Ateísmo cristiano

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Humanidad atea y cristiana.
Ateísmo cristiano
El ateísmo de valores cristianos o ateísmo cristiano es una ideología que
rechaza al Dios del cristianismo, pero sigue las enseñanzas de Jesús. En la
misma, las historias de Jesús están relacionadas con la vida moderna, pero
no deben ser tomadas literalmente mientras que Dios es solamente un
símbolo.
Las creencias de los ateos cristianos varían, sin embargo hay unos conceptos
básicos comunes a todos ellos, Thomas Ogletree, profesor de Teología
Constructiva del Chicago Theological Seminary, lista cuatro:
1. Inexistencia de la idea de Dios en nuestro tiempo. Esto incluye el
entendimiento de Dios parte de la teología cristiana tradicional.
2. Formar parte de la cultura contemporánea es una característica
necesaria de cualquier trabajo teológico responsable.
3. Existe, en varios grados y formas, una alienación de la iglesia con la
sociedad tal como está ahora constituida.
4. El reconocimiento de la centralidad de la persona de Jesús en la
reflexión teológica.
Existencia de Dios
Según a Paul van Buren, un teólogo de la Muerte de Dios, la palabra
Dios en sí misma es "engañosa o sin sentido".1 El autor sostiene que es
imposible pensar en Dios. Van Buren, dice que "No podemos identificar
nada a favor o en contra que pueda verificar las afirmaciones
concernientes a Dios". La mayoría de los cristianos ateístas creen que
Dios nunca existió, pero hay algunos que creen que Dios ha muerto
literalmente. Thomas J. J. Altizer es un reconocido cristiano ateísta
debido a su enfoque literal sobre la muerte de Dios. A menudo habla de
la muerte de Dios como un evento de redención. En su libro El Evangelio
del Ateísmo Cristiano habla de que "actualmente todo hombre que esté
abierto a la experiencia sabe que Dios está ausente, pero sólo el
Cristiano sabe que Dios está muerto, que la muerte de Dios es un final y
un evento irrevocable y que la muerte de Dios ha actualizado en nuestra
historia una humanidad nueva y liberada".
La religión es prehistórica y primitiva
Las religiones fueron las primeras tentativas infantiles de la humanidad
para tratar de explicar y controlar la naturaleza. Para explicar lo
desconocido en la naturaleza las religiones nos dieron una respuesta
desprovista de sentido, la respuesta de “un dios salido de la nada”, “un
dios que lo hizo todo”. Todas las cosas, incluyendo a los hombres, se
suponía, eran creaciones de los dioses y estaban sometidas a su
voluntad. Para intentar controlar la naturaleza mediante la intervención
divina las religiones declararon que debíamos rezar a esos dioses,
sometiendo otra vez a la humanidad a su voluntad. Las religiones eran
también respuestas primitivas y reaccionarias al miedo a la muerte. Las
religiones declararon que un paraíso divino y eterno nos esperaba
después de la muerte, un paraíso bajo la autoridad de los dioses que
nosotros deberíamos “merecer”. La voluntad de los hombres estaba
sometida a los dioses.
En consecuencia, según la religión, los hombres deberían prosternarse
ante la voluntad de las divinidades “sobrenaturales” y obedecer a ciegas
sus deseos. Esa era nuestra única razón de existir. Después de todo,
nosotros no éramos dueños de nuestras vidas. Nosotros no teníamos
ningún destino propio, éramos juguetes, objetos de un juego extraño,
invisible y “divino”. Las religiones declararon que la existencia de los
hombres sobre la Tierra era sólo un paso obligatorio, aunque menor,
lleno de dolor, desde las agonías provocadas por la “caída” en la Torah
judía, hasta el mundo rodeado de sufrimientos de los budistas, y el
“valle de lágrimas” de los cristianos. El único objetivo de la vida era
obtener el acceso a una improbable “vida después de la muerte”. El
papel interesado que juegan los líderes actuales de las religiones en la
distribución de estas viejas ideas es, en última instancia, destructor.
¿Existe algo más nocivo que pedir a los hombres que renuncien al
beneficio de la razón y de la prueba para creer en seres sobrenaturales
que roban nuestra voluntad, nuestra independencia y nuestra dignidad?
