EL ESPÍRITU DE LAS LEYES Efraín Villanueva Arcos “Uno puede modificar y regular casi todo; una ley puede ser reprimida por medio de otra; la mejor constitución es la que está construida como un mosaico de poderes compensados”. Charles Louis de Secondat, barón de la Brède y de Montesquieu La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en su título tercero capítulo cuarto, establece todo lo relativo al Poder Judicial. En el artículo 94 nos dice que los Ministros durarán en su encargo un total de quince años, y en el 96 establece que para la designación de un Ministro de la Suprema Corte de Justicia el Presidente de la República propone una terna al Senado de la República el cual, “previa comparecencia de las personas propuestas, designará al Ministro que deba cubrir la vacante. La designación se hará por el voto de las dos terceras partes de los miembros del Senado presentes…”. Por su parte, en el artículo 97 señala que cada cuatro años “el Pleno elegirá de entre sus miembros al Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el cual no podrá ser reelecto para el período inmediato posterior”. Me parece necesaria esta breve referencia al Poder Judicial de la Federación, en relación con los cambios y acontecimientos en el Poder Judicial de Quintana Roo, y en especial con los recientes procesos. En su breve historia, este Poder ha visto modificado sustancialmente sus alcances y su forma de integración, pues se han realizado interesantes reformas a la Constitución Estatal, que han propiciado cambios de fondo en el modo como opera y sobre todo se constituye dicho Poder. En varios de estos casos, las reformas locales se han alejado o acercado al modelo de organización previsto en el marco constitucional federal. El modelo inicial aprobado por el Constituyente de 1974 previó, para la integración del Tribunal Superior de Justicia, la participación de los otros poderes: el Titular del Ejecutivo para “nombrar directamente” a los Magistrados y el Poder Legislativo para “aprobar” dichos nombramientos. Cambios fundamentales fueron impulsados en la administración del Gobernador Mario Villanueva Madrid, quien desde 1996 promovió una reforma constitucional al artículo 68 que otorgó al Tribunal Superior de Justicia el derecho para iniciar leyes “en materia civil, penal, familiar, procesal de estas materias y en la legislación relativa a la organización y administración de justicia” (Periódico Oficial, 15 de abril de 1996). Pero esto no quedó allí, pues el 25 de junio de 1998 la VIII Legislatura recibió una iniciativa de reforma constitucional suscrita por el Gobernador del Estado y los cinco integrantes del Tribunal Superior de Justicia (quienes ya estaban legitimados para promover iniciativas en sus materias), en la que se planteaba toda una reingeniería al Poder Judicial, tanto en su integración como en su operación. En un proceso por demás ágil y expedito, el Congreso aprobó la reforma el 9 de julio del mismo año, con lo que se modificaron los artículos 75 fracción XX, 77 fracción VIII, y se derogaron las fracciones II-V del artículo 90, eliminando así la participación del Titular del Ejecutivo en el proceso de designación de magistrados. El reformado artículo 102 constitucional de 1998 estableció el nuevo procedimiento para la designación de Magistrados del Poder Judicial, según el cual correspondía al Pleno del Tribunal Superior de Justicia presentar las propuestas de nombramiento de Magistrados ante la Legislatura del Estado para su aprobación. Cabe agregar que en la exposición de motivos de la iniciativa no se estableció una fundamentación amplia y razonada de este cambio, sino solamente se mencionó que las reformas propuestas lograrían permitir que “el Poder Judicial renueve su estructura orgánica en el contexto de una modernización y acorde a las expectativas sociales” (sic). Otro cambio también importante en la norma constitucional introducido con la reforma de 1998, fue el relativo al artículo 105 mismo que antes de la reforma establecía que “el Pleno del Tribunal, en escrutinio secreto, en la primera sesión que se celebre durante el mes de abril del año de la designación, nombrará de entre los magistrados al Presidente del Tribunal Superior de Justicia. Éste durará dos años en su cargo”. Con la modificación, se estableció en la Constitución Estatal que el Presidente del TSJ durará en su encargo tres años, “pudiendo ser reelecto”, sin precisar algún límite a la reelección. La reforma de 1998 parecía partir de la tesis de un necesario fortalecimiento de la independencia y autonomía del Poder Judicial local, y estaba acompañada o precedida de importantes reformas al Poder Judicial federal. Sin embargo, con los cambios de gobierno en 1999, las cosas empezaron a cambiar. El Gobernador Joaquín Hendricks Díaz impulsó otro importante conjunto de reformas constitucionales, empezando con elevar a rango de organismo autónomo al Tribunal Electoral que de ese modo se desprendía del Poder Judicial local. Pero la reforma más relevante se presentó a la H. X Legislatura el 9 de noviembre de 2002 en la que se planteaba la creación del Consejo de la Judicatura para “abonar a la profesionalización del servicio público de impartición de justicia”, se creaba la Acción por Omisión Legislativa y regresaba al procedimiento establecido en el artículo 96 de la Constitución federal, según el cual correspondía al titular del Ejecutivo proponer el nombramiento de los Magistrados para la aprobación de la Legislatura. Otro elemento importante de la reforma del 2002 fue establecer que la presidencia del Tribunal sería por tres años con la posibilidad de ser reelecto una sola vez. La reforma aprobada por el Congreso del Estado fue motivo de una sonada controversia constitucional promovida por los magistrados, cuyo resultado final fue la ratificación por la Suprema Corte de Justicia del decreto 72 emitido por la H. X Legislatura, en un resolutivo que recomiendo analizar por su contundencia e importancia. Esta historia concluye con otra reforma constitucional, en este caso impulsada por el Gobernador Félix González Canto y aprobada por la XII Legislatura en julio de 2008, que establece en el artículo 99 constitucional que el presidente del Tribunal durará tres años en su encargo, “y podrá ser reelecto en períodos de igual duración, sin que éstos excedan sus períodos de elección o reelección como Magistrado Numerario”. Sin embargo, este asunto de las reelecciones había generado muchas suspicacias, por lo que el reciente relevo en la Presidencia del Pleno del Tribunal, y sobre todo el anuncio del nuevo presidente en el sentido que promoverá una reforma para que los Magistrados Presidentes tengan períodos de cuatro años o que tengan derecho a una sola reelección por tres años, parece que refleja mesura y prudencia. Montesquieu, autor del libro clásico “El espíritu de las leyes” creía, según uno de sus más lúcidos lectores, Isaiah Berlin, “que si una ley deja de ser útil y ya no conserva totalmente los principios objetivos de la justicia, debe ser abrogada formalmente y crear específicamente una nueva ley por parte del órgano legislativo”. Pero para este efecto, agregaba que “uno debía tocar las leyes solo con mano temblorosa”. Me parece que el espíritu que interesa conservar aquí, es que realmente el Poder Judicial conserve autonomía e independencia sin aislarse de los demás Poderes, que son los que legitiman su integración y, sobre todo, que mejore su rendición de cuentas. Ojalá que así sea. Correo-e: [email protected]