Diversidad, desigualdad y cohesión territorial en Andalucía

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Diversidad, desigualdad y cohesión territorial en Andalucía.
Este trabajo forma parte -como capítulo 20- del libro Geografía de
Andalucía, A. López Ontiveros (Coordinador). Ed. riel, Barcelona 2003, 892
pags. (págs. 777-812). Ha sido realizado por Florencio Zoido Naranjo y Juan
Francisco Ojeda Rivera. En respeto a la edición original se presenta sólo con
alguno de los mapas y gráficos incluidos en la misma.
20.1. Aplicación de los conceptos de diversidad, desigualdad y cohesión al territorio
andaluz.
Los conceptos que figuran en el título de este capítulo puedan servir para establecer
nuevos objetivos, más matizados, en relación con otros anteriores ya superados; aunque
también pueden ser utilizados como eufemismos para encubrir viejos problemas sin resolver.
Actualmente son frecuentes las apelaciones a la diversidad como un valor añadido a
situaciones previamente calificadas de unitarias; desde finales del siglo XX se habla de
diversidad biológica, paisajística o cultural con una visión postmoderna, de admisión de la
pluralidad, que va más allá de los objetivos uniformizadores predicados por las ideologías
totalitarias prevalentes en el primer tercio de la centuria. En relación con cualquier territorio la
diversidad puede hacer referencia a variabilidad de hechos presentes (diversidad biológica o
cultural, por ejemplo), o a diferencias entre partes componentes (diversidad paisajística o
diversidad territorial propiamente dicha). En ambas apreciaciones la diversidad puede ser
valorada positivamente; si las diferencias se consideran negativas o inconvenientes es más
adecuado entenderlas como desigualdades y, referidas al territorio, como desequilibrios
territoriales. En realidad dichos desequilibrios son desigualdades entre los grupos humanos que
pueblan distintas partes de un mismo territorio, inadmisibles para una sociedad que tenga un
propósito de convivencia unitaria, ya sea una comunidad internacional, un Estado, o una
región.
Finalmente, el término cohesión, que tiene un sentido primario de unión física entre
partes de un hecho, adquiere importancia en relación con aspectos sociales en la segunda mitad
del siglo XX. Se apela a la cohesión social con un sentido reformista, más moderado que el de
la aspiración revolucionaria a la igualdad, en un entendimiento que quiere superar una visión
de lucha entre clases; una sociedad cohesionada sería aquella en la que adquieren una mayor
importancia relativa las clases medias, equilibrándose las diferencias extremas que se producen
en las situaciones dualistas, propias del subdesarrollo. En relación con el territorio el término
1
cohesión se refiere a la coincidencia o proximidad de objetivos entre las partes componentes de
un ámbito unitario, basadas principalmente en la cohesión social, es decir en la homogeneidad
o semejanza de las condiciones de vida de los grupos humanos que lo pueblan; un territorio
con grandes desigualdades sociales o con desequilibrios tiende a la pérdida de su cohesión y,
en definitiva, a la fragmentación. Veamos seguidamente la aplicación de estos conceptos a
Andalucía.
20.1.1. La percepción de la diversidad geográfica.
La percepción unitaria de Andalucía se inicia -como se verá más adelante- en el siglo
XIII, con un sentido casi exclusivamente espacial o geográfico y tendrá un impulso decisivo en
los siglos XVI y XVII, al incluir semánticamente a los pobladores (los andaluces, como
gentilicio); se convierte en una referencia tópica de contenido esencialmente cultural en el XIX
y puede considerarse que culmina individualizándose políticamente a finales del XX,
concretamente con la aprobación de su Estatuto de Autonomía el 31 de diciembre de 1981.
Consecuente con este proceso, pero de manera más tardía, se va produciendo la apreciación de
su diversidad interna, aspecto que junto con la unidad regional se trata con mayor detalle en el
siguiente capítulo, dedicando éste preferentemente a las desigualdades y los desequilibrios. La
mirada de los viajeros ilustrados y románticos, en gran medida externa, contribuye
decisivamente a formar y difundir una imagen unitaria de Andalucía; en sus relatos pueden
encontrarse también algunas apreciaciones sobre la diversidad regional, aunque poco
desarrolladas. No vamos a reconstruir la trayectoria de una percepción todavía incompleta de la
diversidad territorial; interesa ahora únicamente establecer sus componentes y concretar las
aportaciones de los diferentes enfoques científicos que tratan de apreciarla.
Disciplinas como la Sociología o la Antropología no han estado interesadas en este
enfoque; no trascienden espacialmente sus conocimientos; no van más allá de la apreciación
por clases o grupos sociales, matizando los particularismos propios de la sociedad andaluza
pero habitualmente sin proponer categorías referibles al territorio. Desde la Economía los
enfoques dominantes son los referidos a la totalidad del espacio regional. Es preciso subrayar
que los estudios económicos relativos a Andalucía son mayoritariamente recientes; casi todos
ellos aparecen en la segunda mitad del siglo XX. Aunque algunos de los trabajos reconocidos
como pioneros (COMIN, 1965; CAPELO MARTÍNEZ, 1963; HERMET, 1965) tengan un
título referido a Andalucía, sus contenidos son territorialmente parciales. La gran mayoría de
los estudios económicos regionales dan por válida una dualidad económica de conjunto entre
las partes occidental y oriental de Andalucía, o no distinguen espacialmente mayor detalle que
el provincial. Más recientemente -casi siempre con un afán reivindicativo desde Málaga o
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Granada y crítico respecto a las actuaciones de la administración autonómica- se menciona el
litoral mediterráneo andaluz como área internamente mal articulada y desvertebrada respecto al
conjunto de Andalucía o del Arco Mediterráneo español y europeo (MARTIN, 1992;
AURIOLES, 1985).
Por coherencia básica con sus postulados más elementales ha sido la Geografía la
disciplina con mayores aportaciones a la distinción de la diversidad territorial existente en
Andalucía; si bien es necesario advertir la escasa fijeza de dichas aportaciones y el parvo
consenso al respecto, incluso entre los propios geógrafos. La división más frecuente y
arraigada del espacio andaluz es la que establece tres grandes unidades territoriales de raíz
geológica: Sierra Morena, la Depresión del Guadalquivir y las montañas béticas. Esta
importante división -pues nunca se deben olvidar los fundamentos naturales de la diversidad
territorial- ha sido criticada como propuesta excesivamente orientada por la realidad física y,
por tanto, determinista. De hecho, muchos geógrafos la han matizado al señalar que Sierra
Morena no ha tenido funciones propias como territorio complejo, sino que ha operado
históricamente como un anejo o dependencia del gran valle bético. Intentando profundizar esta
composición tripartita se han distinguido diferentes componentes de cada una de ellas, aunque
sin continuidad ni consolidación; varias son las maneras de subdividir la Depresión (Bajo,
Medio y Alto Guadalquivir; Marismas, Campiñas sevillanas, cordobesas y jiennenses). Las
subdivisiones científicas de las importantes extensiones de Sierra Morena y las montañas
béticas, salvo excepciones, no van más allá de su estructura geológica interna o de las
denominaciones de las diferentes elevaciones topográficamente distinguibles. En unos casos se
individualizan y en otros no las hoyas y depresiones interiores, las altiplanicies orientales y la
fachadas litorales predominando indistintamente criterios topográficos, hidrográficos u otros
sin homogeneidad en su aplicación al conjunto de la superficie regional. Hay que señalar, no
obstante, que en toda la Andalucía montañosa la compartimentación natural del terreno, en
primer lugar, y los caracteres del poblamiento, las orientaciones productivas y los regímenes
dominicales, actuando sobre el primer factor mencionado, han dado lugar a una mayor
presencia y continuidad de las denominaciones comárcales y, por tanto, a la apreciación
popular de la diversidad territorial.
Desde el enfoque histórico ha prevalecido la división en los cuatro reinos, aunque una
mirada de historiador con tanta visión geográfica como la de DOMÍNGUEZ ORTIZ es la que
propone en primer lugar (1985) el entendimiento del litoral andaluz como una gran unidad
territorial configurada más por recientes procesos socioeconómicos que por hechos naturales y
apreciando las notorias diferencias entre sus dos grandes partes, atlántica y mediterránea.
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20.1.2. Realidad y mitificación de las desigualdades.
Las desigualdades internas existentes en Andalucía es una de las cuestiones más tratadas
en la literatura y la bibliografía científica sobre esta tierra. Sin duda el tema tiene una base real,
aunque también es uno de los grandes tópicos sobre una realidad demasiado mitificada. Sus
matizaciones o distinciones geográficas son sin embargo muy insuficientes.
Cabe referirse a desigualdades sociales a partir de la existencia del objetivo de la
igualdad. La sociedad andaluza estamental es preigualitaria y un propósito compartido de
igualdad llega a ella tardíamente, a mediados del siglo XIX se producen sus primeras
manifestaciones. De la misma manera que no cabe interpretar las diferencias como
desigualdades si no existe un objetivo o propósito igualitario, tampoco puede apelarse a los
desequilibrios territoriales si no es en referencia a un espacio geográfico considerado un solo
territorio. Para DOMÍNGUEZ ORTIZ esta conciencia de desigualdad territorial de Andalucía
arraiga en la sociedad andaluza durante la fase inmediatamente anterior a su constitución como
Comunidad Autónoma, en un sentimiento de postergación o en la percepción de “una
comunidad de signo adverso” en gran medida vinculada a la ingente emigración de las décadas
de 1950 a 1970; y es esa conciencia de región subdesarrollada en su conjunto la que más tarde
se traslada a áreas o territorios considerados aún más atrasados.
El hecho de una Andalucía problemática económica y socialmente se produce antes,
principalmente a lo largo del siglo XIX y se consolida durante la mayor parte del XX; por una
parte a causa del fracaso de los distintos proyectos modernizadores de varias actividades u
orientaciones productivas, principalmente las industriales, y de otra parte por la culminación de
un largo proceso de concentración de la propiedad de la tierra más productiva en la segunda
mitad de la primera centuria mencionada (desamortización de bienes eclesiásticos, comunales
y de propios), con nefastas consecuencias para muchos ámbitos rurales y agente propiciador
definitivo de la dualización de la sociedad andaluza, que llegará a vivir una confrontación
ideológica extrema en el primer tercio del siglo XX. La pobreza y la miseria existieron
abundantemente en Andalucía incluso en los tiempos de mayor prosperidad, pero como han
demostrado A.M. BERNAL y otros prestigiosos historiadores andaluces, las revueltas y luchas
sociales que se producen desde finales del siglo XVIII y se exacerban en el tercio final del XIX
y en el primero del XX, fueron inicialmente luchas por la tierra, por la recuperación de su
propiedad; sólo por la ferocidad de las represiones conservadoras en la restauración canovista,
tras la dictadura primorriverista y por la abierta lucha de clase de los años posteriores se llega a
producir el salto revolucionario igualitarista. Las más profundas desigualdades existentes en
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Andalucía hasta casi nuestros días recaían sobre las clases trabajadoras campesinas, los
jornaleros sin tierra, pauperizados hasta vivir situaciones de extrema crueldad.
Aparte de este importante rasgo socioeconómico que define a la Andalucía trágica, en
palabras de Azorín, las desigualdades son espacialmente fluctuantes según las etapas históricas
y las diferentes coyunturas económicas. A veces son las ciudades las que presentan los
mayores altibajos al unirse a periodos de esplendor o de decadencia de determinadas
actividades o del poder de sus señores y mayores hacendados. En otras ocasiones las sequías,
las lluvias excesivas o las plagas agrícolas son causantes de etapas de extrema necesidad en
determinadas comarcas o en áreas extensas. En Andalucía no pueden establecerse
continuidades espaciales negativas o positivas de amplio desarrollo histórico, salvo situaciones
localizadas de neta insuficiencia de recursos naturales o, por el contrario, de estructuras
sociales más igualitarias, propiciadas por el mayor reparto de las tierras de un término
municipal o una comarca. Tampoco es fácil establecer tales continuidades en el momento
actual, en relación a un conjunto que todavía no funciona como una economía unitaria.
La conciencia de "una comunidad de signo adverso" se inscribió inicialmente en una
visión espacialmente más amplia, "el problema del sur", relativo al Mezzogiorno italiano, a
buena parte de Grecia y Portugal e incluso, aunque más parcial y efímeramente, al sur de
Francia. Esta conciencia se traslada durante la segunda mitad del siglo XX -propiciado por
algunos influyentes estudios económicos- a la oposición entre una baja Andalucía, (Andalucía
occidental o bética) relativamente más próspera que la mitad oriental más montañosa y pobre.
