Obras Escogidas Tomo II

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-1-
Obras Escogidas
Editorial Progreso
Tomo II
-2-
Manifiesto inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores.
Marx, octubre de 1864.
Estatutos generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores.
Marx, octubre de 1871.
A Abraham Lincoln, presidente de los Estados Unidos de America.
Marx, noviembre de 1864.
Sobre Proudhon (carta a J. B. Schweitzer).
Marx, enero de 1865.
Salario, precio y ganancia.
Marx, junio de 1865.
4
10
13
15
21
Instrucción sobre diversos problemas a los delegados del Consejo Central Provisional. 51
Marx, agosto de 1866.
Prólogo a la primera edición alemana de El Capital.
Marx, julio de 1867.
Palabras finales a la segunda edición alemana del primer tomo de El Capital.
Marx, enero de 1873.
El Capital, capítulo XXIV. La llamada acumulación originaria.
Marx, 1867.
Reseña del primer tomo de El Capital de Carlos Marx para el Demokratisches
Wochenblatt.
59
63
70
103
Engels, marzo de 1868.
Del prólogo al segundo tomo de El Capital de Marx.
Engels, mayo de 1885.
Mensaje a la Unión Obrera Nacional de los Estados Unidos.
Marx, mayo de 1869.
Prefacio a La Guerra Campesina en Alemania.
Engels, julio de 1874.
El Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores a los
miembros del Comité de la sección rusa en Ginebra.
107
109
111
121
Marx, marzo de 1870.
Extracto de una comunicación confidencial.
Marx, marzo de 1870.
La guerra civil en Francia.
Marx, entre abril y mayo de 1871.
Sobre la acción política de la clase obrera.
Engels, septiembre de 1871.
Las pretendidas escisiones de la Internacional.
Marx y Engels, marzo de 1872.
Resoluciones del mitin convocado para conmemorar el aniversario de la Comuna de
París.
122
126
169
171
204
Marx, marzo de 1872.
La nacionalización de la tierra.
Marx, entre marzo y abril de 1872.
De las resoluciones del Congreso General celebrado en La Haya.
Marx y Engels, septiembre de 1872.
El Congreso de La Haya.
Marx, septiembre de 1872.
Contribución al problema de la vivienda.
Engels, entre mayo de 1872 y enero de 1873.
205
207
209
211
-3De la autoridad.
Engels, entre octubre de 1872 y marzo de 1873.
El programa de los emigrados blanquistas de la Comuna (artículo II de la serie
Literatura de los emigrados).
264
266
Engels, junio de 1874.
Acerca de la cuestión social en Rusia (artículo V de la serie Literatura de los
emigrados).
271
Engels, enero de 1894.
Acotaciones al libro de Bakunin El Estado y la Anarquía.
Marx, entre 1874 y 1875.
Carta a Ludwig Kugelmann.
Marx, 23 de febrero de 1865.
Carta a Ludwig Kugelmann.
Marx, 9 de octubre de 1866.
Carta a Ludwig Kugelmann.
Marx, 11 de julio de 1868.
Carta a Ludwig Kugelmann.
Marx, 12 de abril de 1871.
Carta a Ludwig Kugelmann.
Marx, 17 de abril de 1871.
Carta a Friedrich Bolte.
Marx, 23 de noviembre de 1871.
Carta a Theodor Cuno.
Engels, 24 de enero de 1872.
Carta a Augusto Bebel.
Engels, 20 de junio de 1873.
Carta a Friedrich Adolph Sorge.
Engels, 12[-17] de septiembre de 1874.
286
287
292
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298
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307
-4MANIFIESTO INAUGURAL DE LA ASOCIACION INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES
Fundada el 28 de septiembre de 1864, en una Asamblea Pública celebraba en Saint Martin's Hall de Long
Acre, Londres [1]
Trabajadores:
Es un hecho notabilísimo el que la miseria de las masas trabajadoras no haya disminuido desde 1848 hasta 1864,
y, sin embargo, este período ofrece un desarrollo incomparable de la industria y el comercio. En 1850, un órgano
moderado de la burguesía británica, bastante bien informado, pronosticaba que si la exportación y la importación
de Inglaterra ascendían a un 50 por 100, el pauperismo descendería a cero. Pero, ¡ay! el 7 de abril de 1864, el
canciller del Tesoro [*] cautivaba a su auditorio parlamentario, anunciándole que el comercio de importación y
exportación había ascendido en el año de 1863 «a 443.955.000 libras esterlinas, cantidad sorprendente, casi tres
veces mayor que el comercio de la época, relativamente reciente, de 1843». Al mismo tiempo, hablaba
elocuentemente de la «miseria». «Pensad —exclamaba— en los que viven al borde de la miseria», en los
«salarios... que no han aumentado», en la «vida humana... que de diez casos, en nueve no es otra cosa que una
lucha por la existencia». No dijo nada del pueblo irlandés, qu en el Norte de su país es remplazado gradualmente
por las máquinas, y en el Sur, por los pastizales para ovejas. Y aunque las mismas ovejas disminuyen en este
desgraciado país, lo hacen con menos rapidez que los hombres. Tampoco repitió lo que acababan de descubrir
en un acceso súbito de terror los más altos representantes de los «diez mil de arriba». Cuando el pánico
producido por los «estranguladores» [2] adquirió grandes proporciones, la Cámara de los Lores ordenó que se
hiciera una investigación y se publicara un informe sobre los penales y lugares de deportación. La verdad salió a
relucir en el voluminoso Libro Azul de 1863 [3], demostrándose con hechos y guarismos oficiales que los peores
criminales condenados, los presidiarios de Inglaterra y Escocia, trabajaban muchos menos y estaban mejor
alimentados que los trabajadores agrícolas de esos mismos países. Pero no es eso todo. Cuando a consecuencia
de la guerra civil de Norteamérica [4], quedaron en la calle los obreros de los condados de Lancaster y de
Chester, la misma Cámara de los Lores envió un médico a los distritos industriales, encargándole que averiguase
la cantidad mínima de carbono y de nitrógeno, administrable bajo la forma más corriente y menos cara, que
pudiese bastar por término medio «para prevenir las enfermedades ocasionadas por el hambre». El Dr. Smith,
médico delegado, averiguó que 28.000 gramos de carbono y 1.330 gramos de nitrógeno semanales eran
necesarios, por término medio, para conservar la vida de una persona adulta... en el nivel mínimo, bajo el cual
comienzan las enfermedades provocadas por el hambre. Y descubrió también que esta cantidad no distaba mucho
del escaso alimento a que la extremada miseria acababa de reducir a los trabajadores de las fábricas de tejidos de
algodón [*]. Pero escuchad aún: Algo después, el docto médico en cuestión fue comisionado nuevamente por el
Consejero Médico del Consejo Privado, para hacer un informe sobre la alimentación de las clases trabajadoras
más pobres. El "Sexto Informe sobre la Sanidad Pública", dado a la luz en este mismo año por orden del
parlamento, contiene el resultado de sus investigaciones. ¿Qué ha descubierto el doctor? Que los tejedores en
seda, las costureras, los guanteros, los tejedores de medias, etc., no recibían, por lo general, ni la miserable
comida de los trabajadores en paro forzoso de la fábrica de tejidos de algodón, ni siquiera la cantidad de carbono
y nitrógeno «suficientes para prevenir las enfermedades ocasionadas por el hambre».
«Además» —citamos textualmente el informe— «el examen del estado de las familias agrícolas ha demostrado
que más de la quinta parte de ellas se hallan reducidas a una cantidad de alimentos carbonados inferior a la
considerada suficiente, y más de la tercera parte a una cantidad menos que suficiente de alimentos nitrogenados;
y que en tres condados (Berks, Oxford y Somerset), el régimen alimenticio se caracteriza, en general, por su
insuficiente contenido en alimentos nitrogenados». «No debe olvidarse» —añade el dictamen oficial— «que la
privación de alimento no se soporta sino de muy mala gana, y que, por regla general, la falta de alimento
suficiente no llega jamás sino después de muchas otras privaciones... La limpieza misma es considerada como
una cosa cara y difícil, y cuando el sentimiento de la propia dignidad impone esfuerzos por mantenerla, cada
esfuerzo de esta especie tiene que pagarse necesariamente con un aumento de las torturas del hambre». «Estas
reflexiones son tanto más dolorosas, cuanto que no se trata aquí de la miseria merecida por la pereza, sino en
todos los casos de la miseria de una población trabajadora. En realidad, el trabajo por el que se obtiene tan escaso
alimento es, en la mayoría de los casos, un trabajo excesivamente prolongado».
-5El dictamen descubre el siguiente hecho extraño, y hasta inesperado: «De todas las regiones del Reino Unido»,
es decir, Inglaterra, el País de Gales, Escocia e Irlanda, «la población agrícola de Inglaterra», precisamente la de
la parte más opulenta, «es evidentemente la peor alimentada»; pero hasta los labradores de los condados de
Berks, Oxford y Somerset están mejor alimentados que la mayor parte de los obreros calificados que trabajan a
domicilio en el Este de Londres.
Tales son los datos oficiales publicados por orden del parlamento en 1864, en el siglo de oro del librecambio, en
el momento mismo en que el canciller del Tesoro decía a la Cámara de los Comunes que
«la condición de los obreros ingleses ha mejorado, por término medio, de una manera tan extraordinaria, que no
conocemos ejemplo semejante en la historia de ningún país ni de ninguna edad».
Estas exaltaciones oficiales contrastan con la fría observación del dictamen oficial de la Sanidad Pública:
«La salud pública de un país significa la salud de sus masas, y es casi imposible que las masas estén sanas si no
disfrutan, hasta lo más bajo de la escala social, por lo menos de un bienestar mínimo».
Deslumbrado por los guarismos de las estadísticas, que bailan ante sus ojos demostrando el «progreso de la
nación», el canciller del Tesoro exclama con acento de verdadero éxtasis:
«Desde 1842 hasta 1852, la renta imponible del país aumentó en un 6%; en ocho años, de 1853 a 1861, aumentó
¡en un veinte por ciento! Este es un hecho tan sorprendente, que casi es increíble... Tan embriagador aumento de
riqueza y de poder» —añade Mr. Gladstone— «se halla restringido exclusivamente a las clases poseedoras».
Si queréis saber en qué condiciones de salud perdida, de moral vilipendiada y de ruina intelectual ha sido
producido y se está produciendo por las clases laboriosas ese «embriagador aumento de riqueza y de poder,
restringido exclusivamente a las clases poseedoras», examinad la descripción que se hace en el último «Informe
sobre la Sanidad Pública» referente a los talleres de sastres, impresores y modistas. Comparad el «Informe de la
Comisión para examinar el trabajo de los niños», publicado en 1863 y donde se prueba, entre otras cosas, que
«los alfareros, hombres y mujeres, constituyen un grupo de la población muy degenerado, tanto desde el punto de
vista físico como desde el punto de vista intelectual»; que «los niños enfermos llegan a ser, a su vez, padres
enfermos»; que «la degeneración progresiva de la raza es inevitable» y que «la degeneración de la población del
condado de Stafford habría sido mucho mayor si no fuera por la continua inmigración procedente de las regiones
vecinas y por los matrimonios mixtos con capas de la población más robustas».
¡Echad una ojeada en el Libro Azul al informe del señor Tremenheere, sobre las «Quejas de los oficiales
panaderos»! Y quién no se ha estremecido al leer la paradójica declaración de los inspectores de fábrica, ilustrada
por los datos demográficos oficiales, según la cual la salud pública de los obreros de Lancaster ha mejorado
considerablemente, a pesar de hallarse reducidos a la ración de hambre, porque la falta de algodón los ha echado
temporalmente de las fábricas; y que la mortalidad de los niños ha disminuido, porque al fin pueden las madres
darles el pecho en vez del cordial de Godfrey.
Pero volvamos una vez más la medalla. Por el informe sobre el impuesto de las Rentas y Propiedades presentado
a la Cámara de los Comunes el 20 de julio de 1864, vemos que del 5 de abril de 1862 al 5 de abril de 1863, 13
personas han engrosado las filas de aquellos cuyas rentas anuales están evaluadas por el cobrador de las
contribuciones en 50.000 libras esterlinas y más, pues su número subió en ese año de 67 a 80. El mismo informe
descubre el hecho curioso de que unas 3.000 personas se reparten entre sí una renta anual de 25.000.000 de libras
esterlinas, es decir, más de la suma total de ingresos distribuida anualmente entre toda la población agrícola de
Inglaterra y del País de Gales. Abrid el registro del censo de 1861 y hallaréis que el número de los propietarios
territoriales de sexo masculino en Inglaterra y en el País de Gales se ha reducido de 16.934 en 1851, a 15.066 en
1861, es decir, la concentración de la propiedad territorial ha crecido en diez años en un 11% Si en Inglaterra la
concentración de la propiedad territorial sigue progresando al mismo ritmo, la cuestión territorial se habrá
-6simplificado notablemente, como lo estaba en el Imperio Romano, cuando Nerón se sonrió al saber que la mitad
de la provincia de Africa pertenecía a seis personas.
Hemos insistido tanto en estos «hechos, tan sorprendentes, que son casi increíbles», porque Inglaterra está a la
cabeza de la Europa comercial e industrial. Acordaos de que hace pocos meses uno de los hijos refugiados de
Luis Felipe felicitaba públicamente al trabajador agrícola inglés por la superioridad de su suerte sobre la menos
próspera de sus camaradas de allende el Estrecho. Y en verdad, si tenemos en cuenta la diferencia de las
circunstancias locales, vemos los hechos ingleses reproducirse, en escala algo menor, en todos los países
industriales y progresivos del continente. Desde 1848 ha tenido lugar en estos países un desarrollo inaudito de la
industria y una expansión ni siquiera soñada de las exportaciones y de las importaciones. En todos ellos «el
aumento de la riqueza y el poder, restringido exclusivamente a las clases poseedoras» ha sido en realidad
«embriagador». En todos ellos, lo mismo que en Inglaterra, una pequeña minoría de la clase trabajadora ha
obtenido cierto aumento de su salario real; pero para la mayoría de los trabajadores, el aumento nominal de los
salarios no representa un aumento real del bienestar, ni más ni menos que el aumento del coste del
mantenimiento de los internados en el asilo para pobres o en el orfelinato de Londres, desde 7 libras, 7 chelines y
4 peniques que costaba en 1852, a 9 libras, 15 chelines y 8 peniques en 1861, no les beneficia en nada a esos
internados. Por todas partes, la gran masa de las clases laboriosas descendía cada vez más bajo, en la misma
proporción, por lo menos, en que los que están por encima de ella subían más alto en la escala social. En todos
los países de Europa -y esto ha llegado a ser actualmente una verdad incontestable para todo entendimiento no
enturbiado por los prejuicios y negada tan sólo por aquellos cuyo interés consiste en adormecer a los demás con
falsas esperanzas-, ni el perfeccionamiento de las máquinas, ni la aplicación de la ciencia a la producción, ni el
mejoramiento de los medios de comunicación, ni las nuevas colonias, ni la emigración, ni la creación de nuevos
mercados, ni el libre cambio, ni todas estas cosas juntas están en condiciones de suprimir la miseria de las clases
laboriosas; al contrario, mientras exista la base falsa de hoy, cada nuevo desarrollo de las fuerzas productivas del
trabajo ahondará necesariamente los contrastes sociales y agudizará más cada día los antagonismos sociales.
Durante esta embriagadora época de progreso económico, la muerte por inanición se ha elevado a la categoría de
una institución en la capital del Imperio británico. Esta época está marcada en los anales del mundo por la
repetición cada vez más frecuente, por la extensión cada vez mayor y por los efectos cada vez más mortíferos de
esa plaga de la sociedad que se llama crisis comercial e industrial.
Después del fracaso de las revoluciones de 1848, todas las organizaciones del partido y todos los periódicos de
partido de las clases trabajadoras fueron destruidos en el continente por la fuerza bruta. Los más avanzados de
entre los hijos del trabajo huyeron desesperados a la república de allende el océano, y los sueños efímeros de
emancipación se desvanecieron ante una época de fiebre industrial, de marasmo moral y de reacción política.
Debido en parte a la diplomacia del Gobierno inglés, que obraba con el gabinete de San Petersburgo, la derrota
de la clase obrera continental esparció bien pronto sus contagiosos efectos a este lado del Estrecho. Mientras la
derrota de sus hermanos del continente llevó el abatimiento a las filas de la clase obrera inglesa y quebrantó su fe
en la propia causa, devolvió al señor de la tierra y al señor del dinero la confianza un tanto quebrantada. Estos
retiraron insolentemente las concesiones que habían anunciado con tanto alarde. El descubrimiento de nuevos
terrenos auríferos produjo una inmensa emigración y un vacío irreparable en las filas del proletariado de la Gran
Bretaña. Otros, los más activos hasta entonces, fueron seducidos por el halago temporal de un trabajo más
abundante y de salarios más elevados, y se convirtieron así en «esquiroles políticos». Todos los intentos de
mantener o reorganizar el movimiento cartista [5] fracasaron completamente. Los órganos de prensa de la clase
obrera fueron muriendo uno tras otro por la apatía de las masas, y, de hecho, jamás el obrero inglés había
parecido aceptar tan enteramente un estado de nulidad política. Así pues, si no había habido solidaridad de
acción entre la clase obrera de la Gran Bretaña y la del continente, había en todo caso solidaridad de derrota.
Sin embargo, este período transcurrido desde las revoluciones de 1848 ha tenido también sus compensaciones.
No indicaremos aquí más que dos hechos importantes.
Después de una lucha de treinta años, sostenida con una tenacidad admirable, la clase obrera inglesa,
aprovechándose de una disidencia momentánea entre los señores de la tierra y los señores del dinero, consiguió
arrancar la ley de la jornada de diez horas [6]. Las inmensas ventajas físicas, morales e intelectuales que esta ley
-7proporcionó a los obreros fabriles, señaladas en las memorias semestrales de los inspectores del trabajo, son
ahora reconocidas en todas partes. La mayoría de los gobiernos continentales tuvo que aceptar la ley inglesa del
trabajo bajo una forma más o menos modificada; y el mismo parlamento inglés se ve obligado cada año a
ampliar la esfera de acción de esta ley. Pero al lado de su significación práctica, había otros aspectos que
realzaban el maravilloso triunfo de esta medida para los obreros. Por medio de sus sabios más conocidos, tales
como el doctor Ure, profesor Senior y otros filósofos de esta calaña, la burguesía había predicho, y demostrado
hasta la saciedad, que toda limitación legal de la jornada de trabajo sería doblar a muerto por la industria inglesa,
que, semejante al vampiro, no podía vivir más que chupando sangre, y, además, sangre de niños. En tiempos
antiguos, el asesinato de un niño era un rito misterioso de la religión de Moloc, pero se practicaba sólo en
ocasiones solemnísimas, una vez al año quizá, y, por otra parte, Moloc no tenía inclinación exclusiva por los
hijos de los pobres. Esta lucha por la limitación legal de la jornada de trabajo se hizo aún más furiosa, porque —
dejando a un lado la avaricia alarmada— de lo que se trataba era de decidir la gran disputa entre la dominación
ciega ejercida por las leyes de la oferta y la demanda, contenido de la Economía política burguesa, y la
producción social controlada por la previsión social, contenido de la Economía política de la clase obrera. Por
eso, la ley de la jornada de diez horas no fue tan sólo un gran triunfo práctico, fue también el triunfo de un
principio; por primera vez la Economía política de la burguesía había sido derrotada en pleno día por la
Economía política de la clase obrera.
Pero estaba reservado a la Economía política del trabajo el alcanzar un triunfo más completo todavía sobre la
Economía política de la propiedad. Nos referimos al movimiento cooperativo, y, sobre todo, a las fábricas
cooperativas creadas, sin apoyo alguno, por la iniciativa de algunas «manos» («hands») [*] audaces. Es
imposible exagerar la importancia de estos grandes experimentos sociales que han mostrado con hechos, no con
simples argumentos, que la producción en gran escala y al nivel de las exigencias de la ciencia moderna, puede
prescindir de la clase de los patronos, que utiliza el trabajo de la clase de las «manos»; han mostrado también que
no es necesario a la producción que los instrumentos de trabajo estén monopolizados como instrumentos de
dominación y de explotación contra el trabajador mismo; y han mostrado, por fin, que lo mismo que el trabajo
esclavo, lo mismo que el trabajo siervo, el trabajo asalariado no es sino una forma transitoria inferior, destinada a
desaparecer ante el trabajo asociado que cumple su tarea con gusto, entusiasmo y alegría. Roberto Owen fue
quien sembró en Inglaterra las semillas del sistema cooperativo; los experimentos realizados por los obreros en el
continente no fueron de hecho más que las consecuencias prácticas de las teorías, no descubiertas, sino
proclamadas en voz alta en 1848.
Al mismo tiempo, la experiencia del período comprendido entre 1848 y 1864 ha probado hasta la evidencia que,
por excelente que sea en principio, por útil que se muestre en la práctica, el trabajo cooperativo, limitado
estrechamente a los esfuerzos accidentales y particulares de los obreros, no podrá detener jamás el crecimiento en
progresión geométrica del monopolio, ni emancipar a las masas, ni aliviar siquiera un poco la carga de sus
miserias. Este es, quizá, el verdadero motivo que ha decidido a algunos aristócratas bien intencionados, a
filantrópicos charlatanes burgueses y hasta a economistas agudos, a colmar de repente de elogios nauseabundos
al sistema cooperativo, que en vano habían tratado de sofocar en germen, ridiculizándolo como una utopía de
soñadores o estigmatizándolo como un sacrilegio socialista. Para emancipar a las masas trabajadoras, la
cooperación debe alcanzar un desarrollo nacional y, por consecuencia, ser fomentada por medios nacionales.
Pero los señores de la tierra y los señores del capital se valdrán siempre de sus privilegios políticos para defender
y perpetuar sus monopolios económicos. Muy lejos de contribuir a la emancipación del trabajo, continuarán
oponiéndole todos los obstáculos posibles. Recuérdense las burlas con que lord Palmerston trató de silenciar en
la última sesión del parlamento a los defensores del proyecto de ley sobre los derechos de los colonos irlandeses.
«¡La Cámara de los Comunes —exclamó— es una Cámara de propietarios territoriales!».
La conquista del poder político ha venido a ser, por lo tanto, el gran deber de la clase obrera. Así parece haberlo
comprendido ésta, pues en Inglaterra, en Alemania, en Italia y en Francia, se han visto renacer simultáneamente
estas aspiraciones y se han hecho esfuerzos simultáneos para reorganizar políticamente el partido de los obreros.
La clase obrera posee ya un elemento de triunfo: el número. Pero el número no pesa en la balanza si no está
unido por la asociación y guiado por el saber. La experiencia del pasado nos enseña cómo el olvido de los lazos
-8fraternales que deben existir entre los trabajadores de los diferentes países y que deben incitarles a sostenerse
unos a otros en todas sus luchas por la emancipación, es castigado con la derrota común de sus esfuerzos
aislados. Guiados por este pensamiento, los trabajadores de los diferentes países, que se reunieron en un mitin
público en Saint Martin's Hall el 28 de septiembre de 1864, han resuelto fundar la Asociación Internacional.
Otra convicción ha inspirado también este mitin.
Si la emancipación de la clase obrera exige su fraternal unión y colaboración, ¿cómo van a poder cumplir esta
gran misión con una política exterior que persigue designios criminales, que pone en juego prejuicios nacionales
y dilapida en guerras de piratería la sangre y las riquezas del pueblo? No ha sido la prudencia de las clases
dominantes, sino la heroica resistencia de la clase obrera de Inglaterra a la criminal locura de aquéllas, la que ha
evitado a la Europa Occidental el verse precipitada a una infame cruzada para perpetuar y propagar la esclavitud
allende el océano Atlántico. La aprobación impúdica, la falsa simpatía o la indiferencia idiota con que las clases
superiores de Europa han visto a Rusia apoderarse del baluarte montañoso del Cáucaso y asesinar a la heroica
Polonia; las inmensas usurpaciones realizadas sin obstáculo por esa potencia bárbara, cuya cabeza está en San
Petersburgo y cuya mano se encuentra en todos los gabinetes de Europa, han enseñado a los trabajadores el deber
de iniciarse en los misterios de la política internacional, de vigilar la actividad diplomática de sus gobiernos
respectivos, de combatirla, en caso necesario, por todos los medios de que dispongan; y cuando no se pueda
impedir, unirse para lanzar una protesta común y reivindicar que las sencillas leyes de la moral y de la justicia,
que deben presidir las relaciones entre los individuos, sean las leyes supremas de las relaciones entre las
naciones.
La lucha por una política exterior de este género forma parte de la lucha general por la emancipación de la clase
obrera.
¡Proletarios de todos los países, uníos!.
Escrito por C. Marx entre el 21 Se publica de acuerdo con el texto y el 27 de octubre de 1864. del folleto.
Publicado en inglés en el Traducido del inglés.
folleto "Addres and Provisional Rules of the Working Men's International Association, Established September
28, 1864, at a Public Meeting held at St. Martin's Hall, Long Acre, London", editado en Londres en noviembre
de 1864. Al mismo tiempo se publicó la traducción al alemán, hecha por el autor, en el periódico "SocialDemokrat", núm. 2 y en el apéndice al núm. 3, del 21 y 30 de diciembre de 1864.
NOTAS
[1]
1. El 28 de setiembre de 1864 se celebró en St. Martin's Hall de Londres una gran asamblea internacional de obreros, en la que se fundó
la Asociación Internacional de los Trabajadores (conocida posteriormente como la I Internacional) y se eligió el Comité provisional. C.
Marx entró a formar parte del mismo y, luego, de la comisión nombrada en la primera reunión del Comité celebrada el 5 de octubre
para redactar los documentos programáticos de la Asociación. El 20 de octubre, la comisión encargó a Marx la redacción de un
documento preparado durante su enfermedad y escrito en el espíritu de las ideas de Mazzini y de Owen. En lugar de dicho documento,
Marx escribió, en realidad, dos textos completamente nuevos —el "Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los
Trabajadores" y los "Estatutos provisionales de la Asociación"— que fueron aprobados el 27 de octubre en la reunión de la comisión. El
1º de noviembre de 1864, el "Manifiesto" y los "Estatutos" fueron aprobados por unanimidad en el Comité provisional, constituido en
órgano dirigente de la Asociación. Conocido en la historia como Consejo General de la Internacional, este órgano se llamaba hasta fines
de 1866, con mayor frecuencia, Consejo Central. Carlos Marx fue, de hecho, su dirigente, organizador y jefe, así como autor de
numerosos llamamientos, declaraciones, resoluciones y otros documentos.
-9En el "Manifiesto Inaugural", primer documento programático, Marx lleva a las masas obreras a la idea de la necesidad de conquistar el
poder político y de crear un partido proletario propio, así como de asegurar la unión fraternal de los obreros de los distintos países.
Publicado por vez primera en 1864, el "Manifiesto Inaugural" fue reeditado reiteradas veces a lo largo de toda la historia de la
Internacional, que dejó de existir en 1876.- 5.[*]
W. Gladstone. (N. de la Edit.)
[2] 2. Estranguladores (garroters), ladrones de los años 60 del siglo XIX, que agarraban a sus víctimas por el cuello.- 6.
[3] 3. Libros Azules (Blue Books), denominación general de las publicaciones de documentos del parlamento inglés y de los
documentos diplomáticos del Ministerio del Exterior, debida al color azul de la cubierta. Se editan en Inglaterra a partir del siglo XVII y
son la fuente oficial fundamental de datos sobre la historia económica y diplomática del país.
En la pág. 6 trátase del "Informe de la comisión para investigar la acción de las leyes referentes al destierro y a los trabajos forzados", t.
I, Londres, 1863; en la pág. 90, de la "Correspondencia con las misiones extranjeras de Su Majestad sobre problemas de la industria y
las tradeuniones", Londres, 1867.- 6, 90[4]
4. La guerra civil de Norteamérica (1861-1865) se libró entre los Estados industriales del Norte y los sublevados Estados esclavistas
del Sur. La clase obrera se Inglaterra se opuso a la política de la burguesía nacional, que apoyaba a los plantadores esclavistas, e
impidió con su acción la intervención de Inglaterra en esa contienda.- 6, 19, 38, 89, 119, 164
[*] Dudo de que haya necesidad de recordar al lector que el carbono y el nitrógeno constituyen, con el agua y otras substancias
inorgánicas, las materias primas de los alimentos del hombre. Sin embargo, para la nutrición del organismo humano, estos elementos
químicos simples deben ser suministrados en forma de substancias vegetales o animales. Las patatas, por ejemplo, contienen sobre todo
carbono, mientras que el pan de trigo contiene substancias carbonadas y nitrogenadas en la debida proporción.
[5] 5. El cartismo era un movimiento revolucionario de masas de los obreros ingleses en los años 30-40 del siglo XIX. Los cartistas
redactaron en 1838 una petición (Carta del pueblo) al parlamento, en la que se reivindicaba el sufragio universal para los hombres
mayores de 21 años, voto secreto, abolición del censo patrimonial para los candidatos a diputado al parlamento, etc. El movimiento
comenzó con grandiosos mítines y manifestaciones y transcurrió bajo la consigna de la lucha por el cumplimiento de la Carta del
pueblo. El 2 de mayo de 1842 se llevó al parlamento la segunda petición de los cartistas, que incluía ya varias reivindicaciones de
carácter social (reducción de la jornada laboral, elevación de los salarios, etc.). Lo mismo que la primera, esta petición fue rechazada
por el parlamento. Como respuesta, los cartistas organizaron una huelga general. En 1848, los cartistas proyectaban una manifestación
ante el parlamento a fin de presentar una tercera petición, pero el Gobierno se valió de unidades militares para impedir la manifestación.
La petición fue rechazada. Después de 1848, el movimiento cartista decayó. - 10
[6] 6. La clase obrera de Inglaterra sostuvo la lucha por la reducción legislativa de la jornada laboral a 10 horas desde fines del siglo
XVIII. Desde comienzos de los años 30 del siglo XIX, esta lucha se extendió a las grandes masas del proletariado.
La ley de la jornada laboral de 10 horas, extensiva nada más que a las mujeres y los adolescentes, fue adoptada por el parlamento el 8
de junio de 1847. Sin embargo, en la práctica, muchos fabricantes hacían caso omiso de ella.- 10.[*]
Hands, manos, significa también obreros. (N. de la Edit.)
- 10 -
ESTATUTOS GENERALES DE LA ASOCIACION
INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES
[1]
Considerando:
que la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la propia clase obrera; que la lucha por la emancipación
de la clase obrera no es una lucha por privilegios y monopolios de clase, sino por el establecimiento de derechos
y deberes iguales y por la abolición de todo dominio de clase;
que el sometimiento económico del trabajador a los monopolizadores de los medios de trabajo, es decir, de las
fuentes de vida, es la base de la servidumbre en todas sus formas, de toda miseria social, degradación intelectual
y dependencia política;
que la emancipación económica de la clase obrera es, por lo tanto, el gran fin al que todo movimiento político
debe ser subordinado como medio;
que todos los esfuerzos dirigidos a este fin han fracasado hasta ahora por falta de solidaridad entre los obreros de
las diferentes ramas del trabajo en cada país y de una unión fraternal entre las clases obreras de los diversos
países;
que la emancipación del trabajo no es un problema nacional o local, sino un problema social que comprende a
todos los países en los que existe la sociedad moderna y necesita para su solución el concurso práctico y teórico
de los países más avanzados;
que el movimiento que acaba de renacer de la clase obrera de los países más industriales de Europa, a la vez que
despierta nuevas esperanzas, da una solemne advertencia para no recaer en los viejos errores y combinar
inmeditamente los movimientos todavía aislados;
Por todas estas razones ha sido fundada la Asociación Internacional de los Trabajadores.
Y declara:
que todas las sociedades y todos los individuos que se adhieran a ella reconocerán la verdad, la justicia y la moral
como base de sus relaciones recíprocas y de su conducta hacia todos los hombres, sin distinción de color, de
creencias o de nacionalidad.
No más deberes sin derechos, no más derechos sin deberes.
En este espíritu han sido redactados los siguientes Estatutos:
1.- La Asociación es establecida para crear un centro de comunicación y de cooperación entre las sociedades
obreras de los diferentes países y que aspiren a un mismo fin, a saber: la defensa, el progreso y la completa
emancipación de la clase obrera.
2.- El nombre de esta asociación será «Asociación Internacional de los Trabajadores».
3.- Todos los años tendrá lugar un Congreso obrero general, integrado por los delegados de las secciones de la
Asociación. Este Congreso proclamará las aspiraciones comunes de la clase obrera, tomará las medidas
necesarias para el éxito de las actividades de la Asociación Internacional y elegirá su Consejo General.
- 11 4.- Cada Congreso fijará la fecha y el sitio de reunión del Congreso siguiente. Los delegados se reunirán en el
lugar y día designados, sin que sea precisa una convocatoria especial. En caso de necesidad, el Consejo General
podrá cambiar el lugar del Congreso, sin aplazar, sin embargo, su fecha. Cada año, el Congreso reunido fijará la
residencia del Consejo General y nombrará sus miembros. El Consejo General elegido de este modo tendrá el
derecho de adjuntarse nuevos miembros.
En cada Congreso anual, el Consejo General hará un informe público de sus actividades durante el año
transcurrido. En caso de urgencia podrá convocar el Congreso antes del término anual establecido.
5.- El Consejo General se compondrá de trabajadores pertenecientes a las diferentes naciones representadas en la
Asociación Internacional. Escogerá de su seno los miembros necesarios para la gestión de sus asuntos, como un
tesorero, un secretario general, secretarios correspondientes para los diferentes países, etc.
6.- El Consejo General funcionará como agencia de enlace internacional entre los diferentes grupos nacionales y
locales de la Asociación, con el fin de que los obreros de cada país estén constantemente al corriente de los
movimientos de su clase en los demás países; de que se haga simultáneamente y bajo una misma dirección una
encuesta sobre las condiciones sociales en los diferentes países de Europa; de que las cuestiones de interés
general propuestas por una sociedad sean examinadas por todas las demás y de que, una vez reclamada la acción
inmediata, como en el caso de conflictos internacionales, todas las sociedades de la Asociación puedan obrar
simultáneamente y de una manera uniforme. Si el Consejo General lo juzga oportuno, tomará la iniciativa de las
proposiciones a someter a las sociedades nacionales y locales. Para facilitar sus relaciones, publicará informes
periódicos.
7.- Puesto que el éxito del movimiento obrero en cada país no puede ser asegurado más que por la fuerza
resultante de la unión y de la organización, y que, por otra parte, la utilidad del Consejo General será mayor si en
lugar de tratar con una multitud de pequeñas sociedades locales, aisladas unas de otras, tratará con unos pocos
centros nacionales de las sociedades obreras, los miembros de la Asociación Internacional deberán hacer todo lo
posible por reunir a las sociedades obreras, todavía aisladas, de sus países respectivos, en organizaciones
nacionales representadas por órganos centrales de carácter nacional. Es claro que la aplicación de este artículo
está subordinada a las leyes particulares de cada país, y que, prescindiendo de los obstáculos legales, toda
sociedad local independiente tendrá el derecho de corresponder directamente con el Consejo General [*].
8.- Cada sección tendrá derecho a nombrar su secretario correspondiente para sus relaciones con el Consejo
General.
9.- Todo el que adopte y defienda los principios de la Asociación Internacional de los Trabajadores, puede ser
recibido en ella como miembro. Cada sección es responsable de la probidad de los miembros admitidos por ella.
10.- Todo miembro de la Asociación Internacional recibirá, al cambiar su domicilio de un país a otro, el apoyo
fraternal de los trabajadores asociados.
11.- A pesar de estar unidas por un lazo indisoluble de fraternal cooperación, todas las sociedades obreras
adheridas a la Asociación Internacional conservarán intacta su actual organización.
12.- La revisión de los presentes Estatutos puede ser hecha en cada Congreso, a condición de que los dos tercios
de los delegados presentes estén de acuerdo con dicha revisión.
13.- Todo lo que no está previsto en los presentes Estatutos, será determinado por reglamentos especiales que
cada Congreso podrá revisar.
256, High Holborn, Londres,
- 12 Western Central, 24 de octubre de 1871.
Publicado como folletos aparte Se publica de acuerdo con el texto
en inglés y francés en noviembre de la edición inglesa de 1871.
y diciembre de 1871, y en alemán
en febrero de 1872. Traducido del inglés.
NOTAS
[1]
7. Los Estatutos Generales fueron aprobados en setiembre de 1871 en la Conferencia de la Asociación Internacional de los
Trabajadores celebrada en Londres. Para su redacción se tomaron como base los Estatutos provisionales escritos por Marx en 1864, al
ser fundada la I Internacional (véase la nota 1). En septiembre de 1872, en el Congreso de La Haya, fue adoptada una resolución, escrita
por Marx y Engels, acerca de la inclusión en los Estatutos, después del artículo 7, de un artículo suplementario, el 7-a, en el que se
resumía el contenido de la IX resolución adoptada en la Conferencia de Londres (1871) consagrada a la acción política de la clase
obrera (véase el presente tomo, pág. 286, nota). Véase la resolución del Congreso de La Haya acerca de la inclusión del artículo 7-a en
los Estatutos en el presente tomo, págs. 309-310.- 14
[*] Después del artículo 7 por decisión del Congreso de la Internacional, que se celebró en La Haya en septiembre de 1872, se incluyó
el artículo 7-A:
«En su lucha contra el poder colectivo de las clases poseedoras, el proletariado no puede actuar como clase sino constituyéndose él
mismo en partido político propio y opuesto a todos los antiguos partidos formados por las clases poseedoras.
Esta constitución del proletariado en partido político es indispensable para asegurar el triunfo de la revolución social y el logro de su fin
supremo: la abolición de las clases.
La coalición de las fuerzas obreras, obtenida ya por medio de la lucha económica, debe servir también de palanca en manos de esta
clase en su lucha contra el poder político de sus explotadores.
Por cuanto los señores de la tierra y del capital se sirven siempre de sus privilegios políticos para defender y perpetuar sus monopolios
económicos y sojuzgar el trabajo, la conquista del poder político pasa a ser el gran deber del proletariado».
- 13 -
A ABRAHAM LINCOLN, PRESIDENTE DE LOS
ESTADOS UNIDOS DE AMERICA
[1]
Muy señor mío:
Saludamos al pueblo americano con motivo de la reelección de Ud. por una gran mayoría.
Si bien la consigna moderada de su primera elección era la resistencia frente al poderío de los esclavistas, el
triunfante grito de guerra de su reelección es: ¡muera el esclavismo!
Desde el comienzo de la titánica batalla en América, los obreros de Europa han sentido instintivamente que los
destinos de su clase estaban ligados a la bandera estrellada. ¿Acaso la lucha por los territorios que dio comienzo
a esta dura epopeya no debía decidir si el suelo virgen de los infinitos espacios sería ofrecido al trabajo del
colono o deshonrado por el paso del capataz de esclavos?
Cuando la oligarquía de 300.000 esclavistas se abrevió por vez primera en los anales del mundo a escribir la
palabara «esclavitud» en la bandera de una rebelión armada, cuando en los mismos lugares en que había nacido
por primera vez, hace cerca de cien años, la idea de una gran República Democrática, en que había sido
proclamada la primera Declaración de los Derechos del Hombre [2] y se había dado el primer impulso a la
revolución europea del siglo XVIII, cuando, en esos mismos lugares, la contrarrevolución se vanagloriaba con
invariable perseverancia de haber acabado con las «ideas reinantes en los tiempos de la creación de la
constitución precedente», declarando que «la esclavitud era una institución caritativa, la única solución, en
realidad, del gran problema de las relaciones entre el capital y el trabajo», y proclamaba cínicamente el derecho
de propiedad sobre el hombre «piedra angular del nuevo edificio», la clase trabajadora de Europa comprendió de
golpe, ya antes de que la intercesión fanática de las clases superiores en favor de los aristócratas confederados le
sirviese de siniestra advertencia, que la rebelión de los esclavistas sonaría como rebato para la cruzada general de
la propiedad contra el trabajo y que los destinos de los trabajadores, sus esperanzas en el porvenir e incluso sus
conquistas pasadas se ponían en tela de juicio en esa grandiosa guerra del otro lado del Atlántico. Por eso la clase
obrera soportó por doquier pacientemente las privaciones a que le había condenado la crisis del algodón [3], se
opuso con entusiasmo a la intervención en favor del esclavismo que reclamaban enérgicamente los potentados, y
en la mayoría de los píses de Europa derramó su parte de sangre por la causa justa.
Mientras los trabajadores, la auténtica fuerza palítica del Norte, permitían a la esclavitud denigrar su propia
república, mientras ante el negro, al que compraban y vendían, sin preguntar su asenso, se pavoneaban del alto
privilegio que tenía el obrero blanco de poder venderse a sí mismo y de elegirse el amo, no estaban en
condiciones de lograr la verdadera libertad del trabajo ni de prestar apoyo a sus hermanos europeos en la lucha
por la emancipación; pero ese obstáculo en el camino del progreso ha sido barrido por la marea sangrienta de la
guerra civil [4].
Los obreros de Europa tienen la firme convicción de que, del mismo modo que la guerra de la Independencia [5]
en América ha dado comienzo a una nueva era de la dominación de la burguesía, la guerra americana contra el
esclavismo inaugurará la era de la dominación de la clase obrera. Ellos ven el presagio de esa época venidera en
que a Abraham Lincoln, hijo honrado de la clase obrera, le ha tocado la misión de llevar a su país a través de los
combates sin precedente por la liberación de una raza esclavizada y la transformación del régimen social.
Escrito por C. Marx entre el 22 Se publica de acuerdo con el texto y el 29 de noviembre de 1864. del periódico.
Publicado en "The Bee-Hive Traducido del inglés. Newspaper", núm. 169, del 7 de enero de 1865.
- 14 -
NOTAS
[1]
8. El "Mensaje" de la Asociación Internacional de Trabajadores a A. Lincoln, Presidente de los EE.UU., con motivo de su segunda
elección al cargo de Presidente, fue escrito por Marx de acuerdo con la decisión del Consejo General. En el momento más álgido de la
guerra civil de los EE.UU., este "Mensaje" tuvo mucha significación.- 18
[2] 9. Trátase de la "Declaración de la independencia" adoptada el 4 de julio de 1776, en el Congreso de Filadelfia, por los delegados de
13 colonias inglesas en América del Norte. Se proclama en ella que las colonias norteamericanas se separan de Inglaterra para constituir
una república independiente: los Estados Unidos de América. En dicho documento se formulan principios democrático-burgueses,
como la libertad del individuo, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, la soberanía del pueblo, etc. Sin embargo, la burguesía y los
grandes propietarios de tierras norteamericanos vulneraban desde el comienzo los derechos democráticos proclamados en la
Declaración, apartaban a las masas populares de la participación en la vida política y conservaron la esclavitud. Los negros, que
formaban una parte considerable de la población de la república, quedaron privados de los derechos humanos elementales.- 18
[3] 10. La crisis del algodón fue provocada por el cese de los envíos de algodón desde América por causa del bloqueo de los Estados
esclavistas meridionales por la flota del Norte durante la guerra civil. Una gran parte de la industria de tejidos de algodón de Europa
estuvo paralizada, lo cual repercutió gravemente en la situación de los obreros. Pese a todas las privaciones, el proletariado europeo
apoyaba resueltamente a los Estados del Norte.- 19
[4] 4. La guerra civil de Norteamérica (1861-1865) se libró entre los Estados industriales del Norte y los sublevados Estados esclavistas
del Sur. La clase obrera se Inglaterra se opuso a la política de la burguesía nacional, que apoyaba a los plantadores esclavistas, e
impidió con su acción la intervención de Inglaterra en esa contienda.- 6, 19, 38, 89, 119, 164
[5] 11. La guerra de la Independencia de las colonias norteamericanas de Inglaterra (1775-1783) contra la dominación inglesa debió
su origen a la aspiración de la joven nación burguesa norteamericana a la independencia y a la supresión de los obstáculos que impedían
el desarrollo del capitalismo. Como resultado de la victoria de los norteamericanos se formó un Estado burgués independiente: los
Estados Unidos de América.- 19, 89, 165.
- 15 -
SOBRE PROUDHON
(Carta a J. B. Schweitzer) [1]
Londres, 24 de enero de 1865.
Muy señor mío:
Ayer recibí su carta en la que me invita usted a dar un juicio detallado sobre Proudhon. La falta de tiempo no me
permite atender a su deseo. Además, no tengo a mano ni un solo trabajo de Proudhon. Sin embargo, y en prueba
de mi buena voluntad, he trazado a toda prisa un breve esbozo. Puede usted completarlo, alargarlo o reducirlo; en
una palabra, puede usted hacer con él lo que mejor le parezca [*]*** [2].
No recuerdo ya cuáles fueron los primeros ensayos de Proudhon. Su trabajo de escolar sobre "La lengua
universal" [3] demuestra la falta de escrúpulo con que trataba problemas para cuya solución le faltaban los
conocimientos más elementales.
Su primera obra "Qu' est-ce que la propiété?" [*]**** es indudablemente la mejor de todas. Aunque no por la
novedad de su contenido, sí por la forma nueva y audaz de decir lo viejo, el trabajo marca una época. En las
obras de los socialistas y comunistas franceses conocidas por él, la «propiété» no sólo había sido, como es
natural, criticada desde varios puntos de vista, sino también utópicamente «abolida». Con este libro, Proudhon se
coloca con respecto a Saint-Simon y Fourier aproximadamente en el mismo plano en que Feuerbach se encuentra
con respecto a Hegel. Comparado con Hegel, Feuerbach es extremadamente pobre. Sin embargo, después de
Hegel señala una época, ya que realza algunos puntos desagradables para la conciencia cristiana e importantes
para el progreso de la crítica y que Hegel dejó en una mística penumbra.
En esta obra de Proudhon predomina aún, permítaseme la expresión, un estilo de fuerte musculatura, el cual, a mi
juicio, constituye su principal mérito. Se ve que, incluso en los lugares donde Proudhon se limita a reproducir lo
viejo, dicha reproducción constituye para él un descubrimiento propio; cuanto dice es para él algo nuevo y lo
considera como tal. La audacia provocativa con que ataca el sancta santorum de la Economía política, las
ingeniosas paradojas con que se burla del sentido común burgués, la crítica demoledora, la ironía mordaz, ese
profundo y sincero sentimiento de indignación que manifiesta de cuando en cuando contra las infamias del orden
existente, su convicción revolucionaria, todas estas cualidades contribuyeron a que el libro "¿Qué es la
propiedad?" electrizase a los lectores y produjese una gran impresión desde el primer momento de su salida a la
luz. En una historia rigurosamente científica de la Economía política, dicho libro apenas hubiese merecido los
honores de ser mencionado. Pero, lo mismo que en la literatura, las obras sensacionales de este género juegan su
papel en la ciencia. Tómese, por ejemplo, el libro de la "Población" de Malthus. En su primera edición no
constituyó más que un «sensational pamphlet», y, por añadidura, un plagio desde la primera hasta la última
línea. Y a pesar de todo, ¡cómo impresionó este libelo contra el género humano!.
De tener a mano el libro de Proudhon me hubiese sido fácil demostrar con algunos ejemplos su modalidad
inicial. En los párrafos considerados por él mismo como los más importantes, imita a Kant —el único filósofo
alemán que conocía en aquella época a través de las traducciones— en la manera de tratar las antinomias,
dejándonos la firme impresión de que para él, lo mismo que para Kant, la solución de las antinomias es algo
situado «más allá» de la razón humana, es decir, algo que para su propio entendimiento permanece en la
oscuridad.
A pesar de todo su carácter aparentemente archirrevolucionario, en "¿Qué es la propiedad?" nos encontramos ya
con la contradicción de que Proudhon, de una parte, critica la sociedad a través del prisma y con los ojos del
campesino parcelario francés (más tarde del petit bourgeois [*]), y de otra, le aplica la escala que ha tomado
prestada a los socialistas.
- 16 El propio título indica ya las deficiencias del libro. El problema había sido planteado de un modo tan erróneo,
que la solución no podía ser acertada. Las «relaciones de propiedad» de los tiempos antiguos fueron destruidas
por las feudales, y éstas por las «burguesas». Así pues, la propia historia se encargó de someter a crítica las
relaciones de propiedad del pasado. De lo que trata en el fondo Proudhon es de la moderna propiedad burguesa,
tal como existe hoy día. A la pregunta ¿qué es esa propiedad? sólo se podía contestar con un análisis crítico de la
«Economía política», que abarcase el conjunto de esas relaciones de propiedad, no en su expresión jurídica,
como relaciones volitivas, sino en su forma real, es decir, como relaciones de producción. Mas como Proudhon
vinculaba todo el conjunto de estas relaciones económicas al concepto jurídico general de «propiedad», «la
propiété» no podía ir más allá de la contestación que ya Brissot había dado en una obra similar [4], antes de
1789, repitiéndola con las mismas palabras: «La propiété c'est le vol» [*]*.
En el mejor de los casos, de aquí se puede deducir únicamente que el concepto jurídico burgués del «robo» es
aplicable también a las ganancias «bien habidas» del propio burgués. Por otro lado, en vista de que el «robo»
como violación de la propiedad, presupone la propiedad, Proudhon se enredó en toda clase de sutiles
razonamientos, oscuros hasta para él mismo, sobre la verdadera propiedad burguesa.
Durante mi estancia en París, en 1844, trabé conocimiento personal con Proudhon. Menciono aquí este hecho
porque, en cierto grado, soy responsable de su «sophistication», como llaman los ingleses a la adulteración de las
mercancías. En nuestras largas discusiones, que con frecuencia duraban toda la noche, le contagié, para gran
desgracia suya, el hegelianismo, que por su desconocimiento del alemán no pudo estudiar a fondo. Después de
mi expulsión de París, el señor Karl Grün continuó lo que yo había iniciado. Como profesor de filosofía alemana
me llevaba la ventaja de no entender una palabra en la materia.
Poco antes de que apareciese su segunda obra importante, "Filosofía de la miseria", etc., me anunció él mismo su
próxima publicación en una carta muy detallada, donde, entre otras cosas, me decía lo siguiente: «J'attends votre
férule critique» [*]. En efecto, mi crítica cayó muy pronto sobre él (en mi libro «Miseria de la Filosofía», etc.,
París, 1847) en tal forma que puso fin para siempre a nuestra amistad.
Por lo que acabo de decir verá usted que en su libro «Filosofía de la miseria o Sistema de las contradicciones
económicas» Proudhon responde realmente por vez primera a la pregunta «¿Qué es la propiedad?". De hecho, tan
sólo después de la publicación de su primer libro fue cuando Proudhon inició sus estudios económicos; y
descubrió que a la pregunta que había planteado no se podía contestar con invectivas, sino únicamente con un
análisis de la «Economía política» moderna. Al mismo tiempo, hizo un intento de exponer dialécticamente el
sistema de las categorías económicas. En lugar de las insolubles «antinomias» de Kant, ahora tenía que aparecer
la «contradicción» hegeliana como medio de desarrollo.
En el libro que escribí como réplica hallará usted la crítica de los dos gruesos volúmenes de su obra. Allí
demuestro entre otras cosas lo poco que ha penetrado Proudhon en los secretos de la dialéctica científica y hasta
qué punto, por otro lado, comparte las ilusiones de la filosofía especulativa, cuando, en lugar de considerar las
categorías económicas como expresiones teóricas de relaciones de producción formadas históricamente y
correspondientes a una determinada fase de desarrollo de la producción material, las convierte en un modo
absurdo en ideas eternas, existentes de siempre, y cómo, después de dar este rodeo, retorna al punto de vista de
la Economía burguesa [*]*.
Más adelante demuestro también lo insuficiente que es su conocimiento -a veces digno de un escolar- de la
«Economía política», a cuya crítica se dedica, y cómo, al igual que los utopistas, corre en pos de una pretendida
«ciencia», con ayuda de la cual se puede elucubrar a priori una fórmula para la «solución del problema social»,
en lugar de ir a buscar la fuente de la ciencia en el conomiento crítico del movimiento histórico, de ese
movimiento que crea por sí mismo las condiciones materiales de la emancipación. Demuestro allí, sobre todo, lo
confusas, erróneas e incompletas que siguen siendo las concepciones de Proudhon sobre el valor de cambio, base
de todas las cosas, y cómo, incluso, ve en la interpretación utópica de la teoría del valor de Ricardo la base de
una nueva ciencia. Mi juicio sobre su punto de vista general lo resumo en las siguientes palabras:
- 17 «Toda relación económica tiene su lado bueno y su lado malo; éste es el único punto en que el Sr. Proudhon no
se ha refutado a sí mismo. En su opinión, el lado bueno lo exponen los economistas, y el lado malo lo denuncian
los socialistas. De los economistas toma la necesidad de relaciones eternas, y de los socialistas, esa ilusión que
no les permite ver en la miseria nada más que miseria (en lugar de ver en ella el lado revolucionario destructivo
que ha de acabar con la vieja sociedad [*]). Proudhon está de acuerdo con unos y otros, tratando así de apoyarse
en el prestigio de la ciencia. En él, la ciencia se reduce a las magras proporciones de una fórmula científica; es un
hombre a la caza de fórmulas. De este modo, el Sr. Proudhon se envanece con la idea de haber sometido a crítica
la Economía política y el comunismo, cuando en realidad está muy por debajo de los dos. Está por debajo de los
economistas, pues se imagina que como filósofo detentador de una fórmula mágica se halla libre de entrar en
detalles puramente económicos; está por debajo de los socialistas, pues carece de valor y perspicacia suficiente
para situarse, aunque sólo sea especulativamente, por encima del horizonte intelecual burgués....
Quiere remontarse, como hombre de ciencia, por encima de los burgueses y de los propietarios, pero no es más
que un pequeño burgués que oscila constantemente entre el capital y el trabajo, entre la Economía política y el
comunismo». [*]*
Por severo que pueda parecer este juicio, suscribo hoy día cada una de sus palabras. Al mismo tiempo, es preciso
tener presente que en la época en que yo afirmé y demostré teóricamente que el libro de Proudhon era el código
del socialismo del petit bourgeois, los economistas y los socialistas excomulgaban a Proudhon por ultraarchirrevolucionario. Esta es la razón de que después jamás haya unido mi voz a la de los que gritaban su
«traición» a la revolución. Y no es culpa suya si, mal comprendido en un principio tanto por los demás como por
él mismo, no ha justificado las inmerecidas esperanzas.
En comparación con "¿Qué es la propiedad?", en la "Philosophie de la misère" [*]** todos los defectos del modo
de exposición proudhoniano resaltan con particular desventaja. El estilo es a cada paso ampoulè [*]***, como
dicen los franceses. Siempre que le falla la agudeza gala aparece una pomposa jerga especulativa que pretende
ser el estilo filosófico alemán. Dan verdadera grima sus alabanzas a sí mismo, su tono chillón de pregonero y,
sobre todo, los alardes que hace de una supuesta «ciencia» y toda su cháchara en torno a ella. El sincero calor
que anima su primera obra, aquí, en determinados pasajes, se sustituye de un modo sistemático por el ardor febril
de la declamación. A todo esto viene a sumarse ese afán impotente y repulsivo por hacer gala de erudición, afán
propio de un autodidacta, cuyo orgullo nato por su pensamiento original e independiente ya está quebrantado, y
que en su calidad de parvenu [*]**** de la ciencia se considera obligado a presumir de lo que no es y de lo que no
tiene. Y, por añadidura, esa mentalidad de pequeño burgués, que le impulsa a atacar de un modo indigno,
grosero, torpe, superficial y hasta injusto a un hombre como Cabet —merecedor de respeto por su actividad
práctica en el movimiento del proletariado francés—, mientras extrema su amabilidad, por ejemplo, con Dunoyer
(consejero de Estado, ciertamente), a pesar de que toda la significación de este Dunoyer se reduce a la cómica
seriedad con que en tres gruesos volúmenes [5], insoportablemente tediosos, predica el rigorismo, caracterizado
por Helvetius en los términos siguientes: «On veut que les malheureux soient parfaits.» (Se quiere que los
desgraciados sean perfectos.)
La revolución de Febrero [6] fue realmente muy inoportuna para Proudhon, pues tan sólo unas semanas antes
había demostrado de un modo irrefutable que «la era de las revoluciones» había pasado para siempre. Su
intervención en la Asamblea Nacional merece todos los elogios, a pesar de haber puesto de manifiesto lo poco
que comprendía todo lo que estaba ocurriendo [7]. Después de la insurrección de Junio [8] constituyó un acto de
gran valor. Su intervención tuvo, además, resultados positivos: en el discurso [9] que pronunció para oponerse a
las proposiciones de Proudhon, y que fue editado más tarde en folleto aparte, el Sr. Thiers demostró a toda
Europa cuán mísero e infantil era el catecismo que servía de pedestal a ese pilar espiritual de la burguesía
francesa. Comparado con el Sr. Thiers, Proudhon adquiría ciertamente las dimensiones de un coloso
antediluviano.
El descubrimiento del «crédit gratuit» y el «banque du peuple», basado en él, son las últimas «hazañas»
económicas de Proudhon. En mi "Contribución a la crítica de la Economía Política, fasc. I", Berlín, 1859 (págs.
59-64), se demuestra que la base teórica de sus ideas tiene su origen en el desconocimiento de los principios
- 18 elementales de la «Economía política» burguesa, a saber, la relación entre la mercancía y el dinero, mientras que
la superestructura práctica no es más que una simple reproducción de esquemas mucho más viejos y mejor
desarrollados. No cabe duda y es de por sí evidente que el crédito, como ocurrió en Inglaterra a principios del
siglo XVIII, y como volvió a ocurrir en ese mismo país a principios del XIX, ha contribuido a que las riquezas
pasen de manos de una clase a las de otra, que, en determinadas condiciones económicas y políticas, puede ser un
factor que acelere la emancipación del proletariado. Pero es una fantasía genuinamente filistea considerar que el
capital que produce interés es la forma principal del capital y tratar de convertir una aplicación particular del
crédito -una supuesta abolición del interés- en la base de la transformación de la sociedad. En efecto, esa fantasía
ya había sido minuciosamente desarrollada por los portavoces económicos de la pequeña burguesía inglesa del
siglo XVII. La polémica de Proudhon con Bastiat (1850) sobre el capital que produce interés [10] está muy por
debajo de la "Filosofía de la miseria". Proudhon llega al extremo de ser derrotado hasta por Bastiat, y entra en un
cómico furor cada vez que el adversario le asesta algún golpe.
Hace unos cuantos años, Proudhon escribió para un concurso organizado, si mal no recuerdo, por el Gobierno de
Lausana, un trabajo sobre "Los impuestos". Aquí desaparecen por completo los últimos vestigios del genio y no
queda más que el petit bourgeois tout pur [*].
Por lo que respecta a las obras políticas y filosóficas de Proudhon, todas ellas demuestran el mismo carácter
doble y contradictorio que en sus trabajos sobre Economía. Además, su valor es puramente local; se refieren
únicamente a Francia. Sin embargo, sus ataques contra la religión, la Iglesia, etc. tienen un gran mérito por haber
sido escritos en Francia en una época en que los socialistas franceses creían oportuno hacer constar que sus
sentimientos religiosos les situaban por encima del volterianismo burgués del siglo XVIII y del ateísmo alemán
del siglo XIX. Si Pedro el Grande había derrotado la barbarie rusa recurriendo a la barbarie, Proudhon hizo todo
lo que pudo para derrotar con la frase la fraseología francesa.
Su libro sobre el "Coup d'état" [*] no debe ser considerado simplemente como una obra mala, sino como una
verdadera villanía que, por otra parte, corresponde plenamente a su punto de vista pequeñoburgués. En este libro
coquetea con Luis Bonaparte y trata de hacerle aceptable para los obreros franceses. Otro tanto ocurre con su
última obra contra Polonia [11], en la que, para mayor gloria del zar, demuestra el cinismo propio de un cretino.
Proudhon ha sido frecuentemente comparado con Rousseau. Nada más erróneo. Más bien se parece a Nic.
Linguet, cuyo libro, "La teoría de las leyes civiles", es, dicho sea de paso, una obra de talento.
Proudhon tenía una inclinación natural por la dialéctica. Pero como nunca comprendió la verdadera dialéctica
científica, no pudo ir más allá de la sofística. En realidad, esto estaba ligado a su punto de vista pequeñoburgués.
Al igual que el historiador Raumer, el pequeño burgués consta de «por una parte» y de «por otra parte». Como
tal se nos aparece en sus intereses económicos, y por consiguiente, también en su política y en sus concepciones
religiosas, científicas y artísticas. Así se nos aparece en su moral e in everything [*]*. Es la contradicción
personificada. Y si por añadidura es, como Proudhon, una persona de ingenio, pronto aprenderá a hacer juegos
de manos con sus propias contradicciones y a convertirlas, según las circunstancias, en paradojas inesperadas,
espectaculares, ora escandalosas, ora brillantes. El charlatanismo en la ciencia y la contemporización en la
política son compañeros inseparables de semejante punto de vista. A tales individuos no les queda más que un
acicate: la vanidad; como todos los vanidosos, sólo les preocupa el éxito momentáneo, la sensación. Y aquí es
donde se pierde indefectiblemente ese tacto moral que siempre preservó a un Rousseau, por ejemplo, de todo
compromiso, siquiera fuese aparente, con los poderes existentes.
Tal vez la posteridad distinga este reciente período de la historia de Francia diciendo que Luis Bonaparte fue su
Napoleón y Proudhon su Rousseau-Voltaire.
Ahora hago recaer sobre usted toda la responsabilidad por haberme impuesto tan pronto después de la muerte de
este hombre el papel de juez póstumo.
Sinceramente suyo
- 19 Karl Marx
Escrito por K. Marx el 24 de Se publica de acuerdo con el texto enero de 1865. del periódico. Publicado en el
"Social-Demokrat", Traducido del alemán en los núms. 16, 17 y 18 del 1, 3 y 5 de febrero de 1865.
NOTAS
[1]
12. Con motivo de la muerte de Proudhon, Marx escribió el artículo "Sobre Proudhon" a petición de Schweitzer, redactor del periódico
"Social-Demokrat". Como si hiciese un resumen de la crítica de las concepciones filosóficas, económicas y políticas de Proudhon,
expuesta en los trabajos "Miseria de la Filosofía" y otros, Marx pone al descubierto todo lo insostenible que es la ideología del
proudhonismo. Al referirse a los proyectos prácticos de Proudhon de «solución de la cuestión social», Marx somete a una crítica
demoledora la idea de Proudhon acerca del «crédito gratuito» y la del «banco del pueblo» basado en el primero, esa, según expresión de
Marx, «fantasía genuinamente pequeñoburguesa», de la que hace tanta propaganda la escuela de Proudhon. Marx califica a Proudhon
de típico ideólogo de la pequeña burguesía.- 20
[**]** Hemos considerado lo más oportuno publicar la carta sin cualquier cambios. (Nota de la Redacción del periódico «SocialDemokrat».)
[2] 13. El "Social-Demokrat" («Socialdemócrata») era órgano de la lassalleana Asociación General de Obreros Alemanes. Con ese
título, el periódico se publicó en Berlín desde el 15 de diciembre de 1864 hasta el año de 1871; en el período de 1864 a 1867 su redactor
fue J. B. Schweitzer.- 20, 43
[3] 14. Alusión al trabajo de Proudhon "Essai de grammaire générale" («Ensayo de gramática general») insertado en el libro: Bergier.
"Les éléments primitifs des langues". Besançon, 1837.- 20
[**]*** ¿Qué es la propiedad? (N. de la Edit.)
[*] Pequeño burgués. (N. de la Edit.)
[4] 15. Trátase del trabajo de J. P. Brissot de Warville "Recherches philosophiques. Sur le droit de propiété et sur le vol, considérés
dans la nature et dans la société" («Investigaciones filosóficas. Del derecho de propiedad y del robo, considerados en la naturaleza y en
la sociedad»).- 22
[**] «La propiedad es un robo». (N. de la Edit.)
[*] «Espero la férula de su crítica». (N. de la Edit.)
[**] "Al decir que las actuales relaciones —las de la producción burguesa— son unas relaciones naturales, los economistas dan a
entender que se trata precisamente de unas relaciones bajo las cuales la creación de la riqueza y el desarrollo de las fuerzas productivas
se producen de acuerdo con las leyes de la naturaleza. Por consiguiente, estas relaciones son en sí leyes naturales, independientes de la
influencia del tiempo. Son leyes eternas que deben regir siempre la sociedad. De este modo, hasta ahora ha habido historia, pero ahora
ya no la hay» (pág. 113 de mi libro).
[*] La frase entre paréntesis está añadida por Marx en el presente artículo. (N. de la Edit.)
[**] Lugar citado, págs. 119 y 120.
[***] "Filosofía de la miseria" (N. de la Edit.)
[****] Ampuloso. (N. de la Edit.)
[*****] Advenedizo. (N. de la Edit.)
- 20 [5] 16. Ch. Dunoyer. "De la liberté du travail, ou Simple exposé des conditions dans lesquelles les forces humaines s'exercent avec le
plus de puissance" («De la libertad del trabajo o Simple exposición de las condiciones en que las fuerzas humanas se manifiestan con la
mayor eficacia»). T. I-III, París, 1845.- 25
[6] 17. Trátase de la revolución de Febrero de 1848 en Francia.- 25
[7] 18. Se alude al discurso de Proudhon pronunciado el 31 de julio de 1848 en la Asamblea Nacional de Francia. Tras de hacer varias
propuestas concebidas en el espíritu de las doctrinas utópicas pequeñoburguesas (crédito gratuito, etc.), Proudhon calificó de violencia y
arbitrariedad las represiones emprendidas por las autoridades contra los participantes en la insurrección proletaria de París el 23-26 de
junio de 1848.- 25.
[8] 19. La insurrección de Junio, heroica insurrección de los obreros de París el 23-26 de junio de 1848, reprimida con inaudita
crueldad por la burguesía francesa, fue la primera gran guerra civil entre el proletariado y la burguesía.- 25, 172, 190, 212, 219, 331
[9] 20. Trátase del discurso de Thiers pronunciado el 26 de julio de 1848 contra las propuestas de Proudhon presentadas a la comisión
financiera de la Asamblea Nacional de Francia.- 25
[10] 21. "Gratuité du crédit. Discussion entre M. Fr. Bastiat et M. Proudhon" («Crédito gratuito. Discusión entre el señor Fr. Bastiat y el
señor Proudhon»). París, 1850.- 26
[*] Pequeño burgués puro y simple. (N. de la Edit.)
[*] Golpe de Estado. (N. de la Edit.)
[11] 22. P. J. Proudhon. "Si les traités de 1815 ont cessé d'exister? Actes du futur congrès" («¿Han dejado de regir los tratados de 1815?
Actas del futuro congreso».). París, 1863. En esta obra, Proudhon se opone a la revisión de los acuerdos del Congreso de Viena sobre
Polonia y a que la democracia europea apoye el movimiento de liberación nacional de Polonia, justificando de esta manera la política
opresora aplicada por el zarismo ruso.- 26
[**] En todo. (N. de la Edit.)
- 21 -
SALARIO, PRECIO Y GANANCIA [1]
OBSERVACIONES PRELIMINARES
¡Ciudadanos!
Antes de que entre en el tema, permitidme hacer algunas observaciones preliminares.
En el continente reina ahora una verdadera epidemia de huelgas y se alza un clamor general pidiendo aumento de
salarios. El problema ha de plantearse en nuestro Congreso [2]. Vosotros, como dirigentes de la Asociación
Internacional, debéis tener un criterio firme ante este problema fundamental. Por eso, me he creído en el deber de
tratar a fondo la cuestión, aun a riesgo de someter vuestra paciencia a una dura prueba.
Debo hacer otra observación previa con respecto al ciudadano Weston. Este ciudadano, creyendo actuar en
interés de la clase obrera, ha desarrollado ante vosotros, y además ha defendido, públicamente, opiniones que él
sabe son profundamente impopulares entre la clase obrera. Esta prueba de valentía moral debe merecer el alto
aprecio de todos nosotros. Confío en que, a pesar del estilo tosco de mi conferencia, el ciudadano Weston verá al
final de ella que coincido con la acertada idea que, a mi modo de ver, sirve de base a sus tesis, a las que, sin
embargo, en su forma actual, no puedo por menos de juzgar como teóricamente falsas y prácticamente
peligrosas.
Con esto paso directamente a la cuestión que nos ocupa.
NOTAS
[1] 23. El presente trabajo es el texto del informe presentado por Marx en las reuniones del Consejo General de junio de 1865. Marx
expone aquí públicamente por primera vez las bases de su teoría de la plusvalía. Dirigido explícitamente contra las concepciones
erróneas de Weston, miembro de la Internacional, que afirmaba que el aumento de los salarios no podía mejorar la situación de los
obreros y que había que reconocer perniciosa la actividad de las tradeuniones, el informe asesta, a la vez, un golpe a los proudhonistas y
a los lassalleanos, los cuales mantienen una actitud negativa hacia la lucha económica de los obreros y hacia los sindicatos. Marx se
opone resueltamente a la prédica de la pasividad y la resignación de los proletarios ante la explotación capitalista, argumenta
teóricamente el papel y la significación de la lucha económica de los obreros y subraya la necesidad de subordinarla a la meta final del
proletariado: la supresión del sistema de trabajo asalariado. El texto del informe se ha conservado en manuscrito, fue publicado por vez
primera en Londres (1898) por la hija de Marx, Eleanor, con el título "Value, price and profit" («Valor, precio y ganancia») con un
prefacio de E. Eveling, que puso los títulos a la introducción y a los seis primeros capítulos del manuscrito, ya que no los tenían. En la
presente edición se conservan todos ellos excepto el general.- 28.
[2] 24. En lugar del Congreso de Bruselas, previsto en los "Estatutos provisionales" se convocó la Conferencia preliminar en Londres.
(véase la nota 40).- 28.
1. PRODUCCION Y SALARIOS
El argumento del ciudadano Weston se basa, en realidad, en dos premisas:
1) que el volumen de la producción nacional es una cosa fija, una cantidad o magnitud, como dirían los
matemáticos, constante;
- 22 2) que la suma de los salarios reales, es decir, medidos por la cantidad de mercancías que puede ser comprada
con ellos, es también una suma fija, una magnitud constante.
Pues bien, su primer aserto es evidentemente erróneo. Veréis que el valor y el volumen de la producción
aumentan de año en año, que las fuerzas productivas del trabajo nacional crecen y que la cantidad de dinero
necesaria para poner en circulación esta producción creciente varía sin cesar. Lo que es cierto al final de cada año
y respecto a distintos años comparados entre sí, lo es también respecto a cada día medio del año. El volumen o la
magnitud de la producción nacional varía continuamente. No es una magnitud constante, sino variable, y no
tiene más remedio que serlo, aun prescindiendo de las fluctuaciones de la población, por los continuos cambios
que se operan en la acumulación de capital y en las fuerzas productivas del trabajo. Es completamente cierto
que Si hoy se implantase un aumento en el tipo general de salario, este aumento, por sí solo, cualesquiera que
fuesen sus resultados ulteriores, no haría cambiar inmediatamente el volumen de la producción. En un principio
tendría que arrancar del estado de cosas existente. Y si la producción nacional, antes de la subida de salarios, era
variable y no fija, lo seguiría siendo también después de la subida.
Pero, admitamos que el volumen de la producción nacional fuese constante y no variable. Aun en este caso, lo
que nuestro amigo Weston cree una conclusión lógica, seguiría siendo una afirmación gratuita. Si tomo un
determinado número, digamos 8, los límites absolutos de esta cifra no impiden que varíen los límites relativos de
sus componentes. Supongamos que la ganancia fuese igual a 6 y los salarios iguales a 2: los salarios podrían
aumentar hasta 6 y la ganancia descender hasta 2, pero la cifra total seguiría siendo 8. Así pues, el volumen fijo
de la producción no llegará jamás a probar la suma fija de los salarios. ¿Cómo prueba, pues, nuestro amigo
Weston esa fijeza? Sencillamente, afirmándola.
Pero, aunque diésemos por buena su afirmación, ésta tendría efecto en los dos sentidos, y él sólo quiere que valga
en uno. Si el volumen de los salarios representa una magnitud constante, no se le podrá aumentar ni disminuir.
Por tanto, si los obreros obran neciamente cuando imponen un aumento temporal de salarios, no menos
neciamente obrarían los capitalistas al imponer una rebaja transitoria de jornales. Nuestro amigo Weston no
niega que, en ciertas circunstancias, los obreros pueden imponer un aumento de salarios; pero, como según él la
suma de salarios es fija por ley natural, este aumento provocaría necesariamente una reacción. El sabe también,
por otra parte, que los capitalistas pueden imponer una rebaja de salarios, y la verdad es que lo intentan
continuamente. Según el principio de la constancia de los salarios, en este caso debería seguir una reacción,
exactamente lo mismo que en el caso anterior. Por tanto, los obreros obrarían acertadamente reaccionando contra
las rebajas de los salarios o los intentos de ellas. Obrarían, por tanto, acertadamente al arrancar aumentos de
salarios, pues toda reacción contra una rebaja de salarios es una acción por su aumento. Por consiguiente, según
el principio de la constancia de los salarios, que sostiene el mismo ciudadano Weston, los obreros deben, en
ciertas circunstancias, unirse y luchar por el aumento de sus jornales.
Para negar esta conclusión, tendría que renunciar a la premisa de la cual arranca. No debe decir que el volumen
de los salarios es una magnitud constante, sino que, aunque no puede ni debe aumentar, puede y debe disminuir
siempre que al capital le plazca rebajarlo. Si al capitalista le place alimentaros con patatas en vez de daros carne,
y con avena en vez de trigo, debéis aceptar su voluntad como una ley de la Economía política y someteros a ella.
Si en un país, por ejemplo en los Estados Unidos, los tipos de salarios son más altos que en otro, por ejemplo en
Inglaterra, debéis explicaros esta diferencia como una diferencia entre la voluntad del capitalista norteamericano
y la del capitalista inglés; método este que, ciertamente, simplificaría mucho, no ya el estudio de los fenómenos
económicos, sino el de todos ]os demás fenómenos.
Pero, aun así, habría que preguntarse: ¿por qué la voluntad del capitalista norteamericano difiere de la del
capitalista inglés? Y, para poder contestar a esta pregunta, no tendríamos más remedio que traspasar los dominios
de la voluntad. Un cura podría decirme que Dios en Francia quiere una cosa y en Inglaterra otra. Y si le apremio
a que me explique esa doble voluntad, podría tener el descaro de contestarme que está en los designios de Dios
tener una voluntad en Francia y otra distinta en Inglaterra. Pero, seguramente, nuestro amigo Weston nunca
convertirá en argumento esta negación completa de todo raciocinio.
- 23 Indudablemente, la voluntad del capitalista consiste en embolsarse lo más que pueda. Y lo que hay que hacer no
es discurrir acerca de lo que quiere, sino investigar su poder, los límites de este poder y el carácter de estos
límites.
2. PRODUCCION, SALARIOS, GANANCIAS
La conferencia que nos ha dado el ciudadano Weston podría haberse comprimido hasta caber en una cáscara de
nuez.
Toda su argumentación se redujo a lo siguiente: si la clase obrera obliga a la clase capitalista a pagarle, en forma
de salario en dinero, cinco chelines en vez de cuatro, el capitalista le devolverá en forma de mercancías el valor
de cuatro chelines en vez del valor de cinco. La clase obrera tendrá que pagar ahora cinco chelines por lo que
antes de la subida de salarios le costaba cuatro. ¿Y por qué ocurre esto? ¿Por qué el capitalista sólo entrega el
valor de cuatro chelines por cinco chelines? Porque la suma de los salarios es fija. Pero, ¿por qué se cifra
precisamente en cuatro chelines de valor en mercancías? ¿Por qué no se cifra en tres o en dos, o en otra suma
cualquiera? Si el límite de la suma de los salarios está fijado por una ley económica, independiente tanto de la
voluntad del capitalista como de la del obrero, lo primero que hubiera debido hacer el ciudadano Weston era
exponer y demostrar esta ley. Hubiera debido demostrar, además, que la suma de salarios que se abona realmente
en cada momento dado coincide siempre exactamente con la suma necesaria de los salarios, sin desviarse jamás
de ella. En cambio, si el límite dado de la suma de salarios depende de la simple voluntad del capitalista o de los
límites de su codicia, trátase de un límite arbitrario, que no encierra nada de necesario, que puede variar a
voluntad del capitalista y que puede también, por tanto, hacerse variar contra su voluntad.
El ciudadano Weston ilustró su teoría diciéndonos que si una sopera contiene una determinada cantidad de sopa,
destinada a determinado número de personas, la cantidad de sopa no aumentará porque aumente el tamaño de las
cucharas. Me permitirá que encuentre este ejemplo poco sustancioso. Me recuerda en cierto modo la
comparación de que se valió Menenio Agripa. Cuando los plebeyos romanos se pusieron en huelga contra los
patricios, el patricio Agripa les contó que el estómago patricio alimentaba a los miembros plebeyos del cuerpo
político. Lo que no consiguió Agripa fue demostrar que puedan alimentarse los miembros de un hombre llenando
el estómago de otro. El ciudadano Weston, a su vez, se olvida de que la sopera de la que comen los obreros
contiene todo el producto del trabajo nacional y que lo que les impide sacar de ella una ración mayor no es la
pequeñez de la sopera ni la escasez de su contenido, sino sencillamente el reducido tamaño de sus cucharas.
¿Qué artimaña permite al capitalista devolver un valor de cuatro chelines por cinco? La subida de los precios de
las mercancías que vende. Ahora bien; la subida de los precios o, dicho en términos más generales, las
variaciones de los precios de las mercancías, y los precios mismos de éstas, ¿dependen acaso de la simple
voluntad del capitalista o, por el contrario, tienen que darse ciertas circunstancias para que prevalezca esa
voluntad? Si no ocurriese esto último, las alzas y bajas, las oscilaciones incesantes de los precios del mercado
serían un enigma indescifrable.
Si admitimos que no se ha operado en absoluto ningún cambio, ni en las fuerzas productivas del trabajo, ni en el
volumen del capital y trabajo invertidos, ni en el valor del dinero en que se empresa el valor de los productos,
sino que ha cambiado tan sólo el tipo de salarios, ¿cómo puede esta alza de salarios influir en los precios de las
mercancías? Solamente influyendo en la proporción existente entre la oferta y la demanda de ellas.
Es absolutamente cierto que la clase obrera, considerada en conjunto, invierte y tiene forzosamente que invertir
sus ingresos en artículos de primera necesidad. Una subida general del tipo de salarios determinaría, por tanto,
un aumento en la demanda de estos artículos de primera necesidad y provocaría, con ello, un aumento de sus
precios en el mercado. Los capitalistas que producen estos artículos de primera necesidad se resarcirían del
aumento de salarios con el alza de los precios de sus mercancías. Pero. ¿qué ocurriría con los demás capitalistas,
que no producen artículos de primera necesidad? Y no creáis que éstos son pocos. Si tenéis en cuenta que dos
- 24 terceras partes de la producción nacional son consumidas por una quinta parte de la población —un diputado de
la Cámara de los Comunes afirmó hace poco que estos consumidores formaban sólo la séptima parte de la
población— podréis imaginaros qué parte tan enorme de la producción nacional se destina a artículos de lujo o se
cambia por ellos y qué cantidad tan inmensa de artículos de primera necesidad se derrocha en lacayos, caballos,
gatos, etc., derroche que, según nos enseña la experiencia, disminuye siempre considerablemente al aumentar los
precios de los artículos de primera necesidad.
Pues bien, ¿cuál sería la situación de estos capitalistas que no producen artículos de primera necesidad? Estos
capitalistas no podrían resarcirse de la baja de su cuota de ganancia, efecto de una subida general de salarios,
elevando los precios de sus mercancías, puesto que la demanda de éstas no aumentaría. Sus ingresos
disminuirían, y de estos ingresos mermados tendrían que pagar más por la misma cantidad de artículos de
primera necesidad que subieron de precio. Pero la cosa no pararía aquí. Como sus ingresos habrían disminuido,
ya no podrían gastar tanto en artículos de lujo, con lo cual descendería también la demanda mutua de sus
respectivas mercancías. Y, a consecuencia de esta disminución de la demanda, bajarían los precios de sus
mercancías. Por tanto, en estas ramas industriales, la cuota de ganancia no sólo descendería en simple
proporción al aumento general del tipo de los salarios, sino que este descenso sería proporcionado a la acción
conjunta de la subida general de salarios, del aumento de precios de los artículos de primera necesidad y de la
baja de precios de los artículos de lujo.
¿Cuál sería la consecuencia de esta diversidad en cuanto a las cuotas de ganancia de los capitales colocados en
las diferentes ramas de la industria? La misma consecuencia que se produce siempre que, por la razón que sea, se
dan diferencias en las cuotas medias de ganancia de las diversas ramas de producción. El capital y el trabajo se
desplazarían de las ramas menos rentables a las más rentables; y este proceso de desplazamiento duraría hasta
que la oferta de una rama industrial aumentase proporcionalmente a la mayor demanda y en las demás ramas
industriales disminuyese conforme a la menor demanda. Una vez operado este cambio, la cuota general de
ganancia volvería a nivelarse en las diferentes ramas de la industria. Como todo el trastorno obedecía en un
principio a un simple cambio en cuanto a la relación entre la oferta y la demanda de diversas mercancías, al cesar
la causa cesarían también los efectos, y los precios volverían a su antiguo nivel y recobrarían su antiguo
equilibrio. La baja de la cuota de ganancia por efecto de los aumentos de salarios, en vez de limitarse a unas
cuantas ramas industriales, se generalizaría. Según el supuesto de que partimos, no se introduciría ningún
cambio ni en las fuerzas productivas del trabajo ni en el volumen global de la producción, sino que el volumen de
producción dado se limitaría a cambiar de forma. Ahora, estaría representada por artículos de primera necesidad
una parte mayor del volumen de producción y sería menor la parte integrada por los artículos de lujo, o, lo que es
lo mismo, disminuiría la parte destinada a cambiarse por mercancías de lujo importadas del extranjero y
aumentaría la parte consumida en su forma natural; o, lo que también resulta lo mismo, una parte mayor de la
producción nacional se cambiaría por artículos de primera necesidad importados, en vez de cambiarse por
artículos de lujo. Por tanto, después de trastornar temporalmente los precios del mercado, la subida general del
tipo de salarios sólo conduciría a una baja general de la cuota de ganancia, sin introducir ningún cambio
permanente en los precios de las mercancías.
Y si se me dice que en la anterior argumentación doy por supuesto que todo el incremento de los salarios se
invierte en artículos de primera necesidad, replicaré que parto del supuesto más favorable para el punto de vista
del ciudadano Weston. Si el incremento de los salarios se invirtiese en objetos que antes no entraban en el
consumo de los obreros, no sería necesario pararse a demostrar que su poder adquisitivo había experimentado un
aumento real. Pero, como no es más que la consecuencia de la subida de los salarios, este aumento del poder
adquisitivo del obrero tiene que corresponder exactamente a la disminución del poder adquisitivo de los
capitalistas. Es decir, que la demanda global de mercancías no aumentaría, sino que cambiarían los elementos
integrantes de esta demanda. El aumento de la demanda de un lado se compensaría con la disminución de la
demanda de otro lado. Por este camino, como la demanda global permanece invariable, no se operaría ningún
cambio en los precios de mercado de las mercancías.
Os veis, por tanto, situados ante un dilema. Una de dos: o el incremento de los salarios se invierte por igual en
todos los artículos de consumo, en cuyo caso la expansión de la demanda por parte de la clase obrera tiene que
- 25 compensarse con la contracción de la demanda por parte de la clase capitalista; o el incremento de los salarios
solo se invierte en determinados artículos cuyos precios en el mercado aumentarán temporalmente: en este caso,
el alza y la baja respectiva de la cuota de ganancia en unas y otras ramas industriales provocarán un cambio en
cuanto a la distribución del capital y el trabajo, en tanto la oferta se acople en unas ramas a la mayor demanda y
en otras a la demanda menor. En el primer supuesto, no se producirá ningún cambio en los precios de las
mercancías. En el segundo, tras algunas oscilaciones de los precios del mercado, los valores de cambio de las
mercancías descenderán a su nivel primitivo. En ambos casos, tendremos que la subida general del tipo de
salarios sólo conducirá, en fin de cuentas, a una baja general de la cuota de ganancia.
Para espolear vuestra imaginación, el ciudadano Weston os invitaba a pensar en las dificultades que acarrearía en
Inglaterra un alza general de los jornales de los obreros agrícolas, de nueve a dieciocho chelines. ¡Pensad,
exclamaba, en el enorme aumento de la demanda de artículos de primera necesidad que eso supondría y, en su
consecuencia, la subida espantosa de los precios a que daría lugar! Pues bien, todos sabéis que los jornales
medios de los obreros agrícolas en Norteamérica son más del doble que los de los obreros agrícolas en Inglaterra,
a pesar de que allí los precios de los productos agrícolas son más bajos que aquí, a pesar de que en los Estados
Unidos reinan las mismas relaciones generales entre el capital y el trabajo que en Inglaterra y a pesar de que el
volumen anual de la producción norteamericana es mucho más reducido que el de la inglesa. ¿Por qué, pues,
nuestro amigo echa esta campana a rebato? Sencillamente, para desplazar el verdadero problema. Un aumento
repentino de salarios de nueve a dieciocho chelines, representaría una subida repentina del 100 por 100. Ahora
bien, aquí no discutimos en absoluto si en Inglaterra podría elevarse de pronto el tipo general de salarios en un
100 por 100. No nos interesa para nada la cuantía del aumento, que en cada caso concreto depende de las
circunstancias y tiene que adaptarse a ellas. Lo único que nos interesa es investigar en qué efectos se traduciría
un alza general del tipo de salarios, aunque no excediese del uno por ciento.
Dejando a un lado esta alza fantástica del 100 por 100 del amigo Weston, voy a encaminar vuestra atención hacia
el aumento efectivo de salarios operado en la Gran Bretaña en la década que va de 1849 a 1859.
Todos conocéis la ley de las diez horas, o mejor dicho, de las diez horas y media, promulgada en 1848. Fue uno
de los mayores cambios económicos que hemos presenciado. Representaba un aumento súbito y obligatorio de
salarios, no ya en algunas industrias locales, sino en las ramas industriales que van a la cabeza, y por medio de
las cuales Inglaterra domina los mercados del mundo. Era una subida de salarios que se operaba en
circunstancias excepcionalmente desfavorables. El doctor Ure, el profesor Senior y todos los demás portavoces
oficiales de la burguesía en el campo de la Economía se empeñaron en demostrar, y debo decir que lo hicieron
con razones mucho mas sólidas que nuestro amigo Weston, que aquello era tocar a muerto por la industria
inglesa. Demostraron que no se trataba de un aumento de salarios puro y simple, sino de un aumento de salarios
provocado por la disminución de la cantidad de trabajo invertido y basado en ella. Afirmaban que la duodécima
hora, que se quería arrebatar al capitalista, era precisamente la única en que éste obtenía su ganancia.
Amenazaron. con el descenso de la acumulación, la subida de los precios, la pérdida de mercados, el
decrecimiento de la producción, la reacción consiguiente sobre los salarios y, por último, la ruina. Sostenían que
la ley del máximo [3] dictada por Maximiliano Robespierre era, comparada con aquello, una pequeñez; y en
cierto sentido tenían razón. ¿Y cuál fue, en realidad, el resultado? Que los salarios en dinero de los obreros
fabriles aumentaron a pesar de haberse reducido la jornada de trabajo, que creció considerablemente el número
de obreros fabriles ocupados, que bajaron constantemente los precios de sus productos, que se desarrollaron
maravillosamente las fuerzas productivas de su trabajo y se dilataron en proporciones inauditas y cada vez
mayores los mercados para sus artículos. Yo mismo pude escuchar en Manchester, en 1861, en una asamblea
convocada por la Sociedad para el Fomento de la Ciencia, cómo el señor Newman confesaba que él, el doctor
Ure, Senior y todos los demás representantes oficiales de la ciencia económica se habían equivocado, mientras
que el instinto del pueblo había sabido ver certeramente. Cito aquí a W. Newman [4] y no al profesor Francis
Newman, porque aquél ocupa en la ciencia económica una posición preeminente como colaborador y editor de la
"Historia de los Precios", de Mr. Thomas Tooke, esta obra magnífica, que estudia la historia de los precios desde
1793 hasta 1856. Si la idea fija de nuestro amigo Weston acerca del volumen fijo de los salarios, de un volumen
de producción fijo, de un grado fijo de productividad del trabajo, de una voluntad fija y constante de los
capitalistas y todo lo demás fijo y definitivo en Weston fuesen exactos, el profesor Senior habría acertado con
- 26 sus sombrías predicciones, y, en cambio, se habría equivocado Roberto Owen, que ya en 1816 proclamaba la
disminución general de la jornada de trabajo como el primer paso preparatorio para la emancipación de la clase
obrera [5], implantándola el mismo por su cuenta y riesgo en su fábrica textil de New Lanark, frente al prejuicio
generalizado.
En la misma época en que se implantaba la ley de las diez horas y se producía el subsiguiente aumento de los
salarios, tuvo lugar en la Gran Bretaña, por razones que no cabe exponer aquí, una subida general de los jornales
de los obreros agrícolas.
Aunque no es necesario para mi objeto inmediato, haré unas indicaciones previas para no induciros a error.
Si una persona percibe dos chelines de salario a la semana y después éste se le sube a cuatro chelines, el tipo de
salario habrá aumentado en el 100 por 100. Esto, expresado como aumento del tipo de salario, parecería algo
maravilloso, aunque en realidad la cuantía efectiva del salario, o sea, cuatro chelines a la semana, siga siendo un
mísero salario de hambre. Por tanto, no debéis dejaros fascinar por los altisonantes tantos por ciento en el tipo de
salario, sino preguntar siempre cuál era la cuantía primitiva del jornal.
Además, comprenderéis que si hay diez obreros que ganan cada uno dos chelines a la semana, cinco obreros que
ganan cinco chelines cada uno y otros cinco que ganan once, entre los veinte ganarán cien chelines o cinco libras
esterlinas a la semana. Si luego la suma global de estos salarios semanales aumenta, digamos en un 20 por 100,
arrojará una subida de cinco libras a seis. Fijándonos en el promedio, podríamos decir que, el tipo general de
salarios ha aumentado en un 20 por 100, aunque, en realidad, los salarios de los diez obreros no varíen y los
salarios de uno de los dos grupos de cinco obreros sólo aumenten de cinco chelines a seis por persona,
aumentando la suma de salarios del otro grupo de cinco obreros de cincuenta y cinco a setenta. Aquí, la mitad de
los obreros no mejoraría absolutamente en nada de situación, la cuarta parte experimentaría un alivio
insignificante, y sólo la cuarta parte restante obtendría una mejora efectiva. Pero, calculando la media, la suma
global de salarios de estos veinte obreros aumentaría en un 20 por 100, y en lo que se refiere al capital global que
los emplea y los precios de las mercancías que producen, sería exactamente lo mismo que si todos participasen
por igual en la subida media de los salarios. En el caso de los obreros agrícolas, como el nivel de los salarios
abonados en los distintos condados de Inglaterra y Escocia difiere considerablemente, el aumento les afectó de
un modo muy desigual.
Finalmente, durante la época en que tuvo lugar esa subida de salarios se manifestaron también influencias que la
contrarrestaban, tales como los nuevos impuestos que trajo consigo la guerra contra Rusia [6], la demolición
extensiva de las viviendas de los obreros agrícolas [7], etc.
Después de tantos prolegómenos, paso a consignar que de 1849 a 1859 el tipo medio de salarios de los obreros
del campo en la Gran Bretaña experimentó un aumento del cuarenta por ciento, aproximadamente. Podría
aduciros copiosos detalles en apoyo de mi afirmación, pero para el objeto que se persigue creo que bastará con
remitiros a la concienzuda y crítica conferencia que el difunto Sr. John C. Morton dio en 1859, en la Sociedad de
las Artes [8] de Londres sobre «Las fuerzas aplicadas en la agricultura». El señor Morton expone los datos
estadísticos sacados de las cuentas y otros documentos auténticos de unos cien agricultores, en doce condados de
Escocia y treinta y cinco de Inglaterra.
Según el punto de vista de nuestro amigo Weston, y considerando además el alza simultánea operada en los
salarios de los obreros fabriles durante los años 1849-1859, los precios de los productos agrícolas hubieran
debido experimentar un aumento enorme. Pero, ¿qué aconteció, en realidad? A pesar de la guerra contra Rusia y
de las malas cosechas que se dieron consecutivamente en los años 1854 a 1856, los precios medios del trigo, que
es el principal producto agrícola de Inglaterra, bajaron de unas tres libras esterlinas por quarter, a que se había
cotizado durante los años de 1838 a 1848, hasta unas dos libras y diez chelines el quarter, a que se cotizó de 1849
a 1859. Esto representa una baja del precio del trigo de más del 16 por 100, con un alza media simultánea del 40
por 100 en los jornales de los obreros agrícolas. Durante la misma época, si comparamos el final con el
comienzo, es decir, el año de 1859 con el de 1849, el número oficial de indigentes desciende de 934.419 a
- 27 860.470, lo que supone una diferencia de 73.949; reconozco que es una disminución muy pequeña, que además
vuelve a desaparecer en los años siguientes; pero es, con todo, una disminución.
Se nos podría decir que, a consecuencia de la derogación de las leyes cerealistas [9], la importación de trigo
extranjero durante el período de 1849 a 1859 aumentó en más de dos veces, comparada con la de 1838 a 1848. Y
¿qué se infiere de esto? Desde el punto de vista del ciudadano Weston, hubiera debido suponerse que esta
enorme demanda repentina y creciente sin cesar en los mercados extranjeros había hecho subir hasta un nivel
espantoso los precios de los productos agrícolas, puesto que los efectos de la creciente demanda son los mismos
cuando procede de fuera que cuando proviene de dentro. Pero, ¿qué ocurrió, en realidad? Si se exceptúa algunos
años de malas cosechas, vemos que en Francia se quejan constantemente, durante todo este tiempo, de la ruinosa
baja del precio del trigo; los norteamericanos veíanse constantemente obligados a quemar el sobrante de su
producción y Rusia, si hemos de creer al señor Urquhart, atizó la guerra civil en los Estados Unidos [10] porque
la competencia de los yanquis paralizaba la exportación de productos agrícolas rusos a los mercados de Europa.
Reducido a su forma abstracta, el argumento del ciudadano Weston se traduciría en lo siguiente: todo aumento
de la demanda se opera siempre sobré la base de un volumen dado de producción. Por tanto, no puede hacer
aumentar nunca la oferta de los artículos apetecidos, sino solamente hacer subir su precio en dinero. Ahora
bien, la más común observación demuestra que, en algunos casos, el aumento de la demanda no altera para nada
los precios de las mercancías, y que en otros casos provoca un alza pasajera de los precios del mercado, a la que
sigue un aumento de la oferta, seguido a su vez por la baja de los precios hasta su nivel primitivo, y en muchos
casos por debajo de él. El que el aumento de la demanda obedezca al alza de los salarios o a otra causa
cualquiera no altera para nada los términos del problema. Desde el punto de vista del ciudadano Weston, tan
difícil resulta explicarse el fenómeno general como el que se revela bajo las circunstancias excepcionales de una
subida de salarios. Por tanto, su argumento no tiene nada que ver con el objeto que nos ocupa. Sólo pone de
manifiesto su perplejidad ante las leyes por virtud de las cuales una mayor demanda provoca una mayor oferta y
no un alza definitiva de los precios del mercado.
NOTAS
[3] 25. En el período de la revolución burguesa en Francia, la Convención jacobina instituyó en 1793 y 1794 precios máximos fijos para
varios artículos de primera necesidad, a la par con salarios máximos fijos.- 35
[4] 26. La "Sociedad británica para el fomento de la ciencia" fue fundada en 1831 y existe actualmente. Marx se refiere a la
intervención de W. Newmarch (Marx se equivocó en la transcripción de este nombre) en una reunión de la sección económica de la
Sociedad en septiembre de 1861.- 36
[5] 27. Véase R. Owen. "Observations on the Effect of the Manufacturing System" («Observaciones sobre la influencia del sistema
industrial»), London, 1817, p. 76.- 36
[6] 28. Trátase de la Guerra de Crimea de 1853-1856 que sostuvo Rusia contra las fuerzas coligadas de Inglaterra, Francia, Turquía y
Cerdeña por la influencia predominante en el Medio Oriente. Debe su nombre al lugar del teatro fundamental de las hostilidades.
Terminó con la derrota de Rusia.- 37
[7] 29. A mediados del siglo XIX desempeñó cierto papel en el incremento de la demolición masiva de viviendas en las zonas rurales el
que las proporciones del impuesto en beneficio de los pobres que abonaban los propietarios de tierras dependiese en medida
considerable del número de familias indigentes que vivían en sus posesiones. Los propietarios de tierras preferían desembarazarse de
los locales que no necesitaban personalmente, pero que podían servir de abrigo para la población rural «superflua».- 37
[8] 30. La "Sociedad de las Artes" («Society of Arts»), sociedad filantrópica ilustrativa burguesa, fue fundada en 1754, en Londres. El
mencionado informe fue leído por John Chalmers Morton, hijo de John Morton.- 37, 121
[9] 31. Las llamadas leyes cerealistas, adoptadas con vistas a restringir o prohibir la importación de cereales del extranjero, fueron
promulgadas en Inglaterra en beneficio de los grandes terratenientes (landlords). En 1838, los fabricantes Cobden y Bright, de
Manchester, fundaron la Liga contra las leyes cerealistas. Al reivindicar la completa libertad de comercio, la Liga exigía la derogación
- 28 de estas leyes, a fin de reducir los salarios de los obreros y debilitar las posiciones económicas y políticas de la aristocracia
terrateniente. Como resultado de la lucha, en 1846 fue adoptado el bill de derogación de las leyes cerealistas, lo cual significó la
victoria de la burguesía industrial sobre la aristocracia terrateniente.- 38, 95
[10] 4. La guerra civil de Norteamérica (1861-1865) se libró entre los Estados industriales del Norte y los sublevados Estados
esclavistas del Sur. La clase obrera de Inglaterra se opuso a la política de la burguesía nacional, que apoyaba a los plantadores
esclavistas, e impidió con su acción la intervención de Inglaterra en esa contienda.- 6, 19, 38, 89, 119, 164
3. SALARIOS Y DINERO
Al segundo día de debate, nuestro amigo Weston vistió su vieja afirmación con nuevas formas. Dijo: al
producirse un alza general de los salarios en dinero, se necesitará más dinero contante para abonar los mismos
salarios. Siendo la cantidad de dinero circulante una cantidad fija, ¿cómo vais a poder pagar, con esa suma fija de
dinero circulante, una suma mayor de salarios en dinero? En un principio, la dificultad surgía de que, aunque
subiese el salario en dinero del obrero, la cantidad de mercancías que le correspondía era fija; ahora, surge del
aumento de los salarios en dinero, a pesar de existir un volumen fijo de mercancías. Y, naturalmente, si rechazáis
su dogma originario, desaparecerán también las dificultades concomitantes.
Voy a demostraros, sin embargo, que este problema de la circulación del dinero no tiene nada absolutamente que
ver con el tema que nos ocupa.
En vuestro país, el mecanismo de pagos está mucho más perfeccionado que en ningún otro país de Europa.
Gracias a la extensión y concentración del sistema bancario, se necesita mucho menos dinero circulante para
poner en circulación la misma cantidad de valores y realizar el mismo o mayor número de operaciones. En lo que
respecta, por ejemplo, a los salarios, el obrero fabril inglés entrega semanalmente su salario al tendero, que lo
envía todas las semanas al banquero; éste lo devuelve semanalmente al fabricante, quien vuelve a pagarlo a sus
obreros, y así sucesivamente. Gracias a este mecanismo, el salario anual de un obrero, que asciende,
supongamos, a cincuenta y dos libras esterlinas, puede pagarse con un solo soberano que recorra todas las
semanas el mismo ciclo. Incluso en Inglaterra, este mecanismo de pagos no es tan perfecto como en Escocia, y
no en todas partes presenta la misma perfección; por eso vemos que, por ejemplo, en algunas comarcas agrícolas
se necesita, si las comparamos con las comarcas fabriles, mucho más dinero para poner en circulación un
volumen más pequeño de valores.
Si cruzáis el Canal, veréis que en el continente los salarios en dinero son mucho más bajos que en Inglaterra, a
pesar de lo cual en Alemania, en Italia, en Suiza y en Francia se necesita, para pagarlos, una cantidad mucho
mayor de dinero. El mismo soberano no va a parar tan rápidamente a manos del banquero, ni retorna con tanta
prontitud al capitalista industrial; por eso, en lugar del soberano necesario en Inglaterra para poner en circulación
cincuenta y dos libras esterlinas al año, en el continente, para abonar un salario anual que ascienda a la suma de
veinticinco libras, se necesitan tal vez tres soberanos. De este modo, comparando los países del continente con
Inglaterra, veréis en seguida que salarios en dinero bajos pueden exigir, para su circulación, cantidades mucho
mayores de dinero que los salarios altos, y que esto no es, en realidad, más que un problema puramente técnico,
que nada tiene que ver con el tema que nos ocupa.
Según los mejores cálculos que conozco, los ingresos anuales de la clase obrera de este país pueden cifrarse en
unos 250 millones de libras esterlinas. Esta enorme suma se pone en circulación mediante unos tres millones de
libras. Supongamos que se produzca una subida de salarios del 50 por 100. En vez de tres millones se
necesitarían cuatro millones y medio en dinero circulante. Como una parte considerable de los gastos diarios del
obrero se cubre con plata y cobre, es decir, con simples signos monetarios, cuyo valor en relación al oro se fija
arbitrariamente por la ley, al igual que el valor del papel moneda no canjeable, resulta que esa subida del 50 por
100 de los salarios en dinero supondría, en el peor de los casos, el aumentar la circulación, digamos, en un millón
de soberanos. Se lanzaría a la circulación un millón, que ahora está reposando en los sótanos del Banco de
Inglaterra o en las cajas de la Banca privada, en forma de lingotes o de metal amonedado. E incluso podría
ahorrarse, y se ahorraría efectivamente, el gasto insignificante que supondría la acuñación suplementaria o el
mayor desgaste de ese millón, si la necesidad de aumentar el dinero puesto en circulación produjese algún
- 29 rozamiento. Todos sabéis que el dinero circulante de este país se divide en dos grandes grupos. Una parte,
consistente en billetes de banco de las más diversas clases, se emplea en las transacciones entre comerciantes, y
también en las transacciones entre comerciantes y consumidores para saldar los pagos más importantes; otra
parte de los medios de circulación, la moneda de metal, circula en el comercio al por menor. Aunque distintas,
estas dos clases de medios de circulación se mezclan y combinan mutuamente. Así, la moneda de oro circula, en
una buena proporción, incluso en pagos importantes, para cubrir las cantidades fraccionarias inferiores a cinco
libras. Pues bien: si mañana se emitiesen billetes de cuatro libras, de tres o de dos, el oro que llena estos canales
de circulación saldría en seguida de ellos y afluiría a aquellos canales en que fuese necesario para atender a la
subida de los jornales en dinero. Por este procedimiento,podría movilizarse el millón adicional exigido por la
subida de los salarios en un 50 por 100, sin añadir ni un solo soberano. Y el mismo resultado se conseguiría, sin
emitir ni un billete de banco adicional, con sólo aumentar la circulación de letras de cambio, como ocurrió
durante mucho tiempo en el condado de Lancaster.
Si una subida general del tipo de salarios, por ejemplo, del 100 por 100, como el ciudadano Weston supone
respecto a los salarios de los obreros del campo, provocase una gran alza en los precios de los artículos de
primera necesidad y exigiese, según sus conceptos, una suma adicional de medios de pago, que no podría
conseguirse, una baja general de salarios debería producir el mismo resultado y en idéntica proporción, aunque
en sentido inverso. Pues bien, todos sabéis que los años de 1858 a 1860 fueron los años más favorables para la
industria algodonera y que sobre todo el año de 1860 ocupa a este respecto un lugar único en los anales del
comercio; este año fue también de gran prosperidad para las otras ramas industriales. En 1860, los salarios de los
obreros del algodón y de los demás obreros relacionados con esta industria fueron más altos que nunca hasta
entonces. Pero vino la crisis norteamericana, y todos estos salarios viéronse reducidos de pronto a la cuarta parte,
aproximadamente, de su suma anterior. En sentido inverso, esto habría supuesto una subida del 300 por 100.
Cuando los salarios suben de cinco chelines a veinte, decimos que experimentan una subida del 300 por 100; si
bajan de veinte chelines a cinco, decimos que descienden el 75 por 100, pero la cuantía de la subida en un caso y
de la baja en el otro es la misma, a saber: 15 chelines. Sobrevino, pues, un cambio repentino en el tipo de los
salarios, como jamás se había conocido anteriormente, y el cambio afectó a un número de obreros que, si no
incluimos tan sólo a los que trabajaban directamente en la industria algodonera, sino también a los que dependían
indirectamente de esta industria, excedía en una mitad al censo de los obreros agrícolas. ¿Acaso bajó el precio
del trigo? Al contrario, subió de 47 chelines y 8 peniques por quarter, que había sido el precio medio en los tres
años de 1858 a 1860, a 55 chelines y 10 peniques el quarter, según la media anual de los tres años de 1861 a
1863. Por lo que se refiere a los medios de pago, durante el año 1861 se acuñaron en la Casa de la Moneda
8.673.232 libras esterlinas, contra 3.378.102 libras que se habían acuñado en 1860; es decir, que en 1861 se
acuñaron 5.295.130 libras esterlinas más que en 1860. Es cierto que el volumen de circulación de billetes de
banco en 1861 arrojó 1.319.000 libras menos que el de 1860. Descontemos esto y aún quedará para el año 1861,
comparado con el anterior año de prosperidad, 1860, un superávit de medios de circulación por valor de
3.976.130 libras, casi cuatro millones de libras esterlinas; en cambio, la reserva de oro del Banco de Inglaterra
durante este período de tiempo disminuyó, no en la misma proporción exactamente, pero en una proporción
aproximada.
Comparad ahora el año 1862 con el año 1842. Prescindiendo del enorme aumento del valor y del volumen de las
mercancías en circulación, el capital desembolsado solamente para cubrir las operaciones regulares de acciones,
empréstitos, etc., de valores de los ferrocarriles, asciende, en Inglaterra y el País de Gales, durante el año 1862, a
la suma de 320.000.000 de libras esterlinas, cifra que en 1842 habría parecido fabulosa. Y, sin embargo, las
sumas globales de los medios de circulación fueron casi iguales en los años 1862 y 1842; y, en términos
generales, advertiréis, frente a un enorme aumento de valor no sólo de las mercancías, sino también en general de
las operaciones en dinero, una tendencia a la disminución progresiva de éste. Desde el punto de vista de nuestro
amigo Weston, esto es un enigma indescifrable.
Si hubiese ahondado algo más en el asunto, habría visto que, prescindiendo de los salarios y suponiendo que
éstos permanezcan invariables, el valor y el volumen de las mercancías puestas en circulación, y, en general,la
cuantía de las operaciones en dinero concertadas, varían diariamente; que la cuantía de billetes de banco emitidos
varía diariamente; que la cuantía de los pagos que se efectúan sin ayuda de dinero, por medio de letras de
- 30 cambio, cheques, créditos sentados en los libros, las clearing houses, varía diariamente; que en la medida en que
se necesita acudir al verdadero dinero en metálico, la proporción entre las monedas que circulan y las monedas y
los lingotes guardados en reserva o atesorados en los sótanos de los Bancos, varía diariamente; que la suma del
oro absorbido por la circulación nacional y enviado al extranjero para los fines de la circulación internacional,
varía diariamente. Habría visto que su dogma del pretendido volumen fijo de los medios de pago es un tremendo
error, incompatible con la realidad de todos los días. Se habría informado de las leyes que permiten a los medios
de pago adaptarse a condiciones que varían tan constantemente, en vez de convertir su falsa concepción acerca
de las leyes de la circulación monetaria en un argumento contra la subida de los salarios.
4. OFERTA Y DEMANDA
Nuestro amigo Weston hace suyo el proverbio latino de repetitio est mater studiorum, que quiere decir: «la
repetición es la madre del estudio», razón por la cual nos repite su dogma inicial bajo la nueva forma de que la
reducción de los medios de pago operada por la subida de los salarios determinaría una disminución del capital,
etcétera. Después de haber desechado sus extravagancias acerca de los medios de pago, considero de todo punto
inútil detenerme a examinar las consecuencias imaginarias que él cree emanan de su imaginaria conmoción de
los medios de pago. Paso, pues, inmediatamente a reducir a su expresión teórica más simple su dogma, que es
siempre uno y el mismo, aunque lo repita bajo tantas formas diversas.
Una sola observación pondrá de manifiesto la ausencia de sentido crítico con que trata su tema. Se declara
contrario a la subida de salarios o a los salarios altos que resultarían a consecuencia de esta subida. Ahora bien,
le pregunto yo: ¿qué son salarios altos y qué salarios bajos? ¿Por qué, por ejemplo, cinco chelines semanales se
considera como salario bajo y veinte chelines a la semana se reputa salario alto? Si un salario de cinco es bajo en
comparación con uno de veinte, el de veinte será todavía más bajo en comparación con uno de doscientos. Si
alguien diese una conferencia sobre el termómetro y se pusiese a declamar sobre grados altos y grados bajos, no
enseñaría nada a nadie. Lo primero que tendría que explicar es cómo se encuentra el punto de congelación y el
punto de ebullición y cómo estos dos puntos determinantes obedecen a leyes naturales y no a la fantasía de los
vendedores o de los fabricantes de termómetros. Pues bien, por lo que se refiere a los salarios y las ganancias, el
ciudadano Weston, no sólo no ha sabido deducir de las leyes económicas esos puntos determinantes, sino que no
ha sentido siquiera la necesidad de indagarlos. Se contenta con admitir las expresiones vulgares y corrientes de
bajo y alto, como si estos términos tuviesen alguna significación fija, a pesar de que salta a la vista que los
salarios sólo pueden calificarse de altos o de bajos comparándolos con alguna norma que nos permita medir su
magnitud.
El ciudadano Weston no podrá decirme por qué se paga una determinada suma de dinero por una determinada
cantidad de trabajo. Si me contestase que esto lo regula la ley de la oferta y la demanda, le pediría ante todo que
me dijese por qué ley se regulan, a su vez, la demanda y la oferta. Y esta contestación le pondría inmediatamente
fuera de combate. Las relaciones entre la oferta y la demanda de trabajo se hallan sujetas a constantes
fluctuaciones, y con ellas fluctúan los precios del trabajo en el mercado. Si la demanda excede de la oferta, suben
los salarios; si la oferta rebasa a la demanda, los salarios bajan, aunque en tales circunstancias pueda ser
necesario comprobar el verdadero estado de la demanda y la oferta, v. gr., por medio de una huelga o por otro
procedimiento cualquiera. Pero si tomáis la oferta y la demanda como ley reguladora de los salarios, sería tan
pueril como inútil clamar contra las subidas de salarios, puesto que, con arreglo a la ley suprema que invocáis,
las subidas periódicas de los salarios son tan necesarias y tan legítimas como sus bajas periódicas. Y si no
consideráis la oferta y la demanda como ley reguladora de los salarios, entonces repito mi pregunta anterior ¿por
qué se da una determinada suma de dinero por una determinada cantidad de trabajo?
Pero enfoquemos la cosa desde un punto de vista más amplio: os equivocaríais de medio a medio, si creyerais
que el valor del trabajo o de cualquier otra mercancía se determina, en último término, por la oferta y la
demanda. La oferta y la demanda no regulan más que las oscilaciones pasajeras de los precios en el mercado. Os
explicarán por qué el precio de un artículo en el mercado sube por encima de su valor o cae por debajo de él,
pero no os explicarán jamás este valor en sí. Supongamos que la oferta y la demanda se equilibren o se cubran
mutuamente, como dicen los economistas. En el mismo instante en que estas dos fuerzas contrarias se nivelan, se
- 31 paralizan mutuamente y dejan de actuar en uno u otro sentido. En el instante mismo en que la oferta y la
demanda se equilibran y dejan, por tanto, de actuar, el precio de una mercancía en el mercado coincide con su
valor real, con el precio normal en torno al cual oscilan sus precios en el mercado. Por tanto, si queremos
investigar el carácter de este valor, no tenemos que preocuparnos de los efectos transitorios que la oferta y la
demanda ejercen sobre los precios del mercado Y otro tanto cabría decir de los salarios y de los precios de todas
las demás mercancías.
5. SALARIOS Y PRECIOS
Reducidos a su expresión teórica más simple, todos los argumentos de nuestro amigo se traducen en un solo y
único dogma: «Los precios de las mercancías se determinan o regulan por los salarios».
Frente a este anticuado y desacreditado error, podría invocar el testimonio de la observación práctica. Podría
deciros que los obreros fabriles, los mineros, los trabajadores de los astilleros y otros obreros ingleses, cuyo
trabajo está relativamente bien pagado, baten a todas las demás naciones por la baratura de sus productos,
mientras que el jornalero agrícola inglés, por ejemplo, cuyo trabajo está relativamente mal pagado, es batido por
casi todas las demás naciones, a consecuencia de la carestía de sus productos. Comparando unos artículos con
otros dentro del mismo país y las mercancías de distintos países entre sí, podría demostrar que, si se prescinde de
algunas excepciones más aparentes que reales, por término medio, el trabajo bien retribuido produce mercancías
baratas y el trabajo mal pagado, mercancías caras. Esto no demostraría, naturalmente, que el elevado precio del
trabajo, en unos casos, y en otros su precio bajo sean las causas respectivas de estos efectos diametralmente
opuestos, pero sí serviría para probar, en todo caso, que los precios de las mercancías no se determinan por los
precios del trabajo. Sin embargo, es de todo punto superfluo, para nosotros, aplicar este método empírico.
Podría, tal vez, negarse que el ciudadano Weston mantenga el dogma de que «los precios de las mercancías se
determinan o regulan por los salarios». Y el hecho es que jamás lo ha formulado. Dice, por el contrario, que la
ganancia y la renta del suelo son también partes integrantes de los precios de las mercancías, puesto que de éstos
tienen que ser pagados no sólo los salarios de los obreros, sino también las ganancias del capitalista y las rentas
del terrateniente Pero, ¿cómo se forman los precios, según su modo de ver? Se forman, en primer término, por
los salarios. Luego, se añade al precio un tanto por ciento adicional a beneficio del capitalista y otro tanto por
ciento adicional a beneficio del terrateniente. Supongamos que los salarios abonados por el trabajo invertido en
la producción de una mercancía ascienden a diez. Si la cuota de ganancia fuese del 100 por 100, el capitalista
añadiría a los salarios desembolsados diez, y si la cuota de renta fuese también del 100 por 100 sobre los salarios,
habría que añadir diez más, con lo cual el precio total de la mercancía se cifraría en treinta. Pero semejante
determinación del precio significaría simplemente que éste se determina por los salarios. Si éstos, en nuestro
ejemplo anterior, ascendiesen a veinte, el precio de la mercancía ascendería a sesenta, y así sucesivamente. He
aquí por qué todos los escritores anticuados de Economía política que sentaban la tesis de que los salarios
regulan los precios, intentaban probarla presentando la ganancia y la renta del suelo como simples porcentajes
adicionales sobre los salarios. Ninguno era capaz, naturalmente, de reducir los límites de estos recargos
porcentuales a una ley económica. Parecían creer, por el contrario, que las ganancias se fijaban por la tradición,
la costumbre, la voluntad del capitalista o por cualquier otro método igualmente arbitrario e inexplicable. Cuando
dicen que las ganancias se determinan por la competencia entre los capitalistas, no dicen absolutamente nada.
Esta competencia, indudablemente, nivela las distintas cuotas de ganancia de las diversas industrias, o sea, las
reduce a un nivel medio, pero jamás puede determinar este nivel mismo o la cuota general de ganancia.
¿Qué queremos decir, cuando afirmamos que los precios de las mercancías se determinan por los salarios? Como
el salario no es más que una manera de denominar el precio del trabajo, al decir esto, decimos que los precios de
las mercancías se regulan por el precio del trabajo. Y como «precio» es valor de cambio —y cuando hablo del
valor, me refiero siempre al valor de cambio—, valor de cambio expresado en dinero, aquella afirmación
- 32 equivale a esta otra: «el valor de las mercancías se determina por el valor del trabajo», o, lo que es lo mismo:
«el valor del trabajo es la medida general de valor».
Pero, ¿cómo se determina, a su vez, «el valor del trabajo»? Al llegar aquí, nos encontramos en un punto muerto.
Siempre y cuando, claro está, que intentemos razonar lógicamente. Pero los defensores de esta teoría no sienten
grandes escrúpulos en materia de lógica. Tomemos, por ejemplo, a nuestro amigo Weston. Primero nos decía que
los salarios regulaban los precios de las mercancías y que, por tanto, éstos tenían que subir cuando subían
aquéllos. Luego, virando en redondo, nos demostraba que una subida de salarios no serviría de nada, porque
subirían también los precios de las mercancías y porque los salarios se medían, en realidad, por los precios de las
mercancías con ellos compradas. Así, pues, empezamos por la afirmación de que el valor del trabajo determina el
valor de la mercancía, y terminamos afirmando que el valor de la mercancía determina el valor del trabaJo. De
este modo, no hacemos más que movernos en el más vicioso de los círculos sin llegar a ninguna conclusión.
Salta a la vista, en general, que, tomando el valor de una mercancía, por ejemplo el trabajo, el trigo u otra
mercancía cualquiera, como medida y regulador general del valor, no hacemos más que desplazar la dificultad,
puesto que determinamos un valor por otro que, a su vez, necesita ser determinado.
Expresado en su forma más abstracta, el dogma de que «los salarios determinan los precios de las mercancías»
viene a decir que «el valor se determina por el valor», y esta tautología sólo demuestra que, en realidad, no
sabemos nada del valor. Si admitiésemos semejante premisa, toda discusión acerca de las leyes generales de la
Economía política se convertiría en pura cháchara. Por eso hay que reconocer a Ricardo el gran mérito de haber
destruido hasta en sus cimientos, con su obra "Principios de Economía política", publicada en 1817, el viejo
error, tan difundido y gastado, de que «los salarios determinan los precios», error que habían rechazado Adam
Smith y sus predecesores franceses en la parte verdaderamente científica de sus investigaciones y que, sin
embargo, reprodujeron en sus capítulos más exotéricos y vulgarizantes.
6. VALOR Y TRABAJO
¡Ciudadanos! He llegado al punto en que tengo que entrar en el verdadero desarrollo del tema. No puedo
asegurar que haya de hacerlo de un modo muy satisfactorio, pues ello me obligaría a recorrer todo el campo de la
Economía política. Habré de limitarme, como dicen los franceses, a "effleurer la question", es decir a tocar tan
sólo los aspectos fundamentales del problema.
La primera cuestión que tenemos que plantear es ésta: ¿Qué es el valor de una mercancía? ¿Cómo se determina?
A primera vista parece como si el valor de una mercancía fuese algo completamente relativo, que no puede
determinarse sin poner a una mercancía en relación con todas las demás. Y, en efecto, cuando hablamos del
valor, del valor de cambio de una mercancía, entendemos las cantidades proporcionales en que se cambia por
todas las demás mercancías. Pero esto nos lleva a preguntarnos: ¿cómo se regulan las proporciones en que se
cambian unas mercancías por otras?
Sabemos por experiencia que estas proporciones varían hasta el infinito. Si tomamos una sola mercancía, trigo,
por ejemplo, veremos que un quarter de trigo se cambia por otras mercancías en una serie casi infinita de
proporciones. Y, sin embargo, como su valor es siempre el mismo, ya se exprese en seda, en oro o en otra
mercancía cualquiera, este valor tiene que ser forzosamente algo distinto e independiente de esas diversas
proporciones en que se cambia por otros artículos. Tiene que ser posible expresarlo en una forma muy distinta de
estas diversas ecuaciones entre diversas mercancías.
- 33 Además, cuando digo que un quarter de trigo se cambia por hierro en una determinada proporción o que el valor
de un quarter de trigo se expresa en una determinada cantidad de hierro, digo que el valor del trigo y su
equivalente en hierro son iguales a una tercera cosa que no es ni trigo ni hierro, ya que doy por supuesto que
expresan la misma magnitud en dos formas distintas. Por tanto, cada uno de estos dos objetos, lo mismo el trigo
que el hierro, debe poder reducirse de por sí, independientemente del otro, a aquella tercera cosa, que es la
medida común de ambos.
Para aclarar este punto, recurriré a un ejemplo geométrico muy sencillo. Cuando comparamos el área de varios
triángulos de las más diversas formas y magnitudes, o cuando comparamos triángulos con rectángulos o con otra
figura rectilínea cualquiera, ¿cómo procedemos? Reducimos el área de cualquier triángulo a una expresión
completamente distinta de su forma visible. Y como, por la naturaleza del triángulo, sabemos que su área es igual
a la mitad del producto de su base por su altura, esto nos permite comparar entre sí los diversos valores de toda
clase de triángulos y de todas las figuras rectilíneas, puesto que todas ellas pueden reducirse a un cierto número
de triángulos.
El mismo procedimiento tenemos que seguir en cuanto a los valores de las mercancías. Tenemos que poder
reducirlos todos a una expresión común, distinguiéndolos solamente por la proporción en que contienen esta
medida igual.
Como los valores de cambio de las mercancías no son más que funciones sociales de las mismas y no tienen nada
que ver con sus propiedades naturales, lo primero que tenemos que preguntarnos es esto: ¿cuál es la sustancia
social común a todas las mercancías? Es el trabajo. Para producir una mercancía hay que invertir en ella o
incorporar a ella una determinada cantidad de trabajo. Y no simplemente trabajo, sino trabajo social. El que
produce un objeto para su uso personal y directo, para consumirlo, crea un producto, pero no una mercancía.
Como productor que se mantiene a sí mismo no tiene nada que ver con la sociedad. Pero, para producir una
mercancía, no sólo tiene que crear un artículo que satisfaga una necesidad social cualquiera, sino que su mismo
trabajo ha de representar una parte integrante de la suma global de trabajo invertido por la sociedad. Ha de
hallarse supeditado a la división del trabajo dentro de la sociedad. No es nada sin los demás sectores del trabajo,
y, a su vez, tiene que integrarlos.
Cuando consideramos las mercancías como valores, las consideramos exclusivamente bajo el solo aspecto de
trabajo social realizado, plasmado, o si queréis, cristalizado. Así consideradas, sólo pueden distinguirse las unas
de las otras en cuanto representan cantidades mayores o menores de trabajo; así, por ejemplo, en un pañuelo de
seda puede encerrarse una cantidad mayor de trabajo que en un ladrillo. Pero, ¿cómo se miden las cantidades de
trabajo? Por el tiempo que dura el trabajo, midiendo éste por horas, por días, etcétera. Naturalmente, para
aplicar esta medida, todas las clases de trabajo se reducen a trabajo medio o simple, como a su unidad de medida.
Llegamos, por tanto, a esta conclusión. Una mercancía tiene un valor por ser cristalización de un trabajo social.
La magnitud de su valor o su valor relativo depende de la mayor o menor cantidad de sustancia social que
encierra; es decir, de la cantidad relativa de trabajo necesaria para su producción. Por tanto, los valores relativos
de las mercancías se determinan por las correspondientes cantidades o sumas de trabajo invertidas, realizadas,
plasmadas en ellas. Las cantidades correspondientes de mercancías que pueden ser producidas en el mismo
tiempo de trabajo, son iguales. O, dicho de otro modo: el valor de una mercancía guarda con el valor de otra
mercancía la misma proporción que la cantidad de trabajo plasmada en la una guarda con la cantidad de trabajo
plasmada en la otra.
Sospecho que muchos de vosotros preguntaréis: ¿es que existe, realmente, una diferencia tan grande, suponiendo
que exista alguna, entre la determinación de los valores de las mercancías a base de los salarios y su
determinación por las cantidades relativas de trabajo necesarias para su producción? Pero no debéis perder de
vista que la retribución del trabajo y la cantidad de trabajo son cosas completamente distintas. Supongamos, por
ejemplo, que en un quarter de trigo y en una onza de oro se plasman cantidades iguales de trabajo. Me valgo de
este ejemplo porque fue empleado por Benjamin Franklin en su primer ensayo, publicado en 1729 y titulado "A
Modest Inquiry into the Nature and Necessity of a Paper Currency («Una modesta investigación sobre la
- 34 naturaleza y la necesidad del papel moneda»). En este libro, Franklin fue uno de los primeros en dar con la
verdadera naturaleza del valor. Así pues, hemos supuesto que un quarter de trigo y una onza de oro son valores
iguales o equivalentes, por ser cristalización de cantidades iguales de trabajo medio, de tantos días o tantas
semanas de trabajo plasmado en cada una de ellas. ¿Acaso, para determinar los valores relativos del oro y del
trigo del modo que lo hacemos, nos referimos para nada a los salarios que perciben los obreros agrícolas y los
mineros? No, ni en lo más mínimo. Dejamos completamente sin determinar cómo se paga el trabajo diario o
semanal de estos obreros, ni siquiera decimos si aquí se emplea o no trabajo asalariado. Aun suponiendo que sí,
los salarios han podido ser muy desiguales. Puede ocurrir que el obrero cuyo trabajo se plasma en el quarter de
trigo sólo perciba por él dos bushels, mientras que el obrero que trabaja en la mina puede haber percibido por su
trabajo la mitad de la onza de oro. O, suponiendo que sus salarios
sean iguales, pueden diferir, en las más diversas proporciones, de los valores de las mercancías por ellos creadas.
