Unidad 10 • JUSTICIA DIVINA Y JUSTICIA HUMANA Quaerite ergo primum regnum dei, et iustitiam eius; et Haec omnia adjicientur vobis. MATTHAEUM, vi, 33; lucam, XII, 31 CONCEPTO DE LA JUSTICIA Innúmeros son los pensadores y las escuelas filosóficas que han abordado el problema del concepto de la justicia. Desde los antiguos filósofos griegos anteriores a Sócrates, hasta los actuales tratadistas de filosofía jurídica. En Heráclito y en parménides, por ejemplo, encontramos ya rudimentos, aun cuando no muy claramente perfilados.i Según parece, fue Pitágoras el primero que dio un concepto de la justicia.ii Si hemos de confiar en el testimonio de Aristóteles, este concepto pitagórico estaba basado en el talión, y definía lo justo diciendo “que consiste en dar exactamente a otro lo que se ha recibido”iii o bien “en que el ofensor sufriera el mismo daño que había hecho al ofendido”.iv El mismo Aristóteles hace algunas críticas a estos conceptos, y Del Vecchio lamenta la falta de fuerza directas de información sobre el pensamiento pitagórico, para poder apreciar la justeza de dichas críticas. Lo que sí se puede hacer resaltar en los conceptos mencionados es la idea de proporcionalidad, de igualdad, de contracambio, que después desarrolló con maestría el pensador de Estatuirá. Pero la definición de justicia más conocida es la de Ulpiano, quien dice: justitia est constants et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi.v Este concepto que se traduce: justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada quien su derecho, ha sido criticado en el sentido de que es puramente formal, de que carece de contenido; Porque, en efecto, ¿cuál es el derecho de cada quién? Se podría decir que el derecho de cada quien es lo que le corresponde. ¿Y qué es lo que a cada quien corresponde? Como se ve, el problema se desplaza, pero no se resuelve. Y esto no puede ser de otro modo, puesto que el contenido de la fórmula será suministrado por el caso concreto. No puede ser fijado de antemano, porque no se puede abarcar, en un solo concepto, la infinidad variedad de las relaciones humanas, en su aspecto de justicia. A su fluidez, a su inconstancia, a su mutabilidad. Forzosamente tiene que ser interpretada por nociones formales e incompletas como la de la justicia. Solamente cuando el caso concreto se presenta, éstas adquieren un contenido más p menos preciso. Y decimos “más omenos preciso”, porque, en la cuestión que nos ocupa, bien puede ocurrir que, en un momento dado, presentada la situación que se trata de valorar, no se sepa con exactitud a quién corresponde la justicia o cuál sea el acto justo; Pueden suscitarse dudas, controversias, indecisiones. Por ello Kelsen ha podido decir: El problema de la justicia misma hoy lo consideran todavía sin resolver, a pesar de esfuerzos milenarios, los que de él se ocupan profesionalmente, si se prescinde de que alguna que otra vez tal o cual profesor afirma, entre las sonrisas de sus colegas, saber lo que es justo.vi CONSIDERACIONES EN TORNO A LA DEFINICIÓN DE ULPANO A pesar de todas las críticas que se hayan podido hacer a la definición de Ulpiano, es la que ha prevalecido a través del tiempo y devenido clásica. Sin embargo, la justicia, más que consistir en “dar a cada quien su derecho”, consiste, a nuestro modo de ver, en “dar a cada quien lo que le corresponde”. En efecto, puede darse el caso de que la persona que, de acuerdo con la ley del Estado, tiene un derecho, no le corresponda éste de acuerdo con la justicia ideal o absoluta. A su definición, Ulpiano agrega inmediatamente: iuris preacepta sunt haec: Honeste vivere, alterum non laedere, suum cuique tribere.vii (Los preceptos del derecho son éstos: vivir honestamente, no dañar a otro, dar a cada quien lo suyo.) Los dos principios preceptos, a nuestro parecer, sin dejar completamente de ser jurídicos, corresponden más bien a la moral. En cuanto al tercero, Kant dice que será absurdo “si se tradujera diciendo: ´Da a cada uno lo suyo´, porque a nadie se le puede dar lo que ya tiene”.viii A nuestro parecer, el filósofo de Kônigsberg confunde la propiedad con la posesión. Se puede dar a una persona lo que es suyo, si, por ejemplo, no tiene lo que en lenguaje jurídico se llama la “posesión derivada” ( tenencia material con animus domini); Como cuando se devuelve un depósito, o como cuando, en los sistemas en que la compraventa siempre es un contrato meramente consensual, el comprador no recibe, por cualquier motivo que sea, inmediatamente la cosa, en el momento mismo del acto, sino está dando al comprador algo que ya le pertenecía, que ya era suyo, pues el contrato se perfeccionó con el mero consentimiento de las partes, y, por tanto, la cosa pasó a ser ya propiedad del comprador, máxime si éste había ya pagado su precio. (Véase art. 2249 del código civil mexicano.) Así pues, sise puede dar a una persona “lo suyo”, cumpliendo de este modo con la justicia. Empero, mejor nos parece traducir el precepto suum cuique tribuere por “dar a cada uno lo que le corresponde”. Ya que la justicia no se limita a dar o devolver lo que es de uno, sino inclusive tiende en ocasiones a dar lo que no es de uno, pero que, sin embargo, le corresponde, como cuando al acreedor se le adjudican pero que, sin embargo, le corresponde, como