Pero esta dicotomía que ha durado poco en los hechos y bastante más en los planteamientos
ideológicos, no resiste los análisis más someros. Sólo desde que existe una capacidad unitaria
de acción sobre la sociedad andaluza y en todo el territorio tiene verdaderamente sentido hablar
de desigualdades o desequilibrios territoriales en Andalucía.
20.1.3 La cohesión y la diversidad territorial en el contexto autonómico.
Con la aprobación del Estatuto de Autonomía para Andalucía no sólo se crea un nuevo
territorio unitario -aunque con viejos límites-, a una decisión de esa clase le sigue
inevitablemente la aparición de nuevas lógicas territoriales: la necesidad de estructuras internas
articuladoras, el surgimiento de nuevas centralidades o incluso de nuevos periferismos. Jurídica
y políticamente es incorrecto referirse a “las fronteras de Andalucía” salvo cuando lo son
también de España (terrestres, fluviales y marítimas con Portugal, terrestres y marítimas con el
Reino Unido en Gibraltar y marítimas con Marruecos y Argelia), pero la creación por la
Constitución de 1978 de comunidades autónomas con un amplio contenido competencial
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comporta de forma inevitable el tratamiento diferenciado, al menos inicialmente, de
determinados aspectos de la realidad a uno y otro lado de sus límites o en las nuevas
centralidades y espacios periféricos; en el Estado autonómico este hecho se producirá, como ha
demostrado ROMERO VALIENTE (1990), en mucha mayor medida que entre los antiguos
reinos, siempre de escasa entidad institucional, o entre las provincias, división más eficaz en la
centralidad urbana de las capitales que en la extensión de un gobierno peculiar en sus
diferentes facetas a sus ámbitos territoriales completos.
La posibilidad de dar cohesión interna al territorio andaluz, se produce históricamente en
un momento más propicio que en etapas anteriores; no sólo como consecuencia lógica de las
importantes competencias autonómicas, ni por la mayor capacidad general de actuación de las
administraciones -debida en gran parte a la superior disponibilidad de recursos económicossino también por poder diferenciar las peculiaridades de los territorios integrantes y saberlos
poner a disposición de unos objetivos comunes para toda Andalucía. Diferentes estudios y
trabajos técnicos de planificación están sirviendo para revelar estructuras o sistemas
territoriales capaces de proporcionar una mayor cohesión al territorio y también para
diferenciar ámbitos cuya diversidad pueda ser considerada en términos positivos y abordada
con políticas o regímenes de actuación consecuentes con dicha valoración. Como podrá verse
en apartados posteriores de este capítulo, se ha avanzado más en la identificación de hechos
que pueden contribuir a articular física o funcionalmente el territorio andaluz (nuevas
centralidades en el sistema de ciudades, compresión unitaria o integrada de las redes de
comunicaciones y los sistemas de transportes, realización de catálogos o inventarios de
espacios protegidos, etc.) que en su ejecución como elementos completos y bien relacionados.
Menos clarificadores son los análisis y propuestas relativos a la diferenciación y tratamiento
singularizado de áreas o ámbitos territoriales parciales; sus aplicaciones han estado referidas
casi exclusivamente a planteamientos sectoriales o a soluciones remediales (comarcas
deprimidas, áreas de actuación preferente en aspectos sectoriales diversos...) más que a
actuaciones integradoras bien articuladas. En parte esta manera de entender Andalucía está por
desarrollar y en parte es preciso reconocer también que las soluciones de cuestiones nunca
abordadas anteriormente o postergadas en amplias etapas históricas necesitan para su
superación el tempo de la larga duración, superior a las dos décadas de existencia de un
proyecto de convivencia unitario y autónomo para Andalucía.
20.2. Origen y desarrollo de las desigualdades.
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Como se ha indicado en el apartado anterior las desigualdades existentes en Andalucía,
sociales o territoriales, y la percepción que las entiende como hechos muy perjudiciales, son
aspectos de la realidad que deben ser referidos principalmente, a la segunda mitad del siglo
XIX y a todo el siglo XX; aunque los rasgos y signos más recientes apuntan su continuidad y
afianzamiento con perfiles especialmente negativos en el arranque del nuevo milenio. Son
hechos que revisten una gran complejidad y que aquí se tratarán perfilando sus principales
rasgos geográficos en cuatro apartados: el empobrecimiento masivo de los trabajadores rurales
y las pésimas condiciones de vida de los obreros urbanos, ambos hechos están relacionados y
se radicalizan en la etapa que cabalga entre los siglos XIX y XX; la desarticulación de los
territorios interiores y serranos, en el periodo central del siglo XX; y, finalmente, la
exacerbación de la marginalidad y la exclusión social en las décadas finales de esa centuria
aunque proyectándose nítida y peligrosamente hacia el siglo XXI.
20.2.1. El empobrecimiento rural
Ya se apuntó que la causa principal de este hecho está en la concentración de la
propiedad de las tierras más productivas en pocas manos, que las explotan con criterios
progresivamente determinados por los beneficios de sus propietarios. La desamortización de
los predios de las instituciones religiosas, de los bienes de propios y comunales tiene el doble
efecto pernicioso de concentrar aun más la propiedad de las mejores tierras y de desposeer a
los estratos populares de recursos de subsistencia, de gran importancia en una sociedad con
muy bajos niveles de consumo. Por estas razones, como se ha señalado anteriormente, esta
etapa puede considerarse como la culminación de un largo proceso expropiatorio respecto a las
clases sociales menos dotadas económicamente, hecho que es también reconocible en otras
partes del mundo y que aquí coincide con el máximo reforzamiento del capitalismo
preindustrial, aunque ulteriormente también se ha producido o continuado en otros muchos
lugares.
El geógrafo francés M. DRAIN ha llegado a interpretar el esquema de organización
territorial de las campiñas sevillanas –netamente latifundista y compuesto de aureolas
concéntricas de fragmentación de la propiedad y de productividad decreciente a partir del
núcleo de población- como la expresión espacial de un sistema de organización social próximo
al esclavismo, con el sometimiento de la mayoría de la población –las masas jornaleras- por los
terratenientes. Los trabajos de A.M. BERNAL, relativos al censo de 1860, ponen de relieve dos
aspectos sustantivos de la realidad de la Andalucía rural al principio del periodo señalado: Los
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jornaleros significan por término medio el 39% de la población activa y en una provincia
(Córdoba) más de la mitad; sumados a los sirvientes la media andaluza se acerca a la mitad de
la población y en tres provincias (Córdoba, Jaén y Sevilla) su peso relativo se aproxima a los
dos tercios. Sus distribuciones espaciales –por partidos judiciales- revelan la coincidencia del
menor número de propietarios y arrendatarios en las mejores tierras, una extraordinaria
concentración de jornaleros en el centro de la Depresión del Guadalquivir y una más irregular
distribución de los sirvientes, aunque coincidiendo en determinados lugares del propio valle
bético hasta hacer muy mayoritario en ellos el contingente de la población menesterosa
(BERNAL, 1981).
Figura 1. Riqueza y pobreza rural en 1860.
Distribución de propietarios y arrendatarios sobre
población total por partido judicial.
Distribución de jornaleros y sirvientes sobre población
total por partido judicial.
Fuente: Bernal, 1981.
El mapa de los numerosos conflictos sociales vividos en los ámbitos rurales andaluces
en la etapa que transcurre entre 1857 –motines de Arahal y Utrera- o 1861 –sublevación de
Pérez del Álamo en Loja- y 1936 (fechas que pueden ser tomadas como principio y fin de las
tristemente famosas “agitaciones campesinas andaluzas”) guarda una relación directa con la
concentración de la propiedad agraria, no con la Andalucía menos productiva. La pobreza y su
distribución geográfica eran entonces una clara consecuencia de la organización social y de la
acaparación de los medios básicos de la producción agraria.
De tal situación -prácticamente generalizada a todo el ámbito regional- sólo se
diferenciaban algunas localidades y comarcas en las que existían estructuras sociales más
equilibradas, propiciadas por el reparto de las tierras de uno o varios términos municipales,
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generalmente de escasa extensión y por el éxito económico derivado de una orientación
productiva vinculada a mercados más amplios que el local. Tal es, por ejemplo, el caso de Rota
–al que se podría unir por los mismos motivos el vecino Chipiona- municipio hortelano que
vendía sus productos a los centros urbanos próximos de Jerez y la Bahía de Cádiz y también a
Sevilla, donde llegaban fácilmente por vía fluvial; esta excepcionalidad llamó la atención, en
los difíciles años 20, al francés COSTEDOAT-LAMARQUE (1923), que la cita como una
“pequeña democracia rural”, en uno de los estudios galos que junto a otros del mismo origen
(MARVAUD, 1910) dieron una dimensión internacional a los problemas sociales del mediodía
español.
En 1883 un político gaditano, Segismundo Moret, constituye la Comisión de Reformas
Sociales que debía ocuparse del “problema obrero” en España y, especialmente, del “problema
agrario andaluz”; a principios de la centuria siguiente José Canalejas crea el Instituto de
Reformas Sociales que convoca (en 1903) el Concurso de Memorias sobre “El problema
agrario en el medio de España: conclusiones para armonizar los intereses de propietarios y
obreros y medios de aumentar la producción del suelo”; con independencia de la diversidad de
enfoques y propuestas contenidas en los 74 informes redactados, las descripciones más
detalladas de las condiciones de vida de los jornaleros rurales son dramáticas; en 1905 se
produce una gran hambruna colectiva, fielmente reflejada por Juan Díaz del Moral, notario de
Bujalance y cronista de aquellas perturbaciones sociales. Casi al mismo tiempo (1904) un
propietario jerezano reflejaría en una de las memorias presentadas al Instituto de Reformas
Sociales las duras condiciones de vida de los jornaleros andaluces:
“El gañán es un hombre que contrata sus servicios por años y épocas sin fijar más condiciones
que el precio de la soldada, pero sin determinar alimentos ni trabajos y demás particulares,
sobre los que no decide más que la buena voluntad del amo. Gana la comida y dos reales
diarios; a tres llega pocas veces. Come pan a discreción y gazpachos fríos y calientes, y a
veces un cocido de legumbres; pero no prueba la carne en todo el año... Duerme en el poyo de
la gañanía del cortijo, en los establos, en el pajar... nunca en camas... Viste trajes de telas
baratísimas y lienzos bastos, a veces con zajones que sirven para toda su vida... Vive separado
constantemente de su familia... En cuanto al jornalero su situación se caracteriza por la
irregularidad del trabajo y carencia absoluta de medios supletorios... y como consecuencia
[la] depreciación absoluta del trabajo obrero y obligación en éste de rendirse a todas las
imposiciones de patronos, de administradores de fincas, de taberneros, tenderos de comestibles
y de todos los parásitos”. (QUEVEDO Y GARCÍA-LOMAS, 1904).
La debilidad de los intentos de reparto de tierras por la Junta Central de Colonización y
Repoblación
Interior (entre 1907 y 1923) y el posterior fracaso de la reforma agraria
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republicana, la devastación causada por la Guerra Civil (1936-39), la bajada de los niveles de
productividad (hasta el 50% en el sector primario español) durante la etapa llamada de
autarquía (1940-1959) a causa del bloqueo internacional a las importaciones –abonos,
carburantes o semillas- y, finalmente, el siempre mayor atractivo económico de las ciudades
(especialmente a partir de los años del desarrollismo) son las causas principales que, sumadas,
propician que la pobreza rural andaluza se transforme en éxodo masivo. Este fenómeno del
éxodo rural, común al resto de España e incluso a todo el ámbito mediterráneo, no produjo sin
embargo en Andalucía –como ocurriría en Castilla o en el Macizo Central francés- el abandono
total de los pequeños pueblos y aldeas, conocido como desierto demográfico, sino que aquí, los
pequeños núcleos interiores continúan manteniendo a una población, envejecida y cada vez
más empobrecida y subsidiada pero que tardará en llegar a situaciones de marginalidad o
exclusión.
20.2.2. Las duras condiciones de vida de los obreros urbanos y de los mineros
En el mes de diciembre de 1836, George BORROW, (Don Jorgito, para muchos
españoles coetáneos), un excéntrico inglés empeñado en hacer proselitismo protestante en
España durante las cortas etapas de gobierno liberal, estudioso de los gitanos y de su lengua (el
caló) y autor de un extraordinario libro de viajes (La Biblia en España) describió Córdoba
como “ciudad pobre, sucia y triste, llena de angostas callejuelas, sin plazas ni edificios públicos
dignos de atención, salvo y excepto su catedral”. Esta visión de una de los mayores núcleos
urbanos andaluces se mantiene hasta principios del siglo XX. Pío Baroja, en su novela La feria
de los discretos (magistralmente analizada en sus contenidos geográficos por LÓPEZ
ONTIVEROS, 2001) hace decir a sus personajes:
“...Esto está muerto –contestó Quintín
- No, no, eso no –contestó Springer hijo-. Esto no
está muerto; Córdoba es un pueblo que duerme...”
