UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID. Facultad de Ciencias Políticas y Sociología. “El soliloquio de Babel y la falacia nominalista”. TESIS QUE PARA OBTENER EL GRADO DE MAESTRO EN FILOSOFIA Y CIENCIAS SOCIALES PRESENTA DIEGO ALFREDO PÉREZ RIVAS. ASESOR: DR. VICENTE SERRANO MARIN. Madrid, a 12 de Febrero de 2008. “A mis amados padres, por ser el origen de esta vida afanosamente experimental y pasionalmente contemplativa. Rosa y Alfredo, ustedes han sido, son y serán, los dos pilares que me sostendrán toda la vida. Perdón y disciplina, amor y verdad, gracias por todo lo que me han dado. Su amor incondicional siempre me ha inspirado y me ha hecho ser lo que soy”. “A Guadalupe Yamin Rocha, por creer en mí en los momentos más difíciles de este andar. Fuiste un aliento de esperanza que me impulso a seguir siempre hacia adelante. Sin tu ayuda nada de esto hubiera sido posible. Gracias por mostrarme que el camino hacia la Verdad y la Justicia está construído de grandes sacrificios en los cuáles al hombre le va su ser en el ser. Fuiste oxigeno y coraje, sigues siendo pasión y libertad…” “A los profesores del máster y a mis companeros con los que siempre compartí grandes momentos. Especialmente al Dr. Vicente Serrano” “A mis amigos mexicanos: que no se olviden que para nuestra raza cósmica debe de alzar su voz nuestro espirítu universal…” 2 El soliloquio de Babel. (Génesis) 11:1 Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras. No había necesidad de arte política ni jurídica ni social para que los hombres pudieran entender todos que era la Justicia. No había necesidad de contratos o interpretaciones. Hablaban en los mismos términos, con los mismos sentidos y con el mismo imaginario. La diferencia entre los nombres personales e impersonales no existía, pues hablaban el mismo idioma de los dioses. Hombres y dioses podían comunicarse entre sí y vivir en lo que hoy llamamos universo. En efecto, eso significa aquel vocablo trasnochado y misterioso del cual poco o nada entendemos los contemporáneos. Uni-verso significa un solo vocablo, una sola habla, un solo verso, una sola composición, una sola ideología y un solo canto. Pero vinó el reinado de Zeus y con ello la profana misión de derrocar al padre por el anhelo de venganza. Zeus, Posidon, y Hades, planearon la muerte del que les dió la vida para apoderarse del universo y sujetarlo a sus propias reglas. Platón, al final de su vida, visualizó todo eso y lo escribió en el famoso mito de Cronos, según el cual la lógica de la vida era precisamente la contraria. Nacíamos sabiendo todo y moríamos olvidando lo que habíamos aprehendido en nuestras vidas. El reinado de Caos había terminado cuando Cronos dominó lo existente. De tal manera nació el cosmos, el orden. Había entonces una regla. Y esa misma regla era para todos, y no había necesidad de Hermes, como cuando él se convirtió en el traductor de Zeus. Pero después nacieron los hombres de esta época, de este ciclo. Y se creo un orden distinto que nació en cierto sentido del trabajo rapsódico de Prometeo y Epimeteo. El prudente mutó en inmoderado y cedió poderes a su hermano para organizar las facultades entre los seres vivos. Los humanos quedaron despojados entonces de su máximo don natural, y tuvieron que ser hurtados Atenea y Hefestos para consolidar el gran crimen del redentor al que le comen los buitres las entrañas. Pero aunque la lengua no era diferente, si lo empezaban a ser los sentidos del habla. Y entonces nació la discordia de una caja de Pandora y entonces los dioses y los hombres no hablaban en los mismos términos. Se hizo necesario un hurto y se hizo necesario tener una nueva noción de lo justo y lo bueno. Pero los hombres adquirieron las artes y los medios técnicos para empezar a construir. Y encontraron la clave para convertir la tierra en piedra y crecer hasta los cielos, para encontrar algo tan gaseoso como sus artes. Y de tal manera, el hombre comenzó a crear, del mismo material del que había sido creado, algo igual de endurecido que lo que se estaba 3 haciendo su corazón. Y entonces enorgullecieron su soberbia, la madre de la vanidad y el egoísmo y el egocentrismo, de tal manera que piel, alma y espíritu del hombre estaban enfermos. Pero luego orgullosos y seducidos, espiritual y carnalmente, por su vanidad decidieron erigir una ciudad y una torre para ser tan grandes como Dios. La civilización y el refinamiento del lenguaje trajeron consigo el dominio de lo concupiscente sobre lo racional. El hombre creyó en su fuerza y gesto de su vientre al antropocentrismo. El hombre es el centro del universo. Pero no se confundan es el hombre varón, adulto, blanco y trabajador. Todos hablaban el mismo idioma, pero su vanidad y su miopía los hicieron caer. Pero después se separaron los lenguajes y las comprensiones radicalmente. Los imaginarios volcaron diversos y el hombre se convirtió en el lobo del hombre. Los nominalistas recuerdan esta última parte de la historia, y por ello comentan: “Tenemos que regresar al origen y al sentido del vocablo”. Para los hombres de este tiempo, lo más importante es el sentido, pues no podían ver más allá. No sabían que había un tronco común, una matre tierra, que los une a los unos con los otros. Y desde entonces unos a otros se consideraron desemejantes en todo y semejantes en nada. 4 INTRODUCCIÓN: Así como la virtud del trabajo artístico es encontrar y realizar la belleza universal y verdadera, de similar forma, la virtud del trabajo intelectual es fundamentalmente la de encontrar y realizar el valor ontológico de la persona humana. Pero, de la misma manera que para el trabajo artístico encontrar y realizar su virtud en el mayor grado de perfección constituye un ideal, lo mismo sucede con el trabajo intelectual, pues no hay nada más difícil que sustentar racionalmente las cualidades que diferencian y dignifican a las personas con respecto a las cosas. De hecho, tan difícil es hallar y explicar esa diferencia ontológica como arduo es también sustentar la existencia de una naturaleza común por mor de la cual nos sería permitido hablar de una cierta igualdad entre todas las personas, convirtiéndolas por ende en semejantes. El eterno problema que abarca la cuestión de las igualdades y las desigualdades, de las semejanzas y desemejanzas, de las dignidades y privilegios nos lleva a sostener en pleno siglo XXI que el problema de la <persona humana> es un problema abierto y multidisciplinar. La filosofía, en este sentido, encuentra un amplio campo de acción para estudiar y determinar por medio del análisis conceptual y material el horizonte mediante el cual podamos entender de mejor manera eso que llamamos <persona humana>. Si es correcto decir que el estudio del <ser en sus distintos sentidos> es la materia acerca de la cual trata la ontología, igualmente es acertado indicar que la metafísica es la filosofía primera que a manera de sistema estudia al <ente en tanto que ente>, o bien, del ente en tanto que participación de los grados de existencia. Por el mismo motivo, la filosofía de los valores observa y estudia al ser humano en tanto que <ente moral>, ya que presupone que existe un “ente” que por sus propiedades y cualidades subsistentes es fundamentalmente distinto a todo el plexo del resto de los entes. A la par de la existencia material y palpable, la filosofía moral considera que los seres humanos habitamos en una dimensión que escapa a esa estéril y vacua materialidad. Tal dimensión no es otra cosa que el mundo moral de las libertades y las voluntades. Dentro de esta lógica, viene a bien determinar que la unidad funcional de la filosofía política contemporánea es el concepto de 5 <persona>, en tanto que precisamente en tal entidad se encuentra recogido el contenido ontológico, metafísico, ético y moral de la realidad humana. Actualmente, cuando mentamos el concepto <persona> lo que hacemos ciertamente es acotar simultáneamente un tipo específico de realidad ontológica y metafísica que encuentra su realización final en la vida ética y moral. Con ello, podemos observar fácilmente que en el mundo contemporáneo parece existir una brecha cierta y verdadera entre la dimensión en la que existen las cosas y la dimensión en la que existen las personas. Efectivamente, aquello sucede inexorablemente si tomamos en consideración que al menos desde la filosofía política aristotélica, los logros conseguidos en la lógica, en la ontología, en la ética y en la metafísica nos hablan ya acerca de la existencia de una cierta multiplicidad de sentidos para entender aquello que significan el ser y el ente. Tal multiplicidad de sentidos abarca en sus líneas más elementales desde el estudio de las entidades inanimadas e irracionales hasta las entidades animadas y racionales que presumiblemente somos los seres humanos. De tal manera, la filosofía en el transcurso de su historia ha venido planteado continuamente la necesidad de diferenciar a las cosas de las personas tanto como existentes como también por sus propiedades y cualidades esenciales. Sin embargo, dicha aseveración presupone siempre la condición de que tal diferenciación se efectúe desde un punto de vista racional y no sólo emocional o emotivo. Por lo mismo, dicho debate ha sido origen de las más grandes polémicas en el plano de la filosofía, pero también en el del derecho, en el de la política, las relaciones internacionales, la economía, entre otras. Desafortunadamente para las ciencias que procuran el saber en las cosas humanas y sociales, el sentido clásico de la filosofía política ha cambiado continuamente y rapsódicamente de centro. Como consecuencia de los susodichos cambios se ha perdido de vista el debate fundamental acerca de la orientación del trabajo científico en beneficio de la <persona humana>. La transformación que se ha llevado a cabo con gran vigor, y prácticamente sin mirar atrás, tiene sus soportes en el Renacimiento por medio de diversas teorías ingentes provenientes todas del maquiavelismo. Uno de los resultados 6 de tal acto ha sido la desvirtuación del ideal más noble de la llamada madre de las ciencias. El objetivo antiguo del estudio de las cosas humanas era la búsqueda del buen gobierno, es decir, la búsqueda de una fórmula racional, ética, eficaz y humana para procurar el <bien común>. La búsqueda del <bien común>, por la misma razón, siempre se ha emparentado en la tradición con la búsqueda de la <felicidad individual y social>, y los filósofos clásicos han visto en tal interacción la fórmula original mediante la cual podemos entender de mejor manera la realidad humana. Empero, con la llegada y ascensión de la teoría política de Maquiavelo, aquel centro fue superpuesto por el objetivo de alcanzar y conservar el poder político desde cualquier frente y bajo cualquier circunstancia. Con ello, lo que realmente se llevó a cabo fue una subversión de conceptos, orientaciones, valores y de los razonamientos fundamentales para justificar la existencia del poder público, aún a costa de negar, menospreciar y/o rebajar la dignidad humana como realidad ontológica. Tal trabajo que prescinde de una consideración esmerada de la <persona humana> ha arrastrado consigo una serie de desgracias que son de difícil comprensión y asimilación para una sociedad que se precie de ser racional. Una fórmula bajo la cual puede ser entendido dicho cambio, sin muchos rodeos, es la siguiente: para el pensamiento clásico y renacentista basado en el clasicismo platónicoaristotélico que predica la existencia de una naturaleza humana común, no puede haber filosofía política verdadera sin la participación de la ética y/o moral; mientras tanto, para el pensamiento sofista y renacentista que predica el derecho inexorable del más fuerte sobre el más débil, la existencia de una naturaleza humana no es ‘conditio sine qua non’ para construir filosofía política al margen de la ética o moral. Mientras que el pensamiento ilustrado, basado en la lectura fidedigna y esforzada de los textos clásicos, ha tratado de conservar y sacar a la luz el sentido ético y moral subsistente a las ciencias humanas (o al menos su mejor parte), el pensamiento contra-ilustrado intentó enterrar dicho sentido supliendo la materia gris del trabajo intelectual por una interpretación cósico-material de los acontecimientos humanos. Después de mucho tiempo de seguir por aquella práctica intelectual que negaba de la participación de la ética en las ciencias humanas, aquellos hombres contra-ilustrados comenzaron a predicar que “no 7 existen fenómenos morales, sino más bien sólo interpretaciones morales de los fenómenos”, con Nietzsche como uno de sus más grandes heraldos. Con ello, lo que se propone realmente en la dimensión de la ontología, la metafísica y la ética es llevar a cabo una cierta democratización de las entidades. Es decir, para la teoría proveniente del maquiavelismo, las personas tienen que ser igualadas a las cosas, constituyéndose dicha premisa en la fórmula bajo la cual entendemos hoy a la ciencia política como una disciplina que versa acerca del poder amoralmente tratada. Afortunadamente para el linaje humano, después de las dos lacerantes conflagraciones mundiales y después de un intento fallido para la consolidación de la hoy muerta Sociedad de Naciones, los principios humanitarios más elementales han sido finalmente expuestos en la Carta de Naciones Unidas, firmada por gran cantidad de pueblos en 1947. Hablamos de exposición o declaración porque no nos gusta ver en aquella carta firmada en una fecha determinada la promulgación de derechos que son sostenidos no por lo positivo-histórico o consensual, sino más bien por el Derecho Natural. Lentamente, pero no por ello menos exitosamente, diversos pueblos y naciones, a través de sus respectivos gobiernos representativos, han ido ratificando aquella Carta, viniendo a ser actualmente una de las realidades políticas más innegables para cualquier Estado-Nación y sociedad que procuré estar a la altura de nuestros tiempos. De tal manera, la cuestión de los Derechos Humanos y de la realidad ontológica que le sostiene –la persona humana-, viene a convertirse en uno de los temas centrales para la civilización global del siglo XXI. El mundo actual se enfrenta con la afanosa necesidad de realizarse preguntas que se creían resueltas en el plano de la filosofía. Después de una serie de acontecimientos históricos que nos han mostrado una de las facetas más negativas de la especie humana a través del imperialismo, genocidio, experimentos médicos con seres humanos, guerras, hambre, terrorismo, crisis económicas, fundamentalismos y fanatismos, etc., el ejercicio de repensarnos no es en ningún sentido vano. De hecho, los nuevos avances tecnológicos que permiten la manipulación de la procreación humana hasta la intervención en el mapa 8 genético, nos exige una reflexión real y no sólo conceptual acerca de los límites sanamente viables y moralmente permisibles para trabajar como <humanidad> y no sectariamente ya sea a través de intereses de clase, raza, religión o cualquier otra adscripción particular. El problema filosófico acerca de los Derechos Humanos, que es sólo una de las facetas a través de las cuales puede analizarse el concepto de <persona>, presenta distintas dimensiones que en el plano concreto de la vida cotidiana son difíciles de observar y distinguir con precisión. Sin embargo, gracias a la propia tematización que es característica de la disertación filosófica resulta más sencillo aguzar los sentidos para descubrir tal división y su íntima relación vinculante. Por el mismo motivo, y dado que el problema de la fundamentación filosófica de la <persona> y los <Derechos Humanos> presenta una serie de matices ricos en propiedades y distinciones, el método a través del cual se les trate en el presente trabajo tiene que ser lo primero que salga a la luz. Si no son correctamente aprovechados tales matices, nuestras indagaciones pueden llevarnos a un estado de confusión absoluta acerca de las fuentes, el origen y las divisiones de las cuales nos da cuenta la historia del pensamiento filosófico tanto para justificar como para negar la existencia de tal realidad y del Derecho que le es propio. Así entonces, lo primero que haremos en las siguientes líneas es presentar una propuesta acerca de las dimensiones a través de la cuales pensamos debe ser visto el problema de la <persona> y los Derechos Humanos desde un punto de vista filosófico. Advirtiendo, sin embargo, que aquella distinción es tentativa y únicamente descriptiva, pues nos servirá en un primer momento exclusivamente para conducir nuestro escueto tratado por senderos claros o sino al menos algo estables. Desde el terreno de la ontología, la filosofía tiene que darnos cuenta ‘primero’ de la existencia o inexistencia de un ente específico al cual se le puedan imputar tales derechos por sus propiedades esenciales. En una ‘segunda instancia’, sí existe tal entidad, explicar lo sustancial y lo genérico de ella. En otros términos, la ontología nos hablará acerca de la realidad o irrealidad de tal ente, o lo que es lo mismo, definirá al ente a partir de su inmanencia. 9 Por otro lado, la epistemología se encargara de decirnos si tal ente, <la persona humana>, puede ser conocido a la perfección o no, así como las vías por medio de las cuáles nos puede ser accesible su desentrañamiento objetivo. Sin embargo, su papel no se restringe a dicha dimensión, sino que en una segunda instancia, nos hablará acerca de la posibilidad o imposibilidad de que los Derechos Humanos puedan ser conocidos y reconocidos racionalmente, ya sea de forma absoluta o relativa. La metafísica nos hablará, como sistema de categorías que es, acerca de la naturaleza del ente al que le imputamos los Derechos Humanos (su definición, sus propiedades y sus accidentes), así como su relación especifica con otro tipo de entes, para de tal forma, justificar la existencia ya no tanto del ente de los Derechos Humanos, sino de la propia dimensión de los derechos con respecto al ente al que presumiblemente le corresponden. En otros términos, la metafísica se encargara de construir, justificar y explicar el argumento fundacional o fundante por mor del cual podemos ser capaces de declarar, mas no de promulgar, dentro de la razón (o razones) de un sistema coherente la legitimidad, la veracidad de la <persona humana> y de los Derechos Humanos. Desde este punto de vista, podemos dar cuenta de si los Derechos Humanos pertenecen al reino de la necesidad o de la contingencia, así como si son subsistentes o inherentes al ente humano. La lógica, por otro lado, se erigirá en organón y en cierto sentido en árbitro de las disputas metafísicas, pues ella se encargara de determinar si existe validez o no en el encadenamiento de los juicios y en la construcción del aparato racional que se erige en torno al argumento fundacional o fundante. En otros giros, si la metafísica nos habla cardinalmente acerca de categorías y definiciones (así como de lo propio y lo accidental) como contenido, es decir, materialmente; la lógica exclusivamente tendrá competencia en lo que concierne a la construcción formal de los argumentos, dando cuenta de si el sistema justificativo se contradice a sí mismo o no. Igualmente, si la metafísica se encarga de construir “pensamiento verdadero”, entonces la lógica se encargara de revisar exclusivamente que tal pensamiento que se presume verdadero sea en principio correcto consigo mismo. 10 La etimología, que no deja de formar parte de la filosofía aunque sólo sea de forma auxiliar (pero no por ello menos importante), se encargara principalmente de explicarnos el umbral y el sentido originario de los conceptos que utilizamos para la construcción de cualquier descripción, explicación y defensa de la <persona> y los Derechos Humanos. De tal manera, la etimología nos ayudará a observar de qué manera el debate acerca de la <persona> se ha enriquecido no exclusivamente con la introducción de planteamientos nuevos sino también, y sustancialmente, con la introducción de conceptos que pertenecen a realidades y necesidades históricas concretas. La etimología, en dos palabras, en tanto que da cuenta de la construcción del lenguaje histórico, nos ayudara a poner pies en la tierra en lo que al uso del propio sistema conceptual se refiere. El papel de la etimología, en tal respecto, es tan importante en la filosofía que tiene la capacidad de erigirse en una disciplina que vincula y disuelve conflictos que se suscitan entre la metafísica y la lógica cuando los contenidos de los conceptos no parecen responder a la estructuración del sistema completo. La etimología, a mi parecer, posee la valiosa cualidad de mostrar el camino para identificar las homonimias, heteronimias y sinonimias que se erigen en muchas ocasiones como punto de conflicto entre la metafísica y la lógica. Asimismo, la etimología bien vista es capaz de mostrar a la metafísica y a la lógica el mal uso de conceptos cuando se trata de anfibologías. La filosofía de los valores, que puede ser dividida a la manera en la que Hessen propone, en ética, estética y filosofía de la religión, se encargara de proyectar o extrapolar formas diversas de entender lo justo, lo bello y lo bueno. Sin embargo, dichas propuestas no serán stricto sensu autónomas y autosuficientes, pues aquellas serán más o menos influidas y más o menos determinadas por lo que la ontología, la epistemología, la metafísica y la lógica tienen que decirnos en sus distintos campos de acción. De tal forma, podemos hablar de la existencia de un debate acerca del papel de la ética en los Derechos Humanos, considerando el comportamiento o el actuar a partir de un sistema normativo de patrones de justicia que se presume universal. Sin embargo, su justificación siempre estará inmersa en un entrañado sistémico que justifica la procedencia del actuar justo, por ejemplo, considerando el tipo 11 de entidades de las cuales estemos hablando. Ya que evidentemente no podemos afirmar que la ética sea una disciplina propia de los entes inanimados. Por ello, la ética en general considera o presupone lo que la ontología dice al afirmar o negar la existencia de sujetos u objetos de un actuar justo, realidades ontológicas que pueden ser las <personas humanas>, las cosas naturales e inanimadas, las cosas naturales y animadas, o bien, las cosas artificiales. Lo mismo sucede en términos generales con la estética y la filosofía de la religión, ramificaciones filosóficas que parten de la presuposición ya sea de un objeto o sujeto de lo bello y lo bueno, ya sea de sistemas mediante los cuáles determinar su procedencia y/o conocimiento. Por lo expuesto, podemos considerar a la filosofía de los valores, en términos generales, como el segundo escalafón, el escalafón normativo, que toma en consideración argumentos y consideraciones exclusivamente teóricos de las demás ramificaciones filosóficas para llevar a cabo sus propias deducciones. Sin embargo, su papel es crucial a pesar de no tener soberanía absoluta, pues precisamente por la extrapolación que le es característica, por medio de ella podremos desentrañar desde sus distintas dimensiones, si tales derechos existen como unidad o pluralidad, es decir, si todos se reúnen en uno sólo que disuelva las diferencias, o bien, si son muchos y heterogéneos y por lo tanto no se pueden reducir a un único principio. Con base en lo expuesto anteriormente, que no es nada novedoso pero clarifica un poco el camino, podemos comenzar entonces sí a establecer las distintas jurisdicciones por mor de las cuales las diferentes dimensiones de la filosofía pueden ayudarnos a esquematizar una correcta y verdadera comprensión de lo que tenemos que entender por <persona> y Derechos Humanos. En el fondo lo que está en juego son tres asuntos de suma importancia. Uno, discernir si tal realidad ontológica existe o no y de qué forma. Dos, discernir si existe o no la posibilidad de conocerla objetivamente. Tres, discernir si tal entidad puede tener alguna naturaleza específica, o bien, determinar si en lugar de tal naturaleza lo que le da vida son una o varias convenciones. 12 Como bien podemos darnos cuenta, aquellas interrogantes están tan estrechamente vinculadas entre sí que resulta algo más que una osadía el hecho de pretender responder aisladamente y unilateralmente a todas desde una sola dimensión. En el terreno del pensamiento filosófico encontramos aquellas interrogantes y sus respectivas respuestas mezcladas en una maraña de propuestas que presentan las más distintas formas. Sin embargo, eso sí, raramente encontramos esquematizadas las respuestas a la luz de la explicitación de las dimensiones mencionadas. Eso, a grandes rasgos, es lo que nos proponemos llevar a cabo con el presente trabajo. En el primer apartado mostraremos el nacimiento del problema entre physis y nomos, para señalar de qué manera en la antigüedad se encontraba ya presente el debate en torno a la relación entre <persona y justicia>. En tal sentido, utilizaremos dos fuentes primordialmente. La primera de ellas serán los diálogos platónicos, lugar en el que se encuentra recogido el primer debate filosófico entre los que creen en la teoría sustancialista de la justicia y entre los que optan por una respuesta nominalista. La segunda fuente que será empleada es el pensamiento aristotélico, lugar en el que se dará cuenta de las consideraciones que lleva a cabo tal filósofo para plantear la posibilidad de pensar a la justicia desde lo sustancial y desde lo nominal. El primer apartado constituirá para nosotros el eje básico que nos abrirá las puertas para analizar los posteriores razonamientos y consideraciones en torno a la persona humana, pues precisamente ahí nos percataremos que optar por la salida sustancialista implica a la par optar por la participación de la filosofía moral y ética en el tratamiento de las cosas humanas. Simultaneamente, nos daremos cuenta que elegir la respuesta nominal precomprende también despreciar de la participación objetiva de cualquier filosofía de los valores. En el segundo apartado, mostraremos a grandes rasgos el planteamiento de dos pensadores fundamentales en la España del medioevo tardío. Nos daremos cuenta de cómo el problema del descubrimiento de América detonó de alguna manera el debate acerca de la condición y la naturaleza humana, no tanto por el descubrimiento de tierras nuevas sino por el descubrimiento de gentes nuevas y diferentes. De tal forma, mostraremos los 13 puntos centrales mediante los cuales Francisco de Vitoria y Ginés de Sepúlveda consideraban a las gentes descubiertas, tomando para ello en consideración el concepto clave del presente trabajo, <la persona humana>. Observaremos de qué manera Francisco de Vitoria puede ser considerado como sustancialista, mientras que su adversario filosófico puede ser considerado como nominalista. A la par de lo anterior, hablaremos acerca de una ruptura que nos parece fundamental por el contexto en el cuál se desenvuelve el antagonismo. Descubriremos en Francisco de Vitoria a un defensor no sólo de la naturaleza humana sino también a un férreo defensor de cierta parte de los ideales humanistas modernos. Igualmente, miraremos en Gines de Sepúlveda a un nominalista que contrariamente a Vitoria, defenderá la naturaleza humana bajo el velo y el argumento de las instituciones eclesiásticas medievales. Observaremos cómo el debate en torno a la <persona y la personalidad> fue influido por la cuestión de las potestades y jurisdicciones seculares. En el tercer apartado, estudiaremos a dos pensadores igualmente centrales en la construcción de los principios de Occidente. Uno de ellos es Hegel, el otro es Hobbes. Resta decir que veremos en el primero a un continuador y perfeccionador de la posición sustancialista. Mientras que en el segundo observaremos a un defensor aguerrido del nominalismo. Una cosa que veremos simultáneamente a lo anterior será la explanación de una de nuestras tesis principales: para el primer filósofo las cosas humanas tienen que ser tratadas también desde la filosofía moral y ética, mientras que el segundo negara de dichas dimensiones y las considerara siempre al margen de todo análisis objetivo. Observaremos con el detalle y la dedicación que nos permita la lógica misma del trabajo, cómo la diferencia entre Derecho Natural y Derecho Positivo tiene demasiado que ver con la aceptación o negación del <contrato social>. En un cuarto apartado revisaremos dos teorías actuales acerca de la <persona> y llevaremos con ello la cuestión del <contrato social> a su máximo punto de tensión. Por un lado tendremos al filósofo francés Jacques Maritain, pensador que sostiene una teoría sustancialista de corte tomista y vitoriano 14 acerca de la <persona>. Por otra parte, tendremos a John Rawls, filósofo estadounidense que propugna por una consideración de la <persona> alejada de la metafísica y la ontología y cercana a la política y al contrato social. Miraremos a detalle sus propuestas y consideraremos en qué medida se acercan y se alejan de las anteriormente trabajadas. En un quinto capítulo haremos una recopilación de los resultados obtenidos a lo largo del trabajo. Asimismo, presentaremos una serie de dicotomías que nos parecen de vital importancia para comprender a detalle las consideraciones que al concepto de <persona> se refiere. La primera de ellas será physis y nomos. La segunda mundo moral y mundo material. La tercera, necesidad y libertad. Así como ley natural y ley humana. Por último, sólo hacer una precisión. Comenzar una tesis con un relato mítico o con una fantasía personal es verdaderamente poco usual en nuestros tiempos. Lo es porque la labor científica y humanística exige entera rigurosidad tanto en los métodos como en los planteamientos. Sin embargo, nosotros hemos decidido hacer una excepción, so riesgo de perder la susodicha rigurosidad, para abordar nuestra disertación de la forma más personal posible. Al dejar de estar unidas la filosofía y la mitología, como lo estaban en el mundo clásico, hemos perdido la capacidad de imaginar a través de metáforas los problemas que nos aquejan inmediata y cotidianamente. Quizá cuando la filosofía ha dejado de contar grandes relatos y cuando ha dejado de explicar los grandes mitos que forman parte de nuestro imaginario colectivo ha perdido algo de su fuerza y su esplendor. Con esto no quiero decir que toda filosofía atractiva tiene que referirse siempre a mitos para conservar su vitalidad, sino más bien lo que trato de decir es que las cualidades plásticas y poéticas de la mente humana ayudan a hacer más asequible al lector común los problemas filosóficos. En algunas ocasiones resultará más sencillo para la mente humana comprender y preocuparse por situaciones, problemas y paradojas referidas a una historia hipotética que lo que se puede conseguir sólo a través de planteamientos abstractos y formales. Sin intentar agotar más la cuestión exclusivamente quiero señalar algo acerca del título del presente trabajo, su sentido y el significado por medio del cuál el escritor entiende el planteamiento 15 del problema. El soliloquio es una reflexión en voz alta y a solas. Babel fue el lugar en el que, según el Génesis, se dividieron las lenguas y las comprensiones. Por lo mismo, este soliloquio representa el momento paradójico en el que el ser humano, reflexionando solitariamente acerca de aquello que le hace ser semejante a los demás, no encuentra una respuesta clara y abierta. Obviamente ese ser humano hipotético que puede ser cualquiera de nosotros no encuentra parecido con sus semejantes porque considera que lo nominal, el nombre de las cosas, puede más que las propias ideas universales. Posiblemente suceda que si en algún momento el mito bíblico de Babel se revirtiera, y todos hablarán una sola lengua, ya no encontrarían grandes diferencias y desemejanzas como para no considerar a todas las personas humanas como iguales en lo esencial. Tal vez ese momento llegue algún día o no, por eso mismo es hipotético aunque optimista. Mientras tanto, quizá algunos seres dedicados a la ciencia, a las artes, y en general a las labores del pensamiento se dediquen a hacer una tarea “babelónica” tratando de subrayar esas igualdades intrínsecas que comparten y compartirán siempre todas las personas humanas. 16 I. RELACIÓN PERSONA-JUSTICIA: LA DICOTOMIA PHYSISNOMOS EN EL MUNDO GRIEGO. Si es correcto afirmar con Aristóteles que existen cuatro tipos fundamentales de predicables que son <definición> (Tó ti ên eînai), <propiedad (es)> (Tó exhein légetai), <género> (Tó ti estin) y <accidentes> (Eumbebekós); y que aquellos son diferentes esencialmente entre sí 1 ; es igualmente correcto decir que para la filosofía política el tema de la <justicia> es una propiedad y no una definición, un género o un accidente. Efectivamente, aquello es cierto en tanto que la definición es “un enunciado que significa que es el ser”; el género “es lo que se predica dentro del qué es, acerca de varias cosas que difieren en especie” o difieren en la pertenencia; y el accidente únicamente es “lo que puede darse o no darse en el ser” sin modificarlo sustancialmente. 2 Mientras tanto, la propiedad viene a ser lo que “no indica que es el ser, pero que sólo se da en tal objeto y puede intercambiarse con él en la predicación”. De tal manera, la propiedad se presenta, si es preciso decirlo en esos términos, como lo contrario al accidente. Por ejemplo, propiedad del ser humano es anatómicamente la función bípeda, intelectualmente la cualidad de leer y reflexionar, moralmente el inquirir acerca de lo que le es nocivo o provechoso, etc. Cualidades que si bien es cierto sólo se dan en el ser humano, aquellas no pueden ser consideradas al margen de la entidad a la que le corresponden. Tales cualidades participan de alguna manera de su esencia, misma que es, a consideración del de Estagira, ser un animal político, con palabra y razón. Es decir, el hombre es ζώον πολιτικόν y ζώον λόγον έχον, según la doble definición que ha conservado y destacado la tradición. Así pues, la filosofía política, en tanto que es la disciplina humana que busca esencialmente la forma de gobierno ideal, versa fundamentalmente acerca de lo que es justo e injusto en las sociedades políticas, siendo tal indagación su propiedad irrefutable. Por lo mismo, a la manera de ver de Norberto Bobbio, la filosofía política es en sus propiedades normativa, pues versa acerca de la justicia, o sea, de lo que debe ser procurado y evitado en el 1 2 Aristóteles, en “Tópicos”, Tratados de Lógica, Gredos, Madrid, 2000, 102 a-103 a, pp. 95-99. Ibidem. 17 Estado. Es decir, negando la posibilidad de existencia de la <justicia> en las sociedades políticas se niega conjuntamente la posibilidad de existencia de la filosofía política, de la misma manera que negando la dogmática jurídica se niega el Derecho. Aquella analogía es comparable a la siguiente: negando la posibilidad de existencia de la <verdad> se niega la posibilidad de la filosofía entera sobre bases estables. Por lo mismo, la búsqueda de la justicia en términos absolutos ha sido el motivo de inspiración de los filósofos políticos. Llevada a cabo tal distinción, no tenemos que decir más por el momento para afirmar que la justicia es para la filosofía política una propiedad incontrovertible, pues negando la existencia de está última se niega simultáneamente y de forma indirecta la posibilidad de la existencia de la primera. La posibilidad de intercambiar los conceptos <filosofía política> por <justicia> y viceversa surge del mismo tipo de relación que se presenta entre <dialogo> y <consenso>, siendo los frutos de éste último los esfuerzos del primero. De la misma manera, los esfuerzos por reflexionar las posibilidades de existencia de la ciudad ideal, siempre pre-comprenden o al menos asumen una visión más o menos clara de lo que es la justicia en términos absolutos. 1.1 El dilema de la justicia en la psiqué y en la pólis para Platón. El primer pensador que observó clarividentemente de qué manera <justicia> y <filosofía política> tienen una relación incontrovertible e indestructible fue sin lugar a dudas Platón. En el libro I de su Politeia, traducida al castellano como Diálogo acerca de la Justicia trata el problema a fondo. Por el mismo motivo, en el epígrafe 331 c se plantea como temática de aquel extenso diálogo la búsqueda de dicha propiedad de la ciudad perfecta, dando por sentado que aquella es tema de debate exclusivo de la filosofía política. En las siguientes líneas observaremos la forma en la que el diálogo fue desenvuelto por el de anchas espaldas tomando para ello en consideración dos enfoques distintos: la participación de la justicia en el alma del hombre y la participación de la justicia en las sociedades humanas. Asimismo, miraremos ligeramente en uno de los 18 debates que nos ocuparán en los siguientes apartados la cuestión de la esclavitud en su vertiente moral y social a la luz de la distinción anterior. La primera definición paradigmática que es ofrecida del término justicia o diké en el diálogo mencionado es la de Simónides, en 331 e, según la cual: “…es justo dar a cada uno lo que se debe”. 3 En este primer concepto un rasgo que es merecedor de nuestra consideración es el hecho de que la justicia se relaciona directamente con la pertenencia. Es decir, la justicia trata acerca de la propiedad, en tanto que dar a alguien lo que no le corresponde o bien privarlo de algo que le corresponde es propio de su contradictoria, la injusticia. De qué manera se lleva a cabo tal vínculo es algo que debemos mirar con detenimiento y no tomarlo a la ligera. El concepto tradicional de la justicia ofrece cuatro elementos indispensables que son necesarios para su realización. El primero, una acción, el hecho de otorgar o privar. Segundo, un agente, alguien que otorga o priva. Tercero, un paciente, alguien a quien le es otorgado o privado de algo. Cuarto, el elemento en cuestión “la propiedad”, el bien, la cosa, aquello que es dado o privado. En aquel lugar en el que no se presenten estos elementos simultáneamente no se puede hablar de un problema que sea competencia de justicia o injusticia en su sentido más estricto. Otra definición más es la ofrecida por Polemarco, según la cual “los amigos deben hacer bien a los amigos pero nunca el mal… (y por el contrario) débese al enemigo lo que es apropiado: algún mal”. 4 En tal sentido, podemos ver fácilmente que esta definición es en algún sentido compatible en su aspecto formal con la ofrecida anteriormente. El agente es un individuo cualquiera, el paciente puede ser o un amigo o un enemigo, la acción es el hecho de dar, y la propiedad o la cosa es un bien o un 3 Platón, La República, traducción de José Manuel Pabón y Manuel Fernández, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2006, Madrid, 331 e p. 9. 4 Ibid, 332 a-b, p. 10. (Los paréntesis son míos). 19 mal, dependiendo de quien sea el paciente. A su vez, el dilema fundamental que presenta tal definición es el siguiente: ¿es justo hacer en toda circunstancia el bien al amigo y el mal al enemigo o, por el contrario, es justo dar a cada quien independientemente única de y exclusivamente filiaciones políticas, lo que le económicas, corresponde sociales o sentimentales? En caso de afirmar con Polemarco su concepto de <justicia>, testificaríamos a la par la necesidad de que la justicia pertenezca al reino de las conveniencias e inconveniencias, dando por sentado a la vez que aquel que no sea de nuestro agrado o afecto merece siempre un mal. Como podemos darnos cuenta, este concepto de justicia parece ser un concepto voluntarista y subjetivo que pertenece al juicio de cada quien. Evidentemente, ésta es una postura relativista que no nos permite afirmar sobre bases estables y universales un orden objetivo de asignación. Por decirlo de alguna manera corriente, este concepto de justicia carece de un centro neutral que derive la procedencia del acto justo de principios racionales. Contrariamente, las emociones, pulsiones, sensaciones y las impresiones no racionales pueden ser consideradas como la fuente de los actos de justicia. De hecho, para esta definición la cuestión de las fidelidades personales es más importante que la cuestión del deber objetivo. Una definición adicional es la ofrecida en 332 c-d, según la cual la <justicia> es análoga a una medicina y es sistemáticamente comparada en el arte culinario con ofrecer un manjar al que es amigo. Igualmente, en 333 a se dice que la <justicia> es útil fundamentalmente en la paz. Asimismo, en 333 b se habla de que aquella es útil más que en ningún otro lugar cuando hay asociación en el dinero. Tales posturas representan en sus distintos niveles un concepto de justicia correctiva y de justicia nominal. Por su parte, y dando un giro de trescientos sesenta grados, en 335 d la <justicia> es comparada con la bondad. Con ello se da apertura a una visión que procura ser universal en todas sus líneas. De tal manera, en la voz de 20 Sócrates se afirma que “…No es obra propia del justo el hacer daño ni a su amigo ni a algún otro, sino de su contrario el injusto”. 5 De esta forma, se afirma igualmente en 336 a que la injusticia es obra por excelencia de los tiranos, a lo cual vienen los nombres de Periandro, Perdicas, Jerjes e Ismenias el Tebano para ilustrar aquella sentencia. Con aquello, lo que Platón quiere decir a través de Sócrates es que la forma de actuar de los gobernantes que trabajan en su propio beneficio es sustancialmente diferente de los que trabajan en la procuración del bien común. Asimismo, la justicia deja de ser considerada marginalmente como un bien que es necesario sólo en la paz y en la asociación del dinero, viniendo a constituirse en un bien en sí mismo que resulta sumamente provechoso para la vida social en todas sus dimensiones. Por otra parte, su concepto antagónico, la injusticia, es considerado bajo los mismos criterios, pues se piensa que aquella es malvada en sí misma y odiosa para el trato en sociedad. La justicia empieza a aparecer aquí con ciertas aspiraciones universalistas que buscan la existencia de un centro neutral y objetivo de asignación. Algo que es importante señalar, pues parece que es el eje sobre el cuál gira el primer libro, es que en 338 b aparece por vez primera la opinión de uno de los sofistas con respecto a este tema, Trasimaco. Para él, la justicia es sin más <la ley del más fuerte sobre el más débil>, viniendo a constituirse este concepto en un término que resulta paradigmático para los militantes de cierta preferencia jurídica. Esta opinión de Trasimaco es la que da apertura al que puede ser considerado el debate más significativo en la historia de la filosofía política, pues precisamente en tal lugar se contraponen las ideas de que la <justicia> pertenece o a la Physis (naturaleza) o al Nomos (convención). La introducción de dicho debate constituye un punto central en la construcción del pensamiento político de occidente, debido, entre otras cosas, a que de las tomas de postura se va a desprender una distinción fundamental de visiones jurídicas 5 Ibid, 335 d, p. 18. 21 antagónicas e irreconciliables. Por un lado, los sustancialistas, que propugnan por la imposible separación de la ciencia política con respecto a la filosofía política y moral; y los nominalistas, mismos que van a restar trascendencia a lo moral y ético para hacer ciencia y actividad política. La posición de los que creen que ‘la justicia es la ley del más fuerte sobre el más débil’ consiste en negar de la existencia de un centro neutral y natural por medio del cual se pueda determinar y juzgar lo que debe ser procurado en las relaciones humanas. Sin embargo, a la par, dicha posición traerá también consigo una toma de postura en lo competente a las fuentes del derecho. Así pues, si todo lo que se llama justo es la voluntad del más fuerte sobre el más débil, y si la diferencia entre fuerte y débil es la fuerza, será correcto entonces decir que la fuerza es la única fuente legítima de derecho. La mayor parte de los nominalistas pensaran precisamente en esta lógica. De tal manera, Trasimaco expone: “…sostengo que lo justo no es otra cosa que lo conviene al más fuerte”. 6 En la misma lógica, en 338 e, expone la relatividad que a su parecer es esencia de la <justicia>, afirmando que dependiendo del régimen de gobierno se establecen patrones de justicias diferentes. La fuerza dominante será en todo caso la que determine que se debe de entender por justicia. En tal cauce, expondrá “cada gobierno establece las leyes según su conveniencia (τό αύτή συμφέρον): la democracia, leyes democráticas; la tiranía, tiránicas; y del mismo modo las demás”. 7 De tal modo, la justicia es entendida por el sofista como la expresión de la conveniencia (συμφέρον), de lo que es más útil a aquel o aquellos que detentan el poder público. Justicia, fuerza y monopolio de la violencia serán tres conceptos que estarán relacionados sistemáticamente en la visión nominalista. A partir de 343 b Trasimaco exterioriza su posición en torno al tema discutido –la justicia- agregando otros argumentos, mismos que son presentados contundentemente de la siguiente forma: 6 7 Ibid, 338 c, p. 23. Ibid, 338 e, p. 24. 22 “…piensas (Sócrates) que los pastores y los vaqueros atienden al bien de las ovejas y de las vacas y las ceban y cuidan mirando a otra cosa que al bien de sus dueños o de sí mismos, e igualmente crees que los gobernantes en las ciudades, los que gobiernan de verdad, tienen otro modo de pensar en relación con sus gobernados que el que tiene cualquiera en regir sus ovejas, y que examinan de día y de noche otra cosa que aquello de donde puedan sacar provecho. Y tanto has adelantado acerca de lo justo y la justicia y lo injusto y la injusticia que ignoras que la justicia es en realidad <bien ajeno>, conveniencia para el poderoso y gobernante y daño propio del obediente y sometido…Hay que observar, candidísimo Sócrates, que al hombre justo le va peor en todas partes que al injusto”. 8 Para apoyar su posición con argumentos que parecen a primera vista irrefutables, Trasimaco indica que los hombres que son llamados sustancialmente justos sufren cuatro tipos de inconvenientes, mismos que son a su parecer: pobreza, contribuciones desiguales, ayudas desiguales y nepotismos. Lo anterior se expone a partir de 343 d. De tal forma, entiende de manera implícita que la <justicia> surge de la asociación humana y que únicamente dentro de dicha asociación tiene cabida su existencia. Y entiende igualmente que la única justicia verdadera es aquella que beneficia a los poderosos. Una cosa que es importante señalar, pues constituye el punto nodal de la exposición de Trasimaco, es la idea que predica que la justicia es en todo caso y en cualquier circunstancia un bien enajenable, mismo que pertenece indudablemente a aquel o a aquellos que son poderosos. Con dicha tesis, el sofista defiende una idea relativista de la <justicia>. Sin embargo, algo que igualmente es importante señalar, es que con tal relativización lo que realmente se hace es negar la existencia tanto de un Derecho Divino universal e inmutable, como la existencia de un Derecho Natural con las mismas cualidades. Para el sofista, el mejor prototipo de hombre político que podemos 8 Ibid, 343 b-d, p. 33. 23 encontrar es el tirano, ya que nadie mejor que éste es capaz de volcar todo el esfuerzo político en un beneficio egoísta. El tirano es, por lo mismo, el que logra llevar a cabo su beneficio de forma perfecta. La justicia y la ley, en otros términos, vienen a constituir conceptos que dependen exclusivamente de las convenciones social y políticamente establecidas entre gobernantes y gobernados, siendo aquellas garantes nocturnos de los intereses de los primeros sobre los segundos. Cabe resaltar en tal cauce que para Trasimaco, todas las formas de gobierno tienden a la tiranía y al despotismo, pues precisamente en la erección de leyes y patrones de justicia que contravienen los intereses de los gobernados vienen a concentrarse potencial y activamente los deseos de dominio de los gobernantes. Sólo nos resta decir en términos axiológicos que aquella postura constituye una visión negativa no ya de la naturaleza humana, sino de las inclinaciones o deseos comunes del género humano. De tal manera, lo que se expone en la primera parte del libro I del dialogo de la Politeia de Platón es la cuestión de la justicia según posiciones antinómicas e irreconciliables. La visión nominalista es ofrecida por Trasimaco, mientras que la posición sustancialista es defendida por el propio Sócrates. Para el primero, el más fuerte (χρειττωον) es siempre el que se impone al más débil (ήττονος), y la disposición del primero sobre el segundo es lo que llamamos común y vulgarmente con el concepto de <justicia>. Por lo mismo y según la posición del sofista, tendríamos que decir, en términos modernos, que el Derecho Positivo viene a constituir el único Derecho posible, real, verdadero y auténtico. Eliminándose con tal relativismo la posibilidad de existencia del Derecho Natural, mismo que tiene como cualidades subsistentes el hecho de ser fijo, verdadero en todo momento y espacio, inmutable y por ende, en cierto sentido, trascendental, ya que no depende de la voluntad de ningún ser humano. Por su parte, Platón realiza la apología de la <justicia> según términos sustancialistas en voz de Sócrates a partir de 352 a, lugar en donde se expone que: 24 “…la injusticia se nos muestra como un poder de especial índole que aquello en que se introduce, sea en una ciudad o un linaje o un ejército u otro ser cualquiera, lo deja impotente para conseguir nada en concordia consigo mismo a causa de la reyerta y disensión y, además, lo hace tan enemigo de sí mismo como de su contrario el justo”. 9 Con aquella afirmación socrático-platónica se da apertura a una visión sustancialista de la justicia, según la cual aquella constituye la propiedad indispensable para la conservación de las entidades animadas. Para Platón, sin la participación de la <justicia> en el gobierno o administración del alma lo único que puede esperarse es la desaparición, degeneración o autodestrucción de la entidad original. Por la misma razón, no es una insensatez pensar que para el de anchas espaldas el origen de la corrupción se encuentre en la injusticia, es decir, en darle a cada quien lo que no le corresponde, o bien en privar a alguien de lo que le corresponde, según la propia definición brindada por Simónides. Mientras que para Trasimaco la <justicia> es considerada “una generosa inocencia” (γενναίαν εύήθειαν) y su contradictoria, la injusticia, simplemente como “el actuar con discreción” (εύβουλίαν) 10 , para Sócrates no puede ser considerada de tal forma a riesgo de afirmar que la última es una especie de virtud. Evidentemente, para Sócrates la definición ofrecida por el sofista adolece de la lógica más elemental y constituye algo contradictorio en sí mismo. Desde su punto de vista, la injusticia, por ser contradictoria con la <justicia>, solamente puede ser considerada como una disposición viciosa, pero nunca como una virtud. De hecho, para tal filósofo tanto la cuestión de la <justicia> como la de su forma de operar en la persona y en la sociedad es un tema que tiene que ver inexorablemente con la consideración acerca de los vicios y las virtudes del alma, razón por la cuál su explicación es algo que tiene que ver fundamentalmente con la filosofía moral. Moralidad, eticidad y mundo jurídico son esferas que se entrelazan en Platón de forma indisoluble, pues a 9 Ibid, 351 e-352 a, p. 50. Ibid, 348 c-d, p 42. 10 25 su parecer la finalidad del mundo jurídico consiste en hacer a las sociedades virtuosas. Según lo visto hasta el momento, es importante señalar que amén de la ruptura entre sustancialistas y nominalistas en lo que compete a la posición del concepto <justicia>, es de suma trascendencia entender otra ruptura de igual peso específico. Mientras que los primeros defienden una posición positiva en lo competente a la participación de la filosofía moral y ética en la búsqueda de un concepto adecuado de <justicia>; los segundos desprecian de tal participación, ya que en donde la conveniencia y la fuerza es el origen del derecho no hay cabida para interpretaciones morales o éticas de la misma. A lo largo del trabajo observaremos a través de oposiciones que hemos preparado concienzudamente para la exposición de nuestra tesis central que dicha diferencia fue y ha sido conservada por las distintas tradiciones. Los nominalistas estarán tan lejos de utilizar elementos de la filosofía moral y ética en el mismo sentido que los sustancialistas se encontraran cercanos a tales instrumentos. Habrá algunas ocasiones muy específicas en las que se observará de hecho cómo los nominalistas intentan zanjar esa carencia, pero sus esfuerzos terminan siendo vanos, pues precisamente sus argumentaciones son de carácter relativista. Aunado a ello, tenemos que indicar que el concepto de <justicia> que se encuentra en tela de juicio es un término que está relacionado directa y estrechamente con las cuestiones de los <bienes> (άγαθών, en griego; en latín bona y bonarum o res y rerum cuando se refiere a cosas) y la <propiedad o posesión> (τό έχειν λέγεται, en griego; en latín dominio o possessio), tanto en su sentido político y ético como metafísico. Efectivamente, ello sucede de tal forma si tenemos en consideración que la <justicia> tiene como objetivo primordial, en su sentido clásico positivo, <asignar a cada quien lo que le corresponde o lo que es suyo>. Tal adecuación de correspondencia únicamente puede ser entendida a partir de los conceptos jurídicos de lo “tuyo y lo mío”, mismos que serán considerados como naturales e inamovibles por los sustancialistas. Opuestamente, para los nominalistas serán considerados como convencionales y relativos, constituyendo tal posición el centro de sus 26 argumentos más consistentes para negar de la filosofía moral. Asimismo, la condensación de tales fórmulas tendrá implicaciones metafísicas, especulativas y éticas de suma trascendencia como lo observaremos también con detenimiento a lo largo del presente capítulo. 1.1.1 La persona como garante de la justicia en la vida moral para Platón. Antes de entrar por entero en el desarrollo del presente apartado, resulta necesario realizar una serie de precisiones conceptuales para no errar en el camino. La palabra persona es originariamente de acuñación latina y su traducción literal al español es “máscara”. En sentido estricto, en Grecia Clásica no existió debate alguno acerca de tal concepto en su acepción más precisa, pues no existía palabra alguna para definir dicha realidad en su sentido actual. Por lo mismo, aunque el filósofo Abbagnano en su Diccionario de Filosofía indica atinadamente que la derivación de tal concepto resulta en los términos “person” en inglés, “personne” en francés, “Person” en alemán, y “persona” en italiano, se equivoca parcialmente al compararlo con los vocablos griegos “πρόσωπον” e “ύπόστασις”. En lo que si acierta completamente es en precisar que el pensamiento <personalista> es de reciente creación. Igualmente, indica que dicho pensamiento dista mucho de significar lo que su etimología originaria nos devela. En tal cauce, es menester diferenciar tres doctrinas del pensamiento personalista grosso modo para no perdernos. Una es la doctrina teológica que afirma la “personalidad de Dios como causa creadora del mundo”, tesis defendida por vez primera por Shleiermacher en Reden (Discursos) en 1799. La interpretación de tal filósofo se encuentra mediada evidentemente por la discusión medieval en torno a la trinidad divina, misma de la cuál resulta la excelsa teoría tomista de las tres personas divinas católicas. Basada su derivación en las muy conocidas ύπόστασις, presentadas por vez primera por San Agustín. Otra vertiente del personalismo se encuentra expresada en lo que podríamos denominar como doctrina metafísica, “según la cual el mundo está 27 constituido por una totalidad de espíritus finitos que en su conjunto constituyen un orden ideal en el cual cada uno de ellos conserva su autonomía”, tesis defendida por vez primera por Howison en The Conception of God, en 1897. Esta segunda derivación tiene como origen también las ύπόστασις en tanto que defiende la multiplicidad de las personalidades divinas. Por último, podemos encontrar la doctrina ético-política “que insiste acerca del valor absoluto de la persona y de sus relaciones de solidaridad con las otras personas”, expuesta por Eugen Dühring en su Geschichte der NationalÖkonomie (Historia de la economía nacional) en 1899, y Emmanuel Mounier en Le personnalisme de 1950. 11 Esta última tesis se acerca de manera más fidedigna al pensamiento que mostraremos en el presente apartado, pues el concepto de persona es comparado inmediatamente con el de ανθρωπος griego. Dicho salto, aunque no es inocente en ningún sentido, estamos seguros, es el que mejor recoge los elementos que buscamos para escudriñar en la relación persona-justicia. El ανθρωπος recoge tales elementos en su concepto en tanto que aquella era la única entidad que era sujeto de derechos en el mundo clásico. Así entonces, el presente apartado pretende analizar la concepción griega de “la persona como hombre” apoyándonos fundamentalmente en la doctrina ético-política de Platón y Aristóteles, mismas que no se encuentran al margen de sus posiciones metafísicas. Por lo mismo, una de las tesis centrales de este apartado es mostrar de qué manera el pensamiento griego en Platón y Aristóteles constituye un sistema cerrado que es imposible concebir de otra manera. Con nuestro análisis veremos que si bien es cierto que el mundo clásico puede ser considerado como la época de nacimiento o desarrollo de los fundamentos de las doctrinas personalistas, también puede ser considerado como germen de sus más grandes vicios. Problemas tales como los relacionados con los “bienes” y la 11 Abbagnano, Nicola, Diccionario de Filosofía, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, pp. 909-912. 28 “propiedad”, el dominio de las pasiones del alma, la virtud, la esclavitud, y otros más de índole metafísica se interrelacionan estrechamente. En otros términos, el mundo clásico se nos presenta como el momento histórico en el que se cimentaron los principios humanistas que sostienen a la filosofía <personalista> en muchos de sus rubros, pero también se nos presenta como el momento en el que se erigieron los obstáculos más afrentosos para la consolidación de una visión entera y orgánicamente universal. La justificación de la esclavitud desde algún punto de vista es sólo uno de los más grandes anatemas que se erigen sobre la tumba de la filosofía clásica. Después de lo dicho, la primera cuestión que surge en el camino es clarificar que para nosotros el <personalismo clásico> se identifica totalmente con el humanismo. Dicho humanismo, sin embargo, no hay que entenderlo en su visión estoica, según la cual hay una naturaleza humana común que dicta la ley de todo el orbe. Por el contrario, lo que hemos de entender por este humanismo, es un humanismo de índole completamente diferente. Humanismo en donde apenas se comienzan a observar a lo lejos pequeños destellos de universalidad por mor de los cuales se erigen filosofías morales y éticas sustentadas en principios metafísicos. La diferenciación entre el mundo humano, natural y divino, aún con sus distintos niveles de interrelación, resulta un proceso difícil de entender sino miramos al mundo clásico de los pensadores griegos. Aclarado el asunto anterior, hablaremos acerca de la forma en la que el mundo griego entendía aquellos valores de “libertad y respeto” que son indispensables para concebir a detalle lo que la filosofía personalista y sustancialista pregona a través de sus distintos exponentes. Analizaremos el pensamiento de Platón y Aristóteles fundamentalmente para tratar el tema, insertando la reflexión de una serie de sentencias clave de la épica Homérica. Basta aclarar que la temática se orientara en dos cauces: el primero de ellos, el realizado por Platón en la Politeía, mismo que tiene que ver con la idea de <justicia>; la segunda de ellas, la aristotélica que tiene que ver con la relación “hombre libre-esclavo”, “varón-mujer” y “padre-hijo” referidas como tales en el libro I de La Política. 29 Para Platón la persona o el ανθρωπος es posesión de sí, es decir, la persona se define en un primer momento a partir de su propia autorrelación moral. Una de las máximas más conocidas e interpretadas de tal filosofía es precisamente la que se recoge del templo de Delfos: “Conócete a ti mismo”. En el pensamiento de Platón el elemento más importante para entender la cuestión de la <persona> se encuentra en el término <justicia>, ya que precisamente de ese concepto se va a desprender el análisis más minucioso que realiza nuestro filósofo acerca del hombre o ανθροπος. Para el de anchas espaldas, la justicia consiste fundamentalmente en un ejercicio, en una práctica. Tal práctica o ejercicio se refiere a “asignar a cada quien lo que le corresponde”. Ese <asignar a cada quien lo que le corresponde> consiste en un ejercicio del cual se hace uso (χρεία) tanto en la ciudad como en el hombre. Tal ejercicio, a su vez, reside en la correcta relación entre los elementos que componen a cada uno de ellos, a saber, a la ciudad y al hombre. 12 Veámoslo con un poco de detenimiento. En el libro II de la Politeía, Sócrates propone a sus interlocutores investigar qué es la justicia a partir de un método específico: propone mirar metafóricamente en “letras grandes” lo que no se puede leer en “letras chicas”. Las letras grandes vienen a significar el macrocosmos que es la ciudad o pólis, mientras que las letras chicas vienen a significar el microcosmos que es la persona; 13 dos esferas que se vinculan y se encuentran emparentadas analógicamente en lo que al tema de la justicia se refiere. El alma de la persona (la ψυχή), para Platón, se compone de tres elementos. Dichos elementos pueden ser encontrados a su vez en la ciudad y son equivalentes a los del alma del hombre. De tal forma, la justicia puede ser encontrada y realizada en esas dos dimensiones: una que es moral, ya que vincula a la persona consigo mismo, con sus facultades, pasiones y actos de conciencia; otra es la social, ya que vincula a la persona con otras personas. 12 13 Platón, República, 372 a, p. 81. Ibid, 368 d-369 a, pp. 74-75. 30 En el libro III del texto mencionado, Platón indica que los elementos que componen a la ciudad son fundamentalmente tres: los gobernados (άρχομένοις), los guardianes o guerreros (στρατιώτης) y los gobernantes (άρχουσιν). Asimismo, indica que la virtud correspondiente a los gobernados y a los gobernantes es la templanza (σωφρσύνη). La virtud correspondiente a los guardianes y a los gobernantes es la valentía (άνδρεία). Por su parte, dice que la virtud exclusiva de los gobernantes es la prudencia (φρόνεσις). De tal manera, afirma que de la presencia o ausencia de tales virtudes y de su mutua combinación se van a crear distintos tipos de ciudades. Habrá una ciudad que es timocrática, otra que será oligárquica, otra democrática, y una tiránica que será la peor de todas. La más bella de las formas de gobierno será el gobierno regio o Basileia, lugar en el que reside la justicia en su sentido más puro. Para ilustrar la forma en la que también existen tres elementos ínter actuantes en el hombre, Platón hace uso de la fórmula anterior y dice que en el hombre existen tres maneras de apetitos fundamentales. Los apetitos son concupiscencia (επιθυμητικόν), irascibilidad (θυμοΰται) y comprensibilidad (μανθάνει). Tales apetitos, constituyen facultades esenciales del alma, mismas que posteriormente Aristóteles separara de una determinada manera para explicar la perfección de los entes naturales. De tal manera, en el texto De Anima indicara que existe una función vegetativa que comparten todos los seres vivos, una función sensitiva que comparte el hombre con el resto de los animales, y una función intelectual que es privativa del género humano. Por la misma situación, Platón considerara que de la combinación de dichos apetitos en el alma del hombre, de su <posesión o privación> y de su específica armonía, surge la tipología de los hombres. Ahora bien, en cuanto a la diferencia que realiza Platón con respecto a los tipos de hombre, existen dos que son esencialmente diferentes entre sí. La primera de ellas es la diferenciación política. Existe un hombre timocrático en el que el afán de honores y riquezas predominan. De la degeneración de aquel va a surgir, al igual que la que tiene cabida en la ciudad, el hombre oligárquico: hijo del timocrático que sólo es dominado por el hambre de la riqueza. Posteriormente, de una segunda degeneración va a surgir el hombre 31 democrático, hombre que posee las seguridades de los hombres anteriores y que va a amar la libertad excesiva: el libertinaje. En el último lugar de la degeneración humana y política se encuentra el tirano, aquel hombre que domina entre esclavos y que termina por ser esclavo de sus propias pasiones concupiscentes. En este sentido, nos vamos a encontrar con un tipo de injusticia peculiar que pocas veces es mencionada, ya que no tiene una connotación social específica. Este tipo de injusticia que la persona se provoca a sí misma va a dar como resultado el primer tipo de esclavitud, al que nosotros llamamos “esclavitud moral”. Obviamente, la tipología de los hombres se encuentra íntimamente ligada a los tipos de felicidad, siendo el hombre regio, el βασιλικόν, el único verdaderamente feliz, ya que se <posee a sí mismo>. Como podemos darnos cuenta en la anterior tipología de los hombres realizada por Platón, existen distintos elementos sustanciales que son dignos de ser mencionados, ya que constituyen criterios específicos que participan tanto de la ontología como de la filosofía moral. En tal cauce, no es extraño observar que en la tipología que es ofrecida en la Politeía se encuentra condensada una clara idea acerca de los criterios de justicia y de la armonía. Por decirlo de alguna manera, en la teoría platónica de la persona –y en general en su teoría metafísica- el plexo de los entes que existen en el mundo ocupan un lugar específico que les es otorgado por naturaleza. Dicho lugar es primeramente ontológico, sin embargo, cuando se ocupa de descifrar los elementos que componen al hombre, estos mismos se convierten en lugares morales. De la violación o el respeto de dichos lugares se va a desprender la justicia y la injusticia de la persona sobre sí misma. El agente del acto será la persona misma, los pacientes serán los elementos que componen el alma de la persona, la cosa o la propiedad será el lugar y el acto será la sana elección o la viciosa disposición. La segunda diferenciación que realiza Platón en torno a la tipología de las personas es la que podríamos denominar como filosófica, aunque también se encuentra enraizada en la <posesión o privación> de las cualidades señaladas. En tal sentido, el de anchas espaldas lleva a cabo nuevamente una distinción tripartita. Por una parte se encuentra el filósofo (φιλόσοφον) que es 32 amante del saber, por otra el ambicioso o amante de honores (φιλονικόν), y por último el amante de riquezas o ambicioso (φιλοκερδές). Como podemos darnos cuenta, la división que aquí se efectúa es similar a la anteriormente señalada ya que el βασιλικόν y el άριστος van a representar a la naturaleza filosófica, mientras que el amante de honores corresponde al timocrático, y el amante de riquezas al oligarca. Es imposible no mirar en estas dos distinciones que hemos presentado una analogía indisoluble. Por un lado, la diferencia ontológica entre aquellos tipos de seres que poseen cualidades específicas. Por otro lado, la diferencia moral en la que las personas humanas tienen la capacidad de deliberar respecto a la satisfacción de sus placeres. De lo dicho anteriormente podemos comenzar a plantearnos distintas hipótesis. Primero: Para Platón el <ser de la persona> está constituido por tres elementos. Segundo: Dichos elementos no guardan entre sí una relación simétrica, ya que de guardar una relación simétrica todos los elementos tendrían la misma importancia o el mismo lugar ontológico y moral. Tercero: Al no guardar una relación simétrica, los elementos que componen al hombre tendrán que guardar entre sí una relación de estratificación. Cuarto: La relación de estratificación estará dispuesta de tal manera que un <agente o causa primera> será quien disponga el orden natural de los tres elementos esenciales. Así pues, la pregunta que se impone en nuestro camino es la siguiente ¿Cuál es el agente que dispone el orden en los elementos que componen el alma según la doctrina platónica? Para descubrir la necesidad de la existencia de ese <agente> es necesario conocer primero el orden de importancia que asigna Platón a cada uno de los elementos del alma. A su parecer, los apetitos se distinguen primeramente en necesarios e innecesarios, y secundariamente en legales e ilegales. 14 De tal manera, los que se acercan más a los placeres necesarios ocupan el rango más ínfimo, mientras que los que se encuentran 14 La legalidad y la ilegalidad de la que habla Platón no tiene nada que ver con la ley jurídica en la manera en la que normalmente la entendemos. Es decir, Platón no hace referencia a la “ley” como esa serie de normas que rigen la vida cotidiana a manera de derecho positivo. Por el contrario, cuando Platón hace referencia a la “Ley” está hablando de aquello que es siempre igual, inmortal y verdadero (ομοίου έχόμενον και αθανατου και αληθείας) y que a su vez es asequible para el hombre. República, 585 c. 33 orientados a la contemplación del “bien en sí” son los más sublimes. El apetito concupiscente (έπιθυμητικόν) ocupa entonces el lugar más bajo, seguido de la irascibilidad (θυμοΰται) y continuado últimamente por la comprensibilidad (μανθάνει). Siendo esta última el elemento más importante para entender la estratificación que nuestro pensador lleva a cabo en el orden de los hombres. Platón asignará a la comprensibilidad el título de placer legítimo, mientras que denominara como bastardos a los dos restantes. Ahora bien, si en la persona y en la ciudad existen tres elementos, y si de la ordenación de esos elementos hacia “el bien en sí” se sigue la estratificación en la escala de hombres, habría que decir entonces que gracias a la supremacía de un elemento sobre otros es posible la estratificación en la escala de la “persona”, dado que si todos los elementos tuvieran la misma valía habría que colocarlos en sus relaciones en una escala horizontal. En otros términos, dado que de la ordenación de los elementos hacia el “bien en sí” existen distintos tipos de relaciones, habría que decir que tales tipos de relaciones son las virtudes a las cuáles se refiere Platón en una primera instancia. La valentía es el valor político e individual que dispone al alma a no temer lo que no se debe de temer. Asimismo, la prudencia es el valor político e individual del saber elegir en circunstancias particulares. Mientras que la templanza es el valor mediante el cual el alma, considerada como el elemento de más valía, somete al cuerpo, considerado como el elemento de menor valía. De tal manera, la persona o el hombre, aquel que puede ser denominado justa y precisamente con ese título, es el individuo que consigue, a través de la virtud de la “justicia”, asignar a cada elemento del alma su papel correspondiente. El esclavo moral, considerado como tal por Platón, es un cuasi-hombre que carece de ordenación en el alma y que, por lo tanto, no se puede pertenecer a sí mismo, pues los placeres le pueden más que la comprensibilidad. Con lo dicho anteriormente, se puede vislumbrar de forma clara como para Platón el concepto de persona u hombre es un concepto que se encuentra íntimamente ligado a la “posesión o privación” de las virtudes cardinales. En 34 principio todos los hombres tienen concupiscencia, irascibilidad y comprensibilidad, sin embargo, en unos domina la primera, en los intemperantes; en otros la segunda, en los imprudentes; y en los que se acercan más al “deber ser” del hombre la comprensibilidad, es decir, los filósofos. Con esto venimos a darnos cuenta que la filosofía platónica en la cuestión de la “persona” condiciona a la concepción de Descartes, en el sentido de que también para esta filosofía algo así como el cogitans es el agente diferencial entre la persona que se posee a sí misma y la que no. Sin embargo, dista mucho de aquella en cuanto al principio del cual parte su investigación, pues si Descartes comienza con la “tabula rasa”, con la duda progresiva que parece desdoblarse hasta el infinito, Platón reconoce de antemano la existencia de una serie de trascendentales frente a los cuáles no cabe ningún tipo de duda, a saber, la idea del bien en sí, de la justicia, de la belleza, de la esencia, de la verdad y de la inteligibilidad de cada una de aquellas. En otros giros, para Platón la persona y el hombre existen en cuanto tal, porque existe a su vez una <idea> de ellas, misma de la cual, si es permitido decirlo así, le adviene su realidad. En tal sentido, el lugar ontológico de la persona, la humanidad, habrá que ganársela primeramente por medio de la posesión de las virtudes que le son propias al que es dueño de sí. En caso contrario, estaremos hablando de una esclavitud moral que ejerce la persona sobre sí misma. Cuando habla Platón de la ciudad (πόλις) y del hombre (ανθροπος), así como del género humano (άνθρωπινώ γενεί) en general, entiende que la persona (tanto el Estado como persona como el individuo como persona) se compone de una multitud de elementos cuya tarea es ordenarlos correctamente para alcanzar su realización. Por eso mismo, no es de sorprendernos esa idea humanista que predica Platón al afirmar que el factor decisivo en la ciudad es el gobierno, y que su tarea es conseguir la felicidad particular de todos los elementos que le componen. 