Cuentos de Efe Gómez, Tablanca, Navas, E. Otero D Costa, Res

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CUENTOS
DE
EFE
GOMEZ
T ABLANCA
E. OTERO
RESTREPO
GARCIA
ENRIQUE
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NAVAS
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2
CINCUENT~
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En la selva
..V' Lorenzo
Por
Efe
Gómez
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En la selva
OlD,
mortales piadosos
y ayudadnos a alcanzá.
-Que Dios nos saque de penas
y nos lleve a descansá.
-Quizá en ti no será arbitrio,
Sí obligación de justicia;
Pues no cumples testamento
Aqui estoy por tu malicia;
Abre tus ojos despiérta,
Pága, haciendo acelerá.
Continuaba Manuel de jesú, un negro viejo, tan
viejo, que la apretada lana que a modo de cabello
cubría su cabeza, estaba ya blanca como el liquen retostado que envuelve los redondos pedrejones de granito.
-Que Dios nos saque de penas
y nos lleve a descansá....
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EFE
GOMEZ
Respondía primo Dositeo. un negrazo todavía muchachón, en cuyos brazos y en cuyas piernas desnudas se envolvían, como las serpientes de Laocon,
músculos voluminosos y potentes.
-De Oetsemani en el campo
Sangre sllró el Redentó
Contemplando de cita; pena
Er gran tormento y rigó;
Al Paire Etelno le ofrece
No cesando allí de orá.
Replicaba Manuel de Jesú. y sus palabras le salían con un ceceo sibilante por entre los dientes de
abajo, s:1lidos, apartados y larguísimos.
y era algo horrible ver yoir a ese par de negros
en medio de las tinieblas y en el silencio de la selva infinita, a la luz de seis bujías puestas simétricamente dos a dos en los bordes de una fosa, alternar,
con voz doliente, clo~ lamentos de las santas almas
del purgatorio».
Vislumbrábase allá, entre una mezcla de tinieblas
y de trapos, algo como el cadáver cúya debía de ser
el ánima por la cual iban rezando.
y con cuánto fervor rezaban, notábase en el danzar de los planos Huminados de sus rostros, los cuales, al moverse fervorosoS eran alumbrados en sucesión rapidísima por la luz de las bujías, planos que
parecían brotar, ser creados cada 'j cuando, at m<)-
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EN
LA
SELVA
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verse, la luz los herla, pues que las partes restantes
de los rostros y de los cuerpos, soldábanse, unían;e
al negror de las tinieblas rodeantes. Aquello parecia
un aljibe, un manadero de líquidas superficies brotando de las tinieblas invisibles.
-Requiem eternam dona eis, Domine.
-Et lux perpetua laceat eis.
y las ranas coreaban a ]0 lejos; y el grito tristfsima de un perico-ligero horadÓ el infinito, den:-,o,
formidable silencio de esa noche en las selvas del
Chocó.
Un cocuyo, describiendo sinuosa trayectoria,
vi:Jo
a chocar contra una bujía, la cual chisporroteó, e
hizo danzar la maraña de las sombras y de las luces. Una rata que desde tiempo hacia miraba encandilada la llama de una de las velas desde la copa
de un árbol, se sintió desvanecerse y cayó sobre las
hojas alzando ruido fragoroso que creció en ondas
y que luégo fue tragado por el silencio.
-A poria inferi.
-Erue, Domine, animam ejus.
Un soplo moduló el sumiso ruillo del correr de
las aguas del Andágueda, c;ue llegaba opaco, tamizado. Luégo, como un girón coloreado, luciente, que
el viento lleva y mece, trajo otro soplo un fragmento de lejana orquesta: eran las notas sensuales, tur-
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JO
EFE
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badoras, de una danza africana. Las entrañas de los
negros conmoviéronse a ese atávico reclamo. Mirárcll~se sonrientes.
-Ya están bailando.
---Ya!
Luégo, como si sospecha tremenda hundiérale su
daga en el corazón hasta el crucero, se puso en píe,
de un salto, Dositeo, y dijo señalando, vago, a la
distancia:
-Allá estará ese Mareño.
Y al ver que Manuel de Jesú no contestaba,
díjole
fUli:)so:
-Mirá, Manuel de Jesú: si me estás engañando; si
este cuento de la novena no son más que cismas tuyas. ve! te corto las orejas, te destripo esos ojazos y te
<llf2nCO
las natices a mordiscos. Voy, no me conoceyt
¿oíte?
-Deje eso, primo; vea! Conque cismas lo de la noMire: no ha habido uno, uno solo, a quien le
haya yo hecho la novena para que se muera, que
hay.l escapado con vida. Desde el primer día comienzan a sentir el cuelpo enjuelmo, a dolerles los huesos;
en ~.eguida cogen cama en un quejido, en un quejido ....
Alla estará el tal Mareño revolcánàose en el suelo y
<ll:lando como perro.
-Ay seMI contestó Dositeo, mientras relámpagos
de odio, de venganza, de sangre fulguraban en sus ojos.
ven3!
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LA
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Mini, M:lllUel de Jesú: el dia que yo vea a Mareño tendido, muerto, pero muerto, tall muerto como está en
este hnyo ese muñeco-y
despectivo
revolvió con el
pie el mOlltón de trapos que en el fondo del hoyo figuraban a su enemigo--el
dia que yo vea eso, te regalo
dos libras de puntas de oro fino del Andágueda;
te regalo mil pesos ¡mil! en monedas de plat;] del Rey; te regalo mi canoa grande de tr~5 pala:>; te regalo .... el alma. Véla ;¡qui!-y se azotaba el pccho-Véla!
Tómala I Entrégélsela al Diablo, perl) mát.1 a ese hombre, máta a ese maldito;
pero mátalo! ¿Quién trajo por estos
mUlldos a cse infierno? Mi desgracia solrllnente: mi desgracia. ¿RcCL:crdas, Manuel de jesÚ, cómo era yo dichos(·? Cuid;¡ba de Victoria como de las niñas de mis
ojos. Descie que empezó a jovenciá, la pedi por mujé a
tio Leonardo y a tía Lorenza: me veia en ella, era mi
vida. Pero llegó a este Rio ese délllonio y Victoria, hechizada, no pensó sino en él. ¿No creés, Manuel de .JeSÚ,
que ese demonio
1-:dió queredera?
¿No crcés que la
ell yer!ló?
-L (J enycrbÓ sí. Pero Jéjá es:>, primo, y vámonos
al baile, que allá nos es:arán
echando
ya de menos.
Ahora
verás ~ómo cncu-:nlra"
a Victori.;,
más linda
que un cllrubin y más querid¿-,!
Y del Marefío .... ni noticias!
El espacioso
s310n, cuyo suelo d<: guadua
picada
H'pusa sobre estacones,
semeja
un escenario.
Y realmente, los negros se sienten en escena: sus movimien-
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EFE
GOMEZ
tos son ondulados, elegantes, solemnes casi; sus frases
brotan sin que en ellos se note trabajo alguno de cerebración: son como el sonido del gesto, como el murmullo que acompaña el estremecimiento de la onda.
Su habla tiene algo del cantar de ciertas aves; parecen
una bandada de chamones y de gulungos cerniéndose
sobre un maizal en chócolo: se creería estar oyendo hipopótamos cantando como ruiseñores. jY la majestad
con que se mueven! No pisaba con arrogancia mayor
un Buckingham los salnnes de los burgueses de la
City. Erguidos, la cabeza hacia atrás, el pecho hacia
adelante, ancho sombrero o frágil gorro, chambra blanca y leve, taparrabos de pañuelo de yerbas, y de la
cintura abajo las desnudas, musculosas piernas, en las
cual~s se envuelven los potentes músculos, que se
hinchan al menor esfuerzo bajo la piel bruñida y negra. Y las mujeres, vestidas de amarillo, verde y rojo
vivísimos, cuyos tonos deslumbrantes vibran, gritan,
agitados por los cuerpos ondulantes a los reflejos de
las antorchas de maguey y brea, cada una de las cuales l:S una fogata que retuerce las lenguas de sus llamas, sobre anchurosa piedra colocada.
Preludia la orquesta. Los concurrentes se adosan a
los muros y queda libre la anchurosa sala. Es que van
a bailar Victoria y su primo Cartitas Renteria. Salen los
dos al centro del salón y plántanse al frente el uno del
otro.
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EN
LA
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La diestra graciosamente suspendida sobre la cabeza,
la izquierda curvada en la cadera, tirando hacia adelante el armonioso cuerpo, el pie der~cho rebasando donoso, por debajo del ruedo de la suella túnica. que señala blanda su escultura milagrosa, espera Victoria a
que el compás inicial estalle rítmico. Unidos, apretados,
anulares y cordiales, van ya a deslizarse 1(ls unos sohre
Jos otros, chasqlleantes; cómbase más y más el cuerpo,
aguzando el aida en !.1 dichosa espera; un estremecimiento que nace en la mufteca izada en alto, corre a lo
largo del brazo, de la cadera y del r~dondo muslo, muere en el pie en el preciso instante en que el compás estalla .... Chasquean los dedos de las manos como sonolOS cascabeles; hiere el pie adorable el sonoro pavimento, e iniciase la danza. Es un baile ¡raído por los abuelos del fondo misterioso del Africa distante: persigue a
la dam<l el galán enamorado; solícito, requiérela rendido; ella desdt'fíosa, indiferente, húyelo, irrita lo, desdéfialo. Los movimientos del galán son de súplica, de ruego cálido; los de la dama, frios, displicentes. y cruel, le
huye, le huye sin querer oír/e. En graciosos pliegues alzan las manos como blancas alas, entrambos flancos de
la suelta túnica. Parece un sér ingrávido, vibrando estremecido por el aliento mismo de la música. Que no es
Victoria quien se mueve: es la música misma quien la
mece, lánguida, como blando vellón un soplo leve.
Son esas-mirad-las
tímidas zozebras de virgen ru-
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EFE
GOMEZ
borosa en quien Amor se insinúa acariciando el corazón con el mango afelpado de su flecha .... Yérguese
improviso, ella, como alcanzada por mortal disparo:
aleve Amor la ha herido! Su dardo cruel vibra clavado
en la mitad del corazón, y aquel cuerpo divino se estremece, se retuerce, sufre, llora, glorioso y doliente a
un tiempo mismo. Busc::ndo luégo un amparo, una defensa, en su instinto de mujer torna a huir del mismo a
quien ama. El, torturado, persiguela, suplica, gime,
grita, implora. Ella, cruel, amárgalo, exaspéralo. Clava en él de improviso miradas de hidrópico deseo: el
azote de la especie hála herido en plena entraña con
sus miriadas de ramales; transfigúrasc;' con ademán
soberbio, rodea, envuelve, arrolla :'lI m:'lcho entre las
amplias combas de sus movimientos serpentinas, y
anchando más y más los pliegues de la túnica-alas
que hacia él se avanzan-añú1alo,
cúbrelo, inclinándose audaz, recogiéndose, alzándose, vibrando.
Apágase la música y, feliz, radiante, aléjase Victoria. apoyada en el brflZo de su primo.
-A ver. Tóquense un bailete para mí. Para mí y
para tía Lorenza-c1ama
Luis Enrique, un harapo de
hombre, saltand~J a la sala.¿Que no sé yo bailá?
¡Ay, seM! ¿Recuelda, tía Lorenza? Esos eran tiempos! Salto aquí-e ibaciecutando lo que diciendo ibasalto allí; me agazap;¡, me vuervo, panchito .... la pareja
me bujca, me bujca ... ande tá? .. y de golpe como brotao
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SELVA
de la tierra, me le planto pur delante.
¡pero q\~lé:1
se planta! Ay, señó! Y me pongo a abosá-y
las l:aderas del negro se mueven con grotesca fLlria-~ ero
a abosá-¿Pero
quién abosará?:
Ejla rabadilla
Ya no me dá,
Manleca e lagarto
Me voy a untá .
y un suspiro
chos
.
de
alivio
emerge
de
todos
los ~,e-
Que la cálida danza d~ Victoria y sus halagos
acr~s
han caldeaùo
hasta el hervor la S3.llgre de los negrlls,
los cuales sienten los corazones golpearles ahí contra
la garganta,
y un aliento de fragua tornarles las faeces
resecas y febriles
Risa saludable,
sedante, su-~e
como fuente rumorosa
en seco cauce. Que los neg:'l)s,
como todos los pasionales,
gustan
de agitar ante e!
mundo indiferente
el móvil velo de la risa y dl' la
burla, para mejor esconder
el fondo, Java y sanf!~e,
de sus conturbados
corazones.
Entre tanto, Victoria y Carlitos, retirados
en sCldtario rincón, dialogan
rápidos:
-¿Qué
averiguaste,
primo?
-Que
Marefío no viene. Que va hasta la Vigia del
Fuerte
probablemente
hasta Cartagena
en fin:
hasta donde se encuentre
con los Ingenieros que \'ienen: esa orden, asi dicen, recibió del Superintendente.
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E F E
G 0\1 E Z
-y qué me envió a decir?
-A ti? Que no le olvides.
--Está libre!
--y a mí me dijo que te cuide.
-Que
me cuides a mi?
-A ti.
-No Jo necesito.
-La cosa está grave, Victoria. Pero muy! Mira:
me ,,¡ne por la trocha para acortá .... ya sabes.
-Sí:
conozco.
-Al
pasar junto al árbol grande de basai, oigo
ruidos, voces, me fijo, me acerco, y veo a Dositeo y
a Manuel de Jesú arrodillaos rezando en media selva.
-Nao!
--El viejo Manul'1 de Jesú está hacien·jo la novena
para matar al Mareña.
--Mardito!
-Los seguí. Aqui en el Puerto los esperaba Fray
Mariano de Ibarra: he oído lo que hablaban. El fraile
tocÓ aquí de paso para Istmina, llamado por Manuel
de jesú .... Te van a casar, Victoria.
-A mi?
-Sí, a ti. Te van a casar con Dositeo.
-y cómo hacen, si yo no quiero?
-Muy fácil. Han convenido en esto: a las cuatro
de la maf'iana llamarán a misa. Van a decirla en la
pieza grande de primo Dasiteo. Y allí, cerca al altar.
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podrán verte todos los que entren, de rodillas al lado
del primo Dositeo, muy vestida de novia y muy casándote.
-A mi?
-Es decir .... a Elvira Ampudia, tu prima, que tánto
se te parece en la estatura, y que como estará con la
cara hacia el Altar y cubierta con un velo ....
- y mientras tanto estaré yo muerta, o coja, o
manca?
-Mientras
tanto tú estarás en el Puerto, en la canoa, al cuidado de Manuel de Jesú y ce sus hombres
de confianza .... Así lo ha dicho él. Terminada la misa,
tío Dositeo saldrá por la puerta trasera, se le juntará
en la canoa y
pst!, río abajo. Detrás irá el
fraile. Y aquí, y en lstmina, y en Calima, y en los infiernos, tú serás la mujer de Dositeo
Para siempre!
Una oleada, un reflujo de la multitud ¡¡priétalos contra el muro. Pusiéronse en pie. Por las puertas que dan
al interior salen Fray Mariano de Ibarra, procero, ventrudo, rubicundo; tio Tomá y tía Lorenza, padres de
Victoria; primo Dositeo y Manuel de ]esú. y detrás,
trayendo una mesa grande cubierta de cestas con vasos
y botellas, negros, muchos negros, alegres, bromistas,
decidores.
-Queridos
hijos míos-dice Fray Mariano, melifluo,
majestuoso, modulado, erguido en medio del salónqueridos hijos míos: mientras llega la hora de la misa
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EFE
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GOMEZ
vais, por la magnifiœncia de pri:l1o Dositeo, varón epónimo en quien el Senor ha vertido a manos llenas la medida de sus dones, vais, dijo, a tomar una copa, que os
servirá de tente en pie hasta la hora del Santo Sacrificio. El cual elevaré al Dios de las misericordias por 12
salud de los habitantes de este río, en donde tan opima
cosecha espiritual han recogido los ángeles, durante
estas santas misiones.
y sus párpados se velan modestos, y sus manos regordetas descansan, beatificas, sobre su vientre de pupitre.
y las copas circulan, rebusantes.
-¿Qué èice? Que no quiere beber Victoria, clama
F ray Mariano .... Qué es éso, hija mía, qué es ésa? Nadie más obligada que tú. Tú a quien el Sefior ha llenado de gracias ..... negra, pero hermosa como la desposada del Cantar de los Cantares. Escúcha, gacela del
desierto-dlcela
Y su mano va a acariciaria. Clavando
en él colérica mirada, retrocede, rápida, Victoria.
-Ah! Y qué bien sienta el recato a las doncellas. Por
todo el río resuena, cervatilla, un coro de loor a tus virtudes. Pero las caricias de los Varones del Señor, claras
ondas lustrales de agua son, que purifican. Por vosotros
todos, hijos. Porque el Señor os colme de sus dones.
y las copas van a levantarse. Pero un ronco ruido,
que ahl cerca en el Puerto se ha oldo, los detiene. To.das las miradas escrutan la distancia diluída entre la
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EN
LA
SEL
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luz de perla de la luna. En el Puerto se ha detenido una
canoa: un tarabe boyante, estrecho y largo. El ruido que
se oyera es el ronco que han lanzado los remos al ser
arrojados en su fondo. Salta de ella un hombre. Un
hombre alto, elástico y esbelto. Con su traje de baga
parece un hijo de los Dagas que saltara de su góndola
sobre d muelle del palacio de su r'::gia Prometida. Con
paso imperial atraviesa en dirección a la casa. Restallan sus pisadas en la arena. Sube la escaler~; aparece
en el salón. Mareno! Excla~alJ todos en voz baja. Y
los corazones baten un redoble de odio negro. Tan sólo
·el de Victoria preludia una diana de esperanza.
-Qué vendrá a hacer aqui ése?
-Si no es la muerte, 110 sé qué buscará.
-Cuando
úno viene a donde no lo convidan
!
- Y (l donde lo aborrecen.
-Será que la vida ya le hiede.
Asi continúa por lo bajo el rumor hostil y ronco. Es
el feroz monólogo que precede en el monstruo colectivo
a los crímenes àe sangre. Mareño le. sabe y no lo teme:
amor lo trajo. Amor lü asiste. Hijo .¿I de un aventurero
antioqueño y de: Lilla hermosa india cuncuna de las riberas del Pacifico. ha heredado de su padre la audacia
acometiva y de Sll madre la sangre fria taciturna. Yen
esa ocasión solemne surge terca en su memoria con atávico surgir, una est.rofa con que su padre lo adormia,
una estrofa viril, nacida allá en la cumbre de las mon-
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20
EFE
GOMEZ
tafias, cuna de su padre; allá en donde las mujeres son
hermosas y los hombres son enérgicos; allá en donde
los adolescentes tienen que ocurrir al Léxico para aprender qué significa la palabra miedo.
y con el tono dejativo que heredara de su padre. mirando a los negros en los ojos, dijo fríamente, arrogantemente:
Anoche bajé al Infierno
A conversar con el Diablo
Pa que no crea ese negro
QLle es de miedo que no le hablo.
Míranse con estupor unos a otros. Tânta audacia ata
sus manos. Y Fray Mariano, temiendo que su sangre
fogosa lo lleve, contra sus intereses. a ponerse del lado
de ese mancebo temerario que ya lo atrae irresistiblemente (después se supo que el tal Fray Mariano era un
antioqueño que disfrazado de religioso hacia su agosto
en esas soledades), alza su vaso y dice:
-Queridos
hijos mias! bebamos por los que no beben; sembremos por los que no siembran; amemos por
los que no aman. A vuestra salud, queridos hijos.
Victoria alza su vaso lentamente, los ojos puestos
en los de Mareño. Lentamente absorbe de su copa el
vino. que no traga. Y con mimo adorable ofreciéndole les labios, invítal0 a beber en ellos. Mareño no vacila. Va a ella. Cífiela en sus brazos. Une su ávida
boca a la adorada boca, y chupa, bebe en esa urna
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EN
LA
SELVA
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Un/ca y fragante el licor para él ahí guardado y en
donde viene ùisuelta el alma toda de su Amada.
Luégo dicela al oído con voz de mando inapelable:
-Pronto!
a la canoa.
Salta Victoria al patio, y como una sombra, corre
al puerto. En tanto que Mareño, lentamente, indolentemente, baja la escalera sin apresurarse, erguido como entrara.
En pie ya, sobre la popa del tarabe empuña la cafta y se pierde rio arriba.
-Pero
qué es ejto? Clama Dositeo. Habráse vijto?
Digo? USlé, Fray Mariano, que en ~u vida le habrá
tocado presenciá cosas gramáticas, vio jamás alguna
como ejta? Somos mujeres, pué? Quitarnos de entre
las manos a Victoria I y a tántos hombres juntos.
Llegan y .... vea 1.... No, por Dió! ¿Pero que nos ejtamos aqui mano sobre mano. A seguirias! A seguirias!
A traerlos aquí, vivos o muertos. A la canoa! A veri
Diel palanqueros; necesito diez palanqueras. Doscientos pesos a cada uno si los alcanzamos!
y allá va la canoa grande de tío Dositeo tripulada
por cinco pares de bogas, los mejores del río. y en
medio él, energúmeno, cenizo de ira, disparando su escopeta sobre los fugitivos cada que en una calle recta
la estela que encienden se hace visible a los rayos
de la luna
.
- Ya no nos resta más remedio que tirarIa en paro,
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22
EFt:
GOMEZ
dice MareM deteniéndose: tienen bogas de refresco y
en esta calle nos alcanzan. Aprovech~mos este rápido
para
Mira, Victoria: te echas a nado por este brazo
abajo
Allá en las bocas de Beté me esperas. Recuerdas? No está lejos. En el gramal, bajo los árboles. No
tendrás que aguardar mucho,
Tras un beso silencioso y largo desaparece Victoria
bajo el agua, nadando como una ondina.
-Allá viellen ya-dicese
a sí mismo Mareño.
Hunde en el agua, cauteloso, la palanca. Oyese el
sordo restallar del ferrado regatón contra el fondo pedregoso. Hínchanse al esfuerzo los músculos de los
brazos, del pecho y de la espalda como un enjambre
de serpientes. Avanza al trote de proa a popa, apoyado a la palanca; inclinase al esfuerzo; el leve esquile
salta boyante, y rasga la corriente mientras las ondas,
estremecidas, brincan en lus flancos rotas, espumantes .... Suelta la caña y ase el remo. Enfila la canoa a
la corriente y como una flecha dispárala contra la pesada embarcación de Dositeo, que, de través, surca en
ese instante d rápido ....
A1cánzala en el centro, hiérela, pcnétrala con el espolón de la proa; trábanse, cnclavijanse y retiemblan.
AI choque los tripulantes todos son arrojados a \as
ondas .
................ Allá va Mareño nadanào río abajo, sonríente, victorioso. De improviso ve a Dúsiteo surgir
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EN
LA
SELVA
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de entre las aguas. Contémplanse
un instante,
reconócense y arrójanse
el uno sobre
el otro: con los
brazos, con los cuellos,
con las piernas, se traban,
se aprietan,
se ciñen, se sofocan. En la inmovilidad
del feroz choque, vánse
al fondo.
El Mareño, que
conserva
aún su lucidez,
comprende
que el negro
Dositeo
está resuelto
a perderse
r a perderIa, que
no aflojará en su abrazo, cada vez más mortal y más
irremediable ....
Tiembla
de alegría .... Sí: la victoria está allí, a Su
alcance. ¿No está sintiendo,
pues, contra su cara batir las arterias en el cuello de su enemigo? .... Muérdelo feroz. Sus dientes, albas gemas
rutilantes, penetran en sus carnes. Siente el chasquido
de ~artílagos, de arterias,
de tendones
que S'~ parten. VIl manantial de tibia sangre baña su rostro; los miembros
de Dositeo se relajan, ceden, caen f1axos. Miralo de
cerca:
un como llamear oscuro en la onda /impida
brota del ancha herida
riel cuello
Apoya el pic
en el cuerpo tíbío y se iza a la superficie
del agua.
Respira anhelante;
mira en derredo:.
Nada! El río y
la selva solitarios.