Pueden representar la mitad, la tercera parte, la cuarta parte, la quinta parte u otra fracción cualquiera de aquel
quarter de trigo o de aquella onza de oro. Naturalmente, sus salarios no pueden rebasar los valores de las
mercancías por ellos producidas, no pueden ser mayores que éstos, pero sí pueden ser inferiores en todos los
grados imaginables. Sus salarios se hallarán limitados por los valores de los productos, pero los valores de sus
productos no se hallarán limitados por los salarios. Y, sobre todo, los valores, los valores relativos del trigo y del
oro, por ejemplo, se fijarán sin atender para nada al valor del trabajo invertido en ellos, es decir, sin atender para
nada a los salarios. La determinación de los valores de las mercancías por las cantidades relativas de trabajo
plasmado en ellas difiere, como se ve, radicalmente del método tautológico de la determinación de los valores de
las mercancías por el valor del trabajo, o sea, por los salarios. Sin embargo, en el curso de nuestra investigación
tendremos ocasión de aclarar más todavía este punto.
Para calcular el valor de cambio de una mercancía, tenemos que añadir a la cantidad de trabajo últimamente
invertido en ella la que se encerró antes en las materias primas con que se elabora la mercancía y el trabajo
incorporado a las herramientas, maquinaria y edificios empleados en la producción de dicha mercancía.Por
ejemplo, el valor de una determinada cantidad de hilo de algodón es la cristalización de la cantidad de trabajo
que se incorpora al algodón durante el proceso del hilado y, además, de la cantidad de trabajo plasmado
anteriormente en el mismo algodón, de la cantidad de trabajo que se encierra en el carbón, el aceite y otras
materias auxiliares empleadas, y de la cantidad de trabajo materializado en la máquina de vapor, los husos, el
edificio de la fábrica, etc. Los instrumentos de producción propiamente dichos, tales como herramientas,
maquinaria y edificios, se utilizan constantemente, durante un período de tiempo más o menos largo en procesos
reiterados de producción. Si se consumiesen de una vez, como ocurre con las materias primas, se transferiría
inmediatamente todo su valor a la mercancía que ayudan a producir. Pero como un huso, por ejemplo, sólo se
desgasta paulatinamente, se calcula un promedio, tomando por base su duración media y su desgaste medio
durante determinado tiempo, v. gr., un día. De este modo, calculamos qué parte del valor del huso pasa al hilo
fabricado durante un día y qué parte, por tanto, corresponde, dentro de la suma global de trabajo que se encierra,
v. gr., en una libra de hilo, a la cantidad de trabajo plasmada anteriormente en el huso. Para el objeto que
perseguimos, no es necesario detenerse más en este punto.
Podría pensarse que, si el valor de una mercancía se determina por la cantidad de trabajo que se invierte en su
producción, cuanto más perezoso o más torpe sea un operario más valor encerrará la mercancía producida por él,
puesto que el tiempo de trabajo necesario par,a producirla será mayor. Pero el que tal piensa incurre en un
lamentable error. Recordaréis que yo empleaba la expresión «trabajo social», y en esta denominación de «social»
se encierran muchas cosas. Cuando decimos que el valor de una mercancía se determina por la cantidad de
trabajo encerrado o cristalizado en ella, tenemos presente la cantidad de trabajo necesario para producir esa
mercancía en un estado social dado y bajo determinadas condiciones sociales medias de producción, con una
intensidad media social dada y con un,l destreza media en el trabajo que se invierte. Cuando en Inglaterra el telar
de vapor empezó a competir con el telar manual, para convertir una determinada cantidad de hilo en una yarda de
lienzo o de paño bastaba con la mitad del tiempo de trabajo que antes se invertía. Ahora, el pobre tejedor manual
tenía que trabajar diecisiete o dieciocho horas diarias, en vez de las nueve o diez que trabajaba antes. No
obstante, el producto de sus veinte horas de trabajo sólo representaba diez horas de trabajo social, es decir, diez
- 35 horas de trabajo socialmente necesario para convertir una determinada cantidad de hilo en artículos textiles. Por
tanto, su producto de veinte horas no tenía más valor que el que antes elaboraba en diez.
Por consiguiente, si la cantidad de trabajo socialmente necesario materializado en las mercancías es lo que
determina el valor de cambio de éstas, al crecer la cantidad de trabajo requerido para producir una mercancía
aumenta forzosamente su valor, y viceversa, al disminuir aquélla, baja éste.
Si las respectivas cantidades de trabajo necesarias para producir las mercancías respectivas permaneciesen
constantes, serían también constantes sus valores relativos. Pero no sucede así. La cantidad de trabajo necesaria
para producir una mercancía cambia constantemente, al cambiar las fuerzas productivas del trabajo aplicado.
Cuanto mayores son las fuerzas productivas del trabajo, más productos se elaboran en un tiempo de trabajo dado;
y cuanto menores son, menos se produce en el mismo tiempo. Si, por ejemplo, al crecer la población se hiciese
necesario cultivar terrenos menos fértiles, habría que invertir una cantidad mayor de trabajo para obtener la
misma producción, y esto haría subir el valor de los productos agrícolas. De otra parte, si un solo hilador, con
ayuda de los modernos medios de producción, convierte en hilo, al cabo de la jornada, miles de veces más
algodón que antes en el mismo tiempo con la rueca, es evidente que ahora cada libra de algodón absorberá miles
de veces menos trabajo de hilado que antes, y, por consiguiente, el valor que el proceso de hilado incorpora a
cada libra de algodón será miles de veces menor. Y en la misma proporción bajará el valor del hilo.
Prescindiendo de las diferencias que se dan en las energías naturales y en la destreza adquirida para el trabajo
entre los distintos pueblos, las fuerzas productivas del trabajo dependerán, principalmente:
1. De las condiciones naturales del trabajo: fertilidad del suelo, riqueza de los yacimientos, etc.
2. Del perfeccionamiento progresivo de las fuerzas sociales del trabajo por efecto de la producción en gran
escala, la concentración del capital, la combinación del trabajo, la división del trabajo, la maquinaria, los
métodos perfeccionados de trabajo, la aplicación de la fuerza química y de otras fuerzas naturales, la reducción
del tiempo y del espacio gracias a los medios de comunicación y de transporte, y todos los demás inventos
mediante los cuales la ciencia obliga a las fuerzas naturales a ponerse al servicio del trabajo y se desarrolla el
carácter social o cooperativo de éste. Cuanto mayores son las fuerzas productivas del trabajo, menos trabajo se
invierte en una cantidad dada de productos y, por tanto, menor es el valor de estos productos. Y cuanto menores
son las fuerzas productivas del trabajo, más trabajo se emplea en la misma cantidad de productos, y, por tanto,
mayor es el valor de cada uno de ellos. Podemos, pues, establecer como ley general lo siguiente:
Los valores de las mercancías están en razón directa al tiempo de trabajo invertido en su producción y en razón
inversa a las fuerzas productivas del trabajo empleado.
Como hasta aquí sólo hemos hablado del valor, añadiré también algunas palabras acerca del precio, que es una
forma peculiar que reviste el valor.
De por sí, el precio no es otra cosa que la expresión en dinero del valor. Los valores de todas las mercancías de
este país, por ejemplo, se expresan en precios oro, mientras que en el continente se expresan principalmente en
precios plata. El valor del oro o de la plata se determina, como el de cualquier mercancía, por la cantidad de
trabajo necesario para su extracción. Cambiáis una cierta suma de vuestros productos nacionales, en la que se
cristaliza una determinada cantidad de vuestro trabajo nacional, por los productos de los países productores de
oro y plata, en los que se cristaliza una determinada cantidad de su trabajo. Es así, por el cambio precisamente,
cómo aprendéis a expresar en oro y plata los valores de todas las mercancías, es decir, las cantidades de trabajo
empleadas en su producción. Si ahondáis más en la expresión en dinero del valor, o lo que es lo mismo, en la
conversión del valor en precio, veréis que se trata de un proceso por medio del cual dais a los valores de todas
las mercancías una forma independiente y homogénea, o mediante el cual los expresáis como cantidades de igual
trabajo social. En la medida en que sólo es la expresión en dinero del valor, el precio fue llamado, por Adam
Smith, precio natural, y por los fisiócratas franceses, prix nécessaire [*]
- 36 ¿Qué relación guardan, pues, el valor y los precios del mercado, o los precios naturales y los precios del
mercado? Todos sabéis que el precio del mercado es el mismo para todas las mercancías de la misma clase, por
mucho que varíen las condiciones de producción de los productores individuales. Los precios del mercado no
hacen más que expresar la cantidad media de trabajo social que, bajo condiciones medias de producción, es
necesaria para abastecer e] mercado con una determinada cantidad de cierto artículo. Se calculan con arreglo a la
cantidad global de una mercancía de determinada clase.
Hasta aquí, el precio de una mercancía en el mercado coincide con su valor. De otra parte, las oscilaciones de los
precios del mercado, que unas veces exceden del valor o precio natural y otras veces quedan por debajo de él,
dependen de las fluctuaciones de la oferta y la demanda. Los precios del mercado se desvían constantemente de
los valores, pero como dice Adam Smith:
«El precio natural es algo así como el precio central, hacia el que gravitan constantemente los precios de todas
las mercancías. Diversas circunstancias accidentales pueden hacer que estos precios excedan a veces
considerablemente de aquél, y otras veces desciendan un poco por debajo de él. Pero, cualesquiera que sean los
obstáculos que les impiden detenerse en este centro de reposo y estabilidad, tienden continuamente hacia él»
[11].
Ahora no puedo examinar más detenidamente este asunto. Baste decir que si la oferta y la demanda se equilibran,
los precios de las mercancías en el mercado corresponderán a sus precios naturales, es decir, a sus valores, los
cuales se determinan por las respectivas cantidades de trabajo necesario para su producción. Pero la oferta y la
demanda tienen que tender siempre a equilibrarse, aunque sólo lo hagan compensando una fluctuación con otra,
un alza con una baja, y viceversa. Si en vez de fijaros solamente en las fluctuaciones diarias, analizáis el
movimiento de los precios del mercado durante períodos de tiempo más largos, como lo ha hecho, por ejemplo,
Mr. Tooke en su "Historia de los Precios", descubriréis que las fluctuaciones de los precios en el mercado, sus
desviaciones de los valores, sus alzas y bajas, se paralizan y se compensan unas con otras, de tal modo que, si
prescindimos de la influencia que ejercen los monopolios y algunas otras modificaciones que aquí tenemos que
pasar por alto, todas las clases de mercancías se venden, por término medio, por sus respectivos valores o precios
naturales. Los períodos de tiempo medios durante los cuales se compensan entre sí las fluctuaciones de los
precios en el mercado difieren según las distintas clases de mercancías, porque en unas es más fácil que en otras
adaptar la oferta a la demanda.
Por tanto, si en términos generales y abrazando períodos de tiempo relativamente largos, todas las clases de
mercancías se venden por sus respectivos valores, es absurdo suponer que la ganancia —no en casos aislados,
sino la ganancia constante y habitual de los distintos industriales— brote de un recargo de los precios de las
mercancías o del hecho de que se las venda por un precio que exceda de su valor. Lo absurdo de esta idea se
evidencia con generalizarla. Lo que uno ganase constantemente como vendedor, tendría que perderlo
continuamente como comprador. No sirve de nada decir que hay gentes que compran sin vender, consumidores
que no son productores. Lo que éstos pagasen al productor tendrían que recibirlo antes gratis de él. Si una
persona toma vuestro dinero y luego os lo devuelve comprándoos vuestras mercancías, nunca os haréis ricos,
por muy caras que se las vendáis. Esta clase de negocios podrá reducir una pérdida, pero jamás contribuir a
obtener una ganancia.
Por tanto, para explicar el carácter general de la ganancia no tendréis más remedio que partir del teorema de que
las mercancías se venden, por término medio, por sus verdaderos valores y que las ganancias se obtienen
vendiendo las mercancías por su valor, es decir, en proporción a la cantidad de trabajo materializado en ellas. Si
no conseguís explicar la ganancia sobre esta base, no conseguiréis explicarla de ningún modo. Esto parece una
paradoja y algo contrario a lo que observamos todos los días. También es paradójico el hecho de que la Tierra
gire alrededor del Sol y de que el agua esté formada por dos gases muy inflamables. Las verdades científicas son
siempre paradójicas, si se las mide por el rasero de la experiencia cotidiana, que sólo percibe la apariencia
engañosa de las cosas.
- 37 NOTAS
[*] Precio necesario. (N. de la Edit.)
[11] 32. A. Smith. "An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations" («Investigación acerca de la naturaleza y las
causas de la riqueza de las naciones»), Vol. I, Edinburgh, 1814, p. 93.- 53
7. LA FUERZA DE TRABAJO
Después de analizar, en la medida en que podíamos hacerlo en un examen tan rápido, la naturaleza del valor, del
valor de una mercancía cualquiera, hemos de encaminar nuestra atención al peculiar valor del trabajo. Y aquí,
nuevamente tengo que provocar vuestro asombro con otra aparente paradoja. Todos vosotros estáis convencidos
de que lo que vendéis todos los días es vuestro trabajo; de que, por tanto, el trabajo tiene un precio, y de que,
puesto que el precio de una mercancía no es más que la expresión en dinero de su valor, tiene que existir, sin
duda, algo que sea el valor del trabajo. Y, sin embargo, no existe tal cosa como valor del trabajo, en el sentido
corriente de la palabra. Hemos visto que la cantidad de trabajo necesario cristalizado en una mercancía constituye
el valor. Aplicando ahora este concepto del valor, ¿cómo podríamos determinar el valor de una jornada de trabajo
de diez horas, por ejemplo? ¿Cuánto trabajo se encierra en esta jornada? Diez horas de trabajo. Si dijésemos que
el valor de una jornada de trabajo de diez horas equivale a diez horas de trabajo, o a la cantidad de trabajo
contenido en aquéllas, haríamos una afirmación tautológica, y además, sin sentido. Naturalmente, después de
haber desentrañado el sentido verdadero, pero oculto, de la expresión «valor del trabajo», estaremos en
condiciones de explicar esta aplicación irracional y aparentemente imposible del valor; del mismo modo que
estamos en condiciones de explicar los movimientos aparentes o meramente percibidos de los cuerpos celestes,
después de conocer sus movimientos reales.
Lo que el obrero vende no es directamente su trabajo, sino su fuerza de trabajo, cediendo temporalmente al
capitalista el derecho a disponer de ella. Tan es así, que no sé si las leyes inglesas, pero sí, desde luego, algunas
leyes continentales, fijan el máximo de tiempo por el que una persona puede vender su fuerza de trabajo. Si se le
permitiese venderla sin limitación de tiempo, tendríamos inmediatamente restablecida la esclavitud. Semejante
venta, si comprendiese, por ejemplo, toda la vida del obrero, le convertiría inmediatamente en esclavo perpetuo
de su patrono.
Thomas Hobbes, uno de los más viejos economistas y de los filósofos más originales de Inglaterra, vio ya, en su
Leviatán, instintivamente, este punto, que todos sus sucesores han pasado por alto. Dice Hobbes:
«El valor o el mérito de un hombre es, como en las demás cosas, su precio, es decir, lo que se daría por el uso de
su fuerza».
Partiendo de esta base, podremos determinar el valor del trabajo, como el de cualquier otra mercancía.
Pero, antes de hacerlo, cabe preguntar: ¿de dónde proviene ese hecho peregrino de que en el mercado nos
encontramos con un grupo de compradores que poseen tierras, maquinaria, materias primas y medios de vida,
cosas todas que, fuera de la tierra virgen, son otros tantos productos del trabajo, y, de otro lado, un grupo de
vendedores que no tienen nada que vender más que su fuerza de trabajo, sus brazos laboriosos y sus cerebros?
¿Cómo se explica que uno de los grupos compre constantemente para obtener una ganancia y enriquecerse,
mientras que el otro grupo vende constantemente para ganar el sustento de su vida? La investigación de este
problema sería la investigación de aquello que los economistas denominan «acumulación previa u originaria»,
pero que debería llamarse, expropiación originaria. Y veríamos entonces que esta llamada acumulación
originaria no es sino una serie de procesos históricos que acabaron destruyendo la unidad originaria que existía
- 38 entre el hombre trabajador y sus medios de trabajo. Sin embargo, esta investigación cae fuera de la órbita de
nuestro tema actual. Una vez consumada la separación entre el trabajador y los medios de trabajo, este estado de
cosas se mantendrá y se reproducirá en una escala cada vez más vasta, hasta que una nueva y radical revolución
del modo de producción lo eche por tierra y restaure la unidad originaria bajo una forma histórica nueva.
¿Qué es, pues, el valor de la fuerza de trabajo?
Al igual que el de toda otra mercancía, este valor se determina por la cantidad de trabajo necesaria para su
producción. La fuerza de trabajo de un hombre existe, pura y exclusivamente, en su individualidad viva. Para
poder desarrollarse y sostenerse, un hombre tiene que consumir una determinada cantidad de artículos de primera
necesidad. Pero el hombre, al igual que la máquina, se desgasta y tiene que ser remplazado por otro. Además de
la cantidad de artículos de primera necesidad requeridos para su propio sustento, el hombre necesita otra
cantidad para criar determinado número de hijos, llamados a remplazarle a él en el mercado de trabajo y a
perpetuar la raza obrera. Además, es preciso dedicar otra suma de valores al desarrollo de su fuerza de trabajo y a
la adquisición de una cierta destreza. Para nuestro objeto, basta con que nos fijemos en un trabajo medio, cuyos
gastos de educación y perfeccionamiento son magnitudes insignificantes. Debo, sin embargo, aprovechar esta
ocasión para hacer constar que, del mismo modo que el coste de producción de fuerzas de trabajo de distinta
calidad es distinto, tiene que serlo también el valor de la fuerza de trabajo aplicada en los distintos oficios. Por
tanto, el clamor por la igualdad de salarios descansa en un error, es un deseo absurdo, que jamás llegará a
realizarse. Es un brote de ese falso y superficial radicalismo que admite las premisas y pretende rehuir las
conclusiones. Dentro del sistema de trabajo asalariado el valor de la fuerza de trabajo se fija lo mismo que el de
otra mercancía cualquiera; y como distintas clases de fuerza de trabajo tienen distintos valores o exigen distintas
cantidades de trabajo para su producción, tienen que tener distintos precios en el mercado de trabajo. Pedir una
retribución igual, o incluso una retribución equitativa, sobre la base del sistema de trabajo asalariado, es lo
mismo que pedir libertad sobre la base de un sistema fundado en la esclavitud. Lo que pudiéramos reputar justo
o equitativo, no hace al caso. El problema está en saber qué es lo necesario e inevitable dentro de un sistema
dado de producción.
Según lo que dejamos expuesto, el valor de la fuerza de trabajo se determina por el valor de los artículos de
primera necesidad imprescindibles para producir, desarrollar, mantener y perpetuar la fuerza de trabajo.
8. LA PRODUCCION DE LA PLUSVALIA
Supongamos ahora que el promedio de los artículos de primera necesidad imprescindibles diariamente al obrero
requiera, para su producción, seis horas de trabajo medio. Supongamos, además, que estas seis horas de trabajo
medio se materialicen en una cantidad de oro equivalente a tres chelines. En estas condiciones, los tres chelines
serían el precio o la expresión en dinero del valor diario de la fuerza de trabajo de este hombre. Si trabajase seis
horas, produciría diariamente un valor que bastaría para comprar la cantidad media de sus artículos diarios de
primera necesidad, es decir, para mantenerse como obrero.
Pero nuestro hombre es un obrero asalariado. Por tanto, tiene que vender su fuerza de trabajo a un capitalista. Si
se la vende por tres chelines diarios o por dieciocho chelines semanales, la vende por su valor. Supongamos que
se trata de un hilador. Si trabaja seis horas al día, incorporará al algodón diariamente un valor de tres chelines.
Este valor diariamente incorporado por él representaría un equivalente exacto del salario o precio de su fuerza de
trabajo que se le abona diariamente. Pero en este caso no afluiría al capitalista ninguna plusvalía o plusproducto.
Aquí es donde tropezamos con la verdadera dificultad.
Al comprar la fuerza de trabajo del obrero y pagarla por su valor, el capitalista adquiere, como cualquier otro
comprador, el derecho a consumir o usar la mercancía comprada. La fuerza de trabajo de un hombre se consume
- 39 o se usa poniéndolo a trabajar, ni más ni menos que una máquina se consume o se usa haciéndola funcionar. Por
tanto, el capitalista, al pagar el valor diario o semanal de la fuerza de trabajo del obrero, adquiere el derecho a
servirse de ella o a hacerla trabajar durante todo el día o toda la semana. La jornada de trabajo o la semana de
trabajo tienen, naturalmente, ciertos límites, pero sobre esto volveremos en detalle más adelante
Por el momento, quiero llamar vuestra atención hacia un punto decisivo.
El valor de la fuerza de trabajo se determina por la cantidad de trabajo necesario para su conservación o
reproducción, pero el uso de esta fuerza de trabajo no encuentra más límite que la energía activa y la fuerza física
del obrero. El valor diario o semanal de la fuerza de trabajo y el ejercicio diario o semanal de esta misma fuerza
de trabajo son dos cosas completamente distintas, tan distintas como el pienso que consume un caballo y el
tiempo que puede llevar sobre sus lomos al jinete. La cantidad de trabajo que sirve de límite al valor de la fuerza
de trabajo del obrero no limita, ni mucho menos, la cantidad de trabajo que su fuerza de trabajo puede ejecutar.
Tomemos el ejemplo de nuestro hilador. Veíamos que, para reponer diariamente su fuerza de trabajo, este hilador
necesitaba reproducir diariamente un valor de tres chelines, lo que hacía con su trabajo diario de seis horas. Pero
esto no le quita la capacidad de trabajar diez o doce horas, y aún más, diariamente. Y el capitalista, al pagar el
valor diario o semanal de la fuerza de trabajo del hilador, adquiere el derecho a usarla durante todo el día o toda
la semana. Le hará trabajar, por tanto, supongamos, doce horas diarias. Es decir, que sobre y por encima de las
seis horas necesarias para reponer su salario, o el valor de su fuerza de trabajo, el hilador tendrá que trabajar
otras seis horas, que llamaré horas de plustrabajo, y este plustrabajo se traducirá en una plusvalía y en un
plusproducto. Si, por ejemplo, nuestro hilador, con su trabajo diario de seis horas, añadía al algodón un valor de
tres chelines, valor que constituye un equivalente exacto de su salario, en doce horas incorporará al algodón un
valor de seis chelines y producirá la correspondiente cantidad adicional de hilo. Y, como ha vendido su fuerza
de trabajo el capitalista, todo el valor, o sea, todo el producto creado por él pertenece al capitalista, que es el
dueño pro tempore [*] de su fuerza de trabajo. Por tanto, adelantando tres chelines, el capitalista realizará el
valor de seis, pues mediante el adelanto de un valor en el que hay cristalizadas seis horas de trabajo, recibirá a
cambio un valor en el que hay cristalizadas doce horas de trabajo. Al repetir diariamente esta operación, el
capitalista adelantará diariamente tres chelines y se embolsará cada día seis, la mitad de los cuales volverá a
invertir en pagar nuevos salarios, mientras que la otra mitad forma la plusvalía, por la que el capitalista no abona
ningún equivalente. Este tipo de intercambio entre el capital y el trabajo es el que sirve de base a la producción
capitalista o al sistema de trabajo asalariado, y tiene incesantemente que conducir a la reproducción del obrero
como obrero y del capitalista como capitalista.
La cuota de plusvalía dependerá, si las demás circunstancias permanecen invariables, de la proporción existente
entre la parte de la jornada de trabajo necesaria para reproducir el valor de la fuerza de trabajo y el tiempo
suplementario o plustrabajo destinado al capitalista. Dependerá, por tanto, de la proporción en que la jornada de
trabajo se prolongue más allá del tiempo durante el cual el obrero, con su trabajo, se limita a reproducir el valor
de su fuerza de trabajo o a reponer su salario.
NOTAS
[*] Temporal. (N. de la Edit.)
9. EL VALOR DEL TRABAJO
Ahora tenemos que volver a la expresión de «valor o precio del trabajo».
Hemos visto que, en realidad, este valor no es más que el de la fuerza de trabajo medido por los valores de las
mercancías necesarias para su manutención. Pero, como el obrero sólo cobra su salario después de realizar su
- 40 trabajo y como, además, sabe que lo que entrega realmente al capitalista es su trabajo, necesariamente se
imagina que el valor o precio de su fuerza de trabajo es el precio o valor de su trabajo mismo. Si el precio de su
fuerza de trabajo son tres chelines, en los que se materializan seis horas de trabajo, y si trabaja doce horas,
forzosamente tiene que representarse esos tres chelines como el valor o precio de doce horas de trabajo, aunque
estas doce horas de trabajo representan un valor de seis chelines. De aquí se desprenden dos conclusiones:
Primera. El valor o precio de la fuerza de trabajo reviste la apariencia del precio o valor del trabajo mismo,
aunque en rigor las expresiones «valor» y «precio» del trabajo carecen de sentido.
Segunda. Aunque sólo se paga una parte del trabajo diario del obrero, mientras que la otra parte queda sin
retribuir, y aunque este trabajo no retribuido o plustrabajo es precisamente el fondo del que sale la plusvalía o
ganancia, parece como si todo el trabajo fuese trabajo retribuido.
Esta apariencia engañosa distingue al trabajo asalariado de las otras formas históricas del trabajo. Dentro del
sistema de trabajo asalariado, hasta el trabajo no retribuido parece trabajo pagado. Por el contrario, en el trabajo
de los esclavos parece trabajo no retribuido hasta la parte del trabajo que se paga. Naturalmente, para poder
trabajar, el esclavo tiene que vivir, y una parte de su jornada de trabajo sirve para reponer el valor de su propio
sustento. Pero, como entre él y su amo no ha mediado trato alguno ni se celebra entre ellos ningún acto de
compra y venta, parece como si el esclavo entregase todo su trabajo gratis.
Fijémonos por otra parte en el campesino siervo, tal como existía, casi podríamos decir hasta ayer mismo, en
todo el Este de Europa. Este campesino trabajaba, por ejemplo, tres días para él mismo en la tierra de su
propiedad o en la que le había sido asignada, y los tres días siguientes los destinaba a trabajar obligatoriamente y
gratis en la finca de su señor. Como vemos, aquí las dos partes del trabajo, la pagada y la no retribuida, aparecían
separadas visiblemente, en el tiempo y en el espacio, y nuestros liberales rebosaban indignación moral ante la
idea absurda de que se obligase a un hombre a trabajar de balde.
Pero, en realidad, tanto da que una persona trabaje tres días de la semana para sí, en su propia tierra, y otros tres
días gratis en la finca de su señor, como que trabaje todos los días, en la fábrica o en el taller, seis horas para sí y
seis para su patrono; aunque en este caso la parte del trabajo pagado y la del trabajo no retribuido aparezcan
inseparablemente confundidas, y el carácter de toda la transacción se disfrace completamente con la
interposición de un contrato y el pago abonado al final de la semana. En el primer caso, el trabajo no retribuido
aparece como arrancado por la fuerza; en el segundo caso, parece entregado voluntariamente. Tal es la única
diferencia.
Siempre que emplee las palabras «valor del trabajo», las emplearé sólo como término popular para indicar el
«valor de la fuerza de trabajo».
10. SE OBTIENE GANANCIA VENDIENDO UNA MERCANCIA POR SU VALOR
Supongamos que una hora media de trabajo se materialice en un valor de seis peniques, o doce horas medias de
trabajo en un valor de seis chelines. Supongamos, asimismo, que el valor del trabajo represente tres chelines o el
producto de seis horas de trabajo. Si en las materias primas, maquinaria, etc., que se consumen para producir una
determinada mercancía, se materializan veinticuatro horas medias de trabajo, su valor ascenderá a doce chelines.
Si, además, el obrero empleado por el capitalista añade a estos medios de producción doce horas de trabajo,
tendremos que estas doce horas se materializan en un valor adicional de seis chelines. Por tanto, el valor total del
producto se elevará a treinta y seis horas de trabajo materializado, equivalente a dieciocho chelines. Pero, como
el valor del trabajo o el salario abonado al obrero sólo representa tres chelines, resultará que el capitalista no
abona ningún equivalente por las seis horas de plustrabajo rendidas por el obrero y materializadas en el valor de
la mercancía. Por tanto, vendiendo esta mercancía por su valor, por dieciocho chelines, el capitalista obtendrá un
valor de tres chelines, sin desembolsar ningún equivalente a cambio de él. Estos tres chelines representarán la
- 41 plusvalía o ganancia que el capitalista se embolsa. Es decir, que el capitalista no obtendrá la ganancia de tres
chelines por vender su mercancía a un precio que exceda de su valor, sino vendiéndola por su valor real.
El valor de una mercancía se determina por la cantidad total de trabajo que encierra. Pero una parte de esta
cantidad de trabajo se materializa en un valor por el que se abonó un equivalente en forma de salarios; otra parte
se materializa en un valor por el que no se pagó ningún equivalente. Una parte del trabajo encerrado en la
mercancía es trabajo retribuido; otra parte, trabajo no retribuido. Por tanto, cuando el capitalista vende la
mercancía por su valor, es decir, como cristalización de la cantidad total de trabajo invertido en ella, tiene
necesariamente que venderla con ganancia. Vende no sólo lo que le ha costado un equivalente, sino también lo
que no le ha costado nada, aunque haya costado el trabajo de su obrero. Lo que la mercancía le cuesta al
capitalista y lo que en realidad cuesta, son cosas distintas. Repito pues, que vendiendo las mercancías por su
verdadero valor, y no por encima de éste, es como se obtienen ganancias normales y medias.
11. LAS DIVERSAS PARTES EN QUE SE DIVIDE LA PLUSVALIA
La plusvalía, o sea, aquella parte del valor total de la mercancía en que se materializa el plustrabajo o trabajo no
retribuido del obrero, es lo que yo llamo ganancia. Esta ganancia no se ]a embolsa en su totalidad el empresario
capitalista. El monopolio del suelo permite al terrateniente embolsarse una parte de esta plusvalía bajo el nombre
de renta del suelo, lo mismo da si el suelo se utiliza para fines agrícolas que si se destina a construir edificios,
ferrocarriles o a otro fin productivo cualquiera. Por otra parte, el hecho de que la posesión de los medios de
trabajo permita al empresario capitalista producir una plusvalía o, lo que viene a ser lo mismo, apropiarse una
determinada cantidad de trabajo no retribuido, es precisamente lo que permite al propietario de los medios de
trabajo, que los presta total o parcialmente al empresario capitalista, en una palabra, al capitalista que presta el
dinero, reivindicar para sí mismo otra parte de esta plusvalía, bajo el nombre de interés, con lo que al empresario
capitalista, como tal, sólo le queda la llamada ganancia industrial o comercial.
Con arreglo a qué leyes se opera esta división del importe total de la plusvalía entre las tres categorías de gentes
mencionadas, es una cuestión que cae bastante lejos de nuestro tema. Pero, de lo que dejamos expuesto, se
desprende, por lo menos, lo siguiente:
La renta del suelo, el interés y la ganancia industrial no son más que otros tantos nombres diversos para
expresar las diversas partes de la plusvalía de la mercancía o del trabajo no retribuido que en ella se
materializa, y brotan todas por igual de esta fuente y sólo de ella. No provienen del suelo como tal, ni del capital
de por sí; mas el suelo y el capital permiten a sus poseedores obtener su parte correspondiente en la plusvalía que
el empresario capitalista estruja al obrero. Para el mismo obrero, la cuestión de si esta plusvalía, fruto de su
plustrabajo o trabajo no retribuido, se la embolsa exclusivamente el empresario capitalista o éste se ve obligado a
ceder a otros una parte de ella bajo el nombre de renta del suelo o interés, sólo tiene una importancia secundaria.
Supongamos que el empresario capitalista maneje solamente capital propio y sea su propio terrateniente; en este
caso, toda la plusvalía irá a parar a su bolsillo.
Es el empresario capitalista quien extrae directamente al obrero esta plusvalía, cualquiera que sea la parte que, en
último termino, pueda reservarse. Por eso, esta relación entre el empresario capitalista y el obrero asalariado es la
piedra angular de todo el sistema de trabajo asalariado y de todo el régimen actual de producción. Por
consiguiente, no tenían razón algunos de los ciudadanos que intervinieron en nuestro debate, cuando intentaban
empequeñecer las cosas y presentar esta relación fundamental entre el empresario capitalista y el obrero como
una cuestión secundaria, aunque, por otra parte, sí tenían razón al consignar que, en ciertas circunstancias, una
subida de los precios puede afectar de un modo muy desigual al empresario capitalista, al terrateniente, al
capitalista que facilita el dinero y, si queréis, al recaudador de contribuciones.
De lo dicho se desprende, además, otra consecuencia.
- 42 La parte del valor de la mercancía que representa solamente el valor de las materias primas y de las máquinas, en
una palabra, el valor de los medios de producción consumidos, no arroja ningún ingreso, sino que sólo repone el
capital. Pero, aun fuera de esto, es falso que la otra parte del valor de la mercancía, la que forma el ingreso o
puede desembolsarse en salarios, ganancias, renta del suelo e intereses, esté constituida por el valor de los
salarios, el valor de la renta del suelo, el valor de la ganancia, etc. Por el momento, dejaremos a un lado los
salarios y sólo trataremos de la ganancia industrial, los intereses y la renta del suelo. Acabamos de ver que la
plusvalía que se encierra en la mercancía o la parte del valor de ésta en que se materializa el trabajo no
retribuido, se descompone, a su vez, en varias partes, que llevan tres nombres distintos. Pero afirmar que su valor
se halla integrado o formado por la suma de los valores independientes de estas tres partes integrantes, sería
decir todo lo contrario de la verdad.
Si una hora de trabajo se materializa en un valor de seis peniques, y si la jornada de trabajo del obrero es de doce
horas, y la mitad de este tiempo es trabajo no retribuido, este plustrabajo añadirá a la mercancía una plusvalía de
tres chelines; es decir, un valor por el que no se ha pagado equivalente alguno. Esta plusvalía de tres chelines
representa todo el fondo que el empresario capitalista puede repartir, en la proporción que sea, con el
terrateniente y el que le presta el dinero. El valor de estos tres chelines forma el límite del valor que pueden
repartirse entre sí. Pero no es el empresario capitalista el que añade al valor de la mercancía un valor arbitrario
para su ganancia, añadiéndose luego otro valor para el terrateniente, etc., etc., por donde la suma de estos valores
arbitrariamente fijados representaría el valor total. Veis, por tanto, el error de la idea corriente que confunde la
descomposición de un valor dado en tres partes con la formación de ese valor mediante la suma de tres valores
independientes, convirtiendo de este modo en una magnitud arbitraria el valor total, del que salen la renta del
suelo, la ganancia y el interés.
Supongamos que la ganancia total obtenida por el capitalista sea de 100 libras esterlinas. Esta suma considerada
como magnitud absoluta, la denominamos volumen de ganancia. Pero si calculamos la proporción que guardan
estas 100 libras esterlinas con el capital desembolsado, a esta magnitud relativa la llamamos cuota de ganancia.
Es evidente que esta cuota de ganancia puede expresarse bajo dos formas.
Supongamos que el capital desembolsado en salarios son 100 libras. Si la plusvalía creada arroja también 100
libras —lo cual nos demostraría que la mitad de la jornada de trabajo del obrero está formada por trabajo no
retribuido—, y si midiésemos esta ganancia por el valor del capital desembolsado en salarios, diríamos que la
cuota de ganancia era del 100 por 100, ya que el valor desembolsado sería cien y el valor producido doscientos.
Por otra parte, si tomásemos en consideración no sólo el capital desembolsado en salarios, sino todo el capital
desembolsado, por ejemplo, 500 libras esterlinas, de las cuales 400 representan el valor de las materias primas,
maquinaria, etc., diríamos que la cuota de ganancia sólo asciende al 20 por 100, ya que la ganancia de cien libras
no sería más que la quinta parte del capital total desembolsado.
El primer modo de expresar la cuota de ganancia es el único que nos revela la proporción real entre el trabajo
pagado y el no retribuido, el grado real de la exploitation (permitidme el empleo de esta palabra francesa) del
trabajo. La otra fórmula es la usual y para ciertos fines es, en efecto, la más indicada. En todo caso, es muy
cómoda para ocultar el grado en que el capitalista estruja al obrero trabajo gratuito.
En lo que todavía me resta por exponer, emplearé la palabra ganancia para expresar toda la masa de plusvalía
estrujada por el capitalista, sin atender para nada a la división de esta plusvalía entre las diversas partes
interesadas, y cuando emplee el término de cuota de ganancia mediré siempre la ganancia por el valor del capital
desembolsado en salarios.
- 43 12. RELACION GENERAL ENTRE GANANCIAS, SALARIOS Y PRECIOS
Si del valor de una mercancía descontamos la parte destinada a reponer el de las materias primas y otros medios
de producción empleados, es decir. si descontamos el valor que representa el trabajo pretérito encerrado en ella,
el valor restante se reducirá a la cantidad de trabajo añadida por el obrero últimamente empleado. Si este obrero
trabaja doce horas diarias, y doce horas de trabajo medio cristalizan en una suma de oro igual a seis chelines, este
valor adicional de seis chelines será el único valor creado por su trabajo. Este valor dado, determinado por su
tiempo de trabajo, es el único fondo del que tanto él como el capitalista tienen que sacar su respectiva parte o
dividendo, el único valor que ha de dividirse en salarios y ganancias. Es evidente que este valor no variará
aunque varíe la proporción en que pueda dividirse entre ambas partes interesadas. Y la cosa tampoco cambia si,
en vez de un solo obrero, ponemos a toda la población obrera, y en vez de una sola jornada de trabajo, doce
millones de jornadas de trabajo, por ejemplo.
Como el capitalista y el obrero sólo pueden repartirse este valor, que es limitado, es decir, el valor medido por el
trabajo total del obrero, cuanto más perciba el uno menos obtendrá el otro, y viceversa. Partiendo de una cantidad
dada, una de sus partes aumentará siempre en la misma proporción en que la otra disminuye. Si los salarios
cambian, cambiarán, en sentido opuesto, las ganancias. Si los salarios bajan, subirán las ganancias; y si aquéllos
suben, bajarán éstas. Si el obrero, arrancando de nuestro supuesto anterior, cobra tres chelines, equivalentes a la
mitad del valor creado por él, o si la totalidad de su jornada de trabajo consiste en una mitad de trabajo pagado y
otra de trabajo no retribuido, la cuota de ganancia será del 100 por 100, ya que el capitalista obtendrá también
tres chelines. Si el obrero sólo cobra dos chelines, o sólo trabaja para sí la tercera parte de la jornada total, el
capitalista obtendrá cuatro chelines, y la cuota de ganancia será del 200 por 100. Si el obrero cobra cuatro
chelines, el capitalista sólo recibirá dos, y la cuota de ganancia descenderá al 50 por 100. Pero todas estas
variaciones no influyen en el valor de la mercancía. Por tanto, una subida general de salarios determinaría una
disminución de la cuota general de ganancia; pero no haría cambiar los valores.
Sin embargo, aunque los valores de las mercancías —que han de regular en última instancia sus precios en el
mercado— se hallan determinados exclusivamente por la cantidad total de trabajo plasmado en ellos y no por la
división de esta cantidad en trabajo pagado y trabajo no retribuido, de aquí no se deduce, ni mucho menos, que
los valores de las mercancías sueltas o lotes de mercancías fabricadas, por ejemplo, en doce horas, sean siempre
los mismos. La cantidad o la masa de las mercancías fabricadas en un determinado tiempo de trabajo o mediante
una determinada cantidad de éste, depende de la fuerza productiva del trabajo empleado, y no de su extensión en
el tiempo o duración. Con un determinado grado de fuerza productiva del trabajo de hilado, por ejemplo, podrán
producirse, en una jornada de trabajo de doce horas, doce libras de hilo; con un grado más bajo de fuerza
productiva, se producirán solamente dos. Por tanto, si las doce horas de trabajo medio se materializan en un valor
de seis chelines, en el primer caso las doce libras de hilo costarían seis chelines, lo mismo que costarían, en el
segundo caso, las dos libras. Es decir, en el primer caso la fibra de hilo valdría seis peniques, y en e] segundo
caso, tres chelines. Esta diferencia de precio obedecería a la diferencia existente entre las fuerzas productivas del
trabajo empleado. Con mayor fuerza productiva, una hora de trabajo se materializaría en una libra de hilo,
mientras que con una fuerza productiva menor, en una libra de hilo se materializarían seis horas de trabajo. En el
primer caso, el precio de la libra de hilo no excedería de seis peniques, aunque los salarios fueran relativamente
altos y la cuota de ganancia baja. En el segundo caso, ascendería a tres chelines, aun con salarios bajos y una
cuota de ganancia elevada. Y ocurriría así, porque el precio de la libra de hilo se determina por el total del
trabajo que encierra y no por la proporción en que este total se divide en trabajo pagado y trabajo no
retribuido. El hecho apuntado antes por mí de que un trabajo bien pagado puede producir mercancías baratas y
un trabajo mal pagado mercancías caras, pierde, con esto, su apariencia paradójica. Este hecho no es más que la
expresión de la ley general de que el valor de una mercancía se determina por la cantidad de trabajo invertido en
ella y de que la cantidad de trabajo invertido depende enteramente de la fuerza productiva a del trabajo
empleado, variando, por tanto, al variar la productividad del trabajo.
- 44 13. CASOS PRINCIPALES DE LUCHA POR LA
SUBIDA DE SALARIOS O CONTRA SU REDUCCION
Examinemos ahora seriamente los casos principales en que se procura la subida de los salarios o se opone una
resistencia a su reducción.
1. Hemos visto que el valor de la fuerza de trabajo, o el valor del trabajo, para decirlo en términos más
populares, está determinado por el valor de los artículos de primera necesidad o por la cantidad de trabajo
necesaria para su producción. Por consiguiente, si en un determinado país el valor de los artículos de primera
necesidad que por término medio consume diariamente un obrero representa seis horas de trabajo, expresadas en
tres chelines, este obrero tendrá que trabajar diariamente seis horas para producir el equivalente de su sustento
diario. Si su jornada de trabajo es de doce horas, el capitalista le pagará el valor de su trabajo abonándole tres
chelines. La mitad de la jornada de trabajo será trabajo no retribuido, y, por tanto, la cuota de ganancia arrojará el
100 por 100. Pero supongamos ahora que a consecuencia de una disminución de la productividad del trabajo,
hace falta más trabajo para producir, digamos, la misma cantidad de productos agrícolas que antes, con lo cual el
precio de la cantidad media de artículos de primera necesidad requeridos diariamente subirá de tres chelines a
cuatro. En este caso, el valor del trabajo aumentaría en una tercera parte, o sea, en el 33 1/3 por 100. Para
producir el equivalente del sustento diario del obrero, dentro del nivel de vida anterior, serían necesarias ocho
horas de la jornada de trabajo. Por tanto, el plustrabajo bajaría de seis horas a cuatro, y la cuota de ganancia se
reduciría del 100 al 50 por 100. El obrero que, en estas condiciones, pidiese un aumento de salario, se limitaría a
exigir que se le abonase el valor incrementado de su trabajo, ni más ni menos que cualquier otro vendedor de
una mercancía, que, cuando aumenta el coste de producción de ésta, procura que se le pague el valor
incrementado. Y si los salarios no suben, o no suben en la proporción suficiente para compensar la subida en el
valor de los artículos de primera necesidad, el precio del trabajo descenderá por debajo del valor del trabajo, y el
nivel de vida del obrero empeorará.
Pero también puede operarse un cambio en sentido contrario. Al elevarse la productividad del trabajo, puede
ocurrir que la misma cantidad de artículos de primera necesidad consumidos por término medio en un día baje de
tres a dos chelines, o que en vez de seis horas de la jornada de trabajo, basten cuatro para reproducir el
equivalente del valor de los artículos de primera necesidad consumidos en un día. Esto permitirá al obrero
comprar por dos chelines exactamente los mismos artículos de primera necesidad que antes le costaban tres. En
realidad, disminuiría el valor del trabajo; pero aun con este valor mermado el obrero dispondría de la misma
cantidad de mercancías que antes. La ganancia subiría de tres a cuatro chelines y la cuota de ganancia del 100 al
200 por 100. Y, aunque el nivel de vida absoluto del obrero seguiría siendo el mismo, su salario relativo, y por
tanto su posición social relativa, comparada con la del capitalista, habrían bajado. Oponiéndose a esta rebaja de
su salario relativo, el obrero no haría más que luchar por obtener una parte en las fuerzas productivas
incrementadas de su propio trabajo y mantener su antigua posición relativa en la escala social. Así, después de la
derogación de las leyes cerealistas, y violando flagrantemente las promesas solemnísimas que habían hecho en
su campaña de propaganda contra aquellas leyes, los amos de las fábricas inglesas rebajaron los salarios, por
regla general, en un 10 por 100. Al principio, la oposición de los obreros fue frustrada; pero más tarde se pudo
recobrar el 10 por 100 perdido, a consecuencia de circunstancias que no puedo detenerme a examinar aquí.
2. Los valores de los artículos de primera necesidad y, por consiguiente, el valor del trabajo pueden permanecer
invariables y, sin embargo, el precio en dinero de aquéllos puede sufrir una alteración, porque se opere un
cambio previo en el valor del dinero.
Con el descubrimiento de yacimientos más abundantes, etc., dos onzas de oro, por ejemplo, no supondrían más
trabajo del que antes exigía la producción de una onza. En este caso, el valor del oro descendería a la mitad, al 50
por 100. Y como, a consecuencia de esto, los valores de todas las demás mercancías se expresarían en el doble
de su precio en dinero anterior, esto se haría extensivo también al valor del trabajo. Las doce horas de trabajo
- 45 que antes se expresaban en seis chelines, ahora se expresarían en doce. Por tanto, si el salario del obrero siguiese
siendo de tres chelines, en vez de subir a seis, resultaría que el precio en dinero de su trabajo sólo correspondería
a la mitad del valor de su trabajo, y su nivel de vida empeoraría espantosamente. Y lo mismo ocurriría en un
grado mayor o menor si su salario subiese, pero no proporcionalmente a la baja del valor del oro. En este caso,
no se habría operado el menor cambio, ni en las fuerzas productivas del trabajo, ni en la oferta y la demanda, ni
en los valores de las mercancías. Sólo habría cambiado el nombre en dinero de estos valores. Decir que en este
caso el obrero no debe luchar por una subida proporcional de su salario, equivale a pedirle que se resigne a que
se le pague su trabajo en nombres y no en cosas. Toda la historia del pasado demuestra que, siempre que se
produce tal depreciación del dinero, los capitalistas se apresuran a aprovechar esta coyuntura para defraudar a los
obreros. Una numerosa escuela de economistas asegura que, como consecuencia de los nuevos descubrimientos
de tierras auríferas, de la mejor explotación de las minas de plata y del abaratamiento en el suministro de
mercurio, ha vuelto a bajar el valor de los metales preciosos. Esto explicaría los intentos generales y simultáneos
que se hacen en el continente por conseguir una subida de salarios.
3. Hasta aquí hemos partido del supuesto de que la jornada de trabajo tiene límites dados. Pero, en realidad, la
jornada de trabajo no tiene, por sí misma, límites constantes. El capital tiende constantemente a dilatarla hasta el
máximo de su duración físicamente posible, ya que en la misma proporción aumenta el plustrabajo y, por tanto,
la ganancia que de él se deriva. Cuanto más consiga el capital alargar la jornada de trabajo, mayor será la
cantidad de trabajo ajeno que se apropiará. Durante el siglo XVII, y todavía durante los dos primeros tercios del
XVIII, la jornada normal de trabajo, en toda Inglaterra, era de diez horas. Durante la guerra antijacobina, que fue,
en realidad, una guerra de los barones ingleses contra las masas trabajadoras de Inglaterra [12], el capital vivió
días orgiásticos y prolongó la jornada de diez horas, a doce, a catorce, a dieciocho. Malthus, que no puede
infundir precisamente sospechas de tierno sentimentalismo, declaró en un folleto, publicado hacia el año 1815,
que la vida de la nación estaba amenazada en sus raíces, si las cosas seguían como hasta allí [13]. Algunos años
antes de introducirse con carácter general las máquinas de nueva invención, hacia 1765, vio la luz en Inglaterra
un folleto titulado "An Essay on Trade" («Un ensayo sobre la industria»). El anónimo autor [*] de este folleto,
enemigo jurado de las clases trabajadoras, declama acerca de la necesidad de extender los límites de la jornada de
trabajo. Entre otras cosas, propone crear, a este objeto, casas de trabajo [14] que, como él mismo dice, habrían
de ser «casas de terror». ¿Y cuál es la duración de la jornada de trabajo que propone para estas «casas de
terror»? De doce horas; es decir, precisamente la jornada que en 1832 los capitalistas, los economistas y los
ministros declaraban no sólo como vigente en realidad, sino además, como el tiempo de trabajo necesario para
los niños menores de doce años.
Al vender su fuerza de trabajo, como no tiene más remedio dentro del sistema actual, el obrero cede al capitalista
el derecho a usar esta fuerza, pero dentro de ciertos límites razonables. Vende su fuerza de trabajo para
conservarla, salvo su natural desgaste, pero no para destruirla. Y como la vende por su valor diario o semanal, se
sobreentiende que en un día o en una semana no ha de someterse su fuerza de trabajo a un uso o desgaste de dos
días o dos semanas. Tomemos una máquina con un valor de mil libras esterlinas. Si se agota en diez años,
añadirá anualmente cien libras al valor de las mercancías que ayuda a producir. Si se agota en cinco años, el
valor añadido por ella será de doscientas libras anuales; es decir, que el valor de su desgaste anual está en razón
inversa al tiempo en que se agota. Pero en esto hay una diferencia entre el obrero y la máquina. La máquina no se
agota exactamente en la misma proporción en que se usa. En cambio, el hombre se agota en una proporción
mucho mayor de la que podría suponerse a base del simple aumento numérico de trabajo.
Al esforzarse por reducir la jornada de trabajo a su antigua duración razonable, o, allí donde no pueden arrancar
una fijación legal de la jornada normal de trabajo, por contrarrestar el trabajo excesivo mediante una subida de
salarios —subida que no basta con que esté en proporción con el tiempo adicional que se les estruja, sino que
debe estar en una proporción mayor—, los obreros no hacen más que cumplir con un deber para consigo mismos
y para con su raza. Se limitan a refrenar las usurpaciones tiránicas del capital. El tiempo es el espacio en que se
desarrolla el hombre. El hombre que no dispone de ningún tiempo libre, cuya vida, prescindiendo de las
interrupciones puramente físicas del sueño, las comidas, etc., está toda ella absorbida por su trabajo para el
capitalista, es menos todavía que una bestia de carga. Físicamente destrozado y espiritualmente embrutecido, es
una simple máquina para producir riqueza ajena. Y, sin embargo, toda la historia de la moderna industria
- 46 demuestra que el capital, si no se le pone un freno, laborará siempre, implacablemente y sin miramientos, por
reducir a toda la clase obrera a este nivel de la más baja degradación.
El capitalista, alargando la jornada de trabajo, puede abonar salarios más altos y disminuir, sin embargo, el valor
del trabajo, si la subida de los salarios no corresponde a la mayor cantidad de trabajo estrujado y al más rápido
agotamiento de la fuerza de trabajo que lleva consigo. Y esto puede ocurrir también de otro modo. Vuestros
estadísticos burgueses os dirán, por ejemplo, que los salarios medios de las familias que trabajan en las fábricas
de Lancaster han subido. Pero olvidan que ahora, en vez de ser el hombre sólo, el cabeza de familia, son también
su mujer y tal vez tres o cuatro hijos los que se ven lanzados bajo las ruedas del carro de Yaggernat [15] del
capital, y que la subida de los salarios totales no corresponde a la del plustrabajo total arrancado a la familia.
Aun dentro de una jornada de trabajo con límites fijos, como hoy rige en todas las industrias sujetas a la
legislación fabril, puede ser necesaria una subida de salarios, aunque sólo sea para mantener el antiguo nivel de
pago del valor del trabajo. Mediante el aumento de la intensidad del trabajo, puede hacerse que un hombre gaste
en una hora tanta fuerza vital como antes gastaba en dos. En las industrias sometidas a la legislación fabril, esto
se ha hecho realidad, hasta cierto punto, acelerando la marcha de las máquinas y aumentando el número de
máquinas que ha de atender un solo individuo. Si el aumento de la intensidad del trabajo o de la cantidad de
trabajo consumida en una hora guarda relación adecuada con la disminución de la jornada, saldrá todavía
ganando el obrero. Si se rebasa este límite, perderá por un lado lo que gane por otro, y diez horas de trabajo le
quebrantarán tanto como antes doce. Al contrarrestar esta tendencia del capital mediante la lucha por el alza de
los salarios, en la medida correspondiente a la creciente intensidad del trabajo, el obrero no hace más que
oponerse a depreciación de su trabajo y a la degeneración de su raza.
4. Todos sabéis que, por razones que no hay para qué exponer aquí, la producción capitalista se mueve a través
de determinados ciclos periódicos. Pasa por fases de calma, de animación creciente, de prosperidad, de
superproducción, de crisis y de estancamiento. Los precios de las mercancías en el mercado y la cuota de
ganancia en éste siguen a estas fases, unas veces descienden por debajo de su nivel medio y otras veces lo
rebasan. Si os fijáis en todo el ciclo, veréis que unas desviaciones de los precios del mercado son compensadas
por otras y que, sacando la media del ciclo, los precios de las mercancías en el mercado se regulan por sus
valores. Pues bien; durante las fases de baja de los precios en el mercado y durante las fases de crisis y
estancamiento, el obrero, si es que no se ve arrojado a la calle, puede estar seguro de ver rebajado su salario. Para
que no le defrauden, el obrero debe forcejear con el capitalista, incluso en las fases de baja de los precios en el
mercado, para establecer en qué medida se hace necesario rebajar los jornales. Y si, durante la fase de
prosperidad, en que el capitalista obtiene ganancias extraordinarias, el obrero no batallase por conseguir que se le
suba el salario, no percibiría siquiera, sacando la media de todo el ciclo industrial, su salario medio, o sea, el
valor de su trabajo. Sería el colmo de la locura exigir que el obrero, cuyo salario se ve forzosamente afectado por
las fases adversas del ciclo, renunciase a verse compensado durante las fases prósperas. Generalmente, los
valores de todas las mercancías se realizan exclusivamente por medio de la compensación que se opera entre los
precios constantemente variables del mercado, sometidos a las fluctuaciones constantes de la oferta y la
demanda. Dentro del sistema actual, el trabajo sólo es una mercancía como otra cualquiera. Tiene, por tanto, que
experimentar las mismas fluctuaciones, para obtener el precio medio que corresponde a su valor. Sería un
absurdo considerarlo, por una parte, como una mercancía, y querer exceptuarlo, por otra, de las leyes que rigen
los precios de las mercancías. El esclavo obtiene una cantidad constante y fija de medios para su sustento; el
obrero asalariado, no. Este debe intentar conseguir en unos casos la subida de salarios, aunque sólo sea para
compensar su baja en otros casos. Si se resignase a acatar la voluntad, los dictados del capitalista, como una ley
económica permanente, compartiría toda la miseria del esclavo, sin compartir, en cambio, la seguridad de éste.
5. En todos los casos que he examinado, que son el 99 por 100, habéis visto que la lucha por la subida de salarios
sigue siempre a cambios anteriores y es el resultado necesario de los cambios previos operados en el volumen de
producción, las fuerzas productivas del trabajo, el valor de éste, el valor del dinero, la extensión o intensidad del
trabajo arrancado, las fluctuaciones de los precios del mercado, que dependen de las fluctuaciones de la oferta y
la demanda y se producen con arreglo a las diversas fases del ciclo industrial; en una palabra, es la reacción de
los obreros contra la acción anterior del capital. Si enfocásemos la lucha por la subida de salarios
- 47 independientemente de todas estas circunstancias, tomando en cuenta solamente los cambios operados en los
salarios y pasando por alto los demás cambios a que aquéllos obedecen, arrancaríamos de una premisa falsa para
llegar a conclusiones falsas.
NOTAS
[12] 33. Trátase de las guerras de Inglaterra contra Francia en el período de la revolución burguesa francesa de fines del siglo XVIII.
Durante estas contiendas, el Gobierno inglés estableció en su país un brutal régimen de terror contra las masas trabajadoras. En
particular, en dicho período fueron aplastadas varias sublevaciones populares y se adoptaron leyes que prohibían las uniones obreras.68, 139
[13] 34. Carlos Marx se refiere al libelo de Malthus titulado "An Inquiry into the Nature and Progress of Rent, and the Principles by
which it is regulated" («Investigaciones sobre la naturaleza y progreso de la renta, como también de los principios que la regulan»),
London, 1815.- 68
[*] Por lo visto J. Cunningham. (N. de la Edit.)
[14] 35. Las casas de trabajo fueron abiertas en Inglaterra en el siglo XVII; con arreglo a la «ley de pobres» aprobada en 1834, las
casas de trabajo se convertían en la única forma de ayuda a los pobres; se distinguían por su régimen presidario y fueron denominadas
por el pueblo «bastillas para los pobres».- 68
[15] 36. Yaggernat (Jagannath) es una de las encarnaciones del dios hindú Visnú. Los sacerdotes del templo de Yaggernat obtenían
grandes ingresos en la peregrinación (estimulándose la prostitución de las bayaderas, mujeres que vivían en el templo). El culto de
Yaggernat se distinguía por los ritos muy pomposos, como igualmente por un fanatismo extremo, que se manifestaba en los suicidios y
las mutilaciones voluntarias de los creyentes. En los días de grandes fiestas, algunos de ellos se arrojaban bajo el carro en que se
paseaba la imagen de Visnú-Yaggernat.- 69
14. LA LUCHA ENTRE EL CAPITAL Y EL TRABAJO,
Y SUS RESULTADOS
1. Después de demostrar que la resistencia periódica que los obreros ponen a la rebaja de sus salarios y sus
intentos periódicos por conseguir una subida de salarios son fenómenos inseparables del sistema de trabajo
asalariado y responden precisamente al hecho de que el trabajo se halla equiparado a las mercancías y por tanto,
sometido a las leyes que regulan el movimiento general de los precios; habiendo demostrado, asimismo, que una
subida general de salarios se traduciría en la disminución de la cuota general de ganancia, pero sin afectar a los
precios medios de las mercancías, ni a sus valores, surge ahora por fin el problema de saber hasta qué punto, en
la lucha incesante entre el capital y el trabajo, tiene éste perspectivas de éxito.
Podía contestar con una generalización, diciendo que el precio del trabajo en el mercado, al igual que el de las
demás mercancías, tiene que adaptarse, con el transcurso del tiempo, a su valor; que, por tanto, pese a todas sus
alzas y bajas y a todo lo que el obrero puede hacer, éste acabará obteniendo, por término medio, el valor de su
trabajo solamente, que se reduce al valor de su fuerza de trabajo; la cual, a su vez, se halla determinada por el
valor de los medios de sustento necesarios para su manutención y reproducción, valor que está regulado en
último término por la cantidad de trabajo necesaria para producirlos.
- 48 Pero hay ciertos rasgos peculiares que distinguen el valor de la fuerza de trabajo o el valor del trabajo de los
valores de todas las demás mercancías. El valor de la fuerza de trabajo está formado por dos elementos, uno de
los cuales es puramente físico, mientras que el otro tiene un carácter histórico o social. Su límite mínimo está
determinado por el elemento físico; es decir, que para poder mantenerse y reproducirse, para poder perpetuar su
existencia física, la clase obrera tiene que obtener los artículos de primera necesidad absolutamente
indispensables para vivir y multiplicarse. El valor de estos medios de sustento indispensables constituye, pues, el
límite mínimo del valor del trabajo. Por otra parte, la extensión de la jornada de trabajo tiene también sus límites
extremos, aunque sean muy elásticos. Su límite máximo lo traza la fuerza física del obrero. Si el agotamiento
diario de sus energías vitales rebasa un cierto grado, no podrá desplegarlas de nuevo día tras día. Pero, como
decíamos, estos límites son muy elásticos. Una sucesión rápida de generaciones raquíticas y de vida corta
abastecería el mercado de trabajo exactamente lo mismo que una serie de generaciones vigorosas y de vida larga.
Además de este elemento puramente físico, en la determinación del valor del trabajo entra el nivel de vida
tradicional en cada país. No se trata solamente de la vida física, sino de la satisfacción de ciertas necesidades,
que brotan de las condiciones sociales en que viven y se educan los hombres. El nivel de vida inglés podría
descender hasta el grado del irlandés, y el nivel de vida de un campesino alemán hasta el de un campesino
livonio. La importancia del papel que a este respecto desempeñan la tradición histórica y la costumbre social,
puede verse en el libro de Mr. Thornton sobre la "Superpoblación", donde se demuestra que en distintas regiones
agrícolas de Inglaterra los jornales medios siguen todavía hoy siendo distintos, según las condiciones más o
menos favorables en que esas regiones se redimieron de la servidumbre.
Este elemento histórico o social que entra en el valor del trabajo puede dilatarse o contraerse, e incluso
extinguirse del todo, de tal modo que sólo quede en pie el límite físico. Durante la guerra antijacobina —que,
como solía decir el incorregible beneficiario de impuestos y prebendas, el viejo George Rose, se emprendió para
que los infieles franceses no destruyeran los consuelos de nuestra santa religión—, los honorables colonos
ingleses, a los que tratamos con tanta suavidad en una de nuestras sesiones anteriores, redujeron los jornales de
los obreros del campo hasta por debajo de aquel mínimo estrictamente físico, completando la diferencia
indispensable para asegurar la perpetuación física de la raza mediante las leyes de pobres [16]. Era un método
excelente para convertir al obrero asalariado en esclavo, y al orgulloso yeoman de Shakespeare en indigente.
Si comparáis los salarios o valores del trabajo normales en distintos países y en distintas épocas históricas dentro
del mismo país, veréis que el valor del trabajo no es, por sí mismo, una magnitud constante, sino variable, aun
suponiendo que los valores de las demás mercancías permanezcan fijos.
Una comparación similar de las cuotas de ganancia en el mercado demostraría que no varían solamente éstas,
sino también sus cuotas medias.
Ahora bien, por lo que se refiere a la ganancia, no existe ninguna ley que le trace un mínimo. No puede decirse
cuál es el límite extremo de su baja. ¿Y por qué no puede establecerse este límite? Porque si podemos fijar el
salario mínimo, no podemos, en cambio, fijar el salario máximo. Lo único que podemos decir es que, dados los
límites de la jornada de trabajo, el máximo de ganancia corresponde al mínimo físico del salario, y que,
partiendo de salarios dados, el máximo de ganancia corresponde a la prolongación de la jornada de trabajo, en la
medida en que sea compatible con las fuerzas físicas del obrero. Por tanto, el máximo de ganancia se halla
limitado por el mínimo físico del salario y por el máximo físico de la jornada de trabajo. Es evidente que, entre
los dos límites extremos de esta cuota de ganancia máxima, cabe una escala inmensa de variantes. La
determinación de su grado efectivo se dirime exclusivamente por la lucha incesante entre el capital y el trabajo;
el capitalista pugna constantemente por reducir los salarios a su mínimo físico y prolongar la jornada de trabajo
hasta su máximo físico, mientras que el obrero presiona constantemente en el sentido contrario.
El problema se reduce, por tanto, al problema de las fuerzas respectivas de los contendientes.
2. En lo que atañe a la limitación de la jornada de trabajo, lo mismo en Inglaterra que en los demás países,
nunca se ha reglamentado sino por ingerencia de la ley. Sin la constante presión de los obreros desde fuera, la ley
- 49 jamás habría intervenido. En todo caso, este resultado no podía alcanzarse mediante convenios privados entre los
obreros y los capitalistas. Esta necesidad de una acción política general es precisamente la que demuestra que,
en el terreno puramente económico de lucha, el capital es la parte más fuerte.
En cuanto a los límites del valor del trabajo, su fijación efectiva depende siempre de la oferta y la demanda,
refiriéndome a la demanda de trabajo por parte del capital y a la oferta de trabajo por los obreros. En los países
coloniales, la ley de la oferta y la demanda favorece a los obreros. De aquí el nivel relativamente alto de los
salarios en los Estados Unidos. En ese país, haga lo que haga el capital, no puede evitar que el mercado de
trabajo esté constantemente desabastecido, por la constante transformación de los obreros asalariados en
labradores independientes, con fuentes propias de subsistencia. Para gran parte de la población norteamericana,
la situación del obrero asalariado no es más que una estación de tránsito, que está seguro de abandonar al cabo de
un tiempo más o menos corto. Para remediar este estado de cosas en las colonias, el paternal Gobierno británico
ha adoptado hace algún tiempo la llamada moderna teoría de la colonización, que consiste en fijar a los terrenos
coloniales un precio artificialmente alto, para, de este modo, impedir la transformación demasiado rápida del
obrero asalariado en labrador independiente.
Pero, pasemos ahora a los viejos países civilizados, en que el capital domina todo el proceso de producción.
Fijémonos, por ejemplo, en la subida de los jornales de los obreros agrícolas en Inglaterra, de 1849 a 1859.
¿Cuáles fueron sus consecuencias? Los agricultores no pudieron subir el valor del trigo, como les habría
aconsejado nuestro amigo Weston, ni siquiera su precio en el mercado. Por el contrario, tuvieron que resignarse a
verlo bajar. Pero, durante estos once años, introdujeron máquinas de todas clases y aplicaron métodos más
científicos, transformaron una parte de las tierras de labor en pastizales, aumentaron la extensión de sus granjas,
y con ella la escala de la producción; y de este modo, haciendo disminuir por estos y por otros medios la
demanda de trabajo, gracias al aumento de sus fuerzas productivas, volvieron a crear una superpoblación relativa
en el campo. Tal es el método general con que opera el capital en los países poblados de antiguo, para reaccionar,
más rápida o más lentamente, contra las subidas de salarios. Ricardo observó acertadamente que la máquina
estaba en continua competencia con el trabajo, y con harta frecuencia sólo podía introducirse cuando el precio
del trabajo subía hasta cierto límite [17], pero la aplicación de maquinaria no es más que uno de los muchos
métodos empleados para aumentar las fuerzas productivas del trabajo. Este mismo proceso de desarrollo que deja
relativamente sobrante el trabajo simple simplifica, por otra parte, el trabajo calificado, y, por tanto, lo deprecia.
La misma ley se impone, además, bajo otra forma. Con el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo, se
acelera la acumulación del capital, aun en el caso de que el tipo de salarios sea relativamente alto. De aquí podría
inferirse, como lo hizo Adam Smith, en cuyos tiempos la industria moderna estaba aún en su infancia, que la
acumulación acelerada del capital tiene que inclinar la balanza a favor del obrero, haciendo crecer la demanda de
su trabajo. Situándose en el mismo punto de vista, muchos autores contemporáneos se asombran de que, a pesar
de haber crecido en los últimos veinte años el capital inglés mucho más rápidamente que la población inglesa, los
salarios no hayan experimentado un aumento mayor. Pero es que, simultáneamente con la acumulación
progresiva, se opera un cambio progresivo en cuanto a la composición del capital. La parte del capital global
formada por capital constante: maquinaria, materias primas, medios de producción de todo género, crece con
mayor rapidez que la parte destinada a salarios, o sea, a comprar trabajo. Esta ley ha sido puesta de manifiesto,
bajo una forma más o menos precisa, por el Sr. Barton, Ricardo, Sismondi, el profesor Richard Jones, el profesor
Ramsay, Cherbuliez y otros.
Si la proporción entre estos dos elementos del capital era originariamente de 1 : 1, al desarrollarse la industria
será de 5 : 1, y así sucesivamente. Si de un capital global de 600 se desembolsan para instrumentos, materias
primas, etc., 300, y 300 para salarios, para que pueda absorber 600 obreros en vez de 300, basta con doblar el
capital global. Pero, si de un capital de 600 se invierten 500 en maquinaria, materiales, etc., y solamente 100 en
salarios, para poder colocar a 600 obreros en vez de 300, este capital tiene que aumentar de 600 a 3.600. Por
tanto, al desarrollarse la industria, la demanda de trabajo no avanza con el mismo ritmo que la acumulación del
capital. Aumenta, sin duda, pero aumenta en una proporción constantemente decreciente, comparándola con el
incremento del capital.
- 50 Estas pocas indicaciones bastarán para poner de relieve que el propio desarrollo de la industria moderna
contribuye por fuerza a inclinar la balanza cada vez más en favor del capitalista y en contra del obrero, y que,
como consecuencia de esto, la tendencia general de la producción capitalista no es a elevar el nivel medio de los
salarios, sino, por el contrario, a hacerlo bajar, o sea, a empujar más o menos el valor del trabajo a su límite
mínimo. Pero si la tendencia de las cosas, dentro de este sistema, es tal, ¿quiere esto decir que la clase obrera
deba renunciar a defenderse contra las usurpaciones del capital y cejar en sus esfuerzos por aprovechar todas las
posibilidades que se le ofrezcan para mejorar temporalmente su situación? Si lo hiciese, veríase degradada en una
masa uniforme de hombres desgraciados y quebrantados, sin salvación posible. Creo haber demostrado que las
luchas de la clase obrera por el nivel de los salarios son episodios inseparables de todo el sistema de salarios, que
en el 99 por 100 de los casos sus esfuerzos por elevar los salarios no son más que esfuerzos dirigidos a mantener
en pie el valor dado del trabajo, y que la necesidad de forcejear con el capitalista acerca de su precio va unida a la
situación del obrero, que le obliga a venderse a sí mismo como una mercancía. Si en sus conflictos diarios con el
capital los obreros cediesen cobardemente, se descalificarían sin duda para emprender movimientos de mayor
envergadura.
Al mismo tiempo, y aun prescindiendo por completo del esclavizamiento general que entraña el sistema de
trabajo asalariado, la clase obrera no debe exagerar ante sus propios ojos el resultado final de estas luchas diarias.
No debe olvidar que lucha contra los efectos, pero no contra las causas de estos efectos; que lo que hace es
contener el movimiento descendente, pero no cambiar su dirección; que aplica paliativos, pero no cura la
enfermedad. No debe, por tanto, entregarse por entero a esta inevitable guerra de guerrillas, continuamente
provocada por los abusos incesantes del capital o por las fluctuaciones del mercado. Debe comprender que el
sistema actual, aun con todas las miserias que vuelca sobre ella, engendra simultáneamente las condiciones
materiales y las formas sociales necesarias para la reconstrucción económica de la sociedad. En vez del lema
conservador de: «¡Un salario justo por una jornada de trabajo justa!», deberá inscribir en su bandera esta
consigna revolucionaria: «¡Abolición del sistema de trabajo asalariado!»
Después de esta exposición larguísima y me temo que fatigosa, que he considerado indispensable para esclarecer
un poco nuestro tema principal, voy a concluir, proponiendo la siguiente resolución:
1. Una subida general del nivel de los salarios acarrearía una baja de la cuota general de ganancia, pero no
afectaría, en términos generales, a los precios de las mercancías.
2. La tendencia general de la producción capitalista no es elevar el nivel medio del salario, sino reducirlo.
3. Las tradeuniones trabajan bien como centros de resistencia contra las usurpaciones del capital. Fracasan, en
algunos casos, por usar poco inteligentemente su fuerza. Pero, en general, son deficientes por limitarse a una
guerra de guerrillas contra los efectos del sistema existente, en vez de esforzarse, al mismo tiempo, por
cambiarlo, en vez de emplear sus fuerzas organizadas como palanca para la emancipación definitiva de la clase
obrera; es decir, para la abolición definitiva del sistema de trabajo asalariado .
Escrito por C. Marx entre fines Se publica de acuerdo con el de mayo y el 27 de junio de 1865. manuscrito.
Publicado por vez primera en Traducido del inglés. folleto aparte en Londres, en 1898.
NOTAS
[16] 37. En virtud de las leyes de pobres, vigentes en Inglaterra desde el siglo XVI, en cada parroquia se cobraba un impuesto especial
de ayuda a los pobres; los parroquianos que no podían mantenerse por sí mismos y a sus familias, recibían un subsidio de la caja de
ayuda a los pobres.- 73
- 51 [17] 38. D. Ricardo. "On the Principles of Political Economy, and Taxation" («A propósito de los principios de la Economía Política y
de los impuestos»), London, 1821, p. 479.- 74, 442
INSTRUCCION SOBRE DIVERSOS PROBLEMAS
A LOS DELEGADOS DEL CONSEJO CENTRAL
PROVISIONAL [1]
1. ORGANIZACION DE LA ASOCIACION
INTERNACIONAL
El Consejo Central Provisional recomienda el plan de organización tal y como ha sido trazado en los Estatutos
Provisionales. La experiencia de dos años prueba lo justo de dicho plan y las posibilidades de su adaptación a los
diferentes países, sin perjuicio para la unidad de acción. Para el año próximo recomendamos que Londres sea la
sede del Consejo Central, puesto que la situación en el continente no parece ser propicia para cambios.
Por supuesto, los miembros del Consejo Central serán elegidos por el Congreso (§ 5 de los Estatutos
Provisionales), con derecho de cooptación.
El Secretario General será elegido en el Congreso por un año y será el único miembro pagado de la Asociación.
Proponemos que se le paguen dos libras esterlinas por semana.
La contribución uniforme anual de cada individuo miembro de la Asociación será de medio penique (quizá un
penique). El precio del carnet de miembro se pagará aparte.
Al llamar a los miembros de la Asociación a formar mutualidades y a establecer vínculos internacionales entre
ellas, dejamos, a la vez, la iniciativa en este problema («établissement des sociétés de secours mutuels; appui
moral et matériel accordé aux orphelins de l'Association») a los suizos, que lo han propuesto en la Conferencia
de septiembre último pasado [2].
2. MANCOMUNIDAD INTERNACIONAL DE LOS ESFUERZOS, POR MEDIO DE LA ASOCIACION,
PARA LA LUCHA ENTRE EL TRABAJO Y EL CAPITAL
(a) Desde un punto de vista general, esta cuestión abarca toda la actividad de la Asocisción Internacional, cuyo
objetivo es mancomunar y llevar a un mismo cauce los esfuerzos de la clase obrera, hasta ahora dispersos, de los
distintos países en la lucha por su emancipación.
(b) Una de las principales funciones que la Asociación ha cumplido hasta el momento con mucho éxito, es la de
hacer frente a las intrigas de los capitalistas, siempre dispuestos en los casos de huelga o de cierre de empresas a
abusar de los obreros extranjeros, empleándolos como instrumento contra los obreros nativos. Una de las grandes
metas de la Asociación es lograr que los obreros de los distintos países, además de sentirse hermanos y
camaradas, actúen como tales en la lucha por su emancipación formando en el ejército de la emancipación.
(c) Una gran «mancomunidad internacional de los esfuerzos», que nosotros sugerimos, será una investigación
estadística de la situación de la clase obrera en todos los países, llevada a cabo por la clase obrera misma. A
fin de actuar con cierta probabilidad de éxito, es preciso conocer los materiales con los que se ha de trabajar. Al
- 52 iniciar tan gran obra, los obreros mostrarán que son capaces de tomar sus destinos en sus propias manos. Por eso
proponemos:
Que en todo logar en que exista una sección de nuestra Asociación se comience el trabajo inmediatamente y se
recojan datos concretos sobre los distintos puntos señalados en el esquema de la investigación que va adjunto.
El Congreso invita a todos los obreros de Europa y los Estados Unidos de América a colaborar en la recolección
de elementos de dicha estadística sobre la clase obrera; los informes y datos concretos se enviarán al Consejo
Central. Este, partiendo de dichos materiales, redactará un informe general, acompañándolo de datos concretos
en el suplemento
Este informe, con el suplemento, se presentará al Congreso ordinario anual y, una vez aprobado, se publicará a
costa de la Asociación.
[79]
ESQUEMA GENERAL DE LA ENCUESTA, QUE, DESDE LUEGO, PUEDE SER MODIFICADO
EN CADA LUGAR
1. Industria, su denominación.
2. Edad y sexo de sus trabajadores.
3. Número de ocupados.
4. Salarios y sueldos: (a) de los aprendices; (b) pago por jornal o por pieza; pago que abonan los intermediarios.
Promedio del salario semanal y anual.
5. (a) Horas de trabajo en las fábricas. (b) Horas de trabajo en las empresas de pequeños patronos y en la
producción doméstica, caso de que exista ese tipo de producción. (c) Trabajo de noche y de día.
6. Intervalos para la comida. Tratamiento de los obreros.
7. Carácter del taller y del trabajo: estrechez del local, deficiente ventilación, escasez de luz solar, empleo de
alumbrado de gas. Limpieza, etc.
8. Género de ocupación.
9. Efecto del trabajo en el estado físico.
10. Condiciones morales. Educación.
11. Carácter de la producción. Es temporal o se distribuye más o menos regularmente a lo largo de todo el año;
se observan o no considerables fluctuaciones, está o no sujeta a la competencia extranjera; si atiende
principalmente el mercado interior o el exterior, etc.
3. LIMITACION DE LA JORNADA DE TRABAJO
La condición preliminar, sin la que todas las tentativas de mejorar la situación de los obreros y de su
emancipación están condenadas al fracaso, es la limitación de la jornada de trabajo.
- 53 Es necesaria para restaurar la salud y la fuerza física de la clase obrera, que es la armazón básica de toda nación,
lo mismo que para asegurar a los obreros las posibilidades de desarrollo intelectual, de mantener relaciones
sociales y de dedicarse a actividades sociales y políticas.
Nosotros proponemos 8 horas de trabajo como límite legal de la duración de la jornada laboral. Esta limitación
es la demanda general de los obreros de Estados Unidos de América [3]; el voto del Congreso la hará plataforma
común de la clase obrera del mundo entero.
Para información de los miembros continentales de la Asociación, cuya experiencia en materia de legislación
fabril es relativamente reciente, añadiremos que ninguna restricción legal [80] alcanzará el objetivo planteado y
todas serán vulneradas por el capital si no se fija con precisión el período del día en que deben encajar estas 8
horas. La duración de este período debe ser de 8 horas de trabajo y unas pausas adicionales para la comida. Por
ejemplo, si los distintos intervalos para comer ocupan una hora, el período legal del día será de 9 horas, digamos
desde las 7 de la mañana hasta las 4 de la tarde o desde las 8 de la mañana hasta las 5 de la tarde, y así
sucesivamente. El trabajo nocturno debe admitirse sólo en casos excepcionales en ciertas industrias especificadas
por la ley. La tendencia debe ser la de suprimir del todo el trabajo nocturno.
Este párrafo se refiere sólo a los trabajadores adultos de ambos sexos; por cierto, las mujeres deben excluirse
rigurosamente de todo trabajo nocturno, al igual que de todos los tipos de trabajo peligrosos para el organismo
frágil de la mujer o que lo expongan al efecto de sustancias tóxicas y nocivas. Entendemos por adultos a los que
han alcanzado la edad de 18 años.
4. EL TRABAJO DE LOS JOVENES Y NIÑOS
(DE AMBOS SEXOS)
Consideramos que es progresiva, sana y legítima la tendencia de la industria moderna a incorporar a los niños y
los jóvenes a cooperar en el gran trabajo de la producción social, aunque, bajo el régimen capitalista, ha sido
deformada hasta llegar a ser una abominación. En todo régimen social razonable, cualquier niño de 9 años de
edad debe ser un trabajador productivo del mismo modo que todo adulto apto para el trabajo debe obedecer la ley
general de la naturaleza, a saber: trabajar para poder comer, y trabajar no sólo con la cabeza, sino también con las
manos. Sin embargo, en el presente, nos ocupamos sólo de los niños y los jóvenes de ambos sexos de la clase
obrera.
Por razones fisiológicas estimamos que los niños y los jóvenes de ambos sexos deben dividirse en tres clases,
que requieren distinto tratamiento: la primera comprende a los niños de 9 a 12 años de edad; la segunda, a los de
13 a 15 años, y la tercera, a los de 16 y 17 años de edad. Proponemos que la ley restrinja el trabajo de los niños
de la primera clase a dos horas en todos los tipos de talleres o a domicilio; la duración del trabajo para los niños
de la segunda clase debe ser de cuatro horas y para los de la tercera, de seis horas. Para la tercera clase deberá
hacerse un intervalo de una hora, como mínimo, para comer o descansar.
Sería deseable que la enseñanza en las escuelas elementales comenzase antes de los 9 años de edad; pero aquí
tratamos nada [81] más que del más indispensable antídoto contra las tendencias del régimen social que reduce al
obrero a la condición de simple instrumento de acumulación de capital y convierte a los padres, agobiados por la
miseria, en esclavistas que venden a sus propios hijos. Hay que defender los derechos de los niños y los jóvenes,
ya que ellos no pueden hacerlo. Esta es la razón de que la sociedad tenga el deber de intervenir en su favor.
Si la burguesía y la aristocracia muestran negligencia respecto de sus deberes para con sus descendientes, es cosa
suya. A la vez que disfruta de los privilegios de estas clases, el oiño se ve condenado a sufrir las consecuencias
de sus prejuicios.
El caso de la clase obrera es completamente distinto. El obrero no es libre en sus actos. En demasiado frecuentes
casos resulta tan ignorante que no es capaz de comprender los verdaderos intereses de su hijo o las condiciones
- 54 normales de desarrollo humano. De cualquier modo, la parte más ilustrada de la clase obrera se da perfecta
cuenta de que el porvenir de su clase y, por tanto, de la humanidad, depende enteramente de la formación de la
joven generación obrera. Sabe que antes de nada es preciso preservar a los niños y los jóvenes contra los efectos
destructivos del sistema vigente. Esto sólo se puede conseguir mediante la transformación de la razón social en
fuerza social, y en las circunstancias presentes esto sólo es posible a través de leyes generales aplicadas por el
poder del Estado. Con la aplicación de semejantes leyes, la clase obrera no fortalece en modo alguno el poder del
Gobierno. Al contrario, convierte en arma propia el poder que se utiliza ahora contra ella, consigue mediante un
acto legislativo general lo que estaría procurando en vano a través de multitud de esfuerzos individuales
dispersos.
Partiendo de eso, decimos que no se debe permitir en caso alguno a los padres y los patronos el empleo del
trabajo de los niños y jóvenes si ese empleo no se conjuga con la educación.
Por educación entendemos tres cosas:
Primero, educación mental.
Segundo, educación física, como la que se da en los gimnasios y mediante los ejercicios militares.
Tercero, educación tecnológica, que da a conocer los principios generales de todos los procesos de la producción
e inicia, a la vez, al niño y al joven en el manejo de los instrumentos elementales de todas las industrias.
A la distribución de los niños y los jóvenes obreros en tres clases debe corresponder un curso gradual y
progresivo de formación mental, física y tecnológica. Los gastos para el mantenimiento de las escuelas
tecnológicas deben cubrirse en parte mediante la venta de su producción.
La combinación del trabajo productivo retribuido, la formación mental, los ejercicios físicos y la enseñanza
politécnica pondrá a la clase obrera muy por encima del nivel de la aristocracia y la burguesía.
De suyo se entiende que el empleo del trabajo de niños de 9 a 17 años de edad de noche o en cualquier industria
nociva para la salud debe estar rigurosamente prohibido por la ley.
5. TRABAJO COOPERATIVO
La Asociación Internacional de los Trabajadores se propone unir, llevando a un mismo cauce, los movimientos
espontáneos de la clase obrera, pero, de ninguna manera, dictarle o imponerle cualquier sistema doctrinario. Por
eso, el Congreso no debe proclamar uno u otro sistema especial de cooperación, sino que ha de limitarse a la
enunciación de algunos principios generales.
(a) Nosotros estimamos que el movimiento cooperativo es una de las fuerzas transformadoras de la sociedad
presente, basada en el antagonismo de clases. El gran mérito de este movimiento consiste en mostrar que el
sistema actual de subordinación del trabajo al capital, sistema despótico que lleva al pauperismo, puede ser
sustituido con un sistema republicano y bienhechor de asociación de productores libres e iguales.
(b) Pero, el movimiento cooperativo, limitado a las formas enanas, las únicas que pueden crear con sus propios
esfuerzos los esclavos individuales del trabajo asalariado, jamás podrá transformar la sociedad capitalista. A fin
de convertir la producción social en un sistema armónico y vasto de trabajo cooperativo son indispensables
cambios sociales generales, cambios de las condiciones generales de la sociedad, que sólo pueden lograrse
mediante el paso de las fuerzas organizadas de la sociedad, es decir, del poder político, de manos de los
capitalistas y propietarios de tierras a manos de los productores mismos.
- 55 (c) Recomendamos a los obreros que se ocupen preferentemente de la producción cooperativa, y no del
comercio cooperativo. Este último no afecta más que la superficie del actual sistema económico, mientras que la
primera socava sus cimientos.
(d) Recomendamos a todas las sociedades cooperativas que conviertan una parte de sus ingresos comunes en
fondo de propaganda de sus principios, tanto con el ejemplo, como con la palabra, a saber, contribuyendo al
establecimiento de nuevas sociedades cooperativas de producción, a la par con la difusión de su doctrina.
(e) A fin de evitar la degeneración de las sociedades cooperativas en simples sociedades burguesas por acciones
(sociétés par actions), los obreros de cada empresa, independientemente de si están asociados o no, deben cobrar
igual parte de los ingresos. Podemos consentir, a título de compromiso puramente temporal, que los asociados
cobren, además, un interés mínimo.
6. SOCIEDADES OBRERAS (TRADE'UNIONS).
SU PASADO, SU PRESENTE Y SU PORVENIR
(a) Su pasado.
El capital es una fuerza social concentrada, mientras el obrero no dispone más que de su fuerza de trabajo. Por
consiguiente, el contrato entre el capital y el trabajo jamás puede concertarse sobre bases equitativas, equitativas
incluso desde el punto de vista de la sociedad en la que la propiedad sobre los medios materiales de existencia y
de trabajo se halla de un lado, y las energías productivas vitales, del lado opuesto. La única fuerza social de los
obreros está en su número. Pero, la fuerza numérica se reduce a la nada por la desunión. La desunión de los
obreros nace y se perpetúa debido a la inevitable competencia entre ellos mismos.
Originariamente, las tradeuniones nacieron de los intentos espontáneos que hacían los obreros para suprimir o, al
menos, debilitar esta competencia, a fin de conseguir unos términos del contrato que les liberasen de la situación
de simples esclavos. El objetivo inmediato de las tradeuniones se limitaba, por eso, a las necesidades cotidianas,
a los intentos de detener la incesante ofensiva del capital, en una palabra, a cuestiones de salarios y de duración
del tiempo de trabajo. Semejante actividad de las tradeuniones, además de legítima, es necesaria. Es
indispensable mientras exista el actual modo de producción. Es más, esta actividad debe extenderse ampliamente
mediante la formación y la unidad de las tradeuniones en todos los países. Por otra parte, sin darse cuenta ellas
mismas, las tradeuniones se fueron convirtiendo en centros de organización de la clase obrera, del mismo modo
que las municipalidades y las comunas medievales lo habían sido para la burguesía. Si decimos que las
tradeuniones son necesarias para la lucha de guerrillas entre el capital y el trabajo, cabe saber que son todavía
más importantes como fuerza organizada para suprimir el propio sistema de trabajo asalariado y el poder del
capital.
(b) Su presente.
Ocupadas con demasiada frecuencia en las luchas locales e inmediatas contra el capital, las tradeuniones no han
adquirido aún plena conciencia de su fuerza en la lucha contra el sistema de la esclavitud asalariada. Por eso han
estado demasiado al margen [84] del movimiento general social y político. Sin embargo, últimamente, por lo
visto, se ha despertado en ellas la conciencia de su gran misión histórica, como lo prueban, por ejemplo, su
participación en el movimiento político de Inglaterra [4], la más amplia comprensión de su función en los
Estados Unidos [5] y la siguiente resolución adoptada en la reciente gran Conferencia de los delegados de las
tradeuniones celebrada en Sheffield [6]:
«La conferencia, apreciando en su justo valor los esfuerzos de la Asociación Internacional para unir con lazos
fraternales a los obreros de todos los países, recomienda encarecidamente a las distintas sociedades representadas
aquí que se afilíen a dicha Asociación, con el convencimiento de que eso contribuye esencialmente al progreso y
la prosperidad de toda la comunidad obrera».
- 56 (c) Su porvenir.
Aparte de sus propósitos originales, deben ahora aprender a actuar deliberadamente como centros organizadores
de la clase obrera ante el magno objetivo de su completa emancipación. Deben apoyar a todo movimiento social
y político en esta direccion. Considerándose y actuando como los campeones y representantes de toda la clase
obrera, tienen el deber de llevar a sus filas a los obreros no asociados (non-society men). Deben preocuparse
solícitas por los obreros de las ramas más miserablemente retribuidas, como, digamos, de los obreros agrícolas,
que, vistas las circunstancias excepcionales, se ven privados de toda capacidad de acción. Las tradeuniones
deben mostrar a todo el mundo que no luchan por intereses estrechos y egoístas, que su objetivo es la
emancipación de los millones de oprimidos.
7. IMPUESTOS DIRECTOS E INDIRECTOS
(a) No hay modificación de la forma de gravámenes impositivos que produzca cambios importantes en las
relaciones entre el trabajo y el capital.
(b) No obstante, de tener que elegir entre los dos sistemas de gravámenes impositivos, recomendamos la total
abolición de los impuestos indirectos y su sustitución completa por los directos;
Porque los impuestos indirectos hacen subir los precios de las mercancías, ya que los comerciantes añaden a
dichos precios, tanto el importe de los impuestos indirectos como el interés y la ganancia sobre el capital
desembolsado para pagarlos;
Porque los impuestos indirectos ocultan ante cada individuo lo que éste paga al Estado, mientras que el directo
no se encubre con nada, se cobra abiertamente y no puede engañar siquiera al menos listo. Por consiguiente, los
impuestos directos impulsan a cada uno a controlar el Gobierno, mientras que los indirectos destruyen toda
tendencia a la autogestión (self-government).
8. CREDITO INTERNACIONAL
Hay que dejar la iniciativa en manos de los franceses.
9. LA CUESTION DE POLONIA
(a) ¿Por qué los obreros curopeos plantean esta cuestión? En primer termino, porque existe una conspiración de
silencio entre los agitadores y los escritores burgueses, aunque patrocinen a todas las nacionalidades del
continente e incluso de Irlanda. ¿Cuál es la causa de este silencio? Pues, eso ocurre porque, tanto los aristócratas,
como los burgueses ven en esta oscura potencia asiática, que se halla detrás de los bastidores, el último baluarte
frente a la ascendiente ola del movimiento obrero. Esta potencia sólo puede ser destruida efectivamente a través
de la restauración de Polonia sobre una base democrática.
(b) Dados los recientes cambios ocurridos en Europa Central y, en particular, en Alemania, es necesaria más que
nunca la existencia de una Polonia democrática. Sin ella, Alemania se convertirá en avanzadilla de la Santa
Alianza [7], mientras que con ella, cooperará con la Francia republicana. El movimiento de la clase obrera se
verá continuamente interrumpido, trabado y retardado mientras no se haya resuelto esta importante cuestión
europea.
(c) Es un deber especial de la clase obrera de Alemania el tomar la iniciativa en esta cuestión, puesto que
Alemania es uno de los participantes en los repartos de Polonia.
- 57 10. EJERCITOS
(a) La influencia deletérea de los grandes ejércitos permanentes en la producción ha sido expuesta
suficientemente en los congresos burgueses de toda denominación, congresos de la paz, económicos,
estadísticos, filantrópicos y sociológicos. Por eso consideramos completamente superfluo extendernos sobre ese
particular.
(b) Proponomos el armamento general del pueblo y su instruccion general en el uso de las armas.
(c) Aceptamos como necesidad temporal la existencia de pequeños ejércitos permanentes, como escuelas de
oficiales de la milicia; todo ciudadano de sexo masculino debe scrvir en dichos ejércitos durante un período muy
corto.
11. CUESTION RELIGIOSA
Hay que dejar la iniciativa en manos de los franceses.
Escrito por C. Marx a fines Se publica de acuerdo con el texto de agosto de 1866. del periódico "The
Internacional Courier".
Publicado en los núms. 6-7 del periódico "The International Traducido del inglés. Courier", del 20 de febrero, los
núms. 8-10 del 13 de marzo de 1867 y en los núms. 10 y 11 del periódico de "Le Courrier international", del 9 y
16 de marzo de 1867, así como en los núms. 10 y 11 de la revista "Der Vorbote", de octubre y noviembre de
1866.
NOTAS
[1]
39. La presente Instrucción fue escrita por Marx para los delegados al Consejo Central Provisional (denominado posteriormente
Consejo General), enviados al I Congreso de la Asociación Internacional de los Trabajadores celebrado del 3 al 8 de setiembre de 1866,
en Ginebra. La Instrucción sugería las soluciones a los problemas a examinar en el Congreso. Se planteaban en ella varios problemas
concretos, y la lucha por el cumplimiento de estos últimos debía unir a las masas obreras, elevar su conciencia de clase e incorporarlas a
la lucha común de la clase obrera. De los nueve puntos formulados por Marx seis fueron aprobados como resoluciones del Congreso:
acerca de la unidad internacional de acción, de la reducción de la jornada de trabajo, del trabajo de los niños y las mujeres, del trabajo
cooperativo, de los sindicatos y de los ejércitos permanentes.- 77
[2] 40. Trátase de la Conferencia de Londres se celebró del 25 al 29 de septiembre de 1865. Participaron en sus labores los miembros
del Consejo General y los dirigentes de diversas secciones. La Conferencia escuchó el informe del Consejo General, aprobó su
rendición de cuentas financieras y el orden del día del próximo Congreso. La Conferencia de Londres, preparada y celebrada bajo la
dirección de Marx, desempeñó un gran papel en el período del devenir y la constitución de la Internacional.- 77, 264
[3] 41. La cuestión del establecimiento legislativo de la jornada de 8 horas se discutió en el Congreso obrero norteamericano de
Baltimore, celebrado del 20 al 25 de agosto de 1866. El Congreso examinó igualmente las cuestiones siguientes: la actividad política de
los obreros, las sociedades cooperativas, la adhesión de todos los obreros a las tradeuniones, las huelgas, etc.- 79, 441
[4] 42. Trátase de la amplia participación de las tradeuniones inglesas en el movimiento democrático general en pro de la segunda
reforma del derecho electoral en los años de 1865 a 1867. La primera tuvo lugar en 1831-1832 y dio acceso al parlamento a
representantes de la burguesía industrial.
El 23 febrero de 1865, en la asamblea de los partidarios de la reforma del derecho electoral, a iniciativa y con la participación activa del
Consejo General de la Internacional, se adoptó el acuerdo de fundar la Liga de la reforma, que se erigió en centro político de dirección
del movimiento masivo de los obreros por la segunda reforma. A instancia de Marx, la Liga de la reforma planteó las reivindicaciones
- 58 del derecho electoral para toda la población masculina adulta del país. Sin embargo, debido a las vacilaciones de los radicales burgueses
en la dirección de la Liga, asustados por el movimiento masivo de los obreros, así como a la política de conciliación de los líderes
oportunistas de las tradeuniones, la Liga no pudo llevar a la práctica la línea trazada por el Consejo General; la burguesía inglesa
consiguió escindir el movimiento, y en 1867 se celebró una reforma mutilada, concediéndose el derecho de elegir nada más que a la
pequeña burguesía y a las capas más altas de la clase obrera, de modo que el grueso de la clase obrera siguió privado de derechos
políticos.- 84, 440, 441
[5] 43. Durante la guerra civil de los EE.UU., las tradeuniones norteamericanas apoyaban activamente a los Estados del Norte en su
lucha contra los esclavistas.- 84
[6] 44. La Conferencia de las tradeuniones británicas de Sheffield se celebró del 17 al 21 de julio de 1866, discutiéndose en ella la
cuestión de los lock-out.- 84
[7] 45. La Santa Alianza fue un pacto reaccionario concertado en 1815 por los monarcas de Rusia, Austria y Prusia para aplastar el
movimiento revolucionario en los diversos países y salvaguardar las monarquías feudales.- 85, 95
- 59 -
PROLOGO A LA PRIMERA EDICION ALEMANA
DEL PRIMER TOMO DE EL CAPITA L [1]
El trabajo, cuyo primer tomo propongo al público, es la continuación de la "Contribución a la crítica de la
Economía política", publicada por mí en 1859. El largo intervalo transcurrido entre el comienzo y la
continuación me ha sido impuesto por una enfermedad de muchos años que ha interrumpido la labor repetidas
veces.
El contenido de la obra primitiva está resumido en el primer capítulo de este tomo [2]. Y al hacerlo así, no se ha
atendido sólo a conseguir que sean más coherentes y completas las ideas, sino que se ha mejorado la exposición.
En la medida en que la materia lo ha permitido, se han desarrollado aquí puntos que antes apenas se esbozaron,
mientras que otros, ampliamente desarrollados allí, aquí simplemente se enuncian. Los capítulos sobre la historia
de la teoría del valor y de la teoría del dinero, por supuesto, han sido omitidos del todo. En cambio, el lector del
trabajo anterior encontrará en las notas del primer capítulo referencias a nuevas fuentes para el estudio de la
historia de estas teorías.
El principio siempre es duro; esto vale para todas las ciencias. Por eso, la máxima dificultad la constituirá la
comprensión del primer capítulo, en particular, los párrafos referentes al análisis de la mercancía. En cuanto a lo
que toca especialmente al análisis de la sustancia del valor y de la magnitud del valor he procurado, [88] en la
medida de lo posible, exponerlo en forma popular [*] . La forma valor, que llega a su pleno desarrollo en la
forma dinero, es muy simple y de poco contenido. No obstante, la inteligencia humana se ha dedicado a
investigarla durante más de 2.000 años, sin resultado, mientras que otras formas más complejas y de contenido
mucho más rico han sido analizadas, por lo menos aproximadamente, con resultado positivo. Y esto, ¿por qué?
Porque es más fácil de estudiar el cuerpo organizado que las células del cuerpo. Además, para analizar las formas
económicas, no se puede utilizar ni el microscopio ni los reactivos químicos. La capacidad de abstracción ha de
suplir a ambos. Ahora bien: para la sociedad burguesa, la forma mercancía del producto del trabajo o la forma
valor de la mercancía son formas económicas celulares. A los espíritus poco cultivados les parece que analizar
estas formas significa perderse en minucias. Se trata efectivamente de minucias, pero de minucias como las que
son objeto de la anatomía microscópica.
Por eso, a excepción del capítulo sobre la forma valor, nadie podrá acusar a este libro de difícil o incomprensible.
Me refiero, por supuesto, a lectores que traten de aprender algo nuevo y quieran, por tanto, pensar por sí mismos.
El físico, para observar los procesos naturales, o bien lo hace donde se presentan en forma más acusada y menos
deformada por influencias perturbadoras, o bien, si puede, hace experimentos en condiciones que aseguren el
desarrollo del proceso en su forma pura. Lo que me propongo investigar en esta obra es el modo de producción
capitalista y las relaciones de producción y de cambio que le corresponden. El país clásico para ello es hasta
ahora Inglaterra. De aquí el que haya tomado de él los principales hechos que sirven de ilustración a mis
conclusiones teóricas. Si el lector alemán alza los hombros con gesto de fariseo ante la situación de los
trabajadores industriales y agrícolas ingleses o si se tranquiliza con optimismo pensando que en Alemania las
cosas no están, ni con mucho, tan mal, tendré que decirle: De te fabula narratur! [*] [3]
No se trata aquí del grado de desarrollo, más alto o más bajo, que alcanzan los antagonismos sociales
engendrados por las leyes naturales de la producción capitalista. Se trata de las leyes mismas, de las tendencias
mismas que actúan y se imponen con una necesidad férrea. El país industrialmente más desarrollado no hace más
que mostrar al que es menos desarrollado el cuadro de su propio porvenir.
Pero aparte de esto: en los sitios donde la producción capitalista ha tomado por completo carta de naturaleza en
nuestro país, por ejemplo, en las fábricas propiamente dichas, la situación es mucho peor que en Inglaterra, por
faltar el contrapeso de la legislación fabril. En todas las esferas restantes, pesa sobre nosotros, como sobre los
demás países continentales de la Europa Occidental, no sólo el desarrollo de la producción capitalista, sino su
- 60 insuficiente desarrollo. Además de las miserias modernas, nos oprime toda una serie de miserias heredadas,
procedentes del hecho de seguir vegetando entre nosotros formas de producción antiguas y ya caducas que
acarrean un conjunto de relaciones sociales y políticas anacrónicas. No sufrimos sólo a causa de los vivos, sino a
causa de los muertos. Le mort saisit le vif! [*]*
En comparación con la inglesa, la estadística social alemana y del resto de la Europa Occidental continental, es
muy pobre. Sin embargo, levanta el velo lo bastante para dejar entrever la cabeza de Medusa. Nos
horrorizaríamos de ver nuestra propia situación si nuestros gobiernos y parlamentos designasen periódicamente,
como en Inglaterra, comisiones de investigación de las condiciones económicas; si estas comisiones estuviesen
investidas de los mismos poderes que en Inglaterra para descubrir la verdad; si se pudiera encontrar, para cumplir
esta misión, hombres tan expertos, imparciales y severos como los inspectores del trabajo de Inglaterra, como los
médicos ingleses que informan sobre la Public Health [*]**, como los comisarios ingleses que investigan sobre la
explotación de la mujer y del niño, sobre las condiciones de la vivienda y de la alimentación, etc. Perseo se
cubría con un casco mágico para perseguir a los monstruos; nosotros nos colocamos este casco mágico sobre
nuestros ojos y nuestros oídos para poder negar la existencia de los monstruos.
No hay que hacerse ilusiones. Del mismo modo que la guerra de la Independencia norteamericana del siglo
XVIII [4] fue el toque a rebato para la clase media europea, la guerra civil norteamericana del XIX [5] lo ha sido
para la clase obrera de Europa. En Inglaterra, el proceso revolucionario se ha hecho palpable. Cuando [90]
alcance un determinado nivel debe repercutir en el continente. Y allí revistirá formas más brutales o más
humanas, a tono con el grado de desarrollo de la clase obrera misma. Abstracción hecha de móviles más
elevados, sus más vitales intereses mandan a las clases hoy dominantes eliminar todos los obstáculos para el
desarrollo de la clase obrera que pueden ser eliminados por la legislación. Esta es la razón por la cual yo me he
extendido tanto en este tomo sobre la historia, el contenido y los resultados de la legislación fabril inglesa. Una
nación debe y puede aprender de otra. Incluso en el caso en que una sociedad haya llegado a descubrir la pista de
la ley natural que preside su movimiento —y la finalidad de esta obra es descubrir la ley económica que mueve
la sociedad moderna— no puede saltar ni suprimir por decreto sus fases naturales del desarrollo. Pero puede
acortar y hacer menos doloroso el parto.
Unas palabras para evitar posibles interpretaciones falsas. A los capitalistas y propietarios de tierra no los he
pintado de color de rosa. Pero aquí se habla de las personas sólo como personificación de categorías económicas,
como portadores de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi punto de vista, que enfoca el desarrollo de la
formación económica de la sociedad como un proceso histórico-natural, puede menos que ningún otro hacer
responsable al individuo de unas relaciones de las cuales socialmente es producto, aunque subjetivamente pueda
estar muy por encima de ellas.
En el terreno de la Economía política, la investigación científica libre se encuentra con más enemigos que en
todos los demás campos. La particular naturaleza del material de que se ocupa levanta contra ella y lleva al
campo de batalla las pasiones más violentas, más mezquinas y más odiosas que anidan en el pecho humano: las
furias del interés privado. La alta Iglesia de Inglaterra [6], por ejemplo, perdona antes un ataque contra 38 de sus
39 artículos de fe que contra 1/39 de sus ingresos monetarios. Hoy en día, el mismo ateísmo es una culpa levis
[*], comparado con la crítica de las tradicionales relaciones de propiedad. Sin embargo, aquí hay que reconocer
la existencia de un paso adelante. Observemos, por ejemplo, el Libro Azul publicado en las últimas semanas con
el título "Correspondence with Her Majesty's Missions Abroad, regarding Industrial Questions and Trades
Unions" [7]. Los representantes de la corona de Inglaterra en el extranjero exponen aquí sin ambages que en
Alemania, en Francia, en una palabra, en todos los países cultos del continente europeo es tan palpable y tan
inevitable como en Inglaterra una transformación radical [91] de las relaciones entre el capital y el trabajo. Al
mismo tiempo, al otro lado del Atlántico, el señor Wade, vicepresidente de los Estados Unidos de Norteamérica,
declaraba en mítines públicos que, abolida la esclavitud, se ha puesto sobre el tapete la transformación de las
relaciones de propiedad sobre el capital y la tierra. Son éstos signos de la época, que no se dejan encubrir con
mantos de púrpura ni con sotanas negras. No significan que mañana se vayan a producir milagros. Indican que en
las mismas clases dominantes apunta ya el presentimiento de que la sociedad actual no es ningún cristal duro,
sino un organismo susceptible de transformación y en transformación constante.
- 61 El segundo tomo de esta obra tratará del proceso de circulación del capital (libro II) y de los aspectos del proceso
en su conjunto (libro III); y el tercero y último (libro IV), de la historia de la teoría.
Bienvenido sea todo juicio crítico científico. Contra los prejuicios de la llamada opinión pública, a la que nunca
he hecho concesiones, tengo por divisa el lema del gran florentino:
Segui il tuo corso, e lascia dir le genti! [*]*
Carlos Marx
Londres, 25 de julio de 1867
Publicado por vez primera en el Se publica de acuerdo con el texto libro: Karl Marx. "Das Kapital. de la cuarta
edición alemana Kritik der politischen Oekonomie". de 1890.
Erster Band, Hamburg, 1867. Traducido del alemán.
NOTAS
[1]
46. "El Capital" es una obra genial del marxismo. Marx dedicó los cuarenta años últimos de su vida a su trabajo principal (iniciado en
los años 40).
Marx comenzó el estudio sistemático de la Economía política a fines de 1843, en París. Sus primeras investigaciones en este dominio
hallaron reflejo en las obras "Manuscritos económicos y filosóficos de 1844", "La ideología alemana", "Miseria de la Filosofía",
"Trabajo asalariado y capital", "Manifiesto del Partido Comunista", etc.
Después de cierto intervalo, debido a la revolución de 1848-1849, Marx pudo proseguir sus investigaciones económicas sólo en
Londres, capital a la que tuvo que emigrar en agosto de 1849.
En el período de 1857-1858, Marx redacta un manuscrito de 50 pliegos de imprenta, algo así como borrador de esbozo de "El Capital".
El manuscrito fue publicado por primera vez en 1939-1941 por el Instituto de Marxismo-Leninismo anejo al CC del PCUS en alemán
bajo el título de "Grundrisse der Kritik der politischen Oekonomie" («Rasgos fundamentales de la crítica de la Economía política»). Al
propio tiempo, Marx hace el primer esbozo del plan de toda la obra, al que detalla en los meses sucesivos y adopta en abril de 1858 el
acuerdo de exponer todo el trabajo en 6 libros. Sin embargo, pronto Marx decide comenzar la edición de la obra por partes, en
fascículos sueltos.
En 1858 comienza a redactar el primer fascículo, denominándolo "Contribución a la crítica de la Economía política". El libro salió en
1859.
En el curso del trabajo, Marx cambió el plan inicial de su obra. El plan de 6 libros fue sustituido por el de 4 tomos de "El Capital". En
1863-1865 redacta un nuevo y extenso manuscrito que es precisamente una primera variante detallada de los tres tomos teóricos de "El
Capital". Sólo después de estar escrito todo el trabajo (enero de 1866), Marx procede a la revisión definitiva del mismo antes de
entregarlo a la imprenta, pero, a consejo de Engels, decide no preparar todo el trabajo, sino principalmente, el primer tomo. Marx
efectúa esta revisión definitiva con mucha escrupulosidad, sometiendo, de hecho, a una nueva redacción el primer tomo de "El Capital".
Publicado el primer tomo (setiembre de 1867), Marx continúa redactándolo con motivo de la preparación de nuevas ediciones en
alemán y de traducciones en lenguas extranjeras. Introduce numerosas correcciones en la segunda edición (1872) y da indicaciones
sustanciales con motivo de la edición rusa, que sale en Petersburgo en 1872 y es la primera edición extranjera de "El Capital". Marx
somete a una reelaboración y redacción considerables la traducción francesa, que se publica en fascículos en los años de 1872 a 1875.
Por otra parte, después de aparecer el primer tomo de "El Capital", Marx continúa trabajando con los tomos siguientes, proponiéndose
terminar pronto toda la obra. Pero no lo consigue. Le quita mucho tiempo su multiforme actividad en el Consejo General de la I
Internacional. Se hacen cada vez más frecuentes las interrupciones del trabajo debido al mal estado de la salud.
- 62 Los dos tomos siguientes de "El Capital" fueron preparados para la imprenta por Engels después de la muerte de Marx: el segundo, en
1885, y el tercero, en 1894.- 87[2]
47. Marx se refiere al primer capítulo ("Mercancía y dinero") en la primera edición alemana del I tomo de "El Capital". En la segunda
edición y las siguientes de este tomo en alemán le corresponde la primera sección.- 87, 442
[**] Esto me ha parecido tanto más necesario, cuanto que incluso el capítulo del trabajo de F. Lassalle contra Schulze-Delitzsch en el
que declara explicar la «quinta esencia intelectual» de mi investigación sobre este tema (nota 48), contiene errores importantes. En
passant (dicho sea de paso), si F. Lassalle ha tomado de mis trabajos, casi literalmente y hasta con la terminología creada por mí, todas
las tesis teóricas generales de sus escritos económicos (por ejemplo, las tesis sobre el carácter histórico del capital, sobre la conexión
entre las relaciones de producción y el modo de producción, etc., etc.) y lo ha hecho sin citar las fuentes, ha sido simplemente con fines
de propaganda. Naturalmente, no me refiero a las tesis concretas ni a las aplicaciones prácticas de éstas, con lo que nada tengo que ver.
[*] Contigo va el cuento. Horacio, "Sátiras", libro I, sátira I. (N. de la Edit.)
[3] 48. Trátase del capítulo tercero del trabajo de F. Lasalle "Herr Bastiat — Schulze von Delitzsch, der ökonomische Julian, oder:
Capital und Arbeit" («El señor Bastiat-Schulze von Delitzsch, el Jualiano económico, o: Capital y trabajo»), Berlin, 1864.- 88
[**] ¡El muerto se agarra al vivo! (N. de la Edit.)
[***] Sanidad pública. (N. de la Edit.)
[4] 11. La guerra de la Independencia de las colonias norteamericanas de Inglaterra (1775-1783) contra la dominación inglesa debió
su origen a la aspiración de la joven nación burguesa norteamericana a la independencia y a la supresión de los obstáculos que impedían
el desarrollo del capitalismo. Como resultado de la victoria de los norteamericanos se formó un Estado burgués independiente: los
Estados Unidos de América.- 19, 89, 165.
[5] 4. La guerra civil de Norteamérica (1861-1865) se libró entre los Estados industriales del Norte y los sublevados Estados esclavistas
del Sur. La clase obrera se Inglaterra se opuso a la política de la burguesía nacional, que apoyaba a los plantadores esclavistas, e
impidió con su acción la intervención de Inglaterra en esa contienda.- 6, 19, 38, 89, 119, 164
[6] 49. La alta Iglesia era una corriente de la Iglesia anglicana que tenía adeptos principalmente entre la aristocracia; mantenía los
pomposos ritos antiguos, subrayando la continuidad entre ella y el catolicismo.- 90
[*] Un pecado venial. (N. de la Edit.)
[7] 3. Libros Azules (Blue Books), denominación general de las publicaciones de documentos del parlamento inglés y de los
documentos diplomáticos del Ministerio del Exterior, debida al color azul de la cubierta. Se editan en Inglaterra a partir del siglo XVII y
son la fuente oficial fundamental de datos sobre la historia económica y diplomática del país.
En la pág. 6 trátase del "Informe de la comisión para investigar la acción de las leyes referentes al destierro y a los trabajos forzados", t.
I, Londres, 1863; en la pág. 90, de la "Correspondencia con las misiones extranjeras de Su Majestad sobre problemas de la industria y
las tradeuniones", Londres, 1867.- 6, 90[*]
¡Sigue tu camino y deja que la gente murmure! (Dante. "La divina comedia", El purgatorio, canto V, parafraseado.) (N. de la Edit.)
- 63 -
PALABRAS FINALES A LA SEGUNDA EDICION
ALEMANA DEL PRIMER TOMO DE "E L C A P I
T A L" DE 1872
Para comenzar tengo que señalar a los lectores de la primera edición los cambios efectuados en la segunda. Salta
a la vista la estructura más clara del libro. Las notas suplementarias vienen marcadas en todas partes como notas
a la segunda edición. En cuanto al propio texto, lo esencial se reduce a lo siguiente.
En el capítulo I, sección 1, la deducción del valor a partir del análisis de las ecuaciones, en las que se expresa
todo valor de cambio, se ha realizado con un mayor rigor científico. Del mismo modo, la relación entre la
sustancia del valor y la determinación de la magnitud de éste mediante el tiempo de trabajo socialmente
necesario, a la que sólo se ha hecho alusión en la primera edición, se expone explícitamente en la segunda. El
capítulo I, sección 3 ("La forma del valor") ha sido revisado completamente, puesto que, en la primera edición, el
problema se expuso dos veces. De paso diré que esta doble exposición se debe a mi amigo el Doctor L.
Kugelmann, de Hannover. Yo lo visité en la primavera de 1867, cuando las primeras pruebas llegaron de
Hamburgo, y me convenció que para la mayoría de los lectores era necesaria una explanación suplementaria, más
didáctica de la forma del valor. La última parte del primer capítulo ("El fetichismo de la mercancía") ha sido
modificado en gran medida. La parte 1 del capítulo III ("Medida de valores") fue revisada minuciosamente, ya
que, en la [93] primera edición, la sección había sido tratada con cierta ligereza, al hacerse referencia a la
explicación dada ya en el libro "Contribución a la crítica de la Economía política", Berlín, 1859. El capítulo VII,
en particular la sección 2, fue rehecho considerablemente.
Sería inútil señalar todos los cambios parciales del texto quc, en muchos casos, son nada más que de estilo. Están
dispersos en todo el libro. Sin embargo, al revisar la traducción francesa, que va a salir en París, he visto que
algunas partes del original alemán necesitan una revisión a fondo, mientras que otras requieren una redacción de
estilo o la supresión de fallas ocasionales. Pero me faltó tiempo para eso, ya que sólo en otoño de 1871, estando
ocupado en otros trabajos inaplazables, me informaron que el libro se había agotado y que se comenzaría a
imprimir la segunda edición ya en enero de 1872.
La acogida que ha obtenido rápidamente "El Capital" entre los vastos medios de la clase obrera alemana es la
mejor recompensa de mi trabajo. El señor Mayer, fabricante de Viena, que en los problemas de Economía
representa el punto de vista burgués, señala con razón en un folleto [1] aparecido durante la guerra francoprusiana [2] que la gran capacidad de pensamiento teórico, considerada como patrimonio hereditario de los
alemanes, ha desaparecido enteramente en las llamadas clases cultas de Alemania, para reaparecer, en cambio,
entre la clase obrera [3].
Hasta ahora, en Alemania, la Economía política ha sido una ciencia extranjera. Gustavo von Gülich, en su
"Geschichtliche Darstellung des Handels, de Gewerbe etc." («Exposición histórica del comercio, de los
oficios...»), sobre todo en los dos primeros tomos de dicha obra, salidos en 1830, pone en claro ya en gran parte
las condiciones históricas que impedían en nuestro país el progreso del modo de producción capitalista y, por
tanto, la formación de la sociedad burguesa moderna. Por tanto, no había base vital para la Economía política.
Esta última se importaba de Inglaterra y Francia como artículo hecho; los profesores alemanes de Economía
política eran unos escolares. La expresión teórica de la realidad ajena se convirtió en sus manos en una colección
de dogmas interpretados en el espíritu del mundo pequeñoburgués que les rodeaba, es decir, de manera
tergiversada. Incapaces de ahogar el sentimiento de su impotencia científica y la desagradable conciencia de
tener que desempeñar el papel de maestros en una esfera que les era realmente ajena, procuraron encubrirse con
la aparente riqueza de erudición histórica y literaria o añadiendo materiales completamente extraños del dominio
de las llamadas ciencias camerales, de esa mescolanza de distintos datos, cuyo purgatorio debía resistir todo
candidato a burócrata alemán lleno de esperanzas.
- 64 [94]
A partir de 1848, la producción capitalista se ha desarrollado rápidamente en Alemania, y en el presente está
experimentando ya el pleno florecimiento especulativo. Pero, en cuanto a nuestros economistas profesionales, la
suerte les sigue siendo desfavorable. Mientras tenían la posibilidad de ocuparse imparcialmente de la Economía
política, en la realidad alemana no había relaciones económicas modernas. Y cuando éstas aparecieron, existían
ya unas circunstancias que no admitían la posibilidad de estudio imparcial de dichas relaciones dentro del cuadro
de los horizontes burgueses. Por cuanto la Economía política es burguesa, es decir, por cuanto no ve en el
régimen capitalista una fase históricamente transitoria del desarrollo, sino, al contrario, la forma absoluta y final
de la producción social, puede seguir siendo científica sólo mientras la lucha de clases se halle en estado latente o
se manifieste en fenómenos aislados o esporádicos.
Veamos el caso de Inglaterra. Su Economía política clásica pertenece al período de lucha de clases no
desarrollada. Ricardo, su último gran representante, en fin de cuentas, toma conscientemente como punto de
partida de su investigación el antagonismo de los intereses de clase, del salario y la ganancia, de la ganancia y la
renta del suelo, considerando ingenuamente este antagonismo como una ley natural de la vida social. A la par
con ello, la ciencia económica burguesa alcanzó su último límite, infranqueable ya para ella. Ya en vida de
Ricardo, y en oposición a él, apareció la crítica de la Economía política burguesa, personificada por Sismondi
[*].
El período siguiente, el de 1820 a 1830, se distingue en Inglaterra por una gran actividad científica en la esfera de
la Economía política. Es una época de divulgación y propagación de la teoría de Ricardo y, a la vez, de su lucha
contra la vieja escuela. Tienen lugar brillantes torneos. Lo hecho en esa época por los economistas se conoce
poco en el continente europeo, ya que la polémica se dispersa en su mayor parte en artículos de revista, folletos y
otros impresos ocasionales. La situación contemporánea explica el carácter libre de dicha polémica, aunque la
teoría de Ricardo se empleaba ya a la sazón, como excepción, como arma para atacar a la economía burguesa.
Por una parte, la propia gran industria apenas salía de la infancia, como lo muestra ya el que sólo con la crisis de
1825 comience el ciclo periódico de su vida moderna. Por otra parte, la lucha de clases entre el capital y el
trabajo fue relegada a segundo plano: en la palestra política [95] la ofuscaba la discordia entre los señores
feudales y los gobiernos unidos en torno a la Santa Alianza [4], de un lado, y las masas populares dirigidas por la
burguesía, de otro lado; en la palestra económica, la ofuscaban las disensiones entre el capital industrial y la
propiedad aristocrática sobre la tierra, que en Francia se ocultaban tras el antagonismo entre la propiedad
parcelaria y la gran propiedad de la tierra, y en Inglaterra, a partir de las leyes cerealistas [5], se manifestaban
abiertamente. Las publicaciones sobre Economía política en Inglaterra de dicha época recuerdan el período de
embate en Economía política en Francia después de la muerte del Doctor Quesnay, pero sólo como el veranillo
de San Miguel recuerda la primavera. En 1830 sobreviene la crisis que lo decide todo de golpe.
En Francia y en Inglaterra, la burguesía conquista el poder político. Desde este momento, la lucha de clases,
práctica y teórica, va adquiriendo formas cada vez más acusadas y amenazadoras. Al propio tiempo suena la hora
final de la Economía política burguesa. A partir de ese período ya no se trata de si es justo o no uno u otro
teorema, sino de si es útil o perjudicial para el capital, de si es cómodo o incómodo, de si coincide o no con los
razonamientos de la policía. La investigación desinteresada cede lugar al pugilato pagado, las investigaciones
científicas imparciales son sustituidas por las de mala fe y la apologética servil. Por cierto, los insignificantes
tratados, con los que la Liga contra las leyes cerealistas, bajo los auspicios de los fabricantes Cobden y Bright,
importuna el público, ofrecen aún cierto interés, si no científico, al menos histórico, merced a sus ataques contra
la aristocracia propietaria de tierras. Ahora bien, la legislación librecambista [6] de Sir Robert Peel arranca a la
Economía política vulgar este último aguijón.
La revolución continental de 1848 tuvo también repercusión en Inglaterra. Los hombres que tenían todavía la
pretensión de científicos y que aspiraban a ser algo más que simples sofistas y sicofantes de las clases
dominantes procuraban conciliar la Economía política del capital con las demandas del proletariado, de las que
ya no podía más hacer caso omiso. De ahí el somero sincretismo representado mejor que nadie por John Stuart
- 65 Mill. Es la declaración de la bancarrota de la Economía política borguesa, como lo ha mostrado, magistralmente
N. Chernyshevski, gran sabio y crítico ruso, en su "Ensayo de Economía política según Mill".
Así, en Alemania, el modo capitalista de producción maduró sólo después de manifestarse su carácter antagónico
en Inglaterra y en Francia en las violentas batallas de la lucha histórica, con la particularidad de que el
proletariado alemán ya poseía una conciencia teórica de clase mucho más clara que la burguesía [96] alemana.
Por tanto, en cuanto surgieron aquí las condiciones en que la Economía política burguesa, como ciencia, parecía
posible, era en realidad ya imposible.
En tales circunstancias, sus portavoces se dividieron en dos campos. Unos, prudentes, ambiciosos y prácticos, se
agruparon en torno de la bandera de Bastiat, el representante más banal y, por ende, más logrado de la
apologética de la Economía vulgar. Otros, enteramente penetrados de la dignidad profesoral de su ciencia,
siguieron a John Stuart Mill en su tentativa de conciliar lo inconciliable. Los alemanes, en el período de la
decadencia de la Economía política burguesa, al igual que en el período clásico de la misma, no pasaron de
simples escolares, adoradores e imitadores, de miserables tenderos al servicio de las grandes firmas extranjeras.
Por consiguiente, el desarrollo histórico peculiar de la sociedad alemana descarta todo progreso original de la
Economía política burguesa, pero no la posibilidad de criticarla. Por cuanto tal crítica en general representa a una
clase, sólo puede representar a la clase que tiene como misión histórica el destruir el modo de producción
capitalista y abolir definitivamente las clases, es decir, sólo puede representar al proletariado.
Los portavoces sabios e ignorantes de la borguesía alemana intentaron inicialmente recurrir a la conspiración del
silencio contra "El Capital", como lo habían conseguido en lo tocante a mis trabajos más tempranos. Pero, en
cuanto esta táctica dejó de responder a las condiciones de la época, publicaron, so pretexto de criticar mi libro,
instrucciones para «calmar la conciencia burquesa». Pero tropezaron, en la prensa obrera —véanse, por ejemplo,
los artículos de Joseph Dietzgen en "Volksstaat" [7]— con adversarios más fuertes que ellos, que hasta hoy no
han recibido respuesta [*] [8] [9].
[97]
Una excelente traducción rusa de "El Capital" apareció en la primavera de 1872, en Petersburgo. La edición de
3.000 ejemplares está ya casi agotada. Ya en 1871, el señor N. I. Sieber, profesor de Economía política de la
Universidad de Kíev, en su trabajo "Teoria chennosmi i kapimaka D. Rikardo" («La teoría del valor y del capital
de D. Ricardo»), mostró que mi teoría del valor, del dinero y del capital era, en sus rasgos fundamentales, un
continuo y necesario desarrollo de la doctrina de Smith-Ricardo. Al conocer este valioso libro, al lector de la
Europa Occidental le sorprende la aplicación consecuente del adoptado punto de vista puramente teórico.
El método empleado en "El Capital" ha sido poco comprendido, como ya lo demuestran las nociones
contradictorias que acerca de él se han formado.
Así, la "Revue Positiviste" [10] de París me echa en cara, por una parte, que trato la Economía de un modo
metafísico y, por otra —¡adivinen ustedes qué!—, que me limito a un simple análisis crítico de los datos, en
lugar de prescribir recetas (¿comtistas?) para los figones del futuro. Respecto a la acusación de metafísico, he
aquí lo que escribe el profesor Sieber:
«En lo tocante a la teoría propiamente dicha, el método de Marx es el método deductivo de toda la escuela
inglesa, cuyos inconvenientes y cuyas ventajas son comunes a todos los mejores teóricos de la Economía». [11].
El señor M. Block —"Les Théoriciens du Socialisme en Allemagne. Extrait du «Journal des Economistes»,
juillet et août 1872 [*]*— encuentra que mi método es analítico y dice, entre otras cosas
«Par cet ouvrage M. Marx sel classe parmi les esprits analytiques les plus éminents» [*].
- 66 Los críticos alemanes claman naturalmente contra la sofística hegeliana. "Véstnik Evropy" [12] de San
Petersburgo, en un artículo dedicado exclusivamente al método de "El Capital" (número de mayo de 1872, págs.
427-436), encuentra que mi método de investigación es rigurosamente realista, pero lamenta que el método de
exposición sea del tipo dialéctico alemán. El autor [*]* dice:
«Al primer golpe de vista, juzgando por la forma externa de la exposición, Marx es un filósofo idealista a
ultranza. Y esto, en el sentido «alemán», es decir, en el sentido malo de la palabra. De hecho es infinitamente
más realista que todos los que le han antecedido en el campo de la crítica económica... No hay ni asomo de razón
para calificarle de idealista».
[98]
No puedo contestar mejor al escritor, que citando extractos de su propia crítica que, ciertamente, pueden interesar
a algunos de mis lectores para los cuales el original ruso no es accesible.
Después de una cita de mi prólogo a la "Contribución a la crítica de la Economía política", Berlín, 1859, págs.