cuando al acreedor e le adjudican bienes de la propiedad del deudor, los que, en consecuencia, no son de aquél, para que el crédito insoluto sea cubierto. Por esta razón, tampoco aceptamos que el sentido de la forma suum cuique tribuere, según Kant, deba ser éste: “entra en un estado (de cosas) en que cada uno pueda conservar lo suyo (su propiedad) contra (el ataque de) los demás;”ix Si así fuera, no se podría embargar al deudor incumplido bienes de su propiedad para cubrir el adeudo, pues, de acuerdo con la fórmula, debería conservar lo suyo. Y si se dijera que el acreedor también debe recuperar lo que le corresponde, se plantearía este dilema: o el acreedor se queda sin cobrar su crédito para que el deudor conserve lo suyo, o éste se queda sin lo suyo para que el acreedor recupere lo que le corresponde. La justicia no sólo consiste en una obligación positiva: “dar a cada quien lo que le corresponde”, sino también en una negativa: “No perturbar a nadie en lo que le corresponde”; no sólo consiste en “dar”, sino también en “responder”. La fórmula completa sería, pues, ésta: justicia es la constante y perpetua voluntad de dar y de responder lo que le corresponde a cada uno. Quizás se diga entonces que, de acuerdo con este concepto, tampoco se podrían embargar bienes al deudor moroso, puesto que la justicia consiste también en respetar lo ajeno, lo que a cada quien corresponde. Mas esto no así: se podrá embargar bienes al deudor incumplido para cubrir la deuda, en virtud de que, si bien es cierto que los bienes que se embarguen son suyos, son de su propiedad, sin embargo, no le corresponde. En efecto, desde el momento en que incurre en mora, una parte de su patrimonio se vuelve ilegítima, injustamente adquirida; el deudor obtiene un lucro indebido y, por tanto, esa parte no le corresponde. Recuérdese aquel principio elemental de justicia que reza: neminem cum alterius detrimento et injusria fieri locupletiorem,x es decir, nadie debe eneiquecerse con detrimento e injustica de otro, de tal manera que lo empobrezca sin causa legítima alguna. A la definición que hemos aceptado, quizás se le puede hacer igualmente la crítica de que es puramente formal. Pero esto, según hemos dicho, no puede ser de otra manera puesto que es imposible que exista algún concepto de la justicia que abarque todas las situaciones jurídicas de la realidad en su constante devenir. JUSTICIA DIVINA Este mismo concepto que hemos admitido, ¿podemos también aplicarlo a la justicia divina? Veamos. Hemos dicho que el poder de Dios es infinito; su voluntad, en consecuencia, es omnipotente, y su razón posee la sabiduría absoluta. No puede haber discrepancia entre su voluntad todopoderosa y su razón, toda sapiencia y bondad, pues si así fuera se produjese una desarmonía que no va de acuerdo con su naturaleza. Su voluntad, que todo lo puede, hallase, sin embargo, sujeta a su razón omnisciente. Y como esta razón es omniscia, todo lo sabe, todo lo comprende. Conoce también la justicia en toda su perfección, y, por tanto, su voluntad puede aplicarla con toda exactitud y eficiencia. En una palabra: sólo la justicia divina es perfecta, porque la suma razón todo lo sabe, y la suma voluntad todo lo puede. Y en el día del juicio final, según la doctrina cristiana, ase justicia brillará en todo su esplendor: todo lo oculto será descubierto, y todo lo que se dijo a los oídos será gritado desde los tejados; serán separados los buenos de los malos, y cada quien se le dará según sus obras, o sea, a cada quien se le dará lo que le corresponda. El ser supremo sabe perfectamente lo que cada uno merece. De acuerdo con estas ideas, el concepto de justicia que hemos expuesto es aplicable en el aspecto positivo a la suprema justicia del creador. Él también dará a cada uno lo que le corresponda. Pero en el aspecto negativo, dicho concepto no es aplicable. ¿qué derechos deberá responder el todopoderoso para no ser injusto? ¿cómo podríamos nosotros, os iguales, decirle a él, que todo lo sabe, que debe conservarnos tales o cuales bienes, que él mismo nos dio, para no ser inicuo? En otras palabras: la justicia divina consiste también en dar a cada uno lo que le corresponda, pero no en respetar lo que cada quien posee, ya que, en definitiva, nada es de los humanos. Cualquiera que sea el concepto de justicia humana quien se acepte, ésta no puede coincidir exactamente con la divina, debido a la imperfección moral y cognoscitiva del hombre.xi LA JUSTICIA EN DOS PARÁBOLAS CRISTIANAS Entre las enseñanzas del fundador del cristianismo encontramos muchas veces representada la idea de la justicia en el sentido divino; tenemos, por ejemplo, la parábola de la viña, la del siervo infiel, la de las diez vírgenes, la de la red. En algunas de ellas, como en la de los obreros de la viña y en la de los siervos fieles, tal parece que la idea de la justicia divina pugna con la aceptada por nuestra razón. En la de los viñadores, por ejemplo, ¿es justo que el obrero que trabajó menos, que trabajó una hora, resida salario igual que el que trabajó durante todo el día? A primera vista, eso nos parece injusto. Sin embargo, recuérdese que los obreros que laboraron durante todo el día, ellos mismos aceptaron, al ser contratados, que cada uno recibiera un denario de jornal. Nuestra razón