La vía láctea Por Dave Stover Revista El Rosacruz A.M.O.R.C. Imagínese que está usted suspendido en el espacio mirando a través del vacío hacia un inmenso remolino de estrellas. Desde esta distante posición ventajosa, el remolino se asemeja a las fotos conocidas del satélite meteorológico que muestra los huracanes de la Tierra. Usted notará los densos y grandes núcleos centrales que se extienden hacia afuera, como brazos espirales desvaneciéndose en el espacio. Este remolino se asemeja al huracán con el que estamos familiarizados, pero en una escala billones de veces más grande. Usted está contemplando la Vía Láctea, un inmenso arco de estrellas y el hogar de la humanidad en el espacio. Todos estamos familiarizados con el haz de lechosa blancura que se extiende a través del cielo nocturno. Visible mucho mejor en una noche clara y sin luna, los antiguos griegos lo llamaban galaxias kiklos (círculo de leche) pero no estaban seguros de lo que era en realidad. Algunos filósofos griegos pensaron que la Vía Láctea podría ser un grupo de muchas estrellas, demasiado pequeñas y opacas para que el ojo pudiera distinguirlas individualmente sin ayuda. Pero la mayoría creía que la Vía Láctea era algún tipo de fenómeno atmosférico, una especie de nube brillante que en el cielo nocturno se parecía a las nubes más familiares del día. Para formular una decisión final hubo que esperar hasta la invención del telescopio, lo que aumentó un millón de veces el poder del ojo humano. Cuando fue dirigido hacia la Vía Láctea, el telescopio reveló un haz de millones de pequeñas estrellas. Pero, ¿por qué estarían tantísimas estrellas concentradas en un haz que corre en una trayectoria semicircular alrededor del cielo? Los astrónomos decidieron que las estrellas no estaban esparcidas al azar a través del espacio, sino que más bien formaban grupos llamados "galaxias". Decidieron que tales grupos tenían forma de discos, como los fonográficos, extremadamente anchos pero muy delgados. Así pues, cuando contemplamos la Vía Láctea, estamos observando desde el centro de este grupo, mirando al otro lado del disco fonográfico, por decirlo así. Y cuando miramos a otras partes del firmamento, lejos de la Vía Láctea, podemos ver sólo las estrellas relativamente escasas en la sección o corte transversal delgado de la galaxia. (El nombre de "Vía Láctea" ahora es aplicado a toda nuestra galaxia, al igual que al haz de estrellas visible en el firmamento nocturno). Los astrónomos trataron de determinar la ubicación del Sol en el espacio, cuando comprendieron la naturaleza de la Vía Láctea. Esta parecía brillar igualmente en todas direcciones, con aproximadamente igual cantidad de estrellas en todos nuestros lados. Así pues, era lógico concluir que el Sol estaba ubicado en el centro de esta "ciudad estelar". Esas fueron noticias reconfortantes. El trabajo de Copérnico demostró que la Tierra no era el centro del universo, sino solamente otro planeta orbitando al Sol. Pero el Sol, al menos, podría mantener su posición central en la Vía Láctea, y, por lo que los astrónomos sabían, también en el universo entero. Sin embargo, se comprobó que este concepto de la Vía Láctea, con el Sol como su centro, estaba equivocado. El hombre avanzó enormemente en la exploración del universo con el telescopio, pero todavía tenía sus limitaciones. Las observaciones con el telescopio eran hechas, naturalmente, usando luz visible. Según progresó la astronomía, se comprobó que las estrellas y los planetas no son los únicos objetos que se encuentran en el espacio. Hay también nubes gigantescas de polvo y gases, y esas nubes obstruyen la luz impidiendo que nos alcance. ¿Qué hay afuera? Afortunadamente, la luz visible no es el único instrumento que podemos usar para observar el universo. Hay también otra variedad de "radiación electromagnética", la cual viaja a la misma velocidad de la luz pero en diferentes longitudes de onda y de frecuencias. Los rayos ultravioleta que broncean la piel, la radiación infrarroja usada en las lámparas de calor, las microondas y las ondas de radio usadas para las comunicaciones, son diversos tipos de radiación electromagnética. La Segunda Guerra Mundial forzó el desarrollo de los sistemas de radar que usan microondas y después de la guerra fue posible comenzar a hacer observaciones astronómicas empleando microondas. Estas viajan directamente a través de las nubes de polvo y gas que obstruyen la luz visible, y los astrónomos pueden confeccionar mapas más exactos de nuestra galaxia. El Sol no es el centro de la Vía Láctea; en realidad, estamos bastante alejados hacia uno de sus lados. La Vía Láctea es un inmenso disco con un eje o núcleo central. El disco tiene alrededor de 100,000 años luz de diámetro, siendo el año luz la distancia que viaja la luz en un año, aproximadamente l0 billones de kilómetros. Nuestra galaxia es cerca de 160 mil millones de veces más grande que el Sol. Como la mayoría de las estrellas son más pequeñas que el Sol, los astrónomos calculan que hay aproximadamente 400 mil millones de estrellas en la galaxia. El núcleo de nuestra galaxia es aproximadamente esférico y