IV-VII [*]**, en el que expongo el fundamento materialista de mi método, el escritor continúa así:
«Para Marx sólo hay una cosa importante: descubrir la ley que rige los fenómenos de cuya investigación se
ocupa. Y no le interesa sólo la ley que los rige cuando tienen una forma determinada y una determinada relación,
tal como se les puede observar en un período dado. Le interesa, además, la ley de su mudanza, de su desarrollo,
es decir, de su paso de una forma a otra, de un orden de relaciones a otro. En cuanto ha descubierto esta ley,
investiga detalladamente los efectos por los cuales se manifiesta en la vida social... En consonancia con eso,
Marx se ocupa solamente de una cosa: de demostrar, mediante una investigación científica precisa, la necesidad
de determinados órdenes de relaciones sociales, y de comprobar, con toda la exactitud posible, los hechos que le
sirven de punto de partida y de punto de apoyo. Y le basta plenamente, si, al demostrar la necesidad del orden
actual, demuestra también la necesidad de otro orden que inevitablemente habrá de nacer del primero, sin
importar para ello el que los hombres crean o no crean, tengan o no tengan conciencia de ello. Marx considera el
movimiento social como un proceso histórico-natural sujeto a leyes que no sólo no dependen de la voluntad, de
la conciencia ni de los propósitos de los hombres, sino que, por el contrario, son las que determinan esta
voluntad, esta conciencia y estos propósitos... Si el elemento consciente desempeña un papel tan subordinado en
la historia de la cultura, ni que decir tiene que la crítica de esta misma cultura menos que nada puede tener por
base ninguna forma de la conciencia como tampoco ningún resultado de la conciencia. En otras palabras: el
punto de partida de ella no puede, en modo alguno ser la idea, sino solamente el fenómeno exterior. La crítica
debe consistir en comparar, confrontar, cotejar un hecho, no con una idea, sino con otro hecho. Para ella importa
sólo que los dos hechos estén investigados con la mayor exactitud posible y que, el uno con respecto al otro,
representen realmente diferentes fases de desarrollo, siendo, además, importante que el orden y la sucesión de las
diversas fases de desarrollo así como sus conexiones sean estudiados con no menos rigor... Algún lector tal vez
pueda decirnos... que las leyes generales que rigen la vida económica son las mismas, tanto si se aplican al
presente como al pasado. Marx niega precisamente esa idea. Para él no existen tales leyes generales... Por el
contrario, cada gran período histórico tiene, según él, sus leyes propias... Pero en cuanto la vida ha superado
cierto período de desarrollo, ha salido de una fase y ha entrado en otra, empieza a regirse ya por otras leyes. En
una palabra, la vida económica presenta en este caso un cuadro análogo al que observamos en otras categorías de
fenómenos biológicos... Los viejos economistas no comprendían la naturaleza de las leyes económicas, al
considerarlas de la misma naturaleza que las leyes de la Física y de la Química... Un análisis más profundo de los
fenómenos demuestra que los organismos sociales se diferencian unos de otros tan profundamente como los
organismos animales y vegetales... La diferente estructura de estos organismos, la diversidad de sus órganos, las
distintas condiciones en que éstos tienen que funcionar, etc., hacen que un [99] mismo fenómeno pueda regirse
por leyes completamente distintas en las diferentes fases de su desarrollo... Marx se niega a reconocer, por
ejemplo, que la ley de la población sea siempre y en todas partes, para todas las épocas y para todos los lugares la
misma; y afirma, por el contrario, que cada fase de desarrollo tiene su propia ley de la población... Los distintos
grados de productividad implican consecuencias distintas, y también, por tanto, serán distintas las leyes que las
rijan. Al plantearse, pues, la tarea de analizar y explicar la organización económica capitalista, Marx no hace sino
- 67 formular de un modo rigurosamente científico el objetivo que debe perseguir toda investigación exacta de la vida
económica... El valor científico de semejante investigación consiste en aclarar las leyes especiales que rigen el
surgimiento, la existencia, el desarrollo y la muerte de un organismo social dado y su sustitución por otro
organismo más elevado. Y éste es el valor que efectivamente tiene la obra de Marx».
Al definir el señor autor tan justamente lo que él llama mi verdadero método, y al juzgar tan favorablemente la
aplicación que yo hago de él ¿qué hace sino definir el método dialéctico?
Ciertamente, el procedimiento de exposición debe diferenciarse, por la forma, del de investigación. La
investigación debe captar con todo detalle el material, analizar sus diversas formas de desarrollo y descubrir la
ligazón interna de éstas. Sólo una vez cumplida esta tarea, se puede exponer adecuadamente el movimiento real.
Si se acierta a reflejar con ello idealmente la vida del material investigado, puede parecer que lo que se expone es
una construcción apriorística.
Mi método dialéctico no sólo es en su base distinto del método de Hegel, sino que es directamente su reverso.
Para Hegel, el proceso del pensamiento, al que él convierte incluso, bajo el nombre de idea, en sujeto con vida
propia, es el demiurgo [*] de lo real, y lo real su simple apariencia. Para mí, por el contrario, lo ideal no es más
que lo material transpuesto y traducido en la cabeza del hombre.
Yo he criticado el aspecto mistificador de la dialéctica hegeliana hace cerca de 30 años, cuando todavía estaba de
moda. En la época en que yo estaba escribiendo el primer tomo de "El Capital", los epígonos [13] molestos,
pretenciosos y mediocres, que hoy ponen cátedra en la Alemania culta, se recreaban en hablar de Hegel, como el
bravo Moisés Mendelssohn, en tiempo de Lessing, hablaba de Spinoza tratándolo de «perro muerto». Por eso me
he declarado yo abiertamente discípulo de aquel gran pensador e incluso, en algunos pasajes del capítulo sobre la
teoría del valor, he llegado a coquetear con su modo particular de expresión. La mistificación sufrida por la
dialéctica en las manos de Hegel, no quita nada al hecho de que él haya sido el primero en exponer, en toda su
amplitud y con toda conciencia, las formas generales de su movimiento. [100] En Hegel la dialéctica anda cabeza
abajo. Es preciso ponerla sobre sus pies para descubrir el grano racional encubierto bajo la corteza mística.
En su forma mistificada, la dialéctica se puso de moda en Alemania porque parecía glorificar lo existente. Su
aspecto racional es un escándalo y una abominación para la burguesía y sus portavoces doctrinarios, porque en la
concepción positiva de lo existente incluye la concepción de su negación, de su aniquilamiento necesario;
porque, concibiendo cada forma llegada a ser en el fluir del movimiento, enfoca también su aspecto transitorio;
no se deja imponer por nada; es esencialmente crítica y revolucionaria.
El movimiento lleno de contradicciones de la sociedad capitalista se deja sentir para el burgués práctico del
modo más impresionante en las vicisitudes de los ciclos periódicos que atraviesa la moderna industria,
vicisitudes cuyo punto culminante es la crisis general. Ya se acerca de nuevo, aunque todavía se encuentre sólo
en las etapas preliminares, y por la universalidad de su campo de acción y la intensidad de sus efectos, va a hacer
entrar la dialéctica hasta en la cabeza de los medrados del nuevo Sacro Imperio pruso-alemán.
Carlos Marx
Londres, 21 de enero de 1873
Publicado por vez primera en el Se ublica de acuerdo con el texto libro: K. Marx. "Das Kapital. de la 4ª edición
alemana de 1890. Kritik der politischen Oekonomie".
Erster Band. Zweite verbesserte Traducido del alemán.
Auflage. Hamburg, 1872.
- 68 NOTAS
[1]
50. S. Mayer. "Die Sociale Frage in Wien. Studie eines «Arbeitgebers»" («La cuestión social en Viena. Estudio de un «empresario»),
Wien, 1871.- 93
[2] 51. La guerra franco-prusiana de 1870-1871 terminó con la derrota de Francia.- 93
[3] 52. En la cuarta edición alemana del primer tomo de "El Capital" (1890), los primeros cuatro párrafos de estas palabras finales
fueron omitidos. En el presente tomo, al igual que en la segunda edición, se publica el texto completo.- 93
[*] V. mi trabajo "Contribución a la crítica de la Economía política". Berlín, 1859, pág. 39.
[4] 45. La Santa Alianza fue un pacto reaccionario concertado en 1815 por los monarcas de Rusia, Austria y Prusia para aplastar el
movimiento revolucionario en los diversos países y salvaguardar las monarquías feudales.- 85, 95
[5] 31. Las llamadas leyes cerealistas, adoptadas con vistas a restringir o prohibir la importación de cereales del extranjero, fueron
promulgadas en Inglaterra en beneficio de los grandes terratenientes (landlords). En 1838, los fabricantes Cobden y Bright, de
Manchester, fundaron la Liga contra las leyes cerealistas. Al reivindicar la completa libertad de comercio, la Liga exigía la derogación
de estas leyes, a fin de reducir los salarios de los obreros y debilitar las posiciones económicas y políticas de la aristocracia
terrateniente. Como resultado de la lucha, en 1846 fue adoptado el bill de derogación de las leyes cerealistas, lo cual significó la
victoria de la burguesía industrial sobre la aristocracia terrateniente.- 38, 95
[6] 53. Librecambistas, partidarios de la libertad de comercio, del librecambio, y de la no ingerencia del Estado en la vida económica
del país. Al frente del movimiento de los librecambistas se hallaban Cobden y Bright, que organizaron en 1838 la Liga contra las leyes
cerealistas, cuya abolición significó una victoria de la burguesía industrial.- 95
[7] 54. "Der Volksstaat" («El Estado del pueblo»), órgano central del Partido Socialdemócrata Obrero de Alemania (los eisenachianos),
se publicó en Leipzig del 2 de octubre de 1869 al 29 de setiembre de 1876. La dirección general corría a cargo de G. Liebknecht, y el
director de la editorial era A. Bebel. Marx y Engels colaboraban en el periódico, prestándole constante ayuda en la redacción del
mismo. Hasta 1869, el periódico salía bajo el título "Demokratisches Wochenblatt" (véase la nota 94).
Trátase del artículo de J. Dietzgen "Carlos Marx. «El Capital. Crítica de la Economía política»", Hamburgo, 1867, publicado en
"Demokratisches Wochenblatt", núms. 31, 34, 35 y 36 del año 1868.- 96, 178, 314, 324, 452, 455
[*] Los charlatanes desvariados de la Economía política vulgar alemana arremeten contra el estilo y el modo de exposición de "El
Capital". Nadie puede juzgar más severamente que yo mismo las deficiencias literarias de mi trabajo. Sin embargo, para información y
satisfacción de estos señores y su público citaré aquí dos críticas: una inglesa, y otra, rusa. La "Saturday Review" (nota 55),
indiscutiblemente hostil a mis puntos de vista, dice en su nota acerca de la primera edición alemana que el modo de exposición «les da a
las cuestiones económicas más áridas un encanto (charm) peculiar». "La Gaceta de San Petersbargo" ("St.-Peterburgskie Védomosti")
(nota 56) del 8 (20) de abril de 1872 observa, entre otras cosas: «La exposición de su trabajo (excepto algunas particularidades muy
especiales) se distingue por la claridad y la facilidad de comprensión y, a despecho de la dificultad científica de la materia, por su
extraordinaria vivacidad. En este sentido, el autor... está lejos de parecerse a la mayoría de los sabios alemanes, que... escriben sus obras
en un lenguaje tan oscuro y seco que a los simples mortales se les rompe la cabeza». A los lectores de la actual literatura profesoral del
liberalismo nacional alemán no se les rompe la cabeza, sino muy otra cosa.
[8] 55. "The Saturday Review of Politics, Literature, Science and Art" («Revista de sábado sobre problemas de política, literatura,
ciencia y arte»), hebdomadario conservador inglés que salía en Londres en los años de 1855 a 1938.- 96
[9] 56. "St.-Peterburgskie Védomosti" («Gaceta de San Petersburgo»), diario ruso, órgano oficial del Gobierno, que se publicó bajo ese
título desde 1728 hasta 1914; en los años de 1914 a 1917 salía bajo el título de "Petrogradskie Védomosti" («Gaceta de Petrogrado»).96
[10] 57. Trátase de "La Philosophie positive. Revue" («Filosofía positiva. Revista») que se publicaba en París en los años de 1867 a
1883. En su tercer número, correspondiente a noviembre-diciembre de 1868 se insertó una breve reseña acerca del primer tomo de "El
Capital" escrita por E. B. De-Roberty, adepto de la filosofía positiva de A. Comte.- 97
[11] 58. N. Sieber. "La teoría del valor y del capital de D. Ricardo con motivo de los suplementos y explicaciones suplementarios",
Kíev, 1871, pág. 170.- 97
- 69 [**] "Los teóricos del socialismo en Alemania". Artículo publicado en los números de julio y agosto de 1872 del "Journal des
Economistes". (N. de la Edit.)
[*] «Con esta obra, el señor Marx se sitúa entre los espíritus analíticos más eminentes». (N. de la Edit.)
[12] 59. "Véstnik Evropy" («Mensajero de Europa»), revista histórico-política y literaria mensual de orientación liberal burguesa que
salía en Petersburgo de 1866 a 1918.- 97
[**] I. Kaufman. (N. de la Edit.)
[***] Véase la presente edición, t. 1, págs. 517-519. (N. de la Edit.)
[*] Creador. (N. de la Edit.)
[13] 60. Alusión a los filósofos burgueses alemanes Büchner, Lange, Dühring, Fechner, etc.- 99
- 70 -
E LCAPITAL
CAPITULO XXIV
LA LLAMADA ACUMULACION ORIGINARIA
1. EL SECRETO DE LA ACUMULACION ORIGINARIA
Hemos visto cómo se convierte el dinero en capital, cómo sale de éste la plusvalía y de la plusvalía más capital.
Sin embargo, la acumulación de capital presupone la plusvalía; la plusvalía, la producción capitalista, y ésta, la
existencia en manos de los productores de mercancías de grandes masas de capital y fuerza de trabajo. Todo este
proceso parece moverse dentro de un círculo vicioso, del que sólo podemos salir dando por supuesto una
acumulación «originaria» anterior a la acumulación capitalista («previous accumulation», la denomina Adam
Smith), una acumulación que no es fruto del régimen capitalista de producción, sino punto de partida de él.
Esta acumulación originaria viene a desempeñar en la Economía política más o menos el mismo papel que
desempeña en la teología el pecado original. Adán mordió la manzana y con ello el pecado se extendió a toda la
humanidad. Los orígenes de la primitiva acumulación pretenden explicarse relatándolos como una anécdota del
pasado. En tiempos muy remotos —se nos dice—, había, de una parte, una élite trabajadora, inteligente y sobre
todo ahorrativa, y de la otra, un tropel de descamisados, haraganes, que derrochaban cuanto tenían y aún más. Es
cierto que la leyenda del pecado original teológico nos dice cómo el hombre fue condenado a ganar el pan con el
sudor de su rostro; pero la historia del pecado original económico nos revela por qué hay gente que no necesita
[102] sudar para comer. No importa. Así se explica que mientras los primeros acumulaban riqueza, los segundos
acabaron por no tener ya nada que vender más que su pelleja. De este pecado original arranca la pobreza de la
gran masa que todavía hoy, a pesar de lo mucho que trabaja, no tiene nada que vender más que a sí misma y la
riqueza de los pocos, riqueza que no cesa de crecer, aunque ya haga muchísimo tiempo que sus propietarios han
dejado de trabajar. Estas niñerías insustanciales son las que al señor Thiers, por ejemplo, sirven todavía, con el
empaque y la seriedad de un hombre de Estado a los franceses, en otro tiempo tan ingeniosos, en defensa de la
propriété [propiedad]. Pero tan pronto como se plantea el problema de la propiedad, se convierte en un deber
sacrosanto abrazar el punto de vista de la cartilla infantil, como el único que cuadra a todas las edades y a todos
los grados de desarrollo. Sabido es que en la historia real desempeñan un gran papel la conquista, el
esclavizamiento, el robo y el asesinato, la violencia, en una palabra. Pero en la dulce Economía política ha
reinado siempre el idilio. Las únicas fuentes de riqueza han sido desde el primer momento el derecho y el
«trabajo», exceptuando siempre, naturalmente, «el año en curso». En la realidad, los métodos de la acumulación
originaria fueron cualquier cosa menos idílicos.
Ni el dinero ni la mercancía son de por sí capital, como no lo son tampoco los medios de producción ni los
artículos de consumo. Hay que convertirlos en capital. Y para ello han de concurrir una serie de circunstancias
concretas, que pueden resumirse así: han de enfrentarse y entrar en contacto dos clases muy diversas de
poseedores de mercancías; de una parte, los propietarios de dinero, medios de producción y artículos de consumo
deseosos de explotar la suma de valor de su propiedad mediante la compra de fuerza ajena de trabajo; de otra
parte, los obreros libres, vendedores de su propia fuerza de trabajo y, por tanto, de su trabajo. Obreros libres en el
doble sentido de que no figuran directamente entre los medios de producción, como los esclavos, los siervos,
etc., ni cuentan tampoco con medios de producción de su propiedad como el labrador que trabaja su propia tierra,
etc.; libres y desheredados. Con esta polarización del mercado de mercancías se dan las condiciones
fundamentales de la producción capitalista. Las relaciones capitalistas presuponen el divorcio entre los obreros y
la propiedad de las condiciones de realización del trabajo. Cuando ya se mueve por sus propios pies, la
producción capitalista no sólo mantiene este divorcio, sino que lo reproduce en una escala cada vez mayor. Por
tanto, el proceso que engendra el capitalismo sólo puede ser uno: el proceso de disociación entre el obrero y la
propiedad de las condiciones de su trabajo, proceso que, de una [103] parte, convierte en capital los medios
- 71 sociales de vida y de producción, mientras que, de otra parte, convierte a los productores directos en obreros
asalariados. La llamada acumulación originaria no es, pues, más que el proceso histórico de disociación entre el
productor y los medios de producción. Se la llama «originaria» porque forma la prehistoria del capital y del
modo capitalista de producción.
La estructura económica de la sociedad capitalista brotó de la estructura económica de la sociedad feudal. Al
disolverse ésta, salieron a la superficie los elementos necesarios para la formación de aquélla.
El productor directo, el obrero, no pudo disponer de su persona hasta que no dejó de vivir encadenado a la gleba
y de ser siervo dependiente de otra persona. Además, para poder convertirse en vendedor libre de fuerza de
trabajo, que acude con su mercancía adondequiera que encuentre mercado, hubo de sacudir también el yugo de
los gremios, sustraerse a las ordenanzas sobre aprendices y oficiales y a todos los estatutos que embarazaban el
trabajo. Por eso, en uno de sus aspectos, el movimiento histórico que convierte a los productores en obreros
asalariados representa la liberación de la servidumbre y la coacción gremial, y este aspecto es el único que existe
para nuestros historiadores burgueses. Pero, si enfocamos el otro aspecto, vemos que estos trabajadores recién
emancipados sólo pueden convertirse en vendedores de sí mismos, una vez que se vean despojados de todos sus
medios de producción y de todas las garantías de vida que las viejas instituciones feudales les aseguraban. Y esta
expropiación queda inscrita en los anales de la historia con trazos indelebles de sangre y fuego.
A su vez, los capitalistas industriales, estos potentados de hoy, tuvieron que desalojar, para llegar a este puesto,
no sólo a los maestros de los gremios artesanos, sino también a los señores feudales, en cuyas manos se
concentraban las fuentes de la riqueza. Desde este punto de vista, su ascensión es el fruto de una lucha victoriosa
contra el poder feudal y sus indignantes privilegios, contra los gremios y las trabas que estos ponían al libre
desarrollo de la producción y a la libre explotación del hombre por el hombre. Pero los caballeros de la industria
sólo consiguieron desplazar por completo a los caballeros de la espada explotando sucesos en que no tenían la
menor parte de culpa. Subieron y triunfaron por procedimientos no menos viles que los que en su tiempo empleó
el liberto romano para convertirse en señor de su patrono.
El proceso de donde salieron el obrero asalariado y el capitalista, tuvo como punto de partida la esclavización del
obrero. Este [104] desarrollo consistía en el cambio de la forma de esclavización: la explotación feudal se
convirtió en explotación capitalista. Para comprender la marcha de este proceso, no hace falta remontarse muy
atrás. Aunque los primeros indicios de producción capitalista se presentan ya, esporádicamente, en algunas
cindades del Mediterráneo durante los siglos XIV y XV, la era capitalista sólo data, en realidad, del siglo XVI.
Allí donde surge el capitalismo hace ya mucho tiempo que se ha abolido la servidumbre y que el punto de
esplendor de la Edad Media, la existencia de ciudades soberanas, ha declinado y palidecido.
En la historia de la acumulación originaria hacen época todas las transformaciones que sirven de punto de apoyo
a la naciente clase capitalista, y sobre todo los momentos en que grandes masas de hombres son despojadas
repentina y violentamente de sus medios de subsistencia y lanzadas al mercado de trabajo como proletarios libres
y desheredados. Sirve de base a todo este proceso la expropiación que priva de su tierra al productor rural, al
campesino. Su historia presenta una modalidad diversa en cada país, y en cada uno de ellos recorre las diferentes
fases en distinta gradación y en épocas históricas diversas. Reviste su forma clásica sólo en Inglaterra, país que
aquí tomamos, por tanto, como modelo [*] [1].
2. COMO FUE EXPROPIADA DEL SUELO LA POBLACION RURAL
En Inglaterra, la servidumbre había desaparecido ya, de hecho, en los últimos años del siglo XIV. En esta época,
y más todavía en el transcurso del siglo XV, la inmensa mayoría de la población [*]* [105] se componía de
campesinos libres, dueños de la tierra que trabajaban, cualquiera que fuese la etiqueta feudal bajo la que
ocultasen su propiedad. En las grandes fincas señoriales, el bailiff [gerente de finca], antes siervo, había sido
desplazado por el arrendatario libre. Los jornaleros agrícolas eran, en parte, campesinos que aprovechaban su
tiempo libre para trabajar a sueldo de los grandes terratenientes y, en parte, una clase especial relativa y
absolutamente poco numerosa de verdaderos asalariados. Mas también éstos eran, de hecho, a la par que
- 72 jornaleros, labradores independientes, puesto que, además del salario, se les daba casa y labranza con una cabida
de 4 y más acres. Además, tenían derecho a compartir con los verdaderos labradores el aprovechamiento de los
terrenos comunales en los que pastaban sus ganados y que, al mismo tiempo, les suministraban la madera, la
leña, la turba, etc [*]. La producción feudal se caracteriza, en todos los países de Europa, por la división del suelo
entre el mayor número posible de tributarios. El poder del señor feudal, como el de todo soberano, no descansaba
solamente en la longitud de su rollo de rentas, sino en el número de sus súbditos, que, a su vez, dependía de la
cifra de campesinos independientes [*]*. Por eso, aunque después de la conquista normanda [2] el suelo inglés se
dividió en unas pocas baronías gigantescas, entre las que había algunas que abarcaban por sí solas hasta 900
lorazgos anglosajones antiguos, estaba salpicado de pequeñas explotaciones campesinas, interrumpidas sólo de
vez en cuando por grandes fincas señoriales. Estas condiciones, combinadas con el esplendor de las ciudades
característico del siglo [106] XV, permitían que se desarrollase aquella riqueza nacional que el canciller
Fortescue describe con tanta elocuencia en su "Laudibus Legum Angliae" («La superioridad de las leyes
inglesas»), pero cerraban el paso a la riqueza capitalista.
El preludio de la transformación que había de echar los cimientos para el régimen de producción capitalista,
coincide con el último tercio del siglo XV y los primeros decenios del XVI. El licenciamiento de las huestes
feudales —que, como dice acertadamente Sir James Steuart, «llenaban inútilmente en todas partes casas y
patios» [3]— lanzó al mercado de trabajo a una masa de proletarios libres y desheredados. El poder real,
producto también del desarrollo burgués, en su deseo de conquistar la soberanía absoluta aceleró violentamente
la disolución de estas huestes feudales, pero no fue ésa, ni mucho menos, la única causa que la produjo. Los
grandes señores feudales, levantándose tenazmente contra la monarquía y el parlamento, crearon un proletariado
incomparablemente mayor, al arrojar violentamente a los campesinos de las tierras que cultivaban y sobre las que
tenían los mismos títulos jurídicos feudales que ellos, y al usurparles sus bienes comunales. El florecimiento de
las manufacturas laneras de Frandes y la consiguiente alza de los precios de la lana, fue lo que sirvió de acicate
directo para esto en Inglaterra. La antigua aristocracia había sido devorada por las guerras feudales, la nueva era
ya una hija de sus tiempos, de unos tiempos en los que el dinero es la potencia de las potencias. Por eso enarboló
como bandera la transformación de las tierras de labor en terrenos de pastos para ovejas. En su "Description of
England. Prefixed to Holinshed's Chronicles" («Descripción de Inglaterra. Antepuesta a las Crónicas
Holinshed»), Harrison describe cómo la expropiación de los pequeños agricultores arruina al país. «What care
our great incroachers!» («¡Qué se les da de esto a nuestros grandes usurpadores!») Las casas de los campesinos y
los cottages (chozas) de los obreros fueron violentamente arrasados o entregados a la ruina.
«Consultando los viejos inventarios de las fincas señoriales» —dice Harrison—, «vemos que han desaparecido
innumerables casas y pequeñas haciendas de campesinos; que el campo sostiene a mucha menos gente; que
muchas ciudades se han arruinado, aunque hayan florecido algo otras nuevas... También podríamos decir algo de
las ciudades y los pueblos destruidos para convertirlos en pastos para ovejas y en los que sólo quedan en pie las
casas de los señores».
Aunque exageradas siempre, las lamentaciones de estas viejas crónicas describen con toda exactitud la impresión
que producía en los hombres de la época la revolución que se estaba operando en las condiciones de producción.
Comparando las obras de Tomás Moro con las del canciller Fortescue es como mejor se [107] ve el abismo que
separa al siglo XV del XVI. Como observa acertadamente Thornton, la clase obrera inglesa se precipitó
directamente, sin transición, de la edad de oro a la edad de hierro.
La legislación se echó a temblar ante la transformación que se estaba operando. No había llegado todavía a ese
apogeo de la civilización en que la «Wealth of the Nation» [«la riqueza nacional»], es decir, la creación de
capital y la despiadada explotación y depauperación de la masa del pueblo, se considera como la última Thule [*]
de toda sabiduría política. En su historia de Enrique VII, dice Bacon:
«Por aquella época» (1489), «fueron haciéndose más frecuentes las quejas contra la transformación de las tierras
de labranza en terrenos de pastos (pastos de ganado lanar, etc.), fáciles de atender con unos cuantos pastores; los
arrendamientos temporales de por vida y por años» (de los que vivían una gran parte de los yeomen [*]*) «fueron
convertidos en fincas dominicales. Esto trajo la decadencia del pueblo y, con ella, la decadencia de ciudades,
- 73 iglesias, diezmos... En aquella época, la sabiduría del rey y del parlamento para curar el mal fue verdaderamente
maravillosa... Dictaron medidas contra esta usurpación, que estaba despoblando los terrenos comunales
(depopulating inclosures), y contra el régimen despoblador de los pastos (depopulating pasturage), que seguía
las huellas de aquélla».
Un decreto de Enrique VII, dictado en 1489, c. 19, prohibió la destrucción de todas las casas de labradores que
tuviesen asignados más de 20 acres de tierra. Enrique VIII (el acto del año 25 de su reinado) confirma la misma
ley. En este decreto se dice, entre otras cosas, que
«se acumulan en pocas manos muchas tierras arrendadas y grandes rebaños de ganado, principalmente de ovejas,
lo que hace que las rentas de la tierra suban mucho y la labranza (tillage) decaiga extraordinariamente, que sean
derruidas iglesias y casas, quedando asombrosas masas de pueblo incapacitadas para ganarse su vida y mantener
a sus familias».
En vista de esto, la ley ordena que se restauren las granjas arruinadas, establece la proporción que debe guardarse
entre las tierras de labranza y los terrenos de pastos, etc. Una ley de 1533 se queja de que haya propietarios que
poseen hasta 24.000 cabezas de ganado lanar y limita el número de éstas a 2.000 [*]. Ni las quejas del pueblo, ni
la legislación prohibitiva, que comienza con Enrique VII y dura ciento cincuenta años, consiguieron
absolutamente [108] nada contra el movimiento de expropiación de los pequeños arrendatarios y campesinos.
Bacon nos revela, sin saberlo, el secreto de este fracaso.
«El decreto de Enrique VII» —dice en sus "Essays, civil and moral" («Ensayos de lo civil y lo moral.), sect.
29— «encerraba un sentido profundo y maravilloso, puesto que creaba explotaciones agrícolas y casas de
labranza de una determinada dimensión normal, es decir, les garantizaba una proporción de tierra que les
permitía traer al mundo súbditos suficientemente ricos y sin posición servil, poniendo el arado en manos de
propietarios y no de gentes a sueldo» («to keep the plough in the hand of the owners and not hirelings») [*]*
Precisamente lo contrario de lo que exigía, para instalarse, el sistema capitalista: la sujeción servil de la masa del
pueblo, la transformación de éste en un tropel de gentes a sueldo y de sus medios de trabajo en capital. Durante
este período de transición, la legislación procuró también mantener el límite de 4 acres de tierra para los cottages
del jornalero del campo, prohibiéndole meter en su casa gentes a sueldo. Todavía en 1627, reinando Carlos I, fue
condenado un Roger Crocker de Fontmill por haber construido en el manor (finca) de Fontmill un cottage sin
asignarle como anejo permanente 4 acres de tierra; en 1638, reinando aún Carlos I, se nombró una comisión real
encargada de imponer la ejecución de las antiguas leyes, principalmente la que exigía los 4 acres de tierra como
mínimo; todavía Cromwell prohíbe la construcción de casas en 4 millas a la redonda de Londres sin dotarlas de 4
acres de tierra. Más tarde, en la primera mitad del siglo [109] XVIII, se formulan todavía quejas cuando el
cottage de un jornalero del campo no tiene asignados, por lo menos, de 1 a 2 acres. Hoy día, el bracero del
campo se da por satisfecho con tal de tener una casa con huerto o de poder arrendar dos varas de tierra a regular
distancia.
«Terratenientes y arrendatarios» —dice el Dr. Hunter— «se dan la mano en este punto. Pocos acres de tierra
bastarían para que el jornalero del campo disfrutase de demasiada independencia» [*].
La Reforma [4], con su séquito de colosales depredaciones de los bienes de la Iglesia, vino a dar, en el siglo XVI,
un nuevo y espantoso impulso al proceso violento de expropiación de la masa del pueblo. Al producirse la
Reforma, la Iglesia católica era propietaria feudal de una gran parte del suelo inglés. La persecución contra los
conventos, etc., transformó a sus moradores en proletariado. Muchos de los bienes de la Iglesia fueron regalados
a unos cuantos rapaces protegidos del rey o vendidos por un precio irrisorio a especuladores rurales y a personas
residentes en la ciudad, quienes, reuniendo sus explotaciones, arrojaron de ellas en masa a los antiguos
arrendatarios, que las venían cultivando de padres a hijos. El derecho de los labradores empobrecidos a percibir
una parte de los diezmos de la Iglesia, derecho garantizado por la ley, había sido ya tácitamente confiscado [*]*.
Pauper ubique jacet [5], exclama la reina Isabel, después de recorrer Inglaterra. Por fin, en el año 43 de su
reinado, el Gobierno no tuvo más remedio que dar estado oficial al pauperismo, creando el impuesto de pobreza.
- 74 «Los autores de esta ley no se atrevieron a proclamar sus razones y, rompiendo con la tradición de siempre, la
promulgaron sin ningún preámbulo» (exposición de motivos). [*]**
Por la ley promulgada al año 16 del reinado de Carlos I, 4, este impuesto fue declarado perpetuo, y sólo a partir
de 1834 cobró [110] una forma nueva y más rigurosa [*]. Pero estas consecuencias inmediatas de la Reforma no
fueron las más persistentes. El patrimonio eclesiástico era el baluarte religioso detrás del cual se atrincheraba el
régimen antiguo de propiedad territorial. Al derrumbarse aquél, éste tampoco podía mantenerse en pie [*]
Todavía en los últimos decenios del siglo XVII, la yeomanry, clase de campesinos independientes, era más
numerosa que la clase de los arrendatarios. La yeomanry había sido el puntal más firme de Cromwell, y el propio
Macaulay confiesa que estos labradores ofrecían un contraste muy ventajoso con aquellos hidalgüelos borrachos
y sus lacayos, los curas rurales, cuya misión consistía en casar las «mozas predilectas». Todavía no se había
despojado a los jornaleros del campo de su derecho de copropiedad sobre los bienes comunales. Alrededor de
1750, desapareció la yeomanry [*]* y en los últimos decenios del siglo XVIII se borraron hasta los últimos
vestigios de propiedad comunal de los agricultores. Aquí, prescindimos de ]os factores puramente económicos
que intervinieron en la revolución de la agricultura y nos limitamos a indagar los factores de violencia que la
impulsaron.
Bajo la restauración de los Estuardos [6], los terratenientes impusieron legalmente una usurpación que en todo el
continente se había llevado también a cabo sin necesidad de los trámites de la ley. Esta usurpación consistió en
abolir el régimen feudal del suelo, es decir, en transferir sus deberes tributarios al Estado, «indemnizando» a éste
por medio de impuestos sobre los campesinos y el resto de las masas del pueblo, reivindicando la moderna
propiedad privada sobre fincas en las que sólo asistían a los terratenientes títulos feudales y, finalmente, dictando
aquellas leyes de residencia (laws of settlement) que, mutatis mutandis, [con cambios correspondientes]
ejercieron sobre los labradores ingleses la misma influencia que el edicto del tártaro Borís Godunov sobre los
campesinos rusos [7].
La «glorious Revolution» (Revolución gloriosa) [8] entregó e] poder, al ocuparlo Guillermo III de Orang [*]**, a
los terratenientes [112] y capitalistas-acaparadores. Estos elementos consagraron la nueva era, entregándose en
una escala gigantesca al saqueo de los terrenos de dominio público, que hasta entonces sólo se había practicado
en proporciones muy modestas. Estos terrenos fueron regalados, vendidos a precios irrisorios o simplemente
anexionados a otros de propiedad privada, sin encubrir la usurpación bajo forma alguna [*]. Y todo esto se llevó
a cabo sin molestarse en cubrir ni la más mínima apariencia legal. Estos bienes del dominio público, apropiados
de modo tan fraudulento, en unión de los bienes de que se despojó a la Iglesia —los que no le habían sido
usurpados ya por la revolución republicana—, son la base de esos dominios principescos que hoy posee la
oligarquía inglesa [*]*. Los capitalistas burgueses favorecieron esta operación, entre otras cosas, para convertir el
suelo en un artículo puramente comercial, extender la zona de las grandes explotaciones agrícolas, hacer que
aumentase la afluencia a la ciudad de proletarios libres y desheredados del campo, etc. Además, la nueva
aristocracia de la tierra era la aliada natural de la nueva bancocracia, de la alta finanza, que acababa de dejar el
cascarón, y de los grandes manufactureros, atrincherados por aquel entonces detrás del proteccionismo aduanero.
La burguesía inglesa obró en defensa de sus intereses con el mismo acierto con que la de Suecia, siguiendo el
camino contrario y haciéndose fuerte en su baluarte económico, el campesinado, apoyó a los reyes desde 1604 y
más tarde bajo Carlos X y Carlos XI y les ayudó a rescatar por la fuerza los bienes de la Corona de manos de la
oligarquía.
Los bienes comunales —completamente distintos de los bienes de dominio público, a que acabamos de
referirnos— eran una institución de viejo origen germánico, que se mantenía en vigor [113] bajo el manto del
feudalismo. Hemos visto que la usurpación violenta de estos bienes, acompañada casi siempre por la
transformación de las tierras de labor en pastos, comienza a fines del siglo XV y prosigue a lo largo del siglo
XVI. Sin embargo, en aquellos tiempos este proceso revestía la forma de una serie de actos individuales de
violencia, contra los que la legislación luchó infructuosamente durante 150 años. El progreso aportado por el
siglo XVIII consiste en que ahora la propia ley se convierte en vehículo de esta depredación de los bienes del
pueblo, aunque los grandes arrendatarios sigan empleando también, de paso, sus pequeños métodos personales e
- 75 independientes [*]. La forma parlamentaria que reviste este despojo es la de los Bills for Inclosures of Commons
(leyes sobre el cercado de terrenos comunales); dicho en otros términos, decretos por medio de los cuales los
terratenientes se regalan a sí mismos en propiedad privada las tierras del pueblo, decretos de expropiación del
pueblo. Sir F. M. Eden se contradice a sí mismo en el astuto alegato curialesco en que procura explicar la
propiedad comunal como propiedad privada de los grandes terratenientes que recogen la herencia de los señores
feudales, al reclamar una «ley general del Parlamento sobre el derecho a cercar los terrenos comunales»,
reconociendo con ello, que la transformación de estos bienes en propiedad privada no puede prosperar sin un
golpe de Estado parlamentario, a la par que pide a la legislación una «indemnización, para los pobres
expropiados [*]*.
Al paso que los yeomen independientes eran sustituidos por los tenants-at-will —pequeños colonos con contrato
por un año, es decir, una chusma servil sometida al capricho de los terratenientes—, el despojo de los bienes del
dominio público, y sobre todo la depredación sistemática de los terrenos comunales, ayudaron a incrementar esas
grandes posesiones que se conocían en el siglo XVIII con los nombres de haciendas capitales [*]** o haciendas
de [114] comerciantes [*]***, y que dejaron a la población campesina «disponible» como proletariado al servicio
de la industria.
Sin embargo, el siglo XVIII todavía no alcanza a comprender, en la medida en que había de comprenderlo el
XIX, la identidad entre la riqueza nacional y la pobreza del pueblo. Por eso en los libros de Economía de esta
época se produce una violentísima polémica en torno a la «inclosure of commons»). Entresaco unos cuantos
pasajes de los materiales copiosísimos que tengo a la vista, para poner de relieve de un modo más vivo la
situación.
«En muchas parroquias de Hertfordshire» —escribe una pluma indignada— «24 haciendas, cada una de las
cuales contaba, por término medio, de 50 a 150 acres de extensión, se han fundido para formar sólo 3» [*]. «En
Northamptonshire y Lincolnshire se ha impuesto la norma de cercar los terrenos comunales, y la mayoría de los
lorazgos creados de este modo se han convertido en pastizales; a consecuencia de ello, hay muchos lorazgos que
antes labraban 1.500 acres y que hoy no labran ni 50... Las ruinas de las viejas casas, cuadras y graneros», son
los únicos vestigios de los antiguos moradores. «En algunos sitios, cien casas y familias han quedado reducidas...
a 8 ó 10... En la mayoría de las parroquias, donde sólo se han comenzado a cercar los terrenos comunales desde
hace quince o veinte años, los propietarios de tierra son en la actualidad poquísimos, en comparación con las
cifras existentes cuando el suelo se cultivaba en régimen abierto. Es bastante frecuente encontrarse con lorazgos
enteros recientemente cercados que antes se distribuían entre 20 ó 30 colonos y otros tantos pequeños labradores
y tributarios, que hoy están usurpados por 4 ó 5 ganaderos ricos. Todos aquellos labradores fueron desalojados
de sus tierras, en unión de sus familias y de muchas otras a las que daban trabajo y sustento» [*]*.
Los terrenos anexionados por el terrateniente colindante, bajo pretexto de cercarlos, no eran siempre tierras
yermas, sino también, con frecuencia, tierras cultivadas mediante un tributo al municipio, o comunalmente.
«Me refiero aquí al cercado de terrenos abiertos y de tierras ya cultivadas. Hasta los autores que defienden las
inclosures reconocen que estos cercados refuerzan el monopolio de las grandes granjas, hacen subir el precio de
las subsistencias y fomentan la despoblación... También al cercar los terrenos yermos, como ahora se hace, se
despoja a los pobres de una parte de sus medios de sustento, incrementando haciendas que son ya de suyo harto
grandes» [*]**. «Si la tierra» —dice el Dr. Price— «cae en poder de un puñado [115] de grandes colonos, los
pequeños arrendatarios (en otro sitio los llama «una muchedumbre de pequeños propietarios y colonos que se
mantienen a sí mismos y a sus familias con el producto de la tierra trabajada por ellos, con las ovejas, las aves,
los cerdos, etc., que mandan a pastar a los terrenas comunales, no necesitando apenas, por tanto, comprar víveres
para su consumo») «se verán convertidos en hombres obligados a trabajar para otros si quieren comer y tendrán
que ir al mercado para proveerse de cuanto necesiten... Tal vez se trabaje más, porque la coacción será también
mayor... Crecerán las ciudades y manufacturas, pues se verá empujada a ellas más gente en busca de trabajo. He
aquí el camino hacia el que lógicamente se orienta la concentración de la propiedad territorial y por el que, desde
hace muchos años, se viene marchando ya efectivamente en este reino» [*].
- 76 Y resume los efectos generales de las inclosures en estos términos:
«En general, la situación de las clases humildes del pueblo ha empeorado en casi todos los sentidos; los pequeños
propietarios de tierras y colonos se han visto reducidos al nivel de jornaleros y asalariados, a la par que se les
hace cada vez más difícil ganarse la vida en esta situación [*]*». [9]
En efecto, la usurpación de las tierras comunales y la revolución agrícola que la acompañaba empeoraron hasta
tal punto la situación de los obreros agrícolas que, según el propio Eden, entre 1765 y 1780, su salario comenzó a
descender por debajo del nivel mínimo, haciéndose necesario completarlo con el socorro oficial de pobreza. Su
jornal, dice Eden, «alcanzaba a duras penas a cubrir sus necesidades más perentorias».
Oigamos ahora un instante a un defensor de las inclosures y adversario del Dr. Price.
[116]
«No es lógico inferir que exista despoblación porque ya no se vea a la gente derrochar su trabajo en campo
abierto... Si al convertir a los pequeños labradores en personas obligadas a trabajar para otros, se moviliza más
trabajo, es ésta una ventaja que la nación» (entre la que no figuran, naturalmente, los que sufren la
transformación apuntada), «tiene que ver con buenos ojos... El producto será mayor si su trabajo combinado se
emplea en una sola hacienda, así se creará un sobrante para las manufacturas haciendo de este modo que las
manufacturas, una de las minas de oro de nuestra nación aumenten en proporción a la cantidad de trigo
producido» [*].
Sir F. M. Eden, matizado además de tory y de «filántropo», nos ofrece, por cierto, un ejemplo de la impasibilidad
estoica con que los economistas contemplan las violaciones más descaradas del «sacrosanto derecho de
propiedad» y la violencia más brutal contra la persona, cuando esto es necesario para echar los cimientos del
régimen capitalista de producción. Toda la serie de despojos brutales, horrores y vejaciones que lleva aparejados
la expropiación violenta del pueblo desde el último tercio del siglo XV hasta fines del siglo XVIII, sólo le inspira
a nuestro autor esta «confortable» reflexión final:
«Era necesario restablecer la proporción debida (due) entre la tierra de labor y la destinada al ganado. Todavía
durante todo el siglo XIV y la mayor parte del XV, por cada acre dedicado a ganadería había dos, tres y hasta
cuatro dedicados a labranza. A mediados del siglo XVI, la proporción era ya de dos acres de ganadería por dos
de labranza y más tarde de dos a uno, hasta que por último se consiguió establecer la proporción debida de tres
acres de pastizales por cada acre de labranza».
En el siglo XIX se pierde, como es lógico, hasta el recuerdo de la conexión existente entre el agricultor y los
bienes comunales. Para no hablar de los tiempos posteriores, bastará decir que la población rural no obtuvo ni un
céntimo de indemnizaciones por los 3.511.770 acres de tierras comunales que entre los años de 1801 y 1831 le
fueron arrebatados y ofrecidos como regalo a los terratenientes por el parlamento de terratenientes.
Finalmente, el último gran proceso de expropiación de los agricultores es el llamado Clearing of Estates
(«limpieza de fincas», que en realidad consistía en barrer de ellas a los hombres). [117] Todos los métodos
ingleses que hemos venido estudiando culminan en esta «limpieza». Como veíamos al describir en la sección
anterior la situación moderna, ahora que ya no había labradores independientes que barrer, las «limpias» llegan a
barrer los mismos cottages, no dejando a los braceros del campo sitio siquiera para alojarse en las tierras que
trabajan. Sin embargo, para saber lo que significa esto del «clearing of estates» en el sentido estricto de la
palabra, tenemos que trasladarnos a la tierra de promisión de la literatura novelesca moderna: las montañas de
Escocia. Es aquí donde este proceso a que nos referimos se distingue por su carácter sistemático, por la magnitud
de la escala en que se opera de golpe (en Irlanda hubo terratenientes que consiguieron barrer varias aldeas a la
vez; en la alta Escocia se trata de extensiones de la magnitud de los ducados alemanes), y finalmente, por la
forma especial de la propiedad inmueble usurpada.
- 77 Los celtas de alta Escocia estaban divididos en clanes, y cada clan era propietario de los terrenos por él
colonizados. El representante del clan, su jefe o «caudillo», no era más que un simple propietario titular de estos
terrenos, del mismo modo que la reina de Inglaterra lo era del suelo de toda la nación. Cuando el Gobierno inglés
hubo conseguido sofocar las guerras internas de estos «caudillos» y sus constantes irrupciones en las llanuras de
la baja Escocia, los jefes de los clanes no abandonaron, ni mucho menos, su antiguo oficio de bandoleros; se
limitaron a cambiarlo de forma. Por sí y ante sí, transformaron su derecho titular de propiedad en un derecho de
propiedad privada, y como las gentes de los clanes opusieran resistencia, decidieron desalojarlas por la fuerza de
sus posesiones.
«Con el mismo derecho» —dice el profesor Newman— «podría un rey de Inglaterra atreverse a arrojar a sus
súbditos al mar» [*].
En las obras de Sir James Steuart [*]* [10] y James Anderson [*]** podemos seguir las primeras fases de esta
revolución que en [118] Escocia comienza después de la última intentona del pretendiente [11]. En el siglo
XVIII, a los gaeles [12] lanzados de sus tierras se les prohibía al mismo tiempo emigrar del país, para así
empujarlos por la fuerza a Glasgow y a otros centros fabriles de la región [*]***. Como ejemplo del método de
expropiación predominante en el siglo XIX [*]****, bastará citar las «limpias» llevadas a cabo por la duquesa de
Sutherland. Esta señora, muy instruida en las cuestiones de Economía política decidió, apenas hubo ceñido la
corona de duquesa, aplicar a sus posesiones un tratamiento radical económico, convirtiendo todo su condado —
cuyos habitantes, mermados por una serie de procesos anteriores semejantes a éste, habían ido quedando ya
reducidos a 15.000— en pastos para ovejas. Desde 1814 hasta 1820 se desplegó una campaña sistemática de
expulsión y exterminio para quitar de en medio a estos 15.000 habitantes, que formarían, aproximadamente, unas
3.000 familias. Todas sus aldeas fueron destruidas y arrasadas, sus campos convertidos todos en terreno de
pastos. Las tropas británicas, enviadas por el Gobierno para ejecutar las órdenes de la duquesa, hicieron fuego
contra los habitantes, expulsados de sus tierras. Una anciana pereció abrasada entre las llamas de su choza, por
negarse a abandonarla. Así consiguió la señora duquesa apropiarse de 794.000 acres de tierra, pertenecientes al
clan desde tiempos inmemoriales. [119] A los naturales del país desahuciados les asignó en la orilla del mar unos
6.000 acres, a razón de dos por familia. Hasta la fecha, esos 6.000 acres habían permanecido yermos, sin
producir ninguna renta a sus propietarios. Llevada de su altruismo, la duquesa se dignó arrendar estos eriales por
una renta media de 2 chelines y 6 peniques cada acre a aquellos mismos miembros del clan que habían vertido su
sangre por su familia desde hacía siglos. Todos los terrenos robados al clan fueron divididos en 29 grandes
granjas destinadas a la cría de lanares, atendida cada una de ella por una sola familia; los pastores eran, en su
mayoría, braceros de arrendatarios ingleses. En 1825, los 15.000 gaeles habían sido sustituidos ya por 131.000
ovejas. Los aborígenes arrojados a la orilla del mar procuraban, entretanto, mantenerse de la pesca; se
convirtieron en anfibios y vivían, según dice un escritor inglés de la época, mitad en tierra y mitad en el mar, sin
vivir entre todo ello más que a medias [*] [13] [14].
Pero los bravos gaeles habían de pagar todavía más cara aquella idolatría romántica de montañeses por los
«caudillos» de los clanes. El olor del pescado les dio en la nariz a los señores. Estos, barruntando algo de
provecho en aquellas playas, las arrendaron a las grandes pescaderías de Londres, y los gaeles fueron arrojados
de sus casas por segunda vez [*].
Finalmente, una parte de los pastos fue convertida en cotos de caza. Como es sabido, en Inglaterra no existen
verdaderos bosques. La caza que corre por los parques de los aristócratas es, en realidad, ganado doméstico,
gordo como los aldermen [concejales] de Londres. Por eso, Escocia es, para los ingleses, el último asilo de la
«noble pasión» de la caza.
[120]
«En la montaña» —dice Somers en 1848— «se han extendido considerablemente los cotos de caza [*]*. A un
lado de Gaick tenemos el nuevo coto de caza de Glenfeshie y al otro lado el nuevo coto de caza de Ardverikie.
En la misma dirección, tenemos el Black Mount, un erial inmenso, recién crecido. De Este a Oeste, desde las
inmediaciones de Aberdeen hasta las rocas de Oban, se extiende ahora una línea ininterrumpida de cotos de caza,
- 78 mientras aue en otras regiones de la alta Escocia se alzan los cotos de caza nuevos de Loch Archaig, Glengarry,
Glenmoriston, etc. Al convertirse sus tierras en terrenos de pastos para ovejas..., los gaeles se vieron empujados a
las comarcas estériles. Ahora la caza comienza a sustituir a las ovejas, empujando a aquéllos a una miseria
todavía más espantosa... Los montes de caza no pueden convivir con la gente. Uno de los dos tiene que batirse en
retirada y abandonar el campo. Si en los próximos veinticinco años los cotos de caza siguen creciendo en las
mismas proporciones que en el úItimo cuarto de siglo, no quedará ni un solo gael en su tierra natal. Este
movimiento que se ha desarrollado entre los propietarios de las comarcas montuosas se debe, en parte, a la moda,
a la manía aristocrática, a la afición a la caza, etc., pero hay también muchos que explotan esto con la mira puesta
exclusivamente en la ganancia, pues es indudable que, muchas veces, un pedazo de montaña convertido en coto
de caza es bastante más rentable que empleado como terreno de pastos... El aficionado que busca un coto de caza
no pone a su deseo más límite que la anchura de su bolsa... Sobre la montaña escocesa han llovido penalidades
no menos crueles que las impuestas a Inglaterra por la política de los reyes normandos. A la caza se la deja correr
en libertad, sin tasarle el terreno: en cambio, a las personas se las acosa y se las mete en fajas de tierras cada vez
más estrechas... Al pueblo le fueron arrebatadas unas libertades tras otras... Y la opresión crece diariamente. Los
propietarios siguen la norma de diezmar y exterminar a la gente como un principio fijo, como una necesidad
agrícola, lo mismo que se talan los árboles y la maleza en las espesuras de América y Australia, y esta operación
sigue su marcha tranquila y comercial» [*]** [15] [16] [17].
La depredación de los bienes de la Iglesia, la enajenación fraudulenta de las tierras del dominio público, el
saqueo de los terrenos comunales, la metamorfosis, llevada a cabo por la usurpación y el terrorismo más
inhumano de la propiedad feudal y del patrimonio del clan en la moderna propiedad privada: [122] he ahí otros
tantos métodos idílicos de acumulación originaria. Con estos métodos se abrió paso a la agricultura capitalista, se
incorporó el capital a la tierra y se crearon los contingentes de proletarios libres y privados de medios de vida que
necesitaba la industria de las ciudades.
3. LEGISLACION SANGRIENTA CONTRA LOS EXPROPIADOS, A PARTIR DE FINES DEL SIGLO
XV, LEYES REDUCIENDO EL SALARIO
Los contingentes expulsados de sus tierras al disolverse las huestes feudales y ser expropiados a empellones y
por la fuerza formaban un proletariado libre y privado de medios de existencia, que no podía ser absorbido por
las manufacturas con la misma rapidez con que aparecía en el mundo. Por otra parte, estos seres que de repente
se veían lanzados fuera de su órbita acostumbrada de vida, no podían adaptarse con la misma celeridad a la
disciplina de su nuevo estado. Y así, una masa de ellos fue convirtiéndose en mendigos, salteadores y
vagabundos; algunos por inclinación, pero los más, obligados por las circunstancias. De aquí que a fines del siglo
XV y durante todo el siglo XVI se dictase en toda Europa Occidental una legislación sangrienta persiguiendo el
vagabundaje. De este modo, los padres de la clase obrera moderna empezaron viéndose castigados por algo de
que ellos mismos eran víctimas, por verse reducidos a vagabundos y mendigos. La legislación los trataba como a
delincuentes «voluntarios», como si dependiese de su buena voluntad el continuar trabajando en las viejas
condiciones, ya abolidas.
En Inglaterra, esta legislación comenzó bajo el reinado de Enrique VII.
Enrique VIII, 1530: Los mendigos viejos e incapacitados para el trabajo deberán proveerse de licencia para
mendigar. Para los vagabundos capaces de trabajar, por el contrario, azotes y reclusión. Se les atará a la parte
trasera de un carro y se les azotará hasta que la sangre mane de su cuerpo, devolviéndolos luego, bajo juramento,
a su pueblo natal o al sitio en que hayan residido durante los últimos tres años, para que «se pongan a trabajar»
(to put himself to labour). ¡Qué ironía tan cruel! El acto del año 27 del reinado de Enrique VIII reitera el estatuto
anterior, pero con nuevas adiciones, que lo hacen todavía más riguroso. En caso de reincidencia de vagabundaje,
deberá azotarse de nuevo al culpable y cortarle media oreja; a la tercera vez que se le coja, se le ahorcará como
criminal peligroso y enemigo de la sociedad.
Eduardo VI: Un estatuto dictado en el primer año de su reinado, en 1547, ordena que si alguien se niega a
trabajar se le asigne como esclavo a la persona que le denuncie como holgazán. El dueño deberá alimentar a su
- 79 esclavo con pan y agua, bodrio y los desperdicios de carne que crea conveniente. Tiene derecho a obligarle a que
realice cualquier trabajo, por muy repelente que sea, azotándole y encadenándole, si fuera necesario. Si el
esclavo desaparece durante dos semanas, se le condenará a esclavitud de por vida, marcándole a fuego con una S
[S-Slave, esclavo, en inglés] en la frente o en un carrillo; si huye por tercera vez, se le ahorcará como reo de alta
traición. Su dueño puede venderlo, legarlo a sus herederos o cederlo como esclavo, exactamente igual que el
ganado o cualquier objeto mueble. Los esclavos que se confabulen contra sus dueños serán también ahorcados.
Los jueces de paz seguirán las huellas a los pícaros, tan pronto se les informe. Si se averigua que un vagabundo
lleva tres días seguidos haraganeando, se le expedirá a su pueblo natal con una V marcada a fuego en el pecho, y
le sacarán con cadenas a la calle a trabajar en la construcción de carreteras o empleándole en otros servicios. El
vagabundo que indique un falso pueblo de nacimiento será castigado a quedarse en él toda la vida como esclavo,
sea de los vecinos o de la corporación, y se le marcará a fuego con una S. Todo el mundo tiene derecho a quitarle
al vagabundo sus hijos y tenerlos bajo su custodia como aprendices: los hijos hasta los veinticuatro años, las hijas
hasta los veinte. Si se escapan, serán entregados como esclavos, hasta dicha edad, a sus maestros, quienes podrán
azotarlos, cargarlos de cadenas, etc., a su libre albedrío. El maestro puede poner a su esclavo un anillo de hierro
en el cuello, el brazo o la pierna, para identificarlo mejor y tenerlo [124] más a mano [*]. En la última parte de
este estatuto se establece que ciertos pobres podrán ser obligados a trabajar para el lugar o el individuo que les dé
de comer y-beber y les busque trabajo. Esta clase de esclavos parroquiales subsiste en Inglaterra hasta bien
entrado el siglo XIX, bajo el nombre de roundsmen (rondadores).
Isabel, 1572: Los mendigos sin licencia y mayores de catorce años serán azotados sin misericordia y marcados
con hierro candente en la oreja izquierda, caso de que nadie quiera tomarlos durante dos años a su servicio. En
caso de reincidencia, siempre que sean mayores de dieciocho años y nadie quiera tomarlos por dos años a su
servicio, serán ahorcados. Al incidir por tercera vez, se les ahorcará irremisiblemente como reos de alta traición.
Otros estatutos semejantes: el del año 18 del reinado de Isabel, c. 13, y la ley de 1597 [*].
Jacobo I: Todo el que no tenga empleo fijo y se dedique a mendigar es declarado vagabundo. Los jueces de paz
de las Petty Sessions [18] quedan autorizados a mandar a azotarlos en público y a recluirlos en la cárcel, a la
primera vez que se les sorprenda, por seis meses, a la segunda, por dos años. Durante su permanencia en la
cárcel, podrán ser azotados tantas veces y en tanta cantidad como los jueces de paz crean conveniente... Los
vagabundos peligrosos e incorregibles deberán ser marcados a fuego con una R en el hombro izquierdo y sujetos
a trabajos forzados; y si se les sorprende nuevamente mendigando, serán ahorcados sin misericordia. Estos
preceptos, que conservan su fuerza legal hasta los primeros años del siglo XVIII, sólo fueron derogados por el
reglamento del año 12 del reinado de Ana, c. 23.
Leyes parecidas a éstas se dictaron también en Francia, en cuya capital se había establecido, a mediados del siglo
XVII, un verdadero reino de vagabundos (royaume des truands). Todavía en los primeros años del reinado de
Luis XVI (Ordenanza del 13 de julio de 1777), disponía la ley que se mandase a galeras a todas las personas de
dieciséis a sesenta años que, gozando de salud, careciesen de medios de vida y no ejerciesen ninguna profesión.
Normas semejantes se contenían en el estatuto dado por Carlos V, en octubre de 1537, para los Países Bajos, en
el primer edicto de los Estados y ciudades de Holanda (l9 de marzo de 1614), en el bando de las Provincias
Unidas (25 de junio de 1649), etc.
Véase, pues, cómo después de ser violentamente expropiados y expulsados de sus tierras y convertidos en
vagabundos, se encajaba a los antiguos campesinos, mediante leyes grotescamente terroristas a fuerza de palos,
de marcas a fuego y de tormentos, en la disciplina que exigía el sistema del trabajo asalariado.
No basta con que las condiciones de trabajo cristalicen en uno de los polos como capital y en el polo contrario
como hombres que no tienen nada que vender más que su fuerza de trabajo. Ni basta tampoco con obligar a éstos
a venderse voluntariamente. En el transcurso de la producción capitalista, se va formando una clase obrera que, a
fuerza de educación, de tradición, de costumbre, se somete a las exigencias de este régimen de producción como
a las más lógicas leyes naturales. La organización del proceso capitalista de producción ya desarrollado vence
todas las resistencias; la creación constante de una superpoblación relativa mantiene la ley de la oferta y la
demanda de trabajo y, por ello, [126] el salario a tono con las necesidades de crecimiento del capital, y la presión
- 80 sorda de las condiciones económicas sella el poder de mando del capitalista sobre el obrero. Todavía se emplea,
de vez en cuando, la violencia directa, extraeconómica; pero sólo en casos excepcionales. Dentro de la marcha
natural de las cosas, ya puede dejarse al obrero a merced de las «leyes naturales de la producción», es decir,
puesto en dependencia del capital, dependencia que las propias condiciones de producción engendran, garantizan
y perpetúan. Durante la génesis histórica de la producción capitalista, no ocurre aún así. La burguesía, que va
ascendiendo, necesita y emplea todavía el poder del Estado para «regular» los salarios, es decir, para sujetarlos
dentro de los límites que benefician a la extracción de plusvalía, y para alargar la jornada de trabajo y mantener
al mismo obrero en el grado normal de dependencia. Es éste un factor esencial de la llamada acumulación
originaria.
La clase de los obreros asalariados, que surgió en la segunda mitad del siglo XIV, sólo representaba por aquel
entonces y durante el siglo siguiente una parte muy pequeña de la población y tenía bien cubierta la espalda por
la economía de los campesinos independientes, de una parte, y, de otra, por la organización gremial de las
ciudades. Tanto en la ciudad como en el campo, había una cierta afinidad social entre patronos y obreros. La
supeditación del trabajo al capital era sólo formal; es decir, el modo de producción no presentaba aún un carácter
específicamente capitalista. El elemento variable del capital predominaba considerablemente sobre el constante.
Por eso, la demanda de trabajo asalariado crecía rápidamente con cada acumulación de capital mientras la oferta
sólo le seguía lentamente. Por aquel entonces, todavía se invertía en el fondo de consumo del obrero una gran
parte del producto nacional, que más tarde había de convertirse en fondo de acumulación de capital.
En Inglaterra, la legislación sobre el trabajo asalariado, encaminada desde el primer momento a la explotación
del obrero y enemiga de él desde el primer instante hasta el último [*] [19] [20], comienza con el Statute of
Labourers [Estatuto de obreros] de Eduardo III, en 1349. A él corresponde, en Francia la Ordenanza de 1350,
dictada en nombre del rey Juan. La legislación inglesa y francesa siguen rumbos paralelos y tienen idéntico
contenido. En la parte en que los estatutos obreros procuran imponer la prolongación [127] de la jornada de
trabajo no hemos de volver sobre ellos, pues este punto ha sido tratado ya (parte 5 del capítulo 8).
El Statute of Labourers se dictó ante las apremiantes quejas de la Cámara de los Comunes.
«Antes» —dice candorosamente un tory— «los pobres exigían unos jornales tan altos, que ponían en trance de
ruina la industria y la riqueza. Hoy, sus salarios son tan bajos, que ponen también en trance de ruina la industria y
la riqueza, pero de otro modo y tal vez más amenazadoramente que antes» [*].
En este estatuto se establece una tarifa legal de salarios para el campo y la ciudad, por piezas y por días. Los
obreros del campo deberán contratarse por años, los de la ciudad «en el mercado libre». Se prohíbe, bajo penas
de cárcel, abonar jornales superiores a los señalados por el estatuto, pero el delito de percibir tales salarios
ilegales se castiga con mayor dureza que el delito de abonarlos. Siguiendo esta norma, en las sec. 18 y 19 del
Estatuto de aprendices dictado por la reina Isabel se castiga con diez días de cárcel al que abone jornales
excesivos; en cambio, al que los cobre se le castiga con veintiuno. Un estatuto de 1360 aumenta las penas y
autoriza incluso al patrono para imponer, mediante castigos corporales, el trabajo por el salario tarifado. Todas
las combinaciones, contratos, juramentos, etc., con que se obligan entre sí los albañiles y los carpinteros son
declarados nulos. Desde el siglo XIV hasta 1825, el año de la abolición de las leyes anticoalicionistas [21], las
coaliciones obreras son consideradas como un grave crimen. Cuál era el espíritu que inspiraba el estatuto obrero
de 1349 y sus hermanos menores se ve claramente con sólo advertir que en él se fijaba por imperio del Estado un
salario máximo; lo que no se prescribía ni por asomo era un salario mínimo.
Durante el siglo XVI, empeoró considerablemente, como se sabe, la situación de los obreros. El salario en dinero
subió, pero no proporcionalmente a la depreciación del dinero y a la correspondiente subida de los precios de las
mercancías. En realidad, pues, los jornales bajaron. A pesar de ello, seguían en vigor las leyes encaminadas a
hacerlos bajar, con la conminación de cortar la oreja y marcar con el hierro candente a aquellos «que nadie
quisiera tomar a su servicio». El Estatuto de aprendices del año 5 del reinado de Isabel, c. 3, autorizaba a los
jueces de paz a fijar determinados salarios y modificarlos, según las épocas del año y los precios de las
- 81 mercancías. Jacobo I hizo extensiva esta norma [128] a los tejedores, los hilanderos y toda suerte de categorías
obreras [*], y Jorge II extendió las leyes contra las coaliciones obreras a todas las manufacturas.
Dentro del período propiamente manufacturero, el régimen capitalista de producción santíase ya lo
suficientemente fuerte para que la reglamentación legal de los salarios fuese tan impracticable como superflua,
pero se conservaban, por si acaso, las armas del antiguo arsenal. Todavía el reglamento publicado el año 8 del
reinado de Jorge II prohibe que los oficiales de sastre de Londres y sus alrededores cobren más de 2 chelines y 7
peniques y medio de jornal, salvo en casos de duelo público; el reglamento del año 13 del reinado de Jorge III, c.
68, encomienda a los jueces de paz la reglamentación del salario de los tejedores en seda; todavía en 1796,
fueron necesarios dos fallos de los tribunales superiores para decidir si las órdenes de los jueces de paz sobre
salarios regían también para los obreros no agrícolas; en 1799, una ley del parlamento confirma que el salario de
los obreros mineros de Escocia se halla reglamentado por un estatuto de la reina Isabel y dos leyes escocesas de
1661 y 1671. Un episodio inaudito, producido en la Cámara de los Comunes de Inglaterra, vino a demostrar
hasta qué punto habían cambiado las cosas. Aquí, donde durante más de 400 años se habían estado fabricando
leyes sobre la tasa máxima que en modo alguno podía rebasar el salario pagado a un obrero, se levantó en 1796
un diputado, [129] Whitbread, para proponer un salario mínimo para los jornaleros del campo. Pitt se opuso a la
propuesta, aunque reconociendo que «la situación de los pobres era cruel». Por fin, en 1813 fueron derogadas las
leyes sobre reglamentación de salarios. Estas leyes eran una ridícula anomalía, desde el momento en que el
capitalista regía la fábrica con sus leyes privadas, haciéndose necesario completar el salario del bracero del
campo con el tributo de pobreza para llegar al mínimo indispensable. Las normas de los Estatutos obreros sobre
los contratos entre el patrono y sus jornaleros, sobre los plazos de aviso, etc., las que sólo permiten demandar por
lo civil contra el patrono que falta a sus deberes contractuales, permitiendo, en cambio, procesar por lo criminal
al obrero que no cumple los suyos, siguen en pleno vigor hasta la fecha.
Las crueles leyes contra las coaliciones hubieron de derogarse en 1825, ante la actitud amenazadora del
proletariado. No obstante, sólo fueron derogadas parcialmente. Hasta 1859 no desaparecieron algunos hermosos
vestigios de los antiguos estatutos. Finalmente, la ley votada por el parlamento el 29 de junio de 1871 prometió
borrar las últimas huellas de esta legislación de clase, mediante el reconocimiento legal de las tradeuniones. Pero
otra ley parlamentaria de la misma fecha (An act to amend the criminal law relating to violence, threats and
molestation) («Acto para enmendar la criminal ley acerca de la violencia, las amenazas y las vejaciones»)
restablece, en realidad, el antiguo estado de derecho bajo una forma nueva. Mediante este escamoteo
parlamentario, los recursos de que pueden valerse los obreros en caso de huelga o lockout (huelga de los
fabricantes coaligados, para cerrar sus fábricas), se sustraen al derecho común y se someten a una legislación
penal de excepción, que los propios fabricantes son los encargados de interpretar, en su función de jueces de paz.
Dos años antes, la misma Cámara de los Comunes y el mismo señor Gladstone, con su proverbial honradez,
habían presentado un proyecto de ley aboliendo todas las leyes penales de excepción contra la clase obrera. Pero
no se le dejó pasar de la segunda lectura, y se fue dando largas al asunto, hasta que, por fin, el «gran partido
liberal», fortalecido por la alianza con los tories [22], tuvo la valentía necesaria para votar contra el mismo
proletariado que le había encaramado en el poder. No contento con esta traición, el «gran partido liberal»
permitió que los jueces ingleses, que tanto se desviven en el servicio a las clases gobernantes, desenterrasen las
leyes ya prescritas sobre las «conspiraciones» [23] y las aplicasen a las coaliciones obreras. Como se ve, el
parlamento inglés renunció a las leyes contra las huelgas y las tradeuniones de mala gana y presionado por las
masas, después de haber desempeñado él durante cinco siglos, con el egoísmo más desvergonzado, el papel [130]
de una tradeunión permanente de los capitalistas contra los obreros.
En los mismos comienzos de la tormenta revolucionaria, la burguesía francesa se atrevió a arrebatar de nuevo a
los obreros el derecho de asociación que acababan de conquistar. Por decreto del 14 de junio de 1791, declaró
todas las coaliciones obreras como un «atentado contra la libertad y la Declaración de los Derechos del
Hombre», sancionable con una multa de 500 libras y privación de la ciudadanía activa durante un año [*]. Esta
ley, que, poniendo a contribución el poder policíaco del Estado, procura encauzar dentro de los límites que al
capital le plazcan la lucha de concurrencia entablada entre el capital y el trabajo, sobrevivió a todas las
revoluciones y cambios de dinastía. Ni el mismo régimen del terror [24] se atrevió a tocarla. No se la borró del
Código penal hasta hace muy poco. Nada más elocuente que el pretexto que se dio, al votar la ley para justificar
- 82 este golpe de Estado burgués. «Aunque es de desear —dice el ponente de la ley, Le Chapelier— que los salarios
suban por encima de su nivel actual, para que quienes los perciben puedan sustraerse a esa dependencia absoluta
que supone la carencia de los medios de vida más elementales, y que es casi la esclavitud», a los obreros se les
niega el derecho a ponerse de acuerdo sobre sus intereses, a actuar conjuntamente y, por tanto, a vencer esa
«dependencia absoluta, que es casi la esclavitud», porque con ello herirían «la libertad de sus cidevant maîtres
[anteriores dueños] y actuales patronos» (¡la libertad de mantener a los obreros en la esclavitud!), y porque el
coaligarse contra el despotismo de los antiguos maestros de las corporaciones equivaldría —¡adivínese!— a
restaurar las corporaciones abolidas por la Constitución francesa [*].
4. GENESIS DEL ARRENDATARIO CAPITALISTA
Después de exponer el proceso de violenta creación de los proletarios libres y desheredados, el régimen
sanguinario con [131] que se les convirtió en obreros asalariados, las sucias altas medidas estatales que,
aumentando el grado de explotación del trabajo elevaban, con medios policíacos, la acumulación del capital,
cumple preguntar: ¿Cómo surgieron los primeros capitalistas? Pues la expropiación de la población campesina
sólo crea directamente grandes propietarios de tierra. En cuanto a la génesis del arrendatario, puede, digámoslo
así, tocarse con la mano, pues constituye un proceso lento, que se arrastra a lo largo de muchos siglos. Los
propios siervos, y con ellos los pequeños propietarios libres no tenían todos, ni mucho menos, la misma situación
patrimonial, siendo por tanto emancipados en condicionas económicas muy distintas.
En Inglaterra, la primera forma bajo la que se presenta el arrendatario es la del bailiff también siervo. Su posición
se parece mucho a la del villicus [capataz de esclavos] de la antigua Roma, aunque con un radio de acción más
reducido. Durante la segunda mitad del siglo XIV es sustituido por un colono o arrendatario, al que el señor de la
tierra provee de simiente, ganado y aperos de labranza. Su situación no difiere gran cosa de la del simple
campesino. La única diferencia es que explota más trabajo asalariado. Pronto se convierte en métayer [aparcero],
en semiarrendatario. Este pone una parte del capital agrícola y el propietario la otra. Los frutos se reparten según
la proporción fijada en el contrato. En Inglaterra, esta forma no tarda en desaparecer, para ceder el puesto a la del
verdadero arrendatario, que explota su proplo capital empleando obreros asalariados y abonando al terrateniente
como renta, en dinero o en especie, una parte del plusproducto.
Durante el siglo XV, mientras el campesino independiente y el obrero agrícola, que, además de trabajar a jornal
para otro, cultiva su propia tierra, se enriquecen con su trabajo, las condiciones de vida del arrendatario y su
campo de producción no salen de la mediocridad. La revolución agrícola del último tercio del siglo XV, que dura
casi todo el siglo XVI (aunque exceptuando los últimos decenios), enriquece al arrendatario con la misma
celeridad con que empobrece a la población rural [*]*. La usurpación de los pastos comunales, etc., le permite
aumentar considerablemente casi sin gastos su contingente de ganado, al paso que éste le suministra abono más
abundante para cultivar la tierra.
En el siglo XVI viene a añadirse a éstos un factor decisivo. Los contratos de arrendamiento eran entonces
contratos a largo plazo, abundando los de noventa y nueve años. La constante depreciación de los metales
preciosos, y por tanto del dinero, fue para los arrendatarios una lluvia de oro. Hizo —aun prescindiendo de todas
las circunstancias ya expuestas— que descendiesen los salarios. Una parte de éstos pasó a incrementar las
ganancias del arrendatario. El alza incesante de los precios del trigo, de la lana, de la carne, en una palabra, de
todos los productos agrícolas, vino a hinchar, sin intervención suya, el capital en dinero del arrendatario,
mientras que la renta de la tierra, que él tenía que abonar, se contraía en su antiguo valor en dinero [*]. De este
modo, se enriquccía a un tiempo mismo a costa de los jornaleros y del propietario de la tierra. Nada tiene, pues,
de extraño que, a fines del siglo XVI, Inglaterra contase con una clase de «arrendatarios capitalistas» ricos, para
lo que se acostumbraba en aquellos tiempos [*]*.
5. LA INFLUENCIA INVERSA DE LA REVOLUCION AGRICOLA SOBRE LA INDUSTRIA.
FORMACION DEL MERCADO INTERIOR PARA EL CAPITAL INDUSTRIAL
- 83 La expropiación y el desahúcio de la población campesina, realizados por ráfagas y constantemente renovados,
hacía afluir a la industria de las ciudades, como hemos visto, masas cada vez más numerosas de proletarios
desligados en absoluto del régimen gremial, sabia circunstancia que hace creer al viejo A. Anderson [25] (autor
que no debe confundirse con James Anderson), en su "Historia del Comercio", en una intervención directa de la
providencia. Hemos de detenernos unos instantes a analizar este elemento de la acumulación originaria. Al
enrarecimiento de la población rural independiente que trabaja sus propias tierras no sólo corresponde una
condensación del proletariado industrial, como al enrarecimiento de la materia del universo en unos sitios,
correspende, según Geoffroy Saint-Hilaire [*], su condensación en otros. [134] A pesar de haber disminuido el
número de brazos que la cultivaban, la tierra seguía dando el mismo producto o aún más, pues la revolución
operada en el régimen de la propiedad inmueble lleva aparejados métodos perfeccionados de cultivo, mayor
cooperación, concentración de los medios de producción, etc., y los jornaleros del campo no sólo son explotados
más intensamente [*] [26], sino que, además, va reduciéndose en proporciones cada vez mayores el campo de
producción en que trabajan para ellos mismos. Con la parte de la población rural que queda disponible quedan
también disponibles, por tanto, sus antiguos medios de subsistencia, que ahora se convierten en elemento
material del capital variable. Ahora, el campesino lanzado al arroyo, si quiere vivir, tiene que comprar el valor de
sus medios de vida a su nuevo señor, el capitalista industrial, en forma de salario. Y lo que ocurre con los medios
de vida, ocurre también con las primeras materias agrícolas, de producción local, suministradas a la industria.
Estas se convierten en elemento del capital constante.
Supongamos, por ejemplo, que una parte de los campesinos de Westfalia, que en tiempos de Federico II hilaban
todos lino, fue expropiada violentamente y arrojada de sus tierras, mientras los restantes se convertían en
jornaleros de los grandes arrendatarios. Simultáneamente, surgen grandes fábricas de hilados de lino y de tejidos,
en las que entran a trabajar por un jornal los brazas que han quedado «disponibles». El lino sigue siendo el
mismo de antes. No ha cambiado en él ni una sola fibra, y sin embargo, en su cuerpo se alberga ahora una alma
social nueva, pues este lino forma ahora parte del capital constante del dueño de la manufactura. Antes, se
distribuía entre un sinnúmero de pequeños productores, que lo cultivaban por sí mismos y lo hilaban en pequeñas
cantidades, con sus familias; ahora, se concentra en manos de un solo capitalista, que hace que otros hilen y tejan
para él. Antes, el trabajo suplementario que se rendía en el taller de hilado se traducía en un ingreso
suplementario para innumerables familias campesinas, o también, bajo Federico II, en impuestos pour le roi de
Prusse [*]*. Ahora, se traduce en ganancia para un puñado de capitalistas. Los husos y los telares, que antes se
distribuían por toda la comarca, se aglomeran ahora, con los obreros y la materia prima, en unos cuantos
cuarteles del trabajo. Y de medios de vida independiente para hilanderos y tejedores, los husos, los telares y la
materia prima se convierten en medios [135] para someterlos al mando de otro [*]** y para arrancarles trabajo no
retribuido. Ni en las grandes manufacturas ni en las grandes granjas hay algún signo exterior que indique que en
ellas se reúnen muchos pequeños hogares de producción y que deben su origen a la expropiación de muchos
pequeños productores independientes. Sin embargo, el ojo imparcial no se deja engañar tan fácilmente. En
tiempo de Mirabeau, el terrible revolucionario, las grandes manufacturas se llamaban todavía manufactures
réunies, talleres reunidos, como decimos de las tierras cuando se juntan.
«Sólo se ven» —dice Mirabeau— «esas grandes manufacturas, en las que trabajan cientos de hombres bajo las
órdenes de un director y que se denominan generalmente manufacturas reunidas (manufactures réunies). En
cambio, aquellas en las que trabajan diseminados, cada cual por su cuenta, gran número de obreros, pasan casi
inadvertidas. Se las relega a último término. Y esto es un error muy grande, pues son éstas las que forman la
parte realmente más importante de la riqueza nacional... La fábrica reunida (fabrique réunie) enriquecerá
fabulosamente a uno o dos empresarios pero los obreros que en ella trabajan no son más que jornaleros mejor o
peor pagados, que en nada participan del bienestar del fabricante. En cambio, en las fábricas separadas (fabriques
séparées) nadie se enriquece, pero gozan de bienestar multitud de obreros... El número de los obreros activos y
económicos crecerá, porque éstos ven en la vida ordenada y en el trabajo un medio de mejorar notablemente su
situación, en vez de obtener una pequeña mejora de jornal, que jamás decidirá del porvenir y que, a lo sumo,
permite al obrero vivir un poco mejor, pero siempre al día. Las manufacturas separadas e individuales,
combinadas casi siempre con un poco de labranza, son las únicas libres» [*].
- 84 La expropiación y el desahúcio de una parte de la población rural, no sólo deja a los obreros, sus medios de vida
y sus materiales de trabajo disponibles para que el capital industrial los utilice, sino que además crea el mercado
interior.
En efecto, el movimiento que convierte a los pequeños labradores en obreros asalariados y a sus medios de vida
y de trabajo en elementos materiales del capital, crea para éste, paralelamente, su mercado interior. Antes, la
familia campesina producía y elaboraba los medios de vida y las materias primas, que luego eran consumidas, en
su mayor parte, por ella misma. Pues bien, [136] estas materias primas y estos medios de vida se convierten
ahora en mercancías, vendidas por los grandes arrendatarios, que encuentran su mercado en las manufacturas. El
hilo, el lienzo, los artículos bastos de lana, objetos todos de cuya materia prima disponía cualquier familia
campesina y que ella hilaba y tejía para su uso, se convierten ahora en artículos manufacturados, que tienen su
mercado precisamente en los distritos rurales. La numerosa clientela diseminada y controlada hasta aquí por una
muchedumbre de pequeños productores que trabajaban por cuenta propia se concentra ahora en un gran mercado
atendido por el capital industrial [*]*. De este modo, a la par con la expropiación de los antiguos labradores
independientes y su divorcio de los medios de producción, avanza la destrucción de las industrias rurales
secundarias, el proceso de diferenciación de la industria y la agricultura. Sólo la destrucción de la industria
doméstica rural puede dar al mercado interior de un país las proporciones y la firmeza que necesita el régimen
capitalista de producción.
Sin embargo, el período propiamente manufacturero no aporta, en realidad, transformación radical alguna.
Recuérdese que la manufactura sólo invade la producción nacional de un modo fragmentario y siempre sobre el
vasto panorama del artesanado urbano y de la industria secundaria doméstico-rural. Aunque elimine a ésta bajo
ciertas formas, en determinadas ramas industriales y en algunos puntos, vuelve a ponerla en pie en otros en que
ya estaba destruida, pues necesita de ella para transformar la materia prima hasta cierto grado de elaboración. La
manufactura hace brotar, por tanto, una nueva clase de pequeños campesinos, que sólo se dedican a la agricultura
como empleo secundario, explotando como oficio preferente un trabajo industrial para vender su producto a la
manufactura, ya sea directamente o por mediación de un comerciante. He aquí una de las causas, aunque no la
fundamental, de un fenómeno que al principio desorienta a quien estudia la historia de Inglaterra. Desde el
último tercio del siglo XV, se escuchan en ella quejas constantes, interrumpidas sólo a intervalos, sobre los
progresos del capitalismo en la agricultura y la destrucción progresiva de la clase campesina. Por otra parte,
[137] esta clase campesina reaparece constantemente, aunque en número más reducido y en situación cada vez
peor [*]. La razón principal de esto está en que en Inglaterra tan pronto predomina la producción de trigo como
la ganadoría, según los períodos, y con el tipo de producción oscila el volumen de la producción campesina. Sólo
la gran industria aporta, con la maquinaria, la base constante de la agricultura capitalista, expropia radicalmente a
la inmensa mayoría de la población del campo y remata el divorcio entre la agricultura y la industria domésticorural, cuyas raíces —la industria de hilados y tejidos— arranca [*]*. Sólo ella conquista, por tanto, para el capital
industrial el mercado interior íntegro [*]**.
6. GENESIS DEL CAPITALISTA INDUSTRIAL
La génesis del capitalista industrial [*] no se desarrolla de un modo tan lento y paulatino como la del
arrendatario. Es indudable que ciertos pequeños maestros artesanos, y todavía más ciertos [138] pequeños
artesanos independientes, e incluso obreros asalariados, se convirtieron en pequeños capitalistas, y luego,
mediante la explotación del trabajo asalariado en una escala cada vez mayor y la acumulación consiguiente, en
capitalistas sans phrase [sin reservas]. En el período de infancia de producción capitalista, ocurría no pocas veces
lo que en los años de infancia de las ciudades medievales, en que el problema de saber cuál de los siervos huidos
llegaría a ser el amo y cuál el criado se dirimía las más de las veces por el orden de fechas en que se escapaban.
Sin embargo, la lentitud de este método no respondía en modo alguno a las exigencias comerciales del nuevo
mercado mundial, creado por los grandes descubrimientos de fines del siglo XV. La Edad Media había legado
dos formas distintas de capital, que alcanzaron su sazón en las más diversas formaciones socioeconómicas y que
antes de llegar la era del modo de producción capitalista eran consideradas capital quand même [por
antonomasia]: capital usurario y capital comercial.
- 85 «En la actualidad, toda la riqueza de la sociedad se concentra primeramente en manos del capitalista... Este paga
la renta al terrateniente, el salario al obrero, los impuestos y el diezmo al recaudador de contribuciones,
quedándose para sí con una parte grande, que en realidad es la parte mayor y que además tiende a crecer
diariamente, del producto anual del trabajo. Ahora el capitalista puede ser considerado como el que se apropia de
primera mano toda la riqueza social, aunque ninguna ley le ha transferido este derecho de apropiación... Este
cambio de propiedad debe su origen al cobro de intereses por el capital... y es harto curioso que los legisladores
de toda Europa hayan querido evitar esto con leyes contra la usura... El poder del capitalista sobre la riqueza toda
del país es una completa revolución en el derecho de propiedad y ¿qué ley o qué serie de leyes la originó?» [*]*
El autor debería saber que las revoluciones no se hacen con leyes.
El régimen feudal, en el campo, y, en la ciudad, el régimen gremial impedían al capital-dinero, formado en la
usura y en el comercio, convertirse en capital industrial [*]**. Estas barreras desaparecieron con el licenciamiento
de las huestes feudales y con la expropiación y desahúcio parciales de la población campesina. Las nuevas
manufacturas habían sido construidas en los puertos marítimos de exportación o en lugares del campo alejados
del control de las ciudades antiguas y de su régimen gremial. De aquí la lucha rabiosa entablada en Inglaterra
entre los corporate towns [ciudades [139] con régimen corporativo gremial] y los nuevos viveros industriales.
El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, el exterminio, la esclavización y el
sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias
Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: tales son los hechos que
señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores
fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria. Tras ellos, pisando sus huellas, viene la guerra
comercial de las naciones europeas, con el planeta entero por escenario. Rompe el fuego con el alzamiento de los
Países Bajos, que se sacuden el yugo de la dominación española [27], cobra proporciones gigantescas en
Inglaterra con la guerra antijacobina [28], sigue ventilándose en China en las guerras del opio [29], etc.
Las diversas etapas de la acumulación originaria tienen su centro, en un orden cronológico más o menos preciso,
en España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra. Es aquí, en Inglaterra, donde a fines del siglo XVII se
resumen y sintetizan sistemáticamente en el sistema colonial, el sistema de la deuda pública, el moderno sistema
tributario y el sistema proteccionista. En parte, estos métodos se basan, como ocurre con el sistema colonial, en
la más burda de las violencias. Pero todos ellos se valen del poder del Estado, de la fuerza concentrada y
organizada de la sociedad, para acelerar a pasos agigantados el proceso de transformación del modo feudal de
producción en el modo capitalista y acortar las transiciones. La violencia es la comadrona de toda sociedad vieja
que lleva en sus entrañas otra nueva. Es ella misma una potencia económica.
Del sistema colonial cristiano dice un hombre, que hace del cristianismo su profesión, W. Howitt:
«Los actos de barbarie y de desalmada crueldad cometidos por las razas que se llaman cristianas en todas las
partes del mundo y contra todos los pueblos del orbe que pudieron subyugar, no encuentran precedente en
ninguna época de la historia universal ni en ninguna raza, por salvaje e inculta, por despiadada y cínica que ella
sea» [*].
La historia del régimen colonial holandés —y téngase en cuenta que Holanda era la nación capitalista modelo del
siglo XVII— «hace desfilar ante nosotros un cuadro insuperable de traiciones, cohechos, asesinatos e infamias»
[*]*. Nada más elocuente que el sistema de robo de hombres aplicado en la isla de Célebes, para obtener esclavos
con destino a Java. Los ladrones de hombres eran amaestrados convenientemente. Los agentes principales de este
trato eran el ladrón, el intérprete y el vendedor; los príncipes nativos, los vendedores principales. Los muchachos
robados eran escondidos en las prisiones secretas de Célebes, hasta que estuviesen ya maduros para ser
embarcados con un cargamento de esclavos. En un informe oficial leemos:
«Esta ciudad de Makassar, por ejemplo, está llena de prisiones secretas, a cual más espantosa, abarrotadas de
infelices, víctimas de la codicia y la tiranía, cargados de cadenas, arrancados violentamente a sus familias».
- 86 Para apoderarse de Malaca, los holandeses sobornaron al gobernador portugués. Este les abrió las puertas de la
ciudad en 1641. Los invasores corrieron en seguida a su palacio y le asesinaron, para de este modo poder
«renunciar» al pago de la suma convenida por el servicio, que eran 21.875 libras esterlinas. A todas partes les
seguía la devastación y la despoblación. Banjuwangi, provincia de Java, que en 1750 contaba con más de 80.000
habitantes, quedó reducida en 1811 a 8.000. He aquí cómo se las gasta el doux commerce [comercio inocente].
Como es sabido, la Compañía inglesa de las Indias Orientales [30] obtuvo, además del poder político en estas
Indias, el monopolio del comercio de té y del comercio chino en general, así como el del transporte de
mercancías de Europa a China y viceversa. Pero del monopolio de la navegación costera de la India y entre las
islas, y del comercio interior de la India, se apropiaron los altos funcionarios de la Compañía. Los monopolios de
la sal, del opio, del bétel y otras mercancías eran filones inagotables de riqueza. Los mismos funcionarios fijaban
los precios a su antojo y esquilmaban como les daba la gana al infeliz indio. El gobernador general de las Indias
llevaba participación en este comercio privado. Sus favoritos obtenían contratos en condiciones que les
permitían, mejor que los alquimistas, hacer oro de la nada. En un solo día brotaban como los hongos grandes
fortunas, y la acumulación originaria avanzaba viento en popa sin desembolsar ni un chelín. En las actas
judiciales del Warren Hastings abundan ejemplos de esto. He aquí uno. Un tal Sullivan obtiene un contrato de
opio [141] cuando se dispone a trasladarse —en función de servicio— a una región de la India muy alejada de
los distritos opieros. Sullivan vende su contrato por 40.000 libras esterlinas a un tal Binn que lo revende el
mismo día por 60.000, y el último comprador y ejecutor del contrato declara que obtuvo todavía una ganancia
fabulosa. Según una lista sometida al parlamento, la Compañía y sus funcionarios se hicieron regalar por los
indios, desde 1757 hasta 1766, ¡6 millones de libras esterlinas! Entre 1769 y 1770, los ingleses fabricaron allí
una epidemia de hambre, acaparando todo el arroz y negándose a venderlo si no les pagaban precios fabulosos
[*].
En las plantaciones destinadas exclusivamente al comercio de exportación, como en las Indias Occidentales, y en
los países ricos y densamente poblados, entregados al pillaje y a la matanza, como México y las Indias
Orientales, era, naturalmente, donde el trato dado a los indígenas revestía las formas más crueles. Pero tampoco
en las verdaderas colonias se desmentía el carácter cristiano de la acumulación originaria. Aquellos hombres,
virtuosos intachables del protestantismo, los puritanos de la Nueva Inglaterra, otorgaron en 1703, por acuerdo de
su Assembly [Asamblea Legislativa], un premio de 40 libras esterlinas por cada escalpo de indio y por cada piel
roja apresado; en 1720, el premio era de 100 libras por escalpo; en 1744, después de declarar en rebeldía a una
tribu de Massachusetts-Bay, los premios eran los siguientes: por los escalpos de varón, desde doce años para
arriba, 100 libras esterlinas de nuevo cuño; por cada hombre apresado, 105 libras; por cada mujer y cada niño, 55
libras; ¡por cada escalpo de mujer o niño, 50 libras! Algunos decenios más tarde, el sistema colonial inglés había
de vengarse en los descendientes rebeldes de los devotos piligrim fathers [padres peregrinos], que cayeron
tomahawkeados bajo la dirección y a sueldo de Inglaterra. El parlamento británico declaró que la caza de
hombres y el escalpar eran «recursos que Dios y la naturaleza habían puesto en sus manos».
Bajo el sistema colonial, prosperaban como planta de estufa el comercio y la navegación. Las «Sociedades
Monopolias» (Lutero) eran poderosas palancas de concentración de capitales. Las colonias brindaban a las
nuevas manufacturas, que brotaban por todas partes, mercado para sus productos y una acumulación de capital
intensificada gracias al régimen de monopolio. El botín conquistado fuera de Europa mediante el saqueo
descarado, la esclavización y la matanza refluían a la metrópoli para convertirse aquí en capital. Holanda, primer
país en que se desarrolló plenamente [142] el sistema colonial, había llegado ya en 1648 al apogeo de su
grandeza mercantil. Se hallaba
«en posesión casi exclusiva del comercio de las Indias Orientales y del tráfico entre el Suroeste y el Nordeste de
Europa. Sus pesquerías, su marina y sus manufacturas sobrepujaban a las de todos los demás países. Los
capitales de esta república superaban tal vez a los del resto de Europa junto» [31].
Gülich, autor de estas líneas, se olvida de añadir que la masa del pueblo holandés se hallaba ya en 1648 más
agotada por el trabajo, más empobrecida y más brutalmente oprimida que la del resto de Europa junto.
- 87 Hoy, la supremacía industrial lleva consigo la supremacía comercial. En el verdadero período manufacturero
sucedía lo contrario: era la supremacía comercial la que daba el predominio en el campo de la industria. De aquí
el papel predominante que en aquellos tiempos desempeñaba el sistema colonial. Era el «dios extranjero» que
venía a entronizarse en el altar junto a los viejos ídolos de Europa y que un buen día los echaría a todos a rodar
de un empellón. Este dios proclamaba la acumulación de plusvalía como el fin último y único de la humanidad.
El sistema del crédito público, es decir, de la deuda del Estado, cuyos orígenes descubríamos ya en Génova y en
Venecia en la Edad Media, se adueñó de toda Europa durante el período manufacturero. El sistema colonial, con
su comercio marítimo y sus guerras comerciales, le sirvió de acicate. Por eso fue Holanda el primer país en que
arraigó. La deuda pública, o sea, la enajenación del Estado —absoluto, constitucional o republicano—, imprime
su sello a la era capitalista. La única parte de la llamada riqueza nacional que entra real y verdaderamente en
posesión colectiva de los pueblos modernos es... la deuda pública [*]. Por eso es perfectamente consecuente esa
teoría moderna, según la cual un pueblo es tanto más rico cuanto más se carga de deudas. El crédito público se
convierte en credo del capitalista. Y al surgir las deudas del Estado, el pecado contra el Espíritu Santo, para el
que no hay remisión, cede el puesto al perjurio contra la deuda pública.
La deuda pública se convierte en una de las palancas más potentes de la acumulación originaria. Es como una
varita mágica que infunde virtud procreadora al dinero improductivo y lo convierte en capital sin exponerlo a los
riesgos ni al esfuerzo que siempre lleva consigo la inversión industrial e incluso la usuraria. En realidad, los
acreedores del Estado no entregan nada, pues la [143] suma prestada se convierte en títulos de la deuda pública,
fácilmente negociables, que siguen desempeñando en sus manos el mismísimo papel del dinero. Pero aún
prescindiendo de la clase de rentistas ociosos que así se crea y de la riqueza improvisada que va a parar al regazo
de los financieros que actúan de mediadores entre el Gobierno y el país —así como de la riqueza regalada a los
arrendadores de impuestos, comerciantes y fabricantes particulares, a cuyos bolsillos afluye una buena parte de
los empréstitos del Estado, como un capital llovido del cielo—, la deuda pública ha venido a dar impulso a las
sociedades anónimas, al tráfico de efectos negociables de todo género, al agio; en una palabra, a la lotería de la
bolsa y a la moderna bancocracia.
Desde el momento mismo de nacer, los grandes bancos, adornados con títulos nacionales, no fueron nunca más
que sociedades de especuladores privados que cooperaban con los gobiernos y que, gracias a los privilegios que
éstos les otorgaban, estaban en condiciones de adelantarles dinero. Por eso, la acumulación de la deuda pública
no tiene barómetro más infalible que el alza progresiva de las acciones de estos bancos, cuyo pleno desarrollo
data de la fundación del Banco de Inglaterra (en 1694). Este último comenzó prestando su dinero al Gobierno a
un 8 por 100 de interés; al mismpo tiempo, quedaba autorizado por el parlamento para acuñar dinero del mismo
capital, volviendo a prestarlo al público en forma de billetes de banco. Con estos billetes podía descontar letras,
abrir créditos sobre mercancías y comprar metales preciosos. No transcurrió mucho tiempo antes de que este
mismo dinero fiduciario fabricado por él le sirviese de moneda para saldar los empréstitos hechos al Estado y
para pagar los intereses de la deuda pública por cuenta de éste. No contento con dar con una mano para recibir
con la otra más de lo que daba, seguía siendo, a pesar de lo que se embolsaba, acreedor perpetuo de la nación
hasta el último céntimo entregado. Poco a poco, fue convirtiéndose en depositario insustituible de los tesoros
metálicos del país y en centro de gravitación de todo el crédito comercial. Por los años en que Inglaterra dejaba
de quemar brujas, comenzaba a colgar falsificadores de billetes de banco. Las obras de aquellos años, por
ejemplo, las de Bolingbroke [*] muestran qué impresión producía a las gentes de la época la súbita aparición de
este monstruo de bancócratas, financieros, rentistas, corredores, agentes y lobos de bolsa.
Con la deuda pública surgió un sistema internacional de crédito, detrás del que se esconde con frecuencia, en tal
o cual pueblo, [144] una de las fuentes de la acumulación originaria. Así, por ejemplo, las infamias del sistema
de rapiña seguido en Venecia constituyen una de esas bases ocultas de la riqueza capitalista de Holanda, a quien
la Venecia decadente prestaba grandes sumas de dinero. Otro tanto acontece entre Holanda e Inglaterra. Ya a
comienzos del siglo XVIII, las manufacturas holandesas se habían quedado muy atrás y Holanda había perdido la
supremacía comercial e industrial. Por eso, desde 1701 hasta 1776, uno de sus negocios principales consiste en
prestar capitales gigantescos, sobre todo a su poderoso competidor: a Inglaterra. Es lo mismo que hoy ocurre
- 88 entre Inglaterra y los Estados Unidos. Muchos de los capitales que hoy comparecen en Norteamérica sin cédula
de origen son sangre infantil recién capitalizada en Inglaterra.
Como la deuda pública tiene que ser respaldada por los ingresos del Estado, que han de cubrir los intereses y
demás pagos anuales, el sistema de los empréstitos públicos tenía que ser forzosamente el complemento del
moderno sistema tributario. Los empréstitos permiten a los gobiernos hacer frente a gastos extraordinarios sin
que el contribuyente se dé cuenta de momento, pero provocan, a la larga, un recargo en los tributos. A su vez, el
recargo de impuestos que trae consigo la acumulación de las deudas contraídas sucesivamente obliga al Gobierno
a emitir nuevos empréstitos, en cuanto se presentan nuevos gastos extraordinarios. El sistema fiscal moderno,
que gira todo él en torno a los impuestos sobre los artículos de primera necesidad (y por tanto a su
encarecimiento) lleva en sí mismo, como se ve, el resorte propulsor de su progresión automática. El excesivo
gravamen impositivo no es un episedio pasajero, sino más bien un principio. Por eso en Holanda, primer país en
que se puso en práctica este sistema, el gran patriota De Witt lo ensalza en sus "Máximas" [32] como el mejor
sistema imaginable para hacer al obrero sumiso, frugal, aplicado y... agobiado de trabajo. Pero, aquí no nos
interesan tanto los efectos aniquiladores de este sistema en cuanto a la situación de los obreros asalariados como
la expropiación violenta que supone para el campesino, el artesano, en una palabra, para todos los sectores de la
pequeña clase media. Acerca de esto no hay discrepancia, ni siquiera entre los economistas burgueses. Y a
reforzar la eficacia expropiadora de este mecanismo, por si aún fuese poca, contribuye el sistema proteccionista,
que es una de las piezas que lo integran.
La parte tan considerable que toca a la deuda pública y al sistema fiscal correspondiente en la capitalización de la
riqueza y en la expropiación de las masas, ha hecho que multitud de autores, como Cobbett, Doubleday y otros,
busquen aquí, sin razón, la causa principal de la miseria de los pueblos modernos.
[145]
El sistema proteccionista fue un medio artificial para fabricar fabricantes, expropiar a los obreros independientes,
capitalizar los medios de producción y de vida de la nación y abreviar violentamente el tránsito del modo antiguo
al modo moderno de producción. Los Estados europeos se disputaron la patente de este invento y, una vez
puestos al servicio de los acumuladores de plusvalía, abrumaron a su propio pueblo y a los extraños, para
conseguir aquella finalidad, con la carga indirecta de los aranceles protectores, con el fardo directo de las primas
de exportación, etc. En los países secundarios dependientes vecinos se exterminó violentamente toda la industria,
como hizo por ejemplo Inglaterra con las manufacturas laneras en Irlanda. En el continente europeo, vino a
simplificar notablemente este proceso el precedente de Colbert. Aquí, una parte del capital originario de los
industriales sale directamente del erario público.
«¿Para qué» —exclama Mirabeau— «ir a buscar tan lejos la causa del esplendor manufacturero de Sajonia antes
de la guerra de los Siete años? [33] ¡180 millones de deuda pública!» [*].
El sistema colonial, la deuda pública, la montaña de impuestos, el proteccionismo, las guerras comerciales, etc.,
todos estos vástagos del verdadero período manufacturero se desarrollaron en proporciones gigantescas durante
los años de infancia de la gran industria... El nacimiento de esta industria es festejado con la gran cruzada
heródica del rapto de niños. Las fábricas reclutan su personal, como la Marina real, por medio de la prensa. Sir F.
M. Eden, al que tanto enorgullecen las atrocidades de la campaña librada desde el último tercio del siglo XV
hasta su época, fines del siglo XVIII, para expropiar de sus tierras a la población del campo, que tanto se
complace en ensalzar este proceso histórico como un proceso «necesario» para abrir paso a la agricultura
capitalista e «instaurar la proporción justa entre la tierra de labor y la destinada al ganado», no acredita la misma
perspicacia económica cuando se trata de reconocer la necesidad del robo de niños y de la esclavitud infantil para
abrir paso a la transformación de la manufactura en industria fabril e instaurar la proporción justa entre el capital
y la fuerza de trabajo.
«Merece tal vez la pena» —dice este autor— «que el público se pare a pensar si una manufactura cualquiera que,
para poder trabajar prósperamente, necesita saquear cotteges y asilos buscando los niños pobres para luego,
- 89 haciendo desfilar a un tropel tras otro, martirizarlos y robarles el descanso durante la mayor parte de la noche;
una manufactura que, además, mezcla y revuelve a montones de personas de ambos sexos, de diversas edades e
inclinaciones, [146] en tal mezcolanza que el contagio del ejemplo tiene forzosamente que conducir a la
depravación y al libertinaje; si esta manufactura, decimos, puede enriquecer en algo la suma del bienestar
nacional e individual» [*] «En Derbyshire, Nottinghamshire y sobre todo en Lancashire» —dice Fielden— «la
maquinaria recién inventada fue empleada en grandes fábricas, construidas junto a ríos capaces de mover la
rueda hidráulica. En estos centros, lejos de las ciudades, se necesitaron de pronto miles de brazos. Lancashire,
sobre todo, que hasta entonces había sido relativamente poco poblado e improductivo, atrajo hacia sí una enorme
población. Se requisaban principalmente las manos de dedos finos y ligeros. Inmediatamente se impuso la
costumbre de traer aprendices (!) de los diferentes asilos parroquiales de Londres, Birmingham y otros sitios. Así
fueron expedidos al Norte miles y miles de criaturitas impotentes, desde los siete hasta los trece o los catorce
años. Los patronos» (es decir, los ladrones de niños) «solían vestir y dar de comer a sus víctimas, alojándolos en
las «casas de aprendices» cerca de la fábrica. Se nombraban vigilantes encargados de fiscalizar el trabajo de los
muchachos. Estos capataces de esclavos estaban interesados en que los aprendices se matasen trabajando, pues
su sueldo era proporcional a la cantidad de producto que a los niños se les arrancaba. El efecto lógico de esto era
una crueldad espantosa... En muchos distritos fabriles, sobre todo en Lancashire, estas criaturas inocentes y
desgraciadas, consignadas al fabricante, eran sometidas a las más horribles torturas. Se las mataba trabajando....
se las azotaba, se las cargaba de cadenas y se las atormentaba con los más escogidos refinamientos de crueldad;
en muchas fábricas, andaban muertos de hambre y se les hacía trabajar a latigazos... En algunos casos, se les
impulsaba hasta al suicidio... Aquellos hermosos y románticos valles de Derbyshire, Nottinghamshire y
Lancashire, ocultos a las miradas de la publicidad, se convirtieron en páramos infernales de tortura, y no pocas
veces de matanza... Las ganancias de los fabricantes eran enormes. Pero, ello no hacía más que afilar sus dientes
de ogro. Se implantó la práctica del trabajo nocturno, es decir, que después de tullir trabajando durante todo el
día a un grupo de obreros, se aprovechaba la noche para baldar a otro; el grupo de día caía rendido sobre las
camas calientes todavía de los cuerpos del grupo de noche, y viceversa. En Lancashire, hay un dicho popular,
según el cual las camas no se enfrían nunca» [*]*.
[147]
Con los progresos de la producción capitalista durante el período manufacturero, la opinión pública de Europa
perdió los últimos vestigios de pudor y de conciencia que aún le quedaban. Los diversos países se jactaban
cínicamente de todas las infamias que podían servir de medios de acumulación de capital. Basta leer, por
ejemplo, los ingenuos Anales del Comercio, del filisteo A. Anderson [34]. En ellos se proclama a los cuatro
vientos, como un triunfo de la sabiduría política de Inglaterra, que, en la paz de Utrecht, este país arrancó a los
españoles, por el tratado de asiento [35], el privilegio de poder explotar también entre Africa y la América
española la trata de negros, que hasta entonces sólo podía explotar entre Africa y las Indias Occidentales
inglesas. Inglaterra obtuvo el privilegio de suministrar a la América española, hasta 1743, 4.800 negros al año.
Este comercio servía, a la vez, de pabellón oficial para cubrir el contrabando británico. Liverpool se engrandeció
gracias al comercio de esclavos. Este comercio era su método de acumulación originaria. Y hasta hoy, la
«respetable sociedad» de Liverpool sigue siendo el Píndaro de la trata de esclavos que —véase la citada obra del
Dr. Aikin, publicada en 1795—, «exalta hasta la pasión el espíritu comercial y emprendedor, produce famosos
navegantes y arroja enormes beneficios». En 1730, Liverpool dedicaba 15 barcos al comercio de esclavos; en
1751 eran ya 53; en 1760, 74; en 1770, 96, y en 1792, 132.
A la par que implantaba en Inglaterra la esclavitud infantil, la industria algodonera servía de acicate para
convertir la economía esclavista más o menos patriarcal de los Estados Unidos en un sistema comercial de
explotación. En general, la esclavitud encubierta de los obreros asalariados en Europa exigía, como pedestal, la
esclavitud sans phrase [sin reservas] en el Nuevo Mundo [*].
Tantae molis erat [36] el dar suelta a las «leyes naturales y eternas» del modo de producción capitalista, el
consumar el proceso de divorcio entre los obreros y las condiciones de trabajo, el transformar, en uno de los
polos, los medios sociales de producción y de vida en capital, y en el polo contrario la masa del pueblo en
obreros [148] asalariados, en «pobres trabajadores» libres, este producto artificial de la historia moderna [*]. Si
- 90 el dinero, según Augier [*]*, «nace con manchas naturales de sangre en un carrillo», el capital viene al mundo
chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza [*]**.
7. TENDENCIA HISTORICA
DE LA ACUMULACION CAPITALISTA
¿A qué se reduce la acumulación originaria del capital, es decir, su génesis histórica? En tanto que no es la
transformación directa del esclavo y del siervo de la gleba en obrero asalariado, [149] o sea, un simple cambio de
forma, la acumulación originaria significa solamente la expropiación del productor directo, o lo que es lo mismo,
la destrucción de la propiedad privada basada en el trabajo propio.
La propiedad privada, por oposición a la social, colectiva, sólo existe allí, donde los medios de trabajo y las
condiciones externas de éste pertenecen a particulares. Pero el carácter de la propiedad privada es muy distinto,
según que estos particulares sean los trabajadores o los que no trabajan. Las infinitas modalidades que a primera
vista presenta la propiedad privada no hacen más que reflejar los estados intermedios situados entre esos dos
extremos.
La propiedad privada del trabajador sobre sus medios de producción es la base de la pequeña producción y ésta
es una condición necesaria para el desarrollo de la producción social y de la libre individualidad del propio
trabajador. Cierto es que este modo de producción existe también bajo la esclavitud, bajo la servidumbre de la
gleba y en otras relaciones de dependencia. Pero sólo florece, sólo despliegla todas sus energías, sólo conquista
la forma clásica adecuada allí donde el trabajador es propietario privado y libre de las condiciones de trabajo
manejadas por él mismo, el campesino dueño de la tierra que trabaja, el artesano dueño del instrumento que
maneja como virtuoso.
Este modo de producción supone el fraccionamiento de la tierra y de los demás medios de producción. Excluye
la concentración de éstos y excluye también la cooperación, la división del trabajo dentro de los mismos procesos
de producción, el dominio y la regulación social de la naturaleza, el libre desarrollo de las fuerzas productivas de
la sociedad. Sólo es compatible con unos límites estrechos y primitivos de la producción y de la sociedad. Querer
eternizarlo, equivaldría, como acertadamente dice Pecqueur, a «decretar la mediocridad general» [37]. Pero, al
llegar a un cierto grado de progreso, él mismo crea los medios materiales para su destrucción. A partir de este
momento, en el seno de la sociedad se agitan fuerzas y pasiones que se sienten aherrojadas por él. Hácese
necesario destruirlo, y es destruido. Su destrucción, la transformación de los medios de producción individuales y
desperdigados en medios socialmente concentrados de producción, y por tanto de la propiedad minúscula de
muchos en propiedad gigantesca de unos pocos; la expropiación de la gran masa del pueblo, privándola de la
tierra y de los medios de vida e instrumentos de trabajo, esta horrible y penosa expropiación de la masa del
pueblo forma la prehistoria del capital. Abarca toda una serie de métodos violentos, entre los cuales sólo hemos
pasado revista aquí a los que han hecho época como métodos de acumulación originaria [150] del capital. La
expropiación de los productores directos se lleva a cabo con el más despiadado vandalismo y bajo el acicate de
las pasiones más infames, ruines, mezquinas y odiosas. La propiedad privada fruto del propio esfuerzo y basada,
por decirlo así, en la compenetración del obrero individual e independiente con sus condiciones de trabajo, es
desplazada por la propiedad privada capitalista, que se basa en la explotación de la fuerza de trabajo ajena,
aunque formalmente libre [*].
Una vez que este proceso de transformación ha corroído suficientemente, en profundidad y extensión, la
sociedad antigua, una vez que los productores se han convertido en proletarios y sus condiciones de trabajo en
capital, una vez que el modo capitalista de producción se mueve ya por sus propios medios, el rumbo ulterior de
la socialización del trabajo y de la transformación de la tierra y demás medios de producción en medios de
producción explotados socialmente, es decir, sociales, y por tanto, la marcha ulterior de la expropiación de los
propietarios privados, cobra una forma nueva. Ahora ya no es el trabajador que gobierna su economía el que
debe ser expropiado, sino el capitalista que explota a numerosos obreros.
- 91 Esta expropiación se lleva a cabo por el juego de leyes inmanentes de la propia producción capitalista, por la
centralización de los capitales. Un capitalista devora a muchos otros. Paralelamente a esta centralización o
expropiación de una multitud de capitalistas por unos pocos, se desarrolla cada vez en mayor escala la forma
cooperativa del proceso del trabajo, se desarrolla la aplicación tecnológica consciente de la ciencia, la metódica
explotación de la tierra, la transformación de los medios de trabajo en medios de trabajo que sólo pueden ser
utilizados en común, y la economía de todos los medios de producción, por ser utilizados como medios de
producción del trabajo combinado, del trabajo social, el enlazamiento de todos los pueblos por la red del
mercado mundial y, como consecuencia de esto, el carácter internacional del régimen capitalista. A la par con la
disminución constante del número de magnates del capital, que usurpan y monopolizan todas las ventajas de este
proceso de transformación, aumenta la masa de la miseria, de la opresión, de la esclavitud, de la degradación y de
la explotación; pero aumenta también la indignación de la clase obrera, que constantemente crece en número, se
instruye, unifica y organiza por el propio mecanismo del proceso capitalista de producción. El monopolio del
capital se convierte en traba del [151] modo de producción que ha florecido junto con él y bajo su amparo. La
centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a tal punto que se hacen
incompatibles con su envoltura capitalista. Esta se rompe. Le llega la hora a la propiedad privada capitalista. Los
expropiadores son expropiados.
El modo capitalista de apropiación que brota del modo capitalista de producción, y, por tanto, la propiedad
privada capitalista, es la primera negación de la propiedad privada individual basada en el trabajo propio. Pero la
producción capitalista engendra, con la fuerza inexorable de un proceso de la naturaleza, su propia negación. Es
la negación de la negación. Esta no restaura la propiedad privada, sino la propiedad individual, basada en los
progresos de la era capitalista: en la cooperación y en la posesión colectiva de la tierra y de los medios de
producción creados por el propio trabajo.
La transformación de la propiedad privada dispersa, basada en el trabajo personal del individuo, en propiedad
privada capitalista es, naturalmente, un proceso machísimo más lento, más difícil y más penoso de lo que será la
transformación de la propiedad privada capitalista, que de hecho se basa ya en un proceso social de producción,
en propiedad social. Allí, se trataba de la expropiación de la masa del pueblo por unos cuantos usurpadores; aquí,
de la expropiación de unos cuantos usurpadores por la masa del pueblo [*].
Publicado por vez primera en el Se publica de acuerdo con el texto
libro: K. Marx. "Das Kapital. de la 4ª edición alemana de 1890.
Kritik der politischen Oekonomie".
Erster Band, Hamburg, 1867. Traducido del alemán.
NOTAS
[*]
En Italia, donde primero so desarrolla la producción capitalista, es también donde antes se descomponen las relaciones de servidumbre.
El siervo italiano se emancipa antes de haber podido adquirir por prescripción ningún derecho sobre el suelo. Por eso, su emancipación
le convierte directamente en proletario libre y desheredado, que además se encuentra ya con el nuevo señor hecho y derecho en la
mayoría de las ciudades, procedentes del tiempo de los romanos. Al producirse, desde fines del siglo XV (nota 61), la revolución del
mercado mundial que arranca la supremacía comercial al Norte de Italia, se produjo un movimiento en sentido inverso. Los obreros de
las ciudades se vieron empujados en masa hacia el campo, donde imprimieron a la pequeña agricultura allí dominante, explotada según
los métodos de la horticultura, un impulso jamás conocido.
[1] 61. Aquí se entiende por revolución en el mercado mundial la brusca decadencia desde fines del siglo XV del papel comercial de
Génova, Venecia y otras ciudades del Norte de Italia debida a los grandes descubrimientos geográficos de la época: el descubrimiento
- 92 de Cuba, Haití, las islas Bahamas, el continente norteamericano, la vía marítima de la India pasando por el extremo meridional de
Africa y, finalmente, el continente sudamericano.- 104
[**] «Los pequeños propietarios que trabajaban la tierra de su propiedad con su propio esfuerzo y que gozaban de un humilde
bienestar... formaban por aquel entonces una parte mucho más importante de la nación que hoy... Nada menos que 160.000 propietarios,
cifra que, con sus familias, debía constituir más de 1/7 de la población total, vivían del cultivo de sus pequeñas parcelas freehold»
(freehold quiere decir propiedad plenamente libre). «La renta media de estos pequeños propietarios... se calcula en unas 60 ó 70 libras
esterlinas. Se calculaba que el número de personas que trabajaban tierras de su propiedad era mayor que el de los que llevaban en
arriendo tierras de otros». [Macaulay. "History of England" («Historia de Inglaterra»), 10th ed. London, 1854, v. I, pp. 333, 334].
Todavía en el último tercio del siglo XVII vivían de la agricultura los 4/5 de la masa del pueblo inglés (ob. cit., p. 413). Cito a
Macaulay porque, como falsificador sistemático de la historia que es, procura «castrar» en lo posible esta clase de hechos.
[*] No debe olvidarse jamás que el mismo siervo no sólo era propietario, aunque sujeto a tributo, de la parcela de tierra asignada a su
casa, sino además copropietario de los terrenos comunales. «Allí» (en Silesia), «el campesino vive sujeto a servidumbre». No obstante,
estos siervos poseen tierras comunes. «Hasta hoy, no ha sido posible convencer a los silesianos de la conveniencia de dividir los
terrenos comunales; en cambio, en las Nuevas Marcas no hay apenas un solo pueblo en que no se haya efectuado con el mayor de los
éxitos esta división» [Mirabeau. "De la Monarchie Prussienne" («De la monarquía prusiana»), Londres, 1788, t. II, pp. 125 y 126].
[**] El Japón, con su organización puramente feudal de la propiedad inmueble y su régimen desarrollado de pequeña agricultura, nos
brinda una imagen mucho más fiel de la Edad Media europea que todos nuestros libros de historia, dictados en su mayoría por
prejuicios burgueses. Es demasiado cómodo ser «liberal» a costa de la Edad Media.
[2] 62. Trátase de la conquista de Inglaterra por el duque de Normandia, Guillermo el Conquistador, en 1066, lo cual contribuyó a la
afirmación del feudalismo en Inglaterra.- 105
[3] 63. J. Steuart. "An Inquiry into the Principles of Political Oeconomy" («Investigación de los principios de la Economía política»),
Vol. I, Dublin, 1770, p. 52.- 106
[*] Literalmente significa: la Tule extrema; frase, empleada en el sentido de «último extremo». (Tule es un país insular situado, según
opinión de los antiguos, en el extremo septentrional de Europa.) (N. de la Edit.)
[**] Pequeños campesinos libres en la Inglaterra feudal. (N. de la Edit.)
[*] Tomás Moro habla en su "Utopía", de un país singular en que «las ovejas devoran a los hombres». "Utopía", trad. de Robinson ed.
Arber, London, 1869, p. 41
[**] Bacon explica la relación que existe entre una clase campesina libre y acomodada y una buena infantería. «Para mantener el poder
y las costumbres del Reino era de una importancia asombrosa que los arriendos guardasen las proporciones debidas para poner a los
hombres sanos y capaces a salvo de la miseria y fijar una gran parte de las tierras del Reino en posesión de la yeomanry, es decir, de
gentes de posición intermedia entre la de los nobles y los caseros (cottagers) y mozos de labranza... Pues los más competentes en
materia guerrera opinan unánimemente... que la fuerza primordial de un ejército reside en la infantería o pueblo de a pie. Y para
disponer de una buena infantería, hay que contar con gente que no se haya criado en la servidumbre ni en la miseria, sino en la libertad
y con cierta holgura. Por eso, cuando en un Estado tienen importancia primordial la aristocracia y los señores distinguidos, siendo los
campesinos y labradores simples gentes de trabajo o mozos de labranza, incluso caseros, es decir, mendigos alojados, ese Estado podrá
tener una buena caballería, pero jamás tendrá una infantería resistente... Así lo vemos en Francia y en Italia y en algunas otras comarcas
extranjeras, donde en realidad no hay más que nobles y campesinos míseros... hasta tal punto, que se ven obligados a emplear como
batallones de infantería bandas de suizos a sueldo y otros elementos por el estilo, y así se explica que estas naciones tengan mucho
pueblo y pocos soldados». ["The Reign of Henry VII, etc. Verbatim Reprint from Kennet's England" («El reinado de Enrique VII, etc.
Reproducido literalmente de Inglaterra de Kennet»), ed. 1719, London, 1870, p. 308].
[*] Dr. Hunter, "Public Health, Seventh Report", 1864, («La salud pública. Informe 7, 1864»). London, p. 134. «La cantidad de tierra
que se asignaba» (en las antiguas leyes) «se consideraría hoy excesiva para los obreros y más bien apropiada para convertirlos en
pequeños colonos (farmers)» [George Roberts. "The Social History of the People of the Southern Counties of England in Past
Centuries" («Historia social de la población de los condados meridionales de Inglaterra en los siglos pasados»), London, 1856, pp. 184,
185].
[4] 64. La Reforma, amplio movimiento social contra la Iglesia católica, se extendió en el siglo XVI a Alemania, Suiza, Inglaterra,
Francia, etc. La consecuencia religiosa de la Reforma en los países en que ésta triunfó consistió en la formación de varias iglesias
llamadas protestantes (en Inglaterra, Escocia, los Países Bajos, una parte de Alemania y los países escandinavos).- 109
- 93 [**] «El derecho de los pobres a participar de los diezmos eclesiásticos se halla reconocido en la letra de todas las leyes» [Tuckett. "A
History of the Past and Present State of Labouring Population" («Historia de la situación de la población trabajadora en el pasado y en
el presente»), v. II, pp. 804, 805].
[5] 65. «Pauper ubique jacet» (los pobres son desheredados en todas partes), palabras de "Los Fastos" de Ovidio, libro primero, verso
218.- 109
[***] William Cobbett. "A History of the Protestant Reformation" («Historia de la Reforma protestante»), §. 471.
[*] El «espíritu» protestante se revela, entre otras cosas, en lo siguiente. En el Sur de Inglaterra se juntaron a cuchichear diversos
terratenientes y colonos ricos y decidieron presentar a la reina diez preguntas acerca de la exacta interpretación de la ley de los pobres,
preguntas que hicieron dictaminar por un jurista famoso de la época, Sergeant Snigge (nombrado más tarde juez, bajo Jacobo I).
«Pregunta novena: Algunos colonos ricos de la parroquia han cavilado un ingenioso plan cuya ejecución podría evitar todas las
complicaciones a que pueda dar lugar la aplicación de la ley. Se trata de construir en la parroquia una cárcel, negando el derecho al
socorro a todos los pobres que no accedan a recluirse en ella. Al mismo tiempo, se notificará a los vecinos que si quieren alquilar pobres
de esta parroquia envíen en un determinado día su oferta, bajo sobre cerrado, indicando el precio último a que los tomarían. Los autores
de este plan dan por supuesto que en los condados vecinos hay personas que no quieren trabajar y que no disponen de fortuna ni de
crédito para arrendar una finca o comprar un barco, para poder, por tanto, vivir sin trabajar («so as to live without labour»). Estas
personas podrían sentirse tentadas a hacer a la parroquia ofertas ventajosísimas. Si alguno que otro pobre se enfermase o muriese bajo la
tutela de quien le contratase, la culpa sería de éste, pues la parroquia habría cumplido ya con su deber para con el pobre en cuestión.
Tememos, sin embargo, que la vigente ley no permita ninguna medida de precaución (prudential measure) de esta clase; pero hacemos
constar que los demás freeholders (campesinos libres) de este condado y de los inmediatos se unirán a nosotros para impulsar a sus
diputados en la Cámara de los Comunes a que propongan una ley que autorice la reclusión y los trabajos forzados de los pobres, de
modo que nadie que se niegue a ser recluido tenga derecho a solicitar socorro. Confiamos en que esto hará que las personas que se
encuentren en mala situación se abstenga de reclamar ayuda» («will prevent persons in distress from wanting relief») [R. Blakey. "The
History of Political Literature from the Earliest Times" («Historia de la literatura política desde los tiempos más antiguos»), London,
1855, v. II, pp. 84 and 85]. En Escocia, la servidumbre fue abolida varios siglos más tarde que en Inglaterra. Todavía en 1698,
declaraba en el parlamento escocés Fletcher, de Saltoun: «Se calcula que el número de mendigos que circulan por Escocia no baja de
200.000. El único remedio que yo, republicano por principio, puedo proponer es restaurar el antiguo régimen de la servidumbre de la
gleba y convertir en esclavos a cuantos sean incapaces de ganarse el pan». Así lo refiere también Eden, en "The State of the Poor" («La
situación de los pobres»), v. I, ch. I, pp. 60, 61. «La libertad de los campesinos engendra el pauperismo. Las manufacturas y el comercio
son los verdaderos progenitores de los pobres de nuestra nación». Eden, como aquel escocés «republicano por principio», sólo se olvida
de una cosa: de que no es precisamente la abolición de la servidumbre de la gleba, sino la abolición de la propiedad del campesino
sobre la tierra que trabaja la que le convierte en proletario o depauperado. A las leyes de los pobres de Inglaterra corresponde en
Francia, donde la expropiación se llevó a cabo de otro modo, la Ordenanza de Moulins (1566) y el Edicto de 1656.
[*] El señor Rogers, aunque profesor, por aquel entonces, de Economía política en la Universidad de Oxford, la cuna de la ortodoxia
protestante, subraya en su prólogo a la "History of Agriculture" («Historia de la agricultura») la pauperización de la masa del pueblo
originada por la Reforma.
[**] "A letter to Sir T. C. Bunbury, Brt.: On the High Price of Provisions". By a Suffolk Gentleman («Una carta a Sir T. C. Bunbury.
Acerca de los altos precios de los víveres»), Ipswich, 1795, p. 4. Hasta el más fanático defensor del régimen de arrendamientos, el autor
de la "Inquiry into the Connection between the Present Price of Provisions and the Size of Farms etc." («Investigación de la conexión
entre el presente precio de los víveres y las dimensiones de las granjas»), London, 1773, p. 139. dice: «Lo que más vivamente lamento
es la desaparición de nuestra yeomanry, aquella pléyade de hombres que eran los que en realidad mantenían en alto la independencia de
esta nación, y deploro que sus tierras están ahora en manos de lores monopolizadores, arrendadas a pequeños colonos, en condiciones
tales que viven poco mejor que vasallos, teniendo que someterse a una intimación en todas las coyunturas críticas».
[6] 66. La restauración de los Estuardos es el período del segundo reinado de la dinastía de los Estuardos en Inglaterra (1660-1689),
derrocados por la revolución burguesa inglesa del siglo XVII.- 111
[7] 67. Por lo visto, se trata del decreto sobre los campesinos fugitivos promulgado en 1597, durante el reinado de Fiódor Ivánovich,
cuando el auténtico gobernante de Rusia era Borís Godunov. De acuerdo con ese decreto, los campesinos que habían huido del yugo
insoportable de los terratenientes se perseguían durante cinco años para ser devueltos por la fuerza a sus amos.- 111
[8] 68. Se dio el nombre de «Revolución gloriosa» en la historiografía burguesa inglesa al golpe de Estado de 1688, con el que se
derrocó la dinastía de los Estuardos y se instauró (1689) la monarquía constitucional de Guillermo de Orange, régimen de compromiso
entre la aristocracia propietaria de tierras y la gran burguesía.- 111
[***] De la moral privada de este héroe burgués da fe, entre otras cosas, lo siguiente: «Las grandes asignaciones de tierras hechas en
Irlanda a favor de Lady Orkney en 1695 son una prueba pública de la afección del rey y de la influencia de la lady... Los preciosos
- 94 servicios de Lady Orkney han consistido, al parecer, en... foeda labiorum ministeria [sucios servicios del amor]». [Tomado de la
"Sloane Manuscript Collection", que se conserva en el Museo Británico, núm. 4.224. El manuscrito lleva por título: "The Character and
Behaviour of King William, Sunderland etc. as represented in Original Letters to the Duke of Shrewsbury from Somers, Halifax,
Oxford, Secretary Vernon etc". («El carácter y la conducta del rey Guillermo, Sunderland, etc. representado en las cartas originales
enviadas al duque de Shrewsbury por Somers, Halifax, Oxford, secretario Vernon, etc.»). Es un manuscrito en el que abundan datos
curiosos.]
[*] «La enajenación ilegal de los bienes de la corona, vendiéndolos o regalándolos, forma un capítulo escandaloso en la historia de
Inglaterra... una estafa gigantesca contra la nación (gigantic fraud on the nation)» (F. W. Newman. "Lectures on Political Economy".
