Afrontar los desastres naturales

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Cambio climático y desplazamiento
RMF31
Afrontar los desastres naturales
Reid Basher
Ante la previsión de que se produzcan más fenómenos
climáticos extremos, parece lógico reforzar los
esfuerzos de gobiernos y comunidades encaminados
a reducir el riesgo de desastres naturales.
Los países pobres se ven mucho más
afectados por las catástrofes naturales
debido a su mayor vulnerabilidad ante
estos fenómenos, y a su menor capacidad
para emprender medidas de reducción
de riesgos, mientras que los países más
ricos tienden a soportar mayores costes
económicos. Durante el periodo de 1991
a 2005, los países en vías de desarrollo y
los menos desarrollados contabilizaron
884.845 víctimas y sufrieron unas pérdidas
de 401.000 millones de dólares, frente a los
países de la OCDE, que sumaron 61.918
fallecidos y sufrieron pérdidas por valor
de 715.000 millones. Por otro lado, los
desastres pueden interrumpir el proceso
de desarrollo de un país al diezmar la
producción y desviar los escasos recursos
nacionales a las labores de reconstrucción,
por lo que representan una amenaza para
los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Las pérdidas de la nación de Granada por
el huracán Iván en 2004, que ascendieron
a 919 millones de dólares, equivalían a
2,5 veces su PIB. Las catástrofes crean
tensiones sociales y económicas que
pueden ocasionar una desestabilización
general y migraciones a gran escala.
Existen pruebas alarmantes que apuntan
a que el número de desastres registrados
prácticamente se ha duplicado en
los 20 últimos años y que los costes
económicos han aumentado a un ritmo
incluso mayor. En 2005, los huracanes
Katrina, Rita y Wilma provocaron, en
conjunto, pérdidas por un total de 166.000
millones de dólares, cifra nunca vista.
Resulta tentador echar la culpa al cambio
climático, que ya está afectando las
condiciones meteorológicas, pero tienen
más peso aún el riesgo y la vulnerabilidad
crecientes de las comunidades ante
los desastres naturales, sobre todo
para los pobres, con la consiguiente
acumulación de riesgos latentes.
Evidentemente, la opinión de los expertos
coincide en que el riesgo de sufrir
desastres naturales está aumentando.1
Las viviendas y los lugares peligrosos
están cada vez más habitados y en ellos
se realizan actividades a gran escala
que incrementan los riesgos: existen
asentamientos en terrenos inundables, en
costas expuestas a tormentas y en colinas
propensas a desprendimientos de tierra,
o se construyen escuelas y apartamentos
que se derrumbarán con los ciclones o
terremotos. Se eliminan los manglares,
que sirven de protección, para establecer
criaderos de gambas; se destruyen los
humedales, que actúan como barrera
ante las inundaciones, para crear zonas
industriales; y se talan los bosques, que
absorben la lluvia y que crecen en laderas
de colinas empinadas e inestables. Puede
considerarse que el aumento de los
desastres constituye una alerta roja, un
aviso ante nuestro desarrollo insostenible.
No se suele tener en cuenta el riesgo hasta
que se produce un gran desastre natural.
Es entonces cuando la gente se sorprende
y se pregunta cómo es posible que se haya
producido una catástrofe de semejante
magnitud. Se llevan a cabo investigaciones
y se piden responsabilidades a los
gestores públicos. Ahora es el momento de
aprender de nuestros errores y progresar.
En esta era de la tecnología, se supone
que podemos recurrir a la ingeniería para
solucionar nuestros problemas pero, a
menudo, ésta no es la solución. En la
actualidad, los análisis efectuados con
serenidad están revelando que los motivos
de que los diques que protegían a Nueva
Orleans estuvieran en mal estado y de la
respuesta, supuestamente desorganizada,
de las autoridades a las certeras y
puntuales advertencias sobre el Katrina
eran, fundamentalmente, de naturaleza
social y política. Se trata de una lección
que puede aplicarse al mundo entero.
