Constanza Acuña Fariña

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Juan Espinoza Medrano y el motivo de
San Cristóbal en la serie de pinturas
del Corpus Christi en Cuzco
Dra. Constanza Acuña Fariña
Universidad de Chile
En el Museo del Arzobispado del Cuzco se encuentra el importante ciclo de
doce pinturas que representa la fiesta del Corpus Christi y su desarrollo durante la
segunda mitad del siglo XVII.
La serie estaba originalmente en la parroquia de Santa Ana, situada en un barrio periférico de la ciudad del Cuzco. Hoy sabemos que se componía de quince
pinturas, pero tres de ellas correspondientes a las órdenes de los Dominicos, Franciscanos y Agustinos, fueron vendidas entre 1895 y 1907; actualmente se encuentran en la colección privada Peña-Larraín en Santiago de Chile.
No existe una fecha o una firma que nos permita reconocer al autor o los autores de la serie. Sin embargo, por la presencia de los retratos del obispo Manuel de
Mollinedo, del rey Carlos II y el de los caciques Carlos Guyana Capac y Baltazar
Tupa Puma, se puede pensar en un período y en un grupo de artistas bastante preciso, quienes pertenecieron, con toda seguridad, al círculo de pintores de los dos
maestros más importantes del período: Diego Quispe Tito y Basilio Santa Cruz.
A partir de una carta encontrada en el Archivo Histórico del Cuzco -dirigida
por el obispo Mollinedo al monarca español, firmada el 4 de enero de 1678, comunicando que en la parroquia de Santa Ana “fueron hechas para toda la estructura de la iglesia pinturas grandes con marcos dorados de cedro”- se ha establecido
un período aproximativo de realización de la serie entre los años 1675 y 1680.
Uno de los aspectos que ha cautivado el interés histórico y artístico por estas
pinturas, es su carácter de crónica visual. El tema de la fiesta del Corpus Christi,
aparece aquí como un momento privilegiado para observar la composición y las
diferencias de una sociedad que, a pesar de su rígida estructura política y social
L.Wuffarden, “La serie del Corpus: historia, pintura y ficción en el Cuzco del siglo XVII” en
La procesión del Corpus en el Cuzco, Banco de Crédito del Perú, Lima 1996,p.28.
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estaba en constante transformación e iba construyendo su identidad a partir de la
mezcla y los cruces culturales entre su pasado andino, la adopción de las tradiciones cristianas y su presente colonial. La fiesta del Corpus y sus aparatos, fue un lugar -como ha demostrado en modo ejemplar Carolyn Dean en su estudio sobre
estas pinturas cuzqueñas- donde el pueblo andino pudo negociar su propia imagen
pública, celebrando no sólo el triunfo oficial de la derrota de la herejía, sino también la afirmación de múltiples triunfos, incluso contradictorios, ya que reflejaban
la inestabilidad y la ambivalencia del mundo colonial.
Los temas que llegaron, por un lado, bajo los imperativos de la palabra y de la
evangelización y por otro, a través de la imagen y la amplia difusión de los motivos
barrocos (especialmente gracias al auge de la imprenta y del grabado), contemplaban una disposición que permitía incluir las diversas características -raciales, religiosas, lingüísticas, y formales- de la emergente sociedad americana dentro de un
nuevo lenguaje expresivo, donde las diferencias con la cultura europea no debían
ser necesariamente compatibles.
La fiesta del Corpus Christi tuvo la cualidad de integrar rasgos culturales, a
través de invenciones artísticas y rituales que lograban traducir la heterogeneidad
de varios mundos. En ese sentido, esta fiesta fue un cauce por el cual las corrientes
del mestizaje americano pudieron establecer un pasaje de la vida al arte.
La composición de los cuadros
En los doce cuadros de la serie del Corpus cuzqueño, las calles aparecen adornadas con arcos de triunfo, altares y carros alegóricos, transformándose en el escenario vivo por donde desfilan las autoridades españolas, las parroquias indígenas,
las cofradías y las comunidades religiosas. Todos siguen en orden y de acuerdo a
una estricta jerarquía el recorrido del Santísimo Sacramento que es portado bajo un
catafalco por los puntos más representativos de la ciudad.
Casi todas las pinturas del ciclo tienen la misma composición. El cuadro es
dividido en tres planos horizontales: en la parte superior aparece el fondo de la
pintura, es decir, el cielo y el perfil arquitectónico de la ciudad. Además este espacio es ocupado por la aristocracia local que se asoma desde los balcones y las
ventanas de sus casas -adornadas con preciosas telas de colores- a observar con
discreción el desarrollo de la procesión.