Apodérase
de UIl tronco de guadua que flota en un manso. Tiéndese
en él y abandónase al amer deI agua. Siente en la boca un sabor alcr:lino;
su sér flota en un halo de sangre, de
amor y de victoria. Es él en es;; jnstante
el «¡¡imal
puro, feliz y \·ictorio5~1.
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24
EFE
GOMEZ
Ve como en sueños el delta engramado en donde
su amor está esperándolo, avanzar a su encuentro.
Salta a tierra. Y cuando Ella, Victoria, mansa, rendida, sumisa y temblorosa se corre a un lado y lo invita a dencansar el aterido cuerpo en el campo que,
esperándolo, ella propia, sobre la grama, calentara,
no se maravilla. ¿Acaso no le es debido todo al ven ~
cedar?
- Victoria.
-Mareño.
y las manos se entrelazan, y las miradas, una en
otra, se entrehunden ....
Callan las corolas, tálamos fragantes. Callan en el
cielo las estrellas. Calla Venus, que en su oriente,
encendida como una pira, los preside. Calla Diana
casta en mitad de la comba de los cielos .... callan
Ellos
.
¿ Es que puede acaso, voz alguna del Cielo o de
la Tierra, es que puede la palabra, harapo desteñido, sonar dignamente en medio a lo Inefable ? ...
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Lorenzo
Pata R.
Emilio Escoba,
E
RA a sesenta
metros verticales de la superficie, en
el fondo único, sin prolongaciones laterales, de un
pozo de mina. De un pozo de exploración, en busca
de una capa profunda.
y en ese negro caos, agujereado a trechos por las
claridades moribundas de las bujias que entre el ambiente espeso, irrespirable, se :lsfixiaban, se movían,
bullen los mineros esgrimiendo a dos manos los pesados martillos de diez kilos. Al esfuerzo los músculos
se amontonan en los hombros, se retuercen en IGS
brazos y en los torsos, y, a compás, rebotando elásticos contra las cabezas de los taladros: tin tan, tin
tan, cantan los martillos en sonoro tintineo. Y ese
chocar metálico es un himno entonado a la energia 'f
al trabajo por esos titanes victoriosos.
Yesos titanes son titanes buenos. Buenos y alegres. Su vigor es el vigor del guayacán de nuestra s
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EFE
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GOMEZ
selvas tórridas, que se aprieta y se retuerce en los
nudosos troncos, y se expande y ríe y perfuma en
las ramas florecidas.
y están gozosos; una ráfaga de alegría sopla en
cada corazón: es que es sábado, sábado en la tarde,
el trabajo va a terminarse, y alla arriba los esperan
la luz, el aire puro, el jornal de la semana y las muchachas de ojos bellos. Ah, la visión del cielo abierto, del éter luminoso, afiorado desde los fondos negros de las minas!
y hablando
cilla,
feliz
están de sus amores, de su vida sen-
vida 1........
-La que sí que está bien linda '':S Adelaida.
-Ahí sí hay, pues.
-Más
querida
.
-y este Lorenzo. ¿qué e~tá viendo?
-Si por éi fuera!
-Yo me hacía matar.
-Ve que te tumban, hombre Lorenzo .
• -¿Que
lo tumban?
Más tumbao pa qué.
Lorenzo no contesta. Es un taciturno, un taciturno
de ojos elocuentes, ojos que están diciendo a gritos
que Ja procesión va por dentro. ¿Qué había de contestar? No s;:¡be él jay! de sobra que Adelaida lo
desdeña por Rivas, el tenienie Rivas que usa uniformes flamantes, que lleva las manos cuajadas de
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LORENZO
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sortijas, que ha estado no se sabe en qué batalJa~, y
cuentan de su valor proezas que n(J acaban I
¿y qué ha de hacer él, un pobre muchacho jornalero? ¿Qué otra cosa sino callalse y paladear en silencio su derrota?
Ah! buscarlo a solas, a ese ::enientilJo pisaverde,
provocarle pie con pie, ¡Jecho con pecho, acero con
acero
Pero ¿y su madre? ¿y su padre cieg(. a
quien una mina, al estallar, sacé> los ojos? ¿y su h,;rmana viuda y llena rie hijos?
Y Adelaida cree
-piens;¡·-que
yo soy un cobarde. Y ése .... cree otro
tanto. y tar!,bién éstos
Y s:mríe amargo a esta
sospecha torll'rante.
Lejano y ronça transmite la roca el estallido de ulla
mina.
-Eso fue en El Cuatro.
- Fue por aquel otro lado, por El Cinco.
Oyóse otra detonación aún más cercana.
- Todos hacen estallar sus minas y se van, y n(,sotros aqui esperando.
-y
sin modo.
-Qué
tarde.
tal si no se le antoja al patrón bajar esta
-y
lo advirtió varias veces. Que cuidado con i: a
prender sin que él bajara.
-¡Oigan!
-Las gruas del ascensor comienzan a vibrar.
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2¡:;
EFE
GOMEZ
- Allá vienen.
-Por fin.
La vibración de las grúas es ya sacudimiento. Se
oye descender la plataforma con ruido de trueno lejano.
-A cargar.
-Vámonos
con este viajan!
-Upa,
pues, ole!
y alegres van ensartando las cápsulas de fulminante
en las extremidades de las mechas, preparando los
cartuchos de dinamitA, introduciéndolos
en los agujeros de los taladros.
La plataforma se detiene, la cancela se abre y da
paso a1 Patrón, y tras él, en el talón de la alta bota
H: !uciente, el espolín inane, ridículo remedo restiforme de los apéndices sonoros Y pungentes que los altiros cabaJleros de otros tiempo~ ganaban batallando,
para hacer luégo restallar con insolencia en salones
de reyes, de nobles y burgueses; envuelto en amplia
c<lpa crujiente y encauchada que defiende el uniforme
aZ1I1y oro del fango de la mina; florete al flanco y
chambergo empenachado, salta Rivas, el teniente Rivas, cuádrase en seguida, y el puño izquierdo en la
cadera, cortés se inclina y tiende la mano a una dama
go¡'da, la cual baja pesadamente .
. - Gracias, Rivas.
--¿De qué?
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LORENZO
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Torna Rivas a tender la ensortijada diestra. TocanJo
apenas la mano que le ofrece; ágil, esbelta, ingrávÏ!'a;
el blanco pie desnudo; bajo la frente alta y divila
los ojos soberanos, en cuyo fondo bulle toda la luz
de nuestro ciclo tórrido benáito, salta Adelaida. Y al
tocar li suelo el pie donoso, los charcos sobre Jos
cuales cae la luz ùe las bujias, ~on regueros de gO.ls
irisadas.
A Lorenzo se le cae de las manos el cartucho <pe
prepara, y tiene que apoyarse, vacilante, contra 1; ;¡a
salida de la roca.
-¿No
ve usted, mi teniente?-dice
a Rivas cll'atr6n. ¿No ve? Ese es el fulminante. La mecha se le
pone aquí asi. ¿No ve? Pero eso si, teniendo mucha
cuenta de no apretarla de a mucho contra el fondo,
porque es muy fácil que de pronto ¡plum!
-¡MarnaI
grita la seí'lora garda. Dejá eso, maridito
por Dios.
y volviéndose a Adelaida:
-Ay, n¡fia. He quedado tan nerviosa, tánto, tánto.
-Buena
usted, sellora-dice
Rivas, el teniente Rivas, con sonrisa protectora-para
asistir a un combate. Ese dia que les venia contandi', Jas div:sjones
que habían tratado de echar al enemigo de las trincheras que ocupaba, habían sido rechazadas, vuelta$
trizas.
-Esto
es una vergüenza-grita
el General.-A
ver,
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EFE
GOMEZ
Bdallón Terrible, los valientes entre los valientes,
desalójenme de ah! a esos patojos. Y cojo yo esa bandera y adelante, adelante. Sonaban las balas en la
b?ndera como un aguacero en el techo de una tolda; )'0, adelante, adelante.
-Figúrate,
niña-dice
a Adelaida la señora gord;¡-cómo
estaría de precioso ese ángel.
y volviéndose
a Rivas:
--¿Pero no le daba miedo, niño, por Dios?
-¿Miedo?
Bah! Y se irguió y se levantó las guias
de los bigotes.
-Esas
mechas pónganlas largas, grita el patrón a
lo~ mineras. Y volviéndose a Rivas:
-¿No ve? Hacemos encender las mechas, saltamos al ascensor, damos la señal para que nos subl\ll, y como las mechas dan tiempo
suficiente, nos
apeamos en la salida de la galeria de El Siete al
Pow, que está a unos cuarenta metros de altura,
dejamos seguir el ascensor solo, y allí hien resguMdaditos asistimos a la detonación de las minas. Es
muy bonito, ¿no ve? En medio ;,1 fogonazo se ven
. saltar las rocas, trituradas; parece a la exrlosiólI que
se viniera abajo todo el cerro y d ruido se va perdiendo en la red de socavones.
-Oh. soberbi0, magnífico,-exrlamÓ
RivilS, el teniente Rivas.-Ah, el olor de la pÓlvcra, el fragor de
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LORENZO
las descargas.
Adelaida:
-Sólo
am(>rusa
no entre
JI
Ese
es
mi
su~fio. - Y
vol déndose
a
tú, reina, eres capa7 de aprisionar
en cárcel
este corazón Olio, hecho para p<.lpitar sereel horror de las matanzas.
-Vamos, pu.:s, grita el patrón. ¡Al ascensor todosl
Dé usted, Rivas, la manoa las sl~ñora:;, mientras dispongo yo la encendida
de las mechas. Vamos, Moscoso, cada UIlO enciende
dos rápidamente,
a ver si
logramos
que revienten
a lin ti'~llIp"
todos los cartu<:ho~. Vivo! Eso es. Muy bien. Ahora al ascensor
todos. ¿Todos estáll ya? j Bien! Ahora la señal. Una,
dos y tres cômpanéld3s.
Ya la 1~~áqlJina empieza a
funcionar
arribi'!. Sub:l'l1()s, subamos.
Af-ómense, señoras, por los agujeros
del fondo, y verán cómo arden abajo las doce mechas de las doce minas, como doce chorritos
de chispas. ¿Pero qué es esto .... ?
Por todos los rostros corre un relámpago
de pé!Iidez mortal. El ascensor se ha detenido,
luégo empieza a descender
de nuevo lentamente,
lentamente
t
y se queda inmóvil casi en el punto de arranque,
a
men,s ce un metro del fondo.
-¿Qué
ha sucedido?-gritJ
d patrón tembrando
de tcrr(lT}' Jgítando
el cordón cie la campana
de seftales hasta quedarse
con la cuerda rota entre las manos. ¿Qué es esto? Dios! ¿qué es esto?
D':s~llcajados
los rostros,
los ojos
saliendo
de las
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EFE
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órbitas se miran unos a otros, silenciosos.
anhelan-
tes.
¿Qué va a suceder allí? Doce minas. todas ellas
con cartuchos dobles, van a estallar bajo sus pies
dentro de pocos segundos, y esas nueve personas
cogidas en medía, levantadas en alto, estlelladas contra las paredes ael pJZO, trituradas, serán pronto
manchones de sangre en las salientes de las rocas,
restos sin nombre revueltos en el fango. Y las doce
mechas, como doce antorchas fúnehres, siguen ardiendo. y la luz roja de su siniestro chisporroteo no
alcanza a colorear la palidez agónica de esos rostros
desolados.
Ya nadie piensa en nadie. El terror con sacudida de rayo ha derrumbado las individualidades, Y de
ellas sólo queda el instinto primitivo, el automatismo
inconsciente. Unos intentan trepar por las paredes
del pozo, Y después de lucha inútil, las manos desgarradas, tornan a caer inertes. Rivas ha pretendido
subir cable arriba, pero otros se han arrojado a subir con él; el racimo humano ha crecido, crecido, y
creciendo a su gran pesadumbre ha tornado a caer
sobre la plataforma del ascensor, en donde se lucha
a puñetazo limpio, a dentelladas Y a denuestos por
subir primero.
¿Pero qué suceso inaudito, qué de insólito acaece
de repente que ha logrado orielltar en una sola di-
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LORENZO
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rección todas las miradas dementes de ese grupo enloquecido, cambiando los gestos del terror en anhelos
de esperanza?
Es que audaz, sereno, hermoso, ha saltado Lorenla al fondo del pozo, y con mano firme y rápida
arranca una rlecha chisporroteante de su agujero de
roca; luégo de la mecha arranca el1ulminante. Luégo arranca otra .... y otra. Un fulminante se resiste:
lo arranca con los dientes sin temor a que le estalle entre la boca. Angustiosa expectación distiende
los semblantes. ¿Acabará a tiempo? ¿Arrancará todas las mechas antes que el fuego llegue a alguno
de los fulminantes? Una sola mina, estallando, podría hacerlos dcsflagrar todos y tomar estéril tánto
heroísmo. Y es tal el estupor, tal el asombro, tal el
aplanamiento de todos estos seres, que nadie se adelanta a ayudarle, que a ninguno se le ocurre que podría hacer otro tanto, colaborar con Lorenzo y salvarse salvándolos a todos.
Ya sólo arden dos mechas, y arden alto en una cornisa de la roca. Vuela allá Lorenzo. Nadie respira. Ni
un solo corazón late. Las fracciones de segundo son
eternidades. IHorror, al ir a trepar, resbala y cae! Un
grito, grito informe, no oído, grito de animalidad en
pánico, salido de las profundidades de lo inconsciente, grito ronco, de protesta, de desamparo, de impotencia, se escapa de todas las gargantas.
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EEE
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GOMEZ
Luégo, un segundo de horror que fueron siglos, y
en seguida germinante, jubiloso, inmenso, reborboliante, surge otro grito de alegria. Lorenzo ha logrado apagar la última mina.
Después todo queda a oscuras.
A oscuras y en silencio.
* .•..•.
¿Qué pasa en cada uno de esos seres al ir tornando a cada una de sus psiquis disociadas por el terror las series de sensaciones conscientes que integra normalmente el monstruo humano? ¿Qué mundos
de sentimientos, acordes con los personales caracteres, irán naciendo. creciendo, tornándose despóticos?
Sentimientos de alegría, de agradecimiento, de odio,
de vergUenza, de escondida envidia. En tanto, el silencio continúa, nadie osa interrumpirlo .
.•..•.*
¿Por qué solloza dulcemente?
¿Qué es eso extraño que en el alma de Adelaida se
alza en oleadas de piedad, de ternura infinita, que la
enerva dulcemente y humecede con las lágrimas sus
ajas? j Ah! es Que su sér severamente sacudido, hase
despojado de caducos follajes pasajeros, quedando
a solas con la osatura misma de su sér más íntimo,
con urdimbre irredllctible de la raza, tejida hilo a hiJo pOT las encallecidas manos de rústicos abuelos ve-
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LORENZO
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nerables. Es el retorno a los atávicos quereres; al prístino soñar de adolescente; a la cabaña alzada en la
ladera; al huerto oloroso a mejorar.a que él cavó con
sus manos surco a surco y ella amaba 'f nombraba
mata a mata.
¿Cómo ella pudo Icruel! volver la espalda a ese nido que él como el gorrión mullera con el plumón más
suave de su pecho? ¿No sabía que allá la esperaba
hora tras hora, mientras corría ella tras un amor que
no era el de su alma, amor de tr3pOs, de galones, de
ademanes, mientras que él, tan leal, tan constante,
tan impaciente, tan heroico .....
Una mano busca las suyas en las sombras: Si: es
él. Es su mano, son sus manos que el trabajo endureció. j Manos queridas!
-¡Lorenzo!
- ¡Adelaida!
y los brazos se aferraron en los cuellos.
Tal los dos ramales de una misma corriente cristalina que árido islote erguido en su cauce dividiera, tornan a uni; sus liquidas cristales para correr ya, y para sicmprt~, unidos.
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Muchacha
campera
Por
Luis
Tablanca
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Muchacha campera
A
L empezar
Octubre se inicia en esta brava tierra
ècl trópico la estación de las lluvias. Agosto y
Septiembre
son tiempo claro y seco en que no se ve
cruzar por el ancho ciclo el leve vellón de una !lube;
pero el azul pierde entonces su pureza y profundidad;
parece flotar en el aire un polvillo rojizo que semeja el lejano resplandor
de un incendio. La tierra se
retuesta, la vegetación
decae y se man~hita, los regatos
se merman y mueren. Es el tiempo en que los pastores
de las ardientes
llanuras
emigran con sus ganados y
véln a buscar
en las playas
abandonadas
por los
rios un roca dé Yt:rb;¡ y de frescura.
Un día, ya a
principios
de Octubre,
cuando el caJur es más sofocante, una nube se presenta
pûr encima de las montafias, crece, se pone oscura;
otra nube igual de negra y pesada surge por el mismo camino
y avanza
moviendo
el ruido de cien carros de guerra. Las dos
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LUIS
TABLANCA
nubes se encuentran, se funden y de su seno misterioso brota de repente un resplandor cárdeno y el zigzag de un rayo baja a herir el árbol más empinado
de la selva; óyese retumbar el trueno con tal aparato como sí se desquiciara el orbe. Oruesas gotas caen
rayando oblicua mente el aire sonoro, chasqueando al
chocar sobre la tierra sedienta. Y llueve, llueve un dia
tras otro, sin cesar, como si volvieran los cuarenta
días del diluvio
.
Es en esta época cuando en el extremo Norte de
Santander el café empieza a madurar y el agricultor
tiene quc redoblar sus afanes para atender a la recolección del precioso grano. De los pueblos sale entonces mucha gente pobre que desea ganar unos jornales, comer hasta la hartura y pasar una temporada
alegre en los cafetales; n,) quedan en las casas cocineras ni sirvientes, ni en las calles mozos de cordel
ni desocupados de alpargatas, todos se van en gruesa romería a contratarse de braceros en las haciendas; mozos y viejos, hombres y mujeres encuentran
en estos días productiva ocupación. Todos son aptos;
las ramas desmayan y hay que aliviarias antes de que
el grano se caiga y se pierda. Cuanto peón se pr<,senta
es admitido al momento, sin averiguar quién es ni de
dónde viene, y :lsí resultan agrupados por unas semanas los más heterogéneos y raros personajes de la pobretería de campos y lugares.
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..'\-1 U C II A C H A
C A At P E R A
* **
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Ño juan Cuevas tenía un cafetal. Lo había sembrado él en su mocedad con sus propias manos y no
era extenso ni muy bueno, pero cuando la cosecha
decía a madurar, lo menos que tenra que poner eran
veinte peones a hacer la recolección. El producto le
daba, ayudado con otras casillas que un buen agricultor siempre sabe obtener de la tierra incansable.
para vivir en una que a él le parecía regalada holgura y aun para guardar sus ahorrillos. Por toda familia tenía una hija que trabajaba sin cansarse, pues
cocinaba, hacía la colada, servía la comida, remendaba la ropa y, en fin, criaba unas gallinas que no
eran las de los huevos de oro, pero sí las del huevo diario, que es cuanto una ama de casa puede
desear para orgullo de su corral. Esta muchacha se
llamaba Vi<:enta, andaba en la temprana mocedad y
todo el que la veía junto a su padre se quedaba admirado de que de tronco tan feo hubiera podido bro~
tar una flor tan bonita. El era un indiazo de colar
de tabaco, con mucho pelo cerdoso rebelde a las canas, bajito y patizambo; y ella, aunque morenita como una gitana, era fina y vivarach'l y t~Il¡J el cuerpo espigado; él tenía los ojos pequcÜús e inexpresivas, y ella, bajo las cejas, dos soles negros entre
una selva de rizadas pestañas. En lo que no diferían
nada era en la dentadura, en ambos fuerte, blanca,
.pareja y bien puesta.
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LUIS
TABLANCA
Los domingos bajaban al pueblo a oír misa y hacer compras. En cuanto habían andado un poco por
aquellas cuestas casi verticales y el viento les daba
en el rostro y el sol empezaba a picar, era de ver
cómo se le encendían las mejillas a la muchacha.
Se echaba el pafíol6n sobre la cabeza, cruzaba las
puntas sobre el pecho y encima colocaba la mano
para sujetarlas, una mano tendida sin coqueteria, moren:l, hoyuelada, recargada de viejas sortijas. Ño Juan
lIcvaba su ruana nuev'l de patio azul, su sombrero
de jipijapa de alta copa de un blanco de crema, obra
del tiempo que lo iba dorando, y unas alpargatas
con capelladas de lana de color que parecian hechas
con las alas de una guacamaya. Al andar la hija iba
un poco adelante y el padre la seguía, abríanles paso los mozos, lIovíanle a ella piropos y miradas incendiarias y la muy honesta, como si fuera sorda y
ciega, ni siquiera sonreía.
ol<
**
Entre los peones que en aquel mes de octubre llevó a su finca el viejo Cuevas figuró un mozo nacido en la aldehuela de Búrbura, pero que se deda
hijo de Oca fía, siguiendo la inveterada costumbre que
muchos tienen de negar la cuna humilde y buscar
otra que a su parecer los honre y enaltezca, como sí
no fuera. cada uno hijo de sus obras. Era el tal mozo un poco rubio, tcní~ ojos melad,ls, bigotillo co-
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MUCHACHA
CAMPERA
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mo seda castalia y un aire de gallo fino de los que
no pueden ver una hembra sin arras1rarle el ala. El
papá Cuevas no era hombre muy amigo de conversación, pero el mozo le inspiró curiosidad y le retuvo un buen rato en el corredor haciéndole preguntas. Como era natural, empezó por el lado de la política, que es la obsesión de esté!S buenas gentes.
-No
me diga usté na-contestÓ
el muchacho,que en mi família todos hemos sío liberales hasta Jas
huesos, y deje listé que venga una guerra pa que me
vea. Cuando la revolución pasá, yo no había nacía,
pero mi papá tomó las armas y hilO raya; fue el último en entregase, yeso porque ya habían firmao la
paz y no había remedio. Mi agnela tamién fue guerrillero .... Yo, si se llegara la hora, lo haria mejor que
ellos porque conozco la milicia; el año pasao pagué
mi servicio obligatorio ~n Pamplona. Cuando quiera
Je muestro la libreta, que esa va conmigo. Soy buen
tirador y aprecio las distancias mejor que ninguno ....
Ahi lo dice la libreta.
-¿y en el trabajo?
-En el trabajo soy una fiera, no conozco la pereza, va usté a velo. Y tengo la ventaja de que sé de
to un poco; S0Y a1bafiiJ, soy carpintero, agricultor y
herrero; en el oficio que se necesite no S0Y m;miquebrao. Yo digo que el hombre ha de saber de to.
-¿Y de onde salis ahora?
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44
LU/S
TABLANCA
-Vengo e Gamarra. Pero nil me amañé en ese puerto
a pesar de que se gana la plata. Me pegaron las fiebres y dije, na, yo me voy a b:Jscar tierra fría, y me
vin~.
-Hicites
bien. Aquí te reponés ligero, y te ganás
tus reales. Conmigo to el mundo se amaña, doy buena ración y buen trato. Lo único malo que ahora tenemos es el tiempo, qu~ es pura agua. Vê qué cortina de nubes. Oi que tronamentéil
Esto era el domingo por la tarde y aún tenia el
mozo al cuello el pafiuelito rosado con que se engalanaba. El viejo Cuevas dijo:
-Antes que siga lloviendo voy a ver si acabo mi
oficio.
y se retiró a sus quehaceres, que consistían por
las tardes en darles un pienso a las vacas Y encerrar
los terneros. El viento pasaba a gran velocid Id Y llevaba en sus alas girones de neblina y gotas de lluvia. Sonaba en la hondonada el torrente aumentado
por el invierno Y las lomas que formaban el paisaje
tenían todos los tonoS del verde.