tiene una longitud de cerca de 15,000 años luz de lado a lado. Esto constituye más del noventa por ciento de la masa de la Vía Láctea. Contiene también la mayoría de las estrellas, pero digo "masa" en vez de "estrellas" porque el centro de la galaxia también contiene otras formas de materia. El centro turbulento de la galaxia Los astrónomos pensaban que el centro de la galaxia era un lugar pacífico con un gran número de estrellas viejas que se habían formado de gases interestelares conforme la galaxia misma se iba condensando. La radioastronomía ha revelado que este no es el caso. Debido a que en el eje las estrellas están tan cercanas una de la otra, esa área del espacio es más violenta que nuestras propias inmediaciones que se encuentran alejadas del centro. Algunas de estas estrellas viejas y masivas se han desintegrado hasta formar agujeros negros, estrellas muertas tan densas que ni siquiera la luz puede escaparse de ellas. Ahora pensamos que puede haber un inmenso agujero negro en el centro de la galaxia, con una masa 100 millones de veces más grande que la de nuestro Sol. A medida que el agujero negro atrae a otras estrellas hacia él, son liberadas enormes cantidades de energía, mandando ondas explosivas de gas hacia las afueras del núcleo. Los radioastrónomos han detectado estas ondas de choque moviéndose hacia las afueras del núcleo. Nuestro sistema solar está relativamente a salvo de la violencia que existe en el núcleo de la galaxia, porque estamos muy apartados del centro. Para nosotros la Vía Láctea aparenta tener la misma brillantez desde todas las direcciones porque las nubes de polvo y gas esconden el eje a nuestra vista (el núcleo está localizado en la dirección general de la constelación de Sagitario). En realidad, el Sol órbita el eje a una distancia de 27,000 años luz, demorando 200 millones de años para darle la vuelta al eje una sola vez. Nosotros estamos ubicados en las afueras de la espiral, muy alejados de las turbulencias del núcleo galáctico. Aunque contribuye enormemente a nuestro conocimiento del universo, la radioastronomía no desplaza al Sol del centro de la galaxia. Eso ya se había dicho en los primeros años de este siglo, antes de que la Segunda Guerra Mundial estimulara el desarrollo de los receptores de microondas. En 1920 los astrónomos habían desarrollado ya un telescopio (los telescopios ópticos regulares que usaban luz visible) mucho más poderosos que ninguno usado anteriormente. Estos nuevos instrumentos fueron dirigidos hacia ciertos objetos desconcertantes en el cielo, que parecían manchones de luz, llamados nebulosas. Durante años había existido un debate: ¿Estaban las nubes de gas, las nebulosas, dentro de nuestra galaxia o en otras galaxias extremadamente distantes? Los nuevos telescopios lograron determinar que estos manchones eran estrellas. Las nebulosas (algunas de ellas, por lo menos) eran otras galaxias. La mayoría de las nebulosas parecían tener forma de espirales, esto es, un centro nuclear y "brazos" retorcidos hacia afuera. Era razonable pensar que nuestra galaxia tenía también más o menos la misma forma, pero las estrellas de nuestras cercanías eran más como las de los brazos espirales de otras galaxias, que como las encontradas en los núcleos galácticos. Los movimientos de las estrellas a nuestro alrededor también sugirieron a los astrónomos que todas las estrellas en nuestra región de la galaxia (incluyendo, naturalmente, al Sol) estaban circundando un centro masivo y distante, en otras palabras, los núcleos galácticos. Los astrónomos dedujeron, sin ver aún el eje con las microondas, que éste tenía que estar allí; que contenía el noventa por ciento de la masa de la galaxia y que el Sol orbitaba este eje a una distancia de 25,000 a 30,000 años luz. Observaciones con microondas confirmaron y aclararon más adelante lo que los astrónomos ya habían deducido, viendo los movimientos de otras galaxias y estrellas entre las nuestras. La Vía Láctea, nuestra galaxia, es un cuadro glorioso y magnífico que los astrónomos han creado para nosotros. Desde la densidad y la violencia del núcleo galáctico con su agujero negro que devora estrellas, y las ondas de choque de gas expandido, hasta los brazos espirales pacíficos donde nuestro Sol sigue su órbita de 200 millones de años y hasta la misma orilla de la galaxia donde algunas de las últimas estrellas flotan en la noche interestelar, este inmenso panorama ha sido aclarado para nosotros apenas en este siglo. Y más allá de nuestra galaxia hay otras como ésta, algunas más grandes y otras más pequeñas, tal vez 100 mil millones por todas, extendiéndose por billones de años luz a través de todo el universo conocido. Un cuadro magnífico y glorioso, sí, pero los intentos del hombre para unir las piezas de este cuadro también merecen crédito. Vivimos en un pequeño planeta circundando una estrella de tamaño regular en las orillas de un manchón de estrellas entre tantos billones iguales, pero desde esta precaria posición ventajosa, el hombre ha logrado aprender mucho acerca de nuestro inmenso hogar galáctico, la Vía Láctea, y del universo que se encuentra más allá.