London, 1851, pp. 129, 130). [El que quiera saber cómo hicieron su fortuna los terratenientes ingleses de hoy día, podrá informarse
detalladamente consultando Evans. N. H. "Our old Nobility. By Noblesse Oblige" («Nuestra vieja nobleza, pero la nobleza obliga»),
London, 1879.- F. E.]
[**] Léase, por ejemplo, el panfleto de E. Burke, sobre la casa ducal de Bedford, cuvo vástago es Lord John Russel, «the tomtit of
liberalism» («el chochín del liberalismo»).
[*] «Los arrendatarios prohíben a los cottagers (caseros) mantener a ninguna otra criatura viviente, so pretexto de que, si criasen ganado
o aves, robarían alimento del granero para cebarlas. Además, dicen: mantened a los cottagers en la pobreza, y serán más trabajadores.
Pero la verdadera realidad es que de este modo los arrendatarios usurpan el derecho íntegro sobre los terrenos comunales» ["A
Political Inquiry into to the Consequences of Enclosing Waste Lands" («Investigación política sobre las consecuencias del cercado de
los baldíos»), London, 1785, p. 75].
[**] Eden. "The State of the Poor, Preface" («La situación de los pobres») (p. XVII, XIX).
[***] Capital-farms ["«Two Letters on the Flour Trade and the Dearness of Corn». By a Person in Business". («Dos cartas sobre el
comercio en harina y los altos precios de los cereales». Por un hombre de negocios), London, 1767, pp. 19, 20].
[****] Merchant-farms ["An Enquiry into the Causes of the Present High Price of Provisions" («Investigación sobre las causas de los
presentes altos precios de los víveres»), London, 1767, p. 111, note]. Esta obra excelente, publicada como anónima, tenía por autor al
Rev. Nathaniel Forster.
[*] Thomas Wright. "A short address to the Public on the Monopoly of large farms". («Breve alocución al público sobre el monopolio
de las grandes granjas»), 1779, pp. 2, 3.
[**] Rev. Addington. "Inquiry into the Reasons for and against Inclosing Open Fields («Investigación de las razones en pro y en contra
del cercado de terrenos»), London, 1779 pp. 37-43 pass.
[***] Dr. R. Price. "Observations on Reversionary Payments" («Observaciones sobre los pagos reversibles»), 6 ed. By W. Morgan,
London, 1803, v. II, p. 155. Léase a Forster, Addington, Kent, Price y James Anderson y compárese luego con la pobre charlatanería de
sicofante de Mac Culloch, en su catálogo titulado "The Literature of Political Economy" («La literatura sobre Economía política»),
London, 1845.
[*] Dr. R. Price. "Observations," etc., v. II, p. 147.
[**] Dr. R. Price. "Observations", etc., p. 159. Esto hace recordar lo ocurrido en la antigua Roma: «Los ricos se habían adueñado de la
mayor parte de los terrenos comunes. Confiándose a las circunstancias, en la seguridad de que estas tierras no habían ya de arrebatarles,
compraron a los pobres las parcelas situadas en las inmediaciones de sus propiedades, unas veces contando con su voluntad y otras
veces arrebatándoselas por la fuerza, de modo que pasaron a cultivar extensísimas fincas y no campos divididos. Para labrarlos y
desarrollar en ellos la ganadería, tenían que acudir a los servicios de los esclavos, pues los hombres libres eran arrebatados del trabajo
para dedicarlos a la guerra. Además, la posesión de esclavos les producía grandes ganancias, pues éstos, libres del servicio militar,
podían procrear y multiplicarse a sus anchas. De este modo, los poderosos fueron apoderándose de toda la riqueza y todo el país era un
hervidero de esclavos. En cambio los itálicos diezmados por la pobreza, los tributos y el servicio militar eran cada vez menos. Además,
en las épocas de paz, se veían condenados a una total pasividad, pues, las tierras estaban en manos de los ricos y éstos empleaban en la
agricultura a esclavos y no a hombres libres» (Apiano. "Las guerras civiles en Roma", 1, 7). Este pasaje se refiere a la época anterior a
la Ley Licinia (nota 69). El servicio militar que tanto aceleró la ruina de la plebe romana, fue también el medio principal de que se valió
Carlomagno para fomentar, como plantas en estufa, la transformación de los campesinos alemanes libres en siervos y vasallos.
[9] 69. Alusión a la ley agraria de los tribunos de la plebe de Roma Licinio y Sextio adoptada en el año 367 a. de n. e., que prohibía a
los ciudadanos romanos poseer más de 500 yugadas (alrededor de 125 hectáreas) de tierra pertenecientes al Estado.- 115
- 95 [*] [J. Arbuthnot.] "An Inquiry into the Connection between the Present Price of Provisions etc." («Investigación de la conexión entre el
presente precio de los víveres y las dimensiones de las granjas»), pp. 124, 129. En términos parecidos, aunque con tendencia opuesta
dice otro autor: «Los obreros son arrojados de sus cottages y se ven obligados a buscar trabajo en la ciudad, pero, gracias a esto, se
obtiene un remanente mayor y se incrementa el capital» [(R. B. Seeley.) "The Perils of the Nation" («Los peligros de la nación»), 2 ed.
London. 1843, p. XIV].
[*] «A king of England might as well claim to drive all his subjects into the sea». [F. W. Newman. "Lectures on Political Economy"
(«Conferencias sobre Economía política»), London, 1851, p. 132].
[**] Steuart dice: «La renta de estas comarcas» (aplica equivocadamente la categoría económica de «renta» al tributo abonado por los
taksmen (nota 70) al jefe del clan) «es insignificante, comparada con su extensión, pero, respecto al número de personas que sostiene
una hacienda, puede tal vez asegurarse que un pedazo de tierra en la montaña de Escocia mantiene a diez veces más personas que un
terreno del mismo valor en las provincias más ricas». (James Steuart. "An Inquiry into the Principles of Political Oeconomy"
(«Investigación de los principios de Economía política»), London, 1767, v. I, ch. XVI, p. 104].
[10] 71. Bajo el régimen de los clanes de Escocia se denominaban taskmen los decanos subordinados directamente al jefe del clan, al
laird («gran hombre»). El laird dejaba al cuidado de los taskmen el tak («la tierra»), que era propiedad de todo el clan, y como
reconocimiento del poder del laird se le pagaba a éste cierto tributo. Los taksmen, a su vez, distribuían las tierras entre sus vasallos. Con
la desintegración del sistema de los clanes, el laird se convierte en landlord (terrateniente), y los taksmen se transforman, en realidad,
en farmers capitalistas. Al mismo tiempo, el anterior tributo cede lugar a la renta del suelo.- 117
[***] James Anderson. "Observations on the means of exciting a spirit of National Industry etc." («Observaciones acerca de los medios
de fomentar el espíritu de industria nacional»), Edinburgh, 1777.
[11] 70. Trátase de la insurrección de los partidarios de los Estuardos en 1745-1746, que exigían el trono británico para Carlos Eduardo,
el llamado «joven pretendiente». La insurrección reflejaba, a la vez, la protesta de las masas populares de Escocia y de Inglaterra contra
la explotación terrateniente y la expulsión masiva de los campesinos de sus tierras. Después del aplastamiento de la insurrección por las
tropas regulares de Inglaterra, comenzó a desintegrarse intensamente el sistema de clanes en la parte montañosa de Escocia, y la
expulsión de los campesinos de sus tierras adquirió un carácter todavía más enérgico.- 118
[12] 72. Los gaeles constituyen la población aborigen de las comarcas montañosas del Norte y del Oeste de Escocia, son descendientes
de los antiguos celtas.- 118
[****] En 1860, se exportó al Canadá, con falsas promesas, a los campesinos violentamente expropiados de sus tierras. Algunos
huyeron a la montaña y a las islas más próximas. Perseguidos por la policía, le hicieron frente y lograron escapar.
[*****] «En la montaña» —dice en 1814 Buchanan, el comentador de A. Smith—, «se echa por tierra diariamente el antiguo régimen
de propiedad... El terrateniente, sin preocuparse para nada de los que llevan la tierra en arriendo hereditaria» (otro categoría mal
aplicada), «la ofrece al mejor postor y si éste quiere mejorarla (improve), introduce inmediatamente un nuevo sistema de cultivo. La
tierra, antes sembrada de pequeños labradores, estaba poblada en proporción a lo que producía; bajo el nuevo sistema de cultivos
mejorados y mayores rentas, se procura obtener la mayor cantidad posible de fruto con el menor coste, para lo cual se eliminan los
brazos inútiles... Los expulsados del campo natal buscan su sustento en las ciudades fabriles etc.» (David Buchanan. "Observations on
etc. A. Smith's Wealth of Nations" («Observaciones sobre Riqueza de las Naciones de A. Smith»), Edinburgh, 1814, v. IV, p. 144].
«Los aristócratas escoceses han expropiado a multitud de familias, como se arrancan las malas hierbas, han tratado a aldeas enteras y a
su población como los indios tratan, en su venganza, a las guaridas de las bestias salvajes. Se vende a un hombre por una piel de oveja,
por una pierna de cordero o por menos aún... Cuando la invasión de las provincias del Norte de China, se propuso en el Consejo de los
Mongoles exterminar a los habitantes y convertir sus tierras en pastos. Estas orientaciones son las que hoy siguen en su propio país y
contra sus propios paisanos, muchos terratenientes de alta Escocia» (George Ensor. "An Inquiry conserning the Population of Nations"
(«Investigación acerca de la población de las naciones»), London, 1818, pp. 215, 216].
[*] Cuando la actual duquesa de Sutherland recibió en Londres, con gran pompa, a Mrs. Beecher-Stowe, la autora de "Uncle Tom's
Cabin" («La cabaña del tío Tom»), para hacer gala de sus simpatías hacia los esclavos negros de la República Norteamericana, cosa
que, al igual que sus hermanas de aristocracia, se abstuvo prudentemente de hacer durante la guerra civil (nota 4) en que todos los
corazones ingleses «nobles» latían por los esclavistas, expuse yo en la "New-York Tribune" la situación de los esclavos de Sutherland
(nota 73) (algunos pasajes de este artículo fueron recogidos por Carey, en su obra "The Slave Trade" («El comercio de esclavos»),
Philadelphia, 1853, pp. 202, 203). Mi artículo fue reproducido por un periódico escocés, y provocó una enérgica polémica entre este
periódico y los sicofantes de los Sutherland.
[13] 4. La guerra civil de Norteamérica (1861-1865) se libró entre los Estados industriales del Norte y los sublevados Estados
esclavistas del Sur. La clase obrera se Inglaterra se opuso a la política de la burguesía nacional, que apoyaba a los plantadores
esclavistas, e impidió con su acción la intervención de Inglaterra en esa contienda.- 6, 19, 38, 89, 119, 164
- 96 [14] 73. Marx se refiere al artículo: "Las elecciones. Complicaciones financieras. La duquesa de Sutherland y la esclavitud", publicado
en el periódico "New York Daily Tribune" del 9 de febrero de 1853.
El "New York Daily Tribune" («Tribuna Diaria de Nueva York») era un periódico burgués norteamericano progresista que se publicó
de 1841 a 1924. De agosto de 1851 a marzo de 1862 colaboraron en el diario Marx y Engels.- 119[*]
Datos interesantes sobre este asunto del pescado se encuentran en David Urquhart. Véase "Portfolio, New Series" («Carpeta, nueva
serie»). Nassau W. Senior, en su obra póstuma citada más arriba, llama al «procedimiento seguido en Sutherlandshire una de las
«limpias» (clearings) más beneficiosas de que guarda recuerdo el hombre» ["Journals, Conversations and Essays relating to Ireland"
(«Revistas, conversaciones y ensayos acerca de Irlanda»), London, 1868].
[**] Los deer forests [cotos de caza, literalmente, «bosques de ciervos»] de Escocia no tienen ni un solo árbol. Se retiran las ovejas, se
da suelta a los ciervos por las montañas peladas, y a este coto se le da el nombre de deer forest. De modo que aquí ¡ni siquiera se
plantan árboles!
[***] Robert Somers. "Letters from the Highlands; or, the Famine of 1817" («Cartas de alta Escocia; o el hambre de 1847»), London,
1848, pp. 12-28 passim. Estas cartas se publicaron primeramente en el "Times". Los economistas ingleses, naturalmente, explican la
epidemia de hambre desatada entre los gaeles en 1847 por su... superpoblación. Desde luego, no puede negarse que los hombres
«pesaban» sobre sus víveres. El Clearing of Estates o «asentamientos de campesinos», como lo llaman en Alemania, se hizo sentir de
un modo especial, en este país, después de la guerra de los Treinta años (nota 74), y todavía en 1790 provocó en el electorado de
Sajonia insurrecciones campesinas. Este método imperaba principalmente en el Este de Alemania. En la mayoría de las provincias de
Prusia, fue Federico II el primero que garantizó a los campesinos el derecho de propiedad. Después de la conquista de Silesia, obligó a
los terratenientes a restaurar las chozas, los graneros, etc., y a dotar a las posesiones campesinas de ganado y aperos de labranza.
Neresitaba soldados para su ejército y contribuyentes para su erario. Por lo demás, si queremos saber cuán agradable era la vida que
llevaba el campesino bajo el caos financiero de Federico II y su mezcolanza gubernativa de despotismo, burocracia y feudalismo, no
tenemos más que fijarnos en el pasaje siguiente de su admirador Mirabeau: «El lino representa, pues, una de las mayores riquezas del
campesino del Norte de Alemania. Sin embargo, para desdicha del género humano, en vez de ser un camino de bienestar, no es más que
un alivio contra la miseria. Los impuestos directos, las prestaciones personales y toda clase de contribuciones arruinan al campesino
alemán, que, por si esto fuera poco, tiene que pagar además impuestos indirectos por todo lo que compra... Y, para que su ruina sea
completa, no puede vender sus productos donde y como quiera, ni es libre tampoco para comprar donde le vendan más barato. Todas
estas causas contribuyen a arruinarle insensiblemente, y a no ser por los hilados no podría pagar los impuestos directos a su
vencimiento; los hilados le brindan una fuente auxiliar de ingresos, permitiéndole emplear útilmente a su mujer y a sus hijos, a sus
criadas y criados y a él mismo. Pero, a pesar de esta fuente auxiliar de ingresos, ¡qué penosa vida la suya! Durante el verano trabaja
como un forzado, labrando la tierra y recogiendo la cosecha; se acuesta a las nueve y se levanta a las dos, para poder dar cima a su
trabajo; en invierno parece que debiera reponer sus fuerzas con un descanso mayor, pero si vende la cosecha para pagar los impuestos,
le faltará el pan y la simiente. Para tapar este agujero no tiene más que un camino: hilar... e hilar sin sosiego ni descanso. He aquí, cómo
en invierno el campesino tiene que acostarse a las doce o la una y levantarse a las cinco o las seis, o acostarse a las nueve para
levantarse a las dos, y así toda su vida, fuera de los domingos... Este exceso de vela y trabajo agota al campesino, y así se explica que en
el campo hombres y mujeres envejezcan mucho antes que en la ciudad» [Mirabeau. "De la Monarchie Prusienne" («De la monarquía
prusiana»), t. III, p. 212 ss.]
Adición a la 2ª ed. En Abril de 1866, a los dieciocho años de publicarse la obra antes citada de Robert Somers, el profesor Leone Levi
dio en la Society of Arts (nota 30) una conferencia sobre la transformación de los terrenos de pastos en cotos de caza, en la que describe
los progresos de la devastación en las montañas de Escocia. En esta conferencia se dice, entre otras cosas: «La despoblación y la
transformación de las tierras de labor en simples terrenos de pastos brindaban el más cómodo de los medios para percibir ingresos sin
hacer desembolsos... Convertir los terrenos de pastos en deer forests, se hizo práctica habitual en la montaña. Las ovejas tienen que
ceder el puesto a los animales de caza, como antes los hombres habían tenido que dejar el sitio a las ovejas... Se puede ir andando desde
las posesiones del conde Dalhousie, en Forfarshire, hasta John o'Groats sin dejar de pisar en monte. En muchos» (de estos montes) «se
han aclimatado el zorro, el gato salvaje, la marta, la garduña, la comadreja y la liebre de los Alpes, en cambio, el conejo, la ardilla y la
rata han penetrado en ellos hace muy poco. Extensiones inmensas de tierra, que en la estadística de Escocia figuran como pastos de
excepcional fertilidad y amplitud, vegetan hoy privados de todo cultivo y de toda mejora, dedicados pura y exclusivamente a satisfacer
el capricho de la caza de unas cuantas personas durante unos pocos días en todo el año».
El "Economist" (nota 75) londinense del 2 de junio de 1866 dice: «Un periódico escocés publicaba la semana pasada, entre otras
novedades, la siguiente: «Uno de los mejores pastos de Sutherlandshire, por el que hace poco, al caducar el contrato de arriendo
vigente, se ofrecieron 1.200 libras esterlinas de renta anual, ¡va a transformarse en deer forest!» Vuelven a manifestarse los institutos
feudales... como en aquellos tiempos en que los conquistadores normandos... arrasaron 36 aldeas para levantar sobre sus ruinas el New
Forest [«Nuevo bosque»]... Dos millones de acres, entre los cuales se contaban algunas de las comarcas más feraces de Escocia, han
sido íntegramente devastadas. La hierba natural de Glen Tilt tenía fama de ser una de las más nutritivas del condado de Perth; el deer
forest de Ben Aulder había sido el mejor terreno de pastos del vasto distrito de Badenoch; una parte del Black Mount forest (Bosque de
la Montaña Negra] era el pasto más excelente de Escocia para ovejas de hocico negro. Nos formaremos una idea de las proporciones
que han tomado los terrenos devastados para entregarlos al capricho de la caza, señalando que estos terrenos ocupan una extensión
- 97 mayor que todo el condado de Perth. Para calcular la pérdida de fuentes de producción que esta devastación brutal supone para el país,
diremos que el suelo ocupado hoy por el forest de Ben Aulder podría alimentar a 15.000 ovejas, y que este terreno sólo representa 1/30
de toda la extensión cubierta en Escocia por los cotos de caza. Todos estos vedados de caza son absolutamente improductivos... lo
mismo hubiera dado hundirlos en las profundidades del Mar del Norte. La fuerte mano de la ley debiera dar al traste con estos páramos
o desiertos improvisados».[15]
74. La "guerra de los Treinta años" (1618-1648) fue una contienda europea provocada por la lucha entre protestantes y católicos.
Alemania fue el teatro principal de las operaciones. Saqueada y devastada, fue también objeto de pretensiones anexionistas de los
participantes de la guerra.- 120, 319
[16] 30. La "Sociedad de las Artes" («Society of Arts»), sociedad filantrópica ilustrativa burguesa, fue fundada en 1754, en Londres. El
mencionado informe fue leído por John Chalmers Morton, hijo de John Morton.- 37, 121
[17] 75. "The Economist" («El Economista»), revista semanal inglesa sobre problemas de economía y política, órgano de la gran
burguesía industrial, se publica en Londres desde 1843.- 121
[*] El autor del "Essay on Trade etc." («Ensayo sobre el comercio, etc.»), (1770), escribe: «Bajo el reinado de Eduardo VI, los ingleses
parecen haberse preocupado seriamente de fomentar las manufacturas y dar trabajo a los pobres. Así lo indica un notable estatuto, en el
que se ordena que todos los vagabundos sean marcados con hierro candente», etc. (o.c., p. 5).
[*] Dice Tomás Moro, en su "Utopía": «Y así ocurre que un glotón, ansioso e insaciable, verdadera peste de la comarca, puede juntar
miles de acres de tierra y cercarlos con una empalizada o un vallado, o mortificar de tal modo, a fuerza de violencias e injusticias, a sus
poseedores, que éstos se vean obligados a vendérselo todo. De un modo o de otro, doble o quiebre, no tienen más remedio que
abandonar el campo, ¡pobres almas cándidas y míseras! Hombres, mujeres, maridos, esposas, huérfanos, viudas, madres llorosas con
sus niños de pecho en brazos, pues la agricultura reclama muchas manos de obra. Allá van, digo, arrastrándose lejos de los lugares
familiares y acostumbrados, sin encontrar reposo en parte alguna; la venta de todo su ajuar, aunque su valor no sea grande, algo habría
dado en otras circunstancias; pero, lanzados de pronto al arroyo, ¿qué han de hacer sino malbaratarlo todo? Y después que han vagado
hasta comer el último céntimo, ¿qué remedio sino robar para luego ser colgados, ¡vive Dios!, con todas las de la ley, o echarse a pedir
limosna? Mas también en este caso van a dar con sus huesos a la cárcel, como vagabundos, por andar por esos mundos de Dios
rondando sin trabajar, ellos, a quienes nadie da trabajo, por mucho que se esfuercen en buscarlo». «Bajo el reinado de Enrique VIII
fueron ahorcados 72.000 Iadrones grandes y pequeños» [Holinshed. "Description of England" («Descripción de Inglaterra»), v. 1, p.
1861, pobres fugitivos de éstos, de quienes Tomás Moro dice que se veían obligados a robar para comer. En tiempos de Isabel, «los
vagabundos eran ahorcados en fila; apenas pasaba un año sin que muriesen en la horca en uno u otro lugar 300 ó 400» [Strype. "Annals
of the Reformation and Establishment of Religion, and other Various Occurences in the Church of England during Queen Elisabeth's
Happy Reign" («Anales de la Reforma y de la instauración de la religión, así como de otros acontecimientos en la Iglesia de Inglaterra
durante el feliz reinado de Isabel»), 2 ed., 1725, v. II]. Según el mismo Strype, en Somersetshire fueron ejecutadas, en un solo año, 40
personas, 35 marcadas con hierro candente, 37 apaleadas y 183 «facinerosos incorregibles» puestos en libertad. Sin embargo, añade el
autor, «con ser grande, esta cifra de personas acusadas no incluye 1/5 de los delitos castigables, gracias a la negligencia de los jueces de
paz y a la necia misericordia del pueblo». Y agrega: «Los demás condados de Inglaterra no salían mejor parados que Somersetshire;
muchos, todavía peor».
[18] 76. Petty Sessions (pequeñas sesiones), reuniones de los tribunales de paz de Inglaterra, encargados de examinar los asuntos de
pequeña importancia, observándose un proceso simplificado.- 125
[*] «Siempre que la ley intenta zanjar las diferencias existentes entre los patronos (masters) y sus obreros, lo hace siguiendo los
consejos de los patronos», dice A. Smith (nota 77). «El espíritu de lar Ieyes es la propiedad», escribe Linguet (nota 78).
[19] 77. A. Smith. "An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations" («Investigación acerca de la naturaleza y las
causas de la riqueza de las naciones»). Vol. I, Edinburgh, 1814, p. 237.- 126
[20] 78. [Linguet, N.] "Théorie des loix civiles, ou Principes fondamentaux de la société" («Teoría de las leyes civiles, o Principios
fundamentales de la sociedad»). T. I. Londres, 1767, p. 236.- 126
[*] J. B. Byles. "Sophisms of Free Trade". By a Barrister («Sofismas sobre el librecambismo». Por un abogado), London, 1850, p. 206.
Y añade, maliciosamente: «Nosotros hemos estado siempre dispuestos, cuanto de ayudar al patrono se trataba. ¿No se podrá ahora hacer
algo por el obrero?»
[21] 79. Las leyes anticoalicionistas, que prohibían la creación y la actividad de cualquier organización obrera, fueron promulgadas por
el parlamento inglés en los años 1799 y 1800. En 1824, el parlamento las derogó, confirmando la derogación una vez más en 1825. Sin
embargo, incluso después de eso se limitó mucho la actividad de las uniones obreras. Hasta la simple propaganda en favor de la
- 98 adhesión de los obreros a las uniones y de la participación en las huelgas se consideraba «coerción» y «violencia» y se punía como
delito de derecho común.- 127
[*] De una cláusula del estatuto del segundo año del reinado de Jacobo I, c. 6, se infiere que ciertos fabricantes de paños se arrogaban el
derecho a imponer oficialmente la tarifa de jornales en sus propios talleres, como jueces de paz. En Alemania, abundaban los estatutos
encaminados a mantener bajos los jornales, sobre todo después de la guerra de los Treinta años. «En las comarcas deshabitadas, los
terratenientes padecían mucho de la penuria de criados y obreros. A todos los vecinos del pueblo les estaba prohibido alquilar
habitaciones a hombros y mujeres solteros, y todos estos huéspedes debían ser nuestos en conocimiento de la autoridad y encarcelados,
caso de que no accedieran a entrar a servir de criados, aun cuando viviesen de otra ocupación, trabajando para los campesinos por un
jornal o tratando incluso con dinero y en granos» ["Kaiserliche Privilegien und Sanctionen für Schlesien" («Privilegios y sanciones
imperiales para Silesia», I, 125]. «Durante todo un siglo escuchamos en los decretos de los regentes amargas quejas acerca de esa
chusma maligna y altanera que no quiere someterse a las duras condiciones del trabajo ni conformarse con el salario legal; a los
terratenientes se les prohíbe abonar más de lo que la autoridad del país señala en una tasa. Y, sin embargo, las condiciones del servicio
son, después de la guerra, mejores todavía de lo que habían de ser cien años más tarde; en 1652, los criados, en Silesia, comían aún
carne dos veces por semana, mientras que ya dentro de nuestro siglo había distritos silesianos en que sólo se comía carne tres veces al
año. Los jornales después de la guerra eran también más elevados que habían de serlo en los siglos siguientes» [G. Freytag. "Neue
Bilder aus dem Leben des deutschen Volkes" («Nuevos cuadros de la vida del pueblo alemán»), Leipzig, 1862, S. 35, 36].
[22] 80. El partido de los tories, partido político inglés fundado a fines del año 70 y comienzos de los 80 del siglo XVII, expresaba los
intereses de la aristocracia terrateniente y el alto clero. A mediados del siglo XIX, sobre la base del partido de los tories, fue fundado el
Partido Conservador, que, a veces, también se llama «tory».- 129
[23] 81. Las leyes contra las «conspiraciones» rigieron en Inglaterra ya en la Edad Media. En virtud de las mismas se perseguían las
organizaciones y la lucha de clase de los obreros, tanto antes de su adopción (véase la nota 79), como después de su abolición.- 129
[*] El artículo I de esta ley dice así: «Como una de las bases de la Constitución francesa es la abolición de toda clase de asociaciones de
ciudadanos del mismo estado y profesión, se prohíbe restaurarlas con cualquier pretexto o bajo cualquier forma». El artículo IV declara
que si «ciudadanos de la misma profesión, industria u oficio se confabulan y se ponen de acuerdo para rehusar conjuntamente el
ejercicio de su industria o trabajo o no prestarse a ejercerlo más que por un determinado precio, estos acuerdos y confabulaciones...
serán considerados como contrarios a la Constitución y como atentatorios a la libertad y a los Derechos del Hombre, etc.»; es decir,
como delitos contra el Estado, lo mismo que en los antiguos Estatutos obreros ["Révolutions de Paris" («Revoluciones de París»), Paris,
1791, t. III, p. 523].
[24] 82. Trátase del Gobierno de la dictadura jacobina de Francia entre junio de 1793 y junio de 1794.- 130
[*] Buchez et Roux. "Histoire Parlementaire" («Historia parlamentaria») t. X, pp. 193-195, passim.
[**] «Arrendatarios» —dice Harrison, en su "Description of England" («Descripción de Inglaterra»)—, «a quienes antes resultaba
gravoso pagar 4 libras esterlinas de renta, pagan hoy 40, 50 y hasta 100 libras, y aún creen que han hecho un mal negocio si al expirar
su contrato de arriendo no han puesto aparte seis o siete años de renta».
[*] Sobre los efectos que tuvo la depreciación del dinero en el siglo XVI para las diversas clases de la sociedad versa "A Compendious
or Briefe Examination of Certayne Ordinary Complaints, of Divers of our Countrymen in these our Dayes". By W. S., Gentleman
(«Compendio o breve examen de ciertas quejas corrientes de diversos compatriotas nuestros en los días de hoy»), London, 1581. La
forma dialogada de esta obra hizo que durante mucho tiempo se le atribuyese a Shakespeare, bajo cuyo nombre se reeditó todavía en
1751. Su autor es William Stafford. En uno de los pasajes de la obra, el caballero (knight) razona así:
Caballero: «Vos, mi vecino, el labriego, y vos, señor tendero, y vos, maestro calderero, y como vos los demás artesanos, todos os
defendéis a maravilla. Porque a medida que todas las cosas encarecen, subís los precios de vuestras mercancías y actividades, cuando
las revendáis. Pero nosotros no tenemos nada que vender para poder subir su precio y compensar así la carestía de las cosas que nos
vemos obligados a comprar». En otro pasaje, el Caballero pregunta al Doctor: «Os ruego me digáis qué grupos de gente son esos a que
os referís. Y, ante todo, ¿cuáles, en vuestra opinión, no experimentarán con esto ninguna pérdida?» —Doctor: «Me refiero a todos los
que viven de comprar y vender, pues si compran caro, venden caro también». —Caballero: «¿Cuál es el segundo grupo que, según vos,
sale ganancioso?» —Doctor: «Muy sencillo, el de todos aquellos que llevan en arriendo tierras o granjas para su cultivo pagando la
renta antigua, pues si pagan según la norma antigua, venden según la nueva; es decir, que pagan por su tierra muy poco y venden caro
lo que sacan de ella...» —Caballero: «¿Y cuál es, a vuestro juicio, el grupo que sale perdiendo más de lo que éstos ganan?» —Doctor:
«El de todos los nobles, caballeros (noblemen, gentlemen) y demás personas que viven de una renta fija o de un estipendio, que no
trabajan (cultivan) ellos mismos sus tierras o no se dedican a comprar y vender».[**]
En Francia, el régisseur, el encargado de administrar y cobrar los tributos adeudados al señor feudal durante la temprana Edad Media,
se convierte pronto en un homme d'affaires (hombre de negocios) que, a fuerza de chantajes, estafas y otros recursos por el estilo, va
- 99 trepando hasta escalar el rango de capitalista. A veces, estos régisseurs eran también aristócratas. Un ejemplo: «Entrega esta cuenta el
señor Jacques de Thoraisse, noble preboste de Besançon, al señor que en Dijon lleva las cuentas del señor Duque y Conde de Borgoña
sobre las rentas adeudadas a dicho señorío desde el 25 día de diciembre de 1359 hasta el 28 de diciembre de 1360» [Alexis Monteil.
"Traité des Matériaux Manuscrits etc". («Tratado de materiales manuscritos»), v. I, pp. 234, 235]. Aquí vemos ya como en todas las
esferas de la vida social es el intermediario quien se embolsa la mayor parte del botín. En la esfera económica, por ejemplo, son los
financieros, los bolsistas, los comerciantes, los tenderos, los que se quedan con la mejor parte; en el derecho civil se queda con la
cosecha de ambas partes el abogado; en la política, el diputado es más que sus electores, el ministro más que el soberano, en el mundo
de la religión, Dios es relegado a segundo plano por los «intermediarios» y éstos, a su vez, por los curas, mediadores imprescindibles
entre el «buen pastor» y sus ovejas. En Francia, lo mismo que en Inglaterra, los grandes dominios feudales estaban divididos en un
sinnúmero de pequeñas explotaciones, pero en condiciones incomparablemente más perjudiciales para la población campesina. En el
transcurso del siglo XIV surgieron las granjas, fermes o terriers. Su número iba incesantemente en aumento, y llegó a rebasar el de
100.000. Abonaban al señor una renta, en dinero o en especie, que oscilaba entre la 12 o la 5 parte de los frutos. Los terriers eran
feudos, subfeudos (fiefs, arrière-fiefs), etc., según el valor y extensión de los dominios algunos de los cuales sólo medían unas cuantas
arpents. Todos los propietarios de estos terriers poseían, en mayor o menor grado, jurisdicción propia sobre sus moradores; había
cuatro grados de jurisdicción. Fácil es imaginarse cuánta sería la opresión del pueblo campesino bajo este sinnúmero de pequeños
tiranos. Monteil dice que por aquel entonces funcionaban en Francia 160.000 tribunales de justicia, donde hoy bastan 4.000 (incluyendo
los jueces de paz).
[25] 83. A. Anderson. "An Historical and Chronological Deduction of the Origin of Commerce, from the Earliest Accounts to the
present Time" («Ensayo histórico y cronológico del comercio desde los primeros datos hasta el presente»). La primera edición salió en
Londres en 1764.- 133, 147
[*] En sus "Notions de Philosophie Naturelle" («Nociones de filosofía natural»), Paris, 1838.
[*] Punto este en el que insiste Sir James Steuart (nota 84).
[26] 84. J. Steuart. "An Inquiry into the Principles of Political Oeconomy" («Investigación de los principios de la Economía política»).
Vol. I, Dublin, 1770, First book, Ch. XVI.- 134
[**] Literalmente, «para el rey de Prusia», en el sentido figurado, «cobrados por nada». (N. de la Edit.)
[***] «Os concederé» —dice el capitalista— «el honor de servirme, a condición de que me indemnicéis, entregándome lo poco que os
queda, el sacrificio que hago al mandar sobre vosotros» [J. J. Rousseau. "Discours sur l'Économie Politique" («Discursos sobre la
Economía política»)].
[*] Mirabeau. "De la Monarchie Prusienne" («De la monarquía prusiana») v. III, pp. 20-109, pássim. El que Mirabeau considere
también a los talleres diseminados como más rentables y productivos que los «reunidos», no viendo en estos más que plantas de estufa
sostenidas artificialmente con la ayuda del Estado, se debe a la situación en que entonces se encontraba una gran parte de las
manufacturas del continente.
[**] «Veinte libras de lana convertidas insensiblemente en vestidos para el uso de un año de una familia obrera, elaboradas por ella
misma en el tiempo que otros trabajos le dejan libre, no son para causar asombro. Pero llevad la lana al mercado, enviadla a la fábrica,
luego al corredor, en seguida al comerciante, y tendréis grandes operaciones comerciales y un capital nominal invertido en una cuantía
que representa veinte veces su valor... Así se explota a la clase trabajadora, para mantener en pie una población fabril depauperada, una
clase parasitaria de tenderos y un sistema ficticio de comercio, de dinero y de finanzas» (David Urquhart. "Familiar Words" («Palabras
amistosas»), p. 120].
[*] Con la única excepción de la época de Cromwell. Mientras duró la república, la masa del pueblo inglés salió, en todas sus capas, de
la degradación en que se había hundido bajo los Tudor.
[**] Tuckett sabe que la gran industria lanera brota de la verdadera manufactura y de la destrucción de la manufactura rural o casera,
con la introducción de la maquinaria [Tuckett. "A. History etc". («Historia, etc.»), v. I., p. 144]. «El arado y el yugo fueron invención de
los dioses y ocupación de héroes: ¿acaso la lanzadera, el huso y el telar tienen un origen menos noble? Si separáis la rueca y el arado, el
huso y el yugo, obtenéis fábricas y asilos, créditos y pánicos, dos naciones enemigas, la agrícola y la comercial» (David Urquhart.
"Familiar Words" («Palabras amistosas»), p. 122]. Pero he aquí que viene Carey y acusa a Inglaterra, seguramente con razón, de querer
convertir a todos los demás países en simples pueblos de agricultores, reservándose ella el papel de fabricante. Y afirma que de este
modo se arruinó Turquía, pues «a los poseedores y cultivadores de la tierra no les consentía jamás» (Inglaterra) «fortalecerse mediante
la alianza natural entre el arado y el telar, entre el martillo y la grada» ["The Slave Trade" («El comercio de esclavos»), p. 125]. Según
él, el propio Urquhart fue uno de los principales responsables de la ruina de Turquía, donde, en interés de Inglaterra, propagó el
librecambio. Lo mejor del caso es que Carey —que, dicho sea de paso, es un gran lacayo de los rusos—, pretende impedir por medio
del proteccionismo ese proceso de diferenciación que el proteccionismo no hace más que acelerar.
- 100 [***] Los economistas filantrópicos ingleses, como Mill, Rogers, Goldwin, Smith, Fawcett, etc., y los fabricantes liberales, como John
Bright y çompañía, preguntan a los aristócratas rurales ingleses, como Dios preguntaba a Caín por su hermano Abel: ¿Qué se ha hecho
de nuestros miles de propietarios libres (freeholders)? Pero, ¿de dónde habéis salido vosotros? De la aniquilación de esos freeholders.
¿Por qué no preguntáis qué se ha hecho de los tejedores, los hilanderos y los artesanos independientes?
[*] La palabra «industrial» se emplea aquí por oposición a «agrícola». En el sentido de una categoría económica, el arrendatario es tan
capitalista industrial como el fabricante.
[**] "The Natural and Artificial Right of Property Contrasted" («El derecho natural y el artificial de propiedad contrastados»), London,
1832, pp. 98, 99. El autor de esta obra anónima es Th. Hodgskin.
[***] Todavía en 1794, los pequeños fabricantes de paños de Leeds enviaron una diputación al parlamento solicitando una ley que
prohibiese a todos los comerciantes convertirse en fabricantes (Dr. Aikin. "Description", etc.).
[27] 85. Los Países Bajos (el territorio de las actuales Bélgica y Holanda) se separaron de España después de la revolución burguesa de
1566-1609; en la revolución se conjugaban la lucha de la burguesía y las masas populares contra el feudalismo con la guerra de
liberación nacional contra la dominación española. En 1609, tras varias derrotas, España se vio forzada a reconocer la independencia de
la república burguesa de Holanda. El territorio de la actual Bélgica permaneció en manos de España hasta 1714.- 139
[28] 33. Trátase de las guerras de Inglaterra contra Francia en el período de la revolución burguesa francesa de fines del siglo XVIII.
Durante estas contiendas, el Gobierno inglés estableció en su país un brutal régimen de terror contra las masas trabajadoras. En
particular, en dicho período fueron aplastadas varias sublevaciones populares y se adoptaron leyes que prohibían las uniones obreras.68, 139
[29] 86. Las guerras del opio eran guerras de conquista contra China que sostuvo Inglaterra sola en los años de 1839 a 1842 y en
compañía de Francia en los años de 1856-1858 y 1860. Sirvieron de pretexto para la primera guerra las medidas de las autoridades
chinas para combatir el comercio de contrabando de opio organizado por los ingleses.- 139
[*] William Howitt. "Colonization and Christianity. A Popular History of the Treatment of the Natiles by the Europeans in all their
Colonies" («Colonización y cristiandad. Historia popular de cómo los europeos tratan a los nativos en todas sus colonias»), London,
1838, p. 9. Acerca del trato dado a los esclavos, puede verse una buena compilación en Charles Comte. "Traité de Legislation"
(«Tratado de legislación»), 3 éd., Bruxelles, 1837. Conviene estudiar en detalle estos asuntos, para ver en qué es capaz de convertirse el
burgués y en qué convierte a sus obreros allí donde le dejan moldear el mundo libremente a su imagen y semejanza.
[**] Thomas Stamford Raffles, late Lieut. Governor of Java. "The History of Java" («Historia de Java»), London, 1817 [v. II, pp. CXCCXCI, apéndice].
[30] 87. La Compañía de las Indias Orientales era una compañía inglesa de comercio (1600-1858), instrumento de la política
saqueadora colonial de Gran Bretaña en la India, China y otros países de Asia. Durante mucho tiempo poseía el monopolio del
comercio con la India, le pertenecían igualmente las principales funciones de gobierno en ese último país. La insurrección de liberación
nacional de 1857-1859 en la India obligó a Gran Bretaña a cambiar las formas de dominación colonial y a liquidar la Compañía de las
Indias Orientales.- 140
[*] En el año 1866 murieron de hambre en una sola provincia, en Orissa, más de un millón de indios. Y todavía se procuraba enriquecer
al erario con los precios a que se les vendían víveres a los hambrientos.
[31] 88. Marx cita el trabajo de Gülich "Geschichtliche Dartsellung des Handels, der Gewerbe und des Ackerbaus der bedeutendsten
handeltreibenden Staaten unsrer Zeit" («Descripción histórica del comercio, la industria y la agricultura de los principales Estados
comerciales de nuestra época»). Bd. I, Jena, 1830, S. 371.- 142
[*] William Cobbett observa que en Inglaterra todos los establecimientos públicos se denominan «reales». En justa compensación,
tenemos la deuda «nacional» (national debt).
[*] «Si los tártaros invadiesen hoy Europa, resultaría difícil hacerles comprender lo que es entre nosotros un financiero» [Montesquieu.
"Esprit des loix" («Espíritu de las leyes»), t. IV, p. 33, éd. Londres. 1769].
[32] 89. Por lo visto, Marx se refiere aquí a la edición inglesa del libro "Aanwysing der heilsame politike Gronden en Maximen van de
Republike van Holland en West-Friesland" («Indicación de los más importantes principios y máximas de la República de Holanda y de
Frisia Occidental»), atribuido a Jan de Witt y publicado por vez primera en Leyden en 1622. Como se ha establecido, a excepción de
- 101 dos capítulos escritos por Jan de Witt, el autor del libro era Pieter von der Hore (Pieter de la Court), economista y empresario holandés.144
[33] 90. La guerra de los Siete años (1756-1763) estalló en Europa debido a las veleidades expansionistas de las potencias absolutistas
feudales y la rivalidad colonial de Francia e Inglaterra. Como resultado de la conflagración, Francia tuvo que ceder a Inglaterra sus
mayores colonias (el Canadá, las posesiones en las Indias Orientales, etc.); Prusia, Austria y Sajonia conservaron sus fronteras
anteriores a la guerra.- 145
[*] Mirabeau. "De la Monarchie Prusienne" («De la monarquía prusiana»), t. VI, p. 101.
[*] Eden. "The State of the Poor" («La situación de los pobres»), t. II, cap. I p. 421.
[**] John Fielden. "The Curse of the Factory System" («La maldición del sistema fabril»), pp. 5, 6. Sobre las infamias cometidas en sus
orígenes por el sistema fabril, v. Doctor Aikin. "Description of the Country from 30 to 40 miles round Manchester" («Descripción del
campo a 30-40 millas en torno de Manchester»), p. 219, y Gisborne. "Inquiry into the Duties of Men" («Investigación de los deberes de
los hombres»), 1795, v. II. Como la máquina de vapor retiró a las fábricas de la orilla de los ríos, trayéndolas del campo al centro de la
ciudad, el elaborador de plusvalía, siempre dispuesto a «sacrificarse», no necesitaba ya que le expidiesen los esclavos a la fuerza de las
casas de labor, pues tenía el material infantil más a mano. Cuando Sir. R. Peel (padre del «ministro de la plausibilidad») presentó en
1815 su ley de protección de la infancia, F. Horner (lumen [prohombre] del Bullion-Comité e íntimo amigo de Ricardo) declaró, en la
Cámara de los Comunes: «Es público y notorio que, al subastarse los efectos de un industrial quebrado, se sacó a pública subasta y se
adjudicó una banda, si se le permite esta expresión, de niños fabriles, como parte integrante de su propiedad. Hace dos años (en 1813)
se planteó ante el King's Bench («Tribunal Superior de Justicia») un caso repugnante de éstos. Se trataba de un cierto número de
muchachos que una parroquia de Londres había cedido a un fabricante, el cual, a su vez, los traspasó a otro. Por fin, algunas personas
caritativas los encontraron, en completa inanición (absolute famine)». Pero, a conocimiento suyo, como vocal de la Comisión
parlamentaria de investigación, había llegado otro caso más repugnante todavía. «Hace no muchos años, una parroquia de Londres y un
fabricante de Lancashire habían hecho un contrato, en que se estipulaba que el segundo aceptaría, por cada veinte niños sanos, uno
idiota».
[34] 83. A. Anderson. "An Historical and Chronological Deduction of the Origin of Commerce, from the Earliest Accounts to the
present Time" («Ensayo histórico y cronológico del comercio desde los primeros datos hasta el presente»). La primera edición salió en
Londres en 1764.- 133, 147
[35] 91. Alusión al Tratado de Utrecht, concluido por Francia y España, de una parte y, de otra, por los miembros de la coalición
antifrancesa (Inglaterra, Holanda, Portugal, Prusia y los Habsburgos de Austria) en 1713, con el que se puso fin a la guerra de sucesión
de España (comenzada en 1701). Según el tratado, pasaron a pertenecer a Inglaterra varias colonias francesas y españolas en las Indias
Occidentales y Norteamérica, así como Gibraltar.- 147
[*] En 1790, en las Indias Occidentales inglesas había 10 esclavos por cada hombre libre; en las Indias francesas, 14; en las holandesas,
23 [Henry Brougham. "An Inquiry into the Colonial Policy of the European Powers" («Investigación de la política colonial de las
potencias europeas»), Edinburgh, 1803, v. II., p. 74].
[36] 92. «Tantae molis erat» (costó tantos trabajos), expresión del poema de Virgilio, "Eneida", libro primero, verso 33.- 147
[*] La expresión «labouring poor» [pobre que trabaja] aparece en las leyes inglesas desde el mismo instante en que adquiere notoriedad
la clase de los obreros asalariados. Los «labouring poor» se distinguen, de una parte de los «idle poor» [pobre ocioso], de los mendigos,
etc., y, de otra parte de los obreros que todavía no han sido completamente desplumados, ya que se hallan en propiedad de sus medios
de trabajo. De la ley, la expresión de «labouring poor» pasó a la Economía política, desde Culpeper, J. Child, etc., hasta A. Smith y
Eden. Júzguese, pues, de la bonne foi [buena fe] del «execrable political cantmonger» [execrable fariseo político] Edmund Burke,
cuando dice que el término de «labouring poor» no es más que «execrable political cant» [execrable hipocresía política]. Este
sicofante, que, a sueldo de la oligarquía inglesa, se hizo pasar por romántico frente a la revolución francesa exactamente lo mismo que
antes, al estallar los disturbios de Norteamérica, se había hecho pasar a sueldo de las colonias norteamericanas por liberal frente a la
oligarquía inglesa, no era más que un burgués ordinario. «Las leyes del comercio son leyes de la naturaleza y por consiguiente leyes de
Dios» [E. Burke. "Thoughts and Details on Scarcity" («Reflexiones y detalles de la escasez»), ed. London, 1800, pp. 31, 32]. ¡Nada
tiene, pues, de extraño que él, fiel a las leyes de Dios y de la naturaleza, se vendiese siempre al mejor postor! En las obras del rev.
Tucker —Tucker era cura y tory, pero fuera de esto, una persona decente y un buen economista— encontramos una magnífica
caracterización de este Edmundo Burke, durante su época liberal. Dada la infame versatilidad que hoy impera y que profesa el más
devoto de los cultos a «las leyes del comercio», no hay más remedio que sacar a la vergüenza pública a todos los Burkes, los cuales sólo
se distinguen de sus imitadores por una cosa: el talento.
[**] Marie Augier. "Du Crédit Public" («Del crédito público»).
- 102 [***] «El capital» (dice el "Quarterly Reviewer") «huye de los tumultos y las riñas y es tímido por naturaleza. Esto es verdad, pero no
toda la verdad. El capital tiene horror a la ausencia de ganancias o a la ganancia demasiado pequeña, como la naturaleza al vacío.
Conforme aumenta la ganancia, el capital se envalentona. Asegúresele un 10 por 100 y acudirá a donde sea; un 20 por 100, y se sentirá
ya animado; con un 50 por 100, positivamente temerario; al 100 por 100, es capaz de saltar por encima de todas las leyes humanas; el
300 por 100, y no hay crimen a que no se arriesgue, aunque arrostre el patíbulo. Si el tumulto y las riñas suponen ganancia, allí estará el
capital encizañándolas. Prueba: el contrabando y el comercio de esclavos». (T. J. Dunning. "Trade-Unions", etc., pp. 35, 36).
[37] 93. C. Pecqueur. "Théorie nouvelle d'économie sociale et politiques, ou Études sur l'organisation des sociétés" («Nueva teoría de la
economía social y política, o Estudios sobre la organización de las sociedades»), Paris, 1842, p. 435.- 149
[*] «Hemos entrado en un régimen social totalmente nuevo... tendemos a separar todo tipo de propiedad de todo tipo de trabajo»
[Sismondi. "Nouveaux Principes de l'Économie Politique" («Nuevos principios de la Economía política,), t. II, Paris, 1827, p. 434].
[*] «El progreso de la industria, del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el aislamiento de los
obreros, resultante de la competencia, por su unión revolucionaria mediante la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria socava
bajo los pies de la burguesía las bases sobre que ésta produce y se apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios
sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitables... De todas las clases que hoy se enfrentan con la
burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y desaparecen con el
desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar. Los estamentos medios —el pequeño industrial,
el pequeño comerciante, el artesano, el campesino—, todos ellos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como
tales estamentos medios. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores. Más todavía, son reaccionarios, ya que pretenden volver
atrás la rueda de la Historia» (C. Marx y F. Engels. "Manifiesto del Partido Comunista". Londres, 1848, págs. 9, 11) [véase la presente
edición, t. 1, págs. 122, 120].
- 103 -
F. ENGELS
RESEÑA DEL PRIMER TOMO DE E L C A P I T A
L, DE CARLOS MARX PARA EL
DEMOKRATISCHES WOCHENBLATT [1]
EL CAPITAL DE MARX [*]
I
Desde que hay en el mundo capitalistas y obreros, no se ha publicado un solo libro que tenga para los obreros la
importancia de éste. En él se estudia científicamente, por vez primera, la relación entre el capital y el trabajo, eje
en torno del cual gira todo el sistema de la moderna sociedad, y se hace con una profundidad y un rigor sólo
posibles en un alemán. Por más valiosas que son y serán siempre las obras de un Owen, de un Saint-Simon, de un
Fourier, tenía que ser un alemán quien escalase la cumbre desde la que se domina, claro y nítido —como se
domina desde la cima de las montañas el paisaje de las colinas situadas más abajo—, todo el campo de las
modernas relaciones sociales.
La Economía política al uso nos enseña que el trabajo es la fuente de toda la riqueza y la medida de todos los
valores, de tal modo, que dos objetos cuya producción haya costado el mismo tiempo de trabajo encierran
idéntico valor; y como, por término medio, sólo pueden cambiarse entre sí valores iguales, esos objetos deben
poder ser cambiados el uno por el otro. Pero, al mismo tiempo, nos enseña que existe una especie de trabajo
acumulado, al que esa Economía da el nombre de capital, y que este capital, [153] gracias a los recursos
auxiliares que encierra, eleva cien y mil veces la capacidad productiva del trabajo vivo, en gracia a lo cual exige
una cierta remuneración, que se conoce con el nombre de beneficio o ganancia. Todos sabemos que lo que
sucede en realidad es que, mientras las ganancias del trabajo muerto, acumulado, crecen en proporciones cada
vez más asombrosas y los capitales de los capitalistas se hacen cada día más gigantescos, el salario del trabajo
vivo se reduce cada vez más, y la masa de los obreros, que viven exclusivamente de un salario, se hace cada vez
más numerosa y más pobre. ¿Cómo se resuelve esta contradicción? ¿Cómo es posible que el capitalista obtenga
una ganancia, si al obrero se le retribuye el valor íntegro del trabajo que incorpora a su producto? Como el
cambio supone siempre valores iguales, parece que tiene necesariamente que suceder así. Mas, por otra parte,
¿cómo pueden cambiarse valores iguales, y cómo puede retribuírsele al obrero el valor íntegro de su producto, si,
como muchos economistas reconocen, este producto se distribuye entre él y el capitalista? Ante esta
contradicción, la Economía al uso se queda perpleja y no sabe más que escribir o balbucir unas cuantas frases
confusas, que no dicen nada. Tampoco los críticos socialistas de la Economía política, anteriores a nuestra época,
pasaron de poner de manifiesto la contradicción; ninguno logró resolverla, hasta que Marx, por fin, analizó el
proceso de formación de la ganancia, remontándose a su verdadera fuente y poniendo en claro, con ello, todo el
problema.
En su investigación del capital, Marx parte del hecho sencillo y notorio de que los capitalistas valorizan su
capital por medio del cambio, comprando mercancías con su dinero para venderlas después por más de lo que les
han costado. Por ejemplo, un capitalista compra algodón por valor de 1.000 táleros y lo revende por 1.10O,
«ganando», por tanto, 100 táleros. Este superávit de 100 táleros, que viene a incrementar el capital primitivo, es
lo que Marx llama plusvalía. ¿De dónde nace esta plusvalía? Los economistas parten del supuesto de que sólo se
cambian valores iguales, y esto, en el campo de la teoría abstracta, es exacto. Por tanto, la operación consistente
en comprar algodón y en volverlo a vender, no puede engendrar una plusvalía, como no puede engendrarla el
hecho de cambiar un tálero por treinta silbergroschen o el de volver a cambiar las monedas fraccionarias por el
tálero de plata. Después de realizar esta operación, el poseedor del tálero no es más rico ni más pobre que antes.
Mas la plusvalía no puede brotar tampoco del hecho de que los vendedores coloquen sus mercancías por más de
lo que valen o de que los compradores las obtengan por debajo de su valor, porque los que ahora son
- 104 compradores son luego vendedores, y, por tanto, lo que ganan en un caso lo pierden en el otro. Ni puede provenir
tampoco de que los compradores y [154] vendedores se engañen los unos a los otros, pues eso no crearía ningún
valor nuevo o plusvalía, sino que haría cambiar únicamente la distribución del capital existente entre los
capitalistas. Y no obstante, a pesar de comprar y vender las mercancías por lo que valen, el capitalista saca de
ellas más valor del que ha invertido. ¿Cómo se explica esto?
Bajo el régimen social vigente, el capitalista encuentra en el mercado una mercancía que posee la peregrina
cualidad de que, al consumirse, engendra nuevo valor, crea un nuevo valor: esta mercancía es la fuerza de
trabajo.
¿Cuál es el valor de la fuerza de trabajo? El valor de toda mercancía se mide por el trabajo necesario para
producirla. La fuerza de trabajo existe bajo la forma del obrero vivo, quien para vivir y mantener además a su
familia que garantice la persistencia de la fuerza de trabajo aun después de su muerte, necesita una determinada
cantidad de medios de vida. El tiempo de trabajo necesario para producir estos medios de vida representa, por
tanto, el valor de la fuerza de trabajo. El capitalista se lo paga semanalmente al obrero y le compra con ello el uso
de su trabajo durante una semana. Hasta aquí, esperamos que los señores economistas estarán, sobre poco más o
menos, de acuerdo con nosotros, en lo que al valor de la fuerza de trabajo se refiere.
El capitalista pone a su obrero a trabajar. El obrero le suministra al cabo de determinado tiempo la cantidad de
trabajo representada por su salario semanal. Supongamos que el salario semanal de un obrero equivale a tres días
de trabajo; si el obrero comienza a trabajar el lunes, el miércoles por la noche habrá reintegrado al capitalista el
valor íntegro de su salario. Pero, ¿es que deja de trabajar una vez conseguido esto? Nada de eso. El capitalista le
ha comprado el trabajo de una semana; por tanto, el obrero tiene que seguir trabajando los tres días que faltan
para ésta. Este plustrabajo del obrero, después de cubrir el tiempo necesario para reembolsar al patrono su
salario, es la fuente de la plusvalía, de la ganancia, del incremento progresivo del capital.
Y no se diga que eso de que el obrero rescata en tres días, trabajando, el salario que percibe, y que durante los
tres días restantes trabaja para el capitalista, es una suposición arbitraria. Por el momento, nos tiene
absolutamente sin cuidado, y es cosa que depende de las circunstancias, el que para reponer el salario necesite
realmente tres días, o dos, o cuatro; lo importante es que, además del trabajo pagado, el capitalista le saca al
obrero trabajo que no le retribuye. Y esto no es ninguna suposición arbitraria, ya que el día en que el capitalista,
a la larga, sólo sacase del obrero el trabajo que le remunera mediante el salario, cerraría la fábrica, pues toda su
ganancia se iría a pique.
He aquí la solución de todas aquellas contradicciones. El nacimiento de la plusvalía (de la que una parte
importante constituye la ganancia del capitalista) es, ahora, completamente claro y natural. Al obrero se le paga,
ciertamente, el valor de la fuerza de trabajo. Lo que ocurre es que este valor es bastante inferior al que el
capitalista logra sacar de ella, y la diferencia, o sea el trabajo no retribuido, es lo que constituye precisamente la
parte del capitalista, o mejor dicho, de la clase capitalista. Pues, hasta la ganancia que en nuestro ejemplo de más
arriba obtenía el comerciante algodonero al vender el algodón, tiene que provenir necesariamente, si la mercancía
no sube de precio, del trabajo no retribuido. El comerciante tiene que vender su mercancía a un fabricante de
tejidos de algodón, quien puede sacar del artículo que fabrica, además de aquellos 100 táleros, un beneficio para
sí, compartiendo, por tanto, con el comerciante el trabajo no retribuido que se embolsa. De este trabajo no
retribuido viven en general todos los miembros ociosos de la sociedad. De él salen los impuestos que cobran el
Estado y el municipio, en la parte que grava a la clase capitalista, la renta del suelo abonada a los terratenientes,
etc. Sobre él descansa todo el orden social existente.
Sería necio, sin embargo, creer que el trabajo no retribuido solo ha surgido bajo las condiciones actuales, en que
la producción corre a cargo de capitalistas de una parte y de obreros asalariados de otra parte. Nada más lejos de
la verdad. La clase oprimida se ha visto forzada a rendir trabajo no retribuido en todas las épocas de la historia.
Durante los largos siglos en que la esclavitud era la forma dominante de organización del trabajo, los esclavos
veíanse obligados a trabajar mucho más de lo que se les pagaba en forma de medios de vida. Bajo la dominación
de la servidumbre de la gleba y hasta la abolición de la prestación personal campesina, ocurría lo mismo; aquí,
- 105 incluso adquiría forma tangible la diferencia entre el tiempo durante el cual el campesino trabajaba para su
propio sustento y el plustrabajo que rendía para el señor feudal, precisamente porque éste lo ejecutaba en otro
sitio que aquel. Hoy, la forma ha cambiado, pero el fondo sigue siendo el mismo, y mientras «una parte de la
sociedad posea el monopolio de los medios de producción, el obrero, sea libre o no libre, no tendrá más remedio
que añadir al tiempo durante el cual trabaja para su propio sustento un tiempo de trabajo adicional para producir
los medios de vida destinados a los poseedores de los instrumentos de producción» (Marx, pág. 202) [*].
II
Veíamos en nuestro articulo anterior que todo obrero enrolado por el capitalista ejecuta un doble trabajo: durante
una parte del tiempo que trabaja, repone el salario que el capitalista le adelanta, y esta parte del trabajo es lo que
Marx llama trabajo necesario. Pero luego, tiene que seguir trabajando y producir la plusvalía para el capitalista,
una parte importante de la cual representa la ganancia. Esta parte de trabajo recibe el nombre de plustrabajo.
Supongamos que el obrero trabaja durante tres días de la semana para reponer su salario y tres días para crearle
plusvalía al capitalista. Expresado en otros términos, esto vale tanto como decir que, si la jornada es de doce
horas, trabaja seis horas por su salario y otras seis para la producción de plusvalía. De una semana sólo pueden
sacarse seis días o siete, a lo sumo, incluyendo el domingo; en cambio, a cada día se le pueden arrancar seis,
ocho, diez, doce, quince horas de trabajo, y aún más. El obrero vende al capitalista, por el jornal, una jornada de
trabajo. Pero ¿qué es una jornada de trabajo? ¿Ocho horas, o dieciocho?
Al capitalista le interesa que la jornada de trabajo sea lo más larga posible. Cuanto más larga sea, mayor
plusvalía rendirá. Al obrero le dice su certero instinto que cada hora más que trabaja, después de reponer el
salario, es una hora que se le sustrae ilegítimamente, y sufre en su propia pelleja las consecuencias del exceso de
trabajo. El capitalista lucha por su ganancia, el obrero por su salud, por un par de horas de descanso al día, para
poder hacer algo más que trabajar, comer y dormir, para poder actuar también en otros aspectos como hombre.
Diremos de pasada que no depende de la buena voluntad de cada capitalista en particular luchar o no por sus
intereses, pues la competencia obliga hasta a los más filantrópicos a seguir las huellas de los demás, haciendo a
sus obreros trabajar el mismo tiempo que trabajan los otros.
La lucha por conseguir que se fije la jornada de trabajo dura desde que aparecen en la escena de la historia los
obreros libres hasta nuestros días. En distintas industrias rigen distintas jornadas tradicionales de trabajo, pero, en
la práctica, son muy contados los casos en que se respeta la tradición. Sólo puede decirse que existe verdadera
jornada normal de trabajo allí donde la ley fija esta jornada y se encarga de velar por su aplicación. Hasta hoy,
puede afirmarse que esto sólo acontece en los distritos fabriles de Inglaterra. En las fábricas inglesas rige la
jornada de diez horas (o sea, diez horas y media durante cinco días y siete horas y media los sábados) para todas
las mujeres y los chicos de trece a dieciocho años; y como los hombres no pueden trabajar sin la cooperación de
aquellos elementos, de hecho también ellos disfrutan la jornada [157] de diez horas. Los obreros fabriles de
Inglaterra arrancaron esta ley a fuerza de años y años de perseverancia en la más tenaz y obstinada lucha contra
los fabricantes, mediante la libertad de prensa y el derecho de reunión y asociación y explotando también
hábilmente las disensiones en el seno de la propia clase gobernante. Esta ley se ha convertido en el paladión de
los obreros ingleses, ha ido aplicándose poco a poco a todas las grandes ramas industriales, y el año pasado se
hizo extensiva a casi todas las industrias, por lo menos a todas aquellas en que trabajan mujeres y niños. Acerca
de la historia de esta reglamentación legal de la jornada de trabajo en Inglaterra, contiénense datos
abundantísimos en la obra que estamos comentando. En el próximo Reichstag del Norte de Alemania se
deliberará también acerca de una ordenanza industrial, y, por tanto, se pondrá a debate la reglamentación del
trabajo fabril. Esperamos que ninguno de los diputados elegidos por los obreros alemanes intervendrá en la
discusión de esta ley sin antes familiarizarse bien con el libro de Marx. Aquí se podrá lograr mucho. Las
disensiones que existen en el seno de las clases dominantes son más propicias para los obreros que lo han sido
nunca en Inglaterra, porque el sufragio universal obliga a las clases dominantes a captarse las simpatías de los
obreros. En estas condiciones, cuatro o cinco representantes del proletariado, si saben aprovecharse de su
situación, y sobre todo si saben de qué se trata, cosa que no saben los burgueses, pueden constituir una fuerza. El
libro de Marx pone en sus manos, perfectamente dispuestos, todos los datos necesarios.
- 106 Pasaremos por alto una serie de excelentes investigaciones, de carácter más bien teórico, y nos detendremos tan
sólo en el capítulo final de la obra, que trata de la acumulación del capital. En este capítulo se pone primero de
manifiesto que el método capitalista de producción, es decir, el método de producción que presupone la
existencia de capitalistas, por una parte, y de obreros asalariados, por otra, no sólo le reproduce al capitalista
constantemente su capital, sino que reproduce, incesantemente, la pobreza del obrero, velando, por tanto, por que
existan siempre, de un lado, capitalistas que concentran en sus manos la propiedad de todos los medios de vida,
materias primas e instrumentos de producción, y, de otro lado, la gran masa de obreros obligados a vender a estos
capitalistas su fuerza de trabajo por una cantidad de medios de vida que, en el mejor de los casos, sólo alcanza
para sostenerlos en condiciones de trabajar y de criar una nueva generación de proletarios aptos para el trabajo.
Pero el capital no se limita a reproducirse, sino que aumenta y crece incesantemente, con lo cual aumenta y crece
también su poder sobre la clase de los obreros desposeídos de toda propiedad. Y, del mismo modo que el capital
[158] se reproduce a sí mismo en proporciones cada vez mayores, el moderno modo capitalista de producción
reproduce igualmente, en proporciones que van siempre en aumento, en número creciente sin cesar la clase de los
obreros desposeídos. «La acumulación del capital reproduce la relación del capital en una escala mayor: a más
capitalistas o a mayores capitalistas en un polo, en el otro polo más obreros asalariados... La acumulación del
capital significa, por tanto, el crecimiento del proletariado» (pág. 600) [*]. Pero, como los progresos de la
maquinaria, el cultivo perfeccionado de la tierra, etc., hacen que cada vez se necesiten menos obreros para
producir la misma cantidad de artículos, y como este perfeccionamiento, es decir, esta creación de obreros
sobrantes, aumenta con mayor rapidez que el propio capital creciente, ¿qué se hace de este número, cada vez
mayor, de obreros superfluos? Forman un ejército industrial de reserva, al que en las épocas malas o medianas se
le paga menos de lo que vale su trabajo, que trabaja sólo de vez en cuando o se queda a merced de la
beneficencia pública, pero que es indispensable para la clase capitalista en las épocas de gran actividad, como
ocurre actualmente, a todas luces, en Inglaterra, y que en todo caso sirve para vencer la resistencia de los obreros
ocupados normalmente y para mantener bajos sus salarios. «Cuanto mayor es la riqueza social... tanto mayor es
la superpoblación relativa, es decir, el ejército industrial de reserva. Y cuanto mayor es este ejército de reserva,
en relación con el ejército obrero activo (o sea, con los obreros ocupados normalmente), tanto mayor es la masa
de superpoblación consolidada (permanente), es decir, las capas obreras cuya miseria está en razón inversa a sus
tormentos de trabajo [*]*. Finalmente, cuanto más extenso es en la clase obrera el sector de la pobreza y el
ejército industrial de reserva, tanto mayor es también el pauperismo oficial. Tal es la ley absoluta, general, de la
acumulación capitalista» (pág. 631) [*]**.
He ahí, puestas de manifiesto con todo rigor científico —los economistas oficiales se guardan mucho de intentar
siquiera refutarlas— algunas de las leyes fundamentales del moderno sistema social capitalista. Pero, ¿queda
dicho todo, con esto? No, ni mucho menos. Con la misma nitidez con que destaca los lados negativos de la
producción capitalista, Marx pone de relieve que esta forma social [159] era necesaria para desarrollar las fuerzas
productivas sociales hasta un nivel que haga posible un desarrollo igual y digno del ser humano para todos los
miembros de la sociedad. Todas las formas sociales anteriores eran demasiado pobres para esto. Sólo la
producción capitalista crea las riquezas y las fuerzas productivas necesarias para ello, pero crea también, al
mismo tiempo, con las masas de obreros oprimidos, una clase social obligada más y más a tomar en sus manos
estas riquezas y fuerzas productivas, para conseguir que sean aprovechadas en beneficio de toda la sociedad y no,
como hoy, en el de una clase monopolista.
Escrito por F. Engels entre el 2 Se publica de acuerdo con el texto y el 13 de marzo de 1868. del periadico.
Publicado en el Traducido del alemán."Demokratisches Wochenblatt",núms. 12, 13 el 21 y 28 de marzo de 1868.
NOTAS
[1]
- 107 94. El presente artículo es una de las reseñas de Engels del I tomo de "El Capital" publicada en la prensa obrera y democrática con el fin
de divulgar las tesis esenciales del libro. Además de los artículos para obreros, Engels escribió varias reseñas anónimas para la prensa
burguesa, a fin de destruir la «conspiración del silencio» con el que la ciencia económica oficial y la prensa burguesa acogieron el
genial trabajo de Marx. En dichas reseñas, Engels critica el libro, como si dijéramos, «desde un punto de vista burgués», para obligar
con la ayuda de este «recurso militar», según la expresión de Marx, a los economistas burgueses a hablar del libro.
"Demokratisches Wochenblatt" («Hebdomadario democrático») era un periódico obrero alemán que se publicó de enero de 1868 a
septiembre de 1869 en Leipzig bajo la redacción de G. Liebknecht. El periódico desempeñó un papel considerable en la creación del
Partido Socialdemócrata Obrero de Alemania. En el Congreso de Eisenach de 1869, fue proclamado órgano central del partido y pasó a
denominarse "Volksstaat". Colaboraban en él Marx y Engels.- 152[**]
Das Kapital. Kritik der politischen Oekonomie, von Karl Marx. Erster Band. Der Produktionsprozess des Kapitals. Hamburg, O.
Meissner, 1867.
[*] Véase C. Marx y F. Engels. "Obras", 2 ed. en ruso, t. 23, pág. 246. (N. de la Edit.)
[*] Véase C. Marx y F. Engels. "Obras", 2 ed. en ruso, t. 23, págs. 627-628. (N. de la Edit.)
[**] En la traducción autorizada del I tomo de "El Capital" al francés Marx puntualiza esta tesis. (N. de la Edit.)
[***] Véase C. Marx y F. Engels. "Obras", 2 ed. en ruso, t. 23, pág. 659. (N. de la Edit.)
F. ENGELS
DEL PROLOGO AL SEGUNDO TOMO DE EL CA
PITAL DE MARX
...¿Qué es lo que Marx ha dicho de nuevo acerca de la plusvalía? ¿Cómo se explica que la teoría de la plusvalía
de Marx haya caído como un rayo de un cielo sereno, y además en todos los países civilizados, mientras que las
teorías de todos sus predecesores socialistas, incluyendo las de Rodbertus, se han esfumado sin resultado alguno?
La historia de la química nos puede aclarar esto, a la luz de un ejemplo.
Todavía a fines del siglo pasado imperaba, como es sabido, la teoría flogística, según la cual la esencia de toda
combustión residía en que del cuerpo que se quemaba se desprendía otro cuerpo hipotético, un combustible
absoluto, al que se daba el nombre de flogisto. Esta teoría bastaba para explicar la mayoría de los fenómenos
químicos conocidos por entonces, aunque violentando un poco la cosa en ciertos casos. Ahora bien, en 1774,
Priestley descubrió una clase de aire que encontraba «tan puro y tan libre de flogisto, que, comparado con él, el
aire corriente parecía estar ya corrompido», y le dio el nombre de aire desflogistizado. Poco después, Scheele
descubría en Suecia la misma clase de aire demostrando su existencia en la atmósfera. Encontró, además, que
desaparecía al quemar en él o en el aire [161] corriente un cuerpo, razón por la cual lo denominó aire ígneo
[Feuerluft].
«De estos resultados sacó luego la conclusión de que la combinación que se forma al asociar el flogisto con una
de las partes integrantes del aire» (es decir, en la combustión), «no es sino fuego o calor, que huye a través del
cristal» [*].
Tanto Priesiley como Scheele habían descubierto el oxígeno, pero no sabían lo que habían descubierto. «Seguían
prisioneros de las categorías» flogísticas, «tal y como se las habían encontrado». En sus manos, el elemento que
- 108 estaba llamado a echar por tierra toda la concepción flogística y a revolucionar la química, venía condenado a la
esterilidad. Pero Priestley comunicó, poco después, su descubrimiento a Lavoisier, en París, y Lavoisier se puso
a investigar a la luz de este nuevo hecho toda la química flogística y descubrió, entonces, que la nueva clase de
aire era un nuevo elemento químico y que durante la combustión no salía del cuerpo que ardía el misterioso
flogisto, sino que este nuevo elemento se combinaba con el cuerpo, y así fue cómo enderezó toda la química, que
bajo su forma flogística estaba vuelta del revés. Y aun cuando Lavoisier no hubiese descubierto el oxígeno, como
más tarde afirmó él, al mismo tiempo que los otros dos e independientemente de ellos, es, no obstante, el
verdadero descubridor del oxígeno respecto a los otros, que no habían hecho más que descubrirlo, sin sospechar
siquiera qué habían descrito.
Lo que Lavoisier es respecto a Priestley y a Scheele, lo es Marx respecto a sus predecesores en la teoría de la
plusvalía. La existencia de esta parte del valor del producto al que hoy llamamos plusvalía, fue señalada mucho
antes de Marx; asimismo se dijo, con mayor o menor claridad, en qué consistía, a saber: en el producto del
trabajo por el cual quien se lo apropia no paga ningún equivalente. Pero no se pasaba de aquí. Los unos —los
economistas burgueses clásicos— investigaban, a lo sumo, la proporción cuantitativa en que el producto del
trabajo se distribuye entre el obrero y el poseedor de los medios de producción. Los otros —los socialistas—
encontraban esta distribución injusta y buscaban medios utópicos para acabar con la injusticia. Unos y otros
seguían prisioneros de las categorías económicas, tal y como las habían encontrado.
En esto, apareció Marx. Y apareció en oposición directa a todos sus predecesores. Donde éstos habían visto una
solución, [162] él veía un problema. Marx vio que lo que aquí había no era ni aire desflogistizado, ni aire ígneo,
sino oxígeno; vio que aquí no se trataba ni de limitarse a registrar un hecho económico, ni del conflicto de este
hecho con la eterna justicia y la verdadera moral, sino de un hecho que estaba llamado a revolucionar toda la
Economía y que daba —a quien supiera manejarla— la clave para entender toda la producción capitalista. A la
luz de este hecho, investigó Marx todas las categorías con que se había encontrado, como Lavoisier hizo, a la luz
del oxígeno, con las categorías de la química flogística con las que se encontró. Para saber qué era la plusvalía,
tenía que saber qué era el valor. Había que someter a crítica sobre todo la propia teoría del valor de Ricardo.
Marx investigó, pues, el trabajo en cuanto fuente del valor y señaló, por vez primera, qué trabajo, por qué y cómo
creaba valor, y cómo el valor no era, en general, más que trabajo cristalizado de esta clase, punto este que
Rodbertus no llegó a entender hasta el fin de sus días. Marx investigó luego la relación entre la mercancía y el
dinero y puso de manifiesto cómo y por qué, en virtud de la cualidad de valor inherente a ella, la mercancía y el
cambio de mercancías tenían que engendrar la antítesis de mercancía y dinero; su teoría del dinero, basada en
esto, es la primera teoría completa del dinero, aceptada hoy, tácitamente, con carácter general. Investigó la
transformación del dinero en capital y demostró que descansaba en la compra y venta de la fuerza de trabajo. Y,
poniendo fuerza de trabajo, o sea, la cualidad creadora del valor, donde antes se decía trabajo, resolvió, de un
golpe, una de las dificultades contra las que se había estrellado la escuela de Ricardo: la imposibilidad de
armonizar el intercambio del trabajo y el capital con la ley ricardiana de la determinación del valor por el trabajo.
Y, sólo al establecer la división del capital en constante y variable, consiguió exponer hasta en sus más mínimos
detalles la verdadera trayectoria del proceso de creación de la plusvalía, explicándolo con ello, cosa que ninguno
de sus predecesores había conseguido; registró, por tanto, una distinción dentro del propio capital con la que los
economistas burgueses, lo mismo que Rodbertus, no habían sabido qué hacer y que, sin embargo, da la clave
para resolver los problemas económicos más complicados, de lo cual tenemos la prueba evidentísima, una vez
más, en este libro II, y mejor aún, como se verá, en el libro III. Luego, siguió investigando la misma plusvalía y
descubrió sus dos formas: plusvalía absoluta y relativa, poniendo de manifiesto los papeles distintos, aunque
decisivos en ambos casos, que han desempeñado en el desarrollo histórico de la producción capitalista. Y sobre
la base de la plusvalía, desarrolló la primera teoría racional del salario que poseemos y trazó, por vez primera,
[163] los rasgos fundamentales para una historia de la acumulación capitalista y una exposición de su tendencia
histórica.
Escrito por F. Engels el 5 Se publica de acuerdo con el texto
de mayo de 1885. del libro.
- 109 Publicado por vez primera en el Traducido del alemán
libro: K. Marx. "Das Kapital. Kritik der politischen Oekonomie". Zweiter Band. Herausgegeben von
Friedrich Engels. Hamburg, 1885.
NOTAS
[*]
Roscoe und Schorlemmer: "Ausführliches Lehrbuch der Chemie" («Tratado completo de Química»), Braunschweig, 1877, I, S. 13, 18.
C. MARX
MENSAJE A LA UNION OBRERA NACIONAL DE
LOS ESTADOS UNIDOS [1]
Camaradas obreros:
En el programa inaugural de nuestra Asociación hemos declarado: «No ha sido la prudencia de las clases
dominantes, sino la heroica resistencia de la clase obrera de Inglaterra a la criminal locura de aquéllas la que ha
evitado a la Europa Occidental el verse precipitada a una cruzada infame para perpetuar y propagar la esclavitud
allende el océano Atlántico» [*] . Ahora ha llegado el turno de ustedes de impedir una guerra, en consecuencia de
la cual el creciente movimiento obrero de ambos lados del Atlántico volvería por un período indeterminado a
niveles ya superados.
Seguramente huelga decirles que existen potencias europeas ansiosas por arrastrar a los Estados Unidos a la
guerra contra Inglaterra. Un simple vistazo a los datos de la estadística comercial nos muestra que la exportación
rusa de materias primas —y Rusia no tiene otra cosa que exportar— se había replegado rápidamente ante la
competencia norteamericana hasta que la guerra civil [2] no cambió bruscamente la situación. Transformar los
arados americanos en espadas significaría precisamente ahora salvar de la inminente bancarrota a esta despótica
potencia, a la que vuestros sabios estadistas republicanos han elegido como consejero confidencial. No obstante,
independientemente de los intereses particulares [165] de uno u otro Gobierno, ¿acaso no responde a los
intereses comunes de nuestros opresores el convertir nuestra colaboración internacional, cada vez más poderosa,
en una guerra intestina?
En el mensaje de saludo al Sr. Lincoln con motivo de su reelección a la presidencia hemos expresado nuestro
convencimiento de que la guerra civil de América tendría una significación tan grande para el progreso de la
clase obrera como la que tuvo para el progreso de la burguesía [*] la guerra de la Independencia americana [3].
En efecto, el final victorioso de la guerra contra el esclavismo ha inaugurado una nueva época en la historia de la
clase obrera. Precisamente en ese período surge en los Estados Unidos el movimiento obrero independiente, al
que miran con odio los viejos partidos de su país y sus politicastros profesionales. Para que llegue a fructificar, el
movimiento requiere años de paz. Para destruirlo, se necesita una guerra entre los Estados Unidos e Inglaterra.
- 110 El resultado palpable directo de la guerra civil ha sido, como es natural, el empeoramiento de la situación del
obrero americano. En los Estados Unidos, lo mismo que en Europa, el monstruoso vampiro de la deuda nacional,
que se pasa de unos hombros a otros, se ha descargado finalmente sobre los de la clase obrera. Los precios de los
artículos de primera necesidad —dice un estadista de su país— subieron desde 1860 en el 78%, mientras que los
salarios de los obreros no calificados subieron nada más que en el 50%, y de los calificados, en el 60%
«El pauperismo» —se queja el estadista— «crece ahora en América con más rapidez que la población».
Además, sobre el fondo de los sufrimientos de la clase obrera resalta aún más el ostentoso lujo de la aristocracia
financiera, la aristocracia de arrivistas [4] y otros parásitos engendrados por la guerra. Sin embargo, con todo y
con eso, la guerra civil ha tenido un resultado positivo: la liberación de los esclavos y el impulso moral que ha
dado a vuestro propio movimiento de clase. Los resultados de una nueva guerra, que no se vería justificada ni por
la nobleza de los objetivos ni por la magnitud de la necesidad social, de una guerra en el espíritu del mundo
antiguo, no serían las cadenas rotas del cautivo, sino unas cadenas nuevas para el obrero libre. El inevitable
crecimiento de la miseria brindaría en seguida a los capitalistas de vuestro país, con la ayuda de la fría espada del
ejército permanente, el pretexto y los medios para distraer a la clase obrera de sus audaces y justas aspiraciones.
E;sta es la razón de que precisamente sobre vosotros recaiga el glorioso deber de probar al mundo que, al fin y al
cabo, la clase [166] obrera no sale ya al escenario de la historia como un ejecutor dócil, sino como fuerza
independiente, consciente de su propia responsabilidad y capaz de imponer la paz allí donde sus pretendidos
amos vocean acerca de la guerra.
Londres, 12 de mayo de 1869
Escrito por C. Marx. Se publica de acuerdo con el texto de la octavilla. Publicado como octavilla titulada
"Address to the National Labour Union of the United States", London, Traducido del inglés.
1869.
NOTAS
[1]
95. El Mensaje del Consejo General a la Unión Obrera Nacional de los Estados Unidos fue escrito por Marx y leído por él en la reunión
del Consejo General del 11 de mayo con motivo del peligro de guerra entre Inglaterra y los Estados Unidos en la primera de 1869.
La Unión Obrera Nacional fue fundada en los EE.UU. en agosto de 1866, en el Congreso de Baltimore; tomó parte activa en la
creación de la Unión W. Sylvis, destacado militante del movimiento obrero norteamericano. Desde sus primeros días, la Unión apoyó a
la Asociación Internacional de los Trabajadores y se propuso adherirse en 1870 a la misma. Sin embargo, no llegó a cumplir su
propósito. La dirección de la Unión se dejó llevar pronto por los proyectos utópicos de reforma monetaria, a fin de acabar con el
sistema bancario y asegurar un crédito barato por el Estado. En 1870-1871 se apartaron de la Unión las tradeuniones, y en 1872, la
Unión dejó prácticamente de existir. Pese a todos sus aspectos débiles, la Unión Obrera Nacional desempeñó un valioso papel en el
despliegue de la lucha en los EE.UU. por una política obrera independiente, por la solidaridad de los obreros negros y blancos, por la
jornada de trabajo de 8 horas y por los derechos de la mujer obrera.- 164
[**] Véase el presente tomo, pág. 13. (N. de la Edit.)
[2] 4. La guerra civil de Norteamérica (1861-1865) se libró entre los Estados industriales del Norte y los sublevados Estados esclavistas
del Sur. La clase obrera se Inglaterra se opuso a la política de la burguesía nacional, que apoyaba a los plantadores esclavistas, e
impidió con su acción la intervención de Inglaterra en esa contienda.- 6, 19, 38, 89, 119, 164
[**] Véase el presente tomo, pág. 19. (N. de la Edit.)
- 111 [3] 11. La guerra de la Independencia de las colonias norteamericanas de Inglaterra (1775-1783) contra la dominación inglesa debió
su origen a la aspiración de la joven nación burguesa norteamericana a la independencia y a la supresión de los obstáculos que impedían
el desarrollo del capitalismo. Como resultado de la victoria de los norteamericanos se formó un Estado burgués independiente: los
Estados Unidos de América.- 19, 89, 165.
[4] 96. En el original se dice «shoddy aristocrats»; «shoddy» son los entrepeines de algodón, absolutamente inutilizables y sin el menor
valor hasta que se halló un medio de tratamiento y aprovechamiento de los mismos. En América se calificaba de «shoddy aristocrats» a
los que se habían enriquecido rápidamente merced a la guerra.- 165
F. ENGELS
PREFACIO A LA GUERRA CAMPESINA EN
ALEMANIA
PREFACIO A LA SEGUNDA EDICION DE 1870
La presente obra fue escrita en Londres, en el verano de 1850, bajo la impresión directa de la contrarrevolución
que acababa de consumarse; apareció en los números 5 y 6 de la "Neue Rheinische Zeitung. Politischökonomische Revue" [1] dirigida por Carlos Marx, Hamburgo, 1850. Mis amigos políticos de Alemania me
piden su reedición, y atiendo a su deseo ya que, con gran sentimiento mío, la obra no ha perdido aún actualidad.
La obra no pretende dar un material nuevo, fruto de mis propias investigaciones. Por el contrario, todo el
material que se refiere a las insurrecciones campesinas y a Tomás Münzer ha sido tomado de Zimmermann [2].
A pesar de sus lagunas, el libro de este autor constituye la mejor recopilación de datos aparecida hasta la fecha.
Además, el viejo Zimmermann trata la materia con mucha cariño. El mismo instinto revolucionario que le obliga
a lo largo de todo el libro a erigirse en campeón de las clases oprimidas, le convierte más tarde en uno de los
mejores representantes de la extrema izquierda [3] en Francfort.
Y a pesar de que a la exposición que nos ofrece Zimmermann le falta cohesión interna; de que no logra
presentarnos las cuestiones religiosas y políticas que se debatían en aquella época como un reflejo de la lucha de
clases del momento; de que no ve en esa lucha de clases más que opresores y oprimidos, malos y buenos, con el
triunfo final de los malos; de que su comprensión de [168] las relaciones sociales que determinan el origen y el
desenlace de la lucha es muy incompleta, todo esto no son más que defectos propios de la época en que apareció
el libro. Por el contrario, en medio de las obras históricas idealistas alemanas de aquellos tiempos, el libro
constituye una excepción digna de elogio y está escrito de un modo muy realista.
En mi exposición, en la que me limito a describir a grandes rasgos el curso histórico de la lucha, trato de explicar
el origen de la guerra campesina, la posición ocupada por los diferentes partidos que intervenían en ella, las
teorías políticas y religiosas con que estos partidos procuraban explicarse ellos mismos su posición y, por último,
el propio desenlace de la lucha como una consecuencia necesaria de las condiciones históricas de la vida social
de estas clases en aquella época. En otros términos, trato de demostrar que el régimen político de Alemania de
aquellos tiempos, las sublevaciones contra este régimen y las teorías políticas y religiosas de la época no eran la
causa, sino la consecuencia del grado de desarrollo en que se encontraban entonces en Alemania la agricultura, la
industria, las vías de comunicación terrestres, fluviales y marítimas, el comercio y la circulación del dinero. Esta
concepción de la Historia --la única concepción materialista-- no ha sido creada por mí, sino que pertenece a
Marx y forma asimismo la base de sus trabajos sobre la revolución francesa de 1848-1849 [*]**************,
publicados en la misma revista, y de "El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte" [*].
- 112 El paralelo entre la revolución alemana de 1525 y la revolución de 1848-1849 saltaba demasiado a la vista para
que yo pudiese renunciar por completo a él. Sin embargo, al lado de la semejanza en el curso general de los
acontecimientos, cuando tanto en un caso como en otro el mismo ejército de un príncipe iba aplastando una tras
otra las diversas insurrecciones locales, y a pesar de la semejanza, muchas veces cómica, que presenta la
conducta observada en ambos casos por los vecinos de la ciudad, las diferencias entre ambas revoluciones son
claras y patentes:
«¿Quién se aprovechó de la revolución de 1525? Los príncipes. ¿Quién se aprovechó de la revolución de 1848?
Los grandes soberanos, Austria y Prusia. Detrás de los pequeños príncipes de 1525 estaban los pequeños vecinos
de la ciudad, a quienes aquéllos estaban atados por los impuestos; detrás de los grandes soberanos de 1850,
detrás de Austria y Prusia está, sometiéndolas rápidamente [169] por medio de la deuda pública, la gran
burguesía moderna. Y detrás de la gran burguesía está el proletariado» [*]*.
Por desgracia, debo decir que con esta afirmación hice demasiado honor a la burguesía alemana, la cual tanto en
Austria como en Prusia había tenido la ocasión de «someter rápidamente» la monarquía «a través de la deuda
pública» pero que nunca ni en ninguna parte aprovechó esta oportunidad.
A raíz de la guerra de 1866 [4], Austria cayó como un regalo en manos de la burguesía. Pero ésta no sabe
dominar, es impotente e incapaz de hacer nada. Lo único que sabe hacer es vomitar furia contra los obreros en
cuanto éstos se ponen en movimiento. Y si sigue empuñando el timón del poder, es únicamente porque los
húngaros la necesitan.
¿Y en Prusia? Cierto es que la deuda pública ha subido vertiginosamente, que el déficit es un fenómeno crónico,
que los gastos del Estado crecen de año en año, que la burguesía tiene la mayoría en la dieta, que sin su
consentimiento no se pueden elevar los impuestos ni contratar empréstitos, pero, ¿dónde está, a pesar de todo, su
poder sobre el Estado? Apenas hace unos cuantos meses, cuando el Estado se hallaba otra vez en déficit, la
posición de la burguesía era de lo más ventajosa. De haber mostrado tan sólo un poco de firmeza hubiese podido
lograr grandes concesiones. Pero, ¿qué hizo? Consideró como una concesión suficiente el que el Gobierno le
permitiese poner a sus pies cerca de nueve millones, y no por un solo año, sino como aportación anual para todos
los años futuros.
No quiero fustigar a los pobres «nacional-liberales» [5] de la dieta más de lo que se merecen. Yo sé que han sido
abandonados por los que están detrás de ellos, por la masa de la burguesía Esta masa no quiere gobernar. Los
recuerdos de 1848 están demasiado frescos en su memoria.
Más adelante diremos por qué la burguesía alemana manifiesta tanta cobardía.
En otros aspectos, la afirmación que hemos hecho más arriba se ha confirmado plenamente. Como vemos, a
partir de 1850, los pequeños Estados van pasando más y más decididamente a segundo plano, y ya no sirven más
que de palancas para las intrigas prusianas y austriacas. La lucha entre Austria y Prusia por la hegemonía es cada
vez más encarnizada, y, finalmente, en 1866, llega la solución violenta, por la que Austria conserva sus propias
provincias. Prusia sojuzga directa o indirectamente todo el Norte, [170] mientras que los tres Estados
Suroccidentales [*] quedan por el momento de puertas afuera.
En toda esta representación pública, lo único que tiene importancia para la clase obrera alemana es lo siguiente:
En primer lugar, que, gracias al sufragio universal, los obreros obtuvieron la posibilidad de estar directamente
representados en la Asamblea Legislativa.
En segundo lugar, que Prusia dio un buen ejemplo al tragarse otras tres coronas [*]* por la gracia de Dios. Ni
siquiera los nacional-liberales creen ahora que después de esta operación Prusia conserva aún aquella inmaculada
corona por la gracia de Dios que se atribuía antes.
- 113 En tercer lugar, que en Alemania no existe más que un adversario serio de la revolución: el Gobierno prusiano.
Y en cuarto lugar, que los germano-austriacos deben plantearse y decidir de una vez para siempre qué es lo que
quieren ser: alemanes o austriacos; qué es lo que prefieren: Alemania o sus apéndices extra-alemanes
transleitanos. Era evidente desde hacía tiempo que debían renunciar a una o a los otros, pero este hecho siempre
había sido velado por la democracia pequeñoburguesa.
Por lo que respecta a las demás cuestiones importantes en litigio y relacionadas con 1866, cuestiones discutidas
desde entonces hasta la saciedad entre los «nacional-liberales» y el «Partido Popular» [6], la historia de los años
siguientes demostró palmariamente que estos puntos de vista habían combatido entre sí con tanta violencia
únicamente por representar los dos polos opuestos de una misma mediocridad.
El año 1866 no modificó casi nada las condiciones sociales de Alemania. Las escasas reformas burguesas --el
sistema único de pesas y medidas, la libertad de residencia, la libertad de industria, etc.--, todas ellas limitadas a
los marcos señalados por la burocracia, no llegan aún a lo alcanzado desde hace tiempo por la burguesía de los
otros países de la Europa Occidental y dejan en pie el mal principal: el sistema burocrático de concesiones [7].
Por lo demás, para el proletariado la práctica policíaca al uso hizo completamente ilusorias todas esas leyes sobre
la libertad de residencia, el derecho de ciudadanía, la supresión de los pasaportes, etc.
Mucha mayor importancia que toda esta representación pública de 1866 fue la que tuvo el desarrollo que, a partir
de 1848, adquieren en Alemania la industria, el comercio, los ferrocarriles, el telégrafo y la navegación
transoceánica. Por mucho que estos [171] éxitos quedasen a la zaga de los logrados durante ese mismo tiempo
por Inglaterra e incluso por Francia, no tenían, sin embargo, precedentes en la historia de Alemania, y dieron a
este país en veinte años mucho más de lo que antes le había dado un siglo entero. Ahora es cuando Alemania se
incorpora resuelta y decididamente al comercio mundial. Multiplícanse rápidamente los capitales de los
industriales y sube en consonancia la posición social de la burguesía. El síntoma más seguro de la prosperidad
industrial, la especulación, florece esplendorosamente y encadena a condes y duques a su carro triunfal. Ahora,
el capital alemán --¡que la tierra le sea leve!-- está construyendo ferrocarriles en Rusia y en Rumania, mientras
que hace tan sólo quince años los ferrocarriles alemanes tenían que implorar la ayuda de los empresarios
ingleses. ¿Cómo ha podido ocurrir, pues, que la burguesía no haya conquistado también el poder político, que su
conducta frente al Gobierno sea tan posilánime?
La desgracia de la burguesía alemana consiste en que, siguiendo la costumbre favorita alemana, llega demasiado
tarde. Su florecimiento ha coincidido con el período en que la burguesía de los otros países de la Europa
Occidental se halla políticamente en declive. En Inglaterra, la burguesía no ha podido llevar a su verdadero
representante Bright al Gobierno más que ampliando el derecho electoral, medida que por sus consecuencias
debe poner fin a toda la dominación burguesa. En Francia, donde la burguesía como tal, como clase, no pudo
dominar más que dos años bajo la república, 1849 y 1850, sólo logró prolongar su existencia social cediendo su
dominación política a Luis Bonaparte y al ejército. Dado el extraordinario desarrollo alcanzado por las
influencias recíprocas de los tres países más avanzados de Europa, es ya completamente imposible que la
burguesía pueda implantar cómodamente la dominación política en Alemania cuando en Inglaterra y en Francia
esa dominación ya ha caducado.
La particularidad que distingue a la burguesía de todas las demás clases dominantes que la han precedido
consiste precisamente en que en su desarrollo existe un punto de viraje, tras el cual todo aumento de sus medios
de poder, y por tanto de sus capitales en primer término, tan sólo contribuye a hacerla cada vez más incapaz para
la dominación política. «Tras la gran burguesía está el proletariado». En la medida en que la burguesía
desarrolla su industria, su comercio y sus medios de comunicación, en la misma medida engendra al proletariado.
Y al llegar a un determinado momento, que no es el mismo en todas partes ni tampoco es obligatorio para una
determinada fase de desarrollo, la burguesía comienza a darse cuenta de que su inseparable acompañante, [172]
el proletariado, empieza a sobrepasarla. Desde ese momento pierde la capacidad de ejercer la dominación política
exclusiva, y busca en torno suyo aliados, con quienes comparte su dominación, o a quienes, según las
circunstancias, se la cede por completo.
- 114 En Alemania, ese punto de viraje ya había llegado para la burguesía en 1848. Aunque bien es cierto que en aquel
entonces la burguesía alemana no se asustó tanto del proletariado alemán como del proletariado francés. Los
combates de junio de 1848 [8] en París le enseñaron qué era lo que la esperaba. La agitación del proletariado
alemán era suficiente para demostrarle que en Alemania habían sido arrojadas las semillas capaces de dar la
misma cosecha. Y a partir de ese momento quedó embotado el filo de la acción política de la burguesía alemana.
Esta empezó a buscar aliados y a venderse por cualquier precio; y de entonces acá no ha avanzado un solo paso.
Todos esos aliados son reaccionarios por su naturaleza: el poder real, con su ejército y su burocracia; la gran
nobleza feudal; los junkers provincianos de medio pelo y, finalmente, los curas. Con todos ellos pactó y concertó
acuerdos la burguesía con tal de salvar su preciado pellejo, hasta que, por último, no le quedó ya nada con qué
traficar. Y cuanto más se desarrollaba el proletariado, cuanta más conciencia adquiría de su condición de clase y
cuanto más actuaba en calidad de tal, más cobarde se hacía la burguesía. Cuando la estrategia asombrosamente
mala de las prusianos venció en Sadowa [9] a la estrategia asombrosamente aún peor de los austriacos,
difícilmente podría decirse quién lanzó un suspiro de alivio más grande: el burgués prusiano, que también había
sido derrotado en Sadowa, o el burgués austriaco.
Nuestros grandes burgueses obran en 1870 exactamente igual como obraron en 1525 los villanos medios. En lo
que atañe a los pequeños burgueses, a los artesanos y a los tenderos, éstos siguen siendo siempre los mismos.
Esperan poder trepar a las filas de la gran burguesía y temen ser precipitados a las del proletariado. Fluctuando
entre la esperanza y el temor, tratarán de salvar su precioso pellejo durante la lucha, y después de la victoria se
adherirán al vencedor. Tal es su naturaleza.
El desarrollo de la actividad social y política del proletariado ha marchado a la par con el auge industrial que
siguió a 1848. El papel desempeñado hoy día por los obreros alemanes en sus sindicatos, cooperativas,
organizaciones y asambleas políticas, en las elecciones y en el llamado Reichstag, demuestra perfectamente por
sí sola cuál ha sido la transformación experimentada de un modo imperceptible por Alemania en estos últimos
veinte años. Es un gran mérito de los obreros alemanes el haber sido los [173] únicos que han logrado enviar
obreros y representantes de los obreros al parlamento, cosa que ni los franceses ni los ingleses han logrado hasta
ahora.
Pero tampoco el proletariado ha salido aún de ese estado que permite establecer un paralelo con 1525. La clase
que depende exclusivamente del salario toda su vida se halla aún lejos de constituir la mayoría del pueblo
alemán. Por eso, también tiene que buscarse aliados. Y sólo los puede buscar entre los pequeños burgueses, el
lumpemproletariado de las ciudades, los pequeños campesinos y los obreros agrícolas.
Ya hemos hablado de los pequeños burgueses. Son muy poco de fiar, excepto cuando ya ha sido lograda la
victoria. Entonces arman un alboroto infernal en las tabernas. A pesar de esto, entre ellos se encuentran
excelentes elementos que se unen espontáneamente a los obreros.
El lumpemproletariado, esa escoria integrada por los elementos desmoralizados de todas las capas sociales y
concentrada principalmente en las grandes ciudades, es el peor de los aliados posibles. Ese desecho es
absolutamente venal y de lo más molesto. Cuando los obreros franceses escribían en los muros de las casas
durante cada una de las revoluciones: «Mort aux voleurs!» ¡Muerte a los ladrones!, y en efecto fusilaban a más
de uno, no lo hacían en un arrebato de entusiasmo por la propiedad, sino plenamente conscientes de que ante
todo era preciso desembarazarse de esta banda. Todo líder obrero que utiliza a elementos del lumpemproletariado
para su guardia personal y que se apoya en ellos, demuestra con este solo hecho que es un traidor al movimiento.
Los pequeños campesinos --pues los grandes pertenecen a la burguesía-- son de composición heterogénea.
O bien son campesinos feudales, obligados todavía a realizar determinadas prestaciones para sus señores.
Después que la burguesía dejó pasar la oportunidad de liberarles de la servidumbre, como era su deber, no
costará trabajo convencerles de que sólo pueden esperar la liberación de manos de la clase obrera.
- 115 O bien son arrendatarios. En este caso tenemos por lo común las mismas relaciones que en Irlanda. El arriendo
es tan elevado que, cuando la cosecha es mediana, el campesino y su familia apenas pueden mantenerse, y
cuando la cosecha es mala casi se mueren de hambre, no pueden pagar el arriendo y quedan, por consiguiente,
completamente a merced del terrateniente. Para esta gente, la burguesía sólo hace algo cuando se la obliga a ello.
¿De quién, si no es de los obreros, pueden esperar la salvación?
Quedan los campesinos que cultivan su propio pedazo de tierra. En la mayoría de los casos están tan cargados de
hipotecas que dependen del usurero tanto como el arrendatario del terrateniente. [174] Tampoco a ellos les queda
más que un mísero salario, muy inestable por lo demás, ya que depende de los altibajos de la cosecha. Menos que
nadie pueden esperar algo de la burguesía, pues son explotados precisamente por los burgueses, por los
capitalistas usureros. A pesar de ello, las más de las veces están muy apegados a su propiedad, aunque, en
realidad, ésta no les pertenece a ellos, sino al usurero. Sin embargo, es preciso convencerles de que sólo podrán
liberarse del prestamista cuando un Gobierno dependiente del pueblo convierta todas las deudas hipotecarias en
una deuda única al Estado y rebaje así el tipo del interés. Y esto sólo puede lograrlo la clase obrera.
En todas partes donde predomina la propiedad agraria mediana y grande, la clase más numerosa del campo está
integrada por los obreros agrícolas. Tal es el caso en todo el Norte y en el Este de Alemania, y en este grupo es
donde los obreros industriales de la ciudad encuentran su aliado más natural y más numeroso. El terrateniente o
gran arrendador se opone al obrero agrícola de la misma manera que el capitalista se opone al obrero industrial.
Las mismas medidas que ayudan a uno deben ayudar al otro. Los obreros industriales sólo pueden liberarse
transformando los capitales de la burguesía, es decir, las materias primas, las máquinas, los instrumentos y los
medios de vida necesarios para la producción en propiedad social, o sea, en propiedad suya y utilizada por ellos
en común. De la misma manera, los obreros agrícolas sólo pueden liberarse de su espantosa miseria si, en primer
término, la tierra --su principal objeto de trabajo-- es arrancada a la propiedad privada de los grandes campesinos
y de los aún más grandes señores feudales y convertida en propiedad social, cultivada colectivamente por
cooperativas de obreros agrícolas. Y aquí nos llegamos a la célebre resolución del Congreso de la Internacional,
celebrado en Basilea, que dice que en interés de la sociedad es preciso convertir la propiedad de la tierra en
propiedad colectiva, en propiedad nacional [10]. Esta resolución se refiere principalmente a los países donde
existe la gran propiedad de la tierra, con grandes explotaciones agrícolas en manos de un solo amo y atendidas
por numerosos obreros asalariados. Y como en términos generales esta situación sigue predominando en
Alemania, dicha resolución era particularmente oportuna para Alemania a la vez que para Inglaterra. El
proletariado agrícola, los jornaleros del campo constituyen la clase que proporciona más reclutas para los
ejércitos de los monarcas. Es la clase que, gracias al sufragio universal, envía hoy día al parlamento a la mayoría
de los feudales y de los junkers. Pero, al mismo tiempo, es la clase que está más cerca de los obreros industriales
de la ciudad, la que comparte con ellos las mismas condiciones de existencia, la que [175] se encuentra en una
situación de miseria aún mayor que la de ellos. Esta clase es impotente, pues está fraccionada y dispersa, pero el
Gobierno y la nobleza conocen tan bien su fuerza latente, que con toda intención dejan desmoronarse las escuelas
para mantenerla en la ignorancia. La tarea inmediata más urgente de los obreros alemanes es despertar a esta
clase e incorporarla al movimiento. El día en que la masa de obreros agrícolas aprenda a tener conciencia de sus
propios intereses, ese día será imposible en Alemania un gobierno reaccionario, ya sea feudal, borocrático o
burgués.
Escrito por Engels cerca del 11 de febrero de 1870. Se publica de acuerdo con la segunda edición.
Publicado en la segunda edición Traducido del alemán de la obra de F. Engels La guerra campesina en
Alemania, editada en octubre de 1870, en Leipzig.
ADICION AL PREFACIO A LA EDICION DE 1870 PARA LA TERCERA
EDICION DE 1875
Las líneas que anteceden fueron escritas hace más de cuatro años, pero siguen conservando hoy día toda su
significación. Lo que era cierto después de Sadowa [11] y de la división de Alemania, se ha confirmado después
- 116 de Sedán [12] y de la fundación del Sacro Imperio germánico de la nación prusiana [13]. ¡Tan pequeños son los
cambios que pueden introducir en el curso del movimiento histórico esas representaciones públicas de la llamada
alta política que «conmueven al mundo»!
Lo que pueden hacer en cambio es acelerar el curso de ese movimiento. A este respecto, los causantes de esos
acontecimientos que «conmueven al mundo» han logrado, a pesar suyo, unos éxitos que seguramente les resultan
muy indeseables, pero que, quiéranlo o no, tienen que aceptar.
La guerra de 1866 ya había sacudido los cimientos de la vieja Prusia. Después de 1848 costó mucho trabajo
reducir de nuevo a la vieja disciplina a los elementos rebeldes industriales --tanto burgueses como proletarios-de las provincias occidentales; sin embargo, se logró, y los intereses de los junkers de las provincias orientales
volvieron a ser los dominantes en el Estado a la par con los intereses del ejército. En 1866 casi toda la Alemania
Noroccidental era prusiana. Sin hablar ya del irreparable daño moral que la corona prusiana por la gracia de Dios
había experimentado al tragarse otras tres coronas por la gracia de Dios [*], el [176] centro de gravedad de la
monarquía se había desplazado sensiblemente hacia el Occidente. Los cinco millones de renanos y de
westfalianos recibieron en un principio el refuerzo de cuatro millones de alemanes anexionados directamente y,
después, el de seis millones de alemanes indirectamente anexionados a través de la Confederación de la
Alemania del Norte [14]. Y en 1870 se les añadieron, además, ocho millones de alemanes del Suroeste [15], de
modo que en el «nuevo Imperio», a los catorce millones y medio de viejos prusianos (de las seis provincias del
Este del Elba y entre los que figuran, además, dos millones de polacos) se oponen unos veinticinco millones que
ya hace tiempo han dejado atrás al feudalismo viejo-prusiano de los junkers. Así pues, fueron precisamente las
victorias del ejército prusiano las que desplazaron radicalmente todos los cimientos del edificio estatal prusiano;
la dominación de los junkers se hizo cada vez más insoportable hasta para el propio Gobierno. Pero, al mismo
tiempo, el vertiginoso desarrollo de la industria relegó a segundo plano la lucha entre los junkers y la burguesía,
destacando la lucha entre la burguesía y los obreros, de suerte que las bases sociales del viejo Estado sufrieron
también desde dentro una transformación radical. La premisa fundamental de la monarquía, que se iba
descomponiendo lentamente desde 1840, era la lucha entre la nobleza y la burguesía, lucha en la que la
monarquía mantenía el equilibrio. Pero desde el momento en que ya no se trataba de defender a la nobleza del
empuje de la burguesía, sino de defender a todas las clases poseedoras frente al empuje de la clase obrera, la
vieja monarquía absoluta hubo de transformarse por completo en monarquía bonapartista, la forma de Estado
especialmente elaborada para ese fin. En otro logar ("Contribución al problema de la vivienda", 2ª parte, pág. 26
y siguientes [*]*) examiné ya este paso de Prusia al bonapartismo, aunque allí pude dejar sin destacar un punto
que aquí es muy esencial, a saber, que este paso fue el avance más grande hecho por Prusia desde 1848, hasta tal
punto había quedado a la zaga del desarrollo moderno. Prusia seguía siendo un Estado semifeudal, mientras que
el bonapartismo es en todo caso una forma moderna de Estado que presupone la eliminación del feudalismo.
Prusia debe, pues, decidirse a terminar con sus numerosos vestigios del feudalismo y a sacrificar a sus junkers
como tales. Todo esto se va haciendo, naturalmente, de la manera más suave y al compás de la meladía favorita:
Immer langsam voran [*]**. Así ha ocurrido, por ejemplo, con la célebre ordenanza sobre los distritos, que
suprime los privilegios de cada junker [177] en sus tierras, pero únicamente para restablecerlos en forma de
privilegios del conjunto de los grandes terratenientes en el territorio de todo el distrito. La esencia de la cuestión
sigue siendo la misma; lo único que se hace es traducirla del dialecto feudal al dialecto burgués. El junker viejo
prusiano es convertido a la fuerza en algo parecido al squire inglés, y no tiene por qué ofrecer mucha resistencia,
pues ambos son igualmente estúpidos.
De este modo, a Prusia le ha correspondido el peculiar destino de culminar a fines de este siglo, y en la forma
agradable del bonapartismo, su revolución burguesa que se inició en 1808-1813 y que dio un paso de avance en
1848. Y si todo marcha bien, si el mundo permanece quieto y tranquilo y nosotros llegamos a viejos, tal vez en
1900 veamos que el Gobierno prusiano ha acabado realmente con todas las instituciones feudales y que Prusia ha
alcanzado por fin la situación en que se encontraba Francia en 1792.
La abolición del feudalismo, expresada de un modo positivo, significa el establecimiento del régimen burgués. A
medida que desaparecen los privilegios de la nobleza, la legislación se va haciendo más burguesa. Y aquí
llegamos a la médula de las relaciones entre la burguesía y el Gobierno. Ya hemos visto que el Gobierno tiene
- 117 forzosamente que introducir estas reformas lentas y mezquinas. Pero cada una de estas míseras concesiones la
presenta a los ojos de la burguesía como un sacrificio que hace por ella, como una concesión arrancada a la
corona con gran esfuerzo, y a cambio de la cual los burgueses deben hacer a su vez concesiones al Gobierno. Y
los burgueses aceptan el engaño, aunque saben perfectamente de qué se trata. Este es el origen del acuerdo tácito
que preside en Berlín todos los debates del Reichstag y de la Cámara de Prusia: por una parte, el Gobierno, a
paso de tortuga, reforma las leyes en interés de la burguesía, elimina las trabas feudales y los obstáculos creados
por el particularismo de los pequeños Estados, que impiden el desarrollo de la industria; introduce la unidad de
moneda, de pesas y medidas; establece la libertad de industria, etc.; implanta la libertad de residencia, poniendo
así a disposición del capital y en forma ilimitada la mano de obra de Alemania; fomenta el comercio y la
especulación; por otra parte, la burguesía cede al Gobierno todo el poder político efectivo, aprueba los
impuestos, los empréstitos y la recluta de soldados y ayuda a formular todas las nuevas leyes de reforma de modo
que el viejo poder policíaco sobre los elementos indeseables conserve toda su fuerza. La burguesía compra su
paulatina emancipación social al precio de su renuncia inmediata a un poder político propio. El principal motivo
que hace aceptable para la burguesía semejante acuerdo no es, naturalmente, su miedo al Gobierno, sino su
miedo al proletariado.
Por lamentable que sea el papel desempeñado por nuestra burguesía en el campo político, no se puede negar que
en la industria y en el comercio ya ha empezado a cumplir con su deber. El ascenso de la industria y del
comercio, señalado ya en el prefacio a la segunda edición [*], se ha desarrollado desde entonces con nuevos
bríos. Lo ocurrido en este aspecto en la región industrial renano-westfaliana a partir de 1869 constituye algo
realmente insólito para Alemania, y nos recuerda el florecimiento de los distritos fabriles ingleses a principios de
siglo. Lo mismo ocurrirá en Sajonia y en la Alta Silesia, en Berlín, en Hannover y en las ciudades marítimas. Por
fin tenemos un comercio mundial, una verdadera gran industria y una auténtica burguesía moderna; al mismo
tiempo, también hemos sufrido una verdadera crisis y hemos obtenido un verdadero y poderoso proletariado.
Para los futuros historiadores, el tronar de los cañones en Spickeren, Mars-la-Tour [16] y Sedán y todo lo
relacionado con esto tendrá mucha menos importancia para la historia de Alemania de los años 1869-1874 que el
desarrollo sin ostentación, reposado, pero siempre progresivo del proletariado alemán. En 1870, los obreros
alemanes ya tuvieron que pasar por una dura prueba: la provocación bélica bonapartista y su consecuencia lógica,
el entusiasmo nacional general en Alemania. Los obreros socialistas alemanes no se dejaron despistar ni un solo
momento. No manifestaron ni un ápice de chovinismo nacionalista. Conservaron su sangre fría en medio del más
furioso delirio provocado por las victorias, y exigieron que se concertase con la «República Francesa una paz
justa y sin anexiones»; ni siquiera el estado de sitio pudo reducirles al silencio. Ni el entusiasmo por la gloria
militar ni las chácharas sobre la «magnificencia del Imperio alemán» hallaron eco entre ellos; su único objetivo
era la emancipación de todo el proletariado europeo. Se puede afirmar con todo fundamento que en ningún país
los obreros han sufrido una prueba tan difícil y han salido de ella tan airosos.
Al estado de sitio del período bélico siguieron los procesos por delitos de alta traición, de lesa majestad y de
ofensas a los funcionarios y las persecuciones policíacas cada vez mayores de los tiempos de paz. Por lo menos
tres o cuatro miembros de la redacción del "Volksstaat" [17] se hallaban habitualmente al mismo tiempo en la
cárcel; lo mismo les ocurría a los demás periódicos. Cualquier orador del partido, que fuese algo conocido, debía
comparecer ante los tribunales por lo menos una vez al año, y casi siempre era condenado. Llovían los destierros,
las confiscaciones y las disoluciones de asambleas. Pero todo era en vano. Cada persona [179] detenida o
desterrada era sustituida inmediatamente por otra; por cada asamblea disuelta se convocaban otras dos; la firmeza
y el estricto cumplimiento de las leyes iban agotando la arbitrariedad policíaca. Todas las persecuciones
producían un efecto contrario: lejos de romper o siquiera doblar al partido obrero, no hicieron más que
proporcionarle nuevos afiliados y fortalecer su organización. En su lucha, lo mismo contra las autoridades que
contra burgueses aislados, los obreros dieron pruebas en todas partes de su superioridad intelectual y moral, y
demostraron, sobre todo en sus choques con los llamados «patronos», que ellos, los obreros, eran ahora unas
personas cultas, y los capitalistas, unos ignorantes. Al propio tiempo, en la mayoría de los casos luchan con un
profundo sentido del humor, prueba de que tienen confianza en su causa y conciencia de su superioridad. La
lucha así llevada, sobre un terreno preparado por la historia, debe producir grandes resultados. El éxito logrado
- 118 en las elecciones de enero constituye un caso sin precedentes en la historia del movimiento obrero moderno [18],
y se comprende perfectamente el asombro que ha provocado en toda Europa.
Los obreros alemanes tienen dos ventajas esenciales sobre los obreros del resto de Europa. La primera es la que
pertenecen al pueblo más teórico de Europa y que han conservado en sí ese sentido teórico, casi completamente
perdido por las clases llamadas «cultas» de Alemania. Sin la filosofía alemana que le ha precedido, sobre todo
sin la filosofía de Hegel, jamás se habría creado el socialismo científico alemán, el único socialismo científico
que ha existido. De haber carecido los obreros de sentido teórico, este socialismo científico nunca hubiera sido,
en la medida que lo es hoy, carne de su carne y sangre de su sangre. Y lo inmenso de esta ventaja lo demuestra,
por una parte, la indiferencia por toda teoría, que es una de las causas principales de que el movimiento obrero
inglés avance tan lentamente, a pesar de la excelente organización de algunos oficios, y, por otra, lo demuestran
el desconcierto y la confusión sembrados por el proudhonismo, en su forma primitiva, entre los franceses y los
belgas, y, en la forma caricaturesca que le ha dado Bakunin, entre los españoles y los italianos.
La segunda ventaja consiste en que los alemanes han sido casi los últimos en incorporarse al movimiento obrero.
Así como el socialismo teórico alemán jamás olvidará que se sostiene sobre los hombros de Saint-Simon, Fourier
y Owen --tres pensadores que, a pesar del carácter fantástico y de todo el utopismo de sus doctrinas, pertenecen a
las mentes más grandes de todos los tiempos, habiéndose anticipado genialmente a una infinidad de verdades,
cuya exactitud estamos demostrando ahora de un modo [180] científico--, así también el movimiento obrero
práctico alemán nunca debe olvidar que se ha desarrollado sobre los hombros del movimiento inglés y francés,
que ha tenido la posibilidad de sacar simplemente partida de su experiencia costosa, de evitar en el presente los
errores que entonces no había sido posible evitar en la mayoría de los casos. ¿Dónde estaríamos ahora sin el
precedente de las tradeuniones inglesas y de la lucha política de los obreros franceses, sin ese impulso colosal
que ha dado particularmente la Comuna de París?
Hay que hacer justicia a los obreros alemanes por haber aprovechado con rara inteligencia las ventajas de su
situación. Por primera vez desde que existe el movimiento obrero, la lucha se desarrolla en forma metódica en
sus tres direcciones concertadas y relacionadas entre sí: teórica, política y económico-práctica (resistencia a los
capitalistas). En este ataque concéntrico, por decirlo así, reside precisamente la fuerza y la invencibilidad del
movimiento alemán.
Esta situación ventajosa, por una parte, y, por otra, las peculiaridades insulares del movimiento inglés y la
represión violenta del francés hacen que los obreros alemanes se encuentren ahora a la cabeza de la lucha
proletaria. No es posible pronosticar cuánto tiempo les permitirán los acontecimientos ocupar este puesto de
honor. Pero, mientras lo sigan ocupando, es de esperar que cumplirán como es debido las obligaciones que les
impone. Para esto, tendrán que redoblar sus esfuerzos en todos los aspectos de la lucha y de la agitación. Sobre
todo los jefes deberán instruirse cada vez más en todas las cuestiones teóricas, desembarazarse cada vez más de
la influencia de la fraseología tradicional, propia de la vieja concepción del mundo, y tener siempre presente que
el socialismo, desde que se ha hecho ciencia, exige que se le trate como tal, es decir, que se le estudie. La
conciencia así lograda y cada vez más lúcida, debe ser difundida entre las masas obreras con celo cada vez
mayor, y se debe cimentar cada vez más fuertemente la organización del partido, así como la de los sindicatos.
Aunque los votos reunidos en enero por los socialistas representen ya un ejército hastante considerable, aún se
hallan lejos de constituir la mayoría de la clase obrera alemana; y por muy alentadores que sean los éxitos
logrados por la propaganda entre la población rural, aquí precisamente es donde aún queda infinitamente mucho
por hacer. No hay, pues, que cejar en la lucha; es preciso ir arrebatando al enemigo ciudad tras ciudad y distrito
electoral tras distrito electoral. Pero, es preciso ante todo mantener el verdadero espíritu internacional, que no
admite ningún chovinismo patriótico y que acoge con alegría todo progreso del movimiento proletario,
cualquiera que sea la nación donde se produzca. [181] Si los obreros alemanes siguen avanzando de este modo,
no es que marcharán al frente del movimiento --y no le conviene al movimiento que los obreros de una nación
cualquiera marchen al frente del mismo--, sino que ocuparán un puesto de honor en la línea de combate; y
estarán bien pertrechados para ello si, de pronto, duras pruebas o grandes acontecimientos reclaman de ellos
mayor valor, mayor decisión y energía.
- 119 Federico Engels
Londres, 1 de tulio de 1874
Publicado en el libro: Se publica de acuerdo con el texto :
Friedrich Engels. "Der Deutsche del libro. Bauernkrieg", Leipzig, 1875.
Traducido del alemán.
NOTAS
[1] 97. "Neue Rheinische Zeitung. Politisch-ökonomische Revue" («Nueva Gaceta del Rin. Revista de política y economía»), órgano
teórico de la Liga de los Comunistas, fundado por Marx y Engels. Se publicó en diciembre de 1849 a noviembre de 1850. Vieron la luz
seis números de la revista.- 167
[2] 98. El libro de Zimmermann "Allgemeine Geschichte des grosen Bauernkrieges" («Historia general de la gran guerra campesina»)
se publicó en Stuttgart en 1841-1843, en tres partes.- 167
[3] 99. Trátase del ala izquierda extrema de la Asamblea Nacional de Alemania que se reunía en Francfort del Meno durante la
revolución de 1848-1849; representaba preferentemente los intereses de la pequeña burguesía, pero contaba con el apoyo de una parte
de los obreros alemanes. La misión principal de la Asamblea era acabar con el fraccionamiento político del país y elaborar una
constitución para toda Alemania. Pero, en virtud de la pusilanimidad y las vacilaciones de la mayoría liberal, la Asamblea no se atrevió
a tomar en sus manos el poder supremo del país y no supo adoptar una actitud resuelta en los problemas fundamentales de la revolución
alemana. El 30 de mayo de 1849, la Asamblea tuvo que trasladar su sede a Stuttgart. El 18 de junio de 1849 fue disuelta por las tropas.167
[**********]***** C. Marx. "Las luchas de clases en Francia" (véase la presente edición, t. I, págs. 209-306). (N. de la Edit.)
[*] Véase la presente edición, t. 1, págs. 408-498. (N. de la Edit.)
[**] F. Engels. "La guerra campesina en Alemania". (N. de la Edit.)
[4] 100. Después de la derrota en la guerra austro-prusiana de 1866, al recrudecer la crisis del multinacional Estado de Austria, las
clases gobernantes del país pactaron con los terratenientes de Hungría y firmaron en 1867 un acuerdo de formación de la doble
monarquía de Austria-Hungría.- 169
[5] 101. Los nacional-liberales constituían el partido de la burguesía alemana fundado en el otoño de 1866. Se planteaban como
objetivo fundamental agrupar los Estados alemanes bajo la supremacía de Prusia; su política reflejaba la capitulación de la burguesía
liberal alemana ante Bismarck.- 169
[*] Baviera, Baden, Würtemberg. (N. de la Edit.)
[**] Hannover, Hessen-Kassel, Nassau. (N. de la Edit.)
[6] 102. El Partido Popular Alemán surgió en 1865 y constaba de elementos democráticos de la pequeña burguesía y, en parte, de la
burguesía, principalmente de los Estados del Sur de Alemania. El partido se oponía al establecimiento de la hegemonía de Prusia en
Alemania y defendía el plan de la llamada «Gran Alemania», en la que debían entrar tanto Prusia como Austria. Al preconizar la idea
del Estado alemán federal, el partido estaba en contra de la unificación de Alemania como república democrática centralizada.- 170
[7] 103. A mediados de los años 60 del siglo XIX, en Prusia, se estableció, para varias ramas de la industria, un sistema de permisos
especiales (concesiones), sin los cuales nadie podía dedicarse a actividades industriales. Esta legislación industrial semimedieval
suponía una traba para el desarrollo del capitalismo.- 170
[8] 19. La insurrección de Junio, heroica insurrección de los obreros de París el 23-26 de junio de 1848, reprimida con inaudita
crueldad por la burguesía francesa, fue la primera gran guerra civil entre el proletariado y la burguesía.- 25, 172, 190, 212, 219, 331
- 120 [9] 104. La batalla de Sadowa tuvo lugar el 3 de julio de 1866 en Bohemia y decidió el desenlace de la guerra austro-prusiana de 1866,
en favor de Prusia.- 172, 175, 203
[10] 105. Trátase del Congreso de la Internacional celebrado en Basilea del 6 al 11 de septiembre de 1869. El 10 de septiembre se
adoptó en él la siguiente resolución sobre la propiedad de la tierra, propuesta por los partidarios de Marx:
«1) La sociedad tiene el derecho a suprimir la propiedad privada sobre la tierra y convertir ésta en propiedad social.
2) Es preciso suprimir la propiedad privada sobre la tierra y convertir ésta en propiedad social».
En el Congreso fueron igualmente adoptados acuerdos de unificación de los sindicatos a escala nacional e internacional, así como
varios acuerdos para reforzar la Internacional en materia de organización y para ampliar los poderes del Consejo General.- 174, 264
[11] 104. La batalla de Sadowa tuvo lugar el 3 de julio de 1866 en Bohemia y decidió el desenlace de la guerra austro-prusiana de
1866, en favor de Prusia.- 172, 175, 203
[12] 106. El 2 de setiembre de 1870, el ejército francés fue derrotado en Sedán, quedando prisioneras las tropas, con el mismo
emperador. Del 5 de setiembre de 1870 al 19 de marzo de 1871, Napoleón III y el mando se hallaban en Wilhelmshöle (cerca de
Kassel), castillo de los reyes de Prusia. La catástrofe de Sedán precipitó la caída del Segundo Imperio y desembocó el 4 de setiembre de
1870 en la proclamación de la república en Francia. Se formó un Gobierno nuevo, el llamado «Gobierno de la Defensa Nacional».- 175,
192, 206, 216, 273
[13] 107. Al hablar del «Sacro Imperio alemán de la nación prusiana», Engels parafrasea el nombre del medieval Sacro Imperio
Romano germánico (véase la nota 136), subrayando que la unificación de Alemania se produjo bajo la supremacía de Prusia,
acompañada de la prusificación de las tierras alemanas.- 175
[*] Hannover, Hessen-Kassel, Nassau. (N. de la Edit.)
[14] 108. La Confederación de Alemania del Norte, encabezada por Prusia, comprendía 19 Estados y 3 ciudades libres de Alemania del
Norte y Central. Fue constituida en 1867 a propuesta de Bismarck. La formación de la Confederación significó una de las etapas
decisivas de la reunificación de Alemania bajo la hegemonía de Prusia. En enero de 1871, la Confederación dejó de existir debido a la
constitución del Imperio alemán.- 176, 210
[15] 109. Se alude a la inclusión de Bavaria, Baden, Würtemberg y Hesse-Darmstadt, en 1870, en la Confederación de la Alemania del
Norte.- 176
[**] Véase el presente tomo, págs. 369-370 (N. de la Edit.)
[***] Siempre adelante, sin apresurarse. (N. de la Edit.)
[*] Véase el presente tomo, págs. 167-175. (N. de la Edit.)
[16] 110. El 6 de agosto de 1870, las tropas prusianas derrotaron, en la batalla de Spickeren (Lorena), a las unidades francesas. En las
publicaciones históricas, esta batalla se llama también batalla de Forbach.
En la batalla de Mars-la-Tour (llamada también batalla de Vionville), las tropas alemanas consiguieron el 16 de agosto de 1870 detener
el Ejército francés del Rin, que se retiraba de la ciudad de Metz, y cortarle así el camino de repliegue.- 178
[17] 54. "Der Volksstaat" («El Estado del pueblo»), órgano central del Partido Socialdemócrata Obrero de Alemania (los
eisenachianos), se publicó en Leipzig del 2 de octubre de 1869 al 29 de setiembre de 1876. La dirección general corría a cargo de G.
Liebknecht, y el director de la editorial era A. Bebel. Marx y Engels colaboraban en el periódico, prestándole constante ayuda en la
redacción del mismo. Hasta 1869, el periódico salía bajo el título "Demokratisches Wochenblatt" (véase la nota 94).
Trátase del artículo de J. Dietzgen "Carlos Marx. «El Capital. Crítica de la Economía política»", Hamburgo, 1867, publicado en
"Demokratisches Wochenblatt", núms. 31, 34, 35 y 36 del año 1868.- 96, 178, 314, 324, 452, 455
[18] 111. En las elecciones del 10 de enero de 1874 al Reichstag, los socialdemócratas alemanes consiguieron que se eligiera a 9
diputados suyos, entre los cuales figuraban Bebel y Liebknecht, que a la sazón se hallaban en la cárcel.- 179
- 121 -
C. MARX
EL CONSEJO GENERAL DE LA ASOCIACION
INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES A
LOS MIEMBROS DEL COMITE DE LA SECCION
RUSA EN GINEBRA [1]
Ciudadanos:
En su reunión del 22 de marzo, el Consejo General declaró por voto unánime que el programa y los Estatutos de
ustedes están de acuerdo con los Estatutos generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores. El
Consejo General se apresuró a admitir la sección de ustedes en el seno de la Internacional. Yo acepto con
satisfacción el deber honorífico que ustedes me proponen: el de ser su representante en el Consejo General.