El segundo plano o central ocupa un espacio privilegiado. Allí está representado
el desfile en un momento de su recorrido orientado, respecto a nosotros, de derecha
a izquierda. El corregidor, el obispo, las autoridades civiles y eclesiásticas, tienen la
precedencia, luego los representantes de las diversas parroquias indígenas. Las autoridades observan una actitud decorosa y seria. También podemos notar, por sus ves-
C.Dean, Inka body and the Body of Christ, Duke University Press, Duke 1999.
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timentas, que existe una necesidad de hacer explícito el valor de los símbolos que sus
respectivos rangos de poder y pertenencia social representan. Del mismo modo podemos notar los signos del mestizaje cultural observando, por ejemplo, los vestidos de un
Alférez cuyos antiguos emblemas incas son reinterpretados en clave colonial: bajo el
“uncu”, antigua túnica andina, se ven los pantalones cortos a la española; el “cumbi”
tejido finísimo, es alternado con mangas bordadas importadas de Flandes; el antiguo
distintivo del poder Inca, la “mascaipacha” es asimilada a la corona europea.
Por último, en la parte inferior de los cuadros aparecen representados los integrantes del pueblo cuzqueño: hombres, niños y mujeres indígenas, mestizos, esclavos negros, y plebeyos españoles. Dominan aquí actitudes más relajadas, un sentido del humor que se despliega a través de anécdotas que interrumpen con sus
gestos colectivos e individuales la seriedad de la escena central.
Es interesante destacar que en este plano se produce un claro llamado a la
función receptiva del público de la procesión, y desde ahí al rol que juegan los
observadores del cuadro como interlocutores de las pinturas. Es decir, se apunta a
la lectura de los detalles, de los aspectos menos evidentes de la representación,
aquellos capaces de armar las relaciones inmediatas con los significados históricos
y simbólicos, pero también con los valores que dicta el presente.
Buscando los efectos de la recepción y la posibilidad de establecer una teoría
de la respuesta en las artes visuales, algunos historiadores del arte han hecho importantes aportes -pienso especialmente en Belting y en Freedberg- para descubrir
los nexos existentes entre el desarrollo interno del arte y la necesidad de rearmar el
contexto social y cultural en el que fueron concebidas las obras.
Desde esa perspectiva es central el análisis de los lugares donde se colocaba
originalmente el arte religioso; establecer los modos en que la liturgia utilizaba las
obras de arte para controlar sus efectos, o cómo se relacionaban esas imágenes con
los programas políticos y teológicos de la época; abordar, finalmente, el problema
de entender cómo funcionaban las imágenes religiosas durante el período colonial.
Analizar el tipo de impacto emotivo y social que tuvieron en el público de la época, es seguramente una tarea pendiente en el estudio del arte latinoamericano.
En el año 1688 se produjeron en el Cuzco dos eventos de suma importancia:
los pintores indios y mestizos decidieron separarse del gremio que compartían con
los artistas españoles. Se trataba de un conflicto social que se arrastraba desde hace
tiempo, pero que se desencadenó con la negación de los artistas nativos a fabricar
el altar del Corpus Christi, su negativa se sostenía en el hecho de haber sido víctimas de descalificación por parte de los españoles, quienes los habían llamado
borrachos y flojos.
Esa ruptura dará inicio a un cambio en la pintura cuzqueña, que dejará las reglas
académicas y los programas iconográficos tradicionales por un estilo más espontáneo,
donde los temas que narraban en modo ejemplar la vida de santos y personajes bíblicos,
serán sustituidos por la invención de un mundo fantástico, donde profetas y eremitas son
espectadores de paisajes protagonizados por la fauna y la flora nativa.
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Esta pintura arcaica es contemporánea a un movimiento mesiánico, que tiene
como protagonista a Inkarrí, dios salvador que resucita para transformar el mundo
gobernado por la injusticia y el mal en un paraíso terrestre, en una arcadia andina.
Como ha sostenido Henrique Urbano, se trata de una nueva idea de la cristiandad,
la de una comunidad construida sobre el retorno a los primeros tiempos franciscanos y cristianos. Esta obsesión por volver a los orígenes muestra sin embargo, una
original concepción del presente, en cuanto deseaba subvertir el orden actual del
mundo y de las cosas, inventándose uno por-venir.
El otro evento significativo de 1688 fue la muerte de Juan Espinoza Medrano, el
intelectual más notable que tuvo el Cuzco colonial. Conocido también como el Lunarejo por los lunares de su rostro, era párroco de la iglesia de san Cristóbal y fue
profesor de teología, músico, poeta y dramaturgo. Su oratoria lo distinguió entre los
predicadores más famosos de la América colonial. En 1662 escribió su obra más
célebre Apologética a favor de Don Luis de Góngora. En 1688 se publicó su Philosofia Tomística en Roma. Sus sermones fueron reunidos después de su muerte por su
discípulo y primer biógrafo Agustín Cortés de la Cruz, quien los publicó con el nombre de La Novena Maravilla (Valladolid 1695).