Pasada más de media hora, cuando ya la luz de
la tarde empezaba a declinar Y ponerse triste, salió
el vieio del cobertizo de palma donde tenía sus animales y vio que el mozo, cuyo nombre era Elías Cafias, estaba conversando largo y tendiJo con la desdel\osa Vicenta. No le gustó al "iejo el palique, pues
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MUCHACHA
CAMPERA
45
no estaba acostumbrado
a ver a su hija en charlas con
los peones, porque la muchacha,
aunque
campesina
y sin pulimento, era mujer digna, que por instinto
sabía guardar su decoro de terrat(niente,
y si se quiere, de señora. Quiso air de qué trataban,
y haciéndose el que no habia notado nada, dio la vuelta en torno de la casa y entró mañosamente
por la puerta
trasera, andando
de modo que la~ alpargatas
endurecid?s por el barro no hiciesen ruido alguno.
-Créame-decíale
Elías a Vicenta-que
apenas la
vi a usté sentí una corazaná que en los años que llevo recorriendo
el mundo no me había causao ninguna otra mujer. Es que pa cada hombre que nace
hay una mujer áestiná, y puede uno andar tierras y
tierras y por mucho que esa mujer se le esconda al
fir. topa con ella, sea pa su buena suerte, sea pa su
desgracia.
Apuesto a que usté cuando me vio llegar
a su casa sintió
tamién
alguna
cosa extraña .... _ Y
como Vicenta negara moviendo
la cabeza, el mozo ar~üía :-No
lo nitgue usté, que los ojos son el espejo
del alma, y en sus ojos, en el modo como me miraron, yo lo conocí al rompe .... Yo no pretendo que usté vaya a decirme ahora mismo que me quiere, pero
Jo cierto es que usté y yo no nacimos pa senos indiferentes.
El corazón me lo está diciendo.
Usté tiene que casase algún dia. Su papá ya tiene sus años.
de pronto se le muere, no 10 permita Dios, y se que-
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46
LUIS
TABLANC.4
da usté solita en el mundo .... Tiene que casase, y
si con alguno tiene que hacer la pareja, ¿por qu.é
no ha de ser conmigo?, que apenas la vi me que1é tan
enamorao que si usté se negara a quereme .... iquién
sabe qué haría yo!....
Aqui llegaba el ladino mozo cuando al aproximarse le vino al viejo una tos que lo denunció antcs de
Que pudiera oír una sola 'palabra, y Elías continuó hablando de otras cosas para despistarlo.
-j Figúrese qué haría yo L ... Tener paciencia y C;J)lame la boca. Nos sacaron a campaña y pasamos
unos días en CÚcuta, que es una ciudá mllY adelantá y muy bonita, pero con un clima muy caliente. Las
calles son anchas, con árboles .... iQué ;¡llllaCenes!
-En las calles de Cúcuta-intervino
Ño Juan acercándose,-mataron
al hijn e mi compadre Mamerto
Arias en la guerra pasá. Era un muchacho e mucha
esperanza ....
** *
Tenía la casa por dormitorio una pieza 110 muy
ancha, de paredes desniveladas y techo bajo, por cuyo maderamen corrían de noche las cucarachas y
otras alimafias. Las dos camas del viejo Cuevas y de
Vícellta, esteras y trapos sobre crugíentes cafiizos,
estaban colocadas en los dos extremos, y eran duras.
penitenciales si que quiere, pero en ellas dormían
mejor que sobre plumas. Padre e hija conversaban
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MUCHACHA
CAMPERA
sentaùos cada uno en la ,suya, r<:zaban a dúo,
47
apa-
gaban la lamparilla de aceite y, ya en las tinieblas
para guardar el pudor, procedían a desnudarse.
El viejo Juan tellía a la cabecera de su cam;¡ una
mal labrada arqueta de nogal d:mdc guardaba
las
economíôs, la botella de aguardiente
alcanforado,
la
ruana de paño azul y las fincas d~ Vicenta, amén de
otras COSéiS de gran aprecio. Las fincas eran panderetas cnn perendengues,
zarcillos de filigrana, seis u
ocho sortijas con 'piedras muy llamativas y un collar
~e los llamados de cola de pato, heredados en parte
)' en parte adquiridos
por compra, joyas que la mudacha se ponía cuando bajaba a la parroquia yeso
si se trataba de fiesta de la Virgen del Carmen o
Senana Santa.
Lis economias consistian ell algunos soles peruanc·s, un m~dio candor como un huevo frilo, algo de
montda menuda y un buen atado de billetes aplélllchadios y enmohecidos,
todo ello fruto de muchas
privaconcs y mucho esfuerzos. Algunos días, ño Juan
estaba de felicísimo humor y volcaba el tesoro soore
una Cuüja para recontarlo, y Vicenra Con el dorso de
~ada malO en una cadera, presenciaba sonrcída, iluminada c.:: placer. Era «su herencia.~, cosa sagrada
que había que celar y defender.
Aquella 10che 110 Juan
gunta intenoesti va:
hizo
a su hija esta
pre-
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LUIS
48
-¿De
TABLANCA
qué te estaba hablando
esta tarde ese mu-
chacho?
-¿Cual
de ellos, papá, Elías Cafias?
-¡Ah! ¿Ya le sabés el nombre?
-Yo sé el nombre de to los piones, papá.
-¿De
qué te hablaba, pregunto.
-Pues .... de las tierras que ha conocía. Me habló
e Plamplona, me habló e Cúcuta. del servicio militar ....
Al viejo se le ocurrió
una
reflexión y olvidó el
tema:
-Ahora
hacen el sorteo y se llevan los muchachos. Antes lo cojian a uno por la juerza .... Cuanro
decían a coger gente no se podia bajar a la pan"Jquia.
Rezaron, apagaron, se metieron bajo las coblas
y pasado buen rato sonó de nuevo la voz del vejo:
-¿Estás
espierta, Vicenta?
-Si, papá; poco sueño tengo esta noche.
-¡Qué
suefio vas a tener, criatura e Dios, si te
están dando gUeltas entre la cabeza las emb:lequerias de ese embustero! Yo nunca he sio horrOre que
me dejo engañar. Veo y comprendo to lo qJe pasa.
Se declaró enamorao Y le estás creyendo. Maflana
mismo le digo que se vaya. Pa un avcnttrero que
anda de campo en campo jornaliando ni~ún partío
podia ser mejor que vos, hija única, criá en tu casa
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MUCHACHA
CAMPERA
49
con honradez, con posesión de campo que tarde o
temprano pasará a tus manos y con esto que ta
aquí guardao pa que lo cojás cuando yo me muera-y dio con los nudillos en la arqueta que guardaba a la cabecera de su cama.-Pa eso te he criao
con tánta estimación-continuó
diciendo-y
pa eso
me he matao trabajando, pa que venga de la noche
a la mafiafia don Elías Cañas y con sólo verte sienta una corazoná y se crea ya dueño del santo y la
limosna. j Qué cosa tan fácil y tan güena si no tuviera yo aquí pa impediria!....
Habló largo rato con voz apagada como si temiera que afuera del ventanuco pudiera haber un extraño que lo escuchara. Vicenta, hecha un ovillo bajo las
sábanas, no se atrevió a replicarle una sola palabra.
y cuando a fuerza de hablar el viejo se sintió desahogado, se reclinó de nuevo, y ya bien mediada la
floche. ambos se durmieron.
* •. *
En aquella región el beneficio del café se hace de
un modo muy rudimentario. Los peones agarran las
ramas y cerrando la mano arrastran al cesto que llevan atado a la cintura todo el fruto que alii se encuentra, verde o maduro, muchas veces hasta con las
hojas. Lo llevan a los patios de secar y lo vierten
formando surcos, pero entonces las lluvias son incesantes, a los pocos días entra en maceración y así
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50
LUIS
TABLANCA
dura, dai'lándose, hasta que el buen tiempo que trae
diciembre acaba por secaria, y se puede \levar a los
pilones.
Llovió en aquel mes de Octubre más que otras veces, y los peones, calados hasta los huesos, tenían
que suspender el trabajo por medios dios enteros para venir a la casa en busca de ropa seca para mudarse. Y sucedió que un día Elías Cañas, en vez de
meterse al cobertizo donde los trabajadores
tenían
su dormitorio y guardaban sus maletas y hatillos, como lo hicieron sus compañeros, se quedó acurrucado
al resl:{uardo del alero, con las ropas pegadas a la
carne y temblando de frio como un perro.
-Le va a hacer daño el estarse mojado, Elías.
Cámbiese como lo están haciendo los demás, que ya
hoy, según está el cielo de nublao, no habrá más trabajo.-Era
Vicenta quien se cuidaba del pobre peón
y el tono de su voz tenia una dulzura maternal.
Elías, mirándola con ojos febriles y voraces le contestó:
-No lo crea, niña, que el que ha hecho campaña como soldado raso puede pasase la vida entre un pozo sin que le suceda na. El hombre se acostumbra a
toas estas cosas.- y sonreía y hacía esfuerzos visibles por aparentar que estaba muy bien. aunque los
músculos no le obedecían y le temblaban como azogados.
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MUCHACHA
CAMPERA
La muchacha
muy bajo:
-¿Es
que
comprendió
no tiene
ropa
51
la verdad
y le preguntó
seca?
-Es
que no tengo más que la que cargo encima,
la verdá sea dicha; que de ser pobre nadie tiene por
qué avergonzase.
-Elltoncf.s
espéreme
un momento.
Se fue corriendo
y volvió a poco roja de felicidad
trayendo
prendas
lavadas y muy remendadas
d~ no
Juan, que le ofreció apresuradamente,
inclinándose
para entregarIas,
llena de emoción.
-Corra
y se rlone esta ropita e mi papá, que está limpia y seca, y se está allá entro pa que nadie
lo note. Corri:!, que esa humedá le puede hacer daf\o.
Sentía en lo más hondo la satisfacción
que producen las buenas acciones y huhiera querido comnnicar
a todC's el íntimo regocijo que la enajenaba.
Al encontrarse
con el papá en la sala y recibir
de Jleno
la mirada escudrifladora
que el viejo Je dirigió, se
puso de una palidez mortal y bajó los ojos aterrada.
Le parecia que el astuto campesino se habia impuesto de la obra de caridad
que había realizado
a su
costa y qU(o iba a regañarla.
Pero sus únicas palahras nada tuviero.1 de terribles:
-¿Qué
te pasa,
mo un dijullto?
-Nada,
muchacha,
papá .... -y
;í~:;=:)
cobrando
que
te has quedao
ánimos
se acercó
coy
D.~ L., ::-~:'r)3L1CA
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Biblioteca
Ángel
Arango Del Banco De la República,Colombia
'~'J~, rLuis
i :\(~
.:'.._('~' ("'\~. r
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52
L U I S
TAB
L A N C A.
le rodeó el cuello con los brazos.-j Qué tiempo más
lluvioso el que tenemos! Esa pobre gente de tánto
mojase se va a enfermar.
_y el pobre Juan Cuevas, pagándoles el jornal y
dándoles de comer sin que trabajen, va a salir perdiendo este afio.
-¿Hay
todavia mucho café en las matas?
-Más de la mitá.
-Entonces
no va a caber en los patios. i Qué buena cosecha!
-Con
tal que rinda, onde secalo no ha de faltar .
• • *
El jueves llamó el vIeJo a un peón conocido que
ya le había acompafiado en otras cogidas de café y
le dijo como el que ha pensado mucho una cosa:
-Tengo
que bajar mañana CI la parroquia a trer
plata pa hacer los pagos y como me llevo a Vice nta voy a nombrarlo a usté de mayordomo por un
dia. Pero vea que me cuida el campo como cosa propia, sin dejame sola la casa ni permitir que los piones se ganen el jornal de balde.
Vicenta se quedó admirada. ¿Dejar el campo en
poder de unos extraños? ¿Cómo se le ocurría a su
papá, que era la cordura en persona, tan extraordinario disparate? y el viejo le explicó al oído:
-Otras
veces te dejaba cuidando y yo me iba
tranquilo, porque entonces no corrias peligro ningu-
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M UChA
CHA
CA MP£RA
53
no. Pero ahora se nos ha entrao el enemigo malo en
la casa, y no es güeno dejate sola.
Vicenta bajó la caheza avergonzada y enrojeció como una amapola.
-Yo sé cuidame, no crea ....-murmuró.
-y yo sé que lo mejor es evitar las tentaciones.
Al amanecer iban los dos cuesta abajo. El camino
estrecho caracoleaba entre los matorrales húmedos de
rocío y al rozar las ramas caían gotas y volaban los
pájaros. El aire trío tenía aroma de flores silvestres
y rumores indefinibles. Salió el sol y doró las cimas
lejanas.
No Juan hacia observaciones mientras andaba:
-Aá veo a mi compadre Lucas en el patio e su
casa. iPobre hombre! este afio se le ha vanao toa la
cosecha.
-Está
muy malo el camino. Apenitas asiente la
inverná tenemos que salir a darle unos barrazos.
-Vé qué hoquete tiene esta cerca; esta es la vaca
barrosa la de estas gracias. iAnimal que es un demonio!
Antes de las ocho, cuando las campanas llamaban
a misa, vieron destacarse contra el fondo verde del
monte los tejados del pueblo. Ese pueblo es el Carmen, en la provincia de Ocafta, lugar menudo y coqueta como un búcaro de flores. Iban a entrar a él
por la Cuesta del Hoyito, a esas horas desierta. Y
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54
LUIS
TABLANCA
antes de suhirla el viejo esperó sentado en una piedra
mientras la muchacha le dedicaba unos momentos a
l'll tocado. Ella no era más que una pobre muchacha
campera, pero era mujer y por lo tanto albergaba en
su corazón el no élprendido sentimiento de la coquetería. Además, como no había visto ningún otro poblado de más importancia, el Carmen era para ella
todo lo que puede haber en el mundo de grande, de
bonito, de codiciable. Sentóse, pues, a la orilla de la
Quebradita, arroyo parlachín que baja rompiendo sus
cristales entre redondas piedras, y se lavó los pies
pára ponerse unas babuchas de pana nuevas que para
el caso traía en un pañuelo. Se pasó la mano húmeda
por el rostro y lo limpió del sudor de la caminada;
se soltó el traje que tenía alzado en la cintura para
no ensuciarle el ruedo; se alisó la cabeza con la peineta y vio si la trenza no se le había destejido. Polvos
no se los había puesto nunca. El pafiolón lo había
traído doblado sobre el brazo y ahora se lo puso,
sujetándolo en el pecho con la mano regordcta y morena.
Comerciantes italianos y turcos salían a las puertas
de sus tiendas con aire de seducción:
-j Hola, ño Juan, venga acá, no se pase de largo!
En las vidrieras del mostrador había mil chucherías
que embelesaban a la muchacha: peinetas con piedras,
pañuelitos con versos, frasquitos de perfume, sortiias
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MUCHACHA
CAMPERA
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brillantes,
alfileres de «no me olvides".
Mientras ella
reparaba
ya el papá había cerrado el negocio, ya le
estaban
contando
una pila de billetes que eran el precio leonino
de no se sabe cuántas
árrobas de café
Que se había comprometido
a entregar dentro de dos
meses, en Enero próximo.
Para celebrar el trato les
obsequiaron
a c<lda uno medio vaso de vino.
Entraron
a air misa y dieron al p::¡ j re una buena
limosna para las obras de la iglesia. AlmdrzarclO un
plato de san cocho con arepas calientes en una casa de
la Calle Atrás. Compraron
sal, carne, jabón
Y al
punto de medio día, antes que empezara el agua que
anunciaban
las nubes negras, la emprendieron
de regreso cuesta arriba.
La muchacha
había comprado
un frasquitO de agua
de kélnanga y dejaba al andar una estela de intenso
perfume. Pero más perfumado
llevaba el corazón por
el aroma de las ilusiones
.
* * *
El sábado en Já tarde hllbo arreglo de cuentas )'
pago de jornales.
Los peones se acercaban
uno tras
otro, cont¡.¡ban con los dedos los días trabajados,
recibían lo que les correspnndía
y amarrándclc
l:[J una
punta del pélñuelo se iban a un lado a recontar y hacer reclificaciones.
E! que liquidaba
los nlores
sin
saber un punto de aritmética,
pero sin equivocarse,
era ño Jllan; la que entregaba
el dinero la propia
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LUIS
TABLANCA
Vicenta, tomándolo de un paño que mantenia sobre
la falda. Al acercarse Elías Cañas, que vino a ser el
último, el viejo le dijo en voz baja:
y como ya esto está pa acabarse, porque ya el
cafetal está como barría, desde mañana no te doy más
trabajo.
-Está
bien-dijo
el mozo. y después de un largo
silencio levantó los ojos temiendo encontrar clavados
en los suyos los de todos sus compañeros. Al cabo
de un rato se atrevió a replicar:
_ ¿Pero es pa mi solamente que el trabajo se
acaba? Porque son más de veinte los piones que hay
en la finca y a ningún otro lo ha retirao. Trabajar
he trabajao como el mejor, la plata me la he ganao
honradamente.
El seno de Vicenta palpitaba como el de una paloma prisionera, la garganta se le cerraba, las lágrimas acudian a sus ojos y tenia que hacer grandes
esfuerzos para evitar que resbalasen.
El mozO continuaba aprovechando la mudez de fia
Juan para exponer nuevos argumentos en su favor:
-Lo que es trabajo lo hay en toas partes y pa un
hombn:. que sabe desempefialo lo mismo es aquí que
allá; la plata del uno no vale más que la del otro.
Pero esto de que le digan a uno, lárguese, es bochornoso. Dirá el qut; lo v..:.despedir que por algo malo
lo botan y no faltará alguno que empiece a desacre-
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MUCHACHA
CAMPERA
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ditalo. Es cierto que ya la cogía e café está pa acabase, pero hay trabajo pa toa la semana entrante.
Pues en la semana entrante podíamos ínos tos, ca cuál
con su honra.
El viejo creyó que había acabado y se levantó sin
contestarle, tomó el patio con el dinero de m2nos de
Vicenta )' se fue a guardarlo, demostrando así que
no eran sus entrañas fáciles de ablandar.
El mozo se acercó entonces a la l11uch¡.d¡J y le dijl)
con voz turbadora:
-Me bota porque ha visto que la quiero a usté
.
- j Cállese!
-Porque
de seguro que ya le tiene destinao pa
marido alguno de los que tienen plata, sín ímportarle
que a usté le guste o 110 ••••
-Cállese,
por Dios, que lo oy~.
-Usté
lo que puede hacer es ise conmigo a la parroquia y allá nos casamos. Después de casaos nos
perdolla y vol vemos.
-No crea; es terrible; lo que dice una vez lo sostiene siempre.
-Piénselo.
Yo no me voy sin usté.
Se separaron porque el viejo volvía del aposento.
Vicenta lo siguió. Iba camino del lavadero, bajo los
altos higuerones que habían dejado caer las hojas sobre el suelo encharcado. El chorro del manantial, aumentado por las lluvias, caia con un ruido cristalino
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58
L U/S
TA
BLA
NCA.
que en la soledad de la hora, en aquel crepúsculo
gris, tenía hipos y sollozos de mujer triste. Había
rapa blanca tendida sobre los pradizuelos de yerbabuena y las ranas ocultas entre los berros croaban
invitándose a 105 nocturnos misterios de su amor. El
viejo Cuevas y su hija apenas se veían como dos
sombras entre las opacidades de la noche que /legaba.
-¿Qué
querés de mí que te has venía detrás?preguntó el padre malhumorado.
Vicenta no vaciJó en suplicarle:
-Debías
dejalo aquí hasta que se aCilb.: la cogida.
Ha trabéljao honradamente
.
-No lo quiero aquí; te e~tá l:l1anlOraudo y vos no
has de ser pa ese pendqete. Por to estas campos hay
muchos muchachos mnodos y hombres de bien pa que
escojás marío cuando te dé la gana. Vete bien, reparate bien y recollocé que 50S una muchacha campera y
no te conviene un desocupao de parroquia, l!eno de
maJas mañas y de perdiciones. Los viejos tenemos mucha experiencia y sabemos lo que hacemos. En mala
hora vino aquí ese individo.
-Es que yo lo quiero, papá ....
-Pues
más pronto se va de aquí, si es que lo
querés. Santo que no es visto no eS adorao; 'Ille se
vaya. Aquí el que manda soy yo.
Se entró bajo las matas de plátano y Vicenta re-
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II
{j
C If A C H A
C A M P E R A
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gresó a la casa lentamente, llorando. Fue a la cedna, cebó la lámpara de aceite y tomando del hogar un
leño encendido sopló sobre la brasa hasta que brotó
la llama y en ella la encendió. Al dirigirse a la sala
creyó ver una sombra que salía èel aposento y se -2Scurría rápidamente hacia el patio. Preguntó afanm;a:
-¿Es
Elías?
-Yo que te andaba buscando.-Su
voz temblaba ~;obresaltada.
-Mi papá no cede.
-Cederá
cuando nos casemos. Esta noche te espero. Lo dejás que se duerma, salis y nos vamos. Mañana estamos casaos y entonces ;10 le queda más remedio que perdonanos. Así pasa siempre .... ¿EStás
resuelta?
-No me atrevo .... Se muere mi papá del disgus o.
-No se muere na. Los viejos son chochos y Ill'
hay que haceles caso. Esto lo hace to el mundo. V
~omo es pa casanos ....
-No me atrevo, es una cosa muy grave .... lme de la
casa, como una mujer mala.
-Es que vamos derechitos a la iglesia. Yo no ne
acuesto esta noche; ahí sentao en una piedra me q uedo esperándote.
Santo Dias L.
-¿Estás
resuelta?
-j
-Sí.
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60
LUIS
TABLANCA
A poco entró ño Juan y se acurrucó en la cama a
fumar lentamente una pipa. La lamparilla poco alumbraba y sentada muy cerca Vicenta hacia Que remendaba, pues más era lo Que se quedaba pensativa con
los ojos clavados en Jas puntadas que lo que la aguja se movia entre sus manos. Del coberti7o vecino
llegaba el ruido de risas y voces de los peones.
-Como
cogieron plata esta misma noche se la juegan al trique o al dao. Por eso cs que algunos no
tienen cuando poder comprar una muda e ropa.
Vicenta Kuardó silencio, alzó la obra y cortó el
hilo con los dientes.
-¿Esos
son mis calzones de o.anta reinosa?
-Sí,
papá.
-Iguales
le he visto tinos a mi compadre Manuel
González. Y ese hombre está rico; lo menos que coge este año son cuarenta cargas, conque si el precio se sostiene, pa qué quiere más! Lo malo es que
vive ten que ten con los hijos, que ninguno tiene
juicio y lo que cogen lo gastan. Las muchachas
sí
Je han salío muy güenecilas y, según he oído decir,
la mayor se le casa muy bien casá.
Vicenta continuó en silencio, sin prestar atención
a lo Que el viejo decía.
-Otro
que tamién está bien es mi cOlT:padre Araos.
pero a ese Jas que le dan la mano son Jas vacas ....
iQué hermosura de animales tiene! Una novilla que-
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MUCHACHA
CAMPERA
6/
dé a comprale qu~ es un grano de oro, pa que kngás cuatro .... Hola, hija, ¿no me oís?
-No, yo no he sabío eso.
-Estás
preocupá y no sabés lo que te estoy hablando. Tenés entre ceja y ceja al Elías y ni me
ois lo que te digo. Acostate y dormite, que el sueño
alivia to los males. Y dejate de boberías, que así
que se vaya, con dejar de velo lo olvidás y se
acabó.
Vicenta trató de sonreír en silencio. Se levantó
maquinalmente y llevó la lamparilla a una repisa que
habia cerca de su cama. Previno los fósforos y preguntó cnn voz casi sollozante:
-¿Rezamos
de una vez?
-Eso es, con eso se te van los malos pensamientos.
Fue a guardar la pipa sobre la arqueta y viendo
la llave en la cerradura preguntó admirado:
-¿Esto
qué es? Seria capaz de jurar que
tardecita, después de los pagos, cerré bien y me
la llave al bolsico .... y no, señor, la llave está
prendía. j Qué cabeza la que tengol Por fortuna
gente es muy honrá ....
esta
eché
aquí
esta
Rezaron todas las devociones acuslUmlnadas y luégo Vicenta sopló la débil lamparilla. En el silencio
que siguió entonces hubieran podido oirse las aceleradas palpitaciones del corazón de la pobre muchacha, que no sabia qué partido tomar y luchaba en-
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LUIS
62
TABLIINCA
tn: el deseo de marcharse
con el hombre que le había enamorado
y el sentimiento
de dejar abandona(~O al pobre
viejù que hasta entonces había sido todo su sér en el mundo.