15 Asimismo, no es de sorprender tampoco que Platón defina a la persona o al hombre de acuerdo a 15 Ibid., Républica, 421 c, pp. 62-63. 35 su gobierno interior (αΰτώ πολιτείαν) (República, 592 a). Para nuestro filósofo, la persona es lo que es en tanto que <posee> una parte divina (θέιόν τι έν ήμιν) gracias a la cual puede orientarse en su paso por el mundo. Otro de los rasgos importantes de la filosofía platónica acerca de la persona como hombre es el que tiene que ver con la denominada anamnesis. Hay que recordar que con dicho término lo que Platón quiere explicitar es la forma en la que el hombre conoce a través del alma. Conocer es recordar lo que se nos ha olvidado, lo que está afuera del tiempo, lo que permanece en el mundo de las ideas y al amparo y la luz del reino del <bien en sí>. Para nuestro filósofo ignorar no es algo propio de la persona, es decir, no es algo que pertenezca a la idea del hombre en cuanto tal. Si en alguna ocasión manifestó que el vicio es hijo de la ignorancia, y que nadie puede ser vicioso a conciencia, habría que decir entonces que la anamnesis consiste en recordar la vía verdadera que tiene que recorrer el alma del hombre para llegar a su objetivo final: la virtud, y por ende, la felicidad. 16 De la misma forma que en Platón existe una esclavitud moral cuando la persona no se pertenece a sí misma a causa de la desordenada obediencia de las inclinaciones y los apetitos, existe también una esclavitud social que es importante conocer y distinguir con precisión. Como lo dijimos anteriormente, los elementos que componen a la ciudad al parecer de Platón son primordialmente tres. De tal forma, hay que entender que la teoría de las castas o las razas es la explicación sustancial en torno a este tema. La raza o casta de oro la conformaran los gobernantes; la de plata los guardianes o guerreros; y la de bronce los gobernados. Como bien podemos darnos cuenta, en esta estructuración de los estamentos sociales no aparecen los esclavos, ya que aquella pretende ser una pólis en la que la felicidad sea un bien común. Igualmente, dado que la esclavitud moral es un estado del alma en el que no se puede albergar la verdadera felicidad, en una ciudad en la que se pretenda la 16 Filósofos como Wolff reconocerán en la anamnesis y en la <unidad de conciencia> como dos de los criterios fundamentales para identificar a la persona. En tal sentido dice: “La persona es el ente que conserva la memoria de sí, esto es, que recuerda ser lo mismo que fue precedentemente en este o aquel estado”. Consultar Wolff, Philosophia rationalis sive logica, parágrafo 741). 36 felicidad común es imposible que existan esclavos. En este sentido, hay que considerar que la filosofía política platónica es fundamentalmente humanista, pues tiene como una de sus propiedades esenciales la erradicación de la esclavitud en sus connotaciones moral y social. Por lo mismo, dice: “Formamos la ciudad feliz, en nuestra opinión, no ya estableciendo diferencias y otorgando la dicha en ella sólo a unos cuantos, sino dándola a la ciudad entera”. 17 En vista de lo anterior, podemos determinar que el objetivo platónico de la filosofía política es la estructuración de una sociedad perfecta en la que <el bien común> rija como ley. Así como es necesario que en la sociedad perfecta la felicidad predomine sobre la desdicha, es igualmente necesario que la virtud predomine sobre el vicio, y la libertad verdadera sobre la esclavitud. ¿De qué otra fuente podemos obtener aquellas conclusiones sino es a través de la filosofía moral? La filosofía moral es tan importante para el de anchas espaldas que una de las luchas que lleva a cabo en aquel diálogo con más ahínco es la de la educación moral, misma que tenía como base los mitos de Homero y Hesíodo. Platón establece que no es moralmente sano que se les enseñé a los infantes que los dioses son capaces de odios y mezquindades entre sí. Reclama para los dioses y para la educación moral la erradicación de la idea que era predominante entre los griegos acerca de que los dioses tenían los mismos vicios y las mismas pasiones que los hombres. De hecho, una de sus sentencias más importantes en este tenor la lleva a cabo precisamente en torno a la esclavitud. En 387 b se pronuncia por la necesidad de que en la educación moral se forjen hombres libres que teman más a la esclavitud que a la muerte. 18 De tal forma, bien es sabido que para Platón la esclavitud moral consiste fundamentalmente y contrariamente a la valentía en el miedo infundado que se puede tener a la muerte. Por lo mismo, uno de sus planteamientos es precisamente evitar que a través de la educación las personas puedan llegar a formar un alma esclava. En este punto, podemos percatarnos que nuestro filósofo plantea ya la posibilidad de que sea la educación y no la naturaleza la que haga operable la esclavitud. En otros giros, 17 18 Ibid, 421 c, p. 61. Ibid, 387 b, p. 3. 37 sugiere que la esclavitud es un hecho moral en el que participan el uso negativo de la libertad y la voluntad más que la necesidad. Deducción de lo anterior será la idea de gobierno tiránico, misma que parece ser el gobierno de un esclavo de sus pasiones sobre otros esclavos que prefieren vivir bajo el mando despótico que arriesgarse a liberarse sacrificando su seguridad. En el parágrafo 577 c se lleva a cabo una comparación entre una ciudad libre y otra esclavizada. La primera será en donde predomine la justicia, el bien común y el ejercicio de las virtudes cardinales. La segunda será el régimen oligárquico. Por lo mismo, indica que el alma esclava (ψυχην δούλην) y el alma tiránica (ψυχην τυραννικήν) serán igualmente pobres e indigentes. De la misma forma, en 579 d-e declara que “el auténtico tirano resulta ser auténtico esclavo, sujeto a las más bajas adulaciones y servidumbres, lisonjeador de los hombres más perversos, totalmente insatisfecho en sus deseos, falto de multitud de cosas y verdaderamente indigente si aprendemos a mirar en la totalidad de su alma; henchido de miedo durante toda su vida y lleno de sobresaltos y dolores, si de veras se parece su disposición a la de la ciudad que gobierna”. 19 Con respecto a la esclavitud social, en sentido estricto, Platón no toma postura clara como lo hará su alumno Aristóteles. Sin embargo, en 578 d y subsecuentes, el de anchas espaldas deja ver una faceta que le es poco conocida. En aquel fragmento Platón dice que los ciudadanos particulares que son ricos y poseen muchas personas son parecidos a los tiranos. Igualmente, tratando de ejemplificar en qué consiste la esclavitud indica: “Si una divinidad cogiese a uno de esos hombres que tuviera cincuenta esclavos o más y, sacándolo de la ciudad a él, a su mujer y a sus hijos, los pusiera en un desierto juntamente con su hacienda y sus domésticos, allí donde ninguno de los hombres libres hubiera de darle ayuda, ¿en qué clase y qué grado de miedo crees que habría de entrar respecto de sí mismo, de su mujer y sus hijos, pensando que iban a perecer en manos de sus esclavos?”. 20 19 20 Ibid, 579 d-e, p. 115. Ibid, 578 e, pp. 113-114. 38 Aunque no lo expresa de forma manifiesta, Platón sugiere en aquel fragmento la posibilidad de que la esclavitud se derive fundamentalmente de convenciones sociales. Si ponemos atención en el escenario en el que coloca al amo y a su familia junto a los esclavos, el desierto, podemos percatarnos inmediatamente que aquel lugar lo sugiere porque parece ser un sitio en el que la ley convencional y el respeto a ella no existen. Contrariamente a la ley natural que es tal en todo tiempo y en todos lugares, Platón confronta la posibilidad de que la esclavitud sea el resultado del sometimiento social. De esta manera, nos encontramos que junto a la posición sustancialista de la justicia se encuentra participando, en un papel de primer plano, la idea de que existe un lugar ontológico y moral natural para el hombre. Dicha idea va a ser prácticamente inseparable en todos los filósofos que militan en la teoría sustancialista como a lo largo del trabajo lo observaremos. 1.2 El dilema de la justicia en la psiqué y en la pólis para Aristóteles. Hemos hablado ya acerca de lo que a grandes rasgos nos dice Platón sobre la persona como hombre y su relación con la justicia moral y social. Ahora es menester analizar lo que el pensamiento aristotélico tiene que decirnos al respecto. Para tratar el tema recurriremos al mismo método que utilizamos en el apartado anterior. Primero analizaremos la justicia como virtud del alma y posteriormente la trataremos desde el punto de vista de su connotación social, a la cual denominaremos aquí como <connotación doméstica> para ser respetuosos y fieles con el pensamiento aristotélico. Para entender primero el concepto de persona u hombre en Aristóteles resulta preciso y necesario recurrir a sus textos acerca de problemas biológicos y éticos o morales. La necesidad de ese ejercicio surge de que prácticamente en todos los casos, sobre todo cuando se tratan temas políticos o sociales, se recurre únicamente a una de sus obras más conocidas, a saber, La Política. Aunque no pensamos prescindir de aquel texto para llevar a cabo nuestra disertación, nos parece que las fuentes alternativas nos ofrecen observaciones 39 interesantes para complementar y perfeccionar nuestro punto de vista. En el transcurso del trabajo nos daremos cuenta de la gran valía que constituyen las fuentes alternativas para llevar a cabo una interpretación más fiel acerca de la cuestión de la esclavitud desde el pensamiento aristotélico. En el libro II, capítulo III, del texto De anima, Aristóteles expone las facultades o funciones que a su parecer son características de los seres animados o con vida, ya que para él el alma es el único principio y causa del cuerpo viviente. En tal sentido, indica: “En las plantas se da solamente la facultad nutritiva, mientras que en el resto de los vivientes se da no sólo está, sino también la sensitiva. Por otra parte, al darse la sensitiva se da también la desiderativa. En efecto, el apetito (epithymia), los impulsos (thymos) y la voluntad (boulésis) son tres clases de deseo (oréxis)”. 21 De forma semejante, en el libro III, capítulo IX, expone las potestades que se relacionan con las entidades que tienen alma en sus distintos grados de operación. Indica que “la parte nutritiva se da por igual en las plantas y en todos los animales y la parte sensitiva que no resultaría fácil caracterizar ni como racional ni como irracional. Está además la parte imaginativa que si bien se distingue en su esencia de todas las demás, sería muy difícil precisar con cuál de ellas se identifica o no. Añadase a éstas la parte desiderativa…la volición se origina en la parte racional así como el apetito y los impulsos se originan en la parte irracional”. 22 Al parecer de Aristóteles el tipo de alma de los entes animados nos habla acerca de tales entes en cuanto a su género y a sus diferencias específicas. De tal forma, nos encontramos con que la parte nutritiva, aquella que se relaciona con la alimentación, es la primera forma de vida que se manifiesta sustancialmente en los vegetales, mismos que se encuentran privados del resto de las partes y cualidades del alma. La parte sensitiva es para Aristóteles la capacidad de sentir dolor y placer, fundamentalmente por 21 Aristóteles, Acerca del alma, 414 b, Gredos, Madrid, 2003, p.175-176. Los paréntesis corresponden al uso de términos que el propio traductor sugiere en sus notas al pie. 22 Ibid, 432 a-432 b, p. 244. 40 medio del tacto. Por el mismo motivo, está segunda parte se relaciona con los impulsos y los apetitos, y se encuentra en todos los seres vivos que pueden moverse. 23 En un tercer grado de participación, encontramos a los animales que además de todas las anteriores tienen la función intelectual. A estos últimos es precisamente a los que en sentido correcto debemos llamarlos como seres racionales siguiendo a la tradición. Aunado a lo anterior, hemos de decir que la función imaginativa la tienen todos los animales que tienen el principio de movimiento en sí, pero la del cálculo racional o creativa (que depende de la anterior) es una de las funciones de las cuales participa el ser racional y de las cual se encuentra privado el irracional. En tal caso, hemos de decir que para los animales irracionales la imaginación es sensitiva, mientras que para los racionales lo es sensitiva y también deliberativa. Para aclarar de una manera más precisa el asunto, recurriremos a un texto más. En el libro III, capítulo II, de la Ética a Nicómaco, Aristóteles expone nuevamente su idea acerca de los tres distintos tipos de voluntad (εκούσιον). En tal sentido, expone que los vegetales participan del impulso (θυμον), mismo que es a su vez el primer vestigio de vida. A la par del impulso, los animales irracionales tienen la facultad apetitiva o desiderativa (επιθυμίαν), por medio de la cual son afectados por lo agradable y doloroso. En el último peldaño de participación se encuentran los animales racionales, mismos que tienen las facultades mencionadas además de la “libre elección” (προαίρεσις). Para entender en su justa medida lo señalado es menester también tener en consideración que la participación de cada una de las facultades mencionadas constituye un salto ontológico de suma trascendencia. Evidentemente para Aristóteles la aparición de la función nutritiva y el impulso es un rasgo de calidad ontológica y no solamente accidental para diferenciar a las cosas inanimadas de los seres vivos. Dicho salto además de trascendente es necesario, pues sus consecuencias llevan a sostener la diferencia radical entre alma y cuerpo, así como la subsistencia y la desemejanza que existe 23 Ibid, 433 b, p. 248. Aquí Aristóteles indica que: “El animal es capaz de moverse a sí mismo en la medida en que es capaz de desear. Por su parte, la facultad de desear no se a no ser que haya imaginación. Y toda imaginación, a su vez, es racional o sensitiva”. 41 entre aquellos elementos. De tal manera, es preciso decir que de la misma manera que hay un salto ontológico de cualidad inconmensurable entre las cosas inanimadas y los seres vivos, de la misma manera la hay entre vegetales y animales irracionales, así como entre animales irracionales y animales racionales. La posibilidad de la deliberación y la inteligencia, la diferencia ontológica sustancial entre él que tiene la capacidad de la libre elección y él que no lo tiene va a constituir un punto nodal en su definición de hombre. Por el mismo motivo, en alguna parte de su obra menciona que “la inteligencia es o inteligencia deseosa o deseo inteligente, y esa clase de principio es el hombre”. 24 La importancia trascendental de retomar esta concepción alternativa que aparece en el libro I, capítulo I de la Metafísica cuando Aristóteles habla acerca de la disposición natural del hombre al conocimiento y a la creación artística; así como en el libro I de Parvalia Naturalia cuando habla acerca de la sensación sensible; y de la misma manera que habla en el libro II, capítulos 1214, en la Retórica acerca de los caracteres y su relación con la edad; es que precisamente en dichos textos se muestra una concepción pocas veces tratada acerca del origen natural del concepto de hombre. Contrariamente al texto de la Política en donde la facultad de la humanidad puede ser comprendida exclusivamente a través de la politicidad y de la trascendencia del habla en aquella, en estos fragmentos que hemos presentado se muestra una concepción del hombre mucho más cercana al pensamiento aristotélico de lo que frecuentemente se cree. Según lo visto hasta el momento, podemos decir que lo que diferencia al hombre o la persona del resto de los seres vivientes es la función intelectual del alma. Ahora bien, si tomamos en consideración que una de las posiciones metafísicas del de Estagira consiste en pensar que todo ente tiende a su propia perfección, es correcto entonces decir que la perfección de la persona se encuentra en su diferencia específica. Es decir, en tanto que el hombre es un ente animado que comparte la función vegetativa y sensitiva con los demás 24 Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1139 b, p. 90. 42 seres vivientes, pero sólo la función intelectual constituye una propiedad en él, entonces en la adecuación de las demás facultades a la función intelectual se puede encontrar su perfección. Y es precisamente en este punto en donde tiene nacimiento la participación de la filosofía moral y ética en las ciencias humanas, pues se va a reconocer que precisamente por su forma de ser específica la persona vive en una dimensión que escapa a la de los sentidos, a saber, la vida moral. Dicha vida moral tendrá su sustento en la función intelectual, razón por la cual ningún ente inanimado y ningún animal irracional participan de ella. Por lo mismo, al negar la intelectualidad o racionalidad en el alma del hombre se niega a la par la existencia de una dimensión moral, o bien, negando dicha dimensión moral se niega la intelectualidad del alma humana, pues aquellas son ideas que se precomprenden la una a otra, que se necesitan de la misma manera que la mitad necesita a la parte y a la inversa, pues tienen una existencia simultánea. De la misma forma que Platón interpretó la justicia en el alma del hombre como la aparición de las virtudes cardinales en su propio espacio, igualmente lo va a ver Aristóteles cuando hable acerca del tipo de gobierno que existe en el alma del hombre. Aquello nos recordara la metáfora de su maestro según la cual es preciso mirar en letras grandes, en la ciudad, lo que no puede ser visto en letras chicas, en el hombre. Solamente que el método que utilizara el Estagirita para determinar la aparición de la justicia en el hombre será inverso, es decir, él se adentrara directamente en lo que compete a los elementos que componen al hombre. En este sentido, utilizaremos el libro I de La Política, fundamentalmente, para tratar el tema, ya que precisamente en dicho texto se condensa el aporte más importante que dicho autor puede hacer en tal tema. El análisis se llevará a cabo, fundamentalmente desde las dicotomías hombre libre-esclavo (ελευθερόν-δούλον), hombre-mujer (γαμική), y padre-hijo (πατρική). Antes de continuar, hay que aclarar que en el pensamiento de Aristóteles existen al menos dos caminos fundamentales que habría que recorrer y desarrollar para entender su postura con respecto a la persona. El 43 primero de ellos, por decirlo de alguna manera, es el positivo y es el que tiene que ver con la forma en la que <predicamos>, es decir, con los llamados en el medioevo como predicamenta. En las Categorías, Aristóteles nos habla acerca de la entidad y de lo que le <echamos en cara>. Nos dice que hay dos tipos de entidades o sustancias por medio de las cuales nos es dado pensar. La primera de ellas son las entidades primarias o las de más alto rango, ya que “de no existir las entidades primarias sería imposible que existiera nada de lo demás”. 25 Tales entidades son las entidades concretas, el hombre individual, la persona. Las segundas entidades son aquellas a las que llamamos con el título de género y especie. Siendo “la intención y la extensión” de lo que prediquen el factor clave para determinar cuál de ellas es más entidad que la otra. Cuando la predicación sea más intensiva se dirá que es más entidad, pues, como indica Aristóteles, para referirse a un individuo particular se estará diciendo más si se le llama <racional> que si se le denomina como <animal>. Es decir, la especie es más específica que el género. Basta decir que la tradición tomista recogió esta concepción lógica de la persona para desarrollar su sistema de pensamiento. La persona para tal filosofía tendrá características tales como no tener ningún contrario (el individuo particular no tiene un contrario), ser afectada por la categoría del cuánto en tanto que unidad determinada (puede ser un individuo particular o dos individuos particulares), no ser afectada por el más o menos (pues no se puede ser más o menos entidad), ser idéntica a sí misma e invariable, y estar predispuesta a padecer estados contrarios como los que tienen que ver con la pasión o lugar. Así mismo, a la entidad primaria se le adjudica la posibilidad de poder predicar a partir de ella todos los predicamenta que son cantidad, relación, cualidad, lugar, tiempo, encontrarse, tener, accionar y padecer. La entidad primaria es considerada por ello como la más importante, ya que de ella se predican las demás categorías y sin su existencia simplemente sería 25 Aristóteles, Categorías, 2b, 5. 44 imposible cualquier premisa, juicio o argumento. De hecho sin su existencia sería imposible el enunciado. Habría que decir, en cierto sentido, que la filosofía de lo predicable del estagirita es aquella que sustenta al <personalismo> en un sentido lógico, pues le considera como el elemento más importante en el sistema. Sin embargo, existe una dificultad difícil de no mirar en dicha afirmación aventurera. Para Aristóteles la persona como individuo particular es una entidad primaria, pero no toda entidad primaria es una persona como individuo particular. Es decir, entidad primaria es todo aquel objeto particular que sea susceptible de ser concebida como sustancia única e indivisible en el pensamiento lógico. Una entidad primaria puede ser desde la persona humana hasta un objeto inanimado concreto como una piedra. Sin embargo, nos podemos dar cuenta fácilmente que el lenguaje en general está construido bajo unos códigos específicos que marcan una diferencia radical entre la entidad humana y el resto de las entidades. Así pues, nos encontramos con que los verbos que implican un cierto tipo de acción como el movimiento que tiene su origen en la propia entidad solamente tienen cabida entre los seres vivos. De tal manera, podemos decir propiamente que la planta nace, crece, se reproduce y muere, y las mismas acciones podemos predicarlas de cualquier ser vivo, pero no de los entes inanimados, como por ejemplo de una montaña o un lago. Efectivamente, cuando decimos que una montaña crece o un lago muere lo decimos exclusivamente de forma metafórica, pues propiamente hablando aquellos entes son incapaces de tales acciones o pasiones. Lo mismo sucede cuando hablamos de la sensación, misma que podemos predicarla de cualquier ser vivo que tenga dichas facultades, por ejemplo, una lechuza que al volar siente deslizar el aire en sus plumas, o bien, cuando un animal siente dolor por la carencia de alimento. De la misma manera, cuando decimos que la montaña siente la brisa o que el fuego siente dolor porque se extingue, aquello lo decimos metafóricamente. De tal suerte, existen en nuestros códigos de lenguaje funciones que solamente pueden ser comprensibles en los seres humanos, por ejemplo, los verbos que tienen que ver con la función intelectual como el conocer, el actuar con prudencia o con justicia, ya que para todas las demás entidades aquella función es simplemente desconocida. Por ello no es 45 vano sustentar que la vida ética y moral, en tanto que encuentra su origen en la función intelectual, es una dimensión exclusivamente humana. Aclarado el sentido positivo desde el cual puede ser visto el pensamiento aristotélico en lo que respecta a la persona, definiremos lo que significa para nosotros su sentido negativo. Si el sentido positivo tiene que ver con la preeminencia de las sustancias primarias en la predicación o lógica, el sentido negativo tiene que ver con la idea metafísica o proto-filosófica que presupone la premisa <el todo es anterior a las partes> mediante el cual se analiza al hombre de carne y hueso en el libro I de la Política. 26 La primera sentencia que arroja Aristóteles con respecto al hombre en el texto mencionado es la que tiene que ver con la cuestión de la barbarie y la esclavitud. En este sentido, habría que decir que para el griego no todas las gentes del mundo son hombres o personas. Quedan excluidos de su concepto de hombre los esclavos, los bárbaros, los infantes y las mujeres. Está de más decir que dicha defensa del concepto del hombre que es excluyente en sí misma ha sido concebida en diversas circunstancias como una manifestación de etnocentrismo. Nosotros no analizaremos principalmente la cuestión desde ese frente, pero si tomaremos en cuenta tal prescripción pues puede aclararnos cierto camino en un futuro. Aristóteles dice que la unidad originaria en la que existe el hombre es en un primer momento el hogar (οίκος), posteriormente el clan o la aldea (κώμα), y finalmente la ciudad (πόλις). La prioridad ontológica se encuentra puesta evidentemente en el todo, es decir, en la ciudad que es considerada como la unidad primigenia dentro de la cual tienen cabida las demás formas de organización humana en su significación natural. En este sentido, el de Estagira cita a Homero diciendo que aquel que viva “sin clan, sin ley y sin hogar” o es un dios o una bestia. Asimismo, indica que el hombre forma parte 26 En el libro I de la Política (1253 a), Aristóteles afirma un presupuesto metafísico fundamental que sostiene, a mi parecer, gran parte de su tratado al decir: “La ciudad es por naturaleza anterior a la casa y a cada uno de nosotros, porque el todo es necesariamente anterior a la parte; en efecto, destruido el todo, no habrá pie ni mano, a no ser equivocadamente, como se puede llamar mano a una de piedra: una mano muerta será algo semejante”. 46 de uniones necesarias con otros seres sin los cuales simplemente sería imposible su existencia. La primera unión necesaria es la que tiene que ver con la procreación y es la que liga al varón con el sexo opuesto, es decir, con la hembra. Tal relación es denominada como conyugal o γαμική según el vocablo griego. La segunda de dichas uniones es la que tiene que ver con la seguridad y es la se erige entre hombre libre y esclavo. Llamada en castellano heril y en griego δεσποτική. En tal cauce, hay que decir que la segunda forma de denominar tal relación es más precisa que la que se hace en castellano, pues precisamente pone el acento en el hecho de que el esclavo vive fundamentalmente en una relación despótica con relación al amo. El despotismo que se presume en tal caso es la forma de gobierno que consiste en que el amo dicte los principios de justicia a su siervo, teniendo para ello en consideración su propio bienestar, pero también algo sumamente importante pues es la clave que sostiene la naturaleza de la esclavitud, la seguridad del sirviente. Sin está última consideración la relación despótica simplemente se disuelve, pues la prebenda por la cual se sujeta el esclavo al amo desaparece. Una cuestión que es importante señalar aunque sólo sea de paso y muy brevemente es la que tiene que ver con la participación del gobierno despótico tanto en los esclavos como en los bárbaros. Hay que recordar que el término bárbaro es de origen griego y fue heredado posteriormente a culturas y civilizaciones como la romana. El bárbaro era para ellos alguien que no podía hablar correcta o articuladamente, que balbuceaba. Por lo mismo, al no poseer correctamente la facultad del lógos, los bárbaros tenían que someterse completamente al régimen establecido por las civilizaciones cultas, en este caso la griega. De esta idea se va a derivar una idea que posteriormente veremos en Sepúlveda cuando indique que como causal legítima de la dominación española sobre los indígenas americanos está la superioridad cultural. Aristóteles dice que la primera circunstancia que diferencia al hombre libre del bárbaro es que el primero sabe diferenciar en la administración del 47 hogar el papel de la mujer y el del esclavo. En tal sentido, dice que, entre los bárbaros, la mujer y el esclavo ocupan el mismo lugar y asumen las mismas funciones. Aquella confusión de funciones le parece una aberración, pues a su parecer existe una diferencia natural que resulta evidente y que por tal debe ser respetada. A razón de tal causa, afirma dos cosas: 1. “La razón (de que entre los bárbaros la mujer y el esclavo sean iguales) es que no tienen el elemento que mande por naturaleza, y su comunidad resulta de esclava y esclavo”. 27 2. “<Es justo que los griegos manden sobre los bárbaros>, entendiendo que bárbaro y esclavo son lo mismo por naturaleza”. 28 De tal forma, dicha filosofía predica que solamente ahí en donde el uso de la razón a manera de diéresis o crítica existe se puede estar frente a un hombre. Aquella <gente> que no sabe diferenciar el télos que la naturaleza ha impreso en el ser de la mujer y el esclavo no es en sentido estricto un hombre, una persona. No se es persona de manera aislada, se es persona a través de las hetero-relaciones, es decir, sabiendo diferenciar los papeles que los personajes han de asumir en el teatro del mundo. El segundo elemento diferencial entre el hombre en sentido estricto y el bárbaro es el que tiene que ver con el gobierno que cada uno implanta en su ciudad. El bárbaro, dice Aristóteles, sigue gobernándose por monarquías (tiranías o despotismos en sentido estricto, pues se parte del hecho de que los bárbaros son esclavos), mientras que entre los hombres libres ese gobierno ya no existe. Los bárbaros erigen sus gobiernos con la finalidad de salvar las necesidades propias de la vida, mientras que los hombres libres erigen sus gobiernos para ser autosuficientes y para <vivir bien>. En este sentido cabe señalar que el <vivir bien>, el querer tener una buena vida se entiende como una voluntad que se manifiesta exclusivamente en aquellos que son hombres libres. La famosa dicotomía entre <acto y potencia> de la filosofía aristotélica viene a mostrarse en este punto como un factor decisivo, pues mientras el 27 28 Aristóteles, Política, 1252 b, p.2. Ibidem. 48 bárbaro es exclusivamente potencia al “vivir” o “subsistir”, el hombre libre es acto al “vivir bien”. El tercer elemento diferencial entre hombre y bárbaro quizá sea el más importante, pues es el que tiene que ver con la <posesión o privación> de la facultad de la politicidad, muchas veces interpretada erróneamente como sociabilidad. La confusión entre “sociabilidad y politicidad” surgió a partir de la traducción e interpretación tomista del texto aristotélico. El término societas que proviene del latín no tiene stricto sensu un sinónimo en griego clásico. Se podría entender a la societas latina como la koinonia griega, pero jamás se podrían igualar enteramente, pues la sociedad puede ser entendida simplemente como una agregación de gentes, como un rebaño, mas no como una koinonia que persiga un fin ético común como el “vivir bien” o la felicidad aristotélica que se desprende de tal forma de existencia. En ese sentido, es menester recordar que para separar la politicidad de la sociabilidad, Aristóteles dice que las abejas son animales gregarios o sociales (él utiliza el concepto agelaiou, que proviene de agele=muchedumbre o rebaño), pero no participan de la politicidad. Podríamos decir, en tal sentido, que los bárbaros son considerados por Aristóteles como seres que pueden reunirse socialmente, pueden formar rebaños, pero jamás podrán ser políticos porque carecen de la idea del <bien vivir> y porque no conocen el uso articulado de la palabra, misma que en última instancia es decisiva para deliberar acerca de la justicia. 29 El balbuceo característico de los bárbaros es considerado similar a la voz con la que los animales manifiestan “emociones” tales como el dolor y el placer. Sin embargo, dice Aristóteles, los hombres en sentido estricto son aquellos que tienen uso de la palabra (y por ende de la razón), y que a través de ella manifiestan algo más que “emociones”, es decir, “ideas”. Tales “ideas” son las que tienen que ver con lo que es justo e injusto, con lo que es bueno y malo, con lo que es provechoso y nocivo. Los hombres, a diferencia de los esclavos o bárbaros, pueden acceder al terreno de los principios éticos que son inmutables, y por ende, superiores. Por la misma razón, el de Estagira 29 Hay que recordar que el término bárbaro proviene del griego y se extiende su uso al latín y significa “balbuceo”. 49 sentencia que “Así como el hombre, cuando llega a su perfección es el mejor de los animales, así también es el peor de todos cuando esta divorciado de la ley y la justicia”. 30 Una vez más, aquí vuelve a aparecer la famosa división tricotómica expresada en De Anima según la cual existen funciones vegetativa, sensitiva e intelectual, mismas que otorgan un lugar ontológico diferente a cada uno de los entes animados. El lugar ontológico de la persona, animal político o ser humano será el de la intelectualidad ya que solamente desde ese sitio se puede construir algo así como un espacio de verdad común en el cuál sean patentes los términos de justicia e injusticia. En este primer análisis habría que decir que el hombre es considerado como tal y a diferencia del bárbaro, debido a que se encuentra en <posesión> de cualidades noéticas y éticas. Persona y hombre es solamente aquel que puede dar razón de sus acciones a través de la virtud y del habla. En este sentido, Aristóteles sigue en cierto sentido la línea de reflexión construida por Platón, al afirmar que ser virtuoso no consiste exclusivamente en actuar con virtud, sino que consiste también en hacerlo a conciencia. La unidad de la persona se explica a través de la conciencia y razón con la que actúa un ente como el hombre, ente dotado de la facultad de ubicuidad entre los demás entes. Por la misma razón, nos encontramos con que la tradición filosófica afirma que “La persona es la sustancia individual de naturaleza racional” (Boecio, De duabus naturas et una persona Christi, 3, P.L., 64, col. 1345). En el mismo horizonte de pensamiento, pero llegando a través de distinto camino, Kant llego a afirmar que “El hecho de que el hombre pueda representar su propio <yo> lo eleva infinitamente sobre todos los seres vivientes de la tierra. Por esto es una Persona, y conforme a la unidad de conciencia persistente a través de todas las alteraciones que puedan tocarlo, es una sola y misma Persona”. 31 30 Aristóteles, Política, 1253 a, 35-40. Kant, Immanuel, Antropología en sentido pragmático, Traducción de José Gaos, Madrid, Alianza, 1991, parágrafo 1. 31 50 La persona como hombre es en la filosofía aristotélica aquel ente, animal político en estricto sentido, que tiene la capacidad de reconocer su unidad de conciencia a través del lenguaje. Asimismo, la persona es considerada como tal en tanto que tiene la facultad de responsabilizarse por sus posiciones con respecto a los criterios de justicia e injusticia, de provecho o nocividad que han de implantarse en ese gran corpus común que es la ciudad. En tal sentido, coincidimos enteramente con Hannah Arendt cuando afirma que “La antigüedad griega clásica considero que la forma más elevada de vida humana era la que se vivía en la polis, y que la capacidad humana suprema era el lenguaje, ζώον πολιτικόν y ζώον λόγον έχον, según la famosa doble definición de Aristóteles”. 32 Hablando en términos claros tenemos que afirmar que en cierto sentido para Aristóteles el concepto de ciudadano es análogo al concepto de persona. La ciudad es una pluralidad que admite en su seno la existencia de seres diversos, desde los esclavos hasta los hombres libres. De aquella pluralidad que tiene como objeto salvaguardar la autosuficiencia y la unidad de la ciudad surge la diferenciación entre los libres y los no libres. Todos habitan al interior de una ciudad, son parte de ella, empero, unos se dedican a los trabajos “serviles” o manuales, y poseen la condición de esclavos. Por ende, Aristóteles llama a los esclavos como “instrumentos animados”, instrumentos que se nutren, se mueven y sienten (que tienen anima), pero que son <pertenencia> de la ciudad, ya sea como instrumentos públicos o de algún ciudadano. Dichos miembros de la ciudad, los esclavos, se encuentran marginados de la actividad política y por lo tanto no se les reconoce como personas. Los esclavos están privados de la facultad de <posesión>, pues ellos mismos son considerados como <poseídos> por el mando de alguien que es superior, a saber, la persona o el ciudadano. Con ello se puede deducir una premisa clave en el pensamiento aristotélico: una de las características inalienables de la persona es su capacidad de poder poseer, pues quien puede poseer tiene titulo, dominio y libertad sobre lo poseído y sobre su propio ser; mientras que quien 32 Arendt, Hannah, Entre el pasado y el futuro, Península, Barcelona, 1998, pp.72. 51 no puede poseer no es persona, pues para ser tal se requiere primero tener libertad sobre sí mismo, facultad de la cual el esclavo está privado. La relación entre hombre libre y esclavo es considerada por nuestro filósofo como una relación de posesión. En términos ontológicos tendríamos que hablar de una estratificación de los niveles de existencia, estratificación de la cual participa tanto el esclavo como el hombre libre. El hombre libre es aquel que se encuentra por encima del esclavo, poseyendo con ello enteramente su ser, mismo que es considerado como inferior, como un mero útil. En tal cauce, lo que se lleva a cabo es una cosificación o deshumanización del esclavo, pues se le considera ya no como una persona libre y autónoma, sino como una <cosa> propensa de ser <utilizada> a libertad del dueño. En tal sentido, Aristóteles señala lo siguiente “La vida es acción, no producción, y por ello el esclavo es un subordinado para la acción (ύπηρέτης πρός τήν πράξιν). De la <posesión> (κτήμα) se habla en el mismo sentido que de la parte: la parte no sólo es parte de la cosa, sino que pertenece totalmente a ésta, y lo mismo la posesión (κτήμα). Por eso el amo no es del esclavo otra cosa que <amo>, mientras que el esclavo no sólo es esclavo del amo, sino que le pertenece por completo”. 33 Posteriormente, Aristóteles es aún más tajante y su pensamiento no deja lugar a dudas, pues afirma que por naturaleza la facultad del esclavo consiste en <no pertenecerse a sí mismo sino a otro>. Dicha posesión se convierte entonces en una relación persona-instrumento en la que al hombre libre le es asignada la idea de persona y al esclavo la de instrumento. No es por ello una casualidad que para Aristóteles la definición del esclavo por excelencia sea la de <instrumento animado>. Sin embargo, hay que tener en consideración un punto clave para entender tal concepto. El no ser dueño de sí mismo puede decirse de distintas maneras, una a través de la esclavitud social o doméstica mediante la cual la existencia de un individuo pertenece por entero a otro individuo; y la otra una esclavitud moral, mediante la cual el individuo no se 33 Aristóteles, Política, 1254 a. 52 pertenece a sí mismo porque el elemento de más baja valía, la sensación, le puede más que el intelecto en las decisiones morales. Me parece preciso indicar que en la cuestión hombre libre-esclavo, Aristóteles lleva más lejos aún la concepción de la persona a partir de la <posesión> que Platón. Mientras que para el de anchas espaldas dicha <posesión o no del sí mismo> tiene que ver con la forma en la que los apetitos se organizan en el alma, para su alumno tiene que ver con eso también, pero además con la vida y el rol que se asume en la administración del hogar, rol que además de todo se presume como asignado por naturaleza. Veamos a detalle la argumentación de Aristóteles en torno a la relación alma-cuerpo y sus implicaciones: 1. El ser vivo consta en primer lugar de alma (ψυχή) y cuerpo (συνέστηκεν), de los cuales el ama es por naturaleza el elemento rector y el cuerpo el regido. 2. El alma (ψυχή) ejerce sobre el cuerpo un imperio despótico (δεσποτικήν), mientras que la inteligencia ejerce un imperio político o regio sobre los apetitos (πολιτικήν καί βασιλικήν). 3. El alma debe de dominar al cuerpo, y la parte afectiva debe ser dominada por la inteligencia (νούς), ya que la igualdad entre estas partes o la relación inversa son perjudiciales para todas. 4. De lo que se sigue que: los animales domésticos son mejores por naturaleza que los salvajes, y para todos ellos es mejor vivir sometidos a los hombres porque así consiguen su seguridad. Igualmente, se sigue que por mor de la cuestión de la seguridad, el varón debe regir a la hembra. 5. Todas las relaciones de los hombres tienen que estructurarse de la misma manera: para los esclavos por naturaleza es mejor estar sometidos a esa clase imperio. Es naturalmente esclavo el que es capaz de ser de otro y participa de la razón (κοινωνών λόγου) en medida suficiente para <reconocerla> pero sin <poseerla>, 53 mientras que los demás animales no se dan cuenta de la razón, sino que obedecen a sus instintos. 34 La argumentación de Aristóteles nos arroja varios rasgos que son importantes para nuestra indagación. La primera característica tiene que ver con la manera en la que lleva a cabo el análisis, muy similar a la que Platón había hecho ya en la Politeía. Los criterios de los cuales hace uso el de Estagira son evidentemente políticos, recordándonos aquella metáfora de su maestro en la cuál nos decía que la persona era una pequeña ciudad con una forma de gobierno determinada. Para Aristóteles la diferencia entre esclavo y hombre libre, así como la diferencia entre varón y mujer, tiene que ver con una ordenación determinada del alma y el cuerpo. Sin embargo, transforma el papel de un elemento que no había sido considerado por Platón de la misma forma, la inteligencia o el νούς. Para Aristóteles la inteligencia no es un apetito como lo era para su maestro, para él es el elemento rector que debe de estar por encima de las funciones del alma que son irracionales. La inteligencia es, pues, lo que hace distintos a unos seres de otros. En este mismo sentido, observaremos en un filósofo como Hegel, en apartados posteriores, de qué manera las cuestiones de la <posesión>, el <reconocimiento> y la <persona> asumen un rol fundamental en su interrelación para la configuración del Estado de Derecho basado en la racionalidad absoluta. Puesto en evidencia el papel de los criterios políticos de lo cuales hace uso Aristóteles para explicar la naturaleza de la esclavitud, habría que aclarar algunos más. Cuando dice que el alma ejerce un imperio despótico sobre el cuerpo, habría que ver qué quiere decir con ello. Recordemos en tal sentido que la tipología de las formas de gobierno en el Estagirita es en un sentido bipartita y en otro tripartita. Por un lado se encuentra la diferencia básica entre las formas de gobierno justas e injustas, mismas que tienen que ver con sí el gobierno está constituido en pro del gobernante o del bien común. Por otro, se encuentra el 34 Esta exposición se encontrara condensada en La política, 1259 a-1260 b, pp. 24-25. 54 criterio del número de gobernantes. Dentro de las formas justas hay tres fundamentalmente: monarquía, aristocracia y politeia, según gobierne uno, pocos o muchos. Dentro de las injustas: tiranía, oligarquía (o plutocracia) y democracia, según gobierne uno, pocos o muchos. ¿En que lugar podemos situar la forma despótica? El reino despótico es considerado por Aristóteles como una forma de gobierno a la que podríamos denominar como impersonal, pues lo importante de aquella es que el órgano rector gobierna sin tomar en consideración las leyes, o en todo caso, la voluntad del paciente regido. Déspota puede ser el gobierno de la muchedumbre, convirtiéndose el gobierno en oclocracia; igualmente lo puede ser uno al convertirse en tirano, o bien lo pueden ser pocos al convertirse en plutocracia. La cuestión del <reconocimiento> que será perfeccionada posteriormente por el Prusiano Hegel, es algo que Aristóteles o no vio con detenimiento, o bien, no lo estudio en su sentido moderno, pues las constituciones escritas en cuanto tal surgieron en Roma a partir de la ley de las XII Tablas. En suma, el elemento diferencial para reconocer al hombre del esclavo es mirando en la forma de gobierno conforme a la cual se rige su ser. Ahí en donde en un animal político domina lo noético por encima de los apetitos (sean estos irascibles o concupiscibles) se estará frente a una persona, en otra situación, de ninguna manera. Por la misma razón, Aristóteles asienta en la Metafísica lo siguiente: “Todos los hombres tienen naturalmente el deseo de saber. El placer que nos causan las percepciones de nuestros sentidos son una prueba de esta verdad. Nos agradan por sí mismas, independientemente de su utilidad, sobre todo las de la vista. En efecto, no sólo cuando tenemos intención de obrar, sino hasta cuando ningún objeto práctico nos proponemos, preferimos, por decirlo así, el conocimiento visible a todos los demás conocimientos que nos dan los demás sentidos. Y la razón es que la vista, mejor que los otros sentidos, nos da conocer los objetos, y nos descubre entre ellos gran número de diferencias…el hombre de experiencia parece ser más sabio que el que sólo tiene conocimientos sensibles, cualesquiera que ellos sean: el hombre de arte lo es más que 55 el hombre de experiencia; el operario es sobrepujado por el director del trabajo, y la especulación es superior a la práctica”. 35 La persona como hombre, bajo estos términos, tiene la necesidad y la facultad de conocer. Por ende, en el desarrollo de esta facultad se encuentra, en un primer momento, la perfección del ente al que llama ζώον πολιτικόν o persona. Bajo esta lógica, el hombre es considerado más perfecto conforme más sabio es. Por tal causa, Aristóteles delimita también los distintos niveles de conocimiento en los cuales se van a enmarcar los distintos tipos de hombre, en cierto sentido igualando la división platónica. Aquel que conoce exclusivamente vía la sensibilidad, se encuentra en el rango inferior. Mientras tanto, el artista, el que conoce y consigue crear a través de la imaginación, es superior al que sólo adquiere conocimiento por medio de los sentidos. El artista, conoce y es conocido a través de su obra, en el desdoblamiento de su imaginario. El artista, en contraposición al que conoce por la sensibilidad únicamente y sin crear nada, imprime su visión de la cosa (είδος) a lo que es producido, modifica la realidad a través de la praxis. En una tercera dimensión, la superior, encontramos al hombre teórico que descifra el eídos de cada cosa. En otros giros, aquel que se encuentra en el rango más alto de los niveles del conocimiento es el hombre que inquiere y descifra los primeros principios, los que competen al ser en tanto que ser. Recordemos, en ese sentido, que teoría significa etimológicamente “ver a través de” o “ver desde lo alto”. El hombre teórico es aquel que a partir de reflexiones propias, desoculta al mundo, trazando códigos de desciframiento para cada entidad, mismos que tienen que ver rigurosamente con la perfección hacia la cual tiende cada ente. El filósofo es considerado como aquel individuo que se dedica a descubrir las primeras causas y los primeros principios, a saber, los que se refieren al “ser”, desde una postura que trasciende la materialidad o la sensibilidad. El 35 Aristóteles, Metafisica, p. 23. 56 conocimiento absoluto es considerado un tipo de conocimiento al que se accede produciendo, y esa es la tarea primordial que pertenece de forma exclusiva al hombre teórico. Conocer la verdad es por ello mismo acceder al terreno de la αλήθεία, a través del proceso de des-ocultamiento al que solamente puede acceder, en su sentido radical, el filósofo. La virtud noética <pertenece> enteramente sólo a este último. 36 Como hemos visto a lo largo del presente apartado, uno de los aportes más importantes de Aristóteles en torno al concepto de persona como hombre es primeramente la concepción naturalista que ofrece de aquel. Dicho aporte que tiene que ver más con el alma y con sus funciones, colisiona en cierto sentido con la otra que aparece en la Política, pues esta última hace uso de condiciones políticas y sociales. Hay que decir por lo mismo que en lo que compete a la posición aristotélica acerca de la esclavitud doméstica existe una paradoja que es difícil no ver. A diferencia de la visión de la esclavitud moral, lugar en donde el de Estagira se apega a la visión de su maestro, en el otro tipo de esclavitud las contradicciones aparecen una y otra vez en su pensamiento. Por lo mismo, resulta necesario aclarar que tales contradicciones las observó el propio filósofo. Por eso transcribiremos el siguiente fragmento casi en su totalidad: “Los términos esclavitud y esclavo se usan en doble sentido. En virtud de una convención legal hay también esclavos y esclavitud, puesto que dicha convención (νόμος) es una especie de acuerdo por el cual el botín de guerra se estima ser del vencedor. Muchos juristas, sin embargo, impugnan la legalidad de este derecho convencional, como impugnarían a un orador que quisiera apartarse de la ley; y sostienen ser cosa monstruosa que quien pueda usar la fuerza y es superior en poder, pueda tener a su víctima por esclavo y súbdito. No faltan entre los sabios 36 En una afirmación que refuerza tal idea, el estagirita se expresa de la siguiente manera: “El filósofo será él más sabio de los hombres”. Aristóteles, Ética Nicomaquea, p. 143. En este sentido, al estar fundamentada la virtud en el conocimiento, no es suficiente actuar correctamente para ser feliz, sino que se es feliz en gran medida por que se conocen las causas y los motivos de dicha compilación de virtudes que llevan a la felicidad. Dicha afirmación se justifica con la interpretación erística que realiza Aristóteles del legislador ateniense Solón, mismo que indica “Nadie es malvado voluntariamente, ni involuntariamente dichoso”. Ibid, pp. 34. 57 quienes tengan esta opinión, por más que otros sustenten la contraria. La causa de esta disputa y lo que produce la confusión de conceptos es el hecho de que, cuando de cualquier modo dispone de recursos, la virtud tiene máximo poder para usar la fuerza, y lo que domina es siempre superior en alguna especie de bien, de suerte que podría admitirse que no hay fuerza sin virtud. La discusión sería entonces únicamente sobre la noción de lo justo o del derecho ( pues a unos les parece que la justicia debe identificarse con la buena voluntad, mientras que para otros lo justo es simplemente que mande el más fuerte). Hay quienes apegándose por entero a lo que estiman ser un derecho (pues la ley es un cierto derecho), establecen como justa la esclavitud por causa de guerra. Pero al mismo tiempo se contradicen, pues cabe la posibilidad de que las guerras sean injustas en su origen y nadie admitiría que sea esclavo quien no merece la esclavitud…Es preciso pues decir que hay algunos que son esclavos en todas partes, y otros que no lo son en ninguna…Es claro que hay cierta razón para esta distinción, y que en ciertos casos los que son esclavos o libres no lo son por naturaleza, como lo es también que en otros casos si existe esta distinción, que es cuando a unos conviene servir y a otros señorear, y que para unos es justo y debido ser mandados y para otros mandar con la especie de mando que nacieron para mandar, y conforme a ella deben ejercer el señorío, pues mandar malamente solo puede ser nocivo para ambas partes…De aquí que haya un interés (συμφερον) y una amistad (φιλία) común entre el esclavo y el señor, como la hay recíprocamente entre quienes por naturaleza han sido señalados para una u otra función, por más que lo contrario ocurra cuando dichas funciones no le son asignadas de modo natural, sino por la ley (νόμον) y la violencia (βιασθείσι)” 37 Varias son las ideas que la elocuencia de Aristóteles nos permite desmenuzar. La primera de ellas, la diferencia entre el derecho entendido como convención y entre el derecho entendido como naturaleza o buena voluntad. Esta distinción aparece nuevamente en el de Estagira como aparece en Platón 37 Aristóteles, Política, 1255 a-1255b, p. 9-11. 58 y no es más que la diferencia entre Physis y Nomos, entre la ley natural y la ley convencional, entre el derecho natural y el derecho positivo. Precisamente de este punto se va a desprender el hecho de que la esclavitud sea considerada contraria a naturaleza en cierto sentido. Sin embargo, un elemento sumamente importante para entender de mejor manera las distintas posiciones será el de la <guerra justa>. Aristóteles supone que es radicalmente injusto esclavizar a cualquier ente con anima racional si dicha guerra está sustentada en falsos o injustos principios. Igualmente, supone que no en todos los casos puede hablarse de esclavitud natural y que en ciertos casos es de hecho contrario a la racionalidad el esclavizar. Por lo mismo, es importante señalar la importancia de la filosofía moral en la explicitación de estos términos, ya que por una parte indica que “es esclavo por naturaleza el que puede pertenecer a otro y que participa de la razón en cuanto puede percibirla, pero sin tenerla en propiedad”. 38 Dos preguntas que resultan fundamentales para entender en qué casos la esclavitud se encuentra justificada serían ¿Cuál es el tipo de dominio que tiene la persona sobre los entes inanimados, sobre entes animados irracionales y sobre entes animados racionales? ¿En caso de que sean distintos entre sí los dominios, acaso para apropiarse de los entes irracionales se hace una guerra, o sólo con los entes animados y racionales? En tal sentido hay que precisar que dos interpretaciones son posibles: los tipos de dominios son distintos pero hay algunos entes animados y racionales que sólo participan de la razón sin poseerla, lo cual justificaría la guerra y la esclavitud en un sentido convencional, en tanto que esclavo y amo se favorecen de la situación teniendo un mismo interés y una amistad en común; y los tipos de dominio son distintos, pero siempre que se haga la guerra por la mera violencia dicha esclavitud es injustificada. Una sola vía más queda para resolver nuestras cuestiones y aquella indica que para poder esclavizar de forma justa es necesario deshumanizar conceptualmente al ente que sea paciente de la esclavización, quitándole de tal manera su función intelectual y su participación en la vida moral, ética y jurídica. Esta última salida nos llevaría a pensar que el esclavo es incapaz de tener una amistad con el amo, en el mismo sentido que al estar el paciente deshumanizado se hace incapaz de ser sujeto de la justicia. 38 Ibid, 1254 b, p. 9. 59 En el siguiente apartado retomaremos este problema cuando hablemos de la génesis de la diferencia entre derecho común y particular. Asimismo, la aclaración entera de este tema será desdoblada en capítulos posteriores, sobre todo cuando se hable acerca de la trascendencia del pensamiento político de Aristóteles en el medioevo tardío español. Francisco de Vitoria y Ginés de Sepúlveda nos mostraran dos caminos distintos e innegociables que pueden surgir de diferentes interpretaciones del pensamiento aristotélico en torno a la cuestión de la persona y la esclavitud. Otra de las heterorrelaciones importantes para entender el concepto de persona en Aristóteles en su sentido negativo es el que tiene que ver con la relación entre el varón y la mujer. En este sentido, Aristóteles hace uso nuevamente de Homero y la tradición cultural griega para afirmar que “el silencio es el ornato de la mujer”. Con ello, lo que Aristóteles indica es que la mujer no tiene la facultad de la palabra en la manera en la que lo tiene el hombre libre o ciudadano. Igualmente, con tal presupuesto, pretende darle mayor consistencia a una de las afirmaciones que hemos señalado arriba en lo concerniente a que la mujer está al mando del hombre por cuestiones de seguridad. Aunado a lo anterior, y haciendo uso de las opiniones socialmente reconocidas, Aristóteles emplea a Homero para afirmar junto con aquel que “cada uno es legislador de sus hijos y de sus mujeres”. En el mismo sentido, indica “El padre y el marido gobierna a su mujer y a sus hijos como a libres en ambos casos, pero no con la misma clase de autoridad: sino a las mujeres como a un ciudadano y a los hijos como vasallos”. Resulta interesente resaltar que Aristóteles, contrariamente al sistema jurídico imperante en toda Grecia, considera a las mujeres iguales a los hombres en cuanto a su condición de ciudadanos. Sin embargo, insiste en que la diferencia primordial entre mujer y varón, salvo en casos antinaturales, consiste en que el segundo es más apto para el mando que la primera. Lo mismo sucede en casos de guerra, pues Aristóteles crítica en diversas ocasiones, contrariamente a Platón, que en Lacedemonia las mujeres tuvieran participación en aquella. 60 En lo que compete a la relación padre-hijo, Aristóteles dice que el primero es el elemento rector sobre el segundo, en tanto que existen diferencias de edad y experiencia. En este sentido, se entiende dicha relación como un vasallaje, o en términos más propios, como una propedéutica para la participación política. Dicha propedéutica tiene que ver con la premisa ética aristotélica que indica que para saber mandar es necesario primero saber obedecer. Es decir, el hombre libre ejerce gobierno sobre sus pupilos que son en potencia ciudadanos con la finalidad de encaminarlos al ejercicio de la virtud. El gobierno del padre sobre el hijo es considerado, en todo caso, como un régimen de carácter regio en su vertiente dinástica. De manera similar lo considerara Hegel cuando habla del <segundo nacimiento o nacimiento ético de los hijos>, aunque de ello hablaremos más adelante. En suma, las virtudes de los hombres libres, de las mujeres, de los hijos y de los esclavos serán de distinta naturaleza. Solamente el primero puede ser considerado como persona en sentido estricto, aunque el papel de la mujer no parece estar completamente definido en Aristóteles, pues aunque indica que aquella está siempre al mando de un varón, también afirma que debe de ser considerada como un ente libre y ciudadano, cosas que en el fondo significan una y la misma cosa. Después del breve recorrido que hemos hecho de los pensadores clásicos tenemos que concluir primeramente que las categorías metafísicas de la <privación y posesión> se encuentran estrechamente ligadas con la concepción de la “persona como hombre” en Platón y Aristóteles. Asimismo, es necesario decir que el análisis de los dos filósofos se encuentra vinculado en gran medida con la teoría política, ya que para explicar lo que la persona como hombre es hacen uso de conceptos y metáforas que tienen que ver con las formas de gobierno. En todo caso, temas como la justicia, los bienes y la persona se enmarcan tanto en el campo de dilucidación de la ontología, como de la metafísica y de la filosofía moral. Para Platón, persona es aquel ser humano que se pertenece a sí mismo en lo que respecta a la relación entre alma y cuerpo. Mientras tanto, para 61 Aristóteles la persona es aquel que se pertenece a sí mismo en la relación alma-cuerpo-inteligencia, pero también en las hetero-relaciones establecidas en la ciudad y en la administración del hogar. En este sentido, es necesario señalar que existen dos caminos fundamentales para entender a la persona como hombre en el pensamiento aristotélico. La primera de ellas tiene que ver con lo que denominamos como la vertiente positiva y lógica, mientras que la segunda tiene que ver con lo que denominamos como la vertiente negativa. A la segunda vertiente la denominamos como negativa simplemente por su carácter excluyente. Dicha exclusión, cabe decir, se encuentra poco fundada, o mejor dicho aún, fundada con la gracia de argumentos etnocéntricos pertenecientes a la cultura griega. Si para Platón el elemento central de la persona consistía en un virtuoso autodominio de las pasiones, es decir, dependía de la forma en la que el propio individuo ordenara sus apetitos, para Aristóteles la cuestión política y oikonomica 39 eran en cierto sentido, pero sólo en cierto sentido, las fundamentales. En otras palabras, si Platón pensaba que el alma era una manifestación en micro de la ciudad, y afirmaba que la tarea primordial consistía en que la ciudad estuviera ordenada en pro de sus miembros, para Aristóteles la relación es inversamente proporcional, pues los miembros son los que tienen que estar ordenados en pro de la ciudad. Hemos de enumerar lo que consideramos los aportes positivos del pensamiento clásico en la consolidación del personalismo como humanismo: 1. El descubrimiento de los elementos inalienables que componen el ser y el alma del hombre como persona. 2. La clarificación de que en la persona pueden existir vicios y virtudes, dicotomía que será retomada en cierto sentido por el cristianismo al hablar de pecado y redención. 3. Participación de la filosofía moral en la política. La analogía entre ciudad y hombre, así como sus respectivos gobiernos, que 39 Hago uso de este concepto, tal vez recurriendo a un barbarismo, para diferenciar la administración del hogar en los términos aristotélicos de lo que hoy entendemos vulgarmente como economía. 62 clarifica la manera en la que los apetitos deben de estar ordenados para que la persona se <posea> a sí misma. 4. La introducción conceptual platónica según la cual en el hombre existe un componente divino que debe de ser respetado, dignificado y perfeccionado. 5. La aclaración aristotélica en lo que respecta a la posesión del lenguaje como componente indispensable en la persona, ya que sólo a través de aquel puede tener uso de razón para inquirir en lo justo e injusto, en lo provechoso y nocivo, en lo bueno y lo malo. 6. La persona es imposible de comprender sin la sociabilidad y sin los semejantes, ya que reducir a la persona a la posesión traería consigo el vicio de la tiranía, como lo indica Aristóteles. Vicio que en el fondo lo único que hace es confundir lo poseído con lo que posee. Por eso el tirano es dueño sólo de forma degenerada, pues verdaderamente aquel es esclavo de sus apetitos más bajos 7. La afirmación aristotélica que indica que a diferencia de los demás entes el animal político que es la persona puede responder por su “yo noético”, así como por su sustancia ética como la búsqueda del “vivir bien” y de la <justicia>. 8. La premisa aristotélica acerca del tipo de <posesión> que es característica de la persona, ya que para él la facultad de la <posesión> está predeterminada por la existencia de una sustancia racional, supremo ontológico, que pueda <poseer> y no en donde lo <poseído> se confunde con el <yo>. Con base en el escueto recuento realizado hasta este momento, podemos decir que los pensadores clásicos visualizaron desde un principio la existencia de una entidad autónoma, animada, independiente y libre que es la persona. De la misma manera, observaron y describieron a la perfección sus características fundamentales, erigiendo en cierto sentido el centro de su reflexión en aquella. Sin embargo, a la par, fueron los precursores de una serie de predeterminaciones que impidieron visualizar a la persona desde un horizonte más amplio. Enumeremos a grandes rasgos dichas predeterminaciones: 63 1. Para Platón existía una estratificación clara entre distintos tipos de hombres. Dicha diferenciación se fundamentaba sustancialmente en el mito hesiódico acerca de las tres razas. Para él existían guardianes, gobernados y gobernantes, siendo estos últimos los únicos a los que se les podía denominar con el nombre de personas en sentido estricto. 2. La confusión platónica que iguala el “yo” con el alma y la comprensibilidad, pues a su parecer aquel era aisladamente el elemento diferencial para identificar a la persona. En este sentido, habría que recordar que la academia platónica fue precursora de escuelas antagónicas como el epicureismo (evidentemente sensualista) y el estoicismo (pregoneros de la existencia de la naturaleza humana común). 3. La afirmación aristotélica acerca de la existencia de los esclavos por naturaleza en términos ontológicos, pero con argumentos sociodomésticos. 4. La introducción de presupuestos culturales en el pensamiento filosófico en los que se presume que el género es significativo para diferenciar lo que rige (el varón) de lo que es regido (la mujer). Así entonces, los pensadores clásicos fueron precursores del personalismo, como hemos afirmado al inicio del apartado, pero también fueron precursores de los más grandes prejuicios que se han erigido en lo que respecta a una visión estrecha de lo que ello significa. Uno de los aportes del presente apartado tiene que ver con la forma en la que hemos logrado observar la sustancialidad, libertad y dignidad que componen a la persona humana, ya que precisamente eso que llamamos persona humana es lo que hace posible tales propiedades y no a la inversa. La persona humana es la unidad funcional de la actividad y ciencia política cuando aquellas se conectan con la filosofía moral. En otros giros, la persona como posesión no consiste en la correspondencia del “yo” con lo poseído, ni tampoco tiene que ver con la posesión de lo poseído sobre el “yo”, sino que tiene que ver con la posibilidad de que el “yo” pueda poseer y que en tal posesión se demuestre indirectamente su “yoidad” o personalidad. La persona no es una 64 máscara tras la cual se oculte un rostro desconocido, tal vez monstruoso, como lo mostraron los griegos y los romanos en sus cultos dionisiacos. La persona no puede ser una cosa fantasmagórica como una máscara. La persona es, por el contrario, un rostro luminoso y claro a través del cual somos capaces de reflejarnos e identificarnos. La persona es la combinación de aquellos ojos, de aquella boca, de aquella gesticulación y de aquel lenguaje articulado y universal mediante el cual podemos visualizar la humanización en la alteridad y en la yoidad. Sólo se puede ser persona en la dimensión de la mutua dignificación. Ser personalista consiste en reconocer la existencia de particularidades que nos singularizan. Pero, ser personalista significa también reconocer la “comunidad de rasgos” que nos unen a los unos con los otros y a lo cuál podríamos denominar como universal antropológico, siendo en este sentido fieles a la etimología griega. 1.3 Derecho común y particular o el nacimiento de la idea de Derecho Natural. El debate platónico acerca de la Justicia vista como Physis y Nomos fue llevada hasta su máxima consecuencia por Aristóteles en la Ética a Nicómaco y en la Retórica. En el libro I, capítulo XII, de la Retórica, señala que: “Llamo ley, por una parte, a la que es particular, y por otra parte, a la que es común; particular, a la que viene determinada por cada pueblo para sí mismo, de las cuales unas son escritas; otras en cambio no escritas; y la ley común es la que es según naturaleza. Porque hay algo que todos adivinan que, comúnmente, por naturaleza, es justo o injusto, aunque no haya mutuo consentimiento ni acuerdo entre unos y otros”. 40 El fragmento anterior es uno de los textos más esclarecedores en lo que se refiere al nacimiento de la concepción del Derecho Natural. Frente a la ley 40 Aristóteles, Arte Retórica, Porrúa, México, 2002, p. 125. 65 particular que en el sentido moderno la entendemos como ley positiva, por ser una regla imperativa que es creada por la autoridad soberana de una sociedad, Aristóteles opone una ley que es común a todos según naturaleza y más allá de las convenciones sociales. Aquella propuesta nos recuerda el antiguo dilema de la Antígona de Sófocles. Después de que Creón prohíbe que Polinice sea enterrado con los honores rituales correspondientes, Antígona decide oponer una inflexible resistencia a dicho mandato. Por lo mismo, desobedece la ley humana y decide darle sepultura a su hermano siguiendo lo que denomina como ley divina. Cuando Creón la reprende por desobedecer las ordenes de su tío y gobernante a la vez, aquella mujer contesta lo siguiente en torno a su desacato: “Esas leyes no las promulgó Zeus. Tampoco la Justicia que tiene su trono entre los dioses del Averno. No, ellos no han impuesto tales leyes a los hombres (la inhumación). No podía yo pensar que tus normas fueran de tal calidad que yo por ellas dejara de cumplir las leyes, aunque no escritas, fijas siempre, inmutables, divinas. No son ley de hoy, no son leyes de ayer…son leyes eternas y nadie sabe cuando comenzaron a regir. ¿Iba yo a pisotear esas leyes venerables, impuestas por los dioses, ante la antojadiza voluntad de un hombre, fuera el que fuera?...Morir, morir ahora no me será tormento. Tormento hubiera sido dejar ahí el cuerpo de mi hermano, un hijo de mi misma madre, allí tendido al aire sin sepulcro. Eso si fuera mi tortura: nada de lo demás me importa…Entre los dotes de lo tiranos está la de hacer y decir impunemente lo que les place…Derechos iguales pide el reino de los muertos”. 41 Así pues, podemos darnos cuenta que en el fondo lo que está en juego son dos concepciones de la justicia hartamente diferentes entre sí. Por un lado los defensores de la ley positiva, por ejemplo, Creón en la Antígona y Trasimaco en el Dialogo de la Justicia. Para ellos tiene fuerza de ley exclusivamente lo que proviene de las convenciones sociales, ya sea a través 41 Sófocles, “Antígona”, en Las siete tragedias, Porrúa, México, 2005, pp. 260-261. 66 de mandato soberano o bien a través de las costumbres. Por otro lado, Antígona, Platón y Aristóteles, mismos que defienden la existencia de un derecho divino o natural que es inmutable y universal, y que por lo mismo se encuentra más allá del fuero humano. Para los primeros el derecho positivo es el único, para los segundos lo es el derecho positivo también pero en un nivel más digno lo es la ley divina o natural. Para poner en evidencia con mayores fuentes lo anteriormente expuesto, recurriremos a la Ética a Nicómaco. En el libro V de dicho tratado Aristóteles expone detalladamente sus opiniones respecto al valor ético de la justicia. Indica que uno de los problemas más frecuentes para tratar al tema tiene que ver con las homonimias que se generan en torno al concepto. Por lo mismo, ofrece estudiar la justicia a través de su contrario, la injusticia. El primer concepto que ofrece del hombre injusto indica que aquel es “el trasgresor de la ley, y el codicioso, y el que no es equitativo…el injusto no siempre quiere lo que es más, sino también lo menos cuando se trata de males absolutos; pero como parece que el mal menor es también en cierto modo, un bien, y la codicia tiene por objeto lo bueno, por esta razón es codicioso. Y no es equitativo, defecto que abarca las dos cosas y es común”. 