BIOGRAF_A_DE_JES_S_GARC_A

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Nombre del personaje: Jesús García Corona
Fecha de nacimiento: 13 de noviembre de 1881
Fecha de fallecimiento: 7 de noviembre de 1907
Origen: Hermosillo Sonora
Actividad: Maquinista de locomotoras
Época: Reforma
El Héroe de Nacozari
En la ciudad de Hermosillo, Sonora, nació, el 13 de noviembre de 1881, Jesús
García Corona, a quien la historia conociera como El Héroe de Nacozari; murió el 7
de noviembre de 1907. En 1898 arribó al pueblo de Nacozari la viuda Rosa Corona
de García y sus ocho hijos: Trinidad, Ángela, Artemisa y Rosa, así como Francisco,
Manuel, Miguel y el menor Jesús. El padre, Francisco García-Pino, al parecer murió
en el trayecto a Nacozari.
El menor, Jesús, fue el mejor aprendiz de las actividades de su padre, dominando
los rudimentos básicos de la metalurgia y la mecánica. Desde su temprana infancia
mostró una buena habilidad en el manejo de maquinaria. Habiendo terminado con
los funerales de Francisco García, la madre trasladó a los hijos a Nacozari con la
esperanza de encontrar trabajo para ella y para el talento mecánico que
demostraban tener sus hijos. Todos encontraron empleo en la mina rápidamente.
Recién cumplidos sus 17 años, Jesús solicitó empleo directamente en la oficina del
ferrocarril de la Compañía Minera, el encargado, W.L.York, debido a su corta edad,
le brindó trabajo como aguador pero adquirió rápidas promociones y ascendió en
poco tiempo al sector de mantenimiento de vías. Trabajó como controlador de
frenos y ya después como bombero. A la corta edad de 20 años llegó a ser
ingeniero de máquinas.
Con las promociones llegaron los incrementos de sueldo. Tan complacida estaba la
Compañía con el trabajo de Jesús, que en la primavera de 1904 fue premiado con
un viaje con gastos pagados a San Luis Missouri. Con él viajaron los mecánicos
Rafael Rocco y Cipriano Montaño; José Vejar, encargado del concentrador; Zacarías
Ruiz y Heraclio Ramos del Departamento de Almacenes, el electricista Ignacio
Montaño, Francisco Ancira y Manuel Vázquez de la compañía de ventas.
El martes 7 de noviembre de 1907 era otra más de las jornadas de trabajo en la
mina. Agotado por los desvelos de la noche anterior, Jesús esperaba ir y venir
varias veces en tren hacia Pilares. Sin dormir, decidió ir a casa a cambiarse de ropa
para ir al trabajo; estando en el café que atendía su madre, decidió aceptarle a ésta
el desayuno. Doña Rosa, de sesenta años de edad era una mujer supersticiosa, y le
dijo:
- Estoy disgustada contigo m’hijo.
- Pero Mamá--respondió Jesús--, la música estaba deliciosa y las muchachas
tan bonitas que olvidamos lo tarde que era.
Eso no es lo que me preocupa hijo. Toda la noche estuvieron ladrando los
perros y los gallos cantaron que alguien moriría hoy en el pueblo. Tu
propio perro estuvo ladrando toda la noche. Debes de estar cansado hijo,
algo me dice que no debes de ir a trabajar hoy.
Debo ir Mamá, justamente hace unos días, el señor Douglas me dijo lo
mucho que depende de mí. Dijo que si mantengo el nivel de trabajo tendré
la oportunidad de ser jefe de ingenieros en la mina. Ten cuidado m'hijo, ve
con Dios.
Después de eso, cerca de las seis de la mañana, Jesús se dirigió al centro de
Nacozari. Su locomotora fue la número dos, construida bajo pedido a la Compañía
Porter de Pennsylvania, en mayo de 1901 y era un poco menor que las utilizadas
normalmente. Después de haber sido engrasada, ya lista para salir, Agustín Barceló
e Hipólito Soto, encargados de frenos, reportaron:
- No tenemos conductor--dijo Agustín--, Alberto no puede trabajar.
- Que le pasa al viejito, Está enfermo en el hospital.
Las noticias no fueron buenas, Alberto Biel, alemán con larga experiencia, trabajaba
recibiendo y acarreando los materiales de trabajo en la mina; su ausencia
significaba más trabajo para todos. Jesús replicó ofreciendo lo mejor de sí:
- Bueno, eso me pone al cargo del tren de nuevo, correcto, Desde luego. --Y
José le dice--, Canta y no llores, mi amigo.
Habiendo removido el freno, y después de manipular palancas y válvulas, llegó en
pocos minutos a El Seis (a seis millas de Pilares), donde había almacenes y casas
de trabajadores que mantenían las vías. Para hacer posible la quema segura de
combustible, la locomotora contaba con un contenedor, en donde las chispas eran
sofocadas con mayas. Pero en esos días no estaba funcionando, Jesús reportó que
algunas brazas vivas estaban escapando del mismo y le pidió a José: Recuérdame
por la noche, decirle al Departamento de Mecánica que repare el contenedor.
Cronología de la explosión
Tiempo: 1:00 PM. Después de una primera vuelta a la mina, la locomotora
alcanzó de nuevo El Seis. Con suerte, Jesús debía completar dos corridas más. Un
mensajero lo aborda para darle una noticia inesperada: Necesitan suplementos
en la mina. Dirígete en el tren al más bajo nivel y habla con el señor
Elizondo. Necesitarás cinco carros y algunas cosas más que él pedirá.
Jesús dejó 50 de sus góndolas en El Seis y descendió a la mina. Como le explicaría
el Sr. Elizondo, cuatro toneladas de dinamita (utilizadas en la ampliación de la
mina) serían llevadas al almacén de explosivos para colocarse en dos furgones. Era
el más poderoso tipo de dinamita, traído por tren desde Oakland California a Pilares
y Nacozari.
Durante la operación de carga del tren, Jesús aprovechó para ir a casa. Minutos
antes de llegar, John Chisholm, un muchacho México-Americano apodado El
Mestizo, lo abordó. Le dijo a Jesús que estaba jugando en su escuela cuando lo vio
pasar y que deseó dar un paseo en el tren a Pilares. Jesús no dijo que no, pero
habrían de ir primero por el tren a El Seis donde estaban los furgones vacíos.
En casa, Jesús encontró a su madre más alterada que antes:
- He pensado que ya no volveré a verte jamás, dijo doña Rosa a Jesús, Nunca
he sentido tan fuerte presentimiento. Ahorita los gallos están cantando y
es mediodía.
Jesús intentó calmar su angustia diciéndole:
- Pero madre, todo está perfectamente bien en el trabajo. Dos vueltas más
a la mina y mi trabajo habrá concluido. Parece que va a llover, dijo doña
Rosa.
- Llevaré el abrigo sobre la cabeza, madre. Y aunque me humedezca no
quisiera resfriarme.
- Aún así m’hijo, deberías tomar la recomendación de tu madre. Le he
comentado a mis amigas de mis preocupaciones y también creen que no
deberías ir a trabajar hoy.
- Hasta más tarde, mamacita, adiós.
- Cuídate m’hijo.
Tiempo: 2:00 PM. En el nivel más bajo de la mina, el cargamento había sido
completado. En espera de su locomotora, Jesús estaba apaciblemente molesto en
descubrir que los trabajadores habían dejado disminuir el fuego, lo cual había
ocasionado una perdida de presión del vapor. Ello le tomó tiempo para reponer la
pérdida y, probablemente también, provocó la distracción de los ingenieros en otro
error aún más serio: no colocar los carros con explosivos al final del cuerpo del
tren. En este viaje, los trabajadores colocaron la dinamita en los dos primeros
carros, enseguida del motor de combustión. La disposición de la carga debía ser
autorizada por el conductor, pero ese día no había tal.
Impaciente, Jesús ayudó a José Romero a colocar el fuego, lentamente la presión
del vapor subió. Luego, tan lento como fue posible, Jesús dio reversa al vehículo y
lo colocó fuera de la mina; el viento del norte empezaba a jugar con los remolinos
del humo y del vapor. Librada del freno, la locomotora trabajaba en contra del
viento; las chispas vivas, emanadas del contenedor, que no había sido arreglado,
volaron sobre el motor y la cabina, llegando incluso hasta los dos primeros
furgones, cargados con cajas de dinamita.
Al principio el fuego fue notificado por la cuadrilla de trabajadores y más adelante
por simples transeúntes. Un jovencito alarmado, intentó decirle a Jesús del fuego,
pero su delgada voz no le permitió vencer el ruido del vapor. Fue un obrero
anónimo, quien fuertemente le gritara a Jesús: Oye, mira ahí, humo en el polvo.
Francisco Rendón, frenero encargado de dirigir los rieles a Pilares, le gritaba
desesperado que tratara de extinguir el fuego. Frena el tren le gritaba Francisco con
la idea de apagar el fuego, pero a esa altura del trayecto no había agua.
Incrementado por el viento que el movimiento del tren producía, el fuego se
expandió. Si Jesús hubiera parado el tren, Francisco habría podido alejar las cajas
de dinamita del fuego y apagar éste con tierra. Aún así metió sus manos entre las
cajas y, como el tren iba lento, arrojó algunas cajas al suelo. Por el momento el
plan demostraba ir funcionando. Sin embargo el aire fluyó a través de las cajas e
intensificó las llamas, Francisco y el otro frenero intentaron inútilmente detener con
sus ropas el fuego.
No lejos de ahí, la prometida de Jesús tejía los cojines que llevaría en su boda
religiosa; Heberto Sánchez, sobrino de Jesús a diez días de nacido, descansaba en
la casa de Artemisa a escasos metros del almacén de dinamita, todos ellos estaban
en alto riesgo, así como muchas comunidades de trabajadores mineros. Cuando la
esperanza se desvaneció por la intensidad del fuego, Jesús le pidió a la cuadrilla
que lo acompañaba que se arrojaran del tren e imprimió toda la fuerza a la
locomotora. Fue recordado diciendo:
- ¡Váyanse!, déjenme solo. y estoy corriendo mi suerte. Dijo también,
¡pídanle al Padre una misa por mí! Me voy a mi muerte. José, el frenero, le
decía déjame el tren Jesús, tú tienes familia, yo no tengo nada. Pero Jesús
insistió: No. Yo soy el ingeniero, sálvate tú.
Obedeciendo las órdenes de Jesús, José Romero saltó del tren y rodó hacia la
maleza. Milagrosamente había alrededor una loma en donde se refugió. Cien
metros más adelante el tren divisaba El Seis en una área despejada. John Chilshom
de 15 años de edad, estaba parado a los lados de los rieles junto con otros cuatro
trabajadores, esperando ir a Pilares.
Jesús y su locomotora subieron a través del escarpado. Necesitaban avanzar otros
cincuenta metros para llegara un terreno plano en donde Jesús pudiera así luchar
por su vida. Opuesto a este terreno plano, justo a veinte metros, se observaban
ocho casas improvisadas de trabajadores manuales a los que Jesús gritaba palabras
que no podían entender por el sonido del vapor y del silbato del tren.
Tiempo: 2:20 PM. Tan enorme fue la explosión que la locomotora desapareció
completamente. Jesús murió al instante, lanzado por el frente de su cabina. Gran
parte del motor fue también lanzado y el cuerpo de Jesús fue alcanzado por las
ruedas traseras.
Un estruendo como temblor sacudió Nacozari y la onda de expansión quebró vidrios
y sacudió las habitaciones. El hijo del Sr. Douglas, de cuatro años de edad nunca
olvidaría la explosión, pues fue oída a diez millas de Nacozari. Fue posible observar
a lo lejos, la nube de humo y los destellos metálicos que producían los materiales y
las rocas en el aire, mismos que caerían sobre los techos de Nacozari. Sobre una de
las montañas ubicada a dos y media millas al este de El Seis, fueron encontrados
restos de uno de los furgones. El pánico azotó a los pobladores del pueblo, quienes
creyeron que había explotado el tanque de gas de la Compañía o del almacén, pero
pronto observaron que el humo provenía de El Seis.
El rescate derivó en desorden. Tiempo después, recuperándose de la impresión,
una cuadrilla de hombres siguió a caballo la vía rumbo a la explosión. En el camino
encontraron a Hipólito Soto, visiblemente dañado:
- La dinamita, la dinamita, ha explotado. Todo se
ha ido.
Tan mal estaba que se vieron obligados a enviarlo de
inmediato al hospital. Le falta un Real para ser peso,
decían sus amigos a las enfermeras, al ver el estado de
inconciencia en que se encontraba. Sobre la colina,
más adelante, encontraron a José Romero en la misma
situación, sin pausa alguna repetía lo que Jesús le
había dicho.
La carnicería en el kilómetro seis era impresionante.
Los cuatro obreros fueron muertos y el muchacho de
15 años fue atravesado por un metal lanzado desde
cien metros en donde ocurrió la explosión. Del almacén
no quedó nada, 18 de los residentes y demás
trabajadores fueron heridos y trasladados en vagones
al hospital en Nacozari. En silencio, los sobrevivientes
removían los escombros del tren: carros despedazados
y cabinas destruidas. El motor estaba encajado en un
cráter, lejos de las vías. Jesús fue identificado por sus botas, lo cual fue trabajo de
sus hermanos, quienes recogieron los restos y lo llevaron a casa. Su madre, quien
tan segura estaba de la tragedia, no quiso quedarse en Nacozari ese día.
Por la tarde, el cielo oscuro y las pesadas nubes limpiaron las llamas de lo que fue
el catastrófico accidente y lavaron de esa forma el pueblo que fuera salvado por
Jesús García. En el hospital, los doctores trabajaron toda la noche con los heridos;
José Romero, por la intensidad del sonido fue afectado mentalmente, oyendo la
tempestad y los relámpagos repetía:
- En esta noche hasta el cielo llora.
La vida de “El Héroe de Nacozari” fue muy corta; en su honor se levantó un
monumento y la población se llama ahora Nacozari de García; fue declarado Héroe
de la Humanidad por la American Royal Cross of Honor de Washington, una calle de
la ciudad de México lleva su nombre y se le compuso el famoso corrido llamado
“Máquina 501”, la cual cantaba el popular intérprete “el Charro Avitia”.
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