Son pocas e imprecisas las noticias que se tienen acerca de su vida. Por ejemplo
respecto a su posible origen mestizo, solo sabemos lo que dijo Cortés de la Cruz: “fue
hijo de sus obras este nobilísimo ingenio”, frase que durante los siglos XVI y XVII se
acostumbraba a utilizar para defender a aquellos que eran hijos bastardos o naturales y se habían hecho de un nombre a fuerza de sus propios actos.
En “El Lunarejo en Asturias”, Mario Vargas Llosa lo ha recordado afirmando
que “cuando el Doctor Sublime predicaba desde el púlpito de la modesta iglesia
del barrio de san Cristóbal, la nave rebosaba de fieles ¿entendía esta apretada multitud lo que el Lunarejo les decía, es probable que la mayoría no. Pero no hay duda
que esa palabra lujosa, musical, que convocaba con autoridad a los poetas griegos,
filósofos romanos, a fabulistas bizantinos, trovadores medievales y prosistas castellanos y los hacia desfilar galanamente por la imaginación de sus oyentes, hechizaba a su auditorio”.
Es interesante observar que como predicador de extraordinaria erudición y
elocuencia, Medrano se apoyaba en distintos instrumentos de persuasión para producir un mensaje eficaz. Entre ellos sabemos que utilizó algunas imágenes, es decir, se apoyó tanto en figuras retóricas de la tradición clásica como en manuales de
devoción y en representaciones religiosas y mitológicas, transformando su palabra
en una mediadora entre las figuras y el público.
H.Urbano, Mito y simbolismo en los andes, la figura y la palabra, Centro de estudios regionales andinos “Bartolomé de las Casas”, Cuzco 1993.
P. Guibovich, “El testamento e inventario de bienes de Espinoza Medrano”, Histórica, Nº1,
Lima 1992,p.2
M. Vargas Llosa, “El Lunarejo en Asturias”, Libro de homenaje a Aurelio Miró Quesada, P.L
Villanueva, Lima,II, 1987, p.895.
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La relación entre palabras e imágenes y el rol del componente lingüístico en el
gusto visual, es por cierto una tarea pendiente en el estudio de la pintura colonial.
A continuación intentaremos exponer en modo sintético una propuesta de
lectura de un motivo que está en uno de los cuadros de la serie del Corpus cuzqueño, y su relación con uno de los sermones del Lunarejo.
Se trata de la trasmigración del motivo de san Cristóbal de Ticiano al cuadro
de nuestra serie que representa al santo gigante transportando al Niño Jesús sobre
un carro alegórico. Trataremos de sugerir su correspondencia con el sermón de
Medrano “Antonio el Magno”.
La relación entre estas dos obras puede parecer a primera vista circunstancial,
pero a través de una red de relaciones que indaga los nexos entre figuras literarias y
visuales esperamos demostrar que tanto en la pintura como en el arte de la prédica
cuzqueña, había un denominador común. Un diálogo entre lenguajes cuyo trasfondo
era el pensamiento por imágenes, una suerte de juego que creaba una transposición
alegórica de las percepciones que estos artistas tenían de la realidad y de la historia.
La transmigración de un motivo
Uno de los cuadros del Corpus especialmente interesante para estudiar el modo
en que los pintores cuzqueños transformaron la función y el significado de algunos de
los modelos que llegaron desde Europa, es la pintura que representa a la parroquia de
San Cristóbal, encabezada por el alférez Carlos Guaynacápac, quien es seguramente el
donante del cuadro, por lo que hizo escribir su nombre bajo su retrato.
El santo es representado con sus típicos distintivos, su bastón-palmera, la túnica recogida mientras atraviesa el río con el Niño Jesús sobre sus hombros. Un elemento original es que el santo es transportado en un carro alegórico, recreado por
los pintores a partir de un grabado de los carros triunfales de Valencia, que aparecen en el libro de Valda (1663) arriba de un carro alegórico de plata.
El santo gigante que apoyado en una palma transporta en su hombro al Niño
Jesús, tuvo una gran popularidad en la pintura colonial, y el tema se inspiraba en
una obra menor de Ticiano, pintada en 1523 en el Palacio Ducal de Venecia.