42 De tal manera, la primera definición de injusticia tiene que ver con la codiciosa, con la ilegalidad y con la inequidad. Por su parte, la definición de justicia será compatible con la legalidad y la equidad. A la par de lo mencionado, Aristóteles indica que lo legal es en cierto sentido justo, pero no absolutamente, ya que dicho tipo de leyes pueden convenir a todos, a los mejores, a los que están en el poder o alguien semejante. Indica también que existe la posibilidad de que la ley sea bien establecida según la recta razón o bien arbitrariamente. De tal manera, si la ley está establecida según la recta razón y para beneficio de todos aquella justicia será la más perfecta, pero no absolutamente hablando, sino con relación a la otredad o alteridad. Por el contrario, la que esté establecida arbitrariamente 42 Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1129 a-1129b, p. 71. 67 será la menos perfecta y la que menos procure su objetivo natural, el bien común. La ley bien establecida será la justicia en su sentido natural y tendrá como objetivo el bien ajeno. Por lo mismo señala que “la ley manda vivir de acuerdo con todas las virtudes y prohíbe que se viva con todos los vicios”. 43 Para detallar las características de la justicia parcial, particular o política aquel filósofo hace uso de una distinción muy conocida por la tradición. Por un lado se encuentra la justicia distributiva que mide como iguales a los iguales y como desiguales a los desiguales. A ella se refiere la distribución de los honores, dinero, o cualquier otra cosa que se reparta entre los que tienen parte en el régimen. De tal manera, establece que este tipo de justicia tiene como principio lo proporcional y por lo mismo es llamada geométrica. A la par de la justicia distributiva existe otra justicia que la tradición denomina como conmutativa o aritmética y tiene que ver sustancialmente con aquella que se establece para corregir los delitos. De aquí se desprende lo que a las penas y a los juicios compete y se parte del principio de que para la ley todos tienen la misma condición. “La ley sólo mira a la especie del daño y trata como iguales al que comete la injusticia y al que la sufre, al que perjudica y al perjudicado”. 44 Indica que el término medio en lo que compete a la justicia es el juez, pues precisamente en aquel se busca la neutralidad entre la pérdida y la ganancia. En el capítulo VII del libro V, sin embargo, aparece la distinción que buscamos. Ahí se precisa que la justicia política (πολιτικού δίκαιον) se divide en dos ramas. Por una parte la justicia natural (φυσικόν) que tiene la misma fuerza en todas partes, independientemente de lo que parezca o no. Por otra, la legal o convencional (νομικόν) que es aquella contingente que da lo mismo que sea así o de otra manera. Dice que los únicos que están fuera de la fuerza de la ley natural son los dioses, pues para ellos dicha ley no es obligatoria. La ley convencional por su parte es como las medidas para los productos, pues a 43 44 Ibid, 1130 a, p. 73. Ibid, 1132 a, p. 75. 68 veces se pueden medir de una forma a veces de otra, por ejemplo, a veces se pueden pesar en kilos o en libras. Para aclarar de manera más concisa su idea respecto a los dos tipos de justicia señala que “Cada una de las cosas justas y legales es como lo universal respecto a lo particular, si bien sólo uno es por naturaleza el mejor en todas partes” 45 . De tal forma, Aristóteles toma en consideración la existencia de una ley y justicia universal que tiene validez y verdad independientemente de cualquier circunstancia. Aquel derecho va a ser lo que la tradición posterior, sobre todo con los estoicos, se va a denominar como Derecho Natural. Aquella concepción del derecho es tan importante que la podemos encontrar manifiesta en el pensamiento de Cicerón. En su texto acerca de las Leyes indica: “Los autores más doctos empiezan siempre a partir de la ley, y al parecer no se equivocan, si de acuerdo con su definición la ley es la razón suprema impresa en la naturaleza, que ordena las cosas que se deben hacer y prohíbe las contrarias. Esta misma razón, una vez confirmada y desarrollada por la mente del hombre, es lo que llamamos ley. Por eso se afirma que la razón práctica es una ley que consiste en ordenar las buenas acciones y prohibir las malas. Piensas que esta ley deriva su nombre del griego, de la idea de <dar a cada uno lo suyo>, y yo pienso que su nombre latino está unido a la idea de elegir, pues bajo la palabra <ley> ellos colocan un concepto de equidad y nosotros un concepto de elección, cosas que son atributos de la ley. Si todo esto es cierto, tendremos que empezar por la ley para hablar del Derecho; la ley es la fuerza de la naturaleza, es la mente y la razón del hombre dotado de sabiduría práctica, es el criterio de lo justo y lo injusto. Pero como esta discusión trata de temas que interesan al vulgo, a veces tendremos que expresarnos popularmente e imitar al pueblo que llama ley a la disposición escrita que ordena o prohíbe todo lo que se le antoja. Sin 45 Ibid, 1135 a, p. 81. 69 embargo, para definir el Derecho partiremos de aquella ley suprema que se mantiene a través de los siglos y que ya estaba en boga antes de que existiese ley alguna o se hubiese formado un solo Estado”. 46 El aporte de Aristóteles es sumamente valioso para entender la diferencia entre la justicia como physis y como nomos, ya que a partir de la distinción que realiza puede sernos asequible uno de los fundamentos más recurridos en las teorías de la persona que trataremos a lo largo del trabajo. Algunos apelaran al derecho positivo o convencional para hablar de la justicia y de la persona. Mientras que otros apelaran al derecho natural o divino. La idea de que la justicia es la ley del más fuerte o lo que establecen los gobiernos fue muy criticada desde la antigüedad, pues aquella parece ser insostenible por sí misma. La idea de la justicia y la ley como expresión de los decretos de la naturaleza o la divinidad (es), será muy recurrente para justificar o despreciar la participación de la filosofía ética y moral en las ciencias humanas con una soberanía propia. Si hay una ley que trascienda los decretos humanos a ella es a la que se debe la completa obediencia. En caso contrario, la justicia es relativa o fantasmagórica. Igualmente, si existe algo llamado justicia en su sentido natural, entonces la defensa de la persona en el plano ontológico, metafísico, jurídico y político es algo posible, si no es así, entonces la persona constituye un fenómeno aparentemente indefendible. La existencia de la justicia y la ley en su sentido natural hacen posible la diferenciación entre personas y cosas, así como entre entes animados e inanimados. Mientras tanto, la negación de aquellas es el primer escalafón para poder sostener la inexistencia de diferencias sustanciales entre tal tipo de entes. 46 Cicerón, Las leyes, Edaf, Madrid, 1973, pp. 1501-1502. 70 II. LA PERSONA EN EL DEBATE DE LAS GENTES AMERICANAS. A finales del siglo XV, con el descubrimiento de América, comenzó uno de los debates más importantes que se han dado en la historia de la humanidad en torno al concepto persona. La discusión acerca del estado y la naturaleza de los indígenas americanos se convirtió prontamente en un caluroso conflicto político, teológico, jurídico y filosófico del cual tomo parte la propia corona española. El llamado debate de los naturales en Valladolid, entre Gines de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas, fue simplemente la manifestación más expresa, así como la conclusión de lo que el territorio y las gentes descubiertas significaron para el viejo mundo. Lo mismo podemos decir respecto a su significación respecto a la composición de una concepción del mundo más amplia. Los antiguos sistemas de pensamiento que se caracterizaban por su etnocentrismo fueron puestos en tela de juicio por un nuevo humanismo más vigoroso y más incluyente. De tal manera, uno de los problemas fundamentales era saber “qué clase de seres eran los aborígenes americanos y qué aptitudes tenían para convertirse a la religión cristiana y adquirir la civilización europea”. 47 Por un lado, un fragmento de pensadores veía en ellos unos <homúnculos>, o cuasi-hombres, pues pensaban que aquellos seres estaban privados de las facultades más indispensables para conducir su propia vida social y privada. Entre estos hombres se encontraban Gonzalo Fernández de Oviedo, Juan Gines de Sepúlveda y Domingo de Betanzos, aunque este último se retracto de su posición pocos años antes de su muerte. Por otro lado, existía una cuantiosa fracción de pensadores que veían en ellos a <personas> en todo el sentido de la palabra. Entre estos últimos había quien los consideraba como <nobles salvajes>, por ejemplo, Cristóbal Colón. También había una sección de sacerdotes que los consideraban simplemente 47 Hanke, Lewis, La humanidad es una, Fondo de Cultura Económica, México, 1985, p.12. 71 como gentiles, por ejemplo, Francisco de Vitoria, Antonio de Montesinos y Fray Bartolomé de las Casas. En suma, lo que estaba en juego para el mundo europeo era una laboriosa y difícil tarea que consistía en determinar qué tipo de naturaleza tenían aquellos aborígenes. Las Ordenanzas dadas para el buen regimiento y tratamiento de los indios, vulgarmente denominadas Leyes de Burgos, fueron las primeras instrucciones, mas no el primer aparato normativo o jurídico en cuanto tal, existentes para regular la ocupación española en territorios americanos. Firmadas el 27 de enero de 1512, aquellas ordenanzas constituyeron el referente más importante para justificar y estructurar la forma en la que los españoles llegaban a ocupar las tierras americanas. De ahí precisamente su singular importancia. Sus precedentes jurídicos más inmediatos en el terreno religioso son las bulas papales de Alejandro VI (Inter caetera, Eximie devotionis y Dudum siquidem) y de Paulo III (Sublimis Dei). Asimismo, el sermón de Antón de Montesinos es considerado también como uno de sus precedentes más significativos por la doctrina que ahí se defiende y que precisamente en espíritu es similar al de las llamadas Leyes de Burgos. Al ser descubiertas las hasta entonces tierras incógnitas de América por Cristóbal Colón y su tripulación el 12 de octubre de 1492, la forma en la que el hombre europeo de la época concebía y pensaba el mundo cambio drásticamente. El primer cambio, tal vez el más importante, tiene que ver con la serie de nuevos problemas filosóficos, éticos, morales y religiosos a los que se tuvo que enfrentar el viejo mundo. Las antiguas creencias que predicaban que la tierra era plana se vinieron prontamente abajo. Igualmente, la creencia que predicaba que viajando hacia el oriente era imposible hallar tierra firme quedó rebatida. Con todos estos cambios se dio paso a una transformación absoluta en la cosmovisión europea, pues las viejas creencias configuraban todo un sistema de valores que se sostenía en ciertos dogmas fundamentales, mismos que se desvelaban en ese momento como infundados. El primer problema para el mundo europeo en ese momento fue saber cuál era verdaderamente su papel en un mundo que se les presentaba completamente diferente a como ellos lo venían pensando tradicionalmente desde siglos atrás. El primer 72 acontecimiento que detonó el nacimiento de la mundialización en su sentido político, jurídico, económico, filosófico y ético fue precisamente la proeza de la tribulación de Colón. En segundo lugar, otro de los cambios fundamentales a los que se dio paso con el descubrimiento de América tiene que ver con el eurocentrismo imperante en el mundo medieval. La vieja visión que separaba al mundo entre occidentales y orientales, o católicos e islamistas, quedo en el pasado, pues desde ese momento un tercer elemento, “los indios de las nuevas tierras”, venían a representar una realidad nunca antes vista. Las estructuras de pensamiento tradicionales se colapsaron debido a la entropía producida por unas tierras y gentes nuevas, mismas que jugaron el papel de la manzana de la discordia no sólo entre europeos a nivel político, sino también entre los españoles civiles y los eclesiásticos. Así pues, es necesario entender que el descubrimiento de las nuevas tierras fue un hallazgo que condujo a Europa a una serie de debates de tan vital importancia, que se puede considerar el hecho de que se donaran las tierras americanas al “Reino Católico de España” por un “Papa Español” como uno de los múltiples motivos, o bien uno de los precedentes políticos, por los que la Iglesia Católica Apostólica y Romana se escindió posteriormente. La pregunta en torno a sí el representante de Dios en la tierra tenía o no la potestad sobre el mundo entero, condujo a un debate lleno de pensamientos encontrados e irreconciliables. Mientras la doctrina oficial de la Iglesia defendía la omnipotencia del Santo Pontífice, al interior de España podemos encontrar hombres como Francisco de Vitoria que negaron dicha omnipotencia. En otros términos, el problema de la secularización encuentra sus raíces en este contexto, pues o se llegaba a la consideración de que el Papa tenía potestad sobre todo el mundo debido al Derecho Divino, o bien, se pensaba que no lo tenía por derecho divino sino por convenciones sociales, soluciones que traían consigo múltiples encrucijadas. De hecho, existieron quienes pensaron que la Iglesia y el Papa no tenían potestad sobre todo el mundo ni por Derecho Divino ni por 73 convenciones sociales y, por el contrario, pensaban que la potestad sobre las tierras nuevas y sobre gran parte del mundo europeo pertenecía por derecho al fuero civil o secular. Si en el terreno de la política internacional el debate se centró en torno a la legitimidad o ilegitimidad de la potestad Papal, es necesario reconocer que uno de los debates más acalorados y más influyentes en este ámbito es el que tuvo que ver con sí los indígenas eran o no seres humanos o personas en el estricto sentido de la palabra. En caso de no ser considerados como seres humanos o personas, debido a sus tendencias naturales, o bien, debido a sus costumbres, la conquista se encontraba justificada y no podía ponérsele en frente ningún obstáculo en lo que a su legitimidad se refiere. Sin embargo, si aquellos indígenas eran considerados personas en todo el sentido de la palabra, con los mismos derechos y las mismas dignidades que cualquiera, la ocupación española tenía que tomar en consideración sus formas de actuación para no errar. En el primer caso, los indígenas pudieron ser considerados simplemente como animales o cosas (homúnculos como algunos los denominaron), no siéndoles reconocido en tal caso su ser espiritual. En el segundo caso, los indígenas serían considerados como sujetos espirituales con la capacidad de ser conducidos al sendero de la fe católica vía el reconocimiento de su racionalidad y la predicación. El resultado de tales debates es hartamente conocido, la conquista española de las tierras americanas se llevó a cabo con las banderas de la fe. Sobre todo en el terreno de los misioneros católicos se pueden encontrar casos como el de Fray Bartolomé de las Casas en el que la dignidad de los indígenas fue defendida y sustentada en la idea de que su persona era innegable. Por otro lado, sobre todo en la tarea que llevaron a cabo los encomenderos, se pueden encontrar casos en los que los indígenas eran tratados realmente como esclavos o animales. En las siguientes líneas presentaremos dos pensamientos fundamentales en lo que al debate de la naturaleza de los indígenas se refiere. En este sentido, pensamos que aunque el Debate de Valladolid constituye el parangón más importante para analizar el problema desde el punto de vista 74 político, aquel no es idóneo para llevar a cabo un análisis desde el punto de vista filosófico. Efectivamente, aquello es cierto en tanto que los argumentos que se esgrimieron en dicho debate se llevaron a cabo desde el punto de vista sociológico, ya que uno de los participantes, De las Casas, basa la mayor parte de sus argumentos en su experiencia en América, lugar en donde se expone la forma de vida que tenían los aborígenes. Por otra parte, la doctrina de Vitoria y Sepúlveda es un poco más consistente en cuanto a los argumentos filosóficos que esbozan para justificar que aquellos seres eran o no personas. Además de lo dicho, los pensamientos de aquellos dos hombres constituyen dos sistemas más o menos perfeccionados acerca de la doctrina aristotélica de la esclavitud y la humanidad. Su antagonismo encuentra varios puntos de tensión que nos servirán para entender de qué forma la negación de la personalidad de los indígenas tenía como sostenes necesarios la doctrina negativa de la esclavitud y el reconocimiento del poder omnímodo eclesiástico. Contrariamente, sostener la visión positiva respecto a la persona de los indígenas tenía como sostenes necesarios la visión positiva de la humanidad y el desconocimiento del poder omnímodo eclesiástico. A su vez, el uso de las fuentes que tanto Vitoria como Sepúlveda presentan para sostener sus conclusiones son sumamente importantes, pues aquellas nos llevaran a observar por una parte la importancia de la diferencia entre sustancialismo y nominalismo, así como la incidencia de las interpretaciones cristianas del evangelio para defender la humanidad de aquellas gentes. 2.1 Antecedentes y contexto de la postura de Sepúlveda. Los primeros elementos que justifican la postura negativa con respecto a la naturaleza y costumbres de los indígenas americanos los encontramos indudablemente en los relatos escritos por los propios conquistadores. En este tenor uno de los textos paradigmáticos más sobresalientes por el esforzado trabajo del autor y por el empeño en relatar hasta los más pequeños detalles de 75 forma objetiva lo encontramos en Bernal Díaz del Castillo. De tal manera, en el capítulo 208 de su Verdadera Historia de la Conquista de Nueva España explica: “Pues he dado cuenta de cosas que se contienen, decir bien es los bienes que se han hecho ansí para el servicio de Dios y de su Majestad con nuestras illustres conquistas, y aunque fueron tan costosas de las vidas de todos los más de mis companeros, porque muy pocos quedamos vivos, y los que murieron fueron sacrificados, y con sus corazones y sangre ofrecidos a los ídolos mexicanos que se decían Tezcatepuca y Hicilobos….en tana manera que andaban vestidos en hábito de mujeres muchachos a ganar en aquel diabólico y abominable oficio; pues comer carne humana, ansí como nosotros traemos vaca de las carnicerías , y tenían en todos los pueblos cárceles de madera gruesa hechas a manera de casas, como jaulas, y en ellas metían a engordar muchos indias e indios y muchachos, y estando gordos los sacrificaban y comín, y demás desto las guerras que se daban unas provincias y pueblos a otras, y los que capturaban y prendían los sacrificaban y comían; pues tener ecesos carnales hijos con madres y hermanos con hermanas y tíos con sobrinas…tenían mujeres cuanto querían”. 48 En la narración de Díaz del Castillo encontramos al menos cinco causales de delitos y pecados que imputaban los cristianos a los indígenas, mismos que constituían al parecer de algunos la evidencia más innegable de su falta de humanidad. La primera de ellas era llevar a cabo sacrificios humanos en honor a sus dioses, cosa que les resultaba horrorosa y abominable por ser inhumana. Los sacrificios humanos, que estuvieron presentes indudablemente en algunas de las prácticas religiosas indígenas, fueron considerados actos que solamente podían ser entendidos como efecto de la barbarie o la animalidad. El hecho de que los indígenas sacrificaran a sus iguales como si se tratase de animales irracionales e innobles, fue vista como una reafirmación objetiva que aquella 48 Díaz del Castillo, Bernal, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Espasa, Madrid, 2001, pp. 692-693. 76 cultura hacia de su propia condición. De tal modo, la ausencia del sentimiento de compasión y del acto intelectual del reconocimiento del otro como un igual, les parecían los elementos más sobresalientes para entender que aquellos seres no eran humanos, sino bestias. La segunda causa de imputación de culpa era el pecado de idolatría, pues supuestamente sus demonios los engañaban acerca de la verdadera religión monoteísta. Mientras la primera imputación hace referencia a reglas universales de comportamiento del género humano, la segunda causa de culpa tiene que ver más bien con el fuero interno de la conciencia. Adorar a los falsos dioses, en detrimento del único dios verdadero y real, constituía para algunos un acto suficiente para justificar la conquista y la evangelización. El tercer delito, quizá el que mayor asombro causaba entre los españoles, eran las prácticas antropófagas, ya que aquellas representan la negación de la dignidad humana en un sentido radical. De tal forma, el hecho de que los hombres se alimentarán de otros hombres ya sea por causas religiosas o simplemente por las costumbres, significaba que aquellos seres no reconocían la diferencia elemental entre entes racionales e irracionales, o bien, en caso de reconocerla no les parecía fundamental para detener o cambiar sus prácticas. Si comer carne humana era igual a comer carne de algún otro animal o bien similar a comer algún vegetal, entonces entre ellos no existían las reglas más fundamentales para el trato entre seres civilizados. El peligro de poder ser devorado por un semejante fue siempre considerado, y con justa razón, como averrante e inhumano. El cuarto delito imputable era la endogamia y el libertinaje sexual, pues no parecían tener las más mínimas reglas civilizadas para satisfacer sus deseos e ímpetus naturales. De tal modo, en las culturas civilizadas las reglas de procreación estaban completamente delineadas para no llevar a cabo actos contra naturaleza. Y dado que precisamente dichas reglas generales y elementales parecían no seguirse al pie de la letra, algunos españoles pensaban que en cuestiones sexuales los indígenas satisfacían sus necesidades como animales, considerándolos por ende como de tal índole. 77 El quinto delito, la poligamia, era considerado como un delito y pecado parecido al anterior, pues los hombres tenían muchas mujeres. En tal sentido, la cultura occidental católica siempre se ha posicionado en favor de la monogamia, considerando cualquier otro tipo de relación marital como nociva y perniciosa para el individuo y la sociedad en general. Así pues, aquellas fueron las cinco causales sustanciales que aparecen a veces en parte, a veces completas, para justificar la irracionalidad de los indios, así como su propensión a llevar una vida conducida exclusivamente a la satisfacción de los deseos animales. De la práctica continua e indiscriminada de aquellos actos por los pobladores de algunos lugares muy específicos de las tierras americanas se llegó a considerar a todos como amentes o animales. De tal forma, la esclavitud doméstica o social planteada por Aristóteles en sus textos políticos era asimilada y confundida con la esclavitud moral. Una de las opiniones más radicales respecto a la negación de las facultades racionales y espirituales de los indígenas americanos la encontramos en Francisco Ruíz, obispo de Ávila. Aquel hombre sostenía que: “Aunque es gente maliciosa para concebir ruindades en daño de los cristianos, no es gente capaz ni de juicio natural para recibir la fe, ni otras virtudes de crianza necesarias para su conversión y salvación…y han menester, así como un caballo o bestia, ser regidos y gobernados por cristianos, tratándolos bien y no cruelmente”. 49 Para Francisco Ruíz los indígenas eran capaces de planear y ejecutar las ruindades más nefastas en daño de la creencia de los cristianos. Sin embargo, pensaba igualmente que aquellos seres no eran capaces de recibir la fe católica debido a que estaban corrompidos por naturaleza. Con ello, lo que Ruíz suponía era que los indígenas tenían que ser algo menos que seres humanos y algo más que los animales. Eran algo menos que seres humanos para él en tanto que eran gente maliciosa por naturaleza. En cambio, eran más que animales, unas bestias, porque eran capaces de rendir culto a ídolos. La 49 Hanke, Op. Cit., p 34. 78 adoración a la religión verdadera y a la religión falsa era el parangón más importante para diferenciar a las personas y a los homúnculos para este hombre. Otra opinión basada en principios similares la encontramos en Tomás Ortiz, hombre que opinaba que “Son incapaces de aprender… No ejecutan ninguna de las artes o industrias humanas… A medida que se vuelven más viejos su comportamiento se vuelve más inconveniente. Alrededor de los diez o doce años de edad parecen tener un poco de civilización, pero más tarde se vuelven como bestias salvajes…Dios nunca ha creado una raza más llena de vicios…Los indios son más estúpidos que los asnos y rechazan cualquier tipo de progreso”. 50 Este hombre pensaba que existían varias edades en los indios, y que el desarrollo de lapsos temporales traía consigo el desarrollo de la parte animal de los indígenas en deterioro de su parte racional o civilizada. Por decirlo en términos filosóficos, se creía que los indígenas americanos únicamente eran capaces de expresar y manifestar la parte concupiscente de su alma sin desenvolver simultáneamente la parte racional e intelectual. Con ello, lo que supone es que los aborígenes americanos eran como niños perpetuos que nunca conseguían alcanzar la edad madura. Sin embargo, su posición va más allá de esa sentencia ya que su dura crítica llega a deshumanizar a los indígenas a costa de animalizarlos. La comparación de los indígenas con animales como los asnos fue sólo una de las muchas manifestaciones en las cuales se puede observar el desdén hacia las gentes recién descubiertas. Uno de los hombres más representativos en lo que a la visión negativa de los indígenas se refiere fue sin lugar a dudas el historiador Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés. Tan vital es su importancia en lo que al debate de los naturales se refiere que se le puede considerar como el antecesor y precursor directo de las ideas de Sepúlveda. Por el mismo motivo, De las Casas vio en aquellos dos individuos el origen de la versión negativa de las gentes americanas y los condenó en distintas ocasiones como negadores de la 50 Ibid. p 35. 79 verdadera fe cristiana. Asimismo, nunca se cansó de poner en debate sus ideas, de negarlas rotundamente y de erigir posicionamientos basados en experiencias antropológicas que confirmaban precisamente todo lo contrario de sus afirmaciones. Mientras Oviedo y Sepúlveda negaban no sólo la facultad en acto, sino también en potencia, de la racionalidad en aquellos seres, De las Casas fue un afirmador de su potencia y de sus actos racionales. Para De las Casas los indígenas eran personas en el estricto sentido de la palabra, mientras que para sus adversarios ideológicos consideraban lo contrario. Como bien lo señala Hanke en su texto intitulado La humanidad es una, de la mano del problema de los naturales había uno más que representaba un punto clave para virar a un lado o a otro, a un posicionamiento negativo o a otro afirmativo. Dicho problema tenía que ver con sí era posible y adecuado o no dar educación a los indígenas. Es decir las preguntas fundamentales eran ¿Se pueden educar a los indígenas? ¿Tendrá ello un objetivo viable? Uno de los hombres que describen estas posiciones negativas y que defendía lo contrario estaba representada por Bernardino de Sahagún. En tal sentido, aquel hombre manifestó en algún momento que: “Los españoles y los monjes de otras órdenes que atestiguaron la fundación de esta institución rieron estrepitosamente y se burlaron de nosotros creyendo para sí mismos que, fuera de toda duda, nadie era lo suficientemente inteligente para enseñar gramáticamente a gentes con tan pocas aptitudes. Pero, después de que hubimos trabajado con ellos a lo largo de dos o tres años, habían logrado un conocimiento tan profundo de la gramática que eran capaces de entender, hablar y escribir en latín y hasta componer versos heroicos (en el mismo idioma). Los españoles, tanto laicos como sacerdotes, no cabían su asombro. Fui yo quien trabajó con estos discípulos durante los primeros cuatro años y quien los inició en todas las materias concernientes a la lengua latina. Cuando los laicos y los clérigos quedaron convencidos de que los indios estaban haciendo grandes progresos, y eran capaces todavía de llegar 80 más lejos, comenzaron a poner objeciones diversas y a oponerse a nuestra empresa”. 51 De tal manera podemos encontrar en Sahagún una idea contraria a la de aquellos que predicaban la carencia de facultades naturales en los indígenas para llevar a cabo el aprendizaje más elemental, la gramática. Si bien es cierto que al principio reconoce que fue muy difícil introducir en aquellos seres el conocimiento de la lengua latina, posteriormente reconoce sus grandes avances y se muestra sorprendido de ello. Sin embargo, algo que es digno de tener en consideración es que el propio Sahagún indica que tanto entre los sacerdotes como entre los laicos había una idea generalizada acerca de la carencia de facultades cognitivas de los indígenas. Aquel es un punto crucial para entender la posición de algunos pensadores como Sepúlveda, mismo que sostuvo hasta el final de su vida que la superioridad cultural de los españoles era una causal legítima para llevar a cabo la conquista sobre bases justas. A la par de ello, es preciso resaltar que después que Sahagún demostró en la práctica que los indígenas no eran seres deshumanizados y privados de la facultad del aprendizaje, muchos españoles comenzaron a poner objeciones para que se les siguiera instruyendo. Las llamadas Leyes de Burgos, en tal sentido, reconocían la libertad de los indígenas y ordenaban de hecho que se les instruyera en la práctica de la exogamia y la monogamia, así como en los asuntos de la religión católica. Traer a los hijos nobles de los índigenas a aprender y posteriormente a predicar la fe cristiana fue uno de los mejores métodos para llevar a los aborígenes a su creencia. Para Castro el hecho de que los españoles no quisieran brindar educación moral y eclesiástica a los indígenas tenía que ver con tres objeciones fundamentales. 1. Los indios son inconstantes en la fe cristiana. 2. Viven obscenamente; porque los indios son como cerdos, los cristianos no deben arrojarles perlas. 51 En Ibid., pp. 50-51. 81 3. Los sagrados textos de la Biblia no deben ser revelados al pueblo. 52 Otro de los ejemplos más clarividentes acerca de los que se oponían rotundamente a la educación de los indígenas la encontramos en Domingo de Betanzos y Carlos Diego de la Cruz, quienes enviaron al Consejo de Indias una carta que versa de la siguiente manera: “Los indios no deben estudiar, porque ningún fruto se espera de su estudio, lo primero porque no son para predicar en largos tiempos porque predicar tenga autoridad en el pueblo y ésta no la hay en estos naturales porque verdaderamente son viciosos, más que los populares, éstos que estudian, e son personas de ninguna gravedad ni se diferencian de la gente común en el hábito, ni de la conversación porque de la misma manera se tratan en esto que los hombres bajos del pueblo. Lo segundo, porque no es gente segura de quien se debe confiar la predicación del Evangelio; lo tercero, porque no tienen habilidad para entender cierta y rectamente las cosas de la fe ni las razones de ellas, ni su lenguaje es tal ni tan copioso, que se pueda con él explicar sin grandes impropiedades que fácilmente pueden llevar a grandes errores”. 53 Después de lo leído en el anterior fragmento no resulta difícil entender que Domingo de Betanzos tuviera, en una parte de su vida, una visión negativa de los indígenas. De hecho se puede decir que no sólo negaba de las facultades de los aborígenes, sino que a la par les negaba el propio derecho de existir. En tal sentido, Hanke indica que para Betanzos los indígenas estaban condenados a la extinción. Efectivamente, en una de las pocas ideas genocidas y xenofobas que se pueden encontrar en aquellos tiempos, Betanzos llegó a expresar la necesidad de que los indígenas desaparecieran en poco tiempo. 54 Sin embargo, en un período posterior de su vida, exactamente el 13 de septiembre de 1549, Betanzos se retracta de sus anteriores opiniones, exponiendo que 52 En Ibid., pp.52-53. En Ibid.p. 55. 54 Ibid. p. 57 53 82 herró por ignorancia, es decir, por no conocer a ciencia cierta la lengua de los indígenas. 55 Es evidente, en tal cauce, que muchos de los prejuicios que cobraron vigor en contra de la humanidad de los indígenas tiene que ver con la ignorancia que se tenía acerca de su modus vivendi y de su lengua. Con lo visto hasta el momento, podemos darnos cuenta que uno de los elementos más importantes para entender la postura de Sepúlveda en torno a la naturaleza de los indígenas era el hecho de la inferioridad cultural que se imputaba a las sociedades de las gentes recientemente descubiertas. A la par, los cincos delitos y pecados que mostramos a lo largo de este breve apartado nos muestran de manera sintética los argumentos más fuertes en pro de la conquista y en contra de la aceptación de las facultades de los indígenas. En el siguiente apartado mostraremos, pues, la incidencia de lo dicho hasta aquí y haremos un breve recuento acerca de la posición que mantenía Sepúlveda en torno a la cuestión de la naturaleza de los indígenas. 2.2 Postura de Sepúlveda respecto a la naturaleza de los indígenas y sus argumentos en pro de la colonización. Antes de comenzar por entero con el desarrollo del presente apartado resulta preciso realizar una serie de precisiones conceptuales. En la introducción y en el primer capítulo de nuestro trabajo planteamos como una de las tesis fundamentales que: los pensadores que se suman a la idea de la justicia como physis son sustancialistas, pues defienden el concepto del derecho natural. A la par, mencionamos que los pensadores que se suman a la idea de la justicia como nomos son nominalistas, pues niegan del derecho natural para afirmar que las posibilidades de existencia del derecho sólo son factibles si son entendidas como producto de las convenciones sociales y políticas. Además de eso, indicamos que como producto de tales posicionamientos los sustancialistas creen en una idea universal acerca de la 55 La retractación completa puede encontrarse en el apéndice 3 del texto de Hanke, pp. 205206. 83 persona. Los nominalistas tienen como una característica fundamental el hecho de negar esa universalidad para la persona. En otros giros, mientras unos afirman el valor ontológico de la persona según términos absolutos, los otros la afirman exclusivamente en términos relativos. El caso de Ginés de Sepúlveda en lo que respecta a la catalogación que hemos hecho de su pensamiento presenta distintos matices que tienen que ser tomados en consideración, ya que de lo contrario podemos perdernos fácilmente. Aquel hombre, como todo hombre culto del mundo medieval tardío no negaba del todo la existencia del derecho natural. Por el contrario, lo afirmaba en muchas ocasiones. De hecho, Ginés de Sepúlveda es uno de los primeros traductores del pensamiento aristotélico, razón por la cual era un filósofo versado en las diferencias entre derecho natural y civil. Nosotros pensamos que aquel hombre debe de ser catalogado entre los nominalistas y no entre los sustancialistas por el hecho de que su idea acerca de la persona y la humanidad presenta características relativistas. Contrariamente al fiel pensamiento platónico y aristotélico, Ginés de Sepúlveda no es capaz de diferenciar la esclavitud moral de la esclavitud social o doméstica. De hecho en muchas ocasiones las confunde y las iguala. Además de lo mencionado, resulta bastante curioso observar de qué manera el concepto de derecho natural que trabaja Sepúlveda se desvía en algunos puntos fundamentales de los planteamientos aristotélicos. Un ejemplo de ello lo podemos ver en la escasa comprensión orgánica del pensamiento aristotélico que tiene, pues en lugar de presentar las dos posibles terminologías del concepto de hombre o persona, sólo hace uso de una de ellas. Con ello, la interpretación que lleva a cabo tal pensador con respecto a los puntos fundamentales del pensamiento clásico resulta reducida y corta de visión. Presentar el concepto de esclavitud y humanidad (o personalidad) que aparece en el texto de la Política e ignorar los fundamentos biológicos del concepto alternativo de humanidad (o personalidad) nos parece una grave omisión que acarrea erróneas, fátales y terribles consecuencias. En tal sentido, pensamos que si bien es cierto que una de las tesis fundamentales del pensamiento aristotélico consiste en predicar que la persona es en esencia un animal político 84 y social, dotado de palabra y de razón, y por lo tanto dotado de la facultad de determinar lo que es justo e injusto; también es cierto que la actividad política en cuanto tal no es considera por el Estagirita como un fin en sí mismo, sino más bien, como un medio orientado a cierto fin que le supera, que le es anterior ontológica y metafísicamente, y que por lo tanto es prioritario. Precisamente de ahí se desprende la importancia de entender la labor original de la filosofía política y su entrelazamiento con la filosofía moral, pues la distinción original entre formas de gobierno parte de la idea de que hay constituciones rectas y desviadas, es decir, que hay constituciones que se acercan y otras que se alejan del bien común. Solamente en la lógica de un derecho natural que predique la universalidad de los naturales puede tener cabida la distinción entre constituciones rectas y desviadas, ya que precisamente la regla para determinar la pertenencia a una u otra especie será el derecho natural. La búsqueda de la felicidad, en tanto que aquella consiste en la participación humana de virtudes cardinales como la justicia, es el objetivo por mor del cual la politicidad se supera a sí misma. Por el mismo motivo, explicar a la persona sin tener en consideración los argumentos morales y metafísicos que se esgrimen para justificarla es un grave error. Explicar la politicidad sin la idea de la desviación y la rectitud sería tanto como ignorar la diferencia entre episteme y dóxa, o bien, en otros términos entre ciencia objetiva y opinión impuesta. Al tirano se le hecha en cara el hecho de que gobierne en su propio beneficio y no en el de sus súbditos. Asimismo, se dice que el tirano lo que hace verdaderamente es esclavizar a sus gobernados. Por lo mismo, su gobierno es injusto, pues hace caso omiso del gobierno que proviene y obedece los preceptos del derecho natural. Solamente un gobierno que busque la felicidad y el bienestar de todos los integrantes de su sociedad puede ser considerado como justo y humano. De la misma manera, sólo un gobierno que sea justo y humano puede ser considerado como un gobierno basado en el conocimiento científico que ha sido creado para el bienestar de la persona y la sociedad. Ciencia y humanismo, en este sentido no se separan nunca en el pensamiento clásico del todo, pues la ciencia es una actividad que se hace por y para el hombre, pero nunca a la inversa. Si el progreso técnico no se corresponde con un progreso en la formación ética del hombre, con el 85 crecimiento del hombre interior no es un progreso sino una amenaza para el hombre y para el mundo. A lo largo del presente trabajo mostraremos la manera en la que a pesar de defender posturas que parecen pertenecer al derecho natural y al sustancialismo, la doctrina de Sepúlveda es esencialmente de carácter nominalista. Una de las ideas más importantes que están presentes en el pensamiento de Sepúlveda es la asimilación del derecho natural como derecho divino. Según esta postura, no hay diferencia alguna entre derecho natural y derecho divino y, por el contrario, aquellos dos tipos de derecho forman un todo unitario que puede ser entendido como derecho eterno y universal. De tal manera, podemos encontrar que tal pensador indica: “Todo lo que se hace por derecho o ley natural, se puede hacer también por derecho divino y ley evangélica”. 56 De tal forma, se podría pensar que sí el derecho natural es igual al derecho divino, y dado que todos los entes animados comparten las leyes naturales, entonces no hay diferencia alguna entre la dimensión en la que existen los entes animados irracionales y los entes animados racionales. Ello plantea un dilema que es difícil no observar. Tal dilema pone en duda la libertad y el reino de la moralidad del cual participan las personas, pues dado que la misma ley y el mismo derecho rigen en los entes animados, entonces los entes racionales tendrían que conducirse por los mismos principios que los entes animados e irracionales. Evidentemente nada hay tan distante del auténtico pensamiento aristotélico como lo hemos visto en el capítulo anterior, pues precisamente una de las diferencias entre unos entes animados y otros es precisamente que la persona está dotada de la función intelectual. De ella proviene la posibilidad de existencia de las personas en el mundo moral y religioso. Por lo mismo, negar la función intelectual de la persona es negar su dignidad ontológica, dado que dicha función es la llave de acceso a la razón, a 56 Gines de Sepúlveda, Juan, Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios (versión bilingüe), Fondo de Cultura Económica, México, 1996, p. 58. 86 la libertad y a la moralidad. Un animal irracional no puede ser esclavo moral más que metafóricamente hablando, dado que en su constitución natural no existe un elemento rector y otro regido. En el hombre, por el contrario, dichos elementos si aparecen, tanto en Platón como en Aristóteles según la dicotomía alma-cuerpo o siendo más precisos según la díada sensación-intelección. Otro de los problemas que presenta la afirmación de Sepúlveda acerca de igualar el derecho divino al derecho natural, tiene que ver con la confusión que se erige entre derecho eclesiástico positivo y derecho divino. ¿Cómo diferenciar las leyes que fueron dispuestas por la deidad de aquellas que fueron creadas por los hombres en su nombre? Según la tradición, el primer aparato normativo para seguir el derecho divino se encuentra expresado en el Decálogo, pues precisamente siempre se ha pensado que las diez tablas fueron escritas por la propia mano de Dios. De tal forma, Sepúlveda piensa que: “La vida común y civil se basa sólo en los preceptos del Decálogo y en las demás leyes naturales, y Cristo nos enseñó que en ellas había bastante auxilio para lograr la vida eterna”. 57 Con esto podemos entender en un primer momento que todos los textos considerados como sagrados son fuente de derecho, algo que es muy común en la mayoría de los pensadores medievales. Una afirmación similar a la anterior la podemos hallar en las siguientes líneas: “La ley divina escrita no difiere en cosa alguna de la ley natural, porque la reprobación del mal y la elección del bien están divinamente impresas en el alma racional, de tal modo, que a nadie le falta ciencia para discernir lo bueno de lo malo, ni potencia para ejecutar el bien y huir del mal”. 58 Cabe preguntarnos en este punto ¿La ley divina escrita es aquella que se encuentra mostrada en los textos sagrados y también la que es resultado de las Bulas Papales y de los Concilios o sólo la primera? Veremos un poco más adelante como la visión de la ley divina es muy amplia en Sepúlveda, pues tanto se encuentran los textos sagrados de la Biblia como las que tienen por origen a las autoridades eclesiásticas. 57 58 Ibidem Ibid, pp. 64-65. 87 Para llevar a cabo la diferenciación entre derecho eclesiástico positivo, al cual pertenece también el derecho humano como una de sus ramificaciones, del derecho natural, Sepúlveda lleva cabo una distinción aristotélica con respecto a la diferencia entre el buen hombre o la buena persona y el buen ciudadano. Mientras la buena persona es aquella que alcanza la más grande perfección a través de la sabiduría plena y universalmente verdadera, el buen ciudadano es exclusivamente aquel que aprende a vivir según las leyes peculiares de su sociedad particular. La diferencia que dista entre buena persona y buen ciudadano es la misma que dista entre virtud universal y virtud particular. De tal manera, podemos ver aquí un choque irreconciliable que tiene que ver en el fondo con conducir la vida siguiendo la physis o lo nomos. Para Sepúlveda: “Hay una felicidad perfecta y última, y fin de todos los bienes, la cual resulta de la clara visión y contemplación de Dios, y á la cual llamamos vida eterna. Hay otra imperfecta y deficiente, y es la única que pueden disfrutar los hombres en esta vida….Todas las leyes deben encaminarse a la práctica de la virtud”. 59 Cuando Sepúlveda habla acerca de que todas las leyes deben encaminarse a la práctica de la virtud, no deja claro a qué tipo de virtud se está refiriendo. En tal sentido, no hay una clara distinción: si está hablando de la virtud que es propia de la felicidad perfecta y última o si más bien se refiere a la imperfecta y deficiente. Todos los elementos apuntan a que se refiere a la segunda opción, pues como de sus propias palabras se desprende <es la única que pueden disfrutar todos los hombres en esta vida>. Ello nos lleva a mirar una vez más la aparición de la confusión con respecto a la diferencia entre derecho eclesiástico positivo y derecho divino. Tal carencia de distinción entre cada una de las jurisdicciones fue algo recurrente en la Edad Media y aquella es la clave para entender la diferencia entre secularización y confesionalismo. Por lo mismo, pensamos que en este pensador del medioevo tardío español expresa de forma fehaciente no tanto la diferencia entre derecho humano y divino como la diferencia entre un estado confesional y otro secular. 59 Ibid, p. 65. 88 Mientras el confesionalismo se caracteriza, entre otras cosas, por ser un mecanismo jurídico que no entiende las distinciones entre el fuero eclesiástico y el fuero civil, el secularismo marca esas diferencias tajantemente, pues se lleva a cabo una distinción entre la jurisdicción del Estado y la Iglesia (o religión). Por lo mismo, la secularización, en un sentido amplio, es vista como la emancipación social e individual de toda idea divina o religiosa. Un ejemplo contemporáneo para entender esta aguda distinción lo podemos encontrar en el parlamentarismo sui generis del estado libanés, pues precisamente ahí se carece de dicha diferenciación. Los escaños, la presidencia y la primera magistratura se reparten proporcionalmente según criterios religiosos. Los musulmanes viven su vida privada y pública según sus leyes. Lo mismo sucede con los cristianos. No existen registros civiles separados de las distintas instituciones religiosas para llevar a cabo actos jurídicos como los reconocimientos de un nacimiento, matrimonio o defunción. Contrariamente a ese estado bi-confesional, en estados presidencialistas y secularizados como México, el fuero civil está completamente separado del fuero religioso. Una de las características primordiales de estos estados secularizados consiste precisamente en la clara distinción que está presente entre derecho civil y religioso, o mundo jurídico y moral. Dicha distinción tiene que ver, entre otras cosas, con la diferencia entre fueros. El fuero civil es externo. Mientras que el fuero religioso se considera interno. Sin embargo, otra importancia fundamental tiene que ver con el intercambio de valoraciones que se llevan a cabo en torno a la trascendencia de los dogmas religiosos. Mientras que para las sociedades confesionales el dogma religioso tiene el rango epistemológico de “verdad”, entonces tiene que ser obedecido a cabalidad so riesgo de desobedecer y quedar fuera de la ley. Contrariamente, en las sociedades seculares los dogmas religiosos tienen el rango epistemológico de “opinión”, y por lo tanto no tienen que ser obedecidos a cabalidad. Secularización y confesionalismo son diferentes en tanto que cada uno considera a las creencias religiosas como un asunto que compete a distintas dimensiones epistemológicas. El estado aconfesional, por el contrario, se encontrara en un punto intermedio, en el que por una parte no existe obligación de rendir un culto específico, pero por otro se acepta y se promueve la religión mayoritaria o histórica. 89 Para Sepúlveda el fuero civil no se distingue sustancialmente del fuero religioso y, por el contrario, forman un todo común y orgánico. Por lo mismo, le parece que las fuentes del derecho tienen que ver o con las leyes naturales o con las leyes divinas. Sin embargo, aquí es preciso hacer una distinción. No es lo mismo una ley divina como el Decálogo, misma que se presume fue escrita por mano de Dios y entregada a Moisés en el monte Sinahí, que una bula papal o un decreto conciliar. Efectivamente, mientras que el Decálogo puede ser considerado con justa causa como expresión del derecho natural, pues casi todas las sociedades civilizadas contemporáneas así lo expresan en sus constituciones, las bulas y los decretos son el resultado de convenciones sociales que tienen como origen el poder sacro que rige en nombre de Dios en la tierra. De tal manera, lo que tenemos en el pensamiento de Sepúlveda son un cierto tipo de equivalentes conceptuales que lo llevan no sólo al grado de asimilar el derecho eclesiástico positivo (creado por hombres) al derecho divino, sino que también iguala lo nominal al derecho natural. Uno de los argumentos de los cuales hace uso para argumentar tal idea es el siguiente: “Los filósofos llaman ley natural la que tiene en todas partes la misma fuerza y no depende de que agrade o no. Los teólogos, con otras palabras, vienen á decir lo mismo: La ley natural es una participación de la ley eterna en la criatura racional. Y la ley eterna, como San Agustín la define, es la voluntad de Dios, que quiere que se conserve el orden natural y prohíbe que se perturbe. De esta ley eterna es partícipe el hombre, por la recta razón y la probidad que le inclinan al deber y á la virtud, pues aunque el hombre, por el apetito, sea inclinado al mal, por la razón es propenso al bien”. 60 En suma, tanto la dimensión moral, como la dimensión ética, jurídica, y eclesiástica, son iguales e intercambiables para Sepúlveda. Ley natural es mezclada con el derecho divino, y este último está compuesto para él por las escrituras sagradas, pero también por las convenciones de la autoridad eclesiástica en la cual descansaba gran parte del derecho medieval-feudal y 60 Ibid, p. 67. 90 que tenía como protagonista el poder sacro. Es difícil no ver en esta afirmación de Sepúlveda una postura de espíritu medieval y contradictoria con los principios modernos, en parte porque physis y nomos son confundidos. Efectivamente es así porque no es lo mismo aceptar como ley natural el concepto que dice que aquella es la regla impresa en la criatura racional que aceptar que es la que sólo puede ser entendida por unos cuantos. Por lo mismo, siglos más adelante filósofos como Kant considerarán que la ley para ser tal tiene que tener el rango de universalidad, y que de no ser así, no puede ser considerada stricto sensu como ley. El concepto de ley natural parte del supuesto de que puede ser entendida y compartida racionalmente por todos aquellos que participen de ella. Indudablemente, la definición de Sepúlveda no nos ofrece ni por mucho tal cualidad. Sin embargo, su posicionamiento no es del todo descabellado ni del todo incoherente con su propio sistema, pues precisamente lo que negaba Sepúlveda en el fondo era la posibilidad de que los indígenas americanos pudieran ser considerados como personas, en todas las connotaciones posibles que aquello implica. Para observar de qué manera piensa Sepúlveda que el derecho divino y el derecho natural se encuentran expresados ambos en las convenciones del poder sacro, podemos traer a colación un sin número de referencias. En este sentido, hemos elegido traer exclusivamente una a colación, misma que tiene que ver con la idea de la guerra justa. Observaremos de qué forma en el pensamiento de tal filósofo aparecen las consideraciones aristotélicas, una de las cuáles señala que la esclavitud se encuentra injustificada si la guerra se inicia por causas injustas, de tal manera que el botín obtenido en la disputa sea también contra naturaleza. La primera causa de la guerra justa es la que presentaremos a continuación. En tal cauce, nuestro pensador en cuestión dictamina: “La guerra justa no sólo exige justas causas para emprenderse, sino legítima autoridad y recto ánimo en quien la haga, y recta manera de hacerla. Porque no es lícito a cualquiera emprender la guerra, fuera del caso en que se trate de rechazar una injuria dentro de los límites de la moderada defensa, lo cual es lícito a todos por derecho natural, ó más 91 bien como atestigua el papa Inocencio en el Concilio Lugdunense, todas las leyes y todos los derecho permiten á cualquiera defenderse y repeler la fuerza con la fuerza. Pero el declarar la guerra, propiamente dicha, ya la haga por sí, ya por medio de sus capitanes, no es lícito sino al príncipe ó á quien tenga la suprema autoridad de la República…Y San Isidoro niega que sea justa guerra la que no se hace previa declaración”. 61 De tal manera, aunque es cierto que las guerras justas tienen como uno de sus orígenes la legítima defensa, en tanto que una de sus reglas consiste en defender la propia vida, podemos darnos cuenta que Sepúlveda mezcla elementos morales con jurídicos, intercambiándolos en cierto sentido en la predicación. Efectivamente, no es lo mismo tener una causa justa para iniciar una guerra y como consecuencia de ello exigir que se lleve a cabo con rectitud de ánimo y con las declaraciones formales precisas, que decir que aquellas guerras que se llevan a cabo con rectitud de ánimo y con las declaraciones legítimas sean en todo caso justas. Por lo mismo, podemos ver que la justificación del posicionamiento de Sepúlveda se basa en algunas ocasiones en el uso de falacias, falacias en las cuales se confunde la causa con el efecto. Pues como causas de las guerras podemos encontrar varias y diversas, unas de ellas el afán de dominio y riquezas. Y en aquellos casos no es justo iniciar una guerra. Pero un punto importante en este aspecto sería preguntarnos ¿Si una nación se defiende de otra porque ha sido agredida, tiene la nación defendida el derecho de esclavizar a los vencedores? Si ese es el caso, podríamos decir que la despersonalización y la deshumanización de los individuos que pierden las guerras se llevan a cabo en el terreno del derecho de gentes, pero nunca conforme a derecho natural. Efectivamente, ello es cierto en tanto que lo que es justo por naturaleza para una sociedad en general tiene que ser justo para un individuo concreto, independientemente de los accidentes de éste último. Entonces, sí está prohibido que esclavicen los particulares, igualmente será injusto por naturaleza que las sociedades lo hagan. 61 Ibid, p. 69. 92 De hecho una alternativa más al pensamiento anterior sería la siguiente ¿Si una nación se defiende de otra porque ha sido agredida de alguna manera, tiene la nación ofensora el derecho de esclavizar a los perdedores en caso de que ella resulte ganadora? Efectivamente, Sepúlveda plantea el escenario mediante el cual una guerra puede ser justa en términos aristotélicos, y también sigue a aquel cuando en sus textos políticos afirma que las guerras justas son el origen de justa esclavitud. Sin embargo, algo que es importante considerar es que con tal pensamiento se parte del presupuesto de que el ganador será siempre precisamente quien encarne la justicia, cuando no necesariamente es de tal modo. Pongamos por caso la segunda guerra mundial. Aunque el ganador de la guerra hubiera sido el régimen alemán, no por ello los genocidios para con los judíos o la esclavización para personas de otras razas se hubiera encontrado justificado. De tal manera, la guerra en sí misma no puede ser considerada como justa o injusta, pues en ciertos casos aquella tiene como finalidad imponer nominalmente patrones de justicia. Por la misma causa, y siguiendo en cierto sentido la lógica del pensamiento aristotélico, Sepúlveda señala que: “…el hacer la guerra no es delito, pero que el hacer la guerra por causa del botín es pecado; ni el gobernar la república es cosa criminal, pero el gobernar la república para aumentar sus propias riquezas, parece cosa digna de condenarse”. 62 Una de las ideas fundamentales para entender la posición de los hombres ilustrados con respecto al origen y objetivo de las guerras, tiene que ver indudablemente con las motivaciones a partir de las cuales nacen. En tal sentido, nuestro pensador indica: “El fin de la guerra justa es el llegar á vivir en paz y tranquilidad, en justicia y práctica de la virtud, quitando á los hombres malos la facultad de dañar y ofender. En suma, la guerra no ha de hacerse más que por el bien público, que es el fin de todas las leyes constituidas, recta y naturalmente, en una república”. 63 La guerra se hace para obtener la paz y no la paz para llegar a la guerra, esa es una de las premisas básicas que el derecho natural señala como necesaria con respecto a cierta comprensión metafísica y esencial de la sociedad como entidad. Dicha comprensión o 62 63 Ibid, p. 71. Ibid, p. 73. 93 sistema metafísico toma en consideración que la perfección de las entidades consiste en el reposo, y que aquellas única y exclusivamente pueden estar en movimiento mientras buscan su realización absoluta. De tal forma, dado que la perfección de una sociedad es encontrar un buen gobierno autosuficiente que viva en paz, la guerra constituirá para una sociedad forjada en tales principios un mal necesario que se lleva a cabo en busca del fin más perfecto. Es difícil no ver en dicho sistema de pensamiento los rastros y las huellas de la filosofía aristotélica de la sociedad perfecta. La segunda causa de las guerras justas tiene que ver con la justicia en la posesión. De tal manera, aquella presupone que las sociedades están dotadas con la facultad de pelear no sólo por la posesión de su existencia concreta (de su vida), sino que también están facultadas para pelear por las posesiones externas que hacen posible su dicha existencia. A razón de tal causa, se presume que “La segunda causa de justa guerra es el recobrar las cosas injustamente arrebatadas”. 64 La tercera causa de las guerras justas tiene que ver con la idea de que las sociedades están facultadas para la administración e impartición de justicia, aunque aquella es en Sepúlveda influida por el contexto. En tal sentido, hay que recordar que la idea de <soberanía nacional> es en cuanto tal un concepto relativamente moderno. En la época de la España Medieval dicho concepto jurídico no estaba desarrollado enteramente, sino sólo en cuanto cada uno de los reinos se encontraban circunscritos al omnímodo y omnipotente reino religioso por antonomasia, la Iglesia. Es decir, los corpus jurídicos estaban elaborados de tal manera que por encima de los mandatos nacionales se encontraban una serie de mandatos de los cuales se presumía cierta universalidad. Por la misma razón, hombres como Tomas de Aquino consideraban que un rey de cualquier país podía intervenir de forma justa en un territorio fuera de su jurisdicción con la finalidad de terminar con la tiranía. De tal manera, la tercera causa de las guerras justas establece que las sociedades están facultades para intervenir por causas que consideran justas 64 Ibid. p. 77. 94 tanto internamente como externamente. Así lo observaba Sepúlveda como lo podemos mirar en el siguiente fragmento: “La tercera causa de justa guerra es el imponer la merecida pena á los malhechores que no han sido castigados en su ciudad, ó lo han sido con negligencia, para que de este modo, castigados a ellos y los que con su consentimiento se han hecho solidarios de sus crímenes, escarmienten para no volver á cometerlos, y á los demás les aterre su ejemplo”. 65 Un claro ejemplo de la manera en la que tales premisas siguen encontrando defensores en el mundo contemporáneo la encontramos en países como los Estados Unidos de Norteamérica. La guerra iniciada contra países de medio oriente después del atentado del 11 de septiembre de 2001 en New York, ha sido justificada por el gobierno republicano en dos frentes sustanciales. Es vista como guerra de legítima defensa en tanto que se presume que los gobiernos de Afganistán y de Irak fueron promotores y defensores de las fuerzas terroristas. Segundo, la guerra es vista como una misión humanitaria que tiene como finalidad el regresar apropiadas condiciones de vida a los ciudadanos de tales países, pues se presume que en Afganistán existía una tiranía de tintes oligárquicos, mientras en Irak se presumía el despotismo de Hussein. De tal forma, nos encontramos en Sepúlveda que la confusión entre derecho natural, divino y eclesiástico es de tal grado que hasta la propia idea de derecho humano resulta afectada. Efectivamente, de aquella manera sucede si tenemos en consideración que la condición de posibilidad del derecho humano es la existencia de la autodeterminación y la autonomía, es decir, su posibilidad de existencia radica en el hecho de que un grupo de personas que organizan su vida en común puedan crearse un marco jurídico para regular sus acciones. No es casualidad en tal sentido, que filósofos como Cicerón consideren el aparecimiento de este elemento jurídico como el indicio más importante para tenga nacimiento una civitas. 65 Para Sepúlveda aquel Ibidem. 95 elemento de derecho natural, que no es más que la ley que permite la aparición del derecho civil para normar en circunstancias de vida particulares, es simplemente indiferente. Por la misma razón señala que: “Dios no siempre ejerce la venganza por sí mismo, sino muchas veces por sus ministros; esto es, por los príncipes y los magistrados. Porque el príncipe es ministro de Dios, como dice San Pablo y vengador, en nombre de la ira de Dios”. 66 Por una parte, los ministros de Dios, clérigos y nobles tienen la tarea de vengar la ira del Dios del viejo testamento. Por otra, el derecho positivo eclesiástico medieval estaba configurado para justificar y legitimar cualquier tipo de guerra que proviniera de aquellas causas. Por lo mismo, Sepúlveda anuncia: “Estas son, pues, las tres causas de justa guerra que San Isidoro enumera en las pocas palabras suyas que recordé antes, y estas son las que reconocer el derecho eclesiástico”. 67 La cuarta causa que presume Sepúlveda como legítima y justa para iniciar una guerra es quizá la más controvertida y la que más nos importa señalar en este apartado. Asimismo, es quizá la que muestre más fidedignamente de qué manera sus consideraciones acerca de la ley natural parten de premisas contradictorias con dicha ley. En tal cauce, desde un punto de vista historicista, Sepúlveda considera que una causal de guerra justa es la superioridad cultural. De tal forma, naciones que están más desarrolladas que otras tienen el derecho de someter a las menos desplegadas, negando con ello la posibilidad de su propio desarrollo natural o bien considerando que dominándolas dicho proceso puede ser acelerado de forma artificial, con la participación e injerencia de otras sociedades. Al respecto indica: “Hay otras causas de justa guerra menos claras y menos frecuentes, pero no por eso menos justas ni menos fundadas en el derecho natural y divino; y una de ellas es el someter con las armas, si por otro camino no es posible, á aquellos que por condición natural deben obedecer a otros 66 67 Ibid. p. 79. Ibidem. 96 y rehúsan su imperio. Los filósofos más grandes declaran que esta guerra es justa por ley de naturaleza”. 68 Justamente en este punto encontramos expresada la posición de Sepúlveda con respecto a las gentes americanas y al concepto persona. Desde su punto de vista el desarrollo técnico, moral y militar son indicios que el derecho natural ha predispuesto para mostrar que los fuertes deben mandar sobre los débiles. De igual manera a como lo hacia el sofista en el diálogo de la Politeía, Sepúlveda presenta en este punto la idea de que la superioridad y la fuerza es la fuente de la justicia. Nada más alejado a la idea de la justicia y el derecho como physis podemos encontrar. Efectivamente, aquello es cierto en tanto que el desarrollo técnico no va acompañado necesariamente de desarrollo humanitario. Para que el desarrollo técnico vaya acompañado de desarrollo humanitario, la ciencia tiene que encontrarse al servicio de la humanidad y no la humanidad al servicio del desarrollo técnico. De hecho, una de las conclusiones que surgen de justificar la guerra y la esclavitud a partir de la superioridad cultural es precisamente la necesidad de deshumanizar o despersonalizar a los pacientes de la esclavización, de negarles el derecho a vivir su momento histórico. De tal forma, la deshumanización consiste precisamente en declarar que los seres que son sujetos de esclavización son algo más que animales irracionales y algo menos que personas. Algo que es importante señalar después de todo lo visto hasta el momento, es el hecho de que Ginés de Sepúlveda decía que: “Tales igitur ingenio ac moribus homunculos ut esse, ac, certe ante Hispanorum adventum fuiste scimus, tam barbaros, tam incultos, tam inhumanos (Tales son en suma la índole y costumbres de estos hombrecillo tan bárbaros, incultos e inhumanos, y sabemos que así eran antes de la venida de los españoles)”. 69 Veamos con detenimiento la exposición de Sepúlveda en torno a este punto en el Democrates Alter. En dicho diálogo las posiciones de Sepúlveda aparecen encarnadas en el personaje de Democrates, mientras que las 68 69 Ibid. p 81. Ibid. pp. 110-111. 97 posiciones de sus antagonistas cristianos aparecen representadas en el personaje de Leopoldo: “Leopoldo: ¿Qué diferencia encuentras entre estar sometido por la naturaleza al imperio de otro y ser siervo por naturaleza? ¿Crees tú que hablan de burlas los jurisconsultos (que también atienden en muchas cosas á la ley natural), cuando enseñan que todos los hombres desde el principio nacieron libres, y que la servidumbre fue introducida contra naturaleza y por mero derecho de gentes? Democrates: Yo creo que los jurisconsultos hablan con seriedad y con mucha prudencia. Sólo que ese nombre de servidumbre significa para los jurisperitos muy distinta cosa que para los filósofos: para los primeros, la servidumbre es cosa adventicia y nacida de fuerza mayor y del derecho de gentes, y á veces del derecho civil, al paso que los filósofos llaman servidumbre á la torpeza de entendimiento y a las costumbres inhumanas y bárbaras. Por otra parte, debes recordar que el dominio y potestad no es de un solo género sino de muchos, porque de un modo, y con una especie de derecho, manda el padre á sus hijos, de otro el marido á su mujer, de otro el señor a sus siervos, de otro el magistrado á los ciudadanos, de otro el rey a los pueblos y á los mortales que están sujetos a su imperio…”. 70 Uno de los argumentos más fuertes de Sepúlveda en torno a la despersonalización y deshumanización de las gentes americanas tiene como origen la confusión entre derecho natural, divino y eclesiástico. Evidentemente él contrapone la idea de los jurisconsultos a la de los filósofos y antepone la de los segundos, nombrándolas como de mayor autoridad. En este sentido, no es difícil observar que la aparición del etnocentrismo es vital para comprender a la perfección su posición. Podemos mirar también que las costumbres bárbaras son catalogadas como inhumanas en un sentido fuerte, ya que aquellos conceptos son intercambiables. Con ello, nos damos cuenta que su concepción está justificada por una probable interpretación de los textos políticos de 70 Ibid, pp. 82-83 98 Aristóteles. La persona es entendida en ese contexto como el ente racional dotado de la facultad de la politicidad y de la palabra. Sus características propias son el hecho de tener tres tipos de relaciones específicas: conyugal, heril y paterna. Evidentemente una de las más grandes omisiones de Sepúlveda en este respecto es confundir las causas con las consecuencias. El concepto de persona en Aristóteles en cuanto tal se encuentra expresado en sus textos biológicos, éticos y metafísicos de los cuales no hace uso Sepúlveda. Con ello, ignora que la aparición de la función intelectual es el rasgo más importante que diferencia al hombre del resto de las entidades. Como resultado de la inexistencia de esa función intelectual es legítima la esclavitud, pero no a la inversa. Alguien que es esclavizado no es despojado, por ejemplo, ni de su voluntad ni de su libertad. El esclavo que es considerado como tal por naturaleza, tiene la posibilidad de negar su existencia y su enajenación por medio de la rebelión o el suicidio. En sentido estricto, entre el que es considerado esclavo falsamente y el animal irracional existe una diferencia cualitativa difícil de no distinguir: la calidad ontológica de la libertad como voluntad. Dicha libertad y dicha voluntad serán, entre otros elementos, los dos parangones más inmediatos para los sustancialistas, ya que precisamente aquellos constituyen el núcleo sólido sobre el cual se fundamenta la idea de la dignidad ontológica. Para Sepúlveda las gentes americanas no podían ser consideradas como personas en el estricto sentido de la palabra. Sus mayores argumentos son el poco desarrollo técnico y moral de los indígenas, así como las costumbres de las cuales se han hablado anteriormente. De tal forma, indica que: “Habiendo unos que por naturaleza son señores, otros que por naturaleza son siervos…Tales son las gentes bárbaras e inhumanas, ajenas á la vida civil y á las costumbres pacíficas. Y será siempre justo y conforme al derecho natural que tales gentes se sometan al imperio de príncipes y naciones más cultas y humanas, para qué merced á sus virtudes y á la prudencia de sus leyes, depongan la barbarie y se reduzcan a vida más humana y al culto de la virtud”. 71 71 Ibid.,p. 85. 99 La idea de que las gentes americanas no fueran personas tiene que ver también con el hecho de que las consideraba como gentes incapaces de tener inteligencia y uso de razón. Es decir, a la par de negar su humanidad, también se negaba su posibilidad de vivir en la dimensión moral. Otro factor imprescindible era el hecho de que a la par de la negación de su dimensión moral también les era negada la facultad de la autodeterminación, no tanto como consecuencia de su inhumanidad sino más bien como causa. El hecho de que no tuvieran leyes civilizadas les hacía ser poco menos que personas, pero no a la inversa. “Es justo, conveniente y conforme á la ley natural que los varones probos, inteligentes, virtuosos y humanos dominen sobre todos los que no tienen esas cualidades”. 72 Y un poco más adelante reafirma: “La soberanía debía estar siempre en poder de los más sabios y prudentes, porque sólo es verdadero reino aquel que es gobernado siempre por hombres prudentísimos y amantes del bien público…la república de los optimates es la más justa y natural de todas, porque allí los mejores y los más prudentes tienen el imperio, según lo manifiesta su propio nombre”. 