En la centuria en que muchas ciudades europeas y españolas crecen y se desarrollan
económicamente las ciudades andaluzas mantendrán comportamientos diversos y fluctuantes,
con etapas alternativas de dinamismo y periodos de crisis. La minería en su repercusión sobre
las actividades portuarias en Almería (LARA VALLE, 1989), y Huelva, el comercio en Cádiz,
las artesanías en Córdoba y Granada, las industrias en Jerez, Málaga y Sevilla no llegan a ser
actividades con arraigo hasta transformar decisivamente las estructuras sociales urbanas; éstas
se mantendrán con un alto componente de gentes y familias muy pobres, que el éxodo rural
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engrosa de forma continua. DIAZ DEL MORAL, el ya citado cronista de las agitaciones
campesinas, dice refiriéndose a los pueblos de la Campiña cordobesa que “los pelentrines
(pequeños propietarios) arruinados se trasladaban a la capital y vivían del trabajo de sus
mujeres convertidas en cigarreras”.
Sobre las ciudades andaluzas prevalecerá una percepción negativa que se sostiene en relación
con las pésimas condiciones de vida de los estratos sociales más pobres, situación que en gran
medida ha permanecido hasta bien avanzado el siglo XX (años 60), aunque su peor periodo se
produce también en el tránsito de siglo. En un minucioso estudio certeramente titulado La
Sevilla inerme (ARENAS POSADAS, 1992) se detallan “las condiciones de vida de las clases
populares a comienzos del siglo XX, llegándose a la conclusión de que al menos una quinta
parte de los trabajadores sevillanos percibían remuneraciones próximas a los límites de la
indigencia, sus enseres o ajuares familiares eran pobrísimos, así como su vestuario, e
inexistente la higiene.
Tabla 1. Condiciones de vida de las clases populares. Sevilla, 1919.
Jornales mínimos masculinos en las industrias más
importantes y porcentaje de obreros que los cobraban .
Empresa
Actividad
Jornal
Mínimo
(pts.)
% de
obreros
Fdez. Palacios
Madera
4
14
Diego Gómez
Elena Cruz
Carreño
Carreño
Aceitunas
Tejidos
Cerillas
Jabón
3,75
3,75
3,25
4,50
10
10
5
56
Fdez. y Roche
Chico y Ganga
Jiménez Fdez.
Sombreros
Calzado
Calzado
3,50
6
3
5
100
100
Mallol
Gallardo
Cobían
Corcho
Envases
Camas
3
4
3,20
20
27
50
Osborne
Pueyo
Lissen
Cerveza
Espejos
Tejidos
4,50
4
2
71
20
10
Mensaque
Cerámica
4
75
Tipos de viviendas y vecinos en relación con monto de
alquileres (Muestra de braceros, peones, empleadas
hogar y parados).
Número de
obreros
Hasta 15
pts.
16-25 pts.
25-35 pts.
148
Con alcantarillado (%).
50
35
0
115
40
118
55
Habitaciones por
vivienda.
1,5
2,3
4
30
45
50
Superficie de las
viviendas (m².)
29,1
20,8
44,5
11,3
51
9
58
76
199
Vecinos por edificio.
Corrales.
Familias por grifo.
3
12,8
11,5
0
7,2
6,3
0
1
2,5
162
103
1100
Familiares por retrete.
Ingresos familiares
diarios (pts.)
2,81
5,24
8
150
Alquiler medio
(pts./mes)
Alquiler sobre ingresos
10,8
20,6
32,5
17,4
17,8
18,4
384
7
10
Viviendas
exteriores (%).
mensuales (%)
TOTALES Y
MEDIAS
3,77
21
2725
Fuente: C. ARENAS POSADAS, 1992.
11
Las condiciones generales se hacían mucho peores en los hogares con único jornal,
hecho no infrecuente, sobre todo si era obtenido por una mujer o un aprendiz. Las tasas de
mortalidad en la ciudad eran superiores en 5 puntos a la media nacional; cada año morían más
de 1.000 personas de tuberculosis, de las cuales más del 75% de procedencia obrera. Un
inteligente periodista, CHAVES NOGALES, muerto en el exilio tras la guerra civil, escribió en
1920:
“La historia de las luchas sociales en Sevilla está llena de éxitos para las autoridades y
las clases patronales... Esta es la realidad. Grandes núcleos de trabajadores que han
perdido toda confianza en la acción colectiva, se sienten despreciados y tienen la triste
conciencia de su debilidad”.
Estas circunstancias serán válidas en el mismo periodo y en varias décadas posteriores
para la mayor parte de los andaluces pobres, que eran entonces claramente mayoritarios, en el
conjunto de la sociedad.
Una consideración especial aunque sea forzosamente muy sintética merecen la minería
y los mineros ya que, como, acertadamente señaló el profesor NADAL (1981) “Andalucía ha
sido el paraiso de los metales no ferrosos”. La presencia de esta actividad desde muy antiguo
está fuera de dudas, pero sólo adquiere verdadera relevancia económica en determinados
periodos y localizaciones. Durante la mayor parte de la historia andaluza los recursos del
subsuelo han sido una “riqueza dormida”, sumida en periodos de olvido, como la “larga noche”
que transcurre entre el bajo imperio romano y el siglo XVIII, según se ha señalado
recientemente (BERNAL, 2002). La minería es una actividad que caracteriza a algunas
comarcas (franja pirítica o cuenca minera onubense, valle del Guadiato, el Marquesado, Sierra
Almagrera... pero sobre todo a determinadas localidades (Río Tinto, Peñarroya, Cardeña, La
Carolina, Alquife, Villanueva del Río, Macael...).
Desde el punto de vista que ahora nos ocupa –sus repercusiones en las desigualdades en
Andalucía- el periodo de mayor interés coincide con el de observaciones anteriores, es decir,
con los últimos 150 años. La ley minera de 1868 hizo posible una masiva inversión extranjera
en esta actividad -primero de ingleses, franceses, alemanes y belgas, más tarde de suecos y
canadienses-, lo que la ha adjetivado con justicia como colonial y exportadora; este rasgo
prevalecerá al menos hasta el periodo entre las dos guerras mundiales; más tarde las
12
condiciones de autarquía la llevarán a formar parte del sector público con posteriores ventas y
una trayectoria errática sometida a los vaivenes de precios coyunturales.
Tabla 2. Mano de obra empleada en la minería andaluza. Distribución provincial.
1874
Almería
Cádiz
Córdoba
Granada
Huelva
Jaén
Málaga
Sevilla
Andalucía
Nº
7.566
37
1.580
700
6.896
8.116
1.404
558
26.857
1913
%
28,2
0,1
5,9
2,6
25,7
30,2
5,2
2,1
100
Nº
7.145
1.487
11.065
2.176
22.063
12.511
983
5.363
62.793
%
11,4
2,4
17,6
3,5
35,1
19,9
1,6
8,5
100
Fuente: SÁNCHEZ PICÓN, 2.002
Socialmente es una actividad con baja capacidad de empleo, aunque sus fluctuaciones
han dado lugar a graves conflictos laborales locales. Las duras condiciones de vida de los
mineros han comportado en muchas ocasiones –paradójicamente- la existencia de ciertas élites
obreras (la presencia todavía hermosa de los poblados y barrios mineros, la existencia de
servicios escolares, sanitarios y comerciales –economatos- en ellos así lo demuestra), pero esas
dotaciones y equipamientos son aún más localizados que la actividad minera y se refieren casi
exclusivamente a los grandes cotos o mayores explotaciones. En otros muchos lugares estas
actividades estuvieron siempre impregnadas de precariedad a causa de las técnicas de
explotación llamadas de stop and go con sucesivos cierres de minas y que proporcionaban un
trabajo efímero más a los jornaleros agrícolas; en el Marquesado del Zenete incluso los
pequeños propietarios se contrataban temporalmente como mineros (COHEN, 2001). Como
factor muy negativo en las vidas de las poblaciones mineras deben añadirse los riesgos
laborales y condiciones ambientales tan insufribles como las que en Río Tinto dieron lugar a
una respuesta social salvajemente reprimida en 1888 (año de los humos o año de los tiros), que
actualmente está siendo considerada como justo antecedente de una mayor mentalización
ecológica en Andalucía.
La consecuencia más importante a señalar ahora es que, por convergencia de distintos
factores (localización aislada de las actividades, explotación colonial, particularismos
sindicales, etc.), la minería andaluza, a pesar de su enorme importancia productiva y
económica (“casi la mitad del valor bruto de la producción de minerales y metales españoles
entre 1825 y 1950 se han obtenido de las explotaciones andaluzas, según SÁNCHEZ PICÓN,
13
2002), tampoco ha sido un factor corrector de desigualdades sociales en Andalucía; aunque no
se debe despreciar su capacidad diversificadora en lo territorial al comportar numerosas
consecuencias no solo económicas sino también infraestructurales, de mentalidades y de
organización social.
20.3. Desequilibrios territoriales.
Diversidad territorial y desigualdades sociales no se transforman inevitablemente en
desequilibrios territoriales, aunque pueden ser su fundamento o punto de partida. Antes se han
definido los desequilibrios territoriales como desigualdades entre las sociedades de partes de
un mismo territorio unitario; ahora procede desarrollar y matizar esta afirmación, aunque sea
de forma resumida. Para que se valoren como desequilibrios territoriales las diferencias
señaladas tienen que ser persistentes o estar evolucionando de forma perjudicial y afectar a
hechos que se consideren estructurales o difícilmente reversibles. La despoblación y abandono
de un ámbito extenso anteriormente habitado y bien utilizado representa el desequilibrio
extremo; otras situaciones de desequilibrio podrían ser: la concentración espacial de la
población, de la producción, de los bienes de equipo, o de los servicios, hasta el punto de
producir deseconomías, externalidades negativas (como la contaminación); la pérdida o
agotamiento de los recursos naturales; la menor disponibilidad de servicios o el descenso de su
calidad; la recesión o disminución de la actividad económica…, en definitiva, el aumento de
las diferencias entre las partes componentes del territorio en alguno o en todos los hechos
anteriormente mencionados puede ser valorado como desequilibrio territorial.
¿Existen en Andalucía, situaciones o dinámicas de este tipo?, ¿Desde cuándo? ¿Cómo
podríamos evaluarlas? ¿Aumentan y evolucionan empeorando o, por el contrario, disminuyen y
se van resolviendo? En respuesta a la primera pregunta las valoraciones más frecuentes son
afirmativas; existe una conciencia o percepción extendida de que Andalucía es una Comunidad
desequilibrada, mal articulada, poco cohesionada social y territorialmente. Sin embargo si se
considera el poblamiento como indicador más expresivo de los desequilibrios territoriales,
Andalucía se encuentra entre las regiones españolas con una población más regularmente
distribuida, según se ha visto en el capítulo dedicado a la población.
Aunque las distintas partes del territorio andaluz hayan evolucionado históricamente en
sentidos diversos, o incluso a veces contrapuestos, como han establecido con claridad los
historiadores y de manera especialmente sintética y brillante DOMÍNGUEZ ORTIZ en su ya
citado discurso sobre La identidad de Andalucía (1976), el afianzamiento territorial y la
14
percepción de esas diferencias como negativas son más recientes. Las desigualdades sociales
antes descritas como empobrecimiento rural y difíciles condiciones de vida urbana no se
transforman en desequilibrios territoriales hasta el siglo XX; paradójicamente serán la mayor
articulación de algunos lugares y su evolución más positiva en términos relativos, sociales o
económicos, los hechos que den lugar a la "conciencia de la desigualdad" y, más tarde, con la
existencia de la capacidad de abordarlos mediante el autogobierno, a la necesidad de erradicar
las diferencias entendidas como desequilibrios territoriales. Esta nueva percepción representa
un avance para poder solucionar los posibles problemas, pero es preciso determinar qué
aspectos hay que corregir y cómo se puede actuar sobre sus causas.
20.3.1. La accesibilidad, origen de los desequilibrios
Las acciones correctoras del poblamiento de Sierra Morena y otros ámbitos (Sierra de
Cádiz) en el siglo XVIII, o actuaciones posteriores diversas de Colonización Interior, Plan
Jaén, transformación de grandes zonas regables por el Instituto Nacional de Colonización, etc.)
podrían ser interpretadas desde este enfoque, pero en realidad no obedecían a objetivos de
ordenación territorial, sino a propósitos de nivel estatal, sociales o económicos (seguridad, paz
social, autoabastecimiento alimentario...).