El San Cristóbal del maestro italiano, tenía a su vez como antecedente una
xilografía que el mismo artista realizó en 1511, llamada el Triunfo de Cristo, donde
combinaba distintos motivos formales y temáticos del Antiguo y del Nuevo Testamento, además de referirse en modo directo al clásico tema del Triunfo. El pasado
era aquí reinterpretado según los fines que dictaba la historia inmediata, en este
caso la reconciliación entre el papado y la ciudad de Venecia a partir de la reconquista de Padua para el gobierno católico, por parte de los venecianos.
Hay dos aspectos en la obra de Ticiano que nos hacen pensar que no fue una
casualidad que este motivo se hiciera tan popular al trasmigrar en la América colo-
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nial. En primer lugar la intención explícita del maestro de difundir masivamente, a
través de libros estampados en Venecia, la cultura clásica en clave moderna, o sea relacionar las obras de la antigüedad con el presente en términos de contigüidad, como
parte del ambiente y la sensibilidad contemporánea. San Cristóbal es, para Ticiano, un
viejo Atlante o un Hércules que lleva en sus hombros a Eros. Pero es también una figura telúrica que enfatiza la presencia de la naturaleza a través de elementos como la
palma y el agua. Este último elemento es fundamental en la iconografía que hace Ticiano del santo, porque el agua logra unificar el sentido de la luz y del color como medios
indispensables en la representación pictórica del santo. Esa mirada vuelta hacia el pasado y hacia el presente, expandía los límites geográficos y culturales de la poética del
maestro, como demuestran los epígonos americanos.
Para la representación de este antiguo santo cristiano, Ticiano se inspiró en La
Leyenda Aurea di Jacopo di Varazze. Ahí se cuenta que el santo era un cananeo de
cuerpo gigante y rostro terrible, quien decide ponerse al servicio del ser más potente de la tierra. Después de un tiempo conoce a un eremita que le habló del poder
de Cristo y le sugirió ayudar a los caminantes que debían atravesar un río, sería la
caridad el mejor servicio prestado a Cristo el señor del Universo. Una noche mientras el gigante atravesaba el río con un niño en su espalda, a pesar de su fuerza
enorme, se sintió misteriosamente oprimido por un peso cada vez mayor, hasta el
punto que pensó que no llegaría a la otra orilla. Pero una voz divina le dijo que
había transportado al Rey del Universo con la apariencia de un niño. Desde ese
momento se convirtió en Cristoforo, es decir portador de Cristo, su bastón en signo
del milagro se transformó en una espléndida palma rica de hojas y dátiles.
Desde una perspectiva cristiana esta imagen es interpretada como la fuerza
material que es sometida al dominio espiritual. Pero al igual que todos los santos,
Cristóbal tenía atributos específicos, en Venecia era el protector de los comerciantes viajeros y de aquellos a los que la muerte sorprende sin la bendición del Sacramento. En Cuzco, sus atributos fueron posiblemente más heterogéneos; además de
ser junto a San Sebastián el protector contra la peste.
Siguiendo la línea de análisis que sostiene la sobrevivencia de símbolos andinos bajo la apariencia de figuras coloniales, algunos estudios han visto en el santo
gigante la personificación del río Pilcomayo. Sin embargo, al profundizar el estudio de los motivos del barroco colonial, es difícil creer que estas imágenes de una
cultura mestiza produzcan significados que simplemente sustituyen con una nueva
L.Wuffarden, en su estudio sobre “La serie del Corpus: storia,pittura e finzione nel Cusco
del secolo XVII” (La processione del Corpus Domini nel Cusco, Banco de Crédito del Perú,
Lima 1996), dice que “el cronista indio Juan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua
reproduce un dibujo que, dice se encontraba en un muro del Coricancha. Es particularmente sugestivo que la posición de las divinidades autóctonas que estaban ahí representadas
correspondan con aquellas que ocupan los santos representados en la Catedral, y que entre
estos y aquellos se verifiquen también relaciones que comprometen sus atributos y sus connotaciones…San Cristóbal, que atraviesa un río, se encuentra en el lugar del Pilcomayo, el
río rojo y blanco que surge de la Pachamama”. p.28.
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apariencia antiguas creencias indígenas que permanecieron intactas, transformándose en operaciones camufladas de resistencia contra la dominación española.
Mucho menos, creer que se trata de una aculturación pasiva de los modelos europeos y católicos. Insistimos en la idea de una mezcla de símbolos y formas que se
confrontan, que entran en diálogos que requieren una operación de interpretación
histórica capaz de recoger esa complejidad simbólica y cultural.