73 Deshumanizar a las gentes americanas fue indudablemente el primer paso que Sepúlveda llevó a cabo para justificar la dominación de los europeos en tierras americanas. Tal deshumanización trae como consecuencia la negación de la persona tanto en su sentido intelectual, como también en el moral y jurídico. De tal manera, indica: “…con perfecto derecho los españoles imperan sobre estos bárbaros del Nuevo Mundo é islas adyacentes, los cuales en prudencia, ingenio, virtud y humanidad son tan inferiores a los españoles como los niños á los adultos y las mujeres a los varones, habiendo entre ellos tanta diferencia como la que va de gentes fieras y crueles á gentes clementísimas, de los prodigiosamente intemperantes á los continentes y templados, y estoy por decir que de monos a hombres”. 74 72 Ibid. p. 86. Ibid. pp. 86-87. 74 Ibid, p. 101. 73 100 A pesar de qué el derecho natural aparece como un elemento expresado en el pensamiento de Sepúlveda, por lo visto hasta ahora podemos darnos cuenta que su idea acerca de aquel era erróneo en muchos puntos. Además de presentar aquellos argumentos que denomina dictados por la sana razón, para justificar la conquista, Sepúlveda hace uso una vez más de recursos del derecho eclesiástico positivo. El más importante tiene que ver con la condonación de las tierras americanas por la Bula Papal. Por lo mismo, señala: “Pero hoy ya por el derecho de gentes, que da el derecho de las tierras desiertas á los que las ocupen, y por privilegio del Pontífice máximo se ha conseguido que el imperio de estos bárbaros pertenezca legítimamente a los españoles”. 75 La postura de Sepúlveda respecto a este punto resulta interesante. Lo es porque Sepúlveda era un hombre que pertenecía formalmente al ámbito secular. En este sentido, no deja de ser un dato curioso el hecho de que considerara como legal y legítima la famosa Bula Papal de Alejandro Sexto, misma que ha sido piedra angular de diversas polémicas aún entre aquellos hombres que pertenecían al fuero eclesiástico. En los siguientes apartados del presente capítulo observaremos cómo un teólogo dominico llamado Francisco de Vitoria negaba de la facultad jurídica con respecto a que el Papa tuviera potestad sobre el mundo entero. Por lo mismo, nosotros no dejamos de ver en este punto una clave para observar de qué manera la propia secularización de principios religiosos es el principio fundamental en el cual descansa el concepto de persona. Igualmente, no dejamos de sorprendernos de que los principios conservadores más relativistas puedan ser encontrados en hombres con una cultura grecorromana tan impresionante como la que tenía el propio Sepúlveda. “Para los españoles de aquella época no existía una diferencia muy clara entre los motivos de índole política y de índole religiosa: tendían a creer que las conquistas políticas servían a la religión al ampliar sus fronteras y que la expansión religiosa consolidaba las posiciones políticas”. 76 75 76 Ibid, p. 151. Hanke, Op. Cit., p. 25. 101 Para finalizar, hemos de decir que el nominalismo de Sepúlveda se expresa en dos dimensiones esenciales. La primera de ellas proviene de la confusión que erige entre derecho divino, eclesiástico positivo y natural, convirtiéndolos en iguales y no dándose cuenta de que el eclesiástico positivo es de carácter nominal. La segunda tiene que ver con la ignorancia que Sepúlveda demuestra acerca de los textos biológicos, éticos y metafísicos de Aristóteles, lugar en donde se expresa un concepto universal de la entidad humana, y no uno relativo como el que él mismo defiende a partir de los textos políticos. En suma, las dos dimensiones juntas nos hacen ver fácilmente que Sepúlveda fue un hombre que creyó que la holganza en las costumbres y que la falta de leyes civilizadas eran la causa de que las gentes americanas no fueran personas. Por el contrario, no se percató que la función intelectual, dentro de la cual tiene cabida la existencia en la dimensión moral, es la más importante para distinguir ontológicamente a una persona humana de cualquier otra entidad. Su postura es el producto del escaso entendimiento de la ley natural, así como del escaso entendimiento de la importancia de la participación de la filosofía moral en la filosofía política. Por otro lado, su nominalismo se muestra no sólo en la idea de que los más fuertes están destinados a mandar sobre los más débiles, el concepto relativista por excelencia, sino que también tiene que ver con la idea de que las leyes que crean las gentes los hacen esclavos tanto en un sentido moral como político. En tal sentido, es necesario indicar que un rasgo importante de los nominalistas es no sólo su posicionamiento relativista respecto al derecho natural, sino que más bien su relativismo los lleva a considerar que lo que hace personas y esclavos a los entes son sus relaciones con los demás entes. De tal manera, la dignidad ontológica de la persona humana no es en ningún sentido autoreferente o absoluta, y por el contrario, es hetero-referente y por lo tanto relativa. El hecho de que Sepúlveda no considerara a las gentes americanas como personas tiene que ver con su rechazo a reconocerles una dimensión moral en la cual pudieran ejercer la sana libertad. Al confundir la dimensión moral con la política lo que hizo fue hacerlas intercambiables y, en suma, no fue capaz de darse cuenta que su posición peca de introducir elementos 102 nominalistas en una postura que apuntaba a ser sustancialista. Aunque su propuesta es interesante y rica en matices, y puede llevarnos a creer que aquel hombre es un defensor del derecho natural, sabemos darnos cuenta que ello no es cierto dado que los motivos que justificaban para él la guerra en tierras americanas se desdoblaban en los siguientes cuatro argumentos: 1. Siendo por naturaleza siervos los hombres bárbaros, incultos é inhumanos, se niegan á admitir la dominación de los que son más prudentes, poderosos y perfectos que ellos; 2. El desterrar las torpezas nefandas y el portentoso crimen de devorar carne humana, crímenes que ofenden á la naturaleza, para que sigan dando culto á los demonios en vez de dárselo á Dios, provocando con ello en altísimo grado la ira divina con estos monstruosos ritos y con la inmolación de víctimas humanas; 3. La ley divina y el derecho natural obligan á todos los hombres a castigar y repeler, si pueden, las injurias hechas á otros hombres; y 4. La religión cristiana debe ser propagada por medio de la predicación evangélica siempre que se presente ocasión para ello. 77 Respecto a estos cuatro últimos puntos hemos de decir que todos nos muestran de qué forma el nominalismo de Sepúlveda se manifestó en sus conclusiones. Nadie hoy en día estaría dispuesto a aceptar que las gentes americanas fueran inhumanas o esclavos por naturaleza. Aunque muchos hombres prudentes seguirían creyendo que el castigo de muerte es propio para delitos como la antropofagia, nadie estaría dispuesto a admitir que los seres que llevan a cabo esas prácticas están del todo despersonalizados o privados del uso de la razón. De hecho, creer que aquellos antropófagos eran seres humanos en cuanto tales nos da la posibilidad de condenar sus prácticas religiosas, pues decir que son personas es también decir que son responsables 77 Ibid, pp. 153-155. 103 de sus actos. Igualmente, nadie admitiría el hecho de predicar una religión con los fusiles en mano, y mucho menos una religión cuyos principios son el amor y la caridad. En suma, el pensamiento de Sepúlveda tenemos que entenderlo en el contexto que le corresponde para juzgarlo en su justa medida. De tal manera, nos es más fácil asimilar que un hombre culto y versado en la filosofía griega logrará montar una postura en la que los principios del derecho eclesiástico positivo tuvieran múltiples expresiones. Aunque Sepúlveda no fue ajeno a la idea de derecho natural, le pudo más su posición política particular para justificar la despersonalización y la esclavitud de las gentes americanas, que la idea objetiva del pensamiento clásico-humanista. 2.3 Antecedentes y contexto del pensamiento de Vitoria. De la misma forma que encontramos en hombres como Oviedo y Betanzos algunos de los antecedentes más importantes del pensamiento de Sepúlveda, es preciso ahora buscar algunos antecedentes del pensamiento de Vitoria para entenderlo en su justa medida. Para llevar aquello a cabo de forma efectiva el capítulo también hablaremos de la postura de ciertos personajes claves que en algún punto de sus reflexiones tienen coincidencias con el dominico y que de hecho compartieron correspondencia epistolar con en él algún momento. Según el “Informe emitido por la Junta de teólogos y juristas”, documentado por Bartolomé de las Casas en su Historia de las Indias (Libro 3, Capítulo 8), se establecía en las Leyes de Burgos que: 1. Los Indios son libres y Los reyes Católicos los mandaron tratar como tales. 2. Que los Indios sean instruidos en la fé, como el propio Papa lo manda en su Bula. 3. Que los Indios trabajen, sin que el trabajo sea impedimento para la instrucción de la fe, y procurando que el trabajo sea provechoso a ellos y a la República, debido al señorío y servicio que les es debido por mantenerlos en las cosas de la Santa Fe y la Justicia. 104 4. Que el trabajo no signifique sufrimiento para los Indios, dando tiempo al recreo durante los días y todo el año. 5. Que tengan casas y hacienda propia, que se les de tiempo para que procuren sus propiedades en libertad. 6. Que tengan comunicación con los pobladores españoles para poder desarrollar la Santa Fe Católica. 7. Que se les de un salario conveniente a su trabajo no en dinero sino en vestidos y cosas convenientes para sus casas. El primer punto establece la libertad de los indígenas de forma explícita, mientras que el resto de los puntos explican en qué consiste dicha “libertad” en lo concreto. En este sentido, cabe señalar que al reconocer la “libertad” de los indígenas se está reconociendo simultáneamente la humanidad de los mismos, pues se les acepta la posibilidad de vivir en la dimensión moral, intelectual y religiosa. Sólo el hombre puede ser libre, dado que <uno es dueño de sus actos cuando puede elegir entre esto o aquello> 78 , y la libertad consiste precisamente en hacer uso de la razón. Si no se hubiera reconocido en los indígenas la humanidad o el uso de la razón, con mucho menor causa se hubiera podido reconocer su libertad. Razón y libertad, moralidad e intelectualidad son dicotomías que se precomprenden siempre. En el segundo punto se hacen mención al objetivo evangelizador que el Reino de España tenía para con los indígenas, todo esto, según la bula Inter Caetera del 3 de mayo de 1493. Al reconocer la libertad y la humanidad propia de los indígenas se estaba reconociendo en ellos también la capacidad y la facultad de poder adoptar la doctrina católica a su forma de vida. El tercer punto señala, por decirlo de alguna manera, el <intercambio> que debían dar los indígenas americanos a la corona española. En tal sentido, se indica que a cambio de recibir la fe católica los indígenas tenían que servir con su trabajo a aquellos que se constituían en sus adoctrinadores. 78 Aquino, Tomas de, Suma Teológica, (I, II, 82, I ad 3). 105 El cuarto punto indica que dicho trabajo no tenía que ser inhumano. Por el contrario, se exige que los trabajos a los cuales se consagrarán los indígenas de las nuevas tierras tuvieran que ser carentes de cualquier sufrimiento. Con esto se estaba reconociendo que no se podía tratar como esclavos o seres inferiores a los indígenas. El quinto punto quizá sea el más importante, pues se reconoce en los indígenas la personalidad moral que brinda derechos jurídicos. En tal cauce, es menester resaltar que los indígenas tenían la facultad de dominio que los hacía ser libres de sus propias personas y de sus bienes materiales. La esclavitud moral y la esclavitud social estaban de tal forma prohibidas, aunque únicamente se tratase de un proyecto a futuro, pues precisamente la evangelización pretendía liberarlos de sus costumbres bárbaras. El sexto punto trata principalmente acerca de la forma en la que la religión tenía que ser introducida en los indígenas. En tal cauce, se dice que estrechando los lazos de comunicación entre españoles e indígenas se podía llevar a cabo la misión primordial de la ocupación, misma que era precisamente la evangelización. Al menos de forma ideal, se pensaba que a través de la predicación del cristianismo era posible llevar a cabo una transformación profunda en las creencias religiosas de los indígenas. El séptimo punto es simplemente una extensión de los anteriores pero no por eso menos importante. Después de ser reconocida su humanidad, su libertad y su facultad de dominio, el siguiente trámite era reconocer su individualidad como trabajo, la posesión de su propio ser libre. Por la misma razón, se establecía que los indígenas tenían que ser retribuidos por su trabajo. Empero, algo importante de mencionar es que dicho trabajo no era retribuido con dinero, como si se hacía por ejemplo entre españoles. Parece ser en tal sentido una contradicción el hecho de reconocer en aquellos seres todas las facultades humanas e individuales primordiales, sin serles concedida a la par la facultad de poder formar parte del mercado del dinero. Aquella fue una de las principales ataduras que padecieron los indígenas, misma que deja ver en una 106 primera instancia el objetivo de la ocupación no como evangelización, sino como conquista y sometimiento. Según las Ordenanzas reales, La Reina Juana y el Rey, establecían al gobernador de las Indias Diego Colón los lineamientos siguientes: JUSTIFICACIÓN Son inclinados a ociosidad y malos vicios. El principal estorbo para no enmendar su vicios es que viven lejos de las casas de los españoles. La lejanía les hace olvidar lo aprendido en materia de fe. Todo su deseo es hacer de sí lo que les viene a la memoria, sin haber respeto a ninguna cosa de la virtud. El papa es considerado como el ORDENANZA Mudar las estancias de los caciques e indios cerca de los hogares de los españoles. Con las conversaciones y asistiendo a misa aprenderán las cosas sin olvidarse de ellas. Si algún indio adoleciere sería brevemente socorrido y cuidado, no muriendo en los caminos, y podrían recibir los sacramentos como el bautizo. Darles a sembrar media anega de maíz, y se les dote con una docena de gallinas y un gallo, que pertenecerán como hacienda invendible. Quemar las antiguas casas de los índios para que no vuelvan a ser ocupadas. Crear iglesias. Enseñar al indio más hábil para leer y escribir los principios de la fe para que este enseñe al resto. Que ninguna persona que tenga en encomienda eche cargas a los indios, so pena de multa económica. Que los trabajadores de las minas tengan también adoctrinamiento en la fe. Dotar de alimento a los indios cada domingo. Instruirles en la práctica de la monogamia y la exogamia. Que los hijos de los caciques, a la edad de trece años, se les den a la orden de los franciscanos, para que cuatro años después regresen a predicar. Que toda mujer después de cuatro 107 encargado del mundo por reino, señorío y jurisdicción de Dios. Desde Roma el Papa puede juzgar y gobernar a todas las gentes (cristianos, moros, judíos, gentiles y de cualquier otra secta o religión). Papa significa admirable, mayor, padre y guardador, porque es padre y gobernador de todos los hombres. El Papa ha donado las islas y la tierra firme, así como lo que en ellas hay. Los reyes españoles son reyes de tales islas y tierra firme y deben ser obedecidos, al igual que los varones religiosos que envían para predicar y enseñar la Santa Fe. Deben reconocer a la Iglesia por señora y superiora del universo mundo, y al Sumo Pontífice, llamado Papa, en su nombre y al Rey y a la Reyna. En caso de hacerlo así, dejarán a las mujeres, a los hijos y a sus haciendas en libres y sin servidumbre. Pero en caso contrario, les hará la guerra y los sujetará al yugo de la Iglesia y de sus Altezas, y tomará sus personas (incluyendo mujeres e hijos) y las venderá como esclavos. meses de embarazo se dedique exclusivamente al hogar y permanezca así hasta que su hijo cumpla tres años. Otorgar un peso de oro al año para que los indios vistan mejor. No maltratar a los indios físicamente ni verbalmente. Los visitadores son los que se encargan de castigar. Multar a aquellos que tengan trabajando en su propia hacienda a los indios sin mandarlos a las minas. Que nadie tenga a su cargo menos de cuarenta indios ni más de ciento cincuenta. A través del cuadro que hemos bosquejado anteriormente, podemos entender de mejor manera la forma en la que las Leyes de Burgos se autojustificaban. En tal sentido, resulta importante señalar que el hecho de no permitir la introducción de los indígenas al mercado del dinero se debía a dos causas fundamentales. La primera de ellas, por decirlo en ciertos términos, es la más subjetiva, pues se argumentaba que los indígenas eran inclinados al ocio y a los malos vicios por naturaleza. A la par de lo mencionado, se argumentaba que los indígenas eran reacios a aprender la fe católica, motivo por el cual necesitaban de la continua observancia de los españoles. Así pues, por medio de tales ordenanzas se decretaba que los indígenas tenían que ser conducidos a las 108 sendas de la fe católica con la administración y el paternalismo de los españoles. Este tipo de prácticas para llevar a cabo la evangelización en las tierras nuevas se convirtieron desde entonces en un método idóneo para justificar la colonización con las banderas de la fe. Basta decir, en tal sentido, que desde que las Leyes de Burgos fueron decretadas hasta hoy en día, el problema de la evangelización sigue presentando las mismas características. Las estructuras sociales que fueron creadas para llevar a cabo la conversión de los indígenas a la fe católica sembraron de tal forma sus raíces en la Nueva España que muchas de aquellas estructuras siguen siendo vigentes. En tal sentido, el filósofo Samuel Ramos señala con respecto al llamado <egipticismo indígena> que “Esta rigidez no es quizá ajena de la sangre indígena. No creemos que la pasividad del indio sea exclusivamente un resultado de la esclavitud en que cayó al ser conquistado. Se dejó conquistar tal vez porque ya su espíritu estaba dispuesto a la pasividad. Desde antes de la conquista los indígenas eran reacios a todo cambio, a toda renovación. Vivían apegados a sus tradiciones, eran rutinarios y conservadores. En el estilo de su cultura quedó estampada la voluntad de lo inmutable... Para la edad que tiene México, ha cambiado muy poco. Nuestros cambios son más aparentes que reales; son nada más disfraces diversos que ocultan el mismo fondo espiritual”. 79 La segunda causa que influyó impresionantemente en el hecho de que los indígenas no fueran incluidos en el mercado del dinero tiene que ver tal vez con la forma en la que la religión católica veía el uso de la moneda desde aquel tiempo hasta actualmente. En tal sentido, hay que recordar que una de las más serias oposiciones al uso del dinero en su sentido moderno proviene de las filas de la fe. Desde Santo Tomás de Aquino y su interpretación hecha del libro I de la Política de Aristóteles, se erigió una fuerte defensa contra aquellos que veían al dinero como productor de dinero. La usura era vista como uno de los peores pecados, pues conseguía generar <interés>, dinero ficticio que no es otra cosa que el costo por el uso del propio dinero que en sí mismo es estéril. Concientes pues, de lo que el uso del dinero en tales circunstancias significaba para el hombre, me parece que aquel puede ser una causa más para no permitir que 79 Ramos, Samuel, El hombre y la cultura en México, Austral, México, 2005, 36-37 pp. 109 los indígenas fueran introducidos dentro del mercado del dinero. Las tierras y las gentes americanas fueron vistas por algunos hombres como la posibilidad de reconstruir un cristianismo primitivo. La mundialización de la fe y de las creencias religiosas cristianas, así como el nacimiento de un nuevo cristianismo más pulcro y menos viciado comenzaron a ser vistos como un objetivo posible. La razón de que las Leyes de Burgos sostuvieran una postura humanista pero conservadora y medieval a la vez tiene que ver precisamente con la ruptura de sistemas de valores y pensamientos que mencionamos al comienzo del capítulo. Las estructuras mediante las cuales se llevó a cabo la ocupación en territorios americanos tuvieron un carácter medieval y un poder sacro que le sostiene evidentemente. Sin embargo, el descubrimiento de América y los resultados del debate acerca de los justos títulos y los naturales fueron una empresa Renacentista, en la que el nuevo humanismo se veía ya pujando fuertemente. El período en el que se debatía la naturaleza de los indígenas americanos es muy representativo precisamente por los claroscuros a través de los cuales se les puede mirar. Por un lado, la oscuridad que representa la ausencia de sistemas de pensamiento para aceptar la humanidad y personalidad de los indígenas. Por el otro, la nueva filosofía proveniente del cristianismo en la cual se empezaba a creer en un concepto de humanidad que fuera íntegramente orgánico. Ejemplos de lo anterior los podemos encontrar, por ejemplo, en las instrucciones reales al conquistador Ovando en 1501, mismas que decían lo siguiente: “Debido a nuestro deseo de que los indios sean convertidos a nuestra sagrada fe católica y sus almas sean salvadas, ya que este es el mayor bien que podemos desear para ellos, y como para que esto se logre deben ser informados de las particularidades de nuestra fe, debe usted tener gran cuidado en asegurar que los clérigos así lo informen a ellos y 110 los instruyan con mucho amor, sin el uso de la fuerza, de tal modo que puedan ser convertidos tan rápidamente como sea posible”. 80 De tal forma, en estas primeras instrucciones informales encontramos una de las más claras muestras de la intención humanista de la corona española, pues en ningún momento niegan la personalidad de los indígenas. En este sentido, uno de los pensadores fundamentales para entender la versión positiva de la naturaleza de las gentes americanas fue Vasco de Quiroga. Este hombre afirmaba tajantemente y sin dejar lugar a dudas: “Yo creo cierto que aquesta gente de toda esta tierra y Nuevo Mundo que cuasi es de una calidad, muy mansa y humilde, tímida y obediente”. 81 Por el mismo motivo, este hombre fue uno de los muchos que se opuso férreamente a que los indígenas fueran considerados como esclavos por naturaleza. Otro de los hombres que defendió completamente la humanidad de los indígenas fue el obispo Zumarraga. De hecho en una de las discusiones que llego a tener con otros españoles, en el que lo exhortaban a dejar de tener trato con los indígenas debido a su edad, él contesto: “Sois vosotros los que apestáis a demonios, según mi manera de pensar, y vosotros los que me resultáis repulsivos y antipáticos, porque sólo veis las vanas trivialidades por vuestra inclinación a la vida cotidiana como si no fuéseis eclesiásticos. Estos pobres indios tienen un olor celestial para mí; ellos me sirven de consuelo y me dan salud, porque ellos son ejemplo para mí de la rudeza de una vida de penitencia con la cuál yo debería aliarme si quisiera llegar a la salvación eterna”. 82 En las líneas anteriores podemos darnos cuenta que el obispo Zumarraga consideraba a los indígenas como personas. Sin embargo, también podemos darnos cuenta de que su consideración hacia ellos va más lejos aún. Zumarraga vio en los indígenas un cierto ejemplo de vida en penitencia, misma que a su consideración es necesaria para la salvación eterna. Seguramente 80 Hanke, Op. Cit., p. 30. Ibid. p. 42. 82 Ibid. p. 39. 81 111 gran parte de su posición tiene que ver con el hecho de que veía en los indígenas una tierna disposición a recibir la fe católica, cuestión que se hacia aún más evidente con los malos tratos de los que eran víctimas aquellas gentes por parte de los encomenderos. Una de las posiciones más radicales con respecto a la afirmación de la humanidad de los indígenas fue indudablemente la de Julián Garcés, en una carta escrita a Paulo III. Su posición es ciertamente un ejemplo en lo que a la situación de los indígenas se refiere. En tal sentido, afirma: “Ya es tiempo de hablar contra los que han sentido mal de aquestos pobrecitos, y es bien, y es bien confundir la vanísima opinión de los que fingen incapaces, y afirman que su incapacidad es ocasión bastante para excluírlos del gremio de la Iglesia. <Predicad a toda criatura (dijo el Señor en el Evangelio) el que creyere y fuera bautizado, será salvo>. Llanamente hablaba de hombres y no de los brutos. …A nadie, pues, por amor de Dios aparte desta obra la falsa doctrina de los que instigados por sugestiones del demonio afirman, que estos indios son incapaces de nuestra religión. Esta voz realmente que es de Satanás, afligido de que su culto y honra se destruye: y es voz que sale de las avarientas gargantas de los cristianos, cuya codicia es tanta, que por poder hartar su sed, quieren porfiar de las criaturas racionales, hechas a imagen de Dios, son bestias y jumentos”. 83 Difícil es encontrar en la literatura del momento una crítica tan fuerte y pertinente como la de Garcés. En gran parte del fragmento que hemos citado de su carta, aparecen fuertes reclamos a la intención con la que algunos españoles cristianos actuaron en tierras americanas. En este sentido, quizá el aporte más importante de su carta tiene que ver con el hecho de aclarar que los evangelios declaran que la persona es tal porque <está hecha a imagen y semejanza de Dios>, y que precisamente decir que son jumentos o bestias es deshumanizarlos en un acto anticristiano. Efectivamente, ello es cierto en tanto 83 Ibid. p. 47. 112 que negar la humanidad de los indígenas era, como hemos visto, igual a negar su participación en la dimensión moral y espiritual. De tal modo, la deshumanización siempre presenta la faz de la negación de las facultades intelectuales, así como la negación de las facultades religiosas. Una posición esencialmente igual a la anterior la podemos encontrar precisamente en la Bula Papal Sublimis Deus, escrita por Paulo III. En aquel lugar se dice que “El Dios sublime amó tanto la raza humana, que creó al hombre de tal manera, que pudiera participar no solamente del bien que gozan las otras criaturas, sino que lo dotó de la capacidad de alcanzar al Dios Supremo, invisible e inaccesible y mirarlo cara a cara: y por cuanto el hombre, de acuerdo con el testimonio de las Sagradas Escrituras, fue creado para gozar de la felicidad de la vida eterna, que nadie puede conseguir sino por medio de la fe en nuestro Señor Jesu-Cristo; es necesario que posea la naturaleza y las capacidades para recibir esta fe…”. 84 Esta Bula fue sin lugar a dudas de vital importancia en el debate acerca de la persona. Ella sentó las bases, o mejor aún, desarrollo las bases bíblicas en torno a la consideración de que todos los seres humanos están dotados de la facultad de recibir la fe debido a su propia naturaleza. De tal forma, e la aceptación total de las facultades intelectuales, morales y espirituales del ser humano tienen gran parte de sus raíces en el pensamiento cristiano. La libertad, como lo diría Hegel, solamente es comprensible históricamente a través del crisol del cristianismo. 2.4 La posición de Vitoria respecto a las gentes americanas: el nacimiento del personalismo desde fuentes aristótelicas. Como lo hemos visto anteriormente, el primer argumento de los hombres que defendían la no humanidad y no personalidad de los indígenas tiene que ver con la negación de la facultad de la posesión que es adjudicada conforme a derecho única y exclusivamente a aquellos que son sujetos de imputación ante las leyes. Negar la humanidad y personalidad de los indígenas era igual a 84 Ibid. p. 49. 113 negar sus facultades intelectuales. Con ello, se negaba a la par del hecho de que pudieran participar de la dimensión moral y espiritual. La pregunta fundamental en torno a la cuál giraba el conflicto que se generó en torno a la conquista de América era, en palabras de Vitoria, determinar una solución a la siguiente cuestión: ¿Esos bárbaros (los indígenas) antes de la llegada de los españoles eran verdaderos dueños? Así entonces, la primera discusión en torno a la humanidad o inhumanidad de los indígenas fue la de la facultad del dominio. Es decir, si los indígenas eran considerados entes dotados de la facultad de dominio, se tenía que reconocer en ese sentido su humanidad. Mientras que, en caso contrario, dicha humanidad podía ser puesta en tela de juicio. Poder poseer bienes externos (en el campo jurídico), y poder poseerse a sí mismo (en el campo moral) significaban los dos pilares mediante los cuales se podía aceptar o negar la humanidad de los indígenas. La humanidad o la personalidad moral que estaban en entredicho eran entendidas entonces como la facultad de poder imputar dominio sobre sus bienes externos y por ende potestad sobre su propia persona a tales sujetos. La edad media, en ese sentido, no conocía aún la existencia de un aparato jurídico que regulara las relaciones obrero-patronales como el que surgiría en las sociedades modernas democráticas con el derecho a la propiedad sobre el propio trabajo por parte de las grandes masas de asalariados. Por la misma razón, aquel debate se puede considerar como uno de los primeros antecedentes, sino es que el único, en el que se sustentarían los principios jurídicos de la edad moderna en su ámbito político y económico. A la par de ello, el debate consistía en determinar si los españoles tenían o no derecho a ocupar las nuevas tierras, y si así era el caso, determinar en qué condiciones y con qué prerrogativas se tenía que llevar a cabo tal ocupación. Los filósofos, teólogos y juristas que defendían la postura que predicaba que los indígenas no eran verdaderos dueños ni de sus tierras ni de su ser sostenían su tesis en tres presuposiciones fundamentales: el pecado mortal, la infidelidad y la herejía en la que vivían los indígenas americanos. Según tales pensadores, aquellas tres presuposiciones constituían causales por la cuales 114 se podía atribuir a los indígenas la falta de facultad de dominio. Anteriormente hemos hablado de los cinco delitos por medio de los cuales se justificaba su deshumanización. Aquellos vinieron a parar de forma definitiva en tales consideraciones. En este sentido, tanto unas causales como otras se conectan y se comprenden mutuamente. La primera presuposición se derivaba principalmente de dos fuentes: una de ellas religiosa y la otra aristotélica. La primera de ellas predicaba que “los siervos no tienen dominio sobre sus cosas” (Instituciones II, 9 3, Corpus Iuris Civilis). Asimismo se decía que “Todo lo que adquiere (el siervo) lo adquiere para su amo” (Digesta 29, 2, 79). El tercer argumento eclesiástico predicaba que “No importa que no hayan sido siervos antes de algún señor” (Digesta 40, 12, 23 y Digesta 45, 3, 36). 85 Efectivamente, los hombres que defendían la no facultad de dominio de los indígenas americanos se sustentaban en que los siervos no tienen facultad sobre sus cosas y sobre su ser. Sin embargo, el verdadero problema era definir primeramente sí aquellos indígenas encontrados en las nuevas tierras podían o no ser considerados como siervos. En caso de decir que eran siervos y no tenían facultad de dominio y que por el mismo motivo eran esclavos, lo que se estaría llevando a cabo es un error de petitio principi, pues en la definición que se ofrece se encuentra contenido el propio concepto que se busca. Lo que se tenía que aclarar era, pues, si aquellos seres eran verdaderos dueños de sus bienes, de su propio cuerpo y en general de su ser integro. En caso de ser así, de reconocerles, la deshumanización resultaba algo contradictorio, pues al aceptar que eran personas se aceptaba igualmente que no se les podía esclavizar sin cometer con ello una grave injusticia. Contrariamente, negando su persona se podía decir que no eran capaces ni siquiera potencialmente de realizarse como humanos. Aunque Francisco de Vitoria no lo formula explícitamente, me parece que observa con mucho cuidado tal error en el razonamiento, pues en lugar de 85 Vitoria, Francisco de, “Reelección primera”, en Obras Completas, Madrid, 1960, 650-656 pp. 115 discutir sí tienen autoridad o no las presuposiciones eclesiásticas y religiosas lo que hace es interpretar primeramente el pensamiento aristotélico para defender la humanidad y el derecho a la propiedad de los indígenas americanos. Por la misma razón, indica al principio de sus reelecciones, en una clase de justificación de las mismas, que: “Para la tranquilidad de la vida (securitatem vitae) y de la conciencia no es suficiente que uno piense que obra bien, sino que es preciso en las cosas dudosas apoyarse en la autoridad de aquellos a quienes corresponde declararlo… La discusión no pertenece a los juristas (iurisconsultos) de forma exclusiva. Los bárbaros no están sometidos al derecho positivo (leyes humanas), sino al derecho divino. Y puesto que entra en el fuero de la conciencia, toca fallar al sacerdote y la Iglesia (Deuteronomio 17, 18)”. Posteriormente, defendería con argumentos eclesiásticos su posición con respecto a los indígenas desde el terreno de la teología. Según lo dicho con anterioridad, los hombres que no creían en la facultad de dominio de los indígenas americanos se auxiliaban en Aristóteles para afirmar que las nuevas gentes descubiertas pertenecían a esta clase de seres que son los siervos o los esclavos. Con la afirmación que dice que “Hay quienes por naturaleza son esclavos, para quienes mejor es servir que mandar” (Pol I, 5, 1254 b 16-21) (Pol, I, 5, 1255 a, 39-40) sustentaban primordialmente sus razonamiento. Tales argumentos predicaban que los indígenas americanos eran siervos o esclavos por naturaleza y por tanto no tenían facultad de dominio sobre las tierras. También decían que debido a la esclavitud propia de su alma, lo que hemos llamado esclavitud moral, eran incapaces de regir su vida. Obviamente, existía una entera confusión entre la dimensión moral y la social o doméstica en lo que al concepto de esclavitud se refiere. Eso lo vio muy bien Vitoria y lo puntualizó en distintas ocasiones. Para entender bajo una perspectiva neutral y objetiva el pensamiento aristotélico con respecto al tema de la esclavitud resulta preciso, antes que nada, situar su pensamiento a la luz de la Grecia Clásica. En tal sentido es necesario indicar junto con Hannah Arendt que “La antigüedad griega clásica considero que la forma más elevada de vida humana era la que se vivía en la polis, y que la capacidad humana suprema era el lenguaje, ζώον πολιτικόν y 116 ζώον λόγον έχον, según la famosa doble definición de Aristóteles”. 86 Por la misma razón hay que entender que la vida política en Grecia Clásica se encontraba restringida a ciertos campos de libertad en donde los hombres libres podían manifestarse a través de la palabra. De tal manera, el análisis que lleva a cabo Aristóteles acerca de la esclavitud y la ciudadanía se encuentra orientado en el cauce de una serie de instituciones fundamentales como son el hogar o la familia, la ekklesia o la asamblea, el consejo o la bule, el arcontado, el tribunal popular y el ejército. Sin la existencia de tales referentes concretos y sin su compresión previa resultaría rapsódico llevar a cabo un análisis acerca del pensamiento de Aristóteles y de la posterior interpretación vitoriana. El libro I de la Política nos ofrece primeramente un concepto de ciudad muy propio del mundo clásico. La ciudad es definida del siguiente modo: “Toda ciudad se ofrece a nuestros ojos como una comunidad; y toda comunidad se constituye a su vez en vista de algún bien. Si todas las comunidades humanas apuntan a algún bien, es manifiesto que al bien mayor entre todos habrá de estar enderazada la comunidad suprema entre todas y que comprende a todas las demás; ahora bien, ésta es la comunidad política a la que nosotros llamamos ciudad”. 87 Para Vitoria es muy claro, en tal sentido, que los indígenas americanos no se encontraban fuera de la vida política tal como la entendían los griegos originalmente. Por la misma razón, aquel filósofo español nos dice en algunas de sus líneas más reflexivas e interesantes que los indígenas americanos “Tienen uso de razón a su modo (Sed habent pro suo modo usum rationis). Tienen orden en sus cosas: ciudades debidamente regidas, matrimonios bien definidos, magistrados, señores, leyes, profesores, industrias, comercio; todo lo cual requiere uso de razón. Tienen su propia religión”. 88 Al estar sujetos a un cierto tipo de orden y a un cierto tipo de civilización y cultura, para Vitoria los indígenas no podían ser considerados como esclavos o siervos por naturaleza. Por el contrario, debido a que el asunto tenía que ser tratado desde el 86 Arendt, Hannah, Entre el pasado y el futuro…, pp.72. Aristóteles, Política, Universidad Nacional Autónoma de México, p. 1. 88 Vitoria, Op. Cit., pp. 664-666. 87 117 <derecho divino y natural> y no desde el <derecho positivo>, los indígenas americanos exigían ser reconocidos en su facultad de dominio sobre sus personas y posesiones. Sólo a través de tal reconocimiento le parecía posible el hecho de que fueran vistos como personas jurídicas y morales, a las cuales se les podía imputar algún delito. Otro de los frentes desde los cuales puede ser entendido con precisión el trabajo de interpretación de Francisco de Vitoria con respecto al problema de la esclavitud en Aristóteles es el que tiene que ver con la separación que lleva a cabo el de Estagira en su texto de la Política acerca del régimen familiar (οίκονομια). Aristóteles lleva a cabo una división tripartita fundamental para tratar la esclavitud concerniente a los tres tipos de relación en los cuales vive y participa el ciudadano o polites. Las dos primeras relaciones son consideradas como relaciones dispuestas por necesidad para la existencia de la unidad fisiológica fundamental de la ciudad, a saber, la familia. La primera relación es la conyugal (γαμική) entre esposo y esposa (ποσις και άλοχος), misma que está dispuesta naturalmente en la especie humana con miras a la generación y conservación. Una segunda relación es la heril o despótica (δεσπότική) que se erige entre amo y esclavo (δεσπότης και δούλος), misma que está dispuesta con miras a la seguridad del segundo (Política 1252 a, 25 ss.). Por la misma razón Aristóteles indica que “Quien por su inteligencia es capaz de previsión, es por naturaleza gobernante y por naturaleza señor, al paso que quien es capaz con su cuerpo de ejecutar aquellas providencias, es súbdito y esclavo por naturaleza, por lo cual el amo y el esclavo tienen el mismo interés” 89 . La tercera relación la podemos denominar como la tecnopoietica (τριτον τεκνοποιητική) y es la que tiene que ver con el padres y los hijos (πατήρ και τέκνα). 89 Ibid. p. 2. 118 Solamente dentro de las relaciones que tienen cabida en el régimen familiar tiene sentido hablar de esclavitud en el más estricto sentido de la palabra para la filosofía aristotélica. Por la misma razón, la antigua definición de la esclavitud en el de Estagira es la de “instrumento animado” (όργάνων τά μεν έμψυχα) (Política 1253 b, 29). El esclavo es considerado, pues, como parte de la propiedad familiar. Por ello mismo, nuestro filósofo indica que “<Propiedad> es un término que usamos en el mismo sentido que <parte>: lo que es parte no solamente es parte de otra cosa, sino que lo es absolutamente, y del mismo modo también lo que es objeto de propiedad. De aquí se deduce que en tanto que el señor es simplemente señor del esclavo, pero sin ser algo de este último, el esclavo por su parte no es sólo esclavo del señor sino que es por entero de él”. 90 A razón de las causas señaladas con anterioridad, en el apartado II del libro I de la Política, Aristóteles distingue entre dos sentidos mediante los cuales puede hablarse de esclavitud (1255 a, 3 ss). La primera forma es la que hace consistir la esclavitud en un hecho natural. La segunda tiene que ver con la existencia de una convención legal mediante la cual se establece un botín de guerra para el vencedor. La diferencia entre tales tipos de esclavitud proviene exclusivamente de lo que puede ser considerado como derecho natural (tal vez divino en su interpretación medieval) y derecho positivo o humano. Desde el punto de vista de Aristóteles, lo primero que tiene que analizarse para saber si la esclavitud como convención tiene bases sólidas es analizar las causas que iniciaron la guerra. En caso de que esas causas sean justas, la esclavitud se encuentra completamente justificada. En caso contrario, la esclavitud es considerada como despreciable por estar justificada en principios contra naturaleza. No es por ello de extrañar que Aristóteles diga que “hay algunos que son esclavos en todas partes, y otros que no lo son en ninguna”. 91 90 91 Ibid. p. 7. (1254 a, 9 ss). Ibid. p. 10. (1255 a, 28 ss) 119 Un razonamiento similar al de Aristóteles lo encontramos ya en Grecia Clásica en Platón, lo cual nos hace pensar que aquella controversia para saber si la esclavitud era un hecho natural o producto de una convención social fue algo muy difundido en la época. En el apartado V del libro IX del diálogo de la Justicia o República, el de anchas espaldas plantea la necesidad de que la esclavitud consista en una convención social. (578 e y ss). Así pues, lo que encontramos en el pensamiento aristotélico y socrático es una clara distinción entre la esclavitud natural y la artificial o social. Por el mismo motivo, Vitoria utiliza aquella dicotomía para decir que lo que es preciso indagar en un primer momento es en saber si aquella ocupación y la posible guerra en las Indias se basaban en principios justos o injustos. Una guerra justa traería consigo la posibilidad de la esclavitud en los indígenas americanos. En caso contrario, aquella esclavitud sería falsa e intolerable. Para justificar que los indígenas americanos no podían ser considerados como esclavos por naturaleza, amén del argumento acerca del orden que tenían en sus propias ciudades y relaciones sociales, Vitoria acude a fuentes religiosas para sustentar la personalidad y la facultad de dominio en los indígenas americanos. Por las mismas razones, podemos decir que la segunda y la tercera presuposiciones, acerca de la infidelidad y la herejía, se derivaban fundamentalmente de las mismas fuentes que la primera. Se podría decir, en cierto sentido, que tales impedimentos de la facultad de posesión son derivados de una prolongación de los argumentos primeros, mediante los cuales se indica que los indígenas por ser infieles a la verdadera creencia, la cristiana, eran amentes o idiotas. Con respecto al segundo argumento mediante el cual se defendía la no humanidad de los indígenas, aquel se encuentra ligado a la cuestión de los Títulos legítimos. El primer argumento en el que se basa esta defensa es el que decía que el emperador es el dueño del mundo entero y por lo tanto, tenía dominio sobre los indígenas. El segundo, igual al anterior, es el que defendía 120 que el dueño del mundo es el Papa. 92 Dentro de estas cuestiones se discutía si se puede obligar a los infieles a convertirse, si es lícito mantener relación con los infieles y si pueden tener los infieles jurisdicción y dominio sobre los cristianos. En tal sentido, podemos decir que tanto una interpretación determinada de los textos religiosos, así como una interpretación determinada de los textos aristotélicos, sirvieron para justificar la postura que defendía la humanidad de los miembros de cierta cultura y la no humanidad de los miembros de otra cultura. El pensamiento de Francisco de Vitoria se caracteriza por su férrea defensa de la humanidad de los indígenas americanos desde el terreno de la filosofía, la teología y el derecho. Gracias a la interpretación de los textos religiosos y aristotélicos desde el concepto más amplio de persona y desde las trincheras de la facultad de posesión, Vitoria logro replicar con argumentos sólidos la posición de los que no admitían en los indígenas la propiedad de humanidad. Para Vitoria la grandeza de la humanidad se encuentra establecida por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. De tal modo, para él, una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad que puede ser calificada como cruel e inhumana. En lo que respecta a la facultad de dominio, nuestro pensador recurre principalmente a dos fuentes religiosas y a una filosófica. La primera de ellas proveniente del libro del Génesis predica que “Todo dominio proviene de la autoridad divina, pues Dios es el creador de todas las cosas y nadie puede tener dominio, sino aquel a quien El se lo diere”. La segunda fuente es nominal, de derecho positivo, y proviene del Concilio de Constanza, en donde se afirma que “El dominio natural es de origen divino, lo mismo que el civil; y aún más, pues el civil parece de derecho humano (iure humano)” (Fidem Catholicam, 92 Ibid. pp. 667-676. 121 VIII, 15). En lo concerniente a la fuente filosófica, quizá la más contundente, San Agustín indica que “El Dominio se funda en la imagen de Dios, pero el hombre es imagen de Dios por su naturaleza, esto es, por las potencias racionales; luego no lo pierde por el pecado mortal” (De Trinitate, lib 9). Otro de los argumentos fundamentales que utilizó nuestro filósofo para indicar que por ninguna de las causales presumidas se puede perder la facultad de dominio es de Santo Tomás de Aquino. En tal cauce, indica de forma contundente “La infidelidad no es impedimento para ser verdadero propietario”. (Sto Tomás II II, 10,10.) Dado que la facultad de dominio se sustenta en la naturaleza racional (en las potencias racionales) del hombre, y en tal sentido, se sustenta también en que está hecho a imagen y semejanza de Dios, y dado que la fe no quita ni el derecho natural y el divino, el hombre no pueden perder la facultad de dominio por infidelidad. Los indígenas americanos, pues, no podían ser despojados de sus tierras sin más, pues al igual que las escrituras prohibían despojar de lo suyo a los sarracenos y a los judíos a pesar de no compartir las mismas creencias, lo mismo prohibían a los católicos a hacerlo con las nuevas gentes descubiertas. La interpretación de la facultad de dominio se encuentra orientada en Francisco de Vitoria por los niveles de existencia de los cuales habla Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica. En tal sentido, las famosas cinco pruebas de la existencia de Dios son un argumento más que sirve para justificar la facultad de dominio de la cuál está dotado el hombre en tanto que ente creado. Por la misma razón la quinta prueba, en palabras de Francisco de Vitoria indica que “El dominio es un derecho. Las criaturas irracionales no pueden tener derechos, luego tampoco dominio. Ellas no pueden recibir injusticia, luego carecen de derecho. No se injuria al lobo o al león, ni siquiera privándoles del alimento. Las fieras no tienen dominio sobre sí mismas, luego menos sobre las otras cosas” 93 . El hombre, contrariamente a los animales, en tanto que tiene capacidad de tener dominio sobre sí mismo gracias a que está hecho a imagen y semejanza de Dios, tiene dominio también sobre las otras 93 Ibid., pp. 653-658. 122 cosas que hay en el mundo. En tal sentido, la criatura que se encuentra en la cúspide de los niveles de existencia, por encima de los demás animales, es el hombre. Los indígenas, de tal manera, en tanto que tenían su propio orden y estaban en posesión pacífica de sus cosas, no podían dejar de ser considerados como seres humanos. Si la irracionalidad o idiotez que se imputaba a los indígenas americanos podía constituir un argumento en pro de su no facultad de dominio, Francisco de Vitoria afirma que ni siquiera por tales causales se les puede privar a los seres humanos de estar hechos a imagen y semejanza de Dios. Para Francisco de Vitoria los indígenas americanos eran hombres en todo el sentido de la palabra, debían ser considerados como personas con personalidad propia, y por ende eran dueños de sus bienes tanto privada como públicamente. Con lo que hemos visto brevemente en las líneas anteriores, podemos decir que el pensamiento de Francisco de Vitoria se caracteriza por su indiscutible militancia en el personalismo. El personalismo al cual se suma nuestro pensador tiene dos frentes que es indispensable observar y diferenciar. El primer frente desde el cual puede ser visto su personalismo tiene que ver con la defensa de los derechos naturales que pertenecen al hombre por ser considerado un ente creado a imagen y semejanza de Dios. Contra las posturas que predicaban la no humanidad de los indígenas americanos, Francisco de Vitoria señala que aquellos son entes creados por Dios a su imagen y semejanza, y por lo tanto son personas humanas en el estricto sentido de la palabra. En tal sentido, su defensa del personalismo se basa en el concepto que nuestro filósofo tiene del concepto de justicia. En tal sentido, indica que “La justicia consiste en una relación a otro y no en una relación a sí mismo; por el contrario, las demás virtudes consisten en una relación a sí mismo y no a otro”. 94 En tanto que la justicia es una virtud que liga a un sujeto en relación a otro, aquella es sólo posible si existe reconocimiento del otro. En 94 Vitoria, Francisco De, La justicia, Tecnos, 2002, p. 4. 123 caso de no reconocer la persona humana, la imagen divina en el otro, es imposible reconocer esa serie de derechos inalienables y naturales de los cuales está dotado todo hombre. El reconocimiento de la persona en el otro (en la alteridad) es para Francisco de Vitoria un asunto de primera importancia, y por ende, de humanidad. A través del reconocimiento nos humanizamos a nosotros mismos, pues gracias al reconocimiento somos capaces de participar de la justicia. Dicha justicia consiste, en primera instancia, en reconocer el dominio del otro sobre su propia persona, cuerpo e intelecto, pero también sobre sus bienes, mismos que hacen posible en última instancia todo lo demás. En tal cauce, Vitoria es contundente al afirmar que: “Por la justicia nada adquirimos para nosotros, sino que por ella damos a otro lo que es suyo. De tal manera que está en relación a otro, porque justo es lo mismo que igual, y lo igual es respecto a otro, es decir, está en relación a otro”.95 El segundo frente desde el cual puede ser visto el pensamiento personalista en Francisco de Vitoria es el que tiene que ver con la afirmación de la persona como sustancia primera. En este sentido, sustancia primera quiere decir en un plano lógico la posibilidad de poder predicar todas las categorías a partir de la persona humana. En otro sentido, ontológico, la afirmación de la persona humana como sustancia primera tiene que ver con la interpretación de los grados de existencia tomistas. Tanto en el plano lógico como en el ontológico, ya sea en el plano de la predicación o de la entidad, se otorga supremacía a la persona humana ya que gracias a ella se puede conocer todo lo demás. Una pregunta que sin lugar a dudas sería interesante resolver es la que tiene que ver con la posibilidad de que las facultades y los derechos que son propios de la persona humana puedan ser predicables sino existe el sustento de la divinidad. Para Francisco de Vitoria aquella pregunta se resuelve de forma inmediata a través de la dicotomía derecho natural o divino y derecho 95 Ibid. p. 5 124 humano o positivo. Para nuestro pensador la persona humana se sustenta en cuanto tal por la condición que la propia divinidad ha puesto en ella. El derecho natural viene a ser necesario, mientras que el derecho humano es contingente. La facultad de dominio viene a ser una facultad de suma importancia para entender la trascendencia de tal pregunta, pues precisamente aquella facultad representa en el hombre la posibilidad de ser sujeto de imputabilidad de derechos y obligaciones basadas en la justicia. El padre del derecho de gentes coloca tal esfera jurídica entre el derecho natural y positivo, sustentando de tal manera una serie de principios que pueden ser considerados como una de las distintas fundamentaciones filósoficas de los derechos humanos vigentes en la actualidad. 125 III. EL DEBATE DE LA PERSONA EN LOS SIGLOS XVII Y XVIII. De la misma manera que los acontecimientos acaecidos en los siglos XV y XVI, fueron el detonante que llevaron a la civilización europea a plantearse la reflexión en torno a las características y propiedades de la persona humana, los siglos XVII y XVIII también lo fueron con sus múltiples acontecimientos. Uno de los más significativos en tal tenor corresponde a lo que llamamos la creación, justificación y fortalecimiento de los Estados-Nación. Después de un proceso espiritual y político difícil como lo fue la Reforma, la desagregación de los distintos reinos a la Iglesia Católica Romana trajo consigo la necesidad de cimentar los pilares de la nueva época. La revolución inglesa consumada en 1688 trajo consigo no sólo el nacimiento de las sociedades burguesas tal como hoy las conocemos, sino también el nacimiento de una nueva sociedad basada en principios religiosos alternativos. La erección de la iglesia Anglicana en el Reino Unido fue una ruptura a la cuál se siguieron otras, la más significativa en Prusia. Asimismo, en algunos momentos históricos determinados se presentó también la negación de los principios religiosos del mundo medieval, como sucedió en la revolución francesa. Los dos autores que mencionaremos en el presente apartado son de suma importancia para entender la ruptura que se llevó a cabo entre el mundo medieval tardío y el mundo burgués precoz. Nos daremos cuenta de qué manera la idea de la persona humana resulta no solo discordante, sino antagónica en Hobbes y Hegel. Gran parte de ello tiene que ver con el hecho de que los dos pensadores fueron herederos de tradiciones filosóficas hartamente distintas. Sus puntos de vista respecto a la persona, al contrato social, a la naturaleza humana son tan discordantes que hasta cierto punto los podemos llamar antitéticos. Algo que es interesante señalar respecto a la preferencia por tratar estos dos autores y no otros muchos más como Locke, Rosseau y Kant, tiene que ver fundamentalmente con que estos dos pensadores representan dos polos 126 opuestos. Contrariamente a los demás pensadores en los que podemos encontrar ciertos puntos de confluencia y ciertos puntos de discordancia, en Hobbes y en Hegel no podremos encontrar centros de encuentro. De hecho, aquellos dos filósofos pueden ser considerados como creadores de filosofías diferentes, pues sus escritos tienen la cualidad de estar manufacturados con el objetivo de formar sistemas cerrados. En el aspecto de las disciplinas filosóficas que deben de ser consideradas como tales, disentían completamente. Mientras Hobbes despreciaba en cierto sentido de la metafísica, Hegel fue un hombre que baso sus reflexiones en aquella. De la misma manera, mientras Hobbes es un pensador conocido por su nominalismo, Hegel puede ser considerado como uno de los pensadores más románticos de la filosofía, pues precisamente su idea acerca de la verdad es idealista. 3.1 Hobbes y el nominalismo. Hartamente celebrado por los conocedores en temas filosóficos, Thomas Hobbes es considerado como el precursor más importante del nominalismo en el mundo moderno. Por lo mismo, es necesario conocer detalladamente su pensamiento respecto a ciertas posiciones fundamentales antes de hablar de sus conceptos de persona y de contrato social. En el presente apartado lo que llevaremos a cabo es una breve y escueta revisión para conocer en qué consiste el llamado nominalismo que se le imputa. De tal forma, llevando a cabo adecuadamente nuestra tarea, tendremos la oportunidad de juzgar con mayor solidez de criterio en apartados posteriores de qué manera sus posiciones respecto a teoría del conocimiento se relacionan con su filosofía política. Uno de los elementos más importantes que han llevado a pensar a la tradición que Hobbes pertenece a la escuela de los nominalistas es sin lugar a dudas su posición respecto al conocimiento y a la verdad. De tal manera, tenemos que todo conocimiento que se presume verdadero una de dos, o se 127 presume respecto a una adecuación del pensamiento con la cosa pensada o respecto a una correcta utilización del lenguaje. Así entonces, todo conocimiento es o una conciliación ontológica o un lógico y común uso del lenguaje. Para los que piensan que el conocimiento y la verdad dependen de la adecuación, existen dos posiciones importantes, los que creen que se encuentran en las ideas y los que creen que se encuentran en las especies o entidades primeras. Los que creen que la adecuación está regulada por las ideas o géneros son los que pertenecen a la escuela platónica. Mientras tanto, los que consideran que la adecuación está regulada por las entidades primeras son los que pertenecen a la escuela aristotélica. La postura que predica que la verdad se encuentra en la correcta utilización del lenguaje y en la correcta utilización de las reglas lógicas, tiene en cierto sentido su origen en el pensamiento aristotélico. Efectivamente aquello es cierto en tanto que la concepción de la verdad en Aristóteles presenta dos matices de suma importancia. Uno de ellos tiene que ver con la utilización de la lógica en la construcción del lenguaje científico. La regla más importante para este tipo de posicionamiento es la regla de no contradicción. Asimismo, en tanto que en el Organón aparece como fundamental la utilización del lenguaje respecto a homonimias, sinonimias y paronimias, podemos decir que una escuela de pensamiento, de la cual proviene Hobbes, pone el énfasis en este punto. La otra escuela de pensamiento cree que el principio de no contradicción es sumamente trascendente para la verdad, pero no es determinante, pues lo realmente determinante es que el pensamiento sea adecuado a la cosa. El capítulo IV del Leviatán de Hobbes es indudablemente uno de los fragmentos más importantes que sirven para sostener que tal pensador es un nominalista. Para tal filósofo la aparición del lenguaje, la escritura y la imprenta son los sucesos más importantes en el desarrollo del género humano. El lenguaje lo es en tanto que “Por medio de esos elementos los hombres registran sus pensamientos, los recuerdan cuando han pasado, y los enuncian uno a otro para mutua utilidad y conversación. Sin él no hubiera existido entre los hombres ni gobierno ni sociedad, ni contacto ni paz, ni más que lo que 128 existe entre osos y lobos”. 96 De igual forma a como Aristóteles lo asienta en sus textos políticos, el uso del lenguaje, es el pequeño abismo que separa al hombre del resto de los animales. La palabra, el lógos entre los griegos, es tan mágica que puede significar el puente que se tiende entre lo desconocido y lo conocido, entre lo que se impone y lo que es aceptado, entre la apropiación y el despojo. Es por medio de la palabra como mostramos a otros y a nosotros mismos nuestra concepción del mundo, pues precisamente ella es la que nos indica la manera en la que conocemos e ignoramos, en la que imponemos y somos impuestos. El hombre es el único “ser” que se mueve en el espacio de la comunicación “a-partir-de” y “en-el” lenguaje articulado. Contrariamente al resto de los animales que sólo pueden emitir voz para comunicar lo doloroso y lo placentero, el género humano se encuentra en posesión del lenguaje articulado, mismo que le habré las sendas de la justicia y la injusticia, del conocimiento y la ignorancia. Tan importante es el uso del lenguaje en el género humano para Hobbes que lo estudia cautelosa y cuidadosamente. Su esmero al respecto lo lleva a establecer cuatro usos rectos y cuatro usos desviados del mismo. De tal manera, expone que los cuatro usos rectos son: 1. Registrar lo que por meditación hallamos ser la causa de todas las cosas, presentes o pasadas, y lo que a juicio nuestro las cosas presentes o pasadas pueden producir, lo cual es el origen de las artes. 2. Mostrar a otros el conocimiento que hemos adquirido, lo cual significa aconsejar y enseñar uno a otro. 3. Dar a conocer a otros nuestras voluntades y propósitos, para que podamos prestarnos ayuda mutua. 4. Complacernos y deleitarnos nosotros y los demás, jugando con nuestras palabras para deleite nuestro. 97 96 97 Hobbes, Thomas, Leviatán, Tomo I, Sarpe, Madrid, 1983, p. 45. Ibid. pp. 46-47. 129 Así pues, lo que tenemos en Hobbes es que el lenguaje significa para él conocimiento, transmisión, acuerdo y deleite. Los cuatro usos rectos son las maneras en las que el lenguaje encuentra su realización respecto a su verdadera naturaleza. Contrariamente a esos cuatro usos rectos tenemos cuatro usos desviados, mismos que son a su parecer los siguientes: 1. Cuando los hombres registran sus pensamientos equivocadamente, por la inconstancia de significación de sus palabras; con ellas registran concepciones que nunca han concebido, y se engañan a sí mismos. 2. Cuando usan las palabras metafóricamente, es decir, en otro sentido distinto de aquel para el que fueron establecidas, con lo cual engañan a otros. 3. Cuando por medio de la palabra declaran cuál es su voluntad, y no es cierto. 4. Cuando usan el lenguaje para agraviarse unos a otros, porque viendo como la Naturaleza ha armado a las criaturas vivas, algunas con dientes, otras con cuernos, y algunas con manos para atacar al enemigo, constituye un abuso del lenguaje agraviarse con la lengua, a menos que nuestro interlocutor sea uno a quien nosotros estamos obligados a dirigir; en tal caso ello no implica agravio, sino correctivo y enmienda. 98 La posición de Hobbes respecto al lenguaje es sustancialista y por lo mismo es necesario detenernos un momento a reflexionar lo que dice. Si todo el género humano está en posesión del lenguaje y aquello es lo que distingue a los animales irracionales de los animales racionales, es preciso entonces decir que en el desarrollo de su cualidad específica se encuentra la plenitud del género humano. Por lo mismo, conocimiento, transmisión, acuerdo y deleite son para Hobbes los cuatro parangones más importantes para distinguir el pleno desarrollo de las facultades humanas de su involución. El primer uso del lenguaje estará vinculado con la verdad, el segundo con la enseñanza, el 98 Ibid. p. 47. 130 tercero con la sinceridad y el cuarto con el buen hablar y el placer. Por el contrario, los usos desviados se relacionaran con la falsedad, el segundo con el engaño, el tercero con la mentira y el cuarto con la vulgaridad en el lenguaje. Los usos del lenguaje representan de tal modo cuatro dimensiones epistemológicas distintas. La primera tiene que ver con el hecho del conocimiento o épisteme en griego. El segundo tiene que ver con la correcta transmisión del conocimiento o paideía. El tercero tiene que ver con la recta intentio o bona voluntas. El cuarto tiene que ver con el arte. De tal modo, el conocimiento inquiere en las causas naturales de las cosas, la correcta transmisión del conocimiento consiste en el registro infalible que se tiene de lo primero, la recta intentio tiene que ver con la aparición y manifestación de la voluntad en la naturaleza del ser humano, y la cuarta tiene que ver con la buena opinión basada en la cualidad encomiadora del lenguaje. Uno de los elementos para entender a detalle la importancia del lenguaje en la filosofía hobbesiana es indudablemente su comprensión respecto a los nombres propios y comunes. En tal sentido, distingue por medio del lenguaje dos tipos de modalidades radicalmente distintas para entender a las entidades racionalmente. En tal sentido considera que “Nada hay más universal en el mundo más que los nombres, porque cada una de las cosas denominadas es individual y singular”. 99 Aquello quiere decir que gracias al uso del lenguaje el hombre es capaz de acceder al terreno de la universalidad, dado que la realidad empírica está compuesta por elementos singulares, por entidades extremamente independientes entre sí. Con ello, lo que dice Hobbes es que gracias a la participación de los géneros en la mente del hombre somos capaces de llevar a cabo abstracciones que universalizan nuestras observaciones u opiniones particulares. Tal postura lo va a llevar a dictaminar que “verdad y falsedad son atributos del lenguaje no de las cosas. Y donde no hay lenguaje no existe ni verdad ni falsedad. Puede haber error, como cuando esperamos algo que no puede ser, o cuando sospechamos algo que no ha 99 Ibid. p.48. 131 sido: pero en ninguno de los dos casos puede ser imputada a un hombre falta de verdad”. 100 De tal manera, el nominalismo que se le imputa a Hobbes es esencialmente de carácter epistemológico, pues se considera que para él la residencia de la verdad se encuentra en el discurso. Su nominalismo radica en hacer consistir la verdad en el lenguaje, en el acuerdo por medio del cual los hombres conceden tener un significado y sólo un significado para cada concepto y cosa. Igualmente, la falsedad o absurdo como él lo define tiene que ver con la significación ambigua e imprecisa de algo que se quiere transmitir por medio de la palabra. Aquello nos recuerda a “la escuela sofista, encabezada por Protágoras, misma que predicaba que “El hombre es la medida de todas las cosas”. 101 Con ello, lo que aseveraba Protágoras era que cualquier discurso, aún el más falaz de todos, podía ser manipulado, a través de ciertas técnicas, para sobreponerse y salir victorioso ante otro discurso lógico y aparentemente verdadero. Sin embargo, a diferencia de Protágoras, Hobbes consideraba que la verdad no era relativa a la opinión de los hombres sin más, sino más bien relativa a los acuerdos por medio de los cuales los hombres de ciencia construyen discurso. Es decir, para Hobbes sólo en la lógica de las palabras y del lenguaje se puede hablar de conocimiento y de verdad, ya que a través de las palabras y del lenguaje somos capaces de desentrañar las leyes de la causalidad. Por lo mismo, su postura acerca de la verdad es en cierto sentido un logicismo, ya que según él “todos los hombres razonan del mismo modo, y lo hacen bien, cuando tienen buenos principios”. 102 De tal forma, nos encontramos con que uno de los universales antropológicos considerado como tal por nuestro filósofo son las leyes lógicas. Todos aquellos seres que puedan participar de su comprensión son por definición seres humanos. De igual manera, los que no participar de las leyes universales de la lógica no pueden ser participes del género humano. 100 Ibid. p. 50. “Πάντων χρηυάτων μέτρονά: el hombre es la medida de todas las cosas. Este principio del homo mensura, está formulado en el sentido de un subjetivismo individual. Hessen, Teoría del conocimiento, p. 40. 102 Hobbes, Op. Cit., p.62. 101 132 Después de haber mencionado brevemente en qué consiste el nominalismo epistemológico de la filosofía hobbesiana es necesario demostrar de qué forma aquella posición determina su punto de vista respecto a la filosofía moral y política. Comenzaremos, en este sentido por hacer una revisión de sus posicionamientos respecto a la filosofía moral y a sus implicaciones en el concepto de persona. Como lo hemos visto en anteriores capítulos, una de las tesis principales de este trabajo predica que los nominalistas sustentan sus posturas respecto a la dimensión moral en la que habita la persona desde un punto de vista relativista. Observamos de qué manera en el mundo griego aquel debate surgió en los diálogos platónicos respecto a la consideración de sí la justicia y la bondad pertenecían al más fuerte o bien era algo más que eso al estar dictaminado por naturaleza. Pues bien, de igual manera a como sucede con Sepúlveda respecto a su concepción incompleta y errónea del derecho natural, con Hobbes sucede algo similar. Los sustancialistas defienden que términos tales como el derecho, la justicia y la bondad en su sentido verdadero están exentos del juicio o la voluntad humana. Por el contrario, aquellos hombres militantes en el sustancialismo piensan que tales conceptos están dispuestos según una razón universal que puede ser hallada en la naturaleza humana. Cosa contraria piensa Hobbes y por el mismo motivo puede ser considerado un nominalista también en el plano moral. En tal sentido, aclara: “Lo que de algún modo es objeto de cualquier apetito o deseo humano es lo que con respecto a él se llama bueno. Y el objeto de su odio y aversión malo; y de su desprecio, vil e inconsiderable o indigno. Pero estas palabras de bueno, malo y despreciable siempre se usan en relación con la persona que las utiliza. No son siempre y absolutamente tales, ni ninguna regla de bien y de mal puede tomarse de la naturaleza de los objetos mismos, sino del individuo (donde no existe Estado) o (en un Estado) de la persona que los representa; o de un árbitro o juez a quien 133 los hombres permiten establecer e imponer como sentencia su regla del bien y del mal”. 103 De acuerdo con lo citado, no resulta difícil mirar en la postura de Hobbes un relativismo en cuestiones morales. Según su forma de ver las cosas, ese télos y perfección del cual habla la filosofía aristotélica de tintes teleológicos es inexistente, y por lo mismo no representa ninguna medida objetiva para hablar de bondad o maldad en términos absolutos. Por el contrario, para Hobbes la posibilidad de predicación de la idea de lo bueno y lo malo tiene como origen y principio el lenguaje. En donde no hay lenguaje, según su forma de ver el asunto, no pueden existir aquellos conceptos en sentido absoluto. La regla del bien y del mal, de lo justo y lo injusto se encuentran para él en el consenso o bien en la imposición de ciertos patrones morales que son mutuamente concedidos. Aquello nos hace recordar una de las posiciones de los sofistas en el diálogo de la Politeía de Platón. Según él la justicia y la bondad tenían que ver con lo que el más fuerte imponía al más débil. Igualmente, indicaba que la bondad y la justicia eran tales sólo en relación al régimen de gobierno del cual se estuviera hablando. Con ello, lo que hacen tales pensadores es presumir que el único tipo de derecho que existe es el positivo o nominal. Asimismo, según esta lógica, todo sistema jurídico vendría a ser una gran farsa que consiste en representar y proteger los intereses de los poderosos por encima de los intereses de los débiles o desprotegidos. Mientras que para los platónicos la imagen de la bondad tiene que ver con la forma en la que los distintos entes se acercan a una idea suprema, y mientras que para los aristotélicos dicha imagen de la bondad se encuentra en la perfección a la que tiende cada ente, para los nominalistas como Hobbes dicha imagen de la bondad tiene que ver exclusivamente con acuerdos y consensos que se establecen en la vida social, mismos que son a su vez relativos. Desde el punto de vista de Hobbes, la moralidad surge de la forma propia de ser del hombre, pero no de la intelectualidad o del conocimiento como para Platón o Aristóteles, sino más bien de la moción animal. En este 103 Ibid. p. 69. 134 cauce, distingue dos tipos de mociones fundamentales: la vegetativa que comparten todos los seres vivos, y la animal que comparten solamente aquellos que tienen el principio del movimiento en sí mismos. A las primeras las llama incontrolables y dice que pertenecen a la naturaleza propia de los seres vivos. Las animales las llama controlables y dice que pertenecen a la naturaleza propia de los seres vivos que pueden sentir pasión. Por lo mismo, indica que “Las pasiones que más que nada causan las diferencias de talento son, principalmente, un mayor o menor deseo de poder, de riquezas, de conocimientos y de honores, todo lo cual puede ser reducido a lo primero, es decir: el afán de poder”. 104 De hecho, su postura lo lleva tan lejos que asegura que “el honor consiste solamente en la opinión del poder”. 