no rechaza que la suprema ley en los contratos sea el acuerdo de las voluntades (durorum pluriumve in idem placitum consensus).xii Se confirma, además, lo que ya hemos dicho: que nada es nuestro y, por tanto, nadie tiene derecho a protestar contra la justicia divina. Aut non licet mihi quod volo facere? An oculus tuus nequam est, quia ego bonus sum?xiii (¿O no me es lícito hacer lo que quiero? ¿acaso es malo tu ojo, porque yo soy bueno?) (La bondad se sobrepone a la justicia estricta.)xiv Esta última interrogación se puede interpretar así: ¿ves mal, consideras malo, que yo sea bueno? (Se dice el órgano por la función.) Y, en realidad, ¿es injusto que alguien sea bueno? Bien puede suceder que lo sea, como quizás en este caso; pero el bien, repetimos, está por encima de la justicia: es un valor más alto. Finalmente, cuando cristo dice: multi autem erunt primi novissimi, et novissimi primi.xv (Y muchos primeros serán los últimos y los últimos, primeros), se puede entender: O bien que muchos de los que ocupan el último lugar es este mundo, en cuanto a riqueza, honores. Poderío, serán los primeros en el reino de los cielos por sus buenas obras, y que muchos de los que ocupan los primeros lugares en este mundo, serán los últimos en el reino de los cielos por malas obras; o bien, relacionado la frase con la parábola de los obreros viñadores, que el que comience tardamente a hacer obras buenas, recibirá el mismo trato, en el reino celeste, que el que reciba aquel que desde temprana hora comenzó a hacerlas. En otros términos: que lo que cuenta no es la posición que se ocupe en este mundo, sino las buenas obras que se realicen, y que es tarde para arrepentirse de las malas obras: lo que cuenta es el arrepentimiento sincero. En la segunda parábola que hemos citado, la del siervo infiel, la conclusión a que se llega nos parece también, a primera vista, un tanto injusta: omni enim habenti dabitur, et abundabit; ei autem, qui non habet, et quod videtur habere, auferetur ab eo.xvi (Porque a todo el que tiene se le dará, y tendrá abundante; y al que no tiene, lo que le parece tener, le será quitado.) De acuerdo con nuestra idea de la justicia, lo justo sería que al que no tuviere le fuere dado, y al que tuviere le fuere quitado. Empero, si examinamos con atención la parábola, veremos que el sentido de la misma es éste: a cada uno de los siervos se le dio un determinado número de talentos, y en tanto que los dos primeros los hicieron producir, el último enterró el talento que le fue dado, dejándolo improductivo. Ahora bien, podemos interpretarla de la siguiente manera: la palabra talento significa la gracia o el don que el creador concede a cada quien. A unos les concede más que a otros. No todos tienen la misma capacidad, el mismo talento, para aprovechar las enseñanzas de cristo. Esta asimilación de la palabra talento a la gracia divina, la encontramos apoyada en el hecho de que dicha palabra significa una moneda simbólica de los antiguos griegos, y que posteriormente se le dio la significación figurada de entendimiento, de dote intelectual, de “conjunto de dones con que Dios enriquece a los hombres”,xvii misma que prevalece actualmente en la lengua castellana. Si aceptamos, pues, esta significación, la parábola podría explicarse así: dios da a cada hombre determinadas aptitudes de entendimiento, de comprensión, de raciocinio, para que las haga producir y saque provecho espiritual de ellas, traduciéndolas en obras buenas, hechos virtuosos, actos caritativos. El siervo negligente que pone en práctica este don es el que será arrojado “a las tinieblas”, donde “será el lloro y el crujir de dientes”. Lo que se quiere dar a entender, por ende, con la frase: “al que tuviere le será dado, y tendrá más; y al que no tuviere, aun lo que le parece tener le será quitado”, es lo siguiente. Al que tuviere buenas obra, le serán dados bienes celestiales, y al que no las tuviere, lo que le parece tener (o sea, la gracia divina, el talento, que no supo hacer fructificar) le será quitado. Toda persona es capaz de desarrollar, aunque no en igual medida, el don divino de la compresión, del entendimiento, de las enseñanzas de cristo y, por tanto, de los actos virtuosos, y la que no lo hace, incurre en culpa. Así, lo que antes perecía injusto, se torna justo. ¿No es justo acaso que el que realiza obras buenas reciba su recompensa en el reino de los cielos, y el que a sabiendas no las realizó no la reciba? SOBRE SI EL CRISTIANISMO ES ANTAGÓNICO AL ORDEN JURÍDICO HUMANO Por las parábolas que hemos examinado a título de ejemplo, y por otros pasajes más de los evangelios, fuente directa de la doctrina cristiana, se ha sostenido que ésta se contrapone al orden jurídico humano. Lo que nos parece injusto desde el punto de vista de éste, se dice, desde el cristiano aparece como justo, y viceversa. Lo que nuestro derecho ordena, lo prohíbe el cristianismo. Éste reconocimiento el perdón; nuestro derecho exige el castigo. Opinión de Bruno Leoni y otros auteres dice Francesco Carnelutti que Bruno Lñeoni, en un estudio intitulado ll cristianísimo e i´idea del dirittoxviii plantea “il millenario dilema” de la menera siguiente: o essere soltanto cristiani e rinunciare a vivere in una societa organizzata o vivere in una societa organizzata ed