En su programa, ustedes dicen:
«... que el yugo imperial que oprime a Polonia es un freno para la libertad política, al igual que social, de ambos
pueblos: el ruso y el polaco».
Ustedes podrían añadir que la ocupación violenta de Polonia por Rusia es un puntal pernicioso y auténtica causa
de la existencia del régimen militar en Alemania y, por tanto, en todo el continente. Por eso, al trabajar para
romper las cadenas de Polonia, los socialistas rusos se plantean la generosa meta de destruir el régimen militar,
condición esencialmente necesaria para la liberación general del proletariado europeo.
Hace unos cuantos meses me mandaron desde Petersburgo la obra de Flerovski "La situación de la clase obrera
de Rusia". Es una verdadera revelación para Europa. El optimismo ruso, propagado [183] en el continente
incluso por los llamados revolucionarios, se denuncia implacablemente en esa obra. Su mérito no mermará si
digo que, en ciertos lugares, no satisface enteramente la crítica desde el punto de vista puramente teórico. Es un
escrito de un observador serio, de un trabajador intrépido, de un crítico imparcial, de un artista vigoroso y, ante
todo, de un hombre indignado con la tiranía en todos sus aspectos, de un hombre que no tolera los himnos
nacionales y que comparte apasionadamente todos los sufrimientos y las aspiraciones de la clase productora.
Obras como la de Flerovski y la de Cheroyshevski, su maestro de ustedes, hacen verdaderamente honor a Rusia y
prueban que su país comienza también a participar en el movimiento general de nuestro siglo.
Salud y fraternidad.
Carlos Marx
Londres, 24 de marzo de 1870
Publicado en el núm. 1 del periódico "Naródnoe Delo". Se publica de acuerdo con el texto del 15 de abril de
1870.
Traducido del ruso.
- 122 -
NOTAS
[1]
112. La Sección rusa de la I Internacional fue fundada en la primavera de 1870, en Suiza, por un grupo de emigrados políticos rusos,
procedentes de la juventud democrática del estado llano, educados en las ideas de los grandes demócratas revolucionarios
Chernyshevski y Dobroliúbov. A. Serno-Soloviévich, miembro de la Internacional, desempeñó un gran papel en la preparación de la
fundación de dicha sección. El 12 de marzo de 1870, el Comité de la sección envió al Consejo General su programa, Estatutos y una
carta a Marx pidiéndole que aceptase ser su representante en el Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores. El
programa de la Sección rusa definía de la siguiente manera las tareas que se le planteaban: «1. Propagar en Rusia por todos los medios
racionales posibles... las ideas y los principios de la Asociación Internacional. 2. Contribuir a la formación de secciones internacionales
entre las masas obreras rusas. 3. Ayudar al establecimiento de firmes lazos de solidaridad entre las clases trabajadoras de Rusia y las de
la Europa Occidental y contribuir mediante la ayuda mutua, al logro de la meta común de la emancipación» ("Naródnoe Delo", núm. 1,
15 de abril de 1870).
En la reunión del Consejo General del 22 de marzo de 1870, la Sección rusa fue admitida en la Internacional, y Marx asumió el deber
de representarla en el Consejo General. Los miembros de la Sección rusa —N. Utin, A. Trúsov, E. Barténeva, G. Barténev, E.
Dmítrieva y A. Korvin-Krukóvskaya— tomaron parte activa en el movimiento obrero suizo e internacional. La sección hizo intentos de
establecer contactos con el movimiento revolucionario en Rusia. Dejó de existir en 1872.- 182
C. MARX
EXTRACTO DE UNA COMUNICACION
CONFIDENCIAL [1]
4. El problema de que el Consejo General se separe del Consejo Federal para Inglaterra.
Mucho tiempo antes de la fundación de "L'Égalité" [2], esta propuesta fue planteada varias veces en el propio
Consejo General por uno o dos miembros ingleses de éste. Pero fue rechazada siempre casi por unanimidad.
La iniciativa revolucionaria partirá, sin duda, de Francia, pero sólo Inglaterra podrá servir de palanca para una
revolución económica seria. Es el único país en el que no hay ya campesinos y la propiedad sobre la tierra se
concentra en manos de unos cuantos propietarios. Es el único país en el que la forma capitalista, es decir, la
agrupación del trabajo en vasta escala bajo el poder de patronos capitalistas se ha extendido casi a toda la
producción. Es el único país en el que la gran mayoría de la población consta de trabajadores asalariados
(wages labourers). Es el único país en el que la lucha de clases y la organización de la clase obrera en las
tradeuniones han alcanzado cierto grado de madurez y universalidad. Merced a su dominación en el mercado
mundial, Inglaterra es el único país en el que cualquier viraje radical en las relaciones económicas tiene que
repercutir inmediatamente en todo el mundo. Si bien Inglaterra es el país clásico del sistema de los grandes
propietarios de tierra y del capitalismo, han madurado en ella más que en otros países las condiciones materiales
para la supresión de tal sistema. El Consejo General se ve colocado ahora en una [185] situación afortunada
merced a que esta gran palanca de la revolución proletaria se halla directamente en sus manos. ¡Qué locura,
incluso podría decirse crimen, sería dejar esa palanca en las manos sólo de los ingleses!
Los ingleses poseen todas las premisas materiales necesarias para la revolución social. Lo que les falta es
espíritu de generalización y fervor revolucionario. Sólo el Consejo General está en condiciones de remediarlo y
acelerar de este modo el movimiento auténticamente revolucionario en este país y, por consiguiente, en todas
partes. Los grandes éxitos que hemos logrado ya en este dominio los atestiguan los órganos más inteligentes e
- 123 influyentes de las clases dominantes, como, por ejemplo, "Pall Mall Gazette", "Saturday Review", "Spectator" y
"Fortnightly Review" [3], sin hablar ya de los llamados miembros radicales de la Cámara de los Comunes y de la
Cámara de los Lores, que hace poco todavía ejercían una gran influencia en los líderes de los obreros ingleses.
Nos acusan abiertamente de que hemos emponzoñado y casi erradicado el espíritu inglés de la clase obrera y la
hemos impulsado al socialismo revolucionario.
El único medio de lograr ese cambio consiste en actuar como Consejo General de la Asociación Internacional.
En tanto que Consejo General podemos sugerirles medidas (como, por ejemplo, la fundación de la "Liga de la
tierra y del trabajo" [4]) que, en lo sucesivo, al ser puestas en práctica, se presentarán ante el público como
movimientos espontáneos de la clase obrera inglesa.
Si, además del Consejo General, se instituyese un Consejo Federal, ¿cuáles serían los resultados inmediatos?
Ocupando un lugar intermedio entre el Consejo General de la Internacional y el Consejo General de las
tradeuniones, el Consejo Federal no gozaría de la menor autoridad. Por otra parte, el Consejo General de la
Internacional dejaría escapar de sus manos esa poderosa palanca. Si prefiriéramos la charlatanería al trabajo
serio y discreto, cometeríamos, posiblemente, un error como esta respuesta pública a la pregunta de "L'Egalité":
¿por qué el Consejo General tolera «tan abrumadora acumulación de funciones»?
No se puede considerar a Inglaterra como un país común y corriente. Hay que tratarla como la metrópoli del
capital.
5. El problema de la resolución del Consejo General sobre la amnistía irlandesa.
Si bien Inglaterra es el baluarte de los grandes propietarios de tierra y del capitalismo europeo, el único punto en
el que se le puede asestar un duro golpe a la Inglaterra oficial es Irlanda.
En primer lugar, Irlanda es el baluarte de los grandes propietarios de tierra ingleses. Si se desmorona en Irlanda
tendrá que desmoronarse también en Inglaterra. En Irlanda esto es cien [186] veces más fácil, dado que la lucha
económica se concentra allí en la propiedad territorial, dado que allí esta lucha es, a la vez, una lucha nacional
y dado que el pueblo de Irlanda es más revolucionario y está más exasperado que el de Inglaterra. El sistema de
la gran posesión de tierras se mantiene en Irlanda sólo con la ayuda del ejército inglés. Tan pronto como termine
la unión coercitiva [5] de estos dos países, estallará en Irlanda una revolución social, aunque bajo formas
anticuadas. El sistema inglés de gran posesión de tierras, además de perder una fuente importante de sus
riquezas, se verá privado también de la fuente más importante de su fuerza moral como representante de la
dominación de Inglaterra sobre Irlanda. Por otra parte, al dejar intacto el poderío de sus grandes propietarios de
tierra en Irlanda, el proletariado inglés los hace invulnerables en la propia Inglaterra.
En segundo lugar, la burguesía inglesa, además de explotar la miseria irlandesa para empeorar la situación de la
clase obrera de Inglaterra mediante la inmigración forzosa de irlandeses pobres, dividió al proletariado en dos
campos enemigos. El ardor revolucionario del obrero celta no se une armoniosamente a la naturaleza positiva,
pero lenta, del obrero anglosajón. Al contrario, en todos los grandes centros industriales de Inglaterra existe un
profundo antagonismo entre el proletario inglés y el irlandés. El obrero medio inglés odia al irlandés, al que
considera como un rival que hace que bajen los salarios y el standard of life [*]. Siente una antipatía nacional y
religiosa hacia él. Lo mira casi como los poor whites [*]* de los Estados meridionales de Norteamérica miraban a
los esclavos negros. La burguesía fomenta y conserva artificialmente este antagonismo entre los proletarios
dentro de Inglaterra misma. Sabe que en esta escisión del proletariado reside el auténtico secreto del
mantenimiento de su poderío.
Este antagonismo se reproduce también al otro lado del Atlántico. Desalojados de su tierra natal por los bueyes y
las ovejas, los irlandeses vuelven a encontrarse en los Estados Unidos, en los que constituyen una parte
considerable y creciente de la población. Su única idea, su única pasión es el odio hacia Inglaterra. Los gobiernos
inglés y norteamericano, es decir, las clases que representan, alimentan estas pasiones con el fin de eternizar la
- 124 lucha entre las naciones, que impide toda alianza seria y sincera entre los obreros de ambos lados del Atlántico
y, por consiguiente, impide su emancipación común.
Irlanda es el único pretexto del que se vale el Gobierno inglés [187] para mantener un gran ejército permanente,
al que, en caso de necesidad, como ha ocurrido ya, se lanza contra los obreros ingleses, después de que este
ejército haya adquirido experiencia militar en Irlanda. Finalmente, en Inglaterra se repite ahora lo que se pudo
observar en proporciones monstruosas en la Roma Antigua. Un pueblo que oprime a otro pueblo forja sus
propias cadenas.
Por tanto, la actitud de la Asociación Internacional en el problema de Irlanda es absolutamente clara. Su primer
objetivo es acelerar la revolución social en Inglaterra. Con tal fin es preciso asestar el golpe decisivo en Irlanda.
La resolución del Consejo General sobre la amnistía irlandesa no debe servir más que de introducción a otras
resoluciones, en las que se dirá que, sin hablar ya de justicia internacional, la condición preliminar de la
emancipación de la clase obrera inglesa es la transformación de la actual unión coercitiva, es decir, del
avasallamiento de Irlanda, en alianza igual y libre, si es posible, o en una separación completa, si hace falta.
NOTAS
[1]
113. La Comunicación confidencial fue escrita por Marx alrededor del 28 de marzo de 1870, al agravarse la lucha de los bakuninistas
dentro de la Internacional contra el Consejo General, Marx y sus partidarios. Ya el 1º de enero de 1870, en una reunión extraordinaria
del Consejo General se adoptó con ese motivo también una carta circular confidencial de Marx al Consejo federal de la Suiza francesa,
donde era grande la influencia de los bakuninistas. El texto de la carta fue comunicado luego a Bélgica y a Francia. La carta circular fue
incluida enteramente también en la Comunicación confidencial enviada por Marx, como secretario corresponsal para Alemania, al
Comité del Partido Socialdemócrata Alemán.
En la presente edición se publican los puntos 4 y 5 de la Comunicación confidencial, en los que se explica la actitud del Consejo
General hacia el movimiento obrero inglés y el de liberación nacional de Irlanda, violentamente criticados por los bakuninistas.
Partiendo de la importancia que tenía a la sazón el movimiento obrero inglés en la lucha común del proletariado internacional y, en
relación con ello, la necesidad de que el Consejo General dirigiese sin eslabones intermedios el movimiento obrero inglés, Marx explica
en el punto 4 de dicho trabajo por qué razón no convenía crear en Inglaterra, como en otros países, un Consejo federal de la
Internacional.
En el punto 5 de ese trabajo, Marx muestra, en el ejemplo de Irlanda e Inglaterra, la relación entre la lucha de liberación de los pueblos
avasallados y la revolución proletaria, el papel de las nacionalidades oprimidas como aliados naturales del proletariado.- 184[2]
114. "L'Égalité" («La Igualdad»), hebdomadario suizo, órgano de la Federación de la Internacional de la Suiza francesa, se publicó en
francés en Ginebra de diciembre de 1868 a diciembre de 1872. Estuvo cierto tiempo bajo la influencia de Bakunin. En enero de 1870, el
Consejo de la Federación de la Suiza francesa logró que se apartase a los bakuninistas de la redacción, después de lo cual, el periódico
pasó a apoyar la orientación del Consejo General.- 184, 270, 453
[3] 115. "The Pall Mall Gazzete" («La Gaceta Pall Mall») se publicó diariamente en Londres de 1865 a 1920; en los años 60-70 del
siglo XIX, el periódico se atenía a la orientación de los conservadores; de julio de 1870 a julio de 1871, Marx y Engels colaboraron en
la rotativa.
"The Saturday Review", véase la nota 55.
"The Spectator" («El Espectador»), hebdomadario inglés de tendencia liberal, se publicó en Londres desde 1828.
"The Fortnightly Review" («Revista bimensual»), revista histórica, filosófica y literaria de orientación liberal-burguesa; se publicó bajo
ese título en Londres de 1865 a 1934.- 185, 258[4]
- 125 116. La Liga de la tierra y del trabajo fue fundada en Londres con la participación del Consejo General en octubre de 1869. Se
incluyeron en su programa reivindicaciones de nacionalización de la tierra, reducción de la jornada de trabajo, sufragio universal y
organización de colonias agrícolas. Sin embargo, ya hacia el otoño de 1870 se incrementó en la Liga la influencia de elementos
burgueses y, hacia 1872, la organización perdió todo contacto con la Internacional.- 185
[5] 117. Trátase de la unión anglo-irlandesa que entró en vigor el 1º de enero de 1801. La Unión acabó con las últimas huellas de la
autonomía de Irlanda, suprimió el parlamento irlandés y condujo al completo sojuzgamiento de Irlanda por Inglaterra.- 186
[*] Nivel de vida. (N. de la Edit.)
[**] Blancos pobres. (N. de la Edit.)
- 126 -
C. MARX
LA GUERRA CIVIL EN FRANCIA [1]
INTRODUCCION DE FEDERICO ENGELS DE 1891 [2]
El requerimiento para reeditar el manifiesto del Consejo General de la Internacional sobre "La guerra civil en
Francia" y para escribir una introducción para él, me cogió desprevenido. Por eso sólo puedo tocar brevemente
aquí los puntos más importantes.
Hago preceder al extenso trabajo arriba citado los dos manifiestos más cortos del Consejo General sobre la
guerra franco-prusiana [*] . En primer lugar, porque en "La guerra civil" se hace referencia al segundo de estos
dos manifiestos, que, a su vez, no puede ser completamente comprendido si no se conoce el primero. Pero
además, porque estos dos manifiestos, escritos también por Marx, son, al igual que "La guerra civil", ejemplos
elocuentes de las dotes extraordinarias del autor —manifestadas por vez primera en "El dieciocho Brumario de
Luis Bonaparte" [*] — para ver claramente el carácter, el alcance y las consecuencias inevitables de los grandes
acontecimientos históricos, cuando éstos se desarrollan todavía ante nuestros ojos o acaban apenas de producirse.
Y, finalmente, porque en Alemania estamos aún padeciendo las consecuencias de aquellos acontecimientos, tal
como Marx los había pronosticado.
En el primer manifiesto se declaraba que si la guerra defensiva de Alemania contra Luis Bonaparte degeneraba
en una guerra de conquista contra el pueblo francés revivirían con redoblada intensidad todas las desventuras que
Alemania había experímentado después de la llamada guerra de liberación [3]. ¿Acaso no ha sucedido así? ¿No
hemos padecido otros veinte años de dominación bismarquiana, con su Ley de Excepción [4] y su batida
antisocialista en lugar de las persecuciones de demagogos [5] con las mismas arbitrariedades policíacas y la
misma, literalmente la misma, interpretación indignante de las leyes?
¿Y acaso no se ha cumplido al pie de la letra el pronóstico de que la anexión de Alsacia y Lorena «echaría a
Francia en brazos de Rusia» y de que Alemania con esta anexión se convertiría abiertamente en un vasallo de
Rusia o tendría, que prepararse, después de una breve tregua, para una nueva guerra, para «una guerra de razas,
una guerra contra las razas eslava y latina coligadas»? [*] ¿Acaso la anexión de las provincias francesas no ha
echado a Francia en brazos de Rusia? ¿Acaso Bismarck no ha implorado en vano durante veinte años los favores
del zar, y con servicios aún más bajos que aquellos con que la pequeña Prusia, cuando todavía no era la «primera
potencia de Europa», solía postrarse a los pies de la santa Rusia? ¿Y acaso no pende constantemente sobre
nuestras cabezas la espada de Damocles de otra guerra, que, al empezar, convertirá en humo de pajas todas las
alianzas de los soberanos selladas por los protocolos, una guerra en la que lo única cierto es la absoluta
incertidumbre de sus consecuencias; una guerra de razas que entregará a toda Europa a la obra devastadora de
quince o veinte millones de hombres armados, y que si no ha comenzado ya a hacer estragos es simplemente
porque hasta la más fuerte entre las grandes potencias militares tiembla ante la completa imposibilidad de prever
su resultado final?
De aquí que estemos aún más obligados a poner al alcance de los obreros alemanes esta brillante prueba, hoy
medio olvidada, de la profunda visión de la política internacional de la clase obrera en 1870.
Y lo que decimos de estos dos manifiestos también es aplicable a "La guerra civil en Francia". El 28 de mayo, los
últimos luchadores de la Comuna sucumbían ante la superioridad de fuerzas del enemigo en las faldas de
Belleville. Dos días después, el 30, Marx leía ya al Consejo General el texto del trabajo en que se esboza la
significación histórica de la Comuna de París, en trazos breves y enérgicos, pero tan precisos y sobre todo tan
exactos que no han [190] sido nunca igualados en toda la enorme masa de escritos publicados sobre este tema.
- 127 Gracias al desarrollo económico y político de Francia desde 1789, la situación en París desde hace cincuenta
años ha sido tal que no podía estallar en esta ciudad ninguna revolución que no asumiese en seguida un carácter
proletario, es decir, sin que el proletariado, que había comprado la victoria con su sangre, presentase sus propias
reivindicaciones después del triunfo conseguido. Estas reivindicaciones eran más o menos oscuras y hasta
confusas, a tono en cada período con el grado de desarrollo de los obreros de París, pero se reducían siempre a la
exigencia de abolir los antagonismos de clase entre capitalistas y obreros. A decir verdad, nadie sabía cómo se
podía conseguir esto. Pero la reivindicación misma, por vaga que fuese la manera de formularla, encerraba ya
una amenaza contra el orden social existente; los obreros que la mantenían estaban aún armados; por eso, el
desarme de los obreros era el primer mandamiento de los burgueses que se hallaban al frente del Estado. De aquí
que después de cada revolución ganada por los obreros se llevara a cabo una nueva lucha que acababa con la
derrota de éstos.
Así sucedió por primera vez en 1848. Los burgueses liberales de la oposición parlamentaria celebraban
banquetes abogando por una reforma electoral que había de garantizar la dominación de su partido. Viéndose
cada vez más obligados a apelar al pueblo en la lucha que sostenían contra el Gobierno, no tenían más remedio
que tolerar que los sectores radicales y republicanos de la burguesía y de la pequeña burguesía tomasen poco a
poco la delantera. Pero detrás de estos sectores estaban los obreros revolucionarios, que desde 1830 [6] habían
adquirido mucha más independencia política de lo que los burgueses e incluso los republicanos se imaginaban.
Al producirse la crisis entre el Gobierno y la oposición, los obreros comenzaron la lucha en las calles. Luis
Felipe desapareció, y con él la reforma electoral, viniendo a ocupar su puesto la república, y una república que
los mismos obreros victoriosos calificaban de república «social». Nadie sabía a ciencia cierta, ni los mismos
obreros, qué había que entender por república social. Pero los obreros tenían ahora armas y eran una fuerza
dentro del Estado. Por eso, tan pronto como los republicanos burgueses, que empuñaban el timón del Gobierno,
sintieron que pisaban terreno un poco más firme, su primera aspiración fue desarmar a los obreros. Para lograrlo
se les empujó a la insurrección de Junio de 1848 [7], por medio de una violación manifiesta de la palabra dada,
lanzándoles un desafío descarado e intentando desterrar a los parados a una provincia lejana. El Gobierno había
cuidado de asegurarse una aplastante superioridad de fuerzas. Después de cinco [191] días de lucha heroica, los
obreros sucumbieron. Y se produjo un baño en sangre con prisioneros indefensos como jamás se había visto en
los días de las guerras civiles con que se inició la caída de la República Romana [8]. Era la primera vez que la
burguesía ponía de manifiesto a qué insensatas crueldades de venganza es capaz de acudir tan pronto como el
proletariado se atreve a enfrentarse con ella, como clase aparte con intereses propios y propias reivindicaciones.
Y, sin embargo, lo de 1848 no fue más que un juego de chicos, comparado con la furia de la burguesía en 1871.
El castigo no se hizo esperar. Si el proletariado no estaba todavía en condiciones de gobernar a Francia, la
burguesía ya no podía seguir gobernándola. Por lo menos en aquel momento, en que su mayoría era todavía de
tendencia monárquica y se hallaba dividida en tres partidos dinásticos [9] y el cuarto republicano. Sus discordias
intestinas permitieron al aventurero Luis Bonaparte apoderarse de todos los puestos de mando —ejército, policía,
aparato administrativo— y hacer saltar, el 2 de diciembre de 1851 [10], el último baluarte de la burguesía: la
Asamblea Nacional. Así comenzó el Segundo Imperio, la explotación de Francia por una cuadrilla de
aventureros políticos y financieros, pero también, al mismo tiempo, un desarrollo industrial como jamás hubiera
podido concebirse bajo el sistema mezquino y asustadizo de Luis Felipe, en que la dominación exclusiva se
hallaba en manos de un pequeño sector de la gran burguesía. Luis Bonaparte quitó a los capitalistas el poder
político con el pretexto de defenderles, de defender a los burgueses contra los obreros, y, por otra parte, a éstos
contra la burguesía; pero, a cambio de ello, su régimen estimuló la especulación y las actividades industriales; en
una palabra, el auge y el enriquecimiento de toda la burguesía en proporciones hasta entonces desconocidas.
Cierto es que fueron todavía mayores las proporciones en que se desarrollaron la corrupción y el robo en masa,
que pululaban en torno a la Corte imperial y se llevaban buenos dividendos de este enriquecimiento.
Pero el Segundo Imperio era la apelación al chovinismo francés, la reivindicación de las fronteras del Primer
Imperio, perdidas en 1814, o al menos las de la Primera República [11]. Era imposible que subsistiese a la larga
un Imperio francés dentro de las fronteras de la antigua monarquía, más aún, dentro de las fronteras todavía más
amputadas de 1815. Esto implicaba la necesidad de guerras accidentales y de ensanchar las fronteras. Pero no
había zona de expansión que tanto deslumbrase la fantasía de los chovinistas franceses como las tierras alemanas
- 128 de la orilla izquierda del Rin. Para ellos, una milla cuadrada en el Rin valía más que diez en los Alpes o en
cualquier otro sitio. Proclamado el Segundo [192] Imperio, la reivindicación de la orilla izquierda del Rin fuese
de una vez o por partes, era simplemente una cuestión de tiempo. Y el tiempo llegó con la guerra austro-prusiana
de 1866. Defraudado en sus esperanzas de «compensaciones territoriales» por el engaño de Bismarck y por su
propia política demasiado astuta y vacilante, a Napoleón no le quedaba ahora más salida que la guerra, que
estalló en 1870 y le empujó primero a Sedán y después a Wilhelmshöhe [12].
La consecuencia inevitable fue la revolución de París del 4 de septiembre de 1870. El Imperio se derrumbó como
un castillo de naipes y nuevamente fue proclamada la república. Pero el enemigo estaba a las puertas. Los
ejércitos del Imperio estaban sitiados en Metz sin esperanza de salvación o prisioneros en Alemania. En esta
situación angustiosa, el pueblo permitió a los diputados parisinos del antiguo Cuerpo Legislativo constituirse en
un «Gobierno de la Defensa Nacional». Estuvo tanto más dispuesto a acceder a esto, cuanto que, para los fines de
la defensa, todos los parisinos capaces de empuñar las armas se habían enrolado en la Guardia Nacional y
estaban armados, con lo cual los obreros representaban dentro de ella una gran mayoría. Pero el antagonismo
entre el Gobierno, formado casi exclusivamente por burgueses, y el proletariado en armas no tardó en estallar. El
31 de octubre los batallones obreros tomaron por asalto el Hôtel de Ville y capturaron a algunos miembros del
Gobierno. Mediante una traición, la violación descarada por el Gobierno de su palabra y la intervención de
algunos batallones pequeñoburgueses, se consiguió ponerlos nuevamente en libertad y, para no provocar el
estallido de la guerra civil dentro de una ciudad sitiada por un ejército extranjero, se permitió seguir en funciones
al Gobierno constituido.
Por fin, el 28 de enero de 1871, la ciudad de París, vencida por el hambre, capituló. Pero con honores sin
precedente en la historia de las guerras. Los fuertes fueron rendidos, las murallas desarmadas, las armas de las
tropas de línea y de la Guardia Móvil entregadas, y sus hombres fueron considerados prisioneros de guerra. Pero
la Guardia Nacional conservó sus armas y sus cañones y se limitó a sellar un armisticio con los vencedores. Y
éstos no se atrevieron a entrar en París en son de triunfo. Sólo osaron ocupar un pequeño rincón de la ciudad, una
parte en que no había, en realidad, más que parques públicos, y, por anadidura, ¡sólo lo tuvieron ocupado unos
cuantos días! Y durante este tiempo, ellos, que habían tenido cercado a París por espacio de 131 días, estuvieron
cercados por los obreros armados de la capital, que montaban la guardia celosamente para evitar que ningún
«prusiano» traspasase los estrechos límites del rincón [193] cedido a los conquistadores extranjeros. Tal era el
respeto que los obreros de París infundían a un ejército ante el cual habían rendido sus armas todas las tropas del
Imperio. Y los junkers prusianos, que habían venido a tomarse la venganza en el hogar de la revolución, ¡no
tuvieron más remedio que pararse respetuosamente a saludar a esta misma revolución armada!
Durante la guerra, los obreros de París habíanse limitado a exigir la enérgica continuación de la lucha. Pero
ahora, sellada ya la paz [13] después de la capitulación de París, Thiers, nuevo jefe del Gobierno, tenía que darse
cuenta de que la dominación de las clases poseedoras —grandes terratenientes y capitalistas— estaba en
constante peligro mientras los obreros de París tuviesen en sus manos las armas. Lo primero que hizo fue intentar
desarmarlos. El 18 de marzo envió tropas de línea con orden de robar a la Guardia Nacional la artillería que era
de su pertenencia, pues había sido construida durante el asedio de París y pagada por suscripción pública. El
intento no prosperó; París se movilizó como un solo hombre para la resistencia y se declaró la guerra entre París
y el Gobierno francés, instalado en Versalles. El 26 de marzo fue elegida, y el 28 proclamada la Comuna de
París. El Comité Central de la Guardia Nacional, que hasta entonces había desempeñado las funciones de
gobierno, dimitió en favor de la Comuna, después de haber decretado la abolición de la escandalosa «policía de
moralidad» de París. El 30, la Comuna abolió la conscripción y el ejército permanente y declaró única fuerza
armada a la Guardia Nacional, en la que debían enrolarse todos los ciudadanos capaces de empuñar las armas.
Condonó los pagos de alquiler de viviendas desde octubre de 1870 hasta abril de 1871, incluyendo en cuenta
para futuros pagos de alquileres las cantidades ya abonadas, y suspendió la venta de objetos empeñados en el
monte de piedad de la ciudad. El mismo día 30 fueron confirmados en sus cargos los extranjeros elegidos para la
Comuna, pues «la bandera de la Comuna es la bandera de la República mundial». El 1 de abril se acordó que el
sueldo máximo que podría percibir un funcionario de la Comuna, y por tanto los mismos miembros de ésta, no
podría exceder de 6.000 francos (4.800 marcos). Al día siguiente, la Comuna decretó la separación de la Iglesia
del Estado y la supresión de todas las partidas consignadas en el presupuesto del Estado para fines religiosos,
- 129 declarando propiedad nacional todos los bienes de la Iglesia; como consecuencia de esto, el 8 de abril se ordenó
que se eliminase de las escuelas todos los símbolos religiosos, imágenes, dogmas, oraciones, en una palabra,
«todo lo que cae dentro de la órbita de la conciencia individual», orden que fue aplicándose gradualmente. El día
5, en vista de que las tropas de Versalles fusilaban diariamente a los combatientes [194] de la Comuna
capturados por ellas, se dictó un decreto ordenando la detención de rehenes, pero esta disposición nunca se llevó
a la práctica. El día 6, el 137 Batallón de la Guardia Nacional sacó a la calle la guillotina y la quemó
públicamente, entre el entusiasmo popular. El 12, la Comuna acordó que la Columna Triunfal de la plaza
Vendôme, fundida con el bronce de los cañones tomados por Napoleón después de la guerra de 1809, se
demoliese, como símbolo de chovinismo e incitación a los odios entre naciones. Esta disposición fue cumplida el
16 de mayo. El 16 de abril, la Comuna ordenó que se abriese un registro estadístico de todas las fábricas
clausuradas por los patronos y se preparasen los planes para reanudar su explotación con los obreros que antes
trabajaban en ellas, organizándoles en sociedades cooperativas, y que se planease también la agrupación de todas
estas cooperativas en una gran Unión. El 20, la Comuna declaró abolido el trabajo nocturno de los panaderos y
suprimió también las oficinas de colocación, que durante el Segundo Imperio eran un monopolio de ciertos
sujetos designados por la policía, explotadores de primera fila de los obreros. Las oficinas fueron transferidas a
las alcaldías de los veinte distritos de París. El 30 de abril, la Comuna ordenó la clausura de las casas de empeño,
basándose en que eran una forma de explotación privada de los obreros, en pugna con el derecho de éstos a
disponer de sus instrumentos de trabajo y de crédito. El 5 de mayo, dispuso la demolición de la Capilla
Expiatoria, que se había erigido para expiar la ejecución de Luis XVI.
Como se ve, el carácter de clase del movimiento de París, que antes se había relegado a segundo plano por la
lucha contra los invasores extranjeros, resalta con trazos netos y enérgicos desde el 18 de marzo en adelante.
Como los miembros de la Comuna eran todos, casi sin excepción, obreros o representantes reconocidos de los
obreros, sus acuerdos se distinguían por un carácter marcadamente proletario. Una parte de sus decretos eran
reformas que la burguesía republicana no se había atrevido a implantar sólo por vil cobardía y que echaban los
cimientos indispensables para la libre acción de la clase obrera, como, por ejemplo, la implantación del principio
de que, con respecto al Estado, la religión es un asunto de incumbencia puramente privada; otros iban
encaminados a salvaguardar directamente los intereses de la clase obrera, y, en parte, abrían profundas brechas
en el viejo orden social. Sin embargo, en una ciudad sitiada lo más que se podía alcanzar era un comienzo de
desarrollo de todas estas medidas. Desde los primeros días de mayo, la lucha contra los ejércitos levantados por
el Gobierno de Versalles, cada vez más nutridos, absorbió todas las energías.
El 7 de abril, los versalleses tomaron el puente sobre el Sena en Neuilly, en el frente occidental de París; en
cambio, el 11 fueron rechazados con grandes pérdidas por el general Eudes, en el frente sur. París estaba
sometido a constante bombardeo, dirigido además por los mismos que habían estigmatizado como un sacrilegio
el bombardeo de la capital por los prusianos. Ahora, estos mismos individuos imploraban al Gobierno prusiano
que acelerase la devolución de los soldados franceses hechos prisioneros en Sedán y en Metz, para que les
reconquistasen París. Desde comienzos de mayo, la llegada gradual de estas tropas dio una superioridad decisiva
a las fuerzas de Versalles. Esto se puso ya de manifiesto cuando, el 23 de abril, Thiers rompió las negociaciones,
abiertas a propuesta de la Comuna, para canjear al arzobispo de París [*] y a toda una serie de clérigos, presos en
la capital como rehenes, por un solo hombre, Blanqui, elegido por dos veces a la Comuna, pero preso en
Clairvaux. Y se hizo más patente todavía en el nuevo lenguaje de Thiers, que, de reservado y ambiguo, se
convirtió de pronto en insolente, amenazador, brutal. En el frente sur, los versalleses tomaron el 3 de mayo el
reducto de Moulin Saquet; el día 9 se apoderaron del fuerte de Issy, reducido por completo a escombros por el
cañoneo; el 14 tomaron el fuerte de Vanves. En el frente occidental avanzaban paulatinamente, apoderándose de
numerosos edificios y aldeas que se extendían hasta el cinturón fortificado de la ciudad y llegando, por último,
hasta la muralla misma; el 21, gracias a una traición y por culpa del descuido de los guardias nacionales
destacados en este sector, consiguieron abrirse paso hacia el interior de la ciudad. Los prusianos, que seguían
ocupando los fuertes del Norte y del Este, permitieron a los versalleses cruzar por la parte norte de la ciudad, que
era terreno vedado para ellos según los términos del armisticio, y, de este modo, avanzar atacando sobre un largo
frente, que los parisinos no podían por menos que creer amparado por dicho convenio y que, por esta razón,
tenían guarnecido con escasas fuerzas. Resultado de esto fue que en la mitad occidental de París, en los barrios
ricos, sólo se opuso una débil resistencia, que se hacía más fuerte y más tenaz a medida que las fuerzas atacantes
- 130 se acercaban al sector del Este, a los barrios propiamente obreros. Hasta después de ocho días de lucha no
cayeron en las alturas de Belleville y Ménilmontant los últimos defensores de la Comuna; y entonces llegó a su
apogeo aquella matanza de hombres desarmados, mujeres y niños, que había hecho estragos durante toda la
semana con furia creciente. Ya los fusiles de retrocarga no mataban bastante de prisa, y entraron en juego las
[196] ametralladoras para abatir por centenares a los vencidos. El Muro de los Federados del cementerio de Père
Luchaise, donde se consumó el último asesinato en masa, queda todavía en pie, testimonio mudo pero elocuente
del frenesí a que es capaz de llegar la clase dominante cuando el proletariado se atreve a reclamar sus derechos.
Luego, cuando se vio que era imposible matarlos a todos, vinieron las detenciones en masa, comenzaron los
fusilamientos de víctimas caprichosamente seleccionadas entre las cuerdas de presos y el traslado de los demás a
grandes campos de concentración, donde esperaban la vista de los Consejos de Guerra. Las tropas prusianas que
tenían cercado el sector nordeste de París recibieron la orden de no dejar pasar a ningún fugitivo, pero los
oficiales con frecuencia cerraban los ojos cuando los soldados prestaban más obediencia a los dictados de
humanidad que a las órdenes de superioridad; mención especial merece, por su humano comportamiento, el
cuerpo de ejército de Sajonia, que dejó paso libre a muchas personas, cuya calidad de luchadores de la Comuna
saltaba a la vista.
***
Si hoy, al cabo de veinte años, volvemos los ojos a las actividades y a la significación histórica de la Comuna de
París de 1871, advertimos la necesidad de completar un poco la exposición que se hace en "La guerra civil en
Francia".
Los miembros de la Comuna estaban divididos en una mayoría integrada por los blanquistas, que habían
predominado también en el Comité Central de la Guardia Nacional, y una minoría compuesta por afiliados a la
Asociación Internacional de los Trabajadores, entre los que prevalecían los adeptos de la escuela socialista de
Proudhon. En aquel tiempo, la gran mayoría de los blanquistas sólo eran socialistas por instinto revolucionario y
proletario; sólo unos pocos habían alcanzado una mayor claridad de principios; gracias a Vaillant, que conocía el
socialismo científico alemán. Así se explica que la Comuna dejase de hacer, en el terreno económico, muchas
cosas que, desde nuestro punto de vista actúal, debió realizar. Lo más difícil de comprender es indudablemente el
santo temor con que aquellos hombres se detuvieron respetuosamente en los umbrales del Banco de Francia. Fue
éste además un error político muy grave. El Banco de Francia en manos de la Comuna hubiera valido más que
diez mil rehenes. Hubiera significado la presión de toda la burguesía francesa sobre el Gobierno de Versalles
para que negociase la paz con la Comuna. Pero aún es más asombroso el acierto de muchas de las cosas que se
hicieron, a pesar de estar compuesta la Comuna de [197] proudhonianos y blanquistas. Por supuesto, cabe a los
proudhonianos la principal responsabilidad por los decretos económicos de la Comuna, lo mismo en lo que atañe
a sus méritos como a sus defectos; a los blanquistas les incumbe la responsabilidad principal por los actos y las
omisiones políticos. Y, en ambos casos, la ironía de la historia quiso —como acontece generalmente cuando el
poder cae en manos de doctrinarios— que tanto unos como otros hiciesen lo contrario de lo que la doctrina de su
escuela respectiva prescribía.
Proudhon, el socialista de los pequeños campesinos y maestros artesanos, odiaba positivamente la asociación.
Decía de ella que tenía más de malo que de bueno; que era por naturaleza estéril y aun perniciosa, como un
grillete puesto a la libertad del obrero; que era un puro dogma, improductivo y gravoso, contrario por igual a la
libertad del obrero y al ahorro de trabajo; que sus inconvenientes crecían más de prisa que sus ventajas; que, por
el contrario, la libre concurrencia, la división del trabajo y la propiedad privada eran otras tantas fuerzas
económicas. Sólo en los casos excepcionales —así calificaba Proudhon la gran industria y las grandes empresas
como, por ejemplo, los ferrocarriles— estaba indicada la asociación de los obreros. (Véase "Idée générale de la
révolution", 3er estudio.)
Pero hacia 1871, incluso en París, centro del artesanado artístico, la gran industria había dejado ya hasta tal punto
de ser un caso excepcional, que el decreto más importante de cuantos dictó la Comuna dispuso una organización
para la gran industria e incluso para la manufactura, que no se basaba sólo en la asociación de obreros dentro de
cada fábrica, sino que debía también unificar a todas estas asociaciones en una gran Unión; en resumen, en una
- 131 organización que, como Marx dice muy bien en "La guerra civil", forzosamente habría conducido en última
instancia al comunismo, o sea, a lo más antitético de la doctrina proudhoniana. Por eso, la Comuna fue la tumba
de la escuela proudhoniana del socialismo. Esta escuela ha desaparecido hoy de los medios obreros franceses; en
ellos, actualmente, la teoría de Marx predomina sin discusión, y no menos entre los «posibilistas» [14] que entre
los «marxistas». Sólo quedan proudhonianos en el campo de la burguesía «radical».
No fue mejor la suerte que corrieron los blanquistas. Educados en la escuela de la conspiración y mantenidos en
cohesión por la rígida disciplina que esta escuela supone, los blanquistas partían de la idea de que un grupo
relativamente pequeño de hombres decididos y bien organizados estaría en condiciones, no sólo de adueñarse en
un momento favorable del timón del Estado, sino que, desplegando una acción enérgica e incansable, sería capaz
de sostenerse hasta lograr arrastrar a la revolución a las masas del [198] pueblo y congregarlas en torno al
puñado de caudillos. Esto llevaba consigo, sobre todo, la más rígida y dictatorial centralización de todos los
poderes en manos del nuevo Gobierno revolucionario. ¿Y qué hizo la Comuna, compuesta en su mayoría
precisamente por blanquistas? En todas las proclamas dirigidas a los franceses de las provincias, la Comuna les
invita a crear una Federación libre de todas las Comunas de Francia con París, una organización nacional que,
por vez primera, iba a ser creada realmente por la misma nación. Precisamente el poder opresor del antiguo
Gobierno centralizado —el ejército, la policía política y la burocracia—, creado por Napoleón en 1798 y que
desde entonces hahía sido heredado por todos los nuevos gobiernos como un instrumento grato, empleándolo
contra sus enemigos, precisamente éste debía ser derrumbado en toda Francia, como había sido derrumbado ya
en París.
La Comuna tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al poder, no podía seguir
gobernando con la vieja máquina del Estado; que, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la
clase obrera tenía, de una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra ella, y,
de otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción,
revocables en cualquier momento. ¿Cuáles eran las características del Estado hasta entonces? En un principio,
por medio de la simple división del trabajo, la sociedad se creó los órganos especiales destinados a velar por sus
intereses comunes. Pero, a la larga, estos órganos, a la cabeza de los cuales figuraba el poder estatal,
persiguiendo sus propios intereses específicos, se convirtieron de servidores de la sociedad en señores de ella.
Esto puede verse, por ejemplo, no sólo en las monarquías hereditarias, sino también en las repúblicas
democráticas. No hay ningún país en que los «políticos» formen un sector más poderoso y más separado de la
nación que en Norteamérica. Allí cada uno de los dos grandes partidos que alternan en el Gobierno está a su vez
gobernado por gentes que hacen de la política un negocio, que especulan con las actas de diputado de las
asambleas legistativas de la Unión y de los distintos Estados federados, o que viven de la agitación en favor de su
partido y son retribuidos con cargos cuando éste triunfa. Es sabido que los norteamericanos llevan treinta años
esforzándose por sacudir este yugo, que ha llegado a ser insoportable, y que, a pesar de todo, se hunden cada vez
más en este pantano de corrupción. Y es precisamente en Norteamérica donde podemos ver mejor cómo progresa
esta independización del Estado frente a la sociedad, de la que originariamente debía ser un simple instrumento.
Allí no hay dinastía, ni nobleza, ni ejército permanente [199] —fuera del puñado de hombres que montan la
guardia contra los indios—, ni burocracia con cargos permanentes o derechos pasivos. Y, sin embargo, en
Norteamérica nos encontramos con dos grandes cuadrillas de especuladores políticos que alternativamente se
posesionan del poder estatal y lo explotan por los medios y para los fines más corrompidos; y la nación es
impotente frente a estos dos grandes cártels de políticos, pretendidos servidores suyos, pero que, en realidad, la
dominan y la saquean.
Contra esta transformación del Estado y de los órganos del Estado de servidores de la sociedad en señores de
ella, transformación inevitable en todos los Estados anteriores, empleó la Comuna dos remedios infalibles. En
primer lugar, cubrió todos los cargos administrativos, judiciales y de enseñanza por elección, mediante sufragio
universal, concediendo a los electores el derecho a revocar en todo momento a sus elegidos. En segundo lugar,
todos los funcionarios, altos y bajos, estaban retribuidos como los demás trabajadores. El sueldo máximo
abonado por la Comuna era de 6.000 francos. Con este sistema se ponía una barrera eficaz al arribismo y la caza
de cargos, y esto sin contar con los mandatos imperativos que, por añadidura, introdujo la Comuna para los
diputados a los cuerpos representativos.
- 132 En el capítulo tercero de "La guerra civil" se describe con todo detalle esta labor encaminada a hacer saltar el
viejo poder estatal y sustituirlo por otro nuevo y realmente democrático. Sin embargo, era necesario detenerse a
examinar aquí brevemente algunos de los rasgos de esta sustitución por ser precisamente en Alemania donde la
fe supersticiosa en el Estado se ha trasplantado del campo filosófico a la conciencia general de la burguesía e
incluso a la de muchos obreros. Según la concepción filosófica, el Estado es la «realización de la idea», o sea,
traducido al lenguaje filosófico, el reino de Dios en la tierra, el campo en que se hacen o deben hacerse realidad
la eterna verdad y la eterna justicia. De aquí nace una veneración supersticiosa del Estado y de todo lo que con él
se relaciona, veneración supersticiosa que va arraigando en las conciencias con tanta mayor facilidad cuanto que
la gente se acostumbra ya desde la infancia a pensar que los asuntos e intereses comunes a toda la sociedad no
pueden gestionarse ni salvaguardarse de otro modo que como se ha venido haciendo hasta aquí, es decir, por
medio del Estado y de sus funcionarios bien retribuidos. Y se cree haber dado un paso enormemente audaz con
librarse de la fe en la monarquía hereditaria y entusiasmarse por la república democrática. En realidad, el Estado
no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la república democrática que bajo
la monarquía; y en el mejor de los casos, es un mal que se transmite hereditariamente [200] al proletariado
triunfante en su lucha por la dominación de clase. El proletariado victorioso, lo mismo que hizo la Comuna, no
podrá por menos de amputar inmediatamente los lados peores de este mal, entretanto que una generación futura,
educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo este trasto viejo del Estado.
Ultimamente, las palabras «dictadura del proletariado» han vuelto a sumir en santo horror al filisteo
socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de
París: ¡he ahí la dictadura del proletariado!
Londres, en el vigésimo aniversario de la F. Engels
Comuna de París, 18 de marzo de 1891
Publicado en la revista "Die Neue Zeit"
NOTAS
[1] 118. La guerra civil en Francia es una de las más importantes obras del marxismo, en la que, sobre la base de la experiencia de la
Comuna de París, se desarrollan las principales tesis de la doctrina marxista sobre el Estado y la revolución. Fue escrita como
Manifiesto del Consejo General de la Internacional a todos los miembros de la Asociación Internacional de los Trabajadores en Europa
y los Estados Unidos.
En este trabajo se confirma y se desarrolla la tesis expuesta por Marx en "El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte" (véase la presente
edición, t. 1, págs. 408-498) acerca de la necesidad de que el proletariado destruya la máquina estatal burguesa. Marx saca la conclusión
de que «la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal y como está y servirse de ella
para sus propios fines» (véase el presente tomo, pág. 230). El proletariado debe destruirla y sustituirla con un Estado del tipo de la
Comuna de París. Esta conclusión de Marx acerca del Estado de nuevo tipo —del tipo de la Comuna de París— como forma estatal de
la dictadura del proletariado constituye el contenido principal de su nueva aportación a la teoría revolucionaria.
La obra de Marx "La guerra civil en Francia" tuvo gran propagación. En los años de 1871-1872 fue traducida a varias lenguas y
publicada en diversos países de Europa y en los EE.UU.— 188, 214
[2] 119. Engels escribió esta introducción para la tercera edición alemana del trabajo de Marx "La guerra civil en Francia" publicada en
1891 en conmemoración del 20 aniversario de la Comuna de París. En dicha edición, Engels incluye el primer y el segundo manifiesto
del Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores, escritos por Marx, acerca de la guerra franco-prusiana, manifiestos
que en las ediciones posteriores en diferentes lenguas se publican también junto con "La guerra civil en Francia".- 188
[**] Véase el presente tomo, págs. 200-205, 206-213. (N. de la Edit.)
[**] Véase la presente edición, t. 1, págs. 408-498. (N. de la Edit.)
- 133 [3] 120. Se alude a la guerra de liberación nacional del pueblo alemán contra la dominación napoleónica en 1813-1814.- 189
[4] 122. La Ley de Excepción contra los socialistas fue promulgada en Alemania el 21 de octubre de 1878. En virtud de la misma
quedaron prohibidas todas las organizaciones del Partido Socialdemócrata, las organizaciones obreras de masas y la prensa obrera.
Fueron confiscadas las publicaciones socialistas y se sometió a represiones a los socialdemócratas. Bajo la presión del movimiento
obrero de masas, la ley fue derogada el 1º de octubre de 1890.- 189, 318
[5] 121. Se denominaban demogagos en Alemania en los años 20 del siglo XIX a los participantes en el movimiento oposicionista de
los intelectuales alemanes que se pronunciaban contra el régimen reaccionario en los Estados alemanes y reivindicaban la unificación
de Alemania. Los «demagogos» eran víctimas de crueles persecuciones por parte de las autoridades alemanas.- 189
[**] Véase el presente tomo, pág. 210. (N. de la Edit.)
[6] 123. Trátase de la revolución burguesa de julio de 1830 en Francia.- 190
[7] 19. La insurrección de Junio, heroica insurrección de los obreros de París el 23-26 de junio de 1848, reprimida con inaudita
crueldad por la burguesía francesa, fue la primera gran guerra civil entre el proletariado y la burguesía.- 25, 172, 190, 212, 219, 331
[8] 124. Se alude a las guerras civiles de los años 44 a 27 a. de n. e., que desembocaron en la instauración del Imperio Romano.- 191
[9] 125. Trátase de los legitimistas, los orleanistas y los bonapartistas.
Legitimistas, partidarios de la dinastía de los Borbones, derrocada en Francia en 1792; representaban los intereses de la gran aristocracia
propietaria de tierras y del alto clero; constituyeron partido en 1830, después del segundo derrocamiento de la dinastía. En 1871, los
legitimistas se incorporaron a la cruzada común de las fuerzas contrarrevolucionarias para combatir a la Comuna de París.
Orleanistas, partidarios de los duques de Orleáns, rama menor de la dinastía de los Borbones, que se mantuvo en el poder desde la
revolución de julio de 1830 hasta la de 1848; representaban los intereses de la aristocracia financiera y la gran burguesía.- 191, 211, 221
[10] 126. Alusión al golpe de Estado de Luis Bonaparte efectuado el 2 de diciembre de 1851, con el que comienza el régimen
bonapartista del Segundo Imperio.- 191, 202, 229.
[11] 127. La Primera República fue proclamada en 1792, durante la Gran Revolución burguesa de Francia. Le siguieron en 1799 el
Consulado y, luego, el Primer Imperio de Napoleón I Bonaparte (1804-1814). En ese período, Francia sostuvo numerosas guerras,
ampliando considerablemente los límites del Estado.- 191
[12] 106. El 2 de setiembre de 1870, el ejército francés fue derrotado en Sedán, quedando prisioneras las tropas, con el mismo
emperador. Del 5 de setiembre de 1870 al 19 de marzo de 1871, Napoleón III y el mando se hallaban en Wilhelmshöle (cerca de
Kassel), castillo de los reyes de Prusia. La catástrofe de Sedán precipitó la caída del Segundo Imperio y desembocó el 4 de setiembre de
1870 en la proclamación de la república en Francia. Se formó un Gobierno nuevo, el llamado «Gobierno de la Defensa Nacional».- 175,
192, 206, 216, 273
[13] 128. Se alude al tratado preliminar de paz entre Francia y Alemania firmado en Versalles el 26 de febrero de 1871 por Thiers y J.
Favre, de una parte, y Bismarck, de otra. Según las condiciones del tratado, Francia cedía a Alemania el territorio de Alsacia y la parte
oriental de Lorena y le pagaba una contribución de guerra de 5 mil millones de francos. El tratado definitivo de paz fue firmado en
Francfort del Meno el 10 de mayo de 1871.- 193, 222, 314, 371
[*] Darboy (N. de la Edit.)
[14] 129. Los posibilistas formaban una corriente oportunista en el movimiento socialista de Francia. Sus dirigentes, entre otros,
Brousse y Malon, provocaron en 1882 la escisión del Partido Obrero Francés. Los líderes de esta corriente proclamaron el principio
reformista de procurar nada más que lo «posible».- 197
- 134 PRIMER MANIFlESTO DEL CONSEJO GENERAL DE LA ASOCIACION INTERNACIONAL
DE LOS TRABAJADORES SOBRE LA GUERRA FRANCO-PRUSIANA [15]
A LOS MIEMBROS DE LA ASOCIACION INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES EN
EUROPA Y LOS ESTADOS UNIDOS
En el Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores, fechado en noviembre de
1864, decíamos: «Si la emancipación de la clase obrera exige su fraternal unión y colaboración, ¿cómo van a
poder cumplir esta gran misión con una política exterior que persigue designios criminales, que pone en juego
prejuicios nacionales y dilapida en guerras de piratería la sangre y las riquezas del pueblo?» Y definíamos la
política exterior a que aspira la Internacional con estas palabras: «Reivindicar que las sencillas leyes de la moral
y de la justicia, que deben presidir las relaciones entre los individuos, sean las leyes supremas de las relaciones
entre las naciones» [*].
No puede asombrarnos que Luis Bonaparte, que usurpó su poder explotando la lucha de clases en Francia y lo
perpetuó mediante guerras periódicas en el exterior, tratase desde el primer momento a la Internacional como a
un enemigo peligroso. En vísperas del plebiscito [16], ordenó que se diese una batida contra los miembros de los
Comités administrativos de la Asociación Internacional de los Trabajadores de un extremo a otro de Francia: en
París, en Lyón, en Ruán, en Marsella, en Brest, etc., con el pretexto de que la Internacional era una sociedad
secreta y de que estaba complicada en un complot para asesinarle. Lo absurdo de [202] este pretexto fue puesto
de manifiesto poco después en toda su plenitud, por sus propios jueces. ¿Que delito habían cometido, en realidad,
las secciones francesas de la Internacional? El de decir al pueblo francés, pública y enérgicamente, que votar por
el plebiscito era votar por el despotismo en el interior y por la guerra en el exterior. Y fue obra suya, en realidad,
el que en todas las grandes ciudades, en todos los centros industriales de Francia, la clase ohrera se levantase
como un solo hombre para rechazar el plebiscito. Desgraciadamente, la profunda ignorancia de los distritos
rurales hizo inclinarse del lado contrario el platillo de la balanza. Las Bolsas, los gobiernos, las clases
dominantes y la prensa de toda Europa celebraron el plebiscito como un triunfo memorable del emperador
francés sobre la clase obrera de Francia; en realidad, el plebiscito fue la señal para el asesinato, no ya de un
individuo, sino de naciones enteras.
El complot de guerra de julio de 1870 [17] no es más que una edición corregida y aumentada del coup d'état de
diciembre de 1851 [18]. A primera vista la cosa parecía tan absurda que Francia no quería creer que aquello
fuese realmente en serio. Se inclinaba más bien a dar oídos al diputado [*] que denunciaba los discursos
belicosos de los ministros como una simple maniobra bursátil. Cuando. por fin, el 15 de julio, la guerra fue
oficialmente comunicada al Cuerpo legislativo, toda la oposición se negó a votar los créditos preliminares; hasta
el propio Thiers estigmatizó la guerra como «detestable»; todos los periódicos independientes de París la
condenaron y, cosa extraña, la prensa de provincias se unió a ellos casi unánimemente.
Mientras tanto, los miembros parisinos de la Internacional habían puesto de nuevo manos a la obra. En "Réveil"
[19] del 12 de julio publicaron su manifiesto "A los obreros de todas la naciones" del que tomamos las líneas
siguientes:
«Una vez más» —decían—, «bajo el pretexto del equilibrio europeo y del honor nacional, la paz del mundo se ve
amenazada por las ambiciones políticas. ¡Obreros de Francia, de Alemania, de España! ¡Unamos nuestras voces
en un grito unánime de reprobación contra la guerra!... ¡Guerrear por una cuestión de preponderancia o por una
dinastía tiene que ser forzosamente considerado por los obreros como un absurdo criminal! ¡Contestando a las
proclamas guerreras de quienes se eximen a sí mismos de la contribución de sangre y hallan en las desventuras
públicas una fuente de nuevas especulaciones, nosotros, los que queremos paz, trabajo y libertad alzamos nuestra
voz de protesta!... ¡Hermanos de Alemania! ¡Nuestras disensiones no harían más que asegurar el triunfo
completo del despotismo en ambas orillas del Rin!... ¡Obreros de todos los países! Cualquiera que sea por el
- 135 momento el resultado de nuestros esfuerzos comunes, nosotros, [203] miembros de la Asociación Internacional
de los Trabajadores, que no conoce fronteras, os enviamos, como prenda de una solidaridad indestructible, los
buenos deseos y los saludos de los trabajadores de Francia».
Este manifiesto de nuestras secciones parisinas fue seguido por numerosos llamamientos parecidos de otras
partes de Francia, entre los cuales sólo podremos citar aquí la declaración de la sección de Neuilly-syr-Seine,
publicada en la "Marseillaise" [20] del 22 de julio:
«¿Es justa esta guerra? ¡No! ¿Es nacional esta guerra? ¡No! Es una guerra puramente dinástica. En nombre de la
justicia, de la democracia, de los verdaderos intereses de Francia, nos adherimos por entero y con toda energía a
la protesta de la Internacional contra la guerra».
Estas protestas expresaban, como pronto había de probarlo un curioso incidente, los verdaderos sentimientos de
los obreros franceses. Como se lanzara a la calle la banda del 10 de diciembre [21] —organizada primeramente
bajo el mandato presidencial de Luis Bonaparte—, disfrazada con blusas de obreros, para representar las
contorsiones de la fiebre bélica, los obreros auténticos de los suburbios se echaron también a la calle en
manifestaciones públicas de paz, tan arrolladoras, que Pietri, el prefecto de policía, creyó prudente poner término
inmediatamente a toda política callejera, alegando que el leal pueblo de París había manifestado ya
suficientemente su patriotismo retenido durante tanto tiempo y su exuberante entusiasmo por la guerra.
Cualquiera que sea el desarrollo de la guerra de Luis Bonaparte con Prusia, en París ya han doblado las campanas
por el Segundo Imperio. Acabará como empezó, con una parodia. Pero no olvidemos que fueron los gobiernos y
las clases dominantes de Europa quienes permitieron a Luis Bonaparte representar durante diez y ocho años la
cruel farsa del Imperio restaurado.
Por parte de Alemania, la guerra es defensiva, pero ¿quién colocó a Alemania en el trance de tener que
defenderse? ¿Quién permitió a Luis Bonaparte guerrear contra ella? ¡Prusia! Fue Bismarck quien conspiró con el
mismísimo Luis Bonaparte, con el propósito de aplastar la oposicion popular dentro de su país y anexionar
Alemania a la dinastía de los Hohenzollern. Si la batalla de Sadowa [22] se hubiese perdido en vez de ganarse,
los batallones franceses habrían invadido Alemania como aliados de Prusia. Después de su triunfo, ¿pensó Prusia
un solo momento en oponer una Alemania libre a la Francia esclavizada? Todo lo contrario. Sin dejar de
conservar celosamente todos los encantos nativos de su antiguo sistema, les añadía todas las mañas del Segundo
Imperio: su despotismo efectivo y su democratismo fingido, sus supercherías políticas y sus trapicheos
financieros, [204] sus frases grandilocuentes y sus artes vulgares de ratero. Al régimen bonapartista, que hasta
ahora sólo había florecido en una orilla del Rin, le salió un émulo al otro lado. Así las cosas, ¿qué podía salir de
aquí más que la guerra?
Si la clase obrera alemana permite que la guerra actual pierda su carácter estrictamente defensivo y degenere en
una guerra contra el pueblo francés, el triunfo o la derrota serán igualmente desastrosos. Todas las miserias que
cayeron sobre Alemania después de su guerra llamada de liberación, renacerán con redoblada intensidad.
Pero los principios de la Internacional se hallan demasiado difundidos y demasiado firmemente arraigados entre
la clase obrera alemana para que temamos tan lamentable desenlace. Las voces de los obreros franceses han
encontrado eco en Alemania. Una asamblea obrera de masas celebrada en Brunswick el 16 de julio expresó su
absoluta solidaridad con el manifiesto de París, rechazó con desprecio toda idea de antagonismo nacional
respecto a Francia y cerró sus resoluciones con estas palabras:
«Somos enemigos de todas las guerras, pero sobre todo de las guerras dinásticas... Con profunda pena y gran
dolor, nos vemos obligados a soportar una guerra defensiva como un mal inevitable; pero, al mismo tiempo,
apelamos a toda la clase obrera alemana para que haga imposible la repetición de una desgracia social tan
inmensa, reivindicando para los pueblos mismos la potestad de decidir sobre la paz y la guerra y haciéndoles
dueños de sus propios destinos».
- 136 En Chemnitz, una asamblea de delegados, que representaban a 50.000 obreros de Sajonia, adoptó por
unanimidad la siguiente resolución:
«En nombre de la democracia alemana y especialmente de los obreros que forman el Partido Socialdemócrata,
declaramos que la guerra actual es una guerra exclusivamente dinástica... Nos congratulamos en estrechar la
mano fraternal que nos tienden los obreros de Francia... Fieles a la consigna de la Asociación Internacional de los
Trabajadores: «¡Proletarios de todos los países, uníos!», jamás olvidaremos que los obreros de todos los países
son nuestros amigos y los déspotas de todos los países, nuestros enemigos».
La sección berlinesa de la Internacional contestó también al manifiesto de París:
«Nos adherimos en cuerpo y alma a vuestra protesta... Solemnemente prometemos que ni el toque del clarín ni el
retumbar del cañón, ni la victoria ni la derrota, nos desviarán de nuestra causa común, que es laborar por la unión
de los obreros de todos los países».
¡Así sea!
Al fondo de esta lucha suicida se alza la figura siniestra de Rusia. Es un mal presagio que la señal para el
desencadenamiento de esta guerra se haya dado cuando el Gobierno ruso [205] acababa de terminar sus líneas
estratégicas de ferrocarril y estaba ya concentrando tropas en la dirección del Prut. Por muchas que sean las
simpatías que los alemanes puedan justamente reclamar en una guerra defensiva contra la agresión bonapartista,
las perderán de golpe si permiten que el Gobierno prusiano pida o acepte la ayuda de los cosacos. Recuerden
que, después de su guerra de independencia contra Napoleón I, Alemania yació durante varias generaciones
postrada a los pies del zar.
La clase obrera inglesa tiende su mano fraternal a los obreros de Francia y de Alemania. Está firmemente
convencida de que, cualquiera que sea el giro que tome la horrenda guerra inminente, la alianza de los obreros de
todos los países acabará por liquidar las guerras. El simple hecho de que, mientras la Francia y la Alemania
oficiales se lanzan a una lucha fratricida, entre los obreros de estos países se cruzan mensajes de paz y de
amistad; ya tan sólo este hecho grandioso, sin precedentes en la historia, abre la perspectiva de un porvenir más
luminoso. Demuestra que, frente a la vieja sociedad, con sus miserias económicas y sus demencias políticas, está
surgiendo una sociedad nueva, cuyo principio de política internacional será la paz, porque el gobernante nacional
será el mismo en todos los países: el trabajo.
La precursora de esta sociedad nueva es la Asociación Internacional de los Trabajadores.
256, High Holborn, London. W. C..
23 de julio de 1870
Escrito por C. Marx entre el 19 y el 23 de julio de 1870.
NOTAS
[15] 130. El Primer Manifiesto sobre la actitud de la Internacional respecto de la guerra franco-prusiana, escrito por Marx por encargo
del Consejo General nada más comenzar la contienda, así como el Segundo Manifiesto, escrito por Marx en setiembre de 1870, reflejan
la actitud de la clase obrera respecto del militarismo y la guerra y muestran la lucha que sostenían Marx y Engels contra las guerras
anexionistas y por la aplicación práctica de los principios del internacionalismo proletario. Marx muestra que con dichas
conflagraciones se persigue igualmente el fin de aplastar el movimiento revolucionario del proletariado. Marx subraya con mayor
fuerza la unidad de intereses de los obreros, alemanes y franceses y los llama a la lucha conjunta contra la política anexionista de las
clases gobernantes de ambos países.- 201, 206
- 137 [*] Véase el presente tomo, págs. 12, 13 (N. de la Edit.)
[16] 131. El plebiscito fue organizado por Napoleón III en mayo de 1870 para ver, según se decía, la actitud de las masas populares
hacia el Imperio. Las cuestiones sometidas a plebiscito estaban planteadas de tal forma que era imposible desaprobar la política del
Segundo Imperio sin pronunciarse, al mismo tiempo, contra toda reforma democrática. Las secciones de la I Internacional en Francia
denunciaron esta maniobra demagógica y recomendaron a todos sus miembros que se abstuviesen de votar. La víspera del plebiscito,
los miembros de la Federación de París fueron detenidos y acusados de participar en una conspiración que se planteaba el asesinato de
Napoleón III; el Gobierno se aprovechó de dicha acusación para organizar una amplia campaña de persecuciones contra los miembros
de la Internacional en las diversas ciudades de Francia. En el proceso judicial contra los miembros de la Federación de París, celebrado
del 22 de junio al 5 de julio de 1870, se puso al descubierto toda la falsedad de las acusaciones; sin embargo, varios miembros de la
Internacional fueron condenados a reclusión tan sólo por pertenecer a la Asociación Internacional de Trabajadores. Las persecuciones
contra la Internacional en Francia suscitaron protestas masivas de la clase obrera.- 201, 277
[17] 132. El 19 de julio de 1870 comenzó la guerra franco-prusiana.- 202
[18] 126. Alusión al golpe de Estado de Luis Bonaparte efectuado el 2 de diciembre de 1851, con el que comienza el régimen
bonapartista del Segundo Imperio.- 191, 202, 229.
[*] Julio Favre. (N. de la Edit.)
[19] 133. "Le Réveil" («El Despertar»), periódico francés, órgano de los republicanos de izquierda, se publicó bajo la redacción de C.
Delécluse, en París, de julio de 1868 a enero de 1871. Insertaba documentos de la Internacional y del movimiento obrero.- 202, 277
[20] 134. "La Marseillaise" («La Marsellesa»), diario francés, órgano de los republicanos de izquierda, se publicó en París de diciembre
de 1869 a setiembre de 1870. Insertaba documentos acerca de la actividad de la Internacional y del movimiento obrero.- 203, 277
[21] 135. Se alude a la Sociedad del 10 de diciembre, sociedad bonapartista secreta, formada principalmente por elementos desclasados,
aventureros políticos, representantes de la camarilla militar, etc.; sus componentes contribuyeron a la elección de Luis Bonaparte para la
Presidencia de la República Francesa el 10 de diciembre de 1848.- 203
[22] 104. La batalla de Sadowa tuvo lugar el 3 de julio de 1866 en Bohemia y decidió el desenlace de la guerra austro-prusiana de
1866, en favor de Prusia.- 172, 175, 203
LA GUERRA CIVIL EN FRANCIA
MANIFIESTO DEL CONSEJO GENERAL DE LA ASOCIACION INTERNACIONAL DE LOS
TRABAJADORES
A TODOS LOS MIEMBROS DE LA ASOCIACION EN EUROPA Y LOS ESTADOS UNIDOS
I
El 4 de septiembre de 1870, cuando los obreros de París proclamaron la república, casi instantáneamente
aclamada de un extremo de otro de Francia sin una sola voz disidente, una cuadrilla de abogados arribistas, con
Thiers como estadista y Trochu como general, se posesionaron del Hôtel de Ville. Por aquel entonces estaban
imbuidos de una fe tan fanática en la misión de París para representar a Francia en todas las épocas de crisis
históricas que, para legitimar sus títulos usurpados de gobernantes de Francia, consideraban suficiente exhibir sus
actas ya caducas de diputados por París. En nuestro segundo manifiesto sobre la pasada guerra, cinco días
después del encumbramiento de estos hombres, os decíamos ya quiénes eran [*]. Sin embargo, en la confusión
provocada por la sorpresa, con los verdaderos jefes de la clase obrera encerrados todavía en las prisiones
bonapartistas y los prusianos avanzando a toda marcha sobre París, la capital toleró que asumieran el poder bajo
la expresa condición de que su solo objetivo sería la defensa nacional. Ahora bien, París no podía ser defendido
- 138 sin armar a su clase obrera, organizándola como una fuerza efectiva y adiestrando a sus hombres en la guerra
misma. Pero París en armas era la revolución en armas. El triunfo de París sobre el agresor prusiano hubiera sido
el triunfo del obrero francés sobre el capitalista francés y sus parásitos dentro del Estado. En este conflicto entre
el deber nacional y el interés de clase, el gobierno de la defensa nacional no vaciló un instante en convertirse en
un gobierno de la traición nacional.
Su primer paso consistió en enviar a Thiers a deambular por todas las Cortes de Europa para implorar su
mediación, ofreciendo el trueque de la república por un rey. A los cuatro meses de comenzar el asedio de la
capital, cuando se creyó llegado el momento oportuno para empezar a hablar de capitulación, Trochu, en
presencia de Julio Favre y de otros colegas de ministerio, habló en los siguientes términos a los alcaldes de París
reunidos:
«La primera cuestión que mis colegas me plantearon, la misma noche del 4 de septiembre, fue ésta: ¿Puede París
resistir con alguna probabilidad de éxito un asedio de las tropas prusianas? No vacilé en contestar negativamente.
Algunos de mis colegas, aquí presentes, certificarán la verdad de mis palabras y la persistencia de mi opinión.
Les dije —en estos mismos términos— que, con el actual estado de cosas, el intento de París de afrontar un
asedio del ejército prusiano, sería una locura. Una locura heroica —añadía—, sin duda alguna; pero nada más...
Los hechos» (dirigidos por él mismo) «no han dado un mentís a mis previsiones».
Este precioso y breve discurso de Trochu fue publicado más tarde por el señor Corbon, uno de los alcaldes allí
presentes.
Así, pues, en la misma noche del día en que fue proclamada la república, los colegas de Trochu sabían ya que su
«plan» era la capitulación de París. Si la defensa nacional hubiera sido algo más que un pretexto para el gobierno
personal de Thiers, Favre y Cía., los advenedizos del 4 de septiembre habrían abdicado el 5, habrían puesto al
corriente al pueblo de París sobre el «plan» de Trochu y le habrían invitado a rendirse sin más o a tomar su
destino en sus propias manos. En vez de hacerlo así, aquellos infames impostores optaron por curar la locura
heroica de París con un tratamiento de hambre y de cabezas rotas, y engañarle mientras tanto con manifiestos
grandilocuentes, en los que se decía, por ejemplo, que Trochu, «el gobernador de París, jamás capitularía» y que
Julio Favre, ministro de Negocios Extranjeros, «no cedería ni una pulgada de nuestro territorio ni una piedra de
nuestras fortalezas». En una carta a Gambetta, este mismo Julio Favre confiesa que contra lo que ellos se
«defendían» no era contra los soldados prusianos, sino contra los obreros de París. Durante todo el sitio, los
matones bonapartistas a quienes Trochu, muy previsoramente, había confiado el mando del ejército de París, no
cesaban de hacer chistes desvergonzados, en sus cartas íntimas, sobre la bien conocida burla de la defensa (véase,
por ejemplo, [216] la correspondencia de Alfonso Simón Guiod, comandante en jefe de la artillería del ejército
de París y Gran Cruz de la Legión de Honor, con Susane, general de división de artillería, correspondencia
publicada en el "Journal Officiel" [36] de la Comuna). Por fin, el 28 de enero de 1871 [37], los impostores se
quitaron la careta. Con el verdadero heroísmo de la máxima abyección, el Gobierno de la Defensa Nacional, al
capitular, se convirtió en el gobierno de Francia integrado por prisioneros de Bismarck, papel tan bajo, que el
propio Luis Bonaparte, en Sedán [38], se arredró ante él. Después de los acontecimiento del 18 de marzo, en su
precipitada huida a Versalles, los capitulards [39] dejaron en las manos de París las pruebas documentales de su
traición, para destruir las cuales, como dice la Comuna en su proclama a las provincias,
«esos hombres no vacilarían en convertir a París en un montón de escombros bañado por un mar de sangre».
Además, algunos de los dirigentes del gobierno de la defensa tenían razones personales especialísimas para
buscar ardientemente este desenlace.
Poco tiempo después de sellado el armisticio, el señor Millière, uno de los diputados por París en la Asamblea
Nacional, fusilado más tarde por orden expresa de Julio Favre, publicó una serie de documentos judiciales
auténticos demostrando que Favre, que vivía en concubinato con la mujer de un borracho residente en Argel,
había logrado, por medio de las más descaradas falsificaciones cometidas a lo largo de muchos años, atrapar en
nombre de los hijos de su adulterio una cuantiosa herencia, con la que se hizo rico; y que en un pleito entablado
- 139 por los legítimos herederos, sólo pudo conseguir salvarse del escándalo gracias a la connivencia de los tribunales
bonapartistas. Como estos escuetos documentos judiciales no podían descartarse fácilmente, por mucha energía
retórica que se desplegase, Julio Favre, por primera vez en su vida, dejó la lengua quieta, aguardando en silencio
a que estallase la guerra civil, para denunciar frenéticamente al pueblo de París como a una banda de criminales
evadidos de presidio y amotinados abiertamente contra la familia, la religión, el orden y la propiedad. Y este
mismo falsario, inmediatamente después del 4 de septiembre, apenas llegado al Poder, puso en libertad, por
simpatía, a Pic y Taillefer, condenados por estafa bajo el propio Imperio, en el escandaloso asunto del periódico
"L'Étendard" [40]. Uno de estos caballeros, Taillefer, que tuvo la osadía de volver a París bajo la Comuna, fue
reintegrado inmediatamente a la prisión. Y entonces Julio Favre, desde la tribuna de la Asamblea Nacional,
exclamó que París estaba poniendo en libertad a todos los presidiarios.
Ernesto Picard, el Joe Miller [*] del gobierno de la defensa nacional, que se nombró a sí mismo ministro de
Hacienda de la república después de haberse esforzado en vano por ser ministro del Interior del Imperio, es
hermano de un tal Arturo Picard, individuo expulsado de la Bolsa de París por tramposo (véase el informe de la
Prefectura de Policía del 13 de julio de 1867) y convicto y confeso de un robo de 300.000 francos, cometido
siendo gerente de una de las sucursales de la "Société Générale" [41], rue Palestro, núm. 5 (véase el informe de la
Prefectura de Policía del 11 de diciembre de 1868). Este Arturo Picard fue nombrado por Ernesto Picard redactor
jefe de su periódico "L'Électeur Libre" [42]. Mientras los especuladores vulgares eran despistados por las
mentiras oficiales de esta hoja financiera ministerial, Arturo Picard andaba en un constante ir y venir del
Ministerio de Hacienda a la Bolsa, para negociar en ésta con los desastres del ejército francés. Toda la
correspondencia financiera cruzada entre este par de dignísimos hermanitos cayó en manos de la Comuna.
Julio Ferry, que antes del 4 de septiembre era un abogado sin pleitos, consiguió, como alcalde de París durante el
sitio, hacer una fortuna, amasada a costa del hambre de los demás. El día en que tenga que dar cuenta de sus
malversaciones, será también el día de su sentencia.
Como se ve, estos hombres soló podían encontrar "tickets-of-leave"[*]* entre las ruinas de París. Hombres así
eran precisamente los que Bismarck necesitaba. Hubo un barajar de naipes y Thiers, hasta entonces inspirador
secreto del gobierno, apareció ahora como su presidente, teniendo por ministros a "ticket-of-leave-men".
Thiers, ese enano monstruoso, tuvo fascinada durante casi medio siglo a la burguesía francesa por ser la
expresión intelectual más acabada de su propia corrupción como clase. Ya antes de hacerse estadista había
revelado su talento para la mentira como historiador. La crónica de su vida pública es la historia de las desdichas
de Francia. Unido a los republicanos antes de 1830, cazó una cartera bajo Luis Felipe, traicionando a Laffitte, su
protector. Se congració con el rey a fuerza de atizar motines del populacho contra el clero —durante los cuales
fueron saqueados la iglesia de Saint Germain L'Auxerrois y el palacio del arzobispo— [218] y actuando, como lo
hizo contra la duquesa de Berry [43], a la par de espía ministerial y de partero carcelario. La matanza de
republicanos en la rue Transnonain y las leyes infames de septiembre contra la prensa y el derecho de asociación
que la siguieron, fueron obra suya [44]. Al reaparecer como jefe del gobierno en marzo de 1840, asombró a
Francia con su plan de fortificar a París [45]. A los republicanos, que denunciaron este plan como un complot
siniestro contra la libertad de París, les replicó desde la tribuna de la Cámara de Diputados:
«¡Cómo! ¿Suponéis que puede haber fortificaciones que sean una amenaza contra la libertad? En primer lugar, es
calumniar a cualquier Gobierno, sea el que fuere, creyendo que puede tratar algún día de mantenerse en el Poder
bombardeando la capital... Semejante Gobierno sería, después de su victoria, cien veces más imposible que
antes».
En realidad, ningún gobierno se habría atrevido a bombardear París desde los fuertes más que el gobierno que
antes había entregado estos mismos fuertes a los prusianos.
Cuando el rey Bomba[*], en enero de 1848 , probó sus fuerzas contra Palermo, Thiers, que entonces llevaba
largo tiempo sin cartera, volvió a levantarse en la Cámara de los Diputados:
- 140 «Todos vosotros sabéis, señores diputados, lo que está pasando en Palermo. Todos vosotros os estremecéis de
horror» (en el sentido parlamentario de la palabra) «al oír que una gran ciudad ha sido bombardeada durante
cuarenta y ocho horas. ¿Y por quién? ¿Acaso por un enemigo exterior, que pone en práctica las leyes de la
guerra? No, señores diputados, por su propio gobierno. ¿Y por qué? Porque esta ciudad infortunada exigía sus
derechos. Y por exigir sus derechos, ha sufrido cuarenta y ocho horas de bombardeo.... Permitidme apelar a la
opinión pública de Europa. Levantarse aquí y hacer resonar, desde la que tal vez es la tribuna más alta de Europa,
algunas palabras» (sí, cierto, palabras) «de indignación contra actos tales, es prestar un servicio a la humanidad...
Cuando el regente Espartero, que había prestado servicios a su país» (lo que nunca hizo Thiers), «intentó
bombardear Barcelona para sofocar su insurrección, de todas partes del mundo se levantó un clamor general de
indignación».
Diez y ocho meses más tarde, el señor Thiers se contaba entre los más furibundos defensores del bombardeo de
Roma por un ejército francés [46]. La falta del rey Bomba debió consistir, por lo visto, en no haber hecho durar
el bombardeo más que cuarenta y ocho horas.
Pocos días antes de la revolución de Febrero, irritado por el largo destierro de cargos y pitanza a que le había
condenado Guizot, y venteando la inminencia de una conmoción popular, Thiers, en aquel estilo seudoheroico
que le ha valido el apodo de «Mirabeau-mouche» [*]*, declaraba ante el parlamento:
«Pertenezco al partido de la revolución, no sólo en Francia, sino en Europa. Yo querría que el gobierno de la
revolución no saliese de las manos de hombres moderados..., pero aunque el gobierno caiga en manos de
espíritus exaltados, incluso en las de los radicales, no por ello abandonaré mi causa. Perteneceré siempre al
partido de la revolución».
Vino la revolución de Febrero. Pero, en vez de desplazar al ministerio Guizot para poner en su lugar un
ministerio Thiers, como este hombrecillo había soñado, la revolución sustituyó a Luis Felipe por la república.
Durante los primeros días del triunfo popular se mantuvo cuidadosamente oculto, sin darse cuenta de que el
desprecio de los obreros le resguardaba de su odio. Sin embargo, con su proverbial valor, permaneció alejado de
la escena pública, hasta que las matanzas de Junio [47] le dejaron el camino expedito para su peculiar actuación.
Entonces, Thiers se convirtió en la mente inspiradora del partido del orden [48] y de su república parlamentaria,
ese interregno anónimo en que todas las fracciones rivales de la clase dominante conspiraban juntas para aplastar
al pueblo y las unas contra las otras en el empeño de restaurar cada cual su propia monarquía. Entonces como
ahora, Thiers denunció a los republicanos como el único obstáculo para la consolidación de la república;
entonces, como ahora, habló a la república como el verdugo a Don Carlos: «Tengo que asesinarte, pero es por tu
bien». Ahora, como entonces, tendrá que exclamar al día siguiente de su triunfo: L'Empire est fait, el Imperio
está hecho. Pese a sus prédicas hipócritas sobre las libertades necesarias y a su rencor personal contra Luis
Bonaparte, que se sirvió de él como instrumento, dando una patada al parlamento (fuera de cuya atmósfera
artificial nuestro hombrecillo queda, como él sabe muy bien, reducido a la nada), encontramos su mano en todas
las infamias del Segundo Imperio: desde la ocupación de Roma por las tropas francesas hasta la guerra con
Prusia, que él atizó arremetiendo ferozmente contra la unidad alemana, no por considerarla como un disfraz del
despotismo prusiano, sino como una usurpación contra el derecho conferido a Francia de mantener desunida a
Alemania. Aficionado a blandir a la faz de Europa, con sus brazos enanos, la espada del primer Napoleón, cuyo
limpiabotas histórico era, su política exterior culminó siempre en las mayores humillaciones de Francia, desde el
tratado de Londres de 1840 [49] hasta la capitulación de París en 1871 y la actual guerra civil, en la que lanza
contra París, con permiso especial de Bismarck, a los prisioneros de Sedán y Metz [50]. A pesar de la
versatilidad de su talento y de la variabilidad de sus propósitos, este hombre ha estado toda su vida encadenado a
la rutina más fósil. Se comprende que las corrientes subterráneas más profundas de la sociedad moderna [220]
permanecieran siempre ignoradas para él; pero hasta los cambios más palpables operados en su superficie
repugnaban a aquel cerebro, cuya energía había ido a concentrarse toda en la lengua. Por eso, no se cansó nunca
de denunciar como un sacrilegio toda desviación del viejo sistema proteccionista francés. Siendo ministro de
Luis Felipe, se mofaba de los ferrocarriles como de una loca quimera; y desde la oposición, bajo Luis Bonaparte
estigmatizaba como una profanación todo intento de reformar el podrido sistema militar de Francia. Jamás en su
larga carrera política, tuvo que acusarse de la más insignificante medida de carácter práctico. Thiers sólo era
- 141 consecuente en su codicia de riqueza y en su odio contra los hombres que la producen. Cogió su primera cartera,
bajo Luis Felipe, más pobre que una rata y la dejó siendo millonario. Su último ministerio, bajo el mismo rey (el
de 1 de marzo de 1840), le acarreó en la Cámara de los Diputados una acusación pública de malversación a la
que se limitó a replicar con lágrimas, mercancía que maneja con tanta prodigalidad como Julio Favre u otro
cocodrilo cualquiera. En Burdeos, su primera medida para salvar a Francia de la catástrofe financiera que la
amenazaba fue asignarse a sí mismo un sueldo de tres millones al año, primera y última palabra de aquella
«república ahorrativa», cuyas perspectivas había pintado a sus electores de París en 1869. El señor Beslay, uno
de sus antiguos colegas del Parlamento de 1830, que, a pesar de ser un capitalista, fue un miembro abnegado de
la Comuna de París, se dirigió últimamente a Thiers en un cartel mural:
«La esclavización del trabajo por el capital ha sido siempre la piedra angular de su política y, desde el día en que
vio la República del Trabajo instalada en el Hôtel de Ville, no ha cesado un momento de gritar a Francia: ¡Esos
son unos criminales!».
Maestro en pequeñas granujadas gubernamentales, virtuoso del perjurio y de la traición, ducho en todas esas
mezquinas estratagemas, maniobras arteras y bajas perfidias de la guerra parlamentaria de partidos; siempre sin
escrúpulos para atizar una revolución cuando no está en el Poder y para ahogarla en sangre cuando empuña el
timón del gobierno; lleno de prejuicios de clase en lugar de ideas y de vanidad en lugar de corazón; con una vida
privada tan infame como odiosa en su vida pública, incluso hoy, en que representa el papel de un Sila francés, no
puede por menos de subrayar lo abominable de sus actos con lo ridículo de su jactancia.
La capitulación de París, entregando a Prusia no sólo París, sino toda Francia, vino a cerrar la larga cadena de
intrigas traidoras [221] con el enemigo que los usurpadores del 4 de septiembre habían empezado aquel mismo
día, según dice el propio Trochu. De otra parte, esta capitulación inició la guerra civil, que ahora tenían que hacer
con la ayuda de Prusia, contra la república y contra París. Ya en los mismos términos de la capitulación se
contenía la encerrona. En aquel momento, más de una tercera parte del territorio estaba en manos del enemigo; la
capital se hallaba aislada de las provincias y todas las comunicaciones desorganizadas. En estas circunstancias
era imposible elegir una representación auténtica de Francia, a menos que se dispusiese de mucho tiempo para
preparar las elecciones. He aquí por qué el pacto de capitulación estipulaba que habría de elegirse una Asamblea
Nacional en el término de 8 días; así fue cómo la noticia de las elecciones que iban a celebrarse no llegó a
muchos sitios de Francia hasta la víspera de éstas. Además, según una cláusula expresa del pacto de capitulación,
esta Asamblea había de elegirse con el único objeto de votar por la paz o por la guerra, y para concluir en su caso
un tratado de paz. La población no podía dejar de sentir que los términos del armisticio hacían imposible la
continuación de la guerra y de que, para sancionar la paz impuesta por Bismarck, los peores hombres de Francia
eran los mejores. Pero, no contento con estas precauciones, Thiers, ya antes de que el secreto del armisticio fuera
comunicado a los parisinos, se puso en camino para una gira electoral por provincias, con objeto de galvanizar y
resucitar el partido legitimista, que ahora, unido a los orleanistas, habría de ocupar la vacante de los
bonapartistas, inaceptables por el momento. Thiers no tenía miedo a los legitimistas. Imposibilitados para
gobernar a la moderna Francia y, por tanto, desdeñables como rivales, ¿qué partido podía servir mejor como
instrumento de la contrarrevolución que aquel partido cuya actuación, para decirlo con palabras del mismo
Thiers (Cámara de Diputados, 5 de enero de 1833),
«había estado siempre circunscrita a tres recursos: la invasión extranjera, la guerra civil y la anarquía»?
Ellos, por su parte, creían firmemente en el advenimiento de su reino milenario retrospectivo, tanto tiempo
anhelado. Ahí estaban las botas de una invasión extranjera pisoteando a Francia; ahí estaban un Imperio caído y
un Bonaparte prisionero; y ahí estaban ellos otra vez. Evidentemente, la rueda de la historia había marchado
hacia atrás, hasta detenerse en la Chambre introuvable de 1816 [51]. En las asambleas de la república, de 1848 a
1851, estos elementos habían estado representados por sus cultos y entrenados campeones parlamentarios; ahora
irrumpían en escena los soldados de filas del partido, todos los Pourceaugnacs [*] de Francia.
En cuanto esta asamblea de «rurales» [52] se congregó en Burdeos, Thiers expuso con claridad a sus
componentes, que había que aprobar inmediatamente los preliminares de paz, sin concederles siquiera los
- 142 honores de un debate parlamentario, única condición bajo la cual Prusia les permitiría iniciar la guerra contra la
república y contra París, su baluarte. En realidad, la contrarrevolución no tenía tiempo que perder. El Segundo
Imperio había elevado a más del doble la deuda nacional y había sumido a todas las ciudades importantes en
deudas municipales gravosísimas. La guerra había aumentado espantosamente las cargas de la nación y había
devastado implacablemente sus recursos. Y para completar la ruina, allí estaba el Shylock [*] prusiano, con su
factura por el sustento de medio millón de soldados suyos en suelo francés y con su indemnización de cinco mil
millones [53], más el 5 por ciento de interés por los pagos aplazados. ¿Quién iba a pagar esta cuenta? Sólo
derribando violentamente la república podían los monopolizadores de la riqueza confiar en echar sobre los
hombros de los productores de ésta las costas de una guerra que ellos, los monopolizadores, habían
desencadenado. Y así, la incalculable ruina de Francia estimulaba a estos patrióticos representantes de la tierra y
del capital a empalmar, ante los mismos ojos del invasor y bajo su alta tutela, la guerra exterior con una guerra
civil, con una rebelión de los esclavistas.
En el camino de esta conspiración se alzaba un gran obstáculo: París. El desarme de París era la primera
condición para el éxito. Por eso, Thiers le conminó a que entregase las armas. París estaba, además, exasperado
por las frenéticas manifestaciones antirrepublicanas de la Asamblea de los «rurales» y por las declaraciones
equívocas del propio Thiers sobre el fundamento legal de la república; por la amenaza de decapitar y
descapitalizar a París; por el nombramiento de embajadores orleanistas; por las leyes de Dufaure sobre las letras
y los alquileres vencidos [54], que suponían la ruina para el comercio y la industria de París; por el impuesto de
dos céntimos creado por Pouyer-Quertier sobre cada ejemplar de todas las publicaciones imaginables; por las
sentencias de muerte contra Blanqui y Flourens; por la supresión de los periódicos republicanos; por el traslado
de la Asamblea Nacional a Versalles; por la prórroga del estado de sitio proclamado por Palikao y al que puso fin
el 4 de septiembre; por el nombramiento de Vinoy, el décembriseur [55], para gobernador de París, de Valentin,
el gendarme bonapartista, para prefecto de policía y de d'Aurelle de Paladines, el general jesuita, para
comandante en jefe de la Guardia Nacional parisina.
Y ahora vamos a hacer una pregunta al señor Thiers y a los caballeros de la defensa nacional, recaderos suyos. Es
sabido que, por mediación de el señor Pouyer-Quertier, su ministro de Hacienda, Thiers contrató un empréstito
de dos mil millones. Ahora bien, ¿es verdad o no:
1. que el negocio se estipuló asegurando una comisión de varios cientos de millones para los bolsillos
particulares de Thiers, Julio Favre, Ernesto Picard, Pouyer-Quertier y Julio Simon y
2. que no habría que hacer ningún pago hasta después de la «pacificación» de París [56]?
En todo caso, debía haber algo muy urgente en el asunto, pues Thiers y Julio Favre pidieron sin el menor pudor,
en nombre de la mayoría de la Asamblea de Burdeos, la inmediata ocupación de París por las tropas prusianas.
Pero esto no encajaba en el juego de Bismarck, como, a su regreso a Alemania, lo declaró éste, irónicamente y
sin tapujos, ante los asombrados filisteos de Francfort.
NOTAS
[*] Ver en "Obras Escogidas", Ed. Cartago, Bs. As., 1957, págs. 337-341. (N. de la Edit.)
[36] 145. El "Journal Officiel de la Repúblique Française" («Diario oficial de la República Francesa») se publicó en París desde el 20
de marzo hasta el 24 de mayo de 1871 y era el órgano oficial de la Comuna de París, manteniendo el nombre del diario oficial del
Gobierno de la República Francesa, que se publicaba en París desde el 5 de septiembre de 1870 (durante la Comuna de París se publicó
con el mismo nombre en Versalles el periódico del Gobierno de Thiers). El número del 30 de marzo salió con el título "Journal Officiel
de la Commune de Paris". La carta de Simon Guiod apareció en el periódico el 25 de abril de 1871.- 216
[37] 146. El 28 de enero de 1871, Bismarck y Favre, representante del Gobierno de la Defensa Nacional, suscribieron la «Convención
de armisticio y capitulación de París». La vergonzosa capitulación significaba la traición a los intereses nacionales de Francia. Al firmar
- 143 la Convención, Favre aceptó las humillantes exigencias prusianas de pagar en dos semanas una contribución de 200 millones de francos
y entregar la mayor parte de los fortines de París, la artillería de campaña y las municiones del ejército de París.- 216
[38] 106. El 2 de setiembre de 1870, el ejército francés fue derrotado en Sedán, quedando prisioneras las tropas, con el mismo
emperador. Del 5 de setiembre de 1870 al 19 de marzo de 1871, Napoleón III y el mando se hallaban en Wilhelmshöle (cerca de
Kassel), castillo de los reyes de Prusia. La catástrofe de Sedán precipitó la caída del Segundo Imperio y desembocó el 4 de setiembre de
1870 en la proclamación de la república en Francia. Se formó un Gobierno nuevo, el llamado «Gobierno de la Defensa Nacional».- 175,
192, 206, 216, 273
[39] 147. Capitulards (capituladores), apodo que se daba a los partidarios de la capitulación de París durante el asedio de 1870-1871.
Posteriormente, la palabra entró en el idioma francés para designar a todos los capituladores.- 216
[40] 148. "L'Étendard" («El Estandarte»), periódico francés de tendencia bonapartista, que se publicó en París desde 1866 hasta 1868.
Dejó de aparecer al descubrirse las estafas que le servían de fuentes de ingresos.- 216
[*] En lugar de Joe Miller, la edición alemana dice Karl Vogt, y la edición francesa, Falstaff. Joe Miller: conocido actor inglés del siglo
XVIII. Karl Vogt: demócrata burgués alemán, que se convirtió en agente de Napoleón III. Falstaff: personaje fanfarrón y aventurero de
las obras dramáticas de Shakespeare. (N. de la Edit.)
[41] 149. Trátase de la "Société Générale du Crédit Mobilier", gran banco francés (sociedad anónima), fundado en 1852. "Crédit
Mobilier" estaba estrechamente ligado a los medios gubernamentales del Segundo Imperio. En 1867, la Sociedad quedró, liquidándose
en 1871.- 217
[42] 150. "L'Électeur Libre" («El Elector Libre»), periódico francés, órgano de los republicanos de derecha, se publicó en París de 1868
a 1871; en 1870-1871 estuvo ligado al Ministerio de Finanzas del Gobierno de la Defensa Nacional.- 217
[**] En Inglaterra, suele darse a los delincuentes comunes, después de cumplir la mayor parte de la condena, unas licencias con las que
se les pone en libertad y bajo la vigilancia de la policía. Estas licencias se llaman tickets-of-leave, y a sus portadores se les conoce con
el nombre de ticket-of-leavemen. (Nota a la edición alemana de 1871.)
[43] 151. El 14 y el 15 de febrero de 1831, protestando contra una manifestación legitimista en la misa en memoria del duque de Berry,
en París, una multitud destrozó la iglesia de Saint Germain l'Auxerrois y el palacio del arzobispo de Quelen. Thiers, que presenció el
ataque a la iglesia y al palacio del arzobispo, les estuvo convenciendo a los soldados de la Guardia Nacional que dejaron a la multitud
hacer lo que quería.
En 1832, por disposición de Thiers, a la sazón ministro del Interior, fue detenida la duquesa de Berry, madre del duque de Chambord,
pretendiente al trono francés, y sometida a un humillante examen médico, con el fin de hacer público su matrimonio clandestino y
comprometerla políticamente.- 218
[44] 152. Marx se refiere al bochornoso papel de Thiers (a la sazón ministro del Interior) en el aplastamiento de la insurrección de las
masas populares de París contra el régimen de la monarquía de Julio el 13 y el 14 de abril de 1834. La estrangulación del movimiento
fue acompañada de atrocidades por parte de los militares, los cuales dieron muerte, en particular, a todos los moradores de una casa de
la calle Transnonain.
Las leyes de setiembre, leyes reaccionarias contra la prensa, fueron promulgadas por el Gobierno francés en setiembre de 1835. Con
arreglo a las mismas se castigaban con reclusión en la cárcel o con grandes multas en metálico los actos contra la propiedad y el
régimen político vigente.- 218
[45] 153. En enero de 1841, Thiers propuso en la Cámara de los diputados un proyecto de construcción de fortificaciones en torno a
París. En los medios democráticos revolucionarios se acogió ese proyecto como una medida preparatoria para aplastar los movimientos
populares. En el proyecto de Thiers se preveía la construcción de poderosos fortines en las cercanías de los barrios obreros.- 218
[*] Apodo de Fernando II, rey de las Dos Sicilias. (N. de la Edit.)
[46] 154. En abril de 1849, Francia aliada de Austria y Nápoles, organizó la intervención contra la República de Roma, con el fin de
aplastarla y restaurar el poder seglar del papa. Las fuerzas francesas bombardearon cruelmente la ciudad de Roma. Pese a su heroica
resistencia, la República fue derrocada, y Roma fue ocupada por las tropas francesas.- 218
[**] Mirabeau-mosca. (N. de la Edit.)
- 144 [47] 19. La insurrección de Junio, heroica insurrección de los obreros de París el 23-26 de junio de 1848, reprimida con inaudita
crueldad por la burguesía francesa, fue la primera gran guerra civil entre el proletariado y la burguesía.- 25, 172, 190, 212, 219, 331
[48] 155. El partido del orden, partido de la gran burguesía conservadora, surgió en 1848 y era una coalición de dos minorías
monárquicas de Francia: los legitimistas y los orleanistas (véase la nota 125); desde 1849 hasta el golpe de Estado del 2 de diciembre de
1851 tenía una situación dirigente en la Asamblea Legislativa de la Segunda República.- 219, 253
[49] 156. El 15 de julio de 1840, Inglaterra, Rusia, Prusia, Austria y Turquía suscribieron en Londres, sin la participación de Francia,
una convención de ayuda al sultán turco contra el gobernante egipcio Mohamed Alí, al que apoyaba Francia. La firma de esta
convención creó un peligro de guerra entre Francia y la coalición de las potencias europeas. Sin embargo, el rey Luis Felipe no se
atrevió a emprenderla y renunció a la ayuda a Mohamed Alí.- 219
[50] 157. Movido por el deseo de reforzar el ejército versallés para aplastar el movimiento revolucionario de París, Thiers se dirigió a
Bismarck pidiéndole permiso para aumentar el contingente de tropas a cuenta de los prisioneros de guerra, principalmente de los
ejércitos que habían capitulado en Sedán y Metz.- 219
[51] 158. La «Chambre introuvable» («Cámara inefable»), Cámara de los Diputados de Francia en los años 1815-1816 (los primeros
años de la Restauración), constaba de extremistas reaccionarios.- 221
[*] Personaje de una comedia de Moliére, que encarna al tipo del pequeño terrateniente obtuso y limitado. (Nota de la Ed.)
[52] 159. «Asamblea de los rurales» o «parlamento de terratenientes», apodo dado a la Asamblea Nacional de 1871, reunida en
Burdeos y constituida en su mayor parte por reaccionarios monárquicos: terratenientes de provincia, funcionarios, rentistas y
comerciantes elegidos en las circunscripciones rurales. Sobre un total de 630 diputados a la Asamblea, alrededor de 430 eran
monárquicos.- 222, 264
[*] Shylock: tipo de usurero del drama de Shakespeare «El mercader de Venecia». (Nota de la Ed.)
[53] 128. Se alude al tratado preliminar de paz entre Francia y Alemania firmado en Versalles el 26 de febrero de 1871 por Thiers y J.
Favre, de una parte, y Bismarck, de otra. Según las condiciones del tratado, Francia cedía a Alemania el territorio de Alsacia y la parte
oriental de Lorena y le pagaba una contribución de guerra de 5 mil millones de francos. El tratado definitivo de paz fue firmado en
Francfort del Meno el 10 de mayo de 1871.- 193, 222, 314, 371
[54] 160. El 10 de marzo de 1871, la Asamblea Nacional adoptó una ley prorrogando los pagos de las deudas contraídas entre el 13 de
agosto y el 12 de noviembre de 1870. Dicha ley no se extendía a las deudas contraídas después del 12 de noviembre. Eso asestó un duro
golpe a los obreros y las capas modestas de la población y suscitó la quiebra de muchos industriales y comerciantes pequeños.- 222
[55] 161. Se llamaba décembriseur (decembrista) a todo participante en el golpe de Estado emprendido por Luis Bonaparte el 2 de
diciembre de 1851 y partidario de las acciones en el espíritu de dicho golpe.- 222
[56] 162. Según informaban los periódicos, del empréstito interior emitido por el Gobierno de Thiers, el propio Thiers y otros miembros
de su Gobierno debían recibir más de 300 millones de francos en concepto de retribución de «corretaje». El 20 de junio de 1871,
después de aplastada la Comuna de París, la ley del empréstito fue aprobada.- 223
II
París armado era el único obstáculo serio que se alzaba en el camino de la conspiración contrarrevolucionaria.
Por eso había que desarmar a París. En este punto, la Asamblea de Burdeos era la sinceridad misma. Si los
bramidos frenéticos de sus «rurales» no lo hubiesen gritado bastante, habría disipado la última sombra de duda la
entrega de París por Thiers en las tiernas manos del triunvirato de Vinoy, el décembriseur, Valentin, el gendarme
- 145 bonapartista y d´Aurelle de Paladines, el general jesuita. Pero, al mismo tiempo que exhibían de un modo
insultante su verdadero propósito de desarmar a París, los conspiradores le pedían que entregase las armas con un
pretexto que era la más evidente, la más descarada de las mentiras. Thiers alegaba que la artillería de la Guardia
Nacional de París pertenecía al Estado y debía serle devuelta. La verdad era ésta: desde el día mismo de la
capitulación, en que los prisioneros de Bismarck firmaron la entrega de Francia, pero reservándose una nutrida
guardia de corps con la intención manifiesta de tener sujeto a París, éste se puso en guardia. La Guardia Nacional
se reorganizó y confió su dirección suprema a un Comité Central elegido por todos sus efectivos, con la sola
excepción de algunos remanentes de las viejas formaciones bonapartistas. La víspera del día en que entraron los
prusianos en París, el Comité Central tomó medidas para trasladar a Montmartre, Belleville y la Villette los
cañones y las ametralladoras traidoramente abandonados por los capituladores en los mismos barrios que los]
prusianos habían de ocupar o en las inmediaciones de ellos. Estos cañones habían sido adquiridos por suscripción
abierta entre la Guardia Nacional. Se habían reconocido oficialmente como propiedad privada suya en el pacto de
capitulación del 28 de enero y, precisamente por esto, habían sido exceptuados de la entrega general de armas del
gobierno a los conquistadores. ¡Tan carente se hallaba Thiers hasta del más tenue pretexto para abrir las
hostilidades contra París, que tuvo que recurrir a la mentira descarada de que la artillería de la Guardia Nacional
pertenecía al Estado!
La confiscación de sus cañones estaba destinada, evidentemente, a ser el preludio del desarme general de París y,
por tanto, del desarme de la revolución del 4 de septiembre. Pero esta revolución era ahora la forma legal del
Estado francés. La república, su obra, fue reconocida por los conquistadores en las cláusulas del pacto de
capitulación. Después de la capitulación, fue reconocida también por todas las potencias extranjeras, y la
Asamblea Nacional fue convocada en nombre suyo. La revolución obrera de París del 4 de septiembre era el
único título legal de la Asamblea Nacional congregada en Burdeos y de su poder ejecutivo. Sin ella, la Asamblea
Nacional hubiera tenido que dar paso inmediatamente al Cuerpo legislativo elegido en 1869 por sufragio
universal bajo el gobierno de Francia y no de Prusia, y disuelto a la fuerza por la revolución. Thiers y sus
hombres del "ticket-of-leave" hubieran tenido que rebajarse a pedir un salvoconducto firmado por Luis
Bonaparte para librarse de un viaje a Cayena [57]. La Asamblea Nacional, con sus plenos poderes para fijar las
condiciones de la paz con Prusia, no era más que un episodio de aquella revolución, cuya verdadera encarnación
seguía siendo el París en armas que la había iniciado, que por ella había sufrido un asedio de cinco meses, con
todos los horrores del hambre, y que con su resistencia sostenida a pesar del plan de Trochu había sentado las
bases para una tenaz guerra de defensa en las provincias. Y París sólo tenía ahora dos caminos; o rendir las
armas, siguiendo las órdenes humillantes de los esclavistas amotinados de Burdeos y reconociendo que su
revolución del 4 de septiembre no significaba más que un simple traspaso de poderes de Luis Bonaparte a sus
rivales monárquicos, o seguir luchando como el campeón abnegado de Francia, cuya salvación de la ruina y cuya
regeneración eran imposibles si no se derribaban revolucionariamente las condiciones políticas y sociales que
habían engendrado el Segundo Imperio y que, bajo la égida protectora de éste, maduraron hasta la total
putrefacción. París, extenuado por cinco meses de hambre, no vaciló ni un instante. Heroicamente, decidió correr
todos los riesgos de una resistencia [225] contra los conspiradores franceses, aun con los cañones prusianos
amenazándole desde sus propios fuertes. Sin embargo, en su aversión a la guerra civil a la que París había de ser
empujado, el Comité Central persistía aún en una actitud meramente defensiva, pese a las provocaciones de la
Asamblea, a las usurpaciones del Poder ejecutivo y a la amenazadora concentración de tropas en París y sus
alrededores.
Fue Thiers quien abrió la guerra civil al enviar a Vinoy, al frente de una multitud de guardias municipales y de
algunos regimientos de línea, en expedición nocturna contra Montmartre para apoderarse por sorpresa de los
cañones de la Guardia Nacional. Sabido es como este intento fracasó ante la resistencia de la Guardia Nacional y
la confraternización de las tropas de línea con el pueblo. D'Aurelle de Paladines había mandado imprimir de
antemano su boletín cantando la victoria, y Thiers tenía ya preparados los carteles anunciando sus medidas de
coup d'état. Ahora todo esto hubo de ser sustituido por los llamamientos en que Thiers comunicaba su
magnánima decisión de dejar a la Guardia Nacional en posesión de sus armas, con lo cual estaba seguro —
decía— de que ésta se uniría al gobierno contra los rebeldes. De los 300.000 guardias nacionales solamente 300
respondieron a esta invitación a pasarse al lado del pequeño Thiers contra ellos mismos. La gloriosa revolución
obrera del 18 de marzo se adueñó indiscutiblemente de París. El Comité Central era su gobierno provisional. Y
- 146 su sensacional actuación política y militar pareció hacer dudar un momento a Europa si lo que veía era una
realidad o sólo sueños de un pasado remoto.
Desde el 18 de marzo hasta la entrada de las tropas versallesas en París, la revolución proletaria estuvo tan exenta
de esos actos de violencia en que tanto abundan las revoluciones y más todavía las contrarrevoluciones de las
«clases superiores», que sus adversarios no pudieron denunciar más hechos que la ejecución de los generales
Lecomte y Clément Thomas y lo ocurrido en la plaza Vendôme.
Uno de los militares bonapartistas que tomaron parte en la intentona nocturna contra Montmartre, el general
Lecomte, ordenó por cuatro veces al 81º regimiento de línea que hiciese fuego sobre una muchedumbre inerme
en la plaza Pigalle y, como las tropas se negasen, las insultó furiosamente. En vez de disparar sobre las mujeres y
los niños, sus hombres dispararon sobre él. Naturalmente, las costumbres inveteradas adquiridas por los soldados
bajo la educación militar que les imponen los enemigos de la clase obrera no cambian en el preciso momento en
que estos soldados se pasan al campo de los trabajadores. Esta misma gente fue la que ejecutó a Clément
Thomas.
El «general» Clément Thomas, un antiguo sargento de caballería descontento, se había enrolado, en los últimos
tiempos del reinado de Luis Felipe, en la redacción del periódico republicano "Le National" [58], para prestar allí
sus servicios con la doble personalidad de hombre de paja (gérant responsable) y de espadachín de tan belicoso
periódico. Después de la revolución de Febrero, entronizados en el poder, los señores del "National" convirtieron
a este ex-sargento de caballería en general, en vísperas de la matanza de Junio, de la que él, como Julio Favre,
fue uno de los siniestros maquinadores, para convertirse después en uno de los más viles verdugos de los
sublevados. Después, desaparecieron él y su generalato por largo tiempo, para salir de nuevo a la superficie el 1
de noviembre de 1870. El día antes, el gobierno de defensa, copado en el Hôtel de Ville, había prometido
solemnemente a Blanqui, Flourens y otros representantes de la clase obrera, que dimitiría, poniendo el poder
usurpado en manos de la Comuna [59] que había de elegir libremente París. En vez de hacer honor a su palabra,
lanzaron sobre París a los bretones de Trochu, que venían a sustituir a los corsos de Bonaparte [60]. Unicamente
el general Tamisier se negó a manchar su nombre con aquella violación de la palabra dada y dimitió su puesto de
comandante en jefe de la Guardia Nacional. Clément Thomas le substituyó, volviendo otra vez a ser general.
Durante todo el tiempo de su mando, no guerreó contra los prusianos, sino contra la Guardia Nacional de París.
Impidió que ésta se armase de un modo completo, azuzó a los batallones burgueses contra los batallones obreros,
eliminó a los oficiales contrarios al «plan» de Trochu y disolvió con el estigma de cobardía a aquellos mismos
batallones proletarios cuyo heroísmo acaba de llenar de asombro a sus más encarnizados enemigos. Clément
Thomas sentíase orgullosísimo de haber reconquistado su preeminencia de junio como enemigo personal de la
clase obrera de París. Pocos días antes del 18 de marzo, había sometido a Le Flô, ministro de la Guerra, un plan
de su invención, para «acabar con la fine fleur [*] de la canaille de París». Después de la derrota de Vinoy, no
pudo menos de salir a la palestra como aficionado de espía. El Comité Central y los obreros de París son tan
responsables de la muerte de Clément Thomas y de Lecomte como la princesa de Gales de la suerte que
corrieron las personas que perecieron aplastadas entre la muchedumbre el día de su entrada en Londres.
La supuesta matanza de ciudadanos inermes en la plaza Vendôme es un mito que el señor Thiers y los «rurales»
silenciaron obstinadamente en la Asamblea, confiando su difusión exclusivamente [227] a la turba de criados del
periodismo europeo. Las «gentes de orden», los reaccionarios de París, temblaron ante el triunfo del 18 de
marzo. Para ellos, era la señal de la venganza popular, que por fin llegaba. Ante sus ojos se alzaron los espectros
de las víctimas asesinadas por ellos desde las jornadas de junio de 1848 hasta el 22 de enero de 1871 [61]. Pero
su pánico fue su solo castigo. Hasta los guardias municipales, en vez de ser desarmados y encerrados, como
procedía, tuvieron las puertas de París abiertas de par en par para huir a Versalles y ponerse a salvo. No sólo no
se molestó a las gentes de orden, sino que incluso se les permitió reunirse y apoderarse tranquilamente de más de
un reducto en el mismo centro de París. Esta indulgencia del Comité Central, esta magnanimidad de los obreros
armados que contrastaba tan abiertamente con los hábitos del «partido del orden», fue falsamente interpretada
por éste como la simple manifestación de un sentimiento de debilidad. De aquí su necio plan de intentar, bajo el
manto de una manifestación pacífica, lo que Vinoy no había podido lograr con sus cañones y sus ametralladoras.
El 22 de marzo, se puso en marcha desde los barrios de lujo un tropel exaltado de personas distinguidas, llevando
- 147 en sus filas a todos los elegantes petimetres y a su cabeza a los contertulios más conocidos del Imperio: los
Heeckeren, Coëtlogon, Henri de Pène, etc. Bajo la capa cobarde de una manifestación pacífica, estas bandas,
pertrechadas secretamente con armas de matones, se pusieron en orden de marcha, maltrataron y desarmaron a
las patrullas y a los puestos de la Guardia Nacional que encontraban a su paso y, al desembocar de la Rue de la
Paix en la plaza Vendôme, a los gritos de "¡Abajo el Comité Central! ¡Abajo los asesinos! ¡Viva la Asamblea
Nacional!", intentaron arrollar el cordón de puestos de guardia y tomar por sorpresa el cuartel general de la
Guardia Nacional. Como contestación a sus tiros de pistola, fueron dadas las sommations (equivalente francés
para el Acto de desórdenes inglés) [62] y, como resultasen inútiles, el general de la Guardia Nacional [*]* ordenó
fuego. Bastó una descarga para poner en fuga precipitada a aquellos estúpidos mequetrefes que esperaban que la
simple exhibición de su «porte distinguido» ejercería sobre la revolución de París el mismo efecto que los
trompetazos de Josué sobre las murallas de Jericó [63]. Al huir, dejaron tras ellos dos guardias nacionales
muertos, nueve gravemente heridos (entre ellos un miembro del Comité Central [*]**) y todo el escenario de su
hazaña sembrado de revólveres, puñales [228] y bastones de estoque, como prueba de convicción del carácter
«inerme» de su manifestación «pacífica». Cuando el 13 de junio de 1849, la Guardia Nacional de París organizó
una manifestación realmente pacífica para protestar contra el traidor asalto de Roma por las tropas francesas,
Changarnier, a la sazón general del partido del orden, fue aclamado por la Asamblea Nacional, y señaladamente
por el señor Thiers, como salvador de la sociedad por haber lanzado a sus tropas desde los cuatro costados contra
aquellos hombres inermes, por haberlos derribado a tiros y a sablazos y por haberlos pisoteado con sus caballos.
Se decretó entonces en París el estado de sitio. Dufaure hizo que la Asamblea aprobase a toda prisa nuevas leyes
de represión. Nuevas detenciones, nuevos destierros; comenzó una nueva era de terror. Pero las clases inferiores
hacen esto de otro modo. El Comité Central de 1871 no se ocupó de los héroes de la «manifestación pacífica»; y
así, dos días después, podían ya pasar revista ante el almirante Saisset para aquella otra manifestación, ya
armada, que terminó con la famosa huida a Versalles. En su repugnancia a aceptar la guerra civil iniciada por el
asalto con nocturnidad que Thiers realizó contra Montmartre, el Comité Central se hizo responsable esta vez de
un error decisivo: no marchar inmediatamente sobre Versalles, entonces completamente indefenso, acabando así
con los manejos conspirativos de Thiers y de sus «rurales». En vez de hacer esto, volvió a permitirse que el
partido del orden probase sus fuerzas en las urnas el 26 de marzo, día en que se celebraron las elecciones a la
Comuna. Aquel día, en las alcaldías de París, las «gentes del orden» cruzaron blandas palabras de conciliación
con sus demasiado generosos vencedores, mientras en su interior hacían el voto solemne de exterminarlos en el
momento oportuno.
Veamos ahora el reverso de la medalla. Thiers abrió su segunda campaña contra París a comienzos de abril. La
primera remesa de prisioneros parisinos conducidos a Versalles hubo de sufrir indignantes crueldades, mientras
Ernesto Picard, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, se paseaba por delante de ellos
escarneciéndolos, y mesdames Thiers y Favre, en medio de sus damas de honor(?), aplaudían desde los balcones
los ultrajes del populacho versallés. Los soldados de los regimientos de línea hechos prisioneros fueron
asesinados a sangre fría; nuestro valiente amigo el general Duval, el fundidor, fue fusilado sin la menor
apariencia de proceso; Galliffet, el chulo de su mujer, tan famosa por las desvergonzadas exhibiciones que hacía
de su cuerpo en las orgías del Segundo Imperio, se jactaba en una proclama de haber mandado asesinar a un
puñado de guardias nacionales con su capitán y su teniente, sorprendidos y desarmados [229] por sus cazadores.
Vinoy, el fugitivo, fue premiado por Thiers con la Gran Cruz de la Legión de Honor por su orden de fusilar a
todos los soldados de línea cogidos en las filas de los federales. Desmarets, el gendarme, fue condecorado por
haber descuartizado traidoramente como un carnicero al magnánimo y caballeroso Flourens que el 31 de octubre
de 1870 había salvado las cabezas de los miembros del Gobierno de la Defensa [64]. Thiers, con manifiesta
satisfacción, se extendió sobre los «alentadores detalles» de este asesinato en la Asamblea Nacional. Con la
inflada vanidad de un pulgarcito parlamentario a quien se permite representar el papel de un Tamerlán, negaba a
los que se rebelaban contra Su Poquedad todo derecho de beligerantes civilizados, hasta el derecho de la
neutralidad para sus hospitales de sangre. Nada más horrible que este mono, ya presentido por Voltaire [*], a
quien le fue permitido durante algún tiempo dar rienda suelta a sus instintos de tigre (ver apéndices, pág. 35)[*]*
Después del decreto dado por la Comuna el 7 de abril, ordenando represalias y declarando que tal era su deber
«para proteger a París contra las hazañas canibalescas de los bandidos de Versalles, exigiendo ojo por ojo y
diente por diente» [65], Thiers siguió dando a los prisioneros el mismo trato salvaje, y encima insultándolos en
- 148 sus boletines del modo siguiente: «Jamás la mirada angustiada de hombres honrados ha tenido que posarse sobre
semblantes tan degradados de una degradada democracia». Los hombres honrados eran Thiers y sus licenciados
de presidio como ministros. No obstante, los fusilamientos de prisioneros cesaron por algún tiempo. Pero, tan
pronto como Thiers y sus generales decembristas [66] se convencieron de que aquel decreto de la Comuna sobre
las represalias no era más que una amenaza inocua, de que se respetaba la vida hasta a sus gendarmes espías
detenidos en París con el disfraz de guardias nacionales, hasta a guardias municipales cogidos con granadas
incendiarias, entonces los fusilamientos en masa de prisioneros se reanudaron y se prosiguieron sin interrupción
hasta el final. Las casas en que se habían refugiado guardias nacionales eran rodeadas por gendarmes, rociadas
con petróleo (primera vez que se emplea en esta guerra) y luego incendiadas; los cuerpos carbonizados eran
sacados luego por el hospital de sangre de la Prensa situado en Les Ternes. Cuatro guardias nacionales se
rindieron a un destacamento de cazadores montados, el 25 de abril, en Belle Epine, fueron luego fusilados, uno
tras otro, por un capitán, digno discípulo de Galliffet. Scheffer, una de estas cuatro víctimas, a quien [230] se
había dejado por muerto, llegó arrastrándose hasta las avanzadillas de París y relató este hecho ante una comisión
de la Comuna. Cuando Tolain interpeló al ministro de la Guerra acerca del informe de esta comisión, los
«rurales» ahogaron su voz y no dejaron a Le Flô contestarle. Hubiera sido un insulto para su «glorioso» ejército
el hablar de sus hazañas. El tono impertinente con que los boletines de Thiers anunciaron la matanza a
bayonetazos de los guardias nacionales sorprendidos durmiendo en Moulin Saquet y los fusilamientos en masa
en Clamart alteraron hasta los nervios del "Times" [67] de Londres, que no peca precisamente de exceso de
sensibilidad. Pero sería ridículo, hoy, empeñarse en enumerar las simples atrocidades preliminares perpetradas
por los que bombardearon a París y fomentaron una rebelión esclavista protegida por la invasión extranjera. En
medio de todos estos horrores, Thiers, olvidándose de sus lamentaciones parlamentarias sobre la espantosa
responsabilidad que pesa sobre sus hombros de enano, se jacta en sus boletines de que l´Assamblée siège
paisiblement (de que la Asamblea delibera plácidamente), y con sus jolgorios inacabables, unas veces con los
generales decembristas y otras veces con los príncipes alemanes, prueba que su digestión no se ha alterado en lo
más mínimo, ni siqiera por los espectros de Lecomte y Clément Thomas.
NOTAS
[57] 163. Cayena, ciudad de la Guayana Francesa en América del Sur; presidio y lugar de deportación de presos políticos. 224
[58] 164. "Le National" («El Nacional»), diario francés, se publicó en París de 1830 a 1851; órgano de los republicanos burgueses
moderados.- 226
[59] 165. El 31 de octubre de 1870, los obreros de París y la parte revolucionaria de la Guardia Nacional, al tener noticia del acuerdo
adoptado por el Gobierno de la Defensa Nacional de empezar negociaciones con los prusianos, se sublevaron y, tras de apoderarse del
ayuntamiento, crearon el Comité de Salud Pública, órgano de poder revolucionario, con Blanqui al frente. Bajo la presión de los
obreros, el Gobierno de la Defensa Nacional tuvo que dar la promesa de dimisión y convocar para el 1º de noviembre las elecciones a la
Comuna. Pero, el Gobierno se aprovechó de la deficiente organización de las fuerzas revolucionarias de París y las divergencias entre
los dirigentes de la insurrección —los blanquistas y los demócratas jacobinos pequeñoburgueses— y recurrió a los batallones leales de
la Guardia Nacional para volver a tomar el ayuntamiento y restablecer su propio poder.- 226
[60] 166. «Los bretones», guardia móvil bretona que Trochu utilizó como tropas de gendarmes para reprimir el movimiento
revolucionario de París.
Los «corsos» constituían una parte considerable del cuerpo de gendarmes del Segundo Imperio.- 226
[*] La crema. (N. de la Ed.)
[61] 167. El 22 de enero de 1871, a iniciativa de los blanquistas se celebró una manifestación revolucionaria del proletariado parisino y
de la Guardia Nacional reivindicando el derrocamiento del Gobierno y la creación de la Comuna. Por orden del Gobierno, la
manifestación fue ametrallada por los «móviles» bretones, la guardia del ayuntamiento. Tras de aplastar por medio del terror el
movimiento revolucionario, el Gobierno emprendió la preparación de la capitulación de París.- 227
- 149 [62] 168. Sommations (intimación previa de dispersarse), medida prevista por la ley de varios Estados burgueses de triple intimación a
la multitud para que se disperse, después de lo cual se puede emplear la fuerza armada.
El Acto de desórdenes (Riot act) entró en vigor en Inglaterra en 1715, prohibiendo toda clase de «aglomeración sediciosa» de más de 12
personas: en caso de infracción de dicha ley, las autoridades tenían la obligación de dar lectura a una intimación especial y recurrir a la
fuerza si los intimados no se dispersaban a lo largo de una hora.- 227
[**] Maljournal. (N. de la Edit.)
[63] 169. Las murallas de Jericó, antigua ciudad de Palestina, cayeron, según la Biblia, al son de las trompas sagradas de los hebreos.
Alusión a una fortaleza que se desmorona en un instante.- 227
[***] Maljournal. (N. de la Edit.)
[64] 170. Durante los acontecimientos del 31 de octubre (véase la nota 165), Flourens no dejó que se fusilara a los miembros del
Gobierno de la Defensa Nacional, a lo que exhortaba un participante de la insurrección.- 229.
[*] Ver Voltaire, "Cándido", capítulo 22. (N. de la Edit.)
[**] Véase el presente tomo, págs. 256-257 (N. de la Edit.)
[65] 171. El decreto de los rehenes, de que habla Marx, fue promulgado por la Comuna el 5 de abril de 1871 (Marx lo fecha con arreglo
a su publicación en la prensa inglesa). Según el decreto, todos los acusados de tener relaciones con Versalles, en el caso de comprobarse
la culpa, se declaraban rehenes. Al recurrir a esta medida, la Comuna quería impedir el fusilamiento de los federados por los
versalleses.- 229
[66] 126. Alusión al golpe de Estado de Luis Bonaparte efectuado el 2 de diciembre de 1851, con el que comienza el régimen
bonapartista del Segundo Imperio.- 191, 202, 229.
[67] 172. "The Times" («Los Tiempos»), importante diario inglés de orientación conservadora, se publica en Londres desde 1785.- 230,
265
III
Al alborear el 18 de marzo de 1871, París se despertó entre un clamor de gritos de «Vive la Commune!» ¿Qué es
la Comuna, esa esfinge que tanto atormenta los espíritus burgueses?
«Los proletarios de París» —decía el Comité Central en su manifiesto del 18 de marzo—, «en medio de los
fracasos y las traiciones de las clases dominantes, se han dado cuenta de que ha llegado la hora de salvar la
situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos... Han comprendido que es su deber
imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de sus propios destinos, tomando el poder».
Pero la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal y como está y
servirse de ella para sus propios fines.
El poder estatal centralizado, con sus órganos omnipotentes: el ejército permanente, la policía, la burocracia, el
clero y la magistratura —órganos creados con arreglo a un plan de división sistemática y jerárquica del trabajo—
, procede de los tiempos de la monarquía absoluta y sirvió a la naciente sociedad burguesa como un arma
poderosa en sus luchas contra el feudalismo. Sin embargo, su desarrollo se veía entorpecido por toda la basura
medieval: derechos señoriales, privilegios locales, monopolios municipales y gremiales, códigos provinciales.
La escoba gigantesca de la revolución francesa del siglo XVIII barrió todas estas reliquias de tiempos pasados,
limpiando así, al mismo tiempo, el suelo de la sociedad de los últimos obstáculos que se alzaban ante la
superestructura del edificio del Estado moderno, erigido bajo el Primer Imperio, que, a su vez, era el fruto de las
- 150 guerras de coalición de la vieja Europa semifeudal contra la moderna Francia. Durante los regímenes siguientes,
el gobierno, colocado bajo el control del parlamento —es decir, bajo el control directo de las clases poseedoras—
, no sólo se convirtió en un vivero de enormes deudas nacionales y de impuestos agobiadores, sino que, con la
seducción irresistible de sus cargos, momios y empleos, acabó siendo la manzana de la discordia entre las
fracciones rivales y los aventureros de las clases dominantes; por otra parte, su carácter político cambiaba
simultáneamente con los cambios económicos operados en la sociedad. Al paso que los progresos de la moderna
industria desarrollaban, ensanchaban y profundizaban el antagonismo de clase entre el capital y el trabajo, el
poder del Estado fue adquiriendo cada vez más el carácter de poder nacional del capital sobre el trabajo, de
fuerza pública organizada para la esclavización social, de máquina del despotismo de clase. Después de cada
revolución, que marca un paso adelante en la lucha de clases, se acusa con rasgos cada vez más destacados el
carácter puramente represivo del poder del Estado. La revolución de 1830, al traducirse en el paso del gobierno
de manos de los terratenientes a manos de los capitalistas, lo que hizo fue trasferirlo de los enemigos más
remotos a los enemigos más directos de la clase obrera. Los republicanos burgueses, que se adueñaron del poder
del Estado en nombre de la revolución de Febrero, lo usaron para las matanzas de Junio, para probar a la clase
obrera que la república «social» es la república que asegura su sumisión social y para convencer a la masa
monárquica de los burgueses y terratenientes de que pueden dejar sin peligro los cuidados y los gajes del
gobierno a los «republicanos» burgueses. Sin embargo, después de su primera y heroica hazaña de Junio, los
republicanos burgueses tuvieron que pasar de la cabeza a la cola del partido del orden, coalición formada por
todas las fracciones y facciones rivales de la clase apropiadora, en su antagonismo, ahora franco y manifiesto,
contra las clases productoras. La forma más adecuada para este gobierno conjunto era la república
parlamentaria, con Luis Bonaparte por presidente. Fue éste un régimen de franco terrorismo de clase y de insulto
deliberado contra la vile multitude [*]. Si la república parlamentaria, como decía el señor Thiers, era «la que
menos les dividía» (a las diversas fracciones de la clase dominante), en cambio abría un abismo entre esta clase y
el conjunto de la sociedad situado fuera de sus escasas filas. Su unión venía a eliminar las restricciones que sus
discordias imponían al poder del Estado bajo regímenes anteriores, y, ante la amenaza de un alzamiento del
proletariado, se sirvieron del poder del Estado, sin piedad y con ostentación, como de una máquina nacional de
guerra del capital contra el trabajo. Pero esta cruzada ininterrumpida contra las masas productoras les obligaba,
no sólo a revestir al poder ejecutivo de facultades de represión cada vez mayores, sino, al mismo tiempo, a
despojar a su propio baluarte parlamentario —la Asamblea Nacional—, uno por uno, de todos sus medios de
defensa contra el poder ejecutivo. Hasta que éste, en la persona de Luis Bonaparte, les dio un puntapié. El fruto
natural de la república del partido del orden fue el Segundo Imperio.