Y pensaba que el tiempo
iba pasando,
que Elías estaria
afuera esperándola.
¿:ria? Después
de todo, la oposición
de fio Juan no
era más que un capricho
injusto,
pues ley natural
de la vida es que el hombre escoja mujer y la mujer su marido, y ¿quién mejor que el corazón
para
elegir ese compañero
de toda la existencia?
Se deslizó de la cama y aguzó el oído. El papá dormía y
su alentar acompasado
se percibía en el aposento como un leve rumor. Empujó la puerta y salió sin hacer ruido.
-j
Elías
la esperaba.
Vamos !-dijo
__ jVamos!-murmuró
muy paso.
ella.
La noche era clara porque la luna corría tras de
las nubes;
el camino se abria entre las ramas co!T'.o un túnel misterioso.
Sonaba la brisa entre el follaje de los sauces Y los murciélagos
revoloteaban
dando agudos chillidos. Los dos perros, Buenamigo
y Vigilante,
quisieron
seguir a su duefía dando levísimas voces que parecían
el amélgo de un llanto de
n:fio, pero Vicenta
los hizo retract'der
con un adem;1l1. Y apurando
el paso, miedosa
de las sombras
y de los fantasmas
que los árholes fingían a los lados del camino, se asió gimiendo
a su raptor.
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.~lUCHACHA
CAMPERA
6.1
-j Si nos sorprende
nos Illata!
-Cualldo
él (jespierte, ya estaremos lejos.
-¿Qué
irá a ser de nosotros?
-¿Qué
va a ser? Lo que nosotros queremos que
sea. Y acercándole el rostro para besarla tuvo la desvergüenza de confesarJe: -j Aquí traigo to lo que es
tuyo, tu plata! Con esta somos reyes en toas partes.
Vlcenta se desasiÓ del br;u:o de Elías y se llevó
las manos a la cabeia:
-¿Te
has robao la plata que estaba ell la arqueta, eso era lo que estabas haciendo en el aposento?
-Robao no, es plata tuya y 1i:nés derecho a IIevártela. Puesto que te vas conmig:), te vas con lo que
te pertlllece.
Ella, con UIl movimiento maquinal lo asió de Jas
ropas y le gritó transfigurándo~e:
-j Sos un ladrón, Elias!
El amor se Je trocaba en odio. Ese sentimiento ancestral, transmitido de generaciÓn en generación, de
Vt¡" como cosa sagrada,
intocable, el producto de la
lator de toda una vida; ese fondo de secreta avaricia que d'lerme en el corazón de todo campesino,
que es el que mueve su mano al anudar en la punta dl su pañuelo la moneda que Je representa muchos "lias de sol agachado sobre los surcos, despertó en 'a muchacha con inesperada fiereza; ya no era
ell:l la raptada en una locura de pasión, eran las fin-
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64
LUIS
TABLA'/I.¡CA
cas de oro, recuerdo de la madre muerta, eran los
soles peruanos y el medio condor, el tesoro contado
y acariciado tántas veces entre sonrisas y deslumbramientos, el que aquel vagabundo se apropiaba.
No lo permitiría.
-j Sos un ladrón descarao!
¡SOS un sinvergünza!
iUn ladrón!
Le arrebató la mochila y' dío gritos llamando a
Buenamigo y Vigilante, que se lanzaron convertidos
en fieras. Vino tropel de peones alarmados al air los
gritos y vino también ño Juan a medio envolver en
su bayeta colorada, blandiendo un terrible garrote.
-¿Qué
es esto, hija?-Preguntó
el viejo con grito
amenazante.-¿Por
qué tas aqui? ¿Qué es lo que ha
pasao?
Atemorizado por los gritos que dio la muchacha y
vencido por la tuerza con que le arrebató de entre
las manos el dinero, Elias había huido a campo traviesa perdiéndose entre las sombras de la noche. V~
centa, sola en la mitld del camino, lloraba hundieldo la cara en el brazo doblado. Por toda respuerta
acertó a decír entre sollozos:
-No era más que un ladrón ....'
-¿Quién?
-Elías.
-¿V qué se ha lIevao?
-No se ha lIevao na, por fortuna. iAqui es:oy yo !
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lfUCHACHA
CAMPERA
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Nuestras fincas aqui las tengo. Me dio una fierá y
se las quité de las manos ...• iLadrón, no era más que
ladron el tal Elías L..
***
•••• j Pobre muchacha campera!
Sólo perdió en esta
aventura la flor de su primera y única ilusión. Cuando tenga más afias se casará honradamente,
pero sin amor; tendrá muchos hijos, verá multiplicarse
sus nietos, y será una de esas viejas austeras de muchas y largas enaguas almidonadas que bajan del
campo a olr misa los dias de fiesta y que pasan sosteniendo el pafiolón sobre el pecho con una mano
morena y nudosa, que ha trabaj:Jdo mucho, pero con
los dedos llenos de anticuadas sortijas ....
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R
o
q
u
e
Por
José
Restrepo
Jaramillo
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Roque
LOS C RISTOS
-No lloréis por mí-les elijo
Cristo--: llorad por vuestros
hijos, que lIevan en los hombros el madero de la dda».
-El Libra de las Parábolas.
A.
A
GUILLE"
Roque llega a la esquina, ve a su madre que desde la ventana llama al gato:
-Tito,
venga. ¡Chivi, chivito! ¿No quiere la leche, Tito?
Pero Tito es un gato mal educado, que desatiende el amable ofrecimiento de la leche. Qué va a conmoveria, si en el tejado vecino hay una gata blanquísima, con lujoso manto de sol, que provoca más
que la leche y más que dona Luisa.
-Venga,
Tito; venga!
El animal se contrae un poco, arquea lentamente
PENAS
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l.
R E
S T
RE P
O
j.
el verdoso lomo y con infinita pereza e infinito desdén mira a la sefiora cual si dijera: no me moleste
tánto con su lec'he, vieja necia.
La de la ventana comprende el gesto de definitiva negación, y remascando gruesas palabras abandona su observatorio,
con sonoro revuelo de blancuras aplanchadas.
Entonces Roque adelanta un poco, llega hasta el
surtidor, coloca los libros sobre la trunca pirámide
de cemento y comienza a lavar esas manchas de tinta que ennegrecen manos y ropas. Una S(lmbra rápida le oscurece el rabillo del ojo, vuelve el cuerpo
y ve cómo Tito e~cala la rugosa tapia y de un salto cae sobre la bella durmiente. Esta se enrosca más
aún, entreabre los ojos embotados y una ondulación
agria recorre todo su cuerpo, como diciendo: ahora no.
Envidiando a la pareja está el muchacho, cuando
un vozarrón salta de la ventana:
-Roque,
qué horas son estas? Dónde estabas?
Hace ratísimo salieron de la escuela y aún no has
venido a la casa! Qué hombre tan sinvergüenza!
-Era
que estaba lavándome las manos, mamá.
-Ligero,
Iigerito! Te necesito para que le lleves
los huevos a doña Clotilde. Allá los estarán esperando para la comida.
Roque, aturdido, suspende la faena, coge los libros
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ROQUE
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con las manos chorreantes y brinca hasta el zaguán
de la casa.
-Pero,
Dios mío, si vienes hecho una porquería!
Qué indecencia! Este muchacho me va fi matar, Virgen Santisima!
-Eso fue Lucas el de don Alberto. Se limpió la
pluma en mi saco.
-Ya vas a negar todo! Si: tú eres un modelo, un
santo; los dèmás son los dañinos. A ver:
La extremidad delantera del saco parece trapo de
cocina por lo sucio y húmedo; las manos están intocables; sobre la pasta del Astete negrea enorme
pulgar, cuajado al centro y esfumado en pareja trabazón de encaje hacia los lados: un verdadero dedo
de ogro, ficha antropométrica,
honrosa ell cualquier
oficina de investigación criminal.
D()ña Luisa. con mudo gesto de interrogación, clava sus ojos y su índice sobre la mancha delíctuosa.
A tántas pregunt<;s cargadas de «yo acuso". el atolondrado Roque apenas lo~ra contestar:
-Eso
fue el maestro, mamá ....
No necesita más la tempestad para desgajarse.
Truenos y rayos caen sobre los hombros débiles y
las espaldas arqueadas, crujen en las carnosidades
flácidas y van a clavarse en las orejas anchas y comidas por la mugre. Un verdadero Sinaí sobre el
desmirriado cuerpo.
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l.
R E S T R E P O
J.
Cuando dona Luisa vuelve con tres huevos en cada mano, el cordero pascual de aquella casa, hecho
una lástima, aún sorbe dolor por boca y nariz. Y se
oyen suspiros y se adivinan sobresaltos que ponen
amargura en los retratos de los abuelos y en la verde ramazón que allá en el fondo de la huerta suena
bajo la tibia caricia del sol de los venados.
Corazón de madre, alma de mujer, seda femenina:
benditas seáis! Bendita doña Luisa, porque ahora
traes la compasión en tu pecho y el dios consuelo
en tus labios! Bendita, ahora que estás arrullando
al hijo atormentado!
-Roque,
mijo querido: le duele mucho? Pobrecito! No ve: para lj ué es tan malo; por qué se deja
em'uciar el vestido y los libros; por qué acusa al
maestro? Déjese yo le limpio esa cara.
y el delantal materno seca ojos, nariz y boca, y
un beso todo amor refresca la cabeza revuelta, baja
hasta el corazón y purifica y embellece las desgarraduras de esa alma lacerada. Los antepasados sonríen desde sus marcos enfermos de afias, y el sol
pone alegría loca y roja en la extremidad de cada
hojuela.
-Bueno,
mijo-continúa
doña Luisa. Eso no fue
nada. Ahora le lleva los huevos a doña Clotilde y
vuelve para darle una comida bien sabrosa. Le voy
a dar dulce de brevas con quesito. IQué tan bueno·
para usted! No es cierto?
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ROQUE
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Roque asiente con humilde cabeceo, guarda los
huevos en los bolsillos y sale tranquilo, grave, saboreando interiormente la dulzura de haber sido absuelto y remunerado con creces de aquel Sinai que
tronó sobre su mísera humanidad. Desde la calle ve
al gato, que duerme hecho un ovillo junto a la gata
blancr¡. Lo llama fuerte, imperativo:
-Tito,
Tito: veni, vagamundo; vení vamos a
llevar estos huevos. Hupa, pues! Qué hubo?
y como el llamado no quiere ahora frágiles comisiones, Se queda tan orondo y tan circular como antes. Será porque no está bueno ese calorcito del sol
ponentino y de la gata sofiadora!
La desatención indigna a Roque. Se agacha, coge
una piedra y zãsl El traquido repercute en la vecindad, la pareia de dormilones brinca aliado opuesto
y una teja abre ancho boquete por donde se eSCL~rre
un lampo saltarín. Detrás del muchacho, que vuela
calle arriba, zumban los improperios y denuestos de
las vecinas alborotadas:
-Ah
demonio
-y no haber
- y no tener
-Ni maestros
-Bandido!
-Quiebra-tejas!
de salteador éste!
un policía a tiellpo.
padres que lo reprl."lId?ll.
que Jo eduquen.
-Cain!!
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/.
R E S T R E P O
¡.
II
-Mi comida, mi comida!
Roque viene con alas de hambre: tras él grita et
contra portón con estrépito de cadenas y campanilla.
Al llegar al extremo del corredor, se encuentra con
la atareada sirvienta; da una mediavuelta rápida y
luego brinca hacia atrás. Entonces se oye un grito
de Luisín, el hermanito menor:
-Corra,
mamá; los tumbó, sí, los tumbó.
y cuando doña Luisa llega, Roque se halla sentado junto a la pared, examinándose con dolor el pie
herido por un clavo de la matera. Frente a él hay
un reguero de sangre: claveles y goterones del dedo desgarrado, todo es lago de escarlata que los presentes miran atónitos. Los ojos de doí'ia Luisa espejean como cristal pin;:hado por el sol, y van del mazo rojo al enrojecido pie.
-Rosa-dice
pausada, conteniendo algo borrascoso-:
componga esos clavelitos; écheles más tierra y
cúñelos ligero, a ver si no se secan. Amárrele un
trapo en la pata a ese vagamundo .... Vamos, que se
enfría la comida.
Al comedor se aparece poco después el desdichado Roque. Llega cojeando, lacrimoso, malhumorado.
Se sienta distraído. Ahora piensa: ¿por qué sólo a
mí me ensucian el catecismo;
por qué se q:.Jebraría~
esa teja; cómo tumbé tan fácilmente la matera?-Va-
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ROQUE
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Hente desgracia !-susurra
interiormente. No vuelvo a
jugar con ese sinvergüenza de Lucas, ni vuelvo a tirarle piedras a Tito, ni nada. Y ahora, por la pica, no
voy a comer, no quiero comer; no, no!
-Qué
hubo: no quiere la comida?-Ie
pregunta
su madre.
-Si, mamá; ya voy. Era que me estaba doliendo
mucho este dedo.
En el silencio religioso disuenan los chasquidos
agudos de Luisin y de Roque. Este hace de pronto
un gesto de asco, gruñe sordo vocablo y escupe el
grueso bocado. Luégo, entre hipidos y sol/azos:
-Valiente
porqueria! Esos trisoles tenian una aJa
de cucaracha. Gas!
-Miren
este malcriado cómo bota la comida de
mi Dios-apunta
don Roberto, jefe del hogar y persona de lujo en el pueblo.
-Es que tenia una cosa muy maluca.
-Mentiras!
- Yo la vi.
-No me contradigas!
-Bueno,
papá.
-Habráse
visto! Para esto se desvela uno por los
hijos, para esto los cria y los educa; para que después vengan a ofender a mi Dios, a botar la comida ganada con el sudor de la frente. cCria cuervos
y te sacarán los ojos».
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J.
ï/i
R E S T R E P O
I.
Doña Luisa, Luisin y la sirvienta, que acaha de
entrar, clavan en Roque sus mirad"s mudamente acusadaras.
--Ave Maria, hijo l-parece decir la primera.
-Qué hermanito tengo !-habIJ:1
los ojos del pequeño.
_y qué capataz
el de esta casa !-tercia
la fámula.
Después de la andanada, el muchacho se asombra
y se reprende interiormente, convencido de que profanó la bondad de Dios y el amor de sus padres. Y
con leve movimiento se lleva las manos a la fiente,
cual buscando en ella dos cuernos recién brotados.
Careada por todos se eleva la acción de gracias,
que tiene algo sibilino en aquel comedor humilde,
donde una penumbra enfermiza desdibuja rostros y
platos, anaqueles y jarrones:
-«Bendito
sea Dias, que nos dío de comer sin
mereceria ...."
III
Roque acaba de despertar. Duerme solo en un cuartieo idéntico a él y contiguo al de sus padres. Frente a su cabecera hay un ventanuco por donde se atropella UIl borbotón de fresca akgría matinal. Se restrega los ojos, estira los brazos y comienza a entreabrir los párpados aún atontados por ci sueño. Afuera ve el naranjo verdecidù, donde cada hoja es con-
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N
e
Q
u
E
i7
cha dorada que embarca
tembloroso
lampo de sol.
Luégo hace un gesto
desabrido:
está recordando
que las naranjas
de ayer le supieron
a hid pican tísima. Después
mira el cerro del frente, donde todos
los rapaces se juntan a echar las cometas
cuando
viene la bul1anguera
diversión.
-y apenas estamos
en los trempas I-piensa
con resi,~nada tristeza.
Por el camino, cinturón amarillc en el robusto vientre de la colina, des;ila una recue, de mulas caïga~as
con café. Apenas se adIvina
un pallsad\1 vaivén de
sacos grises y cabezéls orejudas. Por entre los animales se atraviesa
un arriero, y luego llega hasta los
oídos de H0que el agudo eco de una palabrota
que
restal:;1 como látigo sobre las anca:, mularcs. En el recodo cercano se pierde el mañanero grupo. Y los ojos
de Roque suben más aún;
descallsan
ell la oscura
f?ja que señala un zanjón cUJjado de morales;
pasan
sobre dos chozas hl!meanies;
resbalan
montaña arriba, y se bañan en el cielo purísimo, l.avado, rimado
con sol y con ûñil, divinamente
combado cual ingrávide cristal sob~ç la fertilidad
ris;.leña del paisaje.
Alli se extasia Roque. Cuenta una a una las manchas blancas, que señalan agrupaciones
de yarumos;
Jas oscuras, de robles y cominos.
Interiormente
ríe
piadoso
de una célscadita que brinca
tímida
y con
forzada alt:gria, para Juego descansar
en un florido
repecho
de la cordilltra.
Con ojazos de asombro aca-
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/.
R E S T R E P O
J.
nCla Roque la grandiosa cromotipia
que enmarca su
ventano. Y bajo la luz purísima, frente a la titilación
reidora de tánta vida, ve cómo la montaila
respira
onduladamente,
cual robustecido
pecho que va hinchando el corazón agigantado.
Ahora cierra los ojos y arruga el rostro con las severas contracciones
de la meditación
y del análisis.
'Hay algo maravilloso
que va saturando
su alma de
dulcísimos nirvanas. En verdad, al juntar los párpados apresó toda la belleza cantante del paisaje y la
llevó a las reconditeces
de su espiritu;
y ahora está
gozándose
con ella, tal como aquel domingo cuando
en el ángulo del jardín saboreó un exquisito pastel
robado del comedor.
Es hora de que lo veamos CO:l detenimiento,
pues
en la calle es casi imposible tenerlo de frente un instante: tan tímido y esquivo
es. Enfoquemos
en el
alféizar del ventanilla:
apenas doce afíos habrán caminado por su cara blanca, lechosa, de facciones normales. Los ojos, de miel pálida, están dormidos bajo
gallarda penumbra.
Las pestañas abren delicado fleco
de seda sobre la tez rosada.
Labios un tanto gruesos, caídos hacia abajo, .como de hombre serio y formal, prematuramente
hastiado. Cabello oscuro, botado rev\1eltamente
sobre las sienes y las almohadas.
Se ve una mano pequeña, de uñas negras y con :algunos rastros de tinta escolar. Bajo la manta se in-
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79
l?OQUE
sinúa un cuerpo delgado, que apenas forma dos eminencias en las rodillas. En un taburete yace la ropa
de dril, ajada, perezosa, como cansada de esperar toda la noche. La Virgen del Perpetuo Socorro santifica la cabecera del lecho. Lo demás: un baúl, unos
libros, una gorra maltrecha, comienzan a tomar aspecto risueño con el beso de ese rayito que hace po~o entró y que ahora trata de asomar por la cabecera y dar un susto al semidormido.
Roque lo presiente, 10 adivina cosquilleante en las
pupilas, que se abren enormes, lacias, con ese cansancio de los placeres intensos. Y se da a mirar seguidamente al intruso dorado. Miles de seres pequeñisimos: corpúsculos débiles, diminutas almas de polvo-quizá
del pueblo-, residuos del ambiente, suben
y bajan por el canal armonioso, lentos, graves, en apacible y cabrilleante revuelo de colmena de angelitas.
Con cautela, como para no ser sentido, se levanta
Roque; va hasta el extremo del lecho; se reelina sobre la barandilla; echa el busto adelante, y detrás del
rayito curioso lanza sus ojos inquisidores, esos ojos
de un cuerpo simple por donde se asoma un alma
simple y como tal deslumbradora a veces. Repentinamente huye la escala de luz, asustada por un grito
que raja el aire de cristal:
-Qué
son esas cosas, Roque, por Dios?
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8'1
J.
R E S T R E PO/.
Cruje la cama, se revuetven las mantas y Roque
brinca hacia et taburete y empuf'la los calzones.
Por et corredor se amplía la voz de doña Luisa,
que suspira:
-Este
muchacho está perdido, Virgen de las Mercedes!
IV
Roque no es malo; a duras penas es un muchacho
bonachón, incapaz de los horrores y dislocamientos
que en ta vecindad y en su misma casa le atribuyen.
Ni es un imbécil completo, ni menos un genio. Apenas arde en él esa llamita rara que a veces nos asombra en los idiotas y en los locos, esa llamita singugular que analiza el alma de los gatos, que mira con
carifio los rayos de sol que huronean bajo la cama, y
que una vez, al ver cierta araña que sorbía golosa
unit mosca y al recordar la grata oración al Sumo Dador después de las comidas, le hizo preguntarse interiormente: ¿ Ese animalito le dará gracias a Dios?
Pero a Roque lo condenan todas las circunstancias;
lo condenan los vivos y los muertos. Díganlo, si no,
la huella magistral en el Astete, la tunda de dofia
Luisa y aquel pollo que apareció muerto de un porrazo, y cuyo asesinato le valió al muchacho dos horas de encierro con las ratas y los plátanos de la
despensa.
Tan hueno es, que anoche se confesó con un fer-
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ROlJUE
81
vor y una contrición que debían envidiar esas beatas
que se guifiaban los ojl)S al verlo arrimar al confesonario. El padre Rojas sabía algo de las maldades de
su penitente, y quizá por eso le impuso tres rosarios
y diez credos. Y Roque no se inmutó por ello, y cumplió la penitencia con toLia fa exactitud de Sll alma
rectamente católica.
-Serían
chiquitos !-dice una de las solterona s al
verla hace rato con la cabeza clavada en el reclinatorio.
-¿Dos
heras cumpliendo una penb~l1cia?-subraya
entre asombros la compafiera de oración.
-Es que no hay otro demonio igual. Ayer lo vi
conversando con la sirvienta de doña C!')tilde.
-Si? y por la tarde quebrÓ como diez tejas de la
casa de don Arturo.
-y en casa mató el pollo de Alicita; un pollito ).)
más lindo. Si vieras: fino, sarabiado ....
-Qué tristeza, niña!
En costurero de diatribas queda can vertida la iglesia de Dios; en dispensario de almas p,.;or que aquella cueva de burguese~ donde restalló hace siglos el
látigo div:no.
Mientras
esto pasa, Roque cumple la penitencia
Que
se le impuso por apedrear quijot~sco a ckrto ~allo
que aplasta ha a una gallina, por haber sacado de la
alhacena aquel sabroso pastelillo y p:>r decirle lindo a
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82
Tito y enredarle
bigote.
j.
un atropello
R E S T R E P O
J.
de besos en el erizado
Ahora: si ustedes quieren saber por qué está el ba~
rrio alborotado, y por qué zumba el comentario de aií
por todas partes, basta con que se asomen también a
SlIS ventanas .... Pero ya no, se demoraron mucho. Acaba de doblar la esquina el objeto de tántas miradas y
de tánta flecha. Es Roque, vestido de pafío nuevo,
calzado apretadamente, con sombrero oloroso a almacén, peinado y con el Ancora de Salvación en el bolsillo. El desigual empedrado lo hace bambolear, como si fuera ebrio de esa dicha que ya i1uinina su cara con resplandores de cielo.
Ha llegado al comulgatorio y espera turno, pues el
hambre de carne divina se acentúa hoy de modo casi
alarmante. Claro: si es primer viernes! Tiene los ojos
bajos, ha leido mucho, ha rezado bastante, le ha rogado a todos los inquilinos de la corte celestial y ya
se dispone a recibir la comunión. Se levanta, guarda
el libro y avanza tranquilo. Algo lo detiene, él insis1e con dulce esfuerzo y entonces, chás l, un chirrido
de tela desgarrada, y detrás del chirrido:
-Podía
ver este vagamundo !-rastrilla
la dueña
del pañolón desflecado en los botones
-No fue de aposta, senara-murmura
serena humildad.
del saco.
Roque con
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ROQUE
-Descarado
-Perdóneme,
-Silencio,
83
!-replica
sef'iora.
maleducado!
ella.
Se deshace el entuerto.
Roque eleva corta oraclOn
reconciliadora,
se arrima, arrodillase
y blanquea unos
~jos como dos hostias
iguales
a la que está reci::>iendo. Un momento
permanece
inmóvil, luégo se levanta, cruza los brazos y se dirige a su puesto, humilde, humildísimo,
anonadado
bajo la divina emo:ión.