accettare metodi e principi (economico- políticogiudidici) di organizzazione, che tuttavia non e possibile derivare direttamente, senza incoerenza, dagli insegnamenti fondamentali del cristo evangelio.xix (O ser solamente cristiano y renunciar a vivir en una sociedad organizada o vivir en una sociedad organizada y aceptar métodos y principios –económicos-políticosjurídicos- de organización, que sin embargo no es posible derivar directamente, sin incoherencia, de las enseñanzas fundamentales del cristo evangelio.), radbruch, por su parte, considera que el sermón de la montaña “no reconoce al derecho ni siquiera la importancia de un valor negativo anticristiano, sino que lo considera como carente de todo valor esencial”.xx O sea, que va más allá de la opinión de Rudolf Sohm, quien considera al derecho canónico como anticristiano; de la del conde León Nicolaievich Tolstoi, quien considera como tal a todo derecho, y de la de Martín Lutero, quien le confiere a todo orden jurídico una autonomia precaria, que puede ser interrumpida por la religon. Opinión de Francesco Carmelutti carmelutti critica directamente la postura de Leoni, o sea, que el cristianismo es ajurídico o, en el plano religioso, completamente antijurídico. Comienza por examinar las enseñanzas de cristo contenido en los evangelios y que versan sobre economía, tema que no abordaremos por no tener mucha relación con nuestro punto. Dice después que los fariseos, como muchas personas modernas, tenían probablemente la idea, o al menos la sospecha, de que el pensamiento de cristo fuese negativo a la materia jurídica, y de ahí que hayan formulado aquella pregunta: licet censum dare caesari, an non?xxi (¿Es lícito dar el tributo (censo) al César, o no?). La respuesta que el maestro dio: reddite ergo quae sunt caesris, caesari; et quae sunt dei, deo.xxii ( dad, pues, al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios), “implica il riconoscimento della necesita dell´ordinamento giurdico o dello stato, che sono, sotto diversi punti di vista, la medesima cosa”.xxiii (Implica el reconocimiento de la necesidad del prdenamiento jurídico o del estado, que son, desde diversos puntos de vista, la misma cosa.) Mas no basta el orden jurídico para regular las relaciones entre los hombres; es necesario también el orden divino. La ingenuidad de considerar a la parte como opuesta al todo –sigue diciendo Carmelutti- ha originado que se ponga al César y a Dios en el mismo plano, y se pretenda que con la enseñanza “dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios,” se hace alusión al principio de la separación de la iglesia y del estado, cuando que “il finito e compreso nell´infinito”. Lo que se deriva de dicha enseñanza, dice, es la condena de la concepción teística y omnipotente del estado. Non poniendo César essere collocato di fronte a Dio, il limite del dovere verso Cesare nel dovere verso dio, anzi che la separazione della chiesa dallo stato, implica la subordinazione dell´ordenamento giuridico, cheé ordenamento umano, all´ordine divino o ni altri termini la insufficiena di quello, per se solo, a stabilire la pace nel mondo.xxiv (No pudiendo César ser colocado frente a Dios, el límite del deber hacia César en el deber hacia Dios, ante que la separación de la iglesia y del estado, impliva la subordinación del ordenamiento jurídico, que es ordenamiento humano, al orden divino o, en otros términos, la insuficiencia de aquel, por sí solo, para establecer la paz en el mundo.) Como se ve, aunque no lo declara abiertamente, Carnelutti es partidiario de la sujeción del estado a la iglesia. Nosotros consideramos que debe prevalecer el principio generalmente admitido en la actualidad, e la separación de los dos poderes: el temporal y el espiritual. La historia demuestra cuántas tropelías e injusticias se han cometido cuando un solo poder absoluto es el que rige. Ciertamente que el César, y todos los gobernantes, y todos os humanos, y todos los seres en general, se hallan sometidos, en última instancia, al poder divino; pero siendo la iglesia una institución organizada por los hombres, es claro que debe tener su campo propio de acción, y éste es el espiritual; para nada debe tener injerencia en las cosas temporales de la política y de la organización del estado. A nuestro modo de ver, el fundador del cristianismo estableció la separación tajante de una y otra institución: “Dad al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios.” Y no es que queremos poner al César en el mismo plano que Dios. Si bien el primero se halla sujeto al Altísimo, dispone, sin embargo, como todo ser humano, de un amplio margen de libertad. No es el hombre un simple polichinela movido por la mano divina; puede escoger entre el bien y el mal, entre la justicia y la injusticia. Recuérdese la doctrina del libre albedrío hecha valer por la iglesia católica. Si así no fuera, el ser humano no sería responsable de sus actos, así como no lo es la piedra que golpea insensible cuando es arrojada con violencia. Con todo esto no queremos negar la doctrina cristiana acepte el orden jurídico del estado, quizás como animal menor necesario, y que este orden sea insuficiente para regir las relaciones de los hombres. “con le misteriose parole –prosigue Carnelutti-: ´non vi date a credere