El Imperio, con el coup d'état por fe de bautismo, el sufragio universal por sanción y la espada por cetro,
declaraba apoyarse en los campesinos, amplia masa de productores no envuelta directamente en la lucha entre el
capital y el trabajo. Decía que salvaba a la clase obrera destruyendo el parlamentarismo y, con él, la descarada
sumisión del Gobierno a las clases poseedoras. Decía que salvaba a las clases poseedoras manteniendo en pie su
supremacía económica sobre la clase obrera; y finalmente, pretendía unir a todas las clases, al resucitar para
todos la quimera de la gloria nacional. En realidad, era la única forma de gobierno posible, en un momento en
que la burguesía había perdido ya la facultad de gobernar el país y la clase obrera no la había adquirido aún. El
Imperio fue aclamado de un extremo a otro del mundo como el salvador de la sociedad. Bajo su égida, la
sociedad burguesa, libre de preocupaciones políticas, alcanzó un desarrollo que ni ella misma esperaba. Su
industria y su comercio cobraron proporciones gigantescas; la especulación financiera celebró orgías
cosmopolitas; la miseria de las masas se destacaba sobre la ostentación desvergonzada de un lujo suntuoso, falso
y envilecido. El poder del Estado, que aparentemente flotaba por encima de la sociedad, era, en realidad, el
mayor escándalo de ella y el auténtico vivero de todas sus corrupciones. Su podredumbre y la podredumbre de la
sociedad a la que había sacado a flote, fueron puestas al desnudo por la bayoneta de Prusia, que ardía a su vez en
deseos de trasladar la sede suprema de este régimen de París a Berlín. El imperialismo es la forma más
prostituida y al mismo tiempo la forma última de aquel poder estatal que la sociedad burguesa naciente había
comenzado a crear como medio para emanciparse del feudalismo y que la sociedad burguesa adulta acabó
transformando en un medio para la esclavización del trabajo por el capital.
La antítesis directa del Imperio era la Comuna. El grito de «república social», con que la revolución de Febrero
fue anunciada por el proletariado de París, no expresaba más que el vago anhelo de una república que no acabase
- 151 sólo con la forma monárquica de la dominación de clase, sino con la propia dominación de clase. La Comuna era
la forma positiva de esta república.
París, sede central del viejo poder gubernamental y, al mismo tiempo, baluarte social de la clase obrera de
Francia, se había levantado en armas contra el intento de Thiers y los «rurales» de restaurar y perpetuar aquel
viejo poder que les había sido legado por el Imperio. Y si París pudo resistir fue únicamente porque, a
consecuencia del asedio, se había deshecho del ejército, sustituyéndolo por una Guardia Nacional, cuyo principal
contingente lo formaban los obreros. Ahora se trataba de convertir este hecho en una institución duradera. Por
eso, el primer decreto de la Comuna fue para suprimir el ejército permanente y sustituirlo por el pueblo armado.
La Comuna estaba formada por los consejeros municipales elegidos por sufragio universal en los diversos
distritos de la ciudad. Eran responsables y revocables en todo momento.
La mayoría de sus miembros eran, naturalmente, obreros o representantes reconocidos de la clase obrera. La
Comuna no había de ser un organismo parlamentario, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al
mismo tiempo. En vez de continuar siendo un instrumento del gobierno central, la policía fue despojada
inmediatamente de sus atributos políticos y convertida en instrumento de la Comuna, responsable ante ella y
revocable en todo momento. Lo mismo se hizo con los funcionarios de las demás ramas de la administración.
Desde los miembros de la Comuna para abajo, todos los que desempeñaban cargos públicos debían
desempeñarlos con salarios de obreros. Los intereses creados y los gastos de representación de los altos
dignatarios del Estado desaparecieron con los altos dignatarios mismos. Los cargos públicos dejaron de ser
propiedad derivada de los testaferros del gobierno central. En manos de la Comuna se pusieron no solamente la
administración municipal, sino toda la iniciativa llevada hasta entonces por el Estado.
Una vez suprimidos el ejército permanente y la policía, que eran los elementos de la fuerza física del antiguo
gobierno, la Comuna tomó medidas inmediatamente para destruir la fuerza espiritual de represión, el «poder de
los curas», decretando la separación de la Iglesia del Estado y la expropiación de todas [234] las iglesias como
corporaciones poseedoras. Los curas fueron devueltos al retiro de la vida privada, a vivir de las limosnas de los
fieles, como sus antecesores, los apóstoles. Todas las instituciones de enseñanza fueron abiertas gratuitamente al
pueblo y al mismo tiempo emancipadas de toda intromisión de la Iglesia y del Estado. Así, no sólo se ponía la
enseñanza al alcance de todos, sino que la propia ciencia se redimía de las trabas a que la tenían sujeta los
prejuicios de clase y el poder del gobierno.
Los funcionarios judiciales debían perder aquella fingida independencia que sólo había servido para disfrazar su
abyecta sumisión a los sucesivos gobiernos, ante los cuales iban prestando y violando, sucesivamente, el
juramento de fidelidad. Igual que los demás funcionarios públicos, los magistrados y los jueces habían de ser
funcionarios electivos, responsables y revocables.
Como es lógico, la Comuna de París había de servir de modelo a todos los grandes centros industriales de
Francia. Una vez establecido en París y en los centros secundarios el régimen de la Comuna, el antiguo Gobierno
centralizado tendría que dejar paso también en provincias al gobierno de los productores por los productores. En
el breve esbozo de organización nacional que la Comuna no tuvo tiempo de desarrollar, se dice claramente que la
Comuna habría de ser la forma política que revistiese hasta la aldea más pequeña del país y que en los distritos
rurales el ejército permanente habría de ser remplazado por una milicia popular, con un plazo de servicio
extraordinariamente corto. Las comunas rurales de cada distrito administrarían sus asuntos colectivos por medio
de una asamblea de delegados en la capital del distrito correspondiente y estas asambleas, a su vez, enviarían
diputados a la Asamblea Nacional de delegados de París, entendiéndose que todos los delegados serían
revocables en todo momento y se hallarían obligados por el mandato imperativo (instrucciones) de sus electores.
Las pocas, pero importantes funciones que aún quedarían para un Gobierno central no se suprimirían, como se ha
dicho, falseando de intento la verdad, sino que serían desempeñadas por agentes comunales y, por tanto,
estrictamente responsables. No se trataba de destruir la unidad de la nación, sino por el contrario, de organizarla
mediante un régimen comunal, convirtiéndola en una realidad al destruir el poder del Estado, que pretendía ser la
encarnación de aquella unidad, independiente y situado por encima de la nación misma, en cuyo cuerpo no era
- 152 más que una excrecencia parasitaria. Mientras que los órganos puramente represivos del viejo poder estatal
habían de ser amputados, sus funciones legítimas habían de ser arrancadas a una autoridad que usurpaba una
posición preeminente sobre la sociedad misma, para restituirla a los servidores responsables de esta sociedad. En
vez de decidir una vez cada tres o seis años qué miembros de la clase dominante han de representar y aplastar al
pueblo en el parlmento, el sufragio universal habría de servir al pueblo organizado en comunas, como el sufragio
individual sirve a los patronos que buscan obreros y administradores para sus negocios. Y es bien sabido que lo
mismo las compañías que los particulares, cuando se trata de negocios saben generalmente colocar a cada
hombre en el puesto que le corresponde y, si alguna vez se equivocan, reparan su error con presteza. Por otra
parte, nada podía ser más ajeno al espíritu de la Comuna que sustituir el sufragio universal por una investidura
jerárquica [68].
Generalmente, las creaciones históricas completamente nuevas están destinadas a que se las tome por una
reproducción de formas viejas e incluso difuntas de la vida social, con las cuales pueden presentar cierta
semejanza. Así, esta nueva Comuna, que viene a destruir el poder estatal moderno, se ha confundido con una
reproducción de las comunas medievales, que primero precedieron a ese mismo Estado y luego le sirvieron de
base. El régimen de la Comuna se ha tomado erróneamente por un intento de fraccionar en una federación de
pequeños Estados, como la soñaban Montesquieu y los girondinos [69], esa unidad de las grandes naciones que,
si bien en sus orígenes fue instaurada por la violencia, hoy se ha convertido en un factor poderoso de la
producción social. El antagonismo entre la Comuna y el poder del Estado se ha presentado equivocadamente
como una forma exagerada de la vieja lucha contra el excesivo centralismo. Circunstancias históricas peculiares
pueden en otros países haber impedido el desarrollo clásico de la forma burguesa de gobierno al modo francés y
haber permitido, como en Inglaterra, completar en la ciudad los grandes órganos centrales del Estado con
asambleas parroquiales (vestries) corrompidas, concejales concusionarios y feroces administradores de la
beneficencia, y, en el campo, con jueces virtualmente hereditarios. El régimen de la Comuna habría devuelto al
organismo social todas las fuerzas que hasta entonces venía absorbiendo el Estado parásito, que se nutre a
expensas de la sociedad y entorpece su libre movimiento. Con este sólo hecho habría iniciado la regeneración de
Francia. La burguesía provinciana de Francia veía en la Comuna un intento para restaurar el predominio que ella
había ejercido sobre el campo bajo Luis Felipe y que, bajo Luis Napoleón, había sido suplantado por el supuesto
predominio del campo sobre la ciudad. En realidad, el régimen de la Comuna colocaba a los productores del
campo bajo la dirección ideológica de las capitales de sus distritos, ofreciéndoles aquí, en los obreros de la
ciudad, los representantes naturales de sus intereses. La sola existencia de la Comuna implicaba, como algo
evidente, un régimen de autonomía local, pero ya no como contrapeso a un poder estatal que ahora era superfluo.
Sólo en la cabeza de un Bismarck, que, cuando no está metido en sus intrigas de sangre y hierro, gusta de volver
a su antigua ocupación, que tan bien cuadra a su calibre mental, de colaborador del "Kladderadatsch" [70] (el
"Punch" [71] de Berlín), sólo en una cabeza como ésa podía caber el achacar a la Comuna de París la aspiración
de reproducir aquella caricatura de la organización municipal francesa de 1791 que es la organización municipal
de Prusia, donde la administración de las ciudades queda rebajada al papel de simple engranaje secundario de la
maquinaria policíaca del Estado prusiano. La Comuna convirtió en una realidad ese tópico de todas las
revoluciones burguesas, que es «un Gobierno barato», al destruir las dos grandes fuentes de gastos: el ejército
permanente y la burocracia del Estado. Su sola existencia presuponía la no existencia de la monarquía que, en
Europa al menos, es el lastre normal y el disfraz indispensable de la dominación de clase. La Comuna dotó a la
república de una base de instituciones realmente democráticas. Pero, ni el gobierno barato, ni la «verdadera
república» constituían su meta final; no eran más que fenómenos concomitantes.
La variedad de interpretaciones a que ha sido sometida la Comuna y la variedad de intereses que la han
interpretado a su favor, demuestran que era una forma política perfectamente flexible, a diferencia de las formas
anteriores de gobierno, que habían sido todas fundamentalmente represivas. He aquí su verdadero secreto: la
Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la
clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación
económica del trabajo.
Sin esta última condición, el régimen de la Comuna habría sido una imposibilidad y una impostura. La
dominación política de los productores es incompatible con la perpetuación de su esclavitud social. Por tanto, la
- 153 Comuna había de servir de palanca para extirpar los cimientos económicos sobre los que descansa la existencia
de las clases y, por consiguiente, la dominación de clase. Emancipado el trabajo, todo hombre se convierte en
trabajador, y el trabajo productivo deja de ser un atributo de clase.
Es un hecho extraño. A pesar de todo lo que se ha hablado y se ha escrito con tanta profusión, durante los últimos
sesenta años, acerca de la emancipación del trabajo, apenas en algún sitio los obreros toman resueltamente la
cosa en sus manos, vuelve a resonar de pronto toda la fraseología apologética de los portavoces de la sociedad
actual, con sus dos polos de capital y esclavitud asalariada (hoy, el terrateniente no es más que el socio
comanditario del capitalista), como si la sociedad capitalista se hallase todavía en su estado más puro de
inocencia virginal, con sus antagonismos todavía en germen, con sus engaños todavía encubiertos, con sus
prostituidas realidades todavía sin desnudar. ¡La Comuna, exclaman, pretende abolir la propiedad, base de toda
civilización! Sí, caballeros, la Comuna pretendía abolir esa propiedad de clase que convierte el trabajo de
muchos en la riqueza de unos pocos. La Comuna aspiraba a la expropiación de los expropiadores. Quería
convertir la propiedad individual en una realidad, transformando los medios de producción, la tierra y el capital,
que hoy son fundamentalmente medios de esclavización y de explotación del trabajo, en simples instrumentos de
trabajo libre y asociado. ¡Pero eso es el comunismo, el «irrealizable» comunismo! Sin embargo, los individuos
de las clases dominantes que son lo bastante inteligentes para darse cuenta de la imposibilidad de que el actual
sistema continúe —y no son pocos— se han erigido en los apóstoles molestos y chillones de la producción
cooperativa. Ahora bien, si la producción cooperativa ha de ser algo más que una impostura y un engaño; si ha de
substituir al sistema capitalista; si las sociedades cooperativas unidas han de regular la producción nacional con
arreglo a un plan común, tomándola bajo su control y poniendo fin a la constante anarquía y a las convulsiones
periódicas, consecuencias inevitables de la producción capitalista, ¿qué será eso entonces, caballeros, más que
comunismo, comunismo «realizable»?
La clase obrera no esperaba de la Comuna ningún milagro. Los obreros no tienen ninguna utopía lista para
implantarla par décret du peuple [*]. Saben que para conseguir su propia emancipación, y con ella esa forma
superior de vida hacia la que tiende irresistiblemente la sociedad actual por su propio desarrollo económico,
tendrán que pasar por largas luchas, por toda una serie de procesos históricos, que transformarán las
circunstancias y los hombres. Ellos no tienen que realizar ningunos ideales, sino simplemente dar suelta a los
elementos de la nueva sociedad que la vieja sociedad burguesa agonizante lleva en su seno. Plenamente
conciente de su misión histórica y heroicamente resuelta a obrar con arreglo a ella, la clase obrera puede mofarse
de las burdas invectivas de los lacayos de la pluma y de la protección pedantesca de los doctrinarios burgueses
bien intencionados, que vierten sus ignorantes vulgaridades y sus fantasías sectarias con un tono sibilino de
infalibilidad científica.
Cuando la Comuna de París tomó en sus propias manos la dirección de la revolución; cuando, por primera vez en
la historia, los simples obreros se atrevieron a violar el monopolio de gobierno de sus «superiores naturales», y,
en circunstancias de una dificultad sin precedente, realizaron su labor de un modo modesto, concienzudo y
eficaz, con sueldos el más alto de los cuales apenas representaba una quinta parte de la suma que según una alta
autoridad científica [*]* es el sueldo mínimo del secretario de un consejo escolar de Londres, el viejo mundo se
retorció en convulsiones de rabia ante el espectáculo de la Bandera Roja, símbolo de la República del Trabajo,
ondeando sobre el Hôtel de Ville.
Y, sin embargo, era ésta la primera revolución en que la clase obrera fue abiertamente reconocida como la única
clase capaz de iniciativa social incluso por la gran masa de la clase media parisina —tenderos, artesanos,
comerciantes—, con la sola excepción de los capitalistas ricos. La Comuna los salvó, mediante una sagaz
solución de la constante fuente de discordias dentro de la misma clase media: el conflicto entre acreedores y
deudores [72]. Estos mismos elementos de la clase media, después de haber colaborado en el aplastamiento de la
insurrección obrera de junio de 1848, habían sido sacrificados sin miramiento a sus acreedores por la Asamblea
Constituyente de entonces [73]. Pero no fue éste el único motivo que les llevó a apretar sus filas en torno a la
clase obrera. Sentían que había que escoger entre la Comuna y el Imperio, cualquiera que fuese el rótulo bajo el
que éste resucitase. El Imperio los había arruinado económicamente con su dilapidación de la riqueza pública,
con las grandes estafas financieras que fomentó y con el apoyo prestado a la centralización artificialmente
- 154 acelerada del capital, que suponía la expropiación de muchos de sus componentes. Los había suprimido
políticamente, y los había irritado moralmente con sus orgías; había herido su volterianismo al confiar la
educación de sus hijos a los frères ignorantins [74], y había sublevado su sentimiento nacional de franceses al
lanzarlos precipitadamente a una guerra que sólo ofreció una compensación para todos los desastres que había
causado: la caída del Imperio. En efecto, tan pronto huyó de París la alta bohème bonapartista y capitalista, el
auténtico partido del orden de la clase media surgió bajo la forma de Unión Republicana [75], se colocó bajo la
bandera de la Comuna y se puso a defenderla contra las desfiguraciones malévolas de Thiers. El tiempo dirá si la
gratitud de esta gran masa de la clase media va a resistir las duras pruebas de estos momentos.
La Comuna tenía toda la razón, cuando decía a los campesinos: «Nuestro triunfo es vuestra única esperanza». De
todas las mentiras incubadas en Versalles y difundidas por los ilustres mercenarios de la prensa europea, una de
las más tremendas era la de que los «rurales» representaban al campesinado francés. ¡Figuraos el amor que
sentirían los campesinos de Francia por los hombres a quienes después de 1815 se les obligó a pagar mil
millones de indemnización! [76] A los ojos del campesino francés, la sola existencia de grandes terratenientes es
ya una usurpación de sus conquistas de 1789. En 1848, la burguesía gravó su parcela de tierra con el impuesto
adicional de 45 céntimos por franco, pero entonces lo hizo en nombre de la revolución, en cambio, ahora,
fomentaba una guerra civil en contra de la revolución, para echar sobre las espaldas de los campesinos la carga
principal de los cinco mil millones de indemnización que había que pagar a los prusianos. En cambio, la Comuna
declaraba en una de sus primeras proclamas que las costas de la guerra habían de ser pagadas por los verdaderos
causantes de ella. La Comuna habría redimido al campesino de la contribución de sangre, le habría dado un
Gobierno barato, habría convertido a los que hoy son sus vampiros —el notario, el abogado, el agente ejecutivo y
otros dignatarios judiciales que le chupan la sangre— en empleados comunales asalariados, elegidos por él y
responsables ante él mismo. Le habría librado de la tiranía del guarda jurado, del gendarme y del prefecto; la
ilustración por el maestro de escuela hubiera ocupado el lugar del embrutecimiento por el cura. Y el campesino
francés es, ante todo y sobre todo, un hombre calculador. Le habría parecido extremadamente razonable que la
paga del cura, en vez de serle arrancada a él por el recaudador de contribuciones, dependiese exclusivamente de
los sentimientos religiosos de los feligreses. Tales eran los grandes beneficios que el régimen de la Comuna —y
sólo él— brindaba como cosa inmediata a los campesinos franceses. Huelga, por tanto, detenerse a examinar los
problemas más complicados, pero vitales, que sólo la Comuna era capaz de resolver —y que al mismo tiempo
estaba obligada a resolver—, en favor de los campesinos, a saber: la deuda hipotecaria, que pesaba como una
maldición sobre su parcela; el proletariado del campo, que crecía constantemente, y el proceso de su
expropiación de la parcela que cultivaba, proceso cada vez más acelerado en virtud del desarrollo de la
agricultura moderna y la competencia de la producción agrícola capitalista.
El campesino francés eligió a Luis Bonaparte presidente de la república, pero fue el partido del orden el que creó
el Imperio. Lo que el campesino francés quería realmente, comenzó [240] a demostrarlo él mismo en 1849 y
1850, al oponer su alcalde al prefecto del Gobierno, su maestro de escuela al cura del Gobierno y su propia
persona al gendarme del Gobierno. Todas las leyes promulgadas por el partido del orden en enero y febrero de
1850 fueron medidas descaradas de represión contra el campesino. El campesino era bonapartista porque la gran
revolución, con todos los beneficios que le había conquistado, se personificaba para él en Napoleón. Pero esta
quimera, que se iba esfumando rápidamente bajo el Segundo Imperio (y que era, por naturaleza, contraria a los
«rurales»), este prejuicio del pasado, ¿cómo hubiera podido hacer frente a la apelación de la Comuna a los
intereses vitales y las necesidades más apremiantes de los campesinos?
Los «rurales» —tal era, en realidad, su principal preocupación— sabían que tres meses de libre contacto del
París de la Comuna con las provincias bastarían para desencadenar una sublevación general de campesinos; de
aquí su prisa por establecer el bloqueo policíaco de París para impedir que la epidemia se propagase.
La Comuna era, pues, la verdadera representación de todos los elementos sanos de la sociedad francesa, y, por
consiguiente, el auténtico gobierno nacional. Pero, al mismo tiempo, como gobierno obrero y como campeón
intrépido de la emancipación del trabajo, era un gobierno internacional en el pleno sentido de la palabra. Ante los
ojos del ejército prusiano, que había anexionado a Alemania dos provincias francesas, la Comuna anexionó a
Francia los obreros del mundo entero.
- 155 El Segundo Imperio había sido el jubileo de la estafa cosmopolita; los estafadores de todos los países habían
acudido corriendo a su llamada para participar en sus orgías y en el saqueo del pueblo francés. Y todavía hoy la
mano derecha de Thiers es Ganesco, el granuja valaco, y su mano izquierda Markovski, el espía ruso. La
Comuna concedió a todos los extranjeros el honor de morir por una causa inmortal. Entre la guerra exterior,
perdida por su traición, y la guerra civil, fomentada por su conspiración con el invasor extranjero, la burguesía
encontraba tiempo para dar pruebas de patriotismo, organizando batidas policíacas contra los alemanes residentes
en Francia. La Comuna nombró a un obrero alemán [*] su ministro del Trabajo. Thiers, la burguesía, el Segundo
Imperio, habían engañado constantemente a Polonia con ostentosas manifestaciones de simpatía, mientras en
realidad la traicionaban a los intereses de Rusia, a la que prestaban los más sucios servicios. La Comuna honró a
los heroicos hijos de Polonia [*]*, colocándolos a la cabeza de los defensores de París. [241] Y, para marcar
nítidamente la nueva era histórica que concientemente inauguraba, la Comuna, ante los ojos de los
conquistadores prusianos de una parte, y del ejército bonapartista mandado por generales bonapartistas, de otra,
echó abajo aquel símbolo gigantesco de la gloria guerrera que era la Columna de Vendôme. [77]
La gran medida social de la Comuna fue su propia existencia, su labor. Sus medidas concretas no podían menos
de expresar la línea de conducta de un gobierno del pueblo por el pueblo. Entre ellas se cuentan la abolición del
trabajo nocturno para los obreros panaderos, y la prohibición, bajo penas, de la práctica corriente entre los
patronos de mermar los salarios imponiendo a sus obreros multas bajo los más diversos pretextos, proceso éste
en el que el patrono se adjudica las funciones de legislador, juez y agente ejecutivo, y, además, se embolsa el
dinero. Otra medida de este género fue la entrega a las asociaciones obreras, a reserva de indemnización, de
todos los talleres y fábricas cerrados, lo mismo si sus respectivos patronos habían huido que si habían optado por
parar el trabajo.
Las medidas financieras de la Comuna, notables por su sagacidad y moderación, hubieron de limitarse
necesariamente a lo que era compatible con la situación de una ciudad sitiada. Teniendo en cuenta el latrocinio
gigantesco desencadenado sobre la ciudad de París por las grandes empresas financieras y los contratistas de
obras bajo la tutela de Haussmann [*], la Comuna habría tenido títulos incomparablemente mejores para
confiscar sus bienes que Luis Napoleón para confiscar los de la familia de Orleáns. Los Hohenzollern y los
oligarcas ingleses, una buena parte de cuyos bienes provenían del saqueo de la Iglesia, pusieron naturalmente el
grito en el cielo cuando la Comuna sacó de la secularización nada más que 8.000 francos.
Mientras el Gobierno de Versalles, apenas recobró un poco de ánimo y de fuerzas, empleaba contra la Comuna
las medidas más violentas; mientras ahogaba la libre expresión del pensamiento por toda Francia, hasta el punto
de prohibir las asambleas de delegados de las grandes ciudades; mientras sometía a Versalles y al resto de
Francia a un espionaje que dejaba en mantillas al del Segundo Imperio; mientras quemaba, por medio de sus
inquisidores-gendarmes, todos los periódicos publicados en París y violaba toda la correspondencia que procedía
de la capital o iba dirigida a ella; mientras en la Asamblea Nacional, los más [242] tímidos intentos de aventurar
una palabra en favor de París eran ahogados con unos aullidos a los que no había llegado ni la chambre
introuvable de 1816; con la guerra salvaje de los versalleses fuera de París y sus tentativas de corrupción y
conspiración dentro, ¿podía la Comuna, sin traicionar ignominiosamente su causa, guardar todas las formas y las
apariencias de liberalismo, como si gobernase en tiempos de serena paz? Si el Gobierno de la Comuna se hubiera
parecido al de Thiers, no habría habido más base para suprimir en París los periódicos del partido del orden que
para suprimir en Versalles los periódicos de la Comuna.
Era verdaderamente indignante para los «rurales» que, en el mismo momento en que ellos preconizaban como
único medio de salvar a Francia la vuelta al seno de la Iglesia, la incrédula Comuna descubriera los misterios del
convento de monjas de Picpus y de la iglesia de Saint-Laurent [78]. Y era una burla para el señor Thiers que,
mientras él hacía llover grandes cruces sobre los generales bonapartistas, para premiar su maestría en el arte de
perder batallas, firmar capitulaciones y liar cigarrillos en Wilhelmshöhe [79], la Comuna destituyera y arrestara a
sus generales a la menor sospecha de negligencia en el cumplimiento del deber. La expulsión de su seno y la
detención por la Comuna de uno de sus miembros [*]*, que se había deslizado en ella bajo nombre supuesto y
que en Lyon había sufrido un arresto de seis días por simple quiebra, ¿no era un deliberado insulto para el
falsificador Julio Favre, todavía a la sazón ministro de Negocios Extranjeros de Francia, y que seguía vendiendo
- 156 su país a Bismarck y dictando órdenes a aquel incomparable Gobierno de Bélgica? La verdad es que la Comuna
no pretendía tener el don de la infalibilidad, que se atribuían sin excepción todos los gobiernos a la vieja usanza.
Publicaba sus hechos y sus dichos y daba a conocer al público todas sus faltas.
En todas las revoluciones, al lado de los verdaderos revolucionarios, figuran hombres de otra naturaleza. Algunos
de ellos, supervivientes de revoluciones pasadas, que conservan su devoción por ellas, sin visión del movimiento
actual, pero dueños todavía de su influencia sobre el pueblo, por su reconocida honradez y valentía, o
simplemente por la fuerza de la tradición; otros, simples charlatanes que, a fuerza de repetir año tras año las
mismas declamaciones estereotipadas contra el gobierno del día, se han agenciado de contrabando una reputación
de revolucionarios de pura cepa. Después del 18 de marzo salieron también a la superficie hombres de éstos, y en
algunos casos lograron desempeñar papeles preeminentes. En la medida en que su poder [243] se lo permitía,
entorpecieron la verdadera acción de la clase obrera, lo mismo que otros de su especie entorpecieron el desarrollo
completo de todas las revoluciones anteriores. Constituyen un mal inevitable; con el tiempo se les quita de en
medio; pero a la Comuna no le fue dado disponer de tiempo.
Maravilloso en verdad fue el cambio operado por la Comuna de París. De aquel París prostituido del Segundo
Imperio no quedaba ni rastro. París ya no era el lugar de cita de terratenientes ingleses, absentistas irlandeses
[80], ex esclavistas y rastacueros norteamericanos, ex propietarios rusos de siervos y boyardos de Valaquia. Ya
no había cadáveres en el depósito, ni asaltos nocturnos, ni apenas hurtos; por primera vez desde los días de
febrero de 1848, se podía transitar seguro por las calles de París, y eso que no había policía de ninguna clase.
«Ya no se oye hablar» —decía un miembro de la Comuna— «de asesinatos, robos y atracos; diríase que la
policía se ha llevado consigo a Versalles a todos sus amigos conservadores».
Las cocotas habían encontrado el rastro de sus protectores, fugitivos hombres de la familia, de la religión y, sobre
todo, de la propiedad. En su lugar, volvían a salir a la superficie las auténticas mujeres de París, heroicas, nobles
y abnegadas como las mujeres de la antigüedad. París trabajaba y pensaba, luchaba y daba su sangre; radiante en
el entusiasmo de su iniciativa histórica, dedicado a forjar una sociedad nueva, casi se olvidaba de los caníbales
que tenía a las puertas.
Frente a este mundo nuevo de París, se alzaba el mundo viejo de Versalles; aquella asamblea de legitimistas y
orleanistas, vampiros de todos los regímenes difuntos, ávidos de nutrirse de los despojos de la nación, con su
cola de republicanos antediluvianos, que sancionaban con su presencia en la Asamblea el motín de los
esclavistas, confiando el mantenimiento de su república parlamentaria a la vanidad del viejo saltimbanqui que la
presidía y caricaturizando la revolución de 1789 con la celebración de sus reuniones de espectros en el Jeu de
Paume [*] [81]. Así era esta Asamblea, representación de todo lo muerto de Francia, sólo mantenida en una
apariencia de vida por los sables de los generales de Luis Bonaparte. París, todo verdad, y Versalles, todo
mentira, una mentira que salía de los labios de Thiers.
"Les doy a ustedes mi palabra, a la que jamás he faltado",
dice Thiers a una comisión de alcaldes del departamento de Seine-et-Oise. A la Asamblea Nacional le dice que
«es la Asamblea más [244] libremente elegida y más liberal que en Francia ha existido»; dice a su abigarrada
soldadesca, que es «la admiración del mundo y el mejor ejército que jamás ha tenido Francia»; dice a las
provincias que el bombardeo de París llevado a cabo por él es un mito:
«Si se han disparado algunos cañonazos, no ha sido por el ejército de Versalles, sino por algunos insurrectos
empeñados en hacernos creer que luchan, cuando en realidad no se atreven a asomar la cara».
Poco después, dice a las provincias que
«la artillería de Versalles no bombardea a París, sino que simplemente lo cañonea».
- 157 Dice al arzobispo de París que las pretendidas ejecuciones y represalias (!) atribuidas a las tropas de Versalles
son puras mentiras. Dice a París que sólo ansía «liberarlo de los horribles tiranos que le oprimen» y que el París
de la Comuna no es, en realidad, «más que un puñado de criminales».
El París de el señor Thiers no era el verdadero París de la «vil muchedumbre», sino un París fantasma, el París de
los franc-fileurs [82], el París masculino y femenino de los bulevares, el París rico, capitalista; el París dorado, el
París ocioso, que ahora corría en tropel a Versalles, a Saint-Denis, a Rueil y a Saint-Germain, con sus lacayos,
sus estafadores, su bohemia literaria y sus cocotas. El París para el que la guerra civil no era más que un
agradable pasatiempo, el que veía las batallas por un anteojo de larga vista, el que contaba los estampidos de los
cañonazos y juraba por su honor y el de sus prostitutas que aquella función era mucho mejor que las que
representaban en Porte Saint Martin. Allí, los que caían eran muertos de verdad, los gritos de los heridos eran de
verdad también, y además, ¡todo era tan intensamente histórico!
Este es el París del señor Thiers, como el mundo de los emigrados de Coblenza era la Francia del señor de
Calonne [83].
NOTAS
[*] La vil muchedumbre. (N. de la Edit.)
[68] 173. Investidura, sistema de nombramiento de cargos, que se distingue por la completa dependencia de quienes se encuentran en
un peldaño inferior de la escala jerárquica respecto de los superiores.- 235
[69] 174. Los girondinos formaban en el período de la revolución burguesa francesa de fines del siglo XVIII el partido de la gran
burguesía (debían su nombre al departamento de la Gironda), que, so pretexto de defensa del derecho de los departamentos a la
autonomía y la federación, se oponía al Gobierno jacobino y a las masas revolucionarias que lo apoyaban.- 235
[70] 175. "Kladderadatsch", revista satírica ilustrada semanal, se publicó en Berlín desde 1848.- 236, 345
[71] 176. "Punch, or the London Charivari" («El Títere o la cercenada de Londres»), revista semanal satírica inglesa de orientación
liberal-burguesa, se publica en Londres desde 1841.- 236.
[*] Por decreto del pueblo. (N. de la Edit.)
[**] Se refiere al profesor Huxley. (Nota de la edición alemana de 1871).
[72] 177. Se alude al decreto de la Comuna de París del 16 de abril de 1871 prorrogando por tres años los pagos de las deudas y
aboliendo el pago de interés por ellas.- 238
[73] 178. Marx se refiere al acuerdo del 22 de agosto de 1848 de la Asamblea Constituyente de rechazar el proyecto de ley de
«acuerdos amistosos», en el que se preveía el aplazamiento de los pagos de las deudas. Como consecuencia de ello, una parte
considerable de la pequeña burguesía se arruinó completamente y se vio en manos de los acreedores, es decir, de la gran burguesía.238
[74] 179. Los Frères ignorantins («Frailes ignorantes»), nombre despectivo de una orden religiosa surgida en 1680, en Reims, se
comprometían a dedicarse a la enseñanza de los niños pobres. En las escuelas de la orden se daba, principalmente, una educación
religiosa, siendo muy escasa la enseñanza de otras ramas del saber.- 238
[75] 180. La Unión Republicana de los Departamentos, organización política integrada por elementos de la pequeña burguesía oriundos
de las distintas regiones de Francia y domiciliados en París, llamaba a la lucha contra el Gobierno de Versalles y la Asamblea Nacional
monárquica y predicaba el apoyo a la Comuna de París en todos los departamentos.- 238
[76] 181. Marx se refiere a la ley del 27 de abril de 1825 acerca del pago de indemnización a los antiguos emigrados por las fincas que
habían sido confiscadas durante la revolución burguesa francesa.- 239
- 158 [*] Leo Frankel. (N. de la Edit.)
[**] J. Drombrowski y W. Wróblewski. (N. de la Edit.)
[77] 182. La Columna de Vendôme fue levantada en París, en los años de 1806-1810, para conmemorar las victorias de la Francia
napoleónica. Hecha del bronce de los cañones capturados al enemigo, estaba coronada por una estatua de Napoleón. El 16 de mayo de
1871, por decreto de la Comuna de París, la columna fue derribada.- 241
[*] El barón de Haussmann fue, durante el Segundo Imperio, prefecto del departamento del Sena, es decir, de la ciudad de París.
Realizó una serie de obras para modificar el plano de París, con el fin de facilitar la lucha contra las insurrecciones de los obreros. (Nota
para la traducción rusa de 1905 publicada bajo la redacción de V. Lenin).
[78] 183. En el convento de monjas de Picpus fueron descubiertos casos de reclusión de monjas en celdas durante largos años; se
hallaron igualmente instrumentos de tortura; en la iglesia de Saint-Laurent se descubrió un cementerio clandestino, prueba de asesinatos
perpetrados. La Comuna hizo públicos estos hechos en el periódico "Mot d'Ordre" («La Consigna») el 5 de mayo de 1871, así como en
el folleto "Les Crimes des congrégations religieuses" («Los crímenes de las congregaciones religiosas»).- 242
[79] 184. La principal ocupación de los prisioneros franceses en Wilhelmshöhe (véase la nota 106) era hacer cigarrillos para consumo
propio.- 242
[**] Blanchet. (N. de la Edit.)
[80] 185. Los absentistas (de la palabra absent, ausente), grandes propietarios de tierras que no solían vivir en sus fincas, empleaban
administradores rurales para gobernarlas o las entregaban en arriendo a especuladores intermediarios, los cuales, a su vez, las
entregaban en subarriendo en condiciones leoninas a pequeños arrendatarios.- 243
[*] Frontón donde la Asamblea Nacional de 1789 adoptó su célebre decisión (nota 186). (Nota de Engels a la edición alemana de 1871).
[81] 186. El 9 de julio de 1789, la Asamblea Nacional de Francia se proclamó Asamblea Constituyente y llevó a cabo las primeras
transformaciones antiabsolutistas y antifeudales.- 243
[82] 187. Franc-fileurs (literalmente «libres fugitivos»), mote puesto a los burgueses parisinos que huían de la ciudad durante el asedio.
Le daba un carácter irónico al mote su analogía a la palabra franc-tireur (libre tirador), nombre de los guerrilleros franceses,
participantes activos en la lucha contra los prusianos.- 244
[83] 188. Coblenza, ciudad de Alemania. Durante la revolución burguesa de Francia de fines del siglo XVIII fue centro de la
emigración de la nobleza monárquica y de preparación de la intervención contra la Francia revolucionaria. En Coblenza se hallaba el
Gobierno emigrado encabezado por de Calonne, reaccionario furibundo, ex ministro de Luis XVI.- 244
IV
- 159 La primera tentativa de la conspiración de los esclavistas para sojuzgar a París logrando su ocupación por los
prusianos, fracasó ante la negativa de Bismarck. La segunda tentativa, la del 18 de marzo, acabó con la derrota
del ejército y la huida a Versalles del gobierno, que ordenó a todo el aparato administrativo que abandonase sus
puestos y le siguiese en la huida. Mediante la simulación de negociaciones de paz con París, Thiers ganó tiempo
para preparar la guerra contra él. Pero, ¿de dónde sacar un ejército? Los restos de los regimientos de línea eran
escasos en número [245] e inseguros en cuanto a moral. Su llamamiento apremiante a las provincias para que
acudiesen en ayuda de Versalles con sus guardias nacionales y sus voluntarios, tropezó con una negativa en
redondo. Sólo Bretaña mandó a luchar bajo una bandera blanca a un puñado de chuanes [84], con un corazón de
Jesús en tela blanca sobre el pecho y gritando «Vive le Roi!» («¡Viva el rey!»). Thiers viose, por tanto, obligado a
reunir a toda prisa una turba abigarrada, compuesta por marineros, soldados de infantería de marina, zuavos
pontificios, gendarmes de Valentín y guardias municipales y mouchards [*] de Pietri. Pero este ejército habría
sido ridículamente ineficaz sin la incorporación de los prisioneros de guerra imperiales que Bismarck fue
entregando a plazos en cantidad suficiente para mantener viva la guerra civil y para tener al gobierno de
Versalles en abyecta dependencia con respecto a Prusia. Durante la propia guerra, la policía versallesa tenía que
vigilar al ejército de Versalles, mientras que los gendarmes tenían que arrastrarlo a la lucha, colocándose ellos
siempre en los puestos de peligro. Los fuertes que cayeron no fueron conquistados, sino comprados. El heroísmo
de los federales convenció a Thiers de que para vencer la resistencia de París no bastaban su genio estratégico ni
las bayonetas de que disponía.
Entretanto, sus relaciones con las provincias hacíanse cada vez más difíciles. No llegaba un solo mensaje de
adhesión para estimular a Thiers y a sus «rurales». Muy al contrario, llegaban de todas partes diputaciones y
mensajes pidiendo, en un tono que tenía de todo menos de respetuoso, la reconciliación con París sobre la base
del reconocimiento inequívoco de la república, el reconocimiento de las libertades comunales y la disolución de
la Asamblea Nacional, cuyo mandato había expirado ya. Estos mensajes afluían en tal número, que en su circular
dirigida el 23 de abril a los fiscales, Dufaure, ministro de Justicia de Thiers, les ordenaba considerar como un
crimen «el llamamiento a la conciliación». No obstante, en vista de las perspectivas desesperadas que se abrían
ante su campaña militar, Thiers se decidió a cambiar de táctica, ordenando que el 30 de abril se celebrasen
elecciones municipales en todo el país, sobre la base de la nueva ley municipal dictada por él mismo a la
Asamblea Nacional. Utilizando, según los casos, las intrigas de sus prefectos y la intimidación policíaca, estaba
completamente seguro de que el resultado de la votación en provincias le permitiría ungir a la Asamblea
Nacional con aquel poder moral que jamás había tenido, y obtener por fin de las provincias la fuerza material que
necesitaba para la conquista de París.
Thiers se preocupó desde el primer momento en combinar su guerra de bandidaje contra París —glorificada en
sus propios boletines— y las tentativas de sus ministros para instaurar de un extremo a otro de Francia el reinado
del terror, con una pequeña comedia de conciliación, que había de servirle para más de un fin. Trataba con ello
de engañar a las provincias, de seducir a la clase media de París y, sobre todo, de brindar a los pretendidos
republicanos de la Asamblea Nacional la oportunidad de esconder su traición contra París detrás de su fe en
Thiers. El 21 de marzo, cuando aun no disponía de un ejército, Thiers declaraba ante la Asamblea:
«Pase lo que pase, jamás enviaré tropas contra París».
El 27 de marzo, intervino de nuevo para decir:
"Me he encontrado con la república como un hecho consumado y estoy firmemente decidido a mantenerla".
En realidad, en Lyon y en Marsella [85] aplastó la revolución en nombre de la república, mientras en Versalles
los bramidos de sus «rurales» ahogaban la simple mención de su nombre. Después de esta hazaña, rebajó el
«hecho consumado» a la categoría de hecho hipotético. A los príncipes de Orleáns, que Thiers había alejado de
Burdeos por precaución, se les permitía ahora intrigar en Dreux, lo cual era una violación flagrante de la ley. Las
concesiones prometidas por Thiers, en sus interminables entrevistas con los delegados de París y provincias
aunque variaban constantemente de tono y de color, según el tiempo y las circunstancias, se reducían siempre, en
el fondo, a la promesa de que su venganza se limitaría al
- 160 «puñado de criminales complicados en los asesinatos de Lecomte y Clément Thomas».
Bien entendido que bajo la condición de que París y Francia aceptasen sin reservas al señor Thiers como la mejor
de las repúblicas posibles, como él había hecho en 1830 con Luis Felipe. Pero hasta estas mismas concesiones,
no sólo se cuidaba de ponerlas en tela de juicio mediante los comentarios oficiales que hacía a través de sus
ministros en la Asamblea, sino que, además, tenía a su Dufaure para actuar. Dufaure, viejo abogado orleanista,
había sido el poder judicial supremo de todos los estados de sitio, lo mismo ahora, en 1871, bajo Thiers, que en
1839, bajo Luis Felipe, y en 1849, bajo la presidencia de Luis Bonaparte. Durante su cesantía de ministro, había
reunido una fortuna defendiendo los pleitos de los capitalistas de París y había acumulado un capital político
pleiteando contra las leyes elaboradas por él [247] mismo. Ahora, no contento con hacer que la Asamblea
Nacional votase a toda prisa una serie de leyes de represión que, después de la caída de París, habían de servir
para extirpar los últimos vestigios de las libertades republicanas en Francia, trazó de antemano la suerte que
había de correr París, al abreviar los trámites de los Tribunales de Guerra, que aun parecían demasiado lentos
[86], y al presentar una nueva ley draconiana de deportación. La revolución de 1848, al abolir la pena de muerte
para los delitos políticos, la había sustituido por la deportación. Luis Bonaparte no se atrevió, por lo menos en
teoría, a restablecer el régimen de guillotina. Y la Asamblea de los «rurales», que aun no se atrevían ni a insinuar
que los parisinos no eran rebeldes, sino asesinos, no tuvo más remedio que limitarse, en la venganza que
preparaba contra París, a la nueva ley de deportaciones de Dufaure. Bajo estas circunstancias, Thiers no hubiera
podido seguir representando su comedia de conciliación, si esta comedia no hubiese arrancado, como él
precisamente quería, gritos de rabia entre los «rurales», cuyas cabezas rumiantes no podían comprender la farsa,
ni todo lo que la farsa exigía en cuanto a hipocresía, tergiversación y dilaciones.
Ante la proximidad de las elecciones municipales del 30 de abril, el día 27 Thiers representó una de sus grandes
escenas conciliatorias. En medio de un torrente de retórica sentimental, exclamó desde la tribuna de la Asamblea:
«La única conspiración que hay contra la república es la de París, que nos obliga a derramar sangre francesa. No
me cansaré de repetirlo: ¡que aquellas manos suelten las armas infames que empuñan y el castigo se detendrá
inmediatamente por un acto de paz del que sólo quedará excluido un puñado de criminales!»
Y como los «rurales» le interrumpieran violentamente, replicó:
«Decidme, señores, os lo suplico, si estoy equivocado. ¿De veras deploráis que yo haya podido declarar aquí que
los criminales no son en verdad más que un puñado? ¿No es una suerte, en medio de nuestras desgracias, que
quienes fueron capaces de derramar la sangre de Clément Thomas y del general Lecomte sólo representan raras
excepciones?»
Sin embargo, Francia no dio oídos a aquellos discursos que Thiers creía cantos de sirena parlamentaria. De los
700.000 concejales elegidos en los 35.000 municipios que aún conservaba Francia, los legitimistas, orleanistas y
bonapartistas coligados no obtuvieron siquiera 8.000. Las diferentes votaciones complementarias arrojaron
resultados aún más hostiles. De este modo, en vez de sacar de las provincias la fuerza material que tanto
necesitaba, la Asamblea perdía hasta su último título de fuerza moral: el de ser expresión del sufragio universal
de la nación. [248] Para remachar la derrota, los ayuntamientos recién elegidos amenazaron a la asamblea
usurpadora de Versalles con convocar una contraasamblea en Burdeos.
Por fin había llegado para Bismarck el tan esperado momento de lanzarse a la acción decisiva. Ordenó
perentoriamente a Thiers que mandase a Francfort plenipotenciarios para sellar definitivamente la paz.
Obedeciendo humildemente a la llamada de su señor, Thiers se apresuró a enviar a su fiel Julio Favre, asistido
por Pouyer-Quertier. Pouyer-Quertier, «eminente» hilandero de algodón de Ruán, ferviente y hasta servil
partidario del Segundo Imperio, jamás había descubierto en éste ninguna falta, fuera de su tratado comercial con
Inglaterra [87], atentatorio para los intereses de su propio negocio. Apenas instalado en Burdeos como ministro
de Hacienda de Thiers, denunció este «nefasto» tratado, sugirió su pronta derogación y tuvo incluso el descaro de
intentar, aunque en vano (pues echó sus cuentas sin Bismarck), el inmediato restablecimiento de los antiguos
aranceles protectores contra Alsacia, donde, según él, no existía el obstáculo de ningún tratado internacional
- 161 anterior. Este hombre, que veía en la contrarrevolución un medio para rebajar los salarios en Ruán, y en la
entrega a Prusia de las provincias francesas un medio para subir los precios de sus artículos en Francia, ¿no era
éste el hombre predestinado para ser elegido por Thiers, en su última y culminante traición, como digno auxiliar
de Julio Favre?
A la llegada a Francfort de esta magnífica pareja de plenipotenciarios, el brutal Bismarck los recibió con este
dilema categórico: "¡O la restauración del Imperio, o la aceptación sin reservas de mis condiciones de paz!"
Entre estas condiciones entraba la de acortar los plazos en que había que pagarse la indemnización de guerra y la
prórroga de la ocupación de los fuertes de París por las tropas prusianas mientras Bismarck no estuviese
satisfecho con el estado de cosas reinante en Francia. De este modo, Prusia era reconocida como supremo árbitro
de la política interior francesa. A cambio de esto, ofrecía soltar, para que exterminase a París, al ejército
bonapartista que tenía prisionero y prestarle el apoyo directo de las tropas del emperador Guillermo. Como
prenda de su buena fe, se prestaba a que el pago del primer plazo de la indemnización se subordinase a la
«pacificación» de París. Huelga decir que Thiers y sus plenipotenciarios se apresuraron a tragar esta sabrosa
carnada. El tratado de paz fue firmado por ellos el 10 de mayo y ratificado por la Asamblea de Versalles el 18 del
mismo mes.
En el intervalo entre la conclusión de la paz y la llegada de los prisioneros bonapartistas, Thiers se creyó tanto
más obligado [249] a reanudar su comedia de reconciliación cuanto que los republicanos, sus instrumentos,
estaban apremiantemente necesitados de un pretexto que les permitiese cerrar los ojos a los preparativos para la
carnicería de París. Todavía el 8 de mayo constestaba a una comisión de conciliadores pequeñoburgueses:
«Tan pronto como los insurrectos se decidan a capitular, las puertas de París se abrirán de par en par durante una
semana para todos, con la sola excepción de los asesinos de los generales Clément Thomas y Lecomte".
Pocos días después, interpelado violentamente por los «rurales» acerca de estas promesas, se negó a entrar en
ningún género de explicaciones; pero no sin hacer esta alusión significativa:
«Os digo que entre vosotros hay hombres impacientes, hombres que tienen demasiada prisa. Que aguarden otros
ocho días; al cabo de ellos, el peligro habrá pasado y la tarea será proporcional a su valentía y a su capacidad».
Tan pronto como Mac-Mahon pudo garantizarle que dentro de poco podría entrar en París, Thiers declaró ante la
Asamblea que
«entraría en París con la ley en la mano y exigiendo una expiación cumplida a los miserables que habían
sacrificado vidas de soldados y destruido monumentos públicos».
Al acercarse el momento decisivo, dijo ante la Asamblea Nacional: «¡Seré implacable!»; a París, que no había
salvación para él; y a sus bandidos bonapartistas que se les daba carta blanca para vengarse de París a discreción.
Por último, cuando el 21 de mayo la traición abrió las puertas de la ciudad al general Douay, Thiers pudo
descubrir el día 22 a los «rurales» el «objetivo» de su comedia de reconciliación, que tanto se habían obstinado
en no comprender:
«Os dije hace pocos días que nos estábamos acercando a nuestro objetivo; hoy vengo a deciros que el objetivo
está alcanzado. ¡El triunfo del orden, de la justicia y de la civilización está conseguido por fin!».
Así era. La civilización y la justicia del orden burgués aparecen en todo su siniestro esplendor dondequiera que
los esclavos y los parias de este orden osan rebelarse contra sus señores. En tales momentos, esa civilización y
esa justicia se muestran como lo que son: salvajismo descarado y venganza sin ley. Cada nueva crisis que se
produce en la lucha de clases entre los productores y los apropiadores hace resaltar este hecho con mayor
claridad. Hasta las atrocidades cometidas por la burguesía en junio de 1848 palidecen ante la infamia
indescriptible de 1871. El heroísmo abnegado con que la población de París —hombres, mujeres y niños— luchó
por espacio de ocho días después de la entrada de los [250] versalleses en la ciudad, refleja la grandeza de su
- 162 causa, como las hazañas infernales de la soldadesca reflejan el espíritu innato de esa civilización de la que es el
brazo vengador y mercenario. ¡Gloriosa civilización ésta, cuyo gran problema estriba en saber cómo
desprenderse de los montones de cadáveres hechos por ella después de haber cesado la batalla!.
Para encontrar un paralelo con la conducta de Thiers y de sus perros de presa hay que remontarse a los tiempos
de Sila y de los dos triunviratos romanos [88]. Las mismas matanzas en masa a sangre fría; el mismo desdén, en
la matanza, para la edad y el sexo; el mismo sistema de torturar a los prisioneros; las mismas proscripciones,
pero ahora de toda una clase; la misma batida salvaje contra los jefes escondidos, para que ni uno solo se escape;
las mismas delaciones de enemigos políticos y personales; la misma indiferencia ante la matanza de personas
completamente ajenas a la contienda. No hay más que una diferencia, y es que los romanos no disponían de
ametralladoras para despachar a los proscritos en masa y que no actuaban «con la ley en la mano» ni con el grito
de «civilización» en los labios.
Y tras estos horrores, volvamos la vista a otro aspecto, todavía más repugnante, de esa civilización burguesa, tal
como su propia prensa lo describe.
«Mientras a lo lejos» —escribe el corresponsal parisino de un periódico conservador de Londres— «se oyen
todavía disparos sueltos y entre las tumbas del cementerio del Peré Lachaise agonizan infelices heridos
abandonados; mientras 6.000 insurrectos aterrados vagan en una agonía de desesperación en el laberinto de las
catacumbas y por las calles se ven todavía infelices llevados a rastras para ser segados en montón por las
ametralladoras, resulta indignante ver los cafés llenos de bebedores de ajenjo y de jugadores de billar y de
dominó; ver cómo las mujeres del vicio deambulan por los bulevares y oir cómo el estrépito de las orgías en los
reservados de los restaurantes distinguidos turba el silencio de la noche».
El señor Edouard Hervé escribe en el "Journal de París" [89], periódico versallés suprimido por la Comuna:
«El modo cómo la población de París» (!) «manifestó ayer su satisfacción era más que frívolo, y tememos que
esto se agrave con el tiempo. París presenta ahora un aire de día de fiesta lamentablemente poco apropiado. Si no
queremos que nos llamen los «parisinos de la decadencia», debemos poner término a tal estado de cosas».
Y a continuación cita el pasaje de Tácito:
«Y sin embargo, a la mañana siguiente de aquella horrible batalla y aun antes de haberse terminado, Roma,
degradada y corrompida, comenzó a revolcarse de nuevo en la charca de voluptuosidad que destruía su cuerpo y
encenagaba su alma —alibi proelia et vulnera, alibi balneae popinaeque (aquí combates y heridas, allí baños y
festines)».
El señor Hervé sólo se olvida de aclarar que la «población de París» de que él habla es, exclusivamente, la
población del París del señor Thiers: los franc-fileurs que volvían en tropel de Versalles, de Saint Denis, de Rueil
y de Saint Germain, el París de la «decadencia».
En cada uno de sus triunfos sangrientos sobre los abnegados paladines de una sociedad nueva y mejor, esta
infame civilización, basada en la esclavización del trabajo, ahoga los gemidos de sus víctimas en un clamor
salvaje de calumnias, que encuentran eco en todo el orbe. Los perros de presa del «orden» trasforman de pronto
en un infierno el sereno París obrero de la Comuna. ¿Y qué es lo que demuestra este tremendo cambio a las
mentes burguesas de todos los países? Demuestra sencillamente que la Comuna se ha amotinado contra la
civilización. El pueblo de París, lleno de entusiasmo, muere por la Comuna en número no igualado por ninguna
batalla de la historia. ¿Qué demuestra esto? Demuestra, sencillamente, que la Comuna no era el gobierno propio
del pueblo, sino la usurpación del poder por un puñado de criminales. Las mujeres de París dan alegremente sus
vidas en las barricadas y ante los pelotones de ejecución. ¿Qué demuestra esto? Demuestra sencillamente que el
demonio de la Comuna las ha convertido en Megeras [90] y Hécates [91]. La moderación de la Comuna durante
los dos meses de su dominación indisputada sólo es igualada por el heroísmo de su defensa. ¿Qué demuestra
esto? Demuestra, sencillamente, que durante varios meses la Comuna ocultó cuidadosamente bajo una careta de
- 163 moderación y de humanidad la sed de sangre de sus instintos satánicos, para darle rienda suelta en la hora de su
agonía.
En el momento del heroico holocausto de sí mismo, el París obrero envolvió en llamas edificios y monumentos.
Cuando los esclavizadores del proletariado descuartizan su cuerpo vivo, no deben seguir abrigando la esperanza
de retornar en triunfo a los muros intactos de sus casas. El gobierno de Versalles grita: "¡Incendiarios!", y susurra
esta consigna a todos sus agentes, hasta en la aldea más remota, para que acosen a sus enemigos por todas partes
como incendiarios profesionales. La burguesía del mundo entero, que asiste con complacencia a la matanza en
masa después de la lucha, se estremece de horror ante la profanación del ladrillo y la argamasa.
Cuando los gobiernos dan a sus flotas de guerra carta blanca para «matar, quemar y destruir», ¿dan o no carta
blanca a incendiarios? Cuando las tropas británicas pegan fuego alegremente al capitolio de Washington o al
palacio de verano del emperador de China [92] ¿son o no son incendiarias? Cuando los prusianos, no por razones
militares, sino por mero espíritu de venganza, [252] hacen arder con ayuda de petróleo poblaciones enteras como
Châteaudun e innumerables aldeas, ¿son o no son incendiarios? Cuando Thiers bombardea a París durante seis
semanas, bajo el pretexto de que sólo quiere pegar fuego a las casas en que hay gente, ¿era o no era incendiario?
En la guerra, el fuego es un arma tan legítima como cualquier otra. Los edificios ocupados por el enemigo se
bombardean para pegarles fuego. Y si sus defensores se ven obligados a evacuarlos, ellos mismos los incendian,
para evitar que los atacantes se apoyen en ellos. El ser pasto de las llamas ha sido siempre el destino ineludible
de los edificios situados en el frente de combate de todos los ejércitos regulares del mundo. ¡Pero he aquí que en
la guerra de los esclavizados contra los esclavizadores —la única guerra justificada de la historia— este
argumento ya no es válido en absoluto! La Comuna se sirvió del fuego pura y exclusivamente como de un medio
de defensa. Lo empleó para cortar el avance de las tropas de Versalles por aquellas avenidas largas y rectas que
Haussman había abierto expresamente para el fuego de la artillería; lo empleó para cubrir la retirada, del mismo
modo que los versalleses, al avanzar, emplearon sus granadas, que destruyeron, por lo menos, tantos edificios
como el fuego de la Comuna. Todavía no se sabe a ciencia cierta qué edificios fueron incendiados por los
defensores y cuáles por los atacantes. Y los defensores no recurrieron al fuego hasta que las tropas versallesas no
habían comenzado su matanza en masa de prisioneros. Además, la Comuna había anunciado públicamente, desde
hacía mucho tiempo, que, empujada al extremo, se enterraría entre las ruinas de París y haría de esta capital un
segundo Moscú; cosa que el Gobierno de la Defensa Nacional había prometido también hacer, claro que sólo
como disfraz, para encubrir su traición. Trochu había preparado el petróleo necesario para esta eventualidad. La
Comuna sabía que a sus enemigos no les importaban las vidas del pueblo de París, pero que en cambio les
importaban mucho los edificios parisinos de su propiedad. Por otra parte, Thiers había hecho ya saber que sería
implacable en su venganza. Apenas vio de un lado a su ejército en orden de batalla y del otro a los prusianos
cerrando la salida, exclamó: «¡Seré inexorable! ¡El castigo será completo y la justicia severa!» Si los actos de los
obreros de París fueron de vandalismo, era el vandalismo de la defensa desesperada, no un vandalismo de
triunfo, como aquel de que los cristianos dieron prueba al destruir los tesoros artísticos, realmente inestimables,
de la antigüedad pagana. Pero incluso este vandalismo ha sido justificado por los historiadores como un
accidente inevitable y relativamente insignificante, en comparación con aquella lucha titánica entre una sociedad
nueva que surgía y otra vieja que se derrumbaba. Y aún menos se parecía al vandalismo [253] de un Haussman,
que arrasó el París histórico, para dejar sitio al París de los ociosos.
Pero, ¿y la ejecución por la Comuna de los sesenta y cuatro rehenes, con el arzobispo de París a la cabeza? La
burguesía y su ejército restablecieron en junio de 1848 una costumbre que había desaparecido desde hacía largo
tiempo de las prácticas guerreras: la de fusilar a sus prisioneros indefensos. Desde entonces, esta costumbre
brutal ha encontrado la adhesión más o menos estricta de todos los aplastadores de conmociones populares en
Europa y en la India, demostrando con ello que constituye un verdadero «progreso de la civilización». Por otra
parte, los prusianos restablecieron en Francia la práctica de tomar rehenes; personas inocentes a quienes se hacía
responder con sus vidas de los actos de otros. Cuando Thiers, como hemos visto, puso en práctica desde el
primer momento la humana costumbre de fusilar a los federales prisioneros, la Comuna, para proteger sus vidas,
viose obligada a recurrir a la práctica prusiana de tomar rehenes. A estos rehenes los habían hecho ya reos de
muerte repetidas veces los incesantes fusilamientos de prisioneros por las tropas versallesas. ¿Quién podía seguir
guardando sus vidas después de la carnicería con que los pretorianos [93] de Mac-Mahon celebraron su entrada
- 164 en París? ¿Había de convertirse también en una burla la última medida —la toma de rehenes— con que se
aspiraba a contener el salvajismo desenfrenado de los gobiernos burgueses? El verdadero asesino del arzobispo
Darboy es Thiers. La Comuna propuso repetidas veces el canje del arzobispo y de otro montón de clérigos por un
solo prisionero, Blanqui, que Thiers tenía entonces en sus garras. Y Thiers se negó tenazmente. Sabía que con
Blanqui daba a la Comuna una cabeza y que el arzobispo serviría mejor a sus fines como cadáver. Thiers seguía
aquí las huellas de Cavaignac. ¿Acaso en junio de 1848 Cavaignac y sus hombres del orden no habían lanzado
gritos de horror, estigmatizando a los insurrectos como asesinos del arzobispo Affre? Y ellos sabían
perfectamente que el arzobispo había sido fusilado por las tropas del partido del orden [94]. El Sr. Jacquemet,
vicario general del arzobispo que había asistido a la ejecución, se lo había certificado inmediatamente después de
ocurrir ésta.
Todo este coro de calumnias, que el partido del orden, en sus orgías de sangre, no deja nunca de alzar contra sus
víctimas, sólo demuestra que el burgués de nuestros días se considera el legítimo heredero del antiguo señor
feudal, para quien todas las armas eran buenas contra los plebeyos, mientras que en manos de éstos toda arma
constituía por sí sola un crimen.
La conspiración de la clase dominante para aplastar la revolución por medio de una guerra civil montada bajo el
patronato del [254] invasor extranjero —conspiración que hemos ido siguiendo desde el mismo 4 de septiembre
hasta la entrada de los pretorianos de Mac-Mahon por la puerta de Saint Cloud— culminó en la carnicería de
París. Bismarck se deleita ante las ruinas de París, en las que ha visto tal vez el primer paso de aquella
destrucción general de las grandes ciudades que había sido su sueño dorado cuando no era más que un simple
«rural» en los escaños de la Chambre introuvable prusiana de 1849 [95]. Se deleita ante los cadáveres del
proletariado de París. Para él, esto no es sólo el exterminio de la revolución; es además el aniquilamiento de
Francia, que ahora queda decapitada de veras, y por obra del propio gobierno francés. Con la superficialidad que
caracteriza a todos los estadistas afortunados, no ve más que el aspecto externo de este formidable
acontecimiento histórico. ¿Cuándo había brindado la historia el espectáculo de un conquistador que coronaba su
victoria convirtiéndose, no ya en el gendarme, sino en el sicario del Gobierno vencido? Entre Prusia y la Comuna
de París no había guerra. Por el contrario, la Comuna había aceptado los preliminares de paz, y Prusia se había
declarado neutral. Prusia no era, por tanto, beligerante. Desempeñó el papel de un matón; de un matón cobarde,
puesto que no arrastraba ningún peligro; y de un matón a sueldo, porque se había estipulado de antemano que el
pago de sus 500 millones teñidos de sangre no sería hecho hasta después de la caída de París. De este modo, se
revelaba, por fin, el verdadero carácter de la guerra, de aquella guerra ordenada por la providencia como castigo
de la impía y corrompida Francia por la muy moral y piadosa Alemania. Y esta violación sin precedente del
derecho de las naciones, incluso en la interpretación de los juristas del viejo mundo, en vez de poner en pie a los
gobiernos «civilizados» de Europa para declarar fuera de la ley internacional al felón gobierno prusiano, simple
instrumento del gobierno de San Petersburgo, les incita únicamente a preguntarse ¡si las pocas víctimas que
consiguen escapar por entre el doble cordón que rodea a París no deberán ser entregadas también al verdugo de
Versalles!.
El hecho sin precedente de que en la guerra más tremenda de los tiempos modernos, el ejército vencedor y el
vencido confraternicen en la matanza común del proletariado, no representa, como cree Bismarck, el
aplastamiento definitivo de la nueva sociedad que avanza, sino el desmoronamiento completo de la sociedad
burguesa. La empresa más heroica que aún puede acometer la vieja sociedad es la guerra nacional. Y ahora viene
a demostrarse que esto no es más que una añagaza de los gobiernos destinada a aplazar la lucha de clases, y de la
que se prescinde tan pronto como esta lucha estalla en forma de guerra civil. La dominación de clase ya no se
puede disfrazar bajo el uniforme [255] nacional; todos los gobiernos nacionales son uno solo contra el
proletariado.
Después del domingo de Pentecostés de 1871, ya no puede haber paz ni tregua posible entre los obreros de
Francia y los que se apropian el producto de su trabajo. El puño de hierro de la soldadesca mercenaria podrá
tener sujetas, durante cierto tiempo, a estas dos clases, pero la lucha volverá a estallar una y otra vez en
proporciones crecientes. No puede caber duda sobre quién será a la postre el vencedor: si los pocos que viven del
- 165 trabajo ajeno o la inmensa mayoría que trabaja. Y la clase obrera francesa no es más que la vanguardia del
proletariado moderno.
Los gobiernos de Europa, mientras atestiguan así, ante París, el carácter internacional de su dominación de clase,
braman contra la Asociación Internacional de los Trabajadores —la contraorganización internacional del trabajo
frente a la conspiración cosmopolita del capital—, como la fuente principal de todos estos desastres. Thiers la
denunció como déspota del trabajo que pretende ser su libertador. Picard ordenó que se cortasen todos los
enlaces entre los internacionales franceses y los del extranjero. El conde de Jaubert, una momia que fue cómplice
de Thiers en 1835, declara que el exterminio de la Internacional es el gran problema de todos los gobiernos
civilizados. Los «rurales» braman contra ella, y la prensa europea se agrega unánimemente al coro. Un escritor
francés [*] honrado, absolutamente ajeno a nuestra Asociación, se expresa en los siguientes términos:
«Los miembros del Comité Central de la Guardia Nacional, así como la mayor parte de los miembros de la
Comuna, son las cabezas más activas, inteligentes y enérgicas de la Asociación Internacional de los
Trabajadores... Hombres absolutamente honrados, sinceros, inteligentes, abnegados, puros y fanáticos en el buen
sentido de la palabra».
Naturalmente, las cabezas burguesas, con su contextura policíaca, se representan a la Asociación Internacional de
los Trabajadores como una especie de conspiración secreta con un organismo central que ordena de vez en
cuando explosiones en diferentes países. En realidad, nuestra Asociación no es más que el lazo internacional que
une a los obreros más avanzados de los diversos países del mundo civilizado. Dondequiera que la lucha de clases
alcance cierta consistencia, sean cuales fueran la forma y las condiciones en que el hecho se produzca, es lógico
que los miembros de nuestra Asociación aparezcan en la vanguardia. El terreno de donde brota nuestra
Asociación es la propia sociedad moderna. No es posible exterminarla, por grande que sea la carnicería. [256]
Para hacerlo, los gobiernos tendrían que exterminar el despotismo del capital sobre el trabajo, base de su propia
existencia parasitaria.
El París de los obreros, con su Comuna, será eternamente ensalzado como heraldo glorioso de una nueva
sociedad. Sus mártires tienen su santuario en el gran corazón de la clase obrera. Y a sus exterminadores la
historia los ha clavado ya en una picota eterna, de la que no lograrán redimirlos todas las preces de su clerigalla.
256, High Holborn, London, W.C.
30 de mayo de 1871.
NOTAS
[84] 189. Chuanes, denominación que habían dado los comuneros a un destacamento monárquico del ejército de Versalles, reclutado en
Bretaña, por analogía con los participantes de la rebelión contrarrevolucionaria en el Noroeste de Francia, en tiempo de la revolución
burguesa francesa de fines del siglo XVIII.- 245
[*] Confidentes. (N. de la Edit.)
[85] 190. Poco después del 18 de marzo de 1871, estallaron en Lyon y Marsella movimientos revolucionarios cuyo fin era proclamar la
Comuna. Ambos movimientos fueron aplastados cruelmente por el gobierno de Thiers.- 246
[86] 191. Con arreglo a la ley de procedimiento de los tribunales de guerra, sometida por Dufaure al examen de la Asamblea Nacional,
los procesos judiciales y las sentencias debían cumplirse en 48 horas.- 247
[87] 192. Se alude al tratado comercial firmado por Inglaterra y Francia el 23 de enero de 1860, en el que ésta renunciaba a la política
arancelaria prohibitiva y la sustituía con derechos aduaneros. El tratado tuvo como consecuencia el vertical incremento de la
competencia en el mercado interior de Francia debido al aflujo de mercancías de Inglaterra, provocando el descontento de los
industriales franceses.- 248
- 166 [88] 193. Trátase del ambiente de terror y de represiones sangrientas en la Antigua Roma en las distintas etapas de la crisis de la
República esclavista de Roma en el siglo I a. de n. e. La dictadura de Sila (años 82-79 a. de n. e.). El primer y segundo triunviratos de
Roma (años 60-53 y 43-36 a. de n. e.) fueron dictaduras de los caudillos romanos Pompeyo, César y Craso, en el primer caso, y
Octavio, Marco Antonio y Lépido, en el segundo.- 250
[89] 194. "Journal de París" («Periódico de París»), diario de orientación monárquico-orleanista, se publicó en París desde 1867.- 250
[90] Megera: según la mitología de la Grecia antigua, una de las tres furias, personificación de la ira y la envidia; en el sentido figurado,
mujer gruñona y mala.- 251
[91] Hécate: diosa de la luz lunar según la mitología de la Grecia antigua; tenía tres cabezas y tres cuerpos, señora de los demonios y
fantasmas terribles del mundo subterráneo de los muertos, diosa del mal y de los hechiceros.- 251
[92] 195. En agosto de 1814, durante la guerra entre Inglaterra y los EE.UU., las tropas británicas, al apoderarse de Washington,
incendiaron el Capitolio (el edificio del Congreso), la Casa Blanca y otros edificios públicos de la capital.
En octubre de 1860, durante la guerra de Inglaterra y Francia contra China, las tropas anglo-francesas saquearon e incendiaron el
palacio de verano en las proximidades de Pekín, riquísimo conjunto de monumentos de arquitectura y arte chinos.- 251
[93] 196. En la Antigua Roma, los pretorianos constituían la guardia personal privilegiada del caudillo o del emperador; los pretorianos
participaban constantemente en las rebeliones y solían poner en el trono a sus protegidos. La palabra «pretorianos» pasó luego a
simbolizar la arbitrariedad de los militares mercenarios.- 253
[94] 155. El partido del orden, partido de la gran burguesía conservadora, surgió en 1848 y era una coalición de dos minorías
monárquicas de Francia: los legitimistas y los orleanistas (véase la nota 125); desde 1849 hasta el golpe de Estado del 2 de diciembre de
1851 tenía una situación dirigente en la Asamblea Legislativa de la Segunda República.- 219, 253
[95] 197. Marx llama a la Cámara de los Diputados prusiana «Chambre introuvable» («Cámara inefable») por analogía con la Cámara
francesa (véase la nota 158). La Asamblea elegida en enero-febrero de 1849 constaba de la privilegiada «Cámara de los Señores»
aristócrata y la segunda Cámara, cuyos componentes eran elegidos en dos turnos únicamente por los llamados «prusianos
independientes». Bismarck, elegido a la segunda Cámara, era en ella uno de los líderes del grupo junker de la extrema derecha.- 254
[*] Por lo visto Robinet. (N. de la Edit.)
APENDICES
I
«La columna de prisioneros se detuvo en la avenida Uhrich y fue formada, de cuatro o cinco en fondo, en la
acera, dando vista a la calle. El general marqués de Galliffet y su Estado Mayor bajaron de los caballos y
empezaron a pasar revista de izquierda a derecha. El general andaba lentamente, observando las filas; de vez en
cuando, se detenía y tocaba a un prisionero en el hombro o le llamaba con un movimiento de cabeza si estaba en
las filas de atrás. En la mayoría de los casos, los seleccionados por este procedimiento, sin más trámites, eran
colocados en medio de la calle, donde formaron en seguida una pequeña columna aparte... La posibilidad de
error era, evidentemente, considerable. Un oficial montado señaló al general Galliffet un hombre y una mujer,
como culpables de algún crimen. La mujer salió corriendo de la fila, se puso de rodillas, y, con los brazos
abiertos, protestó de su inocencia en términos de gran emoción. El general aguardó unos instantes y luego con
rostro impasible, y sin moverse, dijo: «Madame, conozco todos los teatros de París: no se moleste usted en hacer
comedias (ce n'est pas la peine de jouer la comédie)»... Aquel día era poco conveniente para nadie ser
ostensiblemente más alto, más sucio, más limpio, más viejo o más feo que sus vecinos. Un hombre con la nariz
partida llamó mi atención, y en seguida comprendí que debía a este detalle el verse liberado aceleradamente de
nuestro valle de lágrimas... De este modo fueron seleccionados más de cien; se destacó un pelotón de ejecución y
la columna siguió su marcha dejándoles atrás. A los pocos minutos, comenzó a nuestra espalda un fuego
- 167 intermitente, que duró más de un cuarto de hora. Estaban ejecutando a aquellos desgraciados, condenados tan
sumarísimamente». (Corresponsal del "Daily News" [96] en París, 8 de junio).
A este Galliffet, «el chulo de su mujer, tan famosa por las desvergonzadas exhibiciones de su cuerpo en las
orgías del Segundo Imperio», se le conocía durante la guerra con el nombre «Alférez Pistola» francés.
«"El Temps" [97], que es un periódico prudente y poco dado al sensacionalismo, relata la historia escalofriante
de gentes a medio fusilar y enterradas todavía con vida. En la plaza de Saint Jacques-la-Bouchière fue enterrado
[257] un gran número de personas; algunas de ellas muy superficialmente. Durante el día, el ruido de la calle no
permitía oír nada, pero en el silencio de la noche los vecinos de las casas circundantes se despertaron al oír
gemidos lejanos, y por la mañana se vio saliendo del suelo una mano crispada. A consecuencia de esto se ordenó
que se desenterrasen los cadáveres... Que muchos heridos fueron enterrados con vida es cosa que no me ofrece la
menor duda. Hay un caso del que puedo responder personalmente. El 24 de mayo fue fusilado Brunel con su
amante en el patio de una casa de la plaza Vendôme, donde estuvieron tirados sus cuerpos hasta la tarde del 27.
Cuando por fin vinieron a tirar los cadáveres, vieron que la mujer aún tenía vida y la llevaron a un hospitalillo.
Aunque había recibido cuatro balazos, está ya fuera de peligro». (Corresponsal del "Evening Standard" [98] en
París, 8 de junio).
NOTAS
[96] 198. "The Daily News" («Noticias diarias»), diario liberal inglés, órgano de la burguesía industrial, se publicó con este título en
Londres de 1846 a 1930.- 256, 356
[97] 199. "Le Temps" («El Tiempo»), diario francés de tendencia conservadora, órgano de la gran burguesía, se publicó en París de
1861 a 1943.- 256
[98] 200. "The Evening Standard" («La Bandera de la Tarde»), publicación vespertina del periódico conservador inglés "Standard"
(fundado en 1827), aparecía en Londres de 1857 a 1905. Luego se publicó como órgano de prensa aparte.- 257
II
La siguiente carta [99] apareció en el "Times" de Londres el 13 de junio.
AL DIRECTOR DEL TIMES
Muy señor mío: El 6 de junio de 1871, el señor Julio Favre ha enviado una circular a todos los gobiernos de
Europa, pidiendo la persecusión a muerte de la Asociación Internacional de los Trabajadores. Unas pocas
observaciones bastarán para dar a conocer el carácter de este documento.
En el preámbulo de nuestros Estatutos se declara que la Internacional fue fundada «el 28 de septiembre de 1864
en una Asamblea pública celebrada en Saint Martin's Hall, Long Acre, en Londres». Por razones que él conoce
mejor que nadie, Julio Favre sitúa su origen más allá del año 1862.
Para ilustrar sobre nuestros principios, pretende citar «su (de la Internacional) impreso del 25 de marzo de 1869».
¿Y qué es lo que cita? Un impreso de una Asociación que no es la Internacional. El ya empleaba esta clase de
maniobras cuando, siendo aún un abogado bastante joven, defendía al periódico parisino "National" contra la
demanda por calumnia entablada por Cabet. Entonces simulaba leer citas de los folletos de Cabet, cuando en
realidad lo que leía eran párrafos de su propia cosecha en el texto. Pero esta superchería fue desenmascarada ante
- 168 el Tribunal en pleno y, si Cabet no hubiera sido tan indulgente, Favre hubiese sido expulsado del Colegio de
Abogados de París. De todos los documentos que él cita como documentos de la Internacional, ni uno solo
pertenece a la Internacional. Así, afirma:
«La Alianza se declara atea —dice el Consejo General constituido en Londres, en julio de 1869».
[258]
El Consejo General jamás ha publicado semejante documento. Por el contrario, publicó uno [*] que anulaba los
estatutos originales de la Alianza —"L'Alliance de la Démocratie Socialiste" de Ginebra— citados por Julio
Favre.
En toda su circular, que en parte pretende también estar dirigida contra el Imperio, Julio Favre, para atacar a la
Internacional, no hace más que repetir las fábulas policíacas de los fiscales del Imperio. Fábulas tan pobres que
hasta se venían abajo ante los propios tribunales bonapartistas.
Es sabido que el Consejo General de la Internacional en sus dos manifiestos (de julio y septiembre del año
pasado) sobre la guerra de entonces [*]*, denunciaba los planes de conquista de Prusia contra Francia. Después
de esto, el señor Reitlinger, secretario particular de Julio Favre, se dirigió (en vano, naturalmente) a algunos
miembros del Consejo General para que el Consejo preparase una manifestación antibismarckiana y a favor del
Gobierno de la Defensa Nacional. Se les rogaba encarecidamente no hacer la menor mención de la república. Los
preparativos para una manifestación cuando se esperaba la llegada de Julio Favre a Londres, fueron hechos —
seguramente con la mejor intención— contra la voluntad del Consejo General, que en su manifiesto del 9 de
septiembre previno claramente a los trabajadores de París contra Favre y sus colegas.
¿Qué le parecería a Julio Favre si, por su parte, el Consejo General de la Internacional enviase una circular sobre
Julio Favre a todos los gobiernos de Europa, llamando su atención sobre los documentos publicados en París por
el difunto señor Millière?.
Suyo S.S.
John Hales
Secretario del Consejo General de la Asociación
Internacional de los Trabajadores.
256, High Holborn, London,
W. C., 12 de junio de 1871
En un artículo sobre "La Asociación Internacional y sus fines", el "Spectator" [100] londinense (del 24 de junio),
en calidad de pío denunciante, tiene, entre otras habilidades de este género, la de citar, aún más ampliamente que
Favre, el mencionado documento de la "Alianza" como si fuera de la Internacional. Y esto, once días después de
la publicación en el "Times" de la anterior rectificación. La cosa no puede extrañarnos. Ya decía Federico el
Grande que de todos los jesuitas los peores son los protestantes.
Escrito por C. Marx en Londres a mediados de junio de 1871 y a lo largo de 1871-1872
NOTAS
- 169 [99] 201. La carta fue escrita por C. Marx y F. Engels.- 257
[*] Véase C. Marx. "La Asociación Internacional de los Trabajadores y la Alianza de la Democracia Socialista". (N. de la Edit.)
[**] Véase el presente tomo, págs. 201-205, 206-213. (N. de la Edit.)
[100] 115. "The Pall Mall Gazzete" («La Gaceta Pall Mall») se publicó diariamente en Londres de 1865 a 1920; en los años 60-70 del
siglo XIX, el periódico se atenía a la orientación de los conservadores; de julio de 1870 a julio de 1871, Marx y Engels colaboraron en
la rotativa.
"The Saturday Review", véase la nota 55.
"The Spectator" («El Espectador»), hebdomadario inglés de tendencia liberal, se publicó en Londres desde 1828.
"The Fortnightly Review" («Revista bimensual»), revista histórica, filosófica y literaria de orientación liberal-burguesa; se publicó bajo
ese título en Londres de 1865 a 1934.- 185, 258
F. ENGELS
SOBRE LA ACCION POLITICA DE LA CLASE
OBRERA
ACTA HECHA POR EL AUTOR DEL DISCURSO PRONUNCIADO EN LA SESION DE LA
CONFERENCIA DE LONDRES EL 21 DE SETIEMBRE DE 1871 [1].
La abstención absoluta en política es imposible; todos los periódicos abstencionistas hacen también política. El
quid de la cuestión consiste únicamente en cómo la hacen y qué política hacen. Por lo demás, para nosotros la
abstención es imposible. El partido obrero existe ya como partido político en la mayoría de los países. Y no
seremos nosotros los que lo destruyamos predicando la abstención. La experiencia de la vida actual, la opresión
política a que someten a los obreros los gobiernos existentes, tanto con fines políticos como sociales, les obligan
a dedicarse a la política, quiéraulo o no. Predicarles la abstención significaría arrojarlos en los brazos de la
política burguesa. La abstención es completamente imposible, sobre todo después de la Comuna de París, que ha
colocado la acción política del proletariado a la orden del día.
Queremos la abolición de las clases. ¿Cuál es el medio para alcanzarla? La dominación política del proletariado.
Y cuando en todas partes se han puesto de acuerdo sobre ello, ¡se nos pide que no nos mezclemos en la política!
Todos los abstencionistas se llaman revolucionarios y hasta revolucionarios por excelencia. Pero la revolución es
el acto supremo de la política; el que la quiere, debe querer el medio, la acción política que la prepara, que
proporciona a los obreros la educación para la revolución y sin la cual los obreros, al día siguiente de la lucha,
serán siempre [261] engañados por los Favre y los Pyat. Pero la política a que tiene que dedicarse es la política
obrera; el partido obrero no debe constituirse como un apéndice de cualquier partido burgués, sino como un
partido independiente, que tiene su objetivo propio, su política propia.
Las libertades políticas, el derecho de reunión y de asociación y la libertad de la prensa: éstas son nuestras armas.
Y ¿deberemos cruzarnos de brazos y abstenernos cuando quieran quitárnoslas? Se dice que toda acción política
implica el reconocimiento del estado de cosas existente. Pero cuando este estado de cosas nos da medios para
luchar contra él, recurrir a ellos no significa reconocer el estado de cosas existente.
- 170 Publicado íntegramente por vez primera en el núm. 29 de la revista "Kommunistícheski Internatsional", 1934.
Traducido del francés.
Se publica de acuerdo con el manuscrito.
NOTAS
[1]
202. La Conferencia de la I Internacional celebrada en Londres se reunió del 17 al 23 de setiembre de 1871. Convocada en un ambiente
de crueles represiones contra los miembros de la Internacional después de la derrota de la Comuna de París, tuvo una representación
relativamente reducida: participaron en sus labores 22 delegados con voz y voto y 10 con voz. Los países que no pudieron enviar
delegados fueron representados por los secretarios corresponsales del Consejo General. Marx representaba a Alemania, y Engels, a
Italia.
La Conferencia de Londres significó una importante etapa en la lucha de Marx y Engels por la creación del partido proletario. La
Conferencia adoptó la resolución "Sobre la acción política de la clase obrera", cuya parte fundamental fue incluida, por acuerdo del
Congreso de la Internacional celebrado en La Haya, en los Estatutos Generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores. En
varias resoluciones de la Conferencia fueron formulados importantes principios tácticos y de organización del partido proletario,
asestándose un golpe al sectarismo y al reformismo. La Conferencia de Londres desempeñó un gran papel en la victoria de los
principios del partidismo proletario sobre el oportunismo anarquista.- 260, 274, 309, 312.
- 171 -
C. MARX Y F. ENGELS
LAS PRETENDIDAS ESCISIONES EN LA
INTERNACIONAL
CIRCULAR RESERVADA DEL CONSEJO GENERAL DE LA ASOCIACION INTERNACIONAL
DE LOS TRABAJADORES [1]
Hasta hoy, el Consejo General se ha impuesto una reserva absoluta respecto a las luchas internas habidas en el
seno de la Internacional y no ha respondido jamás públicamente a los ataques públicos lanzados contra él durante
más de dos años por miembros de la Asociación.
La persistencia de un puñado de intrigantes en fomentar el que se confunda a la Internacional con una sociedad
[*] hostil a ella desde su origen, podría no ser aún motivo para romper el silencio. Pero el apoyo que la reacción
europea encuentra en los escándalos provocados por esta sociedad, en un momento en que la Internacional
atraviesa la crisis más seria que ha conocido desde su fundación, obliga al Consejo General a hacer la historia de
todas estas intrigas.
NOTAS
[1] 203. Las tesis fundamentales de "Las pretendidas escisiones en la Internacional", circular reservada del Consejo General de la
Asociación Internacional de los Trabajadores, fueron expuestas por Marx en la reunión del Consejo General del 5 de marzo de 1872.
Marx y Engels denunciaron en ella el bakuninismo.
El cumplir la exigencia de los bakuninistas —reducir las funciones del Consejo General al papel de simple oficina de corresponsales y
de estadística— significaría la renuncia del proletariado a la creación de su organización disciplinada y unida en el aspecto ideológico.
La lucha de Marx y Engels en el problema de las funciones del Consejo General era, en realidad, una lucha por los principios de
organización del partido proletario. Por acuerdo unánime del Consejo General, la circular fue publicada en francés a fines de mayo de
1872.- 262.
[**] La «Alianza internacional de la democracia socialista». (N. de la Edit.)
I
Después de la caída de la Comuna de París, el primer acto del Consejo General fue publicar su Manifiesto sobre
"La guerra civil en Francia" [*] en el que se solidarizaba con toda la actuación [263] de la Comuna; y lo hacía
precisamente en el momento en que esta actuación servía de pretexto a la burguesía, a la prensa y a los gobiernos
de Europa para volcar las calumnias más infames sobre las espaldas de los vencidos de París. Una parte de la
propia clase obrera no había comprendido aún que su bandera acababa de ser derrotada. El Consejo pudo
comprobar esto, entre otras cosas, por la dimisión que, negándose a solidarizarse con el Manifiesto, presentaron
dos de sus miembros: los ciudadanos Odger y Lucraft. Puede decirse que de la publicación de este documento en
todos los países civilizados data la unidad de opinión de la clase obrera sobre los acontecimientos de París.
Por otra parte, la Internacional encontró un medio de propaganda de los más poderosos en la prensa burguesa, y
sobre todo en la prensa inglesa de gran circulación, a la que este Manifiesto obligó a emprender una polémica,
sostenida luego por las réplicas del Consejo General.
- 172 La llegada a Londres de numerosos refugiados de la Comuna obligó al Consejo General a constituirse en Comité
de Ayuda y a ejercer, durante más de 8 meses, esta función completamente ajena a sus atribuciones normales. No
hay que decir que los vencidos y los desterrados de la Comuna no tenían nada que esperar de la burguesía. Y, en
cuanto a la clase obrera, las peticiones llegaban en un momento difícil: Suiza y Bélgica habían recibido ya su
contingente de refugiados y tenían que mantenerlos o facilitar su traslado a Londres. Las cantidades recogidas en
Alemania, en Austria y en España eran enviadas a Suiza. En Inglaterra, la gran lucha por la jornada de 9 horas,
cuya batalla decisiva se dio en Newcastle [2], había consumido, tanto las contribuciones individuales de los
obreros, como los fondos sociales de las tradeuniones; fondos que, por otra parte, según los mismos Estatutos, no
podían ser destinados más que a las luchas profesionales. Sin embargo, a fuerza de gestiones y cartas incesantes,
el Consejo pudo reunir, céntimo a céntimo, el dinero que distribuía cada semana. Los obreros americanos han
respondido más ampliamente a este llamamiento. ¡Ah, si el Consejo hubiera podido recaudar los millones que la
imaginación aterrorizada de la burguesía deposita tan generosamente en la caja de caudales de la Internacional!
Después de mayo de 1871, un cierto número de refugiados de la Comuna fueron llamados a reemplazar en el
Consejo al elemento francés que, a consecuencia de la guerra, se había quedado sin representación en él. Entre
los miembros así agregados había antiguos internacionalistas y una minoría de hombres conocidos por su energía
revolucionaria y cuya designación fue un homenaje que se rendía a la Comuna de París.
En medio de estas preocupaciones el Consejo hubo de hacer los trabajos preparatorios para la Conferencia de
delegados que acababa de convocar [3].
Las violentas medidas tomadas contra la Internacional por el Gobierno bonapartista habían impedido la reunión
del Congreso en París, tal como estaba prescrita por el Congreso de Basilea [4]. En uso del derecho que le
confería el artículo 4 de los Estatutos, el Consejo General, en su circular del 12 de julio de 1870, convocó el
Congreso en Maguncia. En las cartas dirigidas al mismo tiempo a las diferentes federaciones [*], les propuso
trasladar a otro país la sede del Consejo General —domiciliado hasta entonces en Inglaterra— y les pidió que
dieran a los delegados mandatos imperativos a este respecto. Las federaciones se pronunciaron unánimemente
por el mantenimiento de la sede en Londres. La guerra franco-alemana, que estalló pocos días después,
imposibilitó todo congreso. Y entonces, las federaciones consultadas nos dieron la potestad de fijar la fecha del
próximo Congreso según lo dictaran los acontecimientos.
En cuanto pareció que la situación política lo permitía, el Consejo General convocó una conferencia reservada;
convocatoria que tenía como precedentes la conferencia reservada de 1865 [5] y las sesiones administrativas
reservadas de cada congreso. En el momento de las máximas orgías de la reacción europea; cuando Julio Favre
pedía a todos los gobiernos, incluso al inglés, la extradición de los refugiados como criminales de derecho
común; cuando Dufaure proponía a la asamblea rural [6] una ley poniendo a la Internacional en la ilegalidad [7],
ley de la que luego Malou sirvió a los belgas una imitación hipócrita; cuando, en Suiza, un refugiado de la
Comuna estaba en prisión preventiva, esperando la decisión del Gobierno federal sobre la demanda de
extradición; cuando la caza de internacionalistas era la base ostensible de una alianza entre Beust y Bismarck,
cuya cláusula dirigida contra la Internacional se apresuró a adoptar Víctor Manuel; cuando el Gobierno español,
poniéndose por completo a disposición de los verdugos de Versalles, obligaba al Consejo federal de Madrid a
refugiarse en Portugal [8]; cuando, en fin, el primer deber de la Internacional era apretar sus filas y recoger el
guante arrojado por los gobiernos, un congreso público era imposible y no hubiera hecho más que delatar a los
delegados continentales.
Todas las secciones que estaban en relaciones normales con el Consejo General fueron, en fecha oportuna,
convocadas a la Conferencia, la cual, aun no siendo un congreso público, encontró [265] serias dificultades. No
hay que decir que Francia, en la situación en que se encontraba, no podía elegir delegados. En Italia, la única
sección entonces organizada era la de Nápoles, y, en el momento de nombrar un delegado, fue disuelta por la
fuerza armada. En Austria y en Hungría, los miembros más activos estaban en la cárcel. En Alemania, algunos
miembros de los más conocidos estaban perseguidos por alta traición, otros estaban en la prisión y los fondos del
partido estaban absorbidos por la necesidad de ayudar a sus familias. Los norteamericanos dirigieron a la
Conferencia una Memoria detallada sobre la situación de la Internacional en su país y emplearon los gastos de
- 173 delegación en el mantenimiento de refugiados. Por lo demás, todas las federaciones reconocieron la necesidad de
sustituir el congreso público por la conferencia reservada.
La Conferencia, después de haberse reunido en Londres desde el 17 hasta el 23 de septiembre de 1871, dejó
encargadas al Consejo General una serie de tareas: publicar sus resoluciones; articular los reglamentos
administrativos y publicarlos juntamente con los Estatutos generales [*], revisados y corregidos, en tres idiomas;
ejecutar la resolución de sustituir los carnéts de afiliados por sellos; reorganizar la Internacional en Inglaterra [9],
y, por úItimo, subvenir a los gastos necesarios para estos diferentes trabajos.
Desde la publicación de los trabajos de la Conferencia, la prensa reaccionaria, de París a Moscú y de Londres a
Nueva York, denunció la resolución sobre la política de la clase obrera [*]* como una cosa preñada de tan
peligrosos designios (el "Times" [10] la acusó de «audacia fríamente calculada»), que era urgente poner a la
Internacional fuera de la ley. Por otra parte, la resolución que condenaba a las seccionas sectarias [11]
suplantadoras fue para la policía internacional, que estaba al acecho, un pretexto para reivindicar ruidosamente la
libertad y autonomía de los obreros —sus protegidos— frente al despotismo envilecedor del Consejo General y
de la Conferencia. La clase obrera se sentía tan «terriblemente oprimida» que el Consejo General recibió —de
Europa, de América, de Australia y hasta de las Indias Orientales— adhesiones y partes de constitución de
secciones nuevas.
NOTAS
[**] Véase el presente tomo, págs. 214-259. (N. de la Edit.)
[2] 204. Desde fines de los años 50, una de las reivindicaciones fundamentales de los obreros ingleses era la instauración de la jornada
de trabajo de nueve horas. En mayo de 1871 comenzó una gran huelga de los obreros de la construcción y los de la fabricación de
maquinaria de Newcastle dirigida por la Liga de lucha por la jornada de trabajo de nueve horas, la primera en incorporar a la lucha a
obreros no adheridos a las tradeuniones. Burnette, presidente de la Liga, pidió al Consejo General de la Internacional que impidiese la
entrada de esquiroles en Inglaterra. La importación de esquiroles fue frustrada merced a la enérgica acción del Consejo General de la
Internacional. En octubre de 1871, la huelga de Newcastle terminó victoriosamente para los obreros: se instauró la semana de trabajo de
54 horas.- 263.
[3] 205. El 25 de julio de 1871, el Consejo General aprobó la propuesta de Engels de convocar en Londres, en septiembre de 1871, una
conferencia secreta de la Internacional. A partir de ese momento, Marx y Engels realizaron una inmensa labor de preparación de la
Conferencia en cuanto a los problemas teóricos y de organización: redactaron los programas de trabajo y los proyectos de resoluciones
que se discutieron en las reuniones del Consejo General y se sometieron al examen de la Conferencia de Londres (véase la nota 202).264.
[4] 105. Trátase del Congreso de la Internacional celebrado en Basilea del 6 al 11 de septiembre de 1869. El 10 de septiembre se adoptó
en él la siguiente resolución sobre la propiedad de la tierra, propuesta por los partidarios de Marx:
«1) La sociedad tiene el derecho a suprimir la propiedad privada sobre la tierra y convertir ésta en propiedad social.
2) Es preciso suprimir la propiedad privada sobre la tierra y convertir ésta en propiedad social».
En el Congreso fueron igualmente adoptados acuerdos de unificación de los sindicatos a escala nacional e internacional, así como
varios acuerdos para reforzar la Internacional en materia de organización y para ampliar los poderes del Consejo General.- 174, 264[*]
C. Marx. "Comunicación confidencial a todas las secciones". (N. de la Edit.)
[5] 40. Trátase de la Conferencia de Londres se celebró del 25 al 29 de septiembre de 1865. Participaron en sus labores los miembros
del Consejo General y los dirigentes de diversas secciones. La Conferencia escuchó el informe del Consejo General, aprobó su
rendición de cuentas financieras y el orden del día del próximo Congreso. La Conferencia de Londres, preparada y celebrada bajo la
dirección de Marx, desempeñó un gran papel en el período del devenir y la constitución de la Internacional.- 77, 264
- 174 [6] 159. «Asamblea de los rurales» o «parlamento de terratenientes», apodo dado a la Asamblea Nacional de 1871, reunida en Burdeos
y constituida en su mayor parte por reaccionarios monárquicos: terratenientes de provincia, funcionarios, rentistas y comerciantes
elegidos en las circunscripciones rurales. Sobre un total de 630 diputados a la Asamblea, alrededor de 430 eran monárquicos.- 222, 264
[7] 206. La circular de J. Favre del 26 de mayo de 1871 prescribía a los representantes diplomáticos de Francia en el extranjero
gestionar ante los gobiernos europeos la detención de los emigrados de la Comuna y su extradicción.
Dufaure propuso un proyecto de ley, redactado por una comisión especial de la Asamblea Nacional de Francia y adoptado el 14 de
marzo de 1872. Según dicha ley, la pertenencia a la Internacional se punía con el encarcelamiento.- 264.[8]
207. En el verano de 1871, Bismarck y Beust, canciller de Austria-Hungría, emprendieron ciertos actos con vistas a combatir en común
el movimiento obrero. El 17 de junio de 1871, Bismarck envió a Beust una memoria informándole de las medidas tomadas en Alemania
y Francia contra la actividad de la Internacional. En agosto de 1871, en el encuentro de los emperadores alemán y austriaco en Gastein
y, en septiembre de 1871, en Salzburgo, se sometió a discusión especial el problema de las medidas conjuntas de lucha contra la
Internacional.
El Gobierno italiano se incorporó a la campaña general contra la Internacional, dispersando la Sección napolitana en agosto de 1871 y
persiguiendo a los miembros de la Asociación, en particular, a T. Cuno.
En la primavera y el verano de 1871, el Gobierno español adoptó medidas represivas contra las organizaciones obreras y las secciones
de la Internacional; con tal motivo, Mora, Morago y Lorenzo, miembros del Consejo Federal español, tuvieron que emigrar a Lisboa.264.[*]
Véase el presente tomo, págs. 14-17. (N. de la Edit.)
[9] 208. A propuesta de Marx, la Conferencia de Londres encargó al Consejo General que formase un consejo federal para Inglaterra,
ya que hasta el otoño de 1871 las funciones de tal consejo las cumplía el propio Consejo General. En octubre de 1871 se formó el
Consejo Federal británico constituido por representantes de las secciones inglesas de la Internacional. Desde el comienzo entró en su
dirección un grupo de reformistas, con Hales al frente, que emprendió la lucha contra el Consejo General y la política de
internacionalismo proletario que éste aplicaba en el problema de Irlanda. Hales y otros se unían en su lucha a los anarquistas de Suiza, a
los elementos reformistas burgueses de los EE.UU., etc. Después del Congreso de La Haya, la parte reformista del Consejo Federal
británico negándose a reconocer los acuerdos del Congreso, emprendió, unida a los bakuninistas, una campaña de calumnias contra el
Consejo General y Marx. La otra parte del Consejo Federal británico apoyó activamente a Marx y Engels. A principios de diciembre de
1872 en el Consejo Federal británico se produjo una escisión una parte, fiel a los acuerdos del Congreso de La Haya, se constituyó en
Consejo Federal Británico y estableció contacto directo con el Consejo Generol, cuya sede se trasladó a Nueva York. Las tentativas de
los reformistas de llevarse la Federación británica de la Internacional fracasaron.
El Consejo Federal británico existió de hecho hasta 1874. El cese de su actividad estuvo relacionado con el de la actividad de toda la
Internacional, así como con la victoria temporal del oportunismo en el movimiento obrero inglés.- 265.[**]
Véase el presente tomo, págs. 260-261. (N. de la Edit.)
[10] 172. "The Times" («Los Tiempos»), importante diario inglés de orientación conservadora, se publica en Londres desde 1785.- 230,
265
[11] 209. Trátase de la resolución de la II Conferencia de Londres de 1871 "Sobre las denominaciones de los consejos nacionales, etc.",
que cerraba las puertas de la Internacional a los distintos grupos sectarios.- 265.
II
Las denuncias de la prensa burguesa, así como las lamentaciones de la policía internacional, encontraban un eco
de simpatía, incluso dentro de nuestra Asociación. En su seno se fraguaron intrigas, dirigidas en apariencia
contra el Consejo General y, en [266] realidad, contra la Asociación misma. Buscando la raíz de estas intrigas se
- 175 descubre inevitablemente a la "Alianza internacional de la democracia socialista", dada a luz por el ruso Miguel
Bakunin. A su vuelta de Siberia, predicó en el "Kólokol" de Herzen, como fruto de su larga experiencia, el
paneslavismo y la guerra de razas [12]. Más tarde, durante su estancia en Suiza, fue designado para el Comité
directivo de la Liga de la paz y de la libertad fundada en oposición a la Internacional [13]. Como los asuntos de
esta sociedad burguesa iban de mal en peor, su presidente el señor G. Vogt, por consejo de Bakunin, propuso una
alianza al Congreso de la Internacional, reunido en Bruselas en septiembre de 1868 [14]. El Congreso declaró
por unanimidad que, una de dos: o la Liga perseguía los mismos fines que la Internacional y en ese caso, no tenía
razón de existir, o su objetivo era diferente y entonces la alianza era imposible. En el Congreso de la Liga,
celebrado en Berna pocos días después, Bakunin efectuó su conversión. Allí propuso un programa de segunda
mano, cuyo valor científico puede juzgarse por esta sola frase: «la igualación económica y social de las clases»
[15]. Mantenido por una ínfima minoría, rompió con la Liga para entrar en la Internacional. Iba decidido a
sustituir los Estatutos generales de la Internacional por el programa de ocasión que la Liga le había rechazado, y
el Consejo General, por su dictadura personal. Y, con estos fines y para su uso particular, creó un instrumento
especial: la "Alianza internacional de la democracia socialista" destinada a convertirse en una Internacional
dentro de la Internacional.
Bakunin encontró los elementos necesarios para la formación de esta sociedad en una serie de personas que había
conocido durante su estancia en Italia y en un núcleo de emigrados rusos. Los empleó como emisarios y como
agentes de reclutamiento entre los miembros de la Internacional en Suiza, en Francia y en España. Hasta que las
negativas reiteradas a reconocer la Alianza por parte de los Consejos federales de Bélgica y París no le obligaron
a ello, no se decidió a someter a la aprobación del Consejo General los Estatutos de su nueva sociedad, que no
eran otra cosa que la reproducción fiel del programa «incomprendido» de Berna. El Consejo respondió con la
siguiente circular fechada el 22 de diciembre de 1868:
EL CONSEJO GENERAL A LA ALIANZA INTERNACIONAL
DE LA DEMOCRACIA SOCIALISTA
Hace próximamente un mes que un cierto número de ciudadanos se ha constituido en Ginebra en comité central
iniciador de una nueva sociedad internacional llamada "Alianza internacional de la democracia socialista",
imponiéndose como «misión especial estudiar [267] las cuestiones políticas y filosóficas sobre la base de ese
gran principio que es la igualdad, etc.».
El programa y el reglamento impresos de ese comité iniciador no han sido comunicados al Consejo General de la
Asociación Internacional de los Trabajadores hasta el 15 de diciembre de 1868. Según estos documentos, dicha
Alianza «se funde enteramente en la Internacional», pero, al mismo tiempo, ha sido fundada enteramente al
margen de la Internacional. A la par que el Consejo General de la Internacional, elegido por los Congresos
sucesivos de Ginebra [16], Lausanne [17] y Bruselas, habrá en Ginebra, según el reglamento iniciador, otro
Consejo General que se ha nombrado a sí mismo. A la par que los grupos locales de la Internacional, existirán
los grupos locales de la Alianza que, por mediación de sus organismos nacionales —que funcionarán al margen
de los organismos nacionales de la Internacional— «pedirán al Buró Central de la Alianza su admisión en la
Internacional»; y así, el Comité Central de la Alianza se arroga el derecho a dar ingresos en nuestra Asociación.
Por último, el Congreso General de la Asociación Internacional de los Trabajadores tendrá también su doble en
el Congreso General de la Alianza, puesto que, como dice el reglamento iniciador, en el Congreso anual de los
trabajadores, la delegación de la Alianza internacional de la democracia socialista, como rama de la Asociación
Internaciona] de los Trabajadores, «tendrá sus sesiones públicas en un local aparte».
Considerando:
que la existencia de un segundo organismo internacional que funcionase dentro y fuera de la Asociación
Internacional de los Trabajadores sería el medio más infalible para desorganizarla;
- 176 que cualquier otro grupo de individuos residentes en cualquier localidad tendría derecho a imitar al Grupo
iniciador de Ginebra y a introducir, bajo pretextos más o menos ostensibles, dentro de la Asociación
Internacional de los Trabajadores, otras Asociaciones internacionales con otras misiones especiales;
que, de este modo, la Asociación Internacional de los Trabajadores se convertiría muy pronto en el juguete de los
intrigantes de cualquier nacionalidad y de cualquier partido;
que, por otra parte, los Estatutos de la Asociación Internacional de los Trabajadores no admiten en sus filas más
que ramas loca]es y ramas nacionales (véanse arts. I y VI de los Estatutos);
que está prohibido a las secciones de la Asociación Internacional de los Trabajadores darse a sí mismas Estatutos
y reglamentos administrativos contrarios a los Estatutos generales y a los reglamentos administrativos de la
Asociación Internacional de los Trabajadores (véase art. XII de los reglamentos administrativos);
[268]
que los Estatutos y reglamentos administrativos de la Asociación Internacional de los Trabajadores pueden ser
revisados únicamente por el Congreso General, a condición de que por tal revisión opten las dos terceras partes
de los delegados presentes (véase art. XIII de los reglamentos administrativos);
que el asunto está fallado de antemano por el precedente que suponen las resoluciones contra la "Liga de la paz",
adoptadas unánimemente en el Congreso General de Bruselas;
que, en esas resoluciones, el Congreso declaraba que la "Liga de la paz" no tenía ninguna razón de ser, puesto
que, según sus recientes declaraciones, su objetivo y sus principios eran idénticos a los de la Asociación
Internacional de los Trabajadores;
que varios miembros del Grupo iniciador de la Alianza, en su calidad de delegados al Congreso de Bruselas, han
votado esas resoluciones;
el Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores, en su sesión del 22 de diciembre de 1868,
ha resuelto por unanimidad:
1) Se declaran nulos y sin efecto todos los artículos del Reglamento de la Alianza internacional de la democracia
socialista, que definen sus relaciones con la Asociación Internacional de los Trabajadores;
2) La Alianza internacional de la democracia socialista no se admite como rama de la Asociación Internacional
de los Trabajadores.
G. Odger, presidente de la sesión
R. Shaw, secretario general
Londres, 22 de diciembre de 1868
Algunos meses después, la Alianza se dirigió de nuevo al Consejo General y le preguntó si admitía sus
principios; ¿sí o no?. En caso afirmativo, la Alianza se declaraba dispuesta a desmembrarse en secciones de la
Internacional. En contestación recibió la siguiente circular del 9 de marzo de 1869:
EL CONSEJO GENERAL AL COMITE CENTRAL
DE LA ALIANZA INTERNACIONAL
- 177 DE LA DEMOCRACIA SOCIALISTA
Según el artículo I de nuestros Estatutos, la Asociación admite en su seno a todas las sociedades obreras que
aspiren al mismo fin, a saber: la cooperación, el progreso y la emancipación completa de la clase obrera.
[269]
Estando las fracciones de la clase obrera en los diferentes países colocadas en diversidad de condiciones de
desarrollo es natural que sus opiniones teóricas, reflejo del movimiento real, sean también divergentes.
Sin embargo, la comunidad de acción establecida por la Asociación Internacional de los Trabajadores, el
intercambio de ideas facilitado por las publicaciones que, como órganos suyos, editan las diferentes secciones
nacionales, y, en fin, las discusiones directas en los Congresos Generales han de engendrar gradualmente un
programa teórico común.
Así pues, el hacer el examen crítico del programa de la Alianza es tarea que no cae dentro las funciones del
Consejo General. No tenemos que investigar si es o no una expresión adecuada del movimiento proletario. Para
nosotros, la única cuestión consiste en saber si no contiene nada contrario a la tendencia general de nuestra
Asociación, es decir, a la emancipación completa de la clase obrera. Hay una frase en vuestro programa que
falla en este aspecto. En el artículo 2 se lee:
«Ella» (la Alianza) «quiere, ante todo, conseguir la igualación política, económica y social de las clases».
La igualación de las clases, interpretada literalmente, conduce a la armonía entre el capital y el trabajo, tan
importunadamente predicada por los socialistas burgueses. Lo que constituye el gran objetivo de la Asociación
Internacional de los Trabajadores no es la igualdad de las clases —contrasentido lógico de imposible
realización— sino, por el contrario, la abolición de las clases, verdadero secreto del movimiento proletario.
Sin embargo, examinando el contexto donde se encuentra la frase igualación de las clases se saca la impresión
de que se ha deslizado como un error de pluma, simplemente. El Consejo General no duda que accederéis a
quitar de vuestro programa una frase que se presta a equívocos tan peligrosos. Excepción hecha de los casos en
que exista contradicción con la tendencia general de nuestra Asociación, ésta, de acuerdo con sus principios, deja
a cada sección en libertad para formular libremente su programa teórico.
No existe, pues, obstáculos para la transformación de las secciones de la Alianza en secciones de la Asociación
Internacional de los Trabajadores.
Si se acuerda definitivamente la disolución de la Alianza y el ingreso de sus secciones en la Internacional, será
necesario, según nuestros reglamentos, que se informe al Consejo del lugar donde se encuentra cada nueva
sección y de su fuerza numérica.
Sesión del Consejo General
del 9 de marzo de 1869
[270]
Habiendo aceptado la Alianza estas condiciones, el Consejo General la admitió en la Internacional. Algunas
firmas del programa de Bakunin indujeron a error al Consejo, el cual creyó que la Alianza estaba reconocida por
el Comité federal de Ginebra (Comité de la Suiza francesa), cuando la verdad era que siempre lo había evitado.
Desde este momento, la Alianza había conseguido su objetivo inmediato: tener representación en el Congreso de
Basilea. A pesar de los procedimientos desleales que sus partidarios emplearon —procedimientos empleados en
esta ocasión, y sólo en esta ocasión, en un congreso de la Internacional—, Bakunin sufrió una decepción en su
- 178 intento de que el Congreso trasladase a Ginebra la sede del Consejo General y sancionase la antigualla saintsimoniana de la abolición inmediata del derecho de herencia, cosa de la que Bakunin había hecho el punto de
partida práctico del socialismo. Este fue la señal de la guerra abierta e incesante que la Alianza hizo, no sólo al
Consejo General, sino también a todas las secciones de la Internacional, que se negaron a aceptar el programa de
esta camarilla sectaria y, sobre todo, la doctrina del abstencionismo político absoluto.
Ya antes del Congreso de Basilea, habiendo venido Necháev a Ginebra, Bakunin se puso en relación con él y
fundó en Rusia una sociedad secreta en los medios estudiantiles. Escondiendo siempre su persona bajo el nombre
de diferentes «comités revolucionarios», reivindicó poderes autocráticos, recurriendo a todos los ardides y
mixtificaciones del tiempo de Cagliostro [*]. El gran medio de propaganda de esta sociedad consistía en
comprometer ante la policía rusa a personas inocentes, dirigiéndoles desde Ginebra comunicaciones, en unos
sobres amarillos que llevaban por fuera, en ruso, la estampilla del «Comité revolucionario secreto». Las
informaciones públicas del proceso Necháev prueban que se ha abusado de un modo infame del nombre de la
Internacional [*]* [18].
Por aquel entonces inició la Alianza una polémica pública contra el Consejo General, primero en el "Progrès"
[19] de Locle, después en la "Égalité" [20] de Ginebra, periódico oficial de la Federación de la Suiza francesa, en
la que se habían deslizado, detrás de Bakunin, algunos miembros de la Alianza. El Consejo General, que había
desdeñado los ataques del "Progrès", órgano personal de Bakunin, no podía desentenderse de los de la "Égalité",
que había de creer aprobados por el Comité federal de la Suiza francesa. [271] Entonces publicó la circular del 1
de enero de 1870 [*]**, en la cual se dice:
«En "Égalité" del 11 de diciembre de 1869 leemos:
«Es indudable que el Consejo General desatiende cosas de la máxima importancia. Le recordamos sus
obligaciones basándonos en el primer artículo del reglamento: El Consejo General está obligado a ejecutar las
resolucianes del Congreso, etc. Podríamos hacer al Consejo General preguntas suficientes para que las respuestas
compusiesen un boletín bastante largo. Esto lo haremos más tarde... En espera, etc.».
El Consejo General no conoce ningún artículo, ni en los Estatutos ni en los reglamentos, que le obligue a entrar
en correspondencia o en polémica con "Égalité" o a dar «respuestas a las preguntas» de los periódicos. Ante el
Consejo General, sólo el Comité federal de Ginebra representa a las ramas de la Suiza francesa. Cuando el
Comité federal nos dirija preguntas o reprimendas por la única vía legítima, es decir, por medio de su secretario,
el Consejo General estará siempre dispuesto a contestar. Pero el Comité federal de la Suiza francesa no tiene
derecho ni a renunciar a sus funciones en favor de los redactores de "Égalité" y de "Progrès", ni a dejar que esos
periódicos las usurpen. En términos generales, la correspondencia del Consejo General con los Comités
nacionales y locales no podría ser publicada sin acarrear un gran perjuicio a los intereses generales de la
Asociación. Por tanto, si los otros órganos de la Internacional imitasen al "Progrès" y a la "Égalité", el Consejo
General se encontraría ante este dilema: o desacreditarse ante el público, callándose, o faltar a sus deberes,
contestando públicamente. La "Égalité" se ha unido al "Progrès" para invitar al "Travail" [21] (periódico
parisino) a atacar por su parte al Consejo General. Es casi una Liga de la salud pública [22]».
Sin embargo, antes de conocer esta circular, el Comité federal de la Suiza francesa había separado de la
redacción de la "Égalité" a los partidarios de la Alianza.
La circular del 1 de enero de 1870, como la del 22 de diciembre de 1868 y la del 9 de marzo de 1869, fueron
aprobadas por todas las secciones de la Internacional.
Ni que decir tiene que ninguna de las condiciones aceptadas por la Alianza ha sido cumplida jamás. Sus
pretendidas secciones siguieron siendo un misterio para el Consejo General. Bakunin trataba de conservar bajo
su dirección personal algunos grupos diseminados por España y por Italia y la sección de Nápoles, que él había
hecho salirse de la Internacional. En las otras ciudades de Italia se carteaba con pequeños núcleos, compuestos,
no de obreros, sino de abogados, periodistas y otros burgueses doctrinarios. [272] En Barcelona, algunos amigos
- 179 mantenían su influencia. En algunas ciudades del Sur de Francia, la Alianza se esforzaba por fundar secciones
separatistas bajo la dirección de Albert Richard y de Gaspard Blanc, de Lyon; de ellos volveremos a hablar más
adelante. En una palabra: la sociedad internacional dentro de la Internacional seguía actuando.
El gran golpe de la Alianza, la intentona para apoderarse de la dirección en la Suiza francesa, había de ser dado
en el Congreso de La Chaux-de-Fonds, abierto el 4 de abril de 1870.
La lucha se inició alrededor del derecho de los representantes de la Alianza a ser admitidos, derecho que negaban
los delegados de la federación ginebrina y de las secciones de La Chaux-de-Fonds.
Aunque, según su propio recuento, los partidarios de la Alianza no representaban más que a una quinta parte de
los miembros de la federación, consiguieron, merced a la repetición de las maniobras de Basilea, asegurarse una
mayoría ficticia de uno o dos votos. ¡Mayoría que, según afirmaba su propio órgano (véase "Solidarité" [23] del
7 de mayo de 1870), no representaba más que a quince secciones, cuando, sólo en Ginebra, había treinta! Como
resultado de esta votación, el Congreso de la Suiza francesa se dividió en dos fracciones, que continuaron sus
sesiones por separado. Los partidarios de la Alianza, considerándose representantes legítimos de toda la
federación, trasladaron a La Chaux-de-Fonds, la sede del Comité federal de la Suiza francesa, y fundaron en
Neuchâtel su órgano oficial, "Solidarité", redactado por el ciudadano Guillaume. La misión especial de este
joven escritor consistía en difamar a los «obreros de fábrica» de Ginebra [24], esos «burgueses» odiosos, en
hacer la guerra a la "Égalité", periódico de la federación de la Suiza francesa y en predicar el abstencionismo
político absoluto. Los autores de los artículos más destacados sobre este último tema fueron: en Marsella,
Bastelica, y en Lyon, los dos grandes puntales de la Alianza: Albert Richard y Gaspard Blanc.
A su vuelta, los delegados de Ginebra convocaron a sus secciones a una asamblea general que, a pesar de la
oposición de Bakunin y sus amigos, aprobó su actuación en el Congreso de La Chaux-de-Fonds. Al poco tiempo,
Bakunin y sus acólitos más activos fueron expulsados de la antigua federación de la Suiza francesa.
Apenas clausurado el Congreso suizo-francés, el nuevo comité de La Chaux-de-Fonds pedía la intervención del
Gonsejo General, en una carta firmada por F. Robert, secretario, y Henri Chevalley, presidente, denunciado este
último, dos meses más tarde, como ladrón, por el órgano del Comité, "Solidarité" del 9 de julio. Previo examen
de los justificantes presentados por ambas partes, el 28 de junio de 1870, el Consejo General decidió mantener al
Comité federal de Ginebra en sus antiguas funciones e invitar al nuevo [273] Comité federal de La Chaux-deFonds a adoptar una denominación local. Ante esta decisión, que defraudaba sus esperanzas, el Comité de La
Chaux-de-Fonds denunció el autoritarismo del Consejo General, olvidando que él había sido el primero en
reclamar su intervención. La perturbación que su persistencia en usurpar el nombre de Consejo federal suizofrancés ocasionaba a la Federación suiza, obligó al Consejo General a suspender toda relación oficial con este
Comité.
Luis Bonaparte acababa de entregar su ejército en Sedán [25]. Por todas partes se alzaron las protestas de los
internacionalistas contra la continuación de la guerra. El Consejo General, en el manifiesto que lanzó el 9 de
septiembre [*] denunciando los proyectos de conquista que acariciaba Prusia, hacía ver el peligro que su triunfo
representaba para la causa del proletariado y advertía a los obreros alemanes que ellos serían las primeras
víctimas de esta victoria. Celebró en Inglaterra una serie de mítines, que sirvieron para contrarrestar las
tendencias prusófilas de la Corte. En Alemania, los obreros internacionalistas organizaron manifestaciones
reclamando el reconocimiento de la república y «una paz honrosa para Francia»...
Por su parte, la naturaleza belicosa del ardiente Guillaume (de Neuchâtel) le sugirió la idea luminosa de un
manifiesto anónimo [26], publicado en un suplemento bajo la cubierta del periódico oficial "Solidarité", pidiendo
la formación de unidades voluntarias suizas para ir a combatir a los prusianos; cosa que personalmente nunca
pudo hacer a causa, sin duda, de sus convicciones abstencionistas.
Sobrevino la insurrección de Lyon [27]. Bakunin voló hacia allá y, apoyándose en Albert Richard, Gaspard
Blanc y Bastelica, se instaló el 28 de septiembre en el Ayuntamiento, cuyos accesos se abstuvo de guardar,
- 180 considerando, al parecer, que esto hubiera sido un acto político. Unos cuantos guardias nacionales lo echaron a la
calle lastimosamente, en el momento en que, tras un parto laborioso, acababa de dar a luz su decreto sobre la
abolición del Estado.
En octubre de 1870, el Consejo General, privado de la presencia de sus miembros franceses, incorporó a su seno
al ciudadano Paul Robin, refugiado de Brest, uno de los partidarios más notorios de la Alianza y además autor de
los ataques lanzados en la "Égalité" contra el Consejo General, en el cual, desde aquel momento, no cesó de
actuar como corresponsal oficiaso del Comité de La Chaux-de-Fonds. E1 14 de marzo de 1871, Robin propuso la
convocatoria de una conferencia privada de la Internacional para [274] liquidar el conflicto suizo. El Consejo
General previendo que en París se preparaban grandes acontecimientos, rehusó de plano. Robin volvió a la carga
varias veces y llegó a proponer al Consejo que adoptara una resolución definitiva sobre el conflicto. El 25 de
julio, el Consejo General decidió incluir este asunto entre los problemas a someter a la Conferencia que había de
convocarse para septiembre de 1871 [28].
El 10 de agosto, la Alianza, poco deseosa de ver su actuación juzgada por una conferencia, declaró que estaba
disuelta desde el 6 del mismo mes. Pero el 15 de septiembre reaparece y pide al Consejo su ingreso bajo el
nombre de "Sección de los ateos socialistas". Según la resolución administrativa, número V, del Congreso de
Basilea, el Consejo no hubiera podido admitir a esta sección sin previa consulta al Comité federal de Ginebra,
cansado ya de luchar durante dos años contra las secciones sectarias. Además, el Consejo General había
declarado ya a las sociedades obreras cristianas inglesas ("Young men's Christian Association") que la
Internacional no reconocía secciones teológicas.
El 6 de agosto, fecha de la disolución de la Alianza, el Comité federal de La Chaux-de-Fonds, al mismo tiempo
que repite su petición de entrar en relaciones oficiales con el Consejo General, le comunica su decisión de seguir
ignorando la existencia de la resolución del 28 de junio y de colocarse, respecto a Ginebra, en la posición de
Comité federal de la Suiza francesa; y agrega que «el juzgar este asunto corresponde al Congreso General». El 4
de septiembre, el mismo Comité envió una protesta contra la competencia de la Conferencia, cuya convocatoria
había sido él el primero en solicitar. La Conferencia hubiera podido a su vez preguntar cuál era la competencia
del Consejo federal parisino, al que este Comité había llamado a decidir sobre el conflicto [29] suizo, antes de
estar París sitiado. La Conferencia se limitó a refrendar la decisión del Consejo General del 28 de junio de 1870.
(Véase la exposición de motivos en la "Égalité" de Ginebra del 21 de octubre de 1871.)
NOTAS
[12] 210. Se alude a la proclama de Bakunin "A todos los amigos eslavos, rusos y polacos", publicado en el suplemento de "Kólokol"
núm. 122-123, del 15 de febrero de 1862.
"Kólokol", periódico demócrata-revolucionario ruso, publicado de 1857 a 1867 por A. Herzen y N. Ogariov en ruso y de 1868 a 1869
en francés con suplementos en ruso; salía hasta 1865 en Londres y, luego, en Ginebra.- 266.[13]
211. La Liga de la paz y de la libertad, era una organización pacifista burguesa, fundada en 1867, en Suiza, por republicanos burgueses
y pequeñoburgueses y liberales.- 266.
[14] 212. El Congreso de la Internacional celebrado en Bruselas se reunió del 6 al 13 de septiembre de 1868. Marx participó
personalmente en la preparación del mismo, pero no asistió a sus labores. Acudieron al Congreso alrededor de 100 delegados en
representación de los obreros de Inglaterra, Francia, Alemania, Bélgica, Suiza, Italia y España; se adoptó en él el importante acuerdo
acerca de la necesidad de que se entregasen en propiedad social los ferrocarriles, el subsuelo, las minas, los bosques y las tierras de
labor. Este acuerdo, prueba del paso a las posiciones del colectivismo de la mayoría de los proudhonistas franceses y belgas, significó la
victoria en la Internacional de las ideas del socialismo proletario sobre el reformismo pequeñoburgués. El Congreso adoptó igualmente
la resolución propuesta por Marx acerca de la jornada de trabajo de 8 horas, del empleo de máquinas y de la actitud respecto del
Congreso de la Liga de la paz y de la libertad (véase la nota 211) de Berna (1868), como también la resolución, presentada por F.
Lessner en nombre de la delegación alemana, recomendando a los obreros de todos los puíses estudiar "El Capital" de Marx y contribuir
a su traducción del alemán a otros idiomas.- 266, 307.
- 181 [15] 213. Trátase del intento de Bakunin de lograr en el Congreso de la Liga de la paz y de la libertad (véase la nota 211), celebrado en
Berna en septiembre de 1868, que se adoptase un programa socialista confuso presentado por él («igualación social y económica de las
clases», supresión del Estado, del derecho de herencia, etc.). Rechazado su proyecto por mayoría de votos, Bakunin salió de la Liga de
la paz y fundó la Alianza Internacional de la Democracia Socialista.- 266, 449.
[16] 214. El Congreso de la Internacional celebrado en Ginebra se reunió del 3 al 8 de septiembre de 1866. Asistieron a él 60 delegados
del Consejo General, las secciones y sociedades obreras de Inglaterra, Francia, Alemania y Suiza. Como informe oficial del Consejo
General se dio lectura a la "Instrucción sobre diversos problemas a los delegados del Consejo Central Provisional" (véase el presente
tomo, págs. 77-86), redactada por Marx. La mayor parte de sus puntos, a despecho de los proudhonistas que participaban en los trabajos
del Congreso, fue aprobada como resoluciones del mismo. El Congreso de Ginebra aprobó también los Estatutos y el Reglamento de la
Asociación Internacional de los Trabajadores.- 267, 440.
[17] 215. El Congreso de la Internacional celebrado en Lausanne se reunió del 2 al 8 de septiembre de 1867. Se escucharon en él el
informe del Consejo General y los informes de los delegados, informes que probaban la consolidación de las organizaciones de la
Internacional en los distintos países. A despecho del Consejo General, los proudhonistas le impusieron su orden del día: fueron
discutidos por segunda vez los problemas de la cooperación, del trabajo femenino, de la educación, así como varios problemas
particulares que apartaron la atención del Congreso de la discusión de problemas efectivamente candentes planteados por el Consejo
General. Los proudhonistas consiguieron que se adoptaran varias resoluciones suyas. Sin embargo, no lograron apoderarse de la
dirección de la Internacional. El Congreso reeligió al Consejo General en su composición anterior y conservó la sede de éste en
Londres.- 267.
[*] Cagliostro, Alejandro (auténtico apellido José Balsamo) (1743-1795): aventurero italiano.- 270.
[**] Próximamente se publicarán extractos del proceso Necháev {216}. El lector encontrará en ellos un botón de muestra de las
máximas, tan tontas como infames, cuya responsabilidad han cargado a la Internacional los amigos de Bakunin.
[18] 216. El proceso Necháev, tramado contra jóvenes estudiantes acusados de actividad revolucionaria secreta, tuvo lugar en
Petersborgo en julio-agosto de 1871. Ya en 1869, Necháev entró en contacto con Bakunin, desplegó la actividad para crear en varias
ciudades de Rusia la organización conspirativa «Venganza del pueblo», en la que se preconizaban ideas anárquicas de «destrucción
absoluta». Jóvenes estudiantes de orientación revolucionaria y elementos de la población de procedencia plebeya entraban en la
organización de Necháev atraídos por la acerba crítica que se hacía del régimen zarista y los llamamientos a la lucha enérgica contra
este último. Valiéndose de la credencial de representante de la «Unión Revolucionaria Europea» que le había dado Bakunin, Necháev
intentó hacerse pasar por representante de la Internacional, engañando de este modo a los miembros de la organización creada por él.