Las aportaciones de población rural a las ciudades es una constante en la historia
europea desde hace muchos siglos. Todavía a principios del XX las ciudades andaluzas tenían
tasas de mortalidad superiores a las de natalidad y sus pérdidas demográficas eran
compensadas por continuas llegadas de efectivos campesinos, pero los ámbitos rurales no
entraban en regresión demográfica, ni cambiaban sustancialmente por ello; la existencia de
algunos despoblados históricos como, por ejemplo, el Campo de Tejada en las inmediaciones
de Sevilla, obedecen más a razones institucionales o dominicales que a tendencias
desfavorables sostenidas. El principal factor desencadenante de los desequilibrios territoriales
se producirá con las diferencias de accesibilidad entre los distintos lugares y sus efectos sobre
la economía y las condiciones de vida
Este hecho comienza con la aparición del ferrocarril, un revolucionario medio de
transporte comparado con los anteriores (arriería, carretería). En Andalucía se inicia en 1854
con la línea Jerez-El Puerto de Santa María y de forma relativamente rápida -igual que ocurre
en el resto de España- existirá una red ferroviaria antes de que finalice el siglo; incluso la
creación en 1878 de la Compañía de Ferrocarriles Andaluces se propuso el objetivo de enlazar
las dos grandes partes, oriental y occidental, de Andalucía. Pero el tren nunca ha constituido un
sistema regional de transporte. Vinculado inicialmente a la función de relacionar los enclaves
15
mineros con los puertos y las capitales de provincia entre sí, su operatividad real de conjunto
no fue intrarregional. Desde el punto de vista que ahora nos ocupa sirvió a pocas localidades;
como la minería estaba destinada a la exportación fue principalmente un medio de evacuación
de los minerales hacia los puertos; favoreció también a algunas comarcas agrarias (viñedo de
Jerez, aceite jiennense o cordobés, productos agrícolas de la Vega de Antequera) pero así
mismo para sacar al exterior su producción. En relación con las capitales o ciudades principales
las conexiones siempre fueron mejores las de cada una de ellas con Madrid que entre sí. La
debilidad de la red ferroviaria como infraestructura y su escasa funcionalidad intrarregional no
comportó grandes repercusiones diferenciales entre ámbitos andaluces.
Más significativos serán los efectos de la carretera, especialmente al unirse la
parquedad de las realizaciones a una larga etapa que, en cierto modo, todavía continúa. Como
ha puesto de manifiesto recientemente DOMÍNGUEZ VELA (2001) para la provincia de
Sevilla, la política de mejora de las carreteras españolas iniciada a mediados del siglo XVIII se
abandona en 1870, creyéndose que "una vez establecido el ferrocarril aquellas quedarían
infrautilizadas"; algo más tarde, en 1877, las carreteras se subordinan al tren, pues las vías
provinciales y locales se entienden como un complemento que debe hacer accesible las
estaciones ferroviarias para diligencias, carros y carreteras. Pero la aparición y difusión del
automóvil (camiones en primer lugar y posteriormente autobuses y coches particulares), junto a
la mejora de las técnicas constructivas (macadam y cemento primero, hormigón y asfalto,
después) darán una primacía absoluta a la carretera a partir de los años 20. Este proceso ocurre
en todas partes, lo peculiar en Andalucía (aunque también en otros lugares de España) será que
desde el plan llamado del Circuito Nacional de Firmes Especiales (1926) hasta el Plan General
de Carreteras de 1984, la capacidad de actuación de un Estado económicamente muy débil pero
fuertemente centralizado se concentrará en los principales ejes viarios (este es el planteamiento
de los instrumentos mencionados y de todas las propuestas intermedias: Planes de Carreteras
de 1939 y 1960, Plan de Modernización de 1950, Plan de Accesos de 1954, Plan de Redes
Arteriales y Red de Itinerarios Asfálticos de 1960, Programa de Autopistas de 1967). Esta
política culmina con la constitución de la RIGE (Red de Interés General del Estado) como
realidad efectivamente diferencial en la accesibilidad de los lugares de casi toda España y
especialmente para la conexión interna de Andalucía, ya que dicha red está desprovista de toda
lógica regional. En un contexto muy duradero de subdesarrollo económico la escasa
accesibilidad de muchos lugares andaluces acabará propiciando su desarticulación territorial. A
ello contribuirán también otros factores socioeconómicos generales, principalmente dos: la
superación de la autarquía, con sus secuelas de eliminar el carácter de imprescindibles que
16
hasta bien entrados los años 50 habían tenido ciertas producciones agrarias, y las pérdidas
masivas de población de los ámbitos rurales atraída por las ciudades, las regiones españolas
más prósperas y los países europeos industrializados. Esta convergencia de factores crearán, a
partir de la década de 1950, intensos desequilibrios territoriales en Andalucía, principalmente
en las áreas serranas más aisladas y con economías menos productivas.
20.3.2. Aspectos estructurales de los desequilibrios.
Establecidos el concepto y el origen de los desequilibrios territoriales en Andalucía, se
sintetizarán ahora las aportaciones de una reciente investigación -el Informe de Desarrollo
Territorial de Andalucía (2001)- para mostrar la situación actual de los mismos. Tal estudio, en
adelante nombrado con las siglas IDTA,
contiene una base de datos (principalmente
municipales), compuesta de 86 variables referidas a 1996 como año central y al periodo 19811996 para las valoraciones diacrónicas. Algunos de los mapas que se presentan ponen al día las
referencias del I.D.T.A., aprovechando las circunstancias de que actualmente se trabaja en la
elaboración de un segundo Informe. El concepto de desarrollo territorial puede entenderse
como la expresión de los desequilibrios territoriales en positivo: desarrollo bien distribuido en
el territorio y desarrollo de cada parte del territorio según sus características y potencialidades,
es decir, tomando en cuenta la diversidad territorial. Además, un buen entendimiento del
desarrollo tiene que comprender actualmente más aspectos que la convencional consideración
de la renta o la riqueza (desarrollo económico); por eso se incluyen también referencias al
bienestar social (desarrollo solidario) y a la disponibilidad y utilización de los recursos
naturales (desarrollo sostenible).
Una última cuestión conceptual tiene que ser planteada: ¿a qué partes del territorio de
Andalucía cabe atribuir las desigualdades o diferencias en el desarrollo? Obviamente el mapa
municipal, compuesto de 770 términos, es demasiado complejo e irregular como para sacar
conclusiones o hacer interpretaciones; en cualquier territorio las diferencias entre municipios
son inevitables. En el extremo opuesto las provincias son demasiado pocas y artificiales; no
expresan la diversidad territorial, pues cada una de ellas engloba situaciones demasiado
diferentes. Las comarcas serían el nivel idóneo ya que son ámbitos intermedios que permiten
una lectura rica del territorio regional y recogen caracteres diferenciales en su conformación o
su funcionalidad. El mapa comarcal utilizado (BENABENT, 1998)
se compone de 63
unidades relativamente homogéneas en extensión y con una población mínima superior a los
10.000 habitantes.
17
Aunque el IDTA contiene otros muchos aspectos se resumen aquí los que pueden
identificar las manifestaciones y causas principales de los actuales desequilibrios territoriales
en Andalucía: presencia y utilización de los recursos naturales, renta y riqueza disponibles,
bienestar social expresado en consumo de bienes o de acceso a los servicios y, finalmente,
estados de la población. El comentario de algunos mapas de Andalucía -de base municipal y
comarcal- permite exponer sintéticamente las principales observaciones.
•
Para mostrar la presencia y utilización de los recursos naturales, aspecto que aporta
primigeniamente la perspectiva de la sostenibilidad, merece la pena considerar tres mapas.
El primero de ellos, figura 2, recoge la presencia de recursos naturales por comarcas e
integra referencias sobre agua, suelo, vegetación y espacios de interés natural. La
apreciación inmediata es positiva; predominan en Andalucía los ámbitos con disponibilidad
de recursos naturales alta y media alta, siendo claramente minoritarias las situaciones
contrapuestas (disponibilidad baja y media baja). Se constata, por tanto, la permanencia de
un importante patrimonio natural. Sin embargo la figura 3 que recoge, también por
comarcas, la existencia de espacios de interés natural (no sólo los protegidos, sino además
aquellos otros con valores naturalísticos que la Unión Europea está queriendo integrar en la
Red Natura 2000) cualifica el mapa anterior y muestra la magnitud de la desnaturalización
de grandes áreas como la Depresión del Guadalquivir y de espacios más acotados, como la
Costa del Sol occidental. Finalmente el mapa de base municipal que establece los
porcentajes de las superficies cultivadas con riesgo de erosión intensa (figura 4) pone en
evidencia la generalización de prácticas contrarias a la sostenibilidad en todas las grandes
áreas de diversidad territorial de Andalucía.
En relación con el objetivo de un desarrollo sostenible y los posibles desequilibrios
territoriales con él relacionados hay sobradas razones para concluir con tres afirmaciones
principales: primera, aunque todavía se dispone de una buena base natural en casi todo el
territorio son apreciables procesos generales inquietantes de pérdida (suelos) y degradación
(contaminación de aguas superficiales y subterráneas) de recursos; en segundo lugar se está
produciendo y afianzando una dicotomía radical entre ámbitos que contienen proporciones
importantes de espacios protegidos (serranías) y otros de intensa utilización agraria (valle
bético y depresiones interiores menores) fuertemente desnaturalizados; finalmente, en los
espacios de aglomeración urbana y los litorales de mayor funcionalidad turística se
alcanzan las situaciones más negativas de contaminación y pérdida de valores naturales. Es
necesario evaluar estos conflictos como hechos o tendencias de desequilibrio territorial ya
que podrían llegar a establecer diferencias sustanciales en las condiciones de vida respecto
18
al derecho de todos los ciudadanos a vivir en un medio digno y a poder transmitir los
recursos recibidos a las generaciones futuras.
•
En cuanto a la producción, la riqueza y la renta disponible, siempre en la perspectiva de los
desequilibrios territoriales, se pueden extraer significativas consecuencias de otros tres
mapas. El primero de ellos (figura 5) expresa por comarcas el nivel de riqueza (que suma
renta disponible y valoración catastral de los bienes inmuebles). Muestra una situación
claramente opuesta entre dos tipos de áreas, de una parte las principales ciudades y
aglomeraciones urbanas (aunque no todas se sitúan en el mejor nivel) y el litoral (sin
continuidad completa) y, de otra parte, importantes extensiones serranas de las montañas
béticas y Sierra Morena; los ámbitos más rurales de la Depresión del Guadalquivir se sitúan
mayoritariamente en una posición intermedia. Frente a esta visión por grandes áreas, la
distribución municipal del consumo eléctrico productivo por habitante (figura 6) muestra
un sistema de acividades espacialmente fragmentario y desarticulado, con grandes vacíos
señalados por el predominio de los valores más bajos en la mayor parte del territorio
andaluz y la escasa presencia o localización discontinua de los niveles más altos; aunque el
consumo eléctrico productivo está muy influido por las actividades industriales está
considerado un buen indicador de nivel general de actividad. El mapa comarcal de
evolución del empleo industrial en Andalucía en el periodo 1981-1996 (figura 7) muestra
uno de los hechos más influyentes en la percepción de los desequilibrios territoriales. La
mayor parte del territorio andaluz ha descendido en este parámetro, incluso las dos
principales ciudades y sus entornos próximos; por el contrario sólo la provincia de Almería
y las comarcas agrupadas en el centro geográfico de la región tienen una evolución
positiva. Analizado con más detalle este hecho muestra varios matices de interés: junto al
efecto principal (la reducción regional del empleo industrial) se está produciendo una cierta
difusión espacial de esta actividad, aunque más aparente que real si se la analiza o
interpreta a fondo, pues aunque hay un mayor número de municipios con más de 100
empleos industriales, pierden fuerza los lugares antes mejor situados, entre ellos las
principales ciudades y aglomeraciones urbanas. En estas últimas es claramente apreciable
el trasvase de empleos de las ciudades centrales a las coronas metropolitanas. Además
aparecen nuevos espacios emergentes en algunas ciudades medias y ámbitos rurales, tanto
interiores como litorales (CARAVACA BARROSO y otros, 2002). No obstante la
capacidad innovadora y la utilización de técnicas más avanzadas se concentra.