105 Un punto en el que el nominalismo hobessiano se muestra en su máximo esplendor es indudablemente el que compete a la <estimación> como valor moral. Contrariamente a los pensadores sustancialistas que consideran que la estimación está en función de virtudes universales que se encuentran guiadas por la propia naturaleza y el derecho que se desprende de aquella, Hobbes considera que la estimación tiene que ver fundamentalmente con opiniones sociales. De tal modo, expresa tácitamente: “el valor o estimación del hombre es, como el de todas las demás cosas, su precio; es decir, tanto como sería dado por el uso de su poder. Por consiguiente, no es absoluto sino una consecuencia de la necesidad y del juicio de otro”. 106 Si para los sustancialistas la posesión de las virtudes cardinales o universales es necesaria para hablar del valor o estimación de una persona, para Hobbes el centro de importancia se traslada al poder y a la utilidad de la persona. La subversión de los conceptos en Hobbes obviamente no es casual y por el contrario tiene demasiado que ver con su propia concepción acerca del conocimiento y la verdad. Al ser estas dos relativas, la estimación lo tiene que ser igualmente pues no existe un supremo moral que determine o se erija como regla del actuar virtuoso y justo. 104 Ibid. p. 88. Ibid. p. 105. 106 Ibid. p. 101. 105 135 De la misma manera que la estimación es en Hobbes un concepto relativo y sujeto a convenciones sociales, la dignidad es asimilada como un acto de estimación pública que se sustenta en los principios relativos de cierta sociedad. En tal tenor, para nuestro pensador los valores que se encomian en una democracia no son los mismos que se elogian en una oligarquía o aristocracia. Con ello, volvemos a la idea que predica que no existen virtudes universales en cuanto tales, sino solamente virtudes relativas a cada régimen de gobierno. Por lo mismo, aquel hombre dice “La estimación pública de un hombre, que es el valor conferido a él por el Estado, es lo que los hombres comúnmente Dignidad. Esta estimación de él por el Estado se comprende y expresa en cargos de mando, judicatura, empleos públicos, o en los nombres y títulos introducidos para distinguir semejantes valores’. 107 De tal forma, lo que tenemos en Hobbes es una postura relativista en lo que compete a la dignidad de la persona humana. Para él, dicha dignidad radica fundamentalmente, en su sentido moral, en la apreciación pública que deriva del Estado. Sin embargo, lo que si reconoce universalmente como una propiedad característica del género humano, misma que no era reconocida por su antecesor Sepúlveda, es el uso del lenguaje. Sin embargo, aquello no es suficiente para considerarlo un sustancialista que defiende en cuanto tal el derecho natural y la diferencia ontológica entre cosas y seres humanos. No lo es porque aunque en el plano gnoseológico marca una gran diferencia, en lo que compete al ámbito moral y político su postura es contradictoria. Por un lado, habla de <cualidades del género humano que permiten vivir en común una vida pacífica y armoniosa>, a las cuales las denomina con el término de <maneras>. 108 Por otro lado, afirma que “la felicidad en esta vida consiste en la serenidad de una mente satisfecha; porque no existe en finis ultimus (propósitos finales) ni el summum bonum (bien supremo) de que hablan los libros de los viejos moralistas”. 109 107 Ibidem. Ibid. p. 109. 109 Ibidem. 108 136 La felicidad no consiste para Hobbes en un continúo estado de reposo en el que la contemplación de las entidades primeras sea una prioridad. Tampoco consiste la felicidad en el deleite y satisfacción de los bienes del alma. No es la felicidad el bien morir socrático antes que ser causante de una injusticia. De ninguna forma la felicidad consiste para él tampoco en la posesión de las virtudes éticas y noéticas. Mucho menos consiste en aprender a vivir conforme a la naturaleza. Igualmente, la felicidad no tiene que ver con la anulación del deseo animal. Por el contrario, para Hobbes “la felicidad es un continuo progreso de los deseos, de un objeto a otro, ya que la consecución del primero no es otra cosa sino un camino para realizar otro ulterior. La causa de ello es que el objeto de los deseos humanos no es gozar una vez solamente, y por un instante, sino asegurar para siempre la vía del deseo futuro”. 110 En suma, para nuestro pensador la felicidad consiste simple y llanamente en la plena satisfacción de la facultad desiderativa. De tal modo, la felicidad se convierte también en un término relativo en el que cada individuo es regla para sí mismo. El hombre es la medida de toda felicidad, de la que fue y de la que será, diría este pensador. El animal irracional y el racional podrán ser felices. Contrariamente a los pensadores sustancialistas que consideran que existe una regla objetiva, universal y absoluta para determinar la felicidad del hombre, Hobbes considera que aquella deriva exclusivamente de la voluntad individual. Por la misma razón, su concepción de la felicidad puede ser catalogada en cierta medida de hedonismo. Mientras los sustancialistas hablan acerca de la necesidad de colocar en una escala vertical de prioridades los deseos humanos, Hobbes los pone en una escala horizontal en la que todos tienen el mismo valor. Producir el efecto deseado, el placer, es lo que nuestro pensador nominalista considera como felicidad en su sentido moral. Al respecto solamente hemos de decir que pensadores como Aristóteles observaron con sumo cuidado el hecho de que la felicidad se relacionara con el placer. De hecho, indica en algún momento que precisamente aprender a ser feliz y virtuoso consiste fundamentalmente en aprender a sentir placer y dolor de manera adecuada, ya que esas dos facultades son precisamente las que nos 110 Ibid. p. 108. 137 orillan a actuar de forma injusta. Por ejemplo, Aristóteles considera en el capítulo 6 del libro I de la Ética a Nicómaco que existen dos tipos de bienes. Unos que se desean por sí mismos, y otros que se desean en vista de otros. Estos últimos en tanto que medios son útiles para los bienes que lo son por sí. El bien por sí por excelencia es para él la felicidad. Aunado a eso, indica que existen bienes que son del alma, del cuerpo y exteriores. Pues bien, para él el deseo de riquezas es un medio que se busca en vista de otras cosas. Si seguimos la teoría de Hobbes y consideramos que es válido y verdadero el hecho de que alguien que busca obtener dinero por el dinero mismo es feliz por conseguir satisfacer consecutivamente sus deseos, tendríamos que decir que en el caso de Aristóteles aquello no puede ser considerado como felicidad. Por el contrario, para el de Estagira aquel acto de conseguir el deseo pecuniario consecutivamente por el simple hecho de tenerlo se llama avaricia y es un vicio, dado que solamente produce una alegría o placer relativa a las pasiones animales, pero que de nada sirve a la satisfacción intelectual o universal. Dado que los conceptos de bondad y maldad no son considerados como absolutos por Hobbes, y por el contrario son considerados como relativos y nominales, abría que decir además que dicho relativismo y dicho nominalismo se encuentran presentes en cada una de las dimensiones morales posibles. Varios ejemplos de ello los podemos encontrar presentes en el capítulo I de su texto De Cive. En tal lugar sostiene distintas tesis relativistas como lo es aquella de la sociable-insociabilidad del ser humano, según la cual, <el hombre no ha nacido apto para la sociedad, aunque por naturaleza le moleste la soledad prolongada>. Asimismo, podemos encontrar otra según la cual <el hombre se hace apto para la sociedad no por naturaleza sino por educación>, postura que nos recuerda al Protágoras del diálogo platónico titulado con el mismo nombre. Igualmente, otras dos tesis que son de llamar la atención son aquellas que predican que <los hombres se deleitan más con su vanagloria que con la compañía de los otros>, y aquella en que se dice que <los hombres se agrupan y disfrutan de la mutua compañía “accidentalmente”>. Finalmente una tesis que es de llamar la atención, misma que tiene que ver con la insociablesociabilidad es aquella en la que se predica que <aunque el hombre hubiera nacido con tal condición que desease la sociedad, no se sigue de ahí que 138 habría nacido apto para formar parte de ella>. De tal modo, para Hobbes, el ser humano ni desea la sociabilidad ni es completa e íntegramente apto para ella. Contrariamente, considera que existe una tendencia negativa y destructiva en el género humano, misma que hace desear a todos la paz a costa de delegar su poder físico. El mundo moral resulta ser entonces sólo una construcción artificial inexistente en la dimensión natural. Por lo mismo, moralidad, libertad e intelectualidad no pueden ser considerados como los parangones más importantes para diferenciar al ente humano de los demás entes, cosa que si sucede de esa manera entre los llamados sustancialistas. 3.2 Persona humana, creación del Estado y el concepto de Justicia en Hobbes. Habiendo explicado ya de forma suficiente en qué consiste el nominalismo de Hobbes en su sentido epistemológico y moral, es momento de observar de qué forma aquella postura tiene gran incidencia en su posicionamiento respecto a la filosofía política. En tal sentido, tocaremos tres momentos de suma trascendencia: la persona humana, su papel en la creación del Estado, y el producto de dicha creación, es decir, la Justicia. Lo que haremos aquí no es otra cosa que mostrar las distintas facetas que atraviesa el pensamiento hobbesiano respecto a puntos que hemos venido trabajando a lo largo de la tesis. Observaremos, en otros términos, el nominalismo de Hobbes en su máxima expresión. Una de las sentencias más conocidas y más citadas del pensamiento hobbesiano es sin lugar a dudas aquella que dice (Homo hominis lupus) “el hombre es el lobo del hombre”. Aquella sentencia ha sido utilizada en diversas ocasiones para mostrar el sentido negativo que el creador del Leviatán tiene acerca de la naturaleza humana. Al principio de este apartado hemos querido mostrar esta faz del pensamiento del filósofo en cuestión, ya que aquella es de vital importancia para comprender a la perfección la teoría de la naturaleza humana que predica. De la misma manera que Sepúlveda, Hobbes no carece de una comprensión exhaustiva del derecho natural. Sin embargo, aquella no 139 es suficiente a nuestro parecer para considerarlo un sustancialista. Por el contrario, para nosotros la presencia del derecho natural y la naturaleza humana en la teoría hobbesiana viene a demostrar una vez más que el nominalismo necesita menesterosamente de aquellas tesis naturalistas, pues solamente teniendo en consideración una regla más o menos estable acerca de lo que es la naturaleza humana se puede llegar a plantear la participación de cierto tipo de entes en ella. Lo que nosotros criticamos con respecto a este asunto es precisamente que las teorías nominalistas no vayan lo más lejos posible en lo que a la sustentación de la naturaleza humana se refiere. En Hobbes tendremos particularmente una visión sui generis y contradictoria en la que por una parte se asegura que la posesión del lenguaje es el pequeño abismo que separa a la persona humana del resto de las entidades, pero por otra tenemos que aquella no es suficiente para sustentar una cierta universalidad en lo que a los principios del reconocimiento de la persona se refiere. Por el contrario, encontraremos en Hobbes que el lenguaje en lugar de representar un elemento de diferenciación positivo representa uno negativo. El hombre, para Hobbes, se salvaguarda en el lenguaje para no tener que exterminarse. Todo lo que la persona humana es en cuanto sociedad parece ser relativo y no fijado a elemento absoluto alguno. Los acuerdos, las convenciones, los contratos y los pactos parecen ser los elementos que dan vida y sustento a la convivencia humana, pero solamente desde un punto de vista relativo. La visión negativa de la naturaleza humana puede ser vista a través de la perspectiva que hemos señalado. Empero, también puede ser vista a través de lo que denomina Hobbes como las inclinaciones naturales del género humano. De tal manera, indica: “De este modo señalo, en primer lugar, como inclinación natural general de la humanidad entera, un perpetuo e incesante afán de poder, que cesa solamente en la muerte”. 111 Así pues, la inclinación natural del hombre es para Hobbes el incesante afán de poder, contrariamente a pensadores como Platón o Aristóteles que piensan que es la vida en la virtud y en el conocimiento. Es decir, para los sustancialistas el fin-final es la felicidad 111 Ibid. pp. 108-109. 140 humana, misma que se expresa en distintas dimensiones como lo son la moral y la social. Para el pensador británico, por el contrario, son la pugna por las riquezas, por los placeres, por los honores y por otras formas de poder lo que constituye el fin-final de la persona humana. De hecho, precisamente de tal inclinación natural al poder se origina el estado originario del hombre, mismo que es a su consideración una perpetua guerra de todos contra todos. Debido a la angustia que ocasiona el contexto bélico en el que todos son enemigos o lobos de todos, la persona humana tiene incesante deseo de conocer lo que el tiempo venidero le depara, dice Hobbes, y precisamente de tal deseo surge la religión natural. De tal modo, otro universal antropológico para el filósofo británico consiste en la propensión humana a la religiosidad, misma que en sus orígenes presenta una faceta negativa, pues es producto de la ignorancia y el miedo. En tal sentido, Hobbes indica que existen dos tipos de religión: “Una de esas clases está constituida por quienes han nutrido y ordenado la materia religiosa de acuerdo con su propia invención. La otra hecha bajo el mando y dirección de Dios”. 112 La importancia de señalar las consideraciones hobbesianas respecto al origen de la religión es la separación que se lleva a cabo entre las sociedades fundadas por derecho divino y las fundadas por medio de la invención. Para Hobbes la única sociedad que puede ser considerada como fundada por derecho natural y divino es el pueblo elegido de Dios, el pueblo hebreo. El resto de las sociedades, en tanto que no obtuvieron ni su religión ni su derecho de Dios, tienen que inventárselo a sí mismos. De tal forma, nuestro pensador llega a considerar que la verdadera religión y las leyes del reino de Dios son lo mismo, razón por la cual existe una causa natural del cambio de religión para que toda la humanidad siga las verdaderas leyes. A razón de tal causa, habla también de la necesidad de los milagros para sembrar la fe en los creyentes. Cuando se habla acerca de las características que componen a la naturaleza humana en Hobbes, no cabe duda que independientemente de que 112 Ibid. p. 123. 141 su posición sea negativa es una posición universal en la que piensa que todos son iguales. De hecho, precisamente de la cualitativa y cuantitativa igualdad de la cual esta compuesto el género humano, piensa, proviene el miedo al otro, la desconfianza que origina la lucha de todos contra todos. De tal forma indica: “La Naturaleza ha hecho a los hombres tan iguales en las facultades del cuerpo y del espíritu que, si bien un hombre es, a veces, evidentemente, más fuerte de cuerpo o más sagaz de entendimiento que otro, cuando se considera en conjunto; la diferencia entre hombre y hombre no es tan importante que uno pueda reclamar, a base de ella, para sí mismo, un beneficio cualquiera al que otro no pueda aspirar como él. En efecto, por lo que respecta a la fuerza corporal, el más débil tiene bastante fuerza para matar al más fuerte, ya sea mediante secretas maquinaciones o confederándose con otro que se halle en el mismo peligro que él se encuentra…De esta igualdad en cuanto a la capacidad se deriva la igualdad de esperanza respecto a la consecución de nuestros fines…Dada esta situación de desconfianza mutua, ningún procedimiento tan razonable existe para que un hombre se proteja a sí mismo, como la anticipación, es decir, el dominar por medio de la fuerza o por la astucia o todos los hombres que pueda, durante el tiempo preciso, hasta que ningún otro poder sea capaz de amenazarle. Esto no es otra cosa sino lo que requiere su propia conservación, y es generalmente permitido”. 113 Así entonces, es bastante claro que Hobbes hace consistir la naturaleza humana en un cierto tipo de universal antropológico. Todos los seres humanos nacen y permanecen iguales, y las pocas diferencias que hay entre ellos no son tan significativas como para que sean sustanciales. Empero, esa igualdad y esa universalidad no da por sí misma un estado de derecho natural en el que nadie tenga derecho a usar del otro por ser su semejante. Por el contrario, dado que en el estado de naturaleza todos son iguales y no hay derecho en cuanto tal, a todos les está permitido hacer todo. De hecho, dado que no existe 113 Ibid. pp. 133-134. 142 supremo moral connatural a la especie humana, tampoco existe un método de actuar virtuoso que sea tal en sí mismo. Para Hobbes, la naturaleza dio a todos derecho a todo, por eso la medida del derecho es la “utilidad”. De tal modo, la vida moral se restringe a un cierto hedonismo en el que cada cual persigue la satisfacción de sus propios placeres que provienen de sus mociones animales. El uso del lenguaje, de hecho, está dispuesto para que precisamente el hombre pueda conocer, comunicar y encontrar ayuda en sus iguales para satisfacer sus deseos. Por lo mismo, existe una sociable insociabilidad en el hombre. “Los hombres no experimentan placer ninguno (sino, por el contrario, un gran desagrado) reuniéndose, cuando no existe un poder capaz de imponerse a todos ellos”. 114 Dado que la naturaleza humana está configurada de forma negativa para Hobbes es preciso decir que los tres elementos que causan la discordia entre los iguales son la competencia, la desconfianza y la gloria. Para el pensador británico la primera causa de discordia provoca que los hombres se ataquen entre sí para obtener algún beneficio. La segunda causa de la discordia provoca que se ataquen para obtener seguridad, pues eliminar o someter al igual que es enemigo por naturaleza brinda dicho estado. La tercera, igualmente, consiste en atacar a los iguales para obtener prestigio o reputación. Mientras la primera hace uso de la fuerza para obtener como propiedad a las personas y ganados de otros hombres, la segunda hace uso de la fuerza para defenderlos, y la tercera simplemente por motivos irascibles e insignificantes. Empero, como no hay derecho alguno en el estado natural, entonces todo aquello se encuentra justificado por las propias mociones animales de las cuales está dotado el hombre. Por lo mismo, nuestro pensador sentencia: “Los deseos y otras pasiones del hombre no son pecados, en sí mismos; tampoco lo son los actos que de las pasiones proceden hasta que consta una ley que las prohíbe: que los hombres no pueden conocer las leyes antes que sean hechas, ni puede hacerse una ley hasta que los hombres se pongan de acuerdo con respecto a la persona que debe promulgarla”. 115 114 115 Ibid. p 135. Ibid. p. 137. 143 De tal modo, lo que tenemos en Hobbes es un nominalismo que consiste en predicar en el terreno jurídico que el derecho natural es inexistente o bien impracticable y que, por el contrario, el único derecho que tiene verdadera realidad es el positivo. Por lo mismo, como fundamentos de la ley natural, reconoce los siguientes puntos en el libro I de su texto De Cive: a) Que el hombre proteja, en cuanto pueda, su vida y sus miembros. b) Todos tienen el derecho a conservarse y a usar de todos los medios y a realizar cualquier acción sin la que no podrían conservarse. c) La naturaleza dio a todos derecho a todo. Por eso la medida del derecho es la “utilidad”. d) El deseo de la misma cosa es la fuente de los conflictos. e) Todo hombre, por naturaleza, tiende a lo que es bueno para él, y no hay nadie que la guerra de todos contra todos es buena. f) Los aliados se consiguen por dos vías: por la fuerza o por acuerdos. g) En el <estado de naturaleza> de los hombres, el derecho concede un poder cierto e irreversible para regir y gobernar a aquellos que no pueden resistir. h) Buscar la paz allí donde apareciera alguna esperanza de conseguirla y, donde no existiera esa esperanza, el buscar ayudas para la guerra, es un dictamen de la recta razón. En tal sentido, Hobbes no considera como Sepúlveda que la ley de la naturaleza sea ley divina y racional a la vez stricto sensu. Por el contrario, piensa que precisamente la existencia de los deseos y las pasiones en los hombres, así como la aparición de las causas de discordia entre las personas, son lo que dan origen a las leyes. Lo único que está prohibido para el ser humano es en otros términos lo que le imponen exteriormente como tal o bien lo que el mismo se impone como ley para poder satisfacer sus deseos de manera continuada. 144 La negación del derecho natural, y por ende de todo lo que compete, es uno de los más significativos elementos que podemos encontrar para determinar su negación a admitir una cierta dignidad ontológica subsistente a la persona humana. En este tenor, Hobbes señala: “En esta guerra de todos contra todos, se da una consecuencia: que nada puede ser injusto. Las nociones de derecho e ilegalidad, justicia e injusticia están fuera de lugar. Donde no hay poder común, la ley no existe: donde no hay ley, no hay justicia. En la guerra, la fuerza y el fraude son las dos virtudes cardinales. Justicia e injusticia no son facultades ni del cuerpo ni del espíritu”. 116 De tal modo, tenemos que la ley natural para Hobbes es inexistente en cuanto tal. Lo único que le parece cierto es que en el momento en el que todos desconfían de todos existe una cierta universalidad de permisión. Todos los seres humanos en estado natural están facultados legítimamente a usar la fuerza y a oprimir a sus iguales, pues no existe poder alguno (externo o interno) que se los prohíba. De tal modo, contrariamente a la concepción del derecho y la ley natural en la que se habla de que aquellos se originan de una cierta naturaleza y cualidad ontológica que es propia de los seres humanos, en Hobbes la aparición del derecho no es esa dignidad ontológica de la persona humana sino más bien el hecho de que prevalezca la fuerza de unos sobre otros. La justicia y la injusticia dejan de ser conceptos universales y absolutos que pertenezcan a la naturaleza humana y contrariamente pasan a ser el producto de los acuerdos entre seres humanos. No cabe duda, en este tenor, que la idea de Hobbes respecto a la justicia y a la injusticia nos recuerda la postura del sofista que del diálogo de Platón. Aquel defendía que la justicia consistía en la imposición del más fuerte sobre el más débil, eliminando la posibilidad de cualquier tipo de apelación a una causa de mayor prioridad ontológica. De hecho, para Hobbes, el nacimiento de la paz y el derecho, conceptos que se precomprenden y son simultáneos, se debe a tres tipos de causas: el miedo a la muerte, el deseo de las cosas que son necesarias para una vida confortable y la esperanza de obtenerlas por medio del trabajo. 116 Ibid. p. 138. 145 La versión negativa del derecho natural en Hobbes se encuentra sustentada en los elementos que he mencionado. A continuación analizaremos brevemente en qué consiste su postura respecto a cada uno de los derechos. El primero de ellos tiene que ver con la libertad que tiene cada quien sobre su propia vida. Para él aquel derecho consiste fundamentalmente en “la libertad que cada hombre tiene de usar su propia vida; y por consiguiente, para hacer todo aquello que su propio juicio y razón considere como los medios más aptos para lograr ese fin”. 117 Por la misma causa, considera también que “Por la libertad, se entiende, de acuerdo con el significado propio de la palabra, la ausencia de impedimentos externos, impedimentos que con frecuencia reducen parte del poder que un hombre tiene de hacer lo que quiera”. 118 El concepto de libertad en Hobbes es un concepto negativo, en tanto que aquella tiene que ver con la ausencia de impedimentos para satisfacer los deseos. De tal modo, mientras que para los sustancialistas actuar con libertad no es equivalente a no tener impedimento alguno para realizar los deseos, sino más bien ordenar los deseos para acomodarlos a la lógica propia de la naturaleza humana; para los nominalistas la libertad va a consistir fundamentalmente en la mera realización de los deseos, en una indeterminación en la cual no se tiene obstáculos para dicha satisfacción. En tanto que los sustancialistas predican “Quiere lo que puedes según tu naturaleza”, los nominalistas como Hobbes predicaran “Puede lo que quieres según tu deseo”. Si los deseos solamente existen en donde hay vida, entonces el primer derecho natural consistirá para Hobbes en prohibir al ser humano hacer aquello que pueda destruir su vida. Asimismo, dirá “La ley y el derecho difieren tanto como la obligación y la libertad, que son incompatibles cuando se refieren a una misma materia”. 119 Con ello, lo que podemos observar en Hobbes es la erección de un cierto tipo de derecho subjetivo en el que el reconocimiento de la dignidad se sustenta en el <yo> y no en el reconocimiento a la <alteridad>. Dicha característica es en cierto sentido común de todos los nominalistas, sin embargo, en el caso del británico aquella postura llega a su punto más 117 Ibid. p. 139. Ibidem. 119 Ibidem 118 146 esencial. Hobbes no se detiene en ningún sentido al indicar que el respeto a la propia vida, a la mía y no a la de los demás, es la primera ley natural. Sepúlveda lo hacia también, pero su postura era enmascarada por un cierto etnocentrismo, mismo que predicaba que existían culturas que tenían que dominar a otras. Mientras Sepúlveda pudo tener la justificación de que confunde el desarrollo técnico con el moral, Hobbes no lo tiene. Para él, por el contrario, “No hay nada a que un hombre no tenga derecho por naturaleza”. 120 Un punto que en el pensamiento de Hobbes merece nuestra atención, es el que tiene que ver con la creación del pacto social. Para el pensador británico es un hecho que “es imposible hacer pactos con las bestias, porque como no comprenden nuestro lenguaje, no entienden ni aceptan ninguna traslación de derecho, ni pueden transferir un derecho: por ello no hay pacto, sin excepción alguna”. 121 Dado que el nominalismo de Hobbes es radical, es preciso decir que en su caso no existe el reconocimiento de diferencia ontológica alguna entre personas y animales irracionales. Por el contrario, lo único que separa a unos de otros es la posesión del lenguaje, pero no en su sentido sustancialista. Mientras que para los sustancialistas la posesión del lenguaje marca una diferencia importante en lo que a la participación de la vida moral, intelectual y espiritual se refiere, para los nominalistas dicha diferencia viene a parar en el hecho de que los seres humanos, a diferencia de los animales irracionales, pueden llevar a cabo contractos o pactos. Lo que diferencia al hombre del resto de los entes para Hobbes es la capacidad con la que cuenta el primero para llevar a cabo cumplimientos de obligaciones hechas por medio de la palabra. Por lo mismo, su definición respecto a conceptos tales con la <injusticia> y la <justicia> tienen que ver particularmente con dichos pactos. De tal modo, indica: “Que los hombres cumplan los pactos que han celebrado. Sin ello, los pactos son vanos, y no contienen sino palabras vacías, y subsistiendo el derecho de todos los hombres a todas las cosas, seguimos hallándonos en situación de guerra. 120 121 Ibid. p. 141. Ibid. p. 147. 147 En esta ley de naturaleza consiste la fuente y origen de la Justicia. En efecto, donde no ha existido un pacto, no se ha transferido ningún derecho, y todos los hombres tienen derecho a todas las cosas: por tanto, ninguna acción puede ser injusta. Pero cuando se ha hecho un pacto, romperlo es injusto. La definición de Injusticia no es otra sino ésta: El incumplimiento de un pacto. En consecuencia, lo que no es injusto es justo”. 122 La aparición de un contrato social surgido de la necesidad de preservar la seguridad es el punto clave para entender la postura nominalista de Hobbes. En el próximo apartado observaremos de qué manera la idea del derecho como mero derecho positivo es criticada por las posturas de carácter sustancialista. Miraremos de qué manera los sustancialistas defienden la existencia de derechos naturales, contrariamente a los nominalistas que consideran que toda fuente de derecho es lo pactado. Por último, un elemento que es digno de ser señalado, pues constituye el eje que hemos querido trazar en el presente apartado, tiene que ver con el concepto de persona. Para Hobbes, existen tres ángulos desde los cuáles puede ser visto el ser humano. El primero es el de ser humano en tanto que ser humano. El segundo, el ser humano en tanto que persona civil. El tercero, el ser humano en tanto que cristiano. De tal manera, es preciso entender que Hobbes cree en una versión nominalista de la persona, pues considera que el ser humano sólo es persona cuando está incluido en un contrato social. Es decir, para Hobbes no existirá algo así como persona humana, sino que por el contrario, sólo existirá la persona civil, aquella que tiene derechos y obligaciones como súbdito. Por la misma razón, únicamente en la lógica del contrato hipotético tiene cabida dicha concepto, pues el ciudadano y el Estado serán considerados ambos como personas: el primero como persona privada, el segundo como persona pública. De ahí se desprende precisamente la importancia de entender a detalle su nominalismo, de entender el por qué del concepto de justicia relativo, según el cual lo pactado entre súbdito y señor 122 Ibid. p. 153. 148 será siempre un contrato justo pues expresa la comunión de dos voluntades. No es una casualidad por eso, que Hobbes no tenga en consideración nunca la dignidad ontológica de la persona humana, misma que si tienen siempre presente los sustancialistas, pues para este pensador <el Estado ha nada se somete porque es libre>, y también <los ciudadanos, en el número que fuesen, no pueden quitar al soberano>. La única dignidad o prioridad ontológica posible la hallará Hobbes en el Estado, pero no en la persona humana concreta. 3.2 El concepto de persona en Hegel. Para entender las fuentes el status y las propiedades del concepto de <persona> en Hegel es necesario recurrir, en un primer momento, al análisis que el prusiano lleva a cabo en el apartado referente al “Espíritu Teórico”, pues es precisamente en aquel lugar en donde se desdoblan las diferencias entre intuición, representación y memoria, así como las concernientes al espíritu práctico y sentimiento práctico. La primera distinción sustancial para el tema que nos compete es la que tiene que ver con la diferencia entre la inteligencia y el querer. En el parágrafo 445, Hegel condena el sentido inexacto y radical que se suele llevar a cabo con tal distinción, pues tal sentido desvincula a la inteligencia del querer. Cuando el querer y la inteligencia se desligan el resultado son las existencias malas y no verdaderas en sí. A la actividad de la inteligencia en cuanto espíritu teórico, Hegel la denomina como conocer y sus momentos son: el intuir, el representar y el recordar. La plena satisfacción del espíritu solamente puede ser posible, desde este punto de vista, cuando aquellos momentos actúan juntos y no aisladamente. Una existencia mala es identificada como una forma de existir falsa, en tanto que los momentos del conocer se desvinculan y dejan de referirse al objeto de su actuar. La falsedad guarda en tal sentido la forma de la <apariencia>, concepto que solamente nos es asequible en el espacio de los momentos del conocer. 149 Por mor de lo dicho anteriormente, Hegel dice que “El espíritu, como querer, se sabe como aquello que delibera de sí en sí y se llena de sí” 123 . Así entonces, cuando los momentos del espíritu actúan unidos como querer e inteligencia, el propio espíritu se torna actual, universal en cuanto a su concepto y, por lo tanto, se torna también verdadero. Si las existencias malas y no verdaderas en sí se caracterizan precisamente por la desvinculación de los momentos del espíritu, las existencias buenas operaran de manera contraria al poseer la libertad que se sabe en sí y para sí. Por la misma razón, la <libertad verdadera> la entiende nuestro pensador como aquella en la que el querer no tiene para sus fines un contenido subjetivo, sino que por el contrario aquella tiene para sus fines el contenido objetivo y verdadero que viene dado por la acción cooperativa del intuir, representar y recordar. La libertad, en tal sentido, depende de manera manifiesta de la forma en la que los momentos del conocer y la inteligencia se vinculan. No hay verdadera libertad donde no hay conocimiento. De tal forma, la verdadera libertad será aquella que se realice a manera de eticidad, el tercer momento del Espíritu Objetivo. De la separación entre espíritu práctico en cuanto tal y sentimiento práctico se va a derivar uno de los status del deber, mismo que es a su vez uno de los parangones más importantes para entender el concepto de <persona> tanto en Hegel como en otros filósofos. En ese sentido, es necesario entender que el sentimiento práctico se encuentra contenido en el espíritu práctico y no a la inversa, es decir, el sentimiento práctico es expresión de uno de los momentos del espíritu práctico, y por ende es por mor de aquel. El sentimiento práctico es un deber ser que “En el contraste de la determinación, puesta por el querer, contra la determinación inmediata que se presenta aquí de nuevo contra su existencia y su estado; el cual en la conciencia se desarrolla a la vez como relación con los objetos exteriores”. 124 En tal cauce, Hegel entiende que el origen del mal es el producto de la inadecuación del ser con el deber ser. Inadecuación que, por su parte, se lleva a cabo en el momento de la representación, pues puede ser meramente entendida como resultante de la 123 124 Hegel, Enciclopedia de las ciencias filosóficas, p. 328, parágrafo 469. Ibidem. 470. 150 imaginación que no se refiere acertadamente al espacio de su acción. Aquí aparece el origen del mal entendido como falsedad e inadecuación. Antes de continuar con nuestra disertación hemos de aclarar cuál es el lugar en el que ubica Hegel el concepto de persona. En la Segunda Sección de la Filosofía del Espiritu”, también denominada acerca del “Espíritu Objetivo”, contenida en la Enciclopedia de las ciencias filosóficas, Hegel indica que en la unidad del querer racional con el querer singular la libertad encuentra su verdadera realidad. La forma en la que se manifiesta el querer libre es fundamentalmente a través de tres momentos que le contienen. El primero de ellos es el del derecho formal y abstracto. El segundo es el derecho del querer subjetivo, entendido como moralidad. Mientras que el tercero será el del querer sustancial, es decir, la eticidad en la familia, la sociedad civil y el Estado. En tanto que el primer momento pertenece a la inmediatez, a la singularidad y a la exterioridad se habla de posesión jurídica, espacio en el que la <persona> va a encontrar su primer y fundamental campo de realización. Por otra parte, en la moralidad ese ser que es la persona en el derecho abstracto se va a expresar a manera de <sujeto libre>. Mientras tanto, en el tercer momento (en la eticidad), la persona y el sujeto libre se van a expresar a manera de <miembro> en la familia, de <particular> en la sociedad civil, y de <ciudadano> en el Estado. Si el concepto <persona> tiene cabida, en un primer momento, a través del derecho formal y abstracto, es necesario observar cómo es que se vuelca positivo aquel derecho para entender su contingencia. Hegel nos habla en el parágrafo segundo de Los Principios de Filosofía del Derecho de aquellos dos momentos por mor de los cuáles se realiza la acción mencionada. El primer momento es formal y se refiere a la validez concreta del derecho en un Estado: en tal sentido, se puede hablar de <ciencia positiva del derecho>, en tanto que su conocimiento contiene los resultados de una autoridad legal específica. El segundo momento se refiere al contenido positivo del susodicho derecho, mismo que comprende a su vez tres submomentos. El primer 151 submomento versa acerca del carácter nacional de un pueblo, mismo que está condicionado por el <estadio de desarrollo histórico> y por el <conjunto de las condiciones que forman parte de la necesidad natural>. El segundo submomento se refiere a la aplicación del concepto universal que se canaliza en la exteriorización del derecho. Y el tercer submomento se encuentra referido a las decisiones últimas que son necesarias para llegar a la decisión. Para Hegel, los momentos del derecho positivo resultan contingentes al espíritu propio del derecho abstracto. En tal cauce, se desmarca de llevar a cabo un análisis que conlleve a justificar las accidentalidades por medio de las cuales se ha expresado un sistema jurídico particular. De tal manera, lo que él busca realmente es desmembrar los elementos que componen al derecho formal y abstracto en cuanto tal, en cuanto esencialidad. Por la misma razón, deja a un lado toda esa serie de contingencias y accidentalidades que bajo ciertas circunstancias pudieran adherirse al concepto de derecho formal y abstracto para desvirtuarle. Es decir, los elementos que hemos mencionado anteriormente no condicionan en ningún momento el análisis del prusiano, y por el contrario, sólo le servirán para mostrar a través de ejemplos específicos la manera en la que cierto tipo de aparatos jurídicos han mostrado contradicciones internas, contraviniendo en tal acto el espíritu del derecho. Una de las más trascendentes contradicciones que derivan en injusticia será el no reconocimiento de los sujetos morales como personas, suceso que se lleva cabo de manera conjunta con la justificación de la esclavitud en el derecho romano. La aparición de tales contradicciones va a ser, a su parecer, la señal más evidente de la aparición de la injusticia, de la apariencia que le es propia a la injusticia. Sin embargo, amén de lo dicho, la relación entre derecho positivo y derecho formal-abstracto no será entendida como una relación de negación absoluta, sino más bien, como ejemplificación de la relación que se presenta entre Pandectas e Instituciones, entre lo contingente-particular que puede ser datado en memorias y lo necesario-universal que da vida a lo sustancial del propio Derecho. Por lo mismo indica, “Que la fuerza y la tiranía puedan ser un elemento del derecho positivo, es para él contingente y no pertenece a su 152 naturaleza”. 125 La intervención de circunstancias históricas tienen una naturaleza transitoria, mientras tanto, lo sustancial del derecho es el elemento necesario para que aquel se realice. Esta parte sustancial será el aspecto que al filósofo de Prusia le interesa desarrollar en su tratado. Después de haber señalado con precisión cual es el camino por el cual no piensa transitar el análisis hegeliano, nuestro filósofo advierte que el punto de partida del derecho que si piensa estudiar, en tanto que aquel es de naturaleza espiritual, es la <voluntad>. En tal sentido, el concepto voluntad representa, por decirlo en ciertos términos, la unidad funcional de todo sistema jurídico que se precie de ser racional y coherente. En tanto que el concepto de persona en Hegel se encuentra estrechamente vinculado al de voluntad libre, y dicha voluntad es exclusivamente posible en la dimensión del querer y el hacer, veremos a continuación de qué manera la cuestión de los impulsos y el arbitrio participan del concepto referido en cuanto parte de su contenido. La primera forma en la que el querer se manifiesta es en forma de <pasión>. Dicho querer es entendido como “natural, idéntico inmediatamente con su determinación, impulso e inclinación; en cuanto la totalidad del espíritu práctico se pone en una singular de las muchas determinaciones limitadas que están entre sí en contraste” 126 . Por una parte, dicho momento del querer participa de la naturaleza racional del espíritu. Sin embargo, por otra parte, la pasión es manifestación de un querer subjetivo y singular que es por sí mismo accidental, llevándose a cabo la actuación de una necesidad no libre. Por el hecho de participar de la naturaleza racional del espíritu en un sentido y en otro no, Hegel indica que la pasión no es ni buena ni mala, acusando de “moralidad muerta e hipócrita” a aquellos que la condenan en cuanto tal. “Nada grande ha sido realizado ni puede ser realizado sin pasión”, aclarara con detenimiento. En lo referente al tratamiento de las pasiones y las inclinaciones, Hegel sugerirá que su racionalidad formal consiste en su impulso universal mediante el cual el sujeto supera la subjetividad en su actuar. A la doctrina que trata ese 125 126 Hegel, Principios de la filosofía del derecho, página 69, parágrafo 3. Hegel, Enciclopedia de las ciencias filosóficas, p. 331, parágrafo 473. 153 actuar del sujeto que supera la subjetividad la llama la “doctrina de los deberes jurídicos morales y éticos”. La exposición de tal doctrina tendrá como concepto funcional el de sujeto libre y fundamental y esencialmente pertenecerá al ámbito de la moralidad. La premisa por medio de la cual acciona Hegel el análisis del derecho abstracto a partir de la voluntad libre y la persona aparece contenida en el parágrafo 4 de los Principios de la Filosofía del Derecho. Aquella indica que “El espíritu es ante todo inteligencia y las determinaciones por las que pasa a su desarrollo constituyen el camino para producirse como voluntad, la cual en cuanto espíritu práctico, es la verdad próxima de la inteligencia” 127 . De tal manera, tenemos que para Hegel el derecho formal y abstracto y la moralidad se relacionan en este punto de una manera indisoluble, ya que hablar de voluntad sin concebir en ella la actuación de la libertad es una afirmación vacía y sin sentido. Tal relación indisoluble, empero, es fundamental para entender la diferenciación que el prusiano tiende entre entidades. Para él, el ente animal se distingue fundamentalmente del ente humano en que éste último tiene espíritu, es decir, pensamiento. Lo cual nos lleva a decir que aunque en el plano del análisis la diferencia entre <sujeto libre y persona> puede ser llevado a cabo a partir de la diferencia entre interioridad y exterioridad, moralidad y derecho abstracto, en el plano de la vida operativa tal separación es inexistente. Toda persona será sujeto moral, pero lo que diferencia a una de otra son los momentos de la voluntad libre, uno es el de la exterioridad y otro el de la interioridad. El hecho de que se pueda imputar la voluntad libre al sujeto y a la persona será la causa de que se le puedan imputar también la facultad de apropiación y la facultad de responsabilidad jurídica. En tal cauce, indica: “La diferencia entre pensamiento y voluntad es la que existe entre el comportamiento teórico y práctico, pero no son dos facultades, sino que la voluntad es un modo particular del pensamiento: el pensamiento en cuanto tal se traduce en la existencia, en cuanto impulso de darse a la existencia”. 128 127 128 Hegel, Principios de filosofía del derecho, p. 78, parágrafo 4. Ibid., p. 79. 154 La causa por medio de la cual se justifica la realización de la persona en la exteriorización, en la propiedad, tiene su fundamento en la voluntad. En tanto que Hegel no concibe a la voluntad como una facultad sino como un modo de la inteligencia, y en tanto que hace consistir la diferencia entre animal y humano por la susodicha inteligencia, se dirá que el fundamento de la facultad de propiedad en el hombre y la carencia de tal facultad en el animal será la voluntad como modalidad de tal inteligencia. El animal, creerá Hegel, sólo tiene existencia en sí, no tiene inteligencia y no es volitivo, por lo cual, no se puede hablar de que le sea propia la facultad de la apropiación. Mientras tanto, en tanto que el humano posee inteligencia, y en tanto que uno de los modos de esa inteligencia es la voluntad, de tal voluntad se desprende la facultad de la apropiación. El humano, en contraposición al animal, será no sólo en sí, sino también, por sí. Mientras que el en sí lo ata a la necesidad, el ser por sí es expresión de su libertad. En otros términos, la diferencia entre humano y animal no es únicamente una diferencia entre modalidades de intelegir, sino que es una diferencia también entre modalidades de ser que tiene que ver con la participación de la inteligencia. Dicha diferencia encontrará sus fundamentos en la “Filosofía del Espíritu”, especialmente en lo que compete al tratamiento de la conciencia. La fenomenología del espíritu dará evidencia de ello en donde se habla de la diferencia entre conciencia y autoconciencia. En la relación sustancial animal-hombre, el animal nunca abandonara el status ontológico de cosa, posición que el hombre por mor de la inteligencia y la realización de la voluntad trascenderá siempre. Si bien es cierto que para Hegel la diferencia entre animal y hombre es una diferencia que concierne fundamentalmente a la inteligencia y a la voluntad, y aquello desemboca en la facultad de apropiación, es preciso decir que tal diferencia tiene que ver también con la forma en la que los instintos participan de dicha voluntad. En tal cauce, el prusiano aclara “El animal actúa por instinto, es impulsado por algo interior y en ese sentido es también práctico, pero no tiene sin embargo voluntad porque no se representa lo que apetece”. 129 A diferencia del animal, el hombre tiene la facultad de la 129 Ibid, p. 80. 155 intelección o de pensamiento. Dicha facultad de intelección o de pensamiento consiste en quitar lo sensible al objeto pensado. Al parecer de Hegel, tal eliminación del aspecto sensible del objeto implica la primera forma de apropiación de la cual participa el humano y de la cual adolece el animal. Los humanos compartimos con los animales los instintos, las afecciones y las pasiones, sin embargo, gracias a la reflexión que es sustancial en lo humano tales elementos compartidos se vuelcan en pensamientos. Con esto, volvemos parcialmente a la primera parte del apartado en donde se aclaraba que para Hegel la desvinculación entre el querer y la inteligencia en el momento de la representación constituía el origen de las existencias malas. Debido a que el humano posee la facultad de la inteligencia, que es afectada a su vez por la reflexión, y de ésta se deriva el momento de la voluntad, aquel momento contiene a su vez tres submomentos que son imprescindibles conocer para no desvirtuarle. En el primero, se lleva a cabo la libertad negativa, también llamada del entendimiento o del vacío. Es decir, en donde sólo existe la indeterminación, el submomento de la pura reflexión consigo mismo. Una de las facultades en las que se muestra de qué manera opera tal submomento es en la posibilidad del suicidio que pertenece al humano y de la cual carece el animal. Sólo el humano es capaz de negarse a sí mismo por mor de esta libertad negativa. Este primer submomento es también conocido como el de la universalidad o generalidad. El segundo submomento de la voluntad es el del tránsito de la indeterminación indiferenciada a la diferenciación. A este submomento le es característico el hecho de poner una determinación en la forma de un contenido y un objeto. Asimismo, en tanto que momento de determinación y diferenciación, aparece el “lado fenoménico de la voluntad”, mismo que se manifiesta como existencia exterior inmediata; y los contenidos de la voluntad en donde la libertad es sólo una posibilidad. Aquí participan los deseos, instintos e inclinaciones mediante los cuales está determinada la voluntad por la naturaleza. Mientras el primer submomento es de indeterminación, este segundo submomento de la voluntad constituye su negación, pero sólo en tanto que dicha indeterminación es disuelta por la libertad. Empero, tal libertad no es en ningún sentido absoluta, y 156 por el contrario constituye únicamente una parte de ella. Este segundo submomento es conocido también como el de la particularidad. El tercer submomento de la voluntad es la conjugación y la superación de los dos anteriores. En tal sentido, la particularidad se refleja sobre sí y se conduce autoconcientemente a la universalidad, constituyendo con ello la realización de la individualidad. Este tercer submomento es el clímax de la voluntad, pues precisamente es donde aquella se une consigo a través de la autoconciencia. Asimismo, se puede considerar como el submomento más elevado ya que aquí también se realiza la libertad de la voluntad en cuanto tal. Por otro lado, habría que decir que la determinación de la voluntad pertenece al entendimiento, según los propios términos en los que Hegel se expresa. Igualmente, el elemento que pone en operación a la voluntad que quiere algo proviene de la idea de “carencia o falta”, misma que poseen los humanos y que no tienen los animales. Para los humanos el fin de la voluntad y la libertad está presente en tanto que se trata de solventar o cubrir tal carencia, y en tanto que precisamente ahí aparece la unidad de lo objetivo y lo subjetivo. Un aspecto en el que se liga parcialmente este tercer momento con la moralidad y la eticidad, por mor del tránsito, es el que tiene que ver con la existencia de un sujeto libre. Para Hegel “El sujeto es la actividad de la satisfacción de los impulsos, de la racionalidad formal; es decir, es la actividad que traduce la subjetividad del contenido, que bajo este respecto es fin, en la objetividad, en que el sujeto se une con sí mismo”. 130 Desde este punto de vista, es claro que el sujeto se constituye como tal en el momento en el que se puede distinguir entre los impulsos, las pasiones y el arbitrio. La voluntad que es en sí representa precisamente aquellos momentos. No es por ello casual que en torno al concepto de sujeto se cree un lenguaje adecuado para explicar precisamente dichas relaciones. Con ello, el momento en el que el sujeto se une con sí mismo es el momento en el que se distingue la felicidad natural de 130 Enciclopedia de las ciencias filosóficas, Ibid, p. 332, páragrafo 475. 157 lo que es la moralidad. En tal sentido, ambas están mediadas por un tipo de acción y actividad específica que las hace ser diferentes. La concepción de la felicidad natural es aquella en donde las necesidades tienen su satisfacción de manera inmediata. Es decir, dicha felicidad natural será un cierto hedonismo. Mientras tanto, el momento de la moralidad es donde tal satisfacción se encuentra regulada por el deber. En tal sentido, aquellas ideas resultan contrapuestas entre sí, pues mientras la primera tiene que ver con los impulsos y las pasiones, la segunda tiene que ver con la libertad que se lleva a cabo mediante la elección racional de la satisfacción y el control de tales inclinaciones. La distancia que media entre la felicidad natural y la moralidad es la misma que media entre <querer impulsivo> y <querer reflexivo>, siendo este último el momento en el que el arbitrio se realiza. La verdadera libertad, entonces, se manifiesta única y exclusivamente en el querer reflexivo. Si los humanos comparten con los animales los instintos, las inclinaciones, las pasiones, etc., lo que los hace diferentes es la forma en la que se ordenan y satisfacen dichas determinaciones naturales. En tal sentido, aparece la voluntad como decisión. Mientras que en la idea de felicidad natural la voluntad no decide, no ordena sus determinaciones naturales; en la idea de la felicidad moral, del sujeto libre, la voluntad libre es quien toma decisiones en torno a las condiciones naturales. Si en el primer momento del querer en cuanto arbitrio aquel es libre por sí, en cuanto contenido no lo será en tanto que estará determinado por los impulsos y las pasiones, siendo universal dicho querer en el momento en el que hace su fin como felicidad. El arbitrio será entonces el querer que se establezca en la libertad, en la determinación infinita. Exclusivamente en la emergencia de la libertad y del arbitrio es posible que surja la inteligencia libre, y con ello el espíritu libre que es a su vez Espíritu Objetivo. Sin embargo, para que aquello acontezca efectivamente es necesario que el querer atraviese tres momentos fundamentales: el querer inmediato, el querer singular y el querer racional. Para Hegel la única voluntad verdadera es la voluntad reflexiva. En tal sentido, la voluntad se encuentra frente a sí como arbitrio, ya que precisamente 158 en aquel el querer es capaz de elegir entre las inclinaciones. En tal sentido, Hegel señala que “La voluntad verdadera consiste en que aquello que se quiere, su contenido, sea idéntico a ella, es decir, que la libertad quiera la libertad”. 131 En tal momento el querer pensante pone como su fin la felicidad, pero no a manera de felicidad natural, sino según su satisfacción universal. No es por ello una casualidad que con respecto a la felicidad diga Hegel que aquella “es la universalidad del contenido sólo representada y abstracta, la cual solamente debe ser”. 132 Como atributos de la voluntad existente en y por sí Hegel establece su infinitud, independencia y universalidad, en los parágrafos 22, 23 y 24 de los Principios de Filosofía del Derecho, correspondientemente. Por otra parte, con respecto a la faz subjetiva de la conciencia que radica en la autoconciencia, en la individualidad, el prusiano establece tres submomentos que son: la forma pura del yo=yo, la particularidad de la voluntad como arbitrio y la forma unilateral. En tal sentido, establece en el parágrafo 26 que la voluntad es: 1. Simplemente voluntad objetiva, en cuanto se tiene a sí misma como su determinación y es así verdadera y acorde con el concepto 2. La voluntad hundida en su objeto o en su situación, como voluntad objetiva sin la forma infinita de la autoconciencia. Igualada con la voluntad infantil o rutinaria, la voluntad del esclavo o la superstición 3. La voluntad objetiva como existencia exterior, la propiedad. Según lo dicho anteriormente, es necesario aclarar que Hegel indica en el parágrafo 488 de la Enciclopedia de las ciencias filósoficas que: “El espíritu en la inmediatividad de su libertad por sí, es individual; pero sabe su individualidad como querer absolutamente libre. Es persona, el saberse de esta libertad; el cual como en sí abstracto y vacío, no tiene su particularidad, ni su cumplimiento en sí mismo, sino en una cosa exterior. Está frente a la subjetividad de la inteligencia y del arbitrio, está como algo privado de voluntad, sin derecho; y viene hecho por ella su accidente, esfera externa de su libertad131 132 Hegel, Principios de la filosofía del derecho, p. 101. Hegel, Enciclopedia de las ciencias filosóficas, p. 334. parágrafo 480. 159 posesión”. 133 En la conciencia del saberse persona el sujeto está fundamentalmente puesto como libertad que se muestra externamente. Es decir, contrariamente al momento de la moralidad, en donde el sujeto está contrapuesto a sí mismo, en el momento de la persona dicha contraposición no está presente. La persona es solamente la voluntad en sí misma individual de un sujeto que se realiza en la exterioridad, o sea, en la posesión. En tal sentido, hay que recordar que el prusiano indica en otra parte que “La voluntad existente por sí o abstracta es la persona. Lo más elevado del hombre es ser persona, a pesar de lo cual la mera abstracción de la persona es algo despreciable…La persona es, por lo tanto, al mismo tiempo lo más elevado y lo más bajo; en ella radica la unidad de lo infinito y lo sencillamente finito del límite determinado y lo absolutamente ilimitado. La grandeza de la persona consiste en poder resistir esta contradicción que no tiene ni podría soportar nada natural”. 134 Una exposición más detallada de la naturaleza de tal contradicción, así como de su posterior desenvolvimiento, la podemos encontrar en el apartado acerca de “El espíritu” en la Fenomenología del espíritu, exactamente en donde se trata el problema del “Estado de Derecho”, y con ello de la validez y contingencia de la persona, así como del denominado “señor del mundo”. Lo que nos interesa resaltar con respecto a lo mencionado es lo que tiene que ver con la conceptuación de persona que ofrece Hegel en relación al concepto de sujeto. En tal sentido, a pesar de que la exposición del prusiano antepone la abstracción fría de la persona en cuanto exterioridad a la exposición de la concepción de sujeto libre en la moralidad, esta última adquiere un lugar determinante en todo momento. El hecho de que una persona pueda ser tal depende en un primer momento de la subjetividad o interioridad que le es propia. En el desarrollo de tal interioridad o subjetividad en una relación-oposición se realiza en cuanto particularidad lo que en la persona es mera abstracción y universalidad. No es casual el hecho de que Hegel indique que a través de la concepción de lo humano como persona sea posible marginar las condiciones particulares como edad, altura, lugar, etc., para permitir que en la abstracción aparezca lo universal como determinante y 133 134 Ibid., p. 340. parágrafo 488. Hegel, Principios de filosofía del Derecho, p. 119. 160 necesario. Del hecho de que en la persona tenga su espacio de actuación la contradicción mencionada que no puede soportar nada natural, surgen los momentos de aquella. El primer momento de la persona es la personalidad, lugar en donde se encuentra el fundamento y el concepto de derecho abstracto en la connotación de capacidad jurídica. En este lugar tiene origen el precepto de derecho muchas veces citado: “Sé una persona y respeta a los demás como persona”. 135 Con este precepto, lo que Hegel intenta cimentar es la idea de que el derecho abstracto solamente tiene posibilidad de existir ahí en donde el reconocimiento de la capacidad jurídica se admita en la alteridad. Efectivamente, la imputabilidad de responsabilidades jurídicas solamente puede ser posible en donde la voluntad del otro es reconocida como libre, pues con ello lo que se admite de suyo es el hecho de que en tanto que inteligencia y querer reflexivo, la persona tiene la necesidad de responder por sus actos u omisiones. Todo Estado de Derecho que se precie de serlo tiene como muro de contención la existencia de tal reconocimiento, ya que en caso de dejar fuera de tal muro a las personas, no podrá existir la interrelación que exige la práctica de la imputabilidad de responsabilidades y con ello la práctica de administración de justicia que le sigue. El segundo momento de la persona es el de la particularidad de la voluntad. En este momento el derecho es visto a través del interés y del provecho particular en donde el derecho abstracto aparece meramente como una posibilidad. Este momento puede ser considerado de negación en tanto que el concepto de persona, en tanto que abstracto, no admite la injerencia de circunstancias particulares como la adscripción. Con ello queda claro que si pertenezco a un grupo racial minoritario, si soy menor de edad, delgado y/o alto, entre otras cosas, ello es indiferente para el derecho abstracto. El tercer momento de la persona es el de la individualidad inmediata en donde el individuo pone la existencia como suya. Este momento constituye la superación de los dos momentos anteriores. Por lo mismo, es de donde se 135 Ibid. p. 120. 161 desprende la concepción de persona no en tanto que universal y no en tanto que particular, sino en tanto que individualidad que se relaciona con lo natural y que se opone a la personalidad de la voluntad como algo meramente subjetivo. En el parágrafo 40 de los Principios de Filosofía del Derecho, Hegel expone los momentos del Derecho en tanto que existencia inmediata y en tanto que reconocimiento de esa libertad inmediata. A dichos momentos se les puede denominar, de igual manera, como los elementos que componen su forma, concepto y realización. El primero es la propiedad o posesión. Aquí se admite que la libertad es voluntad abstracta, o bien, “la libertad de una persona individual que se relaciona sólo consigo misma”. 136 El segundo es el contrato, lugar en donde la persona se diferencia de sí y se relaciona con otra persona. En este momento la relación entre personas es una relación fundamentalmente entre propietarios que se reconocen como tales. El tercero es el momento de la injusticia y el delito, lugar en el que la voluntad, a través de un proceso de indiferenciación, lesiona otra voluntad en su propiedad. De lo dicho anteriormente se desprende la comprensión de ciertos status ontológicos que hemos señalado anteriormente con respecto a la diferencia entre el animal y el humano, pero que es preciso conducir hasta la diferencia entre cosa y persona. La cosa es para Hegel un ente que es carente de libertad, de personalidad y de derecho. En tanto que carente de tales elementos o modalidades de la relación entre inteligencia y querer, la cosa tiene un status ontológico que le convierte en útil, en ser para, en propiedad o posesión. Por otra parte, en tanto que se reconoce de antemano que la persona contiene en su forma, concepto y realización la libertad, la personalidad y el derecho, su status ontológico es el de propietario. En tal cauce, el derecho abstracto se preocupara de asegurar tal status ontológico a cada uno de los distintos tipos de ente. La negación de tal status por un sistema jurídico particular ya sea vía esclavitud, ya sea vía abolición de la 136 Ibid. p. 121. 162 propiedad privada, constituye para el prusiano el primer elemento que muestra la aparición de la injusticia. Precisamente en este punto último, en la abolición de la propiedad privada que conlleva la abolición de la voluntad de la persona, radica la crítica que Hegel hace al Estado Platónico. Sin embargo, este tema lo trataremos en la segunda parte del apartado con mayor detenimiento. El status ontológico de la persona con respecto a la cosa o la propiedad, le otorga a la primera “el derecho de poner su voluntad en toda cosa, que de esta manera es mía y recibe a mi voluntad como su fin sustancial (que ella en sí misma no tiene), como determinación y su alma”. 137 En tal sentido, la exposición de Hegel es interesante, pues precisamente en este punto es en donde se reconoce que la persona tiene el derecho inexorable de poder apropiarse de toda cosa. La diferencia que comenzó siendo ontológica termina por ser una diferencia de axiológica en la que la esencia del ser de la persona y el sujeto libre se convertierten en el argumento fundacional por medio del cual se justifica la apropiación humana, la realización de la persona en la propiedad. El hecho de que el humano tenga el derecho de apropiarse de las cosas según los términos referidos guarda tres momentos igualmente que son de imprescindible importancia para nuestra exposición. Estos son expuestos en el parágrafo 45 de los Principios de Filosofía del Derecho. Ahí se establece que el primer momento que la posesión es el hecho de tener bajo poder algo exterior. Igualmente, el segundo momento es el hecho de que la posesión este determinada por las necesidades naturales, o bien, como lo vimos anteriormente las determinaciones que se presentan como contenido <en las formas de la voluntad>. Para este segundo momento, los instintos y el arbitrio resultan fundamentales según los términos expuestos con anterioridad. El tercer momento, y sólo este tercer momento pasará de ser considerado posesión para constituirse en propiedad privada. Aquí la voluntad es libre y objetiva, erigiéndose en justa y verdadera automáticamente. 137 Ibid. p. 128. 163 Uno de los elementos fundamentales que aparecen en la exposición de Hegel con respecto a la defensa del derecho de la persona a la apropiación es el que se genera a partir de un debate muy antiguo acerca de la posesión del sí mismo. En estos términos, el filósofo prusiano expresa que “los animales también se poseen: su alma está en posesión de su cuerpo; pero no tienen ningún derecho sobre su vida porque no la quieren”. 138 En tal sentido, hay que aclarar que los argumentos que sostienen la tesis de Hegel se encuentran contenido en la “Filosofía del Espíritu” contenida tanto en la Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas, como en el desarrollo del tratado que lleva el mismo nombre. Por ello, es preciso reconocer que en Hegel alma y espíritu no son la misma cosa. El alma se refiere fundamentalmente a las cualidades y variaciones naturales, así como a la sensación, al sentimiento de sí y al hábito. El espíritu, por su parte, pertenece al ámbito de la conciencia y la autonconciencia. Mientras en el alma la sensación es lo que predomina, en el espíritu aparecen elementos diferenciales entre el animal-cosa y el humano. Entre estos elementos podemos mencionar a la inteligencia, al espíritu teórico con sus respectivos momentos (intuición y representación) y submomentos, así como la libertad entre los más fundamentales. En tanto que el fundamento del derecho abstracto es la voluntad libre, y en tanto que de ella carecen los animales, la deducción indica que los animales también carecen de derecho abstracto y por lo tanto del elemento primordial que le compone, la propiedad. Por lo mismo, dado que los animales no son sujetos de derecho, cuando se lesiona su cuerpo no se le lesiona a ellos mismos, cosa que sí sucede cuando se habla de personas. Con respecto al qué y al cuánto debe poseer la persona, aquello es indiferente para el derecho abstracto. En tal cauce, Hegel trata de desmarcarse totalmente de determinar la cantidad o cualidad de la posesión de la persona, en tanto que aquello le parece contingente. Como habíamos señalado al principio del ensayo, la preocupación fundamental de Hegel es llevar a cabo un análisis sustancial en el que lo accidental no determine ninguna derivación racional. Por lo mismo, el prusiano piensa que lo que el derecho abstracto debe 138 Ibid. p. 132. 164 de procurar es que cada quien conserve fundamentalmente la condición de persona, como propietario, dejando a la naturaleza que se encargue de lo demás. Para decirlo en otros términos, la preocupación del derecho abstracto es que se conserve la existencia de la propiedad y de la persona, resultándole contingente la modalidad de tal existencia. Lo que al derecho abstracto le preocupa es la fuente no su expresión particular, misma que depende en última instancia de la diligencia individual y de condiciones particulares. Con ello la igualdad que es sustancial al derecho, constituye en que todas las personas se conserven como propietarios. “Todo hombre debe tener propiedad”, exclamara Hegel. Razón de ello será el momento del contrato, lugar que se considerara como intercambio de propiedades. La conditio sine qua non de la propiedad es la existencia de la voluntad libre que aparece concretizada en la persona en un primer momento. En un segundo momento, que le es también consustancial aparece el reconocimiento de tal voluntad libre en lo que es considerado como “toma de posesión”. En tal cauce, Hegel indica que la representación y la voluntad interiores no son suficientes para que la apropiación se lleve a cabo. Para que tal toma de posesión se efectúe o se realice es precisamente necesario el reconocimiento exterior por parte de la alteridad a mi posesión. Quién se encarga de normar esa toma de posesión será el derecho. Asimismo, sus condiciones son “la fuerza física, la astucia, la habilidad y en general las mediaciones por las que se apropia algo corporalmente”. 139 De esto se deriva, como consecuencia, el hecho de que la dominación o apropiación material-exterior sea indeterminada e imperfecta, dado que “el género y lo elemental como tal no son objetos de la individualidad personal”. 140 En tal cauce, Hegel planteara que el espíritu es lo que me puedo apropiar de un modo perfecto, sin embargo, señala igualmente, dicha apropiación no pertenece a la voluntad libre como exterioridad. Cuando se habla de apropiación del conocimiento y de la protección de los derechos de autor actualmente se está discutiendo precisamente esta diferencia que Hegel observo muy bien. La apropiación por medio del pensamiento, la abstracción y la reflexión constituyen modalidades de propiedad que nunca podrán ser 139 140 Ibid. p. 137. Ibidem. 165 negadas a la persona a menos que se quiera lesionar la idea de derecho en cuanto tal. Por ello, este tipo de apropiación interior que pertenece al ámbito específico de la moralidad nunca podrá ser juzgado como algo perteneciente al aspecto exterior o de derecho abstracto, sin con ello entrar en contradicción. Con respecto a la forma en la que la persona “toma posesión” de la cosa que compete al derecho abstracto, Hegel considera tres momentos, o cabría decir mejor, tres modalidades fundamentales. El primero es el de la apropiación corporal inmediata, considerado como el más perfecto en tanto que la posesión es igual a la propiedad fáctica y exterior. El segundo momento es el de la elaboración, mismo que es más adecuado a la idea y menos adecuado a la exterioridad. Aquí tienen participación los fines subjetivos y los medios objetivos de tal manera que en el estadio de desarrollo histórico las posibilidades de elaboración y apropiación se encuentran determinadas por circunstancias contingentes pero a la vez insuperables. Por ejemplo, pensar en la elaboración de una bomba de átomos en el siglo XVII es una completa incoherencia pues, los medios objetivos, las circunstancias contingentes de aquel momento histórico no daban para ello. En este modo de apropiación la persona es más próxima a la idea, pero a la vez se encuentra condicionada por circunstancias que le son ajenas. El tercer momento de la toma de posesión, o más bien, su tercera posibilidad es el de la designación. En esta modalidad de apropiación la cuestión del <signo> resulta trascendental, pues precisamente la cosa no vale por su materialidad sino por el significado que se le atribuye. Como ejemplo de esta modalidad de apropiación podemos pensar en la moneda corriente o circulante que en el mundo moderno se utiliza. El papel sobre el cuál están impresos los billetes, en cuanto valor, no se deducen del material del que están hechos, como anteriormente sucedía con las monedas de oro y plata, sino que el valor radica en lo que aquellos significan socialmente. Similar situación acontece con las obras de arte. Sin embargo, lo que si es preciso señalar pues constituye el punto más allá del cual no pueden ir nuestras consideraciones es que la propiedad solamente es tal en cuanto es libre y plena, en los términos en los que el mismo Hegel se expresa. 