La alegoría y la literatura emblemática del siglo XVII, en su afán de entender
en forma intuitiva una verdad moral, trasmitieron a la cultura colonial esa modalidad de pensar por imágenes, de desplazarse entre varios planos de sentido ( texto/
imagen, mitología y religión, latín/lenguas vulgares), permitiendo que la sociedad
virreinal pudiera a través de la pintura, el teatro, la oratoria como también en la
puesta en escena de las fiestas religiosas, reinterpretar la cultura europea desde sus
propias tradiciones y puntos de vista.
A continuación intentaremos hacer una aproximación a una cuestión escasamente estudiada: la relación entre la pintura cuzqueña y su ambiente intelectual.
Puntualmente, ensayaremos la posibilidad de un intercambio y una sintonía entre
los pintores del ciclo del Corpus Christi y un escritor clave para la literatura virreinal, el ya mencionado Juan Espinoza Medrano.
El Dedo del Cíclope
Leyendo el inventario de los objetos y libros que describía el testamento de
Juan Espinoza Medrano, es notable el estilo de vida refinado y el poder económico
que alcanzó a través de su carrera eclesiástica, desde cura de parroquia a tesorero,
chantre y finalmente arcediano de la Catedral.
La biblioteca del Lunarejo abarcaba un vasto repertorio de obras en latín, griego
y castellano. Volúmenes de las obras más importantes de Aristóteles, Demóstenes,
Tacito, Diógenes Laercio, Plutarco, Plinio, Catulo, Apuleyo, Caramuel, SantoTomás,
SanAgustín, Aretino, Góngora, Quevedo, Garcilaso de la Vega, Lope de Vega, Cobarrubias, Alciato, Paravicino, Solórzano Pereira, entre otros figuraban en los anaqueles de su prodigiosa biblioteca. Espinoza Medrano, se refería a estos autores con
familiaridad, haciendo de la erudición un instrumento a través del cual la cita se
transformaba en elogio o discusión entre escritores, diálogo que se hacía cargo de la
tradición, pero desde una posición que subrayaba la importancia y la diferencia de
realizar una obra desde el presente y desde el continente americano.
El texto que seguramente mejor resume su posición crítica es el anteriormente
citado Apologético a favor de Don Luis de Góngora, que publicó en Lima en 1662,
refutando al crítico portugués Manuel de Faría y Souza, quien veía en los sonetos de
Góngora una distorsión y una amenaza al sentido y al orden del lenguaje, porque
tomaba prestada la forma de la poesía clásica para ornamentar una lengua derivada
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como el castellano. Espinoza Medrano, en cambio defendía esta ‘proesa’ del poeta
español diciendo:
…Pero Góngora con su gran talento no quiso remedar lo escabroso de esa construcción, aprovechóse sí, galantísimamente, dando a este modo de hablar un
temple suave, una moderación apasible que dejándole lo suyo a la latinidad, le
robo con feliz osadía todo el aseo de que era capaz la musa castellana.
Decir Faría, que es yerro usar en nuestro idioma lo que es propio del latino,
es error suyo, pues si eso es aliño de la poesía latina, no es tan inepta, baja o
incapaz nuestra lengua que desmerezca romper aquellas galas.”
Espinoza Medrano escribe aquí la defensa de una poesía que emprende nuevos
caminos, en oposición a quienes como Faría, negaban la aventura de apropiarse y
trasponer un viejo modelo siguiendo los lances creativos de la propia lengua. Ese doble movimiento de imitar un lenguaje clásico (latín) desde un idioma (castellano) contemporáneo, exigía correr riesgos, producir disonancias, contrastes insólitos a favor de
una continuidad poética. En la obra de Medrano existe un reconocimiento y una adhesión profunda a las poéticas del barroco. Lo reconocemos en ese deseo de pulir el habla, adornarla a través de mezclas, variaciones y repeticiones, para descubrir las relaciones nuevas entre cosas distantes: una lengua clásica y solemne -llena de artificios- se
encuentra con el lenguaje cotidiano; las imágenes vivas de la naturaleza son deformadas por los atributos plásticos que percibe el poeta, una realidad que incluso transforma
a las figuras míticas que la inspiran en un laberinto de entretejidas voces.
A miles de kilómetros y a destiempo tanto de la obra de Góngora como de la
refutación de Souza, Espinoza Medrano continuaba desde Cuzco la polémica en
torno a la incomprensión y a la tergiversación de la obra del gran poeta cordobés.
