Juan Marcos Castro

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Tendencias internacionales en la evaluación de la sostenibilidad J. Marcos Castro. Universidad de Málaga En la esfera internacional se constata el creciente interés por la cuantificación del impacto que la actividad humana ejerce sobre la calidad del medio ambiente global. La medición del nivel de desarrollo calificado como sostenible resulta una línea prioritaria en la casi totalidad de los planes estadísticos de las regiones y países más avanzados. Los progresos en materia de evaluación de la sostenibilidad obtenidos hasta la fecha son muy heterogéneos, estando en función al ámbito de análisis. A nivel nacional y regional se observa cierta preferencia por metodologías basadas en cuentas satélites integradas en el marco de la contabilidad input­output tradicional, así como otras medidas sintéticas complementarias al Producto Nacional Bruto (PNB), elaboradas unas veces en unidades físicas y otras monetarias (p.e. la contabilidad del flujo de materiales de una economía, el ISEW, el GPI o el IES del World Economic Forum). Por su parte, en el ámbito local, las principales aportaciones se han centrado en la elaboración de indicadores de sostenibilidad, huella ecológica e indicadores comunitarios o de calidad de vida urbana. Por otra parte, se reafirma la importancia del papel que juegan las ciudades en las políticas hacia la sostenibilidad global, dado el importante crecimiento demográfico urbano y sus efectos en términos de consumos de recursos, generación de residuos y contaminación, así como la calidad de vida en las ciudades. En España, la importante tradición en materia de planificación estratégica urbana (Barcelona, Madrid, Bilbao, Málaga, etc.) refleja el creciente protagonismo que juegan las ciudades en la esfera económica y social en el marco de una sociedad globalizada como la actual. En términos de auténtico marketing urbano, las ciudades compiten por liderar fenómenos de masas y procesos de innovación tecnológica y cultural que reflejen una imagen dinámica y vanguardista. Esta competitividad urbana alcanza también al paradigma de la sostenibilidad, plasmándose en términos de desarrollo de buenas prácticas, ranking de calidad de vida en ciudades, elaboración de agendas 21 locales, que no siempre se realizan con el rigor necesario. De cara a la toma de decisiones en materia de planificación estratégica urbana o al seguimiento de las Agendas 21 Locales, los indicadores de sostenibilidad suponen un instrumento de gran utilidad en función al nivel de agregación y las dimensiones que consideren. Al realizar una revisión de la literatura existente en esta materia, se constata la diversidad de definiciones para los términos desarrollo sostenible, sostenibilidad o sustentabilidad. Esta pluralidad de conceptos hace de la sostenibilidad un término polisémico, cargado de matices, para cuyo análisis estadístico son necesarias las técnicas de análisis multidimensional. La definición más difundida es la del Informe Brundtland (UNCED, 1987): “el desarrollo que satisface las necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer las suyas”. Este enunciado está formulado con gran ambigüedad, lo cual por otra parte justifica su gran aceptación y prolífico uso en documentos de muy diversa índole. Frente a la ambigüedad comentada, la mayoría de autores desgranan el término en varios componentes. En este sentido, destaca el esquema de los tres pilares del desarrollo sostenible recogido por Munasinghe (1993), que distingue entre sostenibilidad medioambiental, económica y social. La primera apunta hacia la conservación de los sistemas soporte de la vida (fuentes de recursos, destino o depósito de residuos), la sostenibilidad económica se refiere al mantenimiento del capital económico y la acepción social es definida como el desarrollo del capital social. Finalmente, el desarrollo sostenible es el concepto integrador de los anteriores.