166 Otro de los aspectos que son importantes señalar en este punto, pero que no ahondaremos demasiado en ello es la consideración que Hegel tiene entre el valor de la cosa en tanto que uso y en tanto que valor en sí. En tal sentido, ya el propio Aristóteles en el libro I de la Política vertió similares consideraciones en lo que compete a la dimensión de la esfera de la crematística y de la economía. Sin embargo, una diferencia que es esencial señalar es que mientras para el de Estagira los valores están determinados materialmente, de tal manera que el signo o valor en sí de la cosa en la significación puede degenerar en la usura material, en Hegel dicho valor está determinado fundamentalmente por el derecho a la propiedad privada. Una de las situaciones que acompañan a la persona y con ello a la apropiación es el de la enajenación. Por decirlo en términos bruscos, aquella representa la otra cara de la moneda que asegura a la persona su abstracción universal. En tanto que la persona, en cuanto voluntad libre tiene la facultad de poner tal voluntad en la cosa, de la misma manera contiene la facultad de retirarla en pro de su enajenación. De tal manera, toma de posesión, uso y enajenación se relacionan en tanto que momentos posibles del derecho de propiedad que es subsistente a la persona. Con ello Hegel asume, por ejemplo, que la esclavitud es un hecho contingente más que un hecho necesario. En tanto que el hombre libre, la personalidad, tiene la posibilidad en la libertad negativa tanto de negar su voluntad vía el suicidio o vía la aceptación de la esclavitud, de la misma manera tiene la posibilidad de liberarse en cualquier momento. Recordemos, en tal cauce, que por ejemplo, para Platón, la esclavitud tiene origen en una debilidad del espíritu en tanto que aquel se encuentra dominado por el miedo (República 577 c y ss.). Similar idea tiene Aristóteles al señalar que por una parte la esclavitud es justa y por otra injusta, en tanto que aquella sólo es una anulación de la voluntad particular por causa del miedo y la inseguridad (Política 1254 a). A un lado de tal consideración, Hegel expone que de las habilidades particulares, ya sean corporales o espirituales, se desprende la posibilidad de enajenar las producciones individuales. La separación entre feudalismo y modernidad (en términos marxianos sería hablar de capitalismo en tanto que 167 modos de producción), la entiende Hegel como una diferencia que tiene que ver fundamentalmente con el modo de apropiación de la producción individual. Con ello, el feudatario poseía el uso de la cosa pero no su valor intrínseco, dos aspectos de los cuales evidentemente estaba privado el siervo. El siervo, en sentido estricto, no era por ello considerado como persona o propietario. Por su parte, al trabajador asalariado se le reconoce modernamente como propietario de su fuerza de trabajo, de ahí que precisamente tenga la posibilidad de vender o enajenar tal fuerza, más no su condición de persona como aparece expresado prácticamente en todas las constituciones occidentales en su apartado de garantías individuales. Con ello, la esclavitud es algo que es despreciable y contradictorio con el derecho abstracto en la forma en la que lo entendía Hegel, y también en la forma que actualmente lo entendemos. Del derecho a la enajenación de la propiedad por parte de la persona se desprende el tránsito de la propiedad al contrato. Los momentos de aquel contrato son tres. En el primero se reconoce que el contrato se origina por mor del arbitrio. En el segundo la voluntad entre dos personas que se reconocen como propietarias se manifiesta como voluntad común. En el tercero se establece que la voluntad común tiene como objeto una cosa exterior, la propiedad. De tal manera, Hegel entiende que en el contrato están presentes de manera inexorable la participación de al menos dos voluntades idénticas que pretenden seguir como propietarias. Con ello, el contrato es entendido de mejor manera como un intercambio de propiedades. Intercambio que puede ser entendido de diversas formas. Una de ellas es simplemente el intercambio entre cosas de igual valor en cuanto a su uso. Otra de ellas sería un intercambio entre cosas de igual valor en cuanto a su significación: momento en el que se implica al dinero corriente como una de las cosas que se intercambian las personas para recibir una cosa exterior o un servicio. Quien se encarga de regular dichos intercambios entre propiedades privadas es el Estado, y precisamente de ahí se desprende la necesidad de una universal participación en aquel. Un tema que no tocaremos a fondo, pero que es preciso señalar es el referente a los tipos de contrato. En tal sentido se establecen tres modos de aquel: la donación, la permuta y la fianza. En un lugar intermedio entre la permuta y la fianza habría que poner el usufructo. 168 La tercera exposición del derecho abstracto es el de la aparición de la injusticia, aparición que a su vez sólo tiene razón de ser con la existencia de la persona. Los tres submomentos de dicha exposición son la injusticia civil o de buena fe, el fraude y el delito. En la injusticia civil o de buena fe, el acto que lesiona es parcial en tanto que la falsedad y la maldad consisten únicamente en tomar lo injusto por justo, aceptando con ello la existencia de un derecho abstracto universal. En el caso del fraude, la aparición de la injusticia presenta un matiz distinto en el que la falsedad no consiste en ser una apariencia para el derecho en sí, sino en presentar a otros una apariencia distinta a la abstracta y universal. En el caso del delito, la modalidad de injusticia más exacerbada, se desea la injusticia en sí y no se utiliza la apariencia del derecho para ocultar la negación al derecho abstracto y universal. 3.4 Concepto de Persona: Relación Hegel-Vitoria. Habiendo expuesto ya con suficiente detenimiento los momentos, los submomentos, así como los elementos que componen al concepto de persona en Hegel, en este segundo apartado nos proponemos mostrar la manera en la que, pensamos, dicho concepto se encuentra ya contenido en lo sustancial en el padre de la escuela de Salamanca, Francisco de Vitoria. Sin embargo, antes de entrar por entero al tema hemos de mencionar brevemente la disputa que Hegel expone en Fe y Saber, en el año de 1802, para desmarcarse en cierto sentido de la interpretación cristiana del concepto persona. En tal sentido, pensamos, el filósofo prusiano considera que algunas filosofías no han logrado atrapar por medio del concepto a la caracterización de la persona que se lleva a cabo en el cristianismo. Así pues, esta parte del ensayo tratara en un primer momento de las diferencias que el propio Hegel señala con respecto a cierto tipo de interpretaciones acerca de la reflexión, elemento clave para entender el de voluntad libre; y en un segundo momento, observaremos de qué manera encomia elementos del cristianismo en la construcción del concepto de libertar y persona. 169 Antes de mostrar los argumentos que nos hacen llegar a tal conclusión de manera directa, nos parece imprescindible mostrar como en el propio tratamiento del problema en Hegel, aparece un reconocimiento de su parte al pensamiento cristiano en lo que al desarrollo del concepto se refiere. En tal sentido, trataremos de mostrar la pertinencia del planteamiento de nuestra tesis a través de fuentes indirectas, pues jamás Hegel habla del maestro Vitoria en cuanto tal. Con ello, lo único que analizaremos es la importancia de algunos apuntes puntuales que el filósofo prusiano realiza al planteamiento de nuestra cuestión. En tanto que el concepto de persona en el pensamiento hegeliano se encuentra determinado en gran medida por el de voluntad libre y por todo lo que aquel contiene, hemos de aclarar en un primer momento que nuestro filósofo considera en distintos apartados que el nacimiento de tal concepto en cuanto intuición se llevo a cabo por mor del cristianismo. En tal sentido, hace falta recordar detenidamente que en el texto titulado Fe y Saber, Hegel crítica a las filosofías de Kant, Jacobi y Fichte, acusándolas de estar dominadas por eso que él denomina como el “principio del norte”. Para el filósofo de Stuttgart, tal principio no es otra cosa que el “protestantismo” en su manifestación filosófica más extrema, misma que, en sus palabras, intentara producir “la muerte de la filosofía”. De hecho, en su prefacio a la Filosofía del derecho o compendio de derecho natural y ciencia del Estado, Hegel señala que “Es una gran terquedad, terquedad que hace honor al hombre, el no querer reconocer nada en el ánimo que no esté justificado por el pensamiento y esta terquedad es la característica de los tiempos modernos y también el principio peculiar del protestantismo. Lo que Lutero comenzó a aprehender con fe en el sentimiento y en el testimonio del espíritu es lo mismo que el posterior espíritu madurado comenzó a aprehender en el concepto y así comenzó a liberarse en el presente y de ese modo se ha esforzado por encontrarse en él”. 141 En qué consista eso llamado el “principio del norte” es algo que tenemos que mirar con detenimiento y analizarlo en su justa medida. Dado que su crítica 141 Hegel, Filosofía del Derecho o compendio de derecho natural y ciencia del Estado, 76-77. 170 tiene que ver con cuestiones sustanciales que competen a la filosofía en su conjunto y al problema de la reflexión y la verdad, resulta necesario identificar la interpretación hegeliana en torno a conceptos tales como “voluntad” y “persona” a la luz del “principio del norte”. En tal sentido, tal vez esté de más el hecho de señalar que aquellos conceptos, para Hegel, se encuentran estrechamente vinculados con el de saber y fe. Así pues, el primer rasgo fundamental del “principio del norte” es, al parecer de Hegel, la consolidación del protestantismo como doctrina religiosa de la “Ilustración falsa” (Aufklärerei). Tal tipo de Ilustración es considerada como inauténtica, deformada y fanática. Es decir, es considerada una Ilustración que en lugar de identificarse con el saber viene a domiciliarse y a amistarse precisamente con su contrario natural, la fe. Frente al saber que busca certezas y absolutos, la fe se presenta como aquella que precisamente por ser ciega no puede mirar en donde el saber conceptual si lo hace. Con tal Ilustración, considera Hegel, las filosofías de Kant, Fichte y Jacobi se encuentran enemistadas con la verdadera Ilustración en el seno de la subjetividad y la reflexión. Por la misma causa, lo primero que se plantea es llevar a cabo una nueva conceptuación de la razón, o bien, en sus propias palabras “Concebir lo que es, es la tarea de la filosofía, pues lo que es, es la razón”. 142 El hecho de que Hegel considere que las filosofías de Kant, Jacobi y Fichte vengan a parar precisamente en aquello que niegan, es algo que puede ser comprobado con completa fiabilidad en el siguiente fragmento: “La razón, que en realidad ya se había rebajado en sí y por sí misma al concebir la religión sólo como algo positivo y no de modo idealista, no ha podido hacer nada mejor que volverse hacía sí misma después de la contienda, alcanzar un conocimiento de sí misma, y reconocer mediante esto su nulidad, puesto que lo mejor que es, dado que es entendimiento, lo pone como un más allá en una fe 142 Ibid. p. 76. 171 sobre y fuera de sí, tal como ha ocurrido en las filosofía de Kant, Jacobi y Fichte, y que la han convertido de nuevo en una cierva de la fe”.143 De tal manera, aparece frente a nosotros el segundo frente por mor del cual se puede entender el llamado “principio del norte”. En tal sentido, se considera que en el susodicho principio lo que se hace es rebajar a la razón a un nivel que no le corresponde, es decir, se le infravalora. De tal manera, se mira a la religión y con ello al espíritu que le es adecuado de una forma positiva, negando con ello la posibilidad de que la razón sea capaz de indagar en aquello que le compete originalmente. Dicha positivación, es por ello, la negación de la razón en sentido estricto, pues el saber es considerado como limitado o fenoménico. Asimismo, todo lo elevado, lo infinito y lo absoluto que le compete es abandonado al terreno de la fe. La filosofía de Kant, piensa Hegel, reduce la filosofía a “psicología empírica”. Ahora bien, según lo que hemos visto, la crítica hegeliana, presenta los siguientes matices en términos concretos: “Según Kant lo suprasensible es incapaz de ser reconocido por la razón. La idea suprema no posee a la vez realidad. Según Jacobi la razón se avergüenza de mendigar y no tiene ni manos ni pies para cavar. Al hombre le es dada sólo la conciencia y el sentimiento de su ignorancia acerca de lo verdadero, únicamente el vislumbre de lo verdadero en la razón, que es sólo algo subjetivo e instinto. Según Fichte Dios es algo inconcebible e impensable; el saber no sabe nada y debe de huir hacia la fe. Según todos ellos, lo absoluto se da según las antiguas distinciones ni contra la razón ni a favor de la razón, sino que está más allá de la razón”. 144 Que el saber no pueda indagar en lo que Kant denomina noumenico, que Jacobi se haya refugiado en el dogmatismo y que Fichte niegue de antemano la posibilidad de pensar a Dios, constituye para Hegel una serie de características que son propias del “principio del norte”. Tal principio predica, de esa forma, la necesidad de que el hombre se refugie en el terreno de la fe en lo que a Dios compete, justo en el momento en el que aparentemente la Ilustración le había quitado las vendas de los ojos. Sin embargo, algo que 143 144 Hegel, Fe y Saber, p. 53-54. Ibidem. 172 defiende en general del cristianismo es el nacimiento del concepto persona a través de la religiosidad. En tal sentido, hace falta hacer una pequenia revisión en la que se muestre los aspectos que Hegel encomia del cristianismo en el nacimiento de persona. Desde el punto de vista de Hegel, en Grecia y en Roma no se alcanzó el momento de la libertad y del querer reflexivo y racional. En tal sentido indica: “Esta idea llegó al mundo por obra del cristianismo, por el cual el individuo, como tal, tiene valor infinito, y siendo su objeto y fin el amor de Dios, está destinado a tener relación absoluta con Dios como espíritu, y hacer que este espíritu more en él, esto es, el hombre está destinado a la suma libertad. Si en la religión, como tal, el hombre sabe la relación con el espíritu absoluto como con su esencia, él tiene presente además el espíritu divino, también como aquello que entra en la esfera de la existencia mundanal, como la esencia del Estado, de la familia, etcétera. Estas relaciones son, mediante aquel espíritu, formadas y constituidas de modo adecuado a él, e igualmente mediante dicha existencia; el sentido de la moralidad se hace innato en el individuo, y él entonces, en esta esfera de la existencia particular del sentir y del querer presente, es realmente libre”. 145 En el anterior fragmento de la Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas aparecen distintos elementos que merecen ser resaltados. El primero de ellos tiene que ver con el valor infinito que el pensamiento cristiano encarna. En tal sentido, la relación del hombre con Dios es una relación de carácter espiritual que le abre la posibilidad de entrar en contacto con el Espíritu Absoluto. Recordemos, en tal sentido, que el segundo momento de tal Espíritu Absoluto es precisamente la religión en sus respectivos submomentos. La expresión de ese Espíritu Absoluto, de Dios, va a ser tanto la familia, como la sociedad civil y el Estado en el momento de la Eticidad. Igualmente, en tanto que aquellos momentos son meramente expresiones del Espíritu Absoluto, Hegel considera 145 Hegel, Enciclopedia de las ciencias filosóficas, p. 336, parágrafo 482. 173 que por mor de ellos se lleva a cabo la adecuación en lo que compete a tal Espíritu con el Espíritu Objetivo. El hecho de que el hombre pueda ser sujeto libre en la moralidad está determinado, por ello, por tal adecuación que parece constituir, si está bien expresarlo en estos términos, el destino del hombre. Si para el cristianismo el hombre está destinado a vivir en la libertad, y si la posibilidad de la libertad consiste en la relación espiritual que el hombre tiende con Dios, habría que decir que el concepto de hombre como sujeto libre está determinado por la existencia de tal relación. En tanto que los humanos son los únicos entes que tienen aproximación al segundo momento del espíritu absoluto por medio de la religiosidad, ya que los animales carecen de ella, habría que decir que precisamente esa es una de las esferas en la que encuentra sustento y se realiza la libertad humana. La aceptación del humano como una realidad jurídica, moral y religiosa está abierta precisamente por esta concepción cristiana del hombre. Así pues, tendríamos que la religión cristiana en cuanto anhelo aparece como algo subjetivo; pero lo que se busca en el fondo, es al parecer de Hegel, lo eterno y absoluto. En el agregado del parágrafo 18 de Principios de Filosofía del Derecho, Hegel se expresa de la siguiente forma: “La doctrina cristiana de que el hombre es por naturaleza malo es más elevada que la que lo considera bueno; se la debe comprender, por lo tanto, en su interpretación filosófica. En cuanto espíritu el hombre es una criatura libre, que no debe dejarse determinar por impulsos naturales. El hombre, por lo tanto, en su condición inmediata e inculta, está en una situación en la que no debe estar y de la que debe liberarse. Este significado tiene la doctrina del pecado original, sin la cual el cristianismo no sería la religión de la libertad”. 146 En tanto que en la espiritualidad el hombre es capaz de participar de la libertad, y en tanto que aquella se manifiesta en forma de arbitrio y de querer reflexivo, la superación de las condiciones de la voluntad es un requisito fundamental para alcanzar la libertad verdadera. En tal sentido, habría que decir que debido a que los animales no salen jamás de la esfera de los impulsos naturales no son capaces de participar de la libertad. Contrariamente a ello, el hombre es un sujeto libre que participa de la 146 Principios de filosofía del Derecho, p. 98, Agregado al parágrafo 19. 174 moralidad y que en tanto tal tiene la capacidad de cultivarse, de salir de su estado de natural incultura que le acerca más a lo más animal y le aleja más de la comprensión de lo divino. El hecho de que el cristianismo erija una doctrina moral en la que se considera de partida a la naturaleza humana en sentido positivo viene determinado totalmente por el hecho de que también se le considera un ser dotado de libre arbitrio. Sin la justificación que predica que el hombre puede alejarse del camino de la animalidad para acercarse más a la libertad de la espíritualidad, el cristianismo no hubiera sido capaz de justificar ideas como el pecado original y la redención. Estas a su vez, constituyen para Hegel dos elementos fundamentales para entender el concepto de libertad del cristianismo. Sólo en la purificación de los instintos se encuentra la verdadera realidad del hombre, la fuga del estado natural que le ata al terreno de la necesidad. Por lo mismo, la libertad tiene sentido en la contingencia. Por último en el parágrafo 62 de la obra mencionada con anterioridad, Hegel señala que si bien es cierto la concepción de la libertad de la persona ha comenzado a florecer gracias al cristianismo, aquella idea resulta novedosa para en lo que respecta al terreno de la libertad de la propiedad. En tal sentido, vendría a bien traer a colación de opinión de Francisco de Vitoria con respecto a la posible colonización que se intentaba llevar a cabo de las tierras americanas por parte de la corona Española a finales del siglo XV y durante la primera mitad del XVI. En los textos conocidos como Relectio de Indis, Francisco de Vitoria lleva a cabo una disertación en la que expone las razones por medio de las cuales puede ser justificada o injustificada la conquista de los españoles sobre los indígenas americanos. En tal sentido, el estado de la cuestión primordial consistía en determinar si los susodichos eran personas. Sin embargo, la argumentación iba más allá de eso, pues el hecho de reconocer que eran personas implicaba para Vitoria el consiguiente reconocimiento al derecho de propiedad. Es decir, había dos formas de mostrar lo injustificada que era la guerra y conquista española, una era a partir del reconocimiento jurídicofilosófico de personas en los indígenas, el otro era a través del reconocimiento 175 de su posesión sobre las tierras, dos aspectos que se encuentran estrechamente vinculados. A grandes rasgos, lo que expone Vitoria es que tanto el dominio como la persona se derivan en un primer momento del hecho de que los humanos están hechos a imagen y semejanza de Dios. En ese sentido, expone que tal semejanza consiste en la racionalidad y en el libre arbitrio del cual fue dotado el hombre. De tal manera, expone que la potestad o la facultad de dominio es una derivación de las cualidades espirituales de las cuales participa el hombre. A la par de ello, expone una tesis en la que sugiere que los grados de existencia de la filosofía tomista determinan la facultad de posesión. Con ello, sugiere que los animales por ser entes más perfectos que las plantas tienen posesión parcial sobre ellas, en el sentido de poder alimentarse de ellas. Sin embargo, el hombre, al encontrarse en el grado más elevado de las existencias mundanas tiene la facultad de poseer todo aquello que en cuanto ente le es inferior, pero, en cambio, no tiene la facultad de tener dominio sobre sus iguales, los demás hombres. Igualmente, expone que la facultad de dominio o apropiación constituye un derecho, y en tanto que las criaturas irracionales no pueden tener derechos, tampoco pueden tener facultad de dominio en sentido estricto. En pro de la condición de personas y propietarios de los indígenas, además de lo mencionado, Vitoria expone que aquellos tienen uso de razón a su modo. Explica que entre los indígenas se podía encontrar orden en el tratamiento de sus cosas: sus ciudades son para él debidamente regidas en tanto que se podían encontrar las instituciones del matrimonio, de la educación, del comercio, de la industria y de las leyes socialmente constituidas. Con un lenguaje filosóficamente menos depurado que el de Hegel, Vitoria expone a su modo lo que piensa es el fundamento de la facultad de apropiación. Con ello, lo que hace a la par es justificar la condición de personas en los indígenas americanos. A mi modo de ver, en tal sentido, se puede considerar al padre de la Escuela de Salamanca como uno de los precursores más importantes en lo que al desarrollo filosófico del concepto de persona se refiere. En términos generales, Vitoria expone, al igual que Hegel, que el elemento espiritual del hombre constituye el referente más importante para 176 entender la diferencia ontológica entre aquel y las cosas que pueden pertenecer a su dominio. En tal sentido, habría que decir que es causa de elogio el hecho de que Vitoria considerara ya en su tiempo una tesis política que es inexorable para nuestro tiempo: la posibilidad de la existencia y la administración de justicia, y con ello de la existencia de un derecho abstracto, que se encuentra mediada por la existencia de la unidad funcional del derecho, la persona. De la misma manera que lo hace Hegel, Vitoria considera que la primera premisa de cualquier aparato jurídico es ser persona y respetar a los demás como personas. Por la misma razón, defiende a ultranza el hecho de que los indígenas tengan personalidad propia, y con ello el derecho a poner su voluntad en la apropiación y también el derecho a quitar esa voluntad en la enajenación. De hecho, dos de los motivos más importantes por los que considera Vitoria que la corona española actuaría justamente en la deposición de los gobernantes indígenas tiene que ver con la violación de dos derechos fundamentales que también plantea Hegel. El primero de ellos era la práctica antropófaga, es decir, con el hecho de negar la voluntad libre del sujeto moralpersona sobre su primera posesión: la vida. La segunda de ellas tenía que ver con la negación de los gobernantes indígenas a la práctica del comercio entre naciones. Con ello, lo que Vitoria defendía era en el fondo la condición de personas en los indígenas, su realización en la posesión y en el contrato. Además de lo mencionado con anterioridad, es necesario señalar que los fundamentos de la persona los encontraba Vitoria en el acercamiento humano hacia lo divino por mor de la esfera espiritual. En tal cauce, la diferencia ontológica y jurídica entre cosa y persona fue algo tratado al menos primitivamente en tal filósofo. En suma, lo que en Hegel aparece como un sistema racional de acercamiento al Espíritu Absoluto, aparece en Vitoria como un anhelo que si bien no es concluyente si es al menos deliberado. Asimismo, una de las diferencias entre tales pensadores, amén de la sofisticación conceptual de Hegel, es también la diferenciación entre los momentos de la moralidad y la eticidad que Vitoria no distingue con precisión. Sin embargo, algo que si distingue y que es necesario mencionar es que para el padre de la Escuela de Salamanca ni la herejía ni la infidelidad pertenecen al ámbito del derecho abstracto o exterior, en tanto que aquello pertenece únicamente a la 177 esfera moral-interna del sujeto. Aquel planteamiento fue revolucionario en su momento, pues llego a objetar el hecho de que a través de la fuerza jurídica, política y militar se pudiera evangelizar a los indígenas. En suma, con lo visto hasta el momento podemos observar que al menos desde el punto de vista prototípico el concepto de persona hegeliano aparece ya expresado en algunos puntos fundamentales en el pensamiento de la filosofía medieval tardía española. Guardando algunas consideraciones que tienen que ver con la fundamentación de la condición jurídica del hombre, derivada en Vitoria de la diferencia entre derecho natural, humano y divino, sí podemos decir que aquel pensador fue un precursor de la idea moderna de persona. No es por ello una casualidad el hecho de que Hegel reconozca como fuente de nacimiento del concepto al cristianismo. De la misma manera, no es tampoco casual que el texto de Fe y Saber constituya un referente imprescindible para entender la escisión que Hegel tiene con respecto a las filosofías más discutidas de su tiempo. 3.5 Persona y propiedad: diferencias entre las filosofías sustancialistas de Hegel y Platón. Después de haber observado de qué manera la filosofía de Hegel se acerca a la filosofía de Francisco de Vitoria en lo que al desarrollo del concepto de persona se refiere, en esta parte del trabajo esbozaremos las características de la crítica que realiza el filósofo de Prusia al proyecto de Estado Platónico. Igualmente, intentaremos mostrar la manera en la que dicha crítica es similar a la llevada a cabo por Aristóteles en el texto de la Política. Con tal ejercicio, volveremos a señalar una de las defensas más importantes a la unidad funcional del derecho abstracto -la persona. En la observación al parágrafo 46 de los Principios de Filosofía del Derecho, Hegel se expresa de la siguiente forma en torno al Estado Platónico: 178 “La idea del Estado Platónico contiene una injusticia contra la persona, al considerarla por un principio general incapaz para la propiedad privada. La representación de una hermandad humana religiosa o amistosa, incluso forzada, con comunidad de los bienes y eliminación del principio de la propiedad privada, puede imponerse con facilidad a la opinión que desconoce la naturaleza de la libertad del espíritu y del derecho, y no la capta en sus momentos determinados”. 147 Como bien es sabido por todos, en el diálogo de la Justicia de Platón, también llamado Politeía o República, aparece una de las propuestas que han generado mayor controversia en torno a la construcción del Estado ideal. En tal sentido, el de anchas espaldas propone en la construcción de su pólis perfecta la desaparición de la propiedad privada y la modificación de la institución social más esencial en su forma tradicional: la familia. Influido en cierta medida por la forma de gobierno que Licurgo estableció en Esparta, la timocracia o timarquía, en el diálogo mencionado Platón propone a través de Sócrates la modificación de tales instituciones con la finalidad de acabar con los problemas que se derivan por la concentración de la propiedad en pocas manos. Cuando existe propiedad privada, cree Platón, la tendencia inevitable es el apoderamiento de unos cuantos en deterioro de la mayoría. Asimismo, la aparición de ese apoderamiento constituye para él uno de los orígenes menos indudables de la aparición de la injusticia. De hecho, uno de los elementos que caracterizan a las mutaciones de las formas de gobierno es precisamente dicha concentración de la propiedad y la riqueza, así como su posterior desconcentración. Para que el Estado Ideal sea perdurable, creerá Platón, resulta necesario acabar con aquella fuente de injusticia que es la propiedad privada. Otro de los argumentos fundamentales que expone Platón para promover la pertinencia de la abolición de la propiedad privada es la que tiene que ver con su famosa metáfora acerca de la aparición de varias ciudades dentro de una misma ciudad. En tal sentido, el de anchas espaldas considera que la propiedad fundamental de la pólis consiste en ser unidad. Cuando 147 Ibid. p. 130. Observación al parágrafo 46. 179 surgen disputas entre individuos o grupos, por pretender tener derecho a cierta propiedad especifica, la ciudad se escinde, y con ello se genera una contradicción insondable en el seno de la sociedad. La forma de prevenir dicha escisión que puede darse tanto en una democracia como en una oligarquía, Platón promueve la desaparición de la propiedad privada para acabar con la raíz de todos los males. Según la forma de entender la propuesta platónica por parte de Hegel, este último considera que atentar contra la propiedad privada es atentar primordial y fundamentalmente contra la persona. En tal cauce, la comunidad de bienes trae consigo la desaparición de la subjetividad libre, de la voluntad libre, en tanto que no tendría un espacio objetivo para exteriorizarse. Si el derecho abstracto tiene como finalidad la protección de la persona a través de la propiedad, la mayor contradicción para tal derecho sería terminar con la propiedad que da vida al sujeto como persona. En caso de que el derecho consienta la desaparición de tal espacio de exteriorización de la voluntad estaría cometiendo suicidio. El peor Estado sería, igualmente, aquel en donde no existe derecho. Esta es una idea que aparece presente con demasiada frecuencia en los pensadores ilustrados liberales. Ahora bien, para Aristóteles proponer la abolición de la propiedad privada es promover la desaparición de la esencia de la ciudad. En tal sentido, contrariamente a Platón, el de Estagira considera que la ciudad es una pluralidad que se encuentra compuesta por hombres de distinta condición (Política, 1261 a). Por la misma razón, al declarar que la ciudad no puede ni debe estar compuesta por elementos enteramente homogéneos, Aristóteles considera necesaria la existencia de la diferencia, así como la existencia de un fundamento digámoslo así, supra-sensible de la unidad en la ciudad: a saber, el bien común y la amistad. Para Aristóteles la unidad esencial más incontrovertible la constituye el anthropos o el sujeto individual, y con respecto a él la ciudad debe guardar sus diferencias. En caso contrario, tanto el individuo como la ciudad, así como la institución que se encuentra en medio de ellas (la familia), terminarían por erigirse en aquello que no son. Por ello, indica: “No corresponde a la naturaleza de la ciudad alcanzar la unidad que algunos 180 pretenden, y que por el contrario destruye a las ciudades lo que se dice ser el mayor bien de las ciudades, cuando precisamente el bien de cada cosa es lo que asegura su existencia”. 148 Después de contradecir la propuesta platónica a través del concepto de pólis, Aristóteles ofrece una explicación similar a la de la sociedad civil en Hegel para negar la abolición de la propiedad privada. En tal sentido, indica que la contraprestación igualitaria es la salvaguarda de la ciudad. En tanto que la ciudad no es solamente una multiplicidad de hombres de diferente condición que se unen por la amistad o el bien común, sino también y esencialmente para la autosuficiencia, en dicha autosuficiencia residirá otro elemento clave para entender el concepto de justicia en Aristóteles. Con ello, cree que uno de los factores que mantienen unida a la ciudad es el que tiene que ver con la satisfacción de las necesidades. De tal manera, en tanto que la justicia corresponde en dar a cada quien lo suyo, Aristóteles considera que es precisamente en el espacio de las contraprestaciones (de la sociedad civil en términos modernos) en donde se realiza la justicia en tanto que división del trabajo y en tanto que forma de vida. Dicha división del trabajo y dichas contraprestaciones sólo serán posibles en donde exista la propiedad privada, ya que como vimos anteriormente en Hegel, uno de los modos de apropiación es precisamente la elaboración que está presente en el proceso de transformación de los elementos naturales en productos para el consumo humano. Por último, el argumento más fuerte que ofrece Aristóteles para contradecir la propuesta platónica deriva del hecho de que considera a tal utopía como generadora de un paralogismo insalvable. En tal sentido indica: (Con respecto a la comunidad familiar y de propiedad) se referirán a lo suyo todos colectivamente y no cada uno en particular, y dirán mía su propiedad todos colectivamente y no cada uno en particular. Hay pues evidentemente un paralogismo en el uso del término todos –del mismo modo que otros términos como ambos, pares e impares, el término todos por su ambigüedad, da ocasión 148 Aristóteles, Política, p. 29. 1261 b. 181 en las discusiones a razonamientos sofísticos-. En conclusión, bella cosa sería, pero imposible, el que todos pudieran llamar mío a lo mismo con atribución individual…”. 149 Es decir, al parecer de Aristóteles la abolición de la propiedad privada traería consigo por una parte una ambigüedad tremenda en lo que al uso del “todos” en la participación de la propiedad se refiere. Por otra parte, una de dos, o traería consigo la abolición de la individualidad por mor de la cual una voluntad puede exteriorizarse en una cosa, o bien sería imposible que todo pudiera pertenecer a todos. En suma, al igual que para Hegel, para Aristóteles la abolición de la propiedad privada traería como consecuencia la abolición de la persona y del derecho abstracto que le sostiene. Aunque no se expresa en los mismos términos que el filosofo de Prusia, lo que si resulta evidente para Aristóteles es el hecho de que la abolición de la propiedad privada traería como consecuencia la abolición de la individualidad que pertenece al hombre concreto, y aquello conduciría a la posterior abolición de la ciudad que es en sí misma una pluralidad. 149 Ibid. pp. 29-30. 1261 b. (Los paréntesis son míos) 182 IV. EL PAPEL DE LA PERSONA EN LAS TEORIAS DE RAWLS Y MARITAIN. El período histórico que hemos de analizar en el presente capítulo es, a nuestra manera de ver, el más representativo de la filosofía contemporánea. Por un lado, analizaremos a un intelectual militante en el pensamiento personalista, su nombre es Jacques Maritain. Por otro lado, estudiaremos a un pensador que es considerado como el padre del liberalismo político en su vertiente más vigente, su nombre, John Rawls. En el presente capítulo examinaremos lo que a grandes rasgos es su concepción del concepto <persona>. Asimismo, veremos la trascendencia que tienen aquellas dos posturas en lo que a los temas más actuales se refiere. Para vincular sus propuestas teóricas con los temas actuales lo que haremos es introducir las líneas más generales de la distinción entre nominalistas y sustancialistas que hemos detallado a lo largo de la disertación. Con tal acto lo que conseguiremos será no desviarnos demasiado del tema central de nuestra investigación como para perderla de vista, pero tampoco nos acercaremos tanto como para no ver sus implicaciones contemporáneas. Lo que proponemos es entonces llevar a cabo un moderado distanciamiento que nos permita juzgar con prudencia los lazos teóricos y doctrinales que hemos estudiado con los presentes en este capítulo. Hemos elegido llevar a cabo en el desarrollo del capítulo, en una primera parte, un repaso general en lo que a los temas pilares de los autores se refiere. En un segundo momento, hemos decidido tratar de lleno la cuestión de la persona, ya que consideramos que la explicación de este último término tiene cabida única y exclusivamente en el contexto que cada autor elige para abordarlos. De tal manera, nos será mucho más sencillo entender el por qué de ubicar a los dos autores bajo corrientes de pensamiento distintas. 183 4.1 La teoría de los Derechos Humanos según Maritain. Con respecto a la elaboración de la Declaración Internacional de los Derechos del Hombre y a la discrepancia que existió entre fundamentos para justificar a los mismos, Maritain propuso que dicha justificación de lo derechos humanos no debe dar cuenta de ideologías específicas a menos que se quiera correr el riesgo de obtener resultados sesgados y excluyentes. A cambio de ello, nuestro filósofo propone ejecutar una alternativa viable, a saber, la elaboración de una justificación que se base sustancialmente en principios prácticos. Dicha elaboración a partir de principios prácticos debe contar con dos características impostergables: los derechos deben de tener la cualidad de poder ser comprendidos y aceptados universalmente. La erección de tales principios básicos, a su forma de ver, tiene que tomar en consideración los aportes de las dos doctrinas cardinales que han explicado desde puntos de vista adversos el nacimiento de tales derechos. De tal manera, el estudio y la precisión que se pueda llevar a cabo entre las dos doctrinas servirá fundamentalmente para saber hasta qué punto pueden ser consideradas como verdaderas y aplicables a un contexto determinado. Para Maritain la filosofía política debe de tener la cualidad de “afirmar el primado de la persona humana sobre las necesidades materiales y sobre los mecanismos colectivos que sustentan su desarrollo” según los términos en los que lo entendió Mounier. A grandes rasgos, aquellas doctrinas adversas son al parecer de Maritain, las dos siguientes: A) “Para los primeros, el hombre, en razón de las exigencias de su esencia, posee ciertos derechos fundamentales e inalienables anteriores (por su naturaleza) y superiores a la sociedad, y por ella misma nace y se desarrolla la vida social, con cuantos deberes y derechos implica”. B) Para los segundos, el hombre, en razón del desarrollo histórico de la sociedad, se ve revestido de derechos de continuo variables y sometidos al flujo del devenir y que son el resultado de la sociedad 184 misma, a medida que progresa a compás del movimiento de la historia”. 150 La división que ofrece Maritain es más rica de lo que parece a primera vista. Veámoslo. Para los pensadores de la primera corriente, el argumento ontológico acerca de la existencia de un ente que por su propia esencia o constitución sea radicalmente distinto a las demás entidades recae en la <persona o en el individuo>. Mientras tanto, para los pensadores de la segunda corriente, aquella entidad es meramente artificial y, por lo mismo, sólo puede ser explicada a partir del desarrollo social. Si para la primera corriente lo más importante en los derechos humanos es la unidad funcional de la sociedad, <la persona>; para la segunda el acento está puesto precisamente en dicha entidad que absorbe a los átomos y les supera, <la sociedad>. Con el afán de expresarnos en términos diferentes, podríamos decir que los defensores de la primera tesis consideran que con respecto a la consideración ontológica de los derechos humanos: la parte es anterior al todo. Asimismo, para los defensores de la segunda tesis: el todo es anterior a las partes. De tal forma, las dos tesis que defienden puntos de vista hartamente distintos en cuanto al origen de los derechos humanos parten de consideraciones metafísicas diferentes. La primera tesis considerara que existe algo así como un valor ontológico subsistente a la persona, mientras que la segunda tesis dirá que dicho valor pertenece a una esfera axiológica por lo que lo considerara como inherente o accidental, es decir, dependiente del desarrollo social. Hablar de anterioridad o prioridad ontológica significa para nosotros, en esta instancia específica, el hecho de considerar que la existencia de los derechos humanos depende fundamentalmente de otra existencia que le es prioritaria, existencia sin la cual no se podría hablar de los mentados derechos. Así pues, para nosotros prioridad ontológica significa fundamentalmente que pensamos en una conditio sine qua non de la cual depende absolutamente la veracidad de nuestras consideraciones. En el primer caso, dicha condición o dependencia es única y exclusivamente accesible a partir de la existencia de 150 En Carr, E., Los derechos del hombre, Laia, Barcelona, 1976, pp. 25-26. 185 un tipo de entes particulares (las personas o los individuos) de los cuales se presume una naturaleza específica que es cualitativamente diferente a las otras entidades. De tal modo, la existencia de personas o individuos con una naturaleza sustentada en la libertad es considerada como razón suficiente para sostener los derechos humanos por sí mismos. La segunda tesis, por su parte, defenderá, al menos aparentemente, que la existencia de las personas o los individuos no es suficiente para sostener los derechos humanos en cuanto tal. Los defensores de tal postura dirán que además de la existencia de las personas se necesita un argumento más sólido o más palpable para entender el surgimiento de tales derechos. Por ello, para los militantes de la segunda tesis, de la existencia de entidades tales como individuos o personas no se sigue la existencia de los derechos humanos, sino que para que ello sea efectivamente de tal manera se necesita la erección de un sistema social que los cree, los justifique y les de vida. Solamente en la lógica de la vida social y política, pensarán ellos, es comprensible la idea de ciertos derechos que son adecuados a los miembros del conglomerado sociopolítico. Por lo mismo, mientras los primeros hablan de un derecho natural que metafísicamente es considerado como anterior a la sociedad, para los segundos el derecho positivo es el único realmente efectivo ya que en aquel se encuentra realizado en el “aquí y el ahora” la defensa de los derechos humanos. Como bien podemos darnos cuenta, en cierto sentido la división que lleva a cabo Maritain es la misma que nosotros hemos hecho a lo largo del trabajo. No deja de ser un hecho factible, según lo hemos visto, que los defensores de la postura sustancialista deriven la existencia de los derechos humanos única y exclusivamente de la persona; mientras que los defensores de la postura nominalista recurren sistemáticamente a un tipo de entidad superior para justificar y explicar el origen de tales derechos. Los nominalistas insistirán en que el único ente que puede hacer accesible conceptos tales como la justicia, la libertad y la dignidad es la <sociedad>. Sólo dentro de ella existen los conceptos jurídicos y sociales por medio de los cuáles se puede alcanzar un contrato social de mutuo reconocimiento y respeto. Los sustancialistas, por 186 su parte, en tanto que creen en una ley y un derecho natural que es anterior a la sociedad, pregonarán que lo único que hace posible aquellos conceptos es la humanidad o la personalidad que es subyacente a los entes humanos: las personas. Mientras que para los sustancialistas es evidente una cierta diferencia en la constitución ontológica que hace distintos a los seres humanos de las cosas y del resto de animales, para los nominalistas dicha diferencia es inexistente o bien falible. Por lo mismo, los primeros hablarán siempre de un derecho natural que hace ser a las personas lo que son, tanto en la dimensión moral, como en la intelectual, religiosa y jurídica. Los nominalistas, por otra parte, siempre pondrán en tela de juicio la existencia de tales dimensiones o, en todo caso, dirán que dicha existencia es siempre relativa y sujeta a cambios importantes dependiendo del desarrollo histórico. La opinión de Maritain con respecto a la posición de los defensores de las dos tesis es que cada uno de los posicionamientos depende, en gran medida, de la aceptación o negación que se tenga de la <ley natural>. Por la misma razón, considera que el <conocimiento moral> y el <sentimiento moral> se encuentran determinados por el <progreso moral>. De tal forma, es la existencia de la ley natural y no otra cosa lo que hace posible la existencia del progreso moral, ya sea a nivel jurídico, a nivel cognitivo o gnóstico. Es decir, para dicho autor una de las creencias en las que coinciden los pensadores de ambas corrientes es en la creencia de que existe un cierto progreso moral inevitable e innegable. Según su manera de ver la cuestión: “Semejante contraste ideológico es irreductible y no admite conciliación en el plano teórico: podría, empero, atenuarse algo, siempre y cuando que por los partidarios de la ley natural se subrayara que, si bien ciertos derechos fundamentales responden a una exigencia inicial de esta ley, y otros derechos a una exigencia posterior o incluso a un simple anhelo de esta última, nuestro conocimiento de unos y otros queda en todo caso sometido a un desarrollo lento y azaroso, por lo cual sólo emergen como 187 reglas de conducta reconocidas a medida y en virtud del progreso de la conciencia moral y el desarrollo teórico de las sociedades”. 151 Así entonces, en un primer momento, la posición de Maritain nos indica que aquel cree que una cosa es la <posesión> de los derechos fundamentales, y otra muy diferente es su <ejercicio>. Si viniera a bien decirlo en otros términos, podríamos indicar que para Maritain la posesión es análoga a la “potencia” y el ejercicio es análogo al “acto” en términos metafísicos. Si se acepta aquella equivalencia de conceptos en nuestro razonamiento, tendríamos que decir que Maritain es evidentemente un defensor absoluto de la tesis que pregona la existencia de la naturaleza humana y la ley natural, aunque sea sólo de forma potencial. De tal manera, lo que él considera el ejercicio de los derechos humanos sería un acto que seguiría de la anterior posesión que se le imputa a la persona o al individuo y no a la inversa, como los nominalistas lo piensan. Por la misma razón, indica: “Incluso en los derechos <inalienables>, es preciso distinguir entre posesión y ejercicio: este último, sujeto a las condiciones y limitaciones dictadas en cada caso por la justicia…El derecho a recibir, por medio de la instrucción y la educación, comunicación de la herencia de cultura humana, es, asimismo, un derecho fundamental: que queda sometido, en su ejercicio, a las posibilidades concretas de una sociedad determinada…” 152 . Las cuatro tesis fundamentales que sostienen la posición de Maritain con respecto a la consideración ontológica de la existencia de los derechos humanos en potencia pueden ser resumidas de la siguiente manera: la primera, que sostiene la existencia de la naturaleza humana; la segunda, que sostiene que tal naturaleza consiste en la capacidad de inteligencia de la cual está dotado el hombre; la tercera, que indica que tales características esenciales son las mismas para todos los seres humanos; y la cuarta que predica que existe un orden o una disposición que la razón humana puede descubrir y de acuerdo con la cual la voluntad humana debe obrar para conformarse con los fines esenciales y necesarios del ser humano. 151 152 Ibid., p.26. Ibid., p. 28. 188 De tal modo tenemos que naturaleza humana, inteligencia humana, universalidad y cognoscibilidad son los cuatro pilares que sostienen la postura positiva y sustancialista de Maritain. Comprender su posición a detalle sin tener en consideración aquellos cuatro ángulos sería un enorme error, ya que cada uno de ellos representa una parte elemental en la lógica de su sistema. De tal forma, tenemos que los derechos humanos se fundamentan esencialmente en la naturaleza y la inteligencia humana, mientras que sus cualidades son la universalidad y la cognoscibilidad. Mientras que los dos primeros elementos fundantes no cambian, los segundos elementos tienen una interacción por mor de la cual se hace asequible el progreso moral. Es decir, la naturaleza y la inteligencia humana son comprendidas como universales, sin embargo, el conocimiento que se tiene acerca de la susodicha universalidad puede variar en el tiempo, dependiendo del desarrollo histórico de cada sociedad concreta. Lo cierto, es que ninguna sociedad carece por completo, aunque sea a nivel del imaginario y los valores colectivos, de una idea más o menos arraigada de la naturaleza humana y la ley natural, ya que de lo contrario no podrían existir sistemas jurídicos que restringieran cierto tipo de acciones y omisiones. La ley positiva relativa de una sociedad concreta será siempre un acercamiento más o menos cercano a la ley natural universal. El progreso moral consiste aparentemente en una continúa aproximación a las leyes absolutas que se encuentran ya impresas en la naturaleza humana. A grandes rasgos, lo que Maritain sustenta con su postura es la existencia de un sistema metafísico teleológico en el que la fundamentación de los derechos humanos ocupa un lugar sumamente importante. Para él, la única forma en la que pueden ser deducibles racionalmente los derechos fundamentales es a través de una interpretación “normalista” en la cual la vida práctica se adecue a la perfección del hombre en cuanto idea. De tal manera, la implementación, promoción y defensa de los derechos humanos se ve en la imperiosa necesidad de creer en una <normalidad de funcionamiento> que es determinante para saber hasta dónde llega el verdadero alcance de la ley natural. 189 Contradecir a la ley natural, en estos términos, no significa más que ir en contra de aquella estructura específica, si se quiere, constitución ontológica, del ente humano. La fundamentación de los derechos humanos, por lo mismo, debe de considerar que la libertad es en el ser humano parte constitutiva de su naturaleza y que, por lo mismo, éste puede ser capaz de acatarla o no, corriendo el riesgo en la empresa de negar todo lo que aquel es en cuanto idea o perfección. Contrariamente a los nominalistas como Hobbes que ven en la libertad una cualidad de indeterminación absoluta y radical, Maritain cree en una libertad hegeliana en la que precisamente la adecuación de la inteligencia a la ley natural es su máxima expresión. “Sé una persona y trata a los demás como personas”, pensaba Maritain siguiendo al filosofo de Stuttgart. Por lo visto hasta este momento, podemos decir que la escisión fundamental entre las dos tesis mencionadas con anterioridad consiste en considerar como fuente de los derechos humanos a entidades distintas. Para los defensores de la primera tesis no se necesita la existencia de la sociedad y basta el individuo o la persona para sostener los derechos humanos; mientras que para los defensores de la segunda tesis el individuo o la persona son en sí mismos algo ontológicamente incompleto que necesita de la sociedad cuando se trata de fundamentar tales derechos. Ese a grandes rasgos, podría ser denominado el problema ontológico en la fundamentación de los derechos humanos. Sin embargo, en otro sentido, también existe un problema distinto de fondo que es necesario tener en consideración para no desvirtuar el pensamiento de Maritain. A la par del problema ontológico, aquel pensador visualiza un problema de carácter epistemológico, mismo que consiste en confundir el conocimiento y el reconocimiento social de los derechos humanos con su existencia. A tal problema, nuestro pensador lo denomina como el segundo elemento o elemento gnoseológico de la ley natural, en el que la ley natural es en cuanto conocida y no en cuanto promulgada o acatada social e internacionalmente. Es decir, la existencia de la ley natural y el derecho natural, así como la existencia de una <normalidad de funcionamiento> del ente humano, no depende en última instancia de su conocimiento o reconocimiento, 190 Al ser la ley natural una ley no escrita, al parecer de Maritain, el conocimiento que de ella tiene el hombre y las sociedades es hartamente cambiante. Dicho cambio, empero, se lleva a cabo siempre de forma ascendente y progresiva. Por el mismo motivo, indica que “El conocimiento que el hombre posee de ella ha crecido poco a poco, a medida que se iba desarrollando su conciencia moral”. 153 El tipo de conocimiento mediante el cual se hace accesible al hombre los lineamientos de las cosas que se deben hacer y no hacer se lleva a cabo en un plano diferente al conceptual o racional. Desde su punto de vista, tal conocimiento se lleva a cabo por una cierta inclinación natural. Contrariamente a las demás entidades (entre ellos los animales) que no pueden tener conocimiento moral, pues su propia constitución ontológica no está dispuesta para ello, la inclinación a la perfección moral por parte del hombre parece ser una de las tesis que sostiene Maritain. En sus propias palabras, el conocimiento de la ley natural en el hombre “es un conocimiento oscuro, no sistemático, vital, que procede por experiencia tendencial o connaturalidad y en el que el intelecto, para formar un juicio, escucha y consulta la especie de canto producido en el sujeto por la vibración de sus tendencias interiores”. 154 En lo referente al conocimiento de los derechos fundamentales del hombre, expresados en la ley natural, aparecen estrechamente vinculados el problema ontológico y epistemológico según la fórmula que propone Maritain para fundamentarlos. Por un lado, la sustancia individual, el microocosmos en sí mismo que es la persona, consiste en ser una entidad independiente y autosuficiente para fundamentar desde ahí los derechos humanos. Pero por otra, se reconoce que el conocimiento de tales derechos depende, en su esfera social, del progreso que se lleve a cabo en la conciencia moral de una sociedad determinada. Sin embargo, y a pesar de ello, se reconoce, por otro lado, que la naturaleza humana (en tanto que género humano) está dispuesta inexorablemente y con el paso del tiempo a alcanzar la perfección moral que es propia y pertenece de suyo al concepto de entidad humana. No es casualidad por ello que Maritain indique que el conocimiento de los derechos humanos es 153 154 Maritain, Jacques, El hombre y el Estado, p. 96. Ibid., p.98. 191 “un conocimiento que se ha desarrollado en el interior del doble tejido protector de las inclinaciones y de la sociedad”. 155 Que la existencia y el conocimiento de los derechos fundamentales del hombre dependan en Maritain de la existencia de la ley natural y la naturaleza humana es algo indudable. Asimismo, que dicho conocimiento y existencia se encuentren desvinculados artificialmente en la disertación filosófica en dos momentos distintos es algo que parece igualmente indudable. Sin embargo, en el plano sistemático de lo metafísico podríamos decir que aquellos dos momentos se encuentran estrechamente vinculados y depende uno de otro y viceversa, aunque no con la misma intensidad o consistencia. La causa sui en el planteamiento de nuestro filósofo es la existencia de una entidad diferenciada, misma que es la persona. En la persona como entidad están grabados ya, al menos como telos o perfección, la idea de alcanzar un estado de progreso absoluto y definitivo en la conciencia moral. Por el mismo motivo, es indispensable subrayar cuál es el juicio que nuestro pensador esgrime para sustentar la susodicha evolución que presume en la conciencia moral. Así pues, aquel juicio fundante puede ser visto de la forma siguiente: PM. En cuanto al modo en que la razón humana ha ido tomando una conciencia cada vez menos crepuscular, rudimentaria y confusa de las regulaciones de la ley natural, Pm. En cuanto al modo en que ha tomado conciencia (siempre por vía de conocimiento por inclinación) de las regulaciones ulteriores y más elevadas de esta misma ley. Conclusión: Este conocimiento continúa progresando y progresara mientras dure la historia humana. Este progreso de la conciencia moral es, en verdad, el ejemplo menos discutible de progreso de la humanidad. 156 155 156 Ibid. p. 99. Ibid., p. 100. 192 Al parecer de Maritain tanto la toma de conciencia de la razón humana de la ley natural, como la evolución que parecen ir alcanzando paulatinamente las sociedades contemporáneas en el reconocimiento de tal ley, son los argumentos más incontrovertibles del telos que presume en lo humano. Igualmente, considera que la sociedad civil y el Estado no tienen que <otorgar> la dignidad o la prioridad ontológica a la persona, sino sólo y exclusivamente <reconocer> como universalmente válida tal dignidad que pertenece ya en sí y en cuanto tal a aquella entidad. La persona humana y lo constitutivo de aquella (alma espiritual y libre albedrío) son los fundamentos sólidos e inamovibles mediante los cuales es posible cualquier fundamentación de los derechos humanos. Dado que el progreso humano ha sido el causante de la abolición de las formas de gobierno más inhumanas, y en tanto que la democracia es precisamente para Maritain el régimen más humano posible, indicara que “La tragedia de las democracias modernas consiste en que ellas mismas no han logrado aún realizar la democracia”. 157 4.2 La persona humana en la filosofía de Maritain: sus fuentes y sus características. La defensa de los derechos humanos, en Maritain, se encuentra condicionada por la existencia de la ley natural y la naturaleza humana, pero también sustancialmente por la posibilidad de conocer y afirmar tales elementos. Uno de los componentes de mayor importancia en el sistema de Maritain es el referente al concepto de <persona>. Cualquier tipo de investigación o disertación que se intente llevar a cabo desde su filosofía tendrá que pasar indudablemente por tales derroteros. En tal sentido, hay que considerar que el concepto de persona en nuestro pensador es en cierto sentido aristotélico y en cierto sentido tomista. Veámoslo. Es aristotélico en lo que compete a entender a la persona humana como un ente que tiene impreso en su naturaleza concreta la disposición a un telos 157 Maritain, Jacques, Cristianismo y Democracia, Leviatán, Buenos Aires, p. 31. 193 específico. Asimismo, se piensa que en la realización de tal telos se encuentra la máxima bondad y perfección de tal entidad. Entender a la persona humana desde tal frente implica, en una primera instancia, poder modular a través de una “normalidad de funcionamiento” todo un sistema metafísico de carácter teleológico en el que los fines o las tendencias naturales determinen cualquier tipo de ordenación, ya sea aquella ontológica o epistemológica. Para que un ente pueda realizar lo fundamental que hay en él será preciso alcanzar su perfección teleológica, misma que se presume como inmanente, pero orientada a fines supremos. Asimismo <conocer> significara, en cierto sentido, inquirir en qué consiste tal perfección que es propia de cada ente. En tal sentido, hay que recordar aquella afirmación aristotélica en la que se dice que “el bien (άγαθοΰ) es aquello a lo que todas las cosas tienden”. Asimismo, es preciso recordar que para el de Estagira “Todos los hombres desean por naturaleza saber”. Tener conocimiento sabiduría implicara por lo mismo, conocer las cuatro causas aristotélicas: intrínseca, extrínseca, material y final. Afirmar que los entes humanos tienen una naturaleza que le es subsistente y que resulta imposible desembarazarse de ella puede implicar bajo cierto sentido de interpretación creer en la determinación. Sin embargo, en tanto que se reconoce dentro de tal naturaleza humana la posesión y el ejercicio de la libertad, se cree a la par en la posibilidad de que tal ente que es la persona salga de su determinación y le supere, o bien, le contrarié. Por ello mismo, es necesario tomar en consideración que para Aristóteles la vida humana no es sólo una, sino que por el contrario, la entiende en tres modalidades distintas: la vida hedonista (βιος ηδονήν), la vida política (βιος πολιτικός) y la vida teorética (βιος θεωρετικός). La persona humana, tal como la entiende Maritain, se encuentra encuadrada también dentro de tal esquema, pues a su parecer solamente en el progreso de la conciencia moral hacia la aceptación de lo racional y lo esencialmente humano se encuentra justificado el fundamento de los derechos humanos. Con ello, lo que se quiere decir es que bajo la lógica de un sistema teleológico de tales características se encuentra comprendido tanto el concepto de naturaleza humana y de ley humana, como la separación entre la esfera ontológica y epistemológica del ente humano. Si bien es cierto que se acepta la existencia de un telos en la naturaleza del ente 194 humano, no por ello se da como entendido que el conocimiento de tal telos se encuentra presente en la conciencia de todo individuo y de toda sociedad, pues solamente el progreso de la moralidad dará como resultado el reconocimiento y el ejercicio de lo que es sustancial al ente. Por lo mismo, Maritain indica: “Sabemos que un rasgo esencial de una civilización que merezca llamarse tal es el sentido y el respeto hacia la dignidad de la persona humana; sabemos que para defender los derechos de la persona humana, como para defender la libertad, hay que estar pronto a dar la vida”. 158 Tres rasgos fundamentales son los que forman parte del contenido de la persona humana como concepto. Aquellos son la posesión de la libertad, de la inteligencia y de la voluntad. En tal sentido, Maritain señala: “El hombre es un individuo que se sostiene a sí mismo por la inteligencia y la voluntad; no existe solamente de una manera física; hay una existencia en él más rica y más elevada, sobreexiste espiritualmente en conocimiento y en amor. Es así, en cierta forma, un todo, y no solamente una parte; es un universo en sí mismo, un microocosmos, en el cual el universo íntegro puede ser contenido por el conocimiento, y que por el amor puede darse libremente a seres que son para él como otros <el mismo>- relación a la cual es imposible encontrar equivalente en todo el universo físico”. 159 De la posesión de la libertad depende la voluntad, misma que se expresa fundamentalmente en el pensamiento hegeliano en la posibilidad de la propiedad. De la libertad y de la inteligencia brotarán los deseos supremos a los que está orientada la vida espiritual de la persona. Desde el punto de vista de Maritain, en la relación sociedad-persona, el elemento fundamental es la persona, es decir, la parte es anterior al todo. Por la misma razón, se puede considerar bajo cierta óptica a su filosofía como defensora del individualismo liberal en su sentido políticamente moderno. En tanto que niega que la voluntad, la libertad, la inteligencia y la dignidad de la persona 158 159 puedan ser minusvaloradas por lo social, su defensa es Maritain, Jacques, Los derechos del hombre, p. 11. Ibid., p. 12. 195 prioritariamente hacia el individuo, hacia el ente humano singular que es considerado como un universo en sí mismo, y que por ser tal debe ser respetado. Sin embargo, tal crítica se encuentra en cierto sentido carente de fundamentos, pues Maritain no niega nunca la importancia y la dignidad de lo social, sino que más bien indica que la defensa de los derechos humanos tiene que hacerse fundamentalmente desde la parte y no desde el todo. Para él: “El hombre es un animal político, es decir, que la persona humana reclama la vida política, la vida en sociedad, no solamente con respecto a la sociedad familiar, sino con respecto a la sociedad civil. Y la sociedad, en tanto cuanto merece su nombre, es una sociedad de personas humanas. Es decir, es un todo de todos; porque la persona, como tal, es un todo”. 160 Aquí nuevamente volvemos a encontrar elementos aristotélicos en el planteamiento de Maritain, pues considera que en la naturaleza de la persona se encuentra impresa la inclinación a la vida política y social. El hecho de que pueda existir un consenso social mediante el cual puedan reconocerse, mas no otorgarse, los derechos fundamentales del hombre es clara muestra de que existe una naturaleza humana que se asume como anterior a todo tipo de consenso histórico. En tal sesgo, su posición se aleja del aristotelismo clásico que considera que en el caso de la vida política “el todo es anterior a las partes”, y se suma a la consideración tomista en la que la defensa de la persona por sí misma se convierte en un compromiso necesario. La filosofía de Maritain es tomista en el sentido de la defensa que se hace de la persona como un universo en sí mismo. En tal cauce, hay que recordar que para Tomas de Aquino la <persona> significa “lo que es más perfecto en toda naturaleza, el subsistente en naturaleza racional”. 161 De tal manera, lo que nuestro filósofo defiende es que “La noción de personalidad implica así las de totalidad e independencia. Por indigente y aplastada que esté una persona es, como tal, un todo, y en tanto que persona subiste de manera 160 161 Ibid. p. 16. Aquino, Tomas de, Suma Teologica, I, q. 29, a.3, respuesta. 196 independiente. Decir que el hombre es una persona, es decir que en el fondo de su ser es un todo, más que una parte y más independiente que siervo”. 162 Tanto para Aquino como para Maritain la persona está ontológicamente constituida para la dignidad, cualidad que proviene evidentemente de su naturaleza racional, de la cual se desprende tanto su totalidad como su independencia. La consideración de la dignidad presumida, cabe decir, no es en ningún sentido de carácter axiológico, sino más bien de carácter ontológico, pues se asume que los grados de existencia determinan el lugar de residencia del ente humano en el plexo de todas las entidades. El ente humano, la persona, será el único que tendrá un acercamiento con lo divino, pues en su ser existe una parte divina que es innegable. Otro de los rasgos por los cuales puede ser atacada la filosofía de Maritain tiene que ver con las fuentes que nuestro filósofo utiliza para fundamentar los derechos del hombre. En tal sentido, tal pensador se asume como un filósofo cristiano. Una de sus fuentes primordiales es por lo mismo La epístola a los Romanos de San Pablo, lugar en donde se recoge la idea de que los gentiles, independientemente de no ser cristianos, tienen una dignidad propia que los hace participar de la naturaleza humana que es común a toda la especie. Dicha fuente es un hito religioso e histórico, pues constituye el reconocimiento del lugar ontológico que es propio a toda entidad humana. La enseñanza más valiosa de la epístola mencionada es precisamente que todos los seres humanos, cristianos y gentiles, tienen grabado en su corazón las leyes universales, empero, dicho conocimiento de las leyes resulta en cierto sentido oscuro y místico. En el frente mencionado, tanto el uso de conceptos teológicos para desarrollar la fundamentación de los derechos humanos, como la adscripción del filósofo a una doctrina religiosa específica, pueden hacernos creer que tal interpretación se encuentra mediada por dogmas intolerantes. Sin embargo, en el caso de la filosofía de Maritain ello no sucede, y por el contrario, propone un 162 Maritain, Los derechos del hombre, p. 13. 197 sano dialogo entre credos religiosos. En tal sentido, se suma a una postura que denomina con el nombre de <cristianismo evangélico>, postura que consiste en reconocer la dimensión de la fe en el seno de la dignidad humana. Para él lo importante es construir: “Una concepción pluralista que asegure sobre la base de la igualdad de derechos las libertades propias de las diversas familias religiosas institucionalmente reconocidas y el estatuto de su inclusión en la vida civil, es la que está destinada, creemos, a reemplazar la concepción llamada (impropiamente) teocrática de la época sacral, la concepción clerical josefista y la concepción liberal de la época burguesa…”. 163 Si una fundamentación verdadera de los derechos humanos necesita ser integra e incluyente y no dejar fuera del reconocimiento de lo humano a aquellos que ideológicamente se encuentre distantes de los argumentos de tal fundamentación, debemos reconocer que la filosofía de Maritain intenta en cierto sentido secularizar la postura de sus principios cristianos. Sin embargo, si se exige plena rigurosidad y neutralidad en la disertación filosófica como lo hace Juan Miguel Palacios en su ensayo titulado El problema de la fundamentación metafísica de los derechos humanos tenemos que decir indudablemente que los planteamientos de Maritain no cumplen a cabalidad con tal requisito. No lo hace porque a la par del argumento metafísico basado en la teleología aristotélica, Maritain introduce continua y sistemáticamente conceptos y aseveraciones que competen exclusivamente a una disertación teológica. En tal sentido, hay que reconocer que la influencia de filósofos como Francisco de Vitoria son determinantes en su pensamiento, a tal grado de considerar que la dignidad, la prioridad ontológica del ente humano, proviene fundamental y esencialmente del dogma judeo-cristiano, según el cual el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. En tal cauce hay que recordar que en el libro del Génesis se asume al menos inicialmente que la constitución ontológica del hombre se encuentra determinada por la voluntad divina. Dicha voluntad divina otorga al hombre el poder de nombrar, dominar y poseer todo lo que le es ontológicamente inferior o de menor valor. Aquí se introduce un nuevo problema que es también metafísico y que a mi parecer 163 Ibid., p. 34-35. 198 debe ser tratado con sumo cuidado. El hecho de considerar prioridades ontológicas nos puede conducir a deducir prioridades de valor no necesariamente justificadas. De la ontología podemos dar un salto sin más a la axiología. A mi parecer, bajo el sistema metafísico de carácter teolológico tal salto puede ser válido y justificado si y sólo si asumimos que la barrera infranqueable en la disertación de la entidad humana y su relación con las demás entidades se encuentra mediada por el reconocimiento de la libertad, la dignidad, la voluntad y la racionalidad que de la entidad humana. Es decir, si damos por hecho que en comparación con los demás entes sólo el ente humano tiene prioridad ontológica por su posesión de libertad, voluntad, racionalidad y dignidad intrínsecas, tenemos que decir que aquel ente es el único fin-final a partir del cual puede construirse un aparato moral o ético. En algún momento determinado, en otro contexto, el propio Kant aseguraría que “la persona es siempre un fin en sí mismo, nunca un medio para otros fines”. En suma, el reconocimiento de la ley natural y la naturaleza humana son sumamente importantes en la propuesta de Maritain. Pero igualmente importante es la distinción que nuestro autor lleva a cabo en el plano de las dimensiones ontológica y epistemológica de la fundamentación de los derechos del hombre. Amén de ello, un debate igualmente significativo que se abre en la investigación filosófica para el tratamiento de tal pensador es el que tiene que ver con la forma en que la posesión, el conocimiento y el ejercicio de tales derechos son llevados a cabo. Si viene a bien decir que lo que diferencia al ente humano de los demás entes es su dignidad, y decimos que tal dignidad proviene de la racionalidad a la cual tiene acceso, resulta inviable decir que el conocimiento de los derechos humanos no puede darse a través de está vía sino a través de un conocimiento por inclinación que resulta oscuro e indeterminable, y por lo tanto, incompatible prácticamente del todo con la disertación filosófica. Desde su punto de vista, el reconocimiento de la libertad y dignidad de la persona humana (como ya lo había visualizado el propio Hegel), así como el concepto moderno de democracia es un descubrimiento cristiano. Por el mismo motivo, asegura lo siguiente: 199 “El cristianismo anunció a los pueblos el reino de Dios y la vida del siglo por venir; les enseño la unidad del género humano, la igualdad natural de todos los hombres, hijos del mismo Dios y redimidos por el mismo Cristo; la dignidad inalienable de cada alma creada a imagen de Dios; la dignidad del trabajo y la divinidad de los pobres…la santidad de la Verdad y el poder del Espíritu, la comunión de los santos, la divina supremacía del amor redentor y de la misericordia, y la ley del amor fraterna, que se extiende a todos, aun a los que son nuestros enemigos, porque todos los hombres, a cualquier grupo social, a cualquier raza, a cualquier nación, a cualquier clase que pertenezcan, son miembros de la familia de Dios y hermanos adoptivos del hijo del Dios”. 