En 1871, la organización fue destruida, y en el proceso judicial se hicieron públicos los métodos aventureros empleados por Necháev
para lograr sus objetivos.
La Conferencia de Londres encargó a Utin que redactase un breve informe sobre el proceso Necháev. En lugar del informe, Utin mandó
a Marx, a fines de agosto de 1872, para el Congreso de La Haya, un extenso informe confidencial sobre la actitud de Bakunin y
Necháev, hostil a la Asociación.- 270, 454.[19]
217. "Le Progrès" («El Progreso»), periódico bakuninista, se publicó en francés, en Locle, bajo la redacción de Guillaume, de diciembre
de 1868 a abril de 1870.- 270.
[20] 114. "L'Égalité" («La Igualdad»), hebdomadario suizo, órgano de la Federación de la Internacional de la Suiza francesa, se publicó
en francés en Ginebra de diciembre de 1868 a diciembre de 1872. Estuvo cierto tiempo bajo la influencia de Bakunin. En enero de
1870, el Consejo de la Federación de la Suiza francesa logró que se apartase a los bakuninistas de la redacción, después de lo cual, el
periódico pasó a apoyar la orientación del Consejo General.- 184, 270, 453
[***] Véase C. Marx. "El Consejo General al Comité federal de la Suiza francesa".
[21] 218. "Le Travail" («El Trabajo»), hebdomadario francés, órgano de las secciones parisinas de la Internacional, se publicó del 3 de
octubre al 12 de diciembre de 1869, en París.- 271.
[22] 219. La Liga de la salud pública era una unión de la nobleza feudal, surgida a fines de 1464 en Francia y dirigida contra la política
de creación de un Estado francés centralizado aplicada por Luis XI. Los miembros de la Liga actuaban bajo la bandera de combatientes
por la «salud» de Francia.- 271.
[23] 220. "La Solidarité" («La Solidaridad»), hebdomadario bakuninista, se publicaba en francés (de abril a septiembre de 1870) en
Neuchâtel y (de marzo a mayo de 1871) en Ginebra.- 272.
- 182 [24] 221. A la sazón se llamaba «fábrica» a la producción de relojes y joyas en Ginebra y sus alrededores en grandes y pequeños
talleres del tipo de la manlfactura, como también en los talleres de los obreros que trabajaban a domicilio.- 272.
[25] 106. El 2 de setiembre de 1870, el ejército francés fue derrotado en Sedán, quedando prisioneras las tropas, con el mismo
emperador. Del 5 de setiembre de 1870 al 19 de marzo de 1871, Napoleón III y el mando se hallaban en Wilhelmshöle (cerca de
Kassel), castillo de los reyes de Prusia. La catástrofe de Sedán precipitó la caída del Segundo Imperio y desembocó el 4 de setiembre de
1870 en la proclamación de la república en Francia. Se formó un Gobierno nuevo, el llamado «Gobierno de la Defensa Nacional».- 175,
192, 206, 216, 273
[*] Véase el presente tomo, págs. 206-213 (N. de la Edit.)
[26] 222. Trátase del llamamiento "A las secciones de la Internacional" del 5 de septiembre de 1870 redactado por los bakuninistas J.
Guillaume y G. Blanc y publicado en Neuchâtel como suplemento al núm. 22 del periódico "La Solidarité".- 273.
[27] 223. La Insurrección de Lyon comenzó el 4 de septiembre de 1870 al tenerse noticia de la derrota en Sedán (véase la nota 106). Al
llegar a Lyon el 15 de septiembre, Bakunin quiso tomar en sus manos la dirección del movimiento y poner en práctica su programa
anarquista. El 28 de septiembre, los anarquistas hicieron un intento de golpe de Estado, fracasando debido a la ausencia de un plan
concreto de acción y de contacto de Bakunin y los anarquistas con los obreros.- 273
[28] 202. La Conferencia de la I Internacional celebrada en Londres se reunió del 17 al 23 de setiembre de 1871. Convocada en un
ambiente de crueles represiones contra los miembros de la Internacional después de la derrota de la Comuna de París, tuvo una
representación relativamente reducida: participaron en sus labores 22 delegados con voz y voto y 10 con voz. Los países que no
pudieron enviar delegados fueron representados por los secretarios corresponsales del Consejo General. Marx representaba a Alemania,
y Engels, a Italia.
La Conferencia de Londres significó una importante etapa en la lucha de Marx y Engels por la creación del partido proletario. La
Conferencia adoptó la resolución "Sobre la acción política de la clase obrera", cuya parte fundamental fue incluida, por acuerdo del
Congreso de la Internacional celebrado en La Haya, en los Estatutos Generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores. En
varias resoluciones de la Conferencia fueron formulados importantes principios tácticos y de organización del partido proletario,
asestándose un golpe al sectarismo y al reformismo. La Conferencia de Londres desempeñó un gran papel en la victoria de los
principios del partidismo proletario sobre el oportunismo anarquista.- 260, 274, 309, 312.
[29] 224. En abril de 1870, el bakuninista Robin se dirigió al Consejo Federal de París con la propuesta de que reconociera el Comité
Federal creado por los anarquistas en el Congreso de La Chaux-de-Fonds como Comité Federal de la Suiza Francesa. Después de que el
Consejo General explicó a los miembros del Comité Federal de París el sentido de la escisión producida en Suiza el Consejo Federal
decidió que no tenía derecho de inmiscuirse en ese asunto, el cual debía examinarse en el Consejo General.- 274.
III
La presencia en Suiza de algunos de los proscritos franceses, que habían encontrado allí refugio, vino a dar de
nuevo un soplo de vida a la Alianza.
Los internacionalistas de Ginebra hicieron por los proscritos todo cuanto estuvo en su mano. Desde el primer
momento les aseguraron un socorro y, mediante una fuerte agitación, impidieron a las autoridades suizas el
conceder la extradición de los refugiados, reclamada por el Gobierno de Versalles. Algunos [275] arrostraron
graves peligros yendo a Francia para ayudar a los refugiados a cruzar la frontera. ¡Cuál no fue, pues, el asombro
de los obreros ginebrinos al ver a algunos mangoneadores como B. Malon [*] [30] ponerse en seguida en
relación con los hombres de la Alianza y, ayudados por el ex secretario de ésta N. Zhukovski, tratar de fundar en
Ginebra, al margen de la Federación de la Suiza francesa, la nueva «Sección de propaganda y acción
revolucionaria socialista» [31]! En el primer artículo de sus Estatutos, esta sección
- 183 «declara su adhesión a los Estatutos generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores, reservándose
toda la libertad de acción y de iniciativa que le corresponde como consecuencia lógica del principio de
autonomía y de federación reconocido por los Estatutos y los Congresos de la Asociación».
Dicho de otro modo: se reserva toda la libertad para continuar la obra de la Alianza.
En una carta de Malon del 20 de octubre de 1871, esta nueva sección dirigió por tercera vez al Consejo General
su petición de ingreso en la Internacional. De acuerdo con la resolución V del Congreso de Basilea, el Consejo
consultó al Comité federal de Ginebra, el cual se manifestó, en tonos enérgicos, contra el reconocimiento por el
Consejo General de este nuevo «vivero de intrigas y de discusiones». Y efectivamente, el Consejo fue lo bastante
«autoritario» para no querer imponer a toda una federación la voluntad de B. Malon y de N. Zhukovski, ex
secretario de la Alianza.
Habiendo dejado de existir la "Solidarité", los nuevos adeptos de la Alianza fundaron la "Révolution Sociale"
[32] bajo la alta dirección de Madame André Léo, que acababa de declarar en el Congreso de la Paz, en
Lausanne, que
«Raoul Rigault y Ferré eran las dos figuras siniestras de la Comuna, que hasta aquel momento» (hasta la
ejecución de los rehenes) «no habían cesado de reclamar, siempre en vano, la adopción de medidas
sanguinarias».
Desde su primer número, este periódico se apresuró a ponerse al nivel del "Figaro", del "Gaulois", del "ParisJournal" [33] y demás órganos del estercolero, cuyas inmundicias contra el Consejo General reprodujo. Le
pareció oportuno el momento para encender, incluso en la Internacional, el fuego de los odios nacionales. Según
él, el Consejo General era un Comité alemán, dirigido por un cerebro bismarckiano [*].
Después de haber dejado bien sentado que ciertos miembros del Consejo General no podían envanecerse de ser
«galos ante todo», la "Révolution Sociale" no encontró cosa mejor que apoderarse de la segunda consigna puesta
en circulación por la policía europea y denunciar el autoritarismo del Consejo.
¿Y sobre qué hechos se apoyaba este griterío pueril? El Consejo General había dejado morir a la Alianza de
muerte natural y, de acuerdo con el Comité federal de Ginebra, había impedido su resurrección. Además, había
requerido al Comité de La Chaux-de-Fonds a tomar un nombre que le permitiera vivir en paz con la inmensa
mayoría de los internacionalistas de la Suiza francesa.
Aparte de estos actos «autoritarios», ¿qué uso había hecho el Consejo General, desde octubre de 1869 hasta
octubre de 1871, de los poderes bastante amplios que le había conferido el Congreso de Basilea?
1) El 8 de febrero de 1870, la «Sociedad de los proletarios positivistas» de París pidió al Consejo General su
ingreso. El Consejo respondió que los principios positivistas extendidos al capital, enunciados en los Estatutos
particulares de la sociedad, estaban en flagrante contradicción con los considerandos de los Estatutos generales
[*]*; y que era, por lo tanto, preciso suprimir esta parte e ingresar en la Internacional, no como «positivistas»,
sino como «proletarios», quedando, aparte de esto, en libertad para conciliar sus opiniones teóricas con los
principios generales de la Asociación. Habiendo reconocido la sección la justeza de este acuerdo, ingresó en la
Internacional.
2) En Lyon se había producido una escisión entre la sección de 1865 y otra de formación reciente en la que,
rodeada de obreros honrados, aparecía una representación de la Alianza en las personas de Albert Richard y
Gaspard Blanc. Como es costumbre [277] en casos tales, el fallo emitido por un tribunal de arbitraje, constituido
en Suiza, no fue reconocido. El 15 de febrero de 1870, la sección de formación reciente se dirigió al Consejo, no
solicitando simplemente que resolviera este conflicto según la resolución del VII Congreso de Basilea, sino
enviándole un fallo listo para su publicación, en el que se expulsaba y se ponía el sello de la infamia a los
miembros de la sección de 1865, fallo que el Consejo había de firmar y devolver a vuelta de correo. El Consejo
- 184 censuró este procedimiento inaudito y requirió documentos justificativos. A este requerimiento, la sección de
1865 respondió que los documentos acusadores contra Albert Richard sometidos al tribunal de arbitraje habían
caído en manos de Bakunin el cual se negaba a devolverlos y que, por consiguiente, la sección no podía
satisfacer de un modo completo los deseos del Consejo General. La decisión del Consejo sobre este asunto,
fechada el 8 de marzo, no suscitó objeción alguna de ninguna de las dos partes.
3) Habiendo admitido en su seno la rama francesa de Londres a elementos más que dudosos, se había convertido
poco a poco en una comandita del señor Felix Pyat. Le servía a éste para organizar manifestaciones
comprometedoras pidiendo el asesinato de Luis Bonaparte, etc., y para difundir por Francia sus manifiestos
ridículos, publicados en nombre de la Internacional. El Consejo General se limitó a declarar en los órganos de la
Asociación que, no siendo el Sr. Pyat miembro de la Internacional, ésta no podía responder de sus actos ni de sus
genialidades. Entonces, la rama francesa declaró no reconocer al Consejo General ni a los congresos; pegó
pasquines en las paredes de Londres, diciendo que la Internacional, con la sola excepción de esta rama francesa,
era una sociedad antirrevolucionaria. La detención de los internacionalistas franceses la víspera del plebiscito
[34], con el pretexto de una conspiración, que en realidad había urdido la policía y a la cual dieron visos de
verosimilitud los manifiestos pyatistas, obligó al Consejo General a publicar en la "Marseillaise" [35] y en el
"Réveil" [36] su resolución del 10 de mayo de 1870. En ella declaraba que la llamada rama francesa no
pertenecía a la Internacional desde hacía más de dos años y que su actuación era obra de agentes policíacos. La
necesidad de dar este paso está demostrada por la declaración del Comité federal de París en los mismos
periódicos y por la de los internacionalistas parisinos durante su proceso; ambas se apoyaban en la resolución del
Consejo. La rama francesa desapareció al principio de la guerra, pero, igual que la Alianza en Suiza, había de
reaparecer más tarde en Londres, con nuevos aliados y bajo nombres diferentes.
En los últimos días de la Conferencia, fue formada en Londres por proscritos de la Comuna una Sección francesa
de 1871, compuesta [278] de unos 35 miembros. El primer acto «autoritario» del Consejo General consistió en
denunciar públicamente al secretario de esta sección, Gustave Durand, como espía de la policía francesa. Los
documentos que obran en nuestro poder demuestran la intención de la policía francesa de hacer primero asistir a
Durand a la Conferencia y después introducirlo en el seno del Consejo General. Como los Estatutos de la nueva
sección exigían de sus miembros «no aceptar más delegación al Consejo General que la de su propia sección»,
los ciudadanos Theisz y Bastelica se retiraron del Consejo.
El 17 de octubre, la sección envió a dos de sus miembros como delegados al Consejo con mandato imperativo.
Uno de ellos era nada menos que M. Chautard, ex miembro del comité de artillaría, que el Consejo no quiso
aceptar sin haber examinado antes los Estatutos de la sección de 1871 [*]. Basta recordar aquí los puntos
principales del debate promovido a causa de estos Estatutos. En el artículo 2 se dice:
«Para ser admitido como miembro de la sección, hay que justificar los medios de vida, presentar garantías de
moralidad, etc.».
En su resolución del 17 de octubre de 1871, el Consejo propuso suprimir las palabras: justificar los medios de
vida.
«En casos dudosos», decía el Consejo, «una sección puede informarse de los medios de vida como «garantía de
moralidad», mientras que en otros casos, como los de los refugiados, obreros en huelga, etc., la ausencia de
medios de vida puede muy bien ser una garantía de moralidad. Pero pedir a los candidatos la justificación de sus
medios de vida como condición general para ser admitidos en la Internacional sería una innovación burguesa
contraria al espíritu y a la letra de los Estatutos generales». La sección respondió
«que los Estatutos generales hacen responsables a las secciones de la moralidad de sus miembros y les
reconocen, por consiguiente, el derecho a tomar garantías a este respecto en la forma que entiendan
conveniente».
A esto, el Consejo General replicaba el 7 de noviembre:
- 185 «Siguiendo este criterio, una sección de la Internacional compuesta de teetotallers (asociación de abstemios)
podría incluir en sus Estatutos particulares un artículo concebido en estos o parecidos términos: «Para ser
admitido como miembro de la sección, [279] hay que jurar abstenerse de toda bebida alcohólica». En una
palabra: los Estatutos particulares de las secciones podrían imponer las condiciones más absurdas y disparatadas
para el ingreso en la Internacional, pretextando, en cada caso, que la sección entiende que de esta manera
adquieren seguridades sobre la moralidad de sus miembros... «Los medios de existencia de los huelguistas,
agrega la Sección francesa de 1871, consisten en la caja de resistencia». A esto se puede responder en primer
lugar que esa caja suele ser ficticia... Además, encuestas oficiales británicas han demostrado que la mayoría de
los obreros ingleses... está obligada —por las huelgas, por el paro, por la insuficiencia de los jornales, por el
vencimiento del plazo de pagos y por otras múltiples causas— a recurrir constantemente al monte de piedad y a
las deudas, medios de existencia cuya justificación no se podría exigir sin inmiscuirse de un modo incalificable
en la vida privada de los ciudadanos. Y una de dos: o bien la sección sólo busca en los medios de existencia una
garantía de moralidad... y, en este caso, la proposición del Consejo General cubre el objetivo deseado... o bien la
sección en el artículo 2 de sus Estatutos ha hablado de la justificación de los medios de existencia como
condición de admisión, aparte de las garantías de moralidad... y, en este caso, el Consejo afirma que es una
innovación burguesa, contraria a la letra y al espíritu de los Estatutos generales» [*]*.
En el artículo 11 de los Estatutos, se dice:
«Serán enviados al Consejo General uno o varios delegados».
El Consejo pidió la supresión de este artículo, «porque los Estatutos generales de la Internacional no reconocen a
las secciones ningún derecho a enviar delegados al Consejo General». «Los Estatutos generales —añadía— sólo
reconocen dos modos de elección para los miembros del Consejo General: su elección por el Congreso o su
cooptación por el Consejo...»
Bien es verdad que las diferentes secciones existentes en Londres habían sido invitadas a enviar delegados al
Consejo General, el cual, para no infringir los Estatutos generales ha procedido siempre del modo siguiente: ha
empezado por fijar el número de delegados a enviar por cada sección, reservándose el derecho a aceptarlos o
rechazarlos según los juzgara, o no, aptos para las funciones generales que habían de desempeñar. Estos
delegados llegaban a ser miembros del Consejo General, no en virtud de la delegación concedida por sus
secciones, sino en virtud del derecho a incorporarse nuevos miembros, concedido al Consejo [280] General por
los Estatutos. El Consejo de Londres, habiendo funcionado, hasta la resolución tomada por la última
Conferencia, como Consejo General de la Asociación Internacional y como Consejo central para Inglaterra,
consideró útil admitir, además de los miembros que se incorporaba directamente, miembros delegados en
primera instancia por sus secciones respectivas. Sería un craso error querer comparar el método de elección del
Consejo General con el del Consejo federal de París, que no era siquiera un Consejo nacional, nombrado por un
Congreso nacional, como por ejemplo, el Consejo federal de Bruselas o el de Madrid. El Consejo federal de París
no era más que una delegación de las secciones parisinas... El método de elección del Consejo General está
determinado por los Estatutos generales y sus miembros no pueden aceptar más mandato imperativo que el de los
Estatutos y reglamentos generales... Si se toma en consideración el párrafo que le antecede, el artículo 11 no
tiene más sentido que el de cambiar completamente la composición del Consejo General y convertirlo, en contra
del artículo 3 de los Estatutos generales, en una delegación de las secciones de Londres y en la que la influencia
de los grupos locales sustituiría a la de toda la Asociación Internacional de los Trabajadores. Por fin, el Consejo
General, cuyo deber primordial consiste en ejecutar las resoluciones de los Congresos (véase el artículo I del
reglamento administrativo del Congreso de Ginebra), dijo que «considera completamente ajenas al asunto de que
se trata... las ideas emitidas por la Sección francesa de 1871, tendentes a introducir un cambio radical en los
artículos de los Estatutos generales relativos a su constitución».
Además, el Consejo General declaró que admitiría dos delegados de la sección en las mismas condiciones que
los de las restantes secciones de Londres.
- 186 Lejos de conformarse con esta respuesta, la sección de 1871 publicó el 14 de diciembre una declaración firmada
por todos sus miembros, incluido el nuevo secretario que fue poco después expulsado de la sociedad de los
refugiados, como indigno de pertenecer a ella. Según esta declaración, el Consejo General, al negarse a usurpar
funciones legislativas, se hizo culpable «de una burda retrogradación de la idea social».
He aquí ahora algunas muestras de la buena fe que ha presidido la elaboración de este documento.
La Conferencia de Londres había aprobado la conducta de los obreros alemanes durante la guerra [37]. Era
evidente que esta resolución, propuesta por un delegado suizo [*], apoyada por un [281] delegado belga y
aprobada por unanimidad, sólo se refería a los internacionalistas alemanes, que han expiado en la cárcel, y que
expían aún su conducta antichovinista durante la guerra. Además, para salir al paso de toda interpretación
malévola, el secretario del Consejo General para Francia [*] acababa de explicar el auténtico sentido de la
resolución en una carta publicada por el "Qui Vive!", la "Constitution", "Le Radical", "L'Emancipation",
"L'Europe", etc. No obstante, ocho días después, el 20 de noviembre de 1871, quince miembros de la Sección
francesa de 1871 insertaban en el "Qui Vive!" una «protesta», llena de injurias contra los obreros alemanes y
denunciando la resolución de la Conferencia como una prueba irrecusable del «pangermanismo» del Consejo
General. Por su parte, toda la prensa feudal, liberal y policíaca de Alemania atrapó con avidez este incidente para
demostrar a los obreros alemanes la nulidad de sus sueños internacionalistas. Después de todo esto, la protesta
del 20 de noviembre fue respaldada por toda la sección de 1871 en su declaración del 14 de diciembre.
Para poner de manifiesto «la pendiente sin fin del autoritarismo, por la que se desliza el Consejo General», cita
«la publicación por este Consejo General de una edición oficial de los Estatutos generales, revisados por él».
¡Basta echar una ojeada a la nueva edición de los Estatutos para ver que, para cada apartado, se encuentra en el
apéndice la cita de las fuentes que atestiguan su autenticidad! En cuanto a las palabras «edición oficial», el
primer Congreso de la Internacional había decidido que «el texto oficial y obligatorio de los Estatutos y
reglamentos generales sería publicado por el Consejo General». (Véase: «Congreso Obrero de la Asociación
Internacional de los Trabajadores, celebrado en Ginebra del 3 al 8 de septiembre de 1866, pág. 27, nota».)
Huelga decir que la sección de 1871 estaba en constante relación con los disidentes de Ginebra y de Neuchâtel.
Uno de sus miembros, Chalain, que había desplegado en sus ataques al Consejo General una energía que jamás
había mostrado en la defensa de la Comuna, se encontró de repente rehabilitado por B. Malon, quien poco antes
hacía acusaciones muy graves contra él en una carta dirigida a un miembro del Consejo. Por lo demás, apenas
había lanzado su declaración la Sección francesa de 1871, cuando en sus filas estalló la guerra civil. Empezaron
por separarse de ella Theisz, Avrial y Camélinat. Desde entonces se fraccionó en varios grupitos. Uno de ellos
está dirigido por el señor Pierre Vésinier, expulsado del Consejo General por sus calumnias contra [282] Varlin y
otros y echado después de la Internacional por la comisión belga, nombrada por el Congreso de Bruselas de
1868. Otro de estos grupos fue fundado por B. Landeck, a quien la fuga imprevista del prefecto de policía Pietri,
el 4 de septiembre, ha liberado de su compromiso.
«escrupulosamente cumplido de no volver a ocuparse de asuntos políticos ni de la Internacional en Francia».
(Véase: "Tercer proceso de la Asociación Internacional de los Trabajadores de París", 1870, p. 4.)
Por otra parte, la masa de los refugiados franceses en Londres ha formado una sección que está completamente
de acuerdo con el Consejo General.
NOTAS
[*] Los amigos de B. Malon que, desde hace tres meses, en una campaña de reclamo estereotipado, le llaman fundador de la
Internacional, que anuncian su libro {226} como la única obra independiente que se ha escrito sobre la Comuna ¿saben cuál lue la
actitud adoptada por el segundo alcalde de las Batignolles la víspera de las elecciones de febrero? En aquella época, B. Malon no
- 187 preveía aún la Comuna y, preocupándose sólo de su elección para la Asamblea, intrigó para ser incluido en la lista de los 4 comités
electorales como miembro de la Internacional. Con este objeto, negó descaradamente la existencia del Comité federal parisino y
sometió a los comités, como si emanara de toda la Asociación, la lista de una sección fundada por él en las Batignolles. Más tarde, el 19
de marzo, insultaba en un documento público a los promotores de la gran revolución realizada la víspera. Hoy, este anarquista hasta la
médula, imprime o deja imprimir lo que decía ya, hace un año, a los 4 comités: «¡La Internacional soy yo!». B. Malon ha dado con la
manera de parodiar al mismo tiempo a Luis XIV y al fabricante de chocolates Perron. ¡Pero este último no ha llegado a declarar que su
chocolate sea el único... comestible!
[30] 225. B. Malon. "La troisième défaite du prolétariat français («La tercera derrota del proletariado francés»), Neuchâtel, 1871.- 275.
[31] 226. La "Sección de propaganda y acción revolucionaria socialista" fue fundada el 6 de septiembre de 1871 en el lugar de la
sección ginebrina "Alianza de la Democracia Socialista" disuelta en agosto. En la organización de la misma, además de Zhukovski,
Perrón y otros ex miembros de la sección, tomaron parte ciertos emigrados franceses y, en particular, J. Guesdes y B. Malon.- 275.
[32] 227. La "Révolution Sociale" («La Revolución Social»), hebdomadario, se publicó en Ginebra en francés de octubre de 1871 a
enero de 1872. Desde noviembre de 1871 fue órgano oficial de la Federación anarquista del Jura.- 275, 453
[33] 228. "Le Figaro" («El Fígaro»), periódico reaccionario francés, se publica en París desde 1854; estuvo ligado al Gobierno del
Segundo Imperio.
"Le Gaulois" («El Galo»), diario de orientación monárquico-conservadora, órgano de la gran burguesía y la aristocracia, se publicó en
París de 1867 a 1929.
"Paris-Journal" («El periódico de París»), diario reaccionario ligado a la policía. Lo publicó en París Henri de Pène de 1868 a 1874.
Propagaba sucias calumnias acerca de la Internacional y la Comuna de París.- 276.[*]
He aquí la composición, por nacionalidades, de este Consejo: 20 ingleses, 15 franceses, 7 alemanes (cinco de ellos fundadores de la
Internacional), dos suizos, dos húngaros, un polaco, un belga, un irlandés, un danés y un italiano.
[**] Véase el presente tomo, págs. 14-17. (N. de la Edit.)
[34] 131. El plebiscito fue organizado por Napoleón III en mayo de 1870 para ver, según se decía, la actitud de las masas populares
hacia el Imperio. Las cuestiones sometidas a plebiscito estaban planteadas de tal forma que era imposible desaprobar la política del
Segundo Imperio sin pronunciarse, al mismo tiempo, contra toda reforma democrática. Las secciones de la I Internacional en Francia
denunciaron esta maniobra demagógica y recomendaron a todos sus miembros que se abstuviesen de votar. La víspera del plebiscito,
los miembros de la Federación de París fueron detenidos y acusados de participar en una conspiración que se planteaba el asesinato de
Napoleón III; el Gobierno se aprovechó de dicha acusación para organizar una amplia campaña de persecuciones contra los miembros
de la Internacional en las diversas ciudades de Francia. En el proceso judicial contra los miembros de la Federación de París, celebrado
del 22 de junio al 5 de julio de 1870, se puso al descubierto toda la falsedad de las acusaciones; sin embargo, varios miembros de la
Internacional fueron condenados a reclusión tan sólo por pertenecer a la Asociación Internacional de Trabajadores. Las persecuciones
contra la Internacional en Francia suscitaron protestas masivas de la clase obrera.- 201, 277
[35] 134. "La Marseillaise" («La Marsellesa»), diario francés, órgano de los republicanos de izquierda, se publicó en París de diciembre
de 1869 a setiembre de 1870. Insertaba documentos acerca de la actividad de la Internacional y del movimiento obrero.- 203, 277
[36] 133. "Le Réveil" («El Despertar»), periódico francés, órgano de los republicanos de izquierda, se publicó bajo la redacción de C.
Delécluse, en París, de julio de 1868 a enero de 1871. Insertaba documentos de la Internacional y del movimiento obrero.- 202, 277
[*] Poco después, este Chautard, que habían querido imponer al Consejo General, era expulsado de su sección como agente de la policía
de Thiers. Sus acusadores eran los mismos que lo habían juzgado como la persona más digna de representarlos en el Consejo General.
[**] C. Marx. Proyecto de resolución del Consejo General sobre la Sección francesa de 1871. (N. de la Edit.)
[37] 229. Trátase de la resolución del capítulo "2 Resoluciones especiales de la Conferencia", en la que se hacía constar que los obreros
alemanes habían cumplido su deber internacionalista, acerca de la Conferencia de Londres de 1871 véase la nota 202.- 280.
[*] N. Utin. (N. de la Edit.)
[*] A. Serrailler. (N. de la Edit.)
- 188 -
IV
Los hombres de la Alianza escondidos tras el Comité federal de Neuchâtel quisieron hacer un nuevo esfuerzo, en
un plano más amplio, para desorganizar la Internacional y convocaron un Congreso de sus secciones en
Sonvillier para el 12 de noviembre de 1871. Ya en julio, dos cartas del maître Guillaume a su amigo Robin
amenazaban al Consejo General con una campaña de este tipo si no accedía a darles la razón «contra los
facinerosos de Ginebra».
El Congreso de Sanvillier se componía de dieciséis delegados, que pretendían representar en conjunto a nueve
secciones, entre ellas a la nueva «Sección de propaganda y agitación socialista» de Ginebra.
Los Dieciséis se estrenaron con el decreto anarquista que declaraba disuelta la Federación de la Suiza francesa, la
cual se apresuró a devolver a los aliancistas su «autonomía», expulsándolos de todas las secciones. Por lo demás,
el Consejo tiene que reconocer que un destello de buen sentido les hizo aceptar el nombre de Federación del Jura,
que la Conferencia de Londres les había dado.
A continuación, el Congreso de los Dieciséis procedió a la «reorganización de la Internacional» dirigiendo una
«circular a todas las federaciones de la Asociación Internacional de los Trabajadores» contra la Conferencia y
contra el Consejo General.
Los autores de la circular acusan en primer lugar al Consejo General de haber convocado en 1871 una
conferencia en lugar de un congreso. De las explicaciones dadas anteriormente se deduce que esos ataques van
dirigidos, de lleno, contra toda la Internacional que, en su totalidad, había aceptado la convocatoria. Por otra
parte, en la Conferencia, la Alianza estaba debidamente representada por los ciudadanos Robin y Bastelica.
[283]
En cada congreso, el Consejo General ha tenido sus delegados; en el Congreso de Basilea, por ejemplo, había
seis. Los Dieciséis pretenden que
«la mayoría de la Conferencia ha sido falsificada de antemano con la admisión de seis delegados del Consejo
General con voz y voto».
En realidad, entre los delegados del Consejo General a la Conferencia, los proscritos franceses eran los
representantes de la Comuna de París, mientras que sus miembros ingleses y suizos pudieron tomar parte en las
sesiones en ocasiones muy contadas, como lo atestigua el diario de sesiones que será sometido al próximo
Congreso. Un delegado del Consejo tenía credencial de una federación nacional. A otro, según una carta dirigida
a la Conferencia, no le fue enviada la credencial, porque los periódicos habían anunciado su muerte [*]. Queda,
pues, un delegado, de modo que los belgas solos estaban respecto al Consejo en la proporción de 6 a 1.
La policía internacional, a la que en la persona de Gustave Durand no se había dejado asistir a la Conferencia, se
quejó amargamente de que se hubieran violado los Estatutos generales convocando una Conferencia «secreta».
Ella no estaba todavía bastante al corriente de nuestros reglamentos generales para saber que las sesiones
administrativas de los Congresos son obligatoriamente privadas.
No obstante, sus quejas hallaron un eco de simpatía en los Dieciséis de Sonvillier que exclamaron:
«Y, como broche, una decisión de esta Conferencia dice que el Consejo General fijará él mismo la fecha y el
lugar del próximo Congreso o de la Conferencia que lo sustituya, de modo que henos aquí amenazados con la
supresión de los Congresos generales, esos grandes comicios públicos de la Internacional».
- 189 Los Dieciséis no han querido ver que esta decisión no tiene más finalidad que afirmar frente a los gobiernos que,
pese a todas las medidas represivas, la Internacional está inquebrantablemente resuelta a celebrar sus reuniones
generales, sea como sea.
En la Asamblea general de las secciones ginebrinas del 2 de diciembre de 1871, asamblea que acogía con
desagrado a los ciudadanos Malon y Lefrançais, estos últimos presentaron una proposición que tendía a
confirmar los decretos dados por los Dieciséis de Sonvillier y que encerraba una censura contra el Consejo
General y la desautorización de la Conferencia. Esta última había decidido que «las resoluciones de la
Conferencia no destinadas a la publicidad serán comunicadas a los Consejos [284] federales de los diferentes
países por los secretarios correspondientes del Consejo General».
Esta resolución, conforme en un todo con los Estatutos y reglamentos generales, fue falsificada por B. Malon y
sus amigos del siguiente modo:
«Una parte de las resoluciones de la Conferencia sólo será comunicada a los Consejos federales y a los
secretarios correspondientes».
Acusan encima al Consejo General de haber «faltado al principio de la sinceridad», al negarse a entregar a la
policía, mediante «su publicación», aquellas resoluciones cuyo exclusivo objeto era la reorganización de la
Internacional en los países de donde está proscrita.
Los ciudadanos Malon y Lefrançais se quejan además de que
«la Conferencia ha atentado a la libertad de pensamiento y de expresión... dando al Consejo General el derecho a
denunciar y desautorizar todo órgano de sección o de federación que trate, sea de los principios sobre los que
descansa la Asociación, sea de los intereses respectivos de las secciones y federaciones, sea, en fin, de los
intereses generales de toda la Asociación (véase: "Égalité" del 21 de diciembre)».
¿Y qué encontramos en este mismo número de la "Égalité"? Una resolución de la Conferencia en la que
«recomienda que el Consejo General, de ahora en adelante, denuncie y desautorice públicamente a todos los
periódicos que, diciéndose órganos de la Internacional y siguiendo el ejemplo del "Progrès" y de la "Solidarité",
discutan en sus columnas, ante el público burgués, problemas que sólo se deben discutir en el seno de los comités
locales, de los comités federales y del Consejo General, o en las sesiones privadas y administrativas de los
congresos federales o generales».
Para apreciar lo que vale la lamentación agridulce de B. Malon, hay que considerar que esa resolución acaba de
una vez con las tentativas de algunos periodistas de suplantar a los comités responsables de la Internacional y de
jugar en sus medios el mismo papel que la bohemia periodística juega en el mundo burgués. A consecuencia de
una tentativa de este tipo, el Comité federal de Ginebra había visto a miembros de la Alianza redactar el órgano
oficial de la Federación, la "Égalité", en un sentido que le era completamente hostil.
Además, el Consejo General no necesitaba la Conferencia de Londres para «denunciar y desautorizar
públicamente» los abusos del periodismo, porque el Congreso de Basilea ha decidido (resolución II) que:
«Todos los periódicos que contengan ataques contra la Asociación deben ser enviados inmediatamente por las
secciones al Consejo General».
[285]
«Es evidente» —dice el Comité federal de la Suiza francesa en su declaración del 20 de diciembre de 1871
("Égalité" del 24 de diciembre)— «que este artículo no está redactado con vistas a que el Consejo General
guarde en sus archivos los periódicos que ataquen a la Asociación, sino para que conteste y destruya, si hace
falta, el efecto pernicioso de las calumnias y de cuanto tienda malévolamente a denigrar. Es evidente también que
- 190 este artículo se refiere, en general, a todos los periódicos y que, si no queremos tolerar gratuitamente los ataques
de los periódicos burgueses, con más razón debemos desautorizar, por medio de nuestra delegación central, el
Consejo General, a los periódicos cuyos ataques contra nosotros se encubren con el nombre de nuestra
Asociación».
Fijémonos de paso en que el "Times", ese Leviatán de la prensa capitalista, el "Progrès" (de Lyon), periódico de
la burguesía liberal, y el "Journal de Genève" [38], periódico ultrarreaccionario, abrumaron a la Conferencia con
los mismos reproches y empleando casi los mismos términos que los ciudadanos Malon y Lefrançais.
Después de haberse pronunciado contra la convocatoria de la Conferencia y luego contra su composición y su
pretendido carácter secreto, la circular de los Dieciséis la emprende contra las resoluciones mismas.
Constata primero que el Congreso de Basilea hizo una dejación de poderes
«al conceder al Consejo General el derecho a rechazar, admitir o suspender a las secciones de la Internacionab
¡y luego imputa este pecado a la Conferencia!
«¡¡Esa Conferencia... ha tomado resoluciones... tendentes a convertir la Internacional, libre federación de
secciones autónomas, en una organización jerárquica y autoritaria de secciones disciplinadas, entregadas
enteramente en manos de un Consejo General que puede, a su antojo, rechazar su admisión o suspender su
actividad!!».
Más adelante vuelve al Congreso de Basilea que, a su entender, ha «desnaturalizado las atribuciones del Consejo
General».
Todas estas contradicciones de la circular de los Dieciséis vienen a parar a lo siguiente: la Conferencia de 1871
es responsable de la votación del Congreso de Basilea de 1869 y el Consejo General es culpable de haber
cumplimentado los Estatutos que le ordenan ejecutar las resoluciones de los Congresos.
En realidad, el verdadero móvil de todos estos ataques contra la Conferencia es de naturaleza más íntima. En
primer lugar, con sus resoluciones, la Conferencia acababa de contrarrestar las intrigas de los hombres de la
Alianza en Suiza. Además, los promotores de la Alianza habían sembrado y mantenido, con persistencia
excepcional, en Italia, en España y en una parte de Suiza y de Bélgica, una confusión calculada entre el
programa de ocasión de Bakunin y el programa de la Asociación Internacional de los Trabajadores.
[286]
La Conferencia puso de relieve este equívoco intencionado mediante sus dos resoluciones sobre la política
proletaria y sobre las secciones sectarias. La primera, condenando en justicia el abstencionismo político
predicado por el programa bakuninista, está plenamente justificada en sus considerandos, apoyados en los
Estatutos generales, en la resolución del Congreso de Lausanne y en otros precedentes [*].
[287]
Pasemos ahora a los grupos sectarios.
La primera etapa de la lucha del proletariado contra la burguesía se desarrolló bajo el signo del movimiento
sectario. Este tiene su razón de ser en una época en que el proletariado no está aún suficientemente desarrollado
para actuar como clase. Pensadores individuales hacen la crítica de los antagonismos sociales y dan para ellos
soluciones fantásticas que la masa de los obreros no tiene más que aceptar, propagar y poner en práctica. Por
naturaleza, las sectas formadas por estos iniciadores son abstencionistas, extrañas a todo movimiento real, a la
política, a las huelgas, a las coaliciones; en una palabra, a todo movimiento de conjunto. La masa del proletariado
- 191 se mantiene siempre indiferente o incluso hostil a su propaganda. Los obreros de París y de Lyon sentían tanto
despego hacia los saint-simonianos, los fourieristas y los icaristas [39], como los cartistas y los tradeunionistas
ingleses hacia los owenistas. Estas sectas, palancas del movimiento en sus orígenes, lo obstaculizan en cuanto las
sobrepasa; entonces se vuelven reaccionarias. Testimonio de esto dan las sectas de Francia y de Inglaterra y
últimamente los lassalleanos en Alemania, los cuales, después de haber entorpecido durante años la organización
del proletariado, han acabado por ser simples instrumentos de la policía. En resumen, las sectas son la infancia
del movimiento proletario, como la astrología y la alquimia son la infancia de la ciencia. Hasta que el
proletariado no hubo superado esta fase, no fue posible la fundación de la Internacional.
Frente a las organizaciones de las sectas fantaseadoras y rivales, la Internacional es la organización real y
militante de la clase proletaria en todos los países, ligado entre sí en su lucha común contra los capitalistas y los
terratenientes y contra su poder de clase, organizado en el Estado. Así, los Estatutos de la Internacional no
reconocen más que simples sociedades «obreras», todas las cuales persiguen el mismo objetivo y aceptan el
mismo programa. Programa que se limita a trazar los rasgos generales del movimiento proletario y deja su
elaboración teórica a cargo de las secciones, que aprovecharán para ello el impulso dado por las necesidades de
la lucha práctica y el intercambio de ideas que se efectúa. En los órganos de las secciones y en sus congresos se
admiten indistintamente todas las convicciones socialistas.
En toda nueva etapa histórica, los viejos errores reaparecen un instante para desaparecer poco después. Del
mismo modo, la Internacional ha visto renacer en su seno secciones sectarias, aunque en una forma poco
acentuada.
La Alianza, al considerar como un inmenso progreso la resurrección de las sectas, es, en sí misma, una prueba
concluyente de que el tiempo de las sectas ha pasado. Pues, mientras las sectas, [288] en su origen, representaban
elementos de progreso, el programa de la Alianza, a remolque de un «Mahoma sin Korán» [40], sólo representa
un amasijo de ideas de ultratumba, disfrazadas con frases sonoras y que sólo pueden asustar a burgueses idiotas o
servir como piezas de convicción contra los internacionalistas a los fiscales de Bonaparte u otros [*] [41].
La Conferencia, en la que estaban representados todos los matices socialistas, aprobó por aclamación la
resolución contra las secciones sectarias, convencida de que esta resolución, al volver a colocar a la Internacional
en su verdadero terreno, marcaría una nueva fase en su marcha. Los partidarios de la Alianza, sintiéndose heridos
de muerte por esta resolución, la consideraron sencillamente como una victoria del Consejo General sobre la
Internacional; victoria, por medio de la cual, según su circular, hizo «que predominara el programa especial» de
algunos de sus miembros, «su doctrina personal», «la doctrina ortodoxa», «la teoría oficial, única que tiene
derecho de ciudadanía en la Asociación». Por lo demás, no era culpa de esos miembros, era la consecuencia
necesaria, el «efecto corruptor» de su calidad de miembros del Consejo General, pues
«es absolutamente imposible que un hombre que tiene poder» (!) «sobre sus semejantes, siga siendo un hombre
moral. El Consejo General se convierte en un semillero de intrigas».
Según la opinión de los Dieciséis, se podría ya reprochar a los Estatutos generales un grave defecto: el de dar al
Consejo General derecho a incorporarse nuevos miembros. Provisto de este poder, dicen:
«el Consejo podría luego incorporarse todo un personal que modificase completamente su mayoría y sus
tendencias».
Según parece, para ellos, el mero hecho de que unos hombres pertenezcan al Consejo General, basta para
modificar, no sólo su moralidad, sino también su sentido común. De otro modo, ¿cómo se puede suponer que
una mayoría se transforme, por sí misma, en minoría mediante la incorporación voluntaria de nuevos miembros?
Por lo demás, los mismos Dieciséis no parecen muy convencidos de todo esto, porque, más adelante, se quejan
de que el Consejo General haya estado
- 192 [289]
«compuesto, durante cinco años seguidos, por los mismos hombres que eran siempre reelegidos».
E inmediatamente después repiten:
«la mayor parte de ellos no son nuestros mandatarios regulares, puesto que no han sido elegidos por un
Congreso».
El hecho es que el personal del Consejo General ha cambiado constantemente, aunque algunos de los fundadores
hayan permanecido siempre en él, lo mismo que ocurre en los Consejos federales belga, suizo-francés, etc.
El Consejo General está sometido a tres condiciones esenciales para el cumplimiento de su mandato. En primer
lugar, exige un personal bastante numeroso para ejecutar sus múltiples tareas; en segundo, una composición de
«trabajadores pertenecientes a las diferentes naciones representadas en la Asociación Internacional» y, por
último, la preponderancia del elemento obrero. Siendo las exigencias del trabajo para el obrero una causa
permanente de cambios en el personal del Consejo General, ¿cómo podría éste reunir esas condiciones
indispensables sin el derecho de cooptación? Sin embargo, le parece necesaria una definición más exacta de este
derecho, y así, en la última Conferencia ha expresado su deseo de que se haga esta definición.
La reelección del Consejo General, tal como estaba compuesto, por los congresos sucesivos en los que Inglaterra
estaba apenas representada, parece que debía probar que ha cumplido su deber en la medida de sus posibilidades.
Pero no: los Dieciséis sólo ven en esto la prueba de la «confianza ciega de los congresos», confianza llevada en
Basilea
«hasta una especie de dejación voluntaria de sus derechos en manos del Consejo General».
Según ellos, el «papel normal» del Consejo debe ser «el de una simple oficina de correspondencia y estadística».
Basan esta definición en varios artículos sacados de una falsa traducción de los Estatutos.
En oposición a los Estatutos de todas las sociedades burguesas, los Estatutos generales de la Internacional apenas
tratan de su organización administrativa. Encomiendan su desarrollo a la práctica y su regulación a los futuros
congresos. No obstante, como la unidad y la coordinación de actividades de las secciones de los diferentes países
son los únicos elementos que pueden darles la característica de internacionalismo, los Estatutos se ocupan más
del Consejo General que de las otras partes de la organización.
El artículo 5 de los Estatutos originales [42] dice:
[290]
«El Consejo General funcionará como agente internacional entre los diferentes grupos nacionales y locales».
y da a continuación algunos ejemplos del modo cómo debe actuar. Entre estos ejemplos, se encuentra la
instrucción dada al Consejo para hacer de modo
«que, cuando se exija la acción inmediata, como en el caso de los conflictos internacionales, todas las
agrupaciones de la Asociación, puedan actuar simultáneamente y de una manera uniforme».
El artículo continúa diciendo:
«Cuando lo juzgue oportuno, el Consejo General tomará la iniciativa en las proposiciones que haya que someter
a las sociedades locales y nacionales».
- 193 Además, los Estatutos definen el papel del Consejo en la convocatoria y preparación de los congresos y le
encargan de ciertos trabajos que habrá de someter a estos congresos. Los Estatutos originales no presentan la
acción espontánea de los grupos en contraposición con la unidad de acción de la Asociación; hasta tal punto que
el artículo 6 dice:
«Puesto que el movimiento obrero en cada país sólo puede ser asegurado mediante la fuerza procedente de la
unión y de la asociación; puesto que, por otra parte, la acción del Consejo General será más eficaz..., los
miembros de la Internacional deberán hacer todo lo posible para reunir a las sociedades obreras de sus
respectivos países, que aún están aisladas, en asociaciones nacionales, representadas por organismos centrales».
La primera resolución administrativa del Congreso de Ginebra (art. 1) dice:
«El Consejo General está obligado a ejecutar las resoluciones de los congresos».
Esta resolución legalizó la actitud mantenida por el Consejo desde un principio: la de delegaciones ejecutivas de
la Asociación. Sería difícil ejecutar órdenes sin «autoridad» moral, a falta de otra «autoridad libremente
consentida». El Congreso de Ginebra, al mismo tiempo, encargó al Consejo General la publicación del «texto
oficial y obligatorio de los Estatutos».
El mismo Congreso resolvió (Resolución administrativa de Ginebra, art. 14):
«Cada sección tiene derecho a redactar sus Estatutos y reglamentos particulares, adaptados a las circunstancias
locales y a las leyes de su país pero no deben ser contrarios en nada a los Estatutos y reglamento generales».
Fijémonos primero en que aquí no hay la más ligera alusión a declaraciones particulares de principios, ni a
misiones especiales, [291] de las que se encargaría esta o la otra sección, aparte de las tareas encaminadas al
objetivo común de todos los grupos de la Internacional. Se trata simplemente del derecho de las secciones a
adaptar los Estatutos y reglamento generales «a las circunstancias locales y a las leyes de sus países».
En segundo lugar, ¿quién debe comprobar la conformidad de los Estatutos particulares con los Estatutos
generales? Evidentemente, si no hubiera «autoridad» encargada de esta función, la resolución sería nula y sin
efecto. No solamente podrían constituirse secciones policíacas u hostiles, sino que la intrusión de sectarios
desclasados y de filántropos burgueses en la Asociación podría desvirtuar su carácter y, por el número de
aquéllos, aplastar a los obreros en los congresos.
Desde su origen, las federaciones nacionales y locales se atribuyeron en sus países respectivos ese derecho a
admitir o rechazar nuevas secciones, según sus Estatutos estuvieran o no conformes con los Estatutos generales.
El ejercicio de la misma función por el Consejo General está previsto en el artículo 6 de los Estatutos generales.
Este artículo deja a las sociedades locales independientes, es decir, a sociedades constituidas fuera de los lazos
federales de sus países, el derecho a ponerse en relación con el Consejo directamente. La Alianza no tuvo a
menos el ejercer este derecho a fin de reunir las condiciones que se requerían para enviar sus delegados al
Congreso de Basilea.
El artículo 6 de los Estatutos prevé también los obstáculos legales para la formación de federaciones nacionales
en ciertos países, en los cuales, por consiguiente, el Consejo General está llamado a funcionar como Consejo
federal. (Véase: "Diario de sesiones del Congreso de Lausanne, etc.", 1867, pág. 13 [43].)
Desde la caída de la Comuna, esos obstáculos legales no han cesado de aumentar en diversos países y de hacer
en ellos aún más indispensable la actuación del Consejo General, para mantener al margen de la Asociación a los
elementos indeseables. Así, últimamente, ha habido comités en Francia que han pedido la intervención del
Consejo General para librarse de los confidentes y, en otro gran país [*], los internacionalistas le han pedido que
no reconozca ninguna sección si no es fundada por ellos mismos o por sus mandatarios directos. Basaban su
petición en la necesidad de apartar a los agentes provocadores, cuyo ardiente celo se manifestaba en la
- 194 precipitada formación de secciones de un radicalismo inaudito. Por otra parte, secciones que se dicen
antiautoritarias no vacilan en requerir al Consejo, cuando surge un conflicto en su seno, ni incluso en pedirle que
aniquile de un mazazo [292] a sus adversarios, como ha ocurrido en el conflicto lyonés. Más recientemente,
después de la Conferencia, la Federación obrera de Turín decidió declararse sección de la Internacional. A
consecuencia de una escisión, la minoría fundó la sociedad Emancipación del Proletario [44]. Se adhirió a la
Internacional y debutó con una resolución en favor de los de Jura. Su periódico "Il Proletario" hierve en frases
indignadas contra todo autoritarismo. Al enviar las cotizaciones de la sociedad, su secretario [*]* previno al
Consejo General que la antigua federación enviaría también probablemente sus cotizaciones, y añadía:
«Como habréis leído en el "Proletario", la sociedad Emancipación del Proletario... ha declarado... rehusar toda
solidaridad con la burguesía disfrazada con máscara obrera que compone la "Federación obrera"».
y rogaba al Consejo General
«que comunicara esta resolución a todas las secciones y rechazara los 10 céntimos de las cotizaciones, en el caso
en que les fueran enviados» [*]**.
Lo mismo que todos los grupos internacionalistas, el Consejo General tiene la obligación de hacer propaganda.
La ha cumplido mediante sus manifiestos y mediante sus mandatarios, que han puesto las primeras piedras de la
Internacional en Norteamérica, en Alemania y en muchas ciudades de Francia.
Otra función del Consejo General consiste en prestar apoyo a las huelgas, asegurándoles la ayuda de toda la
Internacional. (Véanse los informes del Consejo General en los diferentes congresos). El hecho siguiente, entre
otros, prueba el peso de su intervención en las huelgas: la Sociedad de resistencia de los fundidores de hierro
ingleses es, de por sí, una tradeunión internacional, con ramas en otros países, especialmente en Norteamérica.
No obstante, en una huelga de fundidores americanos, éstos juzgaron necesaria la intervención del Consejo
General para impedir la importación de fundidores ingleses a su país.
El desarrollo de la Internacional impuso al Consejo General, así como a los Consejos federales, la función de
árbitro.
El Congreso de Bruselas resolvió:
«Los Consejos federales están obligados a enviar cada trimestre al Consejo General un informe sobre la
administración y la situación financiera de sus secciones». (Resolución administrativa, N 3.)
[293]
Por último, el Congreso de Basilea, que provoca la furia biliosa de los Dieciséis, no hizo sino regular las
relaciones administrativas nacidas del desarrollo de la Asociación. Si amplió excesivamente los límites de las
atribuciones del Consejo General, ¿de quién es la culpa sino de Bakunin, Schwitzgebel, F. Robert, Guilleume y
otros delegados de la Alianza que lo pidieron a gritos? ¿Se acusarán acaso a sí mismos de «confianza ciega» en
el Consejo General de Londres?
He aquí dos de las resoluciones del Congreso de Basilea:
«IV. Cada nueva sección o sociedad que se forme y quiera hacer parte de la Internacional, debe comunicar
inmediatamente al Consejo General su adhesión» y
«V. El Consejo General tiene derecho a admitir o rechazar la adhesión de toda nueva sociedad o grupo, a reserva
de apelación al Congreso siguiente».
- 195 En cuanto a las sociedades locales independientes, formadas fuera de los lazos federativos, estos artículos no
hacen más que confirmar la práctica seguida desde los orígenes de la Internacional, y cuyo mantenimiento es una
cuestión de vida o muerte para la Asociación. Pero se ha ido demasiado lejos al generalizar esta práctica,
aplicándola indistintamente a toda sección o sociedad en vías de formación. En efecto, estos artículos dan al
Consejo General derecho a inmiscuirse en la vida interior de las federaciones; pero jamás los ha aplicado en este
sentido. El Consejo desafía a los Dieciséis a citar un solo caso de intromisión suya en las cuestiones de secciones
nuevas que quisieran afiliarse a grupos o federaciones existentes.
Las resoluciones que acabamos de citar se refieren a las secciones en vías de formación, y las resoluciones
siguientes, a las secciones ya reconocidas:
«VI. El Consejo General tiene igualmente derecho a dejar en suspenso, hasta el siguiente Congreso, a una
sección de la Internacional».
«VII. Cuando se susciten diferencias entre sociedades o ramas de un grupo nacional, o entre grupos de diferentes
nacionalidades, el Consejo General tendrá derecho a decidir en el conflicto, a reserva de la apelación ante el
Congreso siguiente, que resolverá en definitiva».
Estos dos artículos son necesarios para casos extremos, aunque hasta ahora, el Consejo General no haya
recurrido nunca a ellos. La relación de hechos que figura en las páginas anteriores, prueba que no ha dejado en
suspenso a ninguna sección y que, en caso de conflicto, se ha limitado a actuar como árbitro invocado por ambas
partes.
Nos acercamos, en fin de cuentas, a una función impuesta al Consejo General por las necesidades de la lucha.
Por muy doloroso que sea para los partidarios de la Alianza, el Consejo General, [294] precisamente por la
persistencia con que le atacan todos los enemigos del movimiento proletario, se halla en la vanguardia de los
defensores de la Asociación Internacional de los Trabajadores.
NOTAS
[*] Trátase de Marx. (N. de la Edit.)
[38] 230. "Journal de Genève national, politique et littéraire" («Gaceta de Ginebra nacional, política y literaria»), periódico
conservador, se publica desde 1826.- 285.
[*] He aquí la resolución de la Conferencia sobre la acción política de la clase obrera:
«Vistos los considerandos de los Estatutos originales, en los que se dice: «La emancipación económica de los trabajadores es el gran
objetivo, al cual todo movimiento político debe estar subordinado como medio»
Visto el Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores (1864) que dice: «Los señores de la tierra y los
señores del capital se valdrán siempre de sus privilegios políticos para defender y perpetuar sus monopolios económicos. Muy lejos de
contribuir a la emancipación del trabajo, continuarán oponiéndole todos los obstáculos posibles... La conquista del poder político ha
venido a ser, por lo tanto, el gran deber de la clase obrera»;
Vista la resolución del Congreso de Lausanne (1867) a este respecto: «La emancipación social de los trabajadores es inseparable de su
emancipación política»;
Vista la declaración del Consejo General sobre el supuesto complot de los internacionalistas franceses en la víspera del plebiscito
(1870), en la que se dice: «De acuerdo con lo que se contiene en nuestros Estatutos, ciertamente todas nuestras secciones en Inglaterra,
en el continente europeo y en América tienen la especial misión de no sólo servir como centros de la organización militante de la clase
obrera, sino también sostener en sus países respectivos todo movimiento político que tienda a la consecución de nuestro objetivo final:
la emancipación económica de la clase obrera»;
- 196 Teniendo en cuenta que traducciones tergiversadas de los Estatutos originales han dado lugar a falsas interpretaciones, que han sido
nocivas para el desarrollo y la actividad de la Asociación Internacional de los Trabajadores;
Encontrándonos en presencia de una reacción desenfrenada que ahoga violentamente todo esfuerzo de emancipación hecho por parte de
los trabajadores y pretende mantener por la fuerza bruta la diferenciación de clases y la consiguiente dominación política de las clases
poseedoras.
Considerando, además:
Que, contra ese poder colectivo de las clases poseedoras, el proletariado sólo puede actuar como clase constituyéndose en partido
político diferenciado, opuesto a todos los antiguos partidos formados por las clases poseedoras;
Que esta constitución del proletariado en partido político es indispensable para asegurar el triunfo de la revolución social y permitir
alcanzar su objetivo supremo: la abolición de las clases;
Que la coalición de las fuerzas obreras, ya obtenido merced a las luchas económicas, debe servir también como palanca en manos de
esta clase, en su lucha contra el poder político de sus explotadores.
La Conferencia recuerda a los miembros de la Internacional:
Que para la clase obrera militante, el movimiento económico y la acción política están indisolublemente unidos».[39]
231. Los icaristas eran los adeptos del comunista utópico francés Cabet, autor de la novela "Viaje a Icaria".- 287.
[40] 232. Trátase de M. Bakunin.- 288.
[*] Los escritos policíacos publicados en el último tiempo sobre la Internacional, incluidos la circular de Julio Favre a las potencias
extranjeras y el informe del rural Sacase sobre el proyecto Dufaure, están repletos de citas tomadas de los pomposos manifiestos de la
Alianza {233}. La fraseología de estos sectarios, cuyo radicalismo consiste sólo en pronunciar palabras altisonantes, sirve
espléndidamente los designios de la reacción.
[41] 233. Se alude a la circular del ministro del Exterior enviada a los representantes diplomáticos de Francia el 6 de junio de 1871, en
la que Julio Favre llamaba a todos los gobiernos a la lucha común contra la Internacional. Trátase igualmente del informe presentado
por Sacase el 5 de febrero de 1872 en nombre de la comisión encargada de examinar el proyecto de ley de Dufaure (véase la nota 206).288.
[42] 234. Aquí y más adelante, Marx cita los Estatutos de la Internacional adoptados en el Congreso de Ginebra y publicados en
Londres, en inglés ("Rules of the International Working Men's Association" 1867).- 289.
[43] 235. Es una errata. El artículo 6 de los Estatutos Generales fue adoptado en el Congreso de la Internacional celebrado en Ginebra
en 1866. Véase "Congrès ouvrier de l'Association Internationale des Travailleurs tenu à Genève du 3 au 8 septembre 1866". («El
Congreso obrero de la Asociación Internacional de los Trabajadores celebrado en Ginebra del 3 al 8 de septiembre de 1866»). Genève,
1866, pp. 13-14.- 291.
[*] Austria. (N. de la Edit.)
[44] 236. La Federación obrera fue fundada en Turín en otoño de 1871 y se hallaba bajo la influencia de los partidarios de Mazzini. En
enero de 1872, los elementos proletarios abandonaron la Federación y formaron la sociedad Emancipación del Proletario, admitida
luego como sección de la Internacional. Al frente de la sociedad se hallaba hasta febrero de 1872 el agente secreto de policía Terzaghi.
"Il Proletario" («El Proletario»), periódico italiano que se publicó en Turín de 1872 a 1874. Defendía a los bakuninistas contra el
Consejo General y los acuerdos de la Conferencia de Londres.- 292.
[**] C. Terzaghi. (N. de la Edit.)
[***] Tales eran en aquel momento las opiniones aparentes de la sociedad Emancipación del Proletario representada por su secretario
corresponsal, amigo de Bakunin. En realidad, las tendencias de esta sección eran bien distintas. Después de haber expulsado, por
malversación de fondos y por sus amistosas relaciones con el jefe de la policía de Turín, a este representante doblemente infiel, esta
sociedad ha hecho aclaraciones que han hecho desaparecer todo equívoco entre ella y el Consejo General.
- 197 -
V
Después de haber juzgado a la Internacional tal como es, los Dieciséis nos dicen cómo debe ser.
En primer lugar, el Consejo General sería nominalmente una simple oficina de correspondencia y estadística.
Pero, como cesarían sus funciones administrativas, su correspondencia se reduciría necesariamente a la
reproducción de los informes ya publicados por los periódicos de la Asociación. Por lo tanto, se acabaría por
hacer desaparecer la oficina de correspondencia. En cuanto a la estadística, es un trabajo irrealizable sin una
potente organización y, sobre todo, como dicen expresamente los Estatutos originales, sin una dirección común.
Ahora bien, como todo esto huele mucho a «autoritarismo», puede ser que haya una oficina, pero, desde luego,
no habrá estadística. En una pa]abra, el Consejo General desaparece. Con este mismo razonamiento, se liquidan
los Consejos federales, comités locales y otros centros «autoritarios». Sólo quedan las secciones autónomas.
¿Y cuál será la misión de estas «secciones autónomas», libremente federadas y felizmente liberadas de toda
autoridad, «incluso de una autoridad que fuera elegido y constituida por los trabajadores»?
Aquí hay que completar la circular con el informe del Consejo del Jura sometido al Congreso de los Dieciséis.
«Para convertir a la clase obrera en el verdadero representante de los intereses nuevos de la humanidad», es
preciso que su organización «esté guiada por la idea que debe triunfar. Deducir esta idea de las necesidades de
nuestra época, de las tendencias íntimas de la humanidad mediante un estudio continuado de los fenómenos de la
vida social, inculcar después esta idea a nuestras organizaciones obreras: tal debe ser el objetivo, etc.». En
resumen, hay que formar, «en el seno de nuestra población obrera, una verdadera escuela socialista
revolucionaria».
Así, las secciones autónomas de obreros se convierten de golpe en escuelas, cuyos maestros serán estos señores
de la Alianza. Ellos deducen la idea, «mediante estudios continuados», que no dejan el menor rastro; «se inculca
después a nuestras organizaciones obreras». Para ellos, la clase obrera es un material en bruto, un caos que, para
tomar forma, necesita el soplo de su Espíritu Santo.
Todo esto no es más que una paráfrasis del antiguo programa de la Alianza, que empezaba con estas palabras:
[295]
«La minoría socialista de la Liga de la paz y de la libertad, habiéndose separado de esta Liga», se propone fundar
«una nueva Alianza de la Democracia Socialista... que se impone como misión especial, estudiar los problemas
políticos y filosóficos...»
¡Ya está aquí la idea «deducida»!
«Una empresa tal... dará a los demócratas socialistas sinceros de Europa y América el medio de entenderse y de
afirmar sus ideas» [*].
Así, por confesión propia, la minoría de una sociedad burguesa se ha infiltrado en la Internacional, poco antes del
Congreso de Basilea, sólo para servirse de él como medio de situarse respecto a las masas obreras, en la categoría
de hierofantes de una ciencia oculta, una ciencia de cuatro frases, cuyo punto culminante es «la igualdad
económica y social de las clases».
Aparte de esta «misión teórica», la nueva organización propuesta para la Internacional tiene también su aspecto
práctico.
- 198 «La sociedad futura» —dice la circular de los Dieciséis— «no debe ser sino la universalización de la
organización que la Internacional se haya dado. Debemos, pues, cuidar de que esta organización se aproxime lo
más posible a nuestro ideal».
«¿Puede concebirse que una sociedad igualitaria y libre salga de una organización autoritaria? Esto es imposible.
La Internacional, embrión de la futura sociedad humana, tiene que ser, desde ahora, imagen fiel de nuestros
principios de libertad y de federación».
Dicho en otros términos: así como los conventos de la Edad Media representan la imagen de la vida celestial, la
Internacional debe ser la imagen de la nueva Jerusalén, cuyo «embrión» lleva la Alianza en su seno. ¡Los
confederados de París no hubieran sucumbido si, comprendiendo que la Comuna era el «embrión de la futura
sociedad humana», hubieran arrojado lejos de sí la disciplina y las armas, cosas ambas que deben desaparecer,
pero sólo cuando se hayan acabado las guerras!
Pero para poner bien en claro que, a pesar de sus «estudios continuados», no han sido los Dieciséis los que han
incubado este bello proyecto, que tiende a desorganizar y desarmar a la Internacional en el momento en que
lucha por su existencia, Bakunin [296] acaba de publicar el texto original en su memoria sobre la organización de
la Internacional. (Véase: "Almanach du Peuple pour 1872", Ginebra.)
NOTAS
[*] Los hombres de la Alianza, que no cesan de reprochar al Consejo General la convocatoria de una conferencia reservada, en un
momento en que la reunión de un congreso público hubiera sido el colmo de la traición o de la estupidez; esos partidarios cerrados del
alboroto y de hacer las cosas a la luz del día, han organizado, desdeñando nuestros Estatutos, una verdadera sociedad secreta en el seno
de la Internacional, sociedad dirigida contra la Internacional y que aspira a colocar a sus secciones bajo su férula, bajo la dirección
sacerdotal de Bakunin.
El Consejo General se propone reclamar del próximo congreso una encuesta sobre esta organización secreta y sobre sus promotores en
ciertos países, por ejemplo, en España.
VI
Ahora leed el informe presentado por el Comité del Jura al Congreso de los Dieciséis.
«Su lectura» —dice su periódico oficial, "La Révolution Sociale" (16 de noviembre)— «dará la medida exacta
de lo que se puede esperar de los afiliados a la federación del Jura, en cuanto a abnegación e inteligencia
práctica».
Empieza por atribuir a estos «terribles acontecimientos» (la guerra franco-alemana y la guerra civil en Francia)
una influencia «en parte desmoralizadora... sobre la situación de las secciones de la Internacional».
Si bien, en efecto, la guerra franco-alemana, al enrolar a gran número de obreros en ambos ejércitos, debió haber
tendido a la desorganización de las secciones, no es menos cierto que la caída del Imperio y la proclamación
abierta de la guerra de conquista hecha por Bismarck provocaron en Alemania y en Inglaterra una lucha
enconada entre la burguesía, que se colocó junto a los prusianos, y el proletariado, que afirmó más que nunca sus
sentimientos internacionalistas. Por eso mismo, la Internacional había de ganar terreno en esos dos países. En
América, el mismo hecho produjo una escisión en la inmensa emigración proletaria alemana; la fracción
internacionalista se separó sin equívocos de la chovinista.
- 199 Por otra parte, el advenimiento de la Comuna de París ha dado un impulso sin precedentes al desarrollo exterior
de la Internacional y a la reivindicación viril de sus principios por las secciones de todas las nacionalidades. Pero
de esto son una excepción los del Jura, cuyo informe continúa así: «...desde el principio de la gigantesca lucha...
la reflexión se ha impuesto... Unos se apartan, para esconder su debilidad... Para muchos, esta situción» (en las
filas de ellos) «es un síntoma de vejez», pero, «muy al contrario... es una situación propicia para transformar
completamente la Internacional»... a su imagen y semejanza. Este modesto deseo se comprenderá después de
examinar a fondo lo próspero de su situación.
Prescindiendo de la disuelta Alianza, reemplazada desde su disolución por la sección de Malon, el Comité tenía
que justificar la situación de veinte secciones. De ellas, siete le vuelven limpiamente la espalda; he aquí lo que se
dice de ellas en el informe:
«La sección de engastadores y la de grabadores y pulidores de Bienne no han contestado a ninguna de las
comunicaciones que les hemos dirigido».
«Las secciones profesionales de Neuchâtel, es decir, las de carpinteros, engastadores, grabadores y pulidores,
no han enviado respuesta ninguna a las comunicaciones del Comité federal».
«No hemos podido conseguir ninguna noticia de la sección de Val-de-Ruz».
«La sección de grabadores y pulidores del Locle no ha dado respuesta alguna a las comunicaciones del Comité
federal».
He aquí lo que se llama un comercio libre de secciones autónomas con su Comité federal.
Otra sección,
«la de grabadores y pulidores del distrito de Courtelary, después de tres años de tenaz persistencia... se
constituye en sociedad de resistencia».
fuera de la Internacional, lo que no le impide en absoluto hacerse representar por dos delegados en el Congreso
de los Dieciséis.
Después vienen cuatro secciones bien muertas.
«La sección central de Bienne ha caído por el momento; sin embargo, uno de sus miembros abnegados nos
escribía últimemente que no se han perdido todas las esperanzas de ver renacer la Internacional en Bienne».
«La sección en Saint-Blaise ha caído».
«La sección de Catébat, después de una asistencia brillante ha tenido que ceder ante las intrigas urdidas por los
señores» (!) «de esta localidad para disolver tan valiente» (!) «sección»
«Por último, la sección de Corgémont también fue víctima de las intrigas patronales».
Viene a continuación la sección central del distrito de Courtelary, que
«tomó una medida de prudencia: suspendió su actuación»; lo cual no le impidió enviar dos delegados al
Congreso de los Dieciséis.
Después vienen cuatro secciones de existencia más que problemática.
- 200 «La sección de Grange se encuentra reducida a un pequeño núcleo de obreros socialistas... Lo reducido de su
contingente paraliza su actuación en la localidad».
«Los acontecimientos han quebrantado mucho a la sección central de Neuchâtel y, a no ser por la abnegación,
por la actividad de algunos de sus miembros, su caída hubiera sido segura».
«La sección central del Locle, despuers de pasar varios meses entre la vida y la muerte, había acabado por
disolverse. En fecha muy reciente, se ha vuelto a constituir»; evidentemente, con el único fin de enviar dos
delegados al Congreso de los Dieciséis.
«La sección de propaganda socialista de La Chaux-de-Fonds, está en una situación crítica... Su posición, lejos
de mejorar, tiende más bien a empeorar».
Hay a continuación dos secciones, los círculos de estudios de Saint-Imier y de Sonvillier, que no se mencionan
más que de pasada y sobre cuya situación no se dice una palabra.
Y queda, por último, la sección modelo, la cual a juzgar por su nombre de sección central, no es sino residuo de
otras secciones desaparecidas.
«La sección central de Moutier es, sin duda, la menos quebrantada... Su Comité ha estado constantemente en
relación con el Comité federal... Todavía no se han fundado secciones».
Y todo esto se explica así:
«La actuación de la sección de Moutier está particularmente favorecida por la excelente disposición de una
población obrera... de costumbres populares; nos gustaría ver a la clase obrera de esta región hacerse aún más
independiente de los elementos políticos».
Se ve que, en efecto, este informe «da la medida exacta de lo que se puede esperar de los afiliados a la federación
del Jura, en cuanto a abnegación e inteligencia práctica».
Hubieran podido completarlo añadiendo que los obreros de La Chaux-de-Fonds, sede primitiva de su Comité,
han rehusado siempre toda comunicación con ellos. En fecha aún reciente, en la asamblea general del 18 de
enero de 1872, han contestado a la circular de los Dieciséis con votaciones unánimes confirmando las
resoluciones de la Conferencia de Londres, así como la resolución tomada por el Congreso de la Suiza francesa
en mayo de 1871 «de expulsar para siempre de la Internacional a los Bakunin, Guillaume y sus adeptos».
¿Es preciso decir algo más sobre el peso de ese pretendido Congreso de Sonvillier, que, según él, ha
«desencadenado la guerra, la guerra abierta en el seno de la Internacional»?
Es cierto que esos hombres que hacen más ruido cuanto más insignificantes son han obtenido un éxito innegable.
Toda la prensa liberal y policíaca se ha puesto abiertamente de su parte. En sus calumnias personales contra el
Consejo General y en sus ataques anodinos contra la Internacional, han sido secundados por los sedicentes
reformadores de todos los países: en Inglaterra, por los republicanos burgueses, cuyas intrigas ha frustrado el
Consejo General; en Italia, por los librepensadores dogmáticos que, bajo la bandera de Stefanoni, acaban de
fundar una «sociedad universal de los racionalistas», cuya sede obligatoria está en Roma (organización
«autoritaria» y «jerárquica» de conventos de frailes y monjas ateos y cuyos Estatutos conceden un busto de
mármol en la sala [299] del Congreso a todo burgués que haga un donativo de diez mil francos) [45]; por último,
en Alemania, por los socialistas bismarckianos que, aparte de editar un periódico policíaco, el "Der Neuer SocialDemokrat" [46], hacen de camisas blancas [47] del Imperio pruso-alemán.
El cónclave de Sonvillier pide a todas las secciones internacionalistas, en un llamamiento patético, que insistan
sobre la urgencia de un Congreso «para reprimir», como dicen los ciudadanos Malon y Lefrançais, «las
- 201 constantes extralimitaciones depresivas del Consejo de Londres»; en realidad, para sustituir a la Internacional por
la Alianza. Este llamamiento ha obtenido un eco tan alentador, que en seguida se han visto reducidos a tener que
falsificar una votación del último Congreso belga. En su órgano oficial ("Révolution Sociale", del 4 de enero de
1872), dicen:
«Por último, una cosa más grave: las secciones belgas se han reunido en un congreso, en Bruselas, los días 24 y
25 de diciembre y han votado por unanimidad una resolución idéntica a la del Congreso de Sonvillier sobre la
urgencia de convocar un Congreso General».
Hay que hacer constar que el Congreso belga ha votado todo lo contrario. Ha encargado al próximo Congreso
belga, que no se reunirá hasta junio, la elaboración de un proyecto de nuevos Estatutos generales para someterlo
al próximo Congreso de la Internacional.
De acuerdo con la inmensa mayoría de la Internacional, el Consejo General no convocará el Congreso anual
inmediatamente, sino en septiembre de 1872.
NOTAS
[45] 237. En noviembre de 1871, el demócrata burgués Stefanoni expuso un proyecto de creación de una «Sociedad Universal de
Racionalistas», cuyo programa era una mezcla de concepciones democrático-burguesas con ideas del socialismo utópico
pequeñoburgués (organización de colonias agrícolas para la solución del problema social, etc.). La sociedad se planteaba distraer la
atención de los obreros de la Internacional e impedir la propagación de ésta en Italia; al propio tiempo, Stefanoni proclamaba su
solidaridad con la Alianza de la Democracia Socialista. Las intervenciones de Marx y Engels denunciando los auténticos objetivos de
Stefanoni y los vínculos directos entre los anarquistas y los demócratas burgueses, lo mismo que las intervenciones de varios líderes del
movimiento obrero italiano contra el proyecto de Stefanoni hicieron fracasar los intentos que había hecho este último para poner el
movimiento obrero de Italia bajo la influencia burguesa.- 299.
[46] 238. "Neuer Social-Demokrat" («El Nuevo Socialdemócrata»), periódico alemán, se publicó en Berlín de 1871 a 1876. Organo de
la Asociación General de Obreros Alemanes fundada por Lassalle. Sostenía una lucha contra la dirección marxista de la Internacional y
el Partido Obrero Socialdemócrata Alemán. Apoyaba a los bakuninistas y los representantes de otros partidos antiproletarios.- 299, 453,
455.
[47] 239. Se denominaban «camisas blancas» o «blusas blancas» las bandas organizadas por la Prefectura de la Policía del Segundo
Imperio. Integradas por elementos desclasados, estas bandas, que se hacían pasar por grupos obreros, organizaban manifestaciones e
intervenciones a fin de provocar pretextos para perseguir a las organizaciones auténticamente obreras.- 299.
VII
Algunas semanas después de la Conferencia, llegaron a Londres los caballeros Albert Richard y Gaspard Blanc,
los miembros más influyentes y más ardientes de la Alianza, encargados de reclutar, entre los refugiados
franceses, auxiliares dispuestos a trabajar por la restauración del Imperio, único medio, según ellos, de
desembarazarse de Thiers y de llenar el estómago. El Consejo General previno contra sus manejos bonapartistas
a los interesados, entre otros, al Consejo federal de Bruselas.
En enero de 1872 se quitaron la careta, publicando el folleto «E l I m p e r i o y l a n u e v a F r a n c i a.
Llamamiento del pueblo y de la juventud a la conciencia francesa», por Albert Richard y Gaspard Blanc.
Bruselas, 1872.
Con la acostumbrada modestia de los charlatanes de la Alianza, espetan el reclamo siguiente:
- 202 [300]
«Nosotros, que habíamos formado el gran ejército del proletariado francés... nosotros, los jefes más influyentes
de la Internacional en Francia [*], afortunadamente no hemos sido fusilados, y aquí estamos para enarbolar frente
a ellos (los parlamentarios ambiciosos, los republicanos bien cebados, los sedicentes demócratas de toda
especie), la bandera bajo cuyos pliegues combatimos y para lanzar a la Europa atónita, a pesar de las calumnias,
a pesar de las amenazas, a pesar de los ataques de toda índole que nos esperan, este grito que emerge del fondo
de nuestra conciencia y que resonará muy pronto en el corazón de todos los franceses: «¡Viva el emperador!»
«A Napoleón III, difamado y escarnecido, hay que rehabilitarlo con todo esplendor».
Y los señores Albert Richard y Gaspard Blanc, pagados con cargo a los fondos secretos de Invasión III, tienen el
encargo especial de obtener esta rehabilitación.
Por lo demás, confiesan:
«El desarrollo normal de nuestras ideas nos ha hecho imperialistas».
He aquí una confesión que debe agradar a sus correligionarios de la Alianza. Como en los dichosos días de la
"Solidarité", A. Richard y G. Blanc endilgan sus viejas frases sobre el «abstencionismo político» que, según les
dicta su «desarrollo normal» no es un hecho sino bajo el despotismo más absoluto: cuando los trabajadores se
abstienen de toda ingerencia política como el preso se abstiene de pasearse al sol.
«El tiempo de los revolucionarios» —dicen— «ha pasado... El comunismo ha sido desterrado a Alemania y a
Inglaterra; sobre todo a Alemania. Es por cierto allí donde ha sido elaborado seriamente, desde hace tiempo,
[301] para difundirse a continuación por toda la Internacional. Y este progreso inquietante de la influencia
alemana en la Asociación ha contribuido no poco a paralizar su desarrollo, o más bien, a darle un nuevo curso en
las secciones del centro y mediodía de Francia que no han aceptado jamás consignas de ningún alemán».
¿No parece oír al gran hierofante [*] que, como ruso, se atribuye desde la fundación de la Alianza la especial
misión de representar a las razas latinas?, ¿o a los «verdaderos misioneros» de la "Révolution Sociale" (2 de
noviembre de 1871), que denuncian
«la marcha atrás que tratan de imprimir a la Internacional los cerebros alemanes y bismarckianos»?
¡Pero, afortunadamente, la verdadera tradición no se ha perdido, los señores Albert Richard y Gaspard Blanc no
han sido fusilados! Su «trabajo» personal consiste en «dar un nuevo curso» a la Internacional en el centro y
mediodía de Francia, tratando de fundar secciones bonapartistas que, por razón de su tendencia, son
esencialmente «autónomas».
En cuanto a la constitución del proletariado en partido político, recomendada por la Conferencia de Londres,
«después de la restauración del Imperio, nosotros» (Richard y Blanc)
«acabaremos pronto, no sólo con las teorías socialistas, sino con ese comienzo de realización de ellas que se
manifiesta en la organización revolucionaria de las masas». En una palabra, explotando el gran «principio de la
autonomía de las secciones», que «constituye la verdadera fuerza de la Internacional... sobre todo en los países
de raza latina»... ("Révolution Sociale" del 4 de enero),
esos señores cuentan con la anarquía en la Internacional.
La anarquía: he aquí el gran caballo de batalla de su maestro Bakunin, que, de los sistemas socialistas, no ha
tomado más que las etiquetas. Todos los socialistas entienden por anarquía lo siguiente: una vez conseguido el
objetivo de la clase obrera —la abolición de las clases—, el poder del Estado, que sirve para mantener a la gran
- 203 mayoría productora bajo el yugo de una minoría explotadora poco numerosa, desaparece y las funciones de
gobierno se transforman en simples funciones administrativas. La Alianza toma el rábano por las hojas. Proclama
que la anarquía en las filas proletarias es el medio más infalible para romper la potente concentración de fuerzas
sociales y políticas que los explotadores tienen en sus manos. Con este pretexto, pide a la Internacional, en el
momento en que el viejo mundo trata de aplastarla, que substituya [302] su organización por la anarquía. La
policía internacional no pide otra cosa para eternizar la república de Thiers, cubriéndola con el manto imperial
[*].
Londres, 5 de marzo de 1872
33, Rathbone Place
Escrito por C. Marx y Se publica de acuerdo con el texto
F. Engels entre mediados de enero del folleto.
y el 5 de marzo de 1872.
Publicado en forma de folleto Traducido del francés.
en Ginebra, en 1872.
NOTAS
[*] Bajo el título «¡A la picota!», la "Egalité" (de Ginebra) del 15 de febrero de 1872, dice: «Aún no ha llegado la hora de contar la
historia de la derrota del movimiento por la Comuna en el mediodía de Francia. Pero, la mayor parte de nosotros hemos sido testigos de
la lamentable derrota de la insurrección del 30 de abril en Lyon y, desde ahora, podemos afirmar que el fracaso de esta insurrección se
debe en parte a la cobardía, a la traición y al robo de G. Blanc que en todas partes se entrometía, ejecutando las órdenes de A. Richard,
que se mantenía en la sombra.
Con sus maniobras intencionadas, estos miserables han conseguido comprometer a varias personas de las que tomaban parte en los
trabajos preparatorios de los Comités insurreccionales.
Además, estos traidores han conseguido desacreditar a la Internacional en Lyon, hasta tal punto que, al estallar la revolución parisina, la
Internacional inspiraba a los obreros lyoneses la mayor desconfianza. De ahí, la ausencia total de organización. De ahí, la derrota de la
insurrección, derrota que necesariamente había de provocar la caída de la Comuna, aislada y abandonada a sus propias fuerzas. Sólo
después de esta sangrienta lección, nuestra propaganda ha conseguido reagrupar a los obreros lyoneses bajo la bandera de la
Internacional.
Albert Richard es el niño mimado, el profeta de Bakunin y consortes».
[*] M. Bakunin. (N. de la Edit.)
[*] En el informe sobre la ley Dufaure, el rural Sacase apunta, sobre todo, contra la «organización» de la Internacional. Esta
organización es su pesadilla. Después de haber constatado «el ascenso de esta formidable Asociación», añade: «Esta Asociación
rechaza las prácticas tenebrosas de las sectas que le han antecedido. Su organización se ha hecho y se ha modificado a la luz del día.
Gracias a la potencia de esta organización... ha acrecentado progresivamente su esfera de acción y de influencia. Se abren las puertas de
todos los territorios». Después describe «sumariamente» la organización y concluye: «Tal es, en su sabia unidad... el plan de esta
amplia organización. Su fuerza reside en su concepción misma. Reside también en la masa de sus afiliados, ligados a una acción
simultánea, y reside, por último, en el impulso invencible que puede ponerlos en movimiento».
- 204 -
C. MARX
RESOLUCIONES DEL MITIN CONVOCADO
PARA CONMEMORAR EL ANIVERSARIO DE LA
COMUNA DE PARIS [1]
El mitin convocado para conmemorar el aniversario del 18 de marzo de 1871 ha adoptado las siguientes
resoluciones:
I
Considera que el glorioso movimiento iniciado el 18 de marzo es la aurora de la gran revolución social llamada a
liberar para siempre a la humanidad de la sociedad de clases.
II
Declara que las necedades y los crímenes de las clases burguesas, coligadas en toda Europa por su odio hacia los
trabajadores, han condenado la vieja sociedad a la muerte, sean las que sean las formas de gobierno, monárquicas
o republicanas.
III
Proclama que la cruzada de todos los gobiernos contra la Internacional y el terrorismo, tanto de los asesinos de
Versalles como de sus vencedores prusianos, prueban la inanidad de sus éxitos [304] y afirman que tras la
heroica vanguardia destruida por las fuerzas mancomunadas de Thiers y de Guillermo se encuentra el
amenazante ejército del proletariado universal.
Escrito por C. Marx entre el 13 Se publica de acuerdo con el texto
y el 18 de marzo de 1872. del manuscrito.
Publicado en el núm. 12 de Traducido del francés.
"La Liberté", del 24 de marzo de
1872 y en el núm. 3 de "The
International Herald", del 30
de marzo de 1872.
NOTAS
[1]
240. En la reunión del Consejo General del 20 de febrero de 1872 se aceptó la propuesta de Jung de celebrar un mitin de masas en
Londres el 18 de marzo para conmemorar el primer aniversario de la Comuna de París. Pero el mitin público no tuvo lugar, ya que el
dueño del local en que debía reunirse se negó en el último momento a conceder la sala. No obstante, los miembros de la Internacional y
- 205 los ex federados organizaron el 18 de marzo una reunión solemne en homenaje al aniversario de la primera revolución proletaria.
Fueron adoptadas tres resoluciones breves escritas especialmente por Marx para el mitin.- 303.
C. MARX
LA NACIONALIZACION DE LA TIERRA [1]
La propiedad de la tierra es la fuente original de toda riqueza y se ha convertido en el gran problema de cuya
solución depende el porvenir de la clase obrera.
Sin plantearme la tarea de examinar aquí todos los argumentos de los defensores de la propiedad privada sobre la
tierra —jurisconsultos, filósofos y economistas—, me limitaré nada más que a hacer constar, en primer lugar,
que han hecho no pocos esfuerzos para disimular el hecho inicial de la conquista al amparo del «derecho
natural». Si la conquista ha creado el derecho natural para una minoría, a la mayoría no le queda más que reunir
suficientes fuerzas para tener el derecho natural de reconquistar lo que se le ha quitado.
En el curso de la historia, los conquistadores han estimado conveniente dar a su derecho inicial, que se
desprendía de la fuerza bruta, cierta estabilidad social mediante leyes impuestas por ellos mismos.
Luego viene el filósofo y muestra que estas leyes implican y expresan el consentimiento universal de la
humanidad. Si, en efecto, la propiedad privada sobre la tierra se basa en semejante consentimiento universal,
debe, indudablemente, desaparecer en el momento en que la mayoría de la sociedad no quiera más reconocerla.
[306]
No obstante, dejando de lado los pretendidos «derechos» de propiedad, yo afirmo que el desarrollo económico de
la sociedad, el crecimiento y la concentración de la población, que vienen a ser las condiciones que impulsan al
granjero capitalista a aplicar en la agricultura el trabajo colectivo y organizado, a recurrir a las máquinas y otros
inventos, harán cada día más que la nacionalización de la tierra sea «una necesidad social», contra la que
resultarán sin efecto todos los razonamientos acerca de los derechos de propiedad. Las necesidades imperiosas de
la sociedad deben ser y serán satisfechas, los cambios impuestos por la necesidad social se abrirán camino ellos
mismos, y, a la larga o a la corta, adaptarán la legislación a sus intereses.
Lo que nos hace falta es un crecimiento diario de la producción, y las exigencias de ésta no pueden ser
satisfechas cuando un puñado de hombres se halla en condiciones de regularla a su antojo y con arreglo a sus
intereses privados o de agotar, por ignorancia, el suelo. Todos los métodos modernos, como, digamos, el riego, el
avenamiento, el arado de vapor, los productos químicos, etc., deben aplicarse en grandes proporciones en la
agricultura. Pero, los conocimientos científicos que poseemos, al igual que los medios técnicos de practicar la
agricultura de que disponemos, como las máquinas, etc., sólo pueden emplearse con éxito si se cultiva la tierra en
gran escala.
Si el cultivo de la tierra en vasta escala (incluso usando los métodos capitalistas actuales, que reducen al
productor al nivel de simple bestia de carga) resulta tanto más ventajoso desde el punto de vista económico que
la hacienda en terrenos pequeños y fraccionados, ¿acaso la agricultura a escala nacional no daría un impulso
todavía mayor a la producción?
- 206 Las demandas de la población, crecientes sin cesar, por una parte, y la constante alza de los precios de los
productos agrícolas, por otra, muestran irrefutablemente que la nacionalización de la tierra es una necesidad
social.
La disminución de la producción agrícola por abuso de uno u otro individuo será, como es lógico, imposible
cuando el cultivo de la tierra se halle bajo el control de la nación y en beneficio de la misma.
Todos los ciudadanos a los que he oído durante los debates en torno a esta cuestión han defendido la
nacionalización de la tierra, pero lo han hecho partiendo de muy distintos puntos de vista.
Se han hecho muchas alusiones a Francia, que con su propiedad campesina se halla mucho más lejos de la
nacionalización que Inglaterra con su sistema de gran posesión de la tierra de los lores. Es cierto que en Francia,
la tierra está al alcance de cualquiera que esté en condiciones de comprarla, pero precisamente esta accesibilidad
[307] ha llevado al fraccionamiento de los terrenos en pequeñas parcelas cultivadas por gentes de escasos
recursos, que cuentan más que nada con su trabajo personal y el de sus familias. Esta forma de propiedad sobre la
tierra y el cultivo de terrenos pequeños, que de ello se desprende, excluyendo todo empleo de perfeccionamientos
agrícolas modernos, hace, a la vez, que el propio agricultor sea el más decidido enemigo del progreso social y,
sobre todo, de la nacionalización de la tierra. Este agricultor se halla aherrojado a la tierra, a la que debe
consagrar todas sus fuerzas vitales para conseguir un ingreso relativamente pequeño, tiene que entregar la mayor
parte de su producto al Estado, en forma de impuestos, a la camarilla judiciaria, en forma de costas judiciales y al
usurero, en forma de interés; no sabe absolutamente nada del movimiento social fuera de su limitado campo de
acción y, sin emburgo, se agarra con celo fanático a su terruño y a su derecho de propiedad puramente nominal
sobre el mismo. Así es como el campesino francés ha sido llevado al antagonismo fatal con la clase obrera
industrial.
Siendo la propiedad campesina el mayor obstáculo para la nacionalización de la tierra, Francia, en su estado
actual, no es, indiscutiblemente, el país en el que debamos buscar la solución de ese gran problema.
La nacionalización de la tierra y su entrega en pequeñas parcelas a unos u otros individuos o a asociaciones de
trabajadores, cuando el poder se halla en manos de la burguesía, no engendraría más que una competencia
implacable entre ellos y, como resultado, conduciría al crecimiento progresivo de la renta, lo cual, a su vez,
acarrearía nuevas posibilidades a los propietarios de tierras, que viven a cuenta de los productores.
En el Congreso de la Internacional, celebrado en 1868 [2], en Bruselas, uno de nuestros camaradas [*] dijo:
«La pequeña propiedad privada de la tierra está condenada por la ciencia, y la grande, por la justicia. Por tanto,
queda una de dos: la tierra debe pertenecer a asociaciones rurales o a toda la nación. El porvenir decidirá esta
cuestión».
Y yo digo lo contrario: el movimiento social llevará a la decisión de que la tierra sólo puede ser propiedad de la
nación misma. Entregar la tierra en manos de los trabajadores rurales asociados significaría subordinar la
sociedad a una sola clase de productores.
La nacionalización de la tierra producirá un cambio completo en las relaciones entre el trabajo y el capital y, al
fin y a la postre, acabará por entero con el modo capitalista de producción tanto en la industria como en la
agricultura. Entonces desaparecerán [308] las diferencias y los privilegios de clase juntamente con la base
económica en la que descansan. La vida a costa de trabajo ajeno será cosa del pasado. ¡No habrá más Gobierno
ni Estado separado de la sociedad! La agricultura, la minería, la industria, en fin, todas las ramas de la
producción se organizarán gradualmente de la forma más adecuada. La centralización nacional de los medios de
producción será la base nacional de una sociedad compuesta de la unión de productores libres e iguales,
dedicados a un trabajo social con arreglo a un plan general y racional. Tal es la meta humana a la que tiende el
gran movimiento económico del siglo XIX.
- 207 Escrito por C. Marx en marzo-abril de 1872. Se publica de acuerdo con el texto del periódico "The Internacional
Herald"
NOTAS
[1]
241. El manuscrito de Marx "La nacionalización de la tierra", uno de los más importantes documentos del marxismo sobre el problema
agrario, fue redactado con motivo de la discusión en la sección de Manchester de la Internacional del problema de la nacionalización de
la tierra. En su carta del 3 de marzo a Engels, Dupont informó acerca de la confusión que reinaba en las mentes de los miembros de la
sección en el problema agrario y, tras de exponer 5 puntos de su futura intervención, pidió a Marx y Engels que hicieran sus
observaciones para tenerlas en cuenta antes de intervenir en la reunión de la sección. Marx expuso una extensa argumentación de sus
puntos de vista en el problema de la nacionalización de la tierra, que Dupont utilizó enteramente en su informe. Marx enfoca la
nacionalización de la tierra, ese gran problema, según expresión de Marx, en indestructible ligazón con las tareas de la revolución
proletaria y la reorganización socialista de la sociedad.- 305.
[2] 212. El Congreso de la Internacional celebrado en Bruselas se reunió del 6 al 13 de septiembre de 1868. Marx participó
personalmente en la preparación del mismo, pero no asistió a sus labores. Acudieron al Congreso alrededor de 100 delegados en
representación de los obreros de Inglaterra, Francia, Alemania, Bélgica, Suiza, Italia y España; se adoptó en él el importante acuerdo
acerca de la necesidad de que se entregasen en propiedad social los ferrocarriles, el subsuelo, las minas, los bosques y las tierras de
labor. Este acuerdo, prueba del paso a las posiciones del colectivismo de la mayoría de los proudhonistas franceses y belgas, significó la
victoria en la Internacional de las ideas del socialismo proletario sobre el reformismo pequeñoburgués. El Congreso adoptó igualmente
la resolución propuesta por Marx acerca de la jornada de trabajo de 8 horas, del empleo de máquinas y de la actitud respecto del
Congreso de la Liga de la paz y de la libertad (véase la nota 211) de Berna (1868), como también la resolución, presentada por F.
Lessner en nombre de la delegación alemana, recomendando a los obreros de todos los puíses estudiar "El Capital" de Marx y contribuir
a su traducción del alemán a otros idiomas.- 266, 307.
[*] César de Paepe. (N. de la Edit.)
C. MARX Y F. ENGELS
DE LAS RESOLUCIONES DEL CONGRESO
GENERAL CELEBRADO EN LA HAYA
2-7 de septiembre de 1872 [1]
I
RESOLUCION RELATIVA A LOS ESTATUTOS
El artículo siguiente, que resume el contenido de la resolución IX de la Conferencia de Londres (septiembre de
1871) [2], se insertará en los Estatutos después del art. 7:
Artículo 7 - a. En su lucha contra el poder colectivo de las clases poseedoras, el proletariado no puede actuar
como clase sino constituyéndose él mismo en partido político propio y opuesto a todos los antiguos partidos
formados por las clases poseedoras.
- 208 Esta constitución del proletariado en partido político es indispensable para asegurar el triunfo de la revolución
social y el logro de su fin supremo: la abolición de las clases.
La coalición de las fuerzas obreras, obtenida ya por medio de la lucha económica, debe servir también de palanca
en manos de esta clase en su lucha contra el poder político de sus explotadores.
Por cuanto los señores de la tierra y del capital se sirven siempre de sus privilegios políticos para defender y
perpetuar sus monopolios económicos y sojuzgar el trabajo, la conquista del poder político pasa a ser el gran
deber del proletariado.
[310]
Adoptado por 29 votos contra 5; abstenciones, 8....
Redactado por C. Marx yF. Engels.el 14 de diciembre de 1872.
NOTAS
[1]
242. El Congreso de la Asociación Internacional de los Trabajadores celebrado en La Haya tuvo lugar del 2 al 7 de septiembre de 1872.
Asistieron a sus labores 65 delegados de 15 organizaciones nacionales. En el Congreso dirigido personalmente por Marx y Engels, se
dio cima a la lucha de los fundadores del socialismo científico y de sus adeptos contra toda clase de sectarismo pequeñoburgués en el
movimiento obrero. La actividad escisionista de los anarquistas fue condenada y sus líderes fueron expulsados de la Internacional. Los
acuerdos del Conereso de La Haya colocaron los cimientos para la creación de partidos políticos de la clase obrera independientes en
los diversos países.- 309, 457, 459.
[2] 202. La Conferencia de la I Internacional celebrada en Londres se reunió del 17 al 23 de setiembre de 1871. Convocada en un
ambiente de crueles represiones contra los miembros de la Internacional después de la derrota de la Comuna de París, tuvo una
representación relativamente reducida: participaron en sus labores 22 delegados con voz y voto y 10 con voz. Los países que no
pudieron enviar delegados fueron representados por los secretarios corresponsales del Consejo General. Marx representaba a Alemania,
y Engels, a Italia.
La Conferencia de Londres significó una importante etapa en la lucha de Marx y Engels por la creación del partido proletario. La
Conferencia adoptó la resolución "Sobre la acción política de la clase obrera", cuya parte fundamental fue incluida, por acuerdo del
Congreso de la Internacional celebrado en La Haya, en los Estatutos Generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores. En
varias resoluciones de la Conferencia fueron formulados importantes principios tácticos y de organización del partido proletario,
asestándose un golpe al sectarismo y al reformismo. La Conferencia de Londres desempeñó un gran papel en la victoria de los
principios del partidismo proletario sobre el oportunismo anarquista.- 260, 274, 309, 312.
- 209 -
C. M A R X
EL CONGRESO DE LA HAYA
INFORMACION PERIODISTICA DEL DISCURSO PRONUNCIADO
EL 8 DE SEPTIEMBRE DE 1872 EN UN MITIN CELEBRADO EN AMSTERDAM [1]
En el siglo XVIII —dice el orador—, los reyes y los potentados tenían la costumbre de reunirse en La Haya para
discutir los intereses de sus dinastías.
Precisamente allí hemos acordado convocar el Congreso de los trabajadores, a despecho del miedo que se nos ha
querido infundir. En medio de la población más reaccionaria hemos querido reafirmar la existencia, la extensión
y la esperanza para el porvenir de nuestra gran Asociación.
Cuando se tuvo noticia de nuestro acuerdo se comenzó a hablar de emisarios que habríamos enviado para
preparar el terreno. Es verdad, y no lo negamos, que tenemos emisarios por doquier, pero, en la mayoría de los
casos, no los conocemos. Nuestros emisarios en La Haya han sido los obreros, cuyo trabajo es tan penoso, al
igual que en Amsterdam, donde también son los obreros, esos obreros que trabajan dieciséis horas al día. Tales
son nuestros emisarios, otros no tenemos; y en todos los países en los que nos presentamos están siempre
dispuestos a acogernos con simpatía, puesto que comprenden en seguida que nuestro objetivo es el mejoramiento
de su suerte.
El Congreso de La Haya ha hecho tres cosas principales:
Ha proclamado la necesidad para las clases obreras de combatir en el terreno político, como en el terreno social,
la vieja sociedad [312] que se hunde; y nos felicitamos de ver entrar ahora en nuestros Estatutos [*] esta
resolución de la Conferencia de Londres [2].
En nuestros medios se ha formado un grupo que preconiza la abstención de los obreros en materia política.
Hemos considerado nuestro deber declarar hasta qué punto son estos principios peligrosos y funestos para
nuestra causa.
El obrero deberá conquistar un día la supremacía política para asentar la nueva organización del trabajo; deberá
dar al traste con la vieja política que sostienen las viejas instituciones, so pena, como los antiguos cristianos —
que despreciaron y rechazaron la política—, de no ver jamás su reino de este mundo.
Pero nosotros jamás hemos pretendido que para lograr este objetivo sea preciso emplear en todas partes medios
idénticos.
Sabemos que hay que tener en cuenta las instituciones, las costumbres y las tradiciones de los diferentes países; y
nosotros no negamos que existan países como América, Inglaterra y, si yo conociera mejor vuestras instituciones,
agregaría Holanda, en los que los trabajadores pueden llegar a su objetivo por medios pacíficos. Si bien esto es
cierto, debemos reconocer también que en la mayoría de los países del continente será la fuerza la que deberá
servir de palanca de nuestras revoluciones; es a la fuerza a la que habrá que recurrir por algún tiempo a fin de
establecer el reino del trabajo.
El Congreso de La Haya ha investido al Consejo General de nuevos y más amplios poderes. En efecto, en el
momento en que en Berlín se reúnen los reyes [3] —en esta entrevista de los poderosos representantes del
feudalismo y de la época pasada deben adoptarse contra nosotros nuevas y más enérgicas medidas de represión—
, en el momento en que se organizan las persecuciones, el Congreso de La Haya ha estimado razonable y
- 210 necesario reforzar los poderes de su Consejo General y centralizar, para la lucha que se va iniciar, la actividad
que el aislamiento habría hecho infructífero. Además, ¿a quién, si no a nuestros enemigos, pueden alarmar los
poderes del Consejo General? ¿Acaso dispone de aparato burocrático o de policía armada para hacerse obedecer?
¿Acaso su autoridad no es puramente moral? ¿Acaso no comunica a sus federaciones los acuerdos que tienen que
cumplir? Colocados en semejantes condiciones, sin ejército, sin policía y sin magistratura, los reyes al verse
forzados a asentar su poder exclusivamente en la influencia moral y en el prestigio moral se verían reducidos a
insignificante obstáculo para la marcha de la revolución.
Y, finalmente, el Congreso de La Haya ha trasladado la sede del Consejo General a Nueva York. A muchos,
incluso entre nuestros [313] amigos, ha asombrado, por lo visto, esta decisión. Es que se olvidan, por lo visto, de
que América se va erigiendo en el mundo de los trabajadores por excelencia; que cada año se traslada a ese
continente medio millón de hombres y que es necesario que la Internacional arraigue bien hondo en esa tierra en
que domina el obrero. Además, la decisión del Congreso le da al Consejo General el derecho a incluir en sus filas
a los miembros que estime necesarios y útiles para el bien de la causa común. Confiemos en su sensatez y en que
sabrá elegir a hombres que estarán a la altura de sus tareas y que sabrán mantener en alto en Europa la bandera de
nuestra Asociación.
Ciudadanos, pensemos en el principio fundamental de la Internacional: la solidaridad. Lograremos la gran meta
que nos proponemos si establecemos sobre bases firmes entre los trabajadores de todos los países este principio
vivificante. La revolución debe ser solidaria, y encontramos un gran ejemplo de ello en la Comuna de París, que
ha caído porque en todos los grandes centros, en Berlín, Madrid, etc., no se ha levantado simultáneamente un
gran movimiento revolucionario a tono con el nivel superior de la lucha del proletariado parisino.
Por lo que a mí se refiere, proseguiré mi obra, trabajaré sin fatiga para establecer esta solidaridad fecunda para el
porvenir entre todos los trabajadores. Yo no me marcho de la Internacional, y el resto de mi vida estará
consagrado, lo mismo que mis esfuerzos pasados, al triunfo de las ideas sociales, que conducirán, tarde o
temprano, a la victoria del proletariado en todo el mundo.
Publicado en los periódicos "La Liberté", núm. 37, del 15 de septiembre de 1872 y"Der Volksstaat", num. 79
2 de octubre de 1872.
NOTAS
[1]
243. Terminadas las labores del Congreso de La Haya (véase la nota 242), Marx y otros delegados se trasladaron a Amsterdam para
asistir a un encuentro con la sección local de la Internacional. El 8 de septiembre intervino en un mitin acerca de los resultados del
Conereso. - 311.
[**] Véase el presente tomo, págs. 309-310. (N. de la Edit.)
[2] 202. La Conferencia de la I Internacional celebrada en Londres se reunió del 17 al 23 de setiembre de 1871. Convocada en un
ambiente de crueles represiones contra los miembros de la Internacional después de la derrota de la Comuna de París, tuvo una
representación relativamente reducida: participaron en sus labores 22 delegados con voz y voto y 10 con voz. Los países que no
pudieron enviar delegados fueron representados por los secretarios corresponsales del Consejo General. Marx representaba a Alemania,
y Engels, a Italia.
La Conferencia de Londres significó una importante etapa en la lucha de Marx y Engels por la creación del partido proletario. La
Conferencia adoptó la resolución "Sobre la acción política de la clase obrera", cuya parte fundamental fue incluida, por acuerdo del
Congreso de la Internacional celebrado en La Haya, en los Estatutos Generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores. En
varias resoluciones de la Conferencia fueron formulados importantes principios tácticos y de organización del partido proletario,
- 211 asestándose un golpe al sectarismo y al reformismo. La Conferencia de Londres desempeñó un gran papel en la victoria de los
principios del partidismo proletario sobre el oportunismo anarquista.- 260, 274, 309, 312.
[3] 244. Trátase de la entrevista de tres emperadores —Guillermo I, Francisco José y Alejandro II— en septiembre de 1872 en Berlín.312.
F. ENGELS
CONTRIBUCION AL PROBLEMA DE LA
VIVIENDA [1]
PREFACIO A LA SEGUNDA EDICION DE 1887
La presente obra es la reimpresión de tres artículos que escribí en 1872 para el «Volksstaat» [2] de Leipzig.
Precisamente en aquella época llovían sobre Alemania los miles de millones de francos franceses [3], el Estado
pagó sus deudas; fueron construidas fortificaciones y cuarteles, y renovados los stocks de armas y de
municiones; el capital disponible, lo mismo que la masa de dinero en circulación aumentaron, de repente, en
enorme proporción. Y todo esto, precisamente en el momento en que Alemania aparecía en la escena mundial, no
sólo como «Imperio unido», sino también como gran país industrial. Los miles de millones dieron un formidable
impulso a la joven gran industria; fueron ellos, sobre todo, los que trajeron después de la guerra un corto período
de prosperidad, rico en ilusiones, e inmediatamente después, la gran bancarrota de 1873-1874, la cual demostró
que Alemania era un país industrial ya maduro para participar en el mercado mundial.
La época en que un país de vieja cultura realiza esta transición —acelerada, además, por circunstancias tan
favorables— de la manufactura y de la pequeña producción a la gran industria, suele ser también una época de
«penuria de la vivienda». Por una parte, masas de obreros rurales son atraídas de repente a las grandes ciudades,
que se convierten en centros industriales; por otra parte, el trazado de aquellas viejas ciudades no corresponde ya
a las condiciones de la nueva gran industria ni a su gran tráfico; las [315] calles son ensanchadas, se abren otras
nuevas, pasan por ellas ferrocarriles. En el mismo momento en que los obreros afluyen en gran número a las
ciudades, las viviendas obreras son destruidas en masa. De aquí la repentina penuria de la vivienda, tanto para el
obrero, como para el pequeño comerciante y el artesano, que dependen de la clientela obrera. En las ciudades que
surgen desde el primer momento como centros industriales, esta penuria de la vivienda es casi desconocida. Así
son Manchester, Leeds, Bradford, Barmen-Elberfeld. Por el contrario, en Londres, París, Berlín, Viena, la
penuria de la vivienda ha adquirido en su tiempo formas agudas y sigue existiendo en la mayoría de los casos en
un estado crónico.
Fue, pues, esa penuria aguda de la vivienda, ese síntoma de la revolución industrial que se desarrollaba en
Alemania, lo que, en aquel tiempo, llenó los periódicos de discusiones sobre el «problema de la vivienda» y dio
lugar a toda clase de charlatanerías sociales. Una serie de artículos de este género vino a parar al «Volksstaat».
Un autor anónimo, que se dio a conocer más tarde como el señor doctor en medicina A. Mülberger, de
Wurtemberg, estimó la ocasión favorable para aprovechar esta cuestión e ilustrar a los obreros alemanes sobre
los efectos milagrosos de la panacea social de Proudhon [4]. Cuando manifesté mi asombro a la redacción por
haber aceptado aquellos singulares artículos, me pidieron que los contestase, y así lo hice. (Véase la primera
parte: "Cómo resuelve Proudhon el problema de la vivienda"). Poco después de aquella serie de artículos escribí
otra, en la cual, basándome en un libro del Dr. Emil Sax [5], examiné la concepción burguesa filantrópica de la
cuestión; (Vease la segunda parte: "Cómo resuelve la burguesia el problema de la vivienda".) Después de un
- 212 silencio bastante largo, el Dr. Mülberger me hizo el honor de contestar a mis artículos [6], lo que me obligó a
publicar una contrarréplica (véase la tercera parte: "Suplemento sobre Proudhon y el problema de la vivienda"),
la cual puso fin tanto a la polémica como a mi trabajo particular sobre esta cuestión. Tal es la historia de aquellas
tres series de artículos que se publicaron también en folleto aparte. Si hoy es precisa una nueva edición, lo debo,
sin duda alguna, a la benévola solicitud del Gobierno del Imperio alemán, quien, al prohibirla, hizo, como
siempre, subir de un modo enorme la demanda, y le expreso aquí mi más respetuoso agradecimiento.
Para esta nueva edición he revisado el texto, he hecho algunas adiciones, puse algunas notas y rectifiqué en la
primera parte un pequeño error económico que, desgraciadamente, el Dr. Mülberger, mi adversario, no había
descubierto.
Al hacer esta revisión, me he dado cuenta claramente de los progresos considerables realizados por el
movimiento obrero internacional [316] en el curso de los catorce últimos años. En aquel tiempo, era todavía un
hecho que «los obreros de los países latinos no tenían otro alimento intelectual, desde hace veinte años, que las
obras de Proudhon» [*] y, a lo sumo, el proudhonismo aún más estrecho de Bakunin, el padre del «anarquismo»
que veía en Proudhon al «maestro de todos nosotros» («notre maître à nous tous»). Aunque los proudhonianos
no constituían en Francia más que una pequeña secta entre los obreros, eran, sin embargo, los únicos que tenían
un programa concretamente formulado y los únicos que, bajo la Comuna, podían tomar la dirección de los
asuntos económicos. En Bélgica, el proudhonismo dominaba sin disputa entre los obreros valones, y en España e
Italia, con pocas excepciones, todo lo que no era anarquista en el movimiento obrero, era decididamente
proudhoniano. ¿Y hoy? En Francia, los obreros se han apartado por completo de Proudhon, y éste ya no cuenta
con partidarios más que entre los burgueses radicales y los pequeños burgueses, quienes, como proudhonianos,
se llaman también «socialistas», pero son combatidos del modo más violento por los obreros socialistas. En
Bélgica, los flamencos han arrebatado a los valones la dirección del movimiento, han rechazado el proudhonismo
y han dado mucho empuje al movimiento. En España, como en Italia, la gran oleada anarquista de la década del
70 ha refluido, llevándose los restos del proudhonismo; si en Italia el nuevo partido está todavía por clarificarse y
constituirse, en España, el pequeño núcleo, que como Nueva Federación Madrileña [7] había permanecido fiel al
Consejo General de la Internacional, se ha desarrollado en un partido poderoso. Este, como se puede juzgar por
la misma prensa republicana, está destruyendo la influencia de los republicanos burgueses sobre los obreros con
mucha más eficacia que pudieron hacerlo nunca sus predecesores anarquistas, tan alborotadores. En vez de las
obras olvidadas de Proudhon, se encuentran hoy en manos de los obreros de los países latinos "El Capital", el
"Manifiesto Comunista" y una serie de otros escritos de la escuela de Marx. Y la demanda más importante de
Marx —apropiación de todos los medios de producción, en nombre de la sociedad, por el proletariado elevado a
la dominación política exclusiva— se ha convertido hoy, también en los países latinos, en la demanda de toda la
clase obrera revolucionaria.
Si el proudhonismo ha sido rechazado definitivamente por los obreros, incluso en los países latinos; si ahora sólo
sirve, de acuerdo con su verdadero destino, a la burguesía radical francesa, española, italiana y belga, como
expresión de sus veleidades burguesas y pequeñoburguesas, ¿por qué, pues, hoy todavía, volver a él? [317] ¿Por
qué combatir otra vez con la reimpresión de estos artículos a un adversario desaparecido?
Primero, porque estos artículos no se limitan a una sencilla polémica contra Proudhon y sus representantes
alemanes. A consecuencia de la división del trabajo que existía entre Marx y yo, me tocó defender nuestras
opiniones en la prensa periódica, lo que, en particular, significaba luchar contra las ideas opuestas, a fin de que
Marx tuviera tiempo de acabar su gran obra principal. Esto me condujo a exponer nuestra concepción, en la
mayoría de los casos en forma polémica, contraponiéndola a las otras concepciones. Lo mismo aquí. La primera
y la tercera parte no solamente contienen una crítica de la concepción proudhoniana del problema, sino también
una exposición de la nuestra propia.
En segundo lugar, Proudhon representó en la historia del movimiento obrero europeo un papel demasiado
importante para caer sin más ni más en el olvido. Teóricamente refutado y prácticamente excluido, conserva
todavía su interés histórico. Quien se dedique con cierto detalle al estudio del socialismo moderno, debe también
conocer los «puntos de vista superados» del movimiento. La "Miseria de la Filosofía", de Marx, se publicó varios
- 213 años antes de que Proudhon hubiera expuesto sus proyectos prácticos de reforma social; entonces, Marx podía
solamente descubrir el germen y criticar el Banco de Cambio de Proudhon. En este aspecto, su libro será
completado por el mío, aunque, por desgracia, de un modo harto insuficiente. Marx lo hubiera hecho mucho
mejor y de una manera más convincente.
Por último, aun hoy día el socialismo burgués y pequeñoburgués está poderosamente representado en Alemania.
De una parte, por los socialistas de cátedra [8] y por filántropos de toda clase, entre los cuales el deseo de
transformar a los obreros en propietarios de sus viviendas desempeña todavía un papel importante; contra ellos
mi trabajo sigue, pues, siendo oportuno. De otra parte, se encuentra representado en el partido socialdemócrata
mismo, comprendida la fracción del Reichstag, cierto socialismo pequeñoburgués. Y esto en tal forma que, a
pesar de reconocer la exactitud de los conceptos fundamentales del socialismo moderno y de la demanda de que
todos los medios de producción sean transformados en propiedad social, se declara que su realización es
solamente posible en un futuro lejano, prácticamente imprevisible. Así pues, por ahora se limitan a simples
remiendos sociales, y hasta pueden, según las circunstancias, simpatizar con las aspiraciones más reaccionarias
que pretenden «elevar a las clases laboriosas». La existencia de tal orientación es completamente inevitable en
Alemania, país pequeñoburgués por excelencia, [318] y sobre todo en una época en la cual el desarrollo
industrial desarraiga por la violencia y en gran escala a esta pequeña burguesía tan profundamente arraigada
desde tiempos inmemoriales. Esto tampoco presenta el menor peligro para el movimiento, gracias al admirable
sentido común de nuestros obreros, del que tan brillantes pruebas han dado precisamente en el tranccurso de los
ocho últimos años, en la lucha contra la ley antisocialista [9], contra la policía y contra los magistrados. Pero es
indispensable saber claramente que tal orientación existe. Y si, como es necesario y hasta deseable, esta
orientación llega más tarde a tomar una forma más sólida y contornos más precisos, deberá entonces volverse
hacia sus predecesores para formular su programa, y no podrá prescindir de Proudhon.
El fondo de la solución, tanto la burguesa como la pequeñoburguesa, del «problema de la vivienda» es que el
obrero sea propietario de su vivienda. Pero es éste un punto que el desarrollo industrial de Alemania durante los
veinte últimos años enfoca con una luz muy particular. En ningún otro país existen tantos trabajadores
asalariados que son propietarios no sólo de su vivienda, sino también de un huerto o un campo; además, existen
muchos más que ocupan como arrendatarios una casa, un huerto o un campo, con una posesión de hecho bastante
asegurada. La industria a domicilio rural, practicada en común con la horticultura o el pequeño cultivo,
constituye la base amplia de la joven gran industria alemana; en el Oeste, los obreros, en su mayoría, son
propietarios; en el Este, casi todos son arrendatarios de su vivienda. Esta combinación de la industria a domicilio
con la horticultura y el cultivo de los campos y, a la vez, con una vivienda asegurada, no solamente la
encontramos en todos los lugares donde el tejido a mano lucha todavía contra el telar mecánico, como en el Bajo
Rin y en Westfalia, en los Montes Metálicos de Sajonia y en Silesia; la encontramos también en todos los sitios
en que una u otra rama de la industria a domicilio se ha afianzado como industria rural, por ejemplo, en la selva
de Turingia y en el Rhön. Con ocación de los debates sobre el monopolio de tabacos, se ha revelado hasta qué
grado la manufactura de cigarros se practica ya como trabajo a domicilio rural. Y cada vez que surge una
situación calamitosa entre los pequeños campesinos, como hace algunos años en los montes Eifel [10], la prensa
burguesa se apresura inmediatamente a reclamar como único remedio la organización de una industria a
domicilio adecuada. En realidad, la miseria creciente de los campesinos parcelarios alemanes y la situación
general de la industria alemana empujan a una extensión continua de la industria a domicilio rural. Este es un
fenómeno propio de Alemania. En Francia no se encuentra nada semejante [319] más que excepcionalmente, por
ejemplo, en las regiones de cultivo de la seda; en Inglaterra, donde no existen pequeños campesinos, la industria
a domicilio rural descansa sobre el trabajo de las mujeres y de los niños de los jornaleros agrícolas; solamente en
Irlanda es donde vemos practicada la industria de la confección a domicilio, lo mismo que en Alemania, por
verdaderas familias campesinas. Naturalmente, no hablamos aquí de Rusia ni tampoco de los otros países que no
están representados en el mercado industrial mundial.
De este modo, Alemania se encuentra hoy, en gran parte, en una situación industrial que, a primera vista,
corresponde a la que predominaba de una manera general antes de la aparición de las máquinas. Pero esto sólo a
primera vista. Antes, la industria a domicilio rural, ligada a la horticultura y al pequeño cultivo, por lo menos en
los países que se desarrollaban industrialmente, era la base de una situación material soportable y a veces
- 214 acomodada entre las clases laboriosas, pero también de su nulidad intelectual y política. El producto hecho a
mano y su costo determinaban el precio en el mcrcado; y con la productividad del trabajo de entonces,
insignificante al lado de la de nuestros días, los mercados aumentaban, por regla general, más rápidamente que la
oferta. Fue el caso que se dio hacia la mitad del siglo pasado en Inglaterra y parcialmente en Francia, sobre todo
en la industria textil. Ocurría todo lo contrario en Alemania, la cual, en aquel tiempo, apenas se rehacía de los
destrozos causados por la guerra de los Treinta años [11] y se esforzaba por levantar cabeza en medio de las
circunstancias menos favorables. La única industria a domicilio que trabajaba para el mercado mundial, la que
producía tejidos de lino, estaba tan oprimida por los impuestos y las cargas feudales, que no elevó al campesinotejedor por encima del nivel, muy bajo por lo demás, del resto del campesinado. Sin embargo, los trabajadores de
la industria a domicilio tenían, en aquel tiempo, asegurada hasta cierto punto su existencia.
Con la introducción de las máquinas, todo aquello camhió. Entonces, el precio fue determinado por el producto
hecho a máquina, y el salario del trabajador industrial a domicilio descendió a la par con aquel precio. Tenía que
aceptarlo o buscarse otro trabajo, pero esto no lo podía hacer sin convertirse en proletario, es decir, sin abandonar
—fuese propietario o arrendatario— su casita, su huerto y su parcela de tierra. Y sólo en muy contadas ocasiones
se resignaba a ello. Es así como la horticultura y el pequeño cultivo de los viejos tejedores rurales fue causa de
que la lucha del tejido a mano contra el telar mecánico —lucha que en Alemania todavía no ha terminado— se
prolongara en todas partes durante tanto tiempo. En esta lucha se reveló por primera vez, [320] sobre todo en
Inglaterra, que la misma circunstancia que antes diera un bienestar relativo a los trabajadores —la posesión de
sus medios de producción— se había convertido para ellos en un obstáculo y una desgracia. En la industria, el
telar mecánico reemplazó su telar manual; en la agricultura, la gran empresa agrícola eliminó su pequeña
hacienda. Pero mientras en ambos dominios de la producción, el trabajo asociado de muchos y el empleo de las
máquinas y de las ciencias se convertían en regla social, su casita, su huerto, su parcela de tierra y su telar
encadenaban al trabajador al método anticuado de la producción individual y del trabajo a mano. La posesión de
una casa y de un huerto era ahora de un valor muy inferior a la plena libertad de movimiento. Ningún obrero de
fábrica hubiera cambiado su situación por la del pequeño tejedor rural, que se moría de hambre, lenta, pero
seguramente.
Alemania apareció tarde en el mercado mundial. Nuestra gran industria surgió en la década del cuarenta y recibió
su primer impulso de la revolución de 1848; no pudo desarrollarse plenamente más que cuando las revoluciones
de 1866 y 1870 [12] hubieron barrido de su camino por lo menos los peores obstáculos políticos. Pero encontró
un mercado mundial en gran parte ocupado. Los artículos de gran consumo venían de Inglaterra, y los artículos
de lujo de buen gusto, de Francia. Alemania no podía vencer a los primeros por el precio, ni a los segundos por la
calidad. No le quedaba más remedio, de momento, que seguir el camino trillado de la producción alemana y
colarse en el mercado mundial con artículos demasiado insignificantes para los ingleses y demasiado malos para
los franceses. La práctica alemana predilecta de la estafa, que consiste en mandar primero muestras buenas y
después mercancías malas, fue rápida y duramente reprimida en el mercado mundial, y quedó casi abandonada;
por otra parte, la competencia de la superproducción llevó poco a poco, incluso a los sólidos ingleses, por el
camino resbaladizo del empeoramiento de la calidad y favoreció así a los alemanes, quienes en este orden no
admiten competencia. Así fue cómo, por fin, llegamos a poseer una gran industria y a representar un papel en el
mercado mundial. Pero nuestra gran industria trabaja casi exclusivamente para el mercado interior (a excepción
de la industria del hierro, cuya producción excede en mucho las necesidades del país). El grueso de nuestra
exportación se compone de una cantidad infinita de pequeños artículos, producidos en su mayoría por la industria
a domicilio rural y para los cuales la gran industria suministra, todo lo más, los productos semimanufacturados.
Y es aquí donde aparece en todo su esplendor la «bendición» de la propiedad de una casa y de una parcela para el
obrero moderno. [321] En ningún sitio, y apenas se puede exceptuar la industria a domicilio irlandesa, se pagan
salarios tan infamemente bajos como en la industria a domicilio alemana. Lo que la familia obtiene de su huerto
y de su parcela de tierra, la competencia permite a los capitalistas deducirlo del precio de la fuerza de trabajo.
Los obreros deben incluso aceptar cualquier salario a destajo, pues sin esto no recibirían nada en absoluto, y no
podrían vivir sólo del producto de su pequeño cultivo. Y como, por otra parte, este cultivo y esta propiedad
territorial les encadenan a su localidad, les impiden con ello buscar otra ocupación. Esta es la circunstancia que
permite a Alemania competir en el mercado mundial en la venta de toda una serie de pequeños artículos. Todo el
- 215 beneficio se obtiene mediante un descuento del salario normal, y se puede así dejar para el comprador toda la
plusvalía. Tal es el secreto de la asombrosa baratura de la mayor parte de los artículos alemanes de exportación.
Es esta circunstancia, más que cualquier otra, la que hace que los salarios y el nivel de vida de los obreros
alemanes sean, también en las otras ramas de la industria, inferiores a los de los países de la Europa Occidental.
El peso muerto de este precio del trabajo, mantenido tradicionalmente muy por debajo del valor de la fuerza de
trabajo, gravita igualmente sobre los salarios de los obreros de las ciudades e incluso de las grandes ciudades,
haciéndolos descender por debajo del valor de la fuerza de trabajo, tanto más cuanto que en las ciudades,
igualmente, la industria a domicilio mal retribuida, ha sustituido al antiguo artesanado, haciendo bajar también el
nivel general de salario.
Vemos aquí claramente cómo, lo que en una etapa histórica anterior era la base de un bienestar relativo de los
obreros —la combinación del cultivo y de la industria, la posesión de una casa, de un huerto y de un campo, la
seguridad de una vivienda—, hoy, bajo el reinado de la gran industria, se convierte no solamente en la peor de
las cadenas para el obrero, sino también en la mayor desgracia para toda la clase obrera, en la base de un
descenso sin precedentes del salario por debajo de su nivel normal. Y esto no solamente en algunas ramas de la
industria o en regiones aisladas, sino en escala nacional. No es sorprendente que la grande y la pequeña
burguesía, que viven y se enriquecen con estos enormes descuentos de los salarios, sueñen con la industria rural,
la posesión de una casa por cada obrero y vean en la creación de nuevas industrias a domicilio el único remedio
para todas las miserias rurales.
Este no es más que un aspecto de la cuestión; pero la medalla tiene también su reverso. La industria a domicilio
se ha convertido en la base amplia del comercio exterior alemán, y, por lo [322] tanto, de toda la gran industria.
Así se ha extendido en numerosas regiones de Alemania y se extiende cada día más. La ruina del pequeño
campesino se hizo inevitable desde el momento en que su trabajo industrial a domicilio para su propio consumo
fue destruido por la baratura de la confección y del producto de la máquina, y su ganadería —y, por lo tanto, su
producción de estiércol—, por la disolución del régimen comunal, por la abolición de la Marca comunal y de la
rotación obligatoria de los cultivos. Esta ruina lleva forzosamente a los pequeños campesinos, caídos en manos
del usurero, hacia la moderna industria a domicilio. Lo mismo que en Irlanda la renta del terrateniente, en
Alemania los intereses del usurero hipotecario no pueden pagarse con el producto del suelo, sino solamente con
el salario del campesino industrial. Pero con la extensión de la industria a domicilio, las regiones rurales son
arrastradas una tras otra al movimiento industrial de hoy. Esta revolución operada en los distritos rurales por la
industria a domicilio es la que extiende la revolución industrial en Alemania en una escala mucho más vasta que
en Inglaterra y en Francia. El nivel relativamente bajo de nuestra industria hace tanto más necesaria su amplia
extensión. Esto explica que en Alemania, a diferencia de lo que ocurre en Inglaterra y en Francia, el movimiento
obrero revolucionario se haya extendido tan considerablemente en la mayor parte del país, en lugar de estar
ligado exclusivamente a los centros urbanos. Y esto explica, a su vez, la progresión reposada, segura e irresistible
del movimiento. Está claro que en Alemania un levantamiento victorioso en la capital y en las otras grandes
ciudades sólo será posible cuando la mayoría de las pequeñas ciudades y una gran parte de las regiones rurales
estén igualmente maduras para la revolución. Con un desarrollo más o menos normal, nosotros no nos
encontraremos jamás en situación de obtener victorias obreras, como los parisinos en 1848 y 1871; pero
tampoco, por esta misma razón, de sufrir derrotas de la capital revolucionaria por las provincias reaccionarias,
tales como las conoció París en los dos casos. En Francia, el movimiento partió siempre de la capital; en
Alemania, de las regiones, de gran industria, de manufacturas y de industria a domicilio; sólo más tarde fue
conquistada la capital. Por eso, tal vez también en el porvenir, la iniciativa quede reservada a los franceses, pero
sólo en Alemania se podrá lograr la victoria decisiva.