Por último las actividades turísticas, un sector decisivo para la economía regional,
aunque sea difícil evaluarlo correctamente a causa de la importancia de la oferta no reglada,
19
también pueden interpretarse en su evolución territorial desde esta doble manifestación de
estar presente en más lugares, aunque intensificándose en las localizaciones de más
importante concentración.
¿Cómo interpretar estos hechos desde el enfoque de los desequilibrios territoriales?
Sin duda como la manifestación de fenómenos conformadores del orden territorial más
básico y de hechos recientes que lo modifican, creando situaciones nuevas de mayor
complejidad. La riqueza de los suelos agrícolas, la pluralidad y buena distribución de los
asentamientos urbanos aportan desde hace mucho tiempo la trama económica fundamental
del territorio andaluz; a ella se han añadido más recientemente una industrialización
dispersa e insuficiente y el turismo poniendo en valor el litoral, principalmente, y en menor
medida algunas localizaciones del interior. Lo peculiar de las últimas décadas consiste en
unir una débil difusión en el territorio de estas últimas actividades con la disminución
masiva de las más tradicionales en la mayor parte del espacio regional y con la mayor
concentración, en los ámbitos donde ya se localizaban previamente, de los hechos más
influyentes para la determinación del dinamismo futuro. Respecto a todos estos hechos la
percepción dominante es la valoración de la dinámica observada como territorialmente
desequilibradora.
•
En relación con el bienestar social los análisis realizados se refieren al consumo de bienes y
a la disponibilidad de servicios públicos. Se resumen aquí con el comentario de otros tres
mapas. El primero de ellos (figura 8) recoge la integración por comarcas de las principales
variables consideradas y muestra el predominio de las situaciones mejores (niveles altos y
medio-alto) en más de dos terceras partes de las comarcas. Su distribución en el mapa
regional revela que se cruzan dos explicaciones principales: la existencia de mejoras reales
(expresadas principalmente por el indicador de consumo eléctrico doméstico), con otras
aparentes (inducidas por el efecto aritmético de una población escasa que figura como
denominador en varios indicadores relativos a los servicios públicos, número de profesores
por 100 alumnos, número de líneas telefónicas por 100 habitantes, etc.). Con todo es
preciso subrayar el predominio de las situaciones más favorables en una comunidad
caracterizada durante mucho tiempo por el subdesarrollo y la persistencia de situaciones
negativas claramente mayoritarias en términos sociales.
20
Figura 2:Disponibilidad de recursos naturales.
Datos absolutos. 1991-1996.
Figura 5: Nivel de riqueza. 1.994-1.995
Figura 3. Espacios de interés natural. 1.995
Figura 4: Riesgos de erosión hídrica intensa. 1.991
Figura 6: Consumo eléctrico productivo por habitante, 1.996.
Figura 7: Empleo industrial. Saldo 1.981-1.996
21
Figura 8: Bienestar social y calidad de vida.
Ponderación variables, 1994-1996.
Figura 11: Tasa anual de crecimiento de la población
entre 1991 y 2001.
Figura 9. Subconsumo eléctrico doméstico.
Proporción de consumidores. 1996.
Figura 12: Envejecimiento de la población.
Mayores de 65 años. 1991.
Figura 10: Accesibilidad a servicios sanitarios con
internamiento hospitalario. 1996.
Figura 13: Incidencia del SIDA por comarcas. 2001.
22
Si el consumo eléctrico productivo es un buen indicador económico, aún tiene más
valor como indicador social el consumo eléctrico doméstico. Clasificando los abonados por
niveles y equiparándolos a hogares puede decirse que el nivel más bajo de consumo (menos
de 500 kw/hora/año) sería el correspondiente a las familias más pobres, o los hogares muy
poco equipados, pues dicho nivel se alcanza con poco más que el alumbrado y la
disponibilidad de los electrodomésticos más difundidos (frigorífico y televisión); estos
abonados representan más del 30% del total en una amplia área continua (figura 9) que se
extiende por el norte más montañoso de Jaén (comarcas de El Condado y Las Villas, Sierra
de Segura y Sierra de Cazorla) y buena parte del interior serrano granadino y almeriense
(comarcas de Las Alpujarras, Campo de Tabernas, Los Vélez), otros espacios discontinuos
de Sierra Morena central y occidental, (Alto Guadiato y todo el Norte de Huelva) y algunas
localidades campiñesas. Subsisten por tanto y pese a las mejoras indudables, amplios
espacios y localizaciones más aisladas de pobreza rural, principalmente en ámbitos
serranos, interiores y poco accesibles.
Este último aspecto es el que se ha querido valorar con el mapa de isocronas que
expresa la distancia medida en tiempo desde cada núcleo de población a los hospitales
(figura 10); aunque es evidente el reflejo del relieve en este mapa, no se puede soslayar que
en un tercio del territorio persisten accesibilidades de 40 minutos o más y en ellas ámbitos
y lugares -de poca población pero espacialmente significativos- en que los desplazamientos
a los hospitales requieren 80 o más minutos, circunstancia completamente inaceptable en el
nivel de desarrollo medio alcanzado por la sociedad andaluza y que expresa una grave
discriminación.
Resumiendo casi en un lema la evolución de los desequilibrios territoriales por
razones de bienestar podría destacarse que si bien se han reducido enormemente las
diferencias urbano-rurales, tan significativas en tiempos aun no lejanos, subsisten
localizaciones donde no han llegado todas las mejoras y áreas más extensas próximas al
desequilibrio definitivo que representa la despoblación.
La población, su dinámica y estado, son objeto de las consideraciones que se van a
abordar con el comentario de otros tres mapas. El mapa municipal que expresa la tasa anual
de crecimiento de la población entre 1991 y 2001 (figura 11) muestra como la mitad del
territorio andaluz - con especial intensidad en la Cuenca Minera onubense, Sierra de Segura
en Jaén, y comarca de Huescar en Granada- tiene una dinámica demográfica regresiva. Este
hecho, que se confirma en otros análisis y para otros periodos de forma consistente, se está
produciendo en amplios espacios al menos desde 1960. Sólo se salvan de esta tendencia los
23
ámbitos de aglomeración urbana (aunque ya pierden población algunas capitales), el litoral
y sectores fragmentarios de la Depresión del Guadalquivir, mayoritariamente vinculados a
ciudades medias. La Costa del Sol occidental, el Aljarafe sevillano y, sobre todo, el
Poniente almeriense destacan como ámbitos poblacionalmente expansivos. La figura 14,
que muestra la evolución de los municipios según su tamaño, también marca nítidamente el
descenso de los más pequeños desde hace décadas; (sólo los incluidos en aglomeraciones
urbanas y del litoral retienen en cierta medida esta dinámica).
Figura 14: Evolución de la población según tamaño de municipios. Andalucía.
Fuente: I.N.E.
En muchos lugares del mundo y también en Andalucía se asiste, actualmente a un
proceso de relocalización de la población basado, por una parte, en los cambios de la
movilidad y la accesibilidad que explican la práctica desaparición de la población
diseminada rural y la disminución de muchos de los municipios pequeños, poco accesibles
24
y faltos de equipamientos; también se pueden considerar procesos generalizados la
densificación del litoral y la formación de aglomeraciones urbanas a causa del dinamismo
económico y las mayores oportunidades sociales existentes en estas áreas. En este contexto
general de redistribución poblacional los desequilibrios territoriales pueden quedar en parte
mitigados por el crecimiento de los municipios medios que refuerzan su centralidad urbana.
En Andalucía las tendencias y los hechos observados subrayan el predominio de los
aspectos más negativos (alto número de núcleos y grandes áreas que pierden población),
aunque aparecen también algunos factores de reequilibrio (crecimiento de las ciudades
medias).
Este aspecto tendencial es el que quiere subrayarse con el comentario del mapa del
envejecimiento de la población andaluza (figura 12) que reproduce e intensifica la
dicotomía antes marcada entre áreas serranas, de una parte, y depresión bética y litoral de
otra, aunque estos últimos ámbitos se fragmentan en mayor medida al considerar este
aspecto poblacional. El millón de personas con 65 años o más que viven en Andalucía unas 100.000 de ellas con 85 o más- gravita especialmente sobre los municipios con menos
de 2.000 habitantes que tienen una proporción de mayores próxima a la cuarta parte (24%),
que casi duplica la que corresponde a los municipios entre 50.000 y 100.000 habitantes
(15%), según ARROYO PÉREZ (2002). Aunque, como ya se ha visto en el capítulo
correspondiente, el envejecimiento es una tendencia general de la sociedad europea (y
también de la andaluza), relacionada con los desequilibrios territoriales aumenta el riesgo
de su aparición por la posible creación de estructuras demográficas incompletas; en
Andalucía existen manifestaciones de ello tan claras como la natalidad cero o el celibato
forzoso en algunos municipios muy pequeños. Sólo la fortaleza del sistema andaluz de
asentamientos (en gran medida explicado por la concentración de la propiedad de la tierra),
y el mantenimiento de sus edificaciones por antiguos emigrantes retornados, reconvertidas
en segundas residencias o destinadas a la oferta no reglada para el turismo rural sostienen el
poblamiento de muchas aldeas y pequeños pueblos. En Andalucía empiezan a darse
condiciones de desestructuración y reducción severa de las poblaciones en algunos
ámbitos, como las comarcas antes señaladas, que apuntan ya claramente hacia un
desequilibrio poblacional difícilmente reversible; estas situaciones actualmente minoritarias
podrían tener mayor significación espacial si se mantienen o refuerzan las tendencias
descritas.
Un último aspecto cualitativo, el estado sanitario de las poblaciones, merece
comentarse en esta búsqueda de la relación entre los desequilibrios territoriales y las
25
características demográficas. El reciente Atlas de mortalidad en España (BENACH, 2001)
pone en guardia sobre la situación especialmente negativa de la población andaluza
occidental; principalmente en relación con algunas causas de mortalidad (enfermedades
cardíacas, cerebrovasculares, hepáticas y pulmonares). El último mapa que en este aspecto
aquí se va a comentar actualiza otro anterior incluido en el IDTA y se refiere a la incidencia
del SIDA en Andalucía por comarcas (figura 13); en esta distribución destaca, en primer
lugar, que las tasas más altas son un fenómeno esencialmente urbano y litoral, pero hay que
subrayar también la coincidencia de los valores altos con los principales corredores viarios,
alejándose la enfermedad en mayor medida de los espacios interiores más aislados. En
cierto modo este mapa y los del Atlas mencionado recogen distribuciones inversas a la de
la mayoría de los desequilibrios o situaciones tendentes a ellos apreciables en los otros
mapas de población comentados. La intención de esta última observación es marcar una
nueva dimensión de los desequilibrios territoriales, que afecta a ámbitos diferentes a los
habitualmente identificados. Las conclusiones principales de la relación por territorios entre
población y desigualdad están estrechamente asociadas a las señaladas respecto a los
indicadores económicos de bienestar y las refuerzan, pero junto a la persistencia de viejos
factores de desequilibrios estructurales aparecen otros recientes que hacen más compleja la
realidad y más difícil su solución. Por esta razón es preciso dedicar una atención más
detallada a las manifestaciones sociales más radicalmente negativas, la actual distribución
en el territorio andaluz de la pobreza y la exclusión social.
20.4. Marginalidad y exclusión social en los comienzos del siglo XXI.
En el actual contexto, democrático y globalizado, se producen ciertos procesos de
exacerbación de la marginalidad, condicionados tanto por el propio funcionamiento de la
democracia como por las exigencias de la globalización. La ausencia de una sociedad civil
vigorosa y creativa dificulta el desarrollo de una democracia horizontal y, a su vez, produce
una reducción de la confianza en las instituciones públicas como expresiones de la democracia
vertical, con el consiguiente debilitamiento de todo el sistema democrático. La globalización,
por su parte, exige unos procesos de adaptación que conducen en muchos casos a la exclusión
social,
como mecanismo por el que, en las sociedades más avanzadas, se produce el
desplazamiento de no pocos de sus miembros hacia los márgenes, aumentando sus grados de
vulnerabilidad.
26
Desde la teoría social americana, en los años ochenta se comienza a utilizar el término
de subclase urbana o underclass para hacer referencia a una población segregada urbanística,
económica, social y culturalmente (los pobres dependientes de ayudas públicas, los
delincuentes callejeros, los que realizan actividades irregulares o de economía informal y los
alcoholizados y enfermos mentales). Tal concepto de subclase es matizado por la literatura
sociológica europea en los años noventa, asociándolo a la idea de exclusión de los derechos
sociales, que hoy se consolida científica y políticamente. Así, tanto el 8º Informe España
(2001) de la Fundación Encuentro, como el Informe sobre la Pobreza y la Exclusión Social en
Andalucía (2001), elaborado por el Instituto de Estudios Sociales de Andalucía utilizan
aquellas teorías sociológicas contemporáneas sobre la exclusión social, entendiéndola como el
resultado de un conjunto de procesos que se enmarcan en un escenario complejo -en el que las
situaciones de riesgo social son cada vez más diversas -e inestable- con una geometría variable.