-Véanlo-farfulla
con sorna la irreconciliable
será ni San Luis Gonzaga este taita!
de-
vota.-No
Roque, transfigurado,
hierático,
boga y se engrandece en el perfumado
lago de infinita dulzura. Es el
!Ima extasiada
en el espejeante
remanso,
que bebe
estrellas y azul de cielo a través del cristal eternamente inmaculado.
y cual si muy adentro de su espíritu rebotara aquel rayito mañanero, por divina escala sube diafanizadü
hasta el eterno sol de amor, al
infinito deleite de ángeles y santos ....
.... Pero, señora, señorita:
no lo miren
agresivamente.
Por ese Díos que acaba
se los suplico yo, el conocedor
del dulce
jenlo, por esa caridad que tánto pregonan
;::0 practican.
Déjenlo! ¿No ven que,-nuevo
·está quemando
su boca y su alma en la
la pasión divina?
tánto y tan
de recibir,
Roque. Déy tan poIsaias,hoguera de
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l.
84
R E S T R E P O
j.
V
Roque
va siendo
un
hombre.
Acaba
de cumplir
un poco, y ya
a perfilar un
futuro de lágrimas. Está en un colègio de segunna
enseñanza,
y es allí hombre
timido,
silencioso,
que
apenas se hace notar del maestro y los disdpulos.
Estudia geometría.
álgebra,
historia
universal, filosofía y otros embrollos más. Su lado fnerte es la caligrafía: siempre se lleva el primer premIO con esas
planas de letras gótica y redonda,
tan pulcras y be-
quince
la pobre
lIí~imas
afios.
Ha crecido
bonhomía
que parecen
y robustecido
de su alma comienza
salidas
de
iln
taller
litográfico.
y la vida sigue probando
que los humildes
y escasos de espírítu son sus vktimlls
prderidas. En álgebra no ha podido desenredar ese inútil e imbécil
laberinto de logaritlTll)s y progresiones. En geometría
llegó hasta el puente de los burros y allí quedó atascado. Las rechifIas de los compañeros
y el aguijón
del maestro acabaron
de hundirlo.
Y enterrado
quedó como las bestias agobiadas
que sepultan
los baches de nuestros
caminos indígenas.
De filosofía nada hay qué decir. ¿Qué enunciados.
premisas, siJogisrr.os, pueden caber en ese cerebro pobre, donde apenas si hay lugar para Tito y los rayos de sol? ¿Cuándo será capaz él de desentrañar esa
embrutecedora marafta del Ginebra?-Eso
cuando el hilo de las cometas se enreda
es como
en un hele-
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ROQUE
85
chal bien tupido-piensa
el torturado estudiante. Y a
la manera del practidsmo antiguo. corta el nudo gordiana con un golpe de sinceridad, y suelta afirmaciones que por lo cándidas hubieran hecho sonreír compasivo al doctor Pangloss.
Roque es la bestia de carga del colegio; y, quizá
por ese hu mano instinto de agobiar al más caído, también es el más taimado, el más corrompido, la cizal'la
en aquel ca mpo de almas que en el horror de las aulas, revientilO como las diáfanas hojitas del maíz sobre
la negra costra del suelo resquemaclo.
-Quién tiró esa fruta?-pregunta
el dómine severo.
-Roque l-se oye al unísono.
-Arradí1lese
aquí l-sentencia
el profesor, mientras
sus ojos hablan más alto que los labios.
Otro dia:
-¿Quién le está poniendo cola a las moscas?
-Roque!
Roque!
- Veng!l (lcá.
-Yo no fui, don Ramón; yo nO fui.
-Que venga, le he dicho!
Tris, trás! Dos reglazos en cada mano!
El viernes, antes del dibujo:
-¿Quíén
pintó esa porquería de muñeco en el tablero?
-Roque, maestro; Roque.
-Hoy no sale al recreo.
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86
j.
R E S T R E P O
J.
-Pero si yo no fui, don Ramón.
-Hoy no sale al recreo, repito!
En clase de Geografía:
-A ver, Roque: dónde está la isla de java?
-La isla de java .... de java?
-Si, hombre, sí: la isla de java!
--Ah, pues .... la isla de java? .... La isla de java,
queda en el.... en la.... en el Canadá, maestro!
-So bruto, animal! Sálga, Gerardo, y muéstresela.
y Gerardo, que tampoco es ningún Reclus, toma la
vara indicadora; revolotea con ella sobre Grecia; luégo, al advertir cierto guino del vecino, la deja caer
sobre el Bósforo; a una señal más fuerte, la lleva
hasta la India. Vacila, se tortura el cabello, se inclina
para atrapar un insecto que le cosquillea en las desnudas piernas. Sobre la mudez dogmática del planisferio abre los ojalOs que un dia vieron al extranjero
rubio mascador de exóticos idiomas.
El maestro, cuya enorme psicologia ha llegado hasta vislumbrar los apuros de su hijo intelectual, hace
que busca algo, no perdido, en cI escritorio, a la vez
que con el rabillo del ojo espia el instante en que
la regla caiga sobre el pequeño letrero salvador. Y
cuando oye que Gerardo, en un arranque de triunfo,
exclama: aqui, aquí está l, se vuelve sibilino y apostrofa al pobre Roque:
-No ve cómo aquí si hay quien estudie? No ve?
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ROQUE
87
Ahora se me queda arrestado. Bien puede mandar decir que le guarden la comida hasta las cinco.
Y Roque, el pobre Roque, sin acordarse ya de la remota isla que tánto debe importar a él como al maestro y a nosotros, torna a su puesto, triste, cabizbajo,
casi pensando si no sería mejor que Dios hubiera dejado en la nada ese importuno ped2Zo de tierra.
Cuando Roque sale del colegio, ya vuelven a sus
casas los trabajadores con la herramienta al hombro.
El sol, en un postrer arranque de vitalidad, gatea
iglesia arriba, afanoso por recordar a las inmóviles
campanas que se acerca la hora de volar consoladoras por llanos y colinas adormidos. El padre Rojas
tortura el desigual atrio con pasos lentos; abre y cierra el breviario, y mira hacia la plaza tranquila, donde
llegan a bostezar las calles perezosas. Roque lo divisa desde la esquina, y, temiendo una pastoral reprimenda, gira a la izquierda, pasa ~:rente a la cárcel,
enfila calle arriba y entra en su caSé! con aires de general derrotado.
Y, qué tal si no desvía f A Jas pocos minutos, don
Roberto y el cura sostienen animado diálogo al ampáro de la torrecilla. La religión, la política y Jas finanzas bajan escarmenadas desde el cerebro y salen envueltas en el alma del húmedo tabaco.
-Qué SO!I estas horas, mi sellor?-pregunta
dolla
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68
/.
R E S T R E PO/.
Luisa con voz de' característica al malhumorado colegial.
y como Roque enmudece, lo coge de un brazo, lo
zarandea y le repite en tono más subido;
-Que qué son estas horas? No oyes?
-Don Ramón que me dejó arrestado.
-Pero no seria por estar rezando. A ver: qué pIcardía le hiciste?
-Ninguna,
mamá; ninguna.
-Ninguna?
-Nada,
mamá.
l.uégo. en escorzo de fuga:
-Eh, yo tengo mucha hambre!
-Sí? Mucha? Bueno; pues si no me cuentas por qué
te dejaron arrestado, le echo la comida a Tito.
-Eh, pues porque no supe dónde estaba una isla!
-Qué isla?
-La isla de .... de ....
-De qué?
-Eh, yo no me acuerdo! Una isla muy rara.
-Más rara me parece tu memoria; y más, mucho
más, tu aplicación. Andá a que Rosa te dé la comida;
luégo te me quedás aquí estudiando toda la tarde.
Esos trompitos se los voy a echar mañana al fogón.
Con esos embelecos no vas a hacer l1ada en el colegio.
Roque sale enmudecido para la cocina. Dona Luisa
toma Las Tardes de la Granja; enciende un puHdo
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ROQUE
89
tabaquito; y antes de abrir la página marcada por una
bicromia del Jabón ¡~euter, aspira el humo con suave
delectación y suspira, medio triste y enojada, como
inquiriendo:
-Dios
mio: Roque por qué será asi?
VI
Yo no voy a jurar que Carmen es un primor de
muchacha; que tiene ojos negrisimos, negras y largas
pestañas y negrísimo cabello ensortijado cen ondas
negras sobre la frente». Tampoco aseguro que su color envidia es de leches y de mármoles poéticos, ni
menos que en su boca juegan al escondite rútilos
granos de maíz blanquísimo con escandalosos corales.
No son lírios agónícos sus manos, ni hay tales gallardías cimbradoras en su cuerpo, ni sobre rosas palpitantes resbala la aterciopelada
levedad de su leve
pie. Nada de eso. Carmen es morenuca; tiene boca
apacible, de rumiante feliz; ojos con un poquin de
misterio. y mucho de resignación impotente; cabello
que, abundante y descolorido, se tira espalda abajo;
manos como todas las que viven entre máquinas Singer,
ropas destejidas y poyos de cocina. Se hermosea, ayudada por esa gracia que a ninguna mujer fue negada,
con un riente trajecito de linón; calza negras botinas
descotadas y medias blancas; toca la cabeza con modesta cachirula, y allá va en busca de la misa domi-
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R E
j.
.s
T R E !' O
J.
nkal, los ojos bajos y el alma serena. En la semana ....
es mejor que no la veamos.
Pintada
no, señores,
como
para
novia
desgraciadamente.
de
Roqut:, ¿verdad?
Pues
Para
Roque sería ella,
si la estulticia femenina no la hubiera prdericto con
tan marcado c<Jriño, si él no fuera tan corto en el
obrar y los padres cie ambos handos no fueran tan
largos en el decir.
-¿Q1ôé estar:! pensa:ldo CEe bobo descoJoriclo?comenta airada la m;¡dre d2 Carmen. ¿No encontraria
otra má:;; buena para él?
-D¿jclo, mamá-rduerza
el cuñado l"é!' 'ir. Déje'o:
que si yo lo vu:::lvo a ver ¡:>Iantado (~,¡ 1(1r:;;qUi!lâ 113ciéndok
señas a esa mechuda. ln ·'la¡;'.:u ;\ qut: se 1:18
hag::! a tU mamá. No le va a quedar di\~nte a viLia
Se \0 aseguro!
--Es que ta:nbié:l y ¡;¡do lS¡;llChd
est;\pida no
reconoçer
su puesto. ¿Qué 2stará pell~;and() e,:;e ji~stre, qllt :l'; sirve SiDO pina quebrar
tej;¡s y mal,H galIin¡iS? Cui,:ladl"
pues, S,;n Antoni;) b:;lditol
Ahí te
dejo a C3rmen;
vos rr.e resplHldés plI' ella. ¥,' sabés:
Cl,mo si fuera ¡, ¡ja tuya!
Pobre
San Antonio!
Padre y n~;;drl:. después
de
mutrla!
Qué tal
la mano no es de pal:1!
En la casa de ROqUl::
si
-D;z q,je estamos
Luisa,
arrastralldo
li: novi/ls, ¿no?-:nurmura doña
las palabr(ls con cierto silbidJ ve-
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ROQUE
ilènuso
91
lllUY
samos
conocido
~on esa princesa,
'Jro y
dl:
-Se
de su
¡¡jju,
¿Y cuándo
con esa milla
n0S ca-
riquísima
de
bellezas?
ve que el muchacho se estima !-agudiza
con
Roberto, CO:1 los mismos balancEos de caheza y chJ~-{uidos gUluraks que en el honorabie Consejo ha,:,':!
ver lenguas de fUl'go sobre lél testa grávida de im' :.:iltd::ld.
A;1en;I,; l~~,que pota 'lU\; b ~JJI'~ría Se enfila dir 'l':am;>'lt;~ éJ síti, h~ïidu pur los r~vcscs del áeSCa!II:saG\! ,i,llíguo,
St: levanto
rlespacioso
y ábandona
,I
.:arr','d, ;1r'l'~i ¡'já!:d'-,se el corazón, que tamhién co ;:-;_
')ira call iiJ' ';Udt:dkS
saltos mor:alcs.
D~' !"
ldd;~
sus progenitores sii~ui~roll conversan:;o,
él !Jj s~ yo. Apenas
¡luedo decir que je
s'í:o quedó al,7o con,o '111 Cuasi modo fel eqli'
,-Upol
:ar:Jl:f1
:n:l'J, : on
(':.11(\
de Cleopatra
negra, y de turbias
ag\:as
g(n~(;¡\~(1.~.
Sin cJl1hargo é11guna gn~iet muy intensa debe,o:';eer la ta! L"fl:1CI1, parque alii tSléÍ Roque Cil la eSC"'li:13, saborea::üo
~s~ 1;;stro mujeril que ICI ¡IJUc!1acha a -:-1"J;': Je d\:jar a su !1aSO y apunlanco
él la ventdna
U"IS
)jcs de :'oeta en crisis. Algo dehe de tener la tal (:1r11en, ;Jorque
Roqu~ si.~nte hace dias conmociones
èX:rañas, sacud:das internas, corrientes subterr,íl,eas
(1':-:
,'an 1 rt:r:·~rcutir todas en ese corazÓr] destrü7.éldo, eC'l:l-
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92
,.
R E S T R E P O
J.
do a los huracanes del amor, como el pajarillo que sorprende la tempestad aJ ensayar Jas aJas tremulantes.
y Roque no sabe qué hacer. Sube media cuadra; baja ùe nuevo, metiendo los ojos por t01as las hendiduras de la casa de Carmen; se recuesta en la pared; se
saca las novias de los dedos; tose, piensa, se abanica
los ojos con los párpados; delira, vuelve a pensar ....
¿Pero qué tronamenta es esa; qué estruendo de infierno atropella la calma; se desquician los cielos; se hunde la tierra? Todas las ilusiones, los ensuefios todos del
malaventurado Roque, vuelan sobrecogidos como parvada en éxtasis de trinos donde cae la piedra alborotadora. Nada es, sin embargo: un cataclismo de origen
puramente animal. De la casa querida irrumpe Tito, en
vuelo de cola y de ufias escondidas, acorralado, estrujada a escobazos. Alguien le amarró un viejo tarro de
lata, y con el maldito cencerro Y con los gritos de los
perseguidores viene armando un escándalo de todos los
diablos y de todas las beatas. Sobre él lIueven palabras más sucias que esa alpargata que acaba de arrojarle la imposible suegra de su amo. Contra las puertas
y las piedras choca el estridente cacharro, y una gritería estruendosa Yun traqueteo de ópera ponen aspavientos de condenación en la serenidad pensante de la
tarde.
Tito, derrengado, enloquecido, con cinco mil y más
porrazos en ef cuerpo y cinco mil y más afrentas en el.
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ROQUE
93
alma, viene a refugiarse entre los pies de Roque, el
otro herido y befado por la vida agria. Todavia caen
a sus pies las palabras, rebotantes como gotas de un
plomo fundido en pailas de ultratumba:
-Alli estás bueno, so bandido, con ese otro sinvergüenza!
-flacuchento,
asqueroso!
-Muerto de ha!1lhre!
-Lo mismito que el duefio!
-Salta-tapias
y mata-gallinas como él!
-Gas!
-Gas!
Las furias: padre, madre e hijos, hacen mutis por el
fondo del zaguán, satisfechos, resoplantes, digiriendo
el resto de indignación que el atropello y la poca velocidad de la lengua no les permitieron aventar sollre
Tito y su compafiero de tragedia.
Roque, arrimado a la trunca pirámide del surtidClr,
apenas comienza a notar la presencia del gato. Litva
sus ajas empafiados desde la calle hasta la pared, de
aqui a la cordilIera y de ésta al gato nuevamente. Mira
la puerta que acaba de cerrarse, o:Jserva al animal ';0mo a un sér caído de las nubes: jl1cünsci~nkmc¡¡te
mueve la cabeza en negativo gesto de algo que no ClJITIprende. Luégo deja que el alma suba con lentitud, ¡legue a flor de pupila y se asome a reconocer aqud
Agramante de infortunios.
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J.
IN
R £ S T R E P O
j.
la calma de la hora, bajo la piedad de una tarde que agoniza misericordiosa,
el fleco de agua cant;: Jlla balada torturantt:;
algo que se va hondo, muy
;,0
h,'ndo,
tan hondo que las dos almas-Ia
y : j de Tito-se
él
de Roque
brazan y lloran estrt:mecidas
l:¡ -;cda de un infinito
nii10sas ....
Que van picando
bajo
estrellas
la-
VII
Esa dulce fraternidad
ne locos
a los
cuerpo y del
li¡¡~ J. Bri¡¡can,
de las agl,as campesinas
tiedei
alma les entra la ,Jura y refrescante
se hunden,
paimojean,
cantan, ríen.
chiquillos.
l;,!]/'an irisados abanicos
Por
todos
los poros
donde la luz se cnjaya sicte
ve •...~s millonaria.
Desde allá arriba 12 melena de fuego sacude sus rizos de roia armonía sobre los Cllerpc), blalîcamente
deslumbr?dnres:
ricga gemas de mi);'!- rosa oriente
en la!'\ carnes purificadas,
cuelga per';l~ reidoréls en las extremidades
g'Jteilntes, yenciende ,lUpilas temblp,rr'sas
en las cabelleras alisadas_ Gri:0", canlos, carcaj?d:!s, luz a tnrre.1t~s, agua bienhel:Ílua,
cieh
potentisilllo de liZ:I!. V:1!îO dê
curdas: todo sube en grandioso
h)~ pies d"l Hacedor se quicbn
bió,).
tierras
de vida
con arrullador
':¡\fO
fc-
qll<':
"
zum-
f.Que \)uién es ac.~lt~l rapazuelo (~~.¡e tirita t-Zji\ los
rayos de so;? Es el an,ib',) rbqtl¿,
;;::n;-a
pié:LÍOSOS
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ROQUE
95
dblocadq
trágicamente,
en busca de Ulj3 1Il¡¡;lga de la
camisa que él mismo ellfedó COli su l~l1Iblor extraño.
La gripa
incipiente, l~ insolación voraz y las prey amenazas de dofta Luisa, motivos eran
más ql.:c suficientes
para rehuir el haño. Pero éí es
Roque, don R31llón es el maestro y sus condiscipu-
vendom's
lo:; son chicos PI'Cl'luturamente
hurn,ll1\1s; tres
razones demasi;¡do poderosas
para Roque tirarse al río,
pill'a ~i:t'ir tiritando con escalofrío
50spechuso,
para
volvtr a la casa sin gana de comida y <:\ln hamhre de
lecho confnrtante,
y para ....
VIi¡
j Qué tristeza más roedora tengo!
i Cómo me duele el
corazÓn, eón:" nie aprict;m
manus extrañas la gargantid ¡Pohre r~oque,p(Jbrecito!
¡i\1a,àl\u tifo, malditos
médicos y rnaiditas ll1~dlcinas; qu~ entre todos In Illil-
tarnn !
Pero esto es desespnador,
es insop0rlab!c.
iModr
r~;¡que, <:1 inh'liz Roqllè, el amigo íntimo de Tito! Morir y dej;ume a mi con Ulla novela principiada.
¡)'t ••
qlle lo v('lIia observandll desde p:ql\eflo;
yu, que habi,: soñado gloria cOIH:ejil
p~rG su cabaa; yo, que
tü.í,· ri(':I'.: prDpó:õit,) d,.' lt;1I::crio diputad¡¡ paril !lu l11alUKr¡;r e:i<i ë.l!'·it¿ ¡Jlltdrrll:nte
,¡n(,dîna! Y ahora, Cil ;0
melar Gt:: 11:0!'.ento, cli.-¡ndo )'3 casi tenia novia,
clIand'J ;oalllOs a ll'c:r l'':.as cart3S t(;ll apasionadas,
Ile-
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96
/.
R E S T R £ P O
J.
ga la maldita fiebre, se sube hasta 41 grados, le embota la razón, le traba la lengua. le carboniza la san-
gre!
Nada valieron los antitérmicos
Y las cucharadas.
Cuatro frascos apenas comenzados y una fórmula
sin despachar quedan ahí sobre la mesita, como diciendo: ¿Quién más se atreve?
Figúrense ustedes cuánto habrán gozado los padres
y hermanos de Carmen, las vecinas lenguaraces y
aun las tejas irrompibles ya. Con Roque se van la
bulla, el escándalo, el asesinato. Esa soledad, ese
pavor silencioso y ese frío del hueco donde lo van
a enterrar, vendrán al barrío al ser desalojados
por
su cuerpo triste y su alma guardadora de sol y de
dolor. Solamente para mí se van un buen corazón,
una presa de la vida en agraz, un héroe trunco L.
Pobre Roque! pobre Tito! Tito está triste, muy
triste. Ya no quiere la gata blanca ni el tejado con
alfombra de sol; ya no juega con mariposas esquivas,
ni trepa por los muros rugosos. Nada de eso. Tito
está muriendo de tristeza: lloran sus ojos huérfanos
de picardía, llora su piel con dolorosa ondulación,
lloran sus bigotes caídos; todo él es una lágrima enorme, verdosa, plañidera cerca del ataúd feliz que alumbran cuatro cirios ignorantes del desastre.
-¡Pobre
Roque!-gime
un amiguito del muerto-;
un raro amiguito.
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ROQUE
97
y Tito
levanta suavemente la cabeza y mira con
ojos lacerantes al Que acaba de pronunciar ese nombre, por su alma felina mil veces bendecido.
-i Pobre Tito! - dice Luisin, llorando la ortandad
del gato. IPobrecito! Roque! Tito!
y Tito, al oir la voz cariñosa donde ruedan juntos
su nombre y el de su ido compaftero, se retira un poco, mira con tristeza al quejumbroso Luisin y .... zás!
-por encima de Roque; sí, por encima de quien más
lo quiso en su corta vida, por encima de Roque muerto, - salta hecho una bola estremecida. y va a caer
cerca de Luisin ....
iPor encima de Roque, Dios mío! iPor encima de éll
.
.Jl{«e.lro
Co"o.qui/[a:
Para u,led, con CQ.iño yad.
ml",c¡ón, y recordando e%qu/.It"mente el beJio dolor cie -Sal_
~e (~eg¡na•.
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La muerte de Juan Manuel
El cacique
Salomón
Por
E II r ¡ q u e O t e r o
D' C o
5
t a
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La muerte de Juan Manuel
(Del libraco inédito «His/orie/oJ Macabro •• )
E
fue el relato que hice a una pacífica tertulia
de burgueses espantadizos:
Los soldados del 3." de Santander que fueron aquella
mafiana a relevarnos en la posición atrincherada que llamaban "La casa de Mateo Velandia», me dieron una
noticia fatal: mi buen amigo Juan Manuel había sido
malamente herido el día anterior!
Cuando supe aquello sentí que rr..eacogotaban unas
ansias de muerte, y mi único deseo, mi obsesión desde
aquel momento fue volar hacia la ambulancia a visitar al pobre amigo y confidente, al noble compafiero a quien yo quería con la intensa pasión de la
adolescencia.
Regresamos al Cuartel General y no pequefio trabajo costó ohtener del General Herrera un salvoconducto que me permitiera franquear las lineas de fuego
salvando los retenes. Armando al fin con el precioso
STE
61-.1•.:::0 r'E
L/.\ PFPUBLlCA
8IBlIOT[('.J, LJIS - I':"~(L ARANGO
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CI. TALOG/ ..CION
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o
E.
!02
T E R O
D' A C O S T fi
papel púscme Cil l1larci1<l, lrüÎ~ ndo, troteando sobre
aquellas lomas siniestramente calvas, por aquellos caminos que, cual torturadas corlêsanas, tendíanse bajo
cI sol de mayo como diciéndole:
Résanos con tu
fuego! Muérdcnos
con tus rayos!
L1egueme a la ambulanCÎ3
th~ «El Callao". Crucé
correctores,
escurlrîñé las sólas, interrogué al uno y al
otro y. por último, después de ne pequeña brega, hallé
ai înfort~ll1?do a:nigo refugiado ~!1 el extremo de un
pasadizo. Yacía alli, tendido soj-e una vieja estera y
SHviale de almOtlilda una enjalml sucia. Estábase in"
mÓvil, silcncioso.
taciones;
eI
br~ el pecho
daje
cl'ñíale
Par?
