de la enorme arbitrariedad cometida por el sultán contra su almirante
Balta Oghe, ya que después de su destitución la flota otomana tuvo un pobre papel
en la lucha.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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El 23 de Mayo los mineros de Notaras y Grant capturaron a muchos zapadores que
intentaban hacer progresar una mina en el sector de las Blaquernas, y entre ellos
se hallaba un oficial otomano que luego de sufrir varias torturas confesó todos y
cada uno de los lugares donde estaban trabajando bajo las murallas; los bizantinos
desarticularon todos esos lugares; algunos realmente peligrosos se ocultaban bajo
las torretas armadas por los soldados otomanos para asaltar las murallas; fue una
enorme victoria de los bizantinos, que eliminaban la constante preocupación por
esta forma de ataque.
También ese 23 de Mayo Constantino recibió una embajada de Mahomet II
comandada por Ismail, príncipe de Sinope; se les perdonaría la vida a todos si se
rendían, pero el emperador se negó a negociar la ciudad, aunque ante la
insistencia de Ismail, que tenía amigos entre los griegos y les recomendaba de
buena fe su rendición, envió a su vez a un ignoto personaje para negociar con el
sultán; era muy probable que esta persona no volviera con vida, conociendo a
Mahomet, pero sin embargo fue bien tratado y volvió con la propuesta de una paz
comprada en la suma anual de cien mil besantes, algo que era absolutamente
imposible de cumplir por parte del emperador, el cual sin pensarlo dos veces
respondió en estos términos: "El hecho de darte la ciudad no me compete ni a mí
ni a ninguno de sus habitantes; pues todos vamos a morir por una decisión
común, por nuestra propia voluntad, y no escatimaremos nuestras vidas"
Ese mismo día llegó el barco imperial que había zarpado para localizar a la
supuesta escuadra veneciana de rescate volvía atravesando la cadena que se abrió
para dejarlo pasar; traía muy malas noticias: ninguna flota veneciana había sido
avistada en ninguno de los muchos lugares en los que habían estado; dicen que
volvieron para servir al emperador hasta la muerte, y que éste se echó a llorar
visiblemente emocionado por este hermoso gesto y por la enorme decepción que
le producía la falta de comprensión de las potencias occidentales.
El 24 de Mayo corrió la voz por toda la ciudad sobre la segura falta de refuerzos de
occidente; ahora todos sabían que estaban solos en la lucha y que dependían
únicamente de sus propias fuerzas, que ya estaban al límite del agotamiento total;
se multiplicaron las procesiones aún bajo el granizo de las tormentas que azotaron
ese día, y la Fe se mantuvo lo más alto que se pudo teniendo en cuenta el difícil
momento que se vivía.
Los bizantinos recordaron con terror la antigua profecía que aseguraba que la
ciudad jamás caería mientras la luna, el símbolo de la antigua Bizancio, estuviera
en cuarto creciente; en este fatídico día en el cual todos se acababan de enterar
de la segura falta de ayuda se producía el plenilunio, y al día siguiente comenzaría
el cuarto menguante: cuando los ánimos están bajo circunstancias tan
conmovedoras, estas predicciones son especialmente recordadas; por este
presagio y por las concluyentes noticias del día muchos soldados sabían que
estaban viviendo las últimas horas de su imperio.
El 25 de Mayo hubo en el cielo un extraño resplandor, seguido de extrañas
luminosidades, lo que conmovió profundamente los espíritus de los griegos y de
los turcos: todos interpretaron como una mala señal o un aviso extraordinario ese
prodigio que se producía en tan dramático momento, y tanto el emperador como
el sultán se preocuparon por interpretar esa señal como algo favorable, lo que
seguramente Constantino no pudo lograr pese a su enorme deseo de hacerlo.
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Los notables más cercanos al emperador le rogaron nuevamente que tratara de
marcharse y que iniciara una revuelta desde afuera de la ciudad, pero fue
imposible persuadirlo, porque Constantino ya había aceptado su destino y sabía
que lucharía hasta la muerte dentro de esas murallas, y probablemente muy
dentro de su alma tuviera todavía la esperanza de que Cristo y la Virgen acudieran
en su auxilio a último momento.
La situación en esos días era de desasosiego, ansiedad y preocupación en los dos
bandos: los bizantinos no podían creer que hubiesen aguantado tanto, estaban
exhaustos, sus murallas se venían abajo en varios puntos, estaban solos,
abandonados por occidente, y se encomendaban a Cristo y la Virgen; asimismo la
antigua profecía de la luna en el cuarto menguante les ensombrecía el ánimo aún
más; los otomanos estaban desilusionados, no podían creer que pese a sus
esfuerzos no hubieran podido hasta ahora hacer entrar un solo soldado en la
ciudad, la flota no les daba satisfacciones, sus zapadores eran descubiertos y
muertos en todos lados, las enormes torres de madera eran incendiadas, no
podían construir caminos o puentes sobre el foso, y cada asalto había sido
rechazado invariablemente; la única satisfacción de los turcos habían sido sus
cañones, que habían debilitado bastante a las murallas, especialmente en el sector
del Mesoteichion, el cual era ahora la única esperanza posible para Mahomet.
El 26 de Mayo Mahomet llamó a su plana mayor; su ánimo no era el mejor; sin
embargo, salvo el visir Chalil, que en general había sido un partidario de dejar
tranquilos a los griegos, todos sus oficiales y estrategas lo alentaron para que siga
con el sitio, hasta que, conmovido, Mahomet ordenó que se iniciasen los
preparativos para un asalto para el cual movilizaría a todas sus fuerzas.
El ataque final.
El 28 de Mayo los bizantinos ya estaban informados de que en la madrugada del
día 29 Mahomet II lanzaría un violento ataque contra la ciudad, uno de esos
asaltos despiadados y decididos que estaban destinados a vencer o morir en el
intento, y cundió el pánico en los defensores, hubo llantos en el Palacio, lamentos
que expresaban la intuición de estar viviendo la verdadera última hora de la
ciudad cristiana, lágrimas de tristeza y de dolor por lo que podría significar el día
de mañana, lloros por la posible muerte del cristianismo y del helenismo en su
propio reducto más preciado.
Los defensores participaron de los oficios en Santa Sofía junto con todos los
pobladores, griegos y latinos, concientes de que podía esa ser la última misa que
escucharan en ese tan apreciado sitio para los cristianos, y por un día sus
divergencias fueron dejadas de lado.
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Plano de las murallas a la altura del Mesoteichion, en el valle del río Lycos,
ubicación de la Kerkoporta y la puerta militar de San Romano, donde se hallaba
el emperador, y mas al norte el sector del barrio de las Blaquernas. Ubicación de
las tropas en las Blaquernas al mando de los hermanos Bocchiardi y de las
tropas de Minotto encargado del palacio (de azul). Principales líneas de ataque
de los turcos y tienda del sultán, ubicación de los jenízaros (tercer ataque), los
irregulares (Bashi Bazuks, primer ataque) y las tropas de Karadya Bajá con
europeos (que atacaban las murallas de Blaqquernas. Mas al sur estaban
ubicados los anatolios que lanzaron el segundo ataque.
El 29 de Mayo, aparentemente mucho antes de que despuntara el sol, Mahomet
lanzó su primer ataque a las murallas de la ciudad con miles y miles de soldados
provenientes de distintos países, serbios, búlgaros, italianos, alemanes, también
turcos irregulares, los que formaban un ejército muy colorido y poco uniforme de
mercenarios que luchaban solamente por la paga y su parte en el saqueo, que eran
en general inconstantes y se desanimaban cuando no conseguían rápidamente el
objetivo, como todos los combatientes a sueldo; hostigados por los mismos
jenízaros, que no los dejaban escapar, se abalanzaron con todas sus fuerzas en
varios puntos de las murallas, pero muy especialmente en el sector arruinado del
Mesoteichion, y permanentemente intentaron pasar por sobre los soldados de la
ciudad; los defensores, enormemente cansados, algunos mal heridos o lastimados,
no escatimaron esfuerzos y rechazaron a los turcos, aunque con enormes
dificultades, pero finalmente se impusieron ante una fuerza muy desorganizada, y
produjeron cientos de bajas en el enemigo.
Probablemente poco le habrá importado a Mahomet este traspié, ya que su idea
era cansar a los defensores de la Puerta Militar de San Romano, y desgastarlos
progresivamente, evitando que reciban refuerzos atacando en todos los demás
puntos, tanto en la muralla de la costa como en la terrestre.
A los pocos minutos, sin dar descanso a los defensores, el sultán lanzó un segundo
asalto, aterrador por su inusitada violencia y por la cantidad de soldados que
participaban, esta vez procedentes del temible cuerpo de ejército de los anatolios,
soldados regulares turcos de religión islámica que deseaban ser los primeros en
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entrar en la ciudad; disciplinadamente se lanzaron al ataque, pero aunque eran
muchos y estaban muy bien armados fueron contenidos una y otra vez,
permanentemente rechazados por los valientes defensores que aún cansados
seguían peleando bravamente; el avance de los anatolios fue finalmente contenido
apenas un poco antes del amanecer, pero en el momento en que se disponían a
retirarse un terrible cañonazo les abrió un enorme boquete que los reanimó a
tratar de entrar, aunque finamente los bizantinos acabaron con las vidas de todos
los soldados temerarios que entraron por ahí, dando por terminado este segundo
ataque; a pesar de la victoria, los defensores de la ciudad se vieron en una
situación cada vez más comprometida porque habían perdido varios hombres y
cada hombre que resguardaba la metrópoli valía por quince soldados turcos,
habida cuenta de la diferencia numérica de los dos ejércitos.
Cansados y hastiados de pelear, los protectores de la ciudad sin embargo no
bajaron los brazos en ningún momento, y cada vez que era necesario trataban de
reparar los enormes huecos que la artillería turca provocaba en las murallas,
multiplicándose en el esfuerzo.
Sin embargo, en el día mas largo de la Historia para los bizantinos, había tiempo
todavía para un embate más; los defensores solamente debían contener este
ataque sin medir sus esfuerzos y la moral turca iba a desmoronarse tal vez para
siempre.
Pero Mahomet II, a pesar de su gran desilusión al ser rechazados sus apreciados
anatolios tenía una carta reservada para este último instante, y como buen
estratega que era la utilizó en el momento justo, para evitar que los defensores
tuvieran siquiera una oportunidad de vencer: eran los jenízaros, ese cuerpo de
élite que los sultanes fueron formando a través de varias generaciones con niños
cristianos que arrebataban a sus padres en los territorios conquistados y a los que
daban especial formación militar educándolos en el Islam... ironía del destino iba
a ser la conquista de la ciudad cristiana por parte de sus propios hijos reformados.
Los jenízaros, que estaban descansados, excelentemente entrenados y muy bien
pertrechados, pronto marcaron la diferencia, en un asalto feroz por la violencia y
la audacia de los atacantes.
No es difícil imaginarlos avanzar a paso redoblado, codo a codo, con decisión y
coraje, a pesar de los proyectiles que los hacían caer uno a uno, siendo
inmediatamente reemplazados los heridos con otro integrante que tomaba su
lugar; avanzaron sin desesperación, ordenados, confiados en su victoria final, y
ese orden y confianza los hicieron llegar pronto al enfrentamiento cuerpo a
cuerpo con los bizantinos y los genoveses de la Quinta Puerta Militar, donde la
moral de los defensores todavía estaba muy alta a pesar del cansancio, y donde se
producían encarnizadas batallas singulares.
Pronto los defensores se vieron comprometidos seriamente, aunque lucharon
hombre a hombre y aunque tiraron escala tras escala al suelo, estas volvían a
levantarse, cada jenízaro que derribaban y moría o era malherido era reemplazado
en seguida por otro de similares características y esto ya estaba fastidiando a los
cansados soldados de las murallas, y en cierto momento el terror invadió a todos
ellos: Giovanni Giustiniani, el valiente defensor genovés, el que daba las órdenes
claras y precisas para la defensa, fue herido por un jenízaro.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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No se sabe a ciencia cierta cómo fue herido Giustiniani, pero sí se sabe que estaba
grave y que inmediatamente ordenó a sus más cercanos colaboradores que lo
trasladaran para ser atendido.
Constantino, avisado inmediatamente del hecho, fue hacia él y lo quiso convencer
de no alejarse del lugar, le habló de la importancia de mantenerse como sea en el
campo de batalla, pero el genovés habría intuido la gravedad del asunto y
lamentablemente se mantuvo firme en su deseo de retirarse para ser atendido.
Cuando el resto de los soldados genoveses vieron que se llevaban a su capitán
pasó lo que era de esperar: se desmoralizaron y desertaron de sus puestos en la
muralla siguiendo el camino de su capitán, justo en el preciso momento en que
arreciaban las fuerzas de los jenízaros en el lugar.
Sin la mayoría de los soldados genoveses, solamente los bizantinos quedaron para
combatir a un enemigo peligroso, pero aún así lo estaban haciendo valientemente,
aunque a costa de ingentes esfuerzos.
Probablemente en ese instante, cuando ya había amanecido, los soldados todos,
griegos y turcos, en medio del fragor del combate, vieron ondear la bandera de la
media luna en una de las torres en el sector de las Blaquernas.
Los gritos de los turcos eran de victoria, y muchos griegos probablemente ya
pensaban tal vez en cómo escapar de aquel infierno para proteger a sus familias.
Constantino, seguramente luego de alentar a sus soldados y prometer su vuelta,
montó a caballo inmediatamente y fue a todo galope junto a su primo Teófilo,
Juan Dálmata y Francisco de Toledo en compañía seguramente de unos cuantos
soldados fieles hacia ese sector a ver qué estaba pasando, ya que eso podía
significar el principio del fin.
La importancia de una pequeña puerta.
Había una estrecha abertura en el lado norte de la muralla terrestre de la ciudad,
una simple entrada pequeña ubicada en el barrio de las Blaquernas, una poterna
antigua que se había utilizado durante muchos años como puerta de escape de
emergencia, y que durante mucho tiempo permaneció tapiada, aparentemente
porque un adivino hacía varios siglos pronosticó que por allí entrarían quienes
tomarían definitivamente la ciudad.
Por esa puerta cercana al palacio de Blaquernas, que una vez "descubierta" por los
defensores fue abierta, los griegos lanzaron algunos sorpresivos ataques hacia el
exterior, pero luego desistieron de volver a hacerlo porque los turcos eran
innumerables y esos ataques ya no surtían efecto una vez que se perdió el efecto
sorpresa.
Pasaron varios días durante los cuales la Kerkoporta no fue usada por los
bizantinos y estando en pleno ataque los jenízaros, cuando los turcos arreciaban
en esa mortífera oleada del tercer asalto del 29 de Mayo de 1453, probablemente
detrás de los grupos de soldados griegos que habrían efectuado una salida
sorpresiva entraron varios soldados otomanos.