En función de ello, la exclusión no admite definiciones simples, porque es un fenómeno en el
que convergen múltiples y nuevos factores, normalmente muy interrelacionados, como, por
ejemplo:
-Los nuevos procesos demográficos (inmigración, envejecimiento, monoparentalidad) que
conducen a la aparición de nuevos grupos sociales a los que la exclusión “coge desprevenidos”
porque no poseen experiencia histórica al respecto.
-Los impactos sobre el empleo de los cambios en la economía y en las empresas. La
flexibilidad y adaptabilidad requeridas por el nuevo modelo productivo dan lugar a muchos
“perdedores”: jóvenes poco preparados –eventualidad, delincuencia, drogodependencia- y
adultos parados de larga duración.
-Los nuevos déficits de inclusividad del Estado de Bienestar, provocados por la falta de
adaptación de las rígidas burocracias de las administraciones públicas: Debilitamiento de
prestaciones básicas y generales –exclusión de la Seguridad Social y fracaso escolar- que
genera ciertas fracturas de ciudadanía y, por otra parte, escaso control de mercados de bienes
sociales como el del suelo y la vivienda, que provoca tanto inaccesibilidad a una vivienda por
parte de amplias capas de la población como segmentación social del espacio urbano y
consiguiente proliferación de barrios en crisis.
20.4.1. Tipología espacial de la pobreza andaluza.
27
En Andalucía, desde la administración autonómica, se ha establecido el conjunto de
Zonas con Necesidades de Transformación Social, pero no existe, en la práctica, un
procedimiento reglado que determine la incorporación de un territorio según caracteres
objetivos o como perteneciente a un modelo preestablecido; en mucho menor medida se
dispone de un modelo territorial en el que se consideren estas situaciones de pobreza y
exclusión. Todo ello se viene justificando en función de que tal regulación podría llevar
aparejada una estigmatización de las áreas afectadas. No obstante existen trabajos, como el ya
citado del I.E.S.A., en el que se aborda la identificación de estas zonas en ciudades mayores de
20.000 habitantes. Tomando como fuente básica el Censo de Población de 1991 y
considerando las variables significativas de empleo, educación y vivienda, con las que se ha
efectuado un análisis multivariante, se han establecido indicadores de vulnerabilidad social y
teniendo como unidad espacial la sección censal, se han cuantificado absoluta y
proporcionalmente los hogares excluidos en cada sección, llegando a delimitar áreas en las que
la proporción de estos hogares alcanza altos niveles.
Teniendo en cuenta dicho estudio y contando además con las fuentes propias del
Servicio de Barriadas de la Dirección General de Bienestar Social de la Consejería de Asuntos
Sociales (Junta de Andalucía), se han podido reconocer los focos de marginalidad y exclusión
en la Comunidad Autónoma, que –como en otras muchas partes- se concentran principalmente
en las ciudades. No obstante, con una visión más regional, en el Informe sobre Criterios
territoriales para una política contra la pobreza y la exclusión en Andalucía (2003) –
encargado por la Dirección General de Bienestar Social, de la Junta de Andalucía-
se
desarrolla una tipología de la vulnerabilidad (Figura 17) que encuentra en la región andaluza
las siguientes situaciones (OJEDA y ZOIDO, Dirs., 2003)
ƒ
Áreas de pobreza rural extrema: Que se produce en comarcas montañosas interiores y
abruptas, que -sin haber llegado al desierto demográfico- están poco pobladas y con las
estructuras demográficas muy envejecidas. Se localizan principalmente en dos
concentraciones territoriales: Franja continua de Sierra Morena occidental (Huelva-SevillaCórdoba) y tercio más oriental de la región, en su parte interior (Almería-Granada-Jaén).
Su rasgo más significativo es la concurrencia de dos fenómenos relacionados: Importante
peso de colectivos con bajo nivel de consumo y bajo nivel medio de renta. La coincidencia
de tales fenómenos con las mayores tasas de mortalidad por cáncer y enfermedades
cardíacas conduce al severo diagnóstico de pobreza rural extrema, que afecta, sobre todo, a
una población de mayor edad, muy vulnerable.
28
ƒ
Áreas de vulnerabilidad estructural: Radicadas principalmente en las campiñas y
piedemontes, sus características determinantes son un aceptable volumen poblacional, una
estructura demográfica compensada y, especialmente, la presencia de una o varias ciudades
intermedias nodales. Se extienden principalmente en torno a un eje diagonal que discurre
paralelo al Guadalquivir, con dos franjas: la del Norte de Jaén y la que desde las campiñas
sevillanas discurre hacia el sur de Córdoba y el norte de Málaga. Aparecen, por otro lado,
algunos casos aislados como los de las comarcas de Guadix y Baza. El análisis de sus
variables muestra una alta concurrencia de factores de vulnerabilidad en estas comarcas:
niveles de renta bajos o medio-bajos, importantes carencias formativas de la población e
incidencia con relativo peso en la población infantil de enfermedades infecciosas, como
meningitis y fiebres tifoideas. Estas coincidencias afectan a amplios grupos de la población
y se exacerban al relacionarse -en un marco de conservadurismo cultural- con situaciones
de inmadurez personal y desaparición de los cuidados familiares tradicionales, conduciendo
a la vulnerabilidad inicialmente señalada.
ƒ
Bolsas de exclusión social en aglomeraciones urbanas y comarcas litorales dinámicas:
Junto a la diez aglomeraciones urbanas andaluzas (ocho capitales de provincias más Jerez
de la Frontera y Bahía de Algeciras), la mayoría de las comarcas litorales cuentan con los
más altos niveles de dinamismo económico y los más importantes volúmenes
demográficos. En algunas de ellas se están extremando los rasgos definitorios muy
negativos, con las formaciones de bolsas de exclusión social, bien conocidas, identificables
y delimitables espacialmente y en las que resultan muy significativas las tasas de incidencia
del SIDA y la tuberculosis. Estos barrios marginales constituyen lo que podíamos llamar el
cuarto mundo andaluz, que, tanto por su progresiva extensión como por los niveles de
deterioro y conflictividad a los que puede llegar, merece una especial atención aquí.
20.4.2 Marginalidad y exclusión urbana
Tal exclusión urbana puede clasificarse geográficamente tanto por la fisonomía del
hábitat como por su origen e inserción en la ciudad, mediante la distinción de tres situaciones:
Espacios marginales o asentamientos chabolistas, espacios periurbanos o de viviendas sociales
planificadas y centros deteriorados, entre los que se encuentran tanto los centros históricos
como los centros periurbanos absorbidos por el desarrollo de la ciudad. Además de a los
asentamientos chabolistas -cuya propia marginalidad legal impide la toma de información
estadística oficial y un tratamiento riguroso con la información actualmente disponible-, en
Andalucía se reconocen hoy casos muy graves de marginalidad y exclusión social.
29
Tabla 3. Indicadores sociolaborales y sobre vivienda de barrios andaluces con
actuación pública.
INDICADORES SOCIOLABORALES
MUN.
BARRIOS
Almería
Chanca
Cádiz
Santa María y
Pópulo
Córdoba
Moreras
POB.
INDICADORES SOBRE VIVIENDA
Paro
%
Sin
Estud
%
Paro
Jov.
%
Trab.
Event
%
Peón
%
T. No
cual.
%
Alq.
%
Desoc
%
Ant.
1945
%
Sin
Agua %
Sin
WC
%
Sin
B/D
%
M²
viv x
pers
2.752
37,3
62,8
53,8
50,5
9,6
24,5
7,1
18,5
20,1
1,7
2,8
5,7
18,1
8.257
35,7
29,1
60,0
46,5
10,6
32,2
88,3
9,2
79,7
16,0
28,8
36,0
16,0
6.307
55,2
48,2
65,2
78,1
24,5
49,7
45,8
31,9
0,0
0,0
0,1
0,0
14,7
23.272
37,5
40,2
55,0
62,1
12,6
38,1
17,6
12,4
0,2
0,0
0,0
0,1
19,2
Granada
Cartuja
Huelva
HispanidadTorrejón
6.368
37,0
26,8
55,0
61,6
12,7
29,5
5,6
4,9
1,6
0,0
0,3
0,3
18,8
Huelva
Marismas del
Odiel
3.759
39,8
44,9
53,3
74,1
19,3
33,2
2,9
11,2
11,7
1,4
9,1
9,4
18,6
Jaén
MagdalenaS.Vicente
4.090
30,2
42,5
42,0
71,1
16,3
38,1
10,2
7,3
27,3
0,0
3,7
8,8
20,4
Jerez
Rompechapin
es
4.758
34,4
20,2
61,5
52,7
5,6
16,1
57,2
21,2
51,8
6,9
14,5
18,5
25,6
Lebrija
Huerta
Macena
1.849
38,0
41,7
54,3
96,2
38,1
5,4
0,3
1,3
0,0
0,0
0,3
0,0
28,1
La Línea
Atunara
5.930
45,6
42,6
63,8
65,2
11,1
31,5
3,6
8,0
4,3
0,9
2,0
4,5
18,6
La Línea
Junquillo
10.385
56,9
38,4
69,1
63,1
15,3
39,8
1,3
0,4
0,0
0,0
0,1
0,3
15,8
6.826
25,3
15,2
48,4
40,4
3,1
15,9
68,1
32,6
41,1
1,7
5,6
12,5
36,4
21.053
48,3
31,3
60,6
69,0
17,6
43,1
3,3
2,6
0,1
0,2
0,2
0,9
19,6
20.908
43,4
35,0
57,6
64,7
16,1
40,2
2,5
13,3
0,0
0,0
0,1
0,1
19,7
7.180
27,2
22,0
51,4
38,5
3,3
14,8
51,5
21,2
37,2
2,6
5,3
11,4
28,9
Málaga
Centro
Histórico
Málaga
Palma Palmilla
Sevilla
Polígono Sur
Sevilla
San Luis –
Alameda
Fuente: INE, Censos de población y vivienda de 1991. Elaborado por MINISTERIO DE FOMENTO: La Desigualdad Urbana en
España. Madrid, 2000
Algunos de ellos han sido estudiados de forma pormenorizada en el informe que
estamos citando que, partiendo de criterios de diferenciación física del tejido urbano y de
distintos grados de centralidad, accesibilidad y permeabilidad social, identifica y caracteriza
tres categorías principales en los espacios urbanos marginados de las grandes ciudades
andaluzas (OJEDA y ZOIDO, Dirs., 2003):
•
Espacios periurbanos conformados por las políticas de viviendas sociales, a partir de la
concentración planificada de grupos desfavorecidos. Cuatro aspectos fundamentales
pueden definir la realidad territorial de los barrios marginados que integran este tipo de
30
espacios: aguda desintegración social; relativa calidad urbanística y residencial;
emplazamiento periférico o situación extrovertida respecto a la articulación viaria de la
ciudad y ausencia de espacios connotados socialmente, propicios para el encuentro, la
participación, la experiencia compartida o la solidaridad.
La segregación social en estos espacios marginados es muy significativa y se manifiesta
tanto en la pobreza y exclusión (tasa de paro, cualificación socioprofesional, niveles de
instrucción...) como en la ausencia de cohesión social, circunstancia que se deriva del
desarraigo de las poblaciones que son instaladas en estos núcleos así como de los
problemas de integración étnica que en ellos han aparecido tradicionalmente (gitanos) o
empiezan a manifestarse (magrebíes, subsaharianos, rumanos…). En este sentido, la
segregación social suele mostrar un notable carácter étnico que se expresa en múltiples
facetas de la vida social: familia, demografía, cultura, estilo de vida, religión, tejido
asociativo, educación, etc. Esta segregación, cuando se basa en la dialéctica payo / gitano,
se observa incluso en el desigual uso de los equipamientos, o incluso de los propios ritmos
de vida cotidianos. Situaciones representativas de estos problemas de integración étnica las
podemos encontrar, por ejemplo, en El Torrejón (Huelva), Las Palmeras (Córdoba) y
Almanjáyar-Cartuja (Granada). En otros lugares, como puede ser el barrio almeriense del
Puche, esta problemática social está protagonizada por las dificultades de integración entre
inmigrantes extranjeros en busca de empleo y población originalmente establecida. Con
similares características, pero aun mayor agudización de problemas de seguridad, pueden
citarse los casos del Polígono Sur y Tres Barrios en Sevilla, Palma – Palmilla en Málaga,
así como otros núcleos que forman parte de espacios en los que también aparecen las otras
formas de asentamiento apuntadas, como sucede los arrabales del Centro Histórico de
Málaga o La Atunara (La Línea de la Concepción) entre otros muchos casos.