Los factores sociales también marcan la
diferencia en cuanto a los efectos de los
desastres naturales. En concreto, la edad
y el sexo constituyen importantes factores
de riesgo. Efectivamente, existen estudios
que demuestran que hubo más víctimas
mortales entre la población femenina en
el tsunami del océano Índico y entre la
población de edad más avanzada tanto en
la ola de calor que azotó Europa en 2003
como durante el huracán Katrina en 2005.
Es probable que el cambio climático
ocasione más sucesos extremos, de los que
suelen provocar catástrofes, como olas
de calor, cambios en las pautas del clima,
sequías más pertinaces, precipitaciones
más intensas e inundaciones más
frecuentes en la costa y en el interior.
Las zonas más vulnerables seguirán
siendo las que presentan mayor riesgo
de sufrir catástrofes: África, debido a
su precaria agricultura de secano y a su
escasa capacidad para reducir riesgos;
los deltas de Asia y África, de baja altitud
y gran densidad demográfica, así como
las pequeñas islas de escasa cota.
Si bien el control y la reducción de los
gases de efecto invernadero constituyen
un objetivo fundamental que centra el
debate actual sobre el cambio climático, el
problema de la adaptación a los inevitables
cambios que sufriremos a causa de las
emisiones pasadas y actuales también
supone una amenaza en ciernes. Es posible
que este concepto de adaptación no resulte
familiar, pero sus métodos e instrumentos
son muy similares a los que se aplican
para reducir el riesgo de desastres: mapas
con zonas de riesgo, mejor uso del suelo,
aplicación de las normas de construcción,
mayor seguridad en hospitales y otros
centros básicos, mejores sistemas de alerta,
planes de seguros accesibles y programas
que permitan a las comunidades evaluar y
gestionar sus propios riesgos. Hay muchos
ejemplos de iniciativas de reducción del
riesgo de desastres que han sido muy
rentables y satisfactorias y que, por lo
tanto, constituyen medidas de adaptación
útiles en todo caso (acciones “no-regrets”).
Planes y marcos de acción
De este modo, estamos ante una nueva
oportunidad para reducir el riesgo de
desastres y, al mismo tiempo, adaptarnos
al cambio climático. Afortunadamente,
los responsables que establecen las
negociaciones del cambio climático
han empezado a adoptar el mismo
planteamiento. Las directrices del Plan
de Acción de Bali para la adaptación
exige que se tengan en cuenta: “[...]
estrategias de gestión y de reducción de
riesgos, que incluyan mecanismos para
compartir y transferir riesgos, como
los contratos de seguros, además de
estrategias de reducción de desastres y
medios para afrontar las pérdidas y los
daños asociados al impacto del cambio
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Cambio climático y desplazamiento
climático en los países en desarrollo
que son especialmente vulnerables a los
efectos adversos de este fenómeno”.2
No es fácil llevar a la práctica estas
perspectivas coincidentes, ya que ambas
cuestiones, la del riesgo de desastres
naturales y la del cambio climático, suelen
tratarse por separado en los procesos
políticos y conciernen a departamentos
gubernamentales distintos. Los ministros
encargados de la política sobre el cambio
climático, como los de medio ambiente,
deberán dialogar con los responsables
de la reducción del riesgo de desastres,
como los ministros de protección civil o
los funcionarios que ocupan los nuevos
cargos creados de forma cada vez más
generalizada para abordar las causas
originales de los desastres y reducirlos
en el ámbito nacional. Y a la inversa: los
ministros y los funcionarios encargados
de la reducción y respuesta ante los
desastres deben dirigirse a los grupos del
cambio climático a fin de prepararse para
la transformación futura de los riesgos.
