juventud rebelde Decido, luego existo por RICARDO RONQUILLO BELLO [email protected] COGITO ergo sum —pienso, luego existo—, pronunció Descartes para situar la esencia del racionalismo occidental. «Decido, luego existo», podría ser una exquisita traducción criolla al célebre filósofo francés en un asunto básico para los cubanos. Esta especie de violencia semántica y simbólica sirve para ubicar, en razón certera, el afianzamiento que deberíamos ofrecer al papel de los obreros y los sindicatos en nuestro socialismo. En las épocas de fe no puede faltar la crítica, como en las épocas de crítica no puede faltar la fe. La frase del Apóstol la recordó en fecha reciente Jorge Juan Lozano, profesor y asesor de la Oficina del Programa Martiano. Y Cuba está precisamente en circunstancias semejantes. Diríamos más acertadamente que en época de mejoramiento, que no es de complacencias. Por ello, aunque se le pudieran señalar límites al filósofo galo, deberíamos acompañarnos más sistemáticamente de la herencia de su llamada «duda metódica», especialmente hacia ciertas maneras dogmáticas de razonar algunos fenómenos, vistos entre nosotros, a veces, como verdades inapelables. Una de estas, que debería ser analizada más atentamente, es la «función de contraparte» que le corresponde a los sindicatos en nuestra sociedad, no siempre asumida como una práctica consecuente en las estructuras obreras, por más que lo hayamos enunciado. Tal vez faltó en estos años ir más a las causas de esa fragilidad, que inevitablemente se relacionan, como ya he apuntado, con el papel de los trabajadores en la concepción política de nuestro Estado, para lo cual es preciso abarcar aristas de mayor significación, como el tema de la propiedad y sus formas de organización. La propiedad es tan básica que los teóricos del neoconservadurismo norteamericano sostienen que en ese tema se desarrolla el verdadero y crucial escenario de la decisiva guerra cultural a escala planetaria. No por gusto sus tanques pensantes y su ajustada maquinaria publicitaria intentaron fabricar el fantasma de un Obama «socialista», a lo cual sirvió de materia prima la discusión sobre la controvertida reforma de salud. Y la perdurabilidad de las ideas socialistas demanda que, gracias a su mejor interpretación, avancemos hacia formas más inclusivas, para desbrozar las tupidas selvas que dificultan a los obreros sentirse verdaderos dueños colectivos. Los estudiosos hacen énfasis en la confusión ocurrida entre propiedad estatal y propiedad social. También en la urgencia de concebir formas de control y participación obrera que contribuyan a cimentar experiencias de organización empresarial cada vez más socializadas. En las mismas, apuntan, las formas de retribución del trabajo deberían depender menos de la condición de asalariados. En la economía estatal revolucionaria cubana apuntan a esos presupuestos las empresas en perfeccionamiento, pese a las distorsiones vividas por ese modelo de gestión. Se adecuan, además, las formas cooperativas, que antes de la propuesta de actualización solo se aceptaban en la rama agrícola, y que en el Proyecto de Lineamientos Económicos y Sociales del Partido y la Revolución se expanden a otras esferas, incluyendo la posibilidad de que sean abiertas de segundo grado. Recordemos que el Perfeccionamiento Empresarial tiende a un mayor protagonismo de los trabajadores en el manejo de las decisiones y la repartición de las ganancias empresariales, entre otras características con esencias más socialistas. Es un sistema que estimula la condición de dueños colectivos, algo no siempre logrado en la práctica económica, política, social y productiva. En la V Comprobación Nacional de Control Interno, solo el 19 por ciento de las entidades involucradas en el perfeccionamiento fueron catalogadas con su control interno deficiente, mientras en el resto del sistema empresarial el amargo calificativo lo recibió el 41 por ciento. Así que para nada resulta insustancial o marginal el actual debate sobre la propiedad, en los trazos hacia la construcción de un modelo que incentive más socialismo. El Che Guevara sostenía que sin «control no se puede construir el socialismo». A aquella apreciación puede agregarse que ello solo