Al contrario, los ateos y los librepensadores afirman su acuerdo con
Protágoras: “el hombre es la medida de todas las cosas”. No
necesitamos referirnos a lo sobrenatural para determinar la naturaleza
de la realidad, saber lo que somos y cómo deberíamos actuar. Nuestra
inteligencia y nuestra conciencia son guías suficientes.
El Paraíso, si es que existe, debería realizarse sobre la Tierra y no en un
reino etéreo más allá de la muerte. Es aquí y ahora que debemos ser
seres humanos y vivos. Como librepensadores y ateos creemos que la
humanidad ya no necesita religiones anticuadas, primitivas, peligrosas y
degradantes.
La religión se basa necesariamente en el dogma
Para perpetuar la subordinación de los hombres a lo sobrenatural las
religiones y las sectas inventaron un fárrago de dogmas. Las
prohibiciones religiosas, el delito de blasfemia, la amenaza de
excomunión y la fatwa son algunos de los numerosos procedimientos
creados por las religiones para alimentar nuestros temores, obligarnos a
creer e impedir nuestra emancipación. La noción de verdad procedente
de una imposición “divina” tiene un solo objetivo: imponer a los
hombres un comportamiento, dictar prohibiciones; no tenemos ningún
derecho a ser libres de decidir para nosotros sobre nuestros propios
modos de vida. Pero realmente no hay ni verdad revelada, ni verdad
moral absoluta: hay sólo verdades morales relativas que pueden cambiar
de una cultura a otra, de una generación a otra. Ningún dios murmuró
nunca nada a nuestros oídos, todo lo hemos adquirido con nuestros
propios medios. Nos hemos educado a nosotros mismos, como dijo
Heráclito hace miles de años “aprendemos por nosotros, para nosotros”.
Como librepensadores y ateos, pensamos que los hombres deberían
romper las cadenas del dogma religioso y seguir su propio camino para
conquistar el conocimiento y la libertad. Nada está grabado en piedra
por anticipado. Tenemos nuestra responsabilidad en la determinación
de nuestras propias verdades y de nuestro futuro.
La religión es la negación de la ciencia
La ciencia se apoya sobre la razón y sobre la prueba, la religión sobre la
fe. Estas dos visiones del mundo son mutuamente antagonistas. De
hecho, para tener fe, hay que abandonar o contradecir la razón y la
prueba. Es por eso que la religión es la negación de la ciencia.
Prohibiendo a la ciencia ir más allá de la Biblia, más allá del Corán o de
todos los demás libros “sagrados” las religiones lucharon siempre contra
las tentativas de explicación de la vida en términos naturales. Las
religiones han puesto siempre la verdad “revelada” por encima de la
verdad descubierta “científicamente”. La ciencia y la religión son
fundamentalmente antagonistas.
Galileo y Bruno, perseguidos por la misma Iglesia Católica que comenzó
rechazando la teoría de la evolución: he ahí dos ejemplos de ese
antagonismo. Las opciones éticas son a menudo definidas en relación
con la ciencia pura y la ciencia aplicada. ¿Pero qué criterios deberían ser
usados para determinar qué es “bueno” y qué es “malo”? ¿Quién debería
arbitrar estas preguntas, los dioses o los hombres? ¡Hay tantas
mitologías y dioses contradictorios para saber cuál escoger! ¡Y sus
“mensajes” no siempre están completamente claros! ¿Y qué capacidad
tienen las religiones para juzgar los descubrimientos científicos? En
última instancia, deberíamos tomar decisiones basadas en lo que es
mejor para la humanidad. La ciencia debería ser liberada del poder
arbitrario y de la dictadura del dogma religioso.
Como librepensadores y ateos apoyamos un esfuerzo general para
impulsar el pensamiento crítico y el método científico como únicos
medios para alcanzar el conocimiento del universo. Rechazamos la fe y
la revelación como métodos para avanzar en el conocimiento de la
realidad porque sólo producen resultados contradictorios y sin
consistencia. Exhortamos al examen de las contradicciones y a la crítica
de todos los sistemas de fe sobrenatural y de todas las instituciones
religiosas. Rechazamos todas las explicaciones de lo desconocido por
un “dios que proceda de nada”. Rechazamos el creacionismo como una
forma de religión sin consistencia.