Los aldeanos
emprenden la
reconstrucción
de sus hogares
en la región
del delta de
Irrawaddy
en Birmania
tras el ciclón
Nargis
La conmoción por el tsunami del Índico
agravó la vieja preocupación por los
desastres naturales, lo que llevó a formular
el Marco de Acción de Hyogo, que cuenta
con el consenso internacional y que
pretende impulsar y guiar la acción en
el periodo de 2005 a 2015 con el objeto
de lograr “una reducción considerable
de las pérdidas ocasionadas por los
desastres, tanto las de vidas como las de
bienes sociales, económicos y ambientales
de las comunidades y los países”.3 Este
documento decisivo resalta la necesidad
de vincular la reducción del riesgo
de desastres a políticas de desarrollo
sostenible, y de volver la atención a
las causas originales de los riesgos en
lugar de preocuparnos, como hemos
hecho hasta ahora, por responder a los
desastres. En concreto, este marco señala la
necesidad de promover la integración de
la reducción de riesgos en las estrategias
de adaptación al cambio climático y su
subtítulo (“aumento de la resistencia de
las naciones y las comunidades ante los
desastres”) bien podría aplicarse como
lema de las estrategias de adaptación.
El Marco de Hyogo establece cinco
acciones prioritarias, basadas en
una exhaustiva revisión de los
éxitos y fracasos anteriores en la
reducción de riesgos de desastres:
■■ velar por que la reducción de los
riesgos de desastres constituya una
prioridad nacional y local dotada
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de una sólida
base institucional
de aplicación
■■ identificar, evaluar y
vigilar los riesgos de
desastres y potenciar
la alerta temprana
■■ utilizar los
conocimientos, las
innovaciones y la
educación para
crear una cultura
de seguridad
y resistencia a
todo nivel
■■ reducir los
factores de riesgo
subyacentes
■■ fortalecer la
preparación para
casos de desastre
a fin de lograr una
respuesta eficaz
Muchas organizaciones
individuales
y mecanismos
intergubernamentales
están empleando
el marco de Hyogo
con el propósito de
estructurar y dirigir
sus propias estrategias
y programas sobre
riesgos de desastres;
por ejemplo, la
Conferencia Ministerial
asiática sobre reducción
del riesgo de desastre, el Fondo Global
del Banco Mundial para la Reducción
de Desastres y la Recuperación4 y la
Organización Meteorológica Mundial5.
Las cinco prioridades representan
una base sólida para desarrollar
medidas concretas, dirigidas tanto a
reducir el riesgo de desastres como
a adaptarse al cambio climático.
Nosotros mismos solemos crear
las circunstancias que nos hacen
vulnerables a las catástrofes naturales,
por la forma en que explotamos la
tierra y construimos nuestras casas y
ciudades. Sin embargo, podemos incluir
fácilmente el riesgo de sufrir desastres
en nuestra planificación y gestión,
además de utilizar los conocimientos,
los instrumentos y los marcos políticos
existentes, sobre todo el Marco de Hyogo,
a fin de reducir significativamente tales
amenazas en el mundo. Es hora de que
IRIN
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ampliemos nuestro campo de acción
para alcanzar este importante objetivo.
Reid Basher ([email protected]) es
Coordinador de Desarrollo de Políticas
de la Estrategia Internacional para la
Reducción de Desastres de Naciones
Unidas (www.unisdr.org) en Ginebra.
Para obtener más información, visite
los siguientes sitios web: www.emdat.
be, www.un.org/climatechange/, www.
ipcc.ch, www.unfccc.int, www.unisdr.
org, www.preventionweb.net
1. ONU/EIRD, 2007. Reducción del Riesgo de Desastres:
Informe Mundial (Disaster Risk Reduction: Global
Review) 2007. Véase www.preventionweb.net/
globalplatform/first-session/docs/session_docs/ISDR_
GP_2007_3.pdf
2. unfccc.int/resource/docs/2007/cop13/eng/06a01.
pdf#page=3
3. www.unisdr.org/eng/hfa/hfa.htm
4.www.gfdrr.org
5. www.wmo.int/pages/index_es.html
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