CO!~JO
emharga:!\}
en hondas medi-
te gré: Vl" SI}, em ;IC, las manos soh<lcielldl) una equis ..... Un hlalho ven-
cOI~li:;í.'n
los ojos.
darle áni1l1o quis\'
festívamer.te,
a guis(\
mostrarme
de saludo:
a la gallina ciega?
al punto y tendiéiHlome
--Estás
alt'gre y d¡jele
juganJo
Rccor.oci(¡me
ademán de e~trechaïll~e,
CO;lieslÓ
(('Il
sus ::;razos en
voz de an"iedad
satisfecha:
-Vèn!
Vu" alr.ig(! :nío! AI h~!
palabras,
esos adcr.ane<; ·:xtra¡;os
concertaron,
y mi alma tembló levemente ....
Aqueilas
y entramos
ell explicaciones.
!(etirióme
retirada
de su ha{ë.llón ~n el fatídico
van.1S»,
nqud lrta!/ón
«:\1urillo Toro"
~1îedes-
la gloriosa
«Llano dl: Pu-
e\ meior
de
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LA
:\1Uf:.!,'TE DE
lUAN
MANUEL
103
las milicias
del Estado Soberano de Santander; me
relató la trágica muerte de sus jefes, las iranias del
plomo y la metralla,
la derrota, el desastre homérico
del ala derecha
liberal y por último su herida, Sll
crudelisima
herida;
una bala de mauser le había dado
~n la cara y los ojos habian perecido ante el golpe
'TI0rté:l!
-Estoy
ciego! (iijome con desolado acento, v seJlIidameníe :-llzó:=,e la venda que cubría sus pupilas_
kwcllo era horrible! Dos cuenca~; rajéis, sar,grien:él~. íntèrtogéilJan
~l vacio! Sentí que una mano hel3da
:llC retO!cia Ull nlldo eT] ia g 'rganta. que lágrimas de
:'lh:gcJ hervian ell rr.i" ejes; y un sudell' fria me !amiÚ
la ::,iéIJ ....
- Es[(¡y cir...gc....
nré ya má::, el sol! Yd. JIU I~i)más vrJ!veré ¿¡ contemnlar
¡J11!'r.a
aquella faz .... .! Juvtntud
llilll:rta!
Soy un difunto c¡ue e::;panta
i'\d
d .. ¡il bellez,: y
!os ¡"(isiro::, quuid.)~,
!.P.rl:
m111ca
f)Cr.1ida, fellcidflj
vida ¡! ¿C0:iïfFendes
211
lilm
'.¡¡,¡di,
.iL
1,1 inmens¡da,1 Oê lodo esto?
r,~LP;;: ::) 11~1id\1 Y luego,
11itch ti
Q"II(>-r.,;¡·
rirtliélJl1l'ptrl
a!luiló
y alCOll
voz
rIcSt':;pcrè1t'¡ór¡:
. D¡(,~: I :ie: [) os mio! ¿Qué
I;t: ha)'éls
n~!Orciél1dose
S!:S ,)ulios,
'!3¡Juléldo
malos
!lice para que
asi'?
!\lacia se ml "curria resp¡!rt(ieï: nada
I\\an\lei conthluè.ba:
encontraba
pa-
-a dC,·jr!-:. Y Juan
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104
E.
o
T E R O lY C O S T A
-Ven,
amigo mío. Has llegado a tiempo. Acércate .... Acércate aún más .... !
Acerquéme cuanto pude y entonces Juan Manuel,
asiéndome nerviosamente,
me dijo al oído, me dijo
cosa tal.... que no pude reprimir un grito de espanto!
-Sí? Respóndeme que sí! Es el mayor bien que
podrias hacer a tu amigo, a este pobre amigo que
nada habría sabido negarte! Vacilas? Bien! Peor será; me abriré la cabeza contra las paredes! Tú me
conoces y sabes que lo haré!!
Y al decir esto Juan Manuel me apretaba, me estrujaba rabiosamente contra su corazón.
Era el momento decisivo; entonces la lengua luminosa del buen sentido descendió sobre mi cabeza y,
súbitamente, sin vacilaciones, sill dudas ya, dijele: sí!
-Gracias!
Gracias!! Bien sabía que tú no podrías
abandonarme cobardemente en esta negra desventura!
Vamos, pues .... No perdamos tiempo que alguien podrá venir .... Abrevia!
No me hice esperar más y tomando con pulso firme
mi hermoso concha-nacar de nueve milímetros, cafión
largo, lo puse en sus manos diciéndole:
-Espera
un momento. Permite que me aleje, y
cuando me calcules a buena distancia, entonces .... !
Salí en fuga. Lancéme al campo y me dí a correr
hacia las casas de .Palonegro";
corria, corria como
un gamo. Mas el pobre amigo, quizá impaciente, o
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.LA
MUERTE
DE lUAN
MANUEL
105
debido a un mal cálculo, procedió con sus designios
cuando apenas me había alejado de la ambulancia
un centenar de pasos; y hé aquí como yendo en mi
fuga macabra escuché con espanto su eterna despedida! El disparo retumbó bronco, fúnebre, y su eco
rebotó en mi corazón con tal poder, que rodé por
tierra ....
Incorporéme y seguí mi carrera loca, desatenta da,
guiado por dos cuencas que veía flotar en los aires
destilando sangre, destilando sangre Il
-De modo que usted, señor mío, le proporcionó el
arma a Juan Manuel?, preguntó uno de mis oyentes.
Asentí.
Los burgueses de la tertulia se miraron entre sí,
resoplando y bufando, y uno de ellos, panzudito y
cascorvo, me atisbaba como diciendo:
-Este
mozo merecía estar en un presidial! 1....
Yo sonreía cándidamente,
y parecía que el gesto
risuefio se enroscaba en las espirales azules de mi
cigarrillo y que ascendía con ellas, tejas arriba, en
busca del buen Dios ....
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El Cacique Salomón
N
abuelos,
los conquistadores,
guardaron
ideas harto erróneas sobre las capacidades mentales del indio, hasta el punto de que historiadores
como
Simoll llegaron al extremo de poner en tela de juicio et
(,;ISO de si nuestros
aborígenes tenlan o no <Ilma. Carare! Si, que la tenlan, y muy bien enraizada I Digo más:
en materias de agudeza lucieron rasgos que en ocasione!' dieron cinco y raya al más despierto genio español.
Qüejábase Sugamuxi (aquel sacerdote de Jraea que andalldo el tiempo hlzose cristiano, recibiendo
el nombre
de don Alonso), qllejábase, voy diciendo, de la mala administración de justicia existente en su pueblo. Enviábale la Real Audiencia jueces tras de jlleces y corregidores
tras de corregidores, mas el daño no se enmendaba, y,
de esta suerte, los Encomenderos
continuaban impunes
con visible perjuicio para los naturales. Finalmente, y tras
de muchos desengaños,
avisáronle a Sugar'lllxi que iba
il ser satisfecho
en su demanda, como que ya habla saUESTROS
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EL
CACIQUE
SALOMON
107
lido un nuevo juez hacia Soga masa y, de centera, muy
bít'n instruído para hacer allí paz y justicia.
Ante aquel anuncio sonrió el aburrido y ya escéptico
cacique, y tornándose a sus Duenos indios, dtjoles:
-Andad,
hijos, y reparad si las ¿Iguas del rIo corren
hacia arriba o hacia abajo.
Fuéronse los inocentes indios a ejecutar lo que se les
mandaba, y regresaron en volandas trayendo la estupenda nueva de que Jas aguas iban corriendo «de pabajo».
-De pabajo?
-As! es la verdad, señor I
-Ah I Entonces tened por cierto que el nuevo juez no
va a correr diferente camino que los otrosl
y desde aquel entol1ces los míseros descendientes
de
los zaques, cuando dan con un rio, mtranle atentamente,
con la esperanza
de hallar sus aguas (siquiera alguna
vez), corriendo hacia arriba .... Vana ilusión I Pala nuestras ¡ndiadas las aguas del gran rio de la Justicia han
corrido y correrán siempre de pabajo.
Hubiera seguido Sugamuxi el ejemplo de don Andrés
Guatesique, cacique de Dubigara, otro gallo le habrta cantado. Vaya en f;!racia! Si el Guatesique era guane fotuto.
y por lo tanto progenitor de aql:cllcs famosos Comuneros del 81.. .. As! me atrevo a declararlo, mas no a jurarlo, porque se dice que ello es pecado en Cosas de poco
momento.
Dubigilra, en cuyas tierras asiénta3e hoy la gentil Barichara, constituyó una tan dilatada comarca, que dio tierra suficiente para ser repartida entrt: varios conquistadores. A filles del siglo XVII quedó teda ella bajo el po-
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108
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D' C O S T A
der de don Juan Bautista de Olarte, Provincial de la Santa Hermandad de la ciudad de Vélez, y por tal razón el
sobredicho don Andrés Guatesique nació y vivió bajo la
tutela del mentado Provincial.
Establecido lo antecedente, tomaremos el hilo de esta
verldica y puntual historia diciendo que yendo noches y
viniendo días, cierto mestizo, criado del Encomendero,
compró un labrantío de marz a un indio de Dubigara llamado Pirinoche, comprometiéndose
a pagarle por la dicha compra veinte pesos de buen oro, los que C:ebía satisfacer, precisamente, por la próxima Pascua de Resurrección.
Todo esto habrla salido muy cabal si el mestizo no
hubiera tenido para su coleto ciertas máximas manguianchas, una de las cuales era aquella de que ••el peor negocio es el de pagar-. Sentencia muy mucho desaforada
y que, a lo que colijo, no solamente en los antiguos, pero en los modernos tiempos, ha sido usada y guardada
por blancos, mestizos, indios y negros. Ql1izá por ello
canta la copia:
Líbrame Dios de la peste;
De los mestizos y blancos;
De los negros Y las negras;
De los zambos y mulatos!
Barrúntase de estos versillos que el poeta, o como se
le llame, estaba desengañado
de todo el género humano .... Mas dejemos esta zona peligrosa
Y resbaladiza
y
arre con el cuento I
Conque sucedió que el demonio
del mestizo
aplicó su
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EL
CAC/QUE
SALOMON
1V9
máxima al negocio celebrado
con Pirinoche,
de donde
resultaba que las pascuas venlan y las pascuas se iban
y los veinte pesos pataleando;
patllleando, sí, porque se
estaban ahogando sin remedio y sin esperanza de éL .....
-Cuándo
me pagaréis? preguntaba Pirinoche al meztiza cada vez que le encontraba en Vélez.
A lo cual replicaba
el socarrón: -Entended
y tened
por cierto, mi buen Pirinoche, que estoy de viaje para
la ciudad de Paga, donde vivian antiguamente los paganos, y que a mi regrew os pagaré rata por cantidad.
Conque 51? Ah pícaro, ladrón, belitre de la peor calaña I La hora habla de llegaras, porque, como decía Pirinoehe: «Mi Dios es más grande que una ceiba, y cobija a todas sus criaturas por parejo I»
y fue el caso que don Juan Bautista de Olarte ordenó al mestizo que se trasladase a Dubigara a colectar y
traerle el tributo añal; yaqui
fue la buena, porque después de haberle entregado
don Andrés Guatesique la
tasa, y cuando ya el mestizo se partia, dljole con mucho comedimento y gravedad:
-Señor
mío: mejor fuera que le satisficieras la deuda
al pobre Pirinoche ....
-Aún mejor seria, don cornudo soplagaitas,
que no
os entrometiérais en el rancho ajeno, dejando a cada cual
en paz con sus pecados.
-Quedáos
con los vuestros, si 06 place, pero no con
los veinte pesos de Pírinoche, que nunca consentiré 8algais de aquí sin haber arreglado la deuda.
y como viese que el mestizo tomaba la cosa a burlas indignóse tánto el cacique con el desacomedimento
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que, sin dar campo a más, ordenó a SlIS vasallos que
le prendiesen y sujetasen bien.
-Ahora, salteador en despoblados, veremos si destorcéis esa bolsa, porque dos azotes bien administrados
os irán por cada peso I Conque muchachos, menead esas
manos y por ahora contad solos veinte I
No se hicieron rogar los dubigaras aquella orden, y
fue de verse con cuanta ligereza dieron con el mestizo
en tierra, con qué destreza le bajaron los gregUescos y
con cuánto amor empezaron la azotaina mientras el cacique contaba con mucho brio: uno, dos, diez, quince,
veinte ....
AquI cantó el mestizo la palinodia Y. viendo las veras
traducidas en sangre, con gran priesa soitó el cordón de
la bolsa y de acuerdo con la sentencia del cacique pagó a Pirinoche diez de los veinte pesos debidos.
Ya imaginará el lector la zafacoca que nació en Vélez cuando vieron lIeRar al m~:;tizo todo derrengado y
mohino. c¿Cómo, vociferaba el Licenciado Marantes, in
qua urbe vivimus? No faltaba otra cosa sino que estos
indios bellacos anduvieran a la hora de ahora azotando
a nuestros criados y servidores! I
El Encomendero, como era lo natural, montó en cólera e hizo llamar al cacique resuelto a propinarle un ejemplar castigo dando ase un escarmiento a los indios y
una reparación a su criado. Compareció al efecto don
Andrés Guatesique, risueño, son reIdo, esbozando sus dos
hileras de blanquísimos dientes, y, cuando el de Olarte
hlzole airadamente la acusación, replicóle con mucho so-
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EL
CACIQUE
SALOMON
111
siego: eSeñN: considerad que el mesti zo teníale embiilatados veinte pesos a Pirinoche ....
-Pero
en vuestra mano no estaba la punición I Mirad
que vuestra justicia meramente alcanzaba a los ir.dios, a
los meros indios Il
-Talmente:
el mestizo es la mitad indio y la otra
mitad blanco, y yo solamente hice le dar la mitad de los
azotes correspondientes
a la sentencia y solamente le
demandé la mitad de la deuda. Ahora, señor, como blanco que sois, haced justicia, si as: os place, en h üt:'a
mitad de vuestro criado ....
Ante aquella salida riéronse de muy buena gana los
alii presente:;, y a la risa se sumó el gusto cuando vieron cómo el justiciero don juan Bautista hfzole pagar al
mestizo los diez pesos remanentes sin dejar por ello de
propinarle los veinte azotes faltantes, los que fuéronle
aplicados en la esft:ra izquierda de salva sea la parte,
porque el cacique. en el colmo de la legalidad jurisdiccional, apenas habia ejercitado s[;. sanción sobre la esfera derecha ....
Asi fue cumplida en todo y por todo la sabia sentencia del cacique de Dubigara,
yaqui
podrfa ei cronista
espaciarse haciendo variados comentos, como el de decir que Icuántos GU1ttesiques hacen falta en nuestro:; Tribunales .... l Pero tente, plumilla, porque como deda un
indio de mi pueblo: eLa mejor cencia es mi máma Prudencia I»
Lo certifico.
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El apólogo
del
rôyo
LV#
El doctor Bartolossi, loco
JII1
"M. y Mme.
D'Artigny"
Po r
José
Alejandro
Navas
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El apólogo del rayo
L
os dos hermanos, Valerio y Rodolfo, vivían en el pueblo, en la antigua casa de sus padres, un caserón
vetusto, con escudo de piedra en el portal, con varias
columnas románicas en el interior que formaban un claustro y con grandes huertos y dependencias aledaños a la
campiña.
La campiña era feraz, riente, embellecida de Ull modo
robusto por árboles majestuosos que en los dias de sol
proyectaban una vasta y tupida sombra, árboles patriarcales como aquellos de los paisajes bíblicos.
Para los dos hermanos la vida era amable. Nada turbaba el sosiego de sus días. Vivían a\lf como en el olvido, no sin que ellos se diesen cuenta de lo que acaeela en el re!'to del mundo.
Valerio, el mayor, era dado a las faenas agricolas, a la
vida espaciosa y fuerte; Rodolfo, en cambio, gustaba del
estatismo y era amigo de los libros y de la meditación.
A pesar de sus caracteres opuestos, se amaban como
dos buenos amigos. El más débil soportaba las flaquezas
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del más fuerte, y al contrario .... En ésto se fundaba principalmente su arman la fraternal.
Además, las vastas tierras heredadas les produclan pingües rentas para que ellos, sin ::uidado, dejasen transcurrir las fugaces horas y los largos años.
Valerio era un hombre robusto, de ancho torso pujante, de fuerte cuello bovino y hermosa cabeza de dios
~riego. Rodolfo era de constitución raqultica, un poco cargado de espaldas;
también posela una hermosa cabeza
clásica, y de sus ojos negros, elocuentes y tristEs procedia un encanto singular.
El primero era egolsta, desconfiado, tumultuoso. Usaba
con éxito de su acometividad y de su fuerza, y quizás,
debido a estas cualidades,
no pocas veces salió triunfante en sus empresas injustas y en sus propósitos malsanos. Alardeaba de la autenticidad de su sangre trasmitida sin mezcla por sus abuelos peninsulares cuyos apellidos evocaban asedios de plazas fuertes, y enorgullecíase, por sobre todo, de los lambrequines
de acanto que
rodeaban su escudo.
El segundo era todo hidalguía, desprendimiento
Y magnanimidad .
•••
y sucedió que en una ocasión Valerio decidió marchar
a la ciudad grande. La ciudad grande distaba muchas leguas del pueblo. Para llegar a ella era preciso atravesar
largos camines sedientos, cruzar extensos
valles húmedos y ascender por en medio de las montañas.
Rodolfo sintió gran pena por el viaje de su hermano;
le parecía que algo espantoso iba a interponerse
entre
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los dos; se imaginaba que la ciudad, la inmensa ciudad
iba a devorarlo. y el día de la partida salió a despedirlo hasta un sitio muy eminente que descubre otros horizontes .
•••
Transcurrieron
los meses. Rodolfo sabIa que Valerio estaba muy bien, y que, debido a sus combinaciones económicas, acrecentaba la hacienda.
En el vasto caserón la soledad y el silencio se hicieron aún más hondos, y la hierba de los huertos comenzó a desarrollarse
con locura.
Rodolfo, en tanto, ponía una intinita paciencia en todos y en cada uno de sus pensamientos.
Así, descuidaba el amado mundo exterior de su hermano. Durante los
días prolongaba los instantes, sin que :sintiera, con este
ejercicio, el correr del tiempo. Las lecturas distraian so.meramente la superficie de su imaginación;
mas de sí
propio, de su esencia, de su pensamiento ininterru;npido,
h':\bla logrado extraer mucha sabidurla. De tal suerte estaba dentro de sí mismo, que apenas si pensaba en contestar a su hermano. Este, por último, ~e h;¡bla sumergido en la ciudad, y después de dos años, muy de tarde
en tarde, escribía dos líneas a Rodolfo.
* • *
Al fin, un día, en el
gresó a su casa, a su
do estaba el arrogante
había disminuIdo;
sus
taño I su cabeza había
comienzo del invierno, Yaicrio repueblo tan lejano. i Cuán cambiamozo de otros dIas I Su pujanza
ojos ya no tenían el brillo de anperdido cierto nimbo romántico I
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No obstante, él queria que su esplritu fuese el mismo; y
daba voces, cerraba fuertemente las puertas y sus pasos
producían vibraciones de larga duración ....
Valerio habla adquirido en la ciudad una linda mujer
y la había llevado consigo. Esta mujer Ilamábase Blanca, era de origen humilde y tenía huellas de sufrimiento
en su rostro de virgen de leyenda eslava. Ella, se hubiera dicho, no poseía dato alguno acerca de ella misIlia. Creció dentro de una oscuridad espantosa. Un día
acertó a pasar Valerio por su puerta. Valerio le dijo:~
«¿Quieres venir conmigo?
Ella sin el menor esfuerzo se
dejó conducir como se conduce a un animalillo ciego.
* * *
-Rodolfo,
Rodolfo, mi hermano. Aqui tienes a esta mujer; es mi mujer, lo oyes? Ella sabrá ahuyentar la tristeza de esta casa ....
Rodolfo la envolvió en una intensa mirada.
y desde entonces, comenzó (.tra nueva vida para los
dos hermanos.
Algo tremendamente
misterioso hubo de
imponerse entre ellos .
.•.* *
Blanca áifundía su sonrisa en el vasto caserón; trataba de ser alegre, pero en vano; y sentia verdadera piedad por Rodolfo. De cuando cn cuando los dos cruzaban unas cortas frases: c¿ Qué te pasa-le
decía ellayo quiero que no te entristezcas de ese modo ....; que no
te preocupes por el carácter de tu hermano; él es bueno en el fondo ....•
y Rodolfo, después de una í'vasiva respuesta, clavaba
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sus ojos en ella, sin que esas miradas ~radujesen nada,
absolutamente nada. Eran el vacío, la ausencia total.
Poco tiempo de:-pués la casa comenze) a estar acicalada con cierto exquisito primor debido a las manos de
aquella mujer. Las voces de Valerio resonaban en el interior aún más fuertemente que antes, y las malezas de
los huertos dejaron de ahogar los arbustos entre los cuales destacaban ya n/ti da;; las flores .
•••
-Tú has puesto los ojos en mi muj'~r; eres un maI
hermano; eres un mal hombre I
-NuIlca he puesto los ojos en ella; tu mujer pertenece a ti exclusivamente; eres injusto y 110 conoces a tu
hermano.
-Vêle de esta casa! Sal de la casa de nUe5tr )S padres; n~ mereces estar en ella. Te maldigo I Qlle un rayo te haga cenizas 5i tú has deseado a mi mujer!....
l
-Me va)' de esta casa; pero ten entendido Que soy
inocente; que un rayo me fulmine, si en mi corilzón se
ha alhergado por un momento una sombra de la sombra de
nu mal deseo I
• *•
En seguida Rodolfo emprendió la marcha. Anduvo unas
horas sin rumbo, empujado tan sólo por su propio destino. Lu~go quiso descánsar al abrigo de los árboles majestuosos, protectores, como casas de frescura, semeJantes a aquellos árboles bajo cuyas frondas descansaban
los patriéiT.:~s bíblicos.
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El dia comenzó a nublarse; un viento de borrasca trajo mucho fdo.
El hombre reclinó la fatigada cabeza en el tronco de
uno de estos árboles y se quedó dormido.
Pocos minutos después, alii, precisamente, cayó un rayo.
El árbol y el hombre quedaron reducidos a cenizas ...•
y el viento de borrasca, tremendamente sonoro en su
furia incontenible, esparció estas humildes cenizas por el
ancho mundo ....
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El doctcr Bartolossi, loco
E
doctor Bartolossi, médico de Coenza, a menudo
hacia esta pregunta al cartero de aquel pueblo:
-y hoy, ¿quién ha llegado?
El muchacho, comunicativo, servicial y al corriente
del movimiento de viajeros, respondia:
- .... Pues al hotel de la plaza llegaron dos señores que parecen extranjeros; al América, una familia
de paso para el interior .... ; a la casa curaI, tres curas.
-Bueno,
está bien, respondía invariablemente el
doctor mientras desdoblaba los periódicos que de la
capital le llevaba el correo.
Y asi, por el estilo, casi todos los días.
El muchacho pensaba:
••Efectivamente, el doctor tiene algo de loco .... qué
modo tan raro de mirar el suyo .... »
L
•••••••
Coenza es una población muy recomendada
por sus
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122
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condiciones de clima, topografía y recursos para los
enfermos del corazón. Acuden muchos durante todo
el año: algunos se alivian y regresan a las alturas
satisfechos; otros se descongestionan, respiran con más
facilidad, la sangre les circula mejor, las palpitaciones disminuyen .... ; pero les empieza a crecer el hígado,
se ponen amarillos, y entonces es la desdicha, porque
en ninguna parte pueden vivir y hay que equilibrar
una cosa con otra; la vida misma les es insoportable, y viene la inquietud y la congoja. j Cuántos han
dejado alii sus huesos! Sin embargo, se escuchan
frases consoladoras:
caquel señor, don Diego Pizarra, hace ocho afias vive aquí; tiene sus alternativas
pero ahi va .... en otra parte habría muerto" . «¿Y la
seftora de Collazos? :':l1a compró casa y resolvió quedarse definitivamente".
