Homo floresiensis, un nuevo rompecabezas para la evolución humana Alicia García Bergua En octubre de 2004, el grupo de investigadores australianos e indonesios dirigidos por Peter Brown y Mike Morwood, de la Universidad de Nueva Inglaterra, en Armidale, Australia, que habían excavado desde 1998 en una cueva en Ling Bua de la isla de Flores, en Indonesia, a 500 km del este de Java entre Sumba y Timor, hallaron el esqueleto casi completo, sólo sin brazos, de una homínida, catalogada como LB1, y apodada Hobbit por los miembros del equipo. La razón de este apodo, que hace referencia a las pequeñas criaturas de la saga del Señor de los anillos, es que parece un Homo erectus africano en miniatura con bastantes características de australopitécido. El esqueleto es de una adulta de un metro de largo con un cerebro de 380 centímetros cúbicos. No tiene las características de un Homo sapiens anormal, de un enano o de un pigmeo. La criatura parece tener sólo 18,000 años de antigüedad, y esto quiere decir que convivió con Homo sapiens, de quien en esa región se han encontrado herramientas de 67,000 años de antigüedad. A este espécimen y a otros mucho menos completos encontrados en la cueva se les ha catalogado como Homo floresiensis y se les sitúa en un momento de la evolución humana en el que se suponía que ya éramos los únicos homínidos en la Tierra. Si los restos de Homo floresiensis datan de hace 18,000 años y Homo sapiens tiene allí 78,000 años de antigüedad, quiere decir que durante 50,000 años hubo en el planeta al menos tres especies homínidas y que la extinción de los neandertales, si fue en efecto hace 28,000 años y llegaron a convivir junto a Homo sapiens, no marcó el principio de nuestra soledad como especie. A partir de su descubrimiento, Homo fluorisiensis no ha hecho más que cuestionar muchas cosas que se creían. Según muchos investigadores, su anatomía muestra un patrón tan primitivo en el cerebro pequeño, en la forma del fémur, en la largura de los brazos y en otros aspectos, que parecería un descendiente de los australopitécidos, pero estas criaturas de grandes mandíbulas y dientes nunca salieron de África y al parecer se extinguieron hace un millón y medio de años. Aunque el descubrimiento de los fósiles de homínidos de 1.8 millones de años, en Dmanisi, Georgia, podría refutar esto, pues ellos, al igual que los australopitécidos, eran pequeños y utilizaban herramientas primitivas. Pero estos fósiles son de hace 1.8 millones de años. Sin embargo, pese a las similitudes de tamaño de Homo fluorisiensis con los australopitécidos, éste parece estar más relacionado con Homo habilis, una versión primitiva del Homo erectus africano (que fabricaba herramientas y que es también una versión más primitiva del Homo erectus de Java, del sudeste asiático) y con Homo sapiens. Esto hizo pensar que el Homo erectus africano se trasladó a estas islas de Indonesia hace 800,000 años y que Homo fluorisiensis es uno de sus descendientes. Pero ¿cómo llegó allí?: quizá en balsas o nadando con ayuda de corrientes y troncos; aunque se tiene la idea de que los primeros implementos de navegación datan de entre 40,000 y 60,000 años. Y si todo esto sucedió de alguna manera, Homo erectus debió adaptarse evolutivamente, como otros animales, a las condiciones del nuevo hábitat. Este es el caso del elefante pigmeo Stegodón, cuyos restos fueron hallados también en la cueva. Y aquí viene también otra cuestión interesante: pese a que en la naturaleza hay casos de empequeñecimiento de las especies en aislamiento, para adaptarse a un ambiente con menos recursos y sin depredadores, esto nunca se había podido observar en una especie homínida, pues la disminución de talla por deficiencias nutricionales que se observa en las poblaciones actuales de Homo sapiens no constituye un cambio evolutivo a largo plazo, es simplemente un rasgo adaptativo superficial que nunca ha implicado un cambio fisiológico radical como la disminución del tamaño del cerebro. Lo impresionanate es que a Homo fluoresensis le haya disminuido el tamaño del cerebro, cuando el engrandecimiento de este órgano es una de las características que se ha considerado por largo tiempo el motor del desarrollo evolutivo en Homo sapiens y el prerrequisito para toda la serie de actividades que han terminado por constituir la cultura humana. Resulta entonces paradójico que junto a los fósiles de Homo floresiensis se hallaran también herramientas sofisticadas que a lo mejor permitieron cazar a un elefante como el Stegodon; además, el peso del animal, en relación con el de ellos, sugiere que cazaban en grupo y transportaban los animales. También se han descubierto en la cueva restos carbonizados de animales que indican que los cocinaban; o sea, que dominaban el fuego. El dominio del fuego por parte de Homo sapiens fue un desarrollo cognitivo relativamente tardío; el primer rastro inequívoco de uso del fuego proviene de los neandertales europeos, hace 200,000 años. Todo esto de ser verdad, cuestionaría lo que se ha pensado tradicionalmente acerca del tamaño del