1 Otros análisis se centran en la base física de una economía y en la definición del capital natural. Sobre la base de este concepto, resulta práctico diferenciar entre sostenibilidad débil y sostenibilidad fuerte, en base a la consideración de la “sustituibilidad” plena o parcial entre los distintos tipos de capital. En términos generales, una economía se encuentra en una senda “débilmente sostenible” si el desarrollo (medido normalmente por el PNB) no disminuye de una generación a la siguiente. La sostenibilidad “débil” parte de la asunción de que el capital natural y el capital artificial son plenamente sustitutivos 1 en un cierto plazo (Pearce et al., 1990). La sostenibilidad en este caso consiste en conservar (o aumentar) el capital total agregado de una generación a otra, de manera que las generaciones futuras tengan la opción de vivir tan bien como sus predecesoras. Una sociedad que si bien reduce su capital natural, aumenta por otra parte su capital artificial (compensando esa pérdida y manteniendo el capital total), es una sociedad que alcanza la sostenibilidad débil. Si una economía se encuentra en una senda que mantiene (o aumenta) sus disponibilidades de capital natural a lo largo del tiempo, se dice que es fuertemente sostenible. Este enfoque plantea que, para evitar la disminución del stock de capital total (traducido en bienestar, renta, consumo), es necesario preservar el stock de capital natural, así como la calidad ambiental del mismo. La sostenibilidad “fuerte” considera que el capital natural no es plenamente sustituible por el capital hecho por el hombre (artificial o manufacturado), dado que muchas formas de aquel (p.e. el paisaje o la biodiversidad) no tienen sustituto. Los llamados indicadores de desarrollo sostenible, o simplemente indicadores de sostenibilidad, han experimentado un considerable auge, sobre todo desde el lanzamiento de la Agenda 21 (UNCED, 1992) y la vasta selección de indicadores de desarrollo sostenible realizada por Naciones Unidas en su “libro azul” (UNCSD, 1996). La finalidad de los mismos es indicar de alguna forma si las actividades humanas, el uso de recursos naturales o determinadas funciones ambientales pueden considerarse sostenibles de acuerdo a algún criterio de sostenibilidad ad hoc. En definitiva, miden la brecha existente entre el desarrollo actual y aquel definido como sostenible (Opschoor y Reijnders, 1991), medida que está claramente sesgada hacia los valores básicos de la sociedad actual. A pesar de los esfuerzos de instituciones internacionales en materia de normalización y coordinación, la proliferación del uso de indicadores ha llevado a que no exista un consenso a la hora de decidir qué indicadores deben seleccionarse y cómo han de agregarse, máxime cuando se aplican desde la escala local a la internacional. Detrás de cada propuesta de indicadores se encuentran distintos conceptos de desarrollo sostenible. Si la sostenibilidad se considera un objetivo eminentemente realista o aplicado, debe ser posible evaluar el acercamiento a la misma. La elección de los indicadores no es un asunto meramente técnico, pues si bien inicialmente son el resultado de los objetivos políticos, acaban conformando y encorsetando los mismos, excluyendo prácticamente otros indicadores. Como señala la Comisión Europea (CCE, 1996), “el procedimiento de determinación de indicadores influirá en la formación de nociones sobre lo que es el desarrollo sostenible”. Un sistema de indicadores 1 La ortodoxia propugna la relación entre el capital natural y artificial como sustitutivos y reversibles: el agotamiento de los recursos naturales es compensado por nuevas tecnologías o formas del capital artificial (riqueza, equipamiento) que mantienen el bienestar social constante.
2 distorsionado bien por la escasa información existente, bien por el mal entendimiento de sus interrelaciones, puede provocar concepciones erróneas de la sostenibilidad. Kuik y Gilbert (1999) clasifican las distintas aportaciones en materia de indicadores de sostenibilidad en tres grupos: a) Indicadores agregados. Se expresa el indicador en una métrica común, normalmente en términos monetarios o energéticos. b) Indicadores socioeconómicos e indicadores ambientales. Se utilizan indicadores diferenciados para los subsistemas socioeconómico y ambiental, aunque íntimamente ligados por relaciones causales (enfoque PER de la OCDE). c) Indicadores “libres”. En esta categoría se incluyen aquellos otros indicadores que se refieren a cualquier aspecto de la relación medio ambiente­desarrollo con utilidad para la toma de decisiones. El ejemplo más conocido es el de Seattle Sostenible (Sustainable Seattle, 1995), con numerosos indicadores relativos a estilos de vida sostenible. Para evitar una definición objetiva de la sostenibilidad, en muchas ocasiones se apuesta por la elaboración de índices basados en una definición relativa, usando como valor de referencia la mejor situación existente en el ámbito de estudio para cada indicador de base 2 . De cara a la toma de decisiones, resulta muy útil manejar una única medida que sintetice la información considerada en materia de desarrollo. La construcción de índices o indicadores sintéticos de sostenibilidad persigue la medición del grado de avance hacia el objetivo del desarrollo sostenible en términos genéricos, de ahí que la pérdida de información derivada del uso de un numerario común para agregar los indicadores, no siempre sea relevante. Sin embargo, se plantean problemas ya conocidos derivados de la heterogeneidad de los mismos, así como la simplificación excesiva, lo cual dificulta el poder recoger todas las interrelaciones entre los subsistemas definidos. 2 Otra opción es partir de una concepción subjetiva de la sostenibilidad, comparando la percepción existente sobre determinados aspectos del desarrollo sostenible (usando información procedente del ecobarómetro o de encuestas específicas de valoración contingente).
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