«Muchos resucitan .... casualmente el otro día vino un joven ....• c¿Y qué me dicen ustedes del General EstébaneZ?
En este ambiente se movía el doctor Bartolossi.
Así, levantando moribundos y enterrando muertos,
vivía el pueblo; crecían las arcas municipales; florecía la iniciativa. El acueducto se manifestaea principalmente por la fuente mayor, la cual lucía una placa
de mármol grabada con los nombres de los concejales y el del alcalde en letras más gordas. Se sem ...
braban acacias en los paseos y se rotulaban las calles con flamantes leyendas: Calle de la Libertad, Ca-
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BA R T OL OSS I
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Ile del Prócer García Tinoco, Carrera 8 de Noviembre. En aquellos
días estaba a punto
Hotel Estrella, provisto de ventiladores,
automático.
de abrirse el
hielo y piano
El doctor Bartolossi se reía, pam sí, de todo esto.
En su consulta, clavado en su escritorio, sólo trataba
en pocas palabras a sus pacientes. Todos decian y
aseguraban que tenía grandes aciertos, pero que, desde
la muerte de su esposa, se había tornado otro en
cuanto a su carácter; en su ciencia era el mismo. Ni
una sonrisa, ni la más ligera contracción de su rostro
denotaban entusiasmo ni preocupación. Sólo sus ojos
aseguraban que sufría. Pasaba como una sombra: todo
en él era misterio. Contentábase con poco, era desinteresado y siempre tenía mayores atenciones con los
más miserables. Sabíase que mantenía correspondencia
científica con algunos de sus colegas de la capital, y
constantemente recibía libros e instrumentos. Pero su
mutismo era desconcertante; formulaba lo preciso y saludaba y se despedía con unas mismas palabras. Algún perspicaz del pueblo le extrajo, en memorable
ocasión, un pensamiento: «esta vida está tramada de
absurdos; yo espero algo que ha de llegar aquí a Iibertarme .... Las leyes de la existencia se cumplen, son
inexorables. El absurdo, si se profundiza, encierra su
ulterior explicación que sólo en silencio se puede descifrar .... A su tiempo hablaré-. Y se calló. Las frases
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12-J
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fur~ron comentadas como un acontecimiento, y desde
entonces se empezó a decir que flaqueaba de la cabeza.
_¡ Pobre !-repetían-Ia
muerte de la sefiora lo dejó
en silencio: ise amaban tántol.. ..
y 10 sefialaban diciendo:
-Alli va el doctor Bartolossí; está hecho un viejo; iqué pena da verlo I
Una mal'iana, como de costumbre, tocó el cartero,
y antes de que el doctor le preguntara nada, aquél
dijo:
-Anoche
llegaron al Hotel Estrella el sefior y la
señora Eizaguirre; me recomendaron esta carta .... Ademas, la sel'iora me encareció le suplicara a usted fuera inmediatamente.
El médico tuvo un gesto jamás visto, y sus palabrú.s, que fueron éstas, dejaron atónito al muchacho:
_I Al fin!; ya lo sabía. Los diarios de antier !<>
anuncian .... Por otra parte .... pero usted no puede entender estas cosas .... Diga usted a la sef\ora que iré
en el curso del dia.
En movimiento nervioso, con la mano derecha, golpeaba contra la izquierda la carta.
El muchacho salió. El doctor montóse las gafas y
rasgó el sobre.
Asi terminaba
su colega Sánchez Hortúa:
«Te re-
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BAR TOL OSSI
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pito, el caso es desesperado: parálisis general progresiva. Tú verás qué puedes hacer con esa desdichado •.
***
En el hotel habían prevenido a )a seftora respecto
de )a perturbación del médico, pero ella lo dudaba
pensando: «cosas de pueblo", y respondía: «allá se
le considera como hombre de gran talento, como sabio ••.
A los tres de la tarde
Bartolossí.
se hizo anunciar el doctor
La sefiora tardada en salir, y sospechaba con quién
se iba a entender .... No estaba segura, pero acudía a
su mente algo de/ pasado, de un pretérito muy equívoco y muy lejano. Y se demoraba ensayando ante el
espejo /a mejor de sus sonrisas a/ lado de su marido,
de cuya boca caía un hilo de baba cristalina y cllya
mirada había muerto. Ella, con un lienzo, Iimpíó los
labios del esposo, y le dijo: «¿Cómo te sientes? El
enfermo tartamudeó alguna cosa, moviendo tristemente
/a cabeza.
La sefiora era una mujer ya un poco marchita. Delgada, esbelta; guardaba mucha melancc,'fa en Sll~ (ljos
grises, profundos.
De pronto salió.
-¡Oh!
jdoctor!-exclamó
tendiéndole la mana.
- Ya veo que usted me ha reconocido, repuso éste.
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NA
VA
S.
Siempre en uno queda algo de aquello que fue .... ¿Y
su esposo?
_ iEl pobre 1.... Ya se habrá enterado usted por la.
carta del doctor Sánchez Hortúa, tan amable con nosotros ....
-Sí, señora, estoy enterado .... una calamidad.
-Pero
siga, siga usted .... pueda ser que usted encuentre ....
-No;
ante todo, quiero tomarle a usted algunos
datos; quiero que hablemos reservadamente
alii en
aquella habitación .... Es indispensable.
Eiia vacilaba inquieta, mirando a todos lados.
El doctor Bartolossi, con mucha calma, expresó:
-Estoy
seguro que ya le han hablado a usted de
mi locura. No tenga el menor cuidado. En estos pueblos, al contrario de lo que pasa de las grandes ciudades, h~y que hablar mucho para ser cuerdo ....
Una vez cerrada la puerta se sentaron. Ella comenzó:
-j Esto es espantoso!
El repuso:
-Algo semejante me sucedió con mi mujer. ¡Fueron trece años terribles I
-No lo sabia; estaba convencida de que usted lie
había quedado en Europa.
-Más
me hubiera valido.
-¿Acaso? ....
-El recuerdo suyo me hizo volver .... Pero seamos·
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BA R T OL OS SI
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breves, esto tenia que llegar: yo lo pensaba y alguna vez lo dije: espero que alguien habrá de venir a
Jibertarme, a desatar mi lengua
Las leyes de la vida se cumplen, son inexorables
Pero no se altere
usted .... estamos conversando y en la conversación llegaremos a ver cómo tratamos a su esposo .... No se
altere .... Aquello hace veinte años, y todavia usted tan
hermosa! Hizo usted mal, porque compredió mi talento,
mi corazón y, sin embargo, por imbéciles prejuicios ....
Ahora se ve claro lo que hubiera podido ser .... por
eso la vida castiga .....
La senara temblaba y palidecía por momentos. El
continuó un tanto crispado:
-Usted
me lanzó por otros caminos, envenenó las
fuentes de mi vida .... tiene usted la culpa de todas
mis desgracias. Puede ser éste un amargo reproche
pero es también una demostración .... iQué pálida SE
pone usted! Escúcheme .... Más tarde me casé con una
mujer a quien no quise y la soporté durante trece
afias, hasta que un día, aquí en este pueblo, cuando
más le dolía el corazón, le suministré una enorme dosis de morfina y se quedó inmóvil para siempre!.. ..
para siempre. Ella debió agradecérmelo. Yo Je aconsejaría a usted que hiciera lo mismo. La fórmula es
muy sencilla ....
La señora dio un grito.
Luego, sujetaron fuertemente al doctor Bartolossi.
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"M. y Mme. D'Artigny"
E
conocido profesor de francés, monsieur D' Artigny, siempre se manifestaba encantado con sus
discípulas de la alta clase social, especialmente con la
seftorita Eugenia Zaldívar, cuya pronunciación parisiense no difería-según
él-de aquella de la Condesa
Mathieu de Noaï\les.
Entre paréntesis: (La Condesa de Noailles lo distinguía muchísimo; monsieur D'Artigny, antes de la
gran guerra y antes de su ruina, había frecuentado
sus salones. La Condesa no dejaba de tener sus caL
prichos ....)
•••
Pero un buen día, alguien le ;lconsejó que emigrara
a este delicioso país poco explorado, hospitalario, libérrimo, en donde podria desplegar sus actividades
comerciales, que, sin duda, como en todo buen francés, estahan latentes; que en este suelo se haria inmensamente rico; que era el momento de aprovechar
las especulaciones petroliferas, etc. En una frase: mon-
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D' A R T ION
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sieur D' Artigny quiso creer en la leyenda de El Dorado.
Así, en marzo de 1919, el profesor de hoy, desembarcó en uno de nuestros puertos con una extrema
alegría emocional, como si hubiese descubierto un
novísimo mundo. Ostentaba la cinta de la Legión de
Honor (monsieur D'Artigny cojeaba ligeramente del
pie izquierdo) y traía un saco de viaje bastante pesado, porque contenía muchos libros exclusivamente
franceses: las Fábulas, de Lafonfaine, Teatro, de Racine,
Un Divorcio, de Bourget, y así todos por el estilo,
además de muchos versos de la prenombrada Condesa, aunque éstos no eran de su completo gusto,
porque su memoria insaciable retenía mejor la literatura romántica del siglo pasado: aquellos innumerables poemas nutridos de ensueños triviales, cuyo
escenario siempre es el mismo: un lago dentro de
un parque viejo; Jas parejas de cisnes señoriales que de
rato en rato sumergen las cabezas en el agua oscura,
acaso cuando Jas amantes se besan inclinados en la
balaustrada ....
De aquella literatura monótona, falsa y decorativa,
estaba impregnado, como de una escncia reconcentrada, monsieur D' Artigny.
Transcurrieron los días. El comercian::e aventurero
no pudo hacer nada. Aquellas especulaciones, al parecer sencillas para él, se complicaban, a la vez que
los dineros disminuían inmisericordemente. ¿Qué hacer?
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Por lo pronto se trasladó del Royal Hotel a una Pensión sin nombre, la cual, no obstante, tenia para él
un ambiente familiar, casi un ambiente dulce. Allí seestaba mejor. Desde una ventana que se abria al poniente, monsieur D' Artigny espaciaba su espíritu en
la melancolia de la Sabana. Quizás en aquellos dias
hizo algunos versos otoñales que más tarde recitaba
a sus discípulas sin atreverse a confesarles quién era
el autor ....
Felizmente la retórica aniquiló por completo sus
ilusiones especulativas. Aqui encontró un camino fácil,
muy fácilmente abierto: el camino de la gramática.
y no tardó en difundir un anuncio sugestivo, ofreciéndose como excelente profesor de la lengua por exeelencia cortesana. La sociedad le abrió sus puertas. De
este modo vino para él la fortuna.
Monsieur O' Artigny tenía cuarenta y cuatro afias.
En verdad no eran muchos años .... Su rostro hablase
arrugado en extremo a causa de sus agudas y duraderas sonrisas. Posela unos mostachos rubios, sedosos, erguidos como dos llamas de dos robustas bujías, y sus ojos claros. sin importancia, trataban de
esconderse, de huir humildes cuando los homenajes
acudlan a sus labios. Entonces también unos mechones exiguos caían sobre sus sienes cansadas. Era católico y le gustaban los buenos platos nuéstros; tocaba el piano con cierta alada grflcia femenina y se
pulía las uñas como una atriz. Algunas muchachas
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D'ART/ONY
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se divertian mucho con monsieur D'Artigny, y exclamaban las más bonitas y de menos afios: «Es ridículo
este francés; es ridículamente encantador ••.
Sin embargo, cuán agradable resultaba el profesor
en las tertulias de sel'íoras achacosas que tomaban té
en un ambiente recogido y pacato y hablaban de sus
antepasados, poniendo los ojos en blanco, como de
beJlr)s ejemplares de hidalguía, de talento, de seducción.
***
Precisamente Eugenia descendía de uno de aquellos
ilustres varones cuya imagen reproducía el daguerrotipo con unas luces misteriosas, singularmente severas y doctorales. Era hija única de un matrimonio
tardío, de uno de estos matrimon:os meditados con
antelacíón en muchos afias de noviazgo, quizá después de haber aniquilado grandes ilul;iones a causa
de un conocimiento mutuo demasiado utilitario, demasiado metafisico ..... Matrimonios felices, sí, más bien
felices, los cuales durante veinticinco o treinta años
han llevado una vida igual, sin grandes alegrías y
sin grandes tristezas, envejeciendo si se quiere dulcemente, después de haber engendrado una hija linfática y antojadiza, que se empeña en pronunciar muy
bien el francés y en escribir con caracteres torturados
y distinguidos. No habéis observado que estos matrimonios exclaman en un tono siempre igual, después de haber llovido durante una semana: «Oh, este
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invierno L..." Estos matrimonios han comido idéntica
sopa los domingos, porque desde que fueron al altar
los acompaña la misma cocinera refunfuñadora y sin
iniciativa. Aquellas sillas son las mismas de antafto;
aquel
reloj se ha dafiado
tres veces y las tres veces
lo ha compuesto un anciano vacilante, que ya está
casi ciego. Ese grabado se ha desteñido, no importa!
Hace diez años la niña comenzó a teclear en el piano;
ahora ejecuta, sin equivocarse, una mazurca de Godard.
La señora cultiva las mismas especies de flores que
estuvieron en boga el año 95; así, todos los días se
la puede ver en el jardín quitando hojas secas. El
seflor si~ue abriendo el mismo candado que cierra la
misma puerta de su comercio, todos los dias.- «Eugenia!» llama la sefíora. La nUla contesta.-«Ya
voy, mamá,.. Luégo se marcan unos pasos menudos; acaso el
viento golpea una puerta ....
•••
Por entonces Eugenia tenia un novio; tenía asímismo un sombrero azul pálido, el eua/le daba un aspecto
infantil, encantador. El novio se liaba Ernesto; se habian
conocido en una fiesta. Precisamente, aquel dia, ella llevaba por primera vez el sombrero azul.
Ernesto era un muchacho apocado, tímido, que temblaba de píes a cabeza con la risa de una mujer.
Con todo, era uno de los ml~jores matemáticos de la
República; delante de un tablero se transformaba, se
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D'ART/aNY
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volvía ágil, sonoro, intrépido;
luégo, en la vida ordinaria, se apagaba y discurría sin ruico. Un dia quiso pensar en el matrimonio y se dijo: «Si yo encontrara una muchacha ....; pasa el tiempo y voy sintiéndome tan solo L .." Y la encontró.
Así, cuando él pronunció aquellas palabras sacramentales:
-«Sí, créame. Eugenia, nadie puede quererIa tánto como yo ...." ,-ella se ruborizó un poco y repuso:
- ••Quién sabe L .. Habrá que verla con el tiempo ...."
-«Si, el tiempo le dirá a usted la verdad. Yo la
conozco a usted desde hace algunos años, desde cuando usted iba a la escuela ...."
-«¿Sí?"
-«Sí.. .. Cuando yo subía de prisa para la Facultad .... Hoy me parece un sueño; pero sí, es usted la
misma .... ; no acierto a decirle .... en fin, no ha perdido usted el aire de niña ...."
-"Yo también lo conocía a usted, y usted no sospechaba ...."
- ••Quiero que me conozca un poco más ....•
y Ernesto no queria olvidar unas palabras importantísimas, ya al despedirse:
- ••Vaya usted a mi casa; seremos muy buenos
amigos· .
El no vaciló en aceptar. Por otra parte, la madre
de Eugenia también le había dicho:
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-«Tendremos
mucho gusto en verlo por casa ....•
Y el padre no se había quedado atrás:
-«Ya sabe, joven, la casa nuéstra es tambíén la
suya ....•
-«Muchas
gracias· -había respondido el joven, inclinándose con mucho respeto y consideración.
Unas semanas después, ya se le saludaba por todos los de la casa: -«Qué tal, Ernesto· ; -«Ernesto,
buenas noches·.
* •.•
Monsieur D' Artigny también amaba a Eugenia pero en silencio. El se confesaba no haber sentido nunca un carili.o, una ternura tan fervorosos como aquellos, por ninguna mujer. De ahí que sus mejores alabanzas estuviesen destinadas a ella.
Al fin, una tarde, no pudiendo resistir más, el profesor, vivamente emocionado le dijo en castellano:
- «Seli.orita Eugenia, yo la amo a usted. No puedo decirle otra cosa. ¿Quiere usted reírse de mí? Su
risa me enamorará mucho más ....•
-«Yo le agradezco mucho, señor-contestó
ellapero comprenda usted que Ernesto, mi novio, se enfadaría .... Y yo quiero mucho a Ernesto ....•
-«Entonces,
yo deseo suplicarle una cosa: que usted no contará a nadie mis palabras;
usted es una
nina discreta. ¿Me lo promete usted»?
-«Sí,
se lo prometo ....•
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Eugenia cumplió: a nadie dijo una sHaba; y a veces se acordaba con recogimiento de ias palabras suaves de Monsieu r D'Artigny.
Transcurrieron
unos días lluviosos de febrero y
,otros días nublados de marzo.
* * *
Para la Pascua Florida Eugenia adquirió un sombrero encarnado, tan encarnado como la cinta de la
Legión de Honor de monsieur D'Artigny. Este sombrero fue un acontecimiento
en la presente sencilla
historia. Eugenia, tocada con él, se transformaba, parecía otra mujer; con aquellas gasas rabiosas en la
cabeza cobraba la muchacha un aire turbador, porque ponían fuego en sus ojos, en sus mejillas, en
sus dientes. La mujercita angelical, al salir a la calle, se convertía en una diablesa. Y Ernesto tuvo miedo; el capricho de la moda fue para él una desilusión'. «Francamente-se
decía-desde
que Eugenia lleva ese sombrero me parece otra. No comprendo; pero debo retirarme .... »
No dijo a nadie una palabra, no comentó el asunto, pero se retiró de aquella casa donde se le quería
muy de veras.
Entonces Eugenia cayó en la cuenta de que Ernesto era un hombre frío, reconcentrado
y monótono;
monótono en sus gustos, en sus palabras, en sus entusiasmos; se parecía moralmente tánto a su papá I;
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y era tan aburrida aquella existencia
Siempre la
misma cosa .... El método, la seriedad, la circunspección, el sentido común. Hasta sintió alegría en el interior de su espíritu por la retirada de aquel joven
sin mancilla.
¡Cuán distinto monsieur D'Artigny! Es verdad que
tenia cuarenta y pico de años, pero era un hombre
de mundo, elegante, artista, con algo de locura en la
fantasía, con algo de quimera en la imaginación; monsieur D' Artigny era un hombre diferente a su papá,
a su abuelo que habia sido Ministro de Hacienda y
habia muerto pobre, sin haber sabido nada, de otros
mundos, por propia percepciÔn, y sin haber hecho.
una locura ni siquiera una estrofa.
¡Cuán distinto monsieur D' Artigny! ¡Oh, si!; sin.
vacilación, con él se casaría. Ella tenía dinero. ¿Qué
le importaba lo que murmurasen los demás? Primero
irían a París, luégo a Italia, luégo .... ; en todo caso
ella saldría de esta monotonía gris, angustiosa ....
..............................................................................................
y se casaron.
Hasta el presente la historia cuenta que han sido
muy dichosos.
Alguien ha visto una tarjeta, una sencilla cartulina
que pone: «M. et Mme. D'Artigny 26, Boul. Haussman-.
Quizás alii también la existencia es para ellos monótona, aburrida ....
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Inquietud
adorable ....
Fecunda inconformidad
Po r
Manuel
García
Herreros
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Inquietud adorable ..... Fecunda inconformidad
A Cor/aI TOrre3 Durán
,CUANDO llegué al caserío,
el jamelgo que me alquilaron, imbe/e, canijo, había agotado sus flacas fuerzas en la escabrosa ascensi6n.
Construido en una meseta, en mitad de un cerro altisimo y giboso, el pueblucho, observado desde abajo, daba la sensación de que en un vértigo caería rodando. Brillantes de cal reciente, las casas se apretaban premiosas ante dos únicas calles. Algunas de
éstas, construídas en parte sobre puntales apoyados
en el corte del cerro, se asomaban al abismo con ágil
pirueta, arrebatando al espacio el sitio que faltaba a
sus cimientos.
En forma de espaldar, sirviéndole al puebluco de
fondo oscuro, se levantaba neta y arrogante la enorme
mole del cerro. Sus Iineas bruscas, terminada la horizontal de la meseta, continuaban el descenso, deteniéndose ante inmensas piedras negras, retostadas, y
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QARCIA
HERREROS
luégo esfumándose en el valle tranquilo en que se
asienta el pueblo grande.
Pulmones que no tenian otro alimento que el aire
de la plazuela en que yo me hallaba, recogido de admiración en presencia del paisaje, las dos únicas calles del caserio se abrían a mi derecha, largas, delgadas, tan delgadas. tan angostas, que cuando por
ellas circulaba el viento, creyéndose encerrado, silbaba con empefíos de huracán.
Las gentes de Aripaná sostenían tratos muy limitados con las de arriba. Hombres y mujeres de la meseta, en policromo cordón que desde abajo era observado con divertida curiosidad, bajaban en las mafianas de los domingos a oír la misa y a efectuar sus
transacciones, que consistían en la venta o permuta
por comestibles, de numerosos objetos de rica fantasia, hechos a mano de una fibra artisticamente tejida.
Diminutos baúles de colores, canastitas encantadoras,
floreros y mil curiosidades más que los comerciantes
de Aripaná, haciendo en ello apreciables utilidades,
enviaban a la capital.
Inútilmente las mujeres de Aripaná y las de los
pueblos vecinos intentaron fabricar estas maravillas.
El arte que les daba valor era exclusivo de los habitantes de la meseta. Sólo ellos conocían sus secretos y sabian extraer y preparar los filamentos.
Agente viajero que me encontraba de paso en Ari-
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INQUIETUD
ADORABLE
J41
paná, en el pueblo grande, como se decía, resolvi
aquella mañana llegarme hasta el simpático caserío,
que como una tribu de indígenas, vivía aislado y feliz de su aislamiento.
Después de gozar algunos instantes del paisaje que
desde la plazoleta se divisaba, me dirigí hacia la casa más cercana en solicitud de un poco de agua con
qué calmar la sed. Al girar, observé que un joven
blanco, cuyo aspecto lo denunciaba inmediatamente
extraño en el lugar, sorprendido en el examen que
de mi hacía, se ocultó. Varias mujeres que en los pretiles ejecutaban labores de mano, suspendieron
el
trabajo.
La anciana me invitó a desmontar y a descansar.
Luégo reapareció con una taza de barro labrada, !lena de agua deliciosamente pura y fresca.
Irresoluto, el joven a quien sorprendiera observándome, entró.
-Buen día-me
dijo.
Al contestarle, le dirigí una mirada sondeadora, aparté mis ojos de su rostro para que no comprendi~ra
)a curiosidad que me inspiraba, y principié-como
sucede cuando nos encontramos .:lnte un desconocido
que en alguna forma nos interesa-a
deducir, de su
aspecto y maneras, los datos que exigía mi deseo dl:
conocerlo a fondo. Aunque este método de investigadón es deficiente, inexacto, no teniendo de este jo-
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GARCIA
HERREROS
ven referencia alguna, ni las informaciones que en el
mundo social contribuyen a que nos formemos determinadas ideas de las personas, ignorando hasta su·
nombre, tuve que reducirme a los medios que se me
ofrecían, escasos e incompletos. Opacada la impresión personal que me produjo por la más intensa y
sugestiva, de encontraria allí tan familiar, blanco, rubio, fino, entre gentes de tez acanelada, de raza evidt:ntemente distinta de la suya, la imaginación, de no
haberla detenido, habria comenzado-desembridadaa construir quizás una novela, lo mismo que los suefios, con un detalle tomado de la realidad, hilvanan
curiosas películas que en la vigilia, al recordarias,
nos darán motivos para sonreir.
El joven, presintiendo el curso que tomara mi pensamiento durante la pausa que siguió al saludo y a
mi mirada,-que
no por rápida pas.) inadvertida,-con
ei gesto poco afable del que se apercibe a una defensa necesaria, me interrogó:
-¿De dónde viene? ¿Quién es usted?