ch´io sia venuto per sciogliere la legge´,il maestro ha indicato organi forma o specie di legge, cosi che non se ne potrebbe escludere la legge giuridica piu che non se ne possa escludere la legge naturale.”xxv (Con las misteriosas palabras: “no vayáis a creer que yo haya venido para destruir la ley”, el maestro ha indicado toda forma o especie de ley, así que se podría excluir la ley jurídica, más que no se puede excluir la ley natural.) y si relacionamos estas palabras con el ambiente histórico en que fuera pronunciadas, continúa Carnelutti, encontraremos que se refieren a la ley mosaica, la cual es moral y jurídica al mismo tiempo. Así pues, el cristianismo no es contrario al orden jurídico estatal; pero la insuficiencia de éste la funda Carnelutti en la insuficiencia de la ley, y a su vez, la insuficiencia de la ley, sobre la necesidad de la excepción. Uizás más que en ningún otro, en el campo jurídico es indispensable la frecuente aplicación de la máxima: no hay regla sin excepción. Carnelutti llega a equiparar a esta última con una nueva regla que completa a la primera, o la deroga; es la equidad que se sobrepone a la ley, la cual es solamente un medio y no un fin. Por eso lo stato, ossia ordinamento del diritto, esiste per I´individuo, per I´individuo non I´individuo per lo stato. La necesita di Cesare, che il maestro ha riconosciuto, e per servire i´uomo non per esserne servito.xxvi (El estado, o sea, el ordenamiento del derecho, existe para el individuo no el individuo para el estado. La necesitad de César, que el maestro ha reconocido, es para servir al hombre no para ser servicio por éste.) De ahí que el sujeto de la ley tenga derecho a no observarla, cuando él persigue un fin bueno al que dicha ley se opone. Si además de la causalidad, debe tenerse en cuenta, pues, la finalidad, para valorar el acto jurídico, aparece la dificultad del juicio que lo establece. Haber llamado la atención sobre esta dificultad, dice Carnelutti, es otra de las “líneas maestras” del pensamiento cristiano. Nolite iudicare, ut non iudicemini.xxvii ( No queráis juzgar, para que no os juzguen.) acerca de esta enseñanza, Carnelutti dice: ll monito, naturalmente, concerne non tanto il divieto, quanto la responsabilita del giudicare: “Non giudicate affinche non siate giudicati”; La responsabiliza e delineaba nelle parole seguenti: “poiche secondo il giudizio onde voi giudicate, sarete giudicati; e colla misura onde avrete misurato, sara rimisurato a voi”.xxviii (La admonición, naturalmente, concierne no tanto a la prohibición, cuanto a la responsabilidad del juzgar: “no juzguéis a fin de que no seáis juzgados”; la responsabilidad es delineada en las palabras siguientes: “puesto que según el juicio con que juzguéis, seréis juzgados; y con la medida con que habréis medido, seréis medidos”.) De manera que si la personalidad que juzga no quiere ser juzgada injustamente, debe juzgar con justicia. ¿Y cómo deberá juzgar para hacerlo con justicia? Según Carnelutti, cristo también lo indica: con amor, con caridad. ¿Pero se puede decir que obra con amor aquel que impone una pena, un sufrimiento, un dolor? Si la pena es considerada como un mal, no; pero el error estriba precisamente en eso, según el profesor italiano: la pena, el dolor, que tiende a provocar el arrepentimiento, antes que un mal, es el mayor de los bienes. Como la ideas expuestas, Carnelutti concluye que las enseñanzas evangélicas de cristo, más que oponerse a la organización jurídica de la sociedad, “tracciano invece ali uomini le linne direttive per vivere in una societa organizzata secondo il diritto.”xxix (Trazan por el contrario a los hombres las líneas directrices para vivir en una sociedad organizada según el derecho.) La diferencia entre cristianos y no cristianos, no consiste, pues, en que los primeros deban renunciar a vivir en esta sociedad jurídicamente granizada, sino en que pueden renunciar a ello, si saben amar a sus hermanos con el amor divino, pues en tal caso “ll diritto diventa uno strumento inutile e la organizzazione sociale si libera dalla necesita del comando.”xxx (El derecho se torna un instrumento inútil y la organización social se libera de la necesidad del ando.) Opinión que sustentamos A nuestro parecer, si bien el cristianismo evangélico no condena de una manera expresa y terminante al orden jurídico terrenal, tampoco lo acepta abiertamente. Es más: en algunos casos podemos colegir la antijuridicidad de que habla Leoni o la inesencialidad a que se refiere Radbruch. Veamos algunos ejemplos: Audistis quia dictum est: oculm pro oculo, et dentem pro dente. Ego autem dico vobis, non resistere malo; sed si quis te percusserit in dexteram maxillam tuam, prabe illi et alte ram.xxxi (Oísteis que se ha dicho: ojo por ojo, y diente por diente. Mas yo os digo, no resistáis al mal; antres bien, si alguien te hiriese en la quijada derecha, preséntale también la otra.) Dicho de otro modo: no emplees la venganza; no trate de tomar desquite; no intentes herir al que te ha herido, sino, por el contrario, deja que te hiera otra vez. Dice Agustín de Hipona en De sermone domini in monte. (Sobre el sermón del señor en la montaña), que la “justicia menor de los fariseos” ordena que no se infiera mayor mal que el que se recibió. La justicia