•
Centros históricos degradados social y funcionalmente. Además de los caracteres formales
y funcionales derivados de su situación respecto al conjunto de la ciudad, otros rasgos más
sobresalientes de estos espacios pueden ser la degradación física y la devaluación
residencial que paralelamente han ido experimentando. En estos centros históricos o cascos
antiguos, el deterioro del soporte físico y la sobrepoblación contenida, especialmente años
atrás, han provocado graves situaciones de infravivienda así como bastantes casos de
hacinamiento. La antigüedad de las construcciones e infraestructuras y el escaso
mantenimiento de las mismas pueden ser los factores principales que han conducido a una
situación a la que también han contribuido, de forma interrelacionada, los niveles de
31
desempleo, la reducida cualificación socioprofesional a nivel general y el progresivo
envejecimiento de la población tradicional de estos espacios.
Las dificultades de accesibilidad interior debido al propio tejido urbano (Santa María,
Cádiz), a las fuertes pendientes (La Magdalena, Jaén) o a las barreras arquitectónicas son
aspectos urbanísticos que junto a la carencia de espacios libres para zonas verdes y
equipamientos, han contribuido al proceso de abandono y degradación de estos centros
históricos.
Algunas situaciones representativas de esta categoría se encuentran en el Casco Antiguo de
Cádiz (barrios de Santa María, Pópulo o La Viña), los arrabales del Centro Histórico de
Málaga y las faldas del castillo de Santa Catalina en Jaén (barrios de La Magdalena y San
Vicente de Paúl). En estos dos últimos casos de Málaga y Jaén, la fisonomía de estas áreas
urbanas se ha visto alterada por la introducción de distintos núcleos de viviendas sociales
(operación propia de la tipología de asentamiento marginal anteriormente expuesta) hecho
que no sólo ha afectado paisajísticamente a estos entornos, con lo que ello significa
respecto a sus posibilidades de regeneración, sino que además, ha dado lugar a la
instalación de poblaciones desarraigadas con problemáticas sociales que complican la
cohesión social propia de estos tradicionales barrios.
•
Asentamientos originalmente aislados, de autoconstrucción, y que han sido absorbidos por
el desarrollo urbano de la ciudad. El origen aislado y con cierto grado de autonomía de
estos enclaves, se convierte lógicamente en factor básico que determina la inexistente
centralidad inicial dentro de una ciudad que termina incorporándolos y determinando los
escasos vínculos sociales de la población de estos asentamientos con la de su entorno.
Urbanísticamente, los caracteres que más han condicionado el deterioro socioterritorial de
estos lugares, están relacionados con la inexistencia de criterios de ordenación territorial, la
carencia de infraestructuras urbanas básicas y de equipamientos, así como con la
antigüedad, forma de construcción y ausencia de reformas en las viviendas, aspectos que se
manifiestan generalmente en las dificultades de integración física de estos núcleos y, en el
plano residencial, en una cierta proporción de situaciones de infravivienda.
Asimismo, las construcciones se disponen según un tejido urbano muy irregular, de calles
muy estrechas y callejones, lo cual, además de representar una dotación muy limitada de
espacios libres para usos no residenciales, plantea uno de los problemas urbanísticos más
destacados de estos lugares: las dificultades de accesibilidad o de desplazamiento interior,
hecho que limita una prestación normalizada de servicios públicos como los de ambulancia,
32
bomberos, recogida de basuras, transporte urbano... (Bajo de Guía, en Sanlúcar de
Barrameda).
Los casos donde la marginalidad social ha alcanzado mayor gravedad en estos ámbitos
pueden ser asentamientos costeros como La Atunara, en La Línea de la Concepción, y otros
núcleos de autoconstrucción en el extrarradio de las grandes ciudades como San Jerónimo o
Palmete en Sevilla. También, junto a este tipo de habitat se han desarrollado nuevos
conjuntos residenciales, que se corresponden generalmente con el primer tipo señalado
(bloques de viviendas sociales en altura) y que han conformado un espacio más complejo,
segregado del resto de la ciudad y fragmentado social y urbanísticamente en su interior. El
Puche en Almería puede ser un ejemplo paradigmático de esta situación.
20.5. Los objetivos de cohesión y desarrollo territorial
Si, como se ha visto, en Andalucía la diversidad más básica de su territorio encuentra
fundamento en su conformación natural y otras diferencias y desigualdades de origen humano
se sustentan en procesos históricos de larga o media duración, los propósitos de cohesión y de
erradicación de los desequilibrios territoriales son recientes; para abordar este último objetivo
existen antecedentes con planteamientos teóricos o incluso políticos, pero no hay continuidad
ni medios de actuación hasta la formación de una administración y un poder regional
diferenciados. Incluso se puede apreciar que tras algo más de 20 años de autonomía política
dichos objetivos no han sido definidos con suficiente precisión, no son todavía compartidos
mayoritariamente por los andaluces, o no se han alcanzado por diferentes razones. En todo
caso, dicha perspectiva es insoslayable para cualquier gobierno o incluso para el conjunto de la
sociedad andaluza desde el momento en que existe un ente unitario, la Junta de Andalucía,
dotado con los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial, al que le corresponde un
importante conjunto de competencias, realizables por la disponibilidad de presupuestos
cuantiosos (casi 21.000 millones de euros para el año 2003).
20.5.1. Antecedentes próximos
Como se ha indicado en el apartado 20.2.1 las primeras propuestas de acción relativas
al conjunto de Andalucía se efectúan en el último tercio del siglo XIX en relación con sus
graves conflictos sociales ("los problemas del sur de España"), pero para que esos
planteamientos incorporen aspectos territoriales y los valoren como parte de los problemas o de
las posibles soluciones hay que esperar hasta el último tercio del siglo XX.
33
En una reciente investigación sobre planificación económica en Andalucía (SÁNCHEZ
DOMÍNGUEZ, 2002) se muestra con rigor cómo entre las décadas de 1940 y 1960 se buscan
soluciones a los problemas socioeconómicos mediante planteamientos provinciales (Índices de
Peticiones Provinciales, 1948; Programas de Necesidades Provinciales, del mismo año;
Planes Provinciales de Ordenación Económico-Social, 1953). Estos instrumentos contienen
medidas y propuestas que podemos considerar de ordenación o con importante incidencia
territorial, pero no aportan una visión unitaria relativa a toda Andalucía; además, según se
señala en la investigación citada, "no fueron llevados a la práctica, sólo desempeñaron el papel
de estudios..."; por otra parte, la preocupación del Gobierno era plantear cómo las provincias
"podían contribuir al interés nacional en función de su riqueza en materias primas” y “no
existió una política de verdadero desarrollo regional en la década de los cuarenta, aunque en
ella se sentaron las bases teóricas que sustentaron posteriores instrumentos de desarrollo
regional"; los instrumentos mencionados sirvieron también para inducir importantes acciones
de desarrollo territorial, como el Plan Jaén (1953) y la transformación de grandes zonas
regables (Cacín y Motril-Salobreña en Granada, zonas del Viar, el Bajo Guadalquivir y Plan
del Bembezar en Sevilla, así como los Planes del Guadalcacín en Cádiz, del Almanzora en
Almería y del Guadalhorce en Málaga) entre los últimos años 50 y la década de 1960.
Como es conocido, la incorporación de los tecnócratas a los gobiernos de la dictadura
franquista introdujo un mayor interés por cuestiones de política regional; en relación con
Andalucía esta orientación se tradujo en la creación de los polos de desarrollo (Sevilla, 1964;
Granada, 1970, Córdoba, 1971) o de promoción económica (Huelva, 1964, pasó a ser polo de
desarrollo en 1969), la declaración como Zona de Preferente Localización Industrial del
Campo de Gibraltar (1965) y la creación de 27 Centros de Interés Turístico Nacional, entre
1963 y 1977. También aparecerán planteamientos teóricos menos localizados o más complejos
e integradores, como la definición de ejes territoriales de desarrollo industrial previstos para el
nonnato IV Plan de Desarrollo Económico (1976-1979).
De sus trabajos debe proceder el esquema recogido en la figura 15 que puede
considerarse, aunque más implícita que explícitamente, el primer modelo de ordenación
territorial de Andalucía. Pese a su carácter esquemático la propuesta tiene la fuerza de la
sencillez y una gran coherencia con la estructura territorial de base natural, ya que los tres ejes
longitudinales siguen corredores reales o de imprescindible realización. Coetáneos y en gran
medida coincidentes, con esta formulación aunque con mayor vigencia posterior, pueden
considerarse los criterios territoriales del Gran Área de Expansión Industrial de Andalucía,
creada en 1976. Este instrumento de desarrollo con incentivos territoriales más complejos fue
34
aplicado ya en época autonómica. Otro antecedente con el mismo origen digno de ser
mencionado, aunque abortado en sus primeras fases, fue el Plan Director Territorial de
Coordinación, figura creada por la ley del suelo de 1975 para relacionar planificación física y
económica a nivel regional o subrregional, que el gobierno del Estado inició para Andalucía y
Galicia durante la Transición Democrática; su realización será obviamente incompatible con la
nueva organización territorial y la distribución competencial prevista por el titulo VIII de la
Constitución Española en 1978.
Figura 15. Ejes territoriales de actuación industrial.
Fuente: Bases para un programa de desarrollo industrial de Andalucía. 1976.
20.5.2. Formulaciones autonómicas
Las siguientes formulaciones son ya autonómicas y, lógicamente, incorporan en mucha
mayor medida planteamientos o referencias territoriales. Para poderlas tratar aquí de forma
resumida se considerarán sus aportaciones a la definición y realización de estructuras o
sistemas de cohesión territorial, de una parte, y al reconocimiento y utilización de la diversidad
territorial, de otra. Proceden de distintos organismos, aunque principalmente de la política
territorial, denominación de escaso arraigo que por esta razón ya advierte sobre la debilidad de
sus prácticas.
Las propuestas de estructuras o sistemas territoriales con mayor repercusión han sido
las relativas al sistema regional de asentamientos y a la red de carreteras, ambas de 1986. Poco
antes, en 1983, la Dirección General de Ordenación del Territorio, basándose en la importancia
35
que el Estatuto de Autonomía concede a la comarca (art. 5º), había realizado una Propuesta de
comarcalización que distinguía 26 "ámbitos funcionales de base periódica" a los que
correspondían otros tantos "centros urbanos intermedios" y 122 "ámbitos funcionales de base
diaria", con 127 "centros urbanos básicos" (5 ámbitos tienen doble cabecera). A partir de ellos
el Sistema de ciudades de Andalucía, se completa con la distinción de 9 "centros
subregionales" (7 capitales de provincia más Algeciras y Jerez de la Frontera) y la capital o
"centro regional" (Sevilla).
En la utilización de los centros básicos como criterio de ordenación territorial recaen en
mayor medida que en ningún otro aspecto las contribuciones que en la etapa autonómica se han
producido para la corrección parcial de los desequilibrios territoriales. Ello se debe a la
convergencia de tres factores principales: la buena distribución espacial de dichos centros (127
lugares sobre un total de 761 municipios entonces existentes representa la selección de una de
cada seis cabeceras municipales), la aplicación de dicho criterio a las políticas sociales más
básicas (equipamientos educativos, sanitarios, asistenciales y recreativos) y, finalmente, la
continuidad e importancia económica de dichas políticas (consumen más de la mitad del
presupuesto anual). Estas circunstancias han hecho que se hayan reducido o incluso superado
en algunos lugares las grandes diferencias en bienestar social existentes hasta los años 90 entre
los ámbitos rurales y los urbanos.
A las razones anteriores hay que añadir que los centros urbanos del Sistema de
Ciudades fueron también considerados para definir la jerarquía de la red regional de carreteras.