es posible donde prevalezca un transparente, democrático y real control obrero. Que estos y las estructuras que los representan decidan, y en consecuencia, usando la lógica de Descartes, existan. DOMINGO por LUIS RAÚL VÁZQUEZ MUÑOZ 25 DE SEPTIEMBRE DE 2011 OPINIÓN 03 Obedecer y cumplir [email protected] OBEDEZCO, pero no cumplo. Así de sencilla, aunque contundente, resultaba la fórmula sacramental de las oligarquías coloniales en las Américas ante la Metrópoli. «Yo obedezco, pero al final no puedo cumplir su cometido, Majestad», parecían decir con una cándida tozudez los viejos colonos, quienes se mostraban como los seguidores más celosos de la Corona. Las comparaciones pueden resultar engañosas, pero apelé a la situación arriba mencionada cuando caí en la cuenta de que ciertos burócratas modernos se comportan cual si fueran aquellos colonos y permiten que sus existencias discurran por las aguas del más callado acomodamiento. En Cuba es interesante apreciar cómo otra suerte de fórmula sacramental se repite, ahora, en ciertos individuos vinculados a los ciclos productivos y la gestión empresarial —tengan ellos o no poder de decisión—, quienes al final procuran el acomodamiento material o el sobrealimento de la vanidad, a costa de no involucrarse verdaderamente en los problemas y aparentar que todo avanza. Recientemente, desde las páginas de otro diario un lector meditaba acerca de cómo se constatan en el entorno de la empresa doméstica situaciones que retardan, impiden o simplemente soslayan las exhortaciones a actuar hechas por la máxima dirección del país. La anterior es una de las expresiones de la erosión que ha sufrido nuestra institucionalidad. «Sí, sí, todo está correcto», parecen decir esos trabajadores, para al final no hacer nada, muy poco e incluso olvidar lo que se encuentra legislado o desvincularse del sentir de quienes los rodean en el ámbito laboral. Las responsabilidades ante la producción y los servicios pueden diferir, pero el daño no repara en detalles y siempre termina haciendo de las suyas. Esa especie de «beatitud», ese paso de asentir y luego dejar las cosas como están mientras se aparenta mucho para solucionarlas, tiene su concreción en una suerte de nuevo concepto a la hora de actuar, no importa si orientando o cumpliendo indicaciones. A partir de esa premisa, la persona de éxito no es aquel que busca el problema, lo enfrenta y trata —si no de solucionarlo— al menos de mantenerlo arrinconado (difícilmente reconocerán en público que se enfrascan a medias…). En la nueva y deleznable concepción, el trabajador de éxito es aquel que se quita los problemas de encima, incluso los que le pertenecen. Y así se origina un círculo vicioso que, sobre todo, halla respaldo en aquellos lugares donde hay aquiescencia entre los trabajadores y no se participa —o de un modo muy poco significativo— en la toma de decisiones, incluso criticando debidamente y sin temer malas decisiones de los superiores. Esa posición es una de las fuentes que alimenta lo que en la gestión empresarial se nombra proyección reactiva. Ella consiste en actuar cuando el problema se desata y no antes, al contar con una actitud pasiva ante la realidad. De más está decir la cantidad de males que enrarecen la cotidianidad por andar a la zaga y no delante de las dificultades. En ese conflicto se sintetizan dos desafíos que ha de continuar encarando el país. Por un lado, la deficiente gestión en la economía producto de esa inercia, sin olvidar otras trabas que ralentizan ese funcionamiento. Por el otro, la restauración de determinados valores —como la consagración ante el trabajo—, que han sufrido deterioro en estos años. En algún momento podremos alcanzar una economía eficiente, pero de poco serviría que las empresas funcionen con parámetros correctos si los sentimientos de solidaridad, apego a la justicia y a la modestia, entre otros más, no ocupan su debido lugar. En ese mundo, el hipócrita «obedezco, pero no cumplo» debiera ser enterrado con un monumento de condena a la hipocresía, para darle paso al cumplimiento bajo los principios y siempre con el permanente derecho a replicar. Las hipocresías nunca alimentan la vida. Mucho menos podrán hacerlo ahora, aunque se vistan de lealtad.