La religión es la opresión
La subordinación de la voluntad de los hombres a lo “divino” es un acto
de opresión. La costumbre que conduce a obedecer al clero, dejarlo
tomar decisiones en nuestro lugar, es un acto de opresión e
irresponsabilidad.
Las religiones y las sectas siempre han servido para justificar la opresión
social, económica, cultural y política. Desde el sistema de castas del
hinduismo hasta la Epístola a los Romanos (13. 1-7) de la Biblia
cristiana, en el Sura (16:72) sobre las Abejas del Corán islámico, en el
capitalismo desenfrenado y explotador de los protestantes, en el apoyo
al zarismo y el estalinismo de la Iglesia Oriental Griega Ortodoxa: las
“enseñanzas reveladas” justificaron la organización de tiránicas
jerarquías sociales y la preservación de la explotación económica.
Quien quisiera criticar esa jerarquía y esa explotación desafiaba la
“voluntad divina”. Es por eso que las religiones actuaron siempre como
instrumentos de la opresión social. A lo largo de la historia, los
monarcas y los dictadores encontraron sus “justificaciones” morales
apelando a la autoridad sobrenatural, como sucede con el concepto de
“monarquía de derecho divino”. Además, la injusticia y la miseria son
toleradas debido a que la fe religiosa promete un mundo mejor y
sobrenatural que nos esperaría después de la muerte.
Los firmantes de este manifiesto trabajaremos para la emancipación
completa de la humanidad en todos los ámbitos. Ningún sistema
político, ético, económico, social o religioso puede justificar la
esclavitud del hombre. Apoyamos la estricta separación del Estado y de
la Iglesia y rechazamos todos los tratamientos especiales y los
privilegios concedidos por los gobiernos a las religiones.
Hombres libres en una sociedad libre
De todo lo que hablamos en este manifiesto podemos extraer una
conclusión: como dijo Rousseau “el hombre nació libre y sin embargo
está por todas partes encadenado”. El mayor óbice alrededor de los
tobillos de la humanidad es la cadena y la bola de la religión.
Deberíamos ser libres de pensar y vivir en una sociedad organizada
según nuestra propia voluntad. La percepción de quienes somos y de lo
que somos, en qué decidimos creer, la vida que queremos llevar, de qué
manera decidimos expresarnos y con quién decidimos unirnos
determina nuestro futuro y nuestra felicidad. La libertad de conciencia
es de primera importancia en la construcción de la sociedad en la que
decidimos vivir. El reconocimiento de esta libertad de conciencia ha sido
expresado varias veces a lo largo de la historia: en la Primera Enmienda
de la Constitución de los Estados Unidos en 1789, en la Ley de
Separación de las Iglesias y el Estado en Francia en 1905, en la
Separación de las Iglesias y el Estado en México en 1917, y en el Decreto
de Separación de la Iglesia y el Estado en la URSS en 1918.
En consecuencia, exigimos dos cosas:
1. A nivel individual nos pronunciamos a favor del desarrollo
internacional del ateísmo, que es la única base para un humanismo
verdadero. Si la fe en los dioses persiste, entonces no puede existir un
lugar digno para el hombre. Debemos escoger y escogemos al hombre.
Debemos subrayar que el ateísmo (en lugares como la India o la antigua
Grecia) es una filosofía muy antigua, que existe desde mucho antes que
la mayor parte de las religiones y las sectas.
2. Porque la verdadera libertad de conciencia sólo puede existir con la
neutralidad de los estados y de los servicios públicos respecto al sujeto
filosófico (religioso o antireligioso), pedimos la completa separación de
los Estados y las Iglesias en todos los países. Ningún gobierno tiene el
derecho de imponer a sus ciudadanos una fe o la incredulidad religiosa.
Apoyamos incondicionalmente el laicismo y la neutralidad de los
gobiernos que dejan a cada individuo la libertad de escoger y expresar
su propia fe, sin ninguna obligación social ni gubernamental.
Cooperación internacional para un objetivo común
El Comité Internacional de Enlace de los Ateos y de los Librepensadores
se pronuncia por el humanismo ateo a nivel mundial como medio
indispensable de conquistar la libertad y la dignidad humanas, y por la
estricta separación del Estado y la Iglesia en todos los países como
medio indispensable para conquistar la libertad de conciencia.