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El contingente pequeño de turcos que habría entrado a la ciudad parece haberse
dirigido hacia la torre más cercana y haber izado en ella la bandera turca, para
desconcierto total de los defensores de la Puerta Militar de San Romano, donde se
encontraba luchando el emperador, que veían el triste espectáculo de su bandera
retirada y reemplazada por la medialuna del Islam, y para satisfacción de los
turcos que todavía luchaban fuera de la ciudad por entrar.
No se sabe si el emperador con sus soldados dio fin a la permanencia del enemigo
en ese sector o si ya la situación estaba controlada cuando llegó por los soldados
venecianos y griegos comandados por los hermanos Bocchiardi (encargados de ese
tramo de la muralla); debe haber sido así, de otra forma no se explica que hubiera
regresado presurosamente al Mesoteichion, sector al que había abandonado en un
mal momento pero por un motivo fundamental, habiendo encontrado al volver el
lamentable espectáculo de sus soldados masacrados en el sector entre muros y a
los jenízaros dueños de la situación.
Cualquier defensor de la ciudad que hubiese visto la bandera de la media luna
sobre las torres más cercanas al palacio del emperador y mucho más sin la
presencia de éste y de sus lugartenientes, habría pensando que ya era inútil su
tarea, para comenzar la huída dejando el camino libre al ejército sitiador así en
medio de su desordenada retirada quedaron expuestos ante la arremetida de los
jenízaros.
Es muy probable que los mismos soldados del sector entre muros hayan abierto
algunas de las puertas menores de la muralla interior para salvarse de la masacre
de la que estaban siendo víctimas, y que por allí grandes oleadas del ejército turco
hayan entrado definitivamente a la ciudad.
Cuando llega Constantino al Mesoteichion, junto a su primo Teófilo, el español
Francisco de Toledo y Juan Dálmata, y ven el espantoso espectáculo de la derrota
inminente, se ponen de pie e inician la última carga de los romanos, una carga
que los lleva a la muerte y a la inmortalidad al mismo tiempo...
Los combates dentro de la ciudad.
Los combates en las calles fueron efectuados barrio a barrio, algunos ofrecieron
gran resistencia pero otros no por la falta de hombres y armas, que estaban
concentrados en las murallas; hubo gran confusión y muchos huían desesperados,
por lo que el ejército turco ocupó la ciudad rápidamente, abriendo puerta tras
puerta en las murallas para que más y más turcos penetraran en la ciudad y
solamente unos pocos habitantes de Constantinopla, especialmente los italianos
que sabían bien donde estaban los barcos de sus compatriotas lograron salvarse
huyendo en las naves venecianas.
Murieron muchos valientes soldados atrapados entre dos fuegos, muchos
intentaron huir y no pudieron, otros fueron capturados y muertos al instante,
otros tuvieron la "suerte" de ser capturados, pero sus vidas fueron un infierno
hasta que pudieron comprar su libertad o huir definitivamente.
La mayoría de los combatientes extranjeros, venecianos, genoveses, catalanes,
fueron ejecutados al instante, mientras que los griegos más notables fueron
perdonados al principio.
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De todas maneras en pocas horas los turcos ya eran dueños de la situación en la
nueva ciudad, ahora bajo el dominio otomano.
Se había consumado uno de los hechos históricos más trascendentales de la
humanidad, uno de esos sucesos que no tienen parangón en la historia, por la
importancia que tiene en sí mismo y por las consecuencias que acarrearía para el
futuro del mundo, uno de esos actos principales que solo se dan en muy rara
ocasión, y que ahora ante la aterrorizada mirada de la cristiandad toda se hacía
realidad, el inmenso triunfo del Islam turco sobre el cristianismo ortodoxo, y la
desaparición definitiva de una civilización única, memorable, romana, helénica y
cristiana, que ya no volvería a resurgir nunca más.
La toma de posesión y el saqueo.
Bien entrada la tarde entró en la ciudad Mahomet II, que, previo haber expresado
su deseo y dado la orden de que los edificios y las murallas no sean tocados,
anunció el comienzo al saqueo que había prometido como premio a los soldados
en caso de vencer.
No puede atribuirse sin embargo a este saqueo la desaparición de todas las
riquezas de Constantinopla, ya que la ciudad, como dije anteriormente, ya estaba
en condiciones ruinosas, pero sí podemos decir que el mismo contribuyó a borrar
aún más la memoria de todo un pueblo que en ese momento estaba
desapareciendo como Estado libre.
Comparando la desolación en que los latinos habían dejado la ciudad en 1261, con
el saqueo de los turcos, consecuencia directa de la depredación occidental, se
puede decir que cuando los turcos hicieron pie en la ciudad ya no quedaba
demasiado para destruir o robar, porque lo más preciado que tenía
Constantinopla, sus Iglesias, sus Monasterios, sus Palacios, sus joyas, libros,
bibliotecas, obras de arte y todo lo demás ya había sido robado o destruido por los
aventureros extranjeros de la cuarta cruzada.
Por lo tanto, la toma de Constantinopla significó mas que nada un cambio radical
en cuanto a la cultura, la sociedad y las costumbres que regían en la ciudad, que
una pérdida de valores materiales que en realidad ya se habían perdido luego de
1204.
Sí quedaban, sin embargo, decenas de miles de vidas inocentes que sufrieron las
consecuencias del saqueo, pereciendo bajo las armas turcas o siendo vendidos
como esclavos, o soportando las conocidas agresiones usuales en este tipo de
circunstancias, como violaciones, torturas y demás vejaciones.
Finalmente, la conversión de Santa Sofía, la mas preciada joya de la cristiandad,
en mezquita, la adquisición de los terrenos de la ciudad por los turcos, y la
forzada inmigración de los habitantes de los territorios conquistados que
repoblaron la ciudad, que pasó a convertirse en la capital del imperio otomano, o
sea de un mundo completamente diferente.
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La suerte del último emperador.
Constantino estaba luchando valerosamente, se había desprendido de las insignias
imperiales y continuaba combatiendo como un soldado común, pero el aliento les
faltaba a los soldados que defendían la ciudad: sin la ayuda de los soldados
genoveses que habían corrido detrás de Giustiniani, el esfuerzo era absolutamente
agotador.
Los jenízaros que habían penetrado por la muralla a la altura de la puerta de San
Román gracias al efecto desmoralizador conseguido por el pequeño grupo que
entró por la Kerkoporta e izó la bandera en una de las torres cercanas al palacio
de Blaquernas, lograron masacrar a los bizantinos atrapados en el sector entre
muros , y entonces se vio el último y titánico esfuerzo del emperador tratando de
evitar lo inevitable, pues ya la toma de la ciudad se había hecho irremediable, los
defensores eran cada vez menos y los soldados otomanos entraban ya por cientos
por las puertas de la muralla interior; Constantino murió como un héroe haciendo
honor a sus títulos, haciendo honor al prestigio de un imperio que no por haber
caído había sido menos grande.
Sin embargo nadie ha podido saber a ciencia cierta cómo murió Constantino, ni
dar noticia del verdadero paradero del cuerpo del emperador muerto, con lo cual
un halo de oscuro misterio se cierne sobre esta triste historia.
La historia nos cuenta que se sacó las insignias y peleó como un soldado más, algo
que nunca ha sido probado de todas maneras.
Dicen que Mahomet preguntó por Constantino, y que se alivió cuando lo dieron
por muerto; dicen que el cuerpo de alguno de sus oficiales fue confundido con el
del emperador, dicen que enterraron ese cuerpo, y que esa tumba fue venerada
por mucho tiempo, dicen...
Es posible que con la muerte de Constantino XI estemos ante la presencia del
nacimiento de un nuevo mito, el mito romántico de un luchador inigualable, algo
que fue creciendo ante la necesidad del pueblo griego de creer nuevamente en sus
héroes, cuando luchaban por sobreponerse del yugo turco.
Aún sin este mítico final, Constantino XI ha sido un hombre admirable, luchador
incansable, que se constituyó en un más que meritorio adversario, contando solo
con fuerzas exiguas, del mejor pertrechado de los ejércitos de la época, y es esa
enorme dimensión que alcanza como hombre y como soldado lo que lo hace una
persona descollante dentro de la inmensa historia de la humanidad.
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Sin embargo, si hay que destacar algo del emperador, es su decisión de no huir de
Constantinopla, de esperar a su adversario y seguir el juego hasta el final, con
pocas probabilidades de vencer; esto puede significar dos cosas: la Fe
impresionante de este hombre en Dios, que lo haría ser optimista hasta el final, o
la entereza de un carácter enormemente decidido a llegar hasta las últimas
consecuencias para defender lo que es suyo; tal vez las dos cosas fueran ciertas.
Las consecuencias de la caída para el mundo europeo y cristiano.
"La ruina de Constantinopla, tan funesta como previsible, constituyó una gran
victoria para los turcos, pero también el final de Grecia y la deshonra de los
latinos. Por ella, la fe católica fue atacada, la religión confundida, el nombre de
Cristo insultado y envilecido. De los dos ojos de la cristiandad, uno quedó ciego;
de sus dos manos, una fue cortada. Con las bibliotecas quemadas y los libros
destruidos, la doctrina y la ciencia de los griegos, sin las que nadie se podría
considerar sabio, se desvaneció." Juan Dlugosz, historiador de la época.
En un principio, el día después de la toma de
Constantinopla por parte de los turcos constituyó el
comienzo de una nueva era para todo el mundo
conocido.
El helenismo, que desde hacía más de dos mil años
brillaba en Europa, con luz propia primero en Grecia,
luego en Roma y finalmente en Bizancio que es lo
mismo que Roma, se vio sometido definitivamente y
estuvo oculto en la Europa oriental durante más de
cuatrocientos años.
Acceso al Nartex de Santa
Sofía.
El cristianismo ortodoxo, por el contrario, conservó ciertos privilegios, mantuvo
intactas las costumbres religiosas bizantinas y se constituyó en el estandarte del
helenismo, constituyendo una importante fuerza aglutinante que alivió la carga
que el pueblo griego llevaba sobre él bajo el mandato turco, inclusive fue
importante para las naciones de raíz eslava que habían nacido bajo la gran
influencia de Bizancio, como ser Bulgaria y Servia, que fueron formando desde la
ortodoxia su propia identidad, garantía de su libertad en el futuro.
Finalmente, el imperio romano había caído de forma definitiva, ya no podría
nunca más renacer de sus cenizas, porque éstas habían sido esparcidas por los
aires, desintegrándose para siempre.
Mientras tanto, la ciencia de los griegos, esa que determinaba el saber del ser
humano y hacía la diferencia con los demás pueblos, estaba siendo descubierta
por los occidentales, en gran parte gracias a los sabios bizantinos que huían de los
Balcanes desde hacía más de un siglo, despojados por los turcos, y que esparcían
sus conocimientos junto con los sabios escritos de los filósofos por toda Italia y
desde allí a los demás países.
Efectivamente la cristiandad quedó para siempre dividida a partir de entonces,
con una parte, la occidental, libre para establecer sus modos de vida, para generar
ese maravilloso renacimiento, para crear sus propias costumbres y hacer nacer a
las naciones que hoy son las más avanzadas en el mundo, mientras que la otra, la
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oriental, estaba cada vez más bajo el dominio turco, servía al imperio otomano, y
solamente existía bajo su autoridad.
Por otra parte, occidente tuvo que aprender a vivir consigo mismo para poder
hacer frente al creciente peligro turco, por lo tanto la relación entre los distintos
estados occidentales se fue haciendo más armoniosa y toda Europa consiguió un
mayor equilibrio, necesario para vencer en una guerra permanente y sin la
presencia tranquilizadora del "cismático" imperio bizantino, el cual había logrado
mucho antes ese mismo equilibrio para luchar contra el infiel con éxito por más
de mil años.
Europa debió esforzarse durante más de dos siglos hasta poder doblegar al imperio
otomano, y eso sólo fue un factor que hizo que los estados occidentales
evolucionaran lo suficiente y maduraran como para contrarrestar el gran peligro
turco.
La Quinta Puerta Militar, Puerta Militar de San Romano
o Puerta del Pempton, testigo de lo mas encarnizado de la batalla.
Qué perdió el mundo cuando cayó La Ciudad.
"Nuestra raza y nuestra lengua, ¿no nos hacen compatriotas y herederos de los
antiguos helenos?" Teodoro Metoquites.
El mundo entero se convulsionó al saber de la noticia, y muchas fueron las
consecuencias de la toma de Constantinopla por los turcos, pero el hecho
principal que se produjo fue que ya no habría nunca más una ciudad cristiana a
caballo de dos continentes, nunca más los viajeros cristianos pudieron hacer sus
peregrinaciones para conocer a la ciudad y a sus hermosas iglesias, nunca más
habría una ciudad cosmopolita donde las culturas occidentales y orientales
hicieran su conocimiento unas de otras, nunca más habría una ciudad tan abierta
a la influencia cultural de dos mundos tan distantes, que en ella se acercaban
tanto como podían y se influían mutuamente.
A partir de ese momento se perdió una ciudad que, si bien era una sombra de lo
que había sido, representaba la posible convivencia de esos dos mundos, que a
partir de allí no volvieron a acercarse jamás, muy a pesar de los tratados
comerciales que hacían por puro y vil interés las Repúblicas italianas con los
turcos.
Y mucho más que eso, se perdió una verdadera raza de hombres que solían
interpretar el mundo como un lugar donde todos tenían un espacio y una
ubicación, un lugar donde los emperadores solían imponer su ley hasta en lugares
extremadamente lejanos, donde se creaba un arte sin igual, un sitio desde donde
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se irradiaba hacia todo el mundo una cultura, un saber, una forma de vida que
sirvió indiscutiblemente de base al mundo moderno.
Se perdió el Centro del Mundo, se perdió esa vitalidad de un pueblo que no
perdonaba a los malos gobernantes, se perdió una clase de gente que hacía de la
cultura su centro, del conocimiento una base para su cultura, y de la lucha el
sostén de ese conocimiento.
Se perdió una civilización que había nacido para propagar el conocimiento
cristiano y para contener el avance musulmán, una clase de personas que luchaba
todo el tiempo para mantener sus creencias y extenderlas hacia todo el mundo
conocido mientras trataba de que no la exterminaran los bárbaros.
Se perdió una civilización que sin distinguir entre etnias o idiomas consiguió ser
la primera y la más valiosa durante toda su existencia en la lucha contra el infiel,
y esto a pesar de la incomprensión de occidente.
Finalmente, con la pérdida de Constantinopla la civilización occidental se quedó
sin la ciudad que la creó, haciendo una incomparable fusión de lo romano, lo
helénico y lo cristiano que aún hoy pervive en todo país que se crea civilizado y
occidental, o sea que se perdió la madre de la identidad del mundo moderno.
Rolando Castillo. Setiembre 2003
Bibliografía primaria.
La bibliografía esencial en la cual se basan la mayoría
historiadores está constituida por las Crónicas de tres
contemporáneos a los hechos de 1453, otras crónicas
escribieron más tardíamente, una crónica eslava, el diario
escritos de un arzobispo, los cuales son:
de los relatos de los
historiadores griegos
de historiadores que
de un veneciano y los
Miguel Ducas. Historia Turco Bizantina. Abarcaba desde 1341 hasta 1462. Suele
ensalzar a Giovanni Giustiniani Longo sin desmerecer al emperador.
Jorge Frantzés. Cronicón Minus. Periodo 1413-1477. Historiador y amigo íntimo
del emperador Constantino XI Dragases. Por supuesto, realza la figura del último
emperador romano.
Kritoboulo. Historia. 1451-1467. Historiador de Mahomet II. Aunque griego, su
historia es favorable al sultán, pero sin desmerecer a los bizantinos.
Calcocondilas. Escribió su Historia casi treinta años después de los hechos.
Nicola Barbaro. Diario. Un veneciano que escribe cronológicamente los hechos del
sitio.
Leonardo de Chíos. Arzobispo de Lesbos. Escrito en el cual difama a los griegos y a
Giustiniani.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Crónica Eslava. Autor desconocido. El diario de una persona que vivió los hechos
de cerca.
Bibliografía moderna utilizada en este trabajo.
Para la historia de Bizancio en general:
Historia del Imperio Bizantino. Alexander Vasiliev. Editorial Iberia. 1945.
Barcelona.
Historia del Estado Bizantino. Georg Ostrogorsky. Akal Universitaria. Traducción
Javier Facci. 1984. Madrid.
Bizancio y el Mundo Ortodoxo. Alain Ducelier, Michel Kaplan, Jadran Ferluga,
Jean Pierre Arrignon, Antonio Carile, Catherine Asdracha, Michel Balard,
Biblioteca Mondadori. Traducción Pedro Bádenas de la Peña. 1992. Madrid.
Breve Historia de Bizancio. John Julius Norwich. Cátedra. Traducción de Carmen
Martinez Gimeno. 2000. Madrid.
Bizancio. Franz Georg Maier con Hermann Beckedorf, Hans Joachim Hartel,
Winfried Hecht, Judith Herrin y Donald Nicol. Traducción de María Nolla, M. Del
Carmen Palacios y Javier Faci. 1974. Madrid.
Bizancio, Grandeza y Decadencia. Charles Diehl. 1954. Extraído de La Decadencia
Económica de los Imperios. Alianza Editorial. 1999. Traducción de Blanca Paredes
Larrucea. Madrid.
Historia de Bizancio. Eveline Patlagean, Alain Ducelier, C. Asdracha, R, Mantran.
Traducción de Rafael Santamaría y Manuel Sánchez. 2001. Barcelona.
Bizancio. Perfiles de un Imperio. Antonio Bravo. Ediciones Akal. 1997. Madrid.
Bizancio. Auguste Bailly. Traducción Luciano Martín y M. Del Carmen Salgado.
Colección Historia. 1943. Barcelona.
Historia de Bizancio. Paul Lemerle. Traducción de Pedro Voltes. Colección Surco.
1956. Barcelona.
Historia del Imperio Bizantino. Karl Roth. 1925. Editorial Labor. Barcelona.
Breve Historia de Bizancio. Warren Treadgold. Traducción de Magdalena Palmer.
2001. Paidós. Barcelona.
Miscelánea Medieval. Judith Herrin. Linda y Michael Falter. Emmanuel Le Roy
Ladurie. Traducción: Gea, Técnicos en Edición, Madrid. 2000. Grijalbo. Barcelona.
La Civilización Bizantina. Steven Runciman. Traducción de J. Dorta. 1942.
Ediciones Pegaso. Madrid.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Historia de las Cruzadas. Steven Runciman. Tomo III. Traducción de Germán
Bleiberg. 1999. Alianza Editorial. Madrid.
Introducción al Mundo Bizantino. Javier Faci Lacasta. 1996. Editorial Síntesis.
Para el relato de la crónica de la caída, además de los libros precedentes utilicé
fundamentalmente:
La Caída de Constantinopla. Steven Runciman. Traducción de Victorio Peral
Domínguez. 1965. Espasa Calpe. 1977. Madrid.
Para complementar los datos sobre Constantinopla:
La Ciudad Medieval. Jehel Racinet. Traducido por Montserrat Bordes. 1996.
Ediciones Omega. Barcelona.
Para la confección de los planos de Constantinopla:
The Cambridge Medieval History Vol. IV The Byzantine Empire, Vol II J M Hussey
(ed) Cambridge University Press, 1967.
Atlas Histórico Mundial. Georges Duby. 1987. Editorial Debate. Madrid.
Hay
otro
inapreciable
http://members.fortunecity.com/fstav1/people/plan.jpg
plano
en:
También utilicé los muy buenos mapas y planos en los libros ya mencionados de J
Norwich, E. Patlagean y Jehel Racinet.
Una excelente descripción de la muralla de Constantinopla y de los ejércitos
bizantinos de todos los tiempos se encuentra en la web de Hilario Gómez, "Los
Ejércitos de Bizancio", en http://inicia.es/de/bizantino/index.html
Quiero destacar también que no hubiera podido hacer esta exposición tan
detallada si no me hubieran ayudado con toda su sabiduría y su magnífica
predisposición mis compañeros de la lista de correo Imperio Bizantino, Francisco
Aguado y Eva Latorre. A los dos les estoy sumamente agradecido por su
contribución en cuanto a la ubicación exacta de la Kerkoporta en el plano de
Constantinopla y por las aportaciones sobre la teoría referente a cómo entraron
los turcos en la Ciudad.
Por último creo oportuno agradecer a todos y cada uno de los integrantes de la
lista Imperio Bizantino, porque mantienen vivo en mí el interés sobre esta
extraordinaria parte de la Historia de la Humanidad, y porque me ayudan
constantemente a mejorar mis conocimientos sobre el tema.
Rolando Castillo. Setiembre 2003
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Constantinopla después de Constantinopla
El sueño de un imperio bizantino imposible.
Por Francisco Aguado.
Un Constantino la levantó, un Constantino la ha perdido, un Constantino la
tomará…
Proverbio rumi.
La caída de Constantinopla en 1453 significó un
cataclismo emocional para las poblaciones "romanas"
(rhomaíoi) que todavía sobrevivían en cualesquiera
lugar, desde Anatolia y los Balcanes hasta el exílio en
la Europa cristiana. Es cierto que el declive de
Bizancio era por entonces un proceso de larga
evolución y que la mayoría de sus hombres y mujeres
ya hacía tiempo que habían pasado a formar parte de
la inmensa grey del sultán. Pero no lo es menos el que,
en tanto la polis permanecía libre, la idea "imperial
bizantina" y la esperanza de una recuperación mediata
no terminaba de expirar.
El ábside y la cúpula de Santa
Sofía.
La desaparición del último emperador al pié de la muralla y la pérdida de la
Teotocopolis, por contra, deberían suponer el fínal de toda esperanza. Así lo creía
también Mehmet el Conquistador y por ello entendemos su vehemente interés en
la captura de la ciudad, pese a ser una doliente sombra de lo que había sido y con
un valor material muy limitado. Para los historiadores bizantinistas, Bizancio -la
Romanía- terminó aquellos días de Mayo.
Sin embargo, los "romanos", (el elemento humano que en teoría es el objetivo
último de la Historia), no resultaron exterminados ni asimilados. El nuevo poder
emergente los incluirá en el sistema del millet, (comunidades no musulmanas y
semiautónomas bajo la "protección" del sultán).
Los grecoparlantes de religión ortodoxa serán el Rum Millet; los protagonistas de
un episodio histórico específico que algunos se atreven a denominar, (como el arte
que generaron), "postbizantino". Una parcela que, por desgracia, fuera del
ambiente neo-griego no ha sido muy divulgada y, en pocos casos, objeto del
estudio que se merece.
Lo cierto es que la vida en la turcocracia no fue fácil para los rhomaíoi o rumi;
aunque resultó posible y a trechos casi aceptable. "La sociedad otomana desarrolló
un arte de vivir lado con lado, mucho más que un arte de vivir juntos" señala Yves
Ternón. Comunidad dominante y sometida obraron un longevo equilibrio en
extremo inestable; destrucción y desprecio que se alternaban con respeto y olvido
mutuos. Y también con diferencias muy importantes entre los grupos geográficosocio-económicos que pronto se perfilaron. En el análisis del post-bizantinismo
sería un tremendo error no tener ello en consideración.
Se ha resaltado siempre, y con gran justicia, el imponderable papel que ejerció la
iglesia en la preservación de cultura y vida rumi. Las escuelas parroquiales donde
se siguió enseñando el griego coiné y aún el clásico, la interposición eficaz del
clero entre pueblo y poderes locales turcos, la veneración de santos y la repetición
incansable de ritos que hacían, una y otra vez, honor y memoria de Bizancio, la
misma permanencia de la institución del Patriarcado Ecuménico en
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Constantinopla; todo ello fueron elementos de enorme valor. Eso sí, (tal vez precio
imprescindible que hubo que pagar), creando una dipolar mentalidad de orgullosumisión; dando lugar a una identidad "rumi-otomana" que se debía considerar
siempre destinada a un papel secundario pero sinérgico del sultanato. Quizás
fuera sólo un piadoso consuelo pero se pudo escuchar aquello de que "Dios envió a
los turcos en justicia para proteger a la romanía del ominoso papado y de la
latinidad". En ese orden de pensamiento, (respeto y olvido), podía caber muy bien
la colaboración. La flamante "nobleza" que basa sus títulos más en el gran
comercio que en la sangre, asume tal neo-romanidad. Los más integrados
escogerán el barrio estambuliota de Fener como principal residencia,
precisamente en torno a la sede patriarcal. Los primeros fenariotas, a lo largo de
los siglos XVI y XVII, podían ser gobernadores de Valaquia y Moldavia,
traductores, incluso ministros del sultán. Otros arcontes de insultante riqueza,
como Miguel Cantacuceno, entregarán al sultán una flota de galeras costeada a
sus expensas. Y Bizancio se diluye un tanto en aquel ambiente que se acomoda y
da principio a una tradición diferente. Constantinopla sería por siempre la ciudad
del Sultán, de los jenízaros y el islam triunfante; aunque también de ellos,
recogidos en una parcela que les correspondía por derecho propio y así parecía
que lo aceptaban todos los demás.
Con todo, en otros entornos las cosas no evolucionaron así. Entre los rumi del
campo y la pequeña villa -aparceros, pastores, criados y oficios mal remuneradoslas dificultades en la vida diaria, (destrucción y desprecio) no habrían de menguar.
Los humildes no vivían "lado con lado", estaban en verdad "debajo de un plomizo
sistema" soportando el devshirme que les arrebataba sus hijos, la injusticia
exasperante, la cotidiana inseguridad y el hambre endémica. Tal vez esa
desintegración fue el verdadero catalizador que procuró el sostén de otra versión
de neo-romanidad. En el alma profunda de cada súbdito maltrecho se conservó un
lugar para el "sentir bizantino", una especie de frustración colectiva que, podemos
decir, girará impenitente en torno a un mito de ciudad-hogar nacional:
Constantinopla arrebatada, principio y fin, que deberá resucitar para retomar el
camino que le corresponde al "pueblo náufrago de Bizancio". Fueron ellos los que
se preocuparon de recordar gestas y componer poemas populares, casi siempre en
soporte oral, una generación tras otra. Vibran en sus versos la pena y el temor,
"...Sacerdotes, tomad las cosas sagradas; y vosotros, apagad las velas; porque es
voluntad de Dios que la Ciudad sea turca"; pero también la esperanza más
radiante, "...Calla Señora Soberana, no llores demasiado, de nuevo, con los años,
con los tiempos, de nuevo será nuestra". Allá en la aldea donde eran
predominantes se ubicaba una puerta predilecta, orientada hacia el Bósforo, "la de
Constantino", por la que debía en su día entrar el emperador que llegaría para
liberarles, despertado por el ángel en su lecho pétreo de la Puerta de Oro. En ese
mundo rural, una "romanidad arcaizante" se oculta pero apenas cambia, es poco
esciente y muy instintiva, tanto que incluso en ocasiones la jerarquía religiosa
deberá atemperar para evitar que se desborde. Y estalla fácil el conflicto vivo, pese
a todo terror y mesura; en las regiones al sur del Peloponeso o las montañas de
Anatolia, los Kleftas, (la mayor parte del tiempo bandoleros y a veces
libertadores), serán fuente inagotable para la épica y testigos de la añoranza del
pasado libre "en la larga noche de la cautividad".
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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A finales del siglo XVIII y sobre todo a lo largo del XIX las
circunstancias llevarán a que ocurra una cierta confluencia
de las dos "romanidades" descritas. Lo cual dará cohesión a
la comunidad rumi y a la postre hará posible la
independencia y el desarrollo de un nuevo estado "de lengua
griega y religión ortodoxa". Sabido es que los fenariotas
alcanzan un gran nivel de riqueza y aprovechan las
oportunidades para convertirse en la minoría más rica e
influyente del imperio otomano. Estudian, viajan y se
impregnan de ideas que recorren el mundo de entonces.
Es un Fener desarrollado que gozará de más oportunidades
sobre todo virtud a que se vive un periodo de "ilustración"
relativa en el sultanato.
Puerta oriental de la
Iglesia de Santa Sofía.
Contra lo que pudiera pensarse a priori, ese relajo en el dogal no da pie a una
mayor implicación, por contra abre la puerta a la rebeldía. En paralelo a la lucha
"liberal" que se enfrenta al absolutismo en todo el mundo civilizado, los "jóvenes
rumi" fenariotas se impregnan de una mezcla sorprendente: ideas de la revolución
francesa, neo-nacionalismo romántico y confuso bizantinismo. Rigas Velestinlis,
será el autor de un aparatosamente utópico proyecto: la "Nueva Constitución
Política de los habitantes de Rumelia, Asia Menor, el Archipiélago y los
Principados Danubianos". En ella preconizaba la restauración de un "Imperio
Bizantino", ¡dotado de instituciones republicanas y basado en la declaración de
derechos del hombre!.
Una idea que horrorizó en aquel momento a casi todos los poderes, no sólo a la
Sublime Puerta, también los zares y emperadores austriacos, los mismos que le
entregaron a los turcos para ser ejecutado en el verano de 1798. Tal vez fuera sólo
el sueño de un intelectual. Es casi seguro que la inmensa mayoría de aquellos para
quienes preparaba su carta magna jamás hubieran podiodo entenderle. Pero no
deja de evidenciar cierto progreso "moderno" de un "patriotismo" sin patria, al
mismo paso de otros que sí la tenían.
En cualquier caso, la corriente que empujaba a la ruptura de la turcocracia se
estaba haciendo imparable. Sobre todo porque el elemento popular que nunca se
había adocenado seguía pujante y cobraba nuevos brios. Campesinos ricos,
sacerdotes de pueblo, marinos, contrabandistas serán hombres dispuestos a
sumar, con inteligencia y dinero, su hacer al de los kleftas y otros irreductibles. Y
ahora una parte notable de instruídos fenariotas querían conducir la liberación.
Causa cierta perplejidad observar cuan diferente se percibía entonces, (y a veces
nos parece que todavía hoy ocurre algo similar), la naturaleza de tales
acontecimientos. Cómo se veían a sí mismos los rumi y de qué manera eran
considerados por los occidentales, en particular ingleses y franceses. Éstos,
influídos por una simpatía comprensible hacia la Grecia clásica, el genio de Atenas
y los jónicos, querían descubrir en la lucha de aquellos una vuelta de Pericles o de
los espartanos. Surgieron muchos "filohelenos" que en su propia denominación
decían mucho de su error. La mayoría de los "independentistas" apenas habían
oido hablar de tales personajes y sí en cambio recordaban bien a Constantino XI,
Alejo, el emperador Manuel o el legendario Dígenis Akritas. No es de extrañar que
algunos barones que habían desembarcado en Patras con algún libro de Pausanias
bajo el hombro volvieran pronto defraudados a su tierra de origen intentando
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desentrañar aquel misterio que no entendían; tiempo hubo en el que alguno pensó
que "los nuevos griegos no descendían de los viejos".
Los rumi que consiguieron la libertad lo hicieron en condiciones muy precarias. A
fin de cuentas habían terminado sin un ideario claro, Constantinopla quedaba
muy lejana y se les había impuesto un rey extranjero, de una sociedad y tradición
totalmente extrañas. No obstante, la corriente de la historia estaba allí, tenaz pese
a la incomprensión de la monarquía y los vigilantes ingleses. En la asamblea
constituyente del año 1844 se presentaron y discutieron ponencias que insistían
en la idea revisionista. Para diputados como Ioannis Kolettis aquel estado que
pretendía nacer no podía ser más que el inicio de un proyecto mayor, el retorno
de una "nación cristiana" que debía ocupar los estrechos y el antígüo suelo que
perteneció a Bizancio, al menos en la época de la dinastía Comneno. El centro no
podía ser otro mas que la "sagrada polis":"No creáis que consideramos este rincón
de Grecia como nuestro país, Atenas nuestra capital y el Partenón nuestro templo
nacional. Nuestro país es el vasto territorio en el que se habla la lengua griega y la
fe religiosa responde a la Ortodoxia. Nuestra capital es Constantinopla y nuestro
templo nacional Santa Sofía, la que fue durante un milenio la gloria de la
cristiandad". Tal constituye la que se conocerá a partir de entonces como "Gran
Idea" (Megali Idea).
Un credo político que será mayoritario pero no unánime entre aquellos ciudadanos
que nos empeñamos en llamar griegos. Porque pasaron muchas desdichas y tal vez
los más sensatos vieron la tarea harto difícil, sino imposible. Es probable que
incluso hubiera cosas en la existencia mucho más importantes, como el hecho
simple de vivir y disfrutar de la paz y las cosas hermosas que siempre ha ofrecido
la tierra en el extremo más al sur de los Balcanes. En ese espíritu se abre camino
la "nación griega" que hace caso a eruditos foráneos y propios para acercarse
hasta su "raiz helena". "En el momento del pasaje del bizantinismo al
nacionalismo griego hubo, así pués, un retorno hacia la antigüedad, no sin una
interpretación en el sentido que le dio la literatura francesa del siglo XVII", nos ha
dejado escrito Nicolás Iorga en su "Bizancio después de Bizancio".
Entre los que se han quedado dentro de las fronteras
otomanas no es menor el desconcierto. Algunos siguen
en la romanidad irredentista, otros se adhieren con
ingenua fe al esperanzador proyecto de un Bizancio
turco-rumi, incluso con el sultán en la cima. Quizás
sorprenda, pero son los menos aquellos que piensan
integrarse en la "Grecia nueva", la "yunanistan" de los
turcos. Entre el segundo grupo destacan los habitantes
de Constantinopla. Poco a poco han elaborado un
"segundo Fener", opulentos rumi que renuevan su
compromiso tácito con el Sultán, en el periodo dulce
del Tanzimat más que nunca.
Detalle de la decoración de
Santa Sofía.
A principios del siglo XX, Eleuterio Venizelos, el primer ministro griego, escoge
bien los aliados y se adhiere al bando ganador en la Primera Guerra Mundial.
Y, pese a todo y potencias occidentales en principio renuentes, parece actuar
siguiendo la estela del sueño: el 3 de Febrero de 1919 en la Conferencia de París,
exige las tierras de la Rumelia -nombre bien significativo que se otorgaba por
entonces a Tracia- hasta las puertas de Estambul.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Pero los acontecimentos seguirán a renglón seguido un ritmo vertiginoso. El
nacionalismo turco, ("kemalismo") golpea con fuerza, bien pertrechado por algunas
de las potencias que habían derrotado al imperio otomano y que buscan ahora un
nuevo equilibrio en la zona que propicie sus cercanos intereses coloniales. Los
rumi rurales sufren a manos de irregulares y del mismo "turquismo" que recela
profundamente de ellos. Los supervivientes del Fener viven a la espera, sin un
compromiso definido, siguen la estela del patriarcado, el viejo "rumismo bajo el
sultanato". Pero pronto no habrá sultán que les proteja.
El estado griego, (con un aborrecido rey filo-prusiano y miope que desplaza al
genial Venizelos), inicia una guerra imposible con Turquía que acaba en el
desastre. La represión que, programada y espontánea a la vez, recae sobre la
población rumi es brutal. Exterminio y deportación. En masa llegan a Grecia,
sintiéndose seguros en lo físico pero sólo un poco menos extraños que en el
mundo ininteligible para su tradición del kemalismo. Los "viejos griegos"
convierten en "nuevos griegos" a los pónticos, jónicos, capadocios y
constantinopolitanos. No sin dificultad. Bien lo cantaría el poeta Cavafis:
"Aceptemos entonces la verdad: también somos griegos -¿Qué otra cosa sino?pero con querencias y emociones de Asia, pero con querencias y emociones que a
veces le chocan al Helenismo". Surge, como en la vecina Turquía, una fiebre
igualitaria de trasfondo étnico-cultural. Deberán olvidar sus tradiciones, dialectos
y hasta el nombre. No habrá rhomíoi sino helenos y el cruento sueño -para el
insigne Arnold Toynbee sería más correcto hablar de "pesadilla"- del Imperio
Romano de Oriente se desvanecerá para siempre. Incluso la iglesia griega, que se
desliga del Patriarca de Constantinopla, se adhiere con entusiasmo a ello, porque
sobrevive en régimen de monopolio religioso.
En la República de Kemal Ataturk, no más Constantinopla, sólo Estambul; y Santa
Sofía, un museo. La capital se va hasta Ankara. Los penúltimos rumi que miran a
las aguas mansas del Cuerno de Oro acaban claudicando en la década de los
sesenta y, con dolor histórico, engrosan la diáspora.
Sólo resta en la megalópolis turca actual una minúscula iglesia bizantina en uso,
que también existió antes de la conquista de Mehmet. Se trata de la Panagia
Mugliotissa, en el corazón del viejo Fener, hoy un barrio desvalido, donde bullen
los emigrantes de profundas convicciones islámicas encontrando cobijo en
abandonados hogares que hace poco pertenecían a cristianos. Aún
esporádicamente se escucha en ella el Himno Akatistos. Es muy probable que en
la siguiente generación eso no sea posible.
Francisco Aguado. Agosto de 2003
Bibliografía de autores citados:
TERNON, Yves: Empire ottoman, le déclin, la chute, l'effacement. Paris: Du FelinMichel de Maule, 2002
IORGA, Nicolas: Byzance après Byzance. Paris: Balland, 1992.
TOYNBEE, Arnold: Los griegos: herencias y raices. México: Fondo de Cultura
Económica, 1988.
CAVAFIS, Constantinos Petros: Poesía Completa. Madrid: Alianza Editorial, 2003
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LA ÚLTIMA CAÍDA DE CONSTANTINOPLA:
1923
Por Eva Latorre
PROFECÍAS QUE MARCARON LA HISTORIA
Siempre que el hombre ha querido hacer
del Estado su cielo, lo ha convertido en su infierno.
F. Hölderlin, Hiperión o el eremita en Grecia.
Cuando el 29 de mayo de 1453 el ejército de Mehmet II el Conquistador
entra en Constantinopla, Constantino XI Paleólogo se lanza a la lucha como un
soldado más, muriendo en el fragor de una batalla ya perdida. La consternación
popular ante la toma del último bastión del Cristianismo en Oriente y la negación
de la nueva situación convirtieron a Constantino en un emperador de mármol que
esperaba en silencio por los siglos de los siglos a que los cristianos terminaran de
sufrir el justo castigo a sus pecados bajo el dominio del infiel. Redimidas todas las
culpas, un ángel del Señor vendría a despertar al emperador mártir, quien
recuperaría gloriosamente la Ciudad y la devolvería a su legítima dueña, la Virgen
Madre de Dios, haciendo renacer el Imperio Romano de Oriente.
No obstante, hasta que llegara el ángel, había que trabajar por la causa. Los
esfuerzos por recuperar el Imperio comenzaron en el mismo momento de su
pérdida. A pesar de la insensibilidad y apatía con la que Occidente había recibido
las angustiosas llamadas de ayuda de los últimos emperadores Paleólogos para
salvar lo que quedaba del Oriente cristiano frente a la apisonadora otomana, los
ánimos de una nueva cruzada parecieron revitalizarse cuando la Ciudad ya estaba
perdida. Aunque tributaria del Sultán, la Morea todavía permanecía en manos de
los déspotas Paleólogos. Si bien Demetrio se había mostrado siempre contrario a
Occidente y prefería plegarse a las exigencias de Mehmet, Tomás confiaba todavía
en que el mundo cristiano enviaría ayuda. Instigado por el cardenal Besarión, en
1459 el papa Pío II convocó un concilio en Mantua e intentó buscar aliados para
esta empresa en Alemania y en otros lugares. De momento, envió 300 soldados
con los que Tomás consiguió arrebatar temporalmente Calavrita a los turcos. Ante
la ausencia de más recursos, la fuerza mercenaria italiana se diluyó en la nada, y
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lo único que se consiguió con este amago de cruzada fue enfurecer a Mehmet,
quien en 1460 se apresuró a tomar definitivamente la Morea bajo su absoluto
control para evitar futuros intentos de este tipo. En 1461 Pío II proclamó
solemnemente una cruzada para la que no obtuvo más que promesas, y ante el
fracaso, escribió a Mehmet con el compromiso de que si se convertía al
Cristianismo, sería reconocido como legítimo heredero del Imperio de Oriente. En
1462 decidió encabezar él mismo, viejo y enfermo, una cruzada que partiría de
Ancona, a donde se dirigió acompañado de Bessarión y donde finalmente murió
sin haber podido cumplir la obsesión permanente de todo su papado.
Abandonada por el momento toda esperanza, los griegos en el exilio vieron
con claridad meridiana que su lengua y su historia cultural eran la seña de
identidad que debía mantener viva la patria perdida. Cada uno, en la medida de
sus posibilidades luchó por su cultura hasta el renacer del imperio. Así, el
escribano Miguel Suliardos, de Argos, copia en Italia «no por dinero, sino por la
Patria» obras de Platón, Aristóteles, Porfirio, Amonio, Pselos y Planudes, y en
1472, el cardenal Besarión cede en su testamento su rica biblioteca personal,
compuesta de casi 900 manuscritos de los cuales 600 eran griegos, a la República
de Venecia con las siguientes palabras: «Si hoy quedan griegos en algún lugar, y
si en el futuro consiguen lograr algo bueno —puesto que muchas cosas pueden
suceder a lo largo del tiempo—, que tengan dónde encontrar lo que se ha escrito
en su lengua, ésta que utilizan hoy, depositado todo junto en un lugar seguro; y
cuando lo encuentren, que lo multipliquen». Éste será el origen de la Biblioteca de
San Marcos de Venecia, y, desde luego, el deseo de Besarión no quedó incumplido:
sirviéndose de los fondos de la Biblioteca Marciana y acogiendo a los mejores
sabios griegos en su taller, Aldo Manucio, humanista e impresor, fundador en
1490 de una saga de editores e impresores que perduraría hasta 1597, dio a la luz
las más reputadas ediciones de los textos clásicos, ediciones que por su
escrupulosidad, belleza y fidelidad se consideraron modélicas durante siglos.
El apoyo que personajes como Besarión prestaron a los griegos exiliados
después de 1453 resultó, por consiguiente, fundamental para afianzar el
renacimiento de la cultura griega que ya había surgido en Italia cincuenta años
atrás. Francesco Filelfo también jugó un papel relevante en esta dispersión del
helenismo, ya que gracias a su amistad con personajes influyentes de la corte de
Carlos VIII logró que numerosos intelectuales griegos encontraran en Francia
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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refugio y protección. Podemos citar, por ejemplo, a Caritónimo Hermónimo,
alumno de Jorge Gemisto Pletón, quien ejerció una importante labor de copia de
obras griegas —de la que hoy en día aún se conservan numerosos testimonios—
para terminar siendo el profesor de griego de Guillaume Budé, humanista francés
del XVI, maestro de Rabelais y Dolet y fundador del Colegio de los Lectores
Reales, el futuro Colegio de Francia. En líneas generales, podemos decir que este
estudio del griego tuvo también a la larga consecuencias en un principio
indeseadas, ya que las enseñanzas humanistas y sus herederas ilustradas se
centraron sobre todo en obras del periodo clásico olvidando las del periodo
bizantino, lo que contribuyó con el tiempo a crear una imagen distorsionada de lo
que era en realidad el helenismo que vivía bajo la dominación otomana.
Durante los siglos en los que no existió ningún estado griego, el
Mediterráneo oriental pasó a ser el escenario del pulso por el poder entre las dos
potencias del momento: la República de Venecia y el Imperio Otomano. Las
estratégicas posiciones que Venecia mantenía en la costa occidental de Grecia y
en el Peloponeso —Corfú, Cefalonia, Zante, Corón, Modón, etc.— fueron objeto de
un constante tira y afloja, de conquista y reconquista, pero las joyas de Venecia
era Chipre y Creta. Chipre cayó definitivamente bajo los turcos en la primavera de
1571 cuando Famagusta se rindió tras un duro asedio de varios meses, y el cruel
castigo infringido a su defensor Marco Antonio Bragadino —quien después de
haber soportado crueles y humillantes torturas, fue desollado vivo— desbarató
definitivamente cualquier atisbo de paz diplomática entre la Serenísima y la
Sublime Puerta. En octubre de ese mismo año, la Liga Santa organizada por el
papa Pío V, en la que participaban Venecia y España, consigue la victoria en la
batalla de Lepanto, victoria a la que no se le supo sacar partido debido a que cada
uno de los participantes se preocupó de sus intereses particulares, aunque tuvo el
aliciente psicológico de detener la aplastante y continuada expansión del Imperio
Otomano. Los griegos que contribuyeron a la victoria de la Liga Santa incluso
llegaron a contemplar a Juan de Austria como futuro rey de Grecia, y el Papa
recordó las profecías, muy difundidas tanto entre los cristianos como entre los
musulmanes, que decían que Jerusalén sería reconquistada por un rey español. No
obstante,
la
intransigencia
religiosa
de
Felipe
II
ante
los
griegos,
que
paradójicamente superó a la del papa Pío V, hizo que las ilusiones de recuperación
volvieran a desvanecerse.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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El largo dominio veneciano de Creta permitió a los griegos que vivían bajo
su protección desarrollar una cultura propia y una producción intelectual y
literaria de alto nivel.
En la Creta veneciana tuvo lugar uno de
los considerados periodos dorados de la
historia de la literatura griega en el que
se produjeron grandes poemas como el
Erotócrito y sobre todo obras de teatro,
—Erofili, El sacrificio de Abraham,
etc.— con todo lo que ello implica si
tenemos en cuenta que el teatro es un
fenómeno
social:
un
auditorio
principalmente
griego
que
quiere
escuchar obras en un griego local
Ilustración de Klotzas: Constantino I con su madre elaborado artísticamente y elevado a la
categoría de elegante lengua literaria.
Elena y Constantino XI con su madre Elena.
No es de extrañar entonces que sea en
Creta donde encontremos uno de los
más hermosos testimonios cultos de la
pervivencia de las esperanzas populares
sobre el Emperador de Mármol. En un
manuscrito custodiado hoy en la
Biblioteca San Marcos de Venecia y
datado en 1592, el pintor cretense
Jorge
Klotzas
incluye
diecisiete
miniaturas
en
las
que
narra
el
ciclo de
Ilustración de Klotzas: Constantino XI en su tumba.
resurrección, entronización y triunfo
del Emperador Dormido.
Custodiado por ángeles en su tumba
secreta junto a la Puerta Dorada de
Constantinopla,
es
despertado
y
coronado en Santa Sofía. Vence a los
turcos en seis batallas y emprende el
camino hacia Palestina llegando a
entrar triunfante en Jerusalén. Deposita
la Cruz y su corona en el templo de la
Resurrección y entrega su alma a Dios
en el Gólgota.
Ilustración de Klotzas: Constantino XI y la muerte.
Soñando
con
este
despertar,
la
población
griega
también
actuaba
cuando veía la ocasión. En una
provincia alejada del centro de poder
como
era
el
Peloponeso,
las
insurrecciones
fueron
moneda
corriente.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Podemos
acudir
a
argumentos
románticos
como
los
rescoldos
que
permanecían en esa región, patria de los espartanos y Despotado medieval de la
Morea, corazón bizantino que consiguió sobrevivir a la caída de la Ciudad durante
siete años, aunque desde la perspectiva histórica resulta sin duda más operativo
no perder de vista que los indómitos arcontes griegos de la Maina y de todo el
Peloponeso jamás aceptaron con gusto ninguna dominación, ni siquiera la
bizantina.
En 1612, sin embargo, los mainotas reciben noticia de que el duque de
Nevers, Carlos II de Gonzaga, es descendiente directo en octava generación de
Andrónico Paleólogo el Viejo. A él dirigen una larga y apasionada serie de cartas
en las que le ruegan ayuda para la liberación. Carlos, sintiéndose tentado por la
posibilidad de convertirse en emperador de Constantinopla, lo que le hizo objeto
de alguna que otra burla en las cortes europeas, consiguió organizar en 1617 la
llamada Milicia Cristiana, cinco grandes barcos que superaban incluso la flota
francesa del momento, pero que jamás llegaron a salir de puerto.
Candía, la capital de Creta, resistió dos años y medio de asedio para
terminar cayendo en 1669, pero Venecia no se resignó fácilmente a perder su
hegemonía. Después del desastre otomano de Viena en 1683, la Serenísima tomó
de nuevo impulso y, con la ayuda de los jefes mainotas conquistó buena parte del
Peloponeso llegando incluso hasta Atenas en 1687. Durante el asedio, una bala de
cañón veneciana provocó que el Partenón, convertido en polvorín, volara por los
aires, lo que fue celebrado como un gran triunfo militar y en ese momento no
preocupó
a
nadie
salvo
a
los
propios
turcos,
ya
que
habían
quedado
desguarnecidos. Hacia 1715, con sus apuros para conservar Corfú, la más
veneciana de todas sus colonias, la República estaba dando ya evidentes muestras
de decadencia.
El siglo XVIII es testigo de las luchas entre Rusia y el Imperio Otomano.
Desde que Zoe, la hija menor de Tomás Paleólogo, déspota de la Morea, se casara
en 1471 con Iván III, Moscú se consideró a sí misma como la Tercera Roma. En la
segunda mitad de siglo, Catalina la Grande planeaba que su nieto Constantino
fuera coronado en Constantinopla y que así Rusia pudiera reinar sobre un imperio
bizantino restaurado. Así pues, había llegado el momento de que volvieran a
entrar en juego las aspiraciones griegas de liberación. En 1770 Catalina envía a
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los hermanos Orlov para que instigaran a los terratenientes y a los irredentos jefes
cleftes del Peloponeso y se alzaran contra la administración turca. La expedición
fue un desastre y la rebelión un fracaso, y los griegos lo pagaron caro, pues el
sultán ordenó devastar el Peloponeso como represalia. No obstante, los rusos
consiguieron una celebrada victoria naval en Cesme, en las costas de Quíos,
obligando más adelante a los turcos a firmar severos acuerdos económicos entre
los que se encontraba la concesión a los mercaderes griegos de comerciar bajo
bandera rusa. Esto fue suficiente para que entre los griegos se comenzara a
considerar ya seriamente a Rusia como la auspiciadora de su liberación.
Por otra parte, los exegetas rusos, que disponían de
toda la literatura profética griega traducida a su
idioma, mostraron especial interés en desempolvar
los viejos oráculos del emperador León el Sabio, entre
los que se encontraba la predicción de que el
Emperador Dormido sería ayudado en la recuperación
de la Ciudad por una raza rubia con cuya colaboración
expulsaría a los turcos más allá del Manzano Rojo,
lugar mítico y legendario de donde se supone que
procedían. Versión culta y elaborada de los cantos
Constantino Paleólogo
populares que añoraban la Ciudad, las profecías
representado en un
comenzaban ya a desempeñar un importante papel
manuscrito del s. XVI que
político como propaganda en la manipulación de las
contiene los Oráculos de
esperanzas de los griegos sobre la restauración del
León el Sabio.
imperio cristiano perdido.
Resulta curioso pensar que Hölderling se inspiró en esta revuelta de 1770
para escribir su Hiperión o el eremita en Grecia, en la que narra la historia de un
joven griego que participa de la rebelión para liberar a su patria, que asocia
directamente a la época clásica sin hacer la más mínima alusión a la etapa del
Imperio.
Esto ya nos indica que las expectativas que el filohelenismo occidental
tenía del pueblo griego nada tenían que ver con su identidad de entonces ni con
las aspiraciones reales de éste. Para colmo, las palabras que en esta obra se
dedican a los compañeros de cruzada de Hiperión por parte de su novia Diotima
dejan bien claro la opinión que merecían los griegos locales: «Eres demasiado
orgulloso para seguir ocupándote de esa raza malvada. [...] Tú les conducías a
la libertad y ellos pensaban en la rapiña. Tú les condujiste en triunfo a su
antigua Lacedemonia y esos monstruos la saquearon».
Por entonces, entre el helenismo de la diáspora una clase culta griega
comenzaba a alimentar sus sueños de renacimiento al abrigo de los ideales de la
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Revolución Francesa y de la idea moderna de nacionalismo. Intelectuales como
Adamandios Coraís o Rigas Fereos trabajaban frenéticamente en el extranjero por
la independencia de su patria, el primero editando todas las obras de la literatura
griega para que sus hermanos bajo el yugo del sultán pudieran conocer su
esplendor y asumir su glorioso pasado, a la vez que llevaba a cabo una labor de
captación para dotar a la causa griega de recursos económicos que hicieran
viables sus aspiraciones de emancipación; el segundo elaborando un mapa ideal de
una República Bizantina liberal que abarcaría la mayor parte de los antiguos
territorios del Imperio Bizantino donde lo griego sería la cultura dominante del
nuevo estado. Debemos señalar aquí que, además de los ideales ilustrados en los
que se basaba su idea del nuevo Imperio, Rigas era plenamente consciente de la
influencia y de la sugestión que las profecías y oráculos ejercían sobre el pueblo
llano. Por esta razón insistió tanto, y consiguió al fin, que un editor de Viena
publicara en 1790 las llamadas Visiones de Agatángelo, un libro profético escrito
en 1751 por Teóclito Polieides quien, sin embargo, para dar mayor empaque y
credibilidad a su obra, decía que era una traducción al griego de unos textos
recopilados en Messina en 1271 y editados en Milán en 1555.
El fallo de Rigas consistió en que su panhelenismo, que pretendía resucitar
como griega una entidad que siempre fue de carácter multiforme, no tenía en
cuenta los nacionalismos balcánicos que surgían con fuerza en ese momento, y
fue traicionado y asesinado en Belgrado en 1798. La causa griega ya tenía un
mártir. Su muerte inspiró años después, en 1814, la fundación en Odessa de la
Filikí Etería o Compañía Fraternal, una sociedad secreta que, más allá de la
propaganda, consideraba que había llegado el momento de tomar las armas en pro
de la libertad. El papel de la Filikí Etería resultó fundamental en lo que luego fue
el estallido de la revolución griega. Por un lado, se enfrentaban al mismo patriarca
ortodoxo y a grandes segmentos de la sociedad griega que gozaban de posiciones
privilegiadas dentro del sistema otomano y temían por añadidura las crueles
represalias que un movimiento independentista provocaría en el sultán, pero por
otro consiguieron atraer a exaltados partidarios nacionalistas bajo las vagas
insinuaciones de que contaban con el apoyo del zar Alejandro I. Las esperanzas de
que Rusia ayudara a Grecia habían sido alimentadas desde hacía ya mucho tiempo
y, ahora que se mostraba reticente, se la quería incitar a una cruzada ortodoxa
que arrebatase Constantinopla a los infieles. Alejandro Ipsilandis, oficial fanariota
del ejército ruso, aceptó la dirección, y emprendió los preparativos para un
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levantamiento simultáneo en los Balcanes y en el Peloponeso. Si bien en el
Peloponeso logró reclutar mediante su propaganda a importantes personalidades
eclesiásticas,
comerciantes
griegos
y
jefes
cleftes
que
luego
resultarían
imprescindibles en la lucha como Teodoro Colocotronis, en los Balcanes la causa
griega no fue secundada con convicción, puesto que allí habían tomado cuerpo ya
nacionalismos como el rumano, el serbio o el búlgaro.
La represión que sufrió en 1820 Alí Bajá, “el león de Yánina”, jefe militar
albanés que había conseguido aglutinar grandes extensiones de territorios y cuyo
poder no podía ser ignorado por el sultán, fue la oportunidad que Ipsilandis
esperaba para iniciar la sublevación. Mientras el ejército turco estaba distraído en
el Epiro, en febrero de 1821 Ipsilandis cruzó el río Prut, pero sus 800 soldados
procedentes de brigadas estudiantiles fueron masacrados por los jenízaros.
Víctima de su propia propaganda, la ayuda de Rusia brilló por su ausencia y los
nacionalismos balcánicos permanecieron inmunes a la llamada del renacimiento
del imperio griego. En el Peloponeso, sin embargo, el gesto suicida de Ipsilandis
tuvo consecuencias imparables. El 25 de marzo de 1821, el obispo de Patras
Germano alzó la bandera de la revolución en el monasterio de Ayia Lavra, cerca de
Calavrita. En 1824, un primer gobierno griego dividido por las luchas intestinas
pedía ayuda a una conservadora Europa que no quería más agitaciones en el
panorama internacional después de los sucesos protagonizados por Napoleón
Bonaparte. Fueron realmente las sociedades filohelenas de la Europa ilustrada,
empapadas de la idealizada cultura clásica griega, las que asumieron el trabajo de
dotar de armas y medios a los irregulares ejércitos del helenismo insurrecto para
que pudieran continuar la lucha por el afianzamiento de su independencia. La
muerte de Lord Byron en Missolongui, que cumplía con todos los cánones
románticos de la época aunque Byron jamás llegó a luchar, fue el punto de
espectacularidad que los griegos necesitaban para llamar definitivamente la
atención de las potencias europeas sobre su revolución. En octubre de 1827 una
fuerza naval británica, francesa y rusa derrotaba a la flota turcoegipcia en
Navarino. La institución de un estado griego independiente era ya inminente. En
1828 Capodistrias acudió al Peloponeso para hacerse cargo del gobierno de
Nauplio, y su asesinato en 1831 fue decisivo para que las potencias apresuraran su
búsqueda de un rey para su protectorado. En 1832 llegó a Nauplio como rey de
Grecia un joven de diecisiete años, Otón I, hijo del rey Luis I de Baviera.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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El recién nacido estado griego se sentía frustrado, cercenado y demasiado
pequeño, ridículo en comparación con sus aspiraciones de restitución del vasto
imperio antiguo. Por otra parte, en el extranjero también se tenía conciencia de
que los territorios griegos no eran ni la mínima parte de lo que había ocupado la
Grecia que se estudiaba en los libros.
Por citar un ejemplo, en un informe francés sobre el Real Decreto del 25 de
abril de 1833 en el que se fija la división y la administración del Reino de Grecia,
el comentarista, después de transcribir puntualmente el texto donde se refieren
los límites de las provincias y sus respectivas capitales, añade de su pluma: «Se
verá que el reino de Grecia no comprende toda la Hélade», y lamenta que no se
incluyan en sus fronteras territorios como la Tesalia o el Epiro argumentando su
antigua raigambre griega y sus tradiciones más arcanas.
1838: Stefanitzes dedica su compendio de
profecías “al futuro dueño del trono de
Constantinopla”.
No obstante, gran parte de la población
griega deseaba ir bastante más allá, ya
que se encontraba convencida de que para
mejorar la economía del país y aliviar las
continuas
tensiones
internas
era
necesario liberar a todos los hermanos
griegos que aún vivían bajo la dominación
otomana. Mientras tanto, avivando estos
afanes populares las antiguas profecías
conocen
continuas
reediciones
y
reinterpretaciones.
El
ejemplo
más
relevante es la recopilación de profecías y
viejos oráculos que llevó a cabo Pedro
Stefanitzes, y que fue uno de los primeros
libros griegos que se publicaron en
Atenas. En él se recoge la literatura
profética más importante que había
estado circulando durante los últimos
siglos, como los Pronósticos de Metodio
de Patara, los Oráculos de León el Sabio y
las Visiones de Agatángelo entre otros.
Stefanitzes dedica el libro “Al futuro
dueño del trono de Constantinopla, rey y
emperador cristiano por la gracia de
Dios”, y, desde luego, consiguió su
objetivo principal: demostrar que la
mayor parte de las profecías sobre la
recuperación de la Ciudad estaba aún por
cumplirse. El emperador permanece
dormido pero el primer paso para empujar
al turco hacia el Manzano Rojo ya ha sido
dado.
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En la asamblea constituyente celebrada en 1844, mediante la cual se obligó
al rey Otón a aceptar una monarquía constitucional, la lánguida añoranza de
Constantinopla que se había transmitido en los cantos populares y en las
numerosas profecías alcanza su formulación política. Juan Colettis expone lo que
se convertirá en el “Gran Ideal”:
Ilustración de Stefanitzes: un
ángel despierta a Constantino
Paleólogo
entregándole la
corona de emperador.
«El Reino de Grecia no es Grecia, es sólo una
parte, la más pequeña y la más pobre de Grecia.
Un griego no es sólo el que vive en el Reino, sino
también el que vive en Yánina, o en Salónica, o en
Serres, o en Adrianópolis, o en Constantinopla, o
en Trebisonda, o en Creta, o en cualquier otra
región
que
sea
históricamente
Grecia,
o
cualquiera que sea de raza griega.
Los soldados de la Revolución no son sólo aquellos que se rebelaron en
1821 sino todos aquellos que han luchado por la libertad desde la caída de
Constantinopla. Los héroes de la Independencia no pertenecen únicamente al
Reino, al pequeño Reino de Grecia. Ellos pertenecen a todas las provincias del
mundo griego desde el Hemo hasta el Ténaro, desde Trebisonda a Cilicia. [...]
Hay dos grandes centros del Helenismo: Atenas y Constantinopla. Atenas sólo es
la capital del Reino. Constantinopla es la gran capital, la Ciudad, la felicidad
de todos los griegos.»
El nuevo estado no se sentiría completo hasta que consiguiera despertar al
Emperador de Mármol. La ratificación pública de lo que era el estado griego real y
de lo que podía llegar a ser marcó el devenir del helenismo y se convirtió en el eje
que vertebraría la sociedad, la cultura y las actitudes políticas griegas durante
casi un siglo. Otón se sirvió de este Gran Ideal convirtiéndolo en un nacionalismo
utópico y agresivo contra un enemigo exterior como medida de distracción de los
graves problemas internos que vivía Grecia bajo el gobierno corrupto y débil que él
mismo había creado. Durante su reinado se llevó a cabo una política de
“helenización” intensiva y de construcción de un espíritu y de una mitología
nacionales que afectó a todos los ámbitos. En el plano cultural, la imposición de la
lengua cazarevusa, una lengua artificial y arcaizante que nadie había hablado
jamás, sobre la dimotikí, o griego vernacular hablado, creó un desconcierto y un
cisma social tan profundos que sus consecuencias se notan incluso en la
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actualidad. Por otra parte, la mitificación de los “héroes del 21”, los feroces jefes
cleftes que en más de una ocasión estuvieron a punto de echar por tierra el
alzamiento, fueron vistos como modelos de heroísmo y libertad. Para conseguir
estos fines no se dudó en manipular y reescribir los materiales que el acervo
folklórico popular ofrecía, y en el caso concreto de los bandoleros, numerosas
canciones cléfticas, cantos rebeldes de libertad individual, son cambiadas para
poder ser reinterpretadas como cantos de libertad nacional.
No obstante, toda esta política de exaltación interna no consiguió ocultar
su desastrosa gestión, por lo que tuvo que abandonar el país en 1862. Aunque el
pueblo griego eligió por plebiscito como nuevo rey al príncipe Alfredo, segundo
hijo de la reina Victoria, Inglaterra estaba muy comprometida con el Imperio
Otomano, por lo que las grandes potencias que ejercían su tutela sobre todos los
asuntos del Mediterráneo oriental decidieron enviar a Guillermo, hijo del rey
Cristian IX de Dinamarca. En 1863 Guillermo adoptó el nombre de Jorge I, rey de
todos los helenos, en un compromiso, un tanto populista, con todos los griegos,
no sólo con los del reino.
Jorge I eligió en 1875 como primer ministro de Grecia a Jarilaos Tricupis,
quien intentó calmar los ánimos en política exterior y cuya actividad, dirigida
sobre todo a solucionar los diferentes problemas internos del país, sobre todo los
económicos, llevó al reino a una relativa estabilidad. Sin embargo, la institución
del sistema bipartidista británico, que Tricupis admiraba en gran manera, le dio
como oponente al demagogo Teodoro Deliyanis, quien en sus turnos de poder se
dedicó a deshacer todo lo hecho anteriormente por Tricupis enarbolando con
pasión el Gran Ideal. En 1893 Tricupis llegó a declarar el estado en bancarrota.
Otros acontecimientos externos vinieron a agravar la situación. La declaración
búlgara de independencia y el apoyo que ésta recibió de Rusia, quien reivindicaba
para la “Gran Bulgaria” toda la costa egea entre Salónica y Adrianópolis ante el
estupor de los griegos, hacían inviables las aspiraciones territoriales de Grecia.
Por otra parte, en 1897 los cretenses se alzaron en armas y declararon un
gobierno independiente, lo que supuso un revulsivo que provocó que todo el país
se lanzara a una cruzada de liberación en todos los frentes que terminó en
absoluto desastre. Derrotados los ejércitos griegos tanto en las fronteras del
continente que habían intentado arrebatar a los turcos como en la defensa de
Creta, Grecia quedó a merced del castigo que las potencias quisieron imponerle
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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por su indisciplina, entre otras, la intervención británica en todos los asuntos del
estado.
En 1908 los Jóvenes Turcos, organización que pretendía la formación de
una moderna nación-estado turca, tomaron el poder en Constantinopla. Ante la
fuerza del movimiento emergente, las grandes naciones cortaron todos los lazos
con el impotente sultán, y los cretenses declararon su fidelidad al rey Jorge. Ante
los enardecidos ánimos del pueblo, frustrado continuamente en sus aspiraciones
de recuperación, el rey tenía sin embargo muy presente el recuerdo de la
catástrofe de hacía diez años, y permitió que los cretenses fueran reducidos por
un flota internacional de marines. Esta actitud le valió un golpe militar y la
llegada a escena de Eleuterio Venizelos, gran político cretense que ya se había
destacado como paladín del Gran Ideal en las luchas constantes de su isla por la
anexión a Grecia.
Venizelos llevó a cabo importantísimas reformas políticas, económicas y
sociales de las que el reino griego se benefició enormemente, ya que le dotaron de
una prosperidad y de una estabilidad política sin precedentes en su corta pero
agitada historia. Pero el Gran Ideal dominaba por entero su pensamiento, lo que
provocó que en un momento dado todos sus esfuerzos se dirigieran hacia la
política exterior sin permitirle profundizar en los problemas internos. Su
inteligente actitud en las dos guerras balcánicas hizo que Grecia doblara su
extensión territorial anexionándose Samos y Creta, el sur del Epiro, Macedonia y
la Tracia occidental, pero en lugar de consolidar estos grandes logros, lo que
hubiera ayudado a afianzar definitivamente la situación interna de Grecia,
consideró que el trabajo no había hecho más que comenzar. Todavía quedaba la
recompensa final, la Reina de las Ciudades, y en el estado de euforia que se
encontraba el pueblo griego en ese momento el despertar del Emperador Dormido
parecía más cercano que nunca.
El rey Jorge I murió asesinado en 1913. Su hijo y heredero, Constantino,
cuyo linaje danés no debe ser olvidado, llegó a ser aclamado por muchos ya como
Constantino XII. En esa situación de optimismo y exaltación generalizada, la vieja
profecía de la “raza rubia” que rescataría Constantinopla volvió a adoptar una
importancia de primer orden.
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En 1914, con el estallido de la Gran Guerra, Venizelos quiso entrar en la
guerra del lado de la Entente y cedió a Bulgaria importantes centros de los
territorios recién conquistados, como era las ciudades de Kabala, Serres y Drama,
bajo las vagas promesas que Gran Bretaña le hizo sobre ciertas concesiones en las
costas de Asia Menor. La posibilidad de poner el pie al otro lado del Egeo cegó a
los entusiastas convencidos del Gran Ideal, mientras que el rey Constantino, más
pragmático y en buenas relaciones con Alemania, consideraba demasiado difuso el
compromiso británico y veía que las arcas del estado, agotadas después de las
Guerras Balcánicas, no podrían hacerse cargo de las posibles recompensas
territoriales en Eolia. Éste fue el origen del llamado Cisma Nacional o Ethnikós
Dijasmós. Venizelos dimitió y el rey se enfrentó tanto a la voluntad de su pueblo
como a la de Gran Bretaña y Francia, quienes volvieron la vista hacia Bulgaria
despertando el fantasma de la Gran Bulgaria al norte de Grecia y, por tanto, el fin
del Gran Ideal.
Los acontecimientos de los años siguientes provocaron que Venizelos
creara un gobierno paralelo en Salónica y, con la intervención directa de franceses
y británicos, se consiguió que el rey abdicara en su segundo hijo Alejandro.
Venizelos ya se vio libre para entrar de lleno en la guerra, aunque en general su
papel fue secundario, sin demasiada trascendencia y a costa de muchas bajas. La
firma del armisticio por parte de Turquía impidió que el ejército griego y británico
llegara a entrar en Constantinopla cuando casi la rozaban, ya que les detuvo en
Alexandrópolis.
El coste político para Grecia de esta aventura había sido tan alto que
solamente podría compensarla la obtención completa de su Ideal. La verdadera
batalla de Venizelos se llevó a cabo en la mesa de negociación de París. Las vagas
promesas sobre Asia Menor que Gran Bretaña había hecho a Grecia eran
incompatibles con las más concretas que le había hecho a Italia, que había
sacrificado mucho más en la guerra. Para evitar la ocupación de Italia, que ante el
incumplimiento de lo pactado se había retirado de la conferencia y había llevado
buques de guerra a Esmirna, Venizelos pidió permiso a la conferencia para
desembarcar tropas en Esmirna y proteger a la población griega. En mayo de 1919
los griegos se hacían cargo de la administración de Esmirna y de una amplia
región de sus alrededores en medio del clamor popular, aunque ésta fuera sólo
durante un periodo de cinco años y después decidiría su futuro en referéndum.
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Para redondear la jugada, Venizelos arrancó extensos territorios a Turquía en el
Tratado de Sèvres de 1920. Cuando Grecia vio que la costa del mar de Mármara y
la península de Gallípoli entre otras muchas zonas, volvían a ser suyas, el
histerismo profético y nacionalista sobre la inmediata recuperación de la Ciudad
estalló sin control. El restaurado Imperio Helénico se rozaba con los dedos, por
eso la catástrofe final fue todavía más dura.
En medio del entusiasmo incontrolado, estallaron en Esmirna disturbios
intercomunitarios de difícil manejo. La oleada de entusiasmo nacionalista griego
se volcó contra la comunidad turca que se encontraba desamparada pero se
defendía y, por otra parte, con graves problemas internos, Grecia no podía
mantener el suministro ni soportar los gastos que su destacamento en Asia Menor
exigía. Las fronteras eran difícilmente defendibles, lo que obligó al ejército a
adentrarse demasiado en un territorio hostil de Asia Menor siendo continuamente
instigados por el ejército turco. Para mayor desgracia de las aspiraciones griegas,
en ese mismo año de 1920 Kemal Ataturk confirmó un nuevo parlamento
mediante el que proclamó el Estado nacional turco, lo que a su vez dejaba sin
efecto todos los pactos firmados por el sultán —poniendo en primer término el de
Sèvres— y rechazaba por completo la intervención extranjera. La reacción de las
potencias fue negociar en secreto con el nuevo poder turco y dar la espalda a
Grecia.
Mientras tanto, en la Grecia continental, moría el rey Alejandro por la
mordedura de un mono y Venizelos, imprevisiblemente, era derrotado en las
urnas. Había confiado demasiado en su poder de persuasión y en el poder moral
del helenismo en el tablero de juego internacional, pero todo se vino abajo. La
propaganda tradicional ya no podía ocultar que la consecución del Gran Ideal
estaba siendo demasiado costosa para el pueblo. Al regresar el rey Constantino a
Grecia, las potencias ya no tuvieron que mantener ocultos sus tratos con la nueva
Turquía, puesto que se le consideraba traicionero desde su actitud en la Gran
Guerra.
En una reacción imprudente y desesperada, en marzo de 1921 Constantino
ordenó a las agotadas tropas de Asia Menor que lanzaran una ofensiva definitiva
contra Ankara, lo que fue el principio del fin de la milenaria presencia griega en
Anatolia. A pesar de su heroica insistencia, las tropas griegas se vieron forzadas a
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abandonar. Los abusos que cometió en su retirada contra la hostil población turca
despertaron un odio de consecuencias irrefrenables, dejando a su vez a un millón
y medio de griegos expuestos a la venganza. La situación era tan caótica que
Constantino se mostró dispuesto incluso a aceptar la soberanía turca de Esmirna,
pero Kemal estaba demasiado seguro de vencer como para hacer concesiones. En
un intento de hacer negociar a Kemal, Constantino reunió todas las tropas griegas
que pudo en la Tracia oriental para emprender un ataque directo sobre
Constantinopla, pero las potencias se lo impidieron.
Ya nada pudo parar el ataque turco contra Esmirna a finales de agosto de
1922. Las tropas griegas huían en desbandada, y ahora la población griega civil
pagaba por los abusos y venganzas cometidas en pro del atávico Gran Ideal. La
masacre y la destrucción de Esmirna y la llegada a la Grecia continental de los
miles de refugiados que consiguieron salvar a duras penas la vida resultó una
verdadera catástrofe en todos los aspectos. La economía se colapsó, los sueños
nacionalistas ya no servían, y los griegos echaban la culpa de todas sus desgracias
a los hermanos bajo el yugo otomano que soñaban con liberar desde hacía un
siglo. Los griegos de Asia Menor, algunos de los cuales ni siquiera hablaban ya
griego, se encontraron desamparados y rechazados en su madre patria. No
obstante, no sólo fueron los refugiados griegos las víctimas de la tendencia
ultranacionalista que había surgido paralelamente a ambos lados del Egeo en aquel
momento. Sin olvidar a los armenios, también cientos de miles de turcos, muchos
de los cuales ni siquiera hablaban ya turco, sufrieron el éxodo que imponía la
filosofía de las nuevas naciones-estado teniendo que abandonar las tierras en las
que habían vivido hacía cientos de años y establecerse en una inhóspita Anatolia
que no los reconocía como suyos.
En el Tratado de Lausana, firmado el 30 de enero de 1923, se negociaron
los términos del intercambio forzoso de población entre Grecia y Turquía bajo la
supervisión de la Sociedad de Naciones. Los dos países afectados se mostraron de
acuerdo ante tan traumática medida. Renunciando a que Grecia llegase a dominar
territorios en Asia, Venizelos alegaba «el derecho primordial de todo hombre de
habitar en su país de origen y de vivir allí en libertad», y la delegación turca del
gobierno de Ankara veía cumplida la fórmula básica de su programa, que consistía
en poner fin al Imperio Otomano con su mezcla inextricable de razas,
nacionalidades, de protegidos y privilegiados más o menos extranjeros, y dar
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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comienzo a una Turquía para los turcos. Sólo hubo algunas excepciones: el
Patriarcado ortodoxo permanecería en Constantinopla, aunque sería privado de
toda atribución política, y el intercambio forzoso no afectaría ni a los griegos de
Constantinopla y a los turcos de la Tracia occidental.
Constantinopla cayó para siempre en 1923, en el momento en que pasó a
llamarse Estambul. El Gran Ideal se derrumbó dolorosamente dejando unas
heridas tan profundas en los millones de refugiados de ambos países que aún hoy,
tres o cuatro generaciones después, permanecen abiertas.
En
la
Grecia
de hoy
en
día todavía quedan
algunas
minoritarias
organizaciones políticas consideradas extremistas que proponen la recuperación
de Constantinopla, aunque en líneas generales, bajo una política pragmática y más
acorde con las necesidades reales de un país moderno, esos anhelos que durante
siglos marcaron el devenir histórico de un pueblo han quedado reducidos al
ámbito del folklore y de los dichos populares. Eusebi Ayensa i Prat recoge algunas
expresiones y tradiciones: «En el Epiro, para envalentonar a los niños cobardes, se
les dice a menudo: “¿Así reconquistaremos Constantinopla?” [...] En el Ponto
tenemos documentado un juego llamado lajtas en el que se enfrentan dos
pandillas de muchachos con el objetivo de recuperar Constantinopla. [...] La
pandilla vencedora corona su victoria con un lacónico pero expresivo: “¡Hemos
recuperado Constantinopla!”. En la lejana isla de Chipre [...] en los versos de una
canción de amor el protagonista identifica sus deseos amorosos con sus afanes de
reconstrucción nacional: “Dios, mío, que amanezca un día radiante de sol / y que
pueda yo conquistar a mi amada y Constantinopla su reino”».
Personalmente, quiero añadir el recuerdo de infancia que me contó una
querida amiga también en la isla de Chipre. Cuando era pequeña, veía que todos
los martes su abuela procuraba no salir de casa y hacía únicamente las tareas
domésticas más imprescindibles. Cuando la niña le preguntó por qué se
comportaba así, la abuela le dijo: «porque el martes es día de luto, mi niña,
porque en martes cayó la Ciudad».
Eva Latorre Broto
Octubre 2003
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Bibliografía consultada:
E. Ayensa, “Folclore y nacionalismo griego. Ideologías en torno a la caída de la
Ciudad.” Erytheia, 24 (2003), pp. 179-206.
T. Boatswain – C. Nicolson, Un viaje por la historia de Grecia. Madrid, 1991.
E. García Hernán, “Intento de unión entre la Iglesia latina y la iglesia ortodoxa en
1571.” Erytheia, 24 (2003), pp. 159-178
J. von Hammer-Purgstall, Histoire de l'Empire ottoman: Despuis l'avènement du
sultan Moustafa III jusqu'au traité de paix de Kaïnardjé: 1757-1774. Tome
seixième. París, Londres, San Petersburgo, 1839.
F. Hölderlin, Hiperión o el eremita en Grecia. Traducción y prólogo de Jesús
Munárriz. Madrid, 2003.
M. F. de Jessen, “Grèce et Turquie, Echange obligatoire des populatios turques et
grecques.” Revue general de droit international public, t. 30, 1923, pp.
514-518.
D. M. Nicol, The Immortal Emperor. The life and legend of Constantine
Palaiologos, Last Emperor of Romains. Cambridge University Press, 1994.
R. Puaux, La muerte de Esmirna. Un testimonio de la catástrofe microasiática.
Prólogo, introducción, traducción y notas de Roberto Quiroz Pizarro.
Centro de estudios griegos, bizantinos y neohelénicos, Universidad de
Chile, 2000.
D. A. Zakythinos, Le despotat grec de la Morée. Vol. I: Histoire politique; vol. II:
Vie et institutions. Londres, 1975.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Reportaje a Eusebi Ayensa
Por Rolando Castillo
Las bellísimas ilustraciones de iglesias bizantinas son de Amelia Arumí.
Eusebi Ayensa.
Profesor de la Universidad de Girona, con una extensa y
rica trayectoria en la exploración de canciones e historias
del folclore griego, nos hablará sobre los mitos y las
leyendas creadas en Grecia a partir del hecho de la caída,
entre otros temas relacionados.
Sin dudas es una persona muy cálida y lo primero que te
atrapa es su sinceridad, su sapiencia y su simpatía, todo
junto; quizás debería publicar todos los E mails que nos
hemos enviado, porque este reportaje está hecho desde
Argentina (Buenos Aires) hacia España (Riumors, Girona),
pero sería demasiado extenso; deben saber entonces que
luego de varios días de bombardearlo a mensajes este es el
resultado simplemente de una primera exploración al
mundo de este destacado investigador y filólogo; prometo
que habrá mucho más.
Vaya entonces mi más sincero agradecimiento para Eusebi, y también muy
especialmente a Eva que nos contactó y posibilitó esta entrevista.
Rolando Castillo.
ENTREVISTA.
¿Qué mitos, historias populares o leyendas se han creado en el sentir del pueblo
griego dominado a partir de la toma de Constantinopla por parte de los turcos?
Cual fue su transformación a través de los siglos, y qué significado pueden tener
esas leyendas hoy en día?
Muchas y muy variadas son las historias inventadas por el pueblo griego para
glosar la caída de Constantinopla en manos otomanas. Lo más significativo es que
todas ellas tienen dos rasgos en común: la incredulidad ante la noticia de la caída
y la esperanza en una futura recuperación. Entre todas estas tradiciones destacan
especialmente dos ampliamente difundidas por todo el territorio griego. En la
primera, conocida con el nombre de "Los peces fritos", se explica que un sacerdote
estaba friendo unos peces cuando alguien le comunicó que los turcos habían
entrado en Constantinopla. El sacerdote respondió que esto era tan improbable
como que aquellos peces saltaran de la sartén y volvieran al agua.
Inmediatamente se produjo el milagro y, según el pueblo griego, estos peces aún
se encuentran medio fritos en una fuente de Constantinopla esperando a otro
sacerdote que los acabe de freír el día que los griegos recuperen Constantinopla.
La otra tradición, conocida como "La misa inacabada", asegura que el día que los
turcos entraron en Constantinopla el sacerdote que estaba celebrando la liturgia
en Santa Sofía desapareció con los objetos sagrados detrás de una puerta. Los
turcos intentaron por todos los medios posibles derribar la puerta pero no lo
consiguieron, ya que es voluntad de Dios que cuando los griegos recuperen
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Constantinopla se abra la puerta y salga el sacerdote para acabar la liturgia. Estas
tradiciones y algunas más han continuado vivas en boca del pueblo griego hasta
nuestros días y durante el siglo XIX y principios del XX constituyeron una de las
principales bases de la denominada "Gran Idea" o "Gran Ideal" ("Megali Idea"), que
encarnaba el sueño del pueblo griego de recuperar todos los territorios que había
abarcado en otro tiempo el Imperio bizantino y, por encima de todos, la ciudad
sagrada de Constantinopla. Como es sabido, la derrota griega en el Asia Menor en
1922, la denominada "Gran Catástrofe", puso fin de manera definitiva a estos
anhelos expansionistas del pueblo griego.
¿Los turcos han creado también una mitología propia a partir de este hecho?
¿Existen ejemplos de historias originadas en la toma de la ciudad? ¿Hubo
intentos naturales de justificar su presencia en la misma a través de la creación
de leyendas populares?
Los turcos, efectivamente, también intentaron, por su parte, justificar la toma de
Constantinopla con argumentos básicamente políticos y religiosos que sirvieron
de base a más de una tradición popular. Para empezar, según la tradición turca, la
toma de Constantinopla responde a la convicción que los propios otomanos tenían
-y sobre todo el sultán Mejmet II- de ser los auténticos herederos del mundo
romano, del cual, como todos sabemos, el imperio bizantino había sido su
continuador natural. Esta misma convicción explica los planes de Mejmet II de
conquistar Roma, planes que sólo su pronta muerte pudo fustrar. Por si esto fuera
poco, los otomanos buscaron argumentos en el campo de la religión que
justificaran su toma de Constantinopla, como el de que en la ciudad o en sus
aledaños había la tumba de un sobrino de Mahoma. En esta misma línea se
inscribe una tradición popular turca según la cual cuando los bizantinos
construían la iglesia de Santa Sofía vieron con asombro como cada vez que
acababan la cúpula ésta se derrumbaba. Alguien les dijo que esto era debido a la
mala calidad del mortero que utilizaban y que sólo conseguirían levantar la cúpula
con éxito si hacían el mortero con saliva de Mahoma, ante lo cual el emperador
envió unos mensajeros al profeta, quien gustoso les dio un poco de su saliva para
que la cúpula no se derrumbara. Los que rodeaban al profeta le preguntaron cómo
es que consentía en dar su saliva a unos cristianos, a lo cual él respondió que lo
hacía porque sabía que algún día esa iglesia se convertiría en mezquita. De este
modo y de otros parecidos justificaban los turcos la ocupación de la capital del
Imperio Bizantino.
¿Cómo vio el mundo contemporáneo occidental la caída, y qué historias populares
han corrido por las tierras venecianas, genovesas o aragonesas, por nombrar
solamente algunas, con respecto al tema?
Como ya puso de relieve hace unos años Agostino Pertusi en su célebre libro "La
caduta di Constantinopoli" vol. I (Le testimonianze dei contemporanei), vol. II
(L'eco nel mondo), Fondazione Lorenzo Valla, 1976, el eco de la caída de la
Constantinopla se difundió rápidamente por todo el mundo conocido, ya sea
directamente ya sea a través de algunas ciudades cono Nápoles, Venecia o Roma
que jugaron un papel muy importante como intermediarias en la difusión de la
noticia. A pesar de la situación de clara debilidad del Imperio Bizantino a
mediados del siglo XV, reducido prácticamente a su capital, la noticia de su caída
en manos otomanas causó un auténtico estupor en Europa, a lo cual no era ajena
la convicción fomentada por los propios bizantinos de que la ciudad era
invulnerable por ser defendida por Dios y por la Virgen (son numerosas también en
el mundo bizantino las tradiciones que insisten en la participación directa de los
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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ángeles o de la propia Virgen en la planificación y construcción de la Ciudad).
Lógicamente a este estupor se unían consideraciones de tipo más terrenal, como
la pérdida del enclave cristiano más oriental, del último bastión, en definitiva, que
protegía a Europa del peligro turco. Los siglos siguientes, con las continuas
incursiones turcas en las costas mediterráneas, dejaban claro todo lo que Europa
había perdido con la caída de Constantinopla. Entre los muchos ejemplos que
podría citar sobre la profunda impresión que la caída de Constantinopla causó en
Europa escogeré simplemente uno que me es especialmente grato (y del que, por
cierto, nada dice Pertusi), el de la celebración en Barcelona poco después de 1453
de un concurso poético para recordar tan luctuoso acontecimiento. El promotor
de dicho concurso o "consistorio" fue un tal Antoni Saplana, quien ofreció una
preciosa joya a quien mejor cantara la caída de Constantinopla y animara a los
cristianos a recuperarla por medio de una justa cruzada ("posà una joya a qui
millor diguera en laor de la Creu, animant los cristians que anassen a la crohada
justada"). Desconocemos quién fue el vencedor de dicho certamen pero sabemos
que en él participaron importantes poetas de la época como Pero Martines, Joan
Francí Poculull, Joan Berenguer de Masdenovelles o Joan Fogassot. El tono de
estas composiciones lo ejemplifica perfectamente una de las estrofas finales del
poema de Fogassot: "Donchs, mos germans, dasenpatxem breument e dels cans
turchs càstih fasam cruel, no dubtant jens com Dèu sia en lo sel ajudador del
poble valent. Car veents ells lo senyal de la Creu, morts, spantats, cauran boca
terossa; tal virtut ha, e dubte no y poseu, e, si morim, la pagu'és gloriosa".
¿Qué piensas que ha cambiado en el mundo a partir del 29 de Mayo de 1453, o
dicho de otra manera, porqué es tan importante esta fecha en la Historia mundial,
y de qué manera se expresaron esos cambios?
Es difícil glosar en pocas palabras lo que supuso para el mundo la caída de
Constantinopla. Me limitaré a decir que, a parte de constituir, como nos
recuerdan los libros de historia, el fin de la época medieval y el principio de la
moderna, tuvo dos importantes consecuencias más o menos inmediatas de
carácter diametralmente opuesto. Por una parte, la huida de muchos intelectuales
que se refugiaron sobre todo en Italia y de los cuales el más conocido es sin duda
el cardenal Besarión ayudó en gran medida a la difusión de las letras y la cultura
clásica y bizantina en Europa, dando un impulso definitivo al Renacimiento. Por
otra, sin embargo, con la caída de Constantinopla empezaba una época de gran
inestabilidad para Europa, que, como he señalado anteriormente, tuvo que
soportar durante siglos el ataque marino y terrestre de los otomanos en su afán de
expansión hacia occidente, un afán parado sólo en parte con la batalla de Lepanto
(1571). Además, lógicamente, las potencias comerciales occidentales, y muy
especialmente Génova y Venecia, perdían definitivamente el control del comercio
en el Mediterráneo oriental, tan próspero en los siglos anteriores.
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Es muy interesante el tema de que todas las historias legendarias luego de la toma
de la Ciudad tengan esos dos rasgos en común, y todas son maravillosas; ¿Puedes
contarnos otras leyendas con esas mismas características?
Otra leyenda también bastante difundida es el del altar de Constantinopla
sumergido en el Mar de Mármara. Según esta tradición, cuando fue tomada
Constantinopla, los griegos, para que el altar de Santa Sofía no cayera en manos
de los infieles, lo enviaron con un barco a Occidente. Sin embargo, al adentrarse
el barco en el Mar de Mármara, su casco se abrió y el altar se hundió en el mar.
Los griegos aseguran que en ese lugar el mar siempre está en calma por más
tormentas que haya alrededor. Algunos incluso han conseguido ver el altar en el
fondo del mar. Allí se encuentra, por tanto, el altar esperando el día que los
griegos reconquisten Constantinopla y recuperen el altar para celebrar en él la
fiesta de la reconquista de la ciudad. En esta misma línea otra tradición asegura
que Constantino XI Paleólogo no murió luchando en las murallas de
Constantinopla sino que su cuerpo fue salvado en el último momento por un
ángel, que lo puso a buen recaudo en una cueva, de la cual saldrá un día para
recuperar con la espada su ciudad. Finalmente, algunas tradiciones conocidas
tanto por los griegos como por los turcos intentan justificar lo injustificable (al
menos para los griegos), es decir, la caída de Constantinopla en manos de los
infieles. Una de ellas asegura que en el combate final se apareció un ángel al
emperador y le ofreció una espada de madera para vencer a los turcos. Éste
rechazó la espada por ser de madera y acto seguido el mismo ángel la ofreció a
Mejmet II, quien con ella conquistó la ciudad.
Mahomet II se consideraba emperador romano sin dudas, y el pueblo otomano
consiguió en 1453 lo que todos los pueblos musulmanes venían persiguiendo
desde hacía ocho siglos. ¿Se puede decir que la civilización bizantina ejercía un
influjo enorme en la musulmana?. ¿Esa atracción se vio reflejada en alguna
historia popular?
Es cierto que la civilización bizantina influyó sobre la otomana pero no lo es
menos que la otomana influyó sobre la bizantina, aspecto éste último que nos es
menos conocido. Sin ir más lejos, el héroe griego bizantino por excelencia,
Diyenís Acritas, presenta muchas semejanzas con héroes orientales parecidos
como el Sassoun armenio o el Said Battal turco. Esta mutua atracción -del todo
lógica por otra parte- se ve reflejada, por ejemplo, en el hecho de que los turcos
compartan con los griegos alguna tradición como la de la espada de madera
anteriormente citada.
Es conmovedora la historia del concurso de Antoni Saplana. Sabemos que Peré
Juliá, cónsul catalán en Constantinopla, fue ejecutado con varios de sus
compatriotas luego de la toma de la Ciudad. ¿Habrán tenido algo que ver estas
tristes muertes con el sentimiento que inspirara al autor del concurso?
Poco o nada sabemos de Antoni Saplana, ni tan sólo nos es conocido el nombre del
vencedor de aquel concurso. En los poemas presentados no aparece ninguna
referencia concreta a la muerte en batalla de Pere Julià, que no era el cónsul
catalán sino el capitán de la guarnición catalana de Constantinopla, y a la
ejecución del cónsul catalán en Constantinopla, Joan de la Via, y de sus hijos por
orden del sultán después de la caída de la ciudad en manos turcas. Sin embargo,
no hay ninguna duda de que estos acontecimientos debían ser conocidos por los
participantes en el concurso y por el mismo Saplana. Para empezar, según la
última editora de estos poemas, Isabel de Riquer, es muy probable que el concurso
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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en cuestión se celebrara después del segundo anuncio de cruzada, es decir, en
1455, bajo el papado de Calixto III, con lo cual habría pasado tiempo suficiente
(casi dos años) para que la triste suerte corrida por Joan de la Via y Pere Julià
fuera perfectamente conocida en Barcelona. Además, sabemos que uno de los
participantes en dicho concurso, Joan Fogassot, se encontraba presente en
Nápoles cuando el 6 de julio de 1453 unos emisarios de Constantinopla
anunciaron al soberano catalán, Alfonso IV el Magnánimo, la triste noticia de la
caída de Constantinopla. No es por tanto arriesgado pensar que tras las constantes
referencias de los poemas a la crueldad y desmanes de los turcos se contiene una
alusión a los catalanes que dieron su vida por Constantinopla.
En los últimos años ha habido una toma de conciencia en los historiadores sobre
el papel de los bizantinos que huían a occidente en el llamado Renacimiento
italiano. Sabemos que muchos maestros griegos influyeron notablemente en el
mismo. A propósito de esto, ¿se sabe si esos maestros siguieron con sus
costumbres y su idioma luego de 1453 o si fueron absorbidos completamente por
las costumbres occidentales?
Los intelectuales bizantinos que huyeron de Constantinopla y se establecieron
sobre todo en Italia ejercieron básicamente como maestros de griego, sin perder la
ocasión, siempre que podían y que su cargo se lo permitía, de trabajar en pos de la
cruzada contra los turcos que nunca llegó a materializarse (este sería el caso, por
ejemplo, del cardenal Besarión). Su actividad, sin embargo, queda limitada al
campo de las letras y de las artes, sin que llegaran a mantener su lengua y sus
costumbres más allá de los límites marcados por su propia existencia (aunque
algunos crearon escuelas importantes y tuvieron destacados alumnos que jugaron
un papel significativo en la vida cultural de su país). No debemos olvidar, sin
embargo, que la "emigración" de intelectuales empezó mucho antes de 1453, con
figuras como Manuel Crisolaras, quien enseñó griego en Florencia de 1396 a 1400.
Y finalmente no debemos olvidar que todos estos eruditos trajeron consigo algo
más preciado quizás que sus propios conocimientos de griego, a saber, un gran
número de manuscritos que con su traslado a Occidente salvaron de un futuro
incierto. Sin duda alguna la mejor manera de acabar esta entrevista es recordar
que en 1468 Besarión donó unos ochocientos manuscritos -de ellos casi
quinientos griegos- a la república de Venecia.
¿Qué estimas que la humanidad ha perdido culturalmente con la caída del
imperio?
A parte de las pérdidas materiales de obras de arte y manuscritos que conllevó la
lenta desmembración del imperio, que acabó, como es sabido, con la caída de su
capital en manos turcas en 1453, quizás la mayor pérdida fue el truncamiento
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radical y definitivo de una tradición que, con todos los cambios introducidos por
la propia mentalidad bizantina, arrancaba directamente de la antigüedad clásica.
Si bien Moscú, la tercera Roma, intentó perpetuar esta herencia, la verdad es que
esta ciudad no fue más que un pálido recuerdo de lo que había sido la primera y la
segunda Roma.
¿Porqué la historia occidental no hizo justicia a Bizancio sino hasta ahora (ya que
ni el nombre del imperio respetó), y aún así todavía lo hace de manera
incompleta?
En los desencuentros entre Bizancio y Occidente pesó en gran medida el
denominado -por los segundos- cisma de Oriente, que, como es sabido, a partir del
siglo XI comportó una ruptura radical entre las dos iglesias. Las diferencias en el
terreno religioso, unidas a los intereses comerciales sobre todo de Génova y
Venecia en la zona y a la codicia que despertaban en muchos gobernantes
occidentales las inmensas riquezas que atesoraba Constantinopla y que tienen en
el altar de oro y piedras preciosas ofrecido por Justiniano a Santa Sofía su mejor
ejemplo, explican los repetidos ataques contra esta ciudad, los cuales tuvieron su
punto culminante en el saqueo de Constantinopla en 1204 en el marco de la
cuarta cruzada. Por su parte, la imagen que los bizantinos tenían de los
occidentales, sobre todo a partir del siglo XI, no era mucho mejor. Los
consideraban en gran medida bárbaros, herejes y profundamente codiciosos. Son
ilustrativas en este sentido las palabras escritas por Ana Comnena en su
"Alexiada"(s. XII), a saber, que los occidentales "venderían por un óbolo su bien
más preciado, incluidas sus esposas y sus hijos". La reconciliación con Occidente
ante el empuje turco, firmada en el II Concilio de Lión (1274) y ratificada en el de
Florencia (1438), no fue más que aparente, ya que la oposición radical del
monacato y el pueblo la dejaron sin validez. La famosa frase del megaduque Lucas
Notarás poco antes de la caída de Constantinopla según la cual era preferible ver
en Constantinopla el turbante turco que la mitra latina es muy clara en este
sentido. Después del derrumbamiento del imperio, el juicio de Occidente respecto
de Bizancio no cambió excesivamente. Para los ilustrados del siglo XVIII Bizancio,
un imperio enfrascado en estériles controversias religiosas, no era más que una
página negra de la historia, y no será hasta el siglo XIX cuando Europa e incluso la
propia Grecia, como veremos en la pregunta siguiente, empezará a ver con otros
ojos el mundo bizantino.
¿Tiene en este momento el pueblo griego, siempre analizando sus poemas,
leyendas y canciones, conciencia de lo que fue Bizancio realmente? ¿Se sienten
descendientes del imperio medieval?
Las bellas tradiciones populares y canciones sobre la caída de Constantinopla a las
que he aludido en las preguntas anteriores, con el dolor por la pérdida de un
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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imperio y sobre todo de una ciudad, Constantinopla, que el pueblo consideraba
como propios, indican que en la mentalidad popular ha habido siempre una clara
conciencia de continuidad respecto del pasado bizantino. A veces incluso -lo que
es enormemente significativo- este entronque con el mundo bizantino es
inconsciente. Así, por ejemplo, el pueblo griego sigue aún hoy en día cantando
versos desgajados de las antiguas canciones acríticas en sus celebraciones de boda
(como ocurre, por ejemplo, con la "Canción del novio soldado") o en sus entierros
(como ponen en evidencia algunas versiones modernas de la "Canción de la
muerte de Diyenís"). Muchas veces en estas composiciones el nombre del héroe
bizantino por excelencia, Basilio Diyenís Acritas, ni tan solo aparece, pero el
origen acrítico de los versos no ofrece ninguna duda. En el terreno culto las cosas
no son tan sencillas. Después de la recuperación de la libertad de los turcos a
principios del siglo XIX y de la constitución del primer Estado Griego
independiente en 1830, el gran modelo a imitar no es la Grecia bizantina sino la
clásica, de un valor indiscutible para la Europa filhelena y romántica de la época.
Así, durante la segunda mitad del siglo XIX Grecia se llena de edificios neoclásicos
y la pedante y fría "cazarévusa", la lengua creada a imitación del griego clásico, lo
domina todo, desde el aparato administrativo de estado y la educación hasta las
más altas creaciones literarias. Esta fascinación por el pasado clásico conllevó
también, sin embargo, una revalorización del bizantino, que se convertía en la
pieza clave que debía enlazar los tiempos antiguos con los modernos. Los
emperadores bizantinos simbolizan la continuidad de una tradición que hunde sus
raíces en la Grecia clásica y, además, constituyen el argumento ideal para la
denominada "Gran Idea" o "Gran Ideal", el sueño de conquistar todos los
territorios que en otro tiempo había abarcado el Imperio Bizantino. Escritores
como Vikelas, Viziinós, Papadiamandis o el mismo Cavafis llenarán el panorama
literario griego de la segunda mitad del siglo XIX y XX de obras de temática
bizantina, y el gran historiador Constantinos Paparrigópulos, en su monumental
"Historia de la nación griega" (1860-1874), establecía un esquema histórico
formado por tres etapas dotadas, al menos en teoría, del mismo valor: antigüedad,
Bizancio y tiempos modernos. A diferencia, sin embargo, de lo que ocurría con la
tradición popular, que se siente claramente heredera del pasado bizantino
(curiosamente para ésta los héroes y grandes personajes de la antigüedad clásica
son vistos a menudo como gigantes y monstruos pertenecientes a otra época),
para la tradición culta Bizancio, en el fondo, no era más que un puente que
permitía entroncar con el mundo griego clásico.
Para finalizar, una pregunta más personal: ¿qué fue lo que te atrajo hacia las
tradiciones griegas, porqué estudias su folclore y qué esperas de tu trabajo en el
futuro?
Lo que más me atrajo y me sigue atrayendo del folclore griego es su enorme
riqueza y su extraordinaria belleza, puesta de relieve, espero, en las tradiciones
sobre la caída de Constantinopla expuestas en las preguntas anteriores.
Efectivamente, baladas como la del Hermano muerto, el Puente de Arta, canciones
de bandoleros como las de Jristos Milionis, Vukuvalas o Zidros, canciones
históricas como las del ciclo de la caída de Constantinopla (incluidas en ellas,
evidentemente, las composiciones pontias) y algunos emotivos plantos pueden ser
considerados sin ninguna exageración como unas de las creaciones más sublimes
de la musa literaria griega. Además, no debemos olvidar que las manifestaciones
folclóricas griegas tanto en verso y como en prosa -unas manifestaciones, sobre
todo las primeras, que admiraron al mismo Goethe- son prácticamente las únicas
del pueblo griego durante los casi cuatro siglos de ocupación otomana, con la
excepción de las obras del llamado renacimiento cretense del siglo XVII. Al
Homenaje en el 550 aniversario de la toma de Constantinopla de 1453.
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Trabajo en el marco de la web Bizancio!!! www.imperiobizantino.com de Rolando Castillo
folclore griego dediqué mi tesis doctoral, en la que realicé un estudio formal,
temático y comparativo de las baladas griegas, así como un gran número de
artículos. En estos momentos estoy preparando una antología bilingüe griego /
castellano de canciones acríticas y espero poder seguir trabajando en el futuro en
este terreno. Dos aspectos del folclore griego me interesan especialmente: sus
afinidades con el folclore de otros países mediterráneos y su función de portavoz
de la mentalidad griega tradicional, algo que a menudo se olvida cuando uno hace
una aproximación simplemente literaria a estas auténticas joyas del alma popular
griega.
Querido Eusebi, te agradezco infinitamente la deferencia de aceptar este reportaje
y te comprometo a seguir en esta línea destacando que seguiremos ampliando
este apasionante tema.
Eusebi Ayensa junto a un fresco de
una iglesia cercana a Atenas.
Nota: este trabajo se ha terminado de realizar en Diciembre 2003, a siete meses de la
conmemoración del 550 aniversario de la caída de Constantinopla ante los turcos
otomanos. Es la intención de todos los autores que el lector disfrute y pueda conocer
fehacientemente los hechos, las circunstancias, las consecuencias y la influencia que este
acto monumental de la Historia de la humanidad ha causado. Esperamos haberlo
conseguido.
Rolando Castillo, director del proyecto.
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