cristiana, en cambio, no sólo ordena devolver bien por mal, sino, más aún, que se esté dispuesto a sufrí nuevamente el mal. Cuando no existe un poder jurídicamente organizado que garantice la justicia, el que recibe una ofensa menor pues ser que, impulsado por la ira y la venganza, devuelva un daño mayor que el mal recibido. La “ley del talión” intenta remediar esto, y prescribe que el castigo debe ser igual, idéntico, al daño causado por la falta. Pero puede darse el caso, dice Agustín de Hipona, de que el que haya recibido animal cualquiera, devuelva un mal inferior al que le fue causado. Aun así, sigue diciendo el obispo de Hipona, no se cumple con perfección la enseñanza cristiana. Se acerca todavía más a este cumplimiento el que no devuelve ningún mal, o el que devuelve bien por mal. Pero para cumplir enteramente con el precepto del señor, es necesario que se esté dispuesto a sufrir nuevamente un mal mayor. Así pues, mientras el orden jurídico en que vivimos ordena el castigo del culpable, la doctrina cristiana evangélica enseña no solamente el perdón de la ofensa sino la disposición a sufrirla nuevamente. Clara diversidad entre la concepción de nuestro derecho y la del mensaje cristiano. “et ei qui vult tecum iudicio contendere, et tunicam tuam tollere, dimite ei et pallium.”xxxii (Y al que quiere contender en juicio contigo, y quitarte la túnica, cédele también la capa.) o sea: ¡Renuncia a tu derecho! ¡No te opongas al que te quiere quitar lo que es tuyo! Por el contrario, ¡dale más de lo que p´retende despojarte! O lo que es lo mismo: no luches, no pelees por lo superfluo como lo es el vestido (nonne anima plus est quam esaca, et hábeas plus quam vestimentum?)xxxiii (¿Por ventura no es el alma más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?) Clara posición antagónica a la de Rudolf Von Ihering: “el que se ve atacado en su derecho –dice éste-, debe resistir; éste es un deber que tiende para consigo mismo.”xxxiv Y más adelante agrega: “el hombre sin derecho, se rebaja al nivel del bruto.”xxxv Por eso el esclavo en Roma era considerado como un animal. Para no caer sociales. Los pueblos que gozan de orden y de paz sin antes hablar luchando por su derecho, son, dice Ihering, como aquellos individuos que heredan riqueza sin antes haber trabajado para ganarlas. No piensan que para alcanzar esos derechos otros se ha sacrificado con anterioridad por ello. ¡ Que este sacrificio no sea inútil! ¡Que los hombres sepan conservar este orden tan arduamente conquistado! ¡Que defiendan hasta el más insignificante de sus derechos! El cristianismo, en cambio, como hemos visto, aconseja: si te quieren quitar la túnica, cede también tu capa. No tengas interés en conservar lo superfluo: ¡cede tu derecho! Se propugna así un espíritu de indiferencia por las cosas terrenales. Sed de tunica et vestimento quod dictum ets – escribe Agustín de Hipona-, non in eis solis, sed in ómnibus faciendum est, quae aliquo iure temporaliter nostra esse dicimus.xxxvi (Pero lo que se dice de la túnica y la capa no se aplica sólo a estos objetos, sino también a todos los bienes temporales que por algún derecho decimos que son nuestros.) no se debe pelear por los bienes de este mundo: Esto consentiens adversario tuo cito dum es in vía cum eo; ne forte tradat té adversarius iudici, et iudex tradat té ministro, et in carcerem mittaris. Amen dico tibi, non exies inde, donec reddas novissimum quadrantem.xxxvii (Sé consenciente pronto con tu adversario mientras estás con él en el camino; no sea que por casualidad el adversario te entregue al juez, y el juez te entregue al ministro (alguacil), y seas metido en la cárcel. En verdad te digo, no saldrás de allí hasta que pagues el último cuadrante.) A este pasaje Agustín de Hipona le da una interpretación puramente celestial, por decirlo así, de justicia divina. El juez que habrá de juzgar el linaje humano, según él, es el hijo. Neque enim pater iudicat quemquam; Sed omne iudicum dedit filio.xxxviii (Porque el padre no juzga a nadie; sino todo juicio se lo dio al Hijo), dice el evangelio de san Juan. Sin embargo, el mismo evangelio expresa más adelante: Et si quis audierit verba mea, et non custodierit, ego non iudico eum; non enim veni ut iudicem mundum, sed ut salvificem mundum. Qui spernit me, et non accipit verba mea, habet qui iudicet eum. Sermo, quem locutus sum, ille iudicabit eum in novísimo die.xxxix (Y si alguno oyere mis palabras, y no las guardare, yo no lo juzgo; porque no he venido para que juzgue al mundo, sino para que salve al mundo. Quien me desprecia y no acepta mis palabras, tiene quien lo juzgue. El discurso, que he diho, él lo juzgará en el último día.) ¿Cómo debe entenderse esto? ¿Será el Hijo del hombre el que juzgue en el juicio final, o será la palabra que él predicó? La palabra, como es de comprenderse, carece de voluntad propia para actuar por sí misma; no puede, por tanto, juzgar por sí sola. A nuestro parecer, este pasaje debe interpretarse en él sentid de que el Hijo del hombre será el que juzgue, pero debe interpretarse en el sentido de que el hijo del hombre será el que juzgue, pero ateniéndose a la palabra que él mismo habló, es decir, no arbitrariamente y a su antojo. Los que la hayan observado serán salvo, y los que la hayan transgredido serán