Además, podemos leer en esa defensa no solo la adhesión a un estilo, a una poética, sino también a una política que reclama para la nueva sociedad americana, un
lugar dentro de la cultura española y occidental. Las obras de los intelectuales que
habitan en las colonias hispanas, merecen para nuestro párroco cuzqueño entrar
como un protagonista más dentro del debate occidental y es en los prólogos de sus
libros donde hace explícita esa reivindicación. Por ejemplo en su introducción al
Apologético se interrogaba acerca de la pertinencia de las obras y el pensamiento
americano respecto al europeo:
“…Pero ¿quién duda, que habilitar el idioma castellano a entrar en parte en los
adornos de la grandeza latina no es atrevimiento ínclito, proeza ilustre?,¿ por
ventura el adornar el patrio dialecto con los atavíos de más excelente lengua no
fue siempre heroicidad loable?¿ Por ventura podráse recabar esta facción sin
desviar el lenguaje de la plática común, vulgar y rusticana? ¿Por ventura esa
J. Espinoza Medrano, Apologético[1662] Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1982 p.44
398 - Atas do IV Congresso Internacional do Barroco Íbero-Americano
colocación latina que hasta hoy ardua, contrastable y desdeñosa se esquivó a
nuestra lengua, no era lo que habíamos menester, para mezclarla, variarla y
repartirla?”
En su prólogo a la Philosophia Tomística continua:
Estimado lector: Mucha necesidad tengo de hablar amigablemente contigo al
principio,benévolo lector, no sólo porque hace tiempo lo pide la inveterada
costumbre de los escritos, sino para dar razón más aptamente de mi propósito
y de mi trabajo. Me siento casi obligado a presentar mi Philosophia Tomística
al mundo letrado, si bien trémulo y no inconsciente de mi insignificancia para
que salga al público.
Pues los europeos sospechan seriamente que los estudios de los hombres del
Nuevo Mundo son bárbaros; en particular afirmamos que este honor se lo
debemos a Justo (no en todo sentido) Lipsio. Pero este prejuicio lo puso a
prueba el doctísimo escotista peruano Jerónimo de Valera, quien, al susurrarse más de una vez en su oído la pregunta “¿ algo bueno jamás puede venir de
Nazaret o del Perú?” no pudo sino responder “ tan poderoso es Dios que
puede suscitar hijos de Abraham de las piedras peruanas”( Valera, prólogo de
la Lógica).En realidad nos han tratado injustamente…
Ruego, lector, acotes lo siguiente, a no ser que nos tengas por inanes espectros o sombras:
Su mundo no es inferior, ni recibe menos luz,
Ni en su cielo nacen menos estrellas;
EN NADA CEDEN, siendo superados sólo por un astro,
Augusto, que como estrella toca a nuestro orbe.
Esta reivindicación del pensamiento americano que Espinoza Medrano comunica por primera vez en forma directa en su prólogo a la Filosofía tomística, hay
que entenderla como un momento único en que el autor -y las dificultades que
sabe que su obra atravesara con el tiempo- se dejan al descubierto por un instante
para luego ser cubierto por el personaje y los lugares comunes que se construirán
en torno a él. No es casual que este libro fuera publicado en Roma el mismo año
de su muerte en 1688. Es decir, se trataba de anunciar un debate póstumo.
Podemos entender en perspectiva este gesto cuando el Lunarejo, en la Apología,
decía que por mucho que hablaran los americanos serían siempre considerados Papagayos10; entonces para no perder tiempo ni esfuerzo “no me atrevo al desengaño”.
J. Espinoza Medrano, Apologético[1662] Biblioteca Ayacucho, Caracas 1982,pp.42-43
J.Espinoza Medrano, Filosofía Tomística o curso filosófico, Editorial Reu,Cam,Apost.Roma
1688,pp.327-328.
10
J. Espinoza Medrano, Apologético “...sátiros nos juzgan, tritones nos presumen, que brutos
de alma, en vano se alientan a desmentirnos máscaras de humanidad...” p.43.
Constanza Acuña Fariña - 399
A pesar de esa voluntad de preguntarse por la pertinencia y el valor de un
pensamiento americano, no existe en el Lunarejo una herencia fundacional en el
sentido Decimonónico. El retrato que encontramos en lo que fue la antigua sede de
la universidad donde trabajó11, es seguramente más conmemorativo que realista.
Del mismo modo, sobre los pintores del círculo de Basilio Santa Cruz, tenemos
solo algunos datos que nos permiten imaginar sus gustos, las imágenes y los libros que
utilizaron como referencias para sus pinturas. Ninguna biografía, ningún tratado de
pintura, tampoco una observación acerca de sus gustos registrada por algún escribano,
o una referencia histórica que testifique la posible relación con Medrano.