cerebro y la inteligencia, en el sentido de que nuestro género pudo ser mucho más variable en su adquisición de habilidades de lo que se pensaba y que quizá esta adquisición no dependió de un estricto incremento en el tamaño del cerebro, o que muchas características y prácticas que consideramos humanas estaban dispersas en muchos otros homínidos, y no necesariamente con las atribuciones y finalidades que la humanidad les ha dado. De esto también se infiere claramente que la evolución de las distintas especies de homínidos no condujo a Homo sapiens, como muchos han querido pensar, y que éste es un homínido más que también se extinguirá como es el caso de cualquier especie. El grado de avance de las herramientas halladas en la cueva es lo que más ha asombrado a los investigadores. No parecen herramientas diseñadas por una criatura de cerebro pequeño como Homo floresiensis. Sin embargo, éstas son de hace 94,000 años y, según el equipo de investigadores, son demasiado antiguas como para haber sido elaboradas por Homo sapiens. Aunque no hay evidencias directas que relacionen a Homo floresiensis con las herramientas. Otros restos hallados en la cueva de Liang Bua, que cubren un periodo de entre hace 95 y 13 mil años, sugieren que un pequeño grupo de Homo floresiensis pereció, junto con el elefante pigmeo Stegodon a causa de una erupción volcánica hace 12,000 años. Si Homo erectus vivió en Java durante 25,000 años, es posible que se haya diseminado por otras islas y haya quizá sufrido otras adaptaciones y sus restos estén en algunos lugares remotos de las selvas del sudeste asiático. Hay leyendas de esas regiones, como las de ebu gogo y orang pendek, que podrían dar testimonio de la existencia de otras especies de homínidos en esas islas. Ebu quiere decir abuela y gogo que lo come todo. Los ebu gogo, según la leyenda, eran unos hombrecillos barrigones y peludos que comían de todo crudo, incluso carne humana. Su descripción coincide con la de los fósiles hallados, pues medían, según la leyenda, también un metro, y eran de brazos muy largos que casi les llegaban hasta las rodillas. Aunque eran tolerados por la población humana, no les gustaba que se acercaran a los pueblos, pues comían carne humana. Según la leyenda, que ahora ha recorrido el mundo gracias a los medios de comunicación, los habitantes de los pueblos se hartaron de ellos porque robaban las cosechas y se comieron un bebé; los hicieron huir con teas encendidas curiosamente hacia la cueva donde fueron encontrados los restos de Homo floresiensis. Las leyendas dicen referirse a acontecimientos de hace trescientos años, pero en Flores hay relatos orales que sostienen que los ebu gogo todavía estaban allí cuando se estableció la colonia alemana en el siglo XIX. Es difícil que en un mundo como el hoy, en el que se han extinguido en poco tiempo muchos grupos humanos, hayan sobrevivido otros homínidos. No obstante, toda la información que brinda este hallazgo no parece más que plantear una infinidad de preguntas y hacer manifiesto todo lo que se ignora sobre la evolución humana a falta de mayores evidencias fósiles, que aunque en este momento son bastantes más que antes, son todavía muy pocas en relación a todo lo que se tiene que saber. Por lo pronto, ahora se llevaron el ADN de Homo floresiensis a analizar cuidadosamente, pues es muy difícil que se conserve en las islas tropicales. Jared Diamond el conocido investigador de la evolución humana desde la perspectiva geográfica, duda de la datación correcta de este hallazgo, pues como gran conocedor de esas tierras (allí empezó su carrera como ornitólogo y se mantuvo en contacto con los grupos nómadas primitivos que allí han subsistido) sabe que los arqueólogos sí han buscado y encontrado allí cientos de restos fósiles humanos del Pleistoceno (desde hace 2 millones de años hasta hace diez mil años). Según él, en los mapas que se realizan para ver el nivel del mar en distintos tiempos, se puede apreciar que incluso en el Pleistoceno, cuando el nivel del mar era más bajo (hace 10,000 años) por lo menos 87 kilómetros de agua separaban islas muy al este como la de Flores, de Australia o de Nueva Guinea. Y estas distancias no sólo eran muy grandes para los homínidos, sino para los elefantes, los monos, los búfalos y las ardillas, pues no hay ninguno de estos animales en Australia y Nueva Guinea. Lo impresionante para Jared Diamond es que Homo floresiensis haya sobrevivido 18,000 años. Si, según él, Homo sapiens llegó a Nueva Guinea, a través de Indonesia, hace 46,000 años y muchos de los grandes mamíferos se extinguieron, comprobando la hipótesis ?llegada de Homo sapiens-extinción por exterminio?, ¿cómo fue que Homo floresiensis no fue exterminado? Él trata de de pensar en alguna relación de beneficio que pudieran tener entre sí y ninguna, ni siquiera la de un posible intercambio sexual, le parece plausible. Referencias Nature, vol. 431, 28 de octubre de 2004. El País, 14 de noviembre de 2004. Scientific American, vol. 292, núm. 2, febrero de 2005. Science, vol. 306, diciembre de 2004.