condenados. Por eso dijo: “la palabra que he hablado juzgará.” El alguacil, dice el obispo de Hipona, son los ángeles; la cárcel, el tormento de las tinieblas; el enemigo es Dios, a quo peccando aversi summus, ut adversarius noster dici possitxl (aquel de quien pecando nos apartamos, por lo que se puede decir que es nuestro adversario); y, por último, el camino es la presente vida. Et quicumque te angariaverit mille passus, vade cum illo et alia duo.xli ( Y si cualquiera te obligare a (andar) mil pasos, ve con él otros dos (mil)) en este pasaje encantamos también el mismo espíritu de conciliación, de renuncia a la disputa; Podemos equipararlo al otro de la “no resistencia al mal”, con el que se relaciona. En tanto que nuestro derecho ordenaría en este caso la defensa, la resistencia violenta, el cistiamismo aconseja la paz, la no resistencia física. Todos estos pasajes de los evangelios inspiraron a León Tolstoi la llamada “doctrina de la resistencia pasiva”, puesto en práctica después por el apóstol de la independencia de la India: Monadas Karamchand Gandhi. Según el célebre escritor ruso, la riqueza es la causa de todos nuestros males. Ella da nacimiento a la propiedad privada, que es una de nuestras mayores calamidades. Y el estado, por ser el fiel protector de éste mediante sus leyes, sus tribunales, sus prinsiones, sus picotas y sus guerras, es el más criminal entre todos los criminales; es el más nefasto enemigo del hombre. Por eso el cristiano debe combatirlo, debe destruirlo, debe aniquilarlo; pero no de una manera brutal y violenta (pues esto sería combatir el mal con el mal, cuando el mal debería ser combatido con el bien), sino por medio de la lucha pasiva que, al decir del biógrafo austríaco stefan Zweig, es más humano, menos cruenta y más eficaz. El cristianismo, dice Tolstoi, debe ignorar al estado; hacer como si éste no existiera; Abstenerse de usar su moneda, sus ferrocarriles, sus tribunales; no debe vivir bajo su amparo ni ejercer el derecho del voto y, en fin, debe evitarse todo contacto, toda relación, con este Anticristo tenebroso. La resistencia debe ser pacífica, silenciosa, individual. El Mahatma Gandhi, la figura de mayor reciedumbre espiritual de nuestro siglo, habría de ser el que, unos años después, organizara colectivamente esta heroica lucha de la resistencia pacífica, al hacer frente, con sus trescientos millones de adeptos, a uno de los imperios más poderosos del universo; mas no para destruir a un estado, sino para conquistar la independencia de su patria: la India. Su único fin era la libertad de su pueblo; su única arma, una fe inquebrantable en la bondad del hombre. Su doctrina sé ispiró en John Ruskin, en Henry David Thoreau, en León Tolstoi, en las antiguas religiones indias y, sobre todo, según propia declaración, en el cristiano sermón de la montaña con su precepto: “no resistáis al mal”, el mismo por el que Friedrich Nietzsche calificara de cobardes a los discípulos de cristo, sin pensar que no pueden haber cobardía cuando se marcha con ánimo sereno a la muerte, cual lo hicieron los primeros mártires de la doctrina cristiana. Homo, quis me constituit iudicem aut divisorem super vos? Videte, et cavete ad omni avaritia; Quia non in abundantia cujusquam vita ejus est, ex his quae possidet.xlii (Hombre, ¿quién me constituyó juez o partidor sobre vosotros? Ved, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no es la abundancia e lo que posee), Dijo Jesús al que le pedía: magíster, dic fratri meo ut dividat mecum hereditatem.xliii (Maestro, di a mi hermano que divida conmigo la herencia.) Clara oposición con nuestro orden jurídico que establece la partición de los bienes hereditarios. Ya hemos visto igualmente cómo en la parábola de los obreros de la viña, la justicia divina se muestra distinta a la humana: la primera se orienta más bien por la bondad, y la segunda, por la igualdad. Radbruch, a este respecto, dice: “En la parábola de los obreros de la viña, la bondad y la gracia, alejan de sí en un gran movimiento de la mano el problema del derecho y de la justicia.”xliv En conclusión podemos decir, con respecto al tema que nos ocupa, algo parecido a lo que dijimos cuando hablamos de la moral: entre los preceptos jurídicos del estado y las enseñanzas de cristo hay puntos de coincidencia y puntos de adversidad o indiferencia. Sólo que las normas cristianas, en ocasiones, son mucho más severas y rigurosas que las estrictamente jurídicas: Audistis quia dictum est antiquis: non oxides; qui autem occiderit reus erit judicio. Ego autem dico vobis: omnis qui irascitur fratri suo, reus erit judicio. Qui autem dixerit fratri suo: raca, resus erit concilio. Qui autem dixerit: fatue, reus erit gehennae ignis.xlv (Oísteis que fue dicho a los antiguos: no matarás: y quien matare, será reo de juicio. Mas yo os digo: que todo el que se irritare con su hermano, será reo de juicio. Y quien dijere a su hermano: racha (idiota o cobarde), será reo del concilio (concejo o sanedrín.) Y quien le dijere: fatuo (necio, simple, corrompido), será reo del fuego el infierno.) he aquí otro ejemplo: quod si oculus tus dexter scandalizat te, erue eum, et projice abs te; expededit enim tibi ut pereat unum membrorum tuorum, quam totum hábeas tuum mittatur in gehennam.xlvi (Por eso, si