164 El hecho de que el concepto de persona humana sea un concepto en cierto sentido oscuro que puede ser comprensible exclusivamente a través del progreso moral que se lleva a cabo por inclinación, implica también que la persona es un ente oscuro y misterioso que es tal precisamente por su conexión con lo divino. De tal forma, la persona guardará en su seno un misterio inviolable, mismo que es análogo al propio misterio de la deidad judeocristiana. Su concepto de persona humana indudablemente es un concepto teológico, según los siguientes términos: “La persona, que forma parte del Estado, trasciende el Estado por el misterio inviolable de su libertad espiritual y por su vocación a bienes absolutos”. 165 Asimismo, en otro lugar referirá: “Miembros de la misma especie, todos iguales ante Dios y ante la muerte, es contrario a la naturaleza que los hombres sean simples instrumentos del poder político…”. 166 En Maritain filosofía y teología están separadas apenas por una línea delgada que en muchas ocasiones es difícil de distinguir. En algunos momentos parecería que aquellas interactúan de tal manera que es imposible seguir los argumentos y las conclusiones de una sin tomar en consideración los de la otra. De tal modo, la filosofía tiene que explicar a la teología en lo que a 164 Ibid. pp. 52-53. Ibid. p. 55. 166 Ibid. p. 59. 165 200 los constructos racionales se refiere. Por otra parte, la teología tendría que iluminar aquellos senderos que son inaccesibles para lo racional, y precisamente en ese momento tiene nacimiento la jurisdicción de la fe. Asimismo, de la interacción entre teología y filosofía surgirá un cierto tipo de moralidad que propugnará por su universalidad y por su bondad intrínsecas. Derecho natural, ley natural, bien humano, objetivos temporales, objetivos absolutos, normalidad de funcionamiento, entre otros elementos más, se confundirán en muchos momentos para dar como resultado una teoría que exige la participación de la filosofía moral en la política. De tal modo, nuestro pensador aclarara: “Una vez que el hombre haya comprendido que, en la verdad de las cosas, la política surge de la moral porque su fin es el bien humano de la comunidad; una vez que haya comprendido que la vida política debe conformarse al derecho natural y, según las condiciones propias de su objeto temporal, a la ley evangélica verá al mismo tiempo que querer la justicia y el derecho en política es querer una gran revolución que sustituya a la política del poder para los amos, hombres, Estados o naciones, la política del bien común para la cual el pueblo mismo debe velar como principal interesado”. 167 El hecho de que Maritain exija para la actividad política la aparición de los elementos pilares de la filosofía moral tiene como su fundamento una creencia muy importante. La defensa de la dignidad humana le parece el elemento indispensable para cualquier sociedad contemporánea que se precie de estar sustentada en principios humanitarios. De tal forma, contrariamente a los creyentes de la visión negativa de la naturaleza humana, nuestro pensador asegura que en la consolidación de la versión positiva se encuentra el verdadero móvil de la vida política. En ese sentido, nuestro pensador será un utopista que injuria de todas aquellas distopias que ven en el desarrollo natural de las sociedades actuales un desprestigio y una desvalorización de los derechos fundamentales del hombre. Para Maritain, el personalismo es una 167 Ibid. p. 60. 201 filosofía sustancialista que exige y reclama el cumplimiento de los ideales clásicos más nobles. En sus propias palabras: “Esta filosofía sostiene que la persona humana, como tal, está llamada a participar de la vida política y que los derechos políticos de una comunidad de hombres libres deben ser garantizados en forma estable”. 168 Períodos históricos tales como la Alemania Nazi significan para Maritain grandes lecciones de las cuales tiene que aprender la especie toda para consolidar el progreso moral para el cual está predestinada por inclinación. La negación de la universalidad de la especie, así como la negación de los derechos universales de todos los seres humanos, le parece que debe ser la gran lección de que la vida política ha prescindido de la filosofía moral llegando a cometer con ello errores garrafales. Errores que en ciertos períodos históricos que llegaron a convertirse en delitos de lesa humanidad. Por la misma razón indica: “Lo que yo llamo el hombre de la humanidad común, aquel en que tengo confianza, es la gran multitud de los que, empeñados en las estructuras morales y sociales, por humildes que sean, de la existencia civilizada, y de los grupos en que se despierta la conciencia colectiva, cumplen tareas comunes, la gran obra elemental y anónima de la vida humana, y no están tentados de creerse de raza superior, porque su trabajo no está señalado y porque son los hombres del pueblo mismo del que acabo de hablar, el común del pueblo”. 169 Contrariamente a los pensadores de la tendencia nominalista que desprecian de la participación de la filosofía moral en la ciencia y filosofía política, o que bien, relativizan los cimientos de la propia moralidad, Maritain regresa nuevamente a las fuentes griegas para reafirmar la aspiración final de todo lo humano. “El hombre de la humanidad común tiene el derecho a la búsqueda de la felicidad” 170 , afirmaría. Recordemos en tal sentido que el concepto de hombre, en su sentido griego, es un concepto que está ligado indudablemente al concepto moral y ético de la felicidad. No confundir el estado absoluto, universal y racional de la felicidad, con el sentido relativo y emocional 168 Ibid. p. 78. Ibid. pp. 86-87. 170 Ibid. p 105. 169 202 de la alegría es algo que exigirá constantemente nuestro filósofo. “La personalidad humana es un gran misterio que reside en cada uno de nosotros” 171 , un misterio divino. “El hombre es un individuo que se sostiene a sí mismo por la inteligencia y la voluntad; no existe solamente de una manera física; hay en él una existencia más rica y más elevada, sobreexiste en conocimiento y en amor. Es así, en cierta forma, un todo, y no solamente una parte; es un universo en sí mismo, un microcosmos, en el cual el gran universo íntegro puede ser contenido por el conocimiento, y que por el amor puede darse libremente a seres que son para él como otros <él mismo> -relación a la cual es imposible encontrar equivalente en todo el universo físico”. 172 Contrariamente a los nominalistas que verán en el alma algo fantasmagórico e irreal, Maritain reafirmara su existencia real y racional. Igualmente, contrariamente a los nominalistas que verán en la intención humana la participación exclusiva de las mociones animales y materiales, Maritain afirmará la existencia del espíritu en el ente humano. Si los nominalistas sólo ven como móviles de las acciones humanas los deseos provenientes de lo irascible y lo concupiscible, los sustancialistas creerán que a diferencia del deseo animal, existe en el hombre un cierto tipo de voluntad que es racional. La diferencia entre apetitos animales y apetitos racionales será la misma que distingue a los principios de la teoría nominalista y sustancialista, dejándolas a ambas inconexas entre sí. En sus palabras: “La persona humana, por mucho que dependa de los menores accidentes de la materia, existe con la existencia misma de su alma, que domina al tiempo y a la muerte. La raíz de la personalidad es el espíritu”. 173 Para los pensadores de la escuela nominalista la fuente de todos los derechos humanos es la sociedad. Igualmente, creerán que lo único que hace posible la sociabilidad entre los seres humanos es la necesidad mutua. Mientras tanto, para los sustancialistas, además de dicha necesidad natural consideran que existe una necesidad que es de carácter espiritual. De ahí 171 Maritain, Jacques, Los derechos del hombre y la ley natural, Leviatán, Buenos Aires, p. 11. Ibid. p. 12. 173 Ibidem. 172 203 precisamente que para pensadores como Platón, Aristóteles, Vitoria y Hegel, la sociabilidad produzca placer en el hombre. Sin embargo, dicho placer no será uno de esos que pertenecen a la satisfacción de las mociones animales sino, más bien, será un placer que solamente es posible encontrar en donde existe la reunión de varios hombres que son libres. La libertad será entendida, en ese sentido, como una cierta totalidad e independencia que existe en cada uno de los miembros de la sociedad civil y política. El odio a las tiranías será una constante en el pensamiento sustancialista, mientras que en el nominalista dicho rechazó nunca queda claro del todo. Hay que recordar por ejemplo que Hobbes es en cierto sentido el filósofo legitimador de los Estados absolutos en tanto que considera que la justicia se encuentra expresada única y exclusivamente en el pacto entre gobernante y gobernados. Por eso, nuestro pensador sostiene que: “La noción de personalidad implica así las de totalidad e independencia. Por indigente y aplastada que esté una persona es, como tal, un todo, y en tanto que persona subsiste de manera independiente. Decir que el hombre es una persona, es decir que en el fondo de su ser es un todo, más que una parte, y más independiente que siervo”. 174 El primer paso para el reconocimiento de la persona humana es indudablemente negar que sea posible una esclavitud moral y social que se lleve a cabo de tal forma que con ello se anule todo rasgo de libertad en el hombre. La libertad sería entonces el resorte que impulsa a salir esa sustancia de humanidad que tiene la persona en sí misma. Dos elementos que son importantes conocer para comprender a detalle la filosofía de Maritain respecto a la persona son: su relación con lo divino, y su relación con la otredad o alteridad. De tal forma, la relación de la persona con lo eterno que hay en ella, con sus creencias religiosas, así como la relación de la persona con otras personas, serán los dos parangones fundamentales para entender su prioridad ontológica y su dignidad. En lo que se refiere a la primera relación aquella es descrita de la siguiente forma: 174 Ibid. p 13. 204 “La persona tiene una dignidad absoluta porque está en relación directa con lo absoluto, único medio en que puede hallar su plena realización; su patria espiritual es todo el universo de los bienes que tienen valor absoluto, y que reflejan, en cierto modo, un absoluto superior al mundo, hacia el cual tienden”. 175 La afirmación de la dimensión intelectual y la afirmación de la participación del ser humano en la religiosidad son dos componentes indispensables para entender el posicionamiento de Maritain respecto a la naturaleza de la persona humana. La creencia de que el lenguaje es un bien positivo del cual participa el hombre, nos llevará a entender que la entidad humana tiene dignidad dado que está hecha a imagen y semejanza del creador. Sin embargo, para Maritain, al igual que el misterio del creador, existe un misterio que habita en el fondo de la persona. Dicho misterio es el que la inclina a la vida social y gregaria. Por lo mismo, indica: . “La personalidad es un todo, pero no es un todo cerrado, es un todo abierto, no es un pequeño dios sin puertas ni ventanas como la mónada de Leibnitz, o un ídolo que no ve, no oye, no habla. Tiende, por naturaleza, a la vida social y a la comunión…Hablando en términos absolutos, la persona no puede estar sola”. 176 Una de las posiciones imprescindibles para comprender a detalle hasta donde lleva Maritain la defensa de la persona humana es indudablemente aquella parte del contenido conceptual en la que se dice que es un todo. En tales menesteres, el filósofo francés indica: “Y es un todo de libertades, porque la persona como tal significa gobierno de sí o independencia (no digo independencia absoluta, la cual es propia de Dios). La sociedad es un todo cuyas partes son, a su vez, todos, y es un organismo hecho de libertades, no de simples células vegetativas”. 177 Para nuestro pensador, la persona humana posee la cualidad ontológica de la libertad, a diferencia de las demás entidades 175 Ibidem. Ibid. p. 15. 177 Ibid. p. 16. 176 205 que en mayor o menor medida responden a cierto tipo de reglas y necesidades fundamentales que resultan inviolables e independientes de deliberación. Con ello, Maritain no niega en ningún momento el hecho de que la persona humana tenga ciertas determinaciones a las cuales esté inclinada. Sin embargo, asume al igual que Hegel que dichas necesidades pueden ser solventadas y seleccionadas por mor de la libertad. El hecho de que la persona humana se encuentre dotada de libertad e independencia la coloca en un plano ontológico distinto al de las demás entidades y también al de los demás seres vivientes. Por la misma razón, considera que la sociedad es un organismo que está hecho de libertades, en tanto que la sociedad es un todo libre que está estructurado por entidades individuales igualmente libres. Para desmarcarse de aquellas posturas que consideran a la sociedad como el fin exclusivo al cual tiende la persona humana, Maritain recurre a la idea de la religiosidad, en tanto que presume que precisamente en dicho lugar se encuentra la patria celeste del ser humano. Igualmente, para negar aquellas posturas nominalistas como la de Hobbes según la cual el hombre no es en esencia un ente social, nuestro pensador recurre al pensamiento aristotélico para afirmar que por placer natural la persona humana reclama la sociabilidad. En tanto que tal posición sustancialista considera como cierta la posición positiva respecto a la naturaleza social de la persona humana, abría que decir que a la par toma en consideración que la susodicha sociabilidad está inevitablemente orientada a alcanzar la felicidad humana. Contrariamente a las posiciones nominalistas en las que se privilegia el derecho del más fuerte, Maritain rescata el pensamiento clásico en su versión más noble para afirmar que una sociedad recta es a la par una sociedad justa que brinda la felicidad a cada uno de sus miembros. En el mismo sentido en el que los nominalistas olvidan en toda ocasión conceptos normativos como el <bien común>, la <felicidad individual y social>, el <beneficio colectivo>, entre otros más; los sustancialistas ponen el acento en tales parámetros para delinear y justificar los derechos fundamentales de la persona humana. En tal cauce, señala: “El fin de la sociedad es el bien común de la misma, el bien del cuerpo social…El bien común de la ciudad no es ni la simple reunión de los 206 bienes privados, ni el bien propio de un todo que (como la especie, por ejemplo, con relación a los individuos, como la colmena con relación a las abejas) se relaciona con él y sacrifica las partes en beneficio colectivo; es la buena vida humana de la multitud, de una multitud de personas, es decir, de totalidades a la vez carnales y espirituales…Bajo pena de desnaturalizarse, el bien común implica y exige el reconocimiento de los derechos fundamentales de las personas”. 178 De tal manera, frente a este escenario nos encontramos con que para Maritain, aunque el fin más sublime de la persona humana no se encuentra en esta tierra, si acepta por lo demás la necesidad de que a través de la sociabilidad se alcance una existencia digna. La sociabilidad, de tal manera, deja entrever en medio de ciertos claroscuros el misterio de la persona humana, ya que por una parte es vista como un todo, pero por otra es considerada un todo que permanece abierto y generoso, contrariamente a la postura hobbesiana según la cual el hombre es el lobo del hombre. “La persona como tal es un todo, un todo abierto y generoso…la persona humana se halla en el grado más bajo de personalidad; está desnuda y miserable: es una persona indigente y llena de necesidades…Por otra parte, en virtud de su relación con lo absoluto, y puesto que está llamada a una vida y a un destino superiores al tiempo, o, dicho de otro modo, en razón de las exigencias más elevadas de la personalidad como tal, la persona humana trasciende todas las sociedades temporales y les es superior… la sociedad y su bien común están indirectamente subordinadas a la realización perfecta de la persona y de sus aspiraciones supratemporales, como a un fin de otro orden que les trasciende”. 179 La conexión de la persona humana con lo supratemporal, con lo que está “fuera-de” y “más allá” del tiempo, es lo que le hace ser superior al resto de las entidades. No cabe duda, en tal sentido, que el parangón más importante para diferenciar a unas entidades de otras es la cuestión de la religiosidad, misma que a su parecer está conectada con la libertad y hechura propia del ser humano. En tal sentido, sentencia: 178 179 Ibid. pp. 17-18. Ibid. pp. 20-21. 207 “Una sola alma humana vale más que todo el universo de los cuerpos y los bienes materiales…Con respecto al valor eterno y a la dignidad absoluta del alma, la sociedad existe para cada persona y le esta subordinada”. 180 Dos tesis sumamente importantes para entender el concepto de persona en Maritain, son sin lugar a dudas, las que competen a la relación entre comunidad política y persona humana. Dado que la prioridad ontológica respecto a la dignidad y a la condición jurídica afirmativa está puesta en la persona humana antes que en la susodicha comunidad política, es preciso entender de qué manera concibe la relación entre tales entidades nuestro pensador. Llevando a cabo tal revisión observaremos que la persona humana no siempre tiene prioridad con respecto a la comunidad política, sino que más bien cabe la posibilidad de que en un tipo de relación específica la comunidad política sea prioritaria. En tal sentido, se indica lo siguiente: a) “El hombre es parte de la comunidad política, e inferior a ésta en cuanto a las cosas que, en él y de él dependen, con respecto a su esencia, de la comunidad política, y pueden en consecuencia, ser llamadas a servir de medios para el bien –temporal- de esta última” b) “Y por otra parte, el hombre trasciende la comunidad política en cuanto a las cosas que en él y de él, por surgir del ordenamiento de la persona como tal en lo absoluto, dependen, con respecto a su esencia, de más alto que la comunidad política y conciernen a la realización – supratemporal- de la persona en tanto que persona”. 181 A razón de lo mencionado con anterioridad, Maritain indica que el sustento divino del cual está dotado la persona humana, su conexión con lo supratemporal, es su verdadero germen y no la sociedad. En otros términos, para Maritain la parte divina de la persona humana es anterior y prioritaria a cualquier tipo de sociedad en lo que compete a su fin-final. “La raíz primera de 180 181 Ibid. pp 21-22. Ibid. pp. 24-25 208 la persona no es la sociedad, sino Dios”. 182 La fuente o raíz divina de la persona le dará la cualidad ontológica de la dignidad, igualmente le otorgara un lugar diferente al de los demás tipos de entes. Resulta imposible, en este contexto, no enlazar las afirmaciones de Maritain con las escrituras sagradas, en concreto con el libro del génesis. Recordemos que en tal lugar se afirma que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, y que precisamente por dicha causa la voluntad divina determinó que fuese el hombre el que nombrará y dominará sobre todas las demás entidades en su propio provecho. En tal sentido, dicha idea es indudablemente antropocéntrica en tanto que se asume que todos los entes existentes en el mundo fueron hechos por y para las entidades humanas, es decir, las personas. Para que una sociedad pueda ser considerada como democrática y personalista, debe de cumplir ciertos requisitos fundamentales. En tal sentido, Maritain señala que una sociedad libre e igualitaria debe de ser personalista, comunitaria, pluralista y también teísta o cristiana. A continuación observaremos resumidamente de qué forma explica nuestro filósofo los puntos mencionados. 1. Es personalista, porque considera a la sociedad como un todo de personas, cuya dignidad es anterior a la sociedad. 2. Es comunitaria, porque reconoce que la persona tiende naturalmente a la sociedad y a la comunión. 3. Es pluralista, porque comprende que el desarrollo de la persona humana reclama normalmente una pluralidad de comunidades autónomas, con sus derechos, sus libertades y su autoridad propios. 4. Es teísta o cristiana, no en el sentido de exigir que cada uno de los miembros de la sociedad crea en Dios o sea cristiano, sino en el sentido de reconocer que en la realidad de las cosas, Dios, principio y fin de la persona humana, y primer principio del derecho natural, es también el principio de la sociedad política y 182 Ibid, p. 26. 209 de la autoridad entre nosotros…Quienes no creen en Dios o no profesan el cristianismo, pueden empero, si creen en la dignidad de la persona humana, en la justicia, en la libertad, en el amor al prójimo, cooperar a la realización de tal concepción, y cooperar al bien común…”. 183 De tal forma nos encontramos que en el primer punto se determina que la prioridad ontológica de la cual hemos hablado a lo largo del trabajo se encuentra puesta en la persona humana. En el segundo punto, se acepta la naturaleza sociedad de la susodicha persona humana. Aunque quizá los aspectos que más llamen la atención por lo controvertidos que pueden resultar son los dos últimos. En tal sentido, con respecto al pluralismo, se entiende a aquel como la necesidad de que exista cierta autonomía entre algunos grupos sociales. En tal sentido, cabe señalar que su posición parece apuntalar a la exigencia de algunos grupos culturales que han pugnado por la aceptación de la pluralidad cultural al interior de algunos Estado-Nación. El cuarto punto, indudablemente el más llamativo, señala que la sociedad debe de ser teísta o cristiana. En este sentido, su posición se desmarca de cualquier afirmación confesional o intolerante. Por el contrario, en tanto que Maritain considera que son las escrituras sagradas las que de mejor manera explican y defienden la dignidad de la persona humana, considera que dicho mensaje bíblico debe de ser observado y respetado en una sociedad libre e igualitaria. Con ello, la defensa de la persona humana se sustenta en la práctica y el ejercicio de los derechos humanos. Por lo mismo, indica atinadamente que en una sociedad secular en la que el culto religioso no se encuentra determinado por disposiciones institucionales puede cumplir con tal requisito, siempre y cuando la persona humana sea respetada y dignificada, es decir, sea considerada en su justa medida. No es por ello una casualidad que Maritain considere, como lo hicieron los conciliaristas parisinos en la tardía edad media, que el concepto democrático que conocemos hoy en día es de manufactura cristiana. 183 Ibid. pp. 28-29. 210 En suma, la filosofía de Maritain es sustancialista por los elementos mencionados. Sin embargo, su apego íntimo a la filosofía y teología cristiana no deja de ensombrecer en alguna medida su trabajo intelectual. El ideal de la filosofía crítica ha sido precisamente el de cuestionar todos y cada uno de los axiomas de cualquier sistema de pensamiento para, de tal manera y a través de una sana mayéutica, conseguir sustentar cualquier tesis ya sea desde el punto de vista de la razón posible ya sea desde el punto de vista de la razón apofántica o absoluta. Si miramos desde ese punto de vista la filosofía de Maritain tenemos que decir forzosamente que existen muchos momentos en los que cumple con tales requisitos, pero también muchos otros en los que deja de ofrecer una explicación enteramente racional a sus postulados. El hecho de que en sus escritos no aparezca jamás un desarrollo teórico importante acerca de conceptos tales como el de justicia nos deja con un sabor amargo de boca y con muchos cuestionamientos pendientes. ¿Cómo puede alguien defender la postura sustancialista sin explicar a detalle la diferencia entre lo physis y lo nomos? ¿De qué manera comprender la idea del derecho natural sin recurrir a la explicación de teorías morales sustentables? ¿Es posible prescindir no ya tanto históricamente si no también teóricamente de las tesis de la esclavitud moral y social para explicar con una lógica viable la sustancialidad del ente humano? El hecho de que Maritain dejará gran parte de su teoría al margen de la explicación lógica y racional, para recurrir a aporías místicas irresolubles, oscurece su gran labor de promoción y exhortación para la defensa de la persona humana. Sin embargo, si hemos hablar de sus mayores aportes indudablemente cometeríamos un enorme error histórico al olvidar que fue precisamente él quien llevo a nuevas fronteras el pensamiento de Emmanuel Mounier, según el cual la persona humana debe ser el centro de las reflexiones la filosofía política contemporánea. Nosotros nos mantenemos en esa línea de pensamiento que nos parece que se ha sido olvidada por la nueva tendencia relativista y postmoderna que consiste en ver en todos los fenómenos sociales y humanos una cierta participación de la verdad en términos cambiantes y contingentes. 211 4.3 Nociones conceptuales de la teoría política de Rawls. De todas las teorías que hemos analizado hasta el momento, quizá la que más ricos matices presenta tanto de una vertiente como de otra es la de John Rawls. Por eso mismo, su catalogación exige de nosotros la máxima rigurosidad posible, pues sus matices son capaces de confundirnos con mucha facilidad. Contrariamente al pensamiento de Sepúlveda y de Hobbes en donde el nominalismo y la visión de la justicia como la ley del más fuerte aparecen expresadas explícitamente, Rawls no participa enteramente ni de la idea nominalista ni de la visión de la justicia según aquellos contenidos. De hecho, su teoría es sumamente importante para entender en el mundo moderno la aparición y consolidación de una de las tesis de la filosofía política más vigentes para la democracia liberal, a saber, “la justicia como equidad”. En cierto sentido su postura puede ser catalogada como tímidamente ecléctica pues a pesar de defender posturas sustancialistas en realidad su tendencia más expresa es la de la vertiente contraria. Por tales razones, el análisis que haremos de su pensamiento tiene más que ver con la posición relativista que tiene acerca de la persona humana, que con la visión nominalista que niega de la mutua relación entre filosofía moral y filosofía y ciencia política. 4.3.1 El papel de la filosofía política. Desde tal punto de vista, el primero de los aspectos que es menester aclarar con respecto a su teoría es el lugar de residencia que se presume de la filosofía política. A partir de tal ángulo y sólo a partir de aquel, podremos observar a grandes rasgos cuáles son los cuatro papeles que nuestro filósofo imputa a esa ramificación de la madre de las ciencias. Al descubrir los cuatro papeles que presume de la filosofía política, podremos también identificar sus posibles límites dentro de tal teoría. Toda definición de tareas es por ello mismo definición de sentido y de horizontes de comprensión. De tal manera, tenemos que los cuatro papeles de la filosofía política son para Rawls los siguientes: 212 1. Práctico: Una de las tareas de la filosofía política es fijar la atención en las cuestiones profundamente disputadas y ver si, pese a las apariencias, puede descubrirse alguna base subyacente de acuerdo filosófico y moral. O si no puede encontrarse dicha base de acuerdo, quizá al menos pueda limitarse la divergencia de opinión filosófica y moral que está en la raíz de las diferencias políticas decisivas, de tal modo que todavía pueda mantenerse la cooperación social entre ciudadanos sobre la base del respeto mutuo. 2. Orientación: La filosofía política puede contribuir al modo en que un pueblo considera globalmente sus instituciones políticas y sociales, y sus objetivos y propósitos básicos como sociedad con historia –como nación-, a diferencia de sus propósitos como individuos o miembros de familias y asociaciones. 3. Reconciliación: La filosofía política puede tratar de calmar nuestra frustración y nuestra ira contra nuestra sociedad y su historia, mostrándonos cómo sus instituciones, cuando se las entiende adecuadamente desde un punto de vista filosófico son racionales y se han desarrollado a lo largo del tiempo de ese preciso modo a fin de alcanzar su forma racional presente. 4. Nosotros concebimos la filosofía política como realistamente utópica, esto es, como una disciplina que investiga los límites de la posibilidad política practicable. 184 Analicemos brevemente cada una de las posiciones de Rawls respecto a las cuatro tareas fundamentales de la filosofía política. El primer punto (quizá el más importante, pues de ahí pueden deducirse los siguientes tres) nos dice que el papel de la filosofía política es sustancialmente práctico. Con esto, nuestro pensador indica que la filosofía política tiene la necesidad de plantearse una misión mediadora entre los intereses y las posturas políticas, filosóficas, morales, religiosas y sociales de un Estado determinado. La finalidad de la disciplina es entonces la de encontrar los puntos de encuentro fundamentales entre cada una de esas visiones comprehensivas para que 184 Rawls, John, La justicia como equidad. Una reformulación, Paidós, Barcelona, 2000, pp. 2325. 213 pueda llevarse a cabo una sana convivencia. Encontrar los puntos de encuentro, subrayarlos e incentivarlos sería la meta primera de todo filósofo político que se precie de serlo. De tal modo, el interés práctico de la disciplina se encuentra planteado en Rawls a razón de un régimen de gobierno democrático o, en todo caso, a razón de un régimen de gobierno en donde impere la idea de una sociedad bien ordenada, como posteriormente lo veremos con mayor detenimiento. Asimismo, en tanto que sólo en donde exista un régimen de gobierno que permita y fomente la pluralidad entre los miembros que componen a la sociedad se pueden buscar puntos de encuentro objetivos y equitativos, la filosofía política que defenderá Rawls estará ordenada a alcanzar lo que tal filósofo denomina como consensos entrecruzados. Por las razones mencionadas, es fundamental poner énfasis en que para Rawls la filosofía política asume siempre un papel sustancialmente activo en los fenómenos políticos concretos de las sociedades gobernadas democráticamente, ya que en cierto sentido aquella es moderadora. De tal manera, lo que aquel pensador propone no es crear una filosofía como concepción del mundo o bien una filosofía moral comprehensiva sino que, más bien, lo que plantea es la necesidad de que la filosofía política se encuentre al margen de cualquier posicionamiento moral y religioso. Por lo mismo, una de sus tesis fundamentales es la de crear un concepto de justicia y de persona que sea político y no metafísico. El segundo papel de la filosofía política para Rawls es el de llevar a cabo una cierta orientación en la cultura política e histórica de una sociedad determinada. En tal cauce, su propuesta nos indica que la filosofía política hace comprensibles y asequibles al representante político y al intelectual los aspectos más importantes de las instituciones que rigen en su nación. Asimismo, dicha comprensibilidad y dicho acercamiento estarán mediados en mayor o menor medida por una comprensión lógica y sistemática del progreso histórico de las estructuras básicas de la sociedad. Es decir, el segundo papel de la filosofía política consiste en explicar por qué motivos y razones las instituciones y la estructura básica de una sociedad son razonables. De igual modo, este objetivo se sustenta en la praxis, pues en caso de que las instituciones existentes o las recientemente creadas presenten contradicciones 214 entre sí, la labor del filósofo político es precisamente la de sacar a la luz tales contradicciones para que la estructura básica pueda tener una configuración coherente con sus principios fundamentales. Por lo mismo, la orientación que se presume no tiene que ver con la que se lleva a cabo en la sociedad civil, en el régimen familiar o en el fuero de la conciencia, sino más bien en el fuero externo y general que regula las relaciones entre personas libres e iguales en tanto que ciudadanos. El tercer papel de la filosofía política se desprende del primero y del segundo papel, pues en dicha labor el acercamiento y la comprensibilidad están dirigidos al ciudadano común y corriente. En otros giros, la tercera labor de la filosofía política exige de aquella la interpretación de las instituciones y de la estructura básica desde cierto horizonte de comprensibilidad historiográfico, ángulo desde el cual puede mostrarse la racionalidad intrínseca del progreso institucional. En este tercer punto, el pensamiento de Rawls se acerca medianamente al planteamiento hegeliano según el cual la filosofía del derecho debe de tener la mirada puesta en el desarrollo de la relación entre Instituciones y Pandectas. En este sentido, la filosofía política tiene una íntima vinculación con la filosofía de la historia y, por ende, también con una cierta precomprensión de lo que es el desarrollo de las instituciones y de las estructuras básicas de una sociedad. La susodicha precomprensión estará fundada en el objetivo de alcanzar una sociedad bien ordenada, en la que impere lo razonable de las doctrinas comprehensivas, para que se pueda alcanzar una convivencia plural y equitativa. De tal modo, el progreso histórico de las instituciones y las estructuras básicas será visto casi dogmáticamente como un progreso que tiene que ver con la consolidación del ideal democrático liberal. El cuarto objetivo de la filosofía política es probablemente el que representa de una forma más clara el acercamiento de la teoría de Rawls respecto a la filosofía política clásica. En tal sentido, el planteamiento resulta interesante, pues lo que se propone la disciplina desde este punto de vista es el hecho de construir una visión realistamente utópica, según la cual se logre un acercamiento estrecho entre el mundo del ser y el mundo del deber ser. De 215 tal manera, teoría y práctica se conjugarían, tratando de formar siempre una realidad que no sea unidimensional o unilateral. En tal sentido, hay que recordar que tanto la filosofía platónica como la filosofía aristotélica en todo momento trataron de dar respuesta a los problemas de su tiempo. Asimismo el hecho de que consideremos a tales textos como universales y por ende como fundamentales para entender a nuestra época radica en su peculiar capacidad para dotar de imágenes y representaciones universales a lo singular. En otras palabras, Rawls considera que sin perder de vista un marco teórico sólido, la filosofía política debe tener la capacidad de responder a las necesidades contextuales de una sociedad determinada. 4.3.2 Lo metafísico y las doctrinas comprehensivas. Indudablemente, la visión de Rawls respecto a la filosofía política puede ser denominada como pragmática, en el sentido de que considera que aquella disciplina debe estar orientada a la acción y no única y exclusivamente a la contemplación especulativa. Tal vez de ahí provenga su indudable rechazo a concepciones derivadas de la metafísica. Sin embargo, hay que considerar que su posición representa ya en sí, queriéndolo o no, una posición metafísica muy específica. Con ello lo que queremos decir es que la postura de Rawls es relativista en el sentido de que considera que aquellas tareas son variables e inestables por las características de cada uno de los escenarios o regímenes posibles. Verdaderamente considera que la tarea de la filosofía política no es la misma en un Estado-nación en donde las estructuras básicas respondan a una lógica secular que en otra en la que dichas estructuras respondan a una lógica confesional. Indudablemente, el trabajo del filósofo político será en cada uno de esos contextos de diferente envergadura. En una sociedad enteramente secularizada se intentarán consolidar los marcos de pluralidad razonable, mientras que una sociedad que está en proceso de secularización la tarea primordial será la de incentivar esa pluralidad sobre la base de consensos entrecruzados. La consolidación de la democracia liberal como forma de gobierno y como modus vivendi será inexorablemente el objetivo que las 216 sociedades contemporáneas deben alcanzar tarde o temprano, desde el punto de vista de Rawls. A razón de tal motivo, indica: “Yo creo que una sociedad democrática no es una comunidad ni puede serlo, entiendo por comunidad un cuerpo de personas unidas en la defensa de la misma doctrina comprehensiva o parcialmente comprehensiva. Semejante cosa la hace imposible el hecho del pluralismo razonable que caracteriza a una sociedad con instituciones libres. Es el hecho de las diferencias profundas e irreconciliables en las concepciones del mundo de los ciudadanos, en esas razonables concepciones religiosas y filosóficas comprehensivas, y en sus visiones de los valores morales y estéticos que deben primar en la vida humana…Tampoco es la sociedad política una asociación, ni puede serlo. No entramos en ella voluntariamente”. 185 Dado que la forma en la que acceden las personas a las sociedades democráticas o a las sociedades bien ordenadas no es voluntaria ni tampoco se fundamenta en una doctrina comprehensiva específica, habría que decir que los nexos que tendrían que unir a los ciudadanos deben ser de distinta naturaleza. Por lo mismo, la concepción de Rawls respecto a la naturaleza de la unión política y de la identidad o el sentimiento de pertenencia a una sociedad determinada requieren estar formulados sobre los principios de la equidad y la cooperación, ideas que a su vez van a configurar lo que es denominado como la concepción política de la justicia. Si es correcto decir que el sentimiento de pertenencia a una sociedad determinada no viene configurado por la agregación voluntaria a una doctrina comprehensiva específica, y que aún así toda sociedad necesita que sus miembros posean aquel sentimiento de identidad, es igualmente correcto afirmar que dicho sentimiento tendría que estar modulado por parámetros distintos a los que son en esencia doctrinales o dogmáticos de un sector social o intelectual específico. Por lo mismo, pareciera ser que en este sentido Rawls rechaza la posibilidad de la construcción identitaria a partir de conceptos tales como 185 Ibid., pp. 24-26. 217 nación, lengua o cultura desde un punto de vista pluralista. De tal manera, apuntala: “La idea más fundamental en esta concepción de la justicia es la idea de la sociedad como un sistema equitativo de cooperación social a lo largo del tiempo de una generación a la siguiente… Para elaborar esta idea central recurrimos a otras dos ideas fundamentales que la acompañan. Son éstas: la idea de los ciudadanos (los que participan en la cooperación) como personas libres e iguales; y la idea de la sociedad bien ordenada, esto es, de una sociedad efectivamente regulada por una concepción pública de la justicia…estas ideas intuitivas fundamentales son tenidas por familiares en la cultura política pública de una sociedad democrática. Aun cuando dichas ideas a menudo no se formulan expresamente, ni se delimita claramente su significado, pueden desempeñar un papel fundamental en el pensamiento político de la sociedad y en el modo en el que interpretan sus instituciones, y en cómo se les confiere una relevancia duradera en los textos históricos y de otra índole”. 186 Desde el punto de vista de Rawls, la justicia no es por ningún motivo la ley del más fuerte sobre el más débil, como si lo es, por ejemplo, para los demás nominalistas. A razón de tal motivo, su teoría es vanguardista y en cierto sentido difícilmente clasificable, ya que lo que precisamente pretende erradicar es la posibilidad de que el más fuerte domine sobre el más débil. Empero, por lo mismo, es necesario analizar su ofrecimiento teórico y conceptual concienzudamente. La idea que subyace en el fondo de su propuesta es la necesidad de que las sociedades contemporáneas construyan un concepto de justicia y equidad lo más universal posible. Sin embargo, en la búsqueda de tal universalidad pueden ser encontrados rasgos de relativismo que se manifiestan entre otros sitios en el escaso riesgo que asume el filósofo para ofrecer conceptos concretos de términos tales como justicia. Su negación a ofrecer contenidos específicos para tales conceptos proviene de la idea que tiene 186 Ibid. p. 28. 218 acerca de la capacidad de integración del sistema teórico. Según su forma de ver las cosas, solamente una teoría que no ofrezca ideas normativas y prescriptivas de la justicia tendría la capacidad de responder a necesidades prácticas en casi todos los casos posibles. En tal sentido, asume que el derecho positivo es el más próximo, pero también el más real y el más inmediato, contrariamente al pensamiento de los sustancialistas. De tal modo, su idea de la justicia sustituye conceptos tales como el de “lo racional” (Rational) por el de “lo razonable” (Reasonable). Dicho salto, evidentemente, no es ni casual ni inocente y, por el contrario, representa un giro o subversión conceptual que es difícil de no ver, pues altera todo el sistema teórico de la justicia según términos sustancialistas. El salto que se lleva a cabo entre racionalidad y razonabilidad es el mismo que se lleva a cabo entre episteme y endoxai, así como el que se lleva a cabo entre la verdad única de los sustancialistas y la verdad como probabilidad de los fídeistas. Empero, a pesar de ello, no podemos catalogar a su teoría de incoherente, pues precisamente el código de eticidad más importante de las democracias directas y representativas consiste en predicar que en aspectos políticos, jurídicos y sociales no hay verdades absolutas, sino única y exclusivamente relativas. La verdad en cuanto tal es sustituida por la validez de la opinión. Por el mismo motivo, resulta mucho más difícil, pero no por ello imposible, sustentar desde la lógica de un régimen de gobierno democrático la idea del derecho natural, fijo, universal e inamovible. En este sentido, Rawls señala de forma atinada lo siguiente: “Que una sociedad democrática a menudo se entiende como un sistema de cooperación social lo sugiere el hecho de que, desde un punto de vista político y en el contexto de la discusión pública de cuestiones básicas de derecho político, sus ciudadanos no conciben su orden social como un orden natural fijo o como una estructura institucional justificada sobre la base de doctrinas religiosas o principios jerárquicos que expresan valores aristocráticos”. 187 187 Ibidem. 219 La lógica de la forma de gobierno democrática indica que lo importante es alcanzar consensos entre los distintos grupos y poderes sociales para obtener una recíproca cooperación estable y duradera. Por lo mismo, el régimen de gobierno democrático considera como uno de sus valores fundamentales la autarquía. El auto-gobierno que lleva a cabo la ciudadanía en las democracias a través de la creación, promulgación y administración de las leyes es su elemento diferencial de otras formas de gobierno en las que dichas tareas están restringidas a un grupo o sector social muy específico. Por lo mismo, la tesis de Rawls respecto a la conversión de conceptos tiene que ver con una idea fundamental. En lugar de decir: el hombre es por naturaleza un animal racional que puede alcanzar la verdad a través de la ciencia; se dice: el hombre es un ser razonable, que dado que sabe que no puede conocer la verdad absoluta en cuestiones políticas se limita a dar opiniones comprehensivas que sean tolerantes con las ideas comprehensivas del resto del conglomerado social. Este es el principio de los consensos entrecruzados, mismos que permiten y también limitan la existencia de la llamada cooperación social. Respecto a la cooperación social, existen tres rasgos esenciales que resulta menester conocer. En tal sentido, Rawls indica: a) La cooperación social es cosa distinta de la mera actividad socialmente coordinada. La cooperación social está guiada por reglas y procedimientos públicamente reconocidos que los cooperantes aceptan como apropiados para regular su conducta. b) La idea de cooperación incluye la idea de los términos equitativos de la cooperación, términos que cada participante puede aceptar razonablemente, y a veces debería aceptar, siempre que todos los demás los acepten de igual modo. Los términos equitativos de la cooperación definen una idea de reciprocidad o mutualidad: todo el que hace su parte según lo exigen las reglas reconocidas debe beneficiarse de acuerdo con un criterio público y aceptado. c) La idea de cooperación también incluye la idea de ventaja racional, o de bien, de cada participante. La idea de ventaja racional define 220 aquello que persiguen los que participan en la cooperación para promover su propio bien. 188 Desde el punto de vista de Rawls, para que una sociedad pueda ser considerada como democrática o al menos como bien ordenada, debe de cumplir con el supuesto de la cooperación social. Por lo mismo, el lugar que ocupa aquella en el sistema conceptual del filósofo estadounidense es sumamente importante, ya que a la par de hablarnos de la forma en la que la sociedad se encuentra organizada en el ámbito de la sociedad civil (según términos hegelianos), también nos hablará del aspecto más importante para nuestro trabajo, a saber, la forma en la que las personas se relacionan entre sí para conseguir formar un todo unitario cuyo nombre es sociedad política y jurídica. Aunque Rawls reconoce que la cooperación requiere de un cierto tipo de coordinación para llevar a cabo sus tareas fundamentales, no por ello reconoce en tal coordinación el elemento más importante para entender a la sociedad. Debido, entre otras cosas, a que cualquier organización humana creada ya sea para intereses privados o públicos, requiere de aquella coordinación, el estadounidense considera que lo más importante para distinguir la cooperación social de cualquier otro tipo de cooperación tiene que ver con las reglas formales o informales que son públicamente aceptadas como indispensables para regular el actuar de los individuos. De igual manera, nos indica que la construcción de dichas reglas del juego requiere contemplar términos equitativos de cooperación según los cuales gran parte de los individuos puedan verse beneficiados. En este aspecto algo que es menester señalar es la forma en la que se asimilan las ideas reciprocidad-razonabilidad y bien propio-racionalidad. Según está doble dicotomía, podremos entender que en un primer momento Rawls separa a lo racional de lo razonable en el mismo sentido que separa a lo colectivo de lo individual. 188 Ibid. p 29. 221 4.3.3 La persona humana en el sistema de Rawls. En el cauce mencionado con anterioridad, un aspecto que es menester conocer a fondo es el que tiene que ver con la forma concreta en la que Rawls enmarca la participación de las personas en la cooperación social. De tal manera, podremos ser capaces de observar hasta dónde lleva a cabo la distinción entre lo racional y lo razonable. En tal línea de pensamiento, aclara: “Si aplicamos la distinción al caso más simple, a saber, a las personas que participan en la cooperación y que gozan de la condición de iguales en aspectos relevantes (o, para abreviar, simétricamente), tenemos lo siguiente: las personas razonables están dispuestas a proponer, o a reconocer, cuando son otros los que proponen, los principios necesarios para definir que todos pueden aceptar como términos equitativos de la cooperación. Las personas razonables también entienden que han de honrar esos principios, aun a expensas de sus propios intereses si así lo exigen las circunstancias, siempre que los demás estén dispuestos también a honrarlo. Es irrazonable no estar dispuesto a proponer dichos principios o a honrar los términos equitativos de la cooperación cuando podemos razonablemente esperar que los demás los van a aceptar; es más irrazonable que alguien meramente parezca o finja proponerlos u honrarlos, pero esté dispuesto a violarlos en su propio beneficio tan pronto como lo permita la ocasión”. 189 De tal modo, con el texto anterior podemos darnos cuenta que la dicotomía razonabilidad-reciprocidad y racionalidad-propio expone de manera idónea el pensamiento de Rawls en el aspecto de la mencionada cooperación social. La razonabilidad, por lo mismo, sólo tiene cabida ahí en donde existen heterorelaciones, mismas en las cuales existe la posibilidad de afirmar o negar la tolerancia entre doctrinas comprehensivas que en aspectos fundamentales se excluyen o contradicen. Asimismo, el pilar sobre el cual descansa la 189 Ibidem. 222 existencia de la razonabilidad es la simetría que existe entre ciudadanos para aceptar las propuestas de los otros como válidas. En tal sentido, es menester aclarar que la razonabilidad se relaciona directamente con el reconocimiento de la otredad. Ser razonable significa para nuestro filósofo tener la capacidad jurídica, formal y material, de aceptar en el otro a un ser racional que amén de mirar por su interés propio, también tiene la capacidad de ofrecer respuestas a las demandas ciudadanas. Por lo mismo, al modo de parecer de Rawls, solamente las democracias o las sociedades políticas bien organizadas tienen la capacidad de dar solución a esta singular característica de la razonabilidad. Por otro lado, los tres aspectos más importantes de una sociedad política bien organizada, son para Rawls, los siguientes: a) Una concepción pública y comúnmente aceptada de la justicia. b) Regulación efectiva de dicha concepción de la justicia, en donde la estructura básica satisface esos principios. c) Los ciudadanos entienden y aplican esos principios a través de deberes y obligaciones. En la teoría de Rawls las sociedades políticas bien organizadas presentan tres componentes indispensables. El primero de ellos, responde a la necesidad de que las personas se sientan identificadas con algo común. Probablemente pensando el asunto de la misma manera que lo hace Cicerón, Rawls considera que en una sociedad política es imprescindible que los ciudadanos tengan una identidad constitucional común que garantice a todos los miembros el reconocimiento del otro como un ser jurídico. De tal forma, lo que uniría a los ciudadanos no sería tanto la raza, el idioma, la cultura, la religión o cualquier otra adscripción personal, sino precisamente su condición de aceptabilidad a los patrones de justicia que regulan la vida cotidiana de la sociedad política. El individuo o la persona, vistos desde está cooperación, se despojan de toda su singularización más próxima para reconocerse en otra singularización que aparentemente es universal, la condición ciudadana. En tal sentido, hay que mirar con atención la postura de Rawls y darnos cuenta que su defensa de la persona en tanto que entidad se encuentra en función de la ciudadanía, de la 223 condición en la cuál se encuentra el individuo al tener relaciones con el Estado, de tal manera, el ciudadano sólo es ciudadano si existe un Estado que le considere así. De otra forma pierde todos sus contenidos objetivos y universales, pues no se mira a la persona como ente humano sino como ente político con derechos jurídicos. El segundo componente de las sociedades bien organizadas nos habla acerca de un aspecto relevante. Si el primer componente responde a la necesidad que tiene la sociedad política de que sus miembros crean en los mismos patrones de justicia, el segundo componente responde a la necesidad de que dichos patrones sean operados en la vida concreta de forma efectiva. De tal modo, la cuestión aquí se relaciona con la legalidad y la legitimidad, pues pueden darse casos en los que las leyes estén escritas bajo el consentimiento general, pero sin embargo que en la vida concreta no se lleven a cabo. La impunidad, la corrupción, el nepotismo, entre otros delitos de carácter político, tratan de ser evitados a través de este segundo elemento. Por lo mismo, se intenta que la ley escrita sea ley viva no ley muerta. El tercer componente es el que tiene que ver con la forma en la que los ciudadanos entienden su actuar en la vida cotidiana. De tal forma, los patrones de justicia deben estar planteados de tal forma que sean capaces de ser operados de forma concreta por las personas que se encuentran en la base del espectro y la pirámide político-social. Los ciudadanos deben de ser capaces de asumir no sólo de palabra su conformidad con los patrones de justicia, sino que también, a la par, deben encarnarlos cumpliendo a cabalidad los derechos y las obligaciones que les son propios. Otro tema que es importante abordar aunque sólo sea sucintamente es el de la estructura básica. Aquella categoría es muy importante para comprender el sistema de pensamiento del estadounidense, ya que constituye el núcleo sobre el cual se encuentran justificadas todas y cada una de sus propuestas. En tal cauce, resalta sus contenidos de la siguiente manera: 224 “La estructura básica de la sociedad es el modo en que las principales instituciones políticas y sociales de la sociedad encajan en un sistema de cooperación social, y el modo en que asignan derechos y deberes básicos y regulan la división de las ventajas que surgen de la cooperación social a lo largo del tiempo… es el marco social de trasfondo en cuyo seno tienen lugar las actividades de las asociaciones y los individuos”. 190 Desde el punto de vista de nuestro filósofo, la estructura básica la constituyen aquellas reglas del juego, tanto formales como informales, que moldean y dan sentido a la vida social en el marco de la cooperación que le es característica. De tal manera, dicha estructura básica tiene la propiedad de ser perdurable a través del tiempo. Esto quiere decir, que nacemos al interior de una estructura básica que configura de una u otra manera nuestro actuar en la sociedad. Sin embargo, una de las dimensiones del actuar político consiste precisamente en cambiar dichas reglas del juego, en adaptarlas a las necesidades cambiantes de la sociedad. Por lo mismo, tenemos que si bien es cierto que los patrones de justicia comunes son los que dan identidad y filiación a los miembros de la sociedad, la estructura básica es el corpus institucional en el que se materializan dichos patrones de justicia. A razón de ello, la estructura básica está compuesta no sólo por los documentos legales que rigen la vida de una sociedad concreta, sino que también está compuesta por todas aquellas tradiciones y costumbres que aún sin estar plenamente legalizadas forman parte de la manera en la que los miembros de la sociedad entienden su vida cotidiana. La discrecionalidad con la que se cumple la ley nace precisamente de esta última manera de entender la vida política, y aquí se debe de encontrar cristalizado el respeto a los principios básicos de la justicia política Dentro de la estructura básica tienen cabida tanto las leyes escritas como las normas no escritas. En algunas ocasiones dicha estructura puede responder a la razonabilidad y en otras a la racionalidad, entendiendo a la primera como el origen del altruismo y a la segunda como el origen del egoísmo. Cuando son 190 Ibid. p. 33. 225 razonables las reglas de la estructura básica se dice que aquellas están orientadas plenamente a la mutualidad o reciprocidad de la cooperación social. Contrariamente, cuando son racionales están orientadas fundamentalmente a los intereses privados de los individuos. Lo idóneo sería, para Rawls, que la estructura básica estuviera compuesta primordialmente por reglas razonables que permitan la sana convivencia entre doctrinas comprehensivas tolerantes. Sin embargo, para que aquellas adquieran realmente fuerza necesitan del apoyo de lo racional, o lo que es lo mismo, necesitan estar organizadas de manera tal que siempre signifiquen tanto una ventaja individual como colectiva. Asimismo, la protección que Rawls propone crear para la estructura básica, en tanto que siempre está expuesta a la dominación de los valores privados sobre los valores públicos, es la idea de crear patrones de justicia comunes que sean compatibles con la equidad. En tal menester, aclara: “La justicia como equidad es una concepción política de la justicia, no una concepción general: se aplica primero a la estructura básica y entiende que esas otras cuestiones de justicia local, así como las cuestiones de justicia global (lo que yo llamo derecho de gentes), reclaman por méritos propios una consideración aparte”. 191 Igualmente, en otro lugar complementa lo anterior diciendo: “…la justicia como equidad no es una doctrina religiosa, filosófica o moral comprehensiva, esto es, una doctrina que se aplique a todos los objetos y que comprenda todos los valores. Tampoco hemos de entenderla como si esa estructura no fuera más que otro objeto al que ha de aplicarse aquella visión comprehensiva. Ni la filosofía política ni la justicia como equidad son en este sentido filosofía moral aplicada. La filosofía política tiene sus propios rasgos y problemas distintivos”. 192 La justicia como equidad, según los términos expuestos, se desmarca de la posición de los nominalistas como Sepúlveda o Hobbes. Mientras que para 191 192 Ibid. p. 34. Ibid, p 38. 226 estos dos últimos la justicia es sin más la ley del más fuerte, para Rawls la justicia como equidad debe de evitar que aquella sea la regla que rija en la sociedad. Si los nominalistas entienden comúnmente al derecho como mero derecho positivo en el que la ley natural tiene el mismo valor entre entes animados e irracionales que entre entes animados y racionales, para Rawls lo fundamental del concepto justicia es el litigio por encontrar una equidad en la que la violencia no tenga cabida. Si para los nominalistas la regla fundamental del derecho consiste en decir que todo está permitido hasta que una ley humana indique lo contrario, para Rawls lo fundamental en la construcción de una sociedad es el hecho de que no todo este permitido, de que se respeten y toleren las doctrinas comprehensivas de la alteridad. Sin embargo, su concepto de justicia peca de relativismo, pues no se atreve a afirmar que existe una ley natural en la que las reglas sean generales, universales y absolutas. Por el contrario, indica que aquellas leyes generales solamente pueden ser concebibles en la lógica del derecho de gentes. Un aspecto relevante en el que la filosofía de Rawls se acerca a la filosofía de sus antecesores nominalistas es aquella según la cual la filosofía política y la filosofía moral deben encontrarse completamente separadas y en cierto sentidos inconexas. De igual forma, si se le ha de considerar nominalista en algún sentido, no es por los contenidos de su concepto de justicia en cuanto tal, sino más bien por la forma en la que piensa que los patrones de justicia se construyen en una sociedad. En otros giros, si con la justicia se busca la equidad, entonces se tiene que admitir que en el estado natural dicha equidad no existe. Si en la naturaleza no existen rasgos cognoscibles por los cuales podamos admitir la posibilidad de erigir un Estado de Derecho, entonces la construcción de dicho imperio de la ley debe de ser artificial o consensual. La creación de dicho consenso tendrá en el marco de la teoría de Rawls la característica de no ser histórico y de ser meramente hipótetico. La aplicación de dichos principios se encuentra contenida en lo que denomina con el nombre del “velo de la ignorancia” cuyas particularidades son las dos siguientes: i) Hipotética, porque preguntamos qué podrían acordar o qué acordarían las partes (tal como se describen), no qué han acordado. 227 ii) No histórica, porque no suponemos que el acuerdo se haya alcanzado alguna vez o que, de hecho, pudiera alguna vez alcanzarse realmente. E incluso si pudiera alcanzarse, eso no supondría diferencia alguna. 193 De tal modo, tenemos que el contrato que propone Rawls no es considerado en ningún momento como un contrato real que haya sido asumido en un período histórico concreto. Por el contrario, el contrato del cual habla se plantea más bien como proyecto. En dicho proyecto existen dos principios de justicia que son importantes, pues sin su existencia la efectividad del contrato y del velo de la ignorancia resultaría nula. Aquellos son esbozados en su Teoría de la Justicia de la siguiente forma: Primero: Cada persona ha de tener un derecho igual al esquema más extenso de libertades básicas que sea compatible con un esquema semejante de libertades para los demás. Segundo: las desigualdades sociales y económicas habrán de ser conformadas de modo tal que a la vez que: a) se espere razonablemente que sean ventajosas para todos, b) se vinculen a empleos y cargos asequibles para todos. 194 Las dos concepciones generales de justicia vistas anteriormente muestran a grandes rasgos cuáles son las condiciones iniciales mínimas para construir una sociedad basada en los principios democráticos liberales. En un primero momento se asume que existe un derecho, o más bien una necesidad social para el bienestar común, que consiste en que todos los ciudadanos tengan acceso a cierto tipo de bienes básicos, ya que sólo de esa forma podrían hacer uso de su libertad política. Efectivamente, cuando esas condiciones no se cumplen, la vida política queda simplemente esterilizada. La sociedad política tendría que tener la capacidad de ajustar condiciones equitativas de existencia en cada caso concreto. Sin embargo, cuando exista la necesidad de hacer 193 194 Ibid. p. 41. Rawls, John, Teoría de la Justicia, Fondo de Cultura Económica, México, 1995, pp. 67-68. 228 flexible esa equidad podrá ello hacerse siempre que se cumpla la ventaja total que obtendrá el conglomerado de lo social. Después haber hablado a grandes rasgos de los elementos que distinguen y clarifican ciertos tópicos imprescindibles en el sistema de pensamiento de Rawls, resulta necesario ubicar dentro del aparato conceptual el lugar de residencia de la persona. En tal sentido, habrá tantos lugares de residencia de dicha entidad y tantos contenidos diversos cuantos niveles de justicia existen. De tal manera, los niveles de justicia y los sentidos del concepto persona se encuentran enteramente co-implicados y se precomprenden. Los niveles de justicia para Rawls son fundamentalmente tres y pueden ser entendidos de la siguiente manera: a) Local: Los que se aplican directamente a instituciones y asociaciones. b) Doméstica: Los que se aplican directamente a la estructura básica c) Global: Los principios que se aplican al derecho internacional. La persona tiene tres manifestaciones esenciales que se encontrarán insertas en la lógica de cada uno de los niveles mencionados. En el nivel local se encontrará la persona concreta y singular como miembro de la sociedad civil. En el nivel doméstico se encontrará la persona purificada de la concreción a través del velo de la ignorancia como ciudadano de un Estado-Nación determinado. Mientras que en el tercero, la persona volcará completamente de contenidos pues ya no será el individuo moral concreto. La persona moral será precisamente la institución estatal que se encarga de mantener relaciones de equidad con otras naciones en lo que se denomina como sociedad de pueblos. Precisamente en esta concepción de la persona se pone en evidencia el apego estrecho que tiene Rawls con la teoría kantiana de la Paz Perpetúa. Para el estadounidense: “Un orden mundial justo quizá se entienda mejor como una sociedad de pueblos donde cada pueblo mantiene un régimen político 229 (doméstico) bien ordenado y decente, no necesariamente democrático pero plenamente respetuoso con los derechos humanos fundamentales.” 195 Una de las características más importantes del sistema de pensamiento de Rawls es el de la equidad como lo hemos mencionado en anteriores ocasiones. Hay que profundizar en lo que la susodicha equidad significa y sus diversas implicaciones teóricas. Por una parte, el enfoque de la justicia como equidad sostiene el principio de que la justicia entendida en dichos términos resulta sumamente provechosa sobre todo para la vida social entera. Es decir, el mejor estado en el que se puede encontrar un régimen de gobierno que aspire a ser democrático y liberal es precisamente el de la justa equidad. En otros términos, la equidad es a la sociedad lo que la salud es al cuerpo. Inicialmente, Rawls así entiende su concepto de democracia liberal y su forma de realización según un concepto medianamente estable de justicia. Por lo mismo, la sociedad se conserva cuando se mantiene vigente el principio que salvaguarda su unidad y existencia, a saber, la necesidad y la capacidad de cooperación estable y duradera. Anulando la necesidad y la capacidad de cooperación disolvemos a la sociedad pues le quitamos todo aquello de donde se origina. Por lo mismo, dado que la inequidad en lugar de incentivar dicha cooperación invoca la reacción contraria es considerada como maligna e indeseable por sí misma. Las preguntas forzadas para nosotros serían ¿Rawls considera que la equidad es necesaria porque aquella favorece a la persona humana en tanto que persona humana? ¿O más bien, considera que la persona humana no ocupa un lugar prioritario y que por el contrario lo que importa siempre es la defensa del todo social, de manera tal que la equidad esté dispuesta en pro del conjunto de personas-ciudadanos y no en pro de la persona concreta? A mi parecer Rawls pretende justificar el lugar ontológico de la persona humana no a partir de términos sustanciales, sino sólo a través de términos consensuales o nominales, por lo cual el lugar de la persona se encontrara determinado por el tipo de estructura básica y régimen en el que viva. Dado que la relación entre el individuo y el Estado es lo que vuelca al 195 Ibid. p. 37. 230 primero en persona, entonces la creación artificial del Estado por mor de contrato afectara también a la persona en cuanto tal. El pluralismo razonable asume por lo mismo que la relación de personas con otras personas debe de encontrarse en función de parangones artificiales que no tengan nada que ver con sus raíces históricas o valores sociales. En tal sentido, explica: “Los términos equitativos de la cooperación social han de venir dados por un acuerdo alcanzado por los que participan en ella. Esto se explica en parte por el hecho de que, dado el supuesto pluralismo razonable, los ciudadanos no pueden convenir en ninguna autoridad moral, digamos que un texto sagrado o una institución religiosa o una tradición”. 196 Lo que Rawls denomina como la posición original no será otra cosa que la disposición con la que las personas entablaran relaciones con otras personas y también con las instituciones. En cierto sentido, la posición original es el conjunto de reglas de neutralidad y equidad que permiten a todos ocultar su singularización y concreción para observarse desde el punto de vista de la condición ciudadana. Este será el sueño rawlsiano, es decir, conseguir que todos los ciudadanos se vean mutuamente como ciudadanos y no como miembros adscriptos a una preferencia religiosa, intelectual, metafísica o de cualquier otra índole natural como la raza, la etnia y la lengua común. El sueño de Rawls consiste en conseguir que la identidad se encuentre consolidada única y exclusivamente por un cierto acercamiento emotivo y racional con lo equitativo, con la participación imparcial y recíproca de los elementos que componen a la sociedad. La razón por la cual todos pensarían que es deseable tener una sociedad que se fundamente en dichos principios no será porque se piensa que la persona humana tiene derecho a tener adscripciones personales y que estas mismas son importantes. Por el contrario, la razón por la cual todos diría que es deseable tener ese tipo de sociedad es precisamente porque ella es capaz de desprender a las personas de su singularización y convertirlos en semejantes (no iguales) debido a su condición ciudadana. Igual que lo que se cree acerca de la cultura griega clásica, ser persona significa en Rawls ser 196 Ibid. p. 39. 231 ciudadanos, son conceptos intercambiables. Si no tienes condición ciudadana no puedes ser persona, y no a la inversa. Por lo mismo, explica la susodicha posición original de la siguiente manera: “En la posición original, no se permite a las partes conocer sus posiciones sociales o las doctrinas comprehensivas particulares de las personas a las que representan. Tampoco conocen la raza y el grupo étnico de las personas, ni su sexo o sus diversas dotaciones innatas como el vigor y la inteligencia. Expresamos metafóricamente estos límites a la información diciendo que las partes están bajo un velo de ignorancia”. 197 La explicación respecto a la necesidad de que sea eliminada la singularización de las personas para que se consiga la realización de la equidad, y de que a cambio se estabilicé artificialmente la condición de persona simultáneamente al de la ciudadanía, es que sólo de esa manera pueden evitarse los posicionamientos ventajosos en la escala social, política, intelectual, económica y moral. La persona es entonces en cierto sentido deshumanizada, pues no se considera que lo más importante de su ser sea el hecho de estar constituida para la libertad y la dignidad, sino que se dice que esa libertad y esa dignidad están en función de si existe el reconocimiento de la personalidad jurídica y política que hay en ella. Se es persona por ser ciudadano, no por ser humano. O, en otros términos, “Una razón por la que la posición original debe hacer abstracción de las contingencias – de los rasgos y las circunstancias particulares de las personas- dentro de la estructura básica es que las condiciones de un acuerdo equitativo entre personas libres e iguales sobre los primeros principios de justicia para dicha estructura deben eliminar las posiciones ventajosas de negociación que inevitablemente surgen con el tiempo en cualquier sociedad como resultado de tendencias sociales e históricas acumulativas”. 198 197 198 Ibid. pp. 39-40 Ibid. p. 40. 232 En suma, la posición original es el estado ideal para realizar el contrato social en términos equitativos, con reglas justas e iguales para todos. Sin embargo, sus dos características son la a-historicidad y lo hipotético. La posición original representa en este sentido algo que no sucede ni sucederá en un contexto determinado, por el contrario, es imagen de aquello a lo que toda sociedad desarrollada consideraría como su gestación ideal. A razón de ello, la posición original debe entenderse como: i) Hipotética, porque preguntamos qué podrían acordar o qué acordarían las partes (tal como se describen), no qué han acordado. ii) No histórica, porque no suponemos que el acuerdo se haya alcanzado alguna vez o que, de hecho, pudiera alguna vez alcanzarse realmente. E incluso si pudiera alcanzarse, eso no supondría diferencia alguna. 199 Lo más importante de la posición original es que en ella es donde encuentra su lugar de residencia la persona. La lógica de la posición es de tal manera la lógica misma de la realización de la persona. Por lo cual sus contenidos son similares y se necesitan mutuamente. De tal forma, el concepto de persona es completamente gestado dentro de la lógica del sistema democrático liberal. La persona aparece como el elemento redentor de los esfuerzos institucionales y en general de las estructuras básicas. La persona se convierte entonces en la unidad funcional de la vida política pero no como un agente activo sino como paciente pasivo. Mientras que en el sistema de Hegel la persona aparece como tal en tanto que propietario que puede hacer uso de su libertad en la propiedad, en Rawls la persona aparece en la posición original como ciudadano en tanto que precisamente ahí se gestan las reglas del juego social y político. Los dos resultados sustanciales de la posición original son los dos siguientes: a) Modela lo que consideramos –aquí y ahora- como condiciones equitativas bajo las cuales los representantes de los ciudadanos, concebidos simplemente como personas libres e iguales, han de 199 Ibid. p .41. 