El CILALP será un complemento y no un rival de todas las organizaciones
nacionales e internacionales que trabajen en favor del ateísmo, el
pensamiento libre, el humanismo, el laicismo y el racionalismo. El
objetivo del CILALP es facilitar la cooperación internacional entre los
ateos y los librepensadores, indispensable para alcanzar nuestros
objetivos comunes.
Nuestra estructura internacional es democrática. Cada organización
nacional atea o de librepensamiento que firme este manifiesto y se
adhiera al CILALP contará con un voto en el consejo ejecutivo del
CILALP. Cada grupo escogerá a su representante. Los ateos y los
librepensadores que firmen este manifiesto individualmente tendrán un
voto consultivo.
Sólo las organizaciones ateas nacionales y de librepensamiento tendrán
votos deliberativos. Sin embargo, todos los esfuerzos estarán
encaminados a alcanzar un acuerdo general con el mayor número
posible de grupos e individuos. Cada año el consejo ejecutivo del CILALP
escogerá a un presidente para un mandato de un año, y asegurar la
coordinación. Además, el CILALP podrá escoger a un portavoz para cada
continente.
El Comité Internacional de Enlace de los Ateos y de los Librepensadores
se propone como objetivo celebrar su primer congreso mundial en París,
Francia, en 2005, con motivo del primer centenario de la ley francesa de
separación de las Iglesias y el Estado, el 9 de diciembre de 1905.
Primeros firmantes:
Atheists Alliance (EEUU-Internacional).
Fédération Nationale de la Libre-Pensée (Francia).
American Atheists (EEUU).
Union des Athées (Francia).
Las organizaciones firmantes llaman a todas las asociaciones y a todos
aquellos que se reconozcan en este Manifiesto Internacional a que lo
firmen, a fin de poder constituir juntos el Comité Internacional de Enlace
de los Ateos y de los Librepensadores.
A pesar de las idealizaciones que a posteriori se puedan hacer del mismo, lo
cierto es que el imperio romano era una firme encarnación del poder
de los hombres sobre las mujeres, de los libres sobre los esclavos, de los
romanos sobre los otros pueblos, de los fuertes sobre los débiles.
El imperio el cristianismo predicó a un Dios encarnado
q u e h a b í a muerto en la cruz para la salvación del género humano,
permitiendo a este alcanzar una vida nueva. En esta resultaba
imposible mantener la discriminación que oprimía a las mujeres
condenándolas a la muerte o al matrimonio impúber, el culto a la
violencia que se manifestaba en los combates de gladiadores, la
práctica de conductas inhumanas como el a b o r t o o e l
infanticidio, la justificación de la infidelidad masculina,
lap a r t i c i p a c i ó n e n l a g u e r r a , e l a b a n d o n o d e l o s d e s a m p
a r a d o s o l a ausencia de esperanza .A l o l a r g o d e t r e s s i g l o s , e l
I m p e r i o d e s e n c a d e n ó s o b r e l o s c r i s t i a n o s distintas persecuciones
que cada vez fueron más violentas y que no solo no lograron su objetivo de
exterminar a la nueva fe, sino que mostraron la incapacidad de alcanzarlo.
Al final, el cristianismo se impuso no solo p o r q u e e n t r e g a b a u n
a m o r q u e e n a b s o l u t o p o d í a n a c e r d e l s e n o d e l paganismo, sino
también porque proporcionaba un sentido de la vida y u n a d i g n i d a d
incluso a aquellos a los que nadie estaba dispuesto a
otorgar un mínimo de respeto. Constantino no le otorgó el triunfo.
Más bien se limitó a reconocerlo y a levantar acta de que el paganismo ya no
se recuperaría del proceso de decadencia en que había entrado
siglos atrás. Nunca existió un imperio cristiano (a pesar de que el
cristianismo fue declarado religión oficial durante un espacio breve de
tiempo), pero sí es verdad que algunos de sus principios quedaron recogidos,
en mayor o menor medida, en la legislación bajo imperial .Sin embargo, el
gran aporte que el cristianismo proporcionaría a Roma n o sería ese. A partir
del siglo III la penetración de los bárbaros en el limes romano se hizo
incontenible. Durante algunas décadas se pensó en la posibilidad de
asimilarlos convirtiéndolos en aliados. Los resultados de esta política
fueron efímeros. En el 476 el imperio romano de Occidente d e j ó
formalmente de existir. Pese a todo, aun con el efecto
l e t a l d e aquellas invasiones, la cultura clásica no desapareció; el
cristianismo, especialmente a través de los monasterios, la preservó. A l
llegar el año 1000, el cristianismo se extendía hasta el Volga.