-Matías
Alvarez, a su disposición.-Sin
duda alguna, nada le dijo mi nombre.
-¿V el objeto de su visita?
A pesar de las informaciones que amablemente le
di, el joven no pareció quedar satisfecho, como si algo me encontrara que no acababa de inspirarle confia'1za. Después de un momento de silencio, me pre--
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INQUIETUD
ADORABLE
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sentó excusas por su insistencia y me formuló nuevas preguntas. El interrogatorio, difícil y molesto, fue
interrumpido por la entrada de una esbelta muchacha de 18 afios, morena también como las que ya había visto ocupadas en labores de mano. Su cuerpo,
erguido y flexible, tenía exquisitas delicadezas de forma. En la sencilla blusa se marcaban las pomas duras de los senos, del tamaño de dos margaritas. Los
ojos de moka, le inundaban el rostro de luz apacible.
-Mi mujer-dijo
el joven. No es necesario ser un
espíritu de selección para leer en los ojos de otro
lo que pasé: en su interior. AI murmurar las banales
frases de uso, por la mirada que dirigi a la moza,
compren di que aquél equivocaba mi pensamiento. Sus
palabras confirmaron mi impresión.
-Es mi esposa .... Hace tres afias nos casó el cura
de Aripaná.
La muchacha sonrió y fue a sentarse junto de su
marido, modesta y amorosa, apelotonándose contra
él como un gatito zalamero y mimado. Hablaron los
dos en voz baja y en seguida me invitaron a almorzar. Acepté. La muchacha salió y por segunda vez los
dos hombres quedamos solos.
-De modo que hace tres años vive usted aquí?
pregunté, por decir algo.
El joven se me acercó, y COll palabras coloreadas
por un extraño sentimiento, me interrogó, esta vez
con inexplicable aspereza:
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GARCIA
HERREROS
-Sea usted franco .... sea usted hombre .... ¿Dice verdad al afirmar que es agente viajero y que ha venido hasta este lugar por curiosidad?
Indignado, alcancé mi sombrero para partir. Pero
el joven, tomándome del brazo, me detuvo.
-Excúseme
usted, se lo ruego. Ya comprenderá
cuando le explique ....
Fue a colgar mi sombrero de unos cuernos de venado incrustados en la pared, y al vo Iver, mirándome aún con molesta insolencia, me dijo:
-Soy Salvador Arana ....-Y como notara que ninguna sensación me causaba su nombre, agregó algunas frases amables. Por primera vez la cordialidad
apareció en sus maneras.
-Mientras
nos sirven el almuerzo, ¿quiere usted
que demos una vuelta? No será larga, ciertamente.
Salimos. En rústicas banquetas, las mujeres trabajaban la fibra en los pretiles, formando grupos de
dos o tres, y hablándose de casa a casa.
De' paso observé que los hombres descansaban o
dormían en sus hamacas.
-Pocos encuentro. Me parece que las mujeres abundan aquí. ...
-Si, es verdad. Hay más mujeres que hombres-contestó Arana.-Pero
es que todavia no los ha visto usted a todos. Están durmiendo.
-La hora invita a ello .... Estos momentos deben de
ser muy duros para el trabajo, aquí, ¿no es cierto?
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INQUIETUD
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-Aquí
los hombres no trab.ajamos.
-¿Que
los hombres no trabajan?-'pregunté,
sorprendido.
-Ya le explicaré después de almuerzo. Aplace su
curiosidad-me
anunció, mostrándose ahora tan suave
y amable como duro e impolítico en antes. Seguramente trataba de borrar la im?resión ingrata que me
diera al principio. Le comprendí el deseo de inculcarme una idea favorable de su persona, y aunque
ésta es tendencia de hombres de poca significación,
coloqué a Arana en un plano superior al de aquéllos.
La calle terminaba y también la meseta. Reapareció el abismo, el descenso abrupto del cerro, con innumerables rodaderos arenosos y profusamente
salpicado de piedras calcinadas. Ni un árbol brotaba de
esta tierra dura y seca.
Regresárnos por la otra calle, menos recta que la
anterior. En la esquina, el espacio se angostaba. Una
cuchilla del cerro habia obligado a las dos últimas
casas a extenderse hacía la via. Las mismas escenas.
Las mujeres tejian la fibra en las puertas, y los hombres descabezaban la siesta en las hamacas. Al pie
de la oscura mole, con pedazos de pizarra que le habian arrancado, jugaban varios chiquillos desnudos,
entre un griterío aturdidor. Al ver a un extrallo, se
quedaron indecisos e intimidados. El sol ponia metálicos reflejos en sus bronceadas desnudeces.
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GARCIA
HERREROS
II
Terminado el almuerzo, Arana me invitó a salir,
y por un camino nada fácil me condujo hasta una especie de gruta, qu ~ en el cerro abria su ancha boca frente al pueblo.
Habían cambiado las decoraciones. El cielo y los
horizontes que desde allí se divisaban, aparecían suavemente velados. El pueblo de Aripaná, tan próximo, se dibujaba deliciosamente tranquilo, en aquella
hora de velos de invierno, y las cosas se rodeaban
de un mayor silencio, habiendo perdido la precisión
de líneas con que se muestran cuando cae sobre ellas
la luz de un sol abierto.
Se anunciaba la lluvia para la tarde, y mientras se
enfoscaba el cielo, circulaba una brisa intermitente
y fresca.
-Me alegro de haberle conocido--comenzó Arana
después de que estuvimos sentados vis-a-vis en unas
piedras.- Ya desesperaba yo de encontrar alguno de mi
raza a quien referir/e .... mi historia. El franquearse no
es, como generalmente se cree, una imprevisión, sino una imperiosa necesidad sicológica. El conversar
siempre consigo mismo y el conservar por mucho
tiempo un secreto propio, acaba por volvemos melancólicos.
Hizo una pausa larga, y continuó:
-No se informó usted, hace cinco afios, por los
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INQUIETUD
ADORABLE
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periódicos. de la fuga de un joven a quien un tío
buscaba y hacía buscar, ofreciendo fuertes gratificaciones?
En verdad, yo nada recordaba.
-Ese joven soy yo. El asunto hizo mucho ruido ....
¿Pero sabe usted por qué me huí de casa? .... Desde
nifio fui encomendado por mis padres a un tío que,
a pesar de ser también mi padrino y hombre muy
rico, me dedicó a trabajar con desesperante afán, diz
que para hacerme hombre de porvenir. Realicé inauditos esfuerzos para complacerlo, pero algo habia en
mi más tuerte que el deseo de trabajar. En mitad de
la tarea, en cualquier parte, quedándome quieto, me
dejaba llevar tan dócilmente cie la fantasia, que muchas veces no me daba cuenta de que entraba mi tío
y me sorprendía en éxtasis .....
-Algunas reflexiones me convencieron de la inutilidad de la acción, y terminé por cumprender que no
había nacido para trabajar. Y era cierto. Cualquier
cosa que se me mandara hacer, me causaba un sufrimiento atroz. Quizás usted no se dé cabal cuenta,
no sepa comprenderme .... N·) era mala inclinación,
pues nada tan inofensivo como mis locos sueños. Era
un deseo vehemente de no hacer nada, de estarme
quieto .... Padecía hasta llorar dolorosas lágrimas cuando se me obligaba a trabajar, por sencilla, por fácil q'le fuera lí! ';¡bor. Era que. física y moralmente,
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GARCIA
HERREROS
estaba yo imposibilitado para todo trabajo. En aquel
medio de orden riguroso, mi desorden espiritual tenía forzosamente que ser recriminado, más aún, rechazado. Todo en la casa se pronunciaba silenciosamente contra mí. Sin familiarización alguna, era un
extraño en medio de tánta actividad.
Sólo deseaba soñar, soñar, soñar .... Ante la resistencia que encontraba, mi exaltación crecía. No habia otro camino que la fuga. ¿Qué importaba que me
faltara la ropa, la comida, si era librt ?.... No sabe usted con qué impaciencia, con qué angustioso afán esperaba yo las noches .... No se imaginará usted cómo
era de hondo mi dolor cuando ellas terminaban ....
-¿Pero
a dónde iría, si me escapaba de aquella
existencia de negociante en telas? ¿A dónde que pudiera prescindir del trabajo? No me inquietaba esta
pregunta ni su natural respuesta, ni mi pensamiento
las evitó nunca, aunque se me presentaran con caracteres de angustiosa realidad. Y le repito a usted
que no era holgazanería, no. Sencillamente, mis suefios me eran preciosos, necesarios para respirar y vivir. Para todo lo extraño a ellos carecería de voluntad. ¿Qué otra cosa podía interesarme, apasionarme?
-Mis reflexiones me afirmaban en el convencimiento de mi inutilidad. Un terror indecible me hacia temblar ante la idea de que las semanas con ti-
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INQUIETUD
ADORABLE
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nuarían iguales, haciéndome intolerable la vida. Una
tarde resolvi la fuga, y esa misma noche me escapé .... ¿Para qué decirle cuáles fueron los azares de
esta escapada? ....
Arana hizo una nueva pausa.
-Pero
le aseguro a usted que me sentía feliz-continuó-. Por fin vine a caer en este ran cherio. Extenuado de hambre y debilidad, y soñando siempre,
me recogió esa buena anciana que hoyes mi Suegra, y me llevó a su casa.
-¿Y sabe usted por qué me casé, por que me instalé definitivamente aquí?
Sonriendo y paseándose por la gruta como si hablara solo, agregó, cambiando de tono:
-Porque
aquí los hombres no trabajamos. Somos
valiosos objetos de lujo que recibimos exquisitos
cuidados y merecemos todas las consideraciones. Aqui
la mujer que se casa, aumenta su valer. Se complace entonces en mostrar al esposo a sus amigas y en
despertar la envidia y los celos de las que aún no
lo tienen. La mujer verdaderamente desgraciada es la
soltera. Si ha llegado a cierta edad sin casarse, se la
mira con de~precio. De hecho se juzga que no tuvo
las prendas necesarias para retener la atención de un
hombre. Son las mujeres las que, tejiendo la fibra,
ganan en abundancia para todos. Nosotros dormimos
o sonamos. Este es un pequeno pueblo de sonado-
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GARCIA
HERREROS
res, un feliz retiro del mundo. Todo nuestro trabajo
se reduce a ir, dos o tres veces al mes, en busca de
las hojas de palma de cuyo nervio central extraen
nuestras hembras las maravillas que usted conoce. El
palmar queda en un precipicio peligroso. Para llegar
hasta él hay que ser algo así como un hombre-mono.
-Siempre
ha sido esta la existencia de este lugar
y siempre será la misma. No se le encontraria sino
un defecto. Su absoluta seguridad, la falta total de lo
imprevisto. del azar que trae nuevas emociones y
rompe el curso ordinario e igual de las horas.
-Ya se explicará usted por qué me causó inquietud su repentina llegada .... Lo tomé por un emisario
de mi tío, y temblé al pensar que mi paradero acababa de ser descubierto.
-y si lIegare un día ....
-No será usted quien me denuncie, seguramente.
Además, ya soy mayor de edad y libre. Por todos
los dineros del mundo no regresaría. Aquí soy completamente feliz.
Salvador se detuvo frente a mí. con las manos cru~
zadas en la espalda. Su mirar, enantes travieso y fulgurante, se dulcificó hasta casi llegar a la tristeza.
-y sin embargo .... Sin embargo ....
Dos pausas más, breves, pero estremecidas de un
recóndito malestar.
-No sé si será influencia del tiempo, o consecuen-
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iNQUIETUD
ADORABLE
151
cia de esas pequeñas contrariedades de que uno nunca logra sustraerse, que tánto afectan mi sensibilidad. A veces me siento triste, como si algo que
yo mismo no sé qué es me faltara. En el fondo de
mi subconsciente se esboza una aventura .... Nunca me
demoro en esto, que no alcanza a ser idea, que no
tiene faz de proyecto, que es algo informe, como la
<iificil gestación de lo que algún dia será un pensamiento fijo.... Y es que nunca, nunca, jamás, la realidad es lo que para nosotros soñamos. En toda existencia hay una enorme distancia erAtre lo que somos
y lo que pensamos ser .... En todas, la realidad se encarga de confirmar a cada instante qlie en cada una
<ie ellas los fracasos son más numerosos que los buenos éxitos .... ¿Quién podría asegurar que su vida ha
sido hecha, ha sido modelada a su gusto, según sus
deseos y sus ensuefios? ....
-Quizás
yo no sea sino un vencido más en la
vida ....
III
La costumbre enmohece las facultades intelectuales
y, con el tiempo, las anula. Inclinadas a la quietud,
si no encuentran arietes que las pongan en movi.
miento--la voluntad, las excitaciones del mundo exterior-se
entregan, se confían a bs hábitos, como
burócratas desidiosos a sus más cercanos dependientes. Y los hábitos que todo lo invaden, que se adueBIl.NCO Dr
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152
GARCIA
HERRERO~
ñan de una vida, guiándola a su sabor, como al leño la corriente, las reemplazan con sutil habilidad.
Cuando un acontecimiento no previsto interrumpe
la costumbre, las facultades intelectuales, surgiendo
de lo más hondo de nuestra existencia, como ascienden en el agua, rápidas y decididas, las burbujas de
aire, acuden deseosas de actividad. El choque con el
acontecimiento es fuerte, sacude violentamente. Se levantan los recuerdos, la imaginación se enciende, se
aviva la inteligencia, la sensibilidad despierta, compara la critica, el juicio resuelve.
Fue así como mi inesperado arribo a la meseta, el
hálito que llevé de una existencia allí desconocida u
olvidada, los relatos que hice, detuvieron la costumbre de Salvador Arana, y, excitándolo,
lo tornaron
en un hombre distinto del conocido, del Arana en
quien la fuerza de los hábitos cumplía las funciones
que en otros corresponden a la inteligencia.
Regresé al pueblo aquella misma tarde, para continuar mi gira comercial. Arana, desde la plazoleta,
me despidió. Aún estaba allí, inmóvil, con los brazos cruzados, cuando, al entrar en una vuelta que
por algunos instantes me horraria la visión blanca
del caserío, le di con el pañuelo una últi ma despedida. Me sorprendió que Arana no contestara, y otra
vez agité el trapo con intención más visible. Salvador, que contemplaba una realidad distinta de la que
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iNQUIETUD
ADORABLE
153
tenia delante, fue bruscamente interrumpido en su ensofiación. Apresurándose, entonces, respondió con el
sombrero. Fue este detalle de distracción, de alejamiento de sí mismo, la última prueba que tuve del
estado sicológico en que dejaba a mi reciente amigo.
¿Comprendía él que me marchaba envidiándolo? A
pesar de sus palabras sobre la diferencia que existe
entre 10 que somos y lo qUE: quisimos ser, me daba
cuenta de que él era uno de los muy contados humanos en quienes, por lo menos, la diferencia no era
muy grande.
¿No había realizado Salvador lo que deseaba? ¿No
había realizado su sueBo de estélbilidad, de quietud
física que le permitia construír los poemas de su fantasía?
Y, mientras con cuidadoso andar, mi jamelgo descendía, echando a rodar algunos guijarros, pensaba
yo que aquel mozo firme y resuelto no había pasado
por la vegtienza de las hipocresías necesarias para
llegar. La vida, en todas sus direcciones, impone ciertos cambios, ciertas adulteraciones de la personalidad,
. sin las que no es posible ninguna deseada realización. ¡Si hasta en el mismo amor ahund&J1!
¿Acaso para obtener el cariño àe un •• Hiujer, para
llegar a su ternura, no nos falseamos muchas veces?
El instinto unas, la inteligencia otras, nos indican las
adulteraciones que debemos efectuar para obtenerJa.
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154
GARC/.4.
HERREROS
queriendo lo que ella quiere, aunque nos repugne,
ejecutando lo que la complace y enamora, aun cuando.
choque a nuestros gustos. Y así en la existencía toda.
Sólo aquél afortunado parecía haberse conservado.
siempre el mismo. ¿Cómo no envidiarlo?
Quince días después, cuando hube recorrido la comarca, a mi regreso a Aripaná, ascendi nuevamente
por el escabroso cerro hacia el blanco caserío. Quería ver una vez más al amigo que allí había dejado.
Al llegar a la plazuela, al pisar el plano. de la meseta, el jamelgo se detuvo con un respingo de satisfacción. Buscaba yo con los ojos a mi amigo, cuandode pronto la garrida moza que le había dado el corazón, salió corriendo de la casa, y toda llorosa y
sacudida vino a abrazarse a mis rodillas.
-Pero,
por Dios, qué es esto, qué ha pasado?
¿Qué había pasado?
Tres dias después de mi visita al caserío, sin huellas, sin dejar rastro alguno, como en su primera fug,a,
había desaparecido Salvador ....
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La parábola de la fortuna
Por
Enrique
Restrepo
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La parábola de la fortuna
A la boca que, .in palab,cu,
inlpi,oS we canlo Je anlfgulU
liiJeu y remolo•• ucuo.;
Al labio mudo que, en una
pen.atilia .onriaa, ae iluminó eon
lo. ,e.plundore. de una fon/óatica leianio.
I
P
OR el sendero tapizado de grama, las hermanas
vienen cada mafiana a la cisterna a llenar sus
cántaros en el agua transparente. Sus pies desnudos
se humedecen en el rocio que la noche ha esparcido
sobre el campo, y sus ojos, lánguidamente abiertos,
acarician aún el último suefio.
La hermana rubia copia en sus pupilas las azules
embriagueces del cielo, y sus cabeJlos se confunden
con los primeros rayos del sol.
La hermana rubia tiene anhelos inefables y deseos
brumosos, como el confin lejano de la tierra.
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158
E.
R E S T R E P O
La hermana del cabello negro robó fulgores a la
noche para sus ojos, y para su tez sonrojos y nácares al alba. La hermana del cabello negro acancla
ensueños de amor, y se abrasa su corazón en púrpuras.
La hermana frivola es, de las tres, la más hermosa, pero nunca' sueña ni desea. Se contempla, arrobada, en el cristal de la cisterna oscura. Su alma es
frágil, como su cántaro de arcilla, y a nadie dice lo
que medita en silencio. Toma el agua y se va.
II
Por el sendero que las hermanas transitan en el
amanecer, cruzó un dia la caravana del Principe Deseo, que regresaba a la Ciudad Ignota. Los camellos
sedientos llegaron a beber a la cisterna y enturbiaron el agua.
Un mago vengativo, que venía de otros confines,
no pudo entonces apagar la sed de su garganta, ardida por muchos días de peregrinar en el desierto.
Fulminó el Mago una maldición, y el sortilegio de
cabalisticas palabras dejó trocado al Príncipe en esa
piedra blanca que ahora yace inmóvil, junto a la cisterna, hasta el día ignorado en que unas manos virginales, vertiendo sobre ella el agua milagrosa de la
resurrección, conjuren el hechizo.
La hermana rubia vierte car\l\osa su cá.ntato sobre
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159
PARABOLA
la piedra muda, mientras sus ojos se iluminan con
el fulgor de una fugitiva esperanza, Y parecen más
azules. En tanto teje pacientemente ensueños en su
corazón, y sus manos hilan blancos copos de lino
para un velo nupcial que no sabe si ha de cenir su
frente.
La hermana de los ojos negros y de los deseos
ardorosos vierte su cántaro, como un cofre lleno de
espumas y de risas, sobre la piedra blanca. Sus lágrimas han caído confundidas ';:011 el tropel del agua
que se derrama en cantos. La hermana de los ojos
negros estruja, una con otra, sus manos anhelosas,
acaso predestinadas al conjuro por un hado feliz, y
se ínunda su corazón de ensuefios.
Pero la hermana frívola, que es, de las tres, la
más hermosa, como no ama ni desea, jamás derrama el agua sobre la piedra inmóvil. La hermana frivola tiene frágil el alma, como su cántaro de arcilla, y a nadie dice lo que medita en silencio. Toma
el agua y se va.
III
Dormida sobre el césped, tuvo la hermana rubia
un sueno serenísimo.
Sobre el sendero que va a la cisterna, festoRado
àe lirios, descendieron como rocío de oro las estrellas, y alfombraron de luz el campo por donde vino,
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16J
acompañada
E.
R E S TR E P O
de dulces músicas, la caravana del Prín-
cipe Deseo.
Era un séquito de came/Jos lánguidos, de pausado
andar, que se agobiaba bajo el peso de un tesoro de
gemas y de rosas.
La hermana rubia sintió su corazón henchido de
infinito gozo, y sus sentidos se embelesaron en el triple desfa/Jecimiento del placer, de la alegría y de la
esperanza.
Pero la caravana pasó de largo, sin miraria ....
.................................................................................................
y cuando, lentamente, abrió la hermana rubia los
admirados párpados, flotaba en el aire una estela de
perfumes; las estrellas habían volado al cielo, y la
noche ritmaba en torno una canción de silencios.
IV
La hermana de los ojos negros y el cabello sedoso tuvo otro sueno inquieto, que la llenó de pensamientos extrafios.
Delante de una gruta sombría, la vieja Adivina la
detuvo para pedirle de beber.
Interrogó la hermana de los ojos negros:
-¿Cuándo,
Adivina, cuándo mi cántaro vertido realizará el milagro de la resurrección?
La Adivina entornó la mirada y le dijo:
-Cuando
el agua purísima que dejó de apagar la
sed del Mago vuelva a esta cisterna, después de ha-
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PARABOLA
161
ber sido por tres veces rocío y por tres nube; cuando por tres veces se confunda con el raudal de un
río y con las olas de un mar, con las lágrimas de
una virgen y con la lluvia de una maftana estival,
vertida entonces sobre la yerta piedra por las manos
afortunadas, realizará el milagro de despertar al que,
silenciosamente, duerme bajo su encanto".
Al abrir sus ojos, la hermana del cabello negro se
encaminó sola a la fuente. Y derramó su cántaro y
sus lágrimas, mientras en el cielo palidecían las últimas estrellas.
Pero la piedra permaneció inmóvil.
v
La hermana frivola que es, de las tres, la más hermosa, jamás ha sofíado ni deseado.
Mientras sus hermanas languidecen de anhelos, y
se consume su corazón en una nunca florecida esperanza, la hermana frívola no dice a nadie lo que medita en silencio. Toma el agua y se va.
Una mañana se sentó fatigada sobre la piedra blanca. Sus ojos perseguían el capricho de una nube que
vagaba errante por el cielo, como su alma sin afectos ni sonrisas.
Un golpe abandonado de sus manos volcó el cántaro. Y el cántaro cayó, roto en pedazos, sobre la piedra inerte.
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162
E.
R E S T R E P O
En espumas y en burbujas esparcióse el agua cantarina.
Y, milagrosamente, surgió el Príncipe de su suefio
encantado.
De los confines de la tierra llegaron los del regio
séquito, y el aire se saturó de dulces cantos.
A los pies de la afortunada derramó el Príncipe
sus tesoros, y le ofrendó su corazón enamorado.
Pero la hermana frívola tenía frágil el alma, como
su cántaro de arcilla. Y desdeñosa se alejó por el sendero tapizado de grama, mientras sus ojos perseguían
el capricho de la nube que, al azar, vagaba por el
cielo, como su alma sin afectos ni sonrisas.
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INDICE
Pigli.
EFE GÓMEZ
En la seh'a
7
Lorenzo
27
LUIS T ABLANCA
M uchacha Cam pera
JosÉ
RESTREPO
39
JARAMILLO
Roq ue
ENRIQUE
69
OTERO
D'COSTA
La muerte de Juan Manuel.
101
El Caciq ue Salomón
106
JOSÉ ALEJANDRO
NAVAS
El apólogo del rayo
lIS
El doctor Bartolossi, loco
121
«M. y Mme. D'Artigny»
12R
M. GARCÍA
HERREROS
Inquietud adorable ...
ENRIQUE
Fecunda inconformidad ..
139
RESTREPO
La parábola de la fortuna
157
Este Libro Fue Digitalizado Por La Biblioteca Luis Ángel Arango Del Banco De la República,Colombia
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