tu ojo derecho te escandaliza, arráncalo y arrójalo de ti; porque te conviene que perezca uno de tus miembros (y no) que todo tu cuerpo sea lanzado al infierno.) Agustín de Hipona interpreta en este caso la palabra ojo como una cosa que amamos mucho, pues aun los que quieren expresar con éficasis su amor, le dicen a la persona amada: “Te quiero como a mis ojos” o “más que a mis ojos”. De todos modos, quidquid enim es quod significat oculus sine dubio tale est quod vehementer diligitur.xlvii (cualquier cosa que sea lo que el ojo signifique, sin duda es algo que se ama vehementemente.) Y si por este “algo que se ama vehementemente” se está en peligro de pecar, se debe renunciar a ello, aunque nos cause gran pena. No diremos con Tolstoi que el cristianismo deba combatir al estado hasta hacerlo desaparecer, porque Né il maestro ha detto che la legge sia imperitura, ma che “non perira fino a tanto che tutto sia adempiuto” (mateo, V, 18). Tutto sara adempiuto quando il mondo sa diventato il regno della carita.xlviii (Ni el maestro ha dicho que la ley sea imperecedera, sino que “no parecerá hasta en tanto todo se haya cumplido” (mateos, V, 18). Todo se habrá cumplido cuando el mundo se haya convertido en el reino de la caridad.) NOTAS i Véase CARLE, op. Cit., parte 1ª., Lib. II, s 1º., núm. 43, pp. 134 y siguientes. ii Véase DEL VECCHIO, La giustizia, op. Cit., V, p. 45. ARISTÓTELES, Moral a Nicómaco, op. Cit., lib. V, cap. V, p. 165. iv ARISTOTELES, La gran moral, 2a. Ed., trad. Patricio de azcárate, espasa-calpe, Buenos Aires, 1945, lib. I, cap. XXXI, p. 66. v Digesto, parte 1a., lib. I, tít. I, núm. 10, Ulpianus, en el 1er. Vol. Del cuerpo del derecho civil romano, op. Cit., p. 199; véase también: instituta de justiniano, lib. I, tít. I. 1er. Párr., obídem, p. 5. vi KELSEN, La idea derecho natural, op. Cit., XV, p. 43, últ. Párrafo. vii Digesto, parte 1ª., lib. I, tít. I, núm. 10, s 1, en el vol. 1º. Del cuerpo., op. Cit., p. 199. véase también: instituta, lib. I, tít. I, s 3, ibídem, p. 5. viii KANT, Principio metafisicos del derecho, “división de la ciencia del derecho”, A, 3º., p. 55. ix Loc. Cit. x digesto, lib. L. Tít. 17, fr. 206, pomponius, en el vol. 3º. Del cuerpo., op. Cit., p. 961; véase también: lib. XII, tít. 6, fr. 14, sabinum, en el 1er. Vol. Ibídem, p. 708. xi Véase, por ejemplo, LEIBNIZ, op. Cit., p. 9; DEL VECCHIO, La giustizia, op. Cit., II, pp. 5 y 9; del mismo autor: “Giustizia divina e giustizia umna”, jus, rivista di scienza giurdice, anno VI, frasc. IV, dicembre 1955, milano, p. 3. iii xii Véase GIRARD, Paul Frederich, manuel élémentaire de droit romain, 7eme. Éd., librairie Arthur Rousseau Rousseau et cie. Éditeurs, Paris, 1924, liv. III, núm. IV, tít. I, chap. II, sec. I, s I, núm. III, A, p. 479. xiii MATTHAEUM, Evangelium, cap. XX, vers. 15. xiv RENARD, dice: “mais il y a des vertus plus hautes que la justice, trascendantes a la moral social: la générosité qui accorde plus qu´il n´est dû, le dévouement, i´abnégation, i´héroîsme” (op. Cit., 5eme, conf., I, p. 98). (pero hay virtudes más altas que la justicia, que trasciende la moral social: la generosidad que concede más de lo que se debe, la devoción, la abnegación, el heroísmo.) xv MATTAEUM, op. cit., XIX, 30; XX, 16; MARCUM, Evangelium, cap. X, vers. 31. xvi MATTAEUM, op. cit., XXV, 29; cfr. MARCUM, op. cit., IV, 25; LUCAM, Evangelium, cap. XIX, vers. 26. xvii Véase el diccionario de la Real academia española. xviii Publicacion en la Rivista italiana per la scienza giuridice, 1949. xix CARNELUTTI, Francesco, I valori giridici del messaggio cristiano, cedam-casa Editrice Dott. Antonio Milani, Padova, 1950, núm. 9, p. 38. xx RADBRUCH, Gustav, introducción a la Filosofia del derecho, op. Cit., IV, s 15, III, 2), p. 62. xxi MATTAEUM, op. cit., XXII, 17. xxii Ibídem, XXXII, 21. xxiii CARNELUTTI, op. cit., núm. 3, p. 18. xxiv Ibídem, pp. 19-20. xxv Ibídem, núm. 4, p. 20. xxvi Ibídem, núm. 5, p. 27. xxvii MATTHAEUM, op. cit., VII, 1. xxviii CARNELUTTI, op. cit., núm. 7, p. 30. xxix Ibídem, núm. 9, p. 39. xxx Loc. Cit. xxxi MATTHAEUM, op. cit., V, 38, 39; LUCAM, op. cit., VI, 29. xxxii MATTHAEUM, op. cit., V, 40; LUCAM, op. cit., VI, 29. xxxiii MATTHAEUM, op. cit., VI, 25. xxxiv IHEREING, R Von, la lucha por el derecho, trad. Adolfo Posada, Araujo, Buenos Aires, 1939, cap. III, p. 72 ad initio. xxxv Loc. Cit. xxxvi DE HIPONA, Austin, “el sermón de la montaña”, obras de san Agustín, t. XII: Tratados moraes, versión, introducción y notas e Félix García, lope silleruelo y Ramiro Flórez, Biblioteca de Autores cristianos, Madrid, 1954, lib. I, cap. XIX, núm. 59, pp. 859-860. xxxvii MATTHAEUM, op. cit., V, 25-26; LUCAM, op. cit., XII, 58-59. xxxviii JOANNEM, Evangelium, cap. V, vers. 22. xxxix Ibídem, XII, 47-48. xl DE HIPONA, Agustin, el sermón., op. Cit., lib. I, cap. XI, núm. 32, p. 818. xli MATTHEUM, op. cit., V, 41. xlii LUCAM, op. cit, XII, 14-15. xliii Ibídem, XII, 13. xliv RADBRUCH, Filosofia del derecho, op. Cit., s 12, p. 124 in medio. Del mismo autor: instroducción a la filosofía del derecho, op. Cit., VI, s 15, III, 1), p. 61. xlv MATTHAEUM, op. Cit., V, 21-22. xlvi Ibídem, V, 29; MARCUM, IX, 46. xlvii DE HIPONA, Agustín, el sermón., op. Cit., I, cap. XIII, núm. 37, p. 824. xlviii CARNELUTTI, op. cit., núm. 9, p. 39.