La Unión Europea ha formulado el concepto de "accesibilidad equivalente" como criterio
corrector de las desigualdades territoriales; con él se puede considerar acorde el Plan General
de Carreteras de Andalucía, aprobado en 1987. Este instrumento, dedicado exclusivamente a
la red principal de carreteras establecía accesibilidades de 25 y 60 minutos para dotaciones
radicadas en los centros del Sistema de Ciudades, como los institutos de enseñanza secundaria
o los hospitales comarcales y generales; como se ha podido ver en el mapa reflejado por la
figura 10, este último estándar todavía no se alcanza en una parte significativa del territorio
andaluz. Aunque la política de carreteras ha sido una prioridad para la administración
autonómica y ha consumido inversiones públicas muy cuantiosas, éstas han sido destinadas
mayoritariamente a los ejes llamados de alta capacidad (autopistas o autovías) y a otros tramos
de la red principal, todavía mejorada sólo de forma parcial; respecto a la red secundaria,
aunque se hicieron estudios de necesidades hace años (1990) y se han realizado actuaciones
parciales, todavía no se ha formulado ningún plan unitario; obviamente esta parte de la
estructura viaria regional es la que afecta en mayor medida a los lugares de menor
36
accesibilidad. Un instrumento modesto y poco conocido, pero de interés para el tema ahora
considerado, es el Plan de Estaciones de Transportes de Viajeros por Carretera (1989-1996),
ya que junto a las reformas de las líneas sustentadas en la Ley de Ordenación de los
Transportes Terrestres de 1987 y al apoyo institucional al transporte discrecional para escolares
y enfermos, especialmente en áreas de baja densidad, han supuesto mejoras sustanciales para
numerosas personas en la accesibilidad de muchos ámbitos rurales.
Otras estructuras territoriales de primera importancia (red ferroviaria, red gasista y
conjunto de infraestructuras hidráulicas) distan de formar sistemas regionales integrados. En
algún caso (abastecimiento de agua potable) las actuaciones durante las dos últimas décadas
del siglo XX han corregido situaciones previas de insuficiencia grave en multitud de núcleos
de población; en otros aspectos los avances o mejoras han sido también muy significativos (red
de telecomunicaciones, red eléctrica e instalaciones de energía solar en hábitat diseminado).
Para encontrar referencias más detalladas de estas cuestiones puede consultarse el Plan
Director de Infraestructuras de Andalucía, (1999) o ZOIDO, F. (2002).
Por último, el conjunto de espacios de interés patrimonial (compuesto no sólo por los
espacios naturales protegidos, sino también por otros incluibles en la Red Natura 2000 y
multitud de lugares andaluces que contienen valores culturales) está empezando a ser
considerado como una red o sistema territorial (Plan de Ordenación del Territorio de
Andalucía. Bases y Estrategias, 1999. P.O.T.A.) que puede corregir desequilibrios de reciente
aparición, si dichos espacios son entendidos como dotaciones que acercan y hacen posible el
disfrute de la naturaleza y de la cultura por todos los ciudadanos.
Mucho más fragmentario y débil ha sido el reconocimiento de la diversidad territorial
por instrumentos que actúen sobre toda Andalucía o con el marco regional como referencia
principal. Las aportaciones de mayor interés en este sentido han llegado desde la planificación
económica y la territorial, esta última radicada en la Consejería de Obras Públicas. Desde el
ámbito económico los instrumentos de planificación no han hecho una lectura coherente ni
minuciosa del territorio. Durante el franquismo, como se ha indicado, los objetivos fueron
sectoriales y de nivel estatal y las actuaciones incidieron en pocas localidades (las ciudades que
acogieron los polos de desarrollo y sus inmediaciones en algunos casos) y en la transformación
en regadío de una importante extensión localizada principalmente en el Valle del Guadalquivir
(más de 400. 000 hectáreas) contribuyendo decisivamente a estabilizar su población. El
triángulo Huelva-Sevilla-Cádiz fue identificado como el de mejores oportunidades para el
desarrollo de toda la región, aunque las actuaciones en él quedaron incompletas y mal
articuladas.
37
Más tarde en la etapa preautonómica (1979-81) y al inicio de la Autonomía,
instrumentos como el Plan de Urgencia para Andalucía(1980-82), el Plan Económico de
Inversiones (1983) y el Plan Económico de Andalucía (1982-86) unidos a las actuaciones del
Instituto de Promoción Industrial de Andalucía (IPIA) plantearon "estrategias de vertebración
social y territorial", "acciones destinadas a las comarcas menos desarrolladas" y a la
"promoción de los recursos endógenos"; pero la capacidad de incidencia real en esta etapa era
pequeña a causa de la parquedad de las competencias transferidas (la mayoría de ellas llegan en
1984) y de la debilidad de una administración regional todavía en fase primaria de
implantación.
Posteriormente, con la incorporación de España a las Comunidades Europeas, cambiará
la capacidad económica de incidir en la realidad, aunque las evaluaciones realizadas son
críticas al respecto. El Plan Andaluz de Desarrollo Económico 1987-1990, su homónimo de
1991-94 y el Plan Económico-Andalucía Horizonte 2000, recogen objetivos genéricos de
desarrollo equilibrado, e incluyen los criterios emanados desde los organismos de ordenación
territorial, pero el destino real de los recursos ha estado más influido por prioridades
estructurales (grandes obras públicas de carreteras y saneamiento), actuaciones localizadas
(Parque Tecnológico de Andalucía en Málaga, Cartuja 93 en Sevilla, Santana Motor en
Linares), o prioridades políticas espacialmente erráticas (Planes operativos del Sur y Este de
Jaén y Norte de Granada, del Bajo Guadalquivir, de Málaga, del Norte de Huelva...). La Ley de
Incentivos Regionales de 1985 declaró todo el territorio andaluz como Zona de Promoción
Económica y sus escasos efectos parecen haberse concentrado en los lugares que ya tenían
mayor entidad económica y diversidad de actividades, concluyéndose que la aplicación de los
fondos europeos "ha favorecido más a las comarcas que presentaban mejores condiciones
económicas,
contribuyendo
a
acentuar
los
desequilibrios
internos
de
Andalucía"
(CORONADO GUERRERO, 1997, citado por SÁNCHEZ DOMÍNGUEZ, 2002).
Entre las aportaciones al reconocimiento de la diversidad territorial provenientes de los
organismos de ordenación merece citarse (además de la ya aludida Propuesta de
Comarcalización de 1983) la doble diferenciación incluida en las Bases para la Ordenación
del Territorio de Andalucía (1990); de una parte se distinguen tres grandes áreas con "modelo
de desarrollo desigual" (serranías, campiñas y litoral) y dentro de ellas se clasifican los 122
ámbitos funcionales de base diaria antes mencionados como comarcas dinámicas, estancadas o
marginales; por otra parte se diferencian 42 unidades territoriales con suficiente accesibilidad y
centralidad urbana con el propósito de convertirlas en referencias homogéneas para las
actuaciones autonómicas en ámbitos intermedios o comarcas. En otro instrumento realizado en
38
la misma etapa (Directrices Regionales del litoral de Andalucía 1990) se delimita este ámbito
hasta entonces impreciso, como una franja que incorpora espacio marítimo (el mar territorial
en la banda de 12 millas) y terrestre (el límite de los términos municipales ribereños); dentro de
él se distinguen ocho unidades territoriales que requieren regímenes de actuación
diferenciados.
Resulta evidente que todos los instrumentos mencionados, bien por su carácter
espacialmente parcial o por su escasa incidencia real, no han supuesto en ningún momento una
estrategia territorial de conjunto suficientemente operativa; todavía no se ha producido en
Andalucía una actuación por territorios capaz de distinguir entre diversidad y desigualdad. El
modelo territorial incluido en el avance del P.O.T.A. representa un avance respecto a
documentos anteriores, divide el territorio regional en seis grandes áreas, pero para ello no se
parte de un principio coherente ni se aplican regímenes bien diferenciados. En nuestra opinión,
este modelo territorial debe ser clarificado conceptualmente y completado.
Figura 16: Modelo territorial de Andalucía.
Fuente: Plan de Ordenación del Territorio de Andalucía. Bases y Estrategias (1999).
20.5.3. Hacia un modelo territorial.
39
Recogiendo las experiencias anteriores, el ya citado IDTA ha propuesto una tipología de
desarrollo territorial con base en el mapa comarcal de 63 unidades mencionado en el apartado
20.3.2. Se compone de siete tipos que quedan representados en la figura 17 y que podrían
denominarse como “serranías abruptas y desfavorecidas” (tipo I), “montañas medianas” (tipo
II), “campiñas rurales” (tipo III), “campiñas con centralidad” (tipo IV), “comarcas rurales
diversificadas” (tipo V), “áreas urbanas y litorales” (tipo VI) y “litoral almeriense” (tipo VII).
Esta clasificación realizada mediante análisis cluster con 22 variables estadísticas refleja
claramente las grandes áreas de diversidad territorial existentes en Andalucía (serranías,
campiñas, litoral y áreas urbanas) cruzándose con la importancia que en cada comarca
adquieren los recursos naturales y su utilización, los niveles de actividad o producción, la
disponibilidad de riqueza –bienes inmuebles y renta- y los niveles de bienestar.
En nuestra opinión el desarrollo territorial de Andalucía (es decir la situación que
elimina los desequilibrios territoriales) debe reconocer esas áreas de diversidad u otras
similares, admitiendo modelos diferenciados para cada una de ellas; por esta razón, en las
representaciones gráficas aquí incluidas se les asigna un color o trama que las distingue. La
importancia de los indicadores económicos se reconoce en el mayor oscurecimiento de las
tramas, circunstancia que expresa de forma general mayores niveles de actividad y riqueza. Las
comarcas que subdividen las cuatro grandes áreas son las comentadas en el apartado 20.3.2 de
este capítulo, consideradas espacios diferenciados a causa de su funcionalidad, experiencia de
gestión mancomunada y rasgos históricos o de conformación natural propios; se trata por tanto
de ámbitos de escala intermedios (entre el municipio y la provincia) relativamente homogéneos
y a los que cabe atribuir potencialidades económicas propias y oportunidades sociales
equivalentes en dotación de equipamientos y accesibilidad. Cuando una comarca aparece
reflejada con una trama menos oscura que la que corresponde en general al área de diversidad
territorial en que se encuentra, se revela una situación menos favorable o tendente al
desequilibrio.
El análisis evolutivo referido al periodo 1986-1996 mediante la comparación de los tres
esquemas incluidos en la figura 18 muestra cómo el conjunto de la región evoluciona hacia una
representación más oscurecida, a consecuencia de una mejor situación económica general; por
otra parte, las distribuciones territoriales se hacen más compactas aproximándose al modelo de
desarrollo territorial diferenciado por grandes áreas. Pero es preciso observar también que
muchas comarcas serranas permanecen en el tipo más desfavorecido, manteniendo una
situación que puede llegar a ser difícilmente reversible; finalmente, se observa que algunas
comarcas bajan de nivel.
40
Figura 27.- Tipos de desarrollo territorial.
Figura 18. Esquemas tipológicos de desarrollo territorial.
Características socioeconómicas de comarcas andaluzas. 1986.
Áreas del modelo de desarrollo desigual. 1989.
Tipos de desarrollo territorial. 1996.
41
Si, por último, se consideran la exclusión y marginalidad social como las
manifestaciones actuales más agudas y peligrosas de los desequilibrios territoriales, aparecen,
más localizadas pero confirmando los planteamientos anteriores, las tres situaciones graves de
pobreza rural extrema -que afecta a colectivos poco numerosos en términos absolutos, pero
muy presentes en las comarcas serranas más desconectadas-, las áreas de vulnerabilidad
estructural –presente en poblaciones tradicionales campiñesas, afectadas por el atraso rural y
las carencias formativas- y las bolsas de exclusión social –en las áreas urbanas y litorales más
dinámicas, donde aparecen y se desarrollan pautas de comportamiento muy negativas que
llegan a constituir una realidad nueva, no tanto por su pobreza como por su exclusión casi
absoluta de las reglas de convivencia y mecanismos de inserción social.
Estos hechos son en parte la consecuencia final lógica de viejos problemas no
superados y en parte fenómenos nuevos para los que apenas existen planteamientos articulados,
ni instrumentos correctores; las políticas de bienestar social desarrolladas hasta ahora son
principalmente remediales (Plan de Barriadas de Actuación Preferente 1989, Plan de Asuntos
Sociales 1992) nunca preventivas. Probablemente muchas de las medidas más necesarias para
afrontar estos problemas sean de naturaleza distinta a las territoriales (policiales, económicas,
educativas…) pero, en cualquier caso, su solución no llegará aislando definitivamente esos
espacios, formando guetos o desiertos, u otorgándoles la función implícita de recogedores de
sucesivas oleadas de marginalidad, sino integrándolos en los tipos o modelos de desarrollo
genuinos o específicos de los territorios comarcales en que se localizan y teniendo
planteamientos de los mismos suficientemente comprensivos a escalas mayores (regional,
estatal o europea).
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