233 acordar los términos equitativos de la cooperación por los que deberá regularse la estructura básica. b) Modela lo que consideramos –aquí y ahora- como restricciones aceptables sobre las razones que servirán de base a las partes, situadas en condiciones equitativas, para poder cabalmente proponer ciertos principios de justicia política y rechazar otros. 200 En cuanto a las características y propiedades concretas de la persona, cabe decir que Rawls las entiende como facultades morales-políticas que son inalienables ya que forman parte de su constitución esencial. Por lo mismo, no pueden ser accidentales ni mucho menos ausentarse. Aquellas son nociones constitutivas de la persona. La primera consiste en tener una noción más o menos formulada acerca de lo justo. La segunda consiste en tener esa misma noción, pero a la par tener una de lo bueno y distinguirlas. De tal manera, fuero interno de la conciencia y fuero externo se encuentran estrechamente vinculados a través de esa doble confirmación de la facultad moral de la persona. Contrariamente a los demás nominalistas que desprecian de la objetividad y existencia de la dimensión moral, Rawls la reconoce, sin embargo convierte esta esfera en indeterminada y relativa, siendo su único limite la razonabilidad y la tolerancia. Para Rawls lo objetivo de los sustancialistas, la ley natural absoluta, vuelca en algo subjetivo que se puede prestar a las interpretaciones. Si es cierto que existe una dimensión moral de la cual participan las personas en tanto que ciudadanos libres e iguales, y si la característica fundamental de una sociedad bien ordenada es el pluralismo razonable, habría que decir entonces que el espacio en el que se gesta, se justifica y se legítima dicho pluralismo es en el de la moralidad. Así entonces, aunque todas las personas tienen concepciones o nociones comprehensivas acerca de lo que es lo justo y lo bueno, la única exigencia que recae sobre ellas es que sean lo suficientemente razonables como para coexistir con otras que sean distintas o contrarias. Lo justo y lo bueno serán entonces siempre relativos, estarán en 200 Ibid. p. 42. 234 función de las opiniones personales, y por lo mismo, lo que exige de ellas no es que sean racionales o acordes a una ley natural absoluta, fija y universal, sino que se exige que sean simplemente razonables, es decir, que permitan la convivencia tolerante. La convivencia se convierte entonces en el dogma de lo social, pues precisamente la sociedad, el todo unitario por el que se erigen todas las defensas, es concebida como una cooperación estable y duradera. De tal manera, las dos facultades morales de la persona son explicadas de la siguiente manera por el filósofo estadounidense: a) La capacidad de poseer un sentido de la justicia: la capacidad de entender, aplicar y obrar según (y no sólo de conformidad con) los principios de justicia política que definen los términos equitativos de la cooperación social. b) La capacidad de poseer, revisar y perseguir racionalmente una concepción del bien…Los elementos de dicha concepción se establecen normalmente dentro de, y son interpretados por, ciertas doctrinas religiosas, filosóficas o morales comprehensivas a cuya luz se ordenan y se entienden los diversos fines y objetivos. 201 Las facultades morales de la persona son las mencionadas. Gracias a dichas facultades y a su papel en la posición original se consigue la mentada justicia como equidad. Dicha concepción es evidentemente política. De ella no se desprende una diferenciación filosófica en la que la ontología determine por qué razón la persona es distinta cualitativamente como entidad al resto de las entidades. Por el contrario, se prescinde de llevar a cabo interpretaciones que puedan venir de ahí ya que Rawls considera en el fondo que hacer un análisis metafísico es igual a llevar el debate a la axiología. Desde su punto de vista, cualquier análisis metafísico termina por ser una doctrina comprehensiva intolerante, pues la línea entre lo reflexivo y lo doctrinal es muy delgada en las nociones de lo bueno y lo justo. Es indudable 201 Ibid, p. 43. 235 que Rawls decide prescindir de la filosofía y de la metafísica porque considera a aquellas como el germen de las concepciones del mundo más intolerantes. No es casual que considere que una sociedad que se precie de ser moderna tiene que sustituir conceptos como la verdad como epistemé por la verdad como doxá o endoxai. Su postura filosófica prefiere ser relativista antes que asumir riesgos importantes en lo que a definición de conceptos absolutos se refiere. Por lo mismo, su posición en lo que se refiere a la persona es sustancialmente doxástica aunque no deja de prescribir que el límite de las opiniones es el respeto a las opiniones de la alteridad. Respecto a las fuentes de las cuales obtiene el concepto de persona, Rawls deja las cosas muy claras al hablar de la siguiente forma: “La idea de persona, cuando la especificamos hasta convertirla en una concepción de la persona, pertenece a una concepción política. (Una idea fundamental se convierte en una concepción si especificamos sus elementos de una manera particular.) Esto significa que la concepción de la persona no se extrae de la metafísica o la filosofía de la mente, ni de la psicología; puede tener poco que ver con las concepciones del yo discutidas en esas disciplinas. Por supuesto, debe ser compatible con (una o varias de) dichas concepciones filosóficas o psicológicas (siempre que sean sólidas), pero esto es otra historia. La concepción de la propia persona se entiende a la vez como normativa y política, no como metafísica y psicológica… La concepción de la persona se desprende del modo en que la cultura política pública de una sociedad democrática concibe a los ciudadanos, algo que se plasma en sus textos políticos fundamentales (constituciones y declaraciones de los derechos humanos) y en la tradición histórica de la interpretación de esos textos”. 202 Las palabras de Rawls prácticamente se comentan solas. El concepto de la persona que defiende tiene su origen y su objetivo en lo político. Aunque el concepto en cuanto noción tenga coincidencias con corrientes metafísicas concretas, no por ello se puede decir que dichas corrientes hayan sido determinantes para la elaboración de sus contenidos. De hecho, las corrientes 202 Ibid. p. 44. 236 metafísicas se encontrarán tan al margen de esta justificación o fundamentación que los supuestos en los que se sostiene siempre mantendrán un alejamiento con todo aquello que pretenda erigirse en verdad absoluta. La libertad es entendida entonces como se hace en la militancia nominalista, como una mera indeterminación. La felicidad será vista como la continúa satisfacción de los placeres. Empero, aquellas dos se encontrarán escasamente restringidas en tanto que no deben provocar un mal en los demás. Cada quien puede tener su propio concepto acerca de lo justo: todo está permitido, y prácticamente nada prohibido. Lo único prohibido es prohibir a los otros manifestarse. La regla esencial que todos tienen que respetar es vivir en un ambiente de pluralidad que se hace posible negando la facultad humana de descubrir leyes morales universales. De esa manera, la noción y el concepto de persona deja de ser filosófico para convertirse enteramente en político. Lo importante es la cooperación, la convivencia, la tolerancia, restringirnos como personas libres e iguales a crear marcos normativos que regulen nuestro actuar en sociedad, aunque estos mismos cambien con el paso del tiempo. En otros términos, Rawls se expresa de la manera siguiente: ¿En qué sentido se conciben los ciudadanos como personas iguales? Digamos que se conciben como iguales en el sentido de que todos se entienden poseedores, en el grado mínimo esencial, de las facultades morales necesarias para participar en la cooperación social durante toda una vida y para formar parte de la sociedad como ciudadanos iguales. Nosotros consideramos que poseer en ese grado dichas facultades es la base de la igualdad entre los ciudadanos en cuanto personas, es decir, dado que entendemos la sociedad como un sistema equitativo de cooperación, la base de la igualdad es poseer en el grado mínimo requerido las capacidades morales y las demás capacidades que nos permiten participar plenamente en la vida cooperativa de la sociedad. Así, la igualdad de los ciudadanos se modela en la posición original mediante la igualdad de sus representantes, esto es, mediante el hecho de que dichos representantes están simétricamente situados en esa posición y tienen iguales derechos en cuanto al procedimiento para alcanzar acuerdos. 203 203 Ibid, pp. 44-45. 237 Al igual que para el resto de los nominalistas, para Rawls la constitución esencial de la persona humana proviene de una cierta convención o contrato social. Por lo mismo, la persona humana es considerada en cuanto tal sólo si posee la condición de ciudadanía. La posición original, la idea de la sociedad como cooperación, así como el concepto de justicia como equidad se entienden y justifican precisamente en aquella lógica. La susodicha igualdad que introduce Rawls en su sistema es un concepto de igualdad nominal. La hipótesis acerca del velo de la ignorancia en su sentido funcional apela a la capacidad de la sociedad para determinar que lo más importante en la vida pública no son las posiciones de poder o mando que se puedan obtener en situaciones concretas, sino más bien la neutralidad y la equidad. Sin embargo, una idea que es preciso recoger de Rawls es aquella que toma de pensadores sustancialistas como Vitoria y Hegel. Para Rawls, el aseguramiento de la condición de la persona en tanto que ciudadano debe tener como prerrogativas el acceso a ciertas propiedades básicas. Este giro conceptual y acercamiento que lleva a cabo el filósofo estadounidense respecto a la teoría sustancialista no es ingenuo y contrariamente tiene un objetivo específico. Lo más importante de la persona humana respecto al mundo exterior es la capacidad para ser propietario. Bien lo veían Vitoria y Hegel al decir que la capacidad de poseer, la facultad de dominio o apropiación, constituye el elemento más importante para distinguir a la persona humana del resto de las entidades que son susceptibles de constituirse en propiedades. Si la persona humana es la única entidad que puede vivir en el mundo moral y jurídico, aunque este mismo sea considerado como artificial para los nominalistas, y si el mundo moral y jurídico consisten en dos interpretaciones diversas pero íntimamente conectadas respecto a la propiedad, entonces el sustento de la persona humana tiene que ser forzosamente la facultad de apropiación que es subsistente a su ser. 238 V- CONCLUSIONES GENERALES Y REFLEXIONES ACERCA DE LA FALACIA NOMINALISTA. A lo largo del trabajo hemos mostrado a través de dicotomías teóricas la manera en la que las posturas sustancialista y nominalista de la persona han combatido férreamente ya sea para asegurar ya sea para desmeritar la aparición de dicha entidad tanto en los estudios como en las actividades humanas y sociales. Asimismo, la negación y promoción de la persona humana está en función de la singularización o universalización que se hace de ella. De igual manera, hemos realizado una revisión en la medida de las posibilidades del estudio de los principales rasgos de cada una de las teorías. Nos hemos percatado que uno de los elementos más importantes para diferenciar a una postura de otra consiste primordialmente en identificar la afirmación o negación que se lleva a cabo de la persona humana en el área del derecho natural. Con ello hemos sido conscientes también del papel crucial que juega la filosofía moral en la aspiración sustancialista, siendo de hecho ese papel negado por la teoría nominalista. En el presente apartado lo que elaboraremos será una escueta disertación acerca de lo que ciertos conceptos claves significan para cada una de las posturas, y con ello trataremos de investigar cuál teoría es más acertada en tanto que conjunto o sistema, evaluando sustancialmente la coherencia interna de las posturas. * * * En la primera dicotomía que hemos de intimar es en la de physis y nomos. Partiendo del sentido propio del concepto, lo physis implica todo aquello que es o existe por mor de lo natural y que en su propia existencia le va su ser natural en cuanto tal. Igualmente, partiendo del mismo punto de vista, nomos significa única y exclusivamente aquello que es producto de la convención o el acuerdo. De tal manera, desde un punto de vista radical lo physis es todo aquello que existe por mor de la necesidad natural, siendo nomos todo aquello que no tiene necesidad de ser de una forma determinada. Por el mismo motivo, en el 239 problema de la physis y el nomos se encuentra implicado el problema de la necesidad y la contingencia, aunque siempre como un asunto de segundo orden. En el primero, en lo physis, las posibilidades no existen pues el ser es ipso facto de una sola forma constitutiva, mientras que en el segundo caso son precisamente las posibilidades las que permiten la existencia a manera de nomos. Aquella primera distinción es correcta conceptualmente, sin embargo, resulta ciega si no miramos lo que en el fondo significa. Tomando en consideración la teoría aristotélica de los tres orígenes tenemos que decir primeramente que el comienzo de ser de todos los entes se resume en las siguientes vertientes: o son por naturaleza (φύσει), o son por arte (τέχνη), o son por azar-casualidad (δία τύκην). Lo physis es aquello que existe necesariamente de una manera determinada pues tiene un único principio rector, teniendo la causa y la consecuencia una relación sine qua non. Por otro lado, lo nomos es de tal manera porque no tiene un único principio rector y por el contrario aquel se encuentra indeterminado. Asimismo, mirando a detalle el origen de cada uno de los conceptos tenemos que decir por apego a la verdad que lo physis es aquello que existe necesariamente por mor de una causa que no es humana, por una fuerza o ley que le supera. Mientras tanto, lo nomos encuentra su existencia y validez precisamente en la acción humana. De tal manera, tenemos que lo nomos encuentra su origen primordialmente en el campo que Aristóteles denomina como artístico. En tanto que convención o acuerdo, lo nomos solamente es posible en donde las fuerzas de la naturaleza o la necesidad no tienen participación directa ni perfecta ni concluyente en la configuración de la realidad. La libertad es el fundamento de lo nomos por el mismo motivo en el más estricto sentido de la palabra, ya que lo nomos es participación o acción fundada en la susodicha libertad humana en donde no todo se encuentra determinado por una ley estricta de actuación. Por lo mismo, lo nomos es en su origen actio libera in causa. A ella le precede la deliberación de lo posible y lo operable. 240 Ahora bien, si lo physis y lo nomos son diferentes esencialmente entre sí, y si dicha diferencia tiene que ver con el origen de lo existente, habría que decir entonces que el origen de lo existente es la fuente en la cuál tenemos que mirar para ver de qué manera existe participación de lo creado con lo que crea. Ya que puede ser que lo phyisis y lo nomos sean no sólo distintos, sino contradictorios, o bien, en todo caso, puede ser que uno participe de lo otro de una determinada y muy particular manera. Es decir, tenemos que saber si lo que es por naturaleza se contrapone totalmente a lo que es por arte, o bien, ver si lo que es por arte representa simplemente una manera singular de entender a lo que es por naturaleza. En el fondo de la cuestión lo que se encuentra en tela de juicio no es tanto saber si lo physis es necesario y lo nomos contingente, sino más bien, saber si existe un fundamento de lo contingente como hay al menos un fundamento de lo necesario. Lo primero que tenemos que saber para continuar nuestra indagación es que las investigaciones humanas que indagan en lo que es por naturaleza de un determinado género de existentes buscan verdades a manera de episteme. Mientras tanto, las investigaciones o acciones humanas que indagan en lo que no es por naturaleza buscan la verdad en forma de dóxa, o bien, de endoxai u ortodoxa. Mientras que para las primeras lo que es buscado es simplemente una verdad necesaria, para las segundas lo buscado es una mera opinión verosímil o plausible (elocuente), siendo para las terceras lo buscado una opinión socialmente reconocida o bien la aplicación de una recta opinión. Los niveles de verdad en los que se mueven unas y otras es por ende distinto. Sin embargo, en las que estudian lo que no es por naturaleza encontramos algo común, a saber, buscan la forma en la que la deliberación y la elección son afectadas ya sea por juicios racionales ya sea por pulsiones sensitivas. De tal manera, las que estudian lo nomos buscando principios estables tienen como finalidad no tanto determinar si la doxa es o no verosímil o plausible (elocuente), sino mirar si la opinión está ordenada a la naturaleza propia de la comunidad humana particular de la que se trate, así como el apego de ésta a parangones universales. Por lo mismo, los estudiosos que buscan la verdad a manera de endoxai u ortodoxa deben de poseer un conocimiento profundo acerca de las causas naturales que motivan el actuar humano. Las que buscan 241 meramente una opinión pueden carecer de dicho conocimiento. Disciplinas como la retórica o la estadística se mueven en un nivel de verdad inferior al de aquellas que indagan en la opinión para encontrar una manera correcta de interpretarla desde el punto de vista de lo physis. Mientras tanto, disciplinas tales como la ciencia política, la sociología o la economía no pueden carecer de tal conocimiento so riesgo de perder de vista algo fundamental, a saber, que la ciencia ha sido creada por el ser humano y para aquel y no a la inversa. De los que piensan que lo physis existe y es una realidad cognoscible hay quienes hacen consistir todo lo existente como una derivación de lo natural y lo necesario, mientras hay quienes dicen que hay existentes que pertenecen a aquello pero también que hay algunos otros que pertenecen a lo nomos. De los que creen que lo physis no existe predican que todo pertenece al terreno de lo nomos o al menos lo más importante de lo existente que es su conocimiento. Los que reconocen la existencia de lo physis hacen consistir todo lo que a aquella pertenece como algo natural que tiene la misma fuerza en todas partes. Mientras tanto, los que no reconocen la existencia de lo physis sino solamente de lo nomos, hacen consistir a lo último en aquello que pertenece a algo artificial que no tiene la misma fuerza en todas partes y que, por el contrario, es relativo a cada sociedad y en última instancia a cada hombre. El nominalismo radical es por lo mismo un tipo especial de relativismo epistemológico, pues los adeptos a esta posición derivan cualquier tipo de conocimiento no ya de una serie de verdades absolutas e inalterables sino de meras opiniones. Recordemos en tal sentido la postura de Prótagoras de Abdera respecto al conocimiento, ya que aquella sintetiza de buena manera lo que el relativismo epistemológico significa. Para él, todas las opiniones y representaciones son verdades, pues el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son y de las que no son. Los niveles de verdad se encuentran determinados e integrados, por lo anterior, según cuatro elementos indispensables que son: imaginación, creencia, pensamiento y conocimiento. La creencia está modulada única y exclusivamente por la imaginación ya que los griegos la entendían como πιστιν, es decir, como πόδος τελευταινος. Dentro de los niveles de creencia se 242 encuentran la fe y la convicción, siendo este último el más elevado rango de intuición no intelectual. Dentro de la intuición intelectual se encuentra el pensamiento reflexivo o διάνοίαν y la inteligencia o νόησιν. De tal manera, la episteme participa de la inteligencia y del pensamiento, mientras que la endoxai y la ortodoxa sólo lo hacen del pensamiento reflexivo. Por su parte, la opinión, que es siempre referida a la mera imaginación y creencia, ocupa un rango inferior en los niveles de verdad, pues aquella puede encontrarse únicamente dentro del espectro de lo que es verosímil, de aquello que es semejante a la verdad sin constituirse por ello en una verdad necesaria o absoluta. El componente esencial de las posturas sustancialistas consiste fundamentalmente en reconocer aquellos niveles de acercamiento a la verdad como determinantes para la constitución de la concepción del mundo del ser humano. Los nominalistas, por su parte, aceptan la existencia de la creencia y de la imaginación. La mayoría de los nominalistas creen por lo mismo que el pensamiento y el conocimiento dependen de creencias sociales o contextuales y de imágenes colectivas introducidas en el individuo por la educación. Mientras tanto, para los sustancialistas la inteligencia y el pensamiento reflexivo tienen diferencias cualitativas y de orden ontológico-gnoseológico a la mera creencia e imaginación. A los sustancialistas esa postura los llevará a creer que existen formas de acercamiento a lo physis, mientras que los nominalistas negarán de dicho acercamiento al cual considerarán el producto de una vana y estéril fantasía. Uno de los rasgos más importantes de los entes que pertenece a lo physis es que todos aquellos existentes tienen el principio de movimiento y reposo en sí mismos. De tal manera, se llama physis en un primer sentido a la generación de las cosas que crecen. Por lo mismo, se dice physis a la acción que se predica como γένεσις en griego y generatio en latín. En un segundo sentido, se dice physis de aquello de donde procede en cada uno de los entes naturales el primer movimiento que reside en ellos en cuanto tales. A esto se le dice κίνησις ή πρώτη en griego y motus primus en latín. En un tercer sentido se dice de aquel elemento primero, informe e inmutable desde su propia potencia, del cual es o se hace alguno de los entes naturales. Aquello se dice έξ οΰ 243 πρώτου en griego y quo primo en latín. En un cuarto sentido se dice de la especie y la substancia de los entes naturales. Que en otros giros se dice en griego είδος καί ούσία y species et substantia en latín. De tal manera, nos encontramos con que lo que es a manera de physis tiene cuatro connotaciones fundamentales que pueden ser explicadas de la siguiente manera. La primera es una connotación cosica o meramente óntica en la que la composición del ser no responde a su constitución en tanto que ser, sino sólo en tanto que participante del movimiento y reposo. El ser de la cosa es entonces volcado en un ente physico que es afectado necesariamente por la actividad. La vieja distinción entre acto y potencia, o actio ed potentia o ένέργεια καί δύναμις, tiene en consideración precisamente esta connotación de lo physis. El ente physico que tiene el principio del cambio y el reposo en sí mismo es movido porque la incompletitud le es propia, siendo el movimiento la búsqueda de su completitud y perfección (τελειοτερόν). Lo que deviene es por ello mismo afectado por un proceso de cambio en el que se busca la realización en cuatro modalidades fundamentales: cambio de esencia, cambio de cantidad, cambio de cualidad y cambio de lugar. De tal manera, si trasladamos dichos cambios o movimientos al campo de las categorías o modalidades de predicación nos encontramos con que el cambio de esencia o entidad se dice cambio de τι εστι en griego y de quid est en latín; el cambio de cantidad se dice cambio de ποσόν y de quantitas o quantum; el de cualidad se dice cambio de ποίον y de qualitas o quale; por último, el de lugar se dice cambio de που o ubis. El cambio de esencia o entidad tienen que ver con la producción y destrucción. El cambio de cantidad tiene que ver con el aumento y la disminución. El cambio de cualidad exclusivamente con la alteración. Mientras que, por último, el cambio de lugar tiene que ver exclusivamente con el movimiento espacial. El segundo sentido de la connotación physica de lo existente tiene que ver con su creación constitutiva. Por lo mismo, se hace referencia primeramente al ente del cuál devienen los demás entes, o bien, el ente por el 244 cual les es dada su existencia. De tal manera se dice que algo es physico cuando se apela a la causa eficiente que no es otra cosa que lo que se entiende comúnmente como el agente de la producción. Si los entes creados o los pacientes de la creación son contingentes en tanto que su posibilidad de existencia está regulada por un agente creador, entonces el ente creador (causa eficiente) o agente de la producción es necesario en tanto que su posibilidad de existencia no está determinada por nada externo. Por lo mismo, las causas internas (formal y material) y las causas externas (eficiente y final) coinciden enteramente en esta entidad. Se predica que aquella entidad es natural o physica en tanto que se presume como agente de movimiento, de producción en estricto sentido, mientras que se denomina como artístico a aquello que ha sido creado, al paciente. En esta connotación el paciente es considerado como nominal o producido, en tanto que su existencia depende de otra. La tercera connotación de lo physico tiene que ver forzosamente con la causa material que atraviesa todas las cosas existentes. En tal sentido hay que recordar que desde la filosofía presocrática la cuestión de la creación ex nihilo es puesta siempre en tela de juicio y negada de alguna manera. La causa eficiente es siempre vista como un arché que posee técnica, de ahí precisamente que el demiurgo sea el arquitecto del universo que le da forma a lo existente pero no su materialidad subsistente. La materia de la cual está hecho todo lo existente, de la misma manera que la escultura está hecha de piedra, se dice que es su naturaleza. Por lo mismo, la primera forma de sustancia en Aristóteles habla acerca de la constitución física o corpórea, en tanto que es considerado como sustancia aquello extenso de lo que está hecho el ente. Para esta forma de sustancia lo importante es la materia de la cual está constituido el ente. De tal forma, este tipo de sustancia habla acerca de la dimensión material de lo existente. Aquello que para Demócrito eran los átomos, y aquello que para Empédocles eran las cuatro raíces es a lo que se refiere Aristóteles al hablar de la sustancia física o corpórea. Por último, la cuarta connotación de lo que participa de lo physis tiene que ver con la constitución esencial de lo existente en tanto que modelo o 245 paradigma. El ser es visto aquí en tanto que ser y no en tanto que ente. La constitución esencial del ser es vista como lo más constante y absoluto que existe acerca de aquel, es decir, la idea o género (ousía) y la forma o especie (eídos). De tal manera, la pertenencia al género o a la especie se encuentra vertida de manera tal que el concepto tiene identidad con la entidad gracias a la representación formal que se genera a partir del lógos. La adecuación de la cosa al pensamiento abstracto es lo que modula la naturaleza del ente así como su conocimiento. Por eso, cuando la entidad permanece y aparece constante su forma de existir se dice que es natural porque de lo natural se puede deducir fácilmente la integración de las propiedades del ente a algo abstracto que lo generaliza en tanto que idea o esencia, y de algo que lo particulariza en tanto que eídos o especie. Asimismo, la diferencia radical entre síntesis y diéresis, o pensamiento que une y pensamiento que separa, se erige en este punto como el argumento central mediante el cual se construyen los conceptos de todo existente. Por lo mismo, todo existente tiene un género y tiene también una diferencia específica. Igualmente, de esto se desprende que todo lo que es physicamente según esta connotación pertenece a un orden universal paradigmático en el cual el género propio y la diferencia específica representan el orden natural de los existentes. Todo lo que es puede ser expresado a través del lógos para está connotación. De tal manera, según lo visto hasta el momento, existen al menos tres facetas por medio de las cuales podemos entender la dicotomía entre lo physis y lo nomos. La primera es la etimológica y tiene que ver con el sentido originario del vocablo, así como con su uso común en los textos filosóficos. La segunda tiene que ver con el carácter epistemológico que le es intrínseco. Por una parte, hay quienes piensan que toda verdad es producto del nomos, de la convención o el acuerdo; y por otra, hay quienes piensan que la verdad sólo puede ser producto de un cierto desentrañamiento, des-ocultación o desvelación (a-letheia) de lo physico. En un punto intermedio se encontraran aquellos que piensan que la verdad depende de uno y de otro, pero en ese punto intermedio habrá dos doctrinas fundamentales. Los primeros que creen que lo más importante es lo nomos y 246 que mirarán en la facultad del lenguaje la posibilidad poíetica y gnoseológica del ser humano, constituyéndose aquella en el detonante peculiar que permitirá hablar de una cierta verdad. Tal tipo de conocimiento será única y exclusivamente comprensible en el horizonte de la verdad humana y en casos peculiares de la verdad social. A esta postura la denominaremos como relativismo moderado, en tanto que se piensa que no es tanto el contenido sino el uso del lenguaje lo que hace asequible a las sociedades y a la comunidad humana en general el acceso a verdades parciales. Por otro lado, se encuentran quienes piensan que el uso del lenguaje adecuado es indispensable para poder hablar de verdades en general, pero al mismo tiempo remiten la posibilidad de la verdad al desentrañamiento de lo physico. Estos últimos pensaran que el uso del lenguaje adecuado abre las puertas al conocimiento de lo verdadero, y que sólo en el uso del lenguaje adecuado es posible el acceso a dicho tipo de conocimiento. Sin embargo, no pensaran que la validez o la rectitud de pensamiento será la única regla de medición entre lo verdadero y lo falso. A esta última doctrina la denominaremos como sustancialismo moderado en tanto que aceptan que es indispensable el uso del lenguaje recto, pero simultáneamente remiten la verdad a algo superior, a leyes racionales. La diferencia entre lo physis y lo nomos también tiene que ver con la constitución ontológica de los entes y con su desentrañamiento a partir de lo noúmenico y lo fenómenico. De tal manera, lo physis es a lo universal, absoluto, noúmenico y a la cosa en sí; del mismo modo que lo nomos es a lo particular, relativo, fenómenico, y a la cosa como apariencia. Para los militantes nominalistas en general existen al menos tres axiomas fundamentales para sostener su tesis acerca de que lo existente pertenece todo a lo artístico (o al menos lo más importante de aquello, su conocimiento). En un enunciado paradigmático de esta escuela, expreso Gorgias en algún momento “Nada existe, sí existe no se puede conocer, sí se puede conocer no se puede comunicar”. En el fondo, los nominalistas consideran que de existir algo así como lo noúmenico, de lo cuál ellos niegan absolutamente por su peculiar relativismo, no se podría ni conocer ni comunicar. Efectivamente, así sucede como lo hemos visto a lo largo del estudio al menos en lo referente a dos 247 conceptos fundamentales. Para los nominalistas la aspiración sustancialista de encontrar en lo moral el elemento noúmenico y physico que brinda el acceso a la persona humana a una superioridad ontológica respecto de los demás entes resulta imposible. Para ellos toda verdad será convencional, al igual que toda diferencia constitutiva entre los seres humanos y el resto de los animales. Por lo mismo, la teoría nominalista radical representará una ontología negativa, y una epistemología y gnoseología negativas. Para la postura sustancialista radical, todo proviene de lo physis. Hasta el mismo trabajo artístico se encuentra al margen de las leyes de lo natural y necesario. Y efectivamente aquello es cierto en tanto que lo nomos o lo creado artificialmente sólo tiene cabida ahí en donde los resultados de la deliberación humana tienen posibilidades reales de efectuarse. La inviolabilidad de leyes naturales absolutas ha sido y será el límite del actuar humano. Por lo mismo, una de las características de lo nomos es su existencia en la posibilidad y en la probabilidad, pero nunca en lo imposible, ya que aquello que es imposible no participa de la acción humana. Sin embargo, para los militantes de este pensamiento hay algo fundamental y sumamente importante, aunque no todos podamos verlo claramente: el actuar humano se encuentra regulado por leyes morales universales, por el derecho natural. Dicho derecho natural se encuentra codificado en su propia constitución physica, por lo que será trabajo del hombre y de las sociedades históricas decodificar e interpretar esa información para hacerla accesible y comprensible a todos. Al ser el hombre un ente natural que tiene el principio del movimiento en sí mismo, y además al ser el único que puede regular a través de las facultades del espíritu y la razón tales movimientos, entonces tiene en su naturaleza grabada la clave para su propia perfección. El hombre, contrariamente a los demás entes (entre ellos los animales), no tiene enteramente determinado su actuar natural en este mundo. Es a través del conocimiento y de la reflexión continúa como puede llegar a visualizar la persona las propias leyes que están inscritas en su ser y en el universo entero para encontrar una sana armonía con todo aquello que le rodea. Nociones ontológicas aparentemente fundamentales, pero puestas en tela de juicio por los nominalistas, como la diferencia constitutiva entre seres inanimados, seres animados y seres animados racionales son las que 248 sostienen en el fondo a los sistemas jurídicos positivos de nuestro tiempo, pues regulan el actuar de estos últimos. En el fondo de la cuestión lo que se encuentra en tela de juicio en el debate entre los militantes de la tesis de lo physis y lo nomos es determinar si los parámetros de <justicia> por medio de los cuales regulan su actuar las personas humanas y las sociedades es arbitrario por entero, o bien, si se encuentra determinado por leyes absolutas específicas. La falacia nominalista consiste en un error de petitio principi muy fácil de visualizar. Dicen que todas las leyes humanas son leyes positivas que no tienen nada que ver con lo universal, pues no se aplican y no tienen el mismo significado en todas partes. De tal manera, predican que la libertad consiste en una indeterminación respecto a la satisfacción de los placeres y que precisamente de dicha indeterminación es de donde surgen los aparatos jurídicos y el concepto de lo justo, en tanto que el fuerte domina sobre el débil. Dicen a la par que en cuestiones de leyes lo universal, absoluto, recto, y justo en sí mismo no existe, ya que la libertad es precisamente la indeterminación. Por lo mismo, niegan de la validez y veracidad universal de las leyes morales, en tanto que presumen que la filosofía moral y ética es en general una disciplina carente de principios estables. Sin embargo, asumen que existe una libertad cuasi-universal que hace asequible la creación de aparatos jurídicos. Con lo cual concluiríamos que ellos predican que la persona es libre porque es libre. Confunden libertad con indeterminación, pero a la par lo que nunca ponen en tela de juicio es el origen de la susodicha libertad en la persona humana. En este sentido, caben dos posibilidades viables para entenderlos, o piensan que las capacidades intelectuales del ser humano se resumen en una peculiar astucia (mezcla de imaginación y creencia), o bien, predican que la fuerza se impone siempre y que precisamente ella es la medida de todo lo que denominamos con el término de justicia. Si aceptamos la primera tesis, habríamos que decir que reconocen la capacidad humana de vivir en una dimensión espiritual distinta a la que se presume de los entes animados todos, sin embargo, nunca reconocen que dicha dimensión sea objetiva y peculiar de la especie humana. Por lo mismo, para negar de la humanidad o personalidad de cierto tipo de seres siempre recurren a su animalización, a la negación de su ser racional y 249 espiritual como es sumamente evidente en el caso de Sepúlveda y poco menos evidente en Hobbes y aún menos en Rawls. Lo importante en las tesis de cada uno de ellos es que siempre aparece la idea de que la justicia es tiene su origen en lo político, pero nunca en lo metafísico o moral. Sin embargo, si lo metafísico y lo moral son el origen de lo político, y si por ello mismo lo político está determinado por lo moral y metafísico, entonces estarían negando a la par de lo metafísico y lo moral la dimensión humana de la libertad en donde la deliberación juega un papel sumamente importante para la existencia de lo nomos. Si la libertad no es una facultad artística y creada, sino una facultad propia del género humano, tenemos que decir que la libertad humana tiene fundamentos physicos que exigen que las cosas sean así y no de otra manera. Sólo si existe libertad natural en la especie humana puede haber nomos, pero para que exista libertad tiene que haber lo physis, por lo que para los sustancialistas en realidad lo nómos consiste solamente en una cara distinta, en una creación de un orden distinto a lo natural pero siempre dependiente de aquel. Por decirlo en ciertos términos, para los sustancialistas la ley natural no depende de la voluntad humana, por lo que el conocimiento de ella es lo que resulta característico de cada época y sociedad. Pero en el fondo la ley natural es el núcleo sólido que permite que exista algo así como el derecho positivo. La ley natural es la que proclama que existe una libertad esencial en la persona humana, y que a partir de esta libertad la persona delibere acerca de su actuar. En el ámbito social es el conglomerado de libertades lo que hace asequible que un conjunto de personas puedan auto-normarse y auto-administrarse, pues exigen el reconocimiento de la susodicha libertad en el respeto a las leyes positivas. Por lo mismo, justicia positiva y Justicia no son lo mismo, de la misma manera que legalidad y legitimidad tampoco lo son. Una es la constitución positiva escrita que en alguna medida se encontrara continuamente en polémica, pero las apelaciones que se hagan para transformarla tienen que encontrarse dirigidas siempre a lo que se considera que es justo en sí. Para los nominalistas radicales lo physis y lo nomos no sólo no se encuentran ligados de alguna manera, sino que paradójicamente consideran aquellos dos ámbitos como contradictorios entre sí. Por ejemplo, en un famoso 250 pasaje que se conserva de Critias, él sostiene que en un pasado la vida del hombre no tenía orden y para obtenerla los mismos hombres crearon leyes punitivas, pero como nadie las obedecía alguien astuto inventó la idea de que los dioses existían. Dicho sofista considera que es por temor a los dioses por la que seguimos las leyes humanas y no porque tengamos un concepto o siquiera una noción de lo que aquella es. Igualmente, Trasimaco( uno de los sofistas con los que Sócrates discute en la Políteia) considera que los hombres seguimos a las leyes no porque consideremos que aquellas sean verdaderas en sí mismas, sino por el temor a la vergüenza social. El famoso mito de Giges nos dice que un hombre justo no se diferencia de otro hombre injusto más que en que el primero tiene vergüenza a que en ojos de los demás sea considerado como injusto, nocivo e inequitativo por no obedecer las leyes de la ciudad. 204 Calicles con su posición va un poco más lejos que lo que van las posturas anteriores. Él indica que physis y nómos se contradicen totalmente. Indica que los que erigen las leyes son los débiles y la multitud. Para ellos lo injusto y lo vergonzoso resultaría tratar de poseer más que lo que la mayoría. De tal manera, precisa que lo natural es que el más fuerte domine sobre el más débil, pero que es indispensablemente la ley la que prohíbe que sea así. 205 En el mismo horizonte de interpretación se mueven tanto Hipias como Antifonte. Para el primero, la ley (lo nómos) impone su tiranía sobre los hombres, por lo que actúa frecuentemente con violencia, en contra de la naturaleza (lo physis). 206 Para el segundo, las exigencias de la ley son contingentes o accidentales, mientras que las exigencias de lo physis son necesarias. Lo curioso es que para éste último pensador los seres humanos, griegos y bárbaros, son iguales en todo. Concebir a lo physis y a lo nómos como conceptos distintos y contradictorios es el peor de los errores que se pueden cometer. Aquello lo podemos observar fácilmente en las mismas posturas nominalistas, que pretendiéndolo o no, asumen axiomas provenientes de lo physis. De tal Platón, República, 359 b-360 a. Platón, Gorgias, 482 e- 484 b. 206 Platón, Protágoras, 337 c-d. 204 205 251 manera, todos reconocen un elemento común en los seres humanos, pues ven en la libertad el fundamento de la persona. En otros giros, la unidad del género humano y la erección de leyes positivas sólo son posibles a partir de la creencia en la naturaleza humana, sea ésta vista en una versión negativa o positiva. Asimismo, la justicia tiene que ser entendida a través de los dos ángulos que le son propios: lo que es debido en virtud de lo physis, y lo que es debido en virtud de la ley humana o el acuerdo (lo nomos). Esa distinción que es confusa en los nominalistas hasta el grado de crear sinonimias entre la Ley Natural y la ley positiva es un elemento común que los hace caer nuevamente en una posición falaz. Una confusión generada por la falacia nominalista es indudablemente la que iguala a la libertad con la indeterminación absoluta, y a la felicidad con la satisfacción continuada de los deseos. Lo es porque consideran que todo aquello que depende del deseo es natural mientras que lo que no depende de tal elemento es artificial e innecesario. La fuente del error nominalista consiste en creer que no existe una diferencia ontológica entre los entes animados irracionales y los entes animados racionales. Mientras que para los primeros la satisfacción de los placeres se encuentra dispuesta armónicamente por su naturaleza constitutiva en la que sólo existe concupiscibilidad e irascibilidad, para los segundos la satisfacción es más compleja pues aparece un elemento adicional al cual los sustancialistas dan el nombre de inteligencia o νούς, y διάνοίαν o pensamiento reflexivo. Igualmente, mientras que para los primeros el móvil del actuar humano se resume en dos pasiones o mociones fundamentales que son el placer y el dolor, para los segundos existe un tipo de voluntad diferente. Para los sustancialistas las facultades del placer y del dolor las compartimos con los demás seres vivos, pues el deseo a experimentar el placer y huir del dolor lo tienen todos los seres con vida impresos en su naturaleza. Pero a la par, la voluntad consiste en una facultad especial mediante la cuál el hombre decide satisfacer esas mociones a su entera libertad. De tal manera nos encontramos con que, las mociones mal denominadas por los nominalistas como naturales, son por ejemplo la de respirar, comer, crecer, tener pulso cardíaco, copular, entre otras. Siendo las artificiales todas las demás, es decir, en las que la satisfacción se encuentra 252 dispuesta por la libertad de la persona. Para los sustancialistas como Aristóteles la distinción es más precisa y habla de tres tipos de deseos. El deseo vegetativo que tienen todos los seres vivos, el deseo animal que compartimos con todos aquellos seres que tienen el principio de movimiento en sí mismos, y el deseo racional del cual sólo participamos las personas humanas. Por lo mismo, lo que resulta artificial y a veces contra natura para los nominalistas para los sustancialistas no es más que la expresión de los designios naturales que han sido grabados en la constitución ontológica de la persona humana. Physis y nómos se reencuentran en tal contexto y son concebidos como dos orígenes que se entrelazan, ya que lo nómos a final de cuentas termina por ser de tal manera porque existe lo physis que así se lo permite. * * * Dada la omisión que cometen los nominalistas al confundir el verdadero significado de la distinción entre physis y nomos, y dado los continuos errores por los que atraviesan para clarificar la constitución esencial de la persona humana, niegan rotundamente la distinción radical entre mundo material y mundo moral. Una de las tesis que defienden férreamente los pensadores nominalistas es precisamente que el mundo moral es una creación humana que pertenece enteramente a lo nomos, entendido esto último como lo enteramente contingente, relativo e indeterminado. Por lo mismo, pregonarían que no existen fenómenos morales, sino sólo interpretaciones morales de los fenómenos. Aunque hoy en día existe una distinción clara y precisa entre mundo moral, ético y jurídico, según la distinción entre fuero interno, fuero externo de la conciencia y sus relaciones, lo cierto es que en la antigüedad todo se conjugaba y desprendía del mundo moral. La diferencia entre mundo material y mundo moral encuentra en cierto sentido su origen en la tipología de los hombres. Para Aristóteles existen tantos tipos de hombres como tipos de vida humana. En tal sentido, establece la existencia de una vida y un hombre 253 hedónico participante exclusivamente del sentido material y concupiscente. Por otro lado, está la vida y el hombre político participante del sentido material e irascible. Y al final, se encuentra el hombre y la vida teorética en la cuál el concepto del placer y el dolor es sustituido por el del bien. Efectivamente, mientras que en lo que se refiere a posicionamientos morales los nominalistas suelen cargarse hacia el hedonismo, los sustancialistas suelen cargarse a una doctrina moral positiva en la que no se considera que el bien se encuentre determinado por lo placentero sino por una idea de mayor consistencia y universalidad. El bien en sí será la aspiración sustancialista, mientras que la negación de ese bien en sí será el eje de la doctrina nominal. Un elemento importante para entender la distinción entre mundo material y mundo moral que aparece expresado en Aristóteles es el que tiene que ver con la predicación del bien. Para él, el bien se dice de muchas maneras al igual que el ser. Refiriéndonos a la entidad o sustancia, lo decimos con el vocablo entendimiento (νοΰς). Desde la cualidad lo predicamos como las virtudes (αρεται). Desde la cantidad la decimos como la justa medida (εν τώ ποσώ το μέτριον). En la relación lo decimos como lo útil (χρέσιμόν). En el tiempo lo decimos como lo oportuno (χαίρος). En el mundo material no existen realidades que se puedan expresar en esos términos más que metafóricamente. No existe un sentido o una facultad perceptiva exclusiva a través de las cuáles nos sea asequible su conocimiento. Por lo mismo, indica que es a través de la inteligencia o el entendimiento, del elemento superior que compone la constitución ontológica de la persona humana, como podemos tener acceso al mundo moral. Los nominalistas no creen en general en la existencia de un mundo moral objetivo, porque tampoco aceptan la existencia de un tercer elemento en la constitución de la persona humana. De tal manera, si la libertad no es exclusivamente la indeterminación sino más bien la posibilidad de deliberar y elegir de acuerdo a recta regla, y el mundo moral existe porque la libertad es parte constitutiva de la persona humana, entonces la negación del mundo moral por parte de los nominalistas tendrá como centro de su polémica la cuestión de la recta regla. Los nominalistas consideran que cualquier apetencia 254 o deseo es legítimo. Mientras tanto, los sustancialistas indicarán que existen apetencias y deseos que no lo son, y que por el contrario tienen que regularse por medio de la correcta deliberación y elección. No es una casualidad por lo mismo que Hobbes admita que en el estado de naturaleza todo lo deseado es justo, mientras que los sustancialistas apelen a que el deseo que no es acompañado de voluntad racional no es ni legítimo ni recto ni justo. Una idea que aparece expresada desde Platón y Aristóteles es que la vida ética como saber práctico consiste en aprender a sentir placer y dolor de forma adecuada. Por lo mismo, la fuente de lo moral será para los nominalistas siempre o las reglas impuestas por los débiles para subvertir lo natural o bien las reglas impuestas por los fuertes para dominar a los débiles. Mientras la primera acción es considerada contra natura, la segunda es considerada como íntimamente physica. La fuente de los fenómenos morales será distinta para los defensores del sustancialismo. Para ellos la voluntad racional es lo que nos hace accesible la existencia en el mundo de los deberes y las obligaciones, en tanto que por medio de la voluntad racional conocemos lo que es bueno y justo en sí, y su diferencia respecto de lo que no lo es. De tal modo, únicamente es preciso recordar las palabras de Sócrates en el diálogo de la Políteia, lugar en el que defendía la tesis según la cual la Justicia no es producto ni de convenciones ni de imposiciones, para darnos cuenta del sentido de la tesis sustancialista. La Justicia es algo distinto a lo nominal. La Justicia es un término metafísico y ontológico que puede ser descubierto observando en la constitución entitativa de cada ser su lugar natural. De la misma manera, el mundo moral, en tanto que es el lugar en el que reside la justicia en sí, es también distinto a lo nominal. El mundo moral será para las personas humanas, lo que el mundo material (concupiscible e irascible) para los animales, y lo que el mundo vegetativo para los seres vivos de menor rango ontológico. Recordemos en tal sentido que lo que hace posible los fenómenos morales es la existencia en nuestro lenguaje de términos tales como actos y omisiones voluntarias. Hasta hoy en día ningún código jurídico medianamente desarrollado ha optado por la vía de reconocer personalidad jurídica a un animal, ni mucho menos de penalizar sus actos u omisiones, pues se considera que mientras aquellos 255 actúan exclusivamente por instinto, las personas físicas y morales lo hacen por voluntad racional. En suma, el mundo moral es la dimensión en la que existen, confluyen y se relacionan las voluntades. Igualmente, en el mundo moral existen reglas precisas que nos conducen a imputar acciones u omisiones a entidades específicas. Aquello es posible porque consideramos que la medida a través de la cual puede ser juzgada la persona moral está en función de las susodichas voluntades y su participación con una razón universal. En sentido estricto, hablamos de que alguien es inocente de sus acciones u omisiones en una connotación moral cuando decimos que erró no voluntariamente a causa de ignorancia o por mor de la fuerza. Adicionalmente, cuando alguien yerra involuntariamente decimos que lo hizo por alguna de las dos causas anteriores pero además proseguidas por un sentimiento de pesar y dolor. Estas últimas acciones se encuentran universalmente libres de penas o castigos, mientras que las que sólo son realizadas por mor de lo no voluntario requieren un análisis más minucioso. Lo importante de la tesis que sostiene que la dimensión moral existe y que es algo objetivo es precisamente la afirmación que predica que para que lo moral pueda existir es necesario que la libertad, la deliberación y la elección sean facultades constitutivas de un ente específico. Dicha constitución peculiar puede ser pensable única y exclusivamente si se encuentra precedida por una justificación acerca de la naturaleza humana y de su diferencia ontológica respecto a los demás entes. De similar forma, la existencia de algo así como la responsabilidad jurídica es únicamente entendible desde el punto de vista de la libertad racional en la cuál cada acción se encuentra fundada en un móvil específico. El mundo moral presupone y en ello ciertamente no se equivoca que cada ser humano es libre y por ende tiene que responsabilizarse por la utilización concreta de la susodicha libertad. Otro elemento de la falacia nominalista consiste precisamente en lo anterior. Su concepto de libertad natural no se corresponde con el de libertad nominal y por el contrario se repelen. A su parecer la libertad es un elemento 256 natural que aparece en la constitución de la persona humana, pero predican que lo que surge de la susodicha libertad no sólo no es natural, sino que en cuanto se convierte en ley es de hecho antinatural. Predicar algo así sería tanto como decir que de los seres humanos no nacen seres humanos, o bien, decir que de lo semejante no surge lo semejante sino lo desemejante. En sus palabras, afirman en el fondo que de lo natural surge lo nominal, concepción que es contraria a la suya pero que por otra parte nosotros admitimos como cierta. Sus tesis son contradictorias y en cuanto sistema se excluyen unas a otras. En otros términos, para los nominalistas la libertad natural consiste en la indeterminación, pero la creación de códigos normativos para establecer un patrón de justicia determinado se erige en la limitación de dicha indeterminación. Con ello afirmarían que de lo indeterminado surge algo determinado, cuyo límite es únicamente la fuerza de la imposición. Por lo mismo, predicarán que no existe doctrina auténtica acerca de lo bueno en sí, pues a su parecer la idea de lo bueno tiene dos connotaciones: una natural en la que lo determinante es la fuerza o la violencia (en tanto que la ley es que el débil sea dominado por el fuerte), y otra nominal (en tanto que la ley es lo que el conjunto de libertades hayan determinado como tal). Predicarán también que donde termina la voluntad empieza la obligación, entendiendo que aquellos son dos conceptos que se contradicen y se excluyen. Si la libertad es la indeterminación para la satisfacción de los deseos, y si la susodicha libertad coincide con la voluntad, entonces habría que decir que un atentado contra la voluntad sería un acto obligatorio. Tal razonamiento parece correcto a la luz de la teoría nominalista. Sin embargo, hay un elemento que hay que tener en consideración. La voluntad y la apetencia no son la misma cosa ni se refieren a los mismos objetos. La apetencia se refiere fundamentalmente a los deseos naturales que tiene todo ser vivo para conservar la vida y la seguridad. A su insana disposición la denominamos como vicio, ya sea por exceso ya sea por defecto. Sin embargo, la voluntad es una apetencia de carácter intelectual y racional en la que la justa medida aparece necesariamente. De tal manera, la voluntad no estará peleada con lo 257 obligatorio, y por el contrario, lo obligatorio es lo que le dará su recta regla. En suma, para los nominalistas todo estará permitido mientras se refiera a los deseos, mientras que para los sustancialistas será de esa manera si y sólo sí los deseos admiten su ordenación por la voluntad racional o la recta regla. Afirmar o negar el mundo moral es una consecuencia de la afirmación o negación de la libertad en la persona humana. Igualmente, afirmar o negar la libertad de la persona humana es una consecuencia de negar o afirmar su diferencia ontológica respecto a los demás entes. Si no hay diferencia entre todos los entes y admitimos que todos son materialmente idénticos, siendo lo material lo ontológicamente fundamental y anterior, entonces podemos negar la existencia del mundo moral pero a la vez estaríamos negando la propia posibilidad de que lo nominal exista, pues el sustento de lo nominal es la existencia del mundo moral porque en el susodicho mundo tienen su existencia la libertad, la deliberación y la elección acerca de la forma contingente de entender a lo universal. * * * La tercera dicotomía en la que hemos de indagar es en la que se refiere a la bifurcación necesidad-libertad. Aunque niegan del mundo moral, los nominalistas no niegan enteramente la libertad. No obstante lo que si hacen es afirmar que aquella no es una facultad moral. Por su parte, los sustancialistas entenderán a la libertad como una facultad intelectual y moral, porque a la actividad de la inteligencia y a sus efectos es a lo que llaman mundo moral. Etimológicamente hablando, lo physis es a lo necesario lo mismo que lo nómos a lo contingente. La distinción nace con la tradición sofista según la cuál la ley (nómos) no es exclusivamente diferente a la naturaleza sino precisamente su contradictoria. Lo que es por ley resulta contingente de la misma manera que lo que es por necesidad pertenece a lo physico. Con ella se 258 establece una distinción radical y absoluta entre lo necesario y lo contingente. A la par, se dice que existe una justicia-justicia que es la de lo necesario, y una justicia-injusta que es el producto de acuerdos contingentes. La justicia-justicia es aquella que se desprende de las normas naturales para los nominalistas. Entre ellas la que sobresale es la de que el fuerte tiene que dominar sobre el más débil. La justicia-injusticia por su parte es en donde sucede que el fuerte deja de dominar sobre el débil y en algunos casos es el propio débil el que domina. Ahora bien, la libertad es entendida para ellos como indeterminación en la satisfacción de los deseos. Por lo mismo, a la realización de esa indeterminación la denominan con el nombre de felicidad. Por su parte, los sustancialistas consideran a la libertad no como una indeterminación absoluta en sí en la satisfacción de los deseos. Más bien, la entienden como una facultad intelectual según la cuál la deliberación y la elección es racional en la satisfacción de los deseos. Al ejercicio de la elección según está regla es a lo que llamarán los sustancialistas felicidad. De esto se deduce que lo que hace asequible la libertad para los sustancialistas es la contingencia, pero nunca la indeterminación. Ya que indeterminación significa precisamente el hecho de no tener un agente de movimiento, o en carecer de límites, medidas o normas. Para los sustancialistas, empieza la actividad de la libertad en lo obligatorio, ya que la susodicha libertad sigue una norma o una medida distinta al placer para ejercer su actividad. Mientras que para los nominalistas donde empieza la obligación acaba la libertad y viceversa. En el discurso de los nominalistas hay algo que nuevamente no vuelve a entrar en cuadro y lógica. Por una parte, la libertad tiene que ver con la plena satisfacción de los deseos, por lo que podríamos considerar a los deseos como los agentes de la libertad. Es por ello que los deseos determinan a la libertad, pues ésta misma trabajara en función de lo que aquellos establezcan. La necesidad natural exige a los seres vivos que se alimenten, que crezcan, que defiendan su vida contra cualquier peligro, que se reproduzcan, entre otras cosas peculiares que son propias de ciertas entidades animadas. Al parecer de los nominalistas no hay distinción ontológica esencial entre entes animados 259 racionales e irracionales. Por lo cual, los hombres tienen los mismos móviles, las mismas pulsiones que los demás entes vivos. Sin embargo, en algún momento determinado las personas humanas tienen la capacidad de crear algo que parece no obedecer a sus móviles propios. Ellos dicen que la libertad se realiza sin embargo cuando se crean leyes (nómos). De tal manera, tales leyes tendrían que ser el producto de una facultad natural, a saber, la libertad. Pero no como indeterminación, sino cómo búsqueda de determinación. Con ello, si admitimos que todo es nominal, y que no hay nada physico, entonces tendríamos que decir que de lo physico no podría surgir nada de lo nominal dado que no existe. Juicio que se contradice con su tesis acerca de la libertad, en la que aquella misma está determinada por factores animales que en ocasiones dejan de ser tales para mutar en algo distinto, a saber, la necesidad de orden racional dictaminada por la parte intelectual de la persona humana. Para los sustancialistas la libertad es la adecuación de la voluntad particular a la norma universal, según la cual la perfección de cada ente es su realización final. La libertad, al igual que la esclavitud, entonces puede ser vista aquí en sus dos vertientes fundamentales: la moral y la social. El hombre ejerce la libertad en el ámbito moral cuando sujeta a las pulsiones a la voluntad racional. En el ámbito de lo social la libertad se realiza cuando se consigue el reconocimiento de las obligaciones universales para la convivencia de las personas humanas concretas. En los dos casos la libertad de los sustancialistas está sujeta a un nivel de obligatoriedad, pero no de necesidad, dado que lo obligatorio es posible justamente ahí en donde esta presente lo contingente. La diferencia más profunda entre una tesis y la otra es que los sustancialistas reconocen la existencia de una voluntad racional, mientras que los nominalistas están empeñados en negar que hay dicha voluntad racional y en afirmar por el contrario que lo único que existe es el deseo apetitivo. De tal manera, para los nominalistas curiosamente la libertad está en la necesidad, siendo para los sustancialistas su lugar la contingencia. Los sustancialistas ven una sana medida que regula las actividades de la deliberación y la elección, pero siempre dependiente de lo posible, de la contingencia. Mientras que al 260 parecer de los nominalistas esa regla no existe más que en la plena satisfacción de los deseos, por lo que su libertad está en cierto sentido apegada a la necesidad en lo que compete al origen de las apetencias, pero a la indeterminación respecto a la forma de satisfacción. La libertad de los nominalistas es un verdadero fantasma en el que existe la determinación en cuanto al origen y se convierte en indeterminación en cuanto a la satisfacción. Es decir, por una parte su libertad será esclava de las apetencias animales, pero por otra parte será indeterminada o señora cuando se habla de la satisfacción. La confusión respecto a los conceptos libertad y necesidad surge precisamente de la interpretación nominalista respecto a la indeterminación sustancial de la libertad, ya que para ellos aquella se opone a la necesidad en el modo de la satisfacción de los deseos. Pero también íntimamente ligado a ese problema se encuentra la negación del mundo moral y la afirmación del mundo material como la única dimensión existente de la realidad humana. Los nominalistas piensan que dado que no hay un mundo moral universalmente aceptado, tampoco existe una forma universal y absoluta para entender a la libertad. Si la verdadera libertad fuera sólo una, dirían ellos, no sería libertad pues es determinada, y para ellos lo determinado y necesario es lo contrario a la libertad en tanto que indeterminación radical. Para los sustancialistas la cuestión será distinta, pues a la indeterminación y al desorden lo denominarán como vicios del alma. En lugar de libertad, a dicha disposición la denominaban como άκασία. Es decir, incontinencia o pérdida de dominio sobre sí mismo. Lo cierto es que el concepto necesario se predica de muchas maneras, al igual que los del bien y el ser. En un sentido, se dice de las concausas o de lo simultáneo ontológicamente. En un segundo sentido se dice de lo que produce el bien. También se dice necesario de lo forzoso o de lo que hace por mor de la violencia. Necesario se dice de igual manera de lo que no puede ser de otra manera. En suma, necesario se dice de lo que tiene la causa en sí, e innecesario o contingente de lo que no lo tiene. Por lo mismo, la cuestión de la necesidad deriva de la dependencia e independencia. Lo independiente es necesario en tanto que lo dependiente es contingente e innecesario, pues su 261 existencia depende otro pero no como concausa, sino más bien, meramente como consecuencia. La diferencia radical entre sustancialistas y nominalistas respecto a la distinción entre lo necesario y lo libre se localiza en que los primeros consideran que necesario es aquello que produce el bien en términos morales y teleológicos, mientras que los segundos consideran que lo necesario es aquello que es forzoso o lo que hace por mor de la violencia. Al ser las connotaciones distintas, los nominalistas consideran que lo necesario es lo que no puede ser de ninguna otra manera, mientras que los sustancialistas, en cuestiones humanas, hacen consistir a lo necesario en el camino trazado para el bien y la justicia. * * * La cuarta y última dicotomía en la cual hemos de intimar es en la derecho natural y derecho positivo. La presuposición fundamental de todo tipo de derecho es la posibilidad de comprensión y creación de leyes para regular el comportamiento humano. De esto se desprende que los sentidos de la palabra “ley” suelen ser tan numerosos como numerosos son los orígenes de las normas de las acciones morales. Sin embargo, en sentido estricto, ya no solemos aplicar aquel término para denominar preceptos doctrinas en filosofía moral, sino más bien, sólo denominamos con ese nombre a las órdenes dispuestas por el poder constituyente o constituido de un Estado determinado. Para nosotros la ley está configurada como tal por su poder sobre el fuero externo, mientras que las deliberaciones y acciones del fuero interno que no afecten a un tercero no las denominamos como ley más que por homonimia. Por derecho entenderemos el sostén fundamental, que referido a la personalidad, permite la existencia de la ley. De tal manera, diremos que no hay derecho porque hay ley, sino más bien que hay ley porque hay derecho. Nosotros planteamos nuestra propuesta en tales términos por una cuestión 262 muy sencilla y simple de entender. Para los que piensan que la ley es fuente del derecho, consideran las cosas de esa manera porque tienen una versión negativa respecto al origen de la susodicha ley. Los que piensan que la ley es fuente del derecho sostienen simultáneamente que lo sustancial de la ley es la coacción. Sin más preámbulos, pensaran que lo que convierte a la ley en derecho es el monopolio en el uso de la violencia, por lo que la imposición y la fuerza valen más que la suma de las leyes. El verdadero poder de la ley será entonces no tanto el derecho natural que le precede, sino la posibilidad de elevar a rango de obligatoriedad el pensamiento o la opinión ya sea de uno o de unos pocos. Los que sostienen la tesis acerca del origen del derecho en la ley tienen algo en común, a saber, consideran que la ley del más fuerte es a lo que debemos llamar con el título de justicia. En ningún sentido esto es una coincidencia y, por el contrario, representa una postura clave en el trabajo que hemos presentado. Los afirmadores de la ley, al no creer en algo así como un derecho inamovible, universal y absoluto, consideran que la ley es siempre parcial, relativa y particular, y por ende obedece a fines muy concretos. Para ellos el derecho positivo, en tanto que leyes vigentes, será el único derecho posible, real y efectivo. Lo que no esté catalogado como derecho vigente, en tanto que no le precede el uso de la fuerza para su cumplimiento, no es ni ley, ni justicia, ni derecho. Por lo mismo, estos hombres considerarán al derecho positivo como la expresión de una voluntad política dominante que impone a las otras voluntades su opinión como derecho. Lo que los subyugados llamarán como derecho, los subyugantes denominarán como privilegio. Por eso, la ley es origen del derecho, porque para aquellos el derecho en sí no existe y por el contrario está determinado por la ley contingente. Los nominalistas llamarán ley a la voluntad del más fuerte, y denominarán al conjunto de esas voluntades institucionalmente admitidas como derecho, siendo la obligación el comportamiento exigido al débil de acuerdo a lo dispuesto por el fuerte. Para los que sostienen la tesis contraria, los sustancialistas, el derecho es siempre la fuente de la ley y no a la inversa. Mientras los primeros dicen que la ley es ley en tanto que monopolio de la violencia y en tanto que imposición, los segundos considerarán que la ley es tal porque existe un orden 263 natural que así lo dictamina. La ley es expresión del derecho porque éste es el código inscrito en la naturaleza humana para hacer uso de su libertad de forma responsable. De tal manera, los sustancialistas explican que no es por la fuerza como ha nacido la ley, sino por el uso de la facultad humana esencial en cuestiones políticas, a saber, la libertad. Los defensores del derecho natural considerarán como una de sus tesis centrales el hecho de que existe un orden cósmico cognoscible en el cual la persona humana tiene un lugar central, pues sólo aquella entidad puede ser considerada como un universo en sí mismo. Si la susodicha libertad no existiera, la posibilidad de autarquía tampoco sería posible, pues toda autodeterminación ya sea en un sentido legal, político, económico o social presupone la capacidad del cuerpo socio político para deliberar y elegir acerca de su destino. Por lo mismo, todo derecho positivo presupone la aceptación del derecho natural, pero el derecho natural no siempre admite cualquier ley positiva ya que aquellas pueden ser justas o injustas. Al ser el derecho natural la expresión del orden racional que se busca implementar en las sociedades humanas, para que los nominalistas pudieran medianamente concluir su tarea tendrían que afirmar dos cosas simultáneamente: que dicho orden natural de las cosas no existe, y además que si existe pero su realización depende de la libertad humana, que es incapaz de realizarse absolutamente por algún tipo de contradicción intrínseca. La existencia del mundo moral puede ser confirmada únicamente con una evidencia: que la libertad sea pensable sin contradicción lógica alguna y que dicha facultad pueda ser atribuible racionalmente a la dimensión espiritual de la persona humana. Esto implicaría, evidentemente reconocer una diferencia ontológica entre la persona humana y el resto del plexo de las entidades, diferencia en la que se mostraría que la constitución ontológica de la persona humana está dispuesta para la libertad y la dignidad. 264 FUENTES: BIBLIOGRAFIA: Abbagnano, Nicola, Diccionario de Filosofía, Fondo de Cultura Económica, México, 2000. Álvarez, Juan, La contribución de Maritain a la teología natural, Universidad Complutense, Madrid, 1992. Aquino, Tomas de, Suma Teológica, Austral, México, 1983. Opúsculo sobre el gobierno de los príncipes, Porrúa, México, 2000. Arendt, Hannah, Entre el pasado y el futuro, Península, Barcelona, 1998. Aristóteles, Acerca del alma, Gredos, Madrid, 2003. 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EL DEBATE DE LA PERSONA EN LOS SIGLOS XVII Y XVIII 126 3.1 HOBBES Y EL NOMINALISMO 127 3.2 PERSONA HUMANA, CREACION DEL ESTADO Y EL CONCEPTO DE JUSTICIA EN HOBBES 139 3.3 EL CONCEPTO DE PERSONA EN HEGEL 149 3.4 CONCEPTO DE PERSONA: RELACION HEGEL VITORIA 167 3.5 PERSONA Y PROPIEDAD: DIFERENCIAS ENTRE LAS FILOSOFIAS SUSTANCIALISTAS DE HEGEL Y PLATON 178 IV. EL PAPEL DE LA PERSONA EN LAS TEORIAS DE RAWLS Y MARITAIN 183 4.1 LA TEORIA DE LOS DERECHOS HUMANOS SEGÚN MARITAIN 184 4.2 LA PERSONA HUMANA EN LA FILOSOFIA DE MARITAIN: SUS FUNTES Y SUS CARACTERISTICAS 193 4.3 NOCIONES CONCEPTUALES DE LA TEORIA POLITICA DE RAWLS 212 4.3.1 EL PAPEL DE LA FILOSOFIA POLITICA 212 4.3.2 LO METAFISICO Y LAS DOCTRINAS COMPREHENSIVAS 216 4.3.3 LA PERSONA HUMNA EN EL SISTEMA DE RAWLS 222. 270 V- CONCLUSIONES GENERALES Y REFLEXIONES ACERCA DE LA FALACIA NOMINALISTA 240 -FUENTES 265 -INDICE 270 271