Sin embargo, en el sermón “Antonio el Magno”, Espinoza Medrano usa explícitamente a la pintura como recurso didáctico, ahí dice “aquel Pintor famoso”,12 a
quien se le pidió que pintara un cíclope. Ya que el cíclope era demasiado grande
para pintar completamente en la lona, el artista simplemente “apeló a la industria
del Artífice, y pintó en la tabla solo un dedo grande”. Con modestia afectada el
Lunarejo entonces declara, “[m]al podrè yo delinar toda la admirable magnitud de
Antonio el grande, Gigante soberano de la Iglesia de Dios… Mucho serà si acierto
a dibuxar un dedo, callarèdo todo”. Aparentemente señalando la pintura mientras
que guía a sus oyentes, Espinosa Medrano continúa, “[p]pasmense pues esos Espiritus reprobos de vèr tan valiente dedo… Midan pues, midan con assombro el dedo
de esse Iavan; tiendan las cuerdas de su poderio, que con horror admiraràn, que
aun no alcanzan al menor de sus arrexos.”
Finalmente, vuelve al dibujo “rústico” original del cíclope, cuando dice, “[y]à lo
veis, aunque con pincel grosero, sino con rústica pluma delineado; que este Señor es
aver dibuxado solo el dedo de el Gigante, lo demàs de su inmensa corpulencia, y magnitud… no le es concedido à la humana comprensión.” 13
Es curiosa la asociación que hace Medrano entre “Antonio el Magno” (es decir,
san Antonio abad14) y el Cíclope de la mitología clásica, para ilustrar a través del detalle de una imagen: el dedo gigante que hace el “Pintor famoso”, la imposibilidad de dar
cuenta de la inmensidad de ciertos asuntos. El orador llama a los oyentes, especialmente a los “espíritus reprobos” (desconformes con el dogma Católico) a ver ‘tan valiente
dedo’, a que ‘tiendan las cuerdas de su poderío que con horror admirarán’, para que se
En la actualidad este retrato se encuentra en el Hotel San Antonio Abad del Cuzco.
Agradezco especialmente a Paula Mues Orts, por haberme sugerido que el “pintor famoso” mencionado por Medrano sería Timantes. Célebre pintor de la antigüedad del que habla
León Batista Alberti en su tratado De la pintura y otros escritos sobre arte, a propósito de una
pintura que retrata a un Cíclope mientras duerme junto a unos sátiros, mostrando cómo éstos
al abrazar el pulgar del durmiente hacían que pareciera mucho más grande.
13
J.Espinoza Medrano, La Novena Maravilla (1695), citado por C.B Moore “ La digresión y
otros aspectos “multi-medios” en La Novena Maravilla de Juan Espinoza Medrano”, Revista
de Literatura Hispanoamericana nº 37, Universidad de Zulia, Maracaibo,1998,p.48-49.
14
El patrono de la Universidad San Antonio Abad de Cuzco, donde Medrano fue desde 1651
profesor de teología.
11
12
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imaginen el esfuerzo de emprender tan ardua tarea. Concluyendo que al entendimiento humano sólo le es concedido entender parte de esa infinita magnitud.
Es importante imaginar esta escena, en función a las relaciones que evocan las
palabras y no a sus significados inmediatos. Al hablar de “Antonio Magno” se utiliza el nombre del santo eremita (que vencía las tentaciones del demonio) como un
punto de partida para el ejercicio de observación: ‘tender las cuerdas’, significa
medir imaginariamente ese dedo gigante, y entender desde ese cálculo la idea de
la inmensidad.”15
El juego de medir y medirse, de buscar un parámetro para conjeturar y tantear las
cosas que conocemos. Primero las sensibles para luego llegar a aquellas abstractas.
El Cíclope es utilizado en este contexto como sinónimo de gigante, no se alude
directamente a la fábula de Polifemo, el monstruo de un ojo que devoraba hombres
(para los griegos una fuerza primitiva y regresiva), y que fue liquidado por el ingenio de Ulises. Sin embargo, en forma indirecta se aluden aquí a palabras que ya
conocemos: espíritus réprobos, antropófago gigante, el ingenio de un hombre pequeño que lo vence.
Son todas señales que nos reenvían al santo oriental que pertenecía a una tribu
de antropófagos, y que se llamaba Réprobo antes de transformarse en Cristóbal, el
que transporta a Cristo. Cuando Espinoza Medrano predicaba desde la parroquia
de San Cristóbal en Cuzco, pidiéndole a su público de indios y mestizos que tendiera una cuerda imaginaria, era casi como una invitación a ampliar la visión a
descubrir y producir las ideas figuradas, es decir los conceptos.