Ahora bien, la industria a domicilio y la manufactura rurales —que por su extensión se han convertido en la
esfera esencial de producción de Alemania y gracias a las cuales el campesinado alemán está cada vez más
revolucionado— no representan por sí mismas más que la primera etapa de una revolución ulterior. Como ha
demostrado ya Marx ("El Capital", t. I, 3ª ed., págs. 484-495 [*]), [323] en cierto grado de desarrollo la máquina
y la fábrica harán sonar también para ellas la hora de la decadencia. Y esta hora parece próxima. Pero la
destrucción de la industria a domicilio y de la manufactura rurales por la máquina y la fábrica significa en
- 216 Alemania la destrucción de los medios de existencia de millones de productores rurales, la expropiación de casi
la mitad del pequeño campesinado, la transformación no solamente de la industria a domicilio en producción
fabril, sino también de la economía campesina en gran agricultura capitalista y de la pequeña propiedad territorial
en grandes dominios: una revolución industrial y agraria en provecho del capital y de la gran propiedad territorial
y en detrimento de los campesinos. Si el destino de Alemania es pasar también por dicha transformación en las
viejas condiciones sociales, ésta constituirá indudablemente un punto de viraje. Si la clase obrera de cualquier
otro país no toma hasta entonces la iniciativa, será Alemania, sin duda, la que comenzará el ataque con la ayuda
valerosa de los hijos campesinos del «glorioso ejército».
Y la utopía burguesa y pequeñoburguesa de proporcionar a cada obrero una casita en propiedad y encadenarle así
a su capitalista de una manera semifeudal, adquiere ahora un aspecto completamente distinto. La realización de
esta utopía resulta ser la transformación de todos los pequeños propietarios rurales de casas en obreros
industriales a domicilio, la desaparición del antiguo aislamiento y, por lo tanto, de la nulidad política de los
pequeños campesinos, arrastrados por la «vorágine social»; resulta ser la extensión de la revolución industrial al
campo, y por ella, la transformación de la clase más estable, más conservadora de la población en un vivero
revolucionario; y como culminación de todo esto, la expropiación de los campesinos dedicados a la industria a
domicilio por la máquina, lo que les empuja forzosamente a la insurrección.
Podemos dejar de buen grado a los filántropos socialistas burgueses que gocen de su ideal tanto tiempo como, en
su función social de capitalistas, continúen realizándolo al revés para beneficio de la revolución social.
Federico Engels
Londres, 10 de enero de 1887
NOTAS
[1] 245. El trabajo de Engels "Contribución al problema de la vivienda" va dirigido contra los socialreformadores pequeñoburgueses y
burgueses, que querían velar las llagas de la sociedad burguesa. Al criticar los proyectos proudhonistas de solución del problema de la
vivienda, Engels muestra la imposibilidad de resolverlo bajo el capitalismo.- 314.
[2] 54. "Der Volksstaat" («El Estado del pueblo»), órgano central del Partido Socialdemócrata Obrero de Alemania (los eisenachianos),
se publicó en Leipzig del 2 de octubre de 1869 al 29 de setiembre de 1876. La dirección general corría a cargo de G. Liebknecht, y el
director de la editorial era A. Bebel. Marx y Engels colaboraban en el periódico, prestándole constante ayuda en la redacción del
mismo. Hasta 1869, el periódico salía bajo el título "Demokratisches Wochenblatt" (véase la nota 94).
Trátase del artículo de J. Dietzgen "Carlos Marx. «El Capital. Crítica de la Economía política»", Hamburgo, 1867, publicado en
"Demokratisches Wochenblatt", núms. 31, 34, 35 y 36 del año 1868.- 96, 178, 314, 324, 452, 455[3]
128. Se alude al tratado preliminar de paz entre Francia y Alemania firmado en Versalles el 26 de febrero de 1871 por Thiers y J. Favre,
de una parte, y Bismarck, de otra. Según las condiciones del tratado, Francia cedía a Alemania el territorio de Alsacia y la parte oriental
de Lorena y le pagaba una contribución de guerra de 5 mil millones de francos. El tratado definitivo de paz fue firmado en Francfort del
Meno el 10 de mayo de 1871.- 193, 222, 314, 371
[4] 246. Los seis artículos de Mülberger bajo el título "Die Wohnungsfrage" («El problema de la vivienda») fueron publicados sin firma
en el periódico "Volksstaat" el 3, 7, 10, 14 y 21 de febrero y el 6 de marzo de 1872; posteriormente, estos artículos fueron publicados en
folleto aparte titulado "Die Wohnungsfrage. Eine sociale Skizze. Separat-Abdruck aus dem Volkssttat» («El problema de la vivienda.
Ensayo social. Publicación del Volksstaat»). Leipzig, 1872.- 315, 324, 378, 388.
[5] 247. E. Sax. "Die Wohnungszustände der arbeitenden Classen un ihre Reform" («Las condiciones de vivienda de las clases
trabajadoras y su reforma»). Wien, 1869.- 315, 345.
- 217 [6] 248. La respuesta de Mülberger a los artículos de Engels fue publicada en el periódico "Volksstaat" el 26 de octubre de 1872 bajo el
título "Zur Wohnungsfrage (Antwort an Friedrieh Engels von A. Mülberger)" («Contribución al problema de la vivienda (Respuesta de
A. Mülberger a Federico Engels)»).- 315, 374.
[*] Véase el presente tomo, pág. 343. (N. de la Edit.)
[7] 249. La Nueva Federación Madrileña fue fundada en julio de 1872 por los miembros de la Internacional y los de la redacción del
periódico "La Emancipación" excluidos por la mayoría anarquista de la Federación Madrileña cuando el periódico denunció la
actividad de la secreta Alianza de la Democracia Socialista en España. La Nueva Federación Madrileña luchaba resueltamente contra la
propagación de la influencia anarquista en España, hacía propaganda de las ideas del socialismo científico y luchaba por la creación de
un partido proletario independiente en España. En su órgano de prensa, el periódico "La Emancipación", colaboraba Engels. Algunos
miembros de la Nueva Federación Madrileña desempeñaron un gran papel en la creación del Partido Obrero Socialista de España en
1879.- 316.
[8] 250. Socialismo de cátedra, tendencia de la ideología burguesa de los años 70-90 del siglo XIX. Sus representantes, ante todo
profesores de las universidades alemanas, predicaban desde las cátedras universitarias el reformismo burgués presentado como
socialismo. Los socialistas de cátedra (A. Wagner, H. Schmoller, L. Brentano, W. Sombart y otros) afirmaban que el Estado era una
institución situada por encima de las clases, capaz de conciliar las clases antagónicas e instaurar paulatinamente el «socialismo» sin
lesionar los intereses de los capitalistas. Su programa se reducía a la organización de los seguros para los obreros contra casos de
enfermedad y accidentes y a la aplicación de ciertas medidas en el dominio de la legislación fabril. Consideraban que los sindicatos bien
organizados hacían superfluos la lucha política y el partido político de la clase obrera. El socialismo de cátedra fue una de las fuentes
ideológicas del revisionismo.- 317.
[9] 122. La Ley de Excepción contra los socialistas fue promulgada en Alemania el 21 de octubre de 1878. En virtud de la misma
quedaron prohibidas todas las organizaciones del Partido Socialdemócrata, las organizaciones obreras de masas y la prensa obrera.
Fueron confiscadas las publicaciones socialistas y se sometió a represiones a los socialdemócratas. Bajo la presión del movimiento
obrero de masas, la ley fue derogada el 1º de octubre de 1890.- 189, 318
[10] 251. Trátase del hambre de 1882, que causó el mayor daño a los campesinos de la región de Eifel (provincia renana de Prusia).318.
[11] 74. La "guerra de los Treinta años" (1618-1648) fue una contienda europea provocada por la lucha entre protestantes y católicos.
Alemania fue el teatro principal de las operaciones. Saqueada y devastada, fue también objeto de pretensiones anexionistas de los
participantes de la guerra.- 120, 319
[12] 252. Se entienden por «revoluciones» las guerras austro-prusiana de 1866 y franco-prusiana de 1870-1871, que terminaron
unificando a Alemania «desde arriba» bajo la supremacía de Prusia.- 320.
[*] Véase C. Marx y F. Engels. "Obras", 2ª ed. en ruso, t. 23, págs. 481-491. (N. de la Edit.)
CONTRIBUCION AL PROBLEMA DE LA VIVIENDA
PRIMERAPARTE
COMO RESUELVE PROUDHON EL PROBLEMA DE LA VIVIENDA
En los números 10 y siguientes del Volksstaat [13] ha sido publicada una serie de seis artículos sobre el
problema de la vivienda [14]. Estos artículos sólo merecen que se les preste atención por cuanto constituyen —
abstracción hecha de algunos escritos de género seudoliterario pertenecientes a la década del cuarenta y
olvidados desde hace mucho tiempo— el primer intento de trasplantar a Alemania la escuela de Proudhon. Hay
en ello una regresión tan enorme en relación con todo el desarrollo del socialismo alemán, el cual hace ya
veinticinco años asestó un golpe decisivo [*] precisamente a las concepciones proudhonianas, que vale la pena
oponerse inmediatamente a esta tentativa.
- 218 La llamada penuria de la vivienda, que representa hoy un papel tan grande en la prensa, no consiste en que la
clase obrera en general viva en malas viviendas, superpobladas e insalubres. Esta penuria de la vivienda no es
peculiar del momento presente; ni siquiera es una de las miserias propias del proletariado moderno a diferencia
de todas las clases oprimidas del pasado; por el contrario, ha afectado de una manera casi igual a todas las clases
oprimidas de todos los tiempos. Para acabar con esta penuria de la vivienda no hay más que un medio: abolir la
explotación y la opresión de las clases laboriosas por la clase dominante. Lo que [325] hoy se entiende por
penuria de la vivienda es la particular agravación de las malas condiciones de habitación de los obreros a
consecuencia de la afluencia repentina de la población hacia las grandes ciudades; es el alza formidable de los
alquileres, una mayor aglomeración de inquilinos en cada casa y, para algunos, la imposibilidad total de
encontrar albergue. Y esta penuria de la vivienda da tanto que hablar porque no afecta sólo a la clase obrera, sino
igualmente a la pequeña burguesía.
La penuria de la vivienda para los obreros y para una parte de la pequeña burguesía de nuestras grandes ciudades
modernas no es más que uno de los innumerables males menores y secundarios originados por el actual modo de
producción capitalista. No es una consecuencia directa de la explotación del obrero como tal obrero por el
capitalista. Esta explotación es el mal fundamental que la revolución social quiere suprimir mediante la abolición
del modo de producción capitalista. Más la piedra angular del modo de producción capitalista reside en que el
orden social presente permite a los capitalistas comprar por su valor la fuerza de trabajo del obrero, pero también
extraer de ella mucho más que su valor, haciendo trabajar al obrero más tiempo de lo necesario para la
reproducción del precio pagado por la fuerza de trabajo. La plusvalía producida de esta manera se reparte entre
todos los miembros de la clase capitalista y los propietarios territoriales, con sus servidores a sueldo, desde el
Papa y el emperador hasta el vigilante nocturno y demás. No nos interesa examinar aquí cómo se hace este
reparto; lo cierto es que todos los que no trabajan sólo pueden vivir de la parte de esta plusvalía que de una
manera o de otra les toca en suerte. (Véase "El Capital", de Marx, donde esta cuestión se esclarece por primera
vez.)
El reparto de la plusvalía producida por los obreros y que se les arranca sin retribución, se efectúa entre las clases
ociosas en medio de las más edificantes disputas y engaños recíprocos. Como este reparto se hace por medio de
la compra y de la venta, uno de sus principales resortes es el engaño del comprador por el vendedor, engaño que,
en el comercio al por menor, y principalmente en las ciudades grandes, se ha convertido hoy en una necesidad
vital para el vendedor. Pero cuando el obrero es engañado por su panadero o por su tendero en el precio o en la
calidad de la mercancía, esto no le ocurre por su calidad específica de obrero. Por el contrario, tan pronto como
cierto grado medio de engaño se convierte en algún sitio en regla social, es inevitable que, con el tiempo, este
engaño quede compensado por un aumento correspondiente del salario. El obrero aparece, frente al tendero,
como un comprador, es decir, como un poseedor de dinero o de crédito y, por consiguiente, no como un obrero,
como un vendedor de fuerza de [326] trabajo. El engaño puede afectarle, como en general a las clases pobres,
más que a las clases ricas de la sociedad, pero no se trata de un mal que afecte sólo al obrero, que sea exclusivo
de su clase.
Ocurre exactamente lo mismo con la penuria de la vivienda. La extensión de las grandes ciudades modernas da a
los terrenos, sobre todo en los barrios del centro, un valor artificial, a veces desmesuradamente elevado; los
edificios ya construidos sobre estos terrenos, lejos de aumentar su valor, por el contrario lo disminuyen, porque
ya no corresponden a las nuevas condiciones, y son derribados para reemplazarlos por nuevos edificios. Y esto
ocurre, en primer término, con las viviendas obreras situadas en el centro de la ciudad, cuyos alquileres, incluso
en las casas más superpobladas, nunca pueden pasar de cierto máximo, o en todo caso sólo de una manera en
extremo lenta. Por eso son derribadas, para construir en su lugar tiendas, almacenes o edificios públicos. Por
intermedio de Haussmann, el bonapartismo explotó extremadamente esta tendencia en París, para la estafa y el
enriquecimiento privado. Pero el espíritu de Haussmann se paseó también por Londres, Manchester y Liverpool;
en Berlín y Viena parece haberse instalado como en su propia casa. El resultado es que los obreros van siendo
desplazados del centro a la periferia; que las viviendas obreras y, en general, las viviendas pequeñas, son cada
vez más escasas y más caras, llegando en muchos casos a ser imposible hallar una casa de ese tipo, pues en tales
condiciones, la industria de la construcción encuentra en la edificación de casas de alquiler elevado un campo de
especulación infinitamente más favorable, y solamente por excepción construye casas para obreros.
- 219 Así pues, esta penuria de la vivienda afecta a los obreros mucho más que a las clases acomodadas; pero, al igual
que el engaño del tendero, no constituye un mal que pesa exclusivamente sobre la clase obrera. Y en la medida
en que le concierne, al llegar a cierto grado y al cabo de cierto tiempo, deberá producirse una compensación
económica.
Son éstos, precisamente, los males comunes a la clase obrera y a las otras clases, en particular a la pequeña
burguesía, de los que prefiere ocuparse el socialismo pequeñoburgués, al que pertenece también Proudhon. Y no
es por casualidad por lo que nuestro proudhoniano alemán [*] toma de preferencia la cuestión de la vivienda —
que, como hemos visto, no es en modo alguno una cuestión exclusivamente obrera— y hace de ella, por el
contrario, un problema puro y exclusivamente obrero.
[327]
«El inquilino es para el propietario lo que el asalariado es para el capitalista».
Esto es absolutamente falso.
En la cuestión de la vivienda tenemos dos partes que se contraponen la una a la otra: el inquilino y el arrendador
o propietario. El primero quiere comprar al segundo el disfrute temporal de una vivienda. Posee dinero o crédito,
incluso si ha de comprar este crédito al mismo arrendador a un precio usurario y en forma de un aumento del
alquiler. Se trata de una sencilla venta de mercancía y no de una transacción entre un proletario y un burgués,
entre un obrero y un capitalista. El inquilino —incluso si es obrero— aparece como una persona pudiente, que ha
de haber vendido previamente su mercancía específica, la fuerza de trabajo, para poder presentarse, con el
producto de su venta, como comprador del disfrute de una vivienda. O bien, ha de poder dar garantías sobre la
venta próxima de esta fuerza de trabajo. Los resultados peculiares de la venta de la fuerza de trabajo a los
capitalistas faltan aquí totalmente. El capitalista obliga, en primer término, a la fuerza de trabajo comprada a
reproducir su valor y, en segundo lugar, a producir una plusvalía que queda temporalmente en sus manos,
mientras es repartida entre los miembros de la clase capitalista. Aquí se produce, pues, un valor excedente; la
suma total del valor existente resulta incrementada. Totalmente distinto es lo que ocurre con el alquiler de una
vivienda. Cualquiera que sea el importe de la estafa sufrida por el inquilino, no puede tratarse sino de la
transferencia de un valor que ya existe, previamente producido; la suma total del valor poseído conjuntamente
por el arrendatario y el arrendador sigue siendo la misma. El obrero, tanto si su fuerza de trabajo le es pagada por
el capitalista a un precio superior, como a un precio inferior o igual a su valor, resultará estafado en una parte del
producto de su trabajo. El arrendatario sólo resultará estafado cuando se vea obligado a pagar su vivienda por
encima de su valor. Por tanto, se falsean totalmente las relaciones entre arrendatario y arrendador cuando se
intenta identificarlas con las que existen entre el obrero y el capitalista. En el primer caso nos encontramos, por
el contrario, frente a un intercambio absolutamente normal de mercancías entre dos ciudadanos. Y este
intercambio se efectúa según las leyes económicas que regulan la venta de las mercancías en general, y, en
particular, la venta de la mercancía «propiedad del suelo». Los gastos de construcción y de conservación de la
casa o de su parte en cuestión han de tenerse en cuenta en primer lugar; después, el valor del terreno,
condicionado por el emplazamiento más o menos favorable de la casa; finalmente, y esto es lo decisivo, la [328]
relación entre la oferta y la demanda en el momento dado. Esta simple relación económica se refleja en la cabeza
de nuestro proudhoniano de la siguiente manera:
«La casa, una vez construida, sirve de título jurídico eterno sobre una parte determinada del trabajo social,
incluso si el valor real de la casa está más que suficientemente pagado al propietario en forma de alquileres desde
hace mucho tiempo. Así ocurre que una casa construida, por ejemplo, hace cincuenta años, llega durante este
tiempo, gracias a los alquileres, a cubrir dos, tres, cinco, diez veces, etc. su precio de coste inicial».
Aquí tenemos a Proudhon de cuerpo entero. En primer lugar, olvida que el alquiler ha de cubrir no solamente los
intereses de los gastos de construcción de la casa, sino también las reparaciones, el término medio de las deudas
incobrables y los alquileres no pagados, así como las pérdidas ocasionadas por las viviendas que quedan
momentáneamente vacantes, y, finalmente, la amortización anual del capital invertido en la construcción de una
- 220 casa que no es eterna, que resultará inhabitable con el tiempo y perderá, por consiguiente, todo su valor. En
segundo lugar, olvida que los alquileres han de servir igualmente para cubrir los intereses del alza de valor del
terreno sobre el cual se levanta la casa; que una parte de los alquileres consiste, pues, en renta del suelo. Bien es
cierto que nuestro proudhoniano explica inmediatamente que, como este aumento de valor se produce sin que el
propietario contribuya a él para nada, no le pertenece de derecho, sino que pertenece a la sociedad. Sin embargo,
no se da cuenta de que de este modo reclama, en realidad, la abolición de la propiedad territorial. No nos
extenderemos sobre esta cuestión, pues ello nos apartaría demasiado de nuestro tema. Nuestro proudhoniano
olvida, finalmente, que en toda esta transacción no se trata en absoluto de comprar la casa a su propietario, sino
solamente de su usufructo, por un tiempo determinado. Proudhon, que no se ha preocupado jamás de las
condiciones reales, concretas, en que se desenvuelve todo fenómeno económico, no puede, naturalmente,
explicarse cómo el precio de coste inicial de una casa puede, bajo determinadas circunstancias, cubrirse diez
veces en el término de cincuenta años en forma de alquileres. En vez de investigar desde un punto de vista
económico esta cuestión nada complicada y de establecer si está en contradicción, y de qué modo, con las leyes
económicas, la esquiva saltando audazmente de la economía a la jurisprudencia: «La casa, una vez construida,
sirve de título jurídico eterno» sobre un pago anual determinado. ¿Cómo ocurre esto, cómo la casa se convierte
en un título jurídico? Proudhon no dice una palabra sobre el particular. Y es esto lo que debería, sin embargo,
explicarnos. Si hubiera investigado, habría descubierto que todos los títulos jurídicos del mundo, por muy eternos
[329] que sean, no confieren a una casa la facultad de rendir en cincuenta años diez veces su precio de coste en
forma de alquileres, sino que solamente ciertas condiciones económicas (que pueden muy bien ser reconocidas
socialmente en forma de títulos jurídicos) pueden permitirlo. Y al llegar aquí se encontraría de nuevo en el punto
de partida.
Toda la teoría de Proudhon está basada en este salto salvador que le lleva de la realidad económica a la
fraseología jurídica. Cada vez que el valiente Proudhon pierde de vista la conexión económica —y esto le ocurre
en todas las cuestiones serias— se refugia en el dominio del Derecho y acude a la justicia eterna.
«Proudhon va a buscar su ideal de justicia eterna —justice éternelle— en las relaciones jurídicas
correspondientes a la producción mercantil, con la que —dicho sea de pasada— aporta la prueba, muy
consoladora para todos los filisteos, de que la producción mercantil es tan necesaria como la propia justicia.
Luego, volviendo las cosas del revés, pretende modelar la verdadera producción mercantil y el derecho real
congruente con ella sobre la norma de este ideal. ¿Qué pensaríamos de un químico que, en vez de estudiar las
verdaderas leyes de la asimilación y desasimilación de la materia, planteando y resolviendo a base de ellas
determinados problemas concretos, pretendiese modelar la asimilación y desasimilación de la materia sobre las
«ideas eternas» de la «naturalidad y de la afinidad»? ¿Es que averiguamos algo nuevo acerca de la usura con
decir que la usura choca con la «justicia eterna» y la «eterna equidad», con la «mutualidad eterna» y otras
«verdades eternas»? No; sabemos exactamente lo mismo que sabían los padres de la Iglesia cuando decían que
chocaba con la «gracia eterna», la «fe eterna» y la «voluntad eterna de Dios». » (Marx, "El Capital", t. I, pág. 45)
[*].
Nuestro proudhoniano [*]* no va mucho más allá que su señor y maestro:
«El contrato de alquiler es una de las mil transacciones de trueque que son tan necesarias en la vida de la
sociedad moderna como la circulación de la sangre en el cuerpo del animal. El interés de la sociedad exigiría,
naturalmente, que todas estas transacciones estuvieran penetradas de la idea del derecho, es decir, que fueran
siempre ultimadas según las exigencias estrictas de la justicia. En una palabra, la vida económica de la sociedad
como dice Proudhon, debería elevarse a las alturas del derecho económico. En la realidad, como se sabe, ocurre
todo lo contrario».
¿Podría creerse que a los cinco años de haber caracterizado Marx con tan pocas palabras y de manera tan
acertada el [330] proudhonismo, y justamente en este punto capital, hubiera sido todavía posible ver impreso en
alemán tal tejido de confusiones? ¿Qué significa, pues, este galimatías? Unicamente que los cfectos prácticos de
las leyes económicas que rigen la sociedad actual hieren de un modo evidente el sentimiento del derecho de
nuestro autor y que éste abriga el piadoso deseo de que tal estado de cosas pueda corregirse de algún modo. ¡Así,
- 221 si los sapos tuviesen cola, no serían sapos! Y el modo de producción capitalista, ¿no está «penetrado de una idea
del derecho», principalmente la de su derecho específico a explotar a los obreros? Y si nuestro autor dice que
ésta no es su idea del derecho, ¿hemos dado un paso adelante?
Pero volvamos a la cuestión de la vivienda. Nuestro proudhoniano da ahora libre curso a su «idea del derecho» y
nos dedica esta patética declamación:
«Afirmamos sin la menor duda que no hay escarnio más terrible para toda la cultura de nuestro famoso siglo que
el hecho de que, en las grandes ciudades, el noventa por ciento de la población y aún más no disponen de un
lugar que puedan llamar suyo. El verdadero centro de la existencia familiar y moral, la casa y el hogar, es
arrastrado a la vorágine social... En este aspecto nos encontramos muy por debajo de los salvajes. El troglodita
tiene su caverna, el australiano su cabaña de adobe, el indio su propio hogar; el proletario moderno está
prácticamente en el aire», etc.
En esta jeremiada tenemos al proudhonismo en toda su forma reaccionaria. Para crear la clase revolucionaria
moderna del proletariado era absolutamente necesario que fuese cortado el cordón umbilical que ligaba al obrero
del pasado a la tierra. El tejedor a mano, que poseía, además de su telar, una casita, un pequeño huerto y una
parcela de tierra, seguía siendo, a pesar de toda la miseria y de toda la opresión política, un hombre tranquilo y
satisfecho, «devoto y respetuoso», que se quitaba el sombrero ante los ricos, los curas y los funcionarios del
Estado y que estaba imbuido de un profundo espíritu de esclavo. Es precisamente la gran industria moderna la
que ha hecho del trabajador encadenado a la tierra un proletario proscrito, absolutamente desposeído y liberado
de todas las cadenas tradicionales; es precisamente esta revolución económica la que ha creado las únicas
condiciones bajo las cuales puede ser abolida la explotación de la clase obrera en su última forma: la producción
capitalista. Y ahora llega nuestro plañidero proudhoniano y se lamenta, como de un gran paso atrás, de la
expulsión del obrero de su casa y hogar, cuando ésta fue la condición primerísima de su emancipación espiritual.
Hace veintisiete años (en "La situación de la clase obrera en Inglaterra") he descrito, en sus rasgos
fundamentales, este mismo proceso de expulsión del obrero de su hogar, tal como tuvo lugar [331] en Inglaterra
en el siglo XVIII. Las infamias cometidas durante este proceso por los propietarios de la tierra y los fabricantes,
las nocivas consecuencias morales y materiales que de ello habían de seguirse, sobre todo en perjuicio de los
obreros expropiados, hallaron su debido reflejo en dicha obra. Pero ¿podía ocurrírseme ver en este desarrollo
histórico, absolutamente necesario en aquellas circunstancias, un paso atrás «muy por debajo de los salvajes»?
Imposible. El proletario inglés de 1872 se halla a un nivel infinitamente más elevado que el tejedor rural de 1772,
que poseía «casa y hogar». ¿Acaso el troglodita con su caverna, el australiano con su cabaña de adobe y el indio
con su hogar propio harán una insurrección de Junio [15] o una Comuna de París?
El burgués es el único que duda de que la situación material del obrero se haya hecho, en general, peor a partir de
la introducción en gran escala de la producción capitalista. Pero ¿es ésta una razón para añorar las marmitas
(igualmente magras) de Egipto [16], la pequeña industria rural, que sólo ha hecho nacer almas serviles, o los
«salvajes»? Al contrario. Sólo este proletariado creado por la gran industria moderna, liberado de todas las
cadenas heredadas, incluso de las que le ligaban a la tierra, y concentrado en las grandes ciudades, es capaz de
realizar la gran revolución social que pondrá fin a toda explotación y a toda dominación de clase. Los antiguos
tejedores rurales a mano, con su casa y su hogar, nunca hubieran podido realizarla; no hubieran podido concebir
jamás tal idea y todavía menos hubieran querido convertirla en realidad.
Para Proudhon, por el contrario, toda la revolución industrial de los últimos cien años, el vapor, la gran
producción fabril, que reemplaza el trabajo manual por las máquinas y multiplica por mil la productividad del
trabajo, representan un acontecimiento sumamente desagradable, algo que en verdad no hubiera debido
producirse. El pequeño burgués Proudhon desea un mundo en el que cada cual acabe un producto concreto,
independiente, que sea inmediatamente consumible o intercambiable en el mercado. Y si cada cual recuperase
todo el valor del producto de su trabajo con otro producto, la exigencia de la «justicia eterna» quedaría
plenamente satisfecha y tendríamos el mejor de los mundos posibles. Pero este mejor de los mundos
proudhoniano está ya aplastado en embrión por el pie del desarrollo progresivo de la industria que, en todas las
- 222 ramas industriales importantes, ha destruido hace mucho tiempo el trabajo individual y lo destruye más cada día
en las ramas más pequeñas, hasta en las menos importantes, sustituyéndolo con un trabajo social basado en el
empleo de las máquinas y de las fuerzas dominadas de la naturaleza, y cuyo producto acabado, inmediatamente
intercambiable [332] o consumible, es obra común de numerosos individuos, por las manos de los cuales ha
tenido que pasar. Gracias precisamente a esta revolución industrial, la fuerza productiva del trabajo humano ha
alcanzado tal nivel que, con una división racional del trabajo entre todos, existe la posibilidad —por primera vez
desde que hay hombres— de producir lo suficiente, no sólo para asegurar un abundante consumo a cada
miembro de la sociedad y constituir un abundante fondo de reserva, sino también para que todos tengan además
suficientes ocios, de modo que todo cuanto ofrece un valor verdadero en la cultura legada por la historia —
ciencia, arte, formas de trato social, etc.— pueda ser no solamente conservado, sino transformado de monopolio
de la clase dominante en un bien común de toda la sociedad y además enriquecido. Y llegamos con esto al punto
esencial. En cuanto la fuerza productiva del trabajo humano ha alcanzado este nivel, desaparece todo pretexto
para justificar la existencia de una clase dominante. La razón última invocada para defender las diferencias de
clase ha sido siempre que hacía falta una clase que no se extenuara en la producción de su subsistencia diaria, a
fin de tener tiempo para preocuparse del trabajo intelectual de la sociedad. A esta fábula, que ha encontrado hasta
ahora una gran justificación histórica, la revolución industrial de los últimos cien años le ha cortado las raíces. El
mantenimiento de una clase dominante es cada día más un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas
industriales, así como de la ciencia, del arte y, en particular, de las formas elevadas de trato social. Jamás ha
habido mayores palurdos que nuestros burgueses modernos.
Todo esto le tiene sin cuidado al amigo Proudhon. El quiere la «justicia eterna» y nada más. Cada cual ha de
recibir a cambio de su producto el importe total de su trabajo, el valor íntegro de su trabajo. Pero calcular a
cuánto asciende este valor en un producto de la industria moderna, es cosa complicada. La industria moderna
oculta precisamente la parte de cada uno en el producto total, mientras que en el antiguo trabajo individual a
mano quedaba claramente expresada en el producto elaborado. Además, la industria moderna elimina cada vez
más el intercambio individual, sobre el cual se funda todo el sistema de Proudhon: el trueque directo entre dos
productores, cada uno de los cuales toma el producto del otro para consumirlo. Por eso, a través de todo el
proudhonismo pasa, como hilo de engarce, una aversión reaccionaria por la revolución industrial y el deseo, unas
veces manifiesto y otras oculto, de arrojar fuera toda la industria moderna, como las máquinas de vapor, los
telares mecánicos y otras calamidades, para volver al viejo [333] y respetable trabajo manual. Que con esto
perdamos novecientas noventa y nueve milésimas de la fuerza de producción y que toda la humanidad sea
condenada a la peor esclavitud del trabajo, que el hambre se convierta en regla general, ¿qué importa, puesto que
conseguimos organizar el intercambio de tal modo que cada cual reciba el «importe total de su trabajo» y se
realice la «justicia eterna»? Fiat justitia, pereat mundus!
¡Hágase la Justicia y húndase el mundo!
Y el mundo se hundiría con la contrarrevolución de Proudhon, si ésta fuera realizable.
Es evidente, por otra parte, que incluso en la producción social condicionada por la gran industria moderna, cada
cual puede tener asegurado el «importe total de su trabajo», en la medida en que estas palabras tienen sentido. Y
sólo pueden tenerlo si se entienden más ampliamente, es decir, no que cada obrero en particular sea propietario
del «importe total de su trabajo», sino que toda la sociedad, compuesta únicamente de obreros, esté en posesión
del producto total de su trabajo, del cual una parte será distribuida para el consumo entre sus miembros, otra será
consagrada a reemplazar y acrecer sus medios de producción y otra a constituir un fondo de reserva para la
producción y el consumo.
***
Después de lo que antecede podemos ya prever de qué modo va a resolver nuestro proudhoniano la magna
cuestión de la vivienda. De un lado, tenemos la reivindicación de que cada obrero posea una vivienda que le
pertenezca en propiedad, a fin de que no sigamos estando por debajo de los salvajes. Del otro, tenemos la
afirmación de que el hecho, por lo demás real, de que una casa pueda proporcionar, en forma de alquileres, dos,
- 223 tres, cinco o diez veces su precio de coste inicial, reposa sobre un título jurídico y que éste se encuentra en
contradicción con la «justicia eterna». La solución es simple. Abolimos el título jurídico y declaramos en
nombre de la justicia eterna que el alquiler constituye una amortización del precio de la propia vivienda. Cuando
han sido establecidas unas premisas que contienen ya la conclusión a que quiera llegarse, no se precisa una
habilidad mayor que la de cualquier charlatán para sacar de la manga el resultado preparado con anticipación y
jactarse de la lógica inquebrantable de la cual es producto.
Y esto es lo que aquí ocurre. La supresión de la vivienda de alquiler se proclama como una necesidad en el
sentido de [334] que cada arrendatario ha de convertirse en propietario de su vivienda. ¿Cómo se consigue ésto?
Es muy sencillo:
«La vivienda de alquiler será rescatada... El antiguo propietario de la casa recibirá su valor hasta el último
céntimo. En vez de representar el alquiler como ha ocurrido hasta ahora, el tributo pagado por el arrendatario al
derecho eterno del capital, una vez proclamado el rescate de las viviendas de alquiler, la suma exactamente fijada
y pagada por el arrendatario constituirá la anualidad por la vivienda que ha pasado a ser propiedad suya... La
sociedad... se transformará así en un conjunto de propietarios de viviendas, libres e independientes».
El proudhoniano [*] ve un crimen cometido contra la justicia eterna en el hecho de que un propietario, sin
trabajar, pueda obtener una renta del suelo y un interés del capital invertido en su casa. Decreta que esto debe
cesar: el capital invertido en casas no debe seguir produciendo interés y tampoco renta del suelo en la parte que
representa terreno adquirido. Pero hemos visto que con esto el modo de producción capitalista, base fundamental
de la sociedad actual, no resulta afectado en lo más mínimo. El eje en torno al cual gira la explotación del obrero
es la venta de la fuerza de trabajo al capitalista y el uso que hace éste de dicha transacción, obligando al obrero a
producir mucho más de lo que representa el valor pagado por la fuerza de trabajo. Es de esta transacción entre el
capitalista y el obrero de donde resulta toda la plusvalía que se reparte después en forma de renta del suelo, de
beneficio comercial, de interés del capital, de impuestos, etc., etc., entre las diferentes categorías de capitalistas y
entre sus servidores. ¡Y he aquí ahora que nuestro proudhoniano piensa que si a una sola de estas categorías de
capitalistas —y, de hecho, a la que no compra directamente ninguna fuerza de trabajo y, por consiguiente, no
obliga a producir ninguna plusvalía— se le prohibiera realizar un beneficio o recibir un interés, habríamos dado
un paso adelante! La masa de trabajo no pagado arrancado a la clase obrera seguiría siendo exactamente la
misma, incluso si se suprimiese mañana la posibilidad para los propietarios de casas de reservarse una renta del
suelo y un interés. Esto no impide en absoluto a nuestro proudhoniano declarar que:
«La abolíción de la vivienda de alquiler es así una de las aspiraciones más fecundas y más elevadas de cuantas
han surgido del seno de la idea revolucionaria y debe transformarse en la reivindicación primerísima de la
democracia social».
Exactamente la misma vocinglería del maestro Proudhon, cuyo cacareo está siempre en razón inversa del
volumen de los huevos que pone.
[335]
¡Imaginad ahora qué bella situación tendríamos si cada obrero, cada pequeño burgués y cada burgués estuviesen
obligados, mediante el pago de anualidades, a convertirse en propietarios, primero parciales y después totales, de
su vivienda! En las regiones industriales de Inglaterra, donde existe una gran industria, pero pequeñas casas
obreras, y donde cada obrero casado habita una casita para él solo, esto aún podría tener sentido. Pero la pequeña
industria de París y la de la mayor parte de las grandes ciudades del continente se complementa con grandes
casas en las que viven juntas diez, veinte o treinta familias. Supongamos que el día del decreto liberador,
proclamando el rescate de las viviendas de alquiler, Pedro trabaja en una fábrica de máquinas en Berlín. Al cabo
de un año es propietario, supongamos, de una quinceava parte de su vivienda, que consiste en una habitación del
quinto piso de una casa situada en las proximidades de la Puerta de Hamburgo. Pierde su trabajo y no tarda en
encontrarse en una vivienda semejante, pero en Pothof, en Hannover, en un tercer piso, con soberbias vistas al
patio. Al cabo de cinco meses, cuando ya ha entrado en posesión de una treintaiseisava parte exactamente de su
- 224 propiedad, se produce una huelga en su fábrica, y esto le obliga a marcharse a Munich. Allí, al cabo de once
meses se ve obligado a convertirse en propietario de once ciento ochentavas partes exactamente de una planta
baja bastante sombría detrás de la Ober-Angergasse. Diversas peregrinaciones, como las que los obreros conocen
a menudo en nuestros días, le imponen, sucesivamente: siete trescientas sesentavas partes de una vivienda no
menos decente en St. Gallen, veintitrés ciento ochentavas de otra en Leeds, y trescientas cuarenta y siete
cincuenta y seis mil doscientas veintitresavas —calculadas con toda exactitud, a fin de que la «justicia eterna» no
tenga motivo de queja— en Seraing. ¿Qué tiene, pues, nuestro Pedro con todas estas partes de vivienda? ¿Quién
le dará su valor real? ¿Dónde va a encontrar al propietario o a los propietarios de las otras partes de las diferentes
viviendas que ha habitado? ¿Y cuáles serán las relaciones de propiedad de una gran casa cualquiera cuyos pisos
contienen, supongamos veinte viviendas, las cuales, cuando las anualidades hayan sido todas pagadas y las
viviendas de alquiler suprimidas, pertenecerán, pongamos por caso, a trescientos propietarios parciales, dispersos
por todo el mundo? Nuestro proudhoniano nos dirá que antes de esto habrá sido fundado el Banco de Cambio de
Proudhon y que este Banco pagará por cualquier producto del trabajo, en todo momento y a cada uno, el importe
total de su trabajo y por tanto, también el pleno valor de su parte de vivienda. Pero en primer lugar, el Banco de
Cambio de Proudhon [336] importa poco ahora, pues incluso en los artículos escritos sobre el problema de la
vivienda no aparece mencionado en parte alguna; en segundo lugar, su concepción reposa sobre el singular error
de creer que cuando alguien quiere vender una mercancía, encuentra siempre necesariamente un comprador por
su pleno valor, y, en tercer lugar, antes de que Proudhon lo inventara, ya había quebrado más de una vez en
Inglaterra bajo el nombre de "Labour Exchange Bazaar" [17].
Toda esta concepción de que el obrero ha de comprar su vivienda, se apoya a su vez sobre la teoría fundamental
reaccionaria de Proudhon, que ya hemos señalado, de que las condiciones creadas por la gran industria moderna
constituyen una excrecencia enfermiza, y que la sociedad debe ser llevada por la fuerza —es decir, oponiéndose
a la corriente seguida por ella desde hace cien años— a un estado de cosas en el cual la norma sería el antiguo y
estable trabajo manual de productores individuales. Lo cual, en términos generales, no sería más que una
restauración idealizada de la pequeña empresa, ya arruinada y que aún sigue arruinándose. Una vez reintegrados
a esta situación inerte, una vez alejada felizmente la «vorágine social», los obreros podrían entonces,
naturalmente, recuperar su «casa y hogar», y la teoría del rescate aparecería menos absurda. Pero Proudhon
olvida simplemente que, para llevar todo esto a cabo, le es necesario retrasar el reloj de la historia mundial en
cien años y que, haciendo esto, daría de nuevo a los obreros de hoy la misma mentalidad de esclavo, el mismo
espíritu estrecho, rastrero y servil de sus abuelos.
La solución proudhoniana del problema de la vivienda, en la medida en que encierra un contenido racional y
aplicable en la práctica, está ya siendo aplicada hoy día. Y en verdad, no surge del «seno de la idea
revolucionaria», sino... de la propia gran burguesía. Oigamos lo que dice al respecto un excelente periódico
español, "La Emancipación" [18] de Madrid, en su número del 16 de marzo de 1872:
«Existe otro medio de resolver la cuestión de las habitaciones, medio propuesto por Proudhon, que a primera
vista deslumbra, pero que, bien examinado, descubre su total impotencia. Proudhon proponía que los inquilinos
se convirtiesen en censatarios, es decir, que el precio del alquiler anual sirviese como parte de pago del valor de
la habitación, viniendo cada inquilino a ser propietario de su vivienda al cabo de cierto tiempo. Esta medida, que
Proudhon creía muy revolucionaria, se halla practicada en todos los países, por compañías de especuladores, que
de este modo, aumentando el precio de los alquileres, hacen pagar dos y tres veces el valor de la casa. El señor
Dollfus y otros grandes industriales del Noroeste de Francia han puesto en práctica este sistema, no sólo para
ganar dinero, sino con un fin político superior.
[337]
Los jefes más inteligentes de las clases imperantes han dirigido siempre sus esfuerzos a aumentar el número de
pequeños propietarios, a fin de crearse un ejército contra el proletariado. Las revoluciones burguesas del pasado
siglo, dividiendo la gran propiedad de los nobles y del clero en pequeñas partes, como quieren hacerlo hoy los
republicanos españoles con la propiedad territorial que se halla aún centralizada, crearon toda una clase de
pequeños propietarios, que ha sido después el elemento más reaccionario de nuestra sociedad, y que ha sido el
- 225 obstáculo incesante que ha paralizado el movimiento revolucionario del proletariado de las ciudades. Napoleón
III, dividiendo los cupones de las rentas del Estado, intentó crear esa misma clase en las ciudades, y el señor
Dollfus y sus colegas, al vender a sus trabajadores pequeñas habitaciones pagaderas por anualidades, han querido
sofocar en ellos todo espíritu revolucionario e impedir al mismo tiempo al obrero, ligado por la propiedad a la
fábrica, que fuese a otra parte a ofrecer su trabajo. Así pues, el proyecto de Proudhon, no sólo era impotente para
aliviar a la clase trabajadora, sino que se volvía contra ella» [*].
¿Cómo, pues, resolver el problema de la vivienda? En la sociedad actual, se resuelve exactamente lo mismo que
otro problema social cualquiera: por la nivelación económica gradual de la oferta y la demanda, solución que
reproduce constantemente el problema y que, por tanto, no es tal solución. La forma en que una revolución social
resolvería esta cuestión no depende solamente de las circunstancias de tiempo y lugar, sino que, además, se
relaciona con cuestiones de mucho mayor alcance, entre las cuales figura, como una de las más esenciales, la
supresión del contraste entre la ciudad y el campo. Como nosotros no nos dedicamos a construir ningún sistema
utópico para la organización de la sociedad del futuro, sería más que ocioso detenerse en esto. Lo cierto, sin
embargo, es que ya hoy existen en las grandes ciudades edificios suficientes para remediar en seguida, si se les
diese un empleo racional, toda verdadera «penuria de la vivienda». Esto sólo puede lograrse, naturalmente,
expropiando a los actuales poseedores y alojando en sus casas a los obreros que carecen de vivienda o que viven
hacinados [338] en la suya. Y tan pronto como el proletariado conquiste el poder político, esta medida, impuesta
por los intereses del bien público, será de tan fácil ejecución como lo son hoy las otras expropiaciones y las
requisas de viviendas que lleva a cabo el Estado actual.
***
No obstante, nuestro proudhoniano [*] no está satisfecho con los resultados que ha obtenido hasta ahora en la
cuestión de la vivienda. Necesita sacarla de la tierra prosaica y elevarla a los dominios del socialismo supremo
para demostrar que también allí constituye una «parte» esencial de la «cuestión social»:
«Supongamos que la productividad del capital será agarrada de verdad por los cuernos —como ha de ocurrir
tarde o temprano—, por ejemplo, mediante una ley de transición que fijará el tipo del interés de todos los
capitales en un uno por ciento, con tendencia, nótese bien, a aproximarlo cada vez más a cero, de suerte que,
finalmente, ya no se pagará nada fuera del trabajo necesario para la rotación del capital. Igual que todos los
demás productos, las casas y las viviendas quedan comprendidas, naturalmente, en el marco de esta ley... El
mismo propietario será el primero en querer vender, pues, de lo contrario, su casa no tendría ninguna utilización,
y el capital que hubiera invertido en ella quedaría simplemente improductivo».
Esta proposición contiene uno de los principales artículos de fe del catecismo de Proudhon y nos ofrece un
ejemplo patente de la confusión que reina en él.
La «productividad del capital» es un absurdo que Proudhon toma de un modo irreflexivo de los economistas
burgueses. Cierto es que los economistas burgueses empiezan también por la afirmación de que el trabajo es la
fuente de todas las riquezas y la medida de valor de todas las mercancías; pero les queda todavía por explicar
cómo es que el capitalista que anticipa un capital en un negocio industrial o artesano recupera al final, no
solamente el capital invertido, sino, además, un beneficio. Como consecuencia, tienen que enredarse en toda
clase de contradicciones y atribuir también al capital una cierta productividad. Nada muestra mejor en qué
proporciones se halla todavía Proudhon enfangado en el pensamiento burgués que su apropiación de la
fraseología sobre la productividad del capital. Hemos visto desde el principio que esta pretendida «productividad
del capital» no es más que su cualidad inherente (en las relaciones sociales actuales, sin las que el capital no
existiría) de poder apropiarse el trabajo no retribuido de los asalariados.
[339]
Proudhon se distingue, sin embargo, de los economistas burgueses en que no aprueba esta «productividad del
capital», sino que descubre en ella, por el contrario, una violación de la «justicia eterna». Es ella la que impide
- 226 que el obrero reciba todo el producto de su trabajo. Debe, pues, ser abolida. ¿Cómo? Rebajando, mediante una
legislación coactiva, el tipo del interés hasta reducirlo a cero. Entonces, el capital dejará, según nuestro
proudhoniano, de ser productivo.
El interés del capital-dinero, de préstamo, no constituye más que una parte de la ganancia; la ganancia, ya se trate
de capital industrial, ya de capital comercial, no representa más que una parte de la plusvalía que, en forma de
trabajo no retribuido, arranca la clase capitalista a la clase obrera. Las leyes económicas que regulan el tipo del
interés son tan independientes de las leyes que fijan la cuota de la plusvalía como pueden serlo entre sí, en
general, las leyes de una misma forma de sociedad. En lo que concierne al reparto de la plusvalía entre los
capitalistas individuales, aparece claro que para los industriales y los comerciantes que tienen en sus negocios
numerosos capitales anticipados por otros capitalistas la cuota de ganancia ha de ascender en la misma medida
—siendo iguales todas las demás circunstancias— en que desciende el tipo del interés. La baja y, finalmente, la
supresión del tipo del interés en modo alguno «agarraría por los cuernos» la pretendida «productividad del
capital», sino que solamente modificaría el reparto entre los capitalistas de la plusvalía no retribuida y arrancada
a la clase obrera. La ventaja no sería para el obrero respecto al capitalista industrial, sino para este último
respecto al rentista.
Desde su punto de vista jurídico, Proudhon explica el tipo del interés, como todos los fenómenos económicos, no
por las condiciones de la producción social, sino por las leyes del Estado en que estas condiciones encuentran su
expresión general. Desde este punto de vista, que desconoce en absoluto la conexión entre las leyes del Estado y
las condiciones de producción de la sociedad, estas leyes aparecen necesariamente como decretos puramente
arbitrarios, que en cualquier momento pueden ser perfectamente reemplazados por decretos directamente
opuestos. No hay, pues, nada más fácil para Proudhon que dictar un decreto —en cuanto tenga poder para ello—,
mediante el cual el tipo del interés quedará rebajado al uno por ciento. Pero si todas las otras circunstancias
sociales siguen siendo las mismas, el decreto de Proudhon no podrá existir más que sobre el papel. Pese a todos
los decretos, el tipo del interés continuará siendo regulado por las leyes económicas a las cuales se halla hoy
sometido. Todas las personas solventes, seguirán pidiendo dinero, según las [340] circunstancias, al dos, tres,
cuatro por ciento y aún más, como anteriormente. La única diferencia será que los rentistas lo pensarán bien y no
prestarán dinero más que a personas con las cuales no hayan de tener litigios. Por lo demás, este gran plan,
encaminado a quitar al capital su «productividad», es viejísimo, tan viejo como las leyes sobre la usura, las
cuales no tenían otra finalidad que limitar el tipo del interés y están ya en todas partes abrogadas, pues, en la
práctica, han sido siempre eludidas o infringidas y el Estado hubo de reconocer su impotencia ante las leyes de la
producción social. ¡Y es el restablecimiento de estas leyes medievales inaplicables lo que «habrá de agarrar por
los cuernos la productividad del capital»!. Se ve que cuanto más se penetra en el proudhonismo, más
reaccionario aparece.
Y cuando, de este modo, el tipo del interés haya sido reducido a cero y el interés del capital abolido por lo tanto,
entonces «no se pagará nada fuera del trabajo necesario para la rotación del capital». Esto significa, por
consiguiente, que la abolición del interés equivale a la supresión de la ganancia y hasta de la plusvalía. Pero
incluso si fuese realmente posible decretar la abolición del interés, ¿cuál sería su consecuencia? La clase de los
rentistas no tendría ya estímulo para prestar sus capitales en forma de anticipos, sino únicamente para invertirlos
por su cuenta en empresas industriales propias o en sociedades por acciones. La masa de la plusvalía arrancada a
la clase obrera por la clase capitalista seguiría siendo la misma; sólo su reparto se modificaría, y aún no mucho.
De hecho, nuestro proudhoniano no ve que ya ahora, en la compra de mercancías en la sociedad burguesa, no se
paga más, por término medio, que «el trabajo necesario para la rotación del capital» (es decir, necesario para la
producción de una mercancía determinada). El trabajo es la medida del valor de todas las mercancías y es, en la
sociedad actual, totalmente imposible —abstracción hecha de las oscilaciones del mercado— que se pague por
término medio por las mercancías más que el trabajo necesario para su producción. No, no, querido
proudhoniano, no está ahí la dificultad de la cuestión; sino en el hecho de que, simplemente, «el trabajo necesario
para la rotación del capital» (para emplear sus propios términos confusos) ¡no es trabajo totalmente pagado!
Puede usted leer en Marx cómo ocurre esto ("El Capital", t. I, págs. 128-160) [*].
- 227 Pero aún no es todo. Si queda abolido el interés del capital [341] (Kapitalzins), el alquiler (Mietzins) [*]* queda
por esto mismo igualmente abolido. Pues, «igual que todos los demás productos, las casas y las viviendas quedan
comprendidas en el marco de esta ley». Exactamente como aquel viejo comandante que hace llamar a uno de sus
voluntarios de un año de servicio y le dice: «Oigame, dicen que es usted doctor. Venga, pues, a verme de vez en
cuando; con una mujer y siete hijos, siempre hay algo que arreglar».
El soldado: «Perdóneme, mi comandante. Soy doctor en Filosofía».
El comandante: «Me da lo mismo. Un matasanos es siempre un matasanos».
Así ocurre a nuestro proudhoniano: alquiler (Mietzins) o interés del capital (Kapitalzins) le da lo mismo. El
interés es el interés, un matasanos es un matasanos.
Hemos visto anteriormente que el precio del alquiler (Mietpreis), vulgo alquiler (Mietzins), se compone: 1) en
parte, de la renta del suelo; 2) en parte, del interés del capital de construcción, comprendido el beneficio para el
contratista de la obra; 3) en parte, de gastos de reparaciones y seguros; 4) en parte, de la amortización por
anualidades del capital de construcción, comprendido el beneficio, proporcionalmente al deterioro de la casa.
Debería, pues, resultar evidente, incluso para el más obtuso, que
«el mismo propietario será el primero en querer vender, pues, de lo contrario, su casa no tendría ninguna
utilización y el capital que hubiera invertido en ella quedaría simplemente improductivo».
Naturalmente. Si se suprime el interés de todo capital a préstamo, ningún propietario podrá ya recibir un céntimo
de alquiler por su casa, por el solo hecho de que al alquiler (Miete) se le puede llamar también interés de
arrendamiento (Mietzins), y porque éste contiene una parte que es realmente interés del capital. Un matasanos es
un matasanos. Si las leyes sobre la usura concernientes al interés ordinario del capital sólo han podido hacerse
ineficaces eludiéndolas, no han afectado jamás, ni siquiera remotamente, a la tasa de alquiler de las viviendas.
Estaba reservado a Proudhon imaginarse que su nueva ley sobre la usura regularía, pese a todo, e iría aboliendo
gradualmente, no sólo el simple interés del capital, sino también el complicado alquiler de las viviendas
(Mietzins). Pero entonces, ¿por qué habría que comprar al propietario su casa «simplemente improductiva» a tan
alto precio? ¿Por qué, en tales condiciones, el propietario no daría él mismo dinero con tal de que se le librara de
esta casa [342] «simplemente improductiva» y no tener más gastos de reparación? Sobre esto no se nos dice
nada.
Después de haber realizado esta hazaña triunfal en los dominios del socialismo supremo (del suprasocialismo,
como dice el maestro Proudhon), nuestro proudhoniano se cree autorizado a emprender el vuelo hacia cumbres
más altas.
«No se trata ya ahora más que de obtener algunas conclusiones para que se haga plena luz en todos los aspectos
de este tema nuestro tan importante».
¿Cuáles son, pues, estas conclusiones? Cosas que derivan tan poco de lo que precede como la depreciación de las
casas de vivienda de la abolición del tipo del interés, y que, despojadas del lenguaje pomposo y solemne de
nuestro autor, significan simplemente que para facilitar el rescate de las viviendas de alquiler conviene tener: 1)
una estadística exacta sobre el particular, 2) una buena policía sanitaria y 3) cooperativas de obreros de la
construcción capaces de emprender la edificación de nuevas casas. He aquí, ciertamente, cosas buenas y muy
bellas, pero que, a pesar de todas esas frases vocingleras, son absolutamente incapaces de aportar «plena luz» a
las tinieblas de la confusión mental de Proudhon.
Quien ha realizado semejantes hazañas tiene el derecho de dirigir una exhortación a los trabajadores alemanes:
- 228 «Nos parece que tales cuestiones y otras similares merecen toda la atención de la democracia social... Deseemos
que procure ilustrarse, igual que aquí en la cuestión de la vivienda, sobre otras cuestiones no menos importantes,
como el crédito, la deuda pública, las deudas privadas, los impuestos, etc.» y así sucesivamente.
Nuestro proudhoniano nos ofrece así la perspectiva de toda una serie de artículos sobre «cuestiones similares», y
si ha de tratarlas de una manera tan detallada como el presente «tema tan importante», el "Volksstaat" puede
estar seguro de tener manuscritos suficientes para un año. Más podemos anticipar las soluciones, pues todo se
reducirá a lo ya expuesto: el interés del capital será abolido, por tanto desaparecerá también el interés pagadero
por la deuda del Estado y por las deudas privadas, el crédito será gratuito, etc. La misma palabra mágica será
utilizada para todos los temas, y en todos los casos se llega al mismo resultado sorprendente de una lógica
implacable: cuando el interés del capital queda abolido, ya no hay que pagar interés por el dinero recibido en
préstamo.
Por lo demás, nuestro proudhoniano nos amenaza con bonitas cuestiones: ¡el crédito! ¿De qué crédito puede
tener necesidad el obrero, si no es el de sábado a sábado o el del monte [343] de piedad? Ya sea ese crédito
gratuito o a interés, o bien usurario como el del monte de piedad, ¿qué diferencia puede haber para él? Y si,
considerado en general, debía obtener de él una ventaja y, por consiguiente, se redujesen los gastos de
producción de la fuerza de trabajo, ¿no había de descender igualmente el precio de la fuerza de trabajo? Pero,
para el burgués, y más especialmente para el pequeño burgués, el crédito es una cuestión importante. Sobre todo
para el pequeño burgués hubiese sido una gran cosa poder recibir crédito en cualquier momento, particularmente
sin tener que pagar interés. ¡«Las deudas del Estado»! La clase obrera sabe que no es ella quien las ha contraído,
y cuando llegue al poder, dejará su pago a los que las contrajeron. !«Deudas privadas»! Véase el crédito.
¡«Impuestos»!. Estas son cosas que interesan mucho a la burguesía y muy poco a los obreros: a la larga lo que el
obrero paga como impuestos entra en los gastos de producción de la fuerza de trabajo y debe, por tanto, ser
restituido por los capitalistas. Todos estos puntos que se nos presentan como del mayor interés para la clase
obrera no interesan esencialmente más que al burgués y sobre todo al pequeño burgués. Y nosotros afirmamos, a
pesar de Proudhon, que no es misión de la clase obrera velar por los intereses de estas clases.
De la gran cuestión que verdaderamente interesa a los obreros, la relación entre capitalistas y asalariados, la
cuestión de cómo el capitalista puede enriquecerse con el trabajo de sus obreros, de todo esto no dice una palabra
nuestro proudhoniano. Bien es verdad que su amo y maestro, Proudhon, se ha ocupado de este asunto, pero no ha
aportado ninguna luz, y hasta en sus últimos escritos no se encuentra, en lo esencial, más adelante que en su
"Filosofia de la miseria", de la cual ya demostró Marx [*] en 1847, de un modo contundente, toda la vaciedad.
Es muy triste que desde hace vienticinco años los obreros de los países latinos casi no hayan tenido más alimento
espiritual socialista que los escritos de este «socialista del Segundo Imperio». Sería una doble desgracia que la
teoría proudhoniana se desbordase ahora también por Alemania. Pero no hay tal peligro. El punto de vista teórico
del obrero alemán está cincuenta años más adelantado que las teorías de Proudhon, y bastará tener en cuenta este
solo ejemplo de la cuestión de la vivienda para quedar relevado de nuevos esfuerzos a este propósito.
NOTAS
[13] 54. "Der Volksstaat" («El Estado del pueblo»), órgano central del Partido Socialdemócrata Obrero de Alemania (los
eisenachianos), se publicó en Leipzig del 2 de octubre de 1869 al 29 de setiembre de 1876. La dirección general corría a cargo de G.
Liebknecht, y el director de la editorial era A. Bebel. Marx y Engels colaboraban en el periódico, prestándole constante ayuda en la
redacción del mismo. Hasta 1869, el periódico salía bajo el título "Demokratisches Wochenblatt" (véase la nota 94).
Trátase del artículo de J. Dietzgen "Carlos Marx. «El Capital. Crítica de la Economía política»", Hamburgo, 1867, publicado en
"Demokratisches Wochenblatt", núms. 31, 34, 35 y 36 del año 1868.- 96, 178, 314, 324, 452, 455[14]
246. Los seis artículos de Mülberger bajo el título "Die Wohnungsfrage" («El problema de la vivienda») fueron publicados sin firma en
el periódico "Volksstaat" el 3, 7, 10, 14 y 21 de febrero y el 6 de marzo de 1872; posteriormente, estos artículos fueron publicados en
- 229 folleto aparte titulado "Die Wohnungsfrage. Eine sociale Skizze. Separat-Abdruck aus dem «Volksstaat»" («El problema de la vivienda.
Ensayo social. Publicación del Volksstaat») Leipzig, 1872.- 315, 324, 378, 388.
[*] Con el libro de Marx "Miseria de la Filosofía", Bruselas y París, 1847.
[*] A. Mülberger. (N. de la Edit.)
[*] Véase C. Marx y F. Engels. "Obras", 2ª ed. en ruso, t. 23, págs. 94-95. (N. de la Edit.)
[**] A. Mülberger. (N. de la Edit.)
[15] 19. La insurrección de Junio, heroica insurrección de los obreros de París el 23-26 de junio de 1848, reprimida con inaudita
crueldad por la burguesía francesa, fue la primera gran guerra civil entre el proletariado y la burguesía.- 25, 172, 190, 212, 219, 331
[16] 253. Engels emplea aquí con ironía la expresión «añorar las marmitas de Egipto» tomada de la leyenda bíblica. Durante la huida de
los hebreos del cautiverio egipcio, los pusilánimes que había entre ellos, bajo la influencia de las dificultades del camino y del hambre,
empezaron a recordar con nostalgia los días de la cautividad, cuando, por lo menos, satisfacían su hambre.- 331.
[*] A. Mülberger. (N. de la Edit.)
[17] 254. Engels se refiere a los llamados bazares para el intercambio equitativo de los productos del trabajo, fundados por las
sociedades cooperativas owenistas de los obreros en diversas ciudades de Inglaterra. En dichos bazares, los productos del trabajo se
cambiaban con ayuda de bonos de trabajo, empleándose como unidad la hora de trabajo. Dichas empresas no tardaron en quebrar.- 336.
[18] 255. "La Emancipación", era un semanario obrero que se publicaba en Madrid de 1871 a 1873, órgano de las secciones de la
Internacional; en septiembre de 1871-abril de 1872 fue órgano del Consejo Federal de España; luchó contra la influencia anarquista en
el país. En 1872-1873 publicó trabajos de Marx y de Engels.- 336.
[*] Podemos ver cómo esta solución del problema de la vivienda mediante el encadenamiento del obrero a su propio «hogar» surge
espontáneamente en los alrededores de las grandes ciudades o bien de las ciudades en desarrollo norteamericanas, a través del siguiente
párrafo tomado de una carta de Eleanora Marx-Eveling, escrita desde Indianópolis el 28 de noviembre de 1886: «En Kansas City, o
mejor dicho, en sus alrededores, hemos visto miserables barracas de madera, compuestas aproximadamente de tres habitaciones y
situadas en terrenos completamente incultos. Un pedazo de terreno apenas suficiente para una casita pequeña cuesta 600 dólares; la
barraca misma cuesta otros 600 dólares, o sea, en total 4.800 marcos por una casa miserable, a una hora de la ciudad y en un desierto de
lodo». Y así, los obreros deben cargarse de deudas hipotecarias muy pesadas para poder entrar en posesión de estas habitaciones y
convertirse más que nunca en esclavos de sus amos, pues están atados a sus casas, no pueden dejarlas y han de aceptar todas las
condiciones de trabajo que les ofrezcan. (Nota de F. Engels para la edición de 1887.)
[*] A. Mülberger. (N. de la Edit.)
[*] Véase C. Marx y F. Engels. "Obras", 2ª ed. en ruso, t. 23, págs. 176-206. (N. de la Edit.)
[**] Literalmente: «interés de arrendamiento». (N. de la Edit.)
[*] Véase C. Marx. "Miseria de la Filosofía. Respuesta a la «Filosofía de la miseria» del señor Proudhon". (N. de la Edit.)
SEGUNDAPARTE
COMO RESUELVE LA BURGUESIA EL PROBLEMA DE LA VIVIENDA
I
En la parte consagrada a la solución proudhoniana del problema de la vivienda hemos mostrado cuán
directamente interesada está la pequeña burguesía en esta cuestión. Pero la gran burguesía también está muy
interesada en ella, aunque de una manera indirecta. Las ciencias naturales modernas han demostrado que los
- 230 llamados «barrios insalubres», donde están hacinados los obreros, constituyen los focos de origen de las
epidemias que invaden nuestras ciudades de cuando en cuando. El cólera, el tifus, la fiebre tifoidea, la viruela y
otras enfermedades devastadoras esparcen sus gérmenes en el aire pestilente y en las aguas contaminadas de
estos barrios obreros. Aquí no desaparecen casi nunca y se desarrollan en forma de grandes epidemias cada vez
que las circunstancias les son propicias. Estas epidemias se extienden entonces a los otros barrios más aireados y
más sanos en que habitan los señores capitalistas. La clase capitalista dominante no puede permitirse
impunemente el placer de favorecer las enfermedades epidémicas en el seno de la clase obrera, pues sufriría ella
misma las consecuencias, ya que el ángel exterminador es tan implacable con los capitalistas como con los
obreros.
Desde el momento en que eso quedó científicamente establecido, los burgueses humanitarios se encendieron en
noble emulación por ver quién se preocupaba más por la salud de sus obreros. Para acabar con los focos de
epidemias, que no cesan de reanudarse, fundaron sociedades, publicaron libros, proyectaron planes, discutieron y
promulgaron leyes. Se investigaron las condiciones de habitación de los obreros y se hicieron intentos para
remediar los males más escandalosos. Principalmente en Inglaterra, donde había mayor número de ciudades
importantes y donde, por tanto, los grandes burgueses corrían el mayor peligro, se desarrolló una poderosa
actividad; fueron designadas comisiones gubernamentales para estudiar las condiciones sanitarias de las clases
trabajadoras; sus informes, que, por su exactitud, amplitud e imparcialidad, superaban a todos los del continente,
sirvieron de base a nuevas leyes más o menos radicales. Por imperfectas que estas leyes hayan sido, sobrepasaron
infinitamente cuanto hasta ahora se hizo en el continente en este sentido. Y a pesar de esto, el régimen social
capitalista sigue reproduciendo [345] las plagas que se trata de curar, con tal inevitabilidad que, incluso en
Inglalerra, la curación apenas ha podido avanzar un solo paso.
Alemania necesitó, como de costumbre, un tiempo mucho mayor para que los focos de epidemias que existían en
estado crónico adquirieran la agudeza necesaria para despertar a la gran burguesía somnolienta. Pero, quien anda
despacio, llega lejos, y, por fin, se creó también entre nosotros toda una literatura burguesa sobre la sanidad
pública y sobre la cuestión de la vivienda: un extracto insípido de los precursores extranjeros, sobre todo
ingleses, al cual se dio la apariencia engañosa de una concepción más elevada con ayuda de frases sonoras y
solemnes. A esta literatura pertenece el libro del Dr. Emil Sax: "Las condiciones de vivienda de las clases
trabajadoras y su reforma", Viena, 1869 [19].
He escogido este libro para exponer la concepción burguesa de la cuestión de la vivienda, únicamente porque en
él se intenta resumir en lo posib]e toda la literatura burguesa sobre este tema. Pero, ¡bonita literatura la que
utiliza nuestro autor como «fuente»! De los informes parlamentarios ingleses, verdaderas fuentes principales, se
limita a citar los títulos de tres de los más viejos; todo el libro demuestra que el autor jamás a hojeado uno solo
de estos informes. Cita, en cambio, toda una serie de escritos llenos de banalidades burguesas, de buenas
intenciones pequeñoburguesas y de hipocresías filantrópicas: Ducpétiaux, Roberts, Hole, Huber, las actas del
Congreso inglés de ciencias sociales (de absurdos sociales, mejor dicho), la revista de la Asociación Protectora
de las Clases Trabajadoras de Prusia, el informe oficial austriaco sobre la Exposición Universal de París, los
informes oficiales bonapartistas sobre esta misma exposición, el "Ilustrated London News" [20], "Ueber Land
und Meer" [21] y, finalmente, una «autoridad reconocida», un hombre de «agudo sentido práctico» y de «palabra
penetrante y convincente»:... ¡Julius Faucher! En esta lista de fuentes informativas no faltan más que el
"Gartenlaube" [22], el "Kladderadatsch" [23] y el fusilero Kutschke [24].
A fin de que no pueda caber ninguna incomprensión acerca de sus puntos de vista, el Sr. Sax declara en la pág.
22:
«Entendemos por economía social la doctrina de la economía nacional aplicada a las cuestiones sociales; más
exactamente, el conjunto de los caminos y medios, que nos ofrece esta ciencia para, sobre la base de sus
«férreas» leyes y en el marco del orden social que hoy predomina, elevar a las pretendidas (!) clases
desposeídas al nivel de las clases poseyentes».
- 231 No insistiremos sobre esta concepción confusa de que la «doctrina de la economía nacional» o Economía política
puede, en general, ocuparse de cuestiones que no sean «sociales». [346] Examinaremos inmediatamente el punto
principal. El Dr. Sax exige que las «férreas leyes» de la economía burguesa, «el marco del orden social que hoy
predomina», o, en otras palabras, que el modo de producción capitalista permanezca invariable y que, sin
embargo, «las pretendidas clases desposeídas» sean elevadas «al nivel de las clases poseyentes». De hecho, una
premisa absolutamente indispensable del modo de producción capitalista es la existencia de una verdadera y no
pretendida clase desposeída, una clase que no tenga otra cosa que vender sino su fuerza de trabajo y que, por
consecuencia, esté obligada a vender esta fuerza de trabajo a los capitalistas industriales. La tarea asignada a la
«economía social», esa nueva ciencia inventada por el Sr. Sax, consiste, pues, en hallar los caminos y medios, en
un estado social fundado sobre la oposición entre los capitalistas, propietarios de todas las materias primas, de
todos los medios de producción y de existencia, de una parte, y, de la otra, los obreros asalariados, sin propiedad,
que no poseen nada más que su fuerza de trabajo; hallar, pues, los caminos y medios, en el marco de este estado
social, para que todos los trabajadores asalariados puedan ser transformados en capitalistas sin dejar de ser
asalariados. El Sr. Sax cree haber resuelto la cuestión. Pero, ¿tendría la bondad de indicarnos cómo se podría
transformar en mariscales de campo a todos los soldados del ejército francés —cada uno de los cuales, desde
Napoleón el viejo, lleva el bastón de mariscal en su mochila— sin que dejasen por esto de ser simples soldados?
O bien, ¿cómo se podría hacer un emperador alemán de cada uno de los cuarenta millones de súbditos del
Imperio germánico?
La característica esencial del socialismo burgués es que pretende conservar la base de todos los males de la
sociedad presente, queriendo al mismo tiempo poner fin a estos males. Los socialistas burgueses quieren, como
ya dice el "Manifiesto Comunista", «remediar los males sociales con el fin de consolidar la sociedad burguesa»,
quieren la «burguesía sin el proletariado» [*]. Hemos visto que es así exactamente como el señor Sax plantea el
problema. Y ve la solución en la solución del problema de la vivienda. Opina que
«mediante el mejoramiento de las viviendas de las clases laboriosas se podría remediar con éxito la miseria física
y espiritual que hemos descrito y así —mediante el considerable mejoramiento de las solas condiciones de
vivienda— podría sacarse a la mayor parte de estas clases del marasmo de su existencia, a menudo apenas
humana, y elevarla a las límpidas alturas del bienestar material y espiritual» (pág. 14).
Hagamos notar, de pasada, que interesa a la burguesía ocultar la existencia del proletariado, fruto de las
relaciones burguesas [347] de producción y condición de su ulterior existencia. Por esto el Sr. Sax nos dice en la
pág. 21 que por clases laboriosas hay que entender todas las «clases de la sociedad desprovistas de medios», la
«gente modesta en general, tales como los artesanos, las viudas, los pensionistas (!), los funcionarios subalternos,
etc.», al lado de los obreros propiamente dichos. El socialismo burgués tiende la mano al socialismo
pequeñoburgués.
Pero, ¿de dónde procede la penuria de la vivienda? ¿Cómo ha nacido? Como buen burgués, el Sr. Sax debe
ignorar que es un producto necesario del régimen social burgués; que no podría existir sin penuria de la vivienda
una sociedad en la cual la gran masa trabajadora no puede contar más que con un salario y, por tanto,
exclusivamente con la suma de medios indispensables para su existencia y para la reproducción de su especie;
una sociedad donde los perfeccionamientos de la maquinaria, etc., privan continuamente de trabajo a masas de
obreros; donde el retorno regular de violentas fluctuaciones industriales condiciona, por un lado, la existencia de
un gran ejército de reserva de obreros desocupados y, por otro lado, echa a la calle periódicamente a grandes
masas de obreros sin trabajo; donde los trabajadores se amontonan en las grandes ciudades y de hecho mucho
más de prisa de lo que, en las circunstancias presentes, se edifica para ellos, de suerte que pueden siempre
encontrarse arrendatarios para la más infecta de las pocilgas; en fin, una sociedad en la cual el propietario de una
casa tiene, en su calidad de capitalista, no solamente el derecho, sino también, en cierta medida y a causa de la
concurrencia, hasta el deber de exigir sin consideración los alquileres más elevados. En semejante sociedad, la
penuria de la vivienda no es en modo alguno producto del azar; es una institución necesaria que no podrá
desaparecer, con sus repercusiones sobre la salud, etc., más que cuando todo el orden social que la ha hecho
nacer sea transformado de raíz. Pero esto no tiene por qué saberlo el socialismo burgués. No se atreve en modo
alguno a explicar la penuria de la vivienda por razón de las condiciones actuales. No le queda, pues, otra manera
- 232 de explicarla que por medio de sermones sobre la maldad de los hombres, o por decirlo así, por medio del pecado
original.
«Y aquí tenemos que reconocer —y, por tanto, no podemos negar» (¡audaz deducción!)— «que una parte de la
culpa... recae sobre los obreros mismos, los cuales piden viviendas, y la otra, mucho más grande, sobre los que
asumen la obligación de satisfacer esa necesidad, o sobre los que, aún teniendo los medios precisos, ni siquiera
asumen esa obligación: sobre las clases poseedoras o superiores de la sociedad. La culpa de esos últimos...
consiste en que no hacen nada por procurar una oferta suficiente de buenas viviendas».
[348]
Del mismo modo como Proudhon nos remite de la Economía al Derecho, así nuestro socialista burgués nos
remite aquí de la Economía a la moral. Nada más lógico. Quien pretende que el modo de producción capitalista,
las «férreas leyes» de la sociedad burguesa de hoy sean intangibles, y, sin embargo, quiere abolir sus
consecuencias desagradables pero necesarias, no puede hacer otra cosa más que predicar moral a los capitalistas.
El efecto sentimental de estas prédicas se evapora inmediatamente bajo la acción del interés privado y, si es
necesario, de la concurrencia. Se parecen a los sermones que la gallina lanza desde la orilla del estanque a los
patitos que acaba de empollar y que nadan alegremente. Se lanzan al agua aunque no haya terreno firme, y los
capitalistas se precipitan sobre el beneficio aunque no tenga entrañas. «En cuestiones de dinero sobran los
sentimientos», como ya decía el viejo Hansemann, que de estas cosas entendía más que el Sr. Sax.
«Las buenas viviendas son tan caras que la mayor parte de los obreros está absolutamente imposibilitada de
utilizarlas. El gran capital... evita cauteloso construir viviendas para las clases trabajadoras. Y así éstas, llevadas
por la necesidad de encontrar vivienda, acaban en su mayor parte cayendo en manos de la especulación».
¡Abominable especulación! ¡El gran capital, naturalmente, no especula nunca! Pero no es la mala voluntad, sino
solamente la ignorancia, lo que impide al gran capital especular con las viviendas obreras.
«Los propietarios ignoran totalmente el enorme e importante papel... que juega la satisfacción normal de la
necesidad de habitación; no saben lo que hacen a la gente cuando con tanta irresponsabilidad le ofrecen, por
regla general, viviendas malas e insalubres; no saben, en fin, cuánto daño se hacen con esto a sí mismos» (pág.
27).
Pero, para que pueda darse la penuria de la vivienda, la ignorancia de los capitalistas necesita el complemento de
la ignorancia de los obreros. Después de haber convenido en que las «capas inferiores» de los obreros, «para no
quedarse sin refugio, se ven obligadas (!) a buscar constantemente, de un modo o de otro y dondequiera que sea,
un asilo para la noche, y que en este aspecto se encuentran absolutamente sin ayuda ni defensa», el Sr. Sax nos
cuenta que:
«Es un hecho reconocido por todos que muchos de ellos» (los obreros) «por despreocupación, pero sobre todo
por ignorancia, privan a sus organismos —podríamos decir que con virtuosismo— de las condiciones de un
desarrollo físico normal y de una existencia sana, por el hecho de que no tienen la menor idea de una higiene
racional y principalmente de la enorme importancia que en este aspecto tiene la vivienda» (pág. 27).
[349]
Aquí aparecen las orejas de burro del burgués. Mientras que la «culpa» de los capitalistas se reducía a la
ignorancia, la ignorancia de los obreros es la propia causa de su culpa. Escuchad:
«De aquí resulta» (de la ignorancia) «que, con tal de economizar algo en el alquiler, habitan viviendas sombrías,
húmedas, insuficientes, que constituyen, en una palabra, un verdadero escarnio a todas las exigencias de la
higiene..., que con frecuencia varias familias alquilan conjuntamente una misma vivienda o incluso una misma
- 233 habitación, todo esto para gastar lo menos posible en alquiler, mientras que derrochan sus ingresos de una
manera verdaderamente pecaminosa en beber y en toda suerte de placeres frívolos»
El dinero que el obrero «malgasta en vino y en tabaco» (pág. 28), «vida de taberna con todas sus lamentables
consecuencias, y que como una plomada, hunde más y más en el fango a la clase obrera», todo esto hace que el
Sr. Sax sienta como si él tuviese la plomada en el estómago. El Sr. Sax debe ignorar naturalmente, que entre los
obreros la afición a la bebida es, en las circunstancias actuales, un producto necesario de sus condiciones de vida,
tan necesario como el tifus, el crimen, los parásitos, el alguacil y las otras enfermedades sociales; tan necesario
que se puede calcular por anticipado el término medio de borrachos. Por lo demás, mi viejo maestro, en la
escuela pública, nos enseñaba ya que «la gente vulgar va a la taberna y la gente de bien, al club». Y como yo he
ido a los dos sitios, puedo confirmar que esto es verdad.
Toda esta palabrería sobre la «ignorancia» de las dos partes se reduce a las viejas peroraciones sobre la armonía
entre los intereses del capital y del trabajo. Si los capitalistas conocieran su verdadero interés, ofrecerían a los
obreros buenas viviendas y mejorarían en general su situación. Y si los obreros comprendieran su verdadero
interés, no harían huelgas, no se sentirían empujados hacia la socialdemocracia, no se mezclarían en política, sino
que seguirían obedientemente a sus superiores, los capitalistas. Por desgracia, ambas partes encuentran su interés
en cualquier lugar menos en las prédicas del Sr. Sax y de sus innumerables precursores. El evangelio de la
armonía entre el capital y el trabajo lleva ya predicándose cerca de cincuenta años; la filantropía burguesa ha
realizado enormes dispendios para demostrar esta armonía mediante instituciones modelo. Pero, como veremos a
continuación, no hemos adelantado nada en estos cincuenta años.
Nuestro autor aborda ahora la solución práctica del problema. El carácter poco revolucionario de la solución
preconizada por Proudhon, quien quería hacer de los obreros propietarios de su vivienda, se manifiesta ya en el
hecho de que el [350] socialismo burgués, aún antes que él, había intentado, e intenta todavía, realizar
prácticamente esta proposición. El Sr. Sax también declara que la cuestión de la vivienda sólo puede ser
enteramente resuelta mediante la transferencia de la propiedad de la vivienda a los obreros (págs. 58-59). Más
aún, se sume en un éxtasis poético ante esta idea y da libre curso a sus sentimientos en esta parrafada llena de
inspiración:
«Hay algo peculiar en esa nostalgia de la propiedad de la tierra que es inherente al hombre, en ese afán que ni
siquiera ha conseguido debilitar la moderna vida de negocios de pulso febril. Es el centimiento inconsciente de la
importancia de la conquista económica que representa la propiedad de la tierra. Gracias a ella, el hombre alcanza
una posición segura, echa raíces sólidas en la tierra, por decirlo así, y toda economía (!) encuentra en ella su base
más firme. Pero la fuerza bendita de la propiedad de la tierra se extiende mucho más allá de estas ventajas
materiales. Quien tiene la felicidad de poder designar como suya una parcela de tierra, ha alcanzado el más alto
grado de independencia económica que pueda imaginarse; posee un territorio sobre el cual puede gobernar con
poder soberano, es su propio dueño, goza de un cierto poder y dispone de un refugio seguro para los días
adversos; su conciencia de sí mismo se eleva, y con ella su fuerza moral. De ahí, la profunda significación de la
propiedad en la cuestión presente... El obrero expuesto sin defensa a las variaciones de la coyuntura, en continua
dependencia del patrono, estaría de este modo, y en cierta medida, asegurado contra esta situación precaria; se
transformaría en capitalista y estaría asegurado contra los peligros del paro o de la incapacidad de trabajo,
gracias al crédito hipotecario que tendría siempre abierto. Sería elevado de este modo de la clase de los no
poseyentes a la de los poseedores» (pág. 63).
El Sr. Sax parece suponer que el hombre es esencialmente campesino; de lo contrario, no atribuiría al obrero de
nuestras grandes ciudades una nostalgia de la tierra propia que nadie había descubierto en ellos. Para nuestros
obreros de las grandes ciudades la libertad de movimiento es la primera condición vital, y la propiedad de la
tierra no puede resultarles más que una cadena. Proporcionadles casas que les pertenezcan en propiedad,
encadenadlos de nuevo a la tierra, y romperéis su fuerza de resistencia a la baja de los salarios por los
fabricantes. Un obrero aislado puede, llegado el caso, vender su casita; pero en una huelga seria o una crisis
industrial general, todas las casas pertenecientes a los obreros afectados habrían de presentarse en el mercado
para ser vendidas, y, por consiguiente, no encontrarían comprador, o, en todo caso, tendrían que venderse a un
- 234 precio muy inferior a su precio de coste. E incluso si todas ellas encontraran comprador, toda la gran reforma del
Sr. Sax se reduciría a la nada y tendría que volver a empezar desde el principio. Por lo demás, los poetas viven en
un mundo imaginario lo mismo que el Sr. Sax, el cual imagina que el propietario rural «ha alcanzado el más alto
grado de independencia económica», que posee «un refugio seguro», que «se transformaría en capitalista y
estaría [351] garantizado contra los peligros del paro o de la incapacidad de trabajo, gracias al crédito hipotecario
que tendría siempre abierto», etc. Pero observe el Sr. Sax a los pequeños campesinos franceses y a nuestros
propios pequeños campesinos renanos: sus casas y sus campos están gravados con hipotecas a más no poder; sus
cosechas pertenecen a sus acreedores aún antes de la siega, y sobre su «territorio» no son ellos quienes gobiernan
con poder soberano, sino el usurero, el abogado y el alguacil. Es este, en efecto, el más alto grado de
independencia económica que puede imaginarse... para el usurero. Y para que los obreros coloquen lo antes
posible sus casitas bajo esa misma soberanía del usurero, el bien intencionado Sr. Sax les indica, previsor, el
crédito hipotecario que tendría siempre asegurado en época de paro o cuando fuesen incapaces para el trabajo,
en vez de vivir a costa de la Asistencia Pública.
De todos modos, el Sr. Sax ha resuelto, pues, la cuestión planteada al principio: el obrero «se transformaría en
capitalista» mediante la adquisición de una casita en propiedad.
El capital es el dominio sobre el trabajo ajeno no pagado. La casita del obrero no será capital más que cuando la
haya alquilado a un tercero y se apropie, en forma de alquiler, una parte del producto del trabajo de este tercero.
Por el hecho de habitarla él mismo, impide precisamente que la casa se convierta en capital, por lo mismo que el
traje deja de ser capital desde el instante en que lo he comprado en casa del sastre y me lo he puesto. El obrero
que posee una casita de un valor de mil táleros no es ya, ciertamente, un proletario, pero hay que ser el Sr. Sax
para llamarle capitalista.
El carácter capitalista de nuestro obrero tiene, además, otro aspecto. Supongamos que en una región industrial
determinada sea normal que cada obrero posea su propia casita. En este caso la clase obrera de esta región está
alojada gratuitamente; los gastos de vivienda ya no entran en el valor de su fuerza de trabajo. Pero toda
disminución de los gastos de producción de la fuerza de trabajo, es decir, toda reducción por largo tiempo de los
precios de los medios de subsistencia del obrero equivale, «en virtud de las férreas leyes de la doctrina de la
economía nacional», a una baja del valor de la fuerza de trabajo y lleva, en fin de cuentas, a una baja
correspondiente del salario. El salario descendería así, por término medio, en una cantidad igual a la economía
realizada sobre el alquiler corriente, es decir, que el obrero pagaría el alquiler de su propia casa, no como antes
en dinero al propietario, sino bajo la forma de trabajo no pagado que iría al fabricante para el cual trabaja. De
esta manera, las economías invertidas por el obrero en la casita se convertirían, [352] efectivamente y en cierta
medida, en capital, pero no para él, sino para el capitalista de quien es asalariado.
El Sr. Sax no ha conseguido, pues, ni siquiera sobre el papel, transformar a su obrero en capitalista.
Anotemos de pasada que lo que acaba de decirse vale para todas las reformas llamadas sociales que pueden
reducirse a una economía o a un abaratamiento de los medios de subsistencia del obrero. O bien estas reformas se
generalizan y van seguidas de la correspondiente disminución de salarios, o bien no son más que experimentos
aislados, y entonces su existencia a título de excepción demuestra simplemente que su realización en gran escala
es incompatible con el actual modo de producción capitalista. Supongamos que se ha conseguido en cierta zona,
gracias a la implantación general de cooperativas de consumo, hacer más baratos en un 20 por 100 los medios de
subsistencia del obrero. El salario habría de descender a la larga alrededor de un 20 por 100, es decir, en la
misma medida en que esos medios de subsistencia entran en el presupuesto del obrero. Si los obreros emplean,
por ejemplo, las tres cuartas partes de su salario semanal en la compra de estos medios de subsistencia, el salario
descenderá finalmente en tres cuartas partes del 20 por 100, o sea en un 15 por 100. En una palabra, desde el
momento en que una reforma ahorrativa se generaliza, el obrero recibe un salario mermado en la misma
proporción en que este ahorro le permite vivir más barato. Dad a cada obrero un ahorro de cincuenta y dos
táleros y su salario semanal acabará finalmente por descender en un tálero. Así, cuanto más economiza, menos
salario recibe. No economiza, pues, en su propio interés, sino en interés del capitalista. ¿Qué más hace falta para
«despertar poderosamente en él... la primera virtud económica, el sentido del ahorro»? (pág. 64).
- 235 Por lo demás, el Sr. Sax nos dice a continuación que los obreros deben hacerse propietarios de casas, no tanto por
su propio interés como por el de los capitalistas:
«No solamente el estamento obrero, sino el conjunto de la sociedad tiene el mayor interés en que el número más
elevado de sus miembros quede atado» (!) «a la tierra» (quisiera ver por una vez al Sr. Sax en esta postura)... «La
propiedad de la tierra... reduce el número de los que luchan contra el dominio de la clase poseedora. Todas las
fuerzas secretas que inflaman el volcán que arde bajo nuestros pies y que se llama cuestión social: la
exasperación del proletariado, el odio..., las peligrosas confusiones de ideas..., todas deben disiparse, como la
niebla al salir el sol, cuando... los propios obreros entren de esta manera en la clase de los poseedores» (pág. 65).
En otros términos: el Sr. Sax espera que, mediante un cambio de su posición proletaria, como el que produciría la
adquisición de una casa, los obreros perderán igualmente su carácter proletario [353] y volverán a ser los siervos
sumisos que eran sus antepasados, asimismo propietarios de sus casas. ¡Convendría que los proudhonianos lo
tuviesen presente!
El Sr. Sax cree haber resuelto de este modo la cuestión social:
«Un reparto más equitativo de los bienes, el enigma de la esfinge, que tanto se ha intentado solucionar en vano,
¿no se halla ahora ante nosotros, como un hecho tangible, no ha sido así arrancado a las esferas del ideal y no ha
entrado en los dominios de la realidad? Y cuando se haya realizado ¿no habremos logrado una de las finalidades
supremas que incluso los socialistas más extremistas presentan como punto culminante de sus teorías?» (pág.
66).
Es verdaderamente una felicidad el que hayamos llegado a este punto. Este grito de triunfo representa,
efectivamente, el «punto culminante» del libro del Sr. Sax, y a partir de este pasaje volvemos a descender
suavemente de las «esferas del ideal» a la lisa y llana realidad. Y cuando lleguemos abajo advertiremos que
durante nuestra ausencia no ha cambiado nada, absolutamente nada.
Nuestro guía nos hace dar el primer paso hacia el descenso informándonos de que hay dos clases de viviendas
obreras: el sistema del cottage, en que cada familia obrera posee su casita, si es posible con un jardincillo, como
en Inglaterra; y el sistema cuartelero, que comprende enormes edificios, en los cuales hay numerosas viviendas
obreras, como en París, Viena, etc. Entre ambos existe el sistema practicado en el Norte de Alemania. Cierto que
el sistema del cottage sería el único indicado y el único en que cada obrero podría adquirir la propiedad de su
casa; el sistema cuartelero presentaría, además, grandes desventajas en cuanto a la salud, a la moralidad y a la
paz doméstica, pero, desgraciadamente, el sistema del cottage sería irrealizable en los centros de penuria de la
vivienda, en las grandes ciudades, a consecuencia del encarecimiento de los terrenos. Y aún podríamos darnos
por satisfechos si se construyen, en vez de grandes cuarteles, casas de cuatro a seis viviendas, o bien si se
remedian los principales defectos del sistema de los cuarteles mediante toda clase de artificios de construcción
(págs. 71 a 92).
El descenso es sensible, ¿no es cierto? La transformación del obrero en capitalista, la solución de la cuestión
social, la casa propia para cada obrero, todo esto se ha quedado allá arriba, en la «esfera del ideal». De lo único
que tenemos que preocuparnos es de introducir el sistema del cottage en el campo y organizar en las ciudades los
cuarteles obreros de la manera que sea más soportable.
Es evidente que la solución burguesa de la cuestión de la vivienda se ha ido a pique al chocar con la oposición
entre la ciudad y el campo. Y llegamos aquí al nervio mismo del problema. La cuestión [354] de la vivienda no
podrá resolverse hasta que la sociedad esté lo suficientemente transformada para emprender la supresión de la
oposición que existe entre la ciudad y el campo, oposición que ha llegado al extremo en la sociedad capitalista de
hoy. Lejos de poder remediar esta oposición la sociedad capitalista tiene que aumentarla cada día más. Los
primeros socialistas utópicos modernos, Owen y Fourier, ya lo habían comprendido muy bien. En sus
organizaciones modelo, la oposición entre la ciudad y el campo ya no existe. Es, pues, lo contrario de lo que
afirma el Sr. Sax: no es la solución de la cuestión de la vivienda lo que resuelve al mismo tiempo la cuestión
- 236 social, sino que es la solución de la cuestión social, es decir, la abolición del modo de producción capitalista, lo
que hace posible la solución del problema de la vivienda. Querer resolver la cuestión de la vivienda manteniendo
las grandes ciudades modernas, es un contrasentido. Estas grandes ciudades modernas podrán ser suprimidas sólo
con la abolición del modo de producción capitalista, y cuando esta abolición esté en marcha, ya no se tratará de
procurar a cada obrero una casita que le pertenezca en propiedad, sino de cosas bien diferentes.
Sin embargo, toda revolución social deberá comenzar tomando las cosas tal como son y tratando de remediar los
males más destacados con los medios existentes. Hemos visto ya a este propósito que se puede remediar
inmediatamente la penuria de la vivienda mediante la expropiación de una parte de las casas de lujo que
pertenecen a las clases poseedoras, y obligando a poblar la otra parte.
Pero el Sr. Sax tampoco consigue cambiar nada cuando, después, deja de nuevo las grandes ciudades y perora
por todo lo alto sobre las colonias obreras que han de ser construidas cerca de las ciudades, cuando nos describe
todas las hermosuras de estas colonias con sus instalaciones de uso común: «canalizaciones de agua, alumbrado
de gas, calefacción central con agua o vapor, lavaderos, secaderos, baños, etc.», con «casas-cuna, escuelas,
oratorios (!), salas de lectura, bibliotecas..., cantinas y cervecerías, salones de baile y de música muy
respetables», con la fuerza de vapor conducida a todas las casas «de manera que, en cierta medida, la producción
podrá ser transferida otra vez de las fábricas al taller familiar». Esta colonia, tal como aparece descrita aquí, el Sr.
Huber la tomó directamente de los socialistas Owen y Fourier, aburguesándola por completo al quitarle todo
carácter socialista. Y es precisamente esto lo que la convierte en algo totalmente utópico. Ningún capitalista tiene
el menor interés en construir tales colonias que, por lo demás, no existen en ningún lugar del mundo, fuera de
Guise, en Francia. Y la colonia de [355] Guise fue construida... por un fourierista, no con vista a un negocio de
especulación, sino como experimento socialista [*] [25] El Sr. Sax hubiera podido citar lo mismo en favor de su
arbitrismo burgués la colonia comunista "Harmony Hall" [26], fundada por Owen a principios de la década del
cuarenta en Hampshire y que desapareció hace ya mucho tiempo.
Así pues, toda esta palabrería sobre la colonización no es más que un pobre intento de ascender otra vez a «las
esferas del ideal», pero que tiene que ser rápida y nuevamente abandonado. Volvemos a emprender, pues,
nuestro descenso a toda velocidad. La solución más simple es ahora que
«los patronos, los dueños de las fábricas, ayuden a los obreros a obtener viviendas adecuadas, ya sea
construyéndolas ellos mismos, ya estimulando y ayudando a los obreros a dedicarse a la construcción,
proporcionándoles terrenos, anticipándoles capitales para construir, etc.» (pág. 106).
Estamos una vez más fuera de las grandes ciudades, donde no cabe ni hablar de un intento semejante, y nos
trasladamos de nuevo al campo. El Sr. Sax demuestra ahora que los propios fabricantes están interesados en
ayudar a sus obreros a tener habitaciones soportables, pues esto, por una parte, es una buena manera de colocar
su capital, y, por otra, originará infaliblemente
«...un mejoramiento de la situación de los obreros... un aumento de su fuerza física e intelectual de trabajo... lo
que, naturalmente... no es menos... ventajoso para los patronos. De este modo, tenemos un punto de vista
acertado sobre la participación de estos últimos en la solución del problema de la vivienda. Esta participación
dimana de la asociación latente, de la preocupación de los patronos por el bienestar físico y económico,
espiritual y moral de sus obreros, preocupación disimulada en la mayoría de los casos bajo la apariencia de
esfuerzos humanitarios y que encuentra por sí misma su compensación pecuniaria en el resultado obtenido, en la
recluta y conservación de trabajadores capaces, hábiles, diligentes, contentos y fieles» (pág. 108).
Esta frase sobre la «asociación latente» [27], con la cual Huber intenta dar un «sentido elevado» a su palabrería
de burgués-filántropo, no modifica en nada las cosas. Incluso sin esta frase, los grandes fabricantes rurales,
especialmente en Inglaterra, han comprendido, desde hace mucho tiempo, que la construcción de viviendas
obreras no solamente es una necesidad y una parte de la fábrica, sino que es, además, muy rentable. En
Inglaterra, pueblos enteros surgieron de esta manera y algunos de ellos, más tarde, se convirtieron en ciudades.
En cuanto a los obreros, en vez de estar agradecidos a los capitalistas filántropos, no dejaron, en todos los
- 237 tiempos, de hacer importantes objeciones a este «sistema del cottage», pues no sólo han de pagar un precio de
[356] monopolio por estas casas, puesto que el fabricante no tiene competidores, sino que en cada huelga se
encuentran sin casa, ya que el fabricante los expulsa sin más ni más y hace de este modo mucho más difícil toda
resistencia. Se encontrarán más detalles en mi libro "La situación de la clase obrera en Inglaterra" (págs. 224 y
228). El Sr. Sax piensa, sin embargo, que tales argumentos «apenas merecen una refutación» (pág. 111). Pero,
¿no quiere asegurar a cada obrero la propiedad de su casita? Sin duda, mas como «el patrono ha de poder
disponer siempre de esta habitación, en el caso de licenciar a un obrero, para tener una vivienda libre para su
sustituto», sería, pues... necesario «para estos casos, convenir, mediante contrato, que la propiedad es revocable»
[*] [28] (pág. 113).
Esta vez, el descenso se ha efectuado mucho más de prisa de lo que esperábamos. Se había dicho primero: el
obrero ha de ser dueño de su casita; luego nos hemos enterado de que esto no era posible en las ciudades, sino
sólo en el campo. Ahora se nos explica que esta propiedad, incluso en el campo, tiene que ser «¡revocable! por
contrato». Con esta nueva especie de propiedad descubierta por el Sr. Sax para los obreros, con su
transformación en capitalistas «revocables por contrato», llegamos felizmente otra vez a tierra firme. Tendremos,
pues, que buscar ahora lo que los capitalistas y otros filántropos han hecho verdaderamente para resolver la
cuestión de la vivienda.
NOTAS
[19] 247. E. Sax. "Die Wohnungszustände der arbeitenden Classen un ihre Reform" («Las condiciones de vivienda de las clases
trabajadoras y su reforma»). Wien, 1869.- 315, 345.
[20] 256. "Illustrated London News" («Novedades ilustradas de Londres»), revista semanal inglesa, se publica desde 1842.- 345.
[21] 257. "Ueber Land und Meer" («Por tierra y mar»), revista ilustrada semanal alemana, se publicó en Stuttgart de 1858 a 1923.- 345.
[22] 258. "Gartenlaube" («Cenador»), revista semanal literaria alemana de orientación pequeñoburguesa, se publicó de 1853 a 1903 en
Leipzig y de 1903 a 1943 en Berlín.- 345.
[23] 175. "Kladderadatsch", revista satírica ilustrada semanal, se publicó en Berlín desde 1848.- 236, 345
[24] 259. El fusilero August Kutschke, seudónimo del poeta alemán Gotthelf Hoffmann, autor de una canción nacionalista de soldados
en la época de la guerra franco-prusiana de los años 1870-1871.- 345.
[*] Véase la presente edición, t. 1, pág. 135. (N. de la Edit.)
[*] Y también ésta se ha convertido finalmente en un simple lugar de explotación de los obreros. Véase el "Socialiste" de París, año
1886 {260}. (Nota de Engels a la edición de 1887.)
[25] 260. "Le Socialiste" («El Socialista»), hebdomadario francés, órgano del Partido Obrero de 1885 a 1902, del Partido Socialista de
Francia, de 1902 a 1905 y, desde 1905, del Partido Socialista Francés; en el periódico colaboró Engels. Véanse los artículos sobre la
colonia de Guise en el periódico del 3 y del 24 de julio de 1886.- 355.
[26] 261. "Harmony Hall", colonia comunista fundada por los socialistas utópicos ingleses encabezados por Robert Owen a fines de
1839; existió hasta 1845. - 355.
[27] 262. Véase V. A. Huber. "Sociale Fragen. IV. Die Latente Association" («Problemas sociales. IV. La asociación latente»).
Nordhausen, 1866.- 355.
[*] También en esto los capitalistas ingleses, no solamente han satisfecho desde hace tiempo los más profundos anhelos del Sr. Sax,
sino que han ido mucho más allá. El lunes, 14 de octubre de 1872, en Morpeth, el Tribunal que había de pronunciarse sobre el
establecimiento de las listas de electores del parlamento, hubo de resolver sobre la demanda de dos mil mineros que pedían su
inscripción en el censo electoral. Resultó que la mayor parte de ellos, según el reglamento de la mina en que trabajaban, debían ser
considerados no como arrendatarios de las casitas en que habitaban, sino únicamente como habitantes tolerados que podían ser
- 238 expulsados en cualquier momento sin previo aviso. (El propietario de las minas y el de las casas era, naturalmente, una sola y misma
persona.) El juez decidió que tales gentes no eran arrendatarios, sino domésticos y que, dada esta condición, no tenían ningún derecho a
ser incluidos en las listas electorales ("Daily News" {198}, 15 de octubre de 1872).
[28] 198. "The Daily News" («Noticias diarias»), diario liberal inglés, órgano de la burguesía industrial, se publicó con este título en
Londres de 1846 a 1930.- 256, 356
II
Si hemos de creer a nuestro Dr. Sax, los señores capitalistas ya han hecho mucho para aliviar la penuria de la
vivienda, y esto demuestra que la cuestión de la vivienda puede ser resuelta sobre la base del modo de
producción capitalista.
El Sr. Sax nos cita en primer lugar... ¡a la Francia bonapartista! Luis Bonaparte, con ocasión de la Exposición
Universal [357] de París, nombró, como es sabido, una comisión que —así se decía— debía redactar un informe
sobre la situación de las clases trabajadoras en Francia, pero que, de hecho, debía describirla como realmente
paradisíaca para mayor gloria del Imperio. Y es en el informe de tal comisión, integrada por las criaturas más
corrompidas del bonapartismo, en lo que el Sr. Sax se basa, ante todo, porque los resultados de sus trabajos,
«según el propio juicio del comité competente, son bastante completos para Francia». ¿Qué resultados, pues, son
éstos? Entre los 89 grandes industriales o sociedades por acciones que proporcionaron informes, hay 31 que no
construyeron en absoluto viviendas obreras; las que fueron construidas dieron alojamiento, según la propia
estimación del Sr. Sax, todo lo más, de 50.000 a 60.000 personas y se componen casi exclusivamente de un
máximo de dos piezas por cada familia.
Es evidente que todo capitalista, que por las condiciones de su industria —fuerza hidráulica, emplazamiento de
las minas de carbón, de hierro, etc.— está ligado a una determinada localidad rural, debe construir viviendas para
sus obreros cuando éstas no existen. Pero para ver en esto una demostración de la existencia de la «asociación
latente», una «prueba viva de cómo aumenta la comprensión del problema y de su alto alcance», «un comienzo
lleno de promesas» (pág. 115), es preciso tener muy arraigada la costumbre de engañarse a sí mismo. Por lo
demás, los industriales de los diferentes países se distinguen también en esto, según su carácter nacional
respectivo. Así, por ejemplo, el Sr. Sax nos cuenta (pág. 117) que:
«En Inglaterra únicamente en estos últimos tiempos es cuando se ha producido una actividad crecida de los
patronos en este sentido. Principalmente en los pueblecitos rurales más lejanos... el hecho de que los obreros
tengan a menudo que recorrer una gran distancia desde la localidad más próxima hasta la fábrica y lleguen a su
trabajo ya cansados, lo que se traduce en una producción insuficiente, incitó particularmente a los patronos a
construir viviendas para sus obreros. Al mismo tiempo, el número de los que, teniendo un concepto más
profundo de la situación, relacionan más o menos la reforma de la vivienda con todos los otros elementos de la
asociación latente, es cada día mayor. A ellos se deben todas estas colonias florecientes que han nacido... Los
nombres de Ashton en Hyde, Ashwort en Turton, Grant en Bury, Greg en Bollington, Marshall en Leeds, Strutt
en Belper, Salt en Saltaire, Akroyd en Copley, etc. son muy conocidos por este motivo en el Reino Unido».
¡Santa ingenuidad y todavía más santa ignorancia! ¡Sólo en estos «últimos tiempos» es cuando los fabricantes
rurales ingleses han construido viviendas obreras! Pero no es cierto, querido Sr. Sax; los capitalistas ingleses son
unos verdaderos grandes industriales, y no sólo por sus bolsas, sino también por su cerebro. Mucho antes de que
Alemania hubiese conocido una verdadera [358] gran industria, se habían dado cuenta de que, en la producción
fabril rural, el capital invertido en viviendas obreras constituye directa e indirectamente una parte muy rentable y
necesaria del capital total invertido. Mucho antes de que la lucha entre Bismarck y los burgueses alemanes
hubiese dado a los obreros alemanes la libertad de asociación, los fabricantes ingleses, los propietarios de minas
- 239 y de fundiciones conocían ya por experiencia la presión que podían ejercer sobre los obreros en huelga, cuando
eran a la vez propietarios arrendadores de estos obreros. Las «colonias florecientes» de un Greg, de un Ashton o
de un Ashwort son tan de los «últimos tiempos» que hace ya 40 años fueron trompeteadas como modelo por la
burguesía, y yo mismo las describí hace 28 años (v. "La situación de la clase obrera en Inglaterra", págs. 228 a
230, nota). Las colonias de Marshall y de Akroyd (así es como se escribe su nombre) son aproximadamente de
esta época; la de Strutt es aún más vieja, pues sus comienzos datan del siglo pasado. Y como en Inglaterra se ha
determinado que la duración media de una habitación obrera es de 40 años, el Sr. Sax puede él mismo, contando
con los dedos, darse cuenta del estado de ruina en que se encuentran ahora estas «colonias florecientes».
Además, la mayor parte de estas colonias ya no están situadas en el campo; la formidable extensión de la
industria hizo que la mayoría de ellas hayan sido rodeadas de fábricas y de casas, de modo que hoy día estas
colonias se encuentran en el centro de ciudades sucias y ahumadas de 20.000 a 30.000 habitantes y aún más, lo
que no impide a la ciencia burguesa alemana, representada por el Sr. Sax, repetir fielmente los viejos cánticos
laudatorios ingleses de 1840, que hoy no tienen ya ninguna aplicación.
¡Y ni más ni menos que el viejo Akroyd! Aquel buen hombre era, sin duda, un filántropo de pura cepa. Quería
tanto a sus obreros, y sobre todo a sus obreras, que sus competidores de Yorkshire, menos amigos que él de la
humanidad, tenían costumbre de decir a su respecto: ¡hace funcionar su fábrica únicamente con sus propios
hijos! El Sr. Sax nos asegura que en estas colonias florecientes «los nacimientos ilegítimos son cada vez más
raros» (pág. 118). Desde luego, nacimientos ilegítimos fuera del matrimonio: las chicas guapas, en los distritos
industriales ingleses, se casan, efectivamente, muy jóvenes.
En Inglaterra, la construcción de viviendas obreras al lado de cada gran fábrica rural y simultáneamente con ella,
ha sido regla general desde hace 60 años y aún más. Como ya hemos señalado, muchos de estos pueblos fabriles
se han convertido en el centro alrededor del cual se ha desarrollado más tarde una verdadera ciudad industrial,
con todos los males que ésta implica. [359] Tales colonias, pues, no han resuelto el problema de la vivienda; en
realidad, ellas lo han provocado por vez primera en sus respectivas localidades.
Por el contrario, en los países que se han ido arrastrando a la zaga de Inglaterra en el terreno de la gran industria,
desconocida para ellos, en realidad, hasta 1848, en Francia y, principalmente, en Alemania, la cosa ha sido
completamente distinta. Aquí, solamente los dueños de gigantescas fábricas metalúrgicas, después de muchas
cavilaciones, se decidieron a construir algunas viviendas obreras; por ejemplo, las fábricas Schneider, en El
Creusot, y los establecimientos Krupp, en Essen. La gran mayoría de los industriales rurales dejan que sus
obreros hagan, mañana y tarde, kilómetros y más kilómetros bajo la lluvia, la nieve y el calor, para ir de su casa a
la fábrica y viceversa. Este caso se presenta, sobre todo en las regiones montañosas: en los Vosgos franceses y
alsacianos, en los valles del Wupper, del Sieg, del Agger, del Lene y otros ríos de Westfalia y de Renania. En los
Montes Metálicos el caso no es distinto. Entre los alemanes, como entre los franceses, observaremos la misma
mezquindad.
El Sr. Sax sabe perfectamente que los comienzos llenos de promesas, lo mismo que las colonias florecientes, no
significan absolutamente nada. Busca ahora la manera de demostrar a los capitalistas qué maravillosas rentas
pueden obtener con la construcción de viviendas obreras. En otros términos, busca la manera de indicarles un
nuevo procedimiento para estafar a los obreros.
En primer lugar, les cita el ejemplo de una serie de sociedades de construcción de Londres, en parte filantrópicas,
en parte especulativas, que obtuvieron un beneficio neto del cuatro al seis por ciento y a veces más. En realidad,
el Sr. Sax no tiene necesidad de demostrarnos que el capital invertido en viviendas obreras resulta un buen
negocio. La razón de que en ellas no se haya invertido más capital es que las habitaciones caras dan todavía
mayor beneficio a sus propietarios. Las exhortaciones dirigidas por el Sr. Sax a los capitalistas se reducen una
vez más a simples prédicas de moral.
En lo que se refiere a estas sociedades de construcción de Londres, de las que el Sr. Sax nos canta los brillantes
resultados, según su propio cálculo —y ahí está contada cada empresa especulativa de la construcción— han
construido en todo y por todo viviendas para 2.132 familias y 706 hombres solos, es decir, ¡para menos de
- 240 15.000! ¡Y son puerilidades de este tipo las que se atreven a presentar seriamente en Alemania como grandes
resultados, cuando tan sólo en el East End de Londres un millón de obreros viven en las más espantosas
condiciones de vivienda! Todos estos esfuerzos filantrópicos son, en realidad, [360] tan lastimosamente nulos,
que los informes parlamentarios ingleses dedicados a la situación de los obreros ni siquiera aluden a ellos.
No hablaremos del ridículo desconocimiento de Londres que resalta en todo este capítulo del Sr. Sax.
Recordemos nada más una sola cosa. El Sr. Sax cree que el asilo nocturno para hombres solos de Soho ha
desaparecido por la razón de que en este barrio «no se podía contar con una clientela numerosa». El Sr. Sax se
representa, por lo visto, todo el West End de Londres como una ciudad de lujo; ignora que inmediatamente detrás
de las calles más elegantes se encuentran los barrios obreros más sucios, entre ellos Soho, por ejemplo. El asilo
modelo de Soho, del cual habla el Sr. Sax y que he conocido hace 23 años, al principio era siempre muy
frecuentado, pero, a la larga, se cerró porque nadie podía quedarse en él. ¡Y todavía era una de las casas mejores!
Pero ¿no es un éxito la ciudad obrera de Mulhouse, en Alsacia?
La ciudad obrera de Mulhouse es el gran objeto de exhibición de los burgueses del continente, lo mismo que las
colonias antes florecientes de Ashton, Ashwort, Greg y consortes lo eran para los burgueses ingleses.
Desgraciadamente, no tenemos aquí el producto de una asociación «latente», sino de una asociación abierta entre
el Segundo Imperio francés y los capitalistas alsacianos. Fue uno de los experimentos socialistas de Luis
Bonaparte, para el cual el Estado anticipó una tercera parte del capital. En catorce años (hasta 1867) fueron
construidas 800 casitas, según un sistema defectuoso, inconcebible en Inglaterra, donde estas cosas se entienden
mejor. Después de 13 a 15 años de entregas mensuales de un alquiler elevado, la casa pasa a ser propiedad del
obrero inquilino. Este método de adquisición de la propiedad ha sido introducido desde hace ya mucho tiempo en
las cooperativas de construcción inglesas, como veremos más tarde. Por lo tanto, los bonapartistas alsacianos no
tuvieron por qué inventarlo. Los suplementos al alquiler destinados a comprar la casa son bastante más elevados
que en Inglaterra. Después de 15 años, durante los cuales el obrero francés pagó en total, digamos, 4.500 francos,
entra en posesión de una casa que, 15 años antes, valía 3.300 francos. Si el obrero desea mudarse de casa o se
retrasa un solo mes en sus entregas (y en este caso se le puede expulsar), se le carga en concepto de alquiler anual
un 6 2/3 % del valor primitivo de la casa (por ejemplo, 17 francos cada mes por una casa de 3.000 francos),
devolviéndosele la diferencia. Naturalmente, el obrero no recibe ni un céntimo de interés sobre el dinero que ha
entregado. Se comprende que, en estas condiciones, la sociedad haga su agosto, sin necesidad del «apoyo del
Estado». Se comprende también que las viviendas entregadas en estas [361] condiciones, por hallarse próximas a
la ciudad y ser medio rústicas, son mejores que las viejas casas-cuartel situadas dentro de la población.
No diremos nada de los pocos y míseros experimentos hechos en Alemania y cuya pobreza reconoce el propio
Sr. Sax en la página 157.
En definitiva, ¿qué demuestran todos estos ejemplos? Sencillamente, que la construcción de viviendas obreras,
incluso cuando no se pisotean todas las leyes de la higiene, es perfectamente rentable desde el punto de vista
capitalista. Pero esto no fue nunca discutido, y lo sabíamos todos desde hace mucho tiempo. Todo capital
invertido, con arreglo a una necesidad, es rentable cuando se explota racionalmente. La cuestión es precisamente
saber por qué, a pesar de todo, subsiste la penuria de la vivienda, por qué, a pesar de todo, los capitalistas no se
preocupan de proporcionar alojamientos suficientes y sanos a los obreros. Y, en este caso, el Sr. Sax se limita
también a exhortar a los capitalistas, sin darnos ninguna contestación. Pero la verdadera contestación la hemos
dado nosotros más arriba.
El capital (esto está definitivamente establecido) no quiere suprimir la penuria de la vivienda, incluso pudiendo
hacerlo. Por lo tanto, no quedan más que dos salidas: la mutualidad obrera y la ayuda del Estado.
El Sr. Sax, partidario entusiasta de la mutualidad, es capaz de contarnos prodigios de ella en el terreno del
problema de la vivienda. Desgraciadamente, ya desde el principio, tiene que reconocer que la mutualidad no
puede dar resultado más que en los sitios donde existe el sistema del cottage o bien donde es realizable, o sea,
- 241 otra vez, tan sólo en el campo. En las grandes ciudades, incluso en Inglaterra, esto es solamente posible dentro de
unos límites muy estrechos. Y el Sr. Sax no tarda en suspirar:
«esta reforma» (mediante la mutualidad) «puede realizarse solamente dando un rodeo y, por lo tanto, siempre de
un modo imperfecto. A decir verdad, únicamente en la medida en que el principio de la propiedad privada llega a
ser una fuerza que influye sobre la calidad de la vivienda».
Pero, una vez más, subsiste la duda. Es cierto, desde luego, que «el principio de la propiedad privada» no ha
aportado ninguna reforma a la «calidad» del estilo de nuestro autor. Sin embargo, la mutualidad hizo tales
milagros en Inglaterra, «que todo lo que ha sido emprendido con vistas a resolver el problema de la vivienda en
otras direcciones, ha sido sobrepasado en mucho». Se trata de las building societies [*] inglesas, a las que el Sr.
Sax dedica tanta atención porque
[362]
«acerca de su carácter y de sus actividades en general circulan unas ideas falsas o muy insuficientes. Las building
societies inglesas no son en modo alguno... sociedades ni cooperativas de construcción; son más bien... lo que
podría llamarse en alemán Hauserwerbvereine [*]*. Estas asociaciones se asignan como finalidad constituir un
fondo con las cotizaciones periódicas de sus miembros, que permitirá, en la medida de su cuantía, conceder
préstamos a sus miembros para la adquisición de una casa... Así pues, la building society representa, para una
parte de sus adheridos, el papel de una caja de ahorro, y para otra parte el de una casa de préstamos. Las building
societies, son, por consiguiente, instituciones de crédito hipotecario adaptadas a las necesidades del obrero, y que
utilizan fundamentalmente... los ahorros de los obreros... para ayudar a sus compañeros depositantes en la
adquisición o la construcción de una casa. Como se puede presumir, dichos préstamos son otorgados contra una
hipoteca sobre el inmueble correspondiente, de tal forma que su pago se efectúa mediante entregas a plazos
cortos, en las que se incluye a la vez la amortización y el interés... Los intereses no se entregan a los depositantes,
sino que son colocados en su cuenta a interés compuesto... La recuperación de los depósitos, así como de los
intereses acumulados... puede hacerse en cualquier momento mediante previo aviso de un mes» (págs. 170172).,«Existen en Inglaterra más de 2.000 sociedades de éste tipo... el capital total acumulado por ellas se eleva
aproximadamente a quince millones de libras esterlinas, y unas 100.000 familias obreras se han convertido,
gracias a este sistema en propietarias de sus hogares: es una conquista social difícil de igualar» (pág. 174).
Desgraciadamente, aquí también hay un «pero» que viene renqueando inmediatamente después:
«Pero esto no nos ofrece todavía, de ningún modo, una plena solución al problema de la vivienda, aunque sólo
sea porque la adquisición de una casa... no resulta posible más que para los obreros que tienen una mejor
situación... Las consideraciones sanitarias, en particular, son muchas veces insuficientemente respetadas» (pág.
176).
En el continente «estas asociaciones... encuentran un terreno de expansión muy limitado». Presuponen el sistema
del cottage que aquí existe solamente en el campo. Pero en el campo los obreros todavía no están maduros para
la mutualidad. Por otra parte, en las ciudades donde hubieran podido ser constituidas verdaderas cooperativas de
construcción, «muy considerables y serias dificultades de todo género» se oponen a ello (pág. 179). Tales
asociaciones sólo podrían construir cottages, y esto es imposible en las grandes ciudades. En resumen, «esta
forma de mutualidad cooperativa» no podría, «en las condiciones actuales —y apenas si lo podrá en un porvenir
próximo— representar el papel principal en la solución de la cuestión que nos ocupa». Estas cooperativas de
construcción se encuentran todavía «en su fase inicial de desarrollo». «Esto vale incluso para Inglaterra» (pág.
181).
Así pues, los capitalistas no quieren y los obreros no pueden. Podríamos acabar aquí este capítulo si no fuese
absolutamente [363] indispensable dar algunas aclaraciones sobre las building societies inglesas que los
burgueses a lo Schulze-Delitzsch muestran constantemente como ejemplo a nuestros obreros.
- 242 Estas building societies ni son sociedades obreras ni su finalidad principal es procurar a los obreros casas que les
pertenezcan en propiedad. Veremos, al contrario, que esto no ocurre más que en casos muy excepcionales. Las
building societies tienen un caracter esencialmente especulativo; las pequeñas sociedades que iniciaron el
negocio no lo tienen menos que sus grandes imitadores. En alguna taberna —y generalmente a instigación del
dueño—, donde luego se celebrarán las reuniones semanales, los clientes habituales y sus amigos, tenderos,
dependientes, viajantes de comercio, artesanos y otros pequeños burgueses —de vez en cuando un obrero
constructor de máquinas u otro de los que forman parte de la aristocracia de su clase— se agrupan en una
cooperativa para la construcción de casas. El pretexto inmediato suele ser el hecho de haber descubierto el dueño
de la taberna un solar en venta por un precio relativamente bajo en la vecindad o en un sitio cualquiera. Los
miembros, en su mayoría, no están ligados a un lugar fijo por sus ocupaciones; incluso numerosos tenderos y
artesanos no tienen en la ciudad más que un local comercial y ninguna vivienda. En cuanto puede, cada uno de
ellos prefiere vivir en las afueras más bien que en la ciudad ahumada. Se compra el solar y se construye en él el
mayor número posible de cottages. El crédito de los más acomodados hace posible su compra, mientras que las
cotizaciones semanales, además de algunos pequeños empréstitos cubren los gastos semanales de la
construcción. Los miembros que proyectan la adquisición de la propiedad de una casa reciben por sorteo sus
cottages a medida que se van terminando, y lo que pagan como suplemento del alquiler permite la amortización
del precio de la compra. Los otros cottages se alquilan o se venden. En cuanto a la sociedad de construcción,
cuando hace buenos negocios, constituye una fortuna más o menos importante que pertenece a sus miembros en
tanto éstos siguen efectuando el pago de sus cotizaciones, y que se reparte entre ellos de vez en cuando o al
disolverse la sociedad. De cada diez sociedades de construcción inglesas, nueve viven así. Las otras son más
importantes y se crean a veces con pretextos políticos o filantrópicos. Pero su finalidad principal es siempre
ofrecer a la pequeña burguesía una mejor inversión de sus ahorros en hipotecas con un buen interés, y con la
perspectiva de dividendos gracias a la especulación en bienes raíces.
Un prospecto distribuido por una de las más importantes, si no la mayor, de estas sociedades, nos enseña con qué
clientela [364] especulan. La "Birkbeck Building Society" [*], 29 and 30, "Southampton Buildings, Chancery
Lane", en Londres —cuyos ingresos desde su fundación se han elevado a más de 10.500.000 libras esterlinas
(70.000.000 de táleros), cuya cuenta en el banco y cuyas inversiones en papeles del Estado pasan de 416.000
libras esterlinas y que cuenta actualmente con 21.441 miembros y depositantes— se anuncia al público de la
manera siguiente:
«Muchos son los que conocen el llamado sistema de los tres años de los fabricantes de pianos, que permite a todo
el que alquila un piano por tres años llegar a ser, después de ese tiempo, propietario del mismo. Antes de la
introducción de este sistema, resultaba para las personas que tenían ingresos limitados casi tan difícil adquirir un
buen piano como una casa. Cada año se pagaba el alquiler del piano y se gastaba en total dos o tres veces más de
lo que valía. Lo que se puede hacer con un piano también es posible con una casa... Pero, como una casa cuesta
más que un piano..., se necesita un plazo más largo para amortizar su precio por el alquiler. Por esta razón los
directores se han puesto de acuerdo con dueños de casas en distintos barrios de Londres y de sus alrededores, en
virtud de lo cual pueden ofrecer a los miembros de la "Birkbeck Building Society" y a todos los que lo desean
una gran variedad de casas en diferentes lugares de la ciudad. El sistema establecido por los directores es el
siguiente: las casas se alquilan por una duración de doce años y medio, al cabo de los cuales, si el alquiler ha sido
pagado regularmente, la casa pasa a ser propiedad absoluta del inquilino sin otro pago de ninguna clase... El
inquilino puede también obtener, previo acuerdo, un plazo más reducido con un alquiler más elevado, o un plazo
más largo con un alquiler más bajo... Las personas que tienen un ingreso limitado, los dependientes de comercio,
empleados de almacenes, etc., pueden independizarse inmediatamente de todo propietario de casas, adhiriéndose
a la "Birkbeck Building Society"».
No se puede hablar más claro. A los obreros no se les menciona en ningún momento, solamente se trata de
personas con ingresos limitados, como los dependientes de comercio, los empleados de almacenes, etc., e incluso
se supone que, por lo general, los futuros miembros poseen ya un piano. En realidad, pues, no se trata de obreros,
sino de pequeños burgueses o de los que quieren y pueden llegar a serlo; de gente cuyos ingresos, aunque dentro
de ciertos límites, aumentan, en general, progresivamente como, por ejemplo, los del dependiente de comercio o
de otras ramas semejantes. Por el contrario, los ingresos de los obreros, en el mejor de los casos, permanecen
- 243 cuantitativamente iguales, aunque, de hecho, bajan en la medida en que aumentan sus familias y crecen sus
necesidades. En realidad, son muy pocos los obreros que pueden, a título de excepción, participar en tales
sociedades. Por una parte, sus ingresos son demasiado bajos, y, por otra, son de naturaleza demasiado incierta
para poder asumir compromisos [365] por una duración de doce años y medio. Las pocas excepciones en que
esto no es válido, son los obreros mejor pagados o los capataces [*].
Se ve claramente, por lo demás, que los bonapartistas de la ciudad obrera de Mulhouse no son más que unos
pobres imitadores de las sociedades de construcción de los pequeños burgueses ingleses. Con la sola diferencia
de que, a pesar de la ayuda que les presta el Estado, estafan todavía más a sus clientes que las sociedades de
construcción inglesas. Sus condiciones son, en suma, menos liberales que las que prevalecen por término medio
en Inglaterra. Mientras que en Inglaterra se tiene en cuenta el interés simple y compuesto de los pagos efectuados
y todo esto es reembolsado mediante previo aviso de un mes, los fabricantes de Mulhouse se embolsan los
intereses simples y compuestos y no reembolsan más que las entregas efectuadas en monedas sonantes de cinco
francos. Y nadie se extrañará más de esta diferencia que el propio Sr. Sax, quien menciona todo esto en su libro
sin enterarse.
La mutualidad obrera, pues, tampoco sirve. Queda el apoyo del Estado. ¿Qué nos ofrece el Sr. Sax, en este
terreno? Tres cosas:
«Primero: el Estado ha de prever en su legislación y en su administración que todo cuanto, de una manera o de
otra, conduce a aumentar la penuria de la vivienda de las clases trabajadoras sea abolido o remediado en forma
apropiada» (pág. 187)
[366]
O sea: revisión de la legislación que concierne a la construcción de viviendas y libertad para la industria de la
construcción, a fin de que las obras resulten más baratas. Pero en Inglaterra esta legislación está reducida al
mínimo y la industria de la construcción es libre cual pájaro en el aire, y esto no impide que exista penuria de la
vivienda. Además, en Inglaterra se construye tan barato que las casas tiemblan cuando pasa una carreta, y no
transcurre día sin que se hundan algunas. Todavía ayer, 25 de octubre de 1872, en Manchester, se hundieron de
una vez seis casas y seis obreros resultaron gravemente heridos. Así pues, tampoco esto sirve.
«Segundo: el poder del Estado debe impedir que cualquiera, en su individualismo limitado, difunda o provoque
este mal».
O sea: inspeccionar las viviendas obreras por las autoridades de sanidad y por los inspectores de la construcción;
conferir a las autoridades facultad para cerrar las viviendas malsanas y en mal estado de construcción, como se
ha practicado en Inglaterra desde 1857. Pero ¿cómo fue practicado esto en realidad? La primera ley de 1855
(Nuisances Removal Act [*]) ha sido «letra muerta», como reconoce el propio Sr. Sax, lo mismo que la segunda
ley de 1858 (Local Government Act [*]) (pág. 197). El Sr. Sax cree, en cambio, que la tercera ley (Artisans'
Dwellings Act [*]*), que rige únicamente para las ciudades de más de 10.000 habitantes, es «por cierto una
prueba favorable de la profunda comprensión de las cuestiones sociales por el parlamento británico» (pág. 199).
Pero en realidad, esta afirmación no constituye más que una «prueba favorable» del absoluto desconocimiento de
las «cuestiones» inglesas por el Sr. Sax. Ni que decir tiene que Inglaterra es mucho más avanzada que el
continente en cuanto a «cuestiones sociales». Inglaterra es la patria de la gran industria moderna; allí es donde el
modo de producción capitalista se ha desarrollado más libre y ampliamente, y es allí también donde las
consecuencias de este modo de producción se han manifestado más claramente y donde primero han provocado,
por lo tanto, una reacción legislativa. La mejor prueba nos la ofrece la legislación fabril. Pero si el Sr. Sax piensa
que basta con que un acta parlamentaria tenga fuerza de ley para encontrar inmediatamente su aplicación en la
práctica, se equivoca de medio a medio. Y esto puede aplicarse al Local Government Act mejor que a ninguna
otra acta [367] parlamentaria (a excepción, en todo caso, del Workshops' Act [*]**). La aplicación de esta ley se
encomendó a las autoridades municipales, las cuales constituyen en casi toda Inglaterra el centro reconocido de
la corrupción en todas sus formas, del nepotismo y del jobbery [*]***. Los agentes de estas autoridades
- 244 municipales, que debían su cargo a toda clase de consideracionos de familia, o bien eran incapaces o bien no
tenían el propósito de aplicar tales leyes sociales, mientras que en Inglaterra, precisamente, los funcionarios del
Estado encargados de la preparación y de la aplicación de las leyes sociales se distinguen generalmente por un
cumplimiento estricto de su deber, a pesar de que esto sea hoy menos cierto que hace veinte o treinta año
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