L a s sociedades nacidas de aquella aceptación del cristianismo en su seno no
llegaron a incorporar todos los principios de la nueva fe en su existencia .D e
hecho, en buena medida eran reinos nuevos sustentados
s o b r e e l culto a la violencia necesaria para la conquista o para la
simple defensa frente a las invasiones. Sin embargo, el cristianismo
ejerció sobre ellos una influencia fecunda.
A pesar de las idealizaciones que a posteriori se puedan hacer del
mismo, lo cierto es que el imperio romano era una firme encarnación
del poder de los hombres sobre las mujeres, de los libres sobre los
esclavos, de los romanos sobre los otros pueblos, de los fuertes
sobre los débiles. Frente ese imperio el cristianismo predicó a un
Dios encarnado que había muerto en la cruz para la salvación del
género humano, permitiendo a este alcanzar una vida nueva. En esta
resultaba imposible mantener la discriminación que oprimía a las
mujeres condenándolas a la muerte o al matrimonio impúber, el culto
a la violencia que se manifestaba en los combates de gladiadores, la
práctica de conductas inhumanas como el aborto o el infanticidio, la
justificación de la infidelidad masculina, la participación en la guerra,
el abandono de los desamparados o la ausencia de esperanza .A lo
largo de tres siglos, el Imperio desencadenó sobre los cristianos
distintas persecuciones que cada vez fueron más violentas y que no
solo no lograron su objetivo de exterminar a la nueva fe, sino que
mostraron la incapacidad de alcanzarlo. Al final, el cristianismo se
impuso no solo porque entregaba un amor que en absoluto podía
nacer del seno del paganismo, sino también porque proporcionaba un
sentido de la vida y una dignidad incluso a aquellos a los que nadie
estaba dispuesto a otorgar un mínimo de respeto. Constantino no le
otorgó el triunfo. Más bien se limitó a reconocerlo y a levantar acta de
que el paganismo ya no se recuperaría del proceso de decadencia en
que había entrado siglos atrás. Nunca existió un imperio cristiano (a
pesar de que el cristianismo fue declarado religión oficial durante un
espacio breve de tiempo), pero sí es verdad que algunos de sus
principios quedaron recogidos, en mayor o menor medida, en la
legislación bajo imperial. Sin embargo, el gran aporte que el
cristianismo proporcionaría a Roma no sería ese. A partir del siglo III
la penetración de los bárbaros en el limes romano se hizo
incontenible. Durante algunas décadas se pensó en la posibilidad de
asimilarlos convirtiéndolos en aliados. Los resultados de esta política
fueron efímeros. En el 476 el imperio romano de Occidente dejó
formalmente de existir. Pese a todo, aun con el efecto letal de
aquellas invasiones, la cultura clásica no desapareció; el
cristianismo, especialmente a través de los monasterios, la preservó
.Al llegar el año 1000, el cristianismo se extendía hasta el Volga. Las
sociedades nacidas de aquella aceptación del cristianismo en su seno
no llegaron a incorporar todos los principios de la nueva fe en su
existencia. De hecho, en buena medida eran reinos nuevos
sustentados sobre el culto a la violencia necesaria para la conquista
o para la simple defensa frente a las invasiones. Sin embargo, el
cristianismo ejerció sobre ellos una influencia fecunda. La reforma del
siglo XI volvió a sentar las bases de un principio de la legitimidad del
poder alejado de la arbitrariedad guerrera de los bárbaros, buscó de
nuevo la defensa y la asistencia delos débiles, y continuó un esfuerzo
artístico y educativo que ya contaba con más de medio milenio de
existencia. Además, dulcificó la violencia bárbara implantando las
primeras normas del derecho de guerra —la Paz de Dios y la Tregua
de Dios—, supo recibir la cultura de otros pueblos ,creó un sistema
de pensamiento como la Escolástica y, sobre todo, abrió las primeras
universidades. Causas como la defensa de los indígenas, la lucha
contra la esclavitud, las primeras leyes sociales contemporáneas o la
denuncia del totalitarismo no hubieran sido iniciadas sin el impulso
cristiano. No debe por ello sorprender que el siglo XX haya sido el
que ha contemplado un número mayor de encarcelamientos, maltratos
y ejecuciones de cristianos por encima de cualquier otro periodo de la
Historia. Tanto los campos de exterminio de Hitler como el gulag
