Artículo mensual del Dr. Álvarez Romero Noviembre 2014 En dos palabras El perdón Quizá nunca te hayas parado a pensar en el perdón, algo tan grandioso y que con tanta frecuencia se nos pasa desapercibido. Por eso os animo, ahora, a contemplarlo y a recrearnos en él, a lo largo de este mes de noviembre que de por sí, nos invita a elevar el umbral de la sensibilidad hacia la trascendencia. ¿Te gusta perdonar? ¿Has paladeado el buen sabor del perdón otorgado con caridad y humildad? Porque el perdón sabe divinamente. Y es así, porque a quien esencialmente corresponde el acto de perdonar es al mismo Dios. Perdonar es algo divino y por eso llegamos a decir…”como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”. Así rezamos mostrando que es en Dios en quien fijamos el modelo y la referencia de nuestros perdones. Por más que lo pienso no acabo que discernir cuál de estos dos actos nos engrandece más: perdonar o pedir perdón. Me inclino por lo segundo, porque requiere una mayor humildad y porque creo que resulta obvio ya que el hombre humilde tanto más se engrandece cuanto más se humilla. Solicitar el perdón, es lo propio cuando descubrimos nuestros personales errores ¿y quien padece tan nefasta miopía como para no ver y reconocer, como cosa ordinaria, los propios yerros? Solo los ríos no saben rectificar, no pueden pedir perdón ¿Pero nosotros? Podemos y debemos pedirlo. (1)”Herida en el corazón”, Javier Schlatter. Rialp 2013 (2)”Respuestas, no promesas”, Madre Angélica. Planeta Con ese ejercicio nos ahorraremos el sufrimiento que se deriva de los pequeños o grandes rencores que anidan en el alma de quien no perdona. Sí, de quienes acaban sufriendo heridas en el corazón que siendo agudas o crónicas solo sanan con el bálsamo del perdón que, en si mismo, entraña ese poder curativo (1). Dicen los filósofos que Dios perdona siempre, las personas algunas veces, y que la naturaleza no suele hacerlo. Es algo que parece cierto, recordad vuestra experiencia. Y ahora, deseo añadir unas reflexiones en campo diferente ¿hay algo tan asequible y a la par tan difícil como perdonarse a sí mismo? Cuesta ¿verdad? Pues a mí me lo facilitó enormemente un texto que os expongo y que nos lleva directamente al aprendizaje de la divina misericordia. Lo narra la madre Angélica, en su “Respuestas no promesas” (2), al tratar de enseñar a dejar de sentirse inadecuadamente culpable por considerar justamente la misericordia divina, siempre menor que nuestros pecados: “Hace algunos años estaba en California preparando una conferencia, cuando decidí dar un paseo junto al mar. Me encanta el océano. Me asombra verdaderamente la obra que Dios realizó al crearlo, y cuando contemplo su poder en esa expansión aparentemente inacabable de agua y en el vaivén de las olas, siempre me entran ganas de jugar. En esa ocasión vestía, como de costumbre, mi hábito de monja franciscana, de color castaño y al pasar junto a unos bañistas vi que me miraban perplejos. Conforme avanzaba por la playa, las chicas, que llevaban bikini, comenzaron a cubrirse unas tras otras con sus toallas, hasta la barbilla, en una curiosa ola de recato. Cuando llegué a un punto que me pareció conveniente, me detuve como de costumbre a unos diez metros de la orilla y llamé a las olas para que se me acercaran. A mi entender pertenecían a mi Padre celestial, por lo que podía llamarlas si lo deseaba. Los bañistas me miraban como si estuviera loca, pero no me importaba. - ¡Vamos, podéis hacerlo! -exclamaba. Me sorprendió comprobar que una ola me había oído. De pronto vi que estaba a punto de ser zambullida por una de las olas más gigantescas que he visto en mi vida. Quedé atónita, sin poder moverme. - ¡Corra, corra! -chillaba todo el mundo en la playa. Pero con mi pierna ortopédica anclada firmemente en la arena no podía dar un paso. De pronto la ola se estrelló a mis pies, empapando mis zapatos e incluso el dobladillo de mi hábito. Al levantar la mirada, vi que una gota diminuta se había depositado sobre mi mano. Era realmente hermosa. Brillaba como un diamante a la luz del sol. La belleza de aquella minúscula gota me afectó tan profundamente que me sentí indigna de ella y ante mi propia sorpresa la devolví al océano. (1)”Herida en el corazón”, Javier Schlatter. Rialp 2013 (2)”Respuestas, no promesas”, Madre Angélica. Planeta Entonces mi extraña paz se vio interrumpida por la voz del Señor, que me decía: -Angélica. - Sí, Señor _ respondí. - ¿Has visto esta gota? - Sí, Señor. - Esa gota es como tus pecados, tus debilidades, tus flaquezas y tus imperfecciones. Y el océano es como mi misericordia. Si buscaras esa gota, ¿podrías hallarla? - No, Señor. - En tal caso, ¿por qué sigues buscándola? _me dijo entonces en un susurro. Aquel episodio del océano me enseñó algo fundamental. Creo que todos caemos en el error de rememorar nuestros pecados y nuestros fracasos, reviviendo nuestra culpa mucho después de haber sido perdonados. No nos damos cuenta de que cuando Dios nos ha otorgado su perdón, nuestros pecados han desaparecido para siempre. Son absorbidos por el océano de la misericordia divina. No tenemos por qué seguir preocupándonos de ellos, han sido engullidos permanentemente por la misericordia infinita de Dios. Es difícil asimilar nuestra culpa, arrepentirse, buscar el sacramento de la reconciliación y aceptar entonces plenamente el perdón de Dios. No debemos olvidar que la misericordia de Dios es tan amplia y generosa como su amor, profundo y personal. En este momento te está mirando. Sí, a ti, y sus brazos están completamente abiertos. Si puedes entregarle a Dios tu culpa, como le entregas tus pecados, estarás curado. Dios perdona y olvida”. Arroja tu culpa al océano de su misericordia. Perdonate, goza del perdón recibido y enseña a perdonar. Así tu vida será un camino alegre y rico en esperanzas. Dr. MANUEL ÁLVAREZ ROMERO Director del Centro Médico Psicosomático de Sevilla. Presidente de la Sociedad Española de Medicina Psicosomática. (1)”Herida en el corazón”, Javier Schlatter. Rialp 2013 (2)”Respuestas, no promesas”, Madre Angélica. Planeta