Para la cultura barroca crear conceptos a través del ingenio, es decir expresar la
correspondencia que existe entre objetos distantes, será una cuestión central. Del
mismo modo que el lenguaje común es sustituido por el lenguaje metafórico y por la
alusión y el placer del desciframiento, a través de la cual la fuerza semántica de las
palabras y las imágenes cobra todo su valor evocativo. La mirada es aquí un sentido
privilegiado, y las perspectivas múltiples sirven para distinguir lo singular y lo maravilloso de lo corriente. Esa combinación de un “ojo despierto” a la fantasía y a la razón,
es un pensamiento que, desde los sentidos, permite penetrar en lo lejano y también en
lo pequeño. Observando desde arriba y desde abajo aparecen las características menos
evidentes de los fenómenos. El telescopio, es en ese sentido un instrumento que para
Emanuel Tesauro será el emblema de esa capacidad ingeniosa de ver una cosa a través
de otra, de penetrar entre sus pliegues y asociaciones impredecibles.
Tratando de describir esa capacidad de interpretar todos los signos de lo real
utilizando conceptos e instrumentos que, haciendo uso de las tradiciones del pasado, tratan de proponer un nuevo punto de vista, nos acercamos al famoso lema
medieval atribuido a Bernardo de Chartres: “nosotros somos como los enanos que
se apoyan en los hombros de los gigantes, para de ese modo poder ver más y mucho lejos, y no por la agudeza de nuestra vista o por la estatura del cuerpo, sino
15
J.Espinoza Medrano, Filosofía Tomística o curso filosófico, p. 48.
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porque llevados en alto, alzados por la grandeza de los gigantes”. Desde este lema
nacía una alegoría que señalaba cómo las nuevas generaciones apoyándose en el
conocimiento de las antiguas, podía ver más. La clásica disputa europea entre “Antiguos y Modernos”16 y la idea del progreso en la historia tenían en esa imagen un
punto de partida.
Pero ese aforismo -como ha explicado Robert Merton17- también era un modo
de imponer una perspectiva cómica sobre las cuestiones serias; cuestión que, como
hemos ido observando, las pinturas coloniales cuzqueñas repiten a través de pequeños gestos y anécdotas. Por ejemplo, en nuestra pintura notamos, con curiosidad, la interrupción de los tres personajes que se asoman detrás de la cortina para
observar de reojo la escena principal, logrando con esa intromisión menor restarle
gravedad al tono ceremonial de la escena.
Desde lo expuesto, pensamos que en la poética de Medrano y también en la
de los pintores del Corpus existe una idea común: la de entrar al gran discurso del
arte occidental desde un ángulo lateral, donde se pueda observar el Arte de reojo
y construir, desde ese espacio intermedio, el propio oficio en modo provisorio.
Tal vez ese inmenso vocabulario visual y temático que llega desde Europa con
el nombre de estilo Barroco, más que transformarse en un ‘modo de ser’ de lo latinoamericano, fue una especie de caja de herramientas, una tabla de sobrevivencia, que
permitió restablecer a través de un lenguaje prestado la comunicación y la expresión
de culturas que se quedaron después de la conquista sin nombres propios.
Los artistas coloniales hicieron de esa dificultad una virtud, reinventando la
realidad como un juego poético en suspenso.
Del mismo modo en que Medrano con su descripción del Cíclope apuntaba a
una poética donde desde un detalle - o desde el pequeño reflejo de su voz- se
podía aproximar a la inmensidad del pensamiento de san Antonio Magno, creemos
que la figura de san Cristóbal sobre el carro del Corpus tiene la cualidad de evocar
el encuentro entre el Viejo y el Nuevo Mundo, entre tonos menores y mayores,
haciéndolo desde una confluencia de voces que recordaba que las obras son siempre la repetición de antiguos modelos desde una nueva inflexión.
De esta forma, el lenguaje alegórico del arte colonial hacia que imágenes y
textos, formas y contenidos de distintas tradiciones se descubrieran mutua e infinitamente.
De gran interés es el estudio de M. Fumaroli sobre la “Querelle degli Antichi e dei Moderni”, in Le Api e i Ragni (Paris 2001),Adelphi, Milano 2005. Para este autor, esta disputa
iniciada en el siglo XVII, ponía en evidencia una de las funciones más altas y complejas que
comportan las artes en cada civilización, aquella de establecer las relaciones de continuidad entre memoria del pasado y la actualidad del presente, entre la creación de los vivos y
aquella de los muertos.
17
R.Merton, Sulle spalle dei giganti. Poscritto shandiano (New York 1965).Il Mulino, Bologna 1991,p.22.
16
402 - Atas do IV Congresso Internacional do Barroco Íbero-Americano
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404 - Atas do IV Congresso Internacional do Barroco Íbero-Americano
Constanza Acuña Fariña - 405
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