soviético intentaron, aunque en vano, acabar con una fe a la que
veían con razón como un oponente radical de sus respectivas
cosmovisiones. Sin duda, los aportes del cristianismo a la cultura
occidental han sido grandiosos a lo largo de sus casi dos mil años de
existencia. Solo podemos captar algo de su extraordinaria
importancia cuando tratamos de imaginar lo que hubiera sido un
mundo sin cristianismo. Un mundo que se hubiera limitado a continuar
la herencia clásica no solo habría resultado en una sociedad
despiadada, en la que los fuertes y los violentos se sabían
protagonistas, sino que además habría perecido ante el empuje de
los bárbaros en los siglos III-V sin dejar nada en pos de sí .Durante
varios siglos, los reinos bárbaros hubieran combatido de manera
infructuosa entre ellos para no poder sobrevivir al empuje conjunto
delas segundas invasiones y del avance árabe, suponiendo que este
se hubiera dado sin un islam cuya existencia presupone por
obligación la del cristianismo. Durante los siglos de lo que ahora
conocemos como Medievo, Europa hubiera sido albergue de oleada
tras oleada de invasores, sin excluir a los mongoles contenidos por
Rusia, de las que no hubiera surgido nada perdurable como no surgió
en otros contextos. Ni la cultura clásica, ni la Escolástica, ni las
universidades, ni el pensamiento científico habrían aparecido como
no aparecieron en otras culturas. Además, sin los valores bíblicos se
hubieran perpetuado, como así sucede en algunas naciones hasta el
día de hoy, fenómenos como la esclavitud, el anquilosamiento de la
educación en manos de una escasa casta tradicional o la ausencia de
desarrollo científico. Basta echar un vistazo a las culturas informadas
por el islam, el budismo, el hinduismo o el animismo para percatarse
de lo que podría haber sido un mundo sin la influencia civilizadora del
cristianismo. Y aun así nuestro juicio no se corresponde con toda la
dureza de lo que serían esas situaciones, ya que a fin de cuentas,
hasta la sociedad más apartada puede beneficiarse de aspectos
emanados de la influencia cristiana en la cultura occidental, desde el
progreso científico a la persecución de un sistema de asistencia
social, por citar solo dos ejemplos.
Incluso en el siglo XX, el olvido de principios de origen cristiano — un
origen que suele olvidarse casi siempre— hubiera sumido a la
Humanidad en una era de barbarie sin precedentes, bien a causa del
triunfo del marxismo o del fascismo-nazismo. Pretender, pues,
construir el futuro sin recurrir a sus principios solo puede
interpretarse como una muestra fatal de terrible arrogancia, de
profunda ignorancia o de crasa maldad. Hacerlo implicaría, además,
correr el riesgo nada ficticio de ver la resurrección deformas de neo
paganismo no inferiores en la gravedad de sus manifestaciones a las
que ya conocemos históricamente. Asimismo, el cristianismo no ha
logrado a lo largo de casi dos mil años imponer sus puntos de vista
de una manera total. En unas ocasiones esto se ha debido a su
propio distanciamiento de la pureza original de su enseñanza, en
otras, a que la vivencia de una ética no puede imponerse, como se ha
creído por error más de una vez. Sin él, el devenir humano hubiera
sido un fluir continuo de violencia y barbarie, de guerra y
destrucción, de calamidades y sufrimiento. Con él, se ha visto
acompañado el gran drama de la condición humana de progreso y
justicia, de compasión y cultura. El filósofo español Manuel García
Morente lo expresó de manera elocuente al describir su visión de
Jesús: «Ese es Dios, que entiende a los hombres, que vive con los
hombres, que sufre con ellos, que los consuela, que les da aliento y
les trae la salvación. Si Dios no hubiera venido al mundo, si Dios no
se hubiera hecho hombre en el mundo, el hombre no tendría
salvación, porque entre Dios y el hombre habría siempre una
distancia infinita que jamás podría el hombre franquear... Dios hecho
hombre, Cristo sufriendo como yo, más que yo, muchísimo más que
yo, a ese sí que lo entiendo y ese sí que me entiende» (El «Hecho
extraordinario»). Juan lo había expresado de forma más sencilla
veinte siglos antes al escribir que Dios había amado tanto al mundo
que había enviado a Su Hijo para que el que en Él creyera no se
perdiera, sino que tuviera vida eterna (Juan 3, 16).
con más de medio milenio de existencia. Además, dulcificó la
violencia bárbara implantando las primeras normas del derecho de guerra —la
Paz de Dios y la Tregua de Dios—, supo recibir la cultura de otros
pueblos, creó un sistema de pensamiento como la Escolástica y, sobre todo,
abrió las primeras universidades. Causas como la defensa de los
indígenas, la lucha contra la
esclavitud,l a s p r i m e r a s l e y e s s o c i a l e s c o n t e m p o r á
n e a s o l a d e n u n c i a d e l totalitarismo no hubieran sido iniciadas
sin el impulso cristiano. No debe por ello sorprender que el siglo XX haya
sido el que ha contemplado
unn ú m e r o m a y o r d e e n c a r c e l a m i e n t o s , m a l t r a t o s y
Incluso en el siglo XX, el olvido de principios de origen
c r i s t i a n o — u n origen que suele olvidarse casi siempre— hubiera sumido a
la Humanidad e n u n a e r a d e b a r b a r i e s i n p r e c e d e n t e s , b i e n a
c a u s a d e l t r i u n f o d e l marxismo o del fascismo-nazismo. Pretender, pues,
construir el futuro sin recurrir a sus principios solo puede interpretarse como
una muestra fatal de terrible arrogancia, de profunda ignorancia o de crasa
maldad. Hacerlo implicaría, además, correr el riesgo nada ficticio de ver la
resurrección
def o r m a s d e n e o p a g a n i s m o n o i n f e r i o r e s e n
l a g r a v e d a d d e s u s manifestaciones a las que ya
conocemos históricamente. Asimismo, el cristianismo no ha logrado a
lo largo de casi dos mil años imponer sus p u n t o s d e v i s t a d e u n a
m a n e r a t o t a l . E n u n a s o c a s i o n e s e s t o s e h a debido a su
propio distanciamiento de la pureza original de su enseñanza, en otras, a que
la vivencia de una ética no puede imponerse, como se ha creído por error más de
una vez .S i n é l , e l d e v e n i r h u m a n o h u b i e r a s i d o u n f l u i r c o n t i n u o
d e v i o l e n c i a y barbarie, de guerra y destrucción, de calamidades y
sufrimiento. Con é l , s e h a v i s t o a c o m p a ñ a d o e l g r a n d r a m a d e
l a c o n d i c i ó n h u m a n a d e progreso y justicia, de compasión y
cultura. El filósofo español Manuel García Morente lo expresó de manera
elocuente al describir su visión
de J e s ú s : « E s e e s D i o s , q u e e n t i e n d e a l o s h o m b r e s , q u
e v i v e c o n l o s hombres, que sufre con ellos, que los consuela, que
les da aliento y les t r a e l a s a l v a c i ó n . S i D i o s n o h u b i e r a
v e n i d o a l m u n d o , s i D i o s n o s e hubiera hecho hombre en el
m u n d o , e l h o m b r e n o t e n d r í a s a l v a c i ó n , porque entre Dios y el
hombre habría siempre una distancia infinita que jamás podría el hombre
franquear... Dios hecho hombre, Cristo sufriendo como yo, más que yo,
muchísimo más que yo, a ese sí que lo entiendo
ye s e s í q u e m e e n t i e n d e » ( E l « H e c h o e x t r a o r d i n a r i o » ) . J
u a n l o h a b í a expresado de forma más sencilla veinte siglos antes al
escribir que Dios había amado tanto al mundo que había enviado a Su Hijo
para que el que en Él creyera no se perdiera, sino que tuviera vida eterna (Juan
3, 16).
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