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VUELE
A NINGUNA PARTE
Y RECIBA UN BOLETO GRATIS
Hay una tribu de fanáticos que estudian los itinerarios
de las aerolíneas para subirse a un avión tras otro
sin que les importe el destino. Son coleccionistas
de millas de vuelo, adictos a volar.
Uno de ellos cuenta su historia solitaria.
¿Cuál es la gracia de vivir más
en el cielo que en la tierra?
© Gabriel Leigh
© Gabriel Leigh
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Un secreto de Gabriel Leigh
traducido por César Ballón
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exploradores
IENVENIDOS AL VUELO. Sucede que algunas de las peores aerolíneas del mundo tienen los mejores programas de viajero frecuente.
Los pasajeros de avión casi nunca se fijan en ellos, incluso cuando
están inscritos en uno. Para el típico cliente de un programa de millas
aéreas, su membresía se reduce al trámite de inscribirse porque sí.
A las aerolíneas les conviene esta indiferencia porque significa que
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miles de pasajeros no usarán sus millas acumuladas para viajar gratis.
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Y aunque mis compañías aéreas favoritas me agradecen cada tanto por la lealtad, creo que sus gerencias desearían que per-­
sonas como yo encontrasen otra diversión: nos pasamos el tiempo aprendiendo los intrincados trucos de los programas de viajero frecuente. Lo principal es saber cómo ganar y gas-­
tar las millas de vuelo. Las aerolíneas hacen bien su trabajo para que esta información no sea muy evidente. Así evitan que miles de personas se tomen la molestia de indagar los se-­
cretos de viajar gratis.
Uno debería preguntarse entonces qué piensan las aero-­
líneas de un hombre como Steve Belkin. Lo conocí junto a la piscina de un hotel en Orlando, Florida, cuando yo estaba diri-­
giendo FREQUENT FLYER, un documental sobre los coleccionistas GHPLOODVDpUHDV\ORVDHURSXHUWRV6WHYH%HONLQVHGH¿QHDVt
mismo como un emprendedor, pero en los círculos de adictos a las millas es reverenciado por su ingenio y creatividad para acumular millones de ellas. Un día, mientras estudiaba las re-­
glas del programa de Air Canada, Aeroplan, Belkin se enteró de una tarifa de ocho dólares ofrecida por Thai Airways en una de sus rutas domésticas y se dio cuenta de que, si compraba VX¿FLHQWHV GH HVWRV YXHORV SRGUtD DFUHGLWDUORV HQ VX FXHQWD
de Air Canada por un costo muchas veces menor al normal. El SUREOHPDHUDTXHHVWRVLJQL¿FDEDSDVDUVHWRGRHOGtDYLDMDQGR
de ida y vuelta por la misma ruta durante meses. Valía la pena si comparamos el dinero de la inversión contra su valor en fu-­
turos boletos gratis.
Steve Belkin hizo entonces lo que nadie más habría hecho: viajó a Tailandia y organizó un equipo de trabajadores después de reclutarlos entre granjeros discapacitados y sin empleo. Los suscribió a Aeroplan y reservó para ellos docenas de esos vuelos de ocho dólares pagándole a cada uno tres veces el sa-­
lario mínimo a cambio de que se pasaran volando días entre las ciudades de Chiang Mai y Chiang Rai durante seis semanas consecutivas. Belkin podía controlar las millas que llovían a las cuentas de sus empleados. Por entonces, Air Canada permitía que una sola persona administrara varias cuentas, y él era el WLWXODUGHWRGDVHOODV(O¿QDOIXHTXH%HONLQDFXPXOyPLOORQHV
de millas de Air Canada para hacer lo que quisiera con ellas, como comprar docenas de boletos en primera clase y darse la JUDQ YLGD 1R UHVXOWy VRUSUHQGHQWH TXH WXYLHUD GL¿FXOWDGHV
para llegar a esa parte de su plan. En incidentes separados, Belkin tuvo que a) negociar con la aerolínea tailandesa para permitir a sus empleados seguir volando porque las tripulacio-­
nes temían que llevar a tanta gente discapacitada de manera WDQUHJXODUDFDUUHDUDXQPDONDUPDEVHUOODPDGRDWHVWL¿FDU
ante agentes de la DEA que sospecharon estar ante el narco-­
WUD¿FDQWHPiVHVW~SLGRMDPiVYLVWRGHOVXGHVWHDVLiWLFR\F
batallar con la propia Air Canada que, al ver este sospechoso y DOWtVLPRYROXPHQGHPLOODVÀX\HQGRKDFLDVXVFXHQWDVLQWX\y
que algo ilegal estaba pasando, aun cuando todo lo que hacía Belkin se ceñía a las reglas.
Las aerolíneas cuentan con que la mayoría de sus pasajeros no tramará un plan así. Un programa de viajero frecuente im-­
plica lealtad a una aerolínea. Pero esta membresía no se tradu-­
ce en millones de personas viajando gratis. Si uno ve una tarifa similar para la misma ruta en tres distintas aerolíneas, es más probable que elija aquella en la que tiene millas acumuladas. Se trata más de un asunto de familiaridad como de la vaga pro-­
PHVDGHKDFHUDOJ~QGtDXQYLDMHJUDWXLWR0LOHVGHSHUVRQDV
jamás emplearán sus millas: para ellos la posibilidad de viajar JUDWLVHVOR~QLFRTXHFXHQWD(VDTXtGRQGHODUHODFLyQHQWUH
millaje y calidad de servicio entra en escena.
Cualquier empresa aérea del mundo puede atraer a su clientela ofreciendo una excelente atención. Así lo hacen Sin-­
gapore Airlines, Lufthansa y All Nippon Airways. Pero en los Estados Unidos, donde la mayor parte de las empresas aéreas son famosas por la mala calidad de su servicio, el programa de millas es más decisivo para conseguir y conservar clientes. En ORV~OWLPRVDxRVDOJXQDVDHUROtQHDVVLQEXHQDVDOXG¿QDQFLHUD
como United y Delta, han recibido inyecciones de liquidez por cientos de millones de dólares al vender por anticipado sus mi-­
llas a empresas de tarjetas de crédito: las usan como incentivo para captar clientes. Las millas, creen algunos, se han vuelto la principal razón de ser de muchas aerolíneas comerciales. La gente ha dejado de acumular millas por volar y ha empezado a volar —o a comprar víveres y bienes raíces— sólo para acu-­
mularlas. Sea esto cierto o no, el resultado es que hay trillones de millas esperando ser usadas por allí. Y con tantas millas en cuentas a través del mundo, el éxito del sitio de Flyertalk.com no es un misterio. FlyerTalk es un inmenso repositorio de da-­
tos en línea para un cazador de millas, con foros de discusión dedicados a cada programa de viajero frecuente, programas hoteleros, puntos con tarjetas de crédito y cualquier discusión imaginable en materia de viajes. A cualquier hora del día, hay un tema de millas de vuelo discutiéndose en FlyerTalk.
ABRÓCHENSE LOS CINTURONES. Tropecé con el PXQGRGH)O\HU7DONSRUFDVXDOLGDGDO¿QDOGHPLDGROHVFHQ-­
cia, unas semanas después de terminar mi secundaria. Por entonces ya me interesaba la aviación, pero, como casi toda la gente, tenía un vago conocimiento sobre la existencia de los programas de viajeros. Siempre se me había dicho que eran una pérdida de tiempo. En mi infancia mis padres vivían en distintas partes del mundo, y por eso crecí entre arribos y des-­
pegues. Uno de mis más antiguos recuerdos es el de encon-­
trarme, a los cinco años de edad, en medio de un largo vuelo entre Estados Unidos y Tokio, cuando mi familia vivía en Ja-­
pón. Hubo un momento a mitad del vuelo en el que me perdí SRUHQWUHODV¿ODVGHDVLHQWRV\GHSURQWRPHGLFXHQWDGHTXH
no recordaba dónde estaban sentados mis padres. Como el pensamiento lógico y sensato no era aún una de mis habili-­
dades, asumí que ellos habían desaparecido y entré en pánico. Una aeromoza me halló en ese momento. Me dijo que lo más genial sobre estar en un avión era que no había forma de que la gente desapareciera a mitad de un vuelo.
No sabía entonces que era un 747 de Japan Airlines. Uno recuerda el olor peculiar de la cabina, que es siempre el mis-­
mo, excepto en los aviones nuevos. Empecé a aprender sobre ellos cuando en mi primer año de secundaria un compañe-­
ro de clase, Tom Allen, inició una conversación y nos dimos cuenta de nuestro interés común. Allen también creció fuera de los Estados Unidos y por entonces vivía en Arabia Saudi-­
ta. Mis padres eran escritores y artistas que vivían en Ingla-­
terra y Japón, mientras que su papá trabajaba en el mundo GHODV¿QDQ]DV\FDGDFLHUWRQ~PHURGHDxRVORGHVWLQDEDQ
a otro país. Pasábamos una gran parte del año subidos en aviones. Estábamos en un internado en el noreste de los Es-­
tados Unidos, y nuestras familias, en el extranjero. Lo que nos distinguía era que por entonces yo tenía un terrible mie-­
do a volar. Me encantaba viajar, pero aborrecía cada vue-­
lo en el momento del despegue. Fue tal vez en respuesta a este miedo que comencé a apren-­
der todo sobre los aviones. Llegué al punto en el que desde XQDJUDQGLVWDQFLDSRGtDUHFRQRFHUXQPRGHORHVSHFt¿FRGH
aeronave. Sabía en detalle sobre el funcionamiento de las alas y quién fabricaba los motores de cada avión al que me subía. No era sólo una búsqueda de conocimiento técnico. Encontra-­
ba emocionante contemplar aviones en los aeropuertos —el planespotting—. Encontraba una belleza peculiar en las na-­
ves y en la manera en que algo tan pesado pudiera elevarse por los aires, y aterrizar a miles de kilómetros de distancia. El siguiente escalón fue aprender sobre los programas de viajero frecuente: no todos los entusiastas de los aviones son expertos en millas ni todos los coleccionistas de millas se interesan por DYLRQHVRSRUHOVXSUHPRDFWRGHYRODU$PEDVD¿FLRQHVFRLQ-­
cidían de maravilla en mí. Saber todo de los vuelos gratis y del trato preferencial a un viajero me permitía pasar más tiempo dentro de los aeropuertos y aviones. Donde di el gran salto fue en FlyerTalk: un día, tras nave-­
gar por un foro de discusión, descubrí el Desafío Platino, un programa inédito de American Airlines. Se podía alcanzar el nivel platino, reservado a los que viajan unas cincuenta mil millas al año en American o sus compañías asociadas, volan-­
do tan sólo diez mil millas durante tres años. Nunca habría gastado dinero extra sólo para conseguirlo. Resultó que los viajes que ya había reservado para visitar a mi padre en Japón y a mi madre en Inglaterra cubrían ese número de millas. Pasé entonces de ser un pasajero común a alguien que no tiene que hacer las colas, que obtiene los mejores asientos en vuelos do-­
mésticos y se sienta en el salón de clase ejecutiva en los viajes internacionales sirviéndose todas las bebidas de cortesía que se le antojen. Era la gloria, en un tiempo en que todos mis YLDMHVGHDYLyQSDUHFtDQLQ¿QLWRV\FRQHOPDOWUDWRLQHYLWDEOH
de las horas de espera. Cuando llamé por teléfono a American Airlines y pedí inscribirme al Desafío Platino, dudaba de que me admitieran porque la información del programa no estaba 30
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EN UNOS INSTANTES LES SERVIREMOS LA CO-­
MIDA. Las reglas de los programas de viajero frecuente son casi indescifrables. Unos funcionan con puntos, otros cuantos con kilómetros, pero la milla sigue siendo la unidad estándar: un tipo de cambio con un valor arbitrario. Las aerolíneas pue-­
den cambiar las reglas y el valor de los puntos en cualquier ins-­
tante, como si el gobierno de Estados Unidos tuviera el poder de decidir mañana que el dólar valiese dos libras esterlinas en vez de menos de una. La buena noticia es que el viajero frecuen-­
te tiene un gran poder de negociación: el exorbitante número GHD¿OLDGRV\ODFRQYLFFLyQGHOSRGHUGHODVPLOODVSDUDUHWHQHU
a sus clientes hacen que sus opiniones de verdad importen a las DHUROtQHDV6X¿FLHQWHSDUDPDQWHQHUDPLOHVGHYLDMHURVDWHVR-­
paseos de ida y vuelta, que pueden tomar un día o dos casi sin detenerte. Pero existen otras maneras de obtener cientos de miles de millas sin necesidad de volar. Hace un tiempo la gran bonanza ocurrió con bonos de millas que te regalaban a cambio de abrir tarjetas de crédito. Si uno cuenta con un buen historial crediticio y es residente en los Estados Unidos, se pueden abrir tarjetas de crédito que te dan veinte mil y, en casos excepcionales, hasta cien mil millas de bono. Las trave-­
sías aéreas y las millas ganadas sin volar son normales para un adicto a los programas de viajero frecuente.
En casi una década he reunido más de un millón de millas con American Airlines. He hecho con ellas de todo: viajes gratis alrededor del mundo en primera clase de British Airways, en clase ejecutiva de Japan Airlines desde Estados Unidos hasta Tokio, en primera clase en los nuevos A380 SuperJumbo de Qantas hasta Sídney y también múltiples vuelos entre Sudamérica y E N E R O
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Hay un hombre que tiene cien
millones de millas de avión aún sin
usar. Es como si un viajero tuviera
quinientos boletos de avión para dar la
vuelta al mundo en primera clase
UDQGRPLOHVGHPLOODVHQVXVFXHQWDVFRQODFRQ¿DQ]DGHTXH
algún día podrán usarlas. El arte radica en ganar a millones de viajeros frecuentes durante la caza de asientos gratuitos. Es XQDHVWUDWHJLDFLHQWRSRUFLHQWROHJDO\H[LJHSODQL¿FDUORVYLD-­
jes como si fuesen sinuosos rodeos. Hoy asistimos a un fenómeno moderno y excéntrico: vo-­
lar sin un destino real sólo para acumular millas y alcanzar un determinado estatus de viajero. Lo normal es que lleve el nombre de un metal precioso: Silver, Gold, Platinum, a veces Diamond. Se trata de invertir tiempo buscando las tarifas más bajas del mundo sin que te importe tanto a qué ciudad llegas, sino más bien cuántas millas puedes atesorar tomando vuelos continuos. Subirse a un avión y dar largos © Gabriel Leigh
disponible para el público. Fue como ingresar a un club secreto. Meses después me convertí en un viajero de élite.
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Europa. Un día, al recibir doscientos mil puntos de American Express, preparé un itinerario para mí y un acompañante luego de que Air Canada empezara a ofrecer boletos entre los Estados Unidos y Asia que podían tomar su ruta por Europa con hasta dos escalas si así lo deseábamos. Viajamos entonces Los Ángeles-­Zúrich-­Fráncfort-­Tokio-­Bangkok-­Londres-­Los Ángeles HQSULPHUDFODVHHQYXHORVGHGLIHUHQWHVDHUROtQHDVD¿OLDGDVDOD
Star Alliance, con las rutas organizadas para disfrutar al máximo de los mejores servicios en tierra disponibles, un área en la que las aerolíneas están invirtiendo cada vez más. Así usamos la terminal de primera clase en Fráncfort y fuimos llevados hasta la entrada de nuestro 747 en un Porsche Panamera luego de pasar por un exclusivo control de migraciones privado. Recibimos una hora de masajes en el salón de primera clase de Thai Airways en el aeropuerto de Bangkok. Todo por ciento veinte mil millas por cada boleto y unos doscientos dólares en impuestos, una oferta increíble si se observa que un simple boleto de ida y vuelta entre Nueva York y Londres suele costar unas ciento veinticinco mil millas en primera clase con la mayoría de los otros programas. Ganar un vuelo gratis tiene el obvio efecto del placer de recibir algo caro sin tener que pagarlo. Sientes como si hubieras logrado que el sistema trabaje a tu favor, pero lo más fascinante consiste en vivir algo que está fuera de tu alcance. Es difícil volver a viajar en clase económica tras una experiencia así.
Gran parte de la vida de un viajero frecuente es mun-­
dana. El exotismo del extranjero y el poder viajar en cabi-­
nas premium incita a seguir volando en exceso. Te pasas el tiempo esperando que termine tu vuelo sólo para tomar el siguiente. En medio de las demoras del próximo avión, y de lo que sucede en el mundo fuera del aeropuerto, a veces nos asalta la pregunta de por qué hacemos esto. Hace unos años American Airlines ofreció un viaje gratis a cualquier lugar del mundo a quienes comprasen dos boletos de ida y vuel-­
ta a California. Lo hicieron para competir con JetBlue en esas rutas, que ellos intentaban copar para proteger su par-­
ticipación en el mercado. Las tarifas eran tan bajas —unos ciento setenta dólares ida y vuelta— que parecía sensato ha-­
cer los dos viajes sólo por el boleto ofrecido en promoción. Los trescientos cuarenta dólares invertidos me ganarían un ticket gratis que podría valer mil dólares o más, además de unas veinte mil millas incluidas en mi bono de nivel élite, TXHHQVtPLVPDVSRGtDQVLJQL¿FDURWUREROHWRJUDWXLWRGHQ-­
tro de Estados Unidos. De modo que lo hice: volé un Nue-­
va York-­Los Ángeles-­San Diego-­Nueva York, e incluí San Diego sólo para acumular más millas. La travesía me tomó cerca de un día.
Lo novedoso era que me sentía menos preocupado de lo que solía estar por el tiempo de cada vuelo. Luego de reservar un día entero para volar sin intención de llegar a ninguna parte, todo lo que me importaba era estar ahí sus-­
pendido en el aire. Parecía un ejercicio de meditación. Es-­
tar en un aeropuerto o en un avión es una pausa a tu vida 32
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normal, una clase de soledad que por lo general no existe en la vida cotidiana: en un avión puedes pensar diferente al estar como suspendido y tu perspectiva cambia al poder mirar de una ojeada un vasto territorio. Durante ese viaje, miré el Gran Cañón pasar debajo de mí, vi las blancas playas de Los Ángeles, las observé disolverse en el crepúsculo so-­
bre San Diego y acabé contemplando el amanecer mientras descendíamos a una helada mañana en Nueva York. Tomé HOPLVPRYXHORGRV¿QHVGHVHPDQDPiVWDUGH(QODUXWD
PHVHQWtPiVFRQWHPSODWLYR3RU¿QPHKDEtDOLEHUDGRGHOD
habitual preocupación sobre el tiempo y el espacio.
EL AVIÓN ESTÁ PRÓXIMO A ATERRIZAR. Los que escarban la información de FlyerTalk son el tipo de FOLHQWHVTXHODVDHUROtQHDVMDPiVLPDJLQDURQDOGLVHxDUVXV
programas de millas. American Airlines creó el primer pro-­
grama de viajero frecuente y sigue siendo líder por el nú-­
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GDFRPR)UHTXHQW)O\HU3RLQW)DPRVRSRUKDEHUDFX-­
PXODGRPiVGHGLHFLVLHWHPLOORQHVGHPLOODVHQWUHWRGDVVXV
cuentas, ha hecho de su experiencia un estilo de vida y una carrera. Un día el gurú de las millas me contó que el hombre con el mayor millaje acumulado del mundo tiene aún cien PLOORQHVGHPLOODVVLQXVDU(VXQQ~PHURDVRPEURVRFRPR
tener entre trescientos y quinientos boletos de avión para darte una vuelta al mundo en primera clase, aunque en mi caso ya habría usado al menos una parte.
Suelo gastar mis millas con regularidad porque es difícil VDEHUTXpYDORUWHQGUiXQDPLOODGHXQGtDSDUDRWUR 3XHGH
TXHWHFRQWHPSOHVDWLPLVPRDODGLVWDQFLDEDODQFHiQGRWH
sobre la línea que divide el interés de la obsesión, y concluir que la aerolínea a la que guardas tanta lealtad sea la que, D¿QGHFXHQWDVREWLHQHORVPiVDOWRVEHQH¿FLRV1RHVWR\
WDQVHJXURGHHVR\SUH¿HURHYLWDUXQDQiOLVLVPDWHPiWLFR
Estar en un aeropuerto o en un avión es una
pausa a tu vida normal, una clase de soledad
que por lo general no existe en la vida cotidiana:
en un avión puedes pensar diferente al estar
como suspendido y tu perspectiva cambia al
poder mirar de una ojeada un vasto territorio.
nostálgicos
toño angulo daneri
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[extraña una palabra]
PHUR GH VXV PLHPEURV PiV GH FLQFXHQWD PLOORQHV HQ HO
mundo. Hoy, con todos los pasajeros que ganan millas un día cualquiera y el modo en que las acumulan y consumen, la comunidad de viajeros frecuentes empieza a parecerse a la economía de un país pequeño. Los adictos parecen au-­
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una minoría: si uno busca información se encuentra una y RWUDYH]FRQORVPLVPRV\FRQ5DQG\3HWHUVHQDODFDEH]D
un hombre alto y de cabellos blancos hasta los hombros, el creador de FlyerTalk conocido como el gurú de las millas. +R\3HWHUVHQGLULJHXQDFRPSDxtDTXHFRQWURODXQLPSHULR
de viajeros frecuentes a través de revistas y sitios web, y FX\DR¿FLQDHVWiHQ&RORUDGRHQXQDGLUHFFLyQPiVFRQRFL-­
Lo cómico es que, como la mayoría de la gente, me siento incómodo y aburrido dentro de un avión: no puedo dormir bien, el aire seco me hace sentir mal y puede ser una experiencia cansada y estresante. Viajar en primera FODVHORPHMRUD\PHLQFLWDDUHXQLUPiVPLOODVSHUROR
que me enamora es la idea de haber volado por el cielo a alta velocidad y aterrizar en un lugar por completo diferente. Cuando terminas de volar, la realidad física del acto se vuelve increíble en retrospectiva. No importa FXiQ LQFyPRGR KD\D HVWDGR VLHPSUH PH GDQ GHVHRV GH
UHVHUYDURWURYXHOR(FKDUXQYLVWD]RSRUXQDYHQWDQLOODD
diez mil metros de altura es suficiente para saber que ha valido la pena. hernán iglesias illa
[visita una ciudad que ya no existe]
ronaldo menéndez
[regresa a un paraíso perdido]
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