Colombia: la paradoja de pactar Michael Shifter y Cameron Combs ras décadas de violencia, en Colombia la paz sigue siendo una meta codiciada pero esquiva. El anuncio realizado en agosto por el presidente, Juan Manuel Santos, de que se entablarían en Oslo y en La Habana conversaciones con el movimiento insurgente mayor y más antiguo del país, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), es el último episodio de una larga historia de negociaciones con los rebeldes. Observadores nacionales y foráneos coinciden en recibir las noticias con “cauto optimismo”, testimonio tanto del ardiente deseo de poner fin a 50 años de conflicto como de las lecciones aprendidas por las bravas, a raíz de los esfuerzos previos para tratar de disolver los grupos armados. Dichas experiencias ilustran la paradoja a la que ahora se enfrenta el presidente Santos: si trata de dar carpetazo al conflicto demasiado rápido –haciendo concesiones a las FARC– se arriesga a que su posición política se precarice. Antonio Navarro Wolf, antiguo rebelde del M-19, se incorporó a la escena pública colombiana hace 20 años y ha llegado a ser una consumada figura política nacional. Como señala Navarro con gran discernimiento, los problemas estructurales que nutren el conflicto con las FARC –pobreza, fuentes de T Michael Shifter es presidente de Inter-American Dialogue (Washington DC). Cameron Combs es asistente de programa en Inter-American Dialogue, experto en la región andina y en gobernanza democrática. Traducción de Miguel Marqués. 156 POLÍTICA EXTERIOR NOVIEMBRE / DICIEMBRE 2012 ESTUDIOS ¿Podrá Santos aplicar la experiencia de Colombia en la negociación con grupos armados para poner fin al conflicto interno más antiguo de América? Si bien los colombianos desean alcanzar la paz, no son muchos los dispuestos a conceder el perdón a las FARC. ingresos ilícitas, desigualdad y exclusión social– tardarán generaciones en resolverse. Aunque las conversaciones den fruto, la violencia no dejará de existir. Aun así, Navarro arguye que la finalización de la lucha política armada permitirá al país centrarse en las soluciones a esos problemas y a otros igualmente acuciantes. Incluso tratándose de un reto extraordinario, podría decirse que estamos más cerca que nunca de la desmovilización de las FARC. Un largo camino Será la cuarta vez que el gobierno se siente a la mesa con las FARC, lo que se ha convertido en una tradición iniciada en los años ochenta y superviviente a cambiantes paisajes ideológicos en los que han fluctuado la criminalidad y la capacidad de acción estatal. La última vez que se intentó alcanzar la paz fue durante el gobierno de Andrés Pastrana, entre 1998 y 2002. Entonces, se estimaba que el efectivo de las FARC ascendía a 18.000 hombres y que los cuerpos de seguridad del Estado estaban presentes en poco más de la mitad del territorio nacional. Reinaba el caos. En 1999, el ministerio de Defensa daba cuenta de casi 2.000 actos terroristas y más de 3.000 secuestros, lo que se sumaba a una tasa de más de 60 homicidios por 100.000 habitantes. Al gobierno, claramente a la defensiva, le faltó el poder de negociación necesario para forzar un acuerdo y las conversaciones fracasaron. NOVIEMBRE / DICIEMBRE 2012 POLÍTICA EXTERIOR 157 ESTUDIOS / COLOMBIA: LA PARADOJA DE PACTAR El sucesor de Pastrana en la presidencia, Álvaro Uribe (2002-10), dio un giro radical a la situación. Respaldada por miles de millones de dólares en ayuda estadounidense, la agresiva acción militar redujo las capacidades de los rebeldes. Tal esfuerzo se vio acompañado por medidas que fortalecieron la autoridad y el poder estatal. Entre 2003 y 2009, los secuestros se redujeron a 200 por año, los homicidios bajaron a la mitad y las FARC se contrajeron hasta los 9.000 militantes, siendo capturados o muertos muchos de sus líderes. Entre los esfuerzos de Uribe por reducir la violencia figuró también la negociación con otro grupo armado, las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). La respuesta dada a las guerrillas de izquierda había exacerbado la violencia rampante que estaba profundamente involucrada en el tráfico de droga. En 2002, las AUC pusieron en marcha conversaciones para su desmovilización y, a lo largo de varios años, más de 31.000 paramilitares entregaron las armas. Pese a la reducción de la violencia, menos del 10 por cien de esas personas han sido enjuiciadas en virtud de la Ley de Justicia y Paz de 2005, cuyo objetivo era reincorporar a los paramilitares a la vida civil, llevar a sus líderes ante la justicia y restituir a las víctimas. Las deficiencias de este proceso han permitido que muchos paramilitares hayan regresado rápidamente a las actividades delictivas en el marco de las llamadas “Bacrim” o bandas criminales. En 2010, tomó el relevo presidencial Santos, figura clave del equipo de seguridad de Uribe. Tras jurar el cargo, Santos detectó condiciones favorables para intentar de nuevo firmar la paz con las FARC y movió ficha en pos de ese objetivo. Poner fin al conflicto interno más antiguo del continente americano es un logro muy tentador para cualquier presidente de Colombia, y Santos, obviamente, no es excepción. A día de hoy, no hay duda de que las actuales conversaciones representan una fortísima apuesta y determinarán en buena parte las posibilidades de reelección de Santos en 2014. Mientras, Uribe ha desatado un torrente de críticas contra el proceso. Paradójicamente, el expresidente desempeñó un papel significativo en el proceso que ha hecho posibles estas negociaciones, gracias, en particular, a la mejora de la seguridad nacional. A diferencia de hace una década, las FARC han dado la victoria por perdida y deberían mostrarse más abiertas al compromiso. Es asimismo relevante el favorable entorno político heredado por el presidente Santos. En efecto, su coalición controlaba el 90 por cien del Congreso cuando asumió el cargo y disfrutaba de un sólido apoyo público desde hacía dos largos años. 158 POLÍTICA EXTERIOR NOVIEMBRE / DICIEMBRE 2012 Familiares de víctimas de las FARC piden públicamente que su voz se escuche en las negociaciones de paz que comenzaban en Oslo el 17 de octubre (Bogotá, 14 de octubre de 2012). REUTERS Podría razonarse que las actuales agendas interior y exterior del presidente se funden en un único esfuerzo por asentar bases para la paz. Aprovechando su capital político, Santos ha trabajado en ese sentido de dos maneras. En primer lugar, su coalición ha aprobado varias leyes que establecen la postura negociadora del gobierno y disponen medidas como la creación de un marco jurídico de transición y la restitución de las muchas víctimas del conflicto. En segundo lugar, la mejora de las relaciones con los vecinos suramericanos de Colombia –particularmente, con Venezuela– constituirá asimismo un factor a la hora de llevar el proceso a buen puerto. Trabajo legislativo De las leyes cuya aprobación en el Congreso consiguió Santos a base de esfuerzo, la más relevante es la de Orden Público. Los legisladores ampliaron la ley de 2010, adaptando el marco jurídico aprobado antes de las conversaciones iniciadas por Pastrana e introduciendo varios cambios para evitar los errores del pasado. La ley permite al presidente dar a los negociadores de las FARC autorización para “obtener soluciones al conflicto armado, […] el cese de hostilidades o su disminución, la reincorNOVIEMBRE / DICIEMBRE 2012 POLÍTICA EXTERIOR 159 ESTUDIOS / COLOMBIA: LA PARADOJA DE PACTAR poración a la vida civil de estos grupos o lograr su sometimiento a la ley”. Como en la versión anterior, esta medida, calificada de “columna vertebral para la paz” por la influyente revista Semana, permite al gobierno negociar previa suspensión de las órdenes de detención contra los representantes de la guerrilla. Sin embargo, la nueva ley contiene discrepancias de calado. Una de las principales razones del fracaso de las conversaciones iniciadas por Pastrana estriba en la desmilitarización de una región del tamaño de Suiza, lo que permitió a las FARC reagruparse sin temor a injerencias: un gesto generoso que no obstante eliminaba los alicientes que los rebeldes podían encontrar a una negociación de buena fe. Aprendido este error, el gobierno apremió al Congreso para que declarara fuera de la ley las zonas desmilitarizadas. Otro cambio fue la estipulación de que las negociaciones deberán tener lugar fuera de Colombia y se deberá asimismo fomentar la integridad de las mismas, evitando el máximo de filtraciones. Tipificando estas condiciones previo inicio de las conversaciones, Santos dificulta que las FARC puedan presentar exigencias que den al traste con el proceso. El verano pasado, la Ley de Víctimas y de Restitución de Tierras sentó un precedente legal al exigir medidas compensatorias especiales para las personas afectadas por el conflicto armado. El pilar de la ley es un sistema mejorado de restitución de tierras perdidas desde 1991 a causa de los desplazamientos forzosos. Las mejoras en este aspecto son fundamentales. Según Human Rights Watch (HRW) la violencia de los últimos 30 años ha desplazado a más de 3,7 millones de personas, despoblando una región tres veces más extensa que El Salvador. Los esfuerzos realizados anteriormente para subsanar esta tragedia han producido resultados decepcionantes. La web Verdad Abierta informa de que solo 80 de los 2.490 paramilitares sentenciados en virtud de la Ley de Justicia y Paz de Uribe han contribuido a las restituciones por un total de 130.000 millones de pesos, lo que equivale a poco más de un euro por cada una de las 380.000 personas que, según Verdad Abierta, se han visto afectadas por la actividad paramilitar. Grupos como HRW han saludado la ley como oportunidad “histórica” para una solución duradera al conflicto, mediante la modificación del onus probandi (carga de la prueba) con miras a favorecer a las víctimas y dando mayor apoyo institucional a la devolución de tierras y a la hora de proporcionar otras vías restitutivas. 160 POLÍTICA EXTERIOR NOVIEMBRE / DICIEMBRE 2012 MICHAEL SHIFTER Y CAMERON COMBS / ESTUDIOS Una política exterior conciliadora El presidente Santos se ha diferenciado de Uribe en que ya al comienzo de su mandato protagonizó un acercamiento a los líderes de izquierda de América Latina. Esa maniobra tendrá sin duda implicaciones, dada la participación de Venezuela en las negociaciones. Junto con Cuba, que acogerá la segunda ronda de conversaciones, el de Hugo Chávez es el gobierno izquierdista más importante de América. La bendición de La Habana y de Caracas da legitimidad a las negociaciones con un grupo inequívocamente marxista en sus orígenes. En ese sentido, parece prudente que Chávez tenga también sitio en esa mesa. No obstante, las razones del gobierno venezolano deben ser analizadas. Las FARC tienen campamentos en Venezuela, donde algunos de sus líderes de mayor peso dirigen operaciones. Además, hay pruebas creíbles que demuestran la relación entre la guerrilla y el gobierno de Chávez, y que altos cargos del gobierno venezolano se lucran con el narcotráfico. El apoyo de Venezuela será esencial para poner fin al conflicto, aunque queda por ver si Chávez se enfrentará dentro de su territorio a los poderosos intereses en juego de los grupos delictivos. Santos también ha entibiado las relaciones con otros vecinos suramericanos, como Ecuador, y ha estrechado lazos con Brasil. Este apoyo regional tendrá importancia durante las negociaciones y será asimismo necesario para dar respuestas a nivel continental a los problemas transnacionales que espolean el crimen organizado, como el narcotráfico y el lavado de dinero. Lecciones pretéritas para retos futuros Es buena señal que los representantes hayan acordado un programa definido durante las conversaciones preliminares, muestra de las voluntades de ambas partes. No obstante, los cinco puntos por discutir –finalización del conflicto, desarrollo rural, participación política de las FARC, narcotráfico y derechos de las víctimas– son complejos y amplios. Además, cualquier solución exhaustiva que nazca de estas negociaciones carecerá de aportaciones directas de otras partes. Por ejemplo, ¿aceptarán las víctimas un acuerdo de restitución negociado entre gobierno y guerrilla, ambos acusados de cometer graves abusos contra los derechos humanos? La historia empuja a pensar que es muy complicado poner punto y final al conflicto mientras las fuentes ilícitas de ingresos como la coca o la extorsión sigan siendo rentables. La desmovilización de las AUC arroja luz sobre este NOVIEMBRE / DICIEMBRE 2012 POLÍTICA EXTERIOR 161 ESTUDIOS / COLOMBIA: LA PARADOJA DE PACTAR problema. Si bien se desmovilizó oficialmente a 31.000 paramilitares, pronto emergieron nuevos grupos compuestos en su mayor parte de “exparas”, tanto soldados como oficiales. Apodadas Bacrim, estas bandas criminales realizan actividades ilegales, matan y abusan de los ciudadanos como hacían los grupos de los que nacieron. El gobierno niega que estos “nuevos” delincuentes sean paramilitares de segunda generación. Es de esperar que haya aprendido la lección en todo caso. Las autoridades deben dar pasos para cerciorarse de que los que se desmovilizan son, en efecto, quienes dicen Son necesarias medidas ser –y no ciudadanos sobornados para hacerse pasar por rebeldes– y para garantizar que que todas las fuerzas en cuestión los rebeldes no se se disuelven realmente. En 2010, HRW hacía hincapié en otro metamorfosean en aspecto soslayado durante el nuevos grupos violentos proceso: la oportunidad de “interrogar exhaustivamente a los paramilitares desmovilizados sobre los activos, contactos y operaciones delictivas de los grupos, a fin de investigar sus redes y apoyos, y acabar con ellos”. Será fundamental la precisión en las declaraciones, habida cuenta de las dudas que actualmente existen en torno a quién posee el control en el mando central de las FARC. IHS Jane’s ha informado en octubre de 2012 de que, según el gobierno colombiano, solo 15 de los 67 frentes de las FARC siguen respondiendo a su secretariado. El informe señala que esas cifras probablemente infravaloran la autoridad del secretariado, pero recalcan que esos frentes pueden quedar absorbidos por estructuras delictivas ya existentes. Las medidas encaminadas a garantizar que los rebeldes no se metamorfosean en nuevos grupos son esenciales para una reducción sostenible de la violencia. No obstante, el descenso del número de homicidios y masacres en áreas desmovilizadas son indicio de que el proceso que tuvo lugar a lo largo de la década de 2000 ha contribuido al declive de las tasas de delincuencia, lo que presupone un gran potencial para los esfuerzos de integración más eficaces, siempre que estos se completen con éxito. La experiencia ha demostrado que proteger a las FARC en su objetivo de acceder a la participación en la vida política supone todo un reto. En los años ochenta, las FARC crearon Unión Patriótica (UP), partido consagrado a objetivos de izquierda, como la reforma del suelo y los derechos sindicales. Aunque 162 POLÍTICA EXTERIOR NOVIEMBRE / DICIEMBRE 2012 MICHAEL SHIFTER Y CAMERON COMBS / ESTUDIOS tuvo un resultado electoral razonablemente positivo, la UP sufrió el asesinato de miles de sus miembros antes de desaparecer como formación. Con toda probabilidad, las FARC exigirán garantías de que tal episodio no se repita. En cualquier caso, las FARC disfrutan de escasos apoyos, a diferencia de lo que ocurría hace 30 años. Según Semana, casi el 75 por cien de la población se opone a su participación en la política. Sigue siendo una incógnita cómo mantendrá el gobierno el apoyo al proceso, satisfaciendo a la vez las exigencias de representación de la guerrilla. Este es uno de los muchos desafíos inherentes a un proceso tan complejo. ¿Cómo complacer a todos? Si bien la población colombiana está mayoritariamente a favor de la paz –una encuesta de Ipsos-Napoleón Franco en septiembre pasado ha revelado que casi un 80 por cien aprueba la decisión de negociar–, el porcentaje que no concedería el perdón a las FARC es proporcionalmente alto. En cualquier caso, un acuerdo de paz deberá prever, casi con total seguridad, cierto grado de amnistía. En junio, el Congreso aprobó un marco jurídico de transición que permitiría dictar sentencias alternativas contra los participantes en el conflicto armado. A raíz de esta medida, han saltado a la palestra tanto los improbables aliados de Uribe y sus políticas de línea dura como los defensores de los derechos humanos. Ambos critican que la ley levanta la mano ante los graves crímenes cometidos por las FARC. El Fiscal General, Luis Eduardo Montealegre, defendió la ley en una entrevista reciente reconociendo con franqueza que podría darse que ni un solo guerrillero terminara entre rejas, a la luz del nuevo marco jurídico: “No nos digamos mentiras, hablemos francamente: el nuevo marco para la paz es una amnistía condicionada incluso para graves violaciones de los derechos humanos”. Para muchos colombianos ese sería un amargo trago. Santos se enfrenta a una disyuntiva. Por un lado deberá cerrar un acuerdo con los insurgentes y, por otro, debe apaciguar a una ciudadanía poco dispuesta a hacer concesiones. Además, la percepción sobre la inseguridad ha supuesto un duro golpe a su popularidad. Un estudio de Gallup el pasado junio mostraba que la opinión sobre que la seguridad había empeorado en el país desde que Santos accedió a la presidencia había ascendido del 35 al 65 por cien durante su mandato. Parece probable que la ciudadanía no tarde en perder la paciencia sobre las negociaciones si se extiende la percepción de que la seguridad puede verse amenazada por la indulgencia hacia las FARC. NOVIEMBRE / DICIEMBRE 2012 POLÍTICA EXTERIOR 163 ESTUDIOS / COLOMBIA: LA PARADOJA DE PACTAR Por otra parte, los políticos solo apoyarán a Santos mientras esa colaboración aporte réditos electorales. Si las condiciones de seguridad empeoran o las conversaciones encallan, la capacidad de Santos para hacer que se aprueben nuevas leyes flaqueará considerablemente, lo que dificultará las negociaciones, pues se necesita una nueva legislación para continuar con los actuales esfuerzos de desmovilización y para definir de manera más concreta cómo se juzgará y condenará a las FARC. El Congreso también se plantea una medida para garantizar que los miembros de las fuerzas armadas sean juzgados por sus abusos –salvo casos excepcionales– por tribunales militares y no civiles. Esta propuesta llega cuando en el seno de las fuerzas armadas se extiende la preocupación de que los soldados –a petición de las asociaciones de víctimas– puedan ser responsabilizados de abusos, al igual que los guerrilleros. Como señalaba IHS Jane’s en octubre, será esencial realizar un seguimiento de las fuerzas armadas dada la posibilidad de que facciones radicales del ejército intenten frustrar deliberadamente el proceso de paz. Como exministro de Defensa, sin embargo, el presidente Santos conoce esas preocupaciones y está aplicando medidas para disiparlas. Como ha puesto de manifiesto su equipo negociador, el presidente ha hecho un esfuerzo coordinado para incluir a grupos de interés clave en el proceso. La inclusión de Óscar Naranjo, célebre director de la policía durante el mandato de Uribe, hará mucho por mitigar los temores que puedan surgir entre la ciudadanía o en los cuerpos de seguridad. Jorge Mora Rangel representará a la línea dura militar, y el sector privado tendrá a su valido en Luis Carlos Villegas, presidente de la Asociación Nacional de Empresarios. Dirigirá las negociaciones Humberto de la Calle Lombana, vicepresidente entre 1994 y 1997, político bien conocido y experto jurista. El resultado de las mismas dependerá de las habilidades de los negociadores y también de que no decaiga el apoyo al proceso en el país, algo que Santos ya tenía en mente cuando confeccionó el equipo que viajaría a Oslo. Lo que ocurra durante los próximos meses podría inmortalizar al presidente de un plumazo o perjudicarlo políticamente. Muchos factores externos modelarán el éxito o no de las conversaciones, aunque siempre será crucial la determinación y paciencia del pueblo colombiano. En última instancia, Navarro tiene razón: no debe esperarse que estas conversaciones erradiquen la violencia, las drogas o la desigualdad. No obstante, crearán, esperemos, condiciones favorables para abordar enérgicamente dichos problemas. Y ese, de por sí, no es logro baladí. 164 POLÍTICA